Del vivir-envejecer
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Del vivir-envejecer - Carlos Arturo Robledo Marín
Envejecimiento, vejez y ser una persona vieja: definiciones y generalidades
El estudio científico del envejecimiento es complejo, ya que surge a partir de un cambio paradigmático de la modernidad hacia la posmodernidad; sin embargo, este hecho presenta oportunidades para implementar nuevas formas de significación, de acuerdo a los contextos y las situaciones específicas de la trayectoria del curso de vida, tales como la relatividad de los relatos, la subjetividad y el mundo de los significados (Curcio, 2010).
En la actualidad existen diversos puntos de vista sobre el envejecimiento. Según Le Breton (2002) y Brigeiro (2016), el envejecimiento está determinado por factores tanto internos (intrapersonal y personal), como externos (social y cultural). Mientras el primero plantea que es un término de manipulación occidental, que no es un dato objetivo, no es un hecho, es un valor que resulta, esencialmente, de la influencia del medio y de la historia personal del sujeto
(Le Breton, 2002, p. 148), el segundo enfatiza en su significado variable, al estar relacionado con el paso del tiempo y por ser entendido como un proceso, asociado a las implicaciones del paso del tiempo sobre la experiencia biográfica y colectiva, [...] definido en función de signos corporales y aptitudes para el desempeño de determinadas atribuciones sociales
(Brigeiro, 2016, p. 8).
Baars (2007, 2009, 2010) problematiza los estudios sobre el envejecimiento con relación al tiempo, desarrollando dos perspectivas: la primera es el enfoque cronológico-superficial-extrínseco, que explica cómo se queda corto al momento de hacer lecturas integrales del envejecer, puesto que determinar las edades de los seres humanos con relación al tiempo es sumamente complejo, dada la relatividad de este y lo heterogéneo del proceso de envejecimiento en las personas; la segunda es el enfoque de tiempo-intrínseco-experiencial-autobiográfico, que ayuda a comprender lo que significa la vida para las personas, durante todo el transcurso de esta, desde una perspectiva personal y subjetiva. Por su parte, Moody (2010) y Moody y Sasser (2012) se refieren al error que implica relacionar el envejecimiento con las edades cronológicas, sin considerar las experiencias de vida, pues más que considerar el paso de los años, es necesario tener presentes los escenarios en los que cada persona vive para hacer lecturas contextualizadas del proceso de envejecimiento.
Existe un riesgo con respecto al uso de adjetivos calificativos, pues esta estrategia retórica puede desviar la atención que debe prestarse a las inconsistencias y propiciar la estandarización de términos en la agenda de investigación o política,¹ sin tener en cuenta que tales definiciones son herramientas del lenguaje, no verdades, y que son perspectivas creadas en contextos particulares, que cambian a medida que se adquieren nuevos conocimientos y surgen nuevas circunstancias. La variedad de nociones sobre el envejecimiento y el rechazo tácito a envejecer hace que se utilice el término para alimentar toda suerte de metáforas, sobre una supuesta decadencia social vinculada a la decadencia física. En este caso, la metáfora trasciende a la figura retórica, para convertirse en un mecanismo a través del cual se comprende el mundo, y aunque envejecer implique ciertas limitaciones de orden biológico, lo que más limita socialmente es la metáfora del envejecimiento como obsolescencia o declive (Pérez, 2004).
El hecho de que en la actualidad no se tenga una noción nítida de lo que es el envejecimiento y este se confunda con la vejez da lugar a visiones estereotipadas entre los diversos grupos de edad, y a que en ocasiones el envejecimiento se entienda como sinónimo de tragedia, pérdida de capacidades, vulnerabilidad o pobreza. Existen autores que luchan en contra de esta visión estereotipada del envejecimiento, entre quienes se destacan Bengtson et al. (2009), que hacen un llamado a realizar investigaciones sobre el análisis de las causas, las consecuencias, las interpretaciones y las limitaciones sociales del envejecimiento (clase, dimensión étnico-racial, género y cultura), además de las instituciones sociales (salud y sistemas de pensiones estatales), dado que los humanos son actores reflexivos y decididos, que acomodan o reducen el impacto del envejecimiento modificando personalmente sus comportamientos y colectivamente los entornos de políticas que determinan los recursos disponibles para su vejez.
