Séneca: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
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ÍNDICE:
[BIOGRAFÍA LUCIO ANNEO SÉNECA]
[DE LA DIVINA PROVIDENCIA1 A LUCILO]
[DE LA VIDA BIENAVENTURADA]
[DE LA SERENIDAD DEL ESPÍRITU. A SERENO]
[DE LA CONSTANCIA DEL SABIO]
[DE LA BREVEDAD DE LA VIDA. A PAULINO]
[DE LA CLEMENCIA]
[DE LA VIDA RETIRADA O DEL OCIO]
[DE LA IRA]
[DE LOS BENEFICIOS]
[CUESTIONES NATURALES]
[CONSOLACION A POLIBIO]
[CONSOLACIÓN A HELVIA]
[CONSOLACIÓN A MARCIA]
[CARTAS A LUCILIO]
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Comentarios para Séneca
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hola! Muchas gracias por compartir estas increíbles obras<3 Disfrute mucho de Seneca y, ojala, en algún momento, puedan subir algo de Zenón de Citio<3
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Séneca - Séneca
ÍNDICE
BIOGRAFÍA LUCIO ANNEO SÉNECA
Orígenes y juventud
Primera carrera política
Exilio en Córcega y retorno a Roma
Gobierno del Imperio romano
Caída y muerte
Valoración y reputación
Obras
Traducciones
DE LA DIVINA PROVIDENCIA1 A LUCILO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
DE LA VIDA BIENAVENTURADA
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
DE LA SERENIDAD DEL ESPÍRITU. A SERENO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
DE LA CONSTANCIA DEL SABIO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
DE LA BREVEDAD DE LA VIDA. A PAULINO.
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
DE LA CLEMENCIA
LIBRO PRIMERO
LIBRO SEGUNDO
DE LA VIDA RETIRADA O DEL OCIO
DE LA IRA
LIBRO PRIMERO
LIBRO SEGUNDO
DE LOS BENEFICIOS
LIBRO PRIMERO: Á AEBUCIO LIBERAL.
LIBRO 2
LIBRO 3
LIBRO 4
LIBRO 5
LIBRO 6
LIBRO 7
CUESTIONES NATURALES
Libro primero
Libro segundo
Libro tercero
Libro cuarto
Libro quinto
Libro sexto
Libro séptimo
CONSOLACION A POLIBIO.
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CONSOLACIÓN A HELVIA
CONSOLACIÓN A MARCIA
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
CARTAS A LUCILIO
PROLOGO
1: Sobre el empleo del tiempo.
3: De la elección de amigos.
4: Del temor a la muerte.
5: De la ostentación filosófica y de la verdadera filosofía.
6: De la verdadera amistad.
7: Conviene alejarse de la multitud.
8: A qué cosas debe atender el sabio.
9: De la amistad del sabio.
10: De la vida retirada.
11: Lo que puede la sabiduría para corregir los defectos.
12: De las ventajas de la vejez y de la muerte voluntaria.
14: Hasta qué punto se debe cuidar el cuerpo.
15: De los ejercios corporales.
16: Utilidad de la filosofía.
17: Dejarlo todo por la Filosofía. Ventajas de la pobreza.
18: Divertimientos del sabio.
19: Ventajas del reposo.
20: De la inconstancia de los hombres.
21: De la verdadera gloria de la filosofía.
22: De los consejos. Abandonar los negocios.
23: La filosofía manantial de verdaderos goces.
24: De los temores de lo porvenir y de la muerte.
25: Peligros de la soledad. Ventajas de la pobreza.
27: Solamente la virtud procura una felicidad verdadera
28: Inutilidad de los viajes para curar el espíritu.
29: Indiscreción en los consejos.
33: Sobre las máximas de los filósofos.
34: Séneca felicita a Lucilio y le anima a peseverar hasta el fin.
35: No hay amistad más que entre gentes de bien.
36: Ventajas del reposo. Desdeñar los votos del vulgo. Despreciar la muerte.
37: Del valor que da la filosofía.
38: Elogio de los preceptos brevemente presentados.
39: Inconvenientos de la prosperidad.
40: De la elocuencia que conviene al filósofo.
41: Dios reside en la conciencia del hombre.
42: Escasez de hombres superiores.
43: El sabio debe vivir siempre como en público.
45: De las vanas sutilezas de la dialéctica.
46: Elogio de una obra de Lucilio.
47: Tratar con bondad a los esclavos.
48: De la amistad; futilezas de las discusiones sofisticas.
49: La vida es corta; no debemos invertirla en futilidades.
50: Los hombres, en su mayor parte, no conocen sus defectos; cuando setos conoce hay tiempo de remediarlos.
51: El sabio debe elegir una morada conforme a sus gustos.
52: Todos los hombres que presumen ele sabios carecen de guía. Elíjase uno bueno.
54: El autor, con un ataque de asma, se esfuerza en probar que está preparado a morir.
55: Sobre la casa de Vatia. Varias reflexiones.
56: El bueno puede estudiar y vivir tranquilo en cualquier parte; el malo, al contrario, en ninguna parle halla sosiego.
57: Ni aun el sabio puede dominar los movimientos instintivos.
58: De la división de los seres, según Platón.
59: Diferencia entre la alegría y la voluptuasidad. De la locura de los hombres.
60: Debe despreciarse lo que ambiciona el vulgo.
61: Séneca declara que está preparado a la muerte.
62: Del empleo del tiempo.
63: No hay que afligirse demasiado por la pérdida de los amigos.
64: Elogio de Quinto Sextio y de los antiguos filósofos.
65: Opiniones de Platón, de Aristóteles y de los estoicos sobre las causas primeras. Con tales pensamientos se eleva el alma.
67: Todo lo que es bueno es apetecible.
68: Del retiro y de sus ventajas.
69: Los viajes frecuentes son un obstáculo para la sabiduría.
70: Del suicidio.
71: No es bueno sino lo que es honrado. Todos los bienes son iguales.
72: Abandonarlo todo para dedicarse a la sabiduría.
73: Es injusto acusar a los filósofos ele tener pensamientos sediciosos.
74: Nada es bueno sino lo que es honrado.
75: Al filósofo no le preocupan las palabras; piensa en las almas.
76: Aunque viejo, el autor aprende todavía.— Prueba el autor que no es bueno sino lo que es honrado.
77: Sobre la flota de Alejandría. Muerte de Marcelino.
78: No deben temerse las enfermedades.
80: De las ventajas de la pobreza.
81: ¿Debemos estar reconocidos al que, después de habernos hecho bien, nos hace mal?
82: El autor se pronuncia contra la molicie, y al mismo tiempo contra las sutilezas de los dialécticos.
83: Séneca describe su manera de vivir. — Vuelve a hablar de los sofismas de los estoicos, en particular a propósito de la embriaguez.
86: La villa de Scipio
88: De como las artes liberales no forman parte de los bienes, ni son de ningún provecho para la virtud.
89: División de la filosofía. Sobre el lujo y la avaricia de la época.
91: El incendio de Lyón: reflexiones sobre la inestabilidad de las cosas humanas y sobre la muerte.
92: Séneca se pronuncia contra los epicúreos; el soberano bien no consiste en el placer.
93: Muerte de Metronax. La vida no se mide por su duración sino por su utilidad.
94: De la utilidad de los preceptos. De la ambición.
95: La filosofía de los preceptos no basta para engendrar la virtud : se necesitan principios generales.
96: Debe soportarse todo con resignación.
98: No conviene fiarse de los bienes exteriores.
99: Carta de consolación por la muerte de un hijo.
100: Juicio sobre el filósofo Papirio Fabiano7 u sobre sus escritos.
101: Sobriedad de Séneca. — No debe escucharse a los apologistas del placer.
JUICIOS CRÍTICOS Y CITAS NOTABLES
EL LIBRO DE ORO
DE LA POBREZA.
