Trazo en escorzo
Por Héctor Perea
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Trazo en escorzo - Héctor Perea
Este libro fue escrito con el apoyo del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, de la Secretaría de Cultura.
Tomás Gómez Robledo: Holofernes, 2019
(escorzo a líneas, a partir del fresco manierista de Miguel Ángel, Capilla Sixtina)
***
...seuls les peintres peuvent apaiser notre faim.
C'est qu'ils ont le privilège de se faire les roman-ciers du corps. C'est qu'ils travaillent dans cette manière magnifique et futile qui s'appelle le prés-ent.
Albert Camus: Le désert
Índice de contenido
NOTICIA
DE LAS IMÁGENES
ITALIA EN LA CIUDAD
EL MÁS ALLÁ DE LA MIRADA
CLIMENT EN VARIOS MUNDOS
TONALIDADES EN TRAVESÍA
YO, EL REY (Y LOS OTROS)
LA RECONSTRUCCIÓN DEL TIEMPO
DE LAS PALABRAS
JUAN RULFO EN LA RETINA DE LOS OTROS
EL GUIÑO DE LA MUERTE
LAS MITOLOGÍAS VESTIDAS DE MURALES
UNIVERSOS EN COLISIÓN
LA ESTATUA DE BRONCE, EN CARNE Y HUESO
TU NOMBRE: LIBERTAD
FUENTES
AVISO LEGAL
NOTICIA
Escrito en las ciudades de México y Roma, Trazos en escorzo es un libro de ensayos, crónicas ensayísticas y estudios sobre literatura y arte. El lector encontrará en él acercamientos a la creación visual, la arquitectura y la mitología de la ciudad; a las vanguardias históricas y a las neo vanguardias; al coleccionismo, el arte del Renacimiento y el barroco italianos; a la pintura virreinal, nacionalista y rupturista mexicanas; a la cultura de Mesoamérica, al asedio y conquista de la gran Tenochtitlan; al cine contemporáneo y a su arqueología, al hypermedia; a la desventura del exilo y la muerte en su ritualidad única: la mexicana.
Pero Trazos en escorzo es además un homenaje a escritores como Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Nelly Campobello, Edmundo Valadés; al jazz, a la creación literaria y artística vistas como un apasionante juego; al periodismo y a la libertad de expresión en todas sus manifestaciones.
Los trabajos aquí incluidos aparecieron, en una primera versión, en suplementos culturales, revistas, libros y catálogos de México ( Dominical de Milenio Diario, La Jornada Semanal, Letras Libres, "Alebrijes" de Artes de México); así como en colecciones y publicaciones de Reino Unido, Italia y Francia (Cambridge Scholars Publishing, Rassegna Iberistica, Letterature d'America, Sapienza Università Editrice y Colloquia). Agradezco a los editores su meticulosidad y gusto editorial, así como al Centro de Estudios Literarios de la unam y al Sistema Nacional de Creadores de Arte su apoyo irrestricto para la escritura de estos trazos sueltos, concebidos a bote pronto.
Héctor Perea
DE LAS IMÁGENES
ITALIA EN LA CIUDAD
A Carmen Fernández y Antonio Mandarano
Un día iba por la Avenida Hangares y al pasar a la altura del de Aeroméxico, poco antes de llegar al de la Policía Federal, giré hacia la derecha en la primera calle que pude. Quería salir de la zona aeroportuaria lo más pronto posible.
Debía tomar Economía y luego, por seguridad, continuar por una vía transitada al sur-poniente de la ciudad.
Casi al entrar a esa colonia de cuya existencia no tenía ni idea di otra vuelta. Esta vez a la izquierda. Seguí recto por un rato, sin notar que en realidad no iba en la dirección deseada. Pues en pocos minutos pasé de nuevo frente al mismo estanquillo que había visto tras el segundo giro. De pronto, y sin saber cómo, me vi envuelto en un laberinto de calles, como en esas pesadillas en que el bosque de apenas unas hectáreas se vuelve interminable y se lo va tragando a uno en círculos concéntricos. Aquí no había bosque, pero sí bastantes árboles en las banquetas.
Tras un rato de maniobras me encontré absolutamente alejado de cualquier orientación espacial. Por fin, y luego de un recorrido en aparente zigzag, de un ir y venir en medio del caos, terminé descubriendo cierta lógica urbanística en el lugar y así, finalmente, llegué a una holgada plaza circular que después de unos segundos me iría descubriendo el misterio del barrio.
