El Monasterio de San Jerónimo
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Monseñor Eusébio Sintra nos presenta otra excelente novela de época: El Monasterio de San Jerônimo. Es trama atractiva, en la que Manuel Antônio Ramalho y Alcántara, el Barón de Reboleira, tiene su hijo más pequeño – un bebé de solo unos pocos meses – cobardemente secuestrado por su vecino de quinta, el Marqués de Alfarrobeiras que, al vengarse de la derrota que había sufrido en un litigio de tierras contra el padre del niño, y que, tras robar al recién nacido, lo arrojó a traición por los alrededores de los expósitos del convento de las Carmelitas.
De ese acto innoble, surge, de un lado el terrible drama para involucrar a la desesperación de la familia para lanzarse a la búsqueda sistemática e implacable del niño secuestrado; y por el otro que es el destino real del bebé robado, que adoptado por una sirviente del convento, lo cría en un lugar pobre y alejado, obstaculizando así la consumación de esa búsqueda.
En estas páginas, además del conflicto que implica el secuestro del bebé y las terribles consecuencias que se derivan de él, también encontrará la acción subrepticia de las sombras – espíritus de los vengadores para engendrar persistente proceso de obsesión – y una serie de apariciones y diálogos con los espíritus, ¡lo que demuestra que la espiritua-lidad siempre nos ha influido mucho más de lo que podemos suponer...!
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El Monasterio de San Jerónimo - Por el Espíritu Monseñor Eusébio Sintra
Romance Mediúmnico
EL MONASTERIO DE
SAN JERÓNIMO
Valter Turini
Por el Espíritu
Monseñor Eusébio Sintra
Traducción al Español:
J.Thomas Saldias, MSc.
Trujillo, Perú, Mayo 2022
Título Original en Portugués:
O Mosteiro de São Jerônimo
© VALTER TURINI, 2007
Traducido al Español de la 1ra. edición portuguesa.
World Spiritist Institute
Houston, Texas, USA
E–mail: [email protected]
Del Traductor
Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.
Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.
Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.
Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.
Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 160 títulos así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.
El Monasterio de São Jerônimo es una novela de época extraordinaria que se desarrolla en la decadente sociedad portuguesa de fines del siglo XVIII, y en cuyas páginas, el insigne Monseñor Eusébio Sintra, espíritu, relata, seria y objetivamente, el conmovedor drama de Angelito, típico bribón del gran puerto de Lisboa que, víctima de la cruel venganza del enemigo de su padre, había sido secuestrado, todavía un bebé, y tendido en la rueda del expósito del convento de las monjas carmelitas y, más tarde, lanzado a su propia suerte, fue criado en las calles, completamente inconsciente de su noble origen.
Valter Turini
Monseñor Eusébio Sintra nos presenta otra excelente novela de época: El Monasterio de San Jerônimo. Es trama atractiva, en la que Manuel Antônio Ramalho y Alcántara, el Barón de Reboleira, tiene su hijo más pequeño – un bebé de solo unos pocos meses – cobardemente secuestrado por su vecino de quinta, el Marqués de Alfarrobeiras que, al vengarse de la derrota que había sufrido en un litigio de tierras contra el padre del niño, y que, tras robar al recién nacido, lo arrojó a traición por los alrededores de los expósitos del convento de las Carmelitas. De ese acto innoble, surge, de un lado el terrible drama para involucrar a la desesperación de la familia para lanzarse a la búsqueda sistemática e implacable del niño secuestrado; y por el otro que es el destino real del bebé robado, que adoptado por una sirviente del convento, lo cría en un lugar pobre y alejado, obstaculizando así la consumación de esa búsqueda.
En estas páginas, además del conflicto que implica el secuestro del bebé y las terribles consecuencias que se derivan de él, también encontrará la acción subrepticia de las sombras – espíritus de los vengadores para engendrar persistente proceso de obsesión – y una serie de apariciones y diálogos con los espíritus, ¡lo que demuestra que la espiritualidad siempre nos ha influido mucho más de lo que podemos suponer...!
El proceso psicográfico de este trabajo, como el de los otros ya editados bajo la responsabilidad del distinguido Espíritu Monseñor Eusébio Sintra y el profesor Valter Turini, se produce a través de la transmentación
– según la nomenclatura de Edgard Armond, en Mediunidad, Aliança, 29a ed, 1994. p. 87 –, es el proceso mediante el cual el espíritu comunicante proyecta el texto en la mente del médium que lo recibe y, en este caso, lo escribe directamente en la computadora.
ÍNDICE
PALABRAS DEL AUTOR ESPIRITUAL
CAPÍTULO 1 ÁNGELITO...
CAPÍTULO 2 UNA FAMILIA NOBLE
CAPÍTULO 3 LA MARQUESITA DAS ALFARROBEIRAS
CAPÍTULO 4 EXTRAÑA APARICIÓN
CAPÍTULO 5 UNA ESTANCIA EN LISBOA
CAPÍTULO 6 ENCUENTRO INUSUAL
CAPÍTULO 7 NUEVOS RUMBOS
CAPÍTULO 8 TRAMAS Y VENGANZAS
CAPÍTULO 9 REUNIÓN DE CORAZONES
CAPÍTULO 10 REUNIÓN DRAMÁTICA
CAPÍTULO 11 DESENTENDIMIENTOS
CAPÍTULO 12 NUEVA VIDA
CAPÍTULO 13 LA REUNIÓN
CAPÍTULO 14 TRAMAS Y TRAICIONES
CAPÍTULO 15 DE VUELTA A LOS ORÍGENES
CAPÍTULO 16 UN BAILE…
CAPÍTULO 17 AUN EN EL BAILE…
CAPÍTULO 18 MAQUINACIONES Y VENGANZA
CAPÍTULO 19 ODIOS Y DESACUERDOS
CAPÍTULO 20 TORMENTOS DE LA OBSESIÓN
CAPÍTULO 21 TRAICIÓN
CAPÍTULO 22 EN PRISIÓN
CAPÍTULO 23 LA LUCHA POR LA LIBERTAD
CAPÍTULO 24 EN LA ANTECÁMARA DE LA MUERTE
CAPÍTULO 25 ANTE LA REINA...
