Obras Completas de Luis Chiozza Tomo XX: El interés en la vida y otros escritos
Por Luis Chiozza
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Este volumen está pensado con el objetivo de facilitar el acceso al fruto de la labor profesional y académica del Dr. Chiozza, a la vez que permitir una inmediata aproximación a sus principales enfoques y temas de interés.
En primer lugar, el lector encontrará una serie de textos introductorios, entre los cuales figura uno del autor, titulado "Nuestra contribución al psicoanálisis y a la medicina". Le sigue el índice de las Obras completas, tal como aparece en cada uno de los tomos que la integran (disponibles en el CD). Luego, la sección "Acerca del autor y su obra", compuesta por un resumen de la trayectoria profesional de Chiozza, un listado de las ediciones anteriores de sus publicaciones y su bibliografía completa. Un índice analítico de términos presentes en los quince tomos cierra el volumen.
Esta obra, referencia obligada para los profesionales de la disciplina, sienta un precedente ineludible en los anales de la psicología argentina.
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Obras Completas de Luis Chiozza Tomo XX - Luis Chiozza
Luis Chiozza
OBRAS COMPLETAS
Tomo XX
El interés en la vida
y otros escritos
Diseño de tapa: Silvana Chiozza
© Libros del Zorzal, 2008
Buenos Aires, Argentina
Libros del Zorzal
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
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Obras Completas, escríbanos a:
www.delzorzal.com.ar
Índice
El interés en la vida
Sólo se puede ser siendo con otros | 11
Prólogo | 14
Primera partev
Acerca de la vida en crisis | 17
I
La vida y nuestra vida | 18
Los dos aspectos en los que se nos presenta la vida | 19
¿En qué mundo vivimos? | 20
Nuestra vida sabe y hace, más allá de lo que sabemos y hacemos | 21
Los otros y yo | 22
¿Un lugar para el alma? | 23
La vida interesada se vuelve interesante | 23
II
Lo que nos hace la vida que hacemos | 26
Las cosas, o los hechos, de la vida | 26
Acerca de un hacer que deshace algo de lo que ya está hecho
| 29
Los prejuicios, los hábitos y los errores | 32
III
Sobre lo que nos hace falta | 36
Nuestra primera falta | 36
La necesidad de ser protagonista y el afán de reconocimiento | 39
La pertenencia, el solar y los sustitutos espurios | 42
Las vicisitudes de una cuarta falta | 44
Segunda parte
Acerca de la crisis en el mundo | 47
IV
Los cambios actuales en la visión del mundo | 48
La geometría de la naturaleza | 48
La complejidad y el caos | 51
Los cambios extraños del caos al orden | 53
Bucles recursivos y autodeterminación de las redes | 55
V
El mundo en que vivimos | 59
Las relaciones entre la superstición y la ciencia | 59
Sistemas, formas y modelos | 60
Acerca de los males y los malos | 64
VI
El puesto del hombre en el cosmos | 69
La dimensión humana | 69
El pensamiento racional | 71
La consciencia de sí | 73
La capacidad simbólica | 75
La humanidad del hombre | 76
Tercera parte
Acerca de los modos de vivir la vida | 78
VII
El dolor que vale lo que vale la pena | 79
La felicidad, el dolor y la pena | 79
Acerca de los cambios que denominamos catástrofes | 81
El quéhacer con la pena | 82
Los duelos que se adeudan | 84
Obstruyendo el camino de la vida | 86
VIII
Acerca de morir en forma | 88
Acerca de morir y de estar
muerto | 88
La muerte de ese alguien que llamamos yo
| 91
Acerca de vivir en paz y de morir en forma | 93
IX
El presente nuestro de cada día | 96
Entre la nostalgia y el anhelo | 96
La sustancia de los sueños | 98
La iluminación del presente | 101
Tú y yo, intimidad y distancia | 103
Cuarta parte
X
Los afectos reprimidos que nos arruinan la vida | 107
Acerca de los afectos reprimidos | 107
Las cosas que cada uno tiene | 109
Encuentros anodinos y encuentros turbulentos | 111
Curiosidad y ternura | 114
XI
La interferencia en la convivencia | 116
La importancia que uno tiene | 116
Coincidencia, disidencia y reciprocidad | 119
La cola que mete el diablo | 121
XII
A mi manera | 124
Una contribución de la sociología | 124
Más allá de la rivalidad de Edipo | 126
El poder y la fama | 127
