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Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos
Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos
Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos
Libro electrónico362 páginas9 horas

Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos

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El Origen de los Antiguos es la primera novela escrita por Karin Pickard de la fabulosa saga de Los guerreros de la mente, que busca innovar el gnero de la ciencia ficcin por su originalidad y su estilo fresco y atractivo.
Esta obra est basada en una milenaria civilizacin aliengena que florece en el planeta de Aesir, y aunque es una cultura con un desarrollo tecnolgico y social sin precedente, el lector descubrir aspectos y conductas tan parecidas a la raza humana que le har pensar si en realidad es ficcin o hay algo ms que se quiere ocultar de la luz pblica.
Cinco jvenes del planeta Aesir comenzarn una carrera contra el tiempo para salvar no solo a su propio pueblo, sino tambin el futuro de la vida en el universo. De ser llamados hroes, pasarn a ser perseguidos por aquellos que alguna vez fueron sus maestros y amigos. Utilizarn todos sus poderes y conocimientos para ganar la batalla por el derecho a la vida y a la libertad sin saber que ese seria el comienzo de una guerra milenaria que ha alcanzado todos los rincones del universo, incluso al mismo planeta Tierra.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento7 nov 2014
ISBN9781463393038
Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos
Autor

Karin Pickard

Karin Pickard nació en la Ciudad de México en la década de 1980 y la lectura fue una afición que tuvo desde muy pequeña. Aunque realizó estudios en economía y comercio internacional, su pasatiempo fue investigar sobre varios temas. Desde la adolescencia, desarrolló un especial interés en la ciencia ficción siendo influenciada por obras como Los carros de los dioses de Erich Von Däniken. Ya de adulta, comenzó a escribir combinando en su obra todo aquello que le apasionaba, lo cual dio como resultado la saga de Los guerreros de la mente.

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    Los Guerreros De La Mente Y El Origen De Los Antiguos - Karin Pickard

    LOS GUERREROS

    DE LA MENTE

    y el origen de los antiguos

    KARIN PICKARD

    Copyright © 2014 por Karin Pickard.

    INDAUTOR 03-2014-062712322000-01

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014919858

    ISBN:   Tapa Dura   978-1-4633-9298-7

    Tapa Blanda   978-1-4633-9299-4

    Libro Electrónico   978-1-4633-9303-8

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 05/11/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    669660

    ÍNDICE

    DEDICATORIA

    CAPÍTULO 1

    LAS ESTELAS DE CHICHÉN ITZÁ

    CAPÍTULO 2

    LA REVELACIÓN DEL ORIGEN

    CAPÍTULO 3

    LOS PAISAJES DE UN INCREÍBLE PLANETA

    CAPÍTULO 4

    EL COLAPSO DE LA ARMONÍA PERFECTA

    CAPÍTULO 5

    LA FALSA SALVACIÓN DE AESIR

    DEDICATORIA

    Este libro está dedicado a la alegría de la vida. La alegría que siento por la hermosa familia que tengo, y ahora menciono cada parte que han aportado a mi corazón:

    A mi esposo: por darme la fe para escribir este libro, pero sobre todo por la hermosa historia de amor que escribimos día con día.

    A mi hija: por darme la fe en la vida, por aquellas noches que la veo dormida y me hace recordar que la magia aún existe a pesar de la realidad

    A mi madre: por siempre estar a mi lado, por ese amor incondicional, por sus consejos y guía sin la cual me habría perdido el camino hace mucho tiempo

    A mis amigos: Por estar conmigo cuando más lo necesite

    Y finalmente y no menos importante, gracias a esa fuerza que nos mueve a todos, a esa fuerza que nos hace dar lo mejor de nosotros aun cuando la vida te muestra su peor cara. A esa fuerza que le ha dado alas al hombre, que lo ha llevado a las estrellas…… sigan sus sueños alcancen su estrella y no la suelten.