Índice
BIOGRAFÍA LUCIO ANNEO SÉNECA
Orígenes y juventud
Primera carrera política
Exilio en Córcega y retorno a Roma
Gobierno del Imperio romano
Caída y muerte
Valoración y reputación
Obras
Traducciones
Lucio Anneo Séneca (Corduba, 4 a. C.-Roma, 65 d. C.), llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue cuestor, pretor, senador y cónsul sufecto durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de tutor y consejero del emperador Nerón.
Séneca destacó como intelectual y como político. Consumado orador, fue una figura predominante de la política romana durante los reinados de Claudio y Nerón, siendo uno de los senadores más admirados, influyentes y respetados. Entre los años 54 y 62, durante los primeros años del reinado de su joven pupilo Nerón, Séneca gobernó de facto el Imperio romano junto con Sexto Afranio Burro. Esto le granjeó numerosos enemigos, y se vio obligado a retirarse de la primera línea política en el año 62. Acusado, tal vez falsamente, de participar en la conjura de Pisón contra Nerón, su antiguo alumno lo condenó a muerte, y se suicidó en el año 65.
Como escritor, Séneca pasó a la historia como uno de los máximos representantes del estoicismo. Su obra constituye la principal fuente escrita de filosofía estoica que se ha conservado hasta la actualidad. Abarca tanto obras de teatro como diálogos filosóficos, tratados de filosofía natural, consolaciones y cartas. Usando un estilo marcadamente retórico, accesible y alejado de tecnicismos, delineó las principales características del estoicismo tardío, del que junto con Epícteto y Marco Aurelio está considerado su máximo exponente.
La influencia de Séneca en generaciones posteriores fue inmensa. Durante el Renacimiento fue "admirado y venerado como un oráculo de edificación moral, incluso Cristiana; un maestro de estilo literario y un modelo para las artes dramáticas."
Índice
Orígenes y juventud
Su familia era oriunda de Corduba —actual Córdoba—, en la provincia de Bética en Hispania. La tradición ha situado su nacimiento en Corduba en torno al año 1 d.C. (se barajan tres posibles fechas para su nacimiento, los años 1, 4 y 5 d. C.).⁹ El también hispano Marcial lo declara en un epigrama
Duosque Senecas unicumque Lucanum / facunda loquitur Corduba [...]
MARCIAL: Epigramas, I, 61, 8-9.
El padre de Séneca, Marco Anneo Séneca, era un procurador imperial que se convirtió en un reconocido experto en retórica, y se casó con una joven noble nacida en Urgavo (actual municipio de Arjona, Jaén), Helvia. Además de Lucio, Marco tuvo otros dos hijos que a su manera también alcanzaron cierta relevancia. El primero, Novato, más conocido como Galión, fue el gobernador de Acaya que declinó ejercer su jurisdicción sobre San Pablo, y lo envió a Roma. El segundo, Mela, aunque menos ambicioso, fue un hábil financiero famoso por ser el padre del poeta Lucano, quien, por ello, era sobrino de Lucio Séneca.
De la vida de Lucio Séneca previa al año 41 d. C. no se sabe gran cosa, y lo que se sabe es gracias a lo que el propio Séneca escribió. Sea como fuere, es claro que provenía de una familia distinguida, perteneciente a la más alta sociedad hispana en una época en que la provincia de Hispania estaba en pleno auge dentro del Imperio romano.
Parece ser que pasó los primeros años de su vida en Roma, bajo la protección de la hermanastra de su madre, su tía Marcia. Se afirma que en ese tiempo vivió con humildad en una habitación en el piso de arriba de un baño público, algo probablemente falso, ya que Marcia era una persona acaudalada. Durante este tiempo, parece que le fue enseñada la retórica y fue introducido en el estoicismo por el filósofo Atalo.
Marcia estaba casada con un équite (caballero) romano, quien en el año 16 fue nombrado gobernador de Egipto por el emperador Tiberio. Séneca acompañó al matrimonio a Alejandría, en Egipto, donde adquirió nociones de administración y finanzas, al tiempo que estudiaba la geografía y etnografía de Egipto y de la India, y desarrollaba su interés por las ciencias naturales, en las que, a decir de Plinio el Viejo, destacaría por sus conocimientos de geología, oceanografía y meteorología.
Por influjo de los cultos místicos orientales que había en Egipto, al principio demostró una cierta inclinación hacia el misticismo pitagórico enseñado por Sotión, un filósofo ecléctico-pitagórico, y por los cultos de Isis y Serapis, que por aquel entonces ganaban gran número de adeptos entre los romanos. No obstante, posteriormente se inclinó hacia el estoicismo, filosofía que adoptaría hasta el fin de sus días. Su formación, pues, fue muy variada, rica y abierta: además de formarse en Egipto, parece ser que ya en Roma había estudiado gramática, retórica y filosofía; es posible, además, que viajara en algún momento a Grecia, para continuar formándose en Atenas, algo muy común entre los patricios de su tiempo. Sea como fuere, dejó escrito haber estudiado con Sotión, con el estoico Atalo y con Papirio Fabiano. Más adelante, fue amigo íntimo del cínico Demetrio.
Índice
Primera carrera política
Séneca siempre tuvo una salud enfermiza, especialmente debido al asma que padecía desde su infancia (véase Epístolas a Lucilio, LIV). Tanto es así que llegó a escribir que lo único que le impedía suicidarse era la incapacidad de su padre de soportar su pérdida.
En el año 31, Séneca volvió a Roma donde, a pesar de su mala salud, de su origen provinciano y del hecho de provenir de una familia comparativamente escasa en influencias, fue nombrado cuestor, con lo que inició así su cursus honorum, en el que pronto destacó por su estilo brillante de orador y escritor. Para cuando, en el año 37, el emperador Calígula sucedió a Tiberio, Séneca se había convertido en el principal orador del Senado y había levantado la envidia y los celos del nuevo y megalómano César, el cual, de acuerdo con el historiador Dión Casio, ordenó su ejecución. Según el mismo historiador, fue una mujer próxima al círculo más íntimo de Calígula la que consiguió que éste revocara la sentencia al convencer a Calígula de que Séneca, asmático y de notoria mala salud, padecía además tuberculosis y pronto moriría por sí mismo. A consecuencia de este incidente Séneca se retiró de la vida pública.
En el año 41, a la muerte de Calígula y con la entronización de Claudio, Séneca, que continuaba siendo una persona relevante dentro del estamento político romano, fue de nuevo condenado a muerte, si bien la pena se le conmutó por el destierro a Córcega. Las causas de esta condena se ignoran. La sentencia oficial lo acusaba de haber cometido adulterio con Julia Livila, hermana de Calígula, hecho bastante improbable. Más probablemente se ha apuntado que la esposa de Claudio, la célebre Valeria Mesalina, lo habría considerado peligroso ahora que Calígula había muerto. La entronización de Claudio se había producido con la oposición del Senado y Séneca, que debido a su prestigio como orador era probablemente uno de los senadores más influyentes, podría haber sido un enemigo político en potencia para Claudio.¹¹
Índice
Exilio en Córcega y retorno a Roma
Su exilio en Córcega duró ocho años. Durante ese tiempo escribió una consolatio o consolación a su madre Helvia, a raíz de la muerte de su padre Marco, que destaca por propugnar actitudes estoicas muy diferentes a las que, por ese mismo período, se muestran en la Consolación a Polibio, nombre de uno de los libertos imperiales de Claudio y que ostentaba un gran poder e influencia sobre el emperador. En esta carta, que probablemente nunca estuviera destinada a publicarse, se muestra abyectamente adulador y busca el perdón imperial.
