Ética En Psiquiatría, Psicoanálisis Y Psicoterapia
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En la situación psicoterapéutica, desde la invención del psicoanálisis hasta el desarrollo de todas las modalidades de tratamiento que han derivado de él, el paciente se encuentra en una posición vulnerable; el psicoterapeuta se ve propenso a tomar ventaja de la misma. Esta obra explora las trasgresiones éticas registradas en la historia del tratamiento psicológico; en la que fueron actores desde el mismo Freud y los principales pioneros. Transgresiones que van desde la utilización casual del paciente, hasta la explotación de toda índole; incluso sexual. El estudio de estas experiencias llevaron al desarrollo de los principios éticos que protegen la dignidad del paciente, del terapeuta y de la profesión.
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Ética En Psiquiatría, Psicoanálisis Y Psicoterapia - Manuel-Isaías López
Copyright © 2013 por Manuel-Isaías López Gómez.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2013907025
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-4763-5
Libro Electrónico 978-1-4633-4764-2
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Fecha de revisión: 09/05/2013
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451568
ÍNDICE
Introducción
¿Qué Es La Ética?
Historia De La Ética Médica
La Metodología En La Bioética
Desarrollo Y Conciencia
Aspectos Emocionales De La Relación Médico-Paciente.
La Persona Como Punto De Confluencia De La Psicoterapia Y La Bioética
El Acto Humano: Libertad Y Determinismo
Ética De La Práctica Psicoanalítica
Ética En La Relación Psicoterapéutica
Bioética Y Psiquiatría. El Apoyo Jurídico En México
La Actuación Erótica Dentro De La Situación Psicoteraéutica Es Una Transgresión Ética
La Supervisión Del Psicoanalista En Formación
Uso Y Abuso De La Palabra Doctor
El Secreto Profesional
Epílogo
Referencias
A mis colegas
maestros
compañeros
alumnos
A nuestros pacientes.
INTRODUCCIÓN
En este libro he reunido parte del material que he escrito a partir de 1995 sobre aspectos éticos relacionados con la práctica del psiquiatra, del psicólogo y del psicoanalista. Aunque estos temas siempre han sido de mi interés, a partir de ese año inicié los estudios para la Maestría en Bioética; para luego, en 2003, los del Doctorado. Empecé entonces a escribir regularmente, y en una línea profesional; sobre estos temas. Presenté trabajos en diversos congresos de psiquiatría, de psiquiatría infantil, de psicoanálisis y de bioética. Una buena parte de ese material apareció en diversas publicaciones científicas de dichas especialidades.
Antes de 1995 no había tenido contacto, más que indirecto, con la Universidad Anáhuac. Mis tres hijos eran estudiantes de medicina en esta universidad y, fortuitamente, encontré mal puesto encima del piano la publicidad sobre la apertura del Curso de Maestría en Bioética de la Universidad Anáhuac, que esa universidad enviaba a alguno de mis hijos. Para sorpresa de toda mi familia, me interesé y asistí a la presentación de dicho curso. En ese evento aleatorio se inició mi carrera como bioeticista. Evento que conspicuamente modificó mi vida. Me inicié como estudiante y luego como profesor de la Universidad Anáhuac, impartí muchos cursos de bioética en diversas escuelas de esa Universidad; y también en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Participé en diversos comités de ética de sociedades psiquiátricas y psicoanalíticas nacionales e internacionales, y comenzó mi producción escrita sobre temas relacionados con la ética. Todo esto me llevó al honor de recibir la Medalla Liderazgo Anáhuac en Bioética 2006.
Para conformar este libro he entresacado de mis escritos el material que me ha parecido seguir una secuencia y redondear razonablemente los temas que anuncia el título. Parte del material de algunos de los capítulos fue presentada en sesiones científicas, o apareció incluida en Cuadernos de Psicoanálisis, publicación de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, o en la revista Psiquiatría, órgano oficial de la Asociación Psiquiátrica Mexicana. Cuando ese es el caso, aparece la referencia a estas publicaciones en el pie de página correspondiente. La reutilización de ese material ha sido generosamente autorizada por las autoridades editoriales de las mismas.