Tiene que ser a mi manera | 129
EPÍLOGO | 132
Índice de autores citados (en orden alfabético) | 138
Otros escritos
Seminarios de los jueves | 141
Clínica psicoanalítica | 141
Clínica psicoanalítica | 155
Cuando decimos amar, ¿todos entendemos lo mismo? ¿Cuál es la definición del verbo amar? | 169
¿Qué se ama cuando se ama? ¿Existen formas normales
y patológicas
de amar? | 171
El amor verdadero
| 175
El odio verdadero
| 177
Ser padre | 179
El falso privilegio del padre | 179
Acerca de la existencia de dos mundos | 180
Acerca del sentimiento de injusticia | 183
Ser padre | 185
La historia que se esconde en el cuerpo | 188
Una vida psíquica inconsciente | 188
La enfermedad y el drama | 191
Bibliografía | 195
El psicoanálisis de lo que ocurre en el cuerpo | 196
La cualidad psíquica y la capacidad simbólica del cuerpo | 196
Percepción de la materia e interpretación de la historia | 200
Los símbolos heredados y universales | 202
El lenguaje fundamental | 203
Bibliografía | 206
Acerca de las categorías psíquico
y somático
| 208
Acerca de las cualidades que son
de los objetos | 209
Acerca de los fenómenos que sólo son
físicos | 213
Acerca de la conversión histérica | 216
¿A qué se refiere la expresión compromiso somático
? | 217
Acerca de las características de la consciencia | 219
Hacer consciente lo inconsciente | 221
Acerca de lo concreto y de lo abstracto | 224
Acerca del mundo y el yo | 226
Deformación patosomática
de los afectos | 232
El compromiso somático
en la histeria | 233
Acerca de la función de la consciencia | 235
Una breve introducción aclaratoria | 238
Acerca del dormir | 239
Acerca del soñar | 243
Acerca del letargo | 247
Bibliografía | 249
Notas para el diccionario argentino de psicoanálisis⁹ | 251
Psiquismo fetal | 251
Bibliografía | 254
Fantasías específicas | 254
Bibliografía | 256
Simbolización | 256
Bibliografía | 261
Procesos primario y secundario | 261
Bibliografía | 263
Represión de los afectos | 263
Bibliografía | 265
La conciencia | 265
Bibliografía | 270
Interpretación de la transferencia | 270
Bibliografía | 275
Enfermar y sanar | 276
La definición de enfermedad | 276
Cambios en la noción de enfermedad | 278
La enfermedad en nuestro tiempo | 279
Cómo y por qué se alcanza la condición de enfermo | 281
La relación entre el cuerpo y el alma | 283
Una vida psíquica inconsciente | 285
La enfermedad y el drama | 287
La historia que se esconde en el cuerpo | 289
El camino de vuelta a la salud | 291
El duelo | 294
Hay cosas que no valen lo que vale la pena | 296
La resignificación de una historia | 298
Referencias bibliográficas | 300
Las normas morales | 301
La conciencia moral | 303
El origen de los valores | 305
Acerca del bien y del mal | 307
Acerca de los problemas de conciencia
| 310
La crisis axiológica | 313
La universalidad de los valores | 315
Acerca de las relaciones entre la razón y la intuición | 317
Los fundamentos racionales de la certidumbre | 319
Hasta qué punto se puede confiar en la intuición | 322
Bibliografía | 329
Acerca del autor y su obra
Títulos obtenidos | 331
Cargos y funciones desempeñados | 331
Premios y distinciones obtenidos | 333
Antecedentes docentes | 334
Coordinación de grupos de estudio | 336
Coordinación de ateneos clínicos | 336
Cursos en argentina | 337
Visitas del exterior y stages | 339
Cursos en el exterior | 339
Actividades científicas coordinación de grupos de investigación | 346
Conferencias | 347
Mesas redondas | 355
Congresos y simposios nacionales | 359
Internacionales | 364
Contribuciones científicas y publicaciones | 369
Tareas asistenciales Carrera médico-hospitalaria | 379
Práctica de clínica médica | 379
Práctica psicoanalítica | 380
Coordinación de ateneos de estudios Patobiográficos en el cwcm | 380
Supervisiones en el país y en el exterior | 380
Invitaciones a instituciones del extranjero | 380
Presentaciones de libros | 383
Ediciones de libros | 385
Entrevistas y comentarios periodísticos | 393
EL INTERÉS EN LA VIDA
SÓLO SE PUEDE SER SIENDO
CON OTROS
(2012)
Referencia bibliográfica
CHIOZZA, Luis (2012), El interés en la vida. Sólo se puede ser siendo con otros, Buenos Aires, Libros del Zorzal.
