Henry Lee Lucas, el psicópata sádico
Por Mente Criminal
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Henry Lee Lucas, el asesino oriundo de Virginia, Estados Unidos, odió a las mujeres visceralmente. Estuvo en la cárcel varias veces en su vida por robar, secuestrar y por asesinar incluso a su propia madre, Viola Lucas. Y volvió tras las rejas por matar a su novia de 15 años, Becky Powel, y a la anciana de 82, Kate Rich, que lo había empleado para trabajar. En los tres casos, utilizó un arma blanca. Para mediados de abril de 1984, confesó más de un centenar de homicidios, por lo que se convertiría en el «mayor asesino en serie» de la historia estadounidense. Sin embargo, esos crímenes no se pudieron probar.
El hombre que asoló Texas entre 1978 y 1983, y que sigue en la lista de los asesinos más prolíficos de la historia tuvo un pasado nefasto. No existe seguridad sobre quién fue su padre, dado que la madre se dedicaba a la prostitución. En la fecha del nacimiento de Henry, Viola vivía en pareja con Anderson Lucas. Fue sodomizado desde pequeño y disfrazado de niña para ofrecerlo a los clientes de su madre e incluso para mandarlo a la escuela. Viola también le golpeaba y maltrataba de todas las maneras posibles. De una pelea con su hermano, le quedó un ojo con poca visión y el párpado caído. De una pareja de la madre, Henry Lee aprendió a disfrutar sexualmente con los animales y se inclinó por la zoofilia.
Además de cumplir varias condenas en la cárcel y escapar, pasó por centros psiquiátricos que le diagnosticaron como un psicópata con desviaciones sexuales y sadismo. Incluso los estudios indican que poseía un coeficiente intelectual muy bajo.
Se casó con Betty Crawford en 1975, pero abandonó el hogar familiar en 1977, cuando las hijas de su pareja lo denunciaron por abuso sexual. Siguió en sus andanzas criminales en sociedad con el asesino serial Ottis Elwood Toole, de quien también fue su amante. Juntos recorrían la Interestatal 35 para cometer sus crímenes. Allí habían desaparecido varias víctimas. El caso más emblemático fue el de la joven asesinada que se identificó como «medias naranjas».
Paramnésico y megalómano. Considerado además psicópata, sádico, caníbal, necrofílico y pirómano. Colaboró con los investigadores indicando el lugar donde había enterrado a sus víctimas y cómo había procedido.
Estuvo condenado a la pena de muerte, que le fue conmutada durante la presidencia de George W. Bush en 1998. Falleció mientras cumplía su cadena perpetua el 12 de marzo de 2001 en la prisión de Huntsville, Texas, Estados Unidos.
Mente Criminal ayuda a sus lectores a ingresar al mundo de las investigaciones criminales y descubrir las historias reales detrás de los crímenes que conmocionaron al mundo. En sus libros, los lectores siguen paso a paso el trabajo de los detectives, descubren las pistas y resuelven el caso: ¿Cómo se cometieron los crímenes? ¿Por qué los perpetraron? Cada uno de sus libros profundiza en estas preguntas analizando los motivos detrás de los crímenes que hicieron que comunidades enteras vivieran atemorizadas: la verdadera historia detrás de los crímenes que nos hacen enfrentar el lado más oscuro de la naturaleza humana.
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Henry Lee Lucas, el psicópata sádico - Mente Criminal
Missouri, abril de 1993.
Querido Henry:
Estuve un poco desconectada de todo hace tiempo y ahora me entero por el Dallas Times Herald que estás condenado a muerte. ¡Lo siento tanto!
Creo que los periodistas inventaron todo eso acerca de ti y que todo es mentira. Hasta dijeron que me habías asesinado y descuartizado. Una verdadera locura. Lamento haberte abandonado aquella vez en la carretera. Te prometo que haré todo lo posible para que quedes en libertad. No puedes estar preso por haberme matado. Les diré a todos que estoy viva.
Solo necesito que me ayudes a recordar mi pasado. Y voy a vivir nuevamente para ti porque te amo.
Y no importa lo que piensen. No cometiste esos crímenes de los que se te acusa. La policía te obligó a confesar… pero aquí estoy, vivita y coleando. Eres el ser más amable que conozco, siempre lo fuiste y no quiero que vivas más injusticias.
Apenas podamos reencontrarnos, nos casaremos. No importan los años que hayan pasado ni las cosas terribles que se dijeron. Yo soy y seré tu Becky.
Saldremos juntos de esto.
Con amor,
Phyllis.
«En Texas se ejecuta a más personas que en cualquier otra jurisdicción del mundo occidental. Desde la reanudación de las ejecuciones en 1977 y hasta fines de 1997, en Estados Unidos fueron ejecutados 432 presos en todo el país, de los que la tercera parte (144) lo fueron en Texas.