El destierro duró hasta el año 49 cuando, tras la caída de Mesalina, la nueva esposa de Claudio, la también célebre Agripina la Menor, consiguió rehabilitarlo. Se le llamó a Roma y, por indicación de Agripina, se le nombró pretor en la ciudad. Su ascenso no acabó ahí, pues en el año 51, a instancias de nuevo de Agripina, se le nombró tutor del joven Lucio Domicio Enobarbo, futuro Nerón, hijo de un matrimonio anterior de Agripina. Tan drástico cambio en su suerte se debió, según el historiador Tácito, a que esta, aparte de buscar un tutor ilustre para su hijo, creía que la fama de Séneca haría más popular a la familia imperial; un Séneca agradecido y obligado a ella serviría además como un importante aliado y un sabio consejero en los planes de alcanzar el poder que albergaba para su hijo Nerón.
En el año 54, el emperador Claudio murió (según la mayoría de las fuentes históricas, envenenado por la propia Agripina) y su hijastro Nerón subió al poder. Aunque no hay evidencia alguna de que Séneca estuviera involucrado en el asesinato de Claudio, sí que se mofó del viejo emperador en su obra satírica intitulada Apocolocyntosis divi Claudii («Calabacificación del divino Claudio»), en la que éste, tras ser deificado, termina, tras una serie de vicisitudes, como un mero burócrata en el Hades. Con la subida al poder del joven Nerón, que por aquel entonces contaba con 17 años, Séneca fue nombrado consejero político y ministro junto a un austero oficial militar llamado Sexto Afranio Burro.
Índice
Gobierno del Imperio romano
Busto imaginario de Séneca en mármol, elaborado en el siglo XVII. Museo del Prado.
Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro, a quienes todos los historiadores romanos consideraron las personas de mayor valía e ilustración del entorno de Nerón, gobernaron de facto el imperio romano. Dicho período destacaría, a decir del propio emperador Trajano, por ser uno de los períodos de «mejor y más justo gobierno de toda la época imperial». Su política, basada en compromiso y diplomacia más que en innovaciones e idealismo, fue modesta pero eficiente: se trató en todo momento de refrenar los excesos del joven Nerón, al tiempo que evitaban depositar gran poder real en manos de Agripina. Así, mientras Nerón se dedicaba, siguiendo las instrucciones de Séneca, a un ocio moralmente «aceptable», Séneca y Burro se hicieron con el poder, en el que promovieron una serie de reformas legales y financieras, como la reducción de los impuestos indirectos; persiguieron la concusión, es decir, la corrupción de los gobernadores provinciales; llevaron a cabo una exitosa guerra en Armenia a las órdenes de Corbulón, que instituyó el protectorado romano en aquel país y se mostró, a la larga, fundamental para la salvaguarda de la frontera oriental del imperio; se enviaron, a instancias de Séneca, expediciones para dar con las fuentes del río Nilo... Vale notar que ni Burro ni Séneca ocuparon, durante este período, cargo institucional alguno, más allá del de senadores, por lo que ejercieron el poder desde detrás del solio imperial, como meros validos y consejeros del joven César, que al parecer tenía en alta estima a su tutor.
Sin embargo, conforme Nerón fue creciendo, comenzó a desembarazarse de la «benigna» influencia de Séneca, de tal forma que, al mismo tiempo que el ejercicio del poder iba desgastando al filósofo, comenzaba a perder influencia sobre su pupilo Nerón. Aprovechando la pérdida de influencia y el desgaste de Séneca, en el año 58 Publio Sulio Rufo, un consejero del joven Nerón, llegó a acusarlo (absurdamente según Tácito) de acostarse con Agripina, con lo que dio origen a una campaña de desprestigio en la que el filósofo fue acusado de crímenes tan peregrinos como el de deplorar el tiránico régimen imperial, extravagancia en sus banquetes, hipocresía y adulación en sus escritos –fue en este momento cuando salió a la luz la carta al liberto Polibio–, usura, y, sobre todo, excesiva riqueza. De hecho, la riqueza de Séneca en este período alcanzó la categoría de proverbial, cuando el poeta Juvenal habla de los grandes jardines del inmensamente rico Séneca. Es probable que la inmensa riqueza del filósofo propiciara su caída frente a Nerón, el cual no toleraría que un particular pudiera hacerle sombra en ese aspecto.
Índice
Caída y muerte
En el año 59, la antiguamente gran valedora de Séneca Agripina fue asesinada por Nerón, lo que marcaría el inicio del fin de Séneca. Aunque posiblemente no estuvieran involucrados, Séneca y Burro tuvieron que llevar a cabo una campaña de lavado de imagen pública del emperador a fin de minimizar el impacto que pudiera tener el crimen. Séneca escribió la famosa carta al Senado en la que justificaba a Nerón y explicaba cómo Agripina había conspirado en contra de su hijo. Este hecho ha sido muy criticado con posterioridad, y ha sido germen frecuente de las acusaciones de hipocresía contra Séneca. Cuando, en el año 62, Burro murió, la situación de Séneca en el poder se volvió insostenible, al haber perdido buena parte de su capital político y de sus apoyos. La campaña de desprestigio, además, le privó de la cercanía del emperador, el cual, rodeado de aduladores y arribistas como Tigelino, Vitelio o Petronio, pronto comenzaría a hablar de desembarazarse de su viejo tutor.
Así, ese mismo año 62 Séneca pidió a Nerón retirarse de la vida pública, y ofreció toda su fortuna al emperador. El retiro le fue concedido tácitamente, aunque la fortuna no le fue aceptada hasta años después. De esta manera, Séneca consiguió retirarse de la cada vez más peligrosa corte romana, y comenzó a pasar su tiempo viajando con su segunda esposa, Paulina, por el sur de Italia. Al mismo tiempo, comenzó a redactar una de sus obras más famosas, las Cartas a Lucilio, auténtico ejemplo de ensayo, en las que Séneca ofrece todo tipo de sabios consejos y reflexiones a Lucilio, un amigo íntimo que supuestamente ejercía como procurador romano en Sicilia. Esta obra serviría de ejemplo e inspiración a Michel de Montaigne en la redacción de sus Ensayos.
Aun así, Séneca no consiguió desembarazarse del todo de la obsesiva perversión de su antiguo pupilo. Según Tácito, parece ser que en sus últimos años Séneca sufrió un intento de envenenamiento, frustrado gracias a la sencilla dieta que el filósofo había adoptado, previendo un ataque de este tipo. Sea como fuere, en el año 65 se le acusó de estar implicado en la famosa conjura de Pisón contra Nerón. Aunque no existieran pruebas firmes en su contra, la conjura de Pisón sirvió a Nerón como pretexto para purgar la sociedad romana de muchos patricios y caballeros que consideraba subversivos o peligrosos, y entre ellos se encontraba el propio Séneca. Así pues, Séneca fue, junto con muchos otros, condenado a muerte, víctima de la conjura fracasada.
Sobre la muerte de Séneca, el historiador Tácito cuenta que el tribuno Silvano fue encomendado para darle la noticia al filósofo, pero siendo aquel uno de los conjurados, y sintiendo una gran vergüenza por Séneca, le ordenó a otro tribuno que le llevara la notificación del César: de un patricio como Séneca se esperaba no que decidiera esperar a la ejecución, sino que se suicidara tras recibir la condena a muerte. Cuando Séneca recibió la misiva, ponderó con calma la situación y pidió permiso para redactar su testamento, lo cual le fue denegado, pues la ley romana preveía en esos casos que todos los bienes del conjurado pasaran al patrimonio imperial.
Sabiendo que Nerón actuaría con crueldad sobre él, decidió abrirse las venas en el mismo lugar, cortándose en brazos y piernas. Su esposa Paulina le imitó para evitar ser humillada por el emperador, pero los guardias y los sirvientes se lo impidieron y otras fuentes afirman que realmente se suicidó, aunque Suetonio afirma que vivió hasta el principado de Domiciano. Séneca, al ver que su muerte no llegaba, le pidió a su médico Eustacio Anneo que le suministrase veneno griego (cicuta), el cual bebió pero no le hizo efecto. Pidió finalmente ser llevado a un baño caliente, donde el vapor terminó asfixiándolo, víctima del asma que padecía.
