Una pareja de tres
Por Catherine George
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Joss no había pensado que aquello durase más de una noche, hasta que descubrió que estaba embarazada. Dan insistió en que debían casarse, pero Joss no estaba segura. Él había deseado su cuerpo, y ahora deseaba al hijo de ambos... Pero, ¿realmente la quería por esposa?
Catherine George
Catherine George was born in Wales, and early on developed a passion for reading which eventually fuelled her compulsion to write. Marriage to an engineer led to nine years in Brazil, but on his later travels the education of her son and daughter kept her in the UK. And, instead of constant reading to pass her lonely evenings, she began to write the first of her romantic novels. When not writing and reading she loves to cook, listen to opera, and browse in antiques shops.
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Una pareja de tres - Catherine George
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Catherine George
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una pareja de tres, n.º 1096 - noviembre 2020
Título original: The Baby Claim
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-896-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
CUANDO estuvo segura de que no había nadie en el balcón, Joscelyn Hunter se escondió detrás de una de sus columnas y dejó escapar una sonrisa. Había tenido la sensación de haber reído y conversado amenamente como una perfecta invitada durante horas. Ya estaba bien. Había sido una dura prueba el ir sola a la fiesta aquella noche. Pero con Anna tenía una gran amistad desde hacía años, y no podía faltar a la celebración de su compromiso.
El aire era fresco. Joss tembló y se cubrió los brazos con las manos. Pronto, podría inventar una excusa y marcharse. ¿Dónde? ¿A su piso vacío? Se quedó mirando alrededor, inmersa en sus pensamientos, hasta que una tos a su espalda la alertó de que no estaba sola. Joss se dio la vuelta disgustada y descubrió un hombre alto con una copa en cada mano.
–Te he observado apartarte de la fiesta –el extraño le alcanzó una de las copas–. Algo me sugirió que te apetecería una copa.
No podía dar un bofetón a uno de los invitados de Anna y decirle que se perdiera, así que no tuvo más remedio que agradecérselo de mala gana y aceptar la copa.
–¿Prefieres que te deje sola? –dijo el hombre, después de un largo silencio.
Joss alzó la mirada y lo miró a la cara.
–Tienes tanto derecho a mirar Hyde Park como yo –dijo ella encogiéndose de hombros.
–Tomaré eso como un «no» –el hombre chocó su vaso con el de ella y agregó–: ¿Por qué brindamos?
–¿Por la feliz pareja?
El hombre asintió y brindó, pero apenas probó la copa.
–¿No te gusta el champán? –le preguntó ella con cortesía.
–No. ¿Y a ti?
–Lo odio en secreto.
–Tu secreto está a salvo conmigo –le aseguró él.
Joss se relajó apoyada en la columna, sorprendida por encontrar casi agradable la compañía del extraño. Era preferible a estar a solas consigo misma.
–¿Eres amigo de Hugh?
–No. Soy amigo de un amigo, quien me arrastró hasta aquí.
Ella lo miró de arriba abajo, divertida.
–Eres un poco grande como para que te arrastren. ¿Por qué no querías venir?
–No me gustan las fiestas. Pero mi amigo desaprueba mi vida social. O mi falta de ella –se apoyó cómodamente en la otra parte de la columna–. Me dice que no es bueno tanto trabajo y tan poca diversión en mi vida. Me lo repite monótonamente. Así que cada tanto me rindo y le doy el gusto. No bebas eso si prefieres no hacerlo –agregó.
–He estado bebiendo agua mineral hasta ahora. Tal vez una dosis de champán me levante el ánimo –Joss bebió la copa como si se tratase de una medicina.
El hombre asintió lentamente.
–Ya veo…
Ella lo miró y dijo:
–¿Qué es lo que ves?
–Te he estado observando durante un rato y viendo el lenguaje de tu cuerpo.
Ella alzó la vista y exclamó burlonamente:
–¿Qué dice?
–Que algo no anda bien en tu vida.
–Así que has venido en mi ayuda con la medicina del champán –Joss agitó la cabeza en señal de admiración–. ¿Sueles representar el papel de buen samaritano muy a menudo?
–No. Nunca.
–Y entonces, ¿por qué ahora sí?
Él se apoyó más cerca de ella.