Para mi hijo Gustavo,
con gratitud, admiración y cariño.
Prólogo
Cuando escribí, hace ya seis años, Las cosas de la vida, composiciones sobre lo que nos importa, intenté describir cuáles son las experiencias y las circunstancias que nos colocan en los umbrales de la enfermedad. De más está decir que como ocurre siempre, cuando uno intenta comunicar lo que piensa, el primero de los beneficios que obtiene es que uno se da cuenta de los baches, de las inconsistencias de su propio pensamiento, y recibe de ese modo el bienvenido regalo de comprender mejor lo que pensaba y, más aún, lo que sentía embargado en sus propias reflexiones. En eso el escritor no se diferencia del artista, que no sólo construye una obra, sino que se realiza
en ella hasta el punto en que el ser humano que la lleva a término ya no es el mismo que era en el momento en que sintió la necesidad de comenzarla.
Las cosas de la vida (que también fue publicado en italiano) fue muy bien recibido por un amplio grupo de lectores, con muchos de los cuales tuve la fortuna de continuar el diálogo. Nuevas investigaciones, y nuevas escrituras, también contribuyeron con sus propias substancias para conmover mis personales
experiencias cotidianas, entretejidas con el ejercicio de la psicoterapia, a la cual dedico mis afanes.
Así que el efecto que esas reflexiones ejercieron sobre mis pensamientos y sobre mi forma de sentir la vida continuó más allá del período en que me dediqué a la escritura de aquel libro; y en los seis años transcurridos fue quedando en mi ánimo, como un sedimento que decanta, una especie de línea argumental que enhebra las distintas y típicas cosas de la vida
, en un hilo
que las muestra como ramas que derivan de un mismo tronco que las nutre. Quizás haya otros troncos que aportan su alimento en las complejas relaciones de la trama con que la vida revela sus inclinaciones simbióticas. Pero el que sedimentó en mi ánimo y lo impregna ha crecido junto con el deseo y la necesidad de compartirlo.
El rótulo que podríamos colocar sobre ese tronco, y que, como el que usan los botánicos, define al espécimen, es el que corresponde al subtítulo de este libro: Sólo se puede ser siendo con otros. La suficiencia o el déficit de ese ser con los otros definen la magnitud que alcanza la cualidad fundamental que el título designa: El interés en la vida.
Tal como revela la etimología de la palabra interés, se trata de interessere, de ser entre
otros, y en esa ineludible realidad de la vida, que ocurrirá bien o mal, pero que siempre ocurre, reside la forma buena o mala en que nos alcanzarán las cosas de la vida, aquellas que sin poder evitarlo nos importaron, nos importan y nos importarán mucho más de lo que a veces preferimos creer.
Los capítulos de este volumen intentan mostrar, casi esquemáticamente (centrándose en las ramas y dejando el follaje, cuyos detalles escapan a las posibilidades de un libro singular) no sólo las distintas vicisitudes, sino también las circunstancias del mundo en que vivimos, que nos conducen hacia las formas habituales en que la ineludible condición de ser entre otros, conviviendo, ingresa a veces en pesadumbres y carencias que son típicas de las épocas que una vida recorre.
Contemplar desde ese ángulo las pesadumbres y carencias que suelen colocarnos en los umbrales de la enfermedad
no sólo nos ilumina desde el alma
lo que muchas veces sucede en el cuerpo, también nos permite comprender cómo el alma se conforma
, mejor o peor, resonando a su manera con el espíritu que impregna su entorno.
