El poder sanador del caos: Un diario sobre el tumor que me abrió la mente
Por Lucas Casanova
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Comentarios para El poder sanador del caos
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Gracias fue una bella lectura, no podía para de leer. mi corazón y mente se tronaron re lindo.❤️
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El poder sanador del caos - Lucas Casanova
EL PODER SANADOR DEL CAOS
LUCAS CASANOVA
EL PODER SANADOR DEL CAOS
UN DIARIO SOBRE EL TUMOR QUE ME ABRIÓ LA MENTE
Índice de contenido
Portada
Portadilla
Legales
Prólogo
LA VIDA NORMAL
AMAR EL ORDEN
MI PRIMERA EXPERIENCIA ESPIRITUAL
MI VIDA NORMAL
INSATISFACCIÓN
YO NO VOY A ENFERMARME
AHSRAM
DOLOR PUNZANTE
RISHIKESH
BUENOS AIRES
VELOCIDAD CRUCERO
OSLO
TU VIDA NORMAL
TODO SE DERRUMBA
MUCHA VIDA SALUDABLE Y POCA SALUD
FURIA ARRASADORA
MI MALA SE CORTÓ
LONDRES
ROLINGA
RESONADOR
VER LO QUE ES
ULLEVAAL
HAGAMOS DE CUENTA
EL CHICO OSTRA
TU PERLA
USAR LA ANSIEDAD COMO MOTOR
IMPOSTOR
NEGOCIANDO MI PAZ
PARQUE DE DISTRACCIONES
EFECTOS COLATERALES
MI PEQUEÑO CEREBRO
EL FUTURO LLEGÓ HACE RATO
TELA DE ARAÑA
MARIBEL
EL CONEJO BLANCO
TU LADO SALVAJE
UNA BRÚJULA EN LA TORMENTA
EL MAPA DEL TESORO
NUNCA DIGAS MI NOMBRE
EL CUADERNO ROJO
MENTE DE SURFER
FLECHAS QUE SE TRANSFORMAN EN FLORES
ANDREAS
NADIE SANA SOLO
CUANDO PASE EL TEMBLOR
CARNICERÍA CONSENTIDA
SOBREVIVIR A UN MENINGIOMA
EL CAMINO ES A TRAVÉS
CUIDAR DE MÍ
TU PROPIO MAESTRO
ATRAVESAR EL UMBRAL
CONVERSACIONES INCÓMODAS
ME ENTREGO
OPERACIÓN
TERAPIA INTENSIVA
REINICIO
GUARDERÍA
NADA ES DEFINITIVO
AQUÍ CONMIGO
SABORES
NO CONTROLO NADA
PRIMERA MARATÓN
ATENCIÓN PLENA
UN POCO DE MI VIDA
BANFIELD
ROMA
OXICODONA
DESPERTARES
REPARACIONES
BAÑO
¿PODRÉ VOLVER A SER YO?
VISITA AL MUNDO EXTERIOR
BIG BANG
EL ALA DE NEUROCIRUGÍA
DAG
VUELTA A CASA
LA ESPERA
RESULTADO
HERMOSA CICATRIZ
TUS ESPERAS
NUEVO EN EL MUNDO
DEPENDIENTE
SI ESTÁS ESCUCHANDO ESTE MENSAJE…
PROGRESO
LADRÓN DE CUERPOS
UN MES DEL DIAGNÓSTICO
VOCES
LIGERO
VOLVER A ATENDER
TEBO
NORMALIDAD
NO ESTAMOS HECHOS PARA ODIARNOS
EMPEZANDO A SANAR
TU NUEVO ALUMBRAMIENTO
HEMÍLOGO
DESCONOCERSE Y RECONOCERSE
EL MES MÁS LARGO DE MI VIDA
DESCONOCERME
DARNOS PERMISO PARA DEJAR DE SER
SINCERICIDA
HELADO DE PISTACHO
EXPANDIENDO MI CAPACIDAD DE SANACIÓN
MARY STUART
TODO ESTÁ LLENO DE AMOR
EL VERDADERO ENEMIGO
ENCUENTRO CON LA SOMBRA
NO ENCUENTRO LAS PALABRAS
BARDO
VEGVÍSIR
¿QUIÉN ERES TÚ?
