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Fuera de servicio: Cuentos de mujeres en el borde
Fuera de servicio: Cuentos de mujeres en el borde
Fuera de servicio: Cuentos de mujeres en el borde
Libro electrónico91 páginas1 hora

Fuera de servicio: Cuentos de mujeres en el borde

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Información de este libro electrónico

«Mujeres desesperadas, mujeres al borde de un ataque de nervios, mujeres que esconden, en sus ataques de furia, la angustia de vivir en el mundo contemporáneo, narradas con honestidad y precisión» (Luciano Lamberti).
 
En "Autoboicot", uno de los cuentos que integran este libro, la voz narradora dice sobre una mujer que está huyendo: "Después se entregó a pensar que su fuga la convertía en lo peor, lo más abominable de la estirpe humana: la madre que abandona a la cría. La mala madre. El error de la naturaleza. La negación del instinto".
 
En estos relatos de Adriana Valeiras siempre aparece con claridad el eje. Porque, en primer lugar, Valeiras es una escritora hábil. Ese hecho medular es el punto a partir del cual. Pero no son aristas las que despliegan desde allí. Lo que se amplía es la mirada de la autora, que se posa sobre los rostros, que se aleja para buscar la perspectiva del camino, que acompaña el transcurrir de estos personajes.
 
Por eso, al leer estos cuentos uno siente estar frente a un hallazgo: una voz potente, un estilo personalísimo y una gran capacidad narrativa para pasar de una historia a otra, de pasear al lector por dramas y sensaciones, psicologías y destinos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2023
ISBN9786316505149
Fuera de servicio: Cuentos de mujeres en el borde

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    Fuera de servicio - Adriana Valeiras

    Cubierta

    FUERA DE SERVICIO

    CUENTOS DE MUJERES EN EL BORDE

    ADRIANA VALEIRAS

    Metrópolis Libros

    NARRATIVAS

    Valeiras, Adriana

    Fuera de servicio / Adriana Valeiras. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2023.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-631-6505-14-9

    1. Literatura Argentina. 2. Narrativa. 3. Cuentos. I. Título.

    CDD A863

    © 2023, Adriana Valeiras

    Primera edición, junio 2023

    Coordinación editorial

    Martín Vittón

    Diseño y diagramación

    Lara Melamet

    Ilustración de cubierta

    Lola Polanco

    Corrección

    Patricia Jitric y Malvina Chacón

    Conversión a formato digital

    Estudio eBook

    Hecho el depósito que establece la ley 11.723.

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

    Metrópolis Libros

    Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

    [email protected]

    www.pampublicaciones.com.ar

    A mí misma.

    Y a la otra, bajo cuyo asedio escribí muchas de estas páginas.

    Autoboicot

    «Una mujer que mira tanto sus movimientos frente al espejo, ¿cómo va a tener hijos y educarlos?»

    HEBE UHART, La elevación de Maruja.

    Decidida, enfrentó el espejo del baño.

    Sostuvo la mirada.

    Qué patética. Se tuvo lástima.

    Ya no podía seguir evitándolo, era el momento de huir. Lo que restaba definir era si lo hacía llevándose a sus hijos o a sus cremas anti-age.

    Volvió a mirarse, tomó un neceser grande, lo apoyó en el filo de la mesada y con un movimiento preciso del antebrazo izquierdo metió los frascos y potes de incumplidas promesas de juventud perenne. Después, fue hasta el dormitorio y hurgó en el cajón de las medias de Andrés hasta dar con el rollo de dólares que guardaban por si alguna vez entraban ladrones. Lo tiró dentro de su cartera. Aprovechó el envión para meter algo de ropa en la primera valija que encontró. Tenía que apurarse para no cruzarse con Nina, que siempre llegaba a las nueve en punto.

    Venía macerando la idea de escapar desde hacía un par de meses, pero esa mañana, después de raspar las tostadas que el tostador no escupió a tiempo, después de cerrar los tapers de las viandas, después de estrellarse el dedo chiquito contra el zócalo mientras corría a buscar un palo de hockey, de subir a los chicos al auto, de abrochar el cinturón de seguridad de Martincito, cuando vio el coche doblar en la esquina y giró sobre sí misma para entrar a su casa, en ese instante supo que era el momento. Más tarde atribuiría el impulso a la mueca de desdén instalada —como todas las mañanas— en la cara de Andrés, que con las manos al volante esperaba con calma impostada que ella terminara de alistar a los chicos.