    CAPÍTULO 1

    LAS ESTELAS DE CHICHÉN ITZÁ

    ¿Alguna vez se han puesto a pensar en el origen de la vida? ¿Qué pudo detonar que unos cuantos químicos en un caldo primordial generaran la primera célula? ¿En realidad la vida es un evento tan raro que los seres humanos somos los únicos en todo el universo?

    Es muy ingenuo, o tal vez muy soberbio de nuestra parte pensar que somos los únicos en la inmensidad del espacio. ¿Realmente hemos avanzado desde que nos hicieron creer que la Tierra es el centro del universo? No, no lo hemos hecho, ya que seguimos sintiéndonos el centro del universo al pensar que este pequeño planeta azul es el único capaz de albergar la vida y que, por tanto, los seres humanos somos los seres más evolucionados de todo el cosmos.

    Miren al cielo en una noche estrellada y pregúntense qué hay más allá de lo que nuestros ojos alcanzan a ver. ¿Por qué no hemos sido capaces de contactar con otros mundos o siquiera de encontrar algún mundo cercano capaz de albergar vida? Volvemos al punto de la soberbia de nuestros científicos, el concepto de vida no es solo lo que conocemos. Ese es nuestro problema, la vida es tan fuerte y tan variada, que durante miles de millones de años se ha inventado y reinventado a sí misma, que puede presentarse en formas que las mentes jóvenes y aún muy cerradas de nosotros, los seres humanos, no comprenderían.

    ¿Qué pasaría si les dijeran que todo lo que creen o todo lo que les han enseñado está obsoleto? Que culturas milenarias como los mayas, egipcios, hindúes e incluso los antiguos sumerios hace más de tres mil años ya tenían conocimiento de que los seres humanos no somos los únicos en el universo y que hay otras civilizaciones. Pero ¿por qué cavar para conocer su historia, si debemos ver hacia el cielo para recuperarla? Nuestro origen no está en la tierra, está en el cielo. Son muchas preguntas, y no podríamos contestar a todas ellas con los pocos vestigios que han dejado nuestros ancestros. ¿O realmente hay más enterrado en la tierra de lo que se ha pensado?

    Las respuestas están contenidas en la historia de la civilización más grande de todo el universo, un relato tan asombroso y a la vez tan parecido a la realidad en la tierra, que en verdad los puede dejar reflexionando y hasta dudando si solo es una historia o es la realidad oculta por miles de años. Solo les pido que mantengan abierta su mente, pero aún más, abierto su corazón a mi verdad y, tal vez, vean los restos arqueológicos con nuevos ojos y, algún día, tengan el valor de buscar el verdadero origen de la humanidad y el alto costo que se tuvo que pagar por la existencia que se podría llamar «normal».

    El inicio de las respuestas se encuentra en siete estelas mayas que los españoles encontraron en Chichén Itzá, para ser más precisos dentro del templo de Kukulcán. Al principio, pensaron que eran de jade, ya que son de un verde muy hermoso y casi radiante; sin embargo, son más livianas que el algodón y más resistentes que cualquier metal que se conociera en la época. De acuerdo a los relatos del señor Canek, último rey de Chichén Itzá, estas estelas les fueron concedidas a los mayas por el dios Kukulcán. Los jeroglíficos en las estelas eran muy diferentes a la escritura en los muros del templo. Los soldados españoles se quedaron fascinados por ellas.

    En el siglo xvi, a la par de la conquista de México, llegó la evangelización y, con ella, los predicadores. El obispo Diego de Landa, arzobispo de Yucatán durante los primeros años después de la conquista, automáticamente incluyó estas misteriosas estelas en la lista de blasfemias indígenas que debían destruirse en nombre de la evangelización. Sin embargo, cuál sería la sorpresa de los soldados españoles cuando «nada» parecía poder destruirlas. Lo intentaron con todo: golpearlas, dejarles caer pesados bloques de piedra, pegarles con un mazo; pero la sorpresa mayor fue que, cuando la expusieron al fuego, ni siquiera lograron que el material se quemara o se calentara. Cuando el arzobispo Landa mandó este reporte al papa Clemente VII, este ordenó que se enviaran de inmediato al Vaticano, ya que consideraron que eran una amenaza a las misiones evangelizadoras. Pasarían más de cuatrocientos años hasta que un suceso devolvió el interés del Vaticano en estas siete estelas.