NUEVAS HABILIDADES
ESTE ES MI DESAFÍO
EL AÑO DEL PERRO
EFECTO DOMINÓ
EL IDIOTA ÚTIL
LO QUE NO ENTENDÍ
EL HOMBRE ELÁSTICO
LA MENTE ES UN ELEFANTE
TAPIZ
SANKALPA
TODO EL MUNDO SABE
TUS LOGROS
QUEBRARSE PARA RENACER
RETROCEDES DOS CASILLEROS
EL MUNDO SE MUEVE BAJO MIS PIES
PERDIDO EN EL ESPACIO
GOTERA
DES-ILUSIÓN
JAQUE MATE AL MOVER UN SILLÓN
CUATRO HORAS
LOS RETIROS
KÉTCHUP
APLÍCATE EL CUENTO
DESTELLO EN LA OSCURIDAD
COURAGE
SOS
TU PUNTO DE QUIEBRE
AVANZAR EN ZIGZAG
EL FINAL DEL BARDO
PÉNDULO
A TRAVÉS DEL ESPEJO, Y LO QUE LUCAS ENCONTRÓ ALLÍ
¿DÓNDE ESTÁ LA PERSONA DE LA QUE ME ENAMORÉ?
HUYENDO DE LA DEPRESIÓN
EL NIÑO IRACUNDO
DODO
CAYÉNDOME EN EL HIELO
PENSAMIENTOS CATASTRÓFICOS
PERRO VERDE
FORTUNA
TU CAMINAR EN EL HIELO
NAVEGAR EL CAOS
BRAINMATES
SANAR HACIA DELANTE
CUIDAR DE MÍ
EL NUEVO YO
KITTY
ESPECIALISTA EN CAOS
VASIJA
MEMORIA DE CORTO PLAZO
OSTENDE
NUEVO MALA
TUS CASTILLOS EN LA ARENA
RENACER
LO QUE PODRÍA HABER SALIDO MAL
MEMORIA LÍQUIDA
GIGANTESCO CIRCO LOWANDI
ENCUENTRO CON MI SOMBRA
CARTA BLANCA
PUNTA CANA
EL ESCENARIO
TU MENTE DE SURFER
EL CAMINO NO SE ACABA
RENACERÉ
FE EN MÍ
CINCO AÑOS
VIVIMOS EN ESPIRALES
EL CAOS ESTARÁ SIEMPRE PRESENTE
AMAR LO QUE ES
NO FIM DA CERTO
DAR EL PASO
ESTE ES EL FINAL
LIBROS PARA LEER MIENTRAS ATRAVIESAS EL CAOS
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
© 2022, Lucas Casanova
© 2022, RCP S.A.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del editor y/o autor.
Primera edición en formato digital: abril de 2022
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto 451
ISBN 978-950-556-861-1
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Diseño de tapa: Mónica Vigo
Primera edición en formato digital: abril de 2022
Para Andreas, que conoció a un tal Lucas,
se casó con otro y ahora vive con el que escribió este libro.
Sin él, no existiría este Lucas o este libro.
La herida es el lugar por donde entra la luz.
RUMI
"En una época
solo la certeza me daba
alegría. Imagínense…
la certeza, una cosa muerta."
LOUISE GLÜCK
PRÓLOGO
EL PODER SANADOR DEL CAOS es un formidable libro que aúna en sí reflexiones profundas sobre la existencia, el camino personal de su autor para estar en el mundo tal cual es, una gran humildad y un claro deseo de servicio para con todos los seres.
Cómo dice Lucas, ...tuve que enfrentarme con la realidad de que no hay recetas perfectas
, para la vida o todas las cosas. Este es un libro valiente, escrito por un hombre luminoso y valiente.
Es el relato de quien admiro, que habiendo caído cien veces, se ha incorporado ciento y una vez. Puede ser leído (cómo todo libro exegético) de varias maneras. Como el relato de la vida de su autor, desde su infancia hasta su presente. Como un libro de viajes con aproximaciones sucesivas en búsqueda de su paz interior. Como una guía para sus lectores para hacer su propio camino. O como un texto para no extraviarse en este universo caótico y doliente; entre muchas otras posibilidades.
Escrito en primera persona, eludiendo el texto egótico y la pontificación, sus palabras nos llevan de ida y vuelta de un modo amoroso y seguro como el hilo de Ariadna. Podemos sentir con el autor, ser el autor y ver las cosas desde la perspectiva del autor.
No es fácil ni común acceder a un libro así.