–Por varias razones. Pero sobre todo porque… soy curioso.
–¿Qué te resulta curioso exactamente?
–El estado de ánimo que se esconde detrás de las sonrisas.
–Pensaba que lo había logrado –dijo Joss y desvió la mirada hacia el parque.
–Nadie más se ha dado cuenta.
–Espero que tengas razón. Lo que menos necesita Anna es un espectro en la fiesta.
–¿Anna es amiga tuya?
–Una amiga íntima. Pero esta noche está demasiado eufórica como para darse cuenta de nada.
El desconocido se movió y le rozó el brazo con la manga negra de la chaqueta. Para su sorpresa, Joss descubrió una reacción eléctrica al sentir su tacto, como si de verdad la hubiera tocado.
–¿Vives con Anna? –le preguntó él.
–No.
–Tienes frío –dijo él súbitamente–. Tal vez debieras entrar.
–Todavía no. Pero tú puedes ir, si quieres.
–¿Quieres que entre?
–No, si prefieres quedarte –dijo ella con indiferencia, pero deseó que él quisiera quedarse. En la luz tenue, lo único que podía distinguir era una figura impresionantemente alta, una cara de rasgos pronunciados y un pelo oscuro y espeso. Pero lo que podía ver le gustaba.
–Toma esto –él se quitó la chaqueta y la puso por encima de los hombros de Joss. Ella se sintió envuelta en un masculino perfume, a cítrico y especias–. Si no, pillarás una neumonía con ese vestido.
Joss se rió incómoda por la intimidad del gesto.
–¿No te gusta mi vestido?
–No.
–¿Por qué no?
–Si fueras mi novia, no te dejaría que lo llevases puesto.
–¿De verdad? –exclamó ella.
–No soy conocido por mi tacto. Tú me has hecho una pregunta y yo te la he contestado.
–Es verdad. El vestido ha costado muy caro, en honor a la ocasión. A mí me gusta.
–¡A mí también!
Era un vestido negro, ceñido al cuerpo y largo hasta los tobillos. En el bajo llevaba un encaje, el mismo que llevaba en el escote por encima de sus pechos. Se sostenía por un par de finísimos tirantes y a un lado tenía una abertura hasta las rodillas. Joss se miró; luego, dirigió la mirada a su acompañante con una sonrisa.
–¿Pero no te parece bien que lo lleve?
–No.
–Yo que estaba tan segura de que me quedaba bien… –dijo ella con una burlona cara de tristeza.
–Todos los hombres de la fiesta piensan que estás sensacional –le dijo él.
–Menos tú.
–Sobre todo yo. Pero es un vestido muy ambiguo.
Joss descubrió que se estaba divirtiendo.
–Una palabra muy extraña para describir un vestido.
La risa de él vibró y ella sintió un estremecimiento que le recorrió la columna vertebral.
–Tal vez sea un vestido de fiesta para ti –siguió él–. Pero a mí me recuerda el dormitorio.
–Te aseguro que no es un camisón. Yo no duermo con algo así.
–Lo que me despierta más aún la curiosidad acerca de lo que usas para dormir –dijo él suavemente, lo que hizo que ella se volviera a estremecer.
–No deberíamos estar hablando de esto –dijo ella repentinamente.
–¿Por qué?
–Nos acabamos de conocer.
–Entonces, presentémonos –él le tomó la mano–. Dime tu nombre.
Joss miró sus manos, asombrada del escalofrío que le producía su tacto.
–Mejor dejemos los nombres. No quiero ser yo esta noche. Simplemente… llámame… Eva.
–Entonces yo seré Adán –le dio la mano formalmente–. La fiesta prácticamente ha terminado. Apiádese de un extraño solitario, señorita Eva, y venga a cenar conmigo.
Joss lo miró.
–Creí que habías venido con un amigo.
–Sí, es cierto. Pero a él no le importará –bajó la cabeza para mirarla a los ojos–. ¿Cuál era tu plan original para esta noche?
Joss apartó la mirada.
–Tenía una cita esta noche. Pero se estropeó. Por eso no tenía ánimo de fiesta. Por lo tanto, Adán, no estoy de ánimo para un restaurante.