Debo decir todavía que no he escrito estas páginas con la única necesidad de esclarecer mi pensamiento en la soledad
de su escritura. Lo hice porque necesito ser siendo con otros que, como tú, que ahora estás leyendo este prólogo, y a quien he tratado de imaginar cuando escribía, dan sentido a mi vida. Quizás tampoco sea un libro para leer en soledad
, porque el follaje
que le falta puede ser contemplado con los ojos, y con la compañía, de los recuerdos y de los anhelos personales.
Si es cierto que vivimos como vive un pájaro en el cielo, que vuela con los otros constituyendo una forma fractal que ninguno de ellos puede contemplar, sólo me resta expresar mi esperanza de que esta comunicación fructifique, aunque sea más allá de mi consciencia.
Buenos Aires, diciembre de 2011
Primera parte
ACERCA DE LA VIDA EN CRISIS
I
La vida y nuestra vida
Schopenhauer señala que cuando uno llega a una edad avanzada y evoca su vida, esta parece haber tenido un orden y un plan, como si la hubiera compuesto un novelista. Acontecimientos que en su momento parecían accidentales e irrelevantes se manifiestan como factores indispensables en la composición de una trama coherente. ¿Quién compuso esa trama? Schopenhauer sugiere que, así como nuestros sueños incluyen un aspecto de nosotros mismos que nuestra consciencia desconoce, nuestra vida entera está compuesta por la voluntad que hay dentro de nosotros. Y así como personas a quienes aparentemente sólo conocimos por casualidad se convirtieron en agentes decisivos en la estructuración de nuestra vida, también nosotros hemos servido inadvertidamente como agentes, dando sentido a vidas ajenas. La totalidad de estos elementos se une como una gran sinfonía, y todo estructura inconscientemente todo lo demás; el grandioso sueño de un solo soñador donde todos los personajes del sueño también sueñan.
Todo guarda una relación mutua con todo lo demás, así que no podemos culpar a nadie por nada. Es como si hubiera una intención única detrás de todo ello, la cual siempre cobra un cierto sentido, aunque ninguno de nosotros sabe cuál es, o si ha vivido la vida que se proponía.
Joseph Campbell
Citado por J. Briggs y D. Peat en El espejo turbulento
Los dos aspectos en los que se nos presenta la vida
De acuerdo con lo que señala Ortega y Gasset, los griegos disponían de dos palabras distintas, zoe y bios, para referirse a lo que en nuestro idioma denominamos vida. Con la primera designaban a la vida de los seres que consideramos animados, dotados de intención. Con la segunda se referían a la vida que cada uno de nosotros siente como propia, la misma a la cual aludimos cuando decimos, por ejemplo, que la vida es dura, o que es impredecible.
La vida que percibimos cuando contemplamos desde afuera
a los otros seres vivos, la que los griegos denominaban zoe, es lo que estudia la ciencia que, paradójicamente, se llama biología. La vida que sentimos desde adentro
, la que los griegos designaban bios, es en cambio nuestra vida, que también atribuimos, sin dudar, a nuestros semejantes, y es a esa vida que solemos referirnos cuando pensamos en una vida en crisis. Vale la pena subrayar que desde afuera
y desde adentro
, son expresiones metafóricas que habitualmente usamos, y que no pretenden aludir a una frontera entre dos espacios físicos concretos.
A grandes rasgos diríamos que la biología clásica
, como una ciencia de la naturaleza que deriva de la física y la química e investiga los aspectos materiales de la vida, se ocupa del cuerpo y de los mecanismos fisicoquímicos que lo integran y que trascurren en su espacio físico interior, pero también de los movimientos que ese cuerpo realiza en el espacio exterior que constituye su entorno. En cuanto a la exploración de nuestra
vida, diríamos en cambio que pertenece al campo de las disciplinas que se ocupan del alma, como las distintas religiones y la filosofía, o la psicología y la sociología, que han sido categorizadas como ciencias del espíritu.
