Un refugio en la tomenta
Por Cara Colter
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Pero Ben tendría que marcharse, y Shauna volvería a estar sola… a menos que se diera cuenta de que la necesitaba tanto como ella a él…
Cara Colter
Cara Colter shares ten acres in British Columbia with her real life hero Rob, ten horses, a dog and a cat. She has three grown children and a grandson. Cara is a recipient of the Career Acheivement Award in the Love and Laughter category from Romantic Times BOOKreviews. Cara invites you to visit her on Facebook!
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Un refugio en la tomenta - Cara Colter
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Cara Colter
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un refugio en la tormenta, n.º 1129- enero 2021
Título original: A Babe in the Woods
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-095-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
LA ESTABAN observando. Lo sabía.
Continuó meciéndose en la mecedora. No estaba realmente preocupada. Todavía no. Probablemente se trataba de un animal. Estaba acostumbrada a sentir aquella sensación. A pesar de saber que estaba sola, en la espesura, a millones de kilómetros de cualquier otro ser humano, sentía de pronto que la observaban. Algunas veces llegaba a vislumbrar algún rasgo del espía, el movimiento de la cola de un ciervo, la espalda de un oso en retirada, pero muchas veces ni eso.
Un caballo, probablemente Sam, lanzó un sonoro relincho desde el corral que había tras la cabaña, era un sonido reconfortante. A excepción del trinar de los pájaros del bosque, el silencio era absoluto. Había una leve brisa fresca que llegaba de la montaña, y que agitaba los mechones de pelo que se habían desprendido de su coleta. Los brotes de hierba tierna estaban comenzando a salir, y ella creyó poder oler ya la primavera. Todo era normal, pero no se relajó, y la sensación de que estaba siendo observada no desapareció. Cuando inesperadamente se le erizó el vello de la parte de atrás del cuello, supo instintivamente que no era un animal el que la observaba. Alargando las manos tomó la escopeta que estaba apoyada contra la pared de la cabaña, y la puso en su regazo.
—Más vale que salga —dijo—. Sé que está ahí.
Silencio.
Shauna Taylor, apodada Tormenta por sus hermanos, había llegado a la cabaña, a la que solo se podía acceder a caballo o a pie, pocos minutos antes. Ni siquiera había vaciado aún sus alforjas, optando por disfrutar primero de unos instantes de tranquilidad contemplando la puesta de sol.
Trató de hacer memoria para recordar si algo fuera de lo normal le había llamado la atención por el camino. Pero todo estaba como siempre, a excepción de la cantidad de árboles que había caídos a lo largo del sendero, como consecuencia del duro invierno. Le había llevado bastante tiempo retirarlos, porque era pequeña y le costaba manejar la sierra eléctrica. Su hermano Jake se había ofrecido a ir con ella para ayudarla, si esperaba una semana. Pero no era mujer a la que le gustara esperar, ni tampoco de las que dejaba que le hicieran las cosas si podía hacerlas ella. Su afán de independencia le estaba pasando factura. Le pesaba el cansancio. Ese era probablemente el problema. Estaba cansada, exhausta. Hasta el punto de imaginar cosas. Miró con detenimiento hacia el claro del bosque que se extendía frente a ella. En un momento de inspiración había dado un nombre a la cabaña: El descanso del corazón. El año anterior había grabado con fuego aquel nombre en un trozo de madera que pendía de un poste junto a los macizos de flores.
Se sintió más tranquila. Probablemente estaba imaginando cosas. Eso esperaba. Sin embargo, su otro hermano, Evan, le decía con orgullo que ella poseía el sentido de la intuición más desarrollado que había visto en toda su vida. Ella pensaba que se debía al hecho de pasar tanto tiempo a solas, amando la soledad de aquellos remotos parajes, y pasando mucho tiempo entre caballos, animales cuyo lenguaje es más el de la intuición que el de las palabras. Pensaba que podía deberse a haber crecido bajo la tutela de sus dos hermanos, mucho mayores que ella, en un rancho remoto en las Coast Mountains al oeste de Williams Lake en British Columbia.
Conocía el bosque y las montañas que rodeaban su rancho tan bien como la palma de su mano. Se sentía segura en aquellos parajes salvajes, conectada de alguna forma con las inmensas fuerzas creativas del universo, protegida. Incluso en aquel momento, sabiendo que había algo ahí fuera, se sentía segura. Aquel era su territorio, y podía hacerle frente a cualquier cosa que se cruzara en su camino. La única vez en su vida en que no se había sentido segura había sido cuando fue a la Universidad de Alberta, en Edmonton, durante dos años. Sus hermanos, con una determinación inesperada en ellos, le habían comunicado que les parecía bien que algún día se convirtiera en ranchera, pero primero querían que conociera el mundo exterior. Y, de hecho, también Shauna sentía un extraño y acuciante deseo por conocer el mundo exterior. Pero la ciudad le había resultado un shock: el tráfico, tener que preocuparse de no salir sola de noche, cerrar las puertas… No se podía vivir de aquella forma.