CAPÍTULO 26 UN CONDENADO ES EJECUTADO
CAPÍTULO 27 REVISITANDO EL ANTIGUO HOGAR
CAPÍTULO 28 DESPERTAR EN EL MÁS ALLÁ
CAPÍTULO 29 EN LAS REDES DE LA OBSESIÓN
CAPÍTULO 30 VENGANZA
EPÍLOGO
PALABRAS DEL AUTOR ESPIRITUAL
En el último cuarto del siglo XVIII, con el advenimiento de la Revolución Francesa – un conjunto de hechos, cuya culminación tuvo lugar el 14 de julio de 1789, con la toma de la Bastilla¹ por los rebeldes –, el mundo occidental comenzó a ganar nuevas configuraciones políticas y sociales, ya que los poderes constituidos hasta entonces, basados principalmente en el concepto del origen divino del poder absoluto de los reyes, por primera vez, a lo largo de la historia, empezaron a tambalear las piernas, y un coro de asombro generalizado se escuchó desde las bocas coronadas del mundo, cuando los reyes franceses, Luis XVI y María Antonieta, sucumbieron guillotinados, en plaza pública, por la rabia colérica de los plebeyos rebeldes y ya cansados de la soberbia y los excesos de una aristocracia cínica y derrochadora. "¿S'ils n'ont pas du pain, pourquoi ne mangeant pas de la brioche...? – respondió la reina María Antonieta al ministro de Finanzas de su país cuando dijo que la gente no tenía pan, la había amonestado, severamente, por el desorbitado gasto del Palacio de Versalles que, literalmente, vertía en las alcantarillas verdaderas fortunas en lujo y en cantidades excesivas – una sucesión interminable de fiestas muy caras, banquetes nababescos para millares de convivias y lujosos bailes temáticos –, cuyo único propósito era atender sus deseos y caprichos, la soberana, junto con su numerosa corte de parásitos desocupados.
Si la gente no tiene pan, ¿por qué no come pastel...?" había sido la cínica respuesta de la reina al estupefacto ministro que mostraba seria preocupación por los siniestros rumbos que estaban tomando los destinos de Francia.
Sin embargo, eran necesarios cambios profundos; instó a que la Ley del progreso, constante e inexorable, siga su marcha, a pesar de la ignorancia de los hombres que intentan, a toda costa, impedir su firme avance, cuya única y real intención es brindar cada vez más libertad a conciencias humanas que, desde tiempos inmemoriales, han sido aprisionadas por los grilletes generados por las mentalidades más pícaras que, en todas las épocas, han encontrado ingeniosas formas de engañar a los simples e incautos y de falsear la verdad, con el primer y despreciable propósito de enriquecerse a ¡cuestas de la sangre y el sudor de los demás...! ¡Sin embargo, ninguna fuerza humana podrá detener el progreso durante mucho tiempo...! Inevitablemente vendrá, incluso a pesar de los que son guías de la humanidad
, como si, al dirigir los destinos del hombre, no existiera una fuerza escondida inmensurable y que, soberanamente sabio, justo y bondadoso, no supiera, por casualidad, ¡cuál sería el mejor camino para la ascensión espiritual de todos los seres de la creación...! ¡Pobres de estos que se constituyen a sí mismos como impulsores de la humanidad...! En realidad, no son más que magros instrumentos de la voluntad mayor: ¡marionetas mezquinas que realizan una danza involuntaria que, en la mayoría de los casos, no sirven más que a los propósitos e intereses de los grandes planos propuestos para la humanidad, siendo así nada más que simples ejecutores de la suprema Ley de Causa y Efecto...!
Francia dio ejemplo al mundo, desplazando a los reyes de su supuesto origen divino...! Y preparando el camino para el corolario de la emancipación del espíritu de Libertad, Igualdad y Fraternidad, era necesario que hombres gigantes desafiaran a los aspirantes dueños del mundo; antes era necesario que los grandes filósofos se reencarnaran, verdaderos exploradores para sembrar el deseo de libertad, ¡hacía tiempo que no se había descubierto en el corazón de todos los hombres...! Los ideales de grandes pensadores, como Bento de Espinoza, François–Marie Arouet – Voltaire –, Denis Diderot, Jean Le Rond d'Alambert.., hombres que se atrevieron entonces a desafiar a los señores de la verdad
y sembraron la duda; la duda conduce a la reflexión y la reflexión, a la meditación. De ahí que para la acción que, de hecho, tuvo lugar, en la gigantesca e incontenible explosión de emociones y pasiones, a gran costo sufrida en el pecho de los oprimidos, ¡fue solo un paso...! El mundo escuchó, entonces, por primera vez, en toda la historia de la humanidad, el grito ronco, previamente ahogado en las gargantas, durante milenios: ¡Libertad...! Una vez madurado, llegó el momento que el hombre decida su propio destino, de gobernarse a sí mismo; ¡Era el momento de la res–pública...! y bien que, para que esto ocurriera realmente, se derramó mucha sangre; se cometieron muchos excesos; el hombre estaba ebrio de libertad y, borracho de tanta felicidad, no supo, en un principio, qué hacer: ¡cometió, sin duda, barbaridades infinitamente mucho más expresivas que las cometidas por déspotas aristocráticos...! Los horrores desatados por la furia de los rebeldes no perdonaron a nadie: primero, la odiosa aristocracia pagó caro los abusos, la soberbia y el inmenso orgullo, lleno de infames prejuicios; después, los clérigos abusados e hipócritas fueron desalojados de su beatífica impostura y vilmente arrastrados, humillados y ultrajados por las calles y, finalmente, ¡ni siquiera los iguales escaparon de la locura loca...! Los propios dirigentes revolucionarios perecieron, víctimas de los enfurecidos e incontrolables monstruos que habían conjurado...! Pero, la gente necesitaba aprender a usar la libertad que obtuvieron y, aun hoy, ¡todavía están aprendiendo, gradualmente, cómo usarla...!
Actualmente, un poco más humanizado que fue antiguamente y, así, paulatinamente, mediante la aplicación de la Ley del Progreso, permite que la Ley del Amor se despliegue y se cristianice; abandona el mundo de los instintos y de las sensaciones y pasa al más eficaz ejercicio de la razón; los sentimientos fraternos se despliegan y, así, crece, porque solo hay una fatalidad en toda la existencia humana: emanciparse, mediante la práctica del amor incondicional y la razón, y, finalmente, ¡unir con el amor su existencia plenamente purificada y la sabiduría de la luz divina que lo creó...!