El envejecimiento es entendido como un proceso continuo, que comienza con el nacimiento y termina con la muerte, en el cual se producen ganancias y pérdidas de orden fisiológico, morfológico, social y funcional (Sánchez, 2004); además, es un proceso diferencial, desde el punto de vista demográfico e individual, que atiende a dimensiones socioculturales, históricas y de contexto (Dulcey, 2015).
Por otra parte, la vejez se refiere a haber vivido mucho tiempo
(Dulcey, 2015, p. 228), y una persona vieja se identifica como una persona que ha vivido mucho tiempo, en comparación con otras
(Dulcey, 2015, p. 228), lo anterior determinado por el contexto y el grupo poblacional en el que se ubique, su definición y fronteras no son universales, configurándose de forma diversa, de acuerdo con la contingencia de las dinámicas culturales y los momentos históricos, abarcando disputas entre especialistas, procesos burocráticos, del Estado, etc.
(Brigeiro, 2016, p. 9).
Bobbio afirma que la vejez es la última etapa del proceso de envejecimiento: Tomar en serio la vida quiere decir aceptar firmemente, rigurosamente, lo más serenamente su finitud
(1997, p. 13), y diferencia la vejez burocrática (edad en la que generalmente tienen derecho a jubilarse las personas) de la vejez fisiológica (determinada por el deterioro fisiológico de las personas), lo que pone en evidencia el desplazamiento y la resignificación de la vejez en la vida de las personas, al punto de considerar la aparición de una cuarta edad, en contraste con la tercera edad, que se muestra desde una perspectiva de vitalidad, autonomía y determinación. Le Breton afirma que la vejez no se trata solo de una cifra cronológica, no comienza a una edad precisa, es una suma de indicios que solo el sujeto conoce
(2002, p. 150), queriendo decir con esto que tiene una significación singular para cada individuo, y que lo subjetivo tiene un peso importante en el momento de definir lo que la vejez es, ya que nos toca personalmente y está ligada, además, a unas consecuencias sociales e individuales. Resulta fundamental no desligar la vejez del curso de la vida, en el que confluyen condiciones físicas, sociales, culturales, económicas, políticas e históricas, además de diversos tipos de relacionamientos, transiciones y experiencias que se experimentan permanentemente desde el nacimiento hasta la muerte (Dulcey, 2015).
En el presente libro el envejecimiento será entendido como un proceso multidimensional, universal, heterogéneo, intrínseco e irreversible, que se produce a lo largo de la vida, generando un sinnúmero de cambios biológicos, físicos, psicológicos y sociales en el individuo, durante el periodo determinado en el que experimenta interacciones sociales, económicas, culturales y políticas. En cuanto a la vejez, hace parte del proceso de envejecimiento y es producida por el paso del tiempo en el individuo; ser una persona vieja implica tener sesenta años o más de edad (Congreso de la República, 2008; Ministerio de Salud y Protección Social, 2015), sin desconocer que la población que se encuentra en este momento de la vida es heterogénea en términos de valores, motivaciones, estado social y comportamiento, así como de rápido crecimiento (Zeiss, 2001).
Creencias sobre la vejez: entre la precariedad y la emancipación
Cada sociedad construye y transforma sus creencias relacionadas con la vejez de acuerdo con el contexto al que se circunscribe. El análisis de lo que se cree con respecto a la vejez es relevante, debido al vertiginoso cambio demográfico y al aumento en la expectativa de vida de sus habitantes, lo que genera transformaciones sociales que confluyen en los patrones socioculturales que se tienen sobre la vejez.