He de reconocer la participación directa e indirecta de colegas psiquiatras y psicoterapeutas, y de compañeros de los cursos de la Maestría y del Doctorado en Bioética de la Universidad Anáhuac. Así mismo, reconozco la de mis alumnos; tanto de la Carrera de Medicina de la Universidad Anáhuac, de los cursos de Psiquiatría y de Psiquiatría Infantil de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad Juan Pablo II, del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, de los cursos de Maestría y Doctorado en Bioética de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac, y a los de las maestrías en Psicopedagogía y en Psicoterapia de la Facultad de Psicología, también de esta Universidad. Hago constar que los alumnos de todos estos cursos me dieron oportunidad de desarrollar y ordenar mis ideas, además de contribuir con críticas y comentarios muy constructivos.
De manera muy especial he de manifestar mi reconocimiento y agradecimiento a la Dra. Martha Tarasco Michel, Profesora de la Facultad de Bioética, quien inició y dirigió los cursos de Maestría y Doctorado, como Directora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac que era cuando yo tomé los respectivos cursos. Ella logró un nivel de excelencia tanto en el material que se enseñó en dichos cursos, como en la selección del profesorado que participó en los mismos. A ella, y a los profesores que participaron en esta enseñanza, debo gran parte de la inspiración y energía que invertí en la producción de este material. Como asesora de mi tesis doctoral, la Dra. Tarasco no solamente revisó el material de la misma; sino que contribuyó con valiosas ideas y atinada crítica. Así mismo, participó como coautora en algunas de las publicaciones de las que he entresacado material para este libro. He tratado de señalar a pie de página, cuando ese ha sido el caso.
Como ha sido costumbre desde mis primeras publicaciones, Norma Alicia León, mi esposa, ha participado en el proceso de revisión, corrección y selección del material que aparece en este libro. En toda esta elaboración, como doctora en psicología, ha contribuido con sus conocimientos, su atención selectiva y, sobre todo, con su paciencia y amor…
Dada la conformación de este libro con material presentado en parte en diversos congresos, y publicado también en parte en revistas científicas, se encontrarán ciertas repeticiones de ideas y de algunos comentarios a lo largo de la lectura. He preferido dejar estas, para no interrumpir la concatenación del tema que se trata en cada capítulo. Esto permite que cada uno de ellos pueda ser leído en forma independiente.
Todas las referencias bibliográficas que se utilizaron en la elaboración del material se encuentran enlistadas en orden alfabético al final del libro. Solamente algunas, que son incompletas o atípicas, se anotan en pies de página. A través del texto se hace referencia a las fuentes bibliográficas citando el apellido del autor y el año en que fue publicada la obra en cuestión. Únicamente en las referencias relacionadas con Freud y de autores anteriores al siglo XX, el año anotado en el texto no es el de la fecha de publicación; sino el de la fecha en que el autor lo escribió. La razón para esto, es que en el caso de Freud, tiene importancia académica situar el escrito en la etapa precisa del desarrollo de su pensamiento. En el caso de los autores anteriores al siglo XX, tiene importancia situar sus producciones en el momento histórico del pensamiento universal. Los autores clásicos griegos y romanos, son citados por el año de publicación moderna.
Por lo que se refiere al listado de referencias, el apellido de los autores va seguido de las iniciales del nombre. En las referencias relacionadas con Freud y con los autores anteriores al siglo XX, se indica el año de publicación; y entre corchetes se anota el año en que la obra consultada fue escrita. El orden de su listado obedece también a la fecha en que el autor la escribió.
Dedico esta aportación a las generaciones venideras de estudiantes de las profesiones de la salud mental, esperando poder brindarles un material con alguna utilidad para el recto ejercicio de la profesión.
Esplugues de Llobregat, Barcelona, a 31 de marzo de 2013.
¿QUÉ ES LA ÉTICA?