Sin embargo, la biología nunca ha podido prescindir completamente de los aspectos intencionales de la vida, que transforman a los movimientos del cuerpo en conductas y otorgan a cada mecanismo una finalidad, un propósito, y una razón de ser
. Mientras la psicología o la sociología no han podido desconocer el hecho de que los seres vivos ocupan un lugar en el espacio en que se mueven, que experimentan transformaciones materiales, y que tanto en esas transformaciones como en esos movimientos físicos
, se manifiesta su vida.
¿En qué mundo vivimos?
No sólo nos inquieta la cuestión acuciante que nos lleva a tratar de comprender cómo es el mundo en el cual hoy vivimos, de la que nos ocuparemos en la segunda parte de este libro. La pregunta también nos conduce a la idea, inculcada en nuestro pensamiento desde hace muchos años, de que nuestra vida se enfrenta con dos mundos. Uno natural, que estaba allí
antes de que la humanidad apareciera, y otro cultural, que los seres humanos han creado. Es posible decir, además, que en el mundo cultural y humano dentro del cual vivimos podemos distinguir, otra vez, entre un mundo anímico, personal y propio, que cada ser humano interpreta a su manera, y otro espiritual o social, que, con mayor o menor acuerdo, compartimos, y al cual nos referimos, por ejemplo, cuando hablamos del espíritu de una época.
En el apartado anterior decíamos que la psicología y la sociología, como ciencias del espíritu, nunca han podido desconocer la importancia de las transformaciones materiales a través de las cuales se manifiesta lo que esas ciencias estudian, y que la biología, como ciencia natural, nunca ha podido prescindir de la intencionalidad que caracteriza a los mecanismos y a los movimientos de los organismos vivos. Podríamos decir algo semejante con respecto a las relaciones entre natura y cultura, porque a medida que profundizamos en ambas, encontramos cada vez más natura en la cultura, pero también, y más allá de lo humano, más cultura en la natura.
En realidad, como veremos mejor más adelante, los nuevos desarrollos de la física y las matemáticas, los de la biología y las neurociencias, y los de la psicología y el psicoanálisis, nos han llevado a comprender que natura y cultura tienen más puntos en común de lo que suponíamos, ya que lejos de ser, ambas, características objetivas
de lo que existe a nuestro alrededor, constituyen productos de la forma en que interpretamos ese mundo circundante en nuestra relación con él.
Nuestra vida sabe y hace, más allá de lo que sabemos y hacemos
Es posible decir, parafraseando al poeta inglés William Blake, que llamamos cuerpo a la parte del alma que se ve
y que se toca
y agregar que llamamos alma a la vida del cuerpo, la vida que se siente, se quiere y se piensa. También podemos decir que es la vida la que quiere, siente y piensa, y que la vida que vive en los padres se reproduce en los hijos.
Si tenemos en cuenta que la vida hace un bebé antes
de que el bebé haga su vida, es lícito decir que la vida sabe cosas que el bebé no sabe, y que los seres vivos no sabemos todo lo que sabe la vida. ¿Acaso la adecuación hidrodinámica que se observa en la aleta de un delfín y que se repite en cada nuevo nacimiento porque su hechura
se conserva en los genes forma parte de un conocimiento que un delfín, desde su particular experiencia, domina?
Podemos decir entonces que, más allá de las cosas que sentimos, pensamos y queremos, la vida, que siente, piensa y quiere en
nosotros, constituye nuestra vida que, además, siente, piensa y quiere cosas que ignoramos. Todo eso forma parte, en otras palabras, de la sabiduría de un alma inconsciente.
No es difícil admitir que sin darnos cuenta podamos percibir, sentir, querer o, incluso, hacer algo; pero resulta un tanto extraño, a primera vista, que inconscientemente se pueda pensar. Sin embargo, el núcleo de lo que llamamos pensamiento ya se halla presente cuando nuestro organismo juzga
y discrimina entre el alimento que incorpora y la toxina que rechaza. Por otra parte, algo de eso mismo ocurre cuando llegamos, de pronto, a una conclusión con respecto a un problema que no habíamos podido resolver reflexionando atentamente, y tal vez sea por eso que existe la expresión consultarlo con la almohada
.