En el ámbito internacional se evidencian creencias favorables, neutrales y desfavorables sobre la vejez. Las creencias favorables se relacionan con lo físico, lo familiar, lo educativo, lo social y lo cognitivo; además, se evidencia una valoración mejor para las mujeres viejas que para los hombres viejos (Moreno, Roa y Vacas, 2000); la vejez también suele entenderse como sinónimo de experiencia y sabiduría (Freitas y Ferreira, 2013). En menor número, otros estudios exponen creencias neutrales relativas a lo afectivo y lo cognitivo; es decir, no hay una inclinación desfavorable, pero tampoco favorable hacia la vejez (Sánchez, Pirela y Árraga, 2016). Las creencias desfavorables de los individuos de cultura musulmana y cristiana de España la asocian con las ideas de carga social y familiar, deterioro cognitivo y físico, y fealdad. También se evidencian diferencias significativas en la percepción de la vejez en función de variables tales como el sexo, la edad, la cultura y el origen sociocultural (Roa, Ramírez, Herrera y Villaverde, 2002). En España, los adolescentes asocian la vejez con una imagen restrictiva, autoritaria y censuradora de sus actitudes y costumbres (Melero, 2007), mientras que en Brasil se encuentra que la vejez se relaciona con la enfermedad y aspectos negativos asociados con lo físico, lo psicológico y lo social (Freitas y Ferreira, 2013). Estudios cubanos asocian las creencias negativas con los patrones hegemónicos y androcéntricos, y las marcadas incidencias en el valor de lo juvenil como lo verdaderamente importante (Cabrera y Hernández, 2016).
En Colombia se evidencian dos perspectivas: una favorable, asociada con el momento en el que se disfruta de la experiencia y la sabiduría (Cerquera, Álvarez y Saavedra, 2010), y en el caso de las personas viudas, con posibilidades de comenzar una nueva relación (Cerquera, Galvis y Cala, 2012); y otra desfavorable, que asocia la vejez con las ideas de decadencia, enfermedad, pérdida, deterioro e incapacidad (Cerquera et al., 2010), y con la imposibilidad de disfrutar del derecho de amar y tener una vida sexual activa (Cerquera et al., 2012). De acuerdo con lo planteado, prima una perspectiva negativa de la vejez (Cerquera, et al., 2010; Cerquera et al., 2012), asunto preocupante, puesto que fortalece la creencia de que las personas viejas no pueden participar de las dinámicas sociales ni desarrollar muchas de sus tareas cotidianas por sí solas (Cardona y Agudelo, 2005).
Existen diferentes creencias sobre la vejez en Colombia, dependiendo del contexto, rural o urbano, y de las distinciones de género. En los hombres y la población rural se evidencia una mayor aceptación; los de menos recursos o zonas apartadas manifiestan que no tienen tiempo ni dinero para preocuparse por ello y que su interés se centra en el presente. En la ruralidad, el viejo continúa trabajando, y cuando no puede hacerlo, encuentra el apoyo de la familia y de la comunidad; la actitud ante la vejez, generalmente, es de aceptación y resignación. Por otro lado, las mujeres y la población urbana se preocupan por evitar el envejecimiento y sus manifestaciones externas. Las personas de clase social alta que disponen de información y recursos para dedicarlos a la salud y la estética son las que más se preocupan por este asunto (Echeverri, 1994).