Al suicidio de Séneca lo siguieron, además, el de sus dos hermanos y el de su sobrino Lucano, sabedores de que pronto la crueldad de Nerón recaería también sobre ellos. Séneca fue incinerado sin ceremonia alguna. Así lo había prescrito en su testamento cuando, en sus tiempos de riqueza y poder, pensaba en sus últimos momentos.
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Valoración y reputación
Reputación posterior
Michel de Montaigne (aquí según retrato de Dumonstier) no dejó nunca de reconocer la influencia de Séneca en su obra magna, los Ensayos.
Tertuliano, quien consideró que muchas de las doctrinas morales expuestas por Séneca tenían gran parecido con las expuestas en la Biblia.
Séneca es uno de los pocos filósofos romanos que siempre ha gozado de gran popularidad (al menos en la Europa continental; en el mundo anglosajón no fue sino hasta el siglo XX cuando la figura de Séneca se rescató del olvido), como lo demuestra el hecho de que su obra haya sido admirada y celebrada por algunos de los pensadores e intelectuales occidentales más influyentes: Erasmo de Róterdam, Michel de Montaigne, René Descartes, Denis Diderot, Jean-Jacques Rousseau, Francisco de Quevedo, Thomas de Quincey, Dante, Petrarca, San Jerónimo, San Agustín, Lactancio, Chaucer, Juan Calvino, Baudelaire, Honoré de Balzac... todos mostraron su admiración por la obra de Séneca.
Junto a la de Cicerón, la obra de Séneca era una de las mejor conocidas por los pensadores medievales, y como quiera que muchas de sus doctrinas son compatibles con la idiosincrasia cristiana, los padres de la Iglesia como San Agustín lo citan a menudo; Tertuliano lo consideraba un saepe noster, esto es, «a menudo uno de los nuestros», y San Jerónimo llegó a incluirlo en su Catálogo de santos.
Durante la Edad Media, de hecho, surgió la leyenda de que San Pablo habría convertido a Séneca al cristianismo, y que su muerte en el baño era una suerte de bautismo encubierto. El origen de esta leyenda pudo venir de que San Pablo conoció al hermano mayor de Séneca, Galión (Hechos 18: 12-17) a quien alude posteriormente en la última de las cartas a los Gentiles (II Timoteo 4:16), por lo cual habría sido escrita una falsa correspondencia entre el apóstol y Séneca.¹³
La supuesta conversión al Cristianismo de Séneca fue un tema recurrente durante el Bajo Imperio romano y la Edad Media, formaba parte de la «Leyenda áurea», e incluso aparecieron varias cartas espurias entre Séneca y San Pablo en las que intercambian puntos de vista doctrinales; en una de ellas, fechada en el siglo III o en el siglo IV, incluso se relata el gran incendio de Roma, aunque probablemente Séneca se hallase fuera de la ciudad en ese tiempo. Por otro lado, su obra Naturales quaestiones, tratado de ciencias naturales alabado ya por Plinio el Viejo, fue durante la Edad Media la obra de referencia inamovible en los asuntos que abordaba; sólo Aristóteles gozó de mayor prestigio en ese campo.
Además, la influencia de Séneca se deja ver en todo el humanismo y demás corrientes renacentistas. Su afirmación de la igualdad de todos los hombres, la propugnación de una vida sobria y moderada como forma de hallar la felicidad, su desprecio a la superstición, sus opiniones antropocentristas... se harían un hueco en el pensamiento renacentista. Erasmo de Róterdam, por ejemplo, fue el primero en preparar una edición crítica de sus obras (1515), y la primera obra de Calvino fue una edición de De clementia, en 1532. Robert Burton lo cita en su Anatomía de la melancolía, y Juan Luis Vives y Tomás Moro lo tenían en alta estima, y se hacían eco de sus ideas éticas. En la obra de Montaigne, los Ensayos, las referencias a la obra de Séneca son constantes, tanto en la forma, como en opiniones, muchas de las cuales son comunes en ambos pensadores: por ejemplo, la justificación del suicidio como forma de evitar una muerte peor, es análoga en ambos. Formalmente, muchos ensayos de Montaigne se asemejan a la estructura desarrollada por Séneca en sus Cartas a Lucilio (planteamiento de un tema, pero no de una tesis al respecto, un desarrollo más o menos lineal donde se añaden ejemplos pero se evitan digresiones, y una conclusión final sobre el tema planteado, que se deduce de todo lo anterior), que se han visto como un antecedente claro del ensayo moderno. Y, aunque las ideas presentadas por Séneca no pueden ser consideradas originales ni sistemáticas en su exposición, su importancia es capital a la hora de hacer asequibles y populares muchas de las ideas de la filosofía griega.
En la actualidad, su obra ha caído en un cierto olvido, propiciado por el moderno abandono del estudio de las lenguas y disciplinas clásicas. Sin embargo, sigue sorprendiendo por la vigencia y accesibilidad de muchas de sus ideas y la facilidad de lectura y la claridad con que se muestra en las traducciones vernáculas de su obra: las Cartas a Lucilio han sido comparadas con un libro de autoayuda, y de hecho, a raíz de la película Gladiator, tanto éstas como las Meditaciones de Marco Aurelio fueron reeditadas con gran éxito en el mundo anglosajón.
Valoración
Desde sus inicios, Séneca abrazó el estoicismo, sobre todo en su vertiente moral, y toda su obra gira en torno a esta doctrina, de la que llegó a ser, al menos en la teoría, uno de los máximos exponentes. Sin embargo, aunque en su obra se presenta siempre como estoico, ya en su propio tiempo fue tachado de hipócrita, al no ser capaz de vivir según los principios que propugnaba en su obra.
En efecto, a lo largo de toda su vida fue acusado de haberse acostado con mujeres casadas, y si bien es cierto que muchas veces dichas acusaciones no eran más que meras calumnias, en muchos otros casos parecen haber estado bien fundadas. Además, la estrecha relación con los excesos de Nerón demuestra las profundas limitaciones de sus enseñanzas en cuanto a la templanza y la autodisciplina propias de un estoico. Igualmente, no se explicaría que un verdadero estoico escribiera las cartas que desde su destierro en Córcega envió a Roma rogando, de la forma más servil y humillante, por su perdón. En su Calabacificación de Claudio ridiculizó algunos comportamientos y políticas del emperador Claudio que cualquier estoico habría aplaudido, con lo que se demostró que colocaba sus principios al servicio de Nerón, al denostar a Claudio al tiempo que proclamaba que Nerón sería más sabio y longevo que el legendario Néstor. En esta obra presenta una crítica hacia la deificación de los humanos y pone como claro ejemplo el caso de Claudio y aprovecha la ocasión para criticarlo y ridiculizarlo.
La carta al Senado donde justifica el asesinato de Agripina, ha sido siempre vista como algo imperdonable, y de gran bajeza moral. Ante otros actos de Nerón, como el asesinato de Británico o el repudio de su primera esposa Octavia, Séneca siempre guardó un silencio que muchos han visto como cobardía e incluso aquiescencia. Las acusaciones de corrupción que acompañaron a su gobierno, que bien pudieran sostenerse si se atiende a la fabulosa fortuna que hizo en ese período, serían una prueba más de la incapacidad de Séneca para llevar a la práctica los principios estoicos que tanto admiraba.