Progresivamente ha habido más interés por parte de los profesionales proveedores de servicios de salud en los asuntos que se encuentran relacionados con la ética. La mayoría de las publicaciones periódicas relacionadas con diversas áreas de la provisión de salud incluyen material de estudio e investigación sobre temas de la incumbencia de la ética. Cada día más escuelas de medicina contienen en sus programas el estudio de la bioética como materia básica. En México, la Escuela de Medicina de la Universidad La Salle incluyó en su plan de estudios de la Carrera de Medicina una materia en relación a la ética, y la Escuela de Medicina de la Universidad Anáhuac incluyó propiamente la bioética como materia básica. Así, estas escuelas se encontraron entre las primeras en contener en sus programas este tipo de enseñanza.¹ Hay claras indicaciones de que otras escuelas de medicina de nuestro país, incluyendo la Facultad de Medicina de la UNAM, están desarrollando planes en este sentido.² El programa de Especialización en Psiquiatría de la UNAM ya ha incluido temas de bioética. Otros programas de adiestramiento, como los de psicoanálisis no han puesto hasta ahora suficiente interés en esta materia. En conversaciones que he tenido con colegas psiquiatras y en artículos que he leído en revistas especializadas en psiquiatría, me ha sido fácil detectar algunos conceptos erróneos que obstaculizan el desarrollo del estudio de la disciplina que aquí nos ocupa. Primeramente, muchos colegas confunden la ética con una moral popular del médico en la que todos nos creemos autoridad. Ahí, la falacia se instala al confundir el estudio sistematizado y autorizado de la disciplina llamada bioética, con las nociones básicas que todos los médicos incorporamos a través del contacto con nuestros compañeros en el estudio y práctica de la medicina. Nociones que no dejan de ser importantísimas en un desarrollo cabal de nuestra práctica médica, y que se asientan sobre otras nociones aún más básicas que derivan del medio familiar y escolar durante nuestro crecimiento. Sin embargo, dichas nociones son rebasadas por el desarrollo científico y tecnológico del que estamos siendo testigos.
Si bien las palabras ética (del griego ethiké, femenino de éthikós: relativo a la manera de ser -ethós: carácter, manera de ser-)³ y moral (del latín moralis relativo a moris: costumbre, manera de vivir) son equivalentes desde el punto de vista técnico, no tienen el mismo significado. Moral es el conjunto de comportamientos y normas que solemos -algunos- considerar válidos; ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos, y la comparación con otras morales que tienen otras personas. La deontología,⁴ (del griego déon, deber y lógos, estudio) sistematiza las prohibiciones y las ordenanzas formulando los códigos que pretenden normar el comportamiento. La ética ofrece el estudio sistemático del fundamento de las normas establecidas en tales códigos.
El entendimiento de las consideraciones e implicaciones éticas de la practica médica requiere del conocimiento de los respectivos fundamentos jurídicos, antropológicos y ontológicos. Sin estos fundamentos lo que el médico expresa en torno a la ética de las prácticas médicas modernas no pasa de ser simple opinión. Como tal, muy válida y respetable, pero sin fundamento. Es decir, inútil para dar sustento ético a la práctica de nuestra comunidad profesional; no se diga para orientar la de nuestros alumnos.
La práctica, cada vez más rica, de los trasplantes de órganos, las diversas técnicas de fertilización asistida —homólogas y heterólogas—, las implicaciones eugenésicas del diagnóstico prenatal y de las investigaciones sobre el genoma, la investigación en embriones humanos, la clonación, la práctica del aborto, la disponibilidad de la eutanasia por internet, etc.; presentan consideraciones e implicaciones que van más allá del simple sentido común y de las nociones de ética que hasta ahora hemos incorporado (Kuthy: 1990). El entendimiento de dichas consideraciones e implicaciones requiere del conocimiento de fundamentos biológicos, jurídicos, antropológicos y ontológicos. Sin estos fundamentos lo que el médico expresa en torno a la ética de las prácticas médicas modernas no pasa de ser simple opinión sin fundamento (Polaino-Lorente: 1994).