Uno de tantos, también sólo en apariencia, de la ciudad, con casas de uno o dos pisos y negocios de clase media. Para el que no lo conociera resultaba éste un sitio encerrado en sí mismo hasta la desesperación. Plantado en el centro de la glorieta pude observar al fin una suerte de ciudadela moderna. De barrio concéntrico y excéntrico con carácter de autosuficiencia.
Me acerqué a un letrero cualquiera, que resultó ser el de la calle Universidad Nacional, y bajo este rubro pude leer Colonia Federal. El letrero, la verdad, no me dijo mucho. Pero sí la imagen única que tuve del lugar completo desde el corazón de la plaza.
Estaba en el centro de una forma perfecta: la del panóptico.
¿El diseño urbanístico reproducía el arquitectónico de Lecumberri? En absoluto. En su apertura al cielo era la copia casi exacta de Palmanova, en Udine, Italia, la città stellata que recordaba yo por un frustrado paseo a Trieste que terminó en la Pizzeria Trattoria Ai Due Delfini de la Via Borgo Aquileia.
Esta calle iniciaba en la carretera, apenas cruzar la antigua entrada de piedra, para llevar directo a la iglesia seicentesca situada al fondo de una plaza de forma hexagonal.
De no ser por la distinta categoría de cada una se podría haber pensado en los dos espacios como ciudades hermanas.
Incluso por el tamaño. Pero la desproporción de los entornos que rodean a la Colonia Federal, diseñada en tiempos de Plutarco Elías Calles, y a Palmanova, fortaleza situada en medio del campo, hace absolutamente imposible el hermanamiento. Otro obstáculo a la equiparación entre el barrio mexicano y este ícono de la alta cultura italiana se desprende de algo tan sencillo como sus historias particulares. Más que diferentes, absolutamente opuestas.
Sin embargo, resulta natural el haber imaginado un parentesco más allá de la simple condición de modelo y copia. Pues la Ciudad de México, considerada muchas veces como demasiado afrancesada, lleva también, en un cuerpo mucho más complejo que los lugares comunes acostumbrados, claras huellas de un estilo italiano multi temporal.
Y cómo iba a ser de otra forma si esta urbe es y ha sido siempre un compendio de razas y tiempos; de políticas y estilos; de arquitecturas, ambientes, migraciones. En este sentido resulta más que curioso el hecho de que las capitales de México e Italia, entre muchas otras cosas, compartan el gusto por la exhibición desprejuiciada de los productos de varios momentos históricamente incorrectos, condenados casi siempre, como debería ser, por su siniestro pasado.
Aunque sólo de dientes para afuera. Aun bajo una mirada de extrañeza, en el fondo ambas capitales resultan admirables por haber sabido asimilar al devenir histórico democrático algunos entornos malditos para los ojos abiertos a la tolerancia y la justicia. Y es que más allá de porfiriatos, imperios o fascismos, los lugares parecieran cargar con su propia historia. Tener su razón de persistencia, sus bellezas ocultas más allá de los actos infames consumados en ellos por el ejercicio del poder absoluto. Mirar en el eur el Colosseo Quadrato —como le llaman los romanos— de Marcello Piacentini, suma en mármoles de Carrara y travertino y de todas las megalomanías y males del régimen fascista, se traduce hoy con toda naturalidad, sin sentimientos de culpa, en franca admiración por una de las obras más deslumbrantes de la arquitectura del siglo xx. Ya en el extremo, la plaza donde se encuentra, reestructurada por Renzo Piano, se ha reconvertido en la de la Civiltà Italiana. Respecto del entorno mexicano, recuerdo la imagen de una personalidad de la izquierda latinoamericana mirando fascinada los paisajes de la ciudad desde los balcones del Castillo de Chapultepec, escenario militar vuelto palaciego por Maximiliano y desde donde, sin tapujos ni medias tintas, ejercieron el poder despótico tanto Porfirio Díaz como Calles.
Muchos de estos entornos han librado las fintas del pasado funesto gracias al talento y astucia de sus creadores.¹ Y con una independencia histórica, ganada a pulso y certificada por el tiempo, llegaron a convertirse en emblemas de sus ciudades y países. Bajo esa perspectiva vemos hoy al Palacio de Bellas Artes, al Museo Nacional de Arte, al Caballito y aun a los palacios de Lecumberri y de la Inquisición. El quemadero de esta última es hoy una plaza popular y tolerante, llena de fritangas y de vida citadina. Cómo cambian los tiempos y las funciones de los lugares. De la misma forma, nosotros mudamos nuestro carácter sin cesar.