Los otros y yo
Freud sostenía que cuando un bebé comienza a construir una imagen de sí mismo, tiende a poner dentro de ella todo lo que le da placer y a dejar afuera lo que le produce malestar, de modo que cuando el pecho que el bebé succiona constituye una fuente inigualable de placer, tenderá a considerarlo como una parte de sí mismo. Un sí mismo que se configura ante todo
como una especie de esquema o de imagen mental de lo que percibe como un cuerpo físico que reconoce como propio (o, si se quiere, como suyo). Luego descubrirá que su madre y él son dos seres diferentes, ya que ella suele acercase o alejarse de un modo que el bebé, con el uso directo de su voluntad, no logra dominar.
Más tarde, la nena
o el nene
dejarán de referirse a sí mismos de ese modo y aprenderán a llamarse yo
. Descubrirán, además, poco a poco, que los otros también se sienten yo
. A medida que un niño va creciendo descubre otras formas de ser yo
que estaban vivas en él, y que no conocía. En todas las formas de ser yo
, las que conoce y las que ignora, el niño siente, piensa y hace lo que hará con su vida, mientras la vida que vive en el niño (y la que vive en sus padres) siente, piensa y hace lo que hará con él. Los resultados de todo ese proceso (que continuará en cada uno durante el periplo completo que dura una vida) pueden confluir, en un instante dado, en el disgusto, la enfermedad, el bienestar o el placer.
¿Un lugar para el alma?
Cuando un músico ejecuta una partitura en su instrumento, puede decirse, desde un cierto punto de vista, que la música que emerge
no está en la partitura ni en la mente del pianista, como no está en sus emociones o en el modo en que se mueven sus manos, ni en el arpa del piano. Tampoco reside en las vibraciones del aire en el entorno ni en el oído o el cerebro del oyente. Porque todos esos componentes pueden ser necesarios, pero ninguno por sí solo es suficiente. La música emerge
porque confluye todo. Y cuando el solista se integra en una orquesta, la música es distinta.
También puede decirse, desde ese mismo punto de vista, que el alma que solemos atribuir a un cuerpo es así, como es, porque emerge
como resultado de una interacción compleja que evoluciona en el tiempo. Una interacción que habitualmente preferimos no tomar en cuenta. Reparemos además en que los sonidos y las figuras que se oyen y se ven en un televisor no están en el aparato
ni se quedan allí; lo atraviesan desde el aire
como ondas, que se emiten y llegan a través de los distintos canales.
Puede decirse entonces que las emociones, los hechos y las ideas que recibimos, vivimos y transmitimos, que parecen provenir de las personas que nos rodean y que frecuentemente sólo las atraviesan
, nos atraviesan con más fuerza cuando las sintonizamos
, pero no siempre se quedan
con nosotros. Sólo se quedan
las ondas que más nos importan y que producen
los cambios que contribuyen a conformar la manera particular de ser, que habitualmente (aunque no siempre) somos. Antonio Porchia lo señala de manera magistral cuando escribe: Me hicieron de cien años algunos minutos que se quedaron conmigo, no cien años
.
La vida interesada se vuelve interesante
Los desarrollos de una nueva biología, que se apoya en las teorías que se ocupan de lo que se ha dado en llamar complejidad, conducen a que una de sus más insignes representantes, Lynn Margulis, sostenga que, entre los seres vivos, la existencia de lo que denominamos individuo es una ilusión. Esa ilusión puede representarse, metafóricamente, con el vórtice del remolino cuya forma se destaca con claridad sobre el desagüe del lavatorio cuando su contenido se vacía, hasta el punto en que se parece a algún tipo de organismo menos transparente que el líquido donde se lo observa. Frente a ese vórtice, tenderemos a creer en su individualidad
y, sin embargo, para que el remolino se constituya es necesario que participe toda el agua que llena el recipiente.
