Don Paito: El Héroe Más Desconocido De La Historia
Por Manolo Sabino
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Pero, como todas las consignas de los populistas; se comprobó que ello era una vil falacia: Pues, mientras la propagaban por toda Francia, en su Capital, Paris; le cortaban la cabeza en la guillotina a la carismática Reina Maria Antonieta de Viena. Que aún a la hora de su muerte, mostrara su dignidad; que era hija de Maria Teresa de Austria: “Cuando el verdugo trató de quitarle el cuello de su vestido, con sus manos, por donde se lo cortaría; al tiempo que se las quitaba, Maria Antonieta le decía: ¡Saca tus sucias manos de mi cuello, que me lo vas a ensuciar! ¡Yo lo haré!”
Cuando me enteré de la salvaje actitud de los revolucionarios franceses encabezado por el sanguinario Maximilian de Robespierre; comprendí que Jose Martí era un adelantado: En el Siglo XIX, nuestro Apóstol nos dijo: “Los hombres van en dos bandos: Los que aman y construyen y los que odian y destruyen.” Y que, por sus sanguinarias acciones: Robespierre pertenecía al bando de los que odian y destruyen. También; que en Fidel Castro y su hermano Raul: Robespierre tenía a sus homólogos.
Manolo Sabino
George Washington nos dio un ejemplo de democracia, al rehusar presentarse para un tercer mandato. Con ello dio un ejemplo al mundo de lo que es ser un Democrático. También mostró: que el desarrollo de los países no estaba en las monarquías ni en las dictaduras: sino en el sistema democrático; que los Estados Unidos de Norteamérica habían instituido. George Washington lo demostró, no sólo celebrando Elecciones Democráticas, sino desarrollando a su País. En los pocos años que los Estados Unidos llevan establecidos; hoy es el país más poderoso del Planeta. Washington, es tan querido por sus coterráneos; que ellos lo llaman: El primero en la guerra; el primero en la paz; y el primero en el corazón de sus compatriotas.
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Don Paito - Manolo Sabino
Copyright © 2019 por Manolo Sabino.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2019901766
ISBN: Tapa Dura 978-1-5065-2812-0
Tapa Blanda 978-1-5065-2814-4
Libro Electrónico 978-1-5065-2813-7
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.
Fecha de revisión: 20/02/2019
Palibrio
1663 Liberty Drive, Suite 200
Bloomington, IN 47403
792499
A mi Sonia. Por supuesto.
Manolo Sabino.
Cuando las manecillas del viejo reloj de pared marcaban las 8:13 de la mañana; parada frente a una batea de madera, Angela Sabino lavaba la ropa de su esposo, de su hija de 2 años y la de ella; sintió un movimiento en su matriz acompañado de fuertes dolores. Su intuición le indicaba que la criatura que se desarrollaba en su vientre se disponía llegar a la luz solar. Y después de pedir ayuda a una vecina, se internó en el cuarto de su Casa, ubicada en Sola. Tranquilo y amable pueblito, situado en el litoral de los ferrocarriles norte de Cuba; y asentado sobre territorio de la llana provincia de Camagüey.
Y cuando las manecillas marcaban las 8:33, el impactante llanto de un recién nacido se adueñaba del silencio existente en la Casa de los López Sabino; anunciando su triunfo: Había llegado a la luz solar. Después se escuchó la voz de la comadrona, cuando decía: !És un hermoso barón! Nacía, quien su madre llamaría Paito; pero lo inscribiría como Manuel López Sabino. A haberlo llevado para Esmeralda, estando en la edad de brazo, e inscribirlo como haber nacido allí; su inscripción lee que Paito nació en Esmeralda; pero su corazón le repite que él ha nacido en Sola; pueblo que jamas ha visitado; pero su consciencia suele repetirle que ha nacido allí. Y cuando su memoria lo evoca, su pensamiento suele repetirle: A Sola le has regalado vuestro primer llanto; pero a Esmeralda le habéis obsequiado vuestra primera sonrisa. Existe algo que suele reconfortarlo: Que ambos pueblos son camagüeyanos.
El hecho de haber nacido en una casa con piso de tierra; paredes de tablas de Palma Real y techo de penca de palma cana; convirtió a Paito en pobre de nacimiento. Pero al Señor impregnarle, cuando residía en el plácido vientre de su adorada madre, la disposición de encontrarle soluciones a los obstáculos que la vida nos suele imponer; le hace sentir un triunfador.
Sus padres se separaron cuando él estaba en la edad de brazo. Ello provocó que su madre fuera a vivir a la casa de Doña Leonila Rodriguez Sanchez, su madre; en la Camagüeyana más orgullosa de Cuba: Esmeralda.