En el terreno de la psiquiatría también existen áreas que exigen reflexión ética. La influencia de las orientaciones utilitarias de la medicina norteamericana ha introducido cierta confusión en nuestros conceptos y en nuestra práctica. Algunos temas difíciles en este sentido son: el tratamiento de la homosexualidad y de la conducta homosexual, el respeto a la dignidad de los pacientes psiquiátricos adultos y menores, las diversas formas de utilización del paciente en que incurre el psiquiatra y el psicoterapeuta, el manejo del secreto profesional tanto en la práctica institucional como en la privada, etc. (Velasco-Suárez: 1993).
El objeto de estudio de la ética es la actuación humana en relación con su fin último,⁵ considerando que toda forma de conducta humana (ejercida como opción de la voluntad) es susceptible de consideración moral.⁶ El propósito de la ética no es, como expresan algunos colegas, decirnos cómo actuar (decirnos cómo debemos actuar) o establecer reglamentos o prescripciones —códigos—. Este es el propósito de la deontología. La ética tiene por objeto sustentar, dar fundamento a los códigos deontológicos; es el estudio metodológico de cómo la deontología llegó a sus prescripciones. El ejercicio de cualquier profesión, como cualquier acto humano, es objeto de la ética; cuando el acto humano estudiado es un acto de salud (provisión de un servicio de salud), es la bioética (como disciplina comprendida en la ética) la que se ocupa. Cuando el acto de salud implica una decisión médica, la parte de la bioética que se ocupa es la ética clínica. Así, la deontología se ocupa de la relación médico-paciente, la bioética se ocupa de la relación de ambos con el bien del paciente. Para su propósito, la bioética recurre al conocimiento ontológico del ser humano y de la actuación que se ejerce al proveer un servicio de salud. La ontología y la antropología filosófica brindan buena parte del apoyo que requiere la ética para lograr su propósito. Otras fuentes necesarias a la ética son los conocimientos biológicos y los jurídicos.
El médico —por el mero hecho de serlo— establece un vínculo con el paciente que se caracteriza por un compromiso. Debe su lealtad al paciente en cuanto a que ha de obrar en dirección del bien de este (de la conveniencia con su naturaleza). Su primera lealtad como médico está con la Medicina y con la bondad de esta. El médico no trabaja para el paciente; esto en el sentido de que no ha de proveer el servicio que el paciente solicita si dicho servicio no es lo que realmente conviene a su bien. Por otra parte tampoco el médico es quien ha de tomarse la atribución de decidir lo que conviene al paciente. El médico ha de mostrar al paciente las alternativas convenientes para él, el paciente es quien decide; sin embargo, el médico provee o no el servicio dependiendo de lo que su propia inteligencia le dicta en cuanto a la conveniencia del paciente. El médico que es empleado por una institución, no por la obediencia que debe a la institución puede pasar por encima de su compromiso con el paciente y del compromiso con su profesión en cuanto a actuar en dirección a lo que conviene al paciente de acuerdo con su naturaleza.
El fundamento de las reflexiones descritas en estas últimas líneas es objeto de la bioética. Así, la ética —y por ende la bioética— no enfrenta preguntas; enfrenta problemas. No ofrece respuestas, sino que orienta los actos; es vivida por quien la observa.