Formamos parte de una amplia red multifocal de elementos relacionados que se copian
, se repiten o se reflejan recíprocamente desde distintos ángulos. Una red acerca de la cual puede decirse que si funciona es porque (como sucede con las emisoras y el televisor) está encendida
, y algunas de sus partes están sintonizadas
. Dentro de esa red es posible reconocer las estructuras y los ámbitos parciales que llamamos familia, escuela, trabajo, pueblo, nación y sociedad o, más ampliamente, el equilibrio del ecosistema de la vida en el planeta. Basta mencionar fenómenos como la fotosíntesis que realizan los vegetales (y sin la cual el reino animal carecería de alimento) o la fecundación de las flores por los insectos, para comprender que se trata del equilibrio de una intrincada trama entre dependencias radicales, recíprocas e inevitables.
Mientras que puedo ver en
mi cuerpo sólo una cara visible de mi alma completa, lo que considero mi alma, que percibe, siente, quiere y hace, es sólo un reflejo consciente y parcial de mi vida completa. Una vida animada que mis semejantes contemplan en el movimiento y en la forma de mi cuerpo, aunque no sólo reside en ese lugar aparente. Un alma que no sólo se desarrolla conmigo y con las distintas formas que va adquiriendo mi ego y mi vida, sino también en el imprescindible contacto de mi convivir con otros. Por eso no podemos decir que somos primero y que convivimos después, sino que conviviendo somos, porque, como sucede con el remolino del lavatorio, el convivir nos conforma en la forma que somos.
También podemos decir que el único modo de ser es ser entre
otros; es decir, interessere, el origen latino de nuestro castellano interés
. No debe sorprendernos entonces que el interés sea, en la vida, en nuestra vida, lo que le da su forma y su genuino sentido, y que podamos sentir que esa vida nuestra se vuelve interesante en la medida en que se desarrolla como una vida perpetuamente interesada (comprometida) en el convivir con los otros. Por eso suele decirse que cuando alguien tiene un porqué para vivir soporta casi cualquier cómo. Por eso podemos sostener, como ya lo hemos hecho otras veces, que la vida de uno es demasiado poco como para que uno le dedique, por completo, su vida.
Para comprender el significado de muerte civil que alcanzaba, en la antigua Atenas, la condena al destierro político que se denominaba ostracismo, es suficiente con observar a una hormiga desconcertada y perdida porque su hormiguero, ese complejo superorganismo que le otorgaba un significado a su existencia, ha sido aniquilado. Podemos también comprender mejor de ese modo que una persona que pierde el contacto con los seres del entorno dentro del cual vivía, cuando no logra sustituirlos con representantes adecuados y significativos, exhausta por ese aislamiento, sienta que se le acaba el interés en la vida.
Maurice Maeterlinck (en La vida de las abejas) escribe que cuando una abeja sale de la colmena se sumerge un instante en el espacio lleno de flores, como el nadador en el océano lleno de perlas; pero, bajo pena de muerte, es menester que a intervalos regulares vuelva a respirar la multitud, lo mismo que el nadador sale a respirar el aire. Aislada, provista de víveres abundantes, y en la temperatura más favorable, expira al cabo de pocos días, no de hambre ni de frío, sino de soledad
.
II
Lo que nos hace la vida que hacemos
Cuida tus pensamientos, porque se transformarán en actos, cuida tus actos, porque se transformarán en hábitos, cuida tus hábitos, porque determinarán tu carácter, cuida tu carácter, porque determinará tu destino, y tu destino es tu vida.
Mahatma Gandhi
Las cosas, o los hechos, de la vida
A veces sentimos que la vida nos hizo de una determinada manera; que nos hizo, por ejemplo, duros o desconfiados. Otras veces sentimos que los hechos
de nuestra vida, se trate de casarnos, tener hijos, ser arquitectos, ser albañiles o, más sencillamente quizás, ser malpensados, es algo que nosotros mismos hicimos. Sin ir más lejos, es frecuente que un médico diga, sin prestar atención a lo que lleva implícito eso que está diciendo, que el enfermo hizo
una apendicitis o una septicemia. ¿En qué quedamos, entonces? ¿La vida nos hace, o hacemos nuestra vida?
Por un lado, percibimos
que estamos determinados (sujetos
) por acontecimientos que, como ocurre con el movimiento de los átomos, se rigen por leyes que son independientes del ejercicio de nuestra voluntad.