En cada uno de los pasos del proceso penal para llegar a la pena de muerte en Texas, se revela una sucesión de procedimientos judiciales claramente inadecuados que incumplen las normas internacionales mínimas para la protección de los derechos humanos. En Texas están dispuestos a ejecutar a los presos sin garantizar antes que su condena y su sentencia se ajusten a los derechos garantizados por la Constitución de los Estados Unidos.
Amnistía Internacional continúa profundamente preocupada por el bajísimo nivel de asistencia letrada que se proporciona en los juicios a muchos de los condenados a muerte en Texas.
El apoyo de la opinión pública a la pena de muerte en Texas se mantiene firme, lo que socava toda voluntad política de proporcionar una asistencia letrada gratuita competente y adecuada para los indigentes juzgados por delitos punibles con la muerte.
Texas carece de un sistema estatal de asistencia letrada gratuita y no existen requisitos de aptitud para los abogados defensores designados por los tribunales, ni siquiera en los procesos por delitos punibles con la muerte. Como resultado, los acusados indigentes son representados frecuentemente por abogados incompetentes o mal remunerados, lo que aumenta enormemente el riesgo de que las sentencias de muerte recaigan de forma desproporcionada sobre los miembros más pobres de la sociedad.»
Amnistía Internacional sobre la pena de muerte en Texas. Informe 1998.
Capítulo 2
La muerte le sienta bien
Georgetown, Texas, junio de 1983
El sheriff Jim Boutwell hacía años que trataba de resolver varios crímenes cometidos cerca de la Ruta Interestatal I-35, comúnmente llamada «Interestatal 35», una autopista que atraviesa verticalmente Estados Unidos, desde Laredo (Texas) hasta Duluth (Minnesota) en un recorrido total de 1.558 millas, unos 2.507 km.
Uno de estos asesinatos era conocido como «medias naranjas», porque no había sido posible identificar a la víctima: una joven blanca, de unos 20 años, 1,70 m de altura, 63 kg de peso, cabello castaño teñido de color rojo, ojos avellana… Un par de calcetines naranjas era lo único que cubría su cuerpo desnudo tirado en una alcantarilla de cemento, bajo un puente.
Había sido violada y estrangulada el 31 de octubre de 1979, durante Halloween o «Noche de Brujas». Boutwell mostró fotos del cadáver a uno de sus prisioneros, que tardó unos siete segundos en admitir el crimen. «Te daré un indicio, dejé medias en mis víctimas. Víctimas desnudas, salvo las medias», aseguró el acusado.
Y dio más detalles. Había conocido a la chica, a la que identificó vagamente como Jeanine o Judy, en Oklahoma, donde almorzaron y tuvieron relaciones sexuales. Luego, cuando la llevaba en su coche por la Interestatal 35 hacia Georgetown quiso volver a tener sexo, pero ella se negó. Es más, a unos 8 km de la ciudad, ella intentó bajarse del vehículo y escapar. Entonces, aparcó el coche, la estranguló, la violó y arrojó su cuerpo desde un puente.
San Angelo, Texas, abril de 1984
Un jurado de ocho hombres y cuatro mujeres debe decidir sobre la suerte del asesino. Este se retracta ante su abogado Parker McCollough: «No maté a la chica de las medias naranjas. No tuve nada que ver con eso y lo puedo probar». Sin embargo, no declara en la corte.
Su primera confesión ante el sheriff, grabada en video, y una caja de cerillas de un hotel de Oklahoma hallada junto al cadáver son pruebas suficientes. Tras nueve horas de debate, le declaran culpable de homicidio, violación y robo agravados. La condena: pena de muerte. Al salir de los tribunales, el acusado sonríe a las cámaras. Había logrado lo que quería, un «suicidio legal».
Henry Lee Lucas, tal su nombre, ya había estado en la cárcel por haber asesinado a su propia madre. Y había vuelto tras las rejas por matar a su novia de 15 años y a una anciana de 82. Para entonces, mediados de abril de 1984, también había confesado un centenar de homicidios. Era el «mayor asesino en serie» de la historia estadounidense.
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Hijo no deseado
«Tuve una familia pobre, no teníamos nada. Mi madre era prostituta y tenía sexo delante de mí, a veces me obligaba a verla. Mi papá se emborrachaba a veces y otras se iba porque no quería ver.»
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Adentrarse en la vida de un asesino en serie es avanzar, paso a paso, en un camino de horror y de espantosa tristeza. Y si ese asesino es Henry Lee Lucas, habrá pasos que darán irremediables vueltas en círculos y otros, muchos, que irán hacia atrás, desandando el camino. El hombre que fue capaz de confesar 210 crímenes, que asoló Texas entre 1978 y 1983, y que sigue en la lista de los asesinos más prolíficos de la historia tuvo un pasado nefasto y, aunque la adversidad no justifica sus actos, es la muestra más cabal de que, como dice el refrán, «la violencia engendra más violencia».