HISTORIA DE LA ÉTICA MÉDICA
En una revisión, aún somera, de la historia de la ética médica se han de tocar diversos aspectos; desde la responsabilidad que el médico asume en el ejercicio de la profesión, hasta la forma en que en diversas culturas y tiempos históricos se considera legítima la remuneración por sus servicios. La relación médico-paciente a través del tiempo ha sufrido alteraciones importantes derivadas de la idiosincrasia de las culturas y del devenir del progreso tanto socio-político, como tecnológico y científico. Algunos de los elementos que devienen en tales alteraciones son el pensamiento mágico del paciente, que da al médico una investidura sobrenatural; la tendencia del paciente a tomar una posición pasiva y dependiente del médico, evadiendo la responsabilidad en el acto biomédico; el progreso de la tecnología, que ha alejado al paciente del médico y del especialista en particular; pero donde, curiosamente, el paciente exige ser quien determine la conducta que el médico debe tomar; los cambios socio-políticos que han matizado los servicios de salud con connotaciones que dan las conveniencias sindicales y la política laboral; la comercialización de la práctica médica por la influencia de las actividades con ánimo de lucro que son propias de empresas en torno a la prestación de servicios de salud; etc. En la sociedad moderna, el médico, salvo contadas excepciones, no tiene obligación de resultado en las acciones terapéuticas que ejerce; en cambio en las sociedades tempranas en la historia, el médico habría de pagar caro el fracaso de un tratamiento que había puesto en juego. Aunque en ciertas sociedades antiguas se consideró que el médico no habría de cobrar por su labor; en la sociedad moderna se considera legítima la remuneración justa al médico por sus servicios; en el extremo, en muchos campos de la medicina el médico es considerado como un técnico altamente capacitado que debe ejecutar las órdenes y deseos de quien paga.
Para los propósitos en este capítulo, se ha de tocar lo que en asuntos médicos ocurría en las épocas prehipocrática, hipocrática y poshipocrática; advirtiendo que se trata esta de una división histórica arbitraria; pero que permitirá entender algunos aspectos del tema que aquí se intenta abordar. Recordemos, para orientarnos en el tiempo, que el punto de referencia que aquí se utiliza: Hipócrates, existió unos cuatro o cinco siglos antes de Cristo. Se dice que nació en la isla de Cos, alrededor del año 460 a.C.
Época prehipocrática o pretécnica
Se extiende desde los orígenes de la humanidad hasta la Grecia de los siglos VI y V antes de Jesucristo. Podemos dividirla en tres períodos: el de la medicina primitiva, el de la medicina religiosa o teogónica, y el de la medicina secularizada.
En los tiempos más remotos de la humanidad, el médico era un chamán o hechicero; vale decir, era a la vez sacerdote y brujo. Unos tenían como única ocupación el oficio de curanderos, otros lo ejercían de manera ocasional. El pago de sus servicios dependía de los resultados del tratamiento: si fracasaba, el médico perdía estatus en la tribu, y aun podía perder la vida si el enfermo era poderoso. Si había éxito; el respeto, la admiración y el poder se acrecentaban. Es probable que existiera algún reconocimiento en especie (Laín Entralgo: 1972).
Los primeros documentos que mencionan puntos de vista éticos en la práctica de la medicina se derivan de papiros egipcios del siglo XVI a.C. aproximadamente. Es esos documentos ya existen lineamientos de la práctica médica y metodología para el establecimiento del diagnóstico y del tratamiento. Si el médico seguía estos lineamientos y fracasaba, no se le consideraba culpable, aunque el paciente muriera; pero si intentaba nuevos tratamientos (experimentaba), y el paciente moría; el médico era castigado y podía incluso perder la vida.
En Babilonia, aproximadamente dos mil años antes de Cristo, los médicos eran sacerdotes. La civilización que ocupaba la Mesopotamia era eminentemente religiosa. Dado que se consideraba que la enfermedad era un castigo procedente de un dios, el curador debía de ser forzosamente un sacerdote; un intermediario entre la divinidad y el paciente. Los médicos sacerdotes eran profesionales, vivían de su trabajo. Sus honorarios diferían según la categoría del paciente: el hombre libre pagaba más que el esclavo. Su poder llegó a ser tan grande que fue necesario dictar normas de conducta para contrarrestarlo. El Código de Hammurabi fue escrito con caracteres cuneiformes aproximadamente dos mil años antes de Cristo en una estela en forma de columna o monolito negro que rodó por diversos rumbos del mundo desde la invasión de Alejandro Magno a Oriente Medio. Actualmente se encuentra en el Museo de Louvre en París. La mitología babilónica relata que el dios Samash, dios de la justicia, dictó su contenido jurídico al Rey Hammurabi (1790-1750 a.C.?) Este código unifica las leyes existentes en las ciudades del Imperio Babilónico (Rivero: 2005). Entre estas leyes se encuentran las que se refieren a la práctica de la medicina; desde la reglamentación de las tarifas por concepto de honorarios, hasta el castigo por el resultado infortunado de un tratamiento médico (Finet: 1996). Los siguientes son algunos ejemplos:
Si un médico ha llevado a cabo una operación de importancia en un señor con una lanceta de bronce, y ha causado la muerte de ese señor, o (si) ha abierto la cuenca del ojo de un señor con la lanceta de bronce y ha destruido el ojo de ese señor, se le amputará la mano.