Al ver a su madre pasarse los días lavando ropa ajena para mantenerlos, a los cinco años, Paito lustraba zapatos y vendía periódicos para ayudarla.
A los diez, formaba parte de una cuadrilla de cortadores de cañas. Él era el único niño; pero el orgullo impregnado por los genes de su padre, hizo que lograra el rendimiento asignado para cada machetero. Ello hizo se sintiera, amén del Camagüeyano más orgulloso de la Via Lactea: el hombre de la casa.
La pobreza suele dejarnos cicatrices en el alma; grietas en el corazón. Aún más, la pobreza extrema. De los tantos sinsabores que la vida le tenía reservado, fueron dos los que se adueñaron de su consciencia; que jamas lo han abandonado; ni siquiera cuando duerme. Que al evocarlos, suelen abrirle la compuerta del lagrimal; y dejarlo sin lágrimas. Ellos llegaron a su vida cuando aún portaba dientes de leche; que las plantas de sus pies, al deslizarse sobre la superficie de su amado Camagüey, acariciaban su agradable suelo. Pues, aún, ellos no conocían los zapatos. No todos los recuerdos dejados en los 3 años que vivió en la casa de su abuela materna: Leonina Rodriguez Sanchez, fueron gratos; hubo varios que contenían un alto grado de amargura. El que más le marcó, llegó a su vida cuando sólo tenia 2 años de edad. Éste hizo que Paito conociera, demasiado temprano, lo que los refraneros de barberías suelen decir, en sus sabias reflexiones: A los tres días el muerto apesta y el agregado molesta.
Al morir su abuelo materno; Angel Sabino, su abuela se casó con Rafael Jimenez. Su abuelo político tenía una finca ganadera en Magarabomba; municipio ubicado entre los pueblos de Esmeralda y Florida.
Según comentarios que solían infiltrarse; Jimenez se pasaba más tiempo en Magarabomba que en Esmeralda; porque tenia una amante en la finca. Y cuando Paito y su madre llegaron a su casa; él no se hallaba. Al notar, cuando llegó, que ellos vivían en la casa; convenció a la abuela que los sacara y enviaran para La Cochera. Ésta quedaba en el costado derecho de la casa. Y, al otro día de llegar, su madre, con acento de madre amorosa, le dijo: —Hijo, vete al comedor y dile a tu abuela que te sirva el almuerzo.
—¿Qué vienes a buscar?
—Le cuestionó Jimenez.
—Mi madre me ha dicho que abuela me daría el almuerzo.
—!Dile a tu madre que no hay almuerzo! Le ordenó, Leonina Rodriguez Sanchez: su abuela materna.
Convertido en un manojo de nervios, al no comprender lo que realmente estaba ocurriendo, Paito entró a la cocina; y se sentó en un rincón… a llorar su desventura.
Ese momento, al provocar que Paito recibiera el golpe más destructor de su incipiente existencia, se convertiría en una angustia perpetua para él. Pues, siempre que le hablaban de su abuela, o escuchaba a alguien decir abuela, su mente era visitada por aquel triste y desafortunado momento.
De los tantos recuerdos dejado por aquel desazonado episodio, hay uno que cuando Paito lo evoca, es visitado por esta conmovedora imagen: Se ve sentado en el piso llorando su desasosiego. Después nota cuando su madre llega… y entabla una acalorada discusión con Doña Leonila. También, que al verla llegar, Jimenez se fue para su cuarto. Y que, cuando su madre y su abuela finiquitaron su polémica, su mamá llegó hasta él y, con acento de madre triunfadora; le dijo:
—Hijo, siéntase a la mesa; que tu abuela te ha de servir el almuerzo.
Después de ingerir el alimento que su abuela le había servido, llegó donde su madre, y le preguntó:
—¿Madre: porqué su padre, Jimenez; es tan malo?
—Hijo: Jimenez no es mi padre. Él es el padre de Rafael y Luis Jimenez. Mi padre es Angel Sabino. Que también es padre de tu tía Eloína, Cecilio, Caridad, Teófilo, y Eliduvina. Pero, mi padre hace diez años que murió.
Después, Paito se enteró que la actitud de Jimenez y su abuela, se debía a que su madre era cortejada por un vecino. Y, a la sazón: 1931; una mujer divorciada que tuviese amores furtivos, la sociedad la catalogada como una pecadora. Más, si tenía hijos. Su madre tenia dos, y 18 años de edad.
Meses después, de suceder tan contrariado momento, llegó a Esmeralda el Ciclón más fuerte que registra su historia. Éste fue conocido como: El Ciclón del 32. Este dejó a su paso destrucción; muerte; miseria; hambre.