Al igual que la virreinal y la afrancesada, o los restos visibles de la mesoamericana, la Ciudad de México podría indagarse a partir de su estilo italiano, donde para algunos será tanto la más bella como la más obvia si se piensa sólo, y de manera equivocada, en la Plaza Garibaldi. Aunque para otros será también la versión urbana más recóndita y exquisita. Y no podría ser de otra forma si se piensa que no sólo el trazado de la segunda versión de la ciudad virreinal aprobado por Antonio de Mendoza, sino sus postulados urbanísticos más profundos, partieron del humanismo arquitectónico de Leon Battista Alberti, de quien el virrey era profundo admirador, según pudo comprobar de primera mano Guillermo Tovar y de Teresa. Respecto de esto último habría que recordar que la hoy en ruinas casa Haghenbeck de la Lama de Avenida Juárez, lugar de niñez y juventud del excéntrico Antonio del mismo apellido y dueño de la Casa de la Bola y las haciendas de Santa Mónica y de San Cristóbal Polaxtla, fue construida en el siglo xix por los hermanos De la Hidalga, hijos del autor del Teatro Nacional. Con fachada en tres niveles y a partir del estilo arquitectónico veneciano, la edificación —que en algún momento fue el Cine Variedades— rodeaba un patio principal, indica Rafael Fierro Gossman. En el frente de la casa el autor identifica detalles de influencia paladiana y florentina complementados por el uso de mármoles y cantera mexicanos que, en una acertada combinación colorística, resultan un homenaje, sin los símbolos mexicas, a la bandera mexicana, aunque bien podría ser también a la italiana. Rafael Fierro menciona aún cierta cercanía estilística con las ideas de Vitruvio. De hecho, la majestuosa entrada principal al patio, toda una orgía de columnas en mármoles blancos, recuerda en seguida algunos palacios romanos.
La Ciudad de México, en el colmo de la paradoja, muestra aún tres construcciones más de inicios del siglo xx, si no discretas en absoluto, si bastante ocultas, salidas del restirador del mismo ingeniero jalisciense, de ascendencia hispano-italiana, Manuel Luis Stampa Ortigoza. Formado en México y Europa, Stampa concebiría y habitaría —como también Felipe Ángeles— la casona en estilo francés que hoy hospeda el Museo Carranza. Pero sería también autor de al menos otros dos palacetes en la capital, con marcada impronta arquitectónica italiana: el que perteneció al general Francisco Serrano, de la Plaza Luis Cabrera, y el de Plutarco Elías Calles, personaje clave en la muerte de Serrano y, ambos, luz y oscuridad en la novela La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. Un detalle en el comedor de esta última casa, ubicada frente al Parque España y con imagen de castillo amurallado por un macizo de árboles, termina de rematar la inclinación italianizante de Stampa: una serie de vitrales de inspiración neo medieval de la fábrica de Claudio Pellandini. Llegado a México en la segunda mitad del siglo xix, este empresario suizo, de ascendencia noble franco-italiana (con primera saga familia asentada en Lecce), fue también responsable de los vitrales con función de tragaluz del Teatro Juárez de Guanajuato que tanto luciría Peter Greenaway en su película, ligeramente hardcore, dedicada a Sergei Eisenstein. La impronta arquitectónica italiana se extiende aún sobre el cuerpo de un fantasma. Eso sí, de enorme modernidad y elegancia en su tiempo. Se trata del recuerdo de la casona en estilo Art Nouveau o Liberty, a partir de la versión inglesa y como se conoce en Italia, construida por Adamo Boari en lo que es hoy, exactamente, el parque triangular Juan Rulfo, de la colonia Roma.²
***
El punto en que iniciaba sus paseos Pero Galín, el excéntrico flâneur de la novela homónima de Genaro Estrada, era la fuente del Mercurio de la Alameda Central. Puesta en el costado occidental del parque, casi frente a la cafetería Trevi, la escultura original en bronce fue realizada por Jean Boulogne, conocido desde el siglo xvi como Gianbologna.
Acompañada de la escultura reciente de Humboldt, cuya bota presume una iguana en ascenso, esta representación de Mercurio por parte de un artista que no siendo italiano de nacimiento, sino flamenco, se convertiría en ícono de la creación en tránsito del tardo Renacimiento al Barroco italianos. Su original se encuentra hoy en el Museo Nazionale del Bargello, de Florencia. Y la copia más conocida de la misma preside la escalinata que