La presente novela se sitúa en medio de las grandes tribulaciones que sacudieron a la sociedad europea a finales del siglo XVIII. El hombre se encontró apretujado entre dos edades; empezó a dejar la condición de pobre pequeño incapaz
– que, en tal condición, debería ser instruido por los poderosos del mundo y los sagaces príncipes de la Iglesia – y comenzó a gestionar su propio destino; se liberó de las cadenas de los excesos y privilegios de unos pocos y se armó de fuerza para construir un nuevo orden. Primero, era necesario liberar las conciencias del yugo papal, y los reformadores ya habían hecho su parte; ahora, era necesario maniobrar políticamente, para realizarse plenamente; ¡matar, de una vez por todas, el hombre medieval que todavía insiste en existir y dar a luz al hombre moderno, partidario incondicional del saber, de la ciencia y la tecnología...! ¡La humanidad se estaba preparando para el advenimiento de las máquinas, para facilitar su existencia tan dolorosa, en este inexpresivo orbe de expiación y pruebas, y las viejas tradiciones y los conceptos obsoletos necesitaban ser derribados y, para que esto sucediera, era necesario que los viejos vicios sociales fueran desterrados para siempre...! ¡Ya no la absurda división de las criaturas en solo dos castas: la de los opresores y la de los oprimidos...!
Los hechos aquí narrados tienen lugar en Lisboa, la capital del Imperio portugués que, en ese momento, era uno de los centros comerciales más grandes del mundo. Ocupando el lugar más privilegiado de toda Europa para ejercer esta tarea, ya que se inclina a contemplar, plácidamente, toda la inmensidad del Atlántico, Portugal había comenzado, desde finales del siglo XV, a conquistar los mares y lo hizo con insólita maestría...! Ha acumulado riquezas inigualables, ¡pero sabía poco de ellas...! Los portugueses no entendían que el oro, la plata y las cosas preciosas no brotan todas de la tierra, como el agua, y hasta al final del siglo XVIII, ¡esas riquezas empezaron a menguar, vertiginosamente, en sus agotadas colonias de ultramar...! La degradación, unida a los vientos de nuevos cambios que se anunciaban en el horizonte, desestabilizaban a la sociedad portuguesa de aquella época, ya tan acostumbrada al derroche y las facilidades generadas por la explotación excesiva de las fabulosas riquezas descubiertas en otros lugares... El oro escaseaba, las cosas se volvían cada vez más difíciles... La miseria volvía a arrasar en las calles de la gran ciudad, y la adicción y la degradación moral que, invariablemente, acompañan a los desfavorecidos del mundo, eran lugares comunes entre las personas que vivían en el miserable entorno y en las inmediaciones del gran puerto de Lisboa...
¡Es posible observar, en estas líneas, el desfile de dramas terribles, generados por la pasión desenfrenada, por la codicia, por la negligencia y la locura humanas...! Sin embargo, nos quedamos con las lecciones inconfundibles que la vida siempre nos da, en todo momento. ¡Y es aconsejable no desvanecerse nunca, porque el hombre aun está en construcción...! Su marcha, hacia el infinito, apenas comienza; invariablemente encuentra el camino correcto a través de los errores, porque las verdades sobre su naturaleza real todavía le son desconocidas casi en su totalidad; sin embargo, a pesar de los infinitos dolores generados por la ignorancia, la incomprensión y los desencantos que ha enfrentado, hasta ese momento no son ni deben ser motivos o embargos para su ascensión espiritual. ¡Y tengo que rezar, aclararme a mí mismo y siempre trabajo...! Y cuando voy y preparo un lugar para vosotros, volveré y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis
,² dijo Jesús. Está la sublime promesa que el distinguido Maestro Nazareno nos hizo en otra parte; confiemos en ella, entonces.
Tupi Paulista, invierno de 2007.
Eusébio Sintra
CAPÍTULO 1
ÁNGELITO...
El bullicio de la calle se concentra temporalmente en un gran círculo, en el centro del cual dos jóvenes se golpearían hasta el cansancio.
– ¡Mátalo, Frederico...!
– ¡Dale, Angelito..! – grita un viejo pescador, eufórico. Y sigue sonriendo una boca sin dientes – ¡Sácale hasta las tripas con tus dientes...!
El alboroto y la muchedumbre, que se divierte enormemente con el espectáculo, atrae la atención de los habitantes de las casas amuralladas que se levantan junto a la carretera que bordea el muelle del puerto.
– ¿Qué tipo de gritos habrá en medio de la calle, tan temprano...? – Pregunta Gerusa, acercándose a la ventana y, apartando la cortina de encaje blanco medio mugrienta por el tiempo, estira el cuello y, curiosa, espiar ahí abajo.
– ¡Mira...! – Observa la joven a su compañera de cuarto –. ¡Dos tipos se golpean, en medio de la calle, bajo la llovizna, rodando por el suelo como cerdos en la pocilga!
– ¿Dices que pelean afuera, temprano en la mañana? – Pregunta la otra, acercándose a su amiga con valentía y también estirando el cuello para observar mejor la calle abajo.
– Sí – exclama la joven – ¡dos tipos se dan puñetazos en la calle...!
– ¡Pero, espera un minuto...! – Observa la otra –. ¿No está Juan Manuel peleando ahí abajo?
– ¡Sí, Magdalena, pues es él...! – Exclama Gerusa a su acompañante, luego de estudiar, minuciosamente, a uno de los muchachos que estaba totalmente empapado por el barro que la insistente llovizna había formado en el precario pavimento de la calle.
– ¿No es que el loco se mete de nuevo en líos...? – Y, alzando la voz a todo pulmón, grita, tapándose la boca con las manos:
– ¡Oye, Ángel, dale sin piedad...! ¡Sácale las orejas con los dientes...! ¡Vamos...!
– ¡Mátalo, Angelito...! – Grita Magdalena, sumando su voz a la de su compañera.
Ajenos al ruido que los rodeaba, los chicos se sumergieron en una feroz lucha. Rodaron por el barro de la calle e intercambiaron violentos golpes, ya que eran dos chicos fuertes y muy musculosos. De repente, un grito se destaca entre la multitud:
– ¡La milicia...! ¡La milicia...!
De hecho, desde una esquina, de repente, un pequeño pelotón de milicianos armados con largos garrotes marcha en dirección a la conmoción que comenzaba a asentarse en la calle del muelle.
– Huyamos... Date prisa... – Gritaron, atrevidos y se dispersan como locos, los del enjambre que hasta entonces se divertían, en gran medida, con el espectáculo que tenía los dos luchadores. Y en un abrir y cerrar de ojos, la calle se vació, dejando solo a los dos contendientes rodando en el barro, ajenos a lo que sucedía a su alrededor.
– ¡Huye, Juan Manuel! – Gritan a coro Gerusa y Magdalena, desde lo alto de la ventana –. ¡La milicia...! Corre, rápido, Juan Manueli...