Por otro lado, sentimos
, sin lugar a dudas, que podemos elegir nuestros actos, y que nuestros actos influyen en lo que ocurrirá en nuestra vida. Pensamos que nuestro cuerpo, que percibimos como percibimos el mundo, está determinado por fuerzas y circunstancias que no dominamos, y sentimos la libertad de nuestros actos voluntarios como algo que constituye una parte del alma.
Volvamos sobre el hecho de que mientras nos percibimos como un cuerpo que ocupa un espacio en un mundo físico que contiene otros cuerpos, nos sentimos protagonistas del drama que constituye históricamente nuestra vida en un mundo anímico habitado por otros personajes con los cuales conviviendo somos. En esas circunstancias, cuando hablo, siento, percibo, pienso y hago, experimento la consciencia de manera única y verdadera, evidente e inmediata, y también siento que elijo los actos que realizaré. En ese sentido, puede decirse que la consciencia es siempre un singular cuyo plural (la consciencia de los otros) puede inferirse, pero, en verdad, se desconoce.
En la autorreferencia, cuando digo o pienso yo
, lo que llamo yo
pasa a ser un objeto
, a ser ello
, como mis manos, mi inteligencia, mi memoria o la tierra de mi país que piso, y entonces depende de acontecimientos que escapan a mi dominio. Ello, fuera
de mí, de lo que siento que soy, contiene innumerables entidades a las que considero semejantes (otros como yo) porque les atribuyo el conjunto de características que denominamos yo
. La cualidad esencial a la cual aludimos cuando decimos, refiriéndonos a otros, que ellos también son un yo
, es la consciencia de su propia existencia, es decir: lo que denominamos sentimiento de sí
.
No es un secreto que la filosofía se ha debatido infructuosamente entre las dos posiciones radicales, el determinismo y el libre albedrío, que son irreconciliables entre sí, sin que, al mismo tiempo, sea posible renunciar a ninguna de las dos. Pero tal como Shakespeare le hace decir a Hamlet, hay más cosas entre el cielo y la tierra de las que piensa nuestra filosofía. A despecho del impasse filosófico, nuestra razón, fundamentada en nuestra percepción, nos demuestra que hay algunas, como la lluvia y el sol, que no podemos cambiar y que determinan nuestra vida. Mientras tanto, el sentimiento de que podemos decidir, en cada instante, si haremos o no haremos una cosa u otra es un sentimiento fuerte (fundamentado en nuestras sensaciones) que, aun maniatados y reducidos a la mayor de las impotencias, nunca desaparece por completo.
Oscilamos de modo permanente entre la insostenible levedad
de ser completamente irresponsables, cuando pensamos que da lo mismo cualquier cosa que se haga en un mundo cuyo futuro está determinado de manera absoluta por un estado anterior; y la insoportable gravedad
de ser completamente responsables, cuando pensamos que los actores de una historia pueden alterar lo que acontece en ella. Sin embargo, si bien nuestro pensamiento oscila entre creer que nos suceden las cosas o que las hacemos, no es menos cierto que ambas creencias ocurren en una misma vida y que, por lo tanto, es siempre posible, frente a cada una de las cosas o los hechos de la vida
, contemplarlos como algo que la vida nos hace o, en cambio, como algo que pertenece a la vida que hacemos.
La alternativa entre la impotencia con inocencia, implícita en el no puedo
y la potencia con responsabilidad, implícita en el no quiero
, la oscilación entre el sentirse esclavo y el sentirse libre, depende del mapa
que tracemos, en cada momento, acerca de los contornos que en cuerpo y alma
separan a nuestro yo de nuestro mundo. Los límites del yo se modifican permanentemente con los actos del vivir y se trazan a partir de la experiencia, en cada momento. Los avances en la maduración
del yo conducen a una integración armónica entre los sentimientos de inocencia y los de responsabilidad.
Acerca de un hacer que deshace algo de lo que ya está hecho
Nuestro cerebro está formado por las células del sistema nervioso llamadas neuronas que, a diferencia de las células que constituyen otros órganos, se comunican con otras semejantes mediante prolongaciones especiales: las dendritas, que son receptoras, y los axones, que son transmisores. Hoy se calcula que cada cerebro está constituido por unos cien mil millones de neuronas, cada una de las