Con excelente prosa, originado en diarios y escritos personales realizados durante años, es un registro vital que apasiona y se deja leer.
La siguiente frase no es mía: El que toca este libro, toca a un hombre
. Ese hombre es Lucas Casanova, inteligente, sensible, bondadoso, leal, honesto, afectivo. Un espíritu renacentista. Nada le es ajeno. Su presencia en esta Tierra es una bendición para nosotros. Y su libro es un regalo que apreciarán las mujeres, los hombres, las personas de todo género y que llevará gran contento a los Bodhisatvas y a los Budas de las Diez Direcciones.
El poder sanador del caos viene, en primera voz, a decirnos que nada está bajo control y que esa incertidumbre es gozosa, si se abandona toda autoconmiseración y enojo.
Ahora es su turno de disfrutar este ejemplar que tiene frente a sí. Hágalo.
Nihil Obstat
Jorge Rovner
Febrero 2022, Buenos Aires
QUIERO QUE TENGAS UN TUMOR CEREBRAL CONMIGO
TODOS VIVIMOS momentos en los que creemos que todo se desmorona. Y este libro da cuenta de ello. Esta es la historia de cómo la vida que construí pasó a dejar de tener sentido, orden y forma. Esta es mi lección maestra.
Las historias que nos cuentan nos permiten entrar a mundos a los que no tendríamos acceso o a los que no quisiéramos ingresar nunca. Por eso, quisiera que nunca tengas que ingresar al mundo de mi historia, pero a la vez también deseo que puedas aprender el camino que se dibuja delante de uno cuando le toca atravesar estas experiencias.
Por eso, quiero que tengas un tumor cerebral conmigo. Sí, aunque suene extraño, porque finalmente lo que quiero es que puedas, a través de lo que cuento, aprender la lección que aprendí con él.
Durante más de una década, guiado por la sabiduría budista, me dediqué a enseñar a mis consultantes a no identificarse con aquello que creen que son, a amar lo que surge en cada momento, a soltar las expectativas, a despedirse amorosamente del orden y abrazar el caos y la impermanencia.
Sin embargo, siento que sólo después de haber vivido la experiencia que te voy a contar, hoy puedo explicarlo desde otro lugar, sin hablar de términos en sánscrito o en pali, simplemente relatando cómo lo viví. Por eso te invito a que tengas un tumor cerebral: para recorrer juntos las páginas que siguen.
LUCAS CASANOVA
OSLO, ENERO DE 2022
ACERCA DEL PODER SANADOR DEL CAOS
ESTE LIBRO SURGIÓ a partir de mi diario, un registro sobre lo que atravesé gracias a mi tumor. La mayor parte de los textos son desgrabaciones y anotaciones que fui registrando a medida que todo iba sucediendo.
En 1998 comencé a escribir una especie de diario personal. Sin embargo, cuando en 2009 mi letra empezó a volverse perezosa y me costaba entender lo que escribía, opté por empezar grabarme con el teléfono celular. Hoy me doy cuenta de que aquello no se debía a mi falta de destreza para escribir a mano de forma sostenida, sino que ya era la expresión del lento y persistente deterioro motor que el tumor venía causándome durante los últimos años.
Pero esto no solo es una crónica, sino también la recopilación de mis descubrimientos durante la transcripción de esas conversaciones conmigo mismo.
Todo lo que cuento sucedió tal cual, al menos para mí. Cuando el cerebro está afectado, es difícil discernir entre lo que vemos y lo que realmente es. Este relato es fiel a lo que sentí en cada momento. Algunas fechas, nombres o lugares fueron cambiados para proteger la intimidad de las personas que fueron parte en esta historia.
Si recordar
es volver a pasar por el corazón, co-recordar es recordar con otro
. Y menciono esto porque Andreas, mi marido, fue quien me ayudó con su memoria a recordar y sostener todo aquello que mi cabeza no pudo retener y que tampoco pude grabar en las notas de voz de mi teléfono.
Aunque no fue en absoluto fácil escribir este libro, tuvo un efecto doblemente sanador para mí: pude observar en perspectiva lo que sucedió durante ese año en el que cambió mi vida por completo, y también comprobar que las herramientas del yoga y del budismo, que enseño a personas que atraviesan situaciones transformadoras, son realmente útiles y necesarias.
Cada tanto en esta historia, te dedico unas palabras en forma directa y personal, como lo hago con mis consultantes y alumnos. Espero de corazón que te acompañen.