El muchacho, entonces, reconoce la voz de las mujeres y, al escuchar la advertencia que le dieron, se desvía levemente de los golpes que el otro intentó aplicarle, y confirmando, con una mirada rápida, la llegada de la policía. Se levanta de prisa y, corriendo a una velocidad espectacular, llega al pequeño banco de rocas del muelle y, dando un salto formidable, se lanza a las gélidas aguas que rugían furiosamente, golpeando las rocas de los cimientos del puerto y estallando en gigantescos chorros de espuma blanca que se elevaban alto, como si fugaces sábanas blancas susurrando al viento, unidas a enormes tendederos. Y en un relámpago, Juan Manuel se sumerge en las aguas oscuras y el puerto profundo, desapareciendo luego en medio de terribles remolinos inmensos flujo áspero.
El comandante de la pequeña guarnición, después que los soldados sometieron rápidamente al otro muchacho y lo mantuvieron fuertemente atado, ordenó a algunos de sus hombres que buscaran el destino del otro que había escapado, saltando con valentía a las aguas embravecidas. Los soldados, entonces, a pesar de empaparse con el agua que azotaba violentamente el costado del muelle, no veían nada, porque la ría del Tajo, esa mañana, no era para juegos, tal era la violencia del oleaje que impedía cualquier examen más detallado del borde del puerto.
– ¡El desgraciado se mató! – Grita el comandante, notando que los soldados no vieron nada en el río. Y dando por cerradas las búsquedas a la fuga, continúa:
– ¡Nadie en su sano juicio se tiraría al agua en tales condiciones!
Sin embargo, escondido y aferrado firmemente al inmenso catastro de un bergantín, anclado a unas brazas que saltó al agua, Juan Manuel, apenas poniendo la nariz y los ojos por encima de la línea de flotación, mirando, entre atento y divertido, la difícil situación de los soldados que lo buscaban, mientras estaban empapados en agua fría. Una vez superado el peligro, el muchacho, con brazadas feroces, nada la corta distancia que lo separaba del muelle y, trepando, con relativa destreza, las piedras embarradas de los cimientos del puerto, salta al costado del muelle y, cruzando levemente la calle, desaparece por la puerta lateral que da a una de las casas fronterizas.
– ¡Angelito...! – Exclama Gerusa, abriendo una rendija en la puerta donde alguien había llamado con insistencia –. ¡Estás todo azotado y sucio de barro...! ¡Entra, muchacho loco...! ¡Quieres morir congelado, ¿eh...?!
El niño entra y, sin mostrar el mínimo de vaguedad o preocupación por el lamentable estado en el que se encuentra, agarra impetuosamente a la niña y la besa, extasiado, en los labios.
– ¡Oh, eres un verdadero huracán, Angelito...! – Exclama Gerusa, emitiendo un profundo suspiro de alegría y satisfacción ante el elocuente arrebato de loca pasión que le había dado el chico.
– ¡Por favor, Gerusa, déjame esconderme aquí, contigo...! – Dice Juan Manuel, con ojos suplicantes –. ¡La milicia me persigue, y si me ponen las manos esta vez, me pudro en las mazmorras...! ¡Sabes cuánto me quieren arrestar...!
– ¡Sí lo sé...! – Exclama la joven, tomándolo de la mano y haciéndolo entrar en la pequeña habitación donde vivía con su compañero –. ¡Y, si aquí te saquean, llévame contigo...! ¡Sabes muy bien lo que les pasa a los que dan cobijo a los perseguidos...! – Le dice mirándolo profundamente a los ojos.
– No me encontrarán en tu guarida... – dice el chico, tomándola en sus brazos y acariciando tiernamente su cabello negro y ondulado –. Te lo prometo, por un largo tiempo – ¡y hasta que se olviden de mí! – ¡No sacaré la cabeza de aquí...!
– ¡¿Tú...?! – Exclama, con una risa burlona en los labios –. ¿Qué será de las prostitutas en el muelle sin ti...? ¿Cómo se las arreglarán sin que las visites asiduamente, como lo haces, incluso cuando todavía eras una gallina de doce o trece años?"
– Oh, exageraciones, mi dulce Gerusa... – dice, envolviéndola en sus fuertes brazos –. ¡Sabes muy bien que mis ojos solo están puestos en ti...!
– ¡Ahora mismo, sí...! – Dice en broma –. ¡Porque Magdalena salió a comprar pan...! – Luego continúa, en tono juguetón:
– ¡Y también, porque tienes la mitad de toda la milicia de Lisboa tras de ti...!
– ¡Oh, cómo me bajaste el concepto...! – Dice, atreviéndose a pellizcar sus grandes caderas –. ¡Mira, estoy ofendido y no volveré a visitarte...!
– ¡Si me haces tanto lío, te mataré a puñaladas...! – Exclama la joven, envolviendo sus manos alrededor de su cuello. Y, después de intercambiar un largo y voluptuoso beso, ella sigue:
– Ahora ven, me llene la bañera para que pueda lavar... Estás sucio de barro hasta el alma y hueles mal! ¡Como un cerdo!
Pronto, Juan Manuel estaba sentado en la bañera y Gerusa le frotó la espalda con una esponja.
– ¡Estás todo magullado, Angelito...! – Exclama, observando la enormidad de las abrasiones y rasguños que mostraba por todo el cuerpo, mientras la suciedad adherida a la piel era lavada con agua –. Después de todo, ¿con quién estabas peleando y por qué peleabas?
– Saldando viejas cuentas con Frederico Melgaço, el hijo del carnicero – responde, sin abrir los ojos, que mantenía entreabiertos por el peso de la babosa que, audazmente, intentaba dominarlo, arrullado por el calor y el calor del agua tibia del baño que había ido relajando, poco a poco, toda la musculatura de su cuerpo.
– Estas viejas cuentas, de hecho, son mujeres, ¿no? – Pregunta, con una risita.
– ¿Qué te importa si son mujeres o no? – Dice riendo y levantándose, bruscamente, de la bañera, le muestra la completa desnudez de su cuerpo fuerte y bronceado.
Gerusa recorre todo su cuerpo con la mirada durante mucho tiempo.
– ¡No me sale nada de la cabeza, Juan Manuel, tú vienes de la nobleza...! – dice mirándolo a los ojos –. ¡Tienes un cuerpo perfecto...! ¡No es de extrañar que te llamaran Angelito...!