    Un día se registró un inusitado apagón en las catacumbas donde se encuentran las bóvedas secretas del Vaticano. Al revisar las causas, los técnicos se dieron cuenta de que había sido por un pulso electromagnético y, al rastrear la fuente, todos los aparatos señalaron a nuestras misteriosas estelas, las cuales ya no eran de un verde radiante, sino casi transparentes. Este evento detonó un exhaustivo estudio. Los investigadores se toparon con el mismo problema que los soldados del siglo xvi: eran demasiado duras como para poder tomar muestras, así que solo las metieron por un par de meses más en unas cajas de concreto y acero.

    No fue sino hasta 1967 que llegó a las bóvedas del Vaticano una nueva casta de investigadores, los protectus fides («protectores de la fe»): sacerdotes que habían sido enviados por el mismo Papa a las mejores universidades y centros de investigación del mundo para crear «poderosas armas de fe». Tenían todo el conocimiento, pero estaban mudos y atados por la misma fe.

    La primera tarea de los protectus fides fue catalogar todos los objetos que se encontraban en la bóveda del Vaticano, que iban desde fósiles desconocidos para la ciencia y joyas provenientes de todas las culturas del mundo hasta documentos que comprometían a poderosas personalidades a nivel mundial. En fin, sería un trabajo muy duro, pero tenía una razón. La Iglesia no recurre a la ciencia con mucha frecuencia, claro, si no es por una buena causa, y el motivo que siempre ha movido a todas las instituciones que toman o influyen en el futuro del mundo es el poder. El Vaticano estaba en crisis, ya que las bases sobre las cuales estaba sustentado todo su poder se estaban derrumbando; la tecnología estaba despertando a la humanidad y ahora utilizarían esa misma tecnología para volver a tener el poder absoluto.

    Siglos atrás, la Iglesia se podía dar el lujo de ocultar todos aquellos objetos que consideraba blasfemos. Para ella, eran peligrosos porque podrían despertar la mente del hombre y quitarle su principal poder, que no es sino el poder de decirnos cómo y qué pensar. La Iglesia ya no era la dueña de las grandes respuestas del universo; ahora buscaba el verdadero origen de lo divino. Si controlas el origen de la vida, controlas el mundo. Así que comenzaron a buscar este secreto en lo que tuvieron a la mano, en todos aquellos objetos que fueron de origen celestial para las culturas a las cuales alguna vez pertenecieron. Las estelas mayas no solo eran consideradas como supuestos objetos celestiales, sino que habían demostrado tener un poder que la Iglesia deseaba desesperadamente descubrir y controlar, por lo que se le encomendó al joven sacerdote Alessandro di Stefano que las investigara.

    Lo que pudo determinar, después de numerosas pruebas, fue que no estaban hechas ni contenían ningún elemento de la tabla periódica. Averiguó que no solo eran superconductoras de energía, sino también que eran capaces de convertir la energía; es decir, al someterlas a un intenso calor, no se calentaban, sin embargo, esa energía podían convertirla momentos después en una electricidad tan intensa capaz de mantener encendida un ciudad como el Vaticano por más de una semana. Al sumergirlas en hidrógeno líquido, pudo comprobar que tampoco se enfriaban, en cambio, volvían a ser de color verde brillante. El padre Di Stefano estaba autorizado para hacer cualquier estudio a las estelas mayas, todo excepto lo más obvio e intrigante: tratar de descifrar los símbolos grabados. Vuela en la mente del sacerdote: «¿Quiénes y cómo pudieron grabar sobre este material en el cual ningún aparato del hombre pudo ser capaz de hacer siquiera una leve marca o un rasguño? ¿A qué cultura pertenecen, ya que no tiene en común nada con los mayas, quienes, al parecer, las tuvieron en sus manos por siglos?». Al no tener en su composición química ningún elemento conocido por el hombre, tampoco fue posible determinar su antigüedad, ya que las pruebas para hacerlo están basadas en la cantidad de carbono 14 que tiene un objeto y, en este caso, no había nada de carbono que los ayudara a establecer cuándo habían sido hechas y tal vez por quién.