Sin embargo, hay que hacer notar que la inmensa mayoría de las acusaciones que se vertieron contra Séneca fueron hechas bien por opositores políticos en vida del filósofo, por lo que su validez debe tomarse con cautela, o con mucha posterioridad a la muerte del mismo, de manera que muy posiblemente las debilidades de Séneca fueran en realidad mucho menores que las que en apariencia fueron. Sea como fuere, Séneca ha pasado a la posteridad como uno de los más tristes ejemplos de un hombre que falló en vivir según sus propios ideales.¹⁵
En la actualidad, los medioambientalistas utilizan su nombre en la expresión efecto Séneca
o acantilado de Séneca
para expresar que el declive de las civilizaciones es más rápido que su ascenso. Esta referencia se basa en la cita que dice: Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera.
Lucio Anneo Séneca, Cartas a Lucilio. Libro XIV, Epíst. 91, 6.
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Obras
Las obras que nos quedan de Séneca se pueden dividir en cuatro apartados: los diálogos morales, las cartas, las tragedias y los epigramas. La filosofía de Séneca se diluye en estas obras. No escribió una obra sistemática de filosofía; su pensamiento filosófico, sus ideas estoicas, se expresan a lo largo de toda su obra y llenan el comentario de todas las situaciones.
Los diálogos son once obras morales conservadas en un manuscrito de la Biblioteca Ambrosiana. Si se exceptúa el conocido con el nombre de Sobre la ira, son relativamente cortos. El largo diálogo Sobre la ira está dedicado a su hermano Novato, que le había pedido que le escribiera sobre el modo de mitigar la ira.
En el exilio escribió el tratado Sobre la providencia, dedicado a Lucilio hijo. De su exilio es también el diálogo más exquisito y el más lleno de detalles personales, que escribió a su madre: De la consolación a Helvia. Junto al tratado Sobre la providencia hay que colocar el De la constancia del sabio, escrito probablemente después del año 47. Vuelto a las tareas de gobierno redacta el diálogo Sobre la brevedad de la vida, escrito con toda probabilidad en el año 55. A su hermano Galión (que recibe su nombre por su padre adoptivo, Julio Galión) le dedicó el diálogo La vida bienaventurada, una curiosa defensa de su forma de vida de filósofo estoico.
Durante el período de retiro de la vida política escribió un libro de Cuestiones naturales, dedicado a Lucilio, que trata de fenómenos naturales, y donde la ética se mezcla con la física.
Escrita en prosa y en verso, pero aislada de sus demás obras, como caso único está la Apocolocyntosis, una sátira feroz de la deificación de Claudio, con crítica política y malicia personal, como responsable que fue de su destierro.
De toda la obra poética de Séneca, sus diez tragedias son el fruto de una actividad creativa, independiente, que ejerció a lo largo de su vida, pero especialmente en el periodo intermedio de la educación de Nerón, quien era un gran aficionado al teatro y a la declamación. Sabemos que en efecto las compuso porque Tácito (Annales, XIV, 52) cuenta que se reprochaba a Séneca el haberlas escrito siguiendo el gusto que por ellas demostraba Nerón. Diez tragedias han llegado hasta nosotros, de las cuales ocho parecen en efecto de su autoría: Phaedra, Troades, Thyestes, Phoenissae, Medea, Oedipus, Agamemnon y Hercules furens. Una, no obstante, es dudosa en la atribución: Hercules Oeteus / Hércules en el Eta; y otra, ciertamente, es apócrifa: Octavia.
Consolaciones
Consolación a Marcia (40 d. C.)
Consolación a Helvia (42 d. C.)
Consolación a Polibio (43 d. C.)
Diálogos
De la ira (41 d. C.)
De la serenidad del alma (53 d. C.)
De la brevedad de la vida (55 d. C.)
De la firmeza del sabio (55 d. C.)
De la clemencia (56 d. C.)
De la vida bienaventurada o De la felicidad (58 d. C.)
De los beneficios (59 d. C.)
De la vida retirada o Del ocio (entre el 41-50 d. C.)
De la providencia (63 d. C.)
Tragedias
Hércules furioso
Las troyanas
Medea
Hipólito
Fedra
Edipo
Agamenón
Tiestes
Hércules en el Eta
Las fenicias
Octavia
Otras
Apocolocyntosis divi Claudii (Calabacificación del divino Claudio), una obra satírica, también contiene referencias a Nerón, al que compara con Néstor en sabiduría y longevidad, en un ejercicio de inaudita adulación.
Naturales quaestiones, en 7 libros de poca originalidad, pero aun así tremendamente populares durante la Edad Media, incluyen todo lo relacionado con meteorología, mineralogía y oceanografía.
Epistulae morales ad Lucilium (Cartas a Lucilio), conjunto de 124 cartas de temática moral dirigidas a Lucilio.
Cujus etiam ad Paulum apostolum leguntur epistolae, correspondencia apócrifa mantenida entre Séneca y San Pablo. Fueron fechadas en torno al año 370 d. C. por expertos latinistas durante el Renacimiento, y desde entonces se consideran una falsificación.
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Traducciones
Karl Alfred Blüher hizo un trabajo fundamental sobre la estela del filósofo cordobés en la cultura española: Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de Séneca en España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII (Madrid: Gredos, 1983). Como hispano, es natural que los humanistas españoles le tuvieran una cierta devoción, al igual que a otros autores naturales de este suelo como su sobrino Lucano o Marco Valerio Marcial. Pero en general fue citado indirectamente y de segunda mano en la Edad Media española hasta que en el siglo XV ya empiezan a circular códices completos con sus obras en las manos de humanistas como Pedro Díaz de Toledo y Alonso de Cartagena, obispo de Burgos.
Philobiblon recoge 97 manuscritos con romanceamientos de Séneca al castellano, al catalán y al gallego-portugués solo en el siglo XV. Al catalán se vertieron las tragedias. Antoni Canals tradujo De providentia entre 1396 y 1404. Se conocen dos traducciones catalanas de las Cartas a Lucilio, una desde el francés y otra directa. La mujer de Alfonso el Magnánimo leyó una y Martín el Humano mandó traducir un excerpta elaborado por el dominico italiano Luca Manelli. En Castilla se tradujeron casi todas sus obras durante el reinado de Juan II y también encargó traducciones el Marqués de Santillana. Alonso de Cartagena tradujo la Tabulatio de Luca Manelli, De providentia, De clementia, De constantia, Libro de las siete artes liberales (Epístola 88 a Lucilio), De vita beata (incluida en De otio). También tradujo apócrifos: De remediis fortuitorum, Formulae vitae honestae, De legalibus institutis y once Declamationes de Séneca el Viejo. El jurista converso Pedro Díaz de Toledo, del círculo del Marqués de Santillana, tradujo los apócrifos Proverbia Senecae. 75 cartas de Séneca se vertieron al castellano anónimamente desde una versión italiana que venía de otra francesa, y fueron traducidas en 1425 por orden de Fernán Pérez de Guzmán. Una segunda versión castellana de 81 cartas proviene de otra catalana. Se perdió la encargada por el Marqués de Santillana. Y Nuño de Guzmán mandó traducir la Apocolocyntosis desde la versión italiana de Pier Candido Decembrio. Incluso se tradujo el apócrifo epistolario de Séneca y San Pablo. Ya en el siglo XVI el humanista Martín del Río hizo una edición crítica latina de las Tragedias de la que estaba muy orgulloso: In L. Annaei Senecae Cordubensis poetae gravissimi Tragoedias decem, Antwerp, Officina Plantiniana, 1576.
Ya en época moderna tradujeron las tragedias de Séneca Agustín Ruiz de Santayana, padre del filósofo, y Marcelino Menéndez Pelayo. Ya es moderna la de Leonor Pérez Gómez (Tragedias completas, Madrid: Cátedra, 2012, 2 vols.), aunque en el siglo XX el canónigo republicano exiliado José Manuel Gallegos Rocafull tradujo unas Obras completas de Lucio Anneo Séneca (México, UNAM, 1944 y 1945, 2 vols.) que en realidad acoge solo los tratados morales (publicó las Cartas en el FCE), y fue muy conocida también la del sacerdote franquista Lorenzo Riber al castellano de Obras completas de Séneca: discurso previo, traducción, argumento y notas... (Madrid: Editorial Aguilar, 1943, 1949, 1957, 1966).