Sé que en este momento alguien ahí afuera está viendo su vida desarmarse por completo. Por eso, deseo que El poder sanador del caos sea una oportunidad de transformación mediante la adversidad.
LA VIDA NORMALAMAR EL ORDEN
EN ALGÚN MOMENTO DE 2001
DESDE CHICO siempre tuve curiosidad por la forma en que funciona la mente humana. Me crié con mis abuelos y bisabuelos, y para mí era notoria la cantidad de achaques y complicaciones de salud que tenía cada uno de ellos, y cómo se sentían con respecto a sí mismos. ¿Era que los más amargos tenían dificultades para caminar y tenían mucho dolor justamente porque eran más amargos?, ¿o eso era una consecuencia del dolor que parecía acompañarlos siempre?
Esas preguntas de la infancia siempre terminan condicionando la manera en la que construimos nuestra vida adulta. Quizá por eso me dediqué a comprender los mecanismos de la enfermedad y la salud, especialmente sobre cómo factores como la genética, el ambiente y el procesamiento del pensamiento pueden hacer que las personas se enfermen o puedan curarse a sí mismas. Siempre tuve curiosidad por comprender por qué algunas personas superaron ciertos desafíos en la vida y por qué algunos se sintieron tan sobrepasados por ellos, hasta el punto de no recuperarse nunca por completo. Estas cosas que alteran nuestra vida, como la enfermedad, el desamor, la vida en prisión, las pérdidas o la guerra, crearon caos y fueron realmente catalizadores del cambio para algunos individuos muy resilientes. Quería saber qué
había detrás de eso. Así fue que me convertí en un especialista en caos
.
En realidad, me volví un experto en tratar de evitar el caos. Desde mi adolescencia el orden era para mí una forma de ordenar la realidad: desde las etiquetas de latas, frascos y botellas en la heladera (todas hacia delante, bien legibles), hasta el orden de mis libros por tema, autor y fecha de publicación en los estantes de la biblioteca. Durante muchos años sufrí de trastorno obsesivo-compulsivo. Mi misión era hacer todo predecible. Creía que, si conseguía someter todo lo que pasaba a mi alrededor, iba a poder decidir sobre el resultado. ¡Y mi motor era el miedo a que el desorden me tragara y me hiciera desaparecer!
Hasta los 16 años, compartí mi habitación con uno de mis hermanos, a quien adoro y admiro por su fuerza y lealtad. Nosotros cuatro, porque somos cuatro varones, somos para mí como Los 4 Fantásticos
: yo soy el hombre elástico
, adaptándome a toda situación posible; mi hermano que me sigue en edad es la Mole
, con fuerza, empuje y determinación; y los mellizos son: uno, todo pasión y fuego, el otro tiene el poder de hacerse invisible a voluntad.
La Mole
, con quien compartía habitación, era como la mayoría de los chicos, a los que no les preocupa el desorden, lo que implicaba un gran esfuerzo para poder caminar en su habitación sin pisar algo. Mi caso era más llamativo, porque no toleraba tener nada fuera de lugar. No alcanzaba con mi habitación. Me dedicaba a ordenar la casa completa empezando por el comedor con la mesa principal, que siempre estaba cubierta de libros y ropa recién lavada en parvas. La entropía me desarmaba, me hacía sentir un hueco en el estómago y la necesidad de saltar a la acción y remediar de algún modo la ausencia de orden. Por entonces, no debía tener más de diez años.
Esa urgencia se convirtió en determinación con el tiempo, y pude, de muchas maneras, usarla para avanzar en la vida. Me transformé en una especie de analista de sistemas amateur. Todo necesitaba ser estudiado y calculado. Varias veces. Pros y contras. Tanto fue así, que lo transformé en una profesión.
Y aunque no fuera una persona espontánea (bueno, en realidad tenía una complicación, podía llegar a bloquearme durante horas) transformé eso en una especie de talento: ayudar a la gente a recobrar el orden en sus vidas. Yo era de esos que te sacudía el polvo, te acomodaba la ropa y te daba una palmada en la espalda, después de que la vida te arrastrara por el camino de la amargura. TU orden era MI orden. Tal vez eso fuera solamente una excusa para poder intervenir en el desorden de los otros de manera lícita.