    Las estelas mayas se convirtieron en la obsesión del padre Di Stefano, y, para ese momento, jamás hubiera podido imaginar lo que esto traería a su vida. Él siguió con la línea de investigación que marcó la alta jerarquía del Vaticano y pasó su reporte. En él, especificaba que las estelas estaban hechas de un material de origen desconocido, ya que no contenían ningún elemento de la tabla periódica, y que tenían propiedades superconductoras y superconvertidoras, dada su capacidad de almacenar y liberar energía por motivos que no había podido determinar. La explicación al pulso electromagnético que dio lugar al apagón de las bóvedas del Vaticano fue que las estelas estuvieron expuestas por muchos años a la luz parcial de las vitrinas de alta seguridad y que convirtieron esa energía luminosa en electromagnética. Incluyó la recomendación de que se les realizaran más pruebas para determinar cómo convertían la energía y qué condiciones hacían que liberaran la energía convertida, así como también para verificar si eran o no un riesgo para la preservación misma de la bóveda. El padre Di Stefano era el protegido del cardenal Carlos Ferreti, quien era nada más y nada menos que el brazo derecho del papa Pablo VI, así que tuvo acceso a las estelas por los siguientes quince años. Lo que nunca supieron las personas de alta jerarquía en el Vaticano es que llevaba un registro alterno que él mismo bautizó como «Los diarios Di Stefano» y en el que asentó todos los hallazgos reportados y no reportados de las estelas y sus propiedades. Con los años, descubrió que, cuando se exponían a la luz solar, se tornaban de un amarillo traslúcido y que irradiaban una energía que propiciaba la regeneración celular. Este descubrimiento fue hecho casi por accidente, cuando, durante uno de los experimentos, uno de sus asistentes se repuso de manera milagrosa de un resfriado y él mismo se alivió de un dolor en la pierna que lo había molestado desde su juventud, cuando se lesionó la rodilla en un partido de futbol. Expuso diversos animales lastimados a los rayos amarillos de las estelas, y mejoraron con una velocidad extremadamente mayor a la de animales similares con las mismas afecciones que no fueron expuestos. De pronto, los relatos del obispo De Landa sobre la longevidad de los mayas tomó sentido para él: los mayas estaban expuestos a estos rayos «curativos» por lo que, si estaban enfermos, se curaban y, si estaban sanos, sus células se regeneraban y obtenían una vida más larga.

    Estos y otros muchos hallazgos fueron incluidos en los reportes oficiales al Vaticano, lo que fue anotado solo en «Los diarios Di Stefano» fue que, con cada nuevo tipo de energía a la cual se sometían las estelas, un símbolo diferente se encendía y, acto siguiente, la energía transformada se liberaba. Para la Iglesia, la forma en la que funcionaban estas estelas permanecía en el misterio, pero no para el padre Di Stefano y sus diarios. Con el tiempo, logró descifrar los símbolos que pertenecían a los diferentes tipos de energía, así como las diferentes conversiones: la energía luminosa se transformaba en energía electromagnética y viceversa; la energía solar en un tipo de radiación curativa desconocida para el hombre; la energía calorífica en energía eléctrica y viceversa; la energía atómica en energía eólica y viceversa. El religioso estaba en una carrera contra el tiempo, se le acababan los nuevos tipos de experimentos para aplicar a las estelas y necesitaba poder estudiar e intentar descifrar los misteriosos símbolos. No tenían comparación con nada en ningún tipo de escritura registrada en la Tierra. Lo poco que pudo descubrir con el paso de los años es un parámetro entre símbolos, una especie de glifo emblema que, en la escritura maya, se refería, por lo regular, a un título nobiliario o una persona o actividad.