Hay traducciones específicas al castellano de las Cartas a Lucilio por parte del canónigo de Granada Francisco Navarro y Calvo (Epístolas morales, Madrid: Luis Navarro, 1884, que incluye también los tratados; pero parecen haber sido hechas desde el francés), J. M. Gallegos Rocafull (Cartas morales, México: FCE, 1951-1953, 2 vols.), Jaime Bofill y Ferro (Barcelona: Iberia, 1955, 2 vols, id. 1964; reimpresa en Barcelona: Planeta, 1985); Vicente López Soto (Barcelona: Juventud, 1982) e Ismael Roca Meliá (Madrid: Gredos, 1986) y al catalán por el doctor Carles Cardó (1928-1931), 4 vols., con el texto latino y aparato crítico.
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DE LA DIVINA PROVIDENCIA A LUCILO
Cómo habiendo esta providencia, suceden males a los hombres buenos
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Traducción de Pedro Fernández Navarrete [1564-1632]
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
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CAPÍTULO 1
Pregúntasme, Lúcilo, cómo se compadece que gobernándose el mundo con divina Providencia, sucedan muchos males a los hombres buenos. Daréte razón de esto con más comodidad en el contexto del libro, cuando probare que a todas las cosas preside la Providencia divina, y que nos asiste Dios. Pero porque has mostrado gusto de que se separe del todo esta parte, y que quedando entero el negocio se decida este artículo, lo haré, por no ser cosa difícil al que hace la causa de los Dioses. Será cosa superflua querer hacer ahora demostración de que esta grande obra del mundo no puede estar sin alguna guarda, y que el curso y discurso cierto de las estrellas no es de movimiento casual; porque lo que mueve el caso a cada paso se turba, y con facilidad choca; y al contrario, esta nunca ofendida velocidad camina obligada por imperio de eterna ley, y la que trae tanta variedad de cosas en la mar y en la tierra, y tantas clarísimas lumbreras, que con determinada disposición alumbran, no pueden moverse por orden de materia errante, porque las cosas que casualmente se unen no están dispuestas con tan grande arte como lo está el gravísimo peso de la tierra, que siendo inmóvil mira la fuga del cielo, que en su redondez se apresura, y los mares, que metidos en hondos vales ablandan las tierras, sin que la entrada de los ríos les cause aumento; y ve que de pequeñas semillas nacen grandes plantas, y que ni aun aquellas cosas que parecen confusas é inciertas, como son las lluvias, las nubes, los golpes de encontrados rayos, y los incendios de las rompidas cumbres de los montes, los temblores de la movida tierra, con los demás que la tumultuosa parte de las cosas gira en contorno de ella, aunque son repentinas, no se mueven sin razón, pues aun aquellas tienen sus causas no menos que en las que remotas tierras miramos como milagros; cuales son las aguas calientes en medio de los ríos, los nuevos espacios de islas que en alto mar se descubren; y el que hiciere observación, que retirándose en él las aguas, dejan desnudas las riberas, y que dentro de poco tiempo vuelven a estar cubiertas, conocerá que con una cierta volubilidad se retiran y encogen dentro de sí, y que las olas vuelven otra vez a salir, buscando con veloz curso su asiento, creciendo a veces con las porciones, y bajando y subiendo en un mismo día y en una misma hora, mostrándose ya mayores y ya menores conforme las atrae la Luna, a cuyo albedrío crece el Océano. Todo esto se reserva para su tiempo; porque aunque tú te quejas de la divina Providencia, no dudas de ella: yo quiero ponerte en amistad con los Dioses, que son buenos con los buenos; porque la naturaleza no consiente que los bienes dañen a los buenos. Entre Dios y los varones justos hay una cierta amistad unida, mediante la virtud: y cuando dije amistad, debiera decir una estrecha familiaridad, y aun una cierta semejanza; porque el hombre bueno se diferencia de Dios en el tiempo, siendo discípulo é imitador suyo; porque aquel magnífico padre, que no es blando exactor de virtudes, cría con más aspereza a los buenos, como lo hacen los severos padres. Por lo cual cuando vieres que los varones justos y amados de Dios padecen trabajos y fatigas, y que caminan cuesta arriba, y que al contrario los malos están lozanos y abundantes de deleites, persuádete a que al modo que nos agrada la modestia de los hijos, y nos deleita la licencia de los esclavos nacidos en casa, y a los primeros enfrenamos con melancólico recogimiento, y en los otros alentamos la desenvoltura; así hace lo mismo Dios, no teniendo en deleites al varón bueno, de quien hace experiencias para que se haga duro, porque le prepara para sí.
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CAPÍTULO 2
¿Por qué sucediendo muchas cosas adversas a los varones buenos, decimos que al que lo es no le puede suceder cosa mala? Las cosas contrarias no se mezclan; al modo que tantos ríos y tantas lluvias, y la fuerza de tantas saludables fuentes, no mudan ni aun templan el desabrimiento del mar, así tampoco trastorna el ánimo del varón fuerte la avenida de las adversidades, siempre se queda en su ser; y todo lo que le sucede, lo convierte en su mismo color, porque es más poderoso que todas las cosas externas. Yo no digo que no las siente; pero diga que las vence, y que estando plácido y quieto se levanta contra las cosas que le acometen, juzgando que todas las adversas son examen y experiencias de su valor. ¿Pues qué varón levantado a las cosas honestas no apetece el justo trabajo, estando pronto a los oficios, aun con riesgo de peligros? ¿Y a qué persona cuidadosa no es penoso el ocio? Vemos que los luchadores, deseosos de aumentar sus fuerzas, se ponen a ellas con los más fuertes, pidiendo a los con quien se prueban para la verdadera pelea que usen contra ellos de todo su esfuerzo: consienten ser heridos y vejados; y cuando no hallan otros que solos se les puedan oponer, ellos se oponen a muchos. Marchítase la virtud si no tiene adversario, y conócese cuán grande es y las fuerzas que tiene cuando el sufrimiento muestra su valor. Sábete, pues, que los varones buenos han de hacer lo mismo, sin temer lo áspero y difícil y sin dar quejas de la fortuna. Atribuyan a bien todo lo que les sucediere, conviértanlo en bien, pues no está la monta en lo que se sufre, sino en el denuedo con que se sufre. ¿No consideras cuán diferentemente perdonan los padres que las madres? Ellos quieren que sus hijos se ejerciten en los estudios sin consentirles ociosidad, ni aun en los días feriados, sacándoles tal vez el sudor, y tal las lágrimas; pero las madres procuran meterlos en su seno y detenerlos a la sombra, sin que jamás lloren, sin que se entristezcan y sin que trabajen. Dios tiene para con los buenos ánimo paternal, y cuando más apretadamente los ama, los fatiga, ya con obras, ya con dolores y ya con pérdidas, para que con esto cobren verdadero esfuerzo. Los que están cebados en la pereza desmayan no sólo con el trabajo, sino tambien con el peso, desfalleciendo con su misma carga. La felicidad que nunca fue ofendida no sabe sufrir golpes algunos; pero donde se ha tenido continua pelea con las descomodidades, críanse callos con las injurias sin rendirse a los infortunios; pues aunque el fuerte caiga, pelea de rodillas. ¿Admiraste por ventura si aquel Dios grande amador de los buenos, queriéndolos excelentísimos y escogidos, les asigna la fortuna para que se ejerciten con ella? Yo no me admiro cuando los veo tomar vigor, porque los Dioses tienen por deleitoso espectáculo el ver los grandes varones luchando con las calamidades. Nosotros solemos tener por entretenimiento el ver algún mancebo de ánimo constante, que