Además, mis padres son ambos ingenieros, por eso yo escuché hablar de las leyes de la termodinámica
tanto como de Caperucita roja
. Quizá mi obsesión con el orden o los sistemas cerrados y abiertos no sea sólo mía. Aunque la lucha de ellos contra la entropía ha sido bastante diferente.
Chogyam Trungpa Rimpoché, un gran maestro budista tibetano, solía decir: El caos, siempre debe considerarse una excelente buena noticia
. Recuerdo haber leído esta cita por primera vez hace unos veinte años en un libro de Pema Chödrön, y haber pensado que el budismo seguramente tenía un sentido del humor que yo era incapaz de comprender.
A mí me gustaba que las cosas fueran previsibles, que se pudieran pronosticar: desde el clima hasta los estados de ánimo. Realmente despreciaba la aleatoriedad: el caos era mi enemigo, para mí la vida sin orden era un fracaso. Como afirmaba mi abuela María cuando hablaba con las vecinas en la puerta de su casa tomando el fresco: Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes
.
MI PRIMERA EXPERIENCIA ESPIRITUAL
MAYO DE 2002
MI PRIMERA EXPERIENCIA espiritual la tuve cantando en un coro. No fue en una iglesia. Bueno…, sí, fue en una iglesia, pero no fue en una misa. Estaba parado en medio de un grupo de unas treinta personas, todos teníamos un objetivo común, nos preparamos leyendo y estudiando, compartimos y discutimos sobre la mejor forma de hacer eso juntos. Una creación colectiva. Nadie estaba por encima del otro, todos íbamos a la par, respetando el lugar de cada uno. Yo no tenía la obligación de saber más que nadie, solo de estar disponible y poner lo mejor de mí todas las veces que hiciera falta. Todos estábamos allí por el bien mayor.
Aquello fue sentirme parte de algo más grande, darme cuenta de que el todo avanzaba no necesariamente gracias a mí, y, no obstante, sí conmigo. Llegaba a los ensayos con un traje que cada vez me quedaba más grande, después de trabajar diez o doce horas por día, muchas veces sin haber comido. Tenía veintiocho años y con un metro setenta y seis de altura pesaba cincuenta y ocho kilos.
Dejaba mi personaje de director comercial y me transformaba en parte de la cuerda de los bajos, de los que cantan las notas más graves. En esa iglesia, cantando las Vísperas
de Rachmaninoff en ruso, tuve mi primera experiencia de sentirme parte del todo. Esa experiencia no provino ni de la meditación ni del yoga, que además, todavía, ni siquiera sabía de qué trataban.
Nunca supe leer música cabalmente, sólo lo básico, y con un oído que me permitía copiar lo que escuchaba si tenía las partes grabadas o si había compañeros de cuerda que me ayudaran llevando la delantera. Eso hacía que estuviese algunos cuartos de compás atrasado a veces. Y al director, que era extremadamente detallista, eso lo sacaba de quicio, no porque desafinara, sino porque parecía transitar en otra dimensión del tiempo: ligeramente detrás, pero no tanto como para parecer un eco de los otros seis que cantaban mi misma parte.
A pesar de la exigencia de mi trabajo, aprendía unas cuarenta piezas al año, grababa los conciertos y los escuchaba a repetición. Lo bueno era que no necesitaba tener los ojos clavados en la partitura, eso no me decía nada. Mucho más interesante era para mí escuchar a mis compañeros, todas esas voces creando un sonido polifónico, contando una historia, llenando el espacio con esa vibración poderosa.
En una gira en Italia, llegamos a Milán y nos fuimos a visitar el Duomo como turistas. Teníamos planificado cantar allí. Sin embargo, una reforma reciente del papa Benedicto XVI había cancelado todas las actividades seculares en los lugares de culto. En un verdadero acto de terrorismo cultural, entramos haciendo la cola entre cientos de personas y nos diseminamos entre la multitud en toda la catedral. Al sonido de la armónica del director, cantamos a seis voces Signore delle cime de Bepi de Marzi. Los guardie di sicurezza corrían de un lado al otro intentando silenciarnos y, cuando conseguían alcanzarnos en medio de la multitud, nos callábamos mientras los otros sostenían la melodía. Cuando terminamos, la gente del público se había sumado (es una canción muy popular en Italia) y aplaudían entusiasmados y lagrimeando. La música nunca debería haberse ido de esos espacios.