    A mediados de la década de 1980, la Iglesia estaba a punto de cancelar los fondos para el proyecto «Estela». Una noche, el padre Di Stefano entró a las catacumbas del Vaticano tal vez por última vez y puso una de las estelas en su mesa de análisis. Resignado a tener que dejar su gran pasión a un lado, comenzó a abrir un par de cartas que le habían llegado. Por accidente, se cortó, y unas gotas de sangre cayeron sobre la estela. De repente, imágenes de su vida se reprodujeron en esta, como si fuera un televisor. En el momento en que la tocó, comenzaron a transferirse a su mente una serie de imágenes y conocimientos, y todos los símbolos comenzaron a encenderse en un cierto orden, como si cada símbolo relatara un evento o una parte de una historia. De pronto, una palabra nueva apareció en todas las estelas:

    image001.jpg

    Pat anakorhort («Abre tu mente»)

    Sus manos empezaron a moverse; por un instante, ya no obedecían a su cerebro, eran manejadas por otra conciencia, por otro ser.

    Cuando despertó, se encontraba en el suelo, con un terrible dolor de cabeza y una serie de glifos en una página de su diario que, de pronto, pudo traducir, mas no tenían sentido para él.

    image003.jpg

    Chichén Itzá, 204958N88347O

    image005.jpg

    Lagash miyanduran, 38260N394622E

    image007.jpg

    Al Batra, 301950N352636E

    image009.jpg

    Tebas, 254359N32360E

    image011.jpg

    Ankorthom – ankorwat, 132445N1035200E

    image013.jpg

    Tiahuanaco, 163317S684024O

    image015.jpg

    Sukthokaithaial, 221839N723711E

    En su mente revoloteaban también imágenes sin sentido de otro tiempo, de criaturas que hablaban otras lenguas, que extrañamente comprendía. ¿Fue esto un sueño? Se preguntaba, una y otra vez.

    Conforme pasaban los días, estas imágenes tomaban sentido en sus sueños. Se convirtieron en una historia que se volvió parte de su vida, y algo en su interior le decía que no era solo mitología de un antiguo pueblo desconocido: había demasiados detalles. Comenzó a grabarse mientras dormía, ya que, de alguna forma, se encontraba consciente mientras soñaba y se dio cuenta de que «hablaba dormido». Acumuló más de veinte horas de cintas. Para ese entonces, el proyecto «Estela» se había cancelado; las estelas mayas estaban fuera de su alcance, pero él ahora tenía algo invaluable: los registros en sus diarios, así como su conocimiento de los símbolos.

    El Vaticano le encomendó ser el director de una prestigiada escuela privada para niñas de nombre George Town Visitation Preparatory School, ubicada en Washington D.C. en los Estados Unidos.

    Una tarde después del día de Acción de Gracias, se encontró con un viejo amigo de la universidad llamado Peter Archer, quien ahora era arqueólogo investigador en el museo Smithsoniano. Conversaron por un par de minutos e intercambiaron números telefónicos.

    A la semana siguiente, el padre Di Stefano se encontraba en su oficina en la escuela. Encima de su escritorio se hallaban sus diarios y las cintas de las grabaciones de sus sueños. Seguía en su mente la inquietud de investigar más acerca de las estelas; sin embargo, comprendió que era algo demasiado grande, que necesitaba ayuda. Decidió que debía probar a su amigo para ver si podía o no confiar en él. Sabía que el Vaticano lo mantenía bajo cierta vigilancia debido a todos los artefactos a los que tuvo acceso en la bóveda, y que la más mínima indiscreción con la persona equivocada podía poner su vida en riesgo. La Santa Iglesia Católica no perdona. Después de unas horas de deliberar internamente y con la tarjeta de su amigo en la mano, decidió citarlo y poner su vida en manos del destino. Era más fuerte su deseo de averiguar más acerca de sus adoradas estelas.