El chico la mira lleno de orgullo. Era consciente de la belleza que poseía. ¿No lo perseguían todas las mujeres de la ciudad...? Sin embargo, viniera o no de la nobleza, ¿cómo iba a saberlo...? No sabía nada de su origen, aparte de lo que le había dicho la vieja Ofelia, su madre adoptiva. Poco, por cierto, porque ni siquiera Ofelia sabía nada de sus padres. Sabía que había sido recogido en la rueda de los rechazados, en el convento de las monjas carmelitas, y que su madre adoptiva, en ese momento, trabajaba como sirvienta de las monjas, ayudándolas a criar a los huérfanos. Y que Ofelia, encantada por la belleza y la gracia del bebé que habían rechazado, había rogado a las monjas que se lo dieran, para que lo criara, ya que estaba sola y soltera. Ofelia se había enamorado del bebé, apenas lo había visto y había rogado tanto a las monjas que se lo dieran, que las hermanas se vieron obligadas a donarle Juan Manuel a la insistente criada que, una vez en posesión del niño, desapareció del convento para siempre, y estaba tratando de criarlo a sus costas. Sin embargo, la madre adoptiva no vivió mucho, y cuando Juan Manuel tenía cinco años, se encontró huérfano por segunda vez y fue llevado al orfanato, mantenido por la curia, y donde creció carente de todo: comida, ropa, afecto, hasta de la educación... – y, más tarde, se lanzó a la calle, después que cumplió doce años, y que tiene, desde entonces, a vivir a sus costas, en medio de mendigos y prostitutas del puerto de muelle.
– Además – continúa Gerusa –, ¡que tienes un escudo de armas tatuado en su hombro derecho...! ¿sabes lo que es...?
– ¡No tengo idea de qué es eso! – Respondió el muchacho, moviendo la espalda y tratando de ver el dibujo que tenía en la espalda, arriba, en el lado derecho –. ¡Me han dicho, posiblemente, que sea el escudo de armas de alguna familia noble...!
– ¿No sería eso una pista de quiénes serían tus verdaderos padres? – observa la joven, llena de intensa curiosidad –. ¿Y si tus parientes de verdad son nobles llenos de dinero...? ¡Creo que estás perdiendo el tiempo...! ¿Por qué no empiezas a investigarlo?
– ¿Sabes lo que pienso sobre tal cosa? – Observa el chico mirándola seriamente a los ojos –. Mis padres pueden, de hecho, ser nobles, pero me dejaron en la rueda de los rechazados del convento carmelita. Y si lo hicieron es porque no me querían, ¿no estás de acuerdo...?
– Sin embargo, ¿no sientes ningún deseo de conocerlos, aunque sabiendo que no te querían? – Insiste la joven –. ¿Ni siquiera tienes curiosidad por ellos?
– Sabes lo que siento por mis padres, Gerusa... ¡No siento nada...! No viví con ellos, no puedo ni adivinar sus caras, sus voces, su porte; no sé si son altos o bajos; sin embargo, ¡si son gordos o delgados, si tienen pelos en brazos y fosas nasales o si son rubios o morenos...! – Dice, ahora, con un poco de amargura en la voz –. Me acabaron de echar; ¡Me despreciaron, querida...!
¿Ese deseo que siento por ellos...? ¡Nada...! ¡Para mí, no son más que extraños...! ¡Amor y cariño sentía y siento por Ofelia...! Ella, sí, me dio amor y cuidó de mí, dentro de su sencillez y su pobreza...! Pero, ¡siempre fue digna...! ¡Luchó por limpiar los pisos de las casas nobles para proveernos de pan, de una casa sencilla...! ¡Si hay alguien, en este mundo, a quien le debo algo, ¡es a ella, Gerusa, mi madre adoptiva...!
– ¿No crees que estás condenando a tus verdaderos padres, sin conocer la verdadera causa de tu abandono...? – Observa Gerusa, mientras el muchacho se seca con una toalla –. ¿No te han abandonado porque no te pudieron criar... yo creo? Que los padres no se despojen de un hijo, tan deliberadamente, solo porque no quieren... ¡por lo general siempre será! ¡Una razón demasiado fuerte para que eso así ocurra...!
– De mi parte, mi amor – dice el chico – ahora yo que no los quiero... – y continúa mientras se enrolla y sostiene una toalla alrededor:
–A propósito, ¿no tienes algo de comer...? ¡La pelea con el hijo del carnicero, más las buenas brazadas que me vi forzado a nadar tan temprano en la mañana, me dio un hambre de lobo...!
– ¡Solo un loco como tú se lanzaría a aguas tan terribles como hoy...! – Exclama Gerusa, atrayéndolo hacia ella y besándolo, voluptuosamente, en la boca.
– Es que tú no sabes el peso que tienen las porras de los milicianos, querida... ¡Yo prefiero mil veces a tirarme al ojo de un huracán que enfrentar la ira de esas bestias inhumanas...! – Exclama él, desenredándose de sus brazos –. ¡Esos tipos golpean sin piedad...! ¡En este momento, el hijo del carnicero debe estar molido por la tunda que le dieron...!
– Ahí es donde te equivocas, querido... – dice ella, al recoger una media botella de vino y un queso curado de un pequeño armario . ¡Frederico Melgaço no se habrá quedado, nadita de nada...! ¡No le habrían tocado ni un cabello...! El viejo carnicero está lleno de oro, ¿te olvidas...? Te apuesto lo que quieras, que a estas alturas, ese ricachón sin escrúpulos habrá corrompido a la mitad de los comandantes de milicia, y que su hijo ya descansa en casa, fresco y bañado, en su ¡cama fragante y confortable de plumas de ganso...! Tú, sin embargo...
– ¡Já...! ¡Já...! ¡Já...! ¡Já...! – Estalla Juan Manuel en una carcajada. Y continúa riendo:
– A diferencia de mí, si me agarran, ¿no...? En este mismo momento, ya me encontraría en el suelo, porque no tengo ni la sombra de un solo doblón, para matar la sed del comandante de la milicia y sus subordinados...! ¡Já...! ¡Já...! ¡Já...! ¡Já...! – continúa riendo –. ¡Sabes lo que admiro de ti, Gerusa...! ¡La practicidad que muestras para las cosas...! ¡Si algún día decido casarme, no me olvidaré de ti...!
