Amor sin contrato
Por Janice Maynard
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Cuando Katie Duncan accedió a trabajar con el hermano de su jefe, sabía que se metía en la boca del lobo. El hombre con el que viviría era su antiguo amante, el multimillonario Quinten Stone. La pasión había durado hasta que Katie no pudo seguir aceptando el adinerado mundo de Quinten. Se marchó para salvarse. Ahora, el poderoso director ejecutivo había vuelto a su vida, tan tentador como siempre, y empeñado a toda costa en seducirla para volver a llevársela a la cama.
Janice Maynard
In 2002 Janice Maynard left a career as an elementary teacher to pursue writing full-time. Her first love is creating sexy, character-driven, contemporary romance. She has written for Kensington and NAL, and is very happy to be part of the Harlequin family--a lifelong dream. Janice and her husband live in the shadow of the Great Smoky Mountains. They love to hike and travel. Visit her at www.JaniceMaynard.com.
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Amor sin contrato - Janice Maynard
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Janice Maynard
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor sin contrato, n.º 189 - mayo 2021
Título original: After Hours Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-393-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
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Capítulo Uno
Los hermanos mayores de Quinten Stone llevaban toda la vida sacándolo de quicio, pero esa vez habían ido demasiado lejos. Debido a su intromisión, la examante de Quinten iba de camino a su aislada casa para vivir y trabajar con él un mes o algo más. Quinten no sabía cómo sobreviviría.
A los veintiocho años, era el director ejecutivo de la empresa de equipamiento para actividades al aire libre que poseía con sus hermanos. Eso, de por sí, ya era suficiente responsabilidad como para tener que compaginarla con tener que hacer frente a los sentimientos no resueltos que experimentaba hacia la mujer que lo había abandonado.
Estaba a punto de estallar.
–Vosotros dos, dejad de entrometeros en mi vida. Soy yo quien toma las decisiones.
Pero ya era tarde.
Katie había aceptado ir y él no iba a consentir, bajo ningún concepto, que creyera que su presencia lo afectaba, que su traición le había herido.
Los tres hermanos se hallaban sentados en enormes sillones frente a la gran chimenea de piedra. Si hubieran querido, podían haber asado un cerdo en ella, y aún les habría sobrado sitio. Pero estaban en julio, en Maine, así que la chimenea estaba vacía.
Farrell, el mayor de los hermanos Stone, más conocido como el «genio loco» cuando Zachary y Quentin querían burlarse de él, se inclinó hacia delante con el ceño fruncido.
–Últimamente te has comportado como un estúpido, Quin. Según el cirujano, te arriesgas a lesionarte de por vida si no haces lo que dice. Puede que no vuelvas a esquiar si no te das un tiempo para curarte.
A Quin se le hizo un nudo en el estómago ante la idea de no volver a esquiar.
Esquiar era lo que más amaba en la vida, después de a sus hermanos y la empresa. Y no hacía tanto que había sido uno de los mejores esquiadores del mundo.
Observó la roja cicatriz que le dividía la rodilla. Año y medio antes, en el accidente de coche que había arrebatado la vida a su padre, la pierna derecha le quedó destrozada. Le operaron tres veces, y en la última le pusieron una prótesis. Tras seis semanas de agotadora rehabilitación volvió a caminar con normalidad, pero el cirujano insistía en que los ligamentos y tendones necesitaban tiempo para recuperarse.
Quinten no se hallaría en aquella situación si hubiera sido prudente después de las dos primeras operaciones, pero ansiaba demostrar que seguía siendo el mismo hombre que antes del accidente. Así que, el día de Año Nuevo, se puso los esquís y se lanzó por una pronunciada pendiente en Vermont.
Por desgracia, le falló la rodilla, que no estaba totalmente rehabilitada, se cayó y acabó chocando con un grupo de árboles del borde de la pista. Recibió ayuda inmediata, pero el daño estaba hecho. La pierna estaba tan dañada que no pudieron curársela. Por eso le habían puesto una prótesis completa. A cada doloroso paso, aumentaba su decisión de recuperar su vida.