    La llamada con el Dr. Archer fue muy extraña; lo que el doctor pensaba que era una plática casual con un viejo amigo se convirtió en una misión tipo espía algo divertida. Su amigo lo citaba en una caseta telefónica, luego el teléfono sonaba y le pedía verse en un sitio diferente; llegaba a ese sitio y encontraba una nota referenciando un lugar distinto.

    Al fin, terminaron en una bodega a las afueras de Washington, que el sacerdote había acondicionado para seguir con sus estudios de las estelas. Ambos hombres se sentaron en una improvisada sala; el religioso sirvió un par de whiskys y comenzó relatando al Dr. Archer cómo fue reclutado en el seminario de Roma por la Iglesia para formar parte de los protectus fides.

    —¿Recuerdas que estábamos en la universidad de Milán cursando el último año, tú en arqueología y yo en física? Tú regresaste a Norteamérica y yo me quedé como parte del grupo de investigación del padre Alesso. Un día, me pidió que me quedara hasta tarde, ya que tenía que discutir un tema conmigo. Yo acepté, claro. Al terminar la jornada en el laboratorio, el padre Alesso llegó con el cardenal Ferreti, y me invitaron a cenar. Platicamos de muchas cosas, pero en verdad me sentí como en un examen de teología, en el cual cuestionaron todo sobre mi fe católica. Al final y sin que me lo esperara, me preguntaron si no me interesaba ingresar al seminario en Roma. Antes de que pudiera emitir palabra, el cardenal Ferreti me dijo que mi devoción tendría una gran recompensa, ya que la Iglesia Católica podría costear mi posgrado en el MIT (Michigan Institute of Technology). Yo, por supuesto, acepté de inmediato aunque realmente nunca sentí una verdadera vocación sacerdotal. En cuanto me ordené y terminé mi maestría, me comisionaron dirigir el proyecto «Estela», ya que el cardenal Ferreti me había tomado como su discípulo. Así fue como llegaron a mi vida las estelas —comentó el padre Di Stefano. También le contó al Dr. Archer todo lo que había descubierto, el lapsus durante el cual perdió el sentido, lo que vio reflejado en las estelas, sus diarios y grabaciones.

    El Dr. Archer escuchaba todo atónito, entre incrédulo y asombrado. Al cabo de unas horas, el padre Di Stefano le mostró la última página de su diario, donde había escrito en trance esos símbolos, así como las traducciones. Para el padre Di Stefano no habían tenido sentido, pero para los ojos de un experimentado arqueólogo fueron como la luz en la oscuridad.

    —¡Miyanduran es «Mesopotamia» en persa antiguo! —exclamó—. Y, mi querido amigo, te puedo apostar que tus números sin sentido son coordenadas.

    Buscó frenético un atlas mundial o un mapa en la repisa sobre la que había libros varios. El religioso solo lo miraba, como no comprendiendo lo que su amigo trataba de explicarle. De repente, el Dr. Archer dio media vuelta y vio un globo terráqueo, polvoso y semitapado en una mesa de esquina. Corrió hacia él y lo trajo.

    —¿No ves, mi querido amigo? —Le mostraba el globo terráqueo al padre mientras lo sacudía un poco—. 38 26 0 N 39 46 22 E es, en realidad, 38 grados 26 minutos 0 segundos norte, 39 grados 46 minutos 22 segundos este. Mira el globo terráqueo: son las coordenadas donde, de hecho, estaba localizada la antigua Lagash, ciudad principal de la Mesopotamia en el apogeo de la cultura Sumeria.

