El palacio de los Cranks: Una novela de Maze Runner
Por James Dashner
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El palacio de los Cranks - James Dashner
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Para Lynette, mi amada esposa, mi mejor amiga divertida, mi compañera de aventuras, quien siempre será mi primera lectora y mi mayor soporte.
Para nuestros hijos, Wesley, Bryson, Kayla y Dallin, las últimas piezas del rompecabezas, quienes que me inspiran día a día y guían mi vida.
Para el amigo de mi hijo Wesley (y ahora de nuestra familia), Tomoya, quien fue la chispa para el personaje de Keisha.
Por último, para mis lectores y lectoras, quienes me enseñan todos los días a luchar por un futuro mejor.
Nota del autor
Siempre me fascinaron los virus y las plagas. ¿Qué dice eso de mí? No estoy seguro. Pero nuestra historia está repleta de períodos devastadores de enfermedades que acabaron con gran parte de la población. La vida está llena de cosas tenebrosas, cosas que pueden matarte, pero para mí morir por culpa de un invasor microscópico que uno no ve venir… bueno, creo que es bastante aterrador.
No debería sorprender entonces que la Llamarada fuera un elemento central de la saga de Maze Runner. Era bastante consciente de que ese tema ya se había hecho ad nauseam, es decir, incontables veces, en libros, películas, series de televisión antes de que yo escribiera todo esto. Pero no me molestaba. Quería usar al terror como telón de fondo, por lo que decidí utilizar mi miedo más aterrador, con cierto giro. Un virus que atacara directo al cerebro, que te hiciera perder la cordura lentamente, que quitara todo rastro de humanidad de tu cuerpo, hasta que no fueras nada más que una bestia rabiosa e irracional.
Muy alegre, ¡lo sé!
Y ahora tenemos un virus propio que está atacando a todo el mundo. El Covid-19 no es la Llamarada, pero trajo el mismo miedo y sufrimiento a quienes se vieron afectados por él. Y mientras escribo esto, no está ni cerca de estar bajo control. Tenebroso. Doloroso. Con suerte, lo podremos conquistar tarde o temprano si nos unimos para derrotarlo.
La razón por la que menciono esto es porque a una gran parte de El palacio de los Cranks la escribí luego de que el último coronavirus comenzara a esparcirse hacia otros continentes, sin dejar de lado ningún rincón de la Tierra, sin importar lo lejos que estuviera. Fue una experiencia extraña. Le agregó profundidad y un cierto grado de miedo personal y cercano que tal vez les faltaba a los libros anteriores. Sobre todo, porque sé que afectó a muchos de mis lectores y lectoras allí afuera.
El 2020 también sacó a la luz numerosas luchas que nos atraviesan. Y quiero que sepas que me preocupo por ti, mucho, y que mi gratitud por tu apoyo y amor por esta saga excede mi capacidad de crear con las palabras. Estoy trabajando en muchas cosas para mostrarte de una forma más tangible toda la gratitud que sentí a lo largo de estos años y meses, así como también mi deseo por escucharte y saber cómo estás.
Esta novela corta es algo que vengo planeando desde hace tiempo, pero ganó más fuerza durante el último año. Trata sobre Newt en un período de La cura mortal en el que no sabemos nada de él, mucho menos lo que pasaba dentro de su cabeza. Bueno, estás a punto de descubrirlo. Será un viaje agridulce, te lo aseguro.
Este libro es para ustedes. Todas las ganancias de cada edición, en cada idioma, etc., serán donadas a causas caritativas que mis seguidores elegirán en sus redes sociales. Es el primer detalle por el que puedo empezar a agradecerles, en la forma de un paquete pequeño, para que vivan, celebren y lloren con Newt una última vez. Espero que lo disfruten.
Parte uno
Bienvenido al vecindario
Capítulo uno
Ahí van.
Newt observó a través del cristal sucio del ojo de buey del Berg cómo sus amigos caminaban hacia el portón inmenso e imponente que bloqueaba uno de los pocos pasajes hacia Denver. Una pared formidable de cemento y acero que rodeaba a los rascacielos golpeados de la ciudad que aún se encontraban en pie, con solo unos pocos puestos de seguridad, tal como el que los amigos de Newt estaban por cruzar. O al menos, intentar. Al ver las paredes grises, los tornillos, las juntas y las bisagras de los refuerzos en las puertas, era imposible no pensar en el Laberinto, en donde toda esta locura había comenzado. Bastante literalmente.
Sus amigos.
Thomas.
Minho.
Brenda.
Jorge.
Newt había sentido mucho dolor en su vida, tanto externo como interno, pero creía que ese mismo instante, al ver a Tommy y al resto dejarlo por última vez, era su nuevo punto más bajo. Cerró los ojos y el dolor en su corazón comenzó a pesarle como diez Penitentes. Algunas lágrimas brotaron de sus ojos cerrados y se deslizaron por su rostro. Su aliento se entrecortó. Le dolía el pecho con todo ese malestar. Una parte suya quería desesperadamente cambiar de parecer, aceptar los caprichos insensatos del amor y la amistad y abrir la escotilla inclinada del Berg, correr por el chasis desvencijado, unirse a sus amigos en su misión para encontrar a Hans, quitarle sus implantes y aceptar lo que siguiera.