Tardé muchísimos años en volver a encontrar algo semejante a la experiencia que tuve con la música. Y cuando quise explicarle a alguien lo que se siente estar conectado al mundo entero, no se me ocurrió mejor idea que esta: cantar en un coro, esa es para mí la sensación de ser parte de algo mayor.
MI VIDA NORMAL
SEPTIEMBRE DE 2002
DESDE MIS DIEZ AÑOS, estuve en contra de la explotación minera y de la contaminación de los ríos. Mi madre tuvo que contentarse con un tapado de piel sintética cuando entré en huelga de hambre el día que llegó a casa con un saco de chinchillas que le llegaba por debajo de la rodilla.
No sé de dónde me vendría esa conciencia ecológica, quizá de leer la revista Selecciones, que era una costumbre heredada de mi abuelo Martín. Lo cierto es que desde que estaba en quinto grado ya militaba en contra de fumar y el cáncer de pulmón. Bueno, eso venía de la mano de los hábitos de mi madre, a la que no quería perder antes de tiempo, después de leer esas estadísticas sobre la cantidad de años que el cigarrillo te quita. Criado por estos dos ingenieros, uno industrial y la otra química, en mi casa las reglas lo eran todo: disciplina, orden, perfeccionismo. La vida era sacrificio y la felicidad siempre era algo elusivo.
Viví hasta mis treinta años con la sensación de estar aprendiendo a caminar sobre una cuerda floja, tratando de no pintar fuera de los bordes, de ser lo más previsible posible y de esconder todo aquello que me hiciera diferente. Toda esa presión no hizo otra cosa que acumularse.
Sonreía únicamente con los labios. Mis ojos iban más allá, siempre cuestionando todo y previendo el siguiente peligro.
Mi salud empezó a desgastarse, así que con los años me convertí en vegetariano de forma estricta, aprendí a gestionar mi estrés con la meditación diaria, dos veces al día, y llegué al yoga de la mano de mi ansiedad más corrosiva.
Sí, yo elegí la vida sana
porque los otros hábitos no me habían dado resultado. No cambié la manera de hacer las cosas porque el nuevo modo fuese mejor, sino porque el anterior falló de manera estrepitosa.
Durante muchos años trabajé en el mundo corporativo, creyendo que tenía una carrera exitosa. Aunque era director comercial en una compañía de tecnología, con más de quinientas personas a cargo, con un sueldo que hoy me daría vergüenza pronunciar en voz alta, mi vida estaba completamente vacía. Lo único que me estimulaba era pensar en la fecha de estreno de alguna película que me había interesado o en cuándo llegaría el paquete con los libros que había comprado en el exterior.
Por supuesto que me preocupaba ser buena persona. Considero que eso siempre fue importante para mí. Así y todo, le tenía mucho miedo a ser feliz: suponía que una ley universal de compensación
vendría a quitarme lo obtenido, o a hacerme atravesar alguna desgracia para contrarrestar los momentos más alegres.
No tengo pena ni reniego de quién fui entonces, aunque puedo ver que mi motor era el miedo. Miedo a que algo saliera mal, a que alguien me descubriera cometiendo un error, a tomar elecciones equivocadas, a perderme cosas valiosas, a ser rechazado, a no ser suficiente, a quedarme solo, a no tener una vida suficientemente interesante.
Cuando comencé a escribir este libro, fui veinte años hacia atrás, a cuadernos que tenía de 1998 y aún más antiguos. Tomaba notas sobre mis propios escritos, y lo único que podía rescatar era eso: la constante sensación de miedo. Escribía con temor a que alguien pudiera leer estas confesiones alguna vez, se notaba en el lenguaje en clave, en las tachaduras y en los nombres inventados alrededor de lo que escribía. Debo confesar que ese estado de alarma era justificado: a lo largo de los años varias personas usaron los contenidos de esos cuadernos para intentar hacerme daño, sabiendo lo desesperado que estaba por controlarlo todo. Así fue como empecé a cuidarme, de todo y de todos, viviendo una vida ordenada, previsible y correcta, tratando de volverme invisible a la mirada ajena, escondiendo todo lo posible en la sombra.