    El Dr. Archer se llevó las manos a la cabeza y miró al sacerdote con una emoción que apenas podía contener.

    —¿Dónde dices que se encontraron las estelas que estudiaste? —le preguntó.

    —En Chichén Itzá, México.

    El Dr. Archer prácticamente pasó brincando todos los sillones de la improvisada sala para dirigirse a la mesa donde estaban los diarios de Di Stefano. Buscó frenético la última hoja donde el religioso había anotado los símbolos mientras se encontraba en trance y concentró su atención en la primera línea de símbolos y su traducción.

    —¿De verdad no lo ves? —le dijo.

    —¡Habla claro, Peter! —pidió el cura.

    El doctor tomó un respiro, se llevó una mano al pecho y la otra a la cabeza, se dirigió donde estaba su amigo y ambos se sentaron nuevamente en la pequeña sala. Después de tomarse prácticamente de un trago el whisky que el sacerdote le sirvió, fue por el globo terráqueo, jaló una mesita, lo puso en frente y comenzó a explicar:

    —Los primeros símbolos, de acuerdo a tu traducción, dicen «Chichén Itzá 20 49 58 N 88 34 7 O». Lo que tú crees que son números sin sentido son, en realidad, las coordenadas geográficas de donde se encuentra ubicada la ciudad.

    El cura le arrebató de las manos el globo terráqueo y todo tuvo sentido para él.

    —Si aplicamos el mismo concepto para el resto de las líneas, esto es lo que resulta —el Dr. Archer siguió explicando—: Al Batra es Petra, es su traducción en árabe antiguo, y tus números son las coordenadas donde está la ciudad: 30 grados 19 minutos 50 segundos norte, 35 grados 26 minutos 36 segundos este. Tebas y sus coordenadas: 25 grados 43 minutos 59 segundos norte, 32 grados 36 minutos 0 segundos este. Ankor Thom – Ankor Wat, la ciudad templo en Indonesia y sus coordenadas: 13 grados 24 minutos 45 segundos norte, 103 grados 52 minutos 0 segundos este. Tiahuanaco, la ciudad preincaica en Perú, apenas estudiada. Coordenadas: 16 grados 33 minutos 17 segundos sur, 68 grados 40 minutos 24 segundos oeste. Amigo —exclamó el doctor—, tomando en cuenta que tus estelas fueron encontradas en Chichén Itzá, en las ciudades que indican las coordenadas debemos encontrar algo más, otros artefactos, otras estelas… ¿No lo ves? Es un mensaje que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, te fue revelado a ti.

    El religioso exclamó:

    —Tu teoría tiene mucho sentido. Ahora sé por qué presentía que tú eras la persona adecuada para ayudarme con mi investigación. Recuerdo una frase que me decía un profesor de filosofía en la universidad: «El primer secreto de sabiduría es saber quién es el que sabe». Y, según veo, eres el más calificado en el tema, pero ¿qué me dices de la última? Esa ciudad no existe o, al menos, no la he oído nombrar… Sukthokai Thaial 221839N 723711E.

    —Sukthokai Thaial, mmm… Esta es difícil. Este nombre parece ser de origen hindú y, bueno, las coordenadas 22 grados 18 minutos 39 segundos norte, 72 grados 37 minutos 11 segundos este corresponden… ¡Ahhhh! Al golfo de Khambhat en la India.

    —¡Ahí no hay una ciudad! ¡Solo hay agua! —exclamó el padre—. Un golpe duro a tu teoría, mi querido doctor.

    —Un momento, mi querido amigo —replicó el Dr. Archer—. Hemos recibido reportes de una empresa contratada por la British Petroleum que se dedica a hacer exploración subacuática para buscar yacimientos de petroleo desconocidos. En dichos reportes muestran que, justo en el golfo de Khambhat hay formaciones rocosas muy extrañas; al parecer son vestigios de una ciudad muy grande. Todo esto 40 metros bajo el mar para ser exactos.