    Y entró. Pero para agarrar lo indispensable, volver a salir y salvarse.

    Sabía que si se subía una vez más a la bici fija a quemar horas vacías en la clase de spinning, a pedalear alienada hacia ningún lado, acabaría volviéndose loca. El día anterior había tenido que abandonar la clase antes de terminarla, de nuevo ese estado nauseoso. Temió vomitar el desayuno y se imaginó al profesor, fastidiado de tener que interrumpir sus halagos al culo más turgente, o más dispuesto, para asistirla. ¡Qué asco de tipo, siempre de pesca! Y seguro que algo pescaba. Lo ayudaba la ventaja numérica de ser el único hombre entre tantas mujeres, y cierto grado de musculación que todavía defendía, aunque era obvio que había pasado los cincuenta hacía más tiempo del que él pretendía sugerir. Aunque ¡la panza! Con la panza no había caso: ya se le insinuaba, irreductible. Vamos, rubia. No aflojes, dale que te sobran piernas. Otra oleada de náuseas. Está teñida, viejacho pelotudo. Pero sintió pánico. Había algo atávico en todas esas mujeres, ella incluida, que las hacía comportarse como gallinas a las que acaban de meterles un gallo en el gallinero. Sintió miedo y desprecio. Se bajó de la bici y se fue. Por supuesto, el gallo no registró su salida.

    Metió en el auto la valija, el neceser, la cartera. Se dio cuenta de que seguía en pijama. Volvió a entrar. En el sillón del dormitorio, hecha un bollo, estaba la ropa que había usado el día anterior. Se la puso rápido, se calzó lo primero que encontró, con un movimiento rápido se recogió el pelo con un broche de plástico. Se fue sin llevarse las llaves.

    Enfiló hacia la General Paz dirección Río de La Plata. Después tomó Lugones, Illia, para cruzar la 9 de Julio de norte a sur. Se hartó de la radio que desgranaba las habituales noticias de traiciones políticas, motochorros, atascos de tránsito. La tenían sin cuidado. Apagó la radio. Conectó su celular y eligió la lista que había armado una tarde de domingo, escapándole al frío adentro del auto mientras esperaba que Lucas terminara de jugar al rugby: Rock and pop argento la había llamado. Estoy vencida porque el mundo me hizo así, no puedo cambiar. Sonrió un poco. Parece que la fiesta terminó, perdidos en el túnel del amor. Un escalofrío, como un fulgor, le subió por la espalda… esta vez el esclavo se escapó, cantó a los gritos, aferrada al volante. La sonrisa ya era dueña de su cara.

    El semáforo en rojo la detuvo en la intersección con Viamonte. Desfiló ante ella una multitud de personas, cansinas o impetuosas, con un rumbo concreto o sin destino. ¿Cómo serían sus vidas? ¿Cuáles tendrían hijos, o pareja, o familia? ¿Sentirían, aun teniéndolos, un vacío existencial que los situaba cada mañana al borde del precipicio?

    Se acercó un chico. Vendía pañuelos de papel. Ella pulsó el botón de abrir la ventanilla mientras recordaba a Andrés. Nunca bajes el vidrio porque estos pibes te afanan.

    —¿Cuánto cuestan?

    —Seis al precio de cuatro, doña.

    —Dame los seis paquetitos y quedate con el vuelto.

    —Gracias, doña.

    —¿No vas a la escuela?

    —A la tarde.

    El semáforo abrió, el chico volvió de un salto al boulevard y ella siguió su camino. Tendría más o menos la edad de Lucas. En su doña, en su manera de mirarla a los ojos, había un respeto que su hijo no tenía cuando le pedía —cuando exigía— traslados al club y cena sin hidratos. Igual que Lara. No, igual no. Con Lara era peor. Su hija mayor había desarrollado últimamente un modo sutil pero punzante de hacerla sentir fuera de lugar. Le parecía que sentía vergüenza de ella, que por momentos la despreciaba. Esa forma de poner los ojos en blanco y pegar media vuelta dejándola con la desazón colgada del alma y

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