Ansiaba volver a esquiar, llevar su parte de la empresa familiar y disfrutar de un sexo en el que no intervinieran los sentimientos. ¿Era mucho pedir?
Como Quin no contestaba, Zachary siguió sermoneándolo con suavidad.
–El médico quiere que te lo tomes con calma seis semanas más. Con Katie aquí para ayudarte a trabajar desde casa, podrás descansar y no desatender tus responsabilidades. Es la solución ideal, Quin. Inténtalo.
Los hermanos tenían una pista de aterrizaje, un pequeño avión y un helicóptero. De todos modos, ninguno de ellos pasaba más de dos o tres días a la semana en la sede de la empresa. Pero era la idea de que le cortaran las alas lo que hacía que a Quin le pareciera que se ahogaba. O tal vez, lo que le oprimía el pecho fuera tener que ver de nuevo a Katie.
–No me gusta tener en casa a desconocidos –masculló.
Farell sonrió.
–No digas que Katie es una desconocida. La conocemos de toda la vida. Durante mes y medio, voy a prescindir, de mala gana, de mi secretaria, increíblemente eficiente.
Quin se levantó y comenzó a pasear por la habitación. El cerco se iba estrechando. Hacía dos años, Katie y él habían mantenido la relación en secreto. Y ella lo había abandonado sin ninguna explicación.
Katie llevaba seis años trabajando para Stone River Outdoors, pero Quin no se sentía cómodo teniendo que volver a verla, cuando ella había cortado la relación. Por no mencionar que su orgullo le había impedido preguntarle los motivos.
Nadie sabía nada sobre su relación con Katie. Ella no quería que hubiera habladurías y él estuvo de acuerdo. Ahora no podía decir a sus hermanos la verdad.
Katie era la última persona que quería tener en su casa. Ella le había dejado muy claro que habían terminado. Vivir juntos y solos en los bosques de Maine le resultaría extremadamente incómodo. Aunque hubiera problemas no resueltos entre ellos, no le cabía duda que la química seguía existiendo.
–¿Y mi secretaria? –preguntó. Había heredado a la amable empleada tras la muerte de su padre. La mujer llevaba trabajando en la empresa desde que Bush padre era presidente. Estaba apegada a sus costumbres y la tecnología la desconcertaba. Pero, al menos, no era Katie.
Farrell hizo una mueca.
–En primer lugar, es un desastre. Podemos hacerle una buena oferta para que se jubile. Katie te ayudará a encontrar una sustituta.
Quin inhaló con fuerza ante la idea de que Katie lo ayudara en lo que fuera. Apretó los dientes.
–¿Qué te dijo Katie cuando le pediste que viniera? –Katie y él habían conseguido evitarse casi todo el tiempo desde la ruptura. Sin embargo, ella había acudido al funeral de su padre.
A pesar de todo, a Quin le consoló su presencia.
Zachary se levantó y se desperezó.
–Nos dijo que haría lo que fuera necesario para que Stone River Outdoors siguiera funcionando. Es encantadora. Es mucho pedirle que te soporte.
–Es verdad –Farrell consultó su reloj–. Me tengo que ir. Tengo una cita con un contratista dentro de veinte minutos.
Los hermanos llevaban tiempo sospechando que eran víctimas de espionaje industrial. Dos de los diseños de Farrell habían sido copiados y lanzados al mercado. Eran de inferior calidad y no exactamente iguales que aquellos en los que trabajaba, pero se parecían lo suficiente para despertar sospechas.
Para enfrentarse a tan inquietante posibilidad, Farrell decidió hacer algunos cambios. Iba a trabajar exclusivamente en su residencia de verano, allí, en la costa norte de Maine, durante unos meses, en vez de en el laboratorio de la sede de Portland. De ahí la cita con el contratista.
Quin notó el sabor del pánico.
–Puedo trabajar desde casa yo solo. No necesito ayuda ni tampoco una niñera. Os prometo que me lo tomaré con calma.
Sus hermanos lo miraron con una expresión de compasión que le sentó como si le estuvieran echando ácido por la cabeza. Farrell agitó las llaves.