espera con el venablo a la fiera que le embiste, y sin temor aguarda al león que le acomete; y tanto es más gustoso este espectáculo, cuanto es más noble el que le hace. Estas fiestas no son de las que atraen los ojos de los Dioses, por ser cosas pueriles y entretenimientos de la humana liviandad. Mira otro espectáculo digno de que Dios ponga con atención en él los ojos: mira una cosa digna de que Dios la vea: esto es el varón fuerte que está asido a brazos con la mala fortuna, y más cuando él mismo la desafió. Dígote de verdad que yo no veo cosa que Júpiter tenga más hermosa en la tierra para divertir el ánimo, como mirar a Catón, que después de rompidos diversas veces los de su parcialidad, está firme, y que levantado entre las públicas ruinas decía: «Aunque todo el Imperio haya venido a las manos de uno, y aunque las ciudades se guarden con ejércitos, y los mares con flotas, y aunque los soldados Cesarianos tengan cerradas las puertas, tiene Catón por donde salir: una mano hará ancho camino a nuestra libertad. Este puñal, que en las guerras civiles se ha conservado puro y sin hacer ofensa, sacará al fin a luz buenas y nobles obras, dando a Catón la libertad que él no pudo dar a su patria. Emprende, oh ánimo, la obra mucho tiempo meditada; líbrate de los sucesos humanos. Ya Petreyo y Juba se encontraron y cayeron heridos cada uno por la mano del otro: egregia y fuerte convención del hado, pero no decente a mi grandeza, siendo tan feo a Catón pedir a otros la muerte como pedirles la vida.» Tengo por cierto que los Dioses miraban con gran gozo, cuando aquel gran varón, acérrimo vengador de sí, estaba cuidando de la ajena salud, y disponiendo la huida de los otros; y cuando estaba tratando sus estudios hasta la última noche, y cuando arrimó la espada en aquel santo pecho, y cuando esparciendo sus entrañas, sacó con su propia mano aquella purísima alma, indigna de ser manchada con hierro. Creo que no sin causa fue la herida poco cierta y eficaz; porque no fuera suficiente espectáculo para los Dioses ver sola una vez en este trance a Catón. Retúvose, y tornó en sí la virtud para ostentarse en lo más difícil; porque no es necesario tan valeroso ánimo para intentar la muerte, como para volver a emprenderla. ¿Por qué, pues, habían los Dioses de mirar con gusto a su ahijado que con ilustre y memorable fin se escapaba? La muerte eterniza aquellos cuyo remate alaban aún los que la temen.
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CAPÍTULO 3
Pero porque cuando pasemos más adelante con el discurso te haré demostración que no son males los que lo parecen, digo ahora que estas cosas que tú llamas ásperas y adversas, y dignas de abominación, son en primer lugar en favor de aquellos a quien suceden, y después en utilidad de todos en general, que de éstos tienen los Dioses mayor cuidado que de los particulares, y tras ellos de los que quieren les sucedan males; porque a los que rehusan los tienen por indignos. Añadiré que estas cosas las dispone el hado, y que justamente vienen a los buenos por la misma razón que son buenos. Tras esto te persuadiré que no tengas compasión del varón bueno, porque aunque podrás llamarle desdichado, nunca él lo puede ser. Dije lo primero, que estas cosas de quien tememos y tenemos horror son favorables a los mismos a quien suceden, y ésta es la más difícil de mis proposiciones. Dirásme: ¿cómo puede ser útil el ser desterrados, el venir a pobreza, el enterrar los hijos y la mujer, el padecer ignominia y el verse debilitados? Si de esto te admiras, también te admirarás de que hay algunos que curan sus enfermedades con hierro y fuego, con hambre y sed. Y si te pusieres a pensar, que a muchos para curarlos les raen y descubren los huesos, les abren las venas y cortan algunos miembros que no se podian conservar sin daño del cuerpo. Con esto, pues, concederás que he probado que hay incomodidades que resultan en beneficio de quien las recibe; y muchas cosas de las que se alaban y apetecen se convierten en daño de aquellas que con ellos se alegran, siendo semejantes a las crudezas y embriagueces, y a las demás cosas que con deleite quitan la vida. Entre muchas magníficas sentencias de nuestro Demetrio hay ésta, que es en mí fresca, porque aun resuena en mis oídos. «Para mí, decía, ninguno me parece más infeliz que aquel a quien jamás sucedió cosa adversa;» porque a este tal nunca se le permitió hacer experiencia de sí, habiéndole sucedido todas las cosas conforme a su deseo, y muchas aun antes de desearlas. Mal concepto hicieron los Dioses de éste; tuviéronle por indigno de que alguna vez pudiese vencer a la fortuna, porque ella huye de todos los flojos, diciendo: «¿Para qué he de tener yo a éste por contrario? Al punto rendirá las armas; para con él no es necesaria toda mi potencia; con sola una ligera amenaza huirá; no tiene valor para esperar mi vista; búsquese otro con quien pueda yo venir a las manos, porque me desdeño encontrarme con hombre que está pronto a dejarse vencer.» El gladiator tiene por ignominia el salir a la pelea con el que le es inferior, porque sabe no es gloria vencer al que sin peligro se vence. Lo mismo hace la fortuna, la cual busca los más fuertes y que le sean iguales: a los otros déjalos con fastidio: al más erguido y contumaz acomete, poniendo contra él toda su fuerza. En Mucio experimentó el fuego, en Fabricio la pobreza, en Rutilio el destierro, en Régulo los tormentos, en Sócrates el veneno, y en Catón la muerte. Ninguna otra cosa halla ejemplos grandes sino es la mala fortuna. ¿Es por ventura infeliz Mucio, porque con su diestra oprime el fuego de sus enemigos, castigando en sí las penas del error, y porque con la mano abrasada hace huir al Rey, a quien con ella armada no pudo? ¿Fuera por dicha más afortunado si la calentara en el seno de la amiga? ¿Y es por ventura infeliz Fabricio por cavar sus heredades el tiempo que no acudía a la República, y por haber tenido iguales guerras con las riquezas que con Pirro, y porque sentado a su chimenea aquel viejo triunfador cenaba las raíces de hierbas que él mismo había arrancado escardando sus heredades? ¿Acaso fuera más dichoso si juntara en su vientre los peces de remotas riberas y las peregrinas cazas, y si despertara la detención del estómago, ganoso de vomitar con las ostras de entrambos mares, superior é inferior? ¿Si con mucha cantidad de manzanas rodear las fieras de la primera forma, cogidas con muerte de muchos monteros? ¿Es por ventura infeliz Rutinio porque los que le condenaron serán en todos los siglos condenados, y porque sufrió con mayor igualdad de ánimo el ser quitado a la patria, que el serle alzado el destierro, y por que él solo negó alguna cosa al dictador Sula? Y siendo vuelto a llamar del destierro, no sólo no vino, sino antes se apartó más lejos, diciendo: «Vean esas cosas aquellos a quien en Roma tiene presos la felicidad: vean en la plaza y en el lago Servilio gran cantidad de sangre (que éste era el lugar donde en la confiscación de Sula despojaban): vean las cabezas de los senadores y la muchedumbre de homicidas que a cada paso se encuentran vagantes por la ciudad: y vean muchos millares de ciudadanos romanos despedazados en un mismo lugar, después de dada la fe, o por decir mejor, engañados con la misma fe. Vean estas cosas los que no saben sufrir el destierro.» ¿Será más dichoso Sula, porque cuando baja al Tribunal le hacen plaza con las espadas, y porque consiente colgar las cabezas de los varones consulares, contándose el precio de las muertes por el tesoro y escrituras públicas, haciendo esto el mismo que promulgó la ley Cornelia? Vengamos a Régulo, veamos en qué le ofendió la fortuna, habiéndole hecho