Gerusa simplemente mirándolo con aire de burla, y luego, mientras comía, ella le sondeó las características: una abundante cabellera de color castaño oscuro todavía muy mojada le caía hasta los hombros desnudos; el cuello grueso y bien hecho; su espesa barba negra, con solo dos dedos de largo, enmarcaba su rostro bien formado, bronceado y curtido por el sol y la sal marina; sus ojos, también de color marrón oscuro, brillaban intensamente; sus labios, bien formados, se abrían en una sonrisa constante y coqueta, permitiendo que sus dientes estuvieran correctamente delineados y alineados en perfecta dentición. ¡Juan Manuel era hermoso...! ¡Y Gerusa ya había estado con él tantas veces...! Le gustaba, de sus caricias... No podía apartar los ojos de la cara del chico. ¡Qué bueno era tenerlo allí, solo para ella; cuidar de él, Darle comida...! ¡Angelito...! Gerusa se ríe íntimamente. ¡Con qué gusto lo cuidaban las prostitutas del muelle del puerto...! Y se había criado en la bribonada, entre esa gente del puerto; no trabajaba, era analfabeto, vivía bebiendo en las tabernas y tomando dinero de los marineros en los dados y en las cartas. ¡Nadie lo superaba en tales labores...!
Afuera, el día avanzaba gris, mojado por una fina y persistente lluvia. Gerusa se levanta y se acerca a la ventana. Hace a un lado las sucias cortinas de encaje y espía la calle.
– ¡Magdalena se demora...! – Exclama, con un suspiro.
– ¡Debes haber encontrado un cliente...! – Observa el chico, divertido.
– ¡Con este viento y esta lluvia, dudo que esto haya pasado...! – responde ella, volviéndose hacia adentro. Y continúa, mirándolo:
– De hecho, se sabe muy bien que los barcos no se atreven a acoplarse con tal marea. ¡Sin barcos anclados en el puerto, no hay servicio, querido!
– ¡Y sin patos para desplumar en los dados y las cartas...! – Observa –. ¿Ves cómo el mal tiempo puede arruinar el sustento de tanta gente?
– ¡Y los estibadores, los posaderos, los bodegueros...! – Completa –. ¡Nuestras vidas dependen de la llegada de los barcos...!
– ¡No solo el puerto, sino toda la nación depende de los barcos, querida...! ¡Portugal es el mar...!
Juan Manuel termina su breve comida y estira los brazos por encima de la cabeza, estirándose y bostezando ruidosamente.
– ¡Estoy muerto de sueño...! – Exclama –. No dormí ni un momento esta noche.
– ¡No dormiste, porque estabas de juerga, claro...! – Observa con un toque de ironía –. Y ciertamente fue en ese lugar donde empezaste la pelea con Frederico Melgaço, supongo...
– ¡No sabía que te iniciaste en el arte de la adivinación, belleza mía...! – Exclama, malicioso. Y, tomándola en sus brazos, la abraza con fuerza, mientras dice:
– ¿Cómo pudiste acertar con tanta precisión?
– ¡Adivina es lo que no soy...! ¡Y mucho menos estúpida...! – Responde burlona. Continúa riendo:
– Vamos, ve allí... Desembucha... ¿Por qué par de bellos ojos tú y Frederico Melgaço casi te matan temprano en la mañana?
– Además de calificadísima adivinadora, tú me sales también, tremenda chismosa entrometida, señora doña Gerusa... – exclama, riéndose y tirándose de espalda en la cama que gime ruidosamente con el peso de la jovencita. Entonces, Juan Manuel se acuesta sobre ella y la besa, durante mucho tiempo, en los labios. Luego se pone serio, la mira fijamente a los ojos y dice:
– ¡Mejor que no lo sepas, querida...! ¡Mejor que no sepas en qué avispero hemos metido las manos yo y el idiota de Frederico...!
Entonces, el muchacho se sienta en la cama junto a ella y mira al vacío durante un buen rato, mientras parece reflexionar profundamente sobre algo. Gerusa acaricia tiernamente su espalda desnuda y observa el extraño diseño que tenía tatuado en su hombro: dentro de un escudo, dos espadas cruzadas y rematadas por un casco con una pluma. ¿Qué misterio envolvería la vida de ese chico...? Juan Manuel no tenía más de diecisiete años; ¡todavía era tan joven!
– Angelito...
– Ahhh...
– ¿No quieres que te ayude a buscar a tus verdaderos padres?
– ¿Por qué se insiste en tal lío, Gerusa...? – Contesta, levantándose y mostrando cierta molestia, continúa:
–¡ Te dije que no me importa acerca de mis padres reales...!¡ Yo no quiero saber quiénes son...!
– ¡Está bien...! – Dice ella –. No tienes por qué molestarte conmigo... solo quería ayudarte... Y si tus padres te están buscando... ¿¡No lo pensaste!? La hipótesis que eventualmente fuiste secuestrado y que te donaron a las Carmelitas, por venganza...? ¡Ya sabes cómo la gente puede ser mala cuando quieren vengarse de alguien...! No es absurdo lo que te digo, ¿no te parece...? ¡Creo que al menos debe tratar de saber quiénes son!
– ¡Si me buscan a mí, peor para ellos...! – Responde el chico, preso del enfado –. Si los enemigos de mis padres me robaron y me han dado a la caridad de los Carmelitas, que tengo que ver con eso... ¿Por qué no prestaron más atención al bebé que tenían...? ¡Ahora, mala suerte la suya...! ¡No los quiero...! ¡Me escuchaste bien, Gerusa...! ¡Ahora soy yo quien los deja, sin siquiera conocerlos...!
Gerusa guarda silencio ante tanta vehemencia. En el fondo, entendió que lo que expresó Juan Manuel no era más que un gran disgusto por su situación. ¿Quién no sentiría tal agravio por haber sido abandonado, siendo un bebé, y relegado a su propio destino?
– ¡Ven, acuéstate aquí y duerme...! – Exclama ella, invitándolo a ocupar la cama –. Ciertamente, hoy no usaré mi habitación, y puedes estar tranquilo. Mientras duermes, aprovecho para ir a buscar a Magdalena. ¿Dónde será que se habrá metido esa loca...?