–Te conocemos. Estiras y estiras de la cuerda como si solamente tu fuerza de voluntad pudiera curarte. Pero las cosas no funcionan así. Seis semanas no es tanto tiempo, Quin. Y no vamos a abandonarte. Te vendremos a visitar con frecuencia. No es una condena a prisión.
Zachary suspiró.
–Todo esto es terrible, Quin: perder a papá, el accidente, que te hayas quedado al margen por motivos de salud… Lo entiendo. Sé que estás al borde del abismo. Pero si haces caso al médico, serás un hombre nuevo.
Katie se había visto en un aprieto al dar su palabra a Farrell y Zachary. Farrell era su jefe; Zachary, quien le firmaba los cheques.
Aunque los dos habían insistido en que su participación en aquel experimento poco ortodoxo era completamente voluntaria, no podía negarse y quedarse con la conciencia tranquila. Stone River Outdoors la necesitaba.
Quinten la necesitaba.
Notó que la ansiedad crecía en su interior, a pesar de que hacía un precioso día de verano, en que el sol brillaba en el cielo azul.
En Ellsworth, tomó una carretera menos frecuentada para llegar a Stone River. Solo los habitantes de los alrededores circulaban por ella. No había mucho que ver, salvo los campos, los bosques, los estanques y los lagos.
Su inminente reencuentro con Quinten le produjo un nudo en el estómago. Notó las manos sudorosas al apretar el volante. Hacía dos años que él había sido su amante, lo cual, incluso ahora, la desconcertaba.
Quinten Stone era un rico e impresionante deportista y playboy. Después de perder una medalla de oro por medio segundo, cuando era adolescente, siguió compitiendo en el escenario del mundo. Tanto él como sus hermanos estaban acostumbrados a viajar por todo el planeta.
A pesar de la mutua atracción, su vida y la de Quin, así como sus valores, eran muy distintos. Ella creía que el dinero servía para ayudar a los demás; él se gastaba su fortuna de forma temeraria, como demostraban sus escandalosos intentos de impresionarla con ella.
A Katie le daban igual los viajes y los regalos, por muy agradables que fueran. Ansiaba una relación íntima y profunda. Pero Quin era uno de los hombres menos dispuestos al compromiso emocional que conocía.
Cuando el GPS perdió la señal, se vio obligada a prestar atención a la carretera, en vez de seguir pensando en Quin.
Al final, halló el sitio donde debía girar. Era la primera vez que estaba tan al norte de Maine, pero había visto fotografías aéreas. Tres casas espectaculares se hallaban en promontorios rocosos con vistas al mar. Hacía casi dos siglos que un antepasado de la familia Stone había adquirido un enorme terreno virgen y había puesto su apellido al pequeño río que serpenteaba por la propiedad.
La habían avisado de que había un verja de entrada y disponía del código de acceso. El camino adoquinado debía de haberles costado muy caro, pero era necesario porque, además de Land Rovers y vehículos todoterreno, a los hermanos les gustaban los coches que no soportaban ser maltratados.
El preferido de Quinten era un precioso Ferrari negro. Una vez, durante su corta relación, él la había llevado en el elegante vehículo a medianoche. Se alejaron de Portland por una carretera de dos carriles bastante recta. La velocidad a la que Quin conducía era excitante.
Incluso ahora, Katie recordaba el viento en las mejillas y su sobresalto cada vez que Quin aceleraba. Él estaba en su elemento, riéndose y burlándose de ella cuando gritaba.
Más tarde halló un sendero aislado donde le hizo el amor sobre el capó aún caliente.
Katie respiró hondo y notó que se le endurecían los pezones. Todo lo referente a Quinten Stone le había parecido perfecto, si no tenía en cuenta los ceros de su cuenta corriente ni su incapacidad de relacionarse emocionalmente con una mujer.
Olvidarse de aquellos dolorosos recuerdos no sería fácil. Probablemente fuera imposible.
A su alrededor, el bosque creaba un túnel de verdor: fresnos, álamos, pinos, hayas, nogales, enebros y abetos. No era de