ejemplar de paciencia. Hieren los clavos su pellejo, y a cualquier parte que reclina el fatigado cuerpo, le pone en la herida, teniendo condenados los ojos a perpetuo desvelo. Cuanto más tuvo de tormento, tanto más tendrá de gloria. ¿Quieres saber cuán poco se arrepintió de valuar con este precio la virtud? pues cúrale, y vuélvele al Senado, y verás que persevera en el mismo parecer. ¿Tendrás por más dichoso a Mecenas, a quien estando ansioso con los amores, y llorando cada día los repudios de su insufrible mujer, se le procuraba el sueño con blando son de sinfonías que desde lejos resonaban? Por más que con el vino se adormezca, y por más que con el ruido de las aguas se divierta, engañando con mil deleites el afligido ánimo, se desvelará de la misma manera en blandos colchones, como Régulo en los tormentos: porque a éste le sirve de consuelo el ver que sufre los trabajos por la virtud, y desde el suplicio pone los ojos en la causa; a esotro, marchito en sus deleites y fatigado con la demasiada felicidad, le aflige más la causa que los mismos tormentos que padece. No han llegado los vicios a tener tan entera posesión del género humano, que se dude si dándose elección de lo que cada uno quisiera ser, no hubiera más que eligieran ser Régulos que Mecenas. Y si hubiere alguno que tenga osadía a confesar que quiere ser Mecenas y no Régulo, este tal, aunque lo disimule, sin duda quisiera más ser Terencio. ¿Juzgas a Sócrates maltratado porque, no de otra manera que como medicamento, para conseguir la inmortalidad, escondió aquella inmortalidad, escondió aquella bebida mezclada en público, disputando de la muerte hasta la misma muerte, y porque apoderándose poco a poco el frío, se encogió el vigor de las venas? ¿Cuánta más razón hay para tener envidia de éste, que de aquellos a quien se da la bebida en preciosos vasos; y a quien el mancebo desbarbado, de cortada o ambigüa virilidad, acostumbrado a sufrir le deshace la nieve colgada del oro? Todo lo que estos beben lo vuelven con tristeza en vómitos, tornando a gustar su misma cólera; pero aquél alegre y gustoso beberá el veneno. En lo que toca a Catón está ya dicho mucho, y el común sentir de los hombres confesará que tuvo felicidad, habiéndole elegido la naturaleza para quebrantar en él las cosas que suelen temerse. Las enemistades de los poderosos son pesadas: opóngase, pues, a un mismo tiempo a Pompeyo, César y Craso. El ser los malos preferidos en los honores es cosa dura: pues antepóngasele Vatinio. Áspera cosa es intervenir en guerras civiles: milite, pues, por causa tan justa en todo el orbe, tan feliz como pertinazmente. Grave cosa es poner en sí mismo las manos: póngalas. ¿Y qué ha de conseguir con esto? Que conozcan todos que no son males estos, pues yo juzgo digno de ellos a Catón.
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CAPÍTULO 4
Las cosas prósperas suceden a la plebe y a los ingenios viles: y al contrario, las calamidades y terrores, y la esclavitud de los mortales, son propios del varón grande. El vivir siempre en felicidad, y el pasar la vida sin algún remordimiento de ánimo, es ignorar una parte de la naturaleza. ¿Eres grande varón? ¿De dónde me consta si no te ha dado la fortuna ocasión con que ostentar tu virtud? Viniste a los juegos Olimpios, y en ellos no tuviste competidor: llevarás la corona Olímpica, pero no la victoria. No te doy el parabién como a varón fuerte: dóytele como al que alcanzó el consulado o el corregimiento con que quedas acrecentado. Lo mismo puedo decir al varón bueno, si algún dificultoso caso no le dio ocasión en que poder mostrar la valentía de su ánimo. Júzgote por desgraciado si nunca lo fuiste: pasaste la vida sin tener contrario; nadie (ni aun tú mismo) conocerá hasta dónde alcanzan tus fuerzas; porque para tener noticia de si, es necesaria alguna prueba, pues nadie alcanza a conocer lo que puede sino es probándolo. Por lo cual hubo algunos que voluntariamente se ofrecieron a los males que no les acometían, y buscaron ocasión para que la virtud que estaba escondida resplandeciese. Dígote que los grandes varones se alegran algunas veces con las cosas adversas, no de otra manera que los grandes soldados con el triunfo. He oído referir que en tiempo de Cayo César, quejándose un soldado de las pocas mercedes que se hacian, dijo: «¡Qué linda edad se pierde! la virtud es deseosa de peligros, y pone la mira en la parte adonde camina y no en lo que ha de padecer, porque el mismo padecer le es parte de gloria.» Los varones militares se glorían de las heridas y ostentan alegres la sangre que por la mejor causa corre. Y aunque hagan lo mismo los que sin heridas vuelven de la batalla, con mayor atención se ponen los ojos en el que viene estropeado . Dígote de verdad, que Dios hace el negocio de los que desea perfectos siempre que les da materia de sufrir fuerte y animosamente alguna cosa en que haya dificultad. Al piloto conocerás en la tormenta, y al soldado en la batalla. ¿De qué echaré de ver el ánimo con que sufres la pobreza, si estás cargado de bienes? ¿De dónde el valor y constancia que tienes para sufrir la infamia, la ignominia y el aborrecimiento popular, si te has envejecido gozando de su aplauso, siguiéndote siempre su inexpugnable favor, movido de una cierta inclinación de los entendimientos? ¿De qué sabré que sufrirás con igualdad de ánimo las muertes de tus hijos, si gozas de todos los que engendraste? Hete oído consolando a otros, y conociera yo que te sabrás consolar a ti, cuando te apartaras a ti mismo del dolor. Ruégoos que no queráis espantaros de aquellas cosas que los Dioses inmortales ponen como estímulos a los ánimos. La calamidad es ocasión de la virtud: y con razón dirá cada uno que son infelices los que viven entorpecidos en sobra de felicidad, donde como en lento mar los detiene una sosegada calma: todo lo que a éstos les sucediere les causará novedad, porque las cosas adversas atormentan más a los faltos de experiencia. Áspero se hace el sufrir el yugo a las no domadas cervices. El soldado bisoño con solo el temor de las heridas se espanta; mas el antiguo con audacia mira su propia sangre, porque sabe que muchas veces después de haberla derramado ha conseguido victoria. Así que Dios endurece, reconoce y ejercita a los que ama; y al contrario a los que parece que halaga y a los que perdona los reserva para venideros males. Por lo cual erráis si os persuadís que hay algún privilegiado, pues también le vendrá su parte de trabajo al que ha sido mucho tiempo dichoso: porque lo que parece está olvidado, no es sino dilatado. ¿Por qué aflige Dios a cualquier bueno con enfermedades, con llantos y con descomodidades? ¿Por qué en los ejércitos se encargan las más peligrosas empresas a los más fuertes? El General siempre envía los más escogidos soldados para que con nocturnas asechanzas inquieten a los enemigos, o exploren su camino, o para que los desalojen; y ninguno de los que a estas facciones salen, dice que le agravió su General, antes confiesa que hizo de él buen concepto. Digan, pues, aquellos a quien se manda que padezcan: «Para los tímidos y flojos son dignos de ser llorados los casos, no para nosotros, a quien Dios ha juzgado dignos de experimentar en nuestras fuerzas todo lo que la naturaleza humana puede padecer.» Huid de los deleites y de la enervada felicidad con que se marchitan los ánimos, a quien si nunca sucede cosa adversa que les advierta de la humana suerte, están como adormidos en una perpetua embriaguez. Aquel a quien las vidrieras libraron siempre del aire, y cuyos pies se calentaron con los fomentos diversas veces mudados, cuyos cenáculos templa el calor puesto por debajo o arrimado a las paredes;