Negro es su rostro / Simiente
Por Esther Seligson
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Negro es su rostro / Simiente - Esther Seligson
Negro es su rostro
Simiente
Esther seligson
Primera edición, 2010
Primera edición electrónica, 2011
Imagen de portada: Estación Atocha, de Guillermo Arreola
D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-0766-9 (ePub)
ISBN 978-607-16-0249-7 (impreso)
Hecho en México - Made in Mexico
Acerca de la autora
Esther Seligson es ensayista, cuentista, novelista y poeta. Nació en la ciudad de México en 1941. Estudió literatura española en la UNAM, y francesa en el IFAL; historia del arte en el ICS y pensamiento judío en el Centre Universitaire d’Études Juives (París) y en el Mahon Pardes de Jerusalem. En 1969 fue becaria del Centro Mexicano de Escritores. Ha impartido clases de historia del teatro y de pensamiento judío, y ha sido maestra en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM desde su fundación. Asimismo, ha traducido tanto la obra del filósofo E. M. Cioran como la del poeta judío cairota Edmond Jabès. Ha sido reconocida con el premio Xavier Villaurrutia por Otros son los sueños, y el Magda Donato por Luz de dos.
Negro es su rostro
[1999-2007]
Este libro está dedicado
a Eugenia Ogarrio Calles
Mother of Time
Thou art brillant as the fires
of the final dissolution
Merciful
Vessel of mercy…
Tawny
Black of hue…
Thou who art black as a bank of cloud
And bearest the crescent moon…
Destroyer of fear…
O Beautiful One…
Allayer of sufferings
To Thee I make obeisance.
Mahānirvāna Tantra. Adyākālī
Mandala
[1999]
Para Enriqueta Ochoa
Tú me apretaste con tan estrecho abrazo
que me deshice en llanto
silencioso
En Tu pecho Madre
azul me derramé, asida al seno
en la boca hervía
el Amor
Mece Madre a esta creatura Tuya
que la orfandad no trunque las ramas
que hacia Ti se estiran
Cuelga ahí Tu generosa cuna,
elévame,
que Tu palabra
me siembre pájaros
Mira: febrero empieza y ya
azulean las jacarandas
con el añil de Tu rostro
incandescente paseas en las calles y jardines
Tu júbilo inunda
a esta ciudad desamparada
Agradecida llevo
la sed de Tu Infinito
Cae la noche, se sosiega
y nace el día para saciarla
Tu él que me habita en Tu Ella se deleita
Pulsa las cuerdas de mi corazón: oirás el
nombre
con que Te invoca
Camino, huérfana ya, y mortal
Tres cuartas partes de mi vida sujetas a
un montón de verbos en pretérito
¿Acaso el último cuarto
no Te pertenece?
Madre, yo soy Tu morada,
pisa en ella el tierno vino
del Amor.
De pie, a mi izquierda, sentí a Tu Ángel
silencioso.
¿Qué habré de decirle con mi voz cascada?
—Mi pecado es la soberbia y no acabo
por entregarme en un colmo de dulzura
No separes, pues, mi cabeza. Aún puede en ella
abrirse el Loto. Dispón de mí, no obstante,
aunque no esté dispuesta,
aunque tiemblen las luces
que no alcanzo a serenar.
La orfandad es un extraño peso que me habita
y tengo miedo:
por primera vez
se estremece mi suelo errante
la soledad
En el centro de Tu mano el As de Copas y yo
colgada en el meñique de la infancia,
rama florida de almendro
en un vaso ámbar,
cristal cortado con las imágenes de un sueño
en el que Me abrazas,
Madre,
y me deshago en llanto…
México, febrero de 1999
En su desnuda pobreza
[2000]
In memoriam
Irma Dávalos Pardo
Le plus petit caillou
est baigné d’infini.
Edmond Jabès
Sin ti es incomprensible,
demasiado vasto, Madre,
el ímpetu, la fisura,
la inocencia
la fidelidad ¿cómo?
la duda incluso
Madero para la flor
cobijo en la piedra
sé mi lecho a la hora del crepúsculo
espuma para cubrir mis ojos
no me ahogue el temor al hundimiento
o venga a moverme
la visión de un recuerdo
el grito jubiloso de un niño
a orillas del mar
A orillas del mar
Madre
ahí recoge la ofrenda de mis huesos,
ceniza púber,
el mar que tanto amamos
niñas de largo cuerpo y voz delgada
—cuánto anhelo de crecer—
entonces, en verdad,
éramos libres de arrullar los sueños,
locuaces,
modelábamos castillos
entre la arena escurridiza
—¿quién no vivió su infancia imaginando?—
buganvilias en el cabello
para las noches de luna
en la boca el sabor de la naranja dulce
Habrá lluvia de estrellas
anunciaron
pero el día amaneció nublado
a orillas del mar, Madre,
durante horas
celé a una gaviota
qué envidia de sus alas
giros suaves
el horizonte a su arbitrio
dueña del aire y a merced de su oleaje
Después
nos reencontramos bajo diversos cielos
idéntica la nostalgia de su vuelo
mi cuerpo atado a tierra firme
Sin ti, Madre,
el mar nos sobrepasa
el amor, el llanto mismo
no reposa una ola tras
otra
tupido a ras del agua las crestas se abisman
y el mundo se inclina
ante las mareas
Vivir es un dolor constante
sosegado
cuántas veces mudo
imperceptible su vaivén
a fuerza de goteo
La más pequeña piedra está bañada de infinito
afirmó el poeta
Piedras de río avienta el mar
y yo las conservo
de cualquier parte:
en su desnuda pobreza
aspiro al cumplimiento
bastará una sola donde
se encuentre mi tumba
una para recordar a mi madre
una le bastó a mi padre
¿Cómo se arma un libro?
—Igual que un