Juego de luces
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En el primero, un ángel pide ayuda a una estrella en su misión salvífica del planeta Tierra. En el segundo, Esther descubre que Ramiro la engaña, a la vez que se lamenta de haber traicionado a Marcelo, el sabio paseador de perros.
El juez von Müller, en el tercer relato, decide extraditar a un exnazi cuando los archivos le muestran su verdadera identidad. En el cuarto, el joven japonés Hideto Miyazaki abandona sus tendencias autodestructivas al aceptar su vínculo con James y adoptar a Rufus, su perro.
María Luisa García Díaz
María Luisa García Díaz es licenciada en Filosofía. Posee un doctorado en Filosofía Moral y Política con Suficiencia Investigadora (DEA) y es especialista universitaria en Derechos Humanos. Ha publicado Utopía de la nueva compasión (1.ª y 2.ª edición), ensayo sobre ecología y ética animal, y Tratado de incompletud, poemario de inspiración posmoderna.
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Juego de luces - María Luisa García Díaz
Juego de luces
María Luisa García Díaz
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María Luisa García Díaz
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© María Luisa García Díaz, 2022
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
Obra publicada por el sello Universo de Letras
www.universodeletras.com
Primera edición: 2022
ISBN: 9788419391353
ISBN eBook: 9788419390899
El color en sí mismo es un grado de la oscuridad
J. W. Goethe
Índice
A modo de introducción 9
Juego de luces 13
El paseador de perros: Cuando era feliz y no lo sabía 19
La nieve y la compasión en Múnich 31
La sangre de los cerezos en flor 65
La luz de Transwulcänia del Norte 91
A modo de introducción
La realidad es un juego de luces, un holograma virtual, una estructura dinámica. Engaña los sentidos y nos atrapa con su red. Cambian los colores según la perspectiva, el ángulo de las horas, el paso de los años, los estados de ánimo y de conciencia, la intersubjetividad cultural o los procesos sociales. Y la diferencia entre lo visible e invisible, la sabiduría y la ignorancia, lo bello y lo siniestro, la verdad y la mentira, es la luz. Aunque también sea capaz de cegarnos. En definitiva, la iluminación como elemento que crea (y recrea) las cosas, los hechos y el mundo, siguiendo una argumentación meramente epistemológica.
¿Qué podemos conocer? Para I. Kant solo nos es posible alcanzar la apariencia (fainomenon), lo que vemos como haz de representaciones. Nunca lo que es en sí, su esencia. Aceptémoslo: somos seres limitados y finitos. Estas afirmaciones tan asquerosamente categóricas no hacen sino conducirnos por el camino de la inseguridad y el escepticismo, pues nada ni nadie es lo que parece a simple vista. Y aquí está el problema: la luna tiene muchas caras y todas son verdaderas; paradigma de la versatilidad. Una de ellas permanecerá por siempre oculta, como la apostasía del conocimiento, a la sombra del astro Sol.
Sí, hay más rostros que personas.
A veces la realidad nos enloquece por absurda, por falta de compresión y ausencia de sentido. Otras, se torna insoportable por la crueldad de las circunstancias personales: soledad, falta de libertad, enfermedad, tristeza, decepción, miedo y demás emociones negativas. Y escapamos de ella, nos evadimos y buscamos una salida o puntos de fuga. Paraísos terrenales. Subterfugios. Destellos fugaces.
La realidad nos abraza con dulzura o nos estrangula. Nos hace felices hasta el punto de no discernirla del sueño, incluso podemos no ser conscientes de ella (y eso es lo peor que nos puede pasar: ser felices y no saberlo), o nos mata lentamente hasta perder la vida… Ya sabía A. Camus que se necesita más coraje para vivir que para quitarse la vida, y afirma en su obra El mito de Sísifo que «toda persona sana ha pensado alguna vez en el suicidio».
El cristal de la realidad es muy duro. Resiste más allá de nuestros golpes: es tozuda y pertinaz, y se nos impone con necesidad. Es tiránica e imperativa y, sin embargo, olvidamos que somos parte de ella, unidos en relación dialéctica: construye y deconstruye, como la luz. Internalización, transformación, aceptación… Esa debiera ser nuestra línea existencial. Pero a veces preferimos vivir en la caverna de Platón, a sabiendas de que todo lo que vemos son fantasmas, falsas imágenes, y no queremos buscar la verdad ante el temor de encontrar la desilusión. Entonces, la inventamos. Autoengaños necesarios.
Aristóteles nos enseña que la verdad es la adecuación de la mente a lo real, ¿pero qué existe al margen de nuestra subjetividad? ¿Acaso reconocemos «lo otro»? No avanzamos, andamos en círculos.