Si un médico ha llevado a cabo una operación de importancia en el esclavo de un subalterno con una lanceta, y le ha causado la muerte, entregará esclavo por esclavo.
Si ha abierto la cuenca de su ojo con una lanceta de bronce, y ha destruido su ojo pesará plata por la mitad de su precio.
Si un médico ha compuesto el hueso de un señor o le ha curado un músculo enfermo, el paciente dará al médico cinco siclos de plata.
Si es a un hijo de subalterno le dará tres siclos de plata.
Si es a un esclavo de un particular, el propietario del esclavo dará al médico dos siclos de plata.
Los honorarios médicos estaban en relación con la condición social del paciente –hombre libre o esclavo– y la contraprestación era equivalente; es decir, que si el médico fracasaba al tratar a un hombre libre, debía purgar su fracaso a costa de su propia integridad; si el fracaso era con un esclavo, debía indemnizar en especie a su dueño. Empezaban así a esbozarse lo que se conocería después como responsabilidad médica.
En la antigua Grecia la medicina también tenía un carácter divino. El dios era Asclepio, pero comienza a advertirse una secularización de su figura al concedérsele afinidad con los hombres. Es cierto que su padre fue otro dios, Apolo; pero su madre, Corónida, hija del belicoso Flegias, era una simple mortal; tanto que, estando embarazada, el dios, por conducto de su hermana Artemisa, le dio muerte. Gracias a su operación cesárea practicada con ayuda de Llitía, protectora de las madres, nació Asclepios, que era sin duda un mortal.⁷ Algunos de sus hijos, Poladirio y Macaón –citados en la Iliada– llegaron a ser médicos. Dos de sus hijas, Higieya y Panacea –invocadas en el Juramento Hipocrático– también lo fueron (Goerke: 1984).
Época hipocrática
A partir del siglo V a.C. en cada una de las principales ciudades de Grecia se establece una corporación de sacerdotes, los Asclepias, de la que forma parte Hipócrates, considerado el padre de la Medicina, del que muy poco se sabe. Se afirma que nació en la isla de Cos hacia el año 462 a.C. El único contemporáneo que lo menciona es Platón,⁸ más tarde también Aristóteles hace mención de él.⁹ Para algunos, fue más un nombre que un hombre. De todas maneras, sus enseñanzas, o mejor, los conocimientos contenidos en los libros que se le atribuyen, marcaron la pauta en asuntos médicos durante muchos siglos y su influencia aún tiene vigencia. En la medicina hipocrática el médico como máxima autoridad se hacia responsable del paciente. Este fue el inicio de una forma paternalista benigna de la medicina oriental (Potter: 1971). El Juramento Hipocrático (460-370 a.C.) parte de un conjunto de documentos reconocidos como corpus hippocratum, creado en su totalidad no necesariamente por Hipócrates, sino por los médicos contemporáneos a él o inmediatamente posteriores que continuaron su escuela. En el corpus hippocratum y en el juramento en sí se sostiene el paternalismo hipocrático, y representa la expresión propia de la cultura de la época.