Y de esta forma fue hasta que cumplí treinta y un años, hasta que una noche, preparando el lanzamiento de servicios de internet de banda ancha en la compañía en la que trabajaba, la cama empezó a devorarme. Esto no es, o no era para mí, una manera de decir. La cama parecía cerrarse sobre mí, como si el colchón fuera a doblarse en dos para tragarme como una planta carnívora. Quedarme dormido parecía una amenaza, y me hacía un café, me sentaba en el sillón a leer un libro de ficción, y esperaba que empezara a amanecer. Y allí me rendía al sueño. Me despertaba en un completo sobresalto, como si me estuviera olvidando de algo de importancia vital, con el corazón en la garganta y mareado. Y en ese estado me iba a la oficina, a la que llegaba tarde, y volvía doce horas después en el último subte del día hacia mi departamento.
Mi pareja, que trabajaba en el área de sistemas de un banco, no entendía qué me pasaba, y teníamos una comunicación un poco extraña donde jamás hablábamos de lo que era relevante para ninguno de los dos. Mientras él se atoraba con comida, yo me dedicaba a comprar por internet un montón de cosas que no necesitaba. Cuando una noche me pidió que durmiera en la cama y de noche, y me preguntó si me era posible, me di cuenta de que la cosa era seria. Hice el intento, pero desperté sentado contra la mesa de luz, en el suelo, con la cabeza apoyada en la cama y la almohada entre las piernas. Me subí a la cama sin hacer ruido, y así dormí varias noches, metiéndome bajo el edredón unos minutos antes de que sonara el despertador.
En los primeros años del 2000, la presión en las empresas de tecnología era enorme. Veníamos de la caída de las torres gemelas y de la crisis de 2001 en Argentina. Como yo no tenía ganas ni intención de profundizar en las causas de mi ansiedad, me quedé con eso, que era socialmente aceptado.
En la empresa me mandaron a un médico laboral, que me dio una licencia psiquiátrica, lo que significó el fin de mi carrera corporativa. No fue inmediato, ni tampoco fui la primera persona en la compañía en necesitar ayuda psicológica para aguantar la presión del negocio. Como era frecuente entonces, me recetaron benzodiacepinas, unos ansiolíticos bastante adictivos que destruyeron mi posibilidad de reaccionar emocionalmente a las cosas que pasaban a mi alrededor. De ese modo pude volver a trabajar más o menos rápidamente, tomando decisiones de manera más expeditiva y fría, sin preocuparme por las consecuencias. Me volví eficiente.
Creo que dejé las pastillas a las dos semanas, cuando empecé a darme cuenta de que el nivel de enojo no bajaba, sino que aún era peor, y que era capaz de pronunciar las más completas barbaridades sin siquiera pensar en las consecuencias. Cuando le conté al médico que me atendía en la obra social, me dijo que si dejaba las pastillas dábamos el tratamiento por terminado y que no podría ayudarme.
Así que volví a las taquicardias, al miedo a quedarme solo y a cometer alguna locura. En la compañía me llamaron para una reunión con el director en Brasil, junto con la cabeza del área de recursos rumanos. Y mi jefe, que temía que contase las cosas que sucedían en ese infierno de traje y corbata, se sumó sin aviso a esa charla, para asegurarse de no quedar expuesto. Con obediencia y miedo, callé, y a mi vuelta a Buenos Aires volví a pedir más días de licencia. Mi sombra comenzó a hacerse cada vez más larga y densa, me tragué todas las emociones que me fue posible.
Mientras acompañaba a un amigo en su mudanza, cambiando lámparas y desarmando cajas, me encontré con mi primera clase de yoga. Estábamos acomodando cosas y me dijo que se tenía que ir a una clase, pero que no quería dejarme a solas, quería que lo acompañara. La idea me parecía principalmente ridícula, no podía imaginarme ni quieto ni sentado durante noventa minutos. De todos modos, acepté, porque no quería quedarme solo, y a partir de allí encontré en el mat (1) todo lo que no había encontrado en ningún otro lugar.
Así, por cuidarme, por miedo a caer en una ansiedad paralizante, por miedo a no poder controlar mi mente o lo que sentía, entré en el camino del yoga y la meditación. Esos pensamientos intrusivos, que me tomaban por asalto en cualquier momento o circunstancia, o la sensación de peligro inminente como si mi vida estuviese en riesgo a cada instante, desaparecían a los pocos minutos de comenzar una clase de yoga o meditación.
Me hubiese encantado decir que fue porque lo amaba o porque siempre estuvo en mí, pero vamos a contar las cosas como fueron: lo que me llevó al yoga fue simplemente el miedo a quedarme a solas con mis pensamientos.