–Entonces pediré que me manden la comida a la habitación que tengo aquí –sonrió él pícaramente al ver la cara de asombro de ella–. Lo único que te ofrezco, y espero, es una cena, Eva.
–Si acepto una cena en tu habitación, es posible que esperes algo más que eso.
–Te he estado observando bastante tiempo antes de que te escondieras aquí –le recordó él–. Sé que no eres la típica chica frívola con quien pasárselo bien.
–¿Sí? –Joss le dio la chaqueta–. Pero tú tienes una ventaja, Adán. Si me has estado observando antes, evidentemente sabes qué aspecto tengo. Yo ni siquiera te he visto bien la cara.
Él se puso la chaqueta, luego se movió hacia el centro del balcón. La luz de dentro iluminó una cara de rasgos pronunciados, una nariz aguileña, y una boca firmemente apretada. Los huesos de sus mejillas eran altos, los ojos rasgados, una ceja se alzaba hacia su pelo mientras la miraba con curiosidad.
–¿Y?
–De acuerdo, Adán. Me gustaría cenar contigo –dijo ella rápidamente, antes de que pudiera cambiar de opinión–. Pero no en tu habitación.
Él sonrió pícaramente.
–Entonces dime en qué restaurante para que lo arregle.
«Así de simple», pensó Joss. Lo miró con curiosidad. Sin duda a un hombre así no lo rechazaría ningún restaurante, aunque estuviera muy solicitado.
Ella lo pensó un momento, luego lo miró directamente.
–Como te imaginas, no tengo ánimo de fiesta. Pero podemos cenar en mi casa, si quieres.
–¿Sabes cocinar? –preguntó él con la boca torcida.
–Te he ofrecido una cena, no alta cocina –respondió ella.
Él se rió. Luego, se acercó al rincón en sombras donde estaba ella y tomó su mano.
–Acepto gustoso su invitación, señorita Eva.
Nuevamente su tacto le produjo una violenta reacción. Pero ella prefirió ignorarla dado su estado de ánimo.
–Vayámonos entonces –dijo Joss–. Pero no juntos. Tú primero.
Él asintió.
–Permíteme unos minutos para darles las gracias a tus amigos. En veinte minutos, tendré el coche en la entrada principal.
Cuando estuvo sola, Joss se apoyó en el balcón un momento, casi convencida de que había soñado aquel encuentro. Pero una mirada furtiva por las cortinas le mostró a su acompañante rodeado del grupo que estaba con Anna y a Hugh. Era un hombre demasiado alto, seguro y apuesto para ser fruto de su imaginación. Ella esperó hasta que él se marchó. Luego, emergió de su escondite y se unió a Anna y a Hugh.
–Estábamos a punto de enviar un equipo de rescate para encontrarte, Joss –dijo Anna, indignada–. ¿Dónde diablos estabas?
–Disfrutando de la naturaleza desde un discreto balcón –contestó ella.
–¿Sola? –sonrió Hugh, con picardía.
–Por supuesto que no. De todos modos, debo darme marcharme. Me espera una cena. Gracias por esta maravillosa fiesta. Hasta pronto –Joss abrazó a Anna, dio un beso en la mejilla a Hugh, se despidió de todos, y luego fue al aseo a arreglarse. Finalmente, tomó el ascensor hasta la entrada al edificio, donde un hombre con uniforme del hotel la llevó hasta un coche que la esperaba afuera.
–Llegas tarde –le dijo una voz impaciente cuando ella se sentó.
–Lo siento. Me entretuvieron –Joss le dio su dirección de mala gana, deseando que aquello no fuera un error colosal.
–Había empezado a pensar que habías cambiado de opinión –dijo Adán mientras se alejaba con el coche.
No estaba lejos de la verdad.
–Si hubiera sido así, te habría enviado un mensaje.
–¡Ah! ¡Una mujer de principios!
–Intento serlo.
–Lo consigues, Eva.
–Bien. Por cierto, ¿qué pasó con tu amigo?
–Al decirle que iba a cenar con una hermosa mujer, me dio su bendición.
Joss se rió.
–Evidentemente, sois viejos amigos.
–Nos conocemos de toda la vida.
–Como Anna y yo –ella suspiró–. Espero que Hugh la haga feliz.
–¿Hay alguna razón por la que no pueda hacerlo?