El muchacho se acuesta y Gerusa lo cubre, suave y amorosamente, con viejas mantas de lana. Luego lo besa largamente en los labios. Luego recoge su maltrecho manto de indio de lana verde oscuro; luego, lentamente, ata los extremos de las tiras al cuello, con un solo lazo y agarra el sombrero de fieltro negro y endereza la cabeza. Debido al desgaste natural de las entretelas, el ala de su sombrero se desplomó hasta su frente, vergonzosamente, casi cubriéndole los ojos. Una y otra vez. Nacida en el campo en pueblo miserable para escapar de las penurias de hambre y la pobreza degradante, había buscado la capital, en la expectativa de encontrar un trabajo mejor remunerado y más decente; sin embargo, pronto descubrió que la competencia por la colocación en hogares ricos, era muy competitiva, ya que las amas nobles eran muy exigentes en términos de habilidades y la práctica del servicio y, como la jovencita pobre casi no tenía las calificaciones requeridas, solo una opción, para no sucumbir al hambre: la prostitución. ¡Terrible situación para quienes no tienen la necesaria firmeza de carácter o la mano segura y experimentada de padres, familiares o amigos serios, para conducirlos por los caminos tortuosos y llenos de trampas traidoras que se esconden en cada rincón de la vida...! ¡Y poco o nada hacen los que ostentan los destinos de este mundo, para paliar el sufrimiento de quienes, presunta y temporalmente, se encuentran por debajo de ellos, en la disposición de los valores sociales...! Mientras que los ricos disfrutan, desperdiciando lo que les sobra – ciertamente botín de presa, de extorsión y la corrupción – el grueso de la población – la gran mayoría que no tiene nada propio – prueba la hiel de la miseria, el abandono y la ignorancia absoluta que ¡les proporcionan esos pocos que mucho tienen...! ¡Como consecuencia, hay un aumento de la miseria extrema, que ya abunda en todas partes, sembrando más orfandad, más delincuencia y más prostitución...! ¡Muy caro, para por cierto, pagarán a la vida, los que socavan las oportunidades de construir un mundo más justo y más humano, atrayendo y juntando para sí lo que debe ser de todos...!
Gerusa caminaba con dificultad, en medio de un fuerte viento y una lluvia helada. Después de caminar por la zona, la joven se dirige a los callejones oscuros y desolados que se escondían entre las casas abandonadas del puerto. Registra una parte de ellos y, tras algunos intentos, con la sangre todavía más helada en las venas, observa, aterrada, en un estrecho pasillo oscuro y apretujada entre dos almacenes abandonados, un cuerpo caído en el barro y empapado por la lluvia. Con el corazón palpitante, entra al callejón y se acerca al cuerpo. Un grito de horror escapa de su garganta, cuando se da cuenta que, junto a su cuerpo, se había formado un extenso charco de sangre, ya lavada y esparcida por la lluvia.
– ¡Dios mío...! – Exclama Gerusa, amortiguando su voz con la mano –. ¡Es Magdalena!
Luego se arrodilla junto a su amiga y la toca, primero, con las yemas de los dedos; luego la sacude violentamente. Solo entonces mira de cerca sus facciones pálidas, sus ojos bien abiertos, manteniendo las últimas impresiones que tenían en este mundo.
– ¡Jesús...! – Exclama Gerusa, su voz bañada en lágrimas –. ¡Te mataron, Madá...!
Luego, con un agudo gemido de dolor, levanta suavemente el cuerpo de su amiga y lo acurruca en su regazo. Un hipo fuerte la convulsiona, y sus lágrimas se mezclan con las gotas de lluvia tenaz que le bañan el rostro.
– ¡Cariño...! ¿Qué terrible monstruo te quitó la vida...? – murmura Gerusa, abrazando con fuerza el cuerpo de su amiga.
Luego, se aparta de él y mira su pecho: un terrible y profundo golpe de daga le había desgarrado la carne, alcanzando fatalmente su corazón.
– ¿Por qué te mataron, cariño...? ¡Todavía eras tan joven, tan hermosa...! – Murmura Gerusa, sacudiendo la cabeza, muy triste y llorosa –. ¿Para robarte unos cobres miserables que tomaste por pan...? ¡Ay, mundo desdichado, en el que le quitan la vida a una niña, para robar unos centavos que no compran casi nada...! ¡¿Cuánto vale nuestra vida...? ¿Unos centavos, nada más...?
Atraídos por los llantos y lamentos de Gerusa, algunos transeúntes se reunieron en la entrada del callejón. En poco tiempo aparecen dos milicianos, quienes tras interrogar a Gerusa, insistentemente, sobre el crimen ocurrido, dispersan a la multitud y proceden a recoger el cadáver. Apoyada contra la pared del almacén abandonado, Gerusa sigue, con los ojos hinchados por las lágrimas, el carro que desaparece en una esquina, llevándose a Madá. La joven ramera sería enterrada en una fosa común...
Un escalofrío recorre la columna vertebral de Gerusa, de arriba a abajo. ¿Ese sería también su fin...? De repente, ¡qué le había pasado a tantas otras compañeras de la profesión, le pasó tan cerca de ella...! ¡Madá se había ido...! ¡Y ahora estaría sola...! ¿Quién le haría compañía, quién compartiría los momentos alegres y también los tristes...? Un grito convulsivo, lleno de desesperación, la domina. Ya ni siquiera sentía el fuerte viento azotar su rostro rojo y helado por la lluvia que seguía cayendo, insistente y monótona. Su ropa mojada y embarrada se le había pegado al cuerpo y ni siquiera se dio cuenta. Solo el dolor, el terrible dolor que oprimía su corazón, como tenazas al rojo vivo.
¿Cuánto tiempo permaneció allí Gerusa, perdida en el tiempo, atrapada por su dolor del tamaño del mundo...? Solo cuando empezó a caer la noche se recuperó. Temblaba de frío y le dolía el estómago. Necesitaba irse a casa.
Cuando abre la puerta de su sencilla habitación, Juan Manuel aun dormía. El muchacho se despierta, sorprendido por el sonido de la llave al entrar en la cerradura.
– ¡Por Dios...! ¡¿Qué te pasó, Gerusa...?! – Exclama el joven, saltando de su cama y corriendo al encuentro de la joven –. ¡Estás despeinada, congelada y cubierta de barro!
Gerusa solo mira al chico, con un par de ojos hinchados por el llanto excesivo. Luego se lanza a los brazos abiertos que le ofrece. Aturdido, descubre que la joven tenía las carnes temblorosas. El estado de shock fue obvio.
– ¡Vamos, mujer...! – Exclama, abrazándola con fuerza –. Dime lo que te sucedió!
La respuesta fue solo una sucesión de contratiempos.
– ¡Oh, te lastimaron, seguro! – Exclama el chico –. Pero, vamos, ánimo, dime quién fue el sinvergüenza que te trató tan mal, que voy a partirlo por la mitad, ¡ya mismo!
Gerusa solo emite un débil gemido y sigue sollozando insistentemente.
– ¿Cómo puedo cazar al desgraciado que te golpeó, si no dices nada? – Observa el chico, haciéndola sentarse en la cama junto a él.
Gerusa lo mira con los ojos húmedos de lágrimas y murmura suavemente:
– ¡Madá...!