1. De esta forma se llama a la esterilla o alfombra, generalmente de goma o caucho, que se usa para practicar yoga y evitar que las manos o los pies se deslicen en el suelo al moverse.
INSATISFACCIÓN
OCTUBRE DE 2002
HACÍA POCO HABÍA EMPEZADO A LEER sobre budismo, después de haberme devorado el libro de Herman Hesse sobre la supuesta vida de Siddhartha Gautama.
Claro que los textos de filosofía y ética no son una novela, pero eso lo descubrí quemándome la cabeza para comprender algo que parecía muchas veces escrito para no ser comprendido.
Se dice que lo entendimos todo mal, que, en el pali, que es la lengua que el Buda histórico hablaba, dukkha significa insatisfacción y no sufrimiento. Para mí tenía mucho sentido, nada me venía realmente bien, nada me hacía sentir realmente contento, contenido. Sentía que siempre faltaba algo, que nunca llegaba, que siempre podría ser mejor de lo que era. Lo peor de todo, quizá, era la vergüenza que sentía de expresar esto mismo llevando una vida privilegiada. ¿Estaría haciendo algo mal?
Cuando el Buda hablaba de cesar el sufrimiento
tenía mucha lógica para mí que se refiriese a esta sensación constante de no saber qué hacer, de querer más, de sentirse poco. Las veces que llevé a terapia mi trastorno obsesivo-compulsivo, Osvaldo, el psicoanalista que me atendía, me decía que controlar los procesos no me haría ni más feliz ni más seguro. Hablaba de neurosis, de la madre narcisista y del padre ausente, pero todo ese drama austríaco me parecía extraño y no terminaba de llegarme al corazón, donde parecían iniciarse y terminar todas las búsquedas.
Se me confundía la aceptación con la mediocridad, la imperfección con la posibilidad de amar quienes somos en cada momento. ¿No era acaso bueno querer superarse y ser mejor persona? El problema, claro, era que no podía amar por completo nada de lo que hacía, y mucho menos a mí mismo. Para mí el sufrimiento se remediaba pensando en hacer lo que podía con lo que tenía, amarme en ese proceso, y reconocerme insatisfecho… siempre queriendo más. Y no pude entender que no se trataba de eso hasta que no fui capaz de amarme.
YO NO VOY A ENFERMARME
NOVIEMBRE DE 2002
MI PADRE, que no solía compartir mucho de su vida privada con nosotros, siempre que no se tratara de un torneo de tenis de mesa ganado o de una victoria profesional con los sistemas de robótica que desarrollaba; una mañana me llamó para contarme que algunos análisis no le habían dado bien y que tenía que someterse a una biopsia.
Dos semanas más tarde, con los resultados en la mano, empezó a hacer chistes sobre la eficacia de la medicina: no se le ocurría otra forma de romper el silencio con respecto a su salud de hierro, y contarles a sus hijos que tenía cáncer.
Lo primero que se me cruzó preguntarle era cómo había permitido que algo así le pasara: lo operaron de cáncer de piel una cantidad innumerable de veces en la vida, hasta que dejamos de contarlas, pero ahora era cáncer de próstata, y a los cincuenta y cinco años. Suponía que a él la negación le resultaba aún más difícil que a nosotros. Siempre me pregunté cómo alguien que había jugado al tenis de mesa durante toda su vida, que había sido siempre un deportista al cual jamás había visto enfermo excepto, creo yo, una sola vez y de conjuntivitis…, alguien como él no podía enfermarse de cáncer, ¿no?
Por entonces yo trabajaba catorce horas por día, dormía cuatro o cinco horas por noche, tomaba litros y litros de café, y todo lo que comía era procesado. Nunca había hecho ejercicio físico, era malísimo con mi cuerpo, y todo me daba miedo. Si un roble como mi padre podía pudrirse por dentro, entonces yo estaba completamente condenado a la muerte pronta y segura.
Fue un llamado de alerta, y además me daba cuenta de que mis emociones estaban muy atadas a mi estilo de vida. Por suerte, el sistema corporativo acabó por echarme y terminé enfrentado a la posibilidad de cambiar la vida que había llevado hasta ese momento. ¿Por qué no intentar hacer las cosas un poco mejor conmigo? No fue un comienzo amoroso, fue estricto y de un día para el otro. Vacié alacenas, armé horarios, menús y actividades. Dejé de comer carne de todo tipo,