La estructura del juramento comprende a) una invocación a la divinidad, b) una parte central que consta de dos contenidos: el compromiso de respetar al maestro, y el que obliga al médico a abstenerse de ciertas acciones como la de administrar veneno incluso a quien se lo solicite, la de provocar el aborto, la de realizar cualquier abuso sexual del enfermo o de los familiares de este, y la de revelar a terceros lo que ha escuchado en su relación con el paciente (secreto profesional); y finalmente c) una conclusión que invoca sanciones por parte de la divinidad en sentido positivo (bendiciones) para quien observa lo que prescribe el juramento, y en sentido punitivo (maldiciones) para quien ejerce trasgresiones al mismo.
El juramento hipocrático basa la moralidad del acto médico en el principio de beneficencia y de no maleficencia. Es decir, lo que fundamentalmente tutela es el bien del paciente: el médico siempre ha de actuar a favor del bien del paciente, y es lo único que anima la acción que ejerce sobre el paciente: el tratamiento. No necesita de otra confirmación ni siquiera por parte del paciente. Estas son las bases filosóficas de lo que actualmente denominamos modelo paternalista. Se trata de una moralidad fundamentada en el principio sagrado del bien del paciente cuyo custodio es el médico por encima de la ley.
El pensamiento hipocrático constituyó un canon tanto para la cultura clásica como para la de la Edad Media, largas épocas que dan testimonio de la influencia casi universal que tuvo el mismo. Influencia que tiene resonancia en el Juramento de Asef Ben Berachyau en la Siria del siglo VI, la oración diaria de Maimónides (1135-1204) en Egipto, y Los Deberes del Médico de Mohamed Hasin (1770) en Persia (Sgreccia: 1994).
En este modelo paternalista, si bien se observa el principio de beneficencia y de no maleficencia, se limita al paciente en cuanto a su participación libre en el acto biomédico. Si predomina la autoridad del médico, el paciente no asume la responsabilidad del cuidado de su salud y deposita dicha responsabilidad en forma total en manos del médico que se convierte en una figura de tendencia autoritaria; la libertad y dignidad del paciente se reduce. Así, en la actualidad, el modelo paternalista no se considera aceptable, aunque el principio de beneficencia, en cuanto principio rector de la tradición hipocrática, sigue teniendo un puesto primordial en la moral biomédica.
Época poshipocrática
En la Roma antigua los primeros médicos fueron esclavos de conocimientos muy rudimentarios. En el siglo IV a.C. la sapiencia de esos médicos se vio socorrida con la presencia de médicos griegos. La influencia de estos se dejó sentir durante varios siglos. La ascendencia de la escuela hipocrática se mantuvo por cientos de años hasta bien entrada la Edad Media; e indudablemente la influencia del cristianismo imprimió nuevos rumbos al ejercicio de la medicina al dar este una nueva dimensión al papel del médico: la de la filantropía. En efecto, el espíritu cristiano, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, al que se llamó metafóricamente médico y que curó sin cobrar, alentó a curar de manera desinteresada al hermano enfermo. Siendo una buena acción, beneficiaba el alma. Recordemos que los hospitales en sus primeros tiempos eran refugio de enfermos apestosos (hospital de encierro). Estos enfermos eran recluidos para apartarlos de los sanos, sin encargar a nadie de su cuidado. Fueron monjes quienes asumieron la carga de velar por ellos sin esperar recompensa alguna. Aún más, suya era también la responsabilidad de suministrarles alimentos y medicamentos.
La medicina se profesionalizó, es decir, se hizo de ella una actividad académica con estudios, grados, reconocimiento público y oficial y, por supuesto, legalmente lucrativa a partir del nacimiento de la escuela médica en la ciudad de Salerno en el siglo IX p. C. Esta primera escuela de medicina en Europa devino en un desarrollo del saber médico. En ella se establecieron los primeros reglamentos con implicaciones éticas que se impusieron en los estudiantes de la profesión médica. La escuela de Salerno era exigente y elitista; el aspirante debía demostrar que había cumplido veintiún años de edad, que era hijo legítimo y que había estudiado lógica durante tres años. Cuando se graduaba, el nuevo médico juraba honrar a la escuela, atender gratis a los