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El patio de Dolorcita
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El patio de Dolorcita
Libro electrónico123 páginas1 hora

El patio de Dolorcita

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Un patio central con flores en forma de relatos.
El patio de Dolorcita es un conjunto de relatos con aroma a geranios y claveles, como los patios sevillanos. Relatos de vida para dar vida a historias de ficción y realidad bajo la atenta mirada de doña Dolorcita.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2024
ISBN9788410265998
El patio de Dolorcita
Autor

Lucena Fernández

Lucena Fernández nace en Madrid el 4 de febrero de 1967 y se cría en Sevilla. Amante de la poesía, que recita desde los siete años, descubre el mundo del microrrelato al leer a Isabel Clara Simó. De la mano de Flavia Company y Toritaka Tokumei se adentra en este género y se atreve con él. Autora del libro de relatos breves El color del azafrán primera y segunda edición, que incluye doce relatos nuevos. Las 19 cartas a Sabina y las 500 páginas sin leer, y una canción desangelada es sin duda una apuesta diferente y sorprendente nacida de la admiración por el maestro y la pasión por lograr alguna de sus letras. Un libro con alma para un alma de poeta.

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    El patio de Dolorcita - Lucena Fernández

    Lucena la calle

    ¿El patio de Dolorcita es un lugar en la imaginación, arrolladora, de Lucena o un sitio en el espacio? ¿Lucena es ella o una calle, o la calle le dio nombre a la escritora?

    Preguntas que no necesitan respuesta, lo opuesto a capciosa: bienintencionada.

    Todo en este libro es verdad, certeza creativa, emoción, toda esta invención parte de una realidad sembrada en el recuerdo y cosechada despacito, con mimo, cuando el corazón ha hecho su trabajo y el sobresalto de la memoria produce un vértigo que, aún, se puede controlar.

    Una obra a ritmo de sístole y diástole, la música del corazón, una creación de fogonazos, de chasquidos, de truenos y de pequeñas gotas sobre el cristal, que aparecen de súbito para frenar la maquinaria implacable de la nostalgia, de los recuerdos tan claros que huelen y se tocan, de las personas que hablan al oído y de los lugares que siguen en la trampa del tiempo como si nada.

    Si fuese una creación musical, imaginad un disco de vinilo enorme con decenas de pistas, no sería imprescindible depositar la aguja en el primer corte : la dejaríamos al azar y que fuese de un lado a otro sin razón alguna, visitando cada melodía libremente. Así hay que afrontar este escrito, sin reglas, como el jazz, que venga como venga, cuando en realidad la regla es que no hay reglas. A gritos con la imaginación. A Lucena, la calle o ella, le sobra.

    Este juego de palabras no pretende ser boutade, es que la calle, el patio, el vagón del tren, los jazmines, la librería, el tío con nombre, el loco o el olor a jabón de Marsella son, en su cabeza, personajes necesarios para construir un universo entre dormida y despierta, entre viva y muerta, entre la arena y el mar, entre la lágrima y la alegría. Son, definitivamente, tan calle como Lucena : un espacio, una persona.

    Hay que imaginar, es lo que nos hace humanos. Y la memoria lo que nos hace únicos. Todo lo que aquí se lee aunque pueda parecernos nuestro, no lo es, y ese es el secreto, la magia de este cuento vertido a relatos, a frases como latigazos, escrito a colores, a sensaciones, a besos y caricias, que podrían pertenecer a cualquiera de nuestras vidas.

    No lo leáis de golpe, hacedlo poco a poco, disfrutad del tiempo y del tempo, visitad los lugares, escuchad a las personas, deleitaos con los silencios, aprovechaos de quien relata su vida para la felicidad de los demás y seguro que desde la Costa Brava veréis Central Park.

    Ramón J. Márquez, Ramoncín

    Cantante, autor y compositor.

    Aquel patio olía diferente a todo lo que había subido a mi nariz por aquel entonces. Era una mezcla de aromas a geranios y claveles y los guisos que Dolorcita cocinaba para su familia. El olor se colaba por la ventana de cortinas azules que daba justo encima de la fuente central. En aquel patio podía pasar de todo a las cinco de la tarde, cuando los niños de la calle Lucena corríamos al salir del colegio para adentrarnos en las historias que la buena mujer nos tenía preparadas. Allí, una podía ser cualquier cosa con solo cerrar los ojos. Recuerdo el banco de piedra donde me sentaba a escribir historias mientras observaba a mis compañeros vestidos de vaqueros, de médicos, de bomberos, de policías. Allí, una podía ser directora de cine, actriz o poeta. Hasta hubo un loco con camisa de fuerza que nos miraba desde un rincón en el preciso instante en que Dolorcita nos contaba qué le había llevado a comerse las uñas mientras miraba el cielo.

    Aquel patio era mágico. Un patio de Sevilla.

    Recuerdos de mi infancia.

    Primeros relatos de mi vida.

    Lucena Fernández

    Algo que no es loza se cuece en la Cartuja

    Paseaba entre los naranjos, los cipreses y las palmeras la primera vez que lo vio.

    Él ya hacía tiempo que tocaba la cerámica con la delicadeza con la que le hubiese gustado tocar la cintura de aquella chica que llegó a la Huerta Grande antes que él comprase el resto del monasterio.

    Él estaba soltero y ella escapaba de un amor que le dejó los huesos secos y el alma herida.

    Carlos tenía la piel blanca, aire de señorito inglés y el bolsillo lleno de maravedíes.

    Rufina era pecosa, leía novelas y bebía café.

    Sus miradas se cruzaron en aquel angosto camino pero sus palabras aún no.

    La chica agradecía la paz y el sosiego de La Cartuja. Se sentaba en la silla de madera gastada junto a la alberca y contemplaba los hornos con chimenea en forma de botella donde hacían la cerámica.

    Carlos pensaba en ella mientras cocía y meditaba en lo que se podría cocer si Rufina se dejase.

    No podía quitarse de la cabeza a aquella pecosa con la que le gustaría abandonar su soltería.

    Depositaba en cajas las tazas de loza estampada, loza blanca de pedernal, loza decorada sobre barniz de calco, loza pintada

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