Sus fortísimos vientos hicieron que el mar se tragara un pueblo costero: Santa Cruz del Sur. Pueblo que era habitado por pescadores.
Paito y su madre, fueron auxiliados por el Ejército Constitucional de la República. Éstos llegaron a su casa montados en caballos pecherón. Y, después de montarlos en ellos, los llevaron para la Tienda de Antonio Prieto. Allí pernoctaron. Esa noche durmieron sobre sacos de frijoles.
Al otro día, cuando regresaron a su Casa, Paito notó que donde estaba La Cochera, sólo quedaban desechos. El Ciclón la había convertido en una montaña de escombros. Cuando Paito notó que el sitio donde ellos vivían se había convertido en una calamitosa montaña de escombros, sintió que una dolorosa espina se clavaba en su corazón. Pues, su mente recibía una onda sobrecargada de negatividad. Ello le hizo presentir, que su vida se hallaba a merced de una fuerza muy poderosa. Y no sólo en los días siguientes, cuando cerraba los ojos se le aparecían; sino también que aún hoy, cuando él la evoca, su niñez suele visitarlo.
La imagen que mostraba aquella calamitosa montaña de escombro, en que se había convertido La Cochera que había sido su hogar, llegaron a su vida con la perniciosa intensión de eternizarse. Pues, a pesar que excepto su hermana, todos los involucrados en esta conmovedora historia están en el Cielo él, aún hoy, la mantiene en su mente como si hubiese sido ayer.
Días después de haber pasado el Ciclón, hubo un hecho que se quedaría incrustado en su consciencia, para la eternidad. Existen muchas historias relacionadas con el amor de los perros con sus dueños; pero considero que esta es una de las más emocionante en su clase. Esta tuvo su comienzo una mañana que la madre de Patio lo envió a la Tienda de Antonio Prieto, a comprarle café y azúcar, para el desayuno. Y cuando regresaba, al pasar por unos arbustos que estaban al costado del camino, escuchó un extraño quejido. Por su acento, su percepción le indicaba que provenían de un cachorro; y se detuvo. Al notar que los lamentos menguaron, reanudó la marcha; al notarlo, pensando que lo iban abandonar, usando la habilidad innata en los canes, el cachorro aumentó el volumen de sus lamentos. Ello dilató su sentimiento e hizo que corriera a socorrerlo. Cuando llegó al sitio donde se hallaba, sus pupilas recibieron la imagen de una bella y pequeña perrita que, al tiempo que emitía unos angustiosos lamentos, temblaba de frío. Al notar que estaba a su lado, el cachorro comenzó a mover su colita con exagerada velocidad. Ello hizo que aumentara su conmoción; daba la impresión que se le iba partir su cuerpecito. Al tiempo que la tomaba con sus manos, y la apretaba contra su pecho, para darle calor, mientras sus dedos acariciaban su tierno cuerpecito, le dijo bien quedo: Tranquilita, mi markesita; que yo jamás te abandonaré." Realmente; Paito nunca supo el porqué la había llamado: markesita. Se lo dijo sin pensarlo; fue como si una fuerza mayor lo pusiese en su mente, para que así le llamara. Lo que sí sabía era que, después que le dijo mi markesita; sus lamentos se tornaron alegres. También, que un acento de agradecimiento se adueñaba de ella.
Y que ella, su markesita, se adueñaba de su corazón.
Cuando llegó a la casa, su madre le dijo: El hambre, hijo; se ha adueñado de esta casa; es imposible tener una boca más. Pero, el amor sembrado por su markesita era tan grande, que Paito tomó una caja de zapatos que había dentro del armario de su madre, e introdujo a markesita en ella. Después la escondió debajo de su cama. Estuvo compartiendo con ella la leche de su desayuno, hasta un día que su madre trapeaba el cuarto. Y en el instante que ella introducía el trapero debajo de la cama, markesita le ladró. Fueron tan escandalosos los ladridos de markesita, que asustaron a su madre.
Y después de haberla sacado de abajo de la cama, ella le dijo:
—¿No te dije que la devolvieras donde la encontraste?
—Perdón, madre; fue que markesita estaba muriéndose de hambre y frío.
Y después de haberlo consultado con mi consciencia, mi corazón me ordenó que no la abandonara.
Y convertida en una magdalena, su madre le dijo: —Manténla aquí, hijo mío; pero trata que tu abuela no la vea.
El paso del Ciclón por Camagüey ocasionó que su madre tocara fondo. Ello hizo que, el carbonero principal de Esmeralda, le diera trabajo en su casa.
A la sazón, 1934, el carbón era la energía que usaban los hogares cubanos. Su madre tenía que cocinar; limpiar la casa y lavar la ropa. La comida, y un cuarto para ella, era el pago que recibía. Del árbol caído todos hacen leña.