Así pues, hay dos formas, dos prismas con los que observar la realidad: bajo la sombra fría de la razón o desde la cálida luz del corazón. Dos tendencias que pugnan en nuestro interior, en una tensión que nos destroza… Al fin y al cabo, somos una «pasión inútil», como piensa Sartre. Y el segundo principio de la Termodinámica levanta el acta de nuestra destrucción.
En ocasiones la verdad es inverosímil, por eso decimos que la realidad siempre supera a la ficción.
A veces vemos el mundo de color rosa y otras, gris monocorde, contradictorio per essentiam. Vemos las cosas no como son, sino como somos. Pero, sobre todo, como estamos. Por eso hay veces que la oscuridad es el color más llamativo. Miramos desde el límite: todos somos anhelos, frustraciones, flores de cementerio, y tenemos que contar con esa baza, porque las cartas de este juego de la realidad están marcadas. Aunque solo la indiferencia y el olvido nos hace invisibles. Y esto es importante subrayarlo.
Nada más complejo que el ser humano, con sus luces y sus sombras, razón y locura. A medio camino entre las bestias y los dioses, creador de mitos y buscador de verdad, mitad ángel y mitad demonio. Capaz de lo mejor y de lo peor. Del bien y del mal. De amar y de odiar. De dar vida y de matar. De crear y destruir… La frontera entre estos antagonismos es muy lábil.
Y rasgamos el velo de Maya: nada más diverso, ficticio y absurdo que la realidad. ¡Luz, más luz!
Juego de luces
Y el ángel le dijo a la estrella:
—Préstame tu luz. Necesito que esta noche los hombres miren al cielo. Están ciegos de tanta ambición material. Y lo peor es que lo llaman «progreso». No hay forma de que vean mi mensaje de peligro. Demasiada oscuridad en la Tierra.
La estrella, perpleja, musitó:
—¡Pero si siempre envidié tus alas! Yo estoy fija en el firmamento, a años luz de distancia, y solo puedo brillar.
—Pero, aunque no vueles, a ti te ven —dijo el ángel— y a mí no: solo somos centellas del Alma Universal, seres intermedios e invisibles, como todo lo eterno. Y te identifican con la esperanza.
—¿Qué temes? ¿Qué presagias? —replicó la estrella.
—La destrucción —contestó el ángel—. Este planeta colapsa, se pliega al exterminio de la vida por la obsesión consumista: los bosques se talan, los mares se contaminan, los animales se extinguen. Ahora solo les importa el dinero. Ahora solo contemplan la realidad virtual. Además, la naturaleza se ha convertido en «basuraleza»… y el planeta ya no es azul. Si te enciendes más que nunca, verán en ti una señal de cambio, una revelación de que no todo lo controlan, de que su ciencia no predice el futuro: lo ensombrece. Así, en su incertidumbre sentirán mi energía, como llamada interior de un espíritu subliminal que se eclipsó desde la incesante búsqueda de lo efímero. Si me ayudas en mi propósito, el mundo despertará su conciencia y aprehenderá… que existe algo más que la materia.
Llegó la noche y, en la hora más oscura, la estrella aumentó su masa y explotó en haces y rayos de luz azul-banca. Brillante, intensa e inconcebible. La luna y los demás cuerpos celestes palidecieron de súbito. Solo ella brillaba en el firmamento. Mientras, la humanidad, atónita, volvió los ojos al cielo con una pregunta: «¿Qué está pasando?».
Los astrónomos, en su confusión, enfocaron sus radiotelescopios hacia la estrella, esperando señales. Analizando su espectro electromagnético, la longitud de onda, temperatura y radiación. Pero nadie sabía nada. El fenómeno abandonaba los tratados de astrofísica para adentrarse en la metafísica.
El ángel observaba con satisfacción el gran espectáculo que acaecía en el cielo:
—Ya nada volverá a ser como antes —se dijo a sí mismo. Y siguió atento a los cambios desde su morada celestial.
Todo el planeta Tierra miraba al cielo con estupor. Daba igual desde qué hemisferio se alzase la vista, pues el día y la noche se confundieron en una inmensa nebulosa de color indescriptible. En un principio, los hombres y mujeres grabaron con sus móviles, al unísono, el alucinante fenómeno. Pero, al tiempo, las redes radioeléctricas, los GPS y los radares dejaron de funcionar. De lo inexplicable al caos. Y del caos al terror de estar sin conexión.
Prima facie, aquello que rompía la tranquilidad de las gentes era la explosión de una supernova que detendría su evolución en pocos días. Aunque nada más lejos de la realidad…
Simultáneamente, incalculables explosiones en las centrales de energía eclipsaron los neones de las grandes ciudades de los seis continentes. Inclusive,