Pero recobró la compostura de su mente, por más frágil que fuera. Si existía un momento en su vida en el que podía hacer lo correcto, algo desinteresado y lleno de bondad, era este. Salvaría a la gente de Denver de su enfermedad y les evitaría a sus amigos la agonía de verlo sucumbir a causa de esta.
Su enfermedad.
La Llamarada.
La odiaba. Odiaba a la gente que intentaba encontrar una cura. Odiaba que no fuera inmune y odiaba que sus mejores amigos sí. Todo esto era un conflicto constante que se propagaba con furia en su interior. Sabía que estaba cayendo en la locura lentamente, un destino al que raramente se podía escapar si tenías el virus. Había llegado a un punto en el que no sabía si podía confiar en sí mismo, tanto en sus pensamientos como en sus emociones. Tal circunstancia espantosa podría volver loca a cualquier persona si desde un principio no estaba bien en su camino a ese destino solitario. Pero mientras tuviera un gramo de control, debía hacer algo. Debía moverse antes de que esos pensamientos pesados acabaran con él antes que la Llamarada.
Abrió los ojos y se secó las lágrimas.
Tommy y el resto ya habían cruzado el puesto de seguridad, o al menos habían ingresado al área de pruebas. Lo que ocurrió luego quedó fuera de la vista de Newt una vez que se cerró el portón como un último golpe a su corazón moribundo. Le dio la espalda a la ventana, respiró profundo algunas veces e intentó calmar la ansiedad que lo amenazaba como una ola de treinta metros de altura.
Puedo hacerlo, pensó. Por ellos.
Se puso de pie y corrió hacia la litera que había usado en el viaje desde Alaska. Casi no tenía ninguna posesión en este mundo, pero guardó lo poco que tenía en su mochila, incluyendo un poco de agua, comida y un cuchillo que le había robado a Thomas para recordarlo. Luego tomó lo más importante: un cuaderno y un bolígrafo que había encontrado en uno de los gabinetes del Berg. Estaba en blanco cuando lo encontró, aunque un poco desgastado y sucio, sus páginas blancas interminables sonaban como el aleteo de un ave agitada cuando las hacía pasar con su pulgar. Algún alma perdida que había volado en esa lata, quien sabe a dónde, había intentado escribir la historia de su vida en estas páginas, pero se arrepintió. O murió. Enseguida, Newt encontró el lugar para escribir su propia historia y mantenerla en secreto del resto del mundo. Solo para sí mismo. Quizá algún día, para otros.
De pronto, oyó una bocina estruendosa y duradera por fuera de las paredes de la nave que lo hizo estremecerse y arrojarse a la cama. Su corazón se aceleró por un momento mientras intentaba reorientarse. La Llamarada lo había hecho más asustadizo, más propenso a la ira; un desastre en todo sentido. Y solo empeoraría. De hecho, parecía que la maldita cosa estaba trabajando horas extra en su pequeño cerebro. Estúpido virus. Deseaba que fuera una persona para poder patearle el trasero.
El sonido se detuvo luego de unos segundos, seguido por un silencio tan vacío como la oscuridad misma. Solo en ese silencio Newt comprendió que antes de ese estruendo podía escuchar afuera un murmullo de personas erráticas y… mal. Cranks. Debían estar por todas partes alrededor de la ciudad, mucho más allá del Final, intentando entrar por ninguna otra razón más que la locura que les decía que lo hicieran. Desesperados por comida, como los animales primitivos en los que se habían convertido.
En lo que él se convertiría.
Pero tenía un plan, ¿verdad? Muchos planes, según las circunstancias. Pero cada uno de ellos tenía el mismo final; era solo cuestión de cómo alcanzarlo. Viviría tanto tiempo como fuera necesario para escribir lo necesario en ese diario. Algo en ese cuaderno simple y vacío, a la espera de llenarse, le había dado un propósito, una chispa, un camino serpenteante que lo ayudaría a asegurar que los últimos días de su vida tuvieran cordura y sentido. Y dejar una marca en el mundo. Escribiría con toda la cordura que le quedaba antes de que fuera dominada por su opuesto.
No sabía qué había sido la bocina ni quién la había tocado o por qué de repente todo había quedado en silencio afuera. No quería saberlo. Pero quizá se había liberado un camino para él. Lo único que debía hacer era descubrir cómo hacérselo saber a Thomas y al resto. Quizá para darles una especie de cierre. Ya le había escrito una nota deprimente a Tommy; tal vez podría escribir otra.
Pensó que no le haría mal a su cuaderno arrancarle una página. Una vez que lo hizo, se sentó para escribir un mensaje. Cuando el bolígrafo tocó el papel, se detuvo como si las palabras perfectas se hubieran desvanecido de su mente como humo. Suspiró y empezó a sentirse irritado. Ansioso por salir de ese Berg y marcharse, con renguera o sin ella, escribió algunas líneas antes de que algo cambiara, lo primero que