Si su niñez lo dejó atiborrado tristeza, fue por el elevado amor que Paito sentía por su madre. Desde que tuvo uso de razón, ha vivido tratando que ella no sufriera sus penurias. Los fortísimos huracanes que azotaban su niñez, solían soplar sobrecargados de miserias. Ello hizo que sus pies conocieran los zapatos, y su cuerpo la ropa de marca, cuando él ya acariciaba la pubertad. La primera muda de ropa que usó, se la hizo su madre. La materia prima usada fue un saco de harina de trigo, que su madre compró en la panadería Villarreal. Le costó un centavo. Esa muda le cobijó tanto tiempo, que hasta llegó tenerle cariño. Ella estuvo a su lado, hasta la cercanía de su pubertad. Lo que más recuerdo, de mi primera y única muda de ropa que mi niñez usó, decía Paito, es que tenía parche encima de otros parches. Y también que, cuando mi madre me veía, con aquella ropa llena de parches, y descalzo; se le aguaban sus ojos. Y que yo, por no verla sufrir, me transformaba en un actor de la vida real, y le fingía una inexistente alegría. Pero, en el fondo, yo sufría más que ella. Pues, el ver a mi madre sufrir, me partía el corazón. —Decía Paito, con los ojos cubiertos de lagrimas.
Las huellas dejadas en su sensibilidad, en aquella tenebrosa época, calaron tan profundo su consciencia que, 60 años después, cuando él ve una persona usando un Blue Jeans, atiborrado de parches: !Dizque es la moda! Se le hace presente su niñez y se le nublan los ojos. Y su conciencia le repite: Pobre memo; carece de personalidad; ni siquiera has conocido el carisma que sólo el plácido vientre de nuestra progenitora suele impregnarnos. Y cubre su cuerpo con un blue Jeans atiborrado de rotos, con el inequívoco razonamiento de llamar la atención. Pobre tonto: Pues, dime como te viste y te diré quien eres.
Cuando la niñez de Paito se marchó; lo dejó atiborrado de marcas. La que más suele visitarle, que de sólo escuchar decir pollo o hambre, se le hace presente, fue una que sucedió estando su madre en la casa del carbonero.
En las navidades del año anterior, a éste inolvidable evento; después de haberle preguntado: ¿Cual era el regalo que más deseaba le trajesen los Reyes Magos?
Y él decirle: Tener un gallito kikirikí.
Hizo que su madre lavara la ropa a unos vecinos con la condición que le pagaran con un pollito kikirikí. Y ese, tan esperado 6 de Enero, el canto de un gallito, estando debajo de su cama, lo convertía en el niño más feliz de su querida Esmeralda. Pero, como reza el viejo y sabio refrán: La alegría en casa del pobre suele durar poco.
En la primera navidad que él pasaría junto a su gallito; cuando el reloj marcaba las tres de la tarde; estando jugando con el único juguete que le habían traído los Reyes Magos
: con el rostro mostrando tristeza, y los ojos atiborrado de lágrimas, su madre le dijo: —Hijo, hace dos días que no ingerimos alimentos. Y el señor de la casa hace tres días que no viene a esta casa. Por ello, con dolor en el alma, te ruego que me dejes cocinar tu gallito. Pues, lo único que tenemos en esta empobrecida casa, es un poquito de sal que nos diera una vecina.
—Es cierto, madre, lo que me ha dicho tio Cecilio; su hermano. Los hijos se comunican con sus padres a través de la telepatía. Lo que usted me ha dicho, es lo mismo que su hijo estaba pensando. Cocine el gallito; madre. Sólo deseo que no lo haga estando su hijo presente.
Después de escuchar su petición: No lo haga estando su hijo presente.
Sus ojos se cubrieron de lágrimas. Y lo único que su cerebro no podía controlar era ver a su madre llorar. Ello hizo que, ambos, terminaran llorando sus tristezas.
Una hora después, lo que mi paladar sintió, cuando mordía un muslo del gallito que mi madre me había traído, en un plato, no encuentro el vocablo que lo pueda describir. Sólo les diré que, ello hizo que durante mi niñez, mi paladar rechazara el muslo de pollo; que ni siquiera podía verlo en mi plato. Pues, me recordaba a mi inolvidable gallito Kikiriki.
Y al atardecer de ese inolvidable día, mi madre se me acercó y, con los ojos bañados en lágrimas, me dijo: —Hijo; hoy no has ingerido alimentos. Por ello, quiero que vayas al Hotel Unión; llegues a su comedor, y le pidas una rodaja de pan a los que allí estén comiendo. Y