Se oyó un crujido. Metió una bala en el cargador. Ya no había ningún lugar en el que una persona pudiese estar completamente sola. Los cazadores y los excursionistas llegaban hasta aquellos remotos parajes. A ella no le importaba, excepto si se dedicaban a husmear. Los fisgones le molestaban mucho. Su intuición le había fallado una vez, cuando estaba en Edmonton. Cuando se había dejado engañar por un rostro bello, y buenos modales.
Se preguntaba si sus hermanos se habrían reído al verla experimentar con el maquillaje. Incluso había llegado a comprarse una falda extremadamente corta. Los ojos de admiración con que la contempló Dorian justificaron la enorme cantidad que pagó por ella. Shauna cortó de golpe los recuerdos y se puso a escuchar. Se obligó a aguzar los sentidos. Sería lamentable que su desprecio hacia los fisgones le llevara a disparar a algún excursionista despistado.
La verdad era que, cuando se enteró de la verdad, le habría encantado poder lanzar unos cuantos tiros al aire alrededor de Dorian para darle un susto de muerte. Casado. El reptil estaba casado.
Si de hecho estaba sola en su guarida de montaña no importaría, y si no lo estaba no estaría mal que mostrara que sabía manejar el arma y que estaba dispuesta a hacerlo.
¡Boom! «Para ti Dorian».
Disparó hacia lo alto. El sonido del disparo retumbó en el silencio. Metió otra bala en el cargador. Al principio pensó que no había logrado asustar al intruso que se escondía entre los árboles. Y entonces un agudo gemido llenó el silencio dejado por el disparo. Shauna abrió la boca y se puso de pie de un salto, porque no había forma de confundir aquel sonido. Incluso para una mujer como ella que se negaba a tomar ninguno en brazos.
Había un bebé en aquella zona del bosque. Un hombre salió de entre los árboles antes de que ella llegara a recorrer la mitad del claro. Shauna se paró en seco. Era un hombre imponente, que mediría casi dos metros. La impresionante anchura de sus hombros se reducía drásticamente al llegar a su terso estómago. Sus piernas eran largas, delgadas y musculosas, y llevaba una camisa de color marrón claro con las mangas remangadas, que dejaban ver sus fuertes brazos. Tenía los botones superiores de la camisa abiertos, mostrando un mechón del pelo negro y rizado que cubría su pecho. Se movía con confianza, relajado, y al mismo tiempo listo para afrontar cualquier posible eventualidad. Parecía un hombre capaz de enfrentarse a los elementos y no solo salir victorioso, sino además fortalecido por el enfrentamiento.
Ella lo miró a la cara. Su rostro tenía una enorme fuerza. Pómulos altos, nariz recta, mandíbula cuadrada. Llevaba el pelo, del color del chocolate negro, corto y bien arreglado, y su piel bronceaba mostraba que era un hombre acostumbrado a pasar mucho tiempo al aire libre. Sus ojos grises profundos y fríos denotaban un enorme cansancio.
Entonces, Shauna percibió un movimiento tras él que le hizo retirar la vista de su rostro, y dirigir la mirada hacia su espalda. No pudo evitar que sus ojos y su boca se abrieran de golpe. Pegado a la espalda de aquel hombre había un bebé. ¡Un bebé! Con un mechón de pelo negro, tieso en mitad de la cabeza, grandes ojos negros y sonrosadas mejillas, por las que se deslizaban algunas lágrimas.
—¿Estás sola? —le preguntó el hombre.
El cansancio que ella había percibido en su mirada, se apreciaba también en su voz, profunda y sedosa. Pero aquella no era una pregunta apropiada para que la hiciera un extraño. Un hombre que la había estado observando durante largo rato antes de decidirse a salir. Un hombre que tal vez no habría dado a conocer su presencia si ella no hubiese disparado. Aquella pregunta no era el fruto de una amistad.
—No —mintió instintivamente—. No estoy sola.
Los músculos de él se tensaron. Un hombre listo para todo, incluso para pelear. Con un bebé en la espalda.
—¿Quién está contigo? —preguntó mientras miraba con detenimiento hacia la cabaña que estaba detrás de ella.
—No es de tu incumbencia.
—¿Quién está contigo?