    La expresión del padre Di Stefano pasó de asombro a suspicacia.

    —¿Recibimos? ¿Quiénes? ¿En el museo Smithsoniano? —preguntó.

    El doctor hizo un gesto de zozobra que hizo temblar al cura.

    —¡Habla, Archer, te lo ruego! —le suplicó al doctor—. Perfecto, esto es simplemente perfecto, ¡acabo de firmar mi sentencia de muerte! —exclamó.

    Mientras tomaba sus cosas e intentaba salir de la bodega, todo temeroso, el Dr. Archer lo detuvo y le hizo también una confesión:

    —Amigo, por favor, no desconfíes y escúchame, con nadie más que conmigo puedes estar a salvo. Como yo te escuché, ahora te pido la misma oportunidad.

    El sacerdote, con su enorme conocimiento de la sinceridad de la gente, dado su entrenamiento y experiencia, pudo ver verdad en sus ojos y exclamó:

    —Te escucho, Peter.

    Ambos regresaron a la sala, se sirvieron otro whisky y el sacerdote escuchó con atención.

    —Yo, al igual que tú, fui reclutado —exclamó el doctor—, pero no por alguien que quisiera conocer la verdad para saber qué tan dañina era para la «fe» y así poder enterrarla o, por el contrario, usarla para su beneficio. Yo fui reclutado por una asociación secreta de científicos multinacionales patrocinados en forma encubierta por varios gobiernos, entre ellos Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña e Israel. La sociedad se llama He’araht («iluminación» en arameo). Nos dedicamos a tomar el conocimiento que instituciones como el Vaticano u otras sociedades secretas han intentado mantener oculto. Recuerda, mi querido amigo, conocimiento es poder, y quien lo tiene domina al mundo. Para serte franco, nuestro encuentro no fue casual: fui enviado para poder estar cerca de ti y ver qué podía averiguar sobre la bóveda secreta del Vaticano. Nada nos daría más gusto que tenerte en nuestras filas. Podemos hacer arreglos para sacarte de la vista de la Iglesia y mantenerte protegido. Tú y solo tú puedes llevar al final la investigación de estos sucesos y corroborar si podemos encontrar más de esos misteriosos artefactos. ¿Qué dices, mi viejo amigo? ¿Te unes a estos locos en busca de las verdades ocultas? Tengo manera de demostrarte que puedes confiar en mí, ahora mismo, de acuerdo a los reportes que me están transmitiendo a través de un micrófono oculto en mi oído, me indican que nos apuntan con una mira láser desde la bodega de enfrente —dijo el Dr. Archer.

    No había terminado de decir esto cuando, intempestivamente, se abalanzó sobre el sacerdote y lo tiró al suelo mientras una ráfaga de balas pasaba muy cerca de ambos hombres. Lo mantuvo pecho a tierra, mientras que afuera se oía un sinfín de balas, gritos y sonidos de pelea.

    En el exterior, un comando de hombres armados y con el rostro cubierto había rodeado la bodega. Había un hombre con un rifle de largo alcance en el techo del edificio de enfrente, apuntando a la cabeza del padre Di Stefano; solo esperaba la orden de sus superiores para ponerle fin a su existencia. Había cuatro hombres más vigilando los cuatro costados de la bodega y uno más oculto a la salida.

    Justo antes de que el comando se dispusiera a dispararles y a entrar al edificio, llegó una camioneta blindada con cinco hombres fuertemente armados, y un helicóptero dejó caer a un sexto para neutralizar al francotirador que tenía en la mira al padre Di Stefano y al Dr. Archer. El soldado que se arrojó del helicóptero luchó cuerpo a cuerpo con el francotirador. Hubo varias ocasiones en las cuales alguno de ellos estuvo a punto de caer al suelo. Al final, el francotirador

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