Con respecto a la representación que los medios de comunicación colombianos hacen de la vejez y su influencia en la manera de envejecer, Guerrero (2004), Restrepo (2004) y Sarmiento (2004) coinciden en que es poco el aprecio y es escaso el aprovechamiento del valor de todas las edades en los medios de comunicación, al no saber mirar hacia el futuro, ni ser conscientes del ineludible envejecimiento poblacional e individual. Estos comunicadores señalan la necesidad de reconocer que se vive envejeciendo desde que comienza la vida hasta que se termina. De igual manera, destacan el predominio de creencias negativas y estereotipadas sobre la vejez por parte de los periodistas, quienes suelen presentar noticias lastimeras ligadas al abandono, la asistencia, la comicidad o la noverdad. Estos resaltan que los medios eligen el camino de la exclusión cuando se trata de la vejez, pues no constituye un tipo de noticia que venda. Dicho asunto requiere, entonces, una seria reflexión sobre la divulgación adecuada en los medios de comunicación.
Estudios tanto nacionales (Cerquera et al., 2010; Cerquera et al., 2012) como internacionales (Mikusinski y Omar, 1982; Moreno et al., 2000; Roa et al., 2002; Freitas y Ferreira, 2013; Sánchez et al., 2016) coinciden en recomendar la realización de nuevas investigaciones sobre este tema, ya que las creencias sobre lo que significa llegar a la vejez influyen en los comportamientos frente a quienes ya son personas viejas o están en el propio proceso de envejecimiento. Además, se señala la necesidad de ampliar el espectro de análisis hacia otras realidades socioculturales, como una manera de ayudar a los individuos a construir su propia vejez desde una postura reflexiva y crítica, con la que se promueva una percepción de la vejez que no acentúe su dimensión negativa a través de estereotipos como los del deterioro, la invalidez física y mental, la dependencia, la pérdida de roles sociales, la depresión y la pasividad (Cabrera y Hernández, 2016).
Estos llamados de atención de investigadores nacionales e internacionales coinciden con el que hace la Política Pública Municipal de Envejecimiento y Vejez (Concejo de Medellín, 2012), con el propósito de consolidar la cultura del envejecimiento y la vejez, en procura de lograr el reconocimiento de la situación de vejez como el resultado del proceso vital de los seres humanos
(2012, p. 1). Además, la Política Pública Nacional de Envejecimiento y Vejez 2022-2031 (Ministerio de Salud y Protección Social, 2022a) ofrece recomendaciones para superar las desigualdades sociales y propiciar el cambio cultural de las creencias desfavorables frente a la vejez como un primer paso para transformar la realidad de las personas viejas; desmontar los mitos y los estereotipos que habitualmente se asocian con la edad –socializando otras maneras de convivir con personas viejas–; asumir la edad con una actitud participativa e incluyente; y construir la propia vejez desde paradigmas positivos.
Como conclusión, se evidencian tres aspectos relevantes: i) existe cierto interés de la comunidad científica por estudiar las creencias con relación a la vejez desde perspectivas como el desarrollo físico y cognitivo, el amor y la sexualidad, el trabajo, la jubilación y las relaciones interpersonales, y la salud y la muerte. ii) Se evidencia una tendencia hacia las creencias desfavorables, que pueden ser modificadas a pesar de las dificultades que ello comporta si los individuos reciben la información adecuada, para lo cual son claves los medios de comunicación y la idea que construyen sobre la vejez (Cabrera y Hernández, 2016; Freitas y Ferreira, 2013; Melero, 2007; Roa et al., 2002; Sánchez et al., 2016); de no hacerlo, dichas creencias, que incluyen, por ejemplo, la de que a mayor edad, menor es el aporte social (Herrán, 2004), se pueden fortalecer a lo largo de la vida y pueden causar efectos negativos durante el proceso de envejecimiento (Salvarezza, 2000). iii) No se evidencia una comprensión teórica y práctica suficiente de la vejez; la información al respecto se complejiza debido a la mezcla de conceptos, muchas veces contrapuestos, y la diversidad de definiciones, categorías y prejuicios que circulan sobre la vejez, lo que va en detrimento de las creencias favorables, la construcción de la propia vejez desde paradigmas más positivos (Cabrera y Hernández, 2016) y el compartir de manera igualitaria con personas viejas (Muñoz,