– ¡¿No me vas a decir que Magdalena te golpeó así?! – exclama el chico, ahora abriendo su expresión y apenas sufriendo una sonrisa burlona.
– ¡Madá... está... muerta...! – balbucea Gerusa, con la voz temblorosa.
– ¡¿Qué dices...?! – Exclama el muchacho, levantándose de su cama, tan rápido, como si una serpiente lo hubiera mordido –. ¡¿Cómo puede ser posible...?!
Gerusa se lanza a los brazos del joven y los sollozos la convulsionan violentamente. Estaba muy asustada. De repente, pareció darse cuenta que el mundo era un lugar muy peligroso para vivir. Juan Manuel se limita a abrazarla con fuerza, mientras le acaricia los hombros con ambas manos. A él también le había sorprendido la noticia. Era amigo de Magdalena. Ella le agradaba mucho.
– ¡Madá murió...! – Dice Gerusa, al fin, alejándose un poco de los brazos del muchacho. Tras emitir un largo y doloroso suspiro y, mirándolo, continúa con terrible expresión de profundo dolor en un par de ojos hinchados y mojados por las lágrimas:
– ¡Le dieron una puñalada en el pecho...!
– ¡No es posible...! – Exclama el muchacho, dejándose caer pesadamente al lado de la cama. Y, con la cabeza apoyada en ambas manos extendidas sobre la barbilla, en actitud de total inaceptabilidad ante tan terrible hecho, prosigue:
– ¿Quién fue el infame que hizo tal monstruosidad?
– ¡Solo Dios lo sabe, Angelito...! – Exclama Gerusa, sentándose a su lado en la cama –. ¡Solo Dios sabe quién es el maldito que tuvo el coraje de quitarle la vida a una criatura tan dulce y afable como era Madá...!
– Dime, Gerusa – pregunta el niño –, ¿dónde ocurrió el asesinato...?
– La mataron en el callejón, junto a los almacenes abandonados de la Compañía Tres Coronas.
– ¡¿Tan cerca de aquí?! – Se admira el chico –. ¡Pobre Magdalena! Y¡ nada pudimos hacer para liberarla de un final tan terrible...!
– ¡El mismo final de tantas que estaban practicando tal oficio, querido...! – Observa Gerusa, con un profundo suspiro –. Tú sabes lo mucho que vale la vida de una prostituta en los puertos...
– ¡Oh, cariño! – exclama el muchacho, atrayendo a la joven hacia él y abrazándola con fuerza. Entonces la besa suavemente en la mejilla y continúa:
– Para mí, todos ustedes son muy dignas...
– ¡Pero no todo el mundo piensa como tú, Angelito...! – Dice abriendo una sonrisa triste –. ¡Para la mayoría de los hombres, somos inútiles...! ¡Para ellos, no somos más que basura y somos menos que lo más abyecto que existe en este mundo!
Con lástima, el muchacho solo la mira durante un largo rato. Y luego, atrapados en pensamientos íntimos, un pesado silencio se calma entre ellos. Afuera, la noche era fría y húmeda con la lluvia pequeña e incesante.
– ¿Y el cuerpo de Magdalena? – Pregunta el chico, rompiendo repentinamente el silencio.
Gerusa intenta levantar las solapas, pero obstinadamente caen sobre sus ojos. Finalmente, renuncia a arreglarlos y se va, sosteniéndolos con el dedo índice levantado. Antes de cerrar la puerta detrás de él, espía al muchacho en su cama. Con una sonrisa en los labios, la joven se da cuenta que roncaba tranquilamente...
Afuera, Gerusa recibe el soplo del viento helado que levanta su sombrero y le revuelve el cabello, en un remolino de mechones. Se desmontó por completo para sujetar el sombrero, que amenazaba con escaparse de su cabeza, y un escalofrío la hizo temblar y castañetear los dientes. La calle del muelle estaba casi desierta; pocos se atrevieron a enfrentar la lluvia helada que caía con insistencia. En el costado del muelle, el oleaje estalló contra las piedras de los cimientos del puerto y lanzó furiosas andanadas de agua helada a una altura razonable y mojada hasta la mitad de la calle que bordeaba los muelles. La joven levanta el largo cuello del manto y trata de protegerse la cabeza del viento cortante que la enfurecía en sus oídos, junto con la lluvia que la heló hasta los huesos. ¿Dónde estaría Magdalena, en medio de ese horrible clima...?
Tambaleándose y apoyándose cerca de las paredes de las casas de la mitad, Gerusa se puso a caminar, empujada por el viento. Necesitaba encontrar a Magdalena. Su amiga se había ido, hacia unas horas, con el propósito de ir a la bodega a comprar pan y todavía no había regresado. El día era oscuro, sin sol, y las nubes negras pasaban rápidamente, enredadas por el viento aullante. No era un buen día para salir de casa e ir a la calle. Gerusa se transforma: debería haber ido con la otra, porque el puerto no era un lugar seguro, ni siquiera durante el día. La gente que frecuentaba esas paradas no era de fiar: borrachos, desocupados, ladrones y asaltantes, niños huérfanos y ancianos indefensos, además de los violentos cafés y prostitutas que pululaban por todas partes. Gerusa se había acostumbrado a ese lugar, porque desde muy pequeña, apenas doce años, se había visto obligada a huir a la calle. Su madre había muerto, y su padrastro había empezado a perseguirla, a diario, cuando llegaba borracho y violento, todas las noches, después del agotador trabajo en la estiba. Para no sucumbir al maltrato y la brutalidad de ese hombre despreciable, había optado por vivir en la calle; sin embargo, pronto se dio cuenta que la calle no era un lugar seguro para una joven y, cayendo en las palabras de un chulo sinvergüenza, pronto se embarcó en las oscuras calles de la ramera. Magdalena, su compañera de piso y profesión, estaba destinada
– El carro que recoge basura y cadáveres de las calles ya se la ha llevado –. responde la joven, con gran tristeza –. Ni siquiera tendríamos dinero para pagar un funeral, ¿verdad?
Juan Manuel simplemente niega con la cabeza afirmativamente. Luego se levanta y camina un poco por el pequeño espacio de la habitación de los pobres. Empuja a un lado las sucias cortinas de encaje y mira hacia la calle oscura.
– Pobre Magdalena... – dice, sin volverse hacia Gerusa, que se quedó sentada junto a la cama –. Quedó solo con la fosa común de la indigencia, junto a mendigos, borrachos, ancianos y huérfanos…
– Y este será el mío y tu fin, Angelito... – observa la joven, con profunda amargura en