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Nuestras primeras veces: 30 (pre)historias extraordinarias
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Libro electrónico222 páginas3 horas

Nuestras primeras veces: 30 (pre)historias extraordinarias

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Información de este libro electrónico

La historia de la humanidad es el relato de una larga invención. Siempre se ha dicho que los seres humanos no viven en el medio natural, sino que lo transforman para sobrevivir. La inteligencia del hombre reemplaza el instinto y las garras de los animales o la fuerza de la naturaleza. Desde tiempos remotos, los humanos avanzamos a golpe de primeras veces, que, situadas en su contexto cronológico, permiten descifrar algunas de las grandes etapas evolutivas de nuestro comportamiento: hubo una primera vez en la que alguien encendió un fuego, construyó una cabaña, ideó una herramienta, se vistió, transmitió un conocimiento, decidió migrar en busca de un lugar mejor o esbozó una pintura.
El prehistoriador francés Nicolas Teyssandier responde a muchas preguntas en esta original, apasionante y lúdica narración de la historia del ser humano. A través de treinta momentos fundamentales, traza un retrato de cómo hemos llegado a ser lo que somos. Lejos de tratarse de meras especulaciones, el puzle de la humanidad se completa a través de la arqueología, ciencia de lo efímero por excelencia –en la que cada prueba viene condicionada no sólo por el azar de las leyes de la evolución, sino también por el que rige los misterios de la conservación–, y de indicios que van más allá de nuestra memoria como especie: el del nacimiento del lenguaje –demostrado a partir de un hueso de neandertal de hace 60000 años–, de los dioses, de la pintura o del consumo de leche.
Cuando se acaba la lectura de este libro, erudito y divulgativo a la vez, se tiene la certeza de que la imaginación humana carece de límites.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 sept 2024
ISBN9788410171244
Nuestras primeras veces: 30 (pre)historias extraordinarias

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    Nuestras primeras veces - Nicolas Teyssandier

    9788410171244.jpg

    COLECCIÓN FUERA DE SERIE, 11

    Nicolas Teyssandier

    NUESTRAS

    PRIMERAS VECES

    30 (PRE)HISTORIAS EXTRAORDINARIAS

    TRADUCCIÓN DE LAURA SALAS RODRÍGUEZ

    EDITORIAL PERIFÉRICA

    PRIMERA EDICIÓN: septiembre de 2024

    TÍTULO ORIGINAL: Nos premières fois

    © Éditions La ville brûle (France), 2019

    www.lavillebrule.com

    © de la traducción, Laura Salas Rodríguez, 2024

    © de esta edición, Editorial Periférica, 2024. Cáceres

    [email protected]

    www.editorialperiferica.com

    ISBN: 978-84-10171-24-4

    La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

    ÍNDICE

    Prefacio

    La primera huella

    Las primeras herramientas

    La primera lección

    La primera migración

    La primera cacería

    El primer caníbal

    El primer fuego

    La primera cueva

    El primer entierro

    La primera joya

    La primera cabaña

    La primera palabra

    El primer intercambio

    El primer hashtag (#neandertal)

    El primer híbrido

    El primer mamut

    El primer dios

    La primera pintura

    La primera escultura

    El primer jefe

    La primera pareja

    La primera aguja de coser

    La primera América

    El primer perro

    Del primer crimen a la primera violencia en masa

    La primera máquina

    El primer vaso de leche

    La primera droga

    El primer gato

    La primera operación quirúrgica

    Epílogo

    Glosario

    Notas

    Notas de la traductora

    Agradecimientos

    Para Zoé, una preciosa primera vez

    PREFACIO

    Las primeras veces de las que trata este libro remiten a preguntas que todos nos planteamos: ¿de dónde vengo?, ¿qué había antes de mí?… En efecto, ¿quién no se ha preguntado nunca sobre las primeras veces de la humanidad: la primera herramienta, el primer fuego, la primera pintura, la primera arma, el primer asesinato…? Este inventario al estilo Prévert refleja algunas preguntas clave acerca de nuestras sociedades, ávidas de categorización.

    ¿Qué representan esas primeras veces? ¿Qué sentido darles? ¿En qué contexto tienen lugar y por qué les otorgamos tanta importancia?

    Sin duda, porque son las que forjan nuestra memoria colectiva, la memoria colectiva de todos los humanos: nuestras primeras herramientas de piedra, las de hace 3,3 millones de años, sirven de punto de referencia para definir al hombre, aunque, según veremos, no se trata de una relación ni sencilla ni unívoca; esos recuerdos compartidos, esos recuerdos transmitidos, son también hitos históricos que nos permiten situarnos en el fresco multimilenario de nuestra larga evolución. Nuestras primeras veces son también individuales; nos remiten a instantáneas, a individuos, a invenciones e incluso a sentimientos más personales: nuestra vida está jalonada de primeras veces, al igual que, a escala colectiva, lo está la historia de la humanidad. Como veremos, si bien hay primeras veces que pueden situarse y recomponerse con precisión, hay otras cuya datación¹ se nos escapa: en muchos casos, captamos dichos procesos cuando ya están bien avanzados.

    Pero, sea como sea, las primeras veces anteriores a la Historia, situadas en su contexto cronológico, permiten descifrar algunas de las grandes etapas evolutivas del comportamiento humano. Vamos a retroceder juntos en el tiempo usando los conocimientos más actuales sobre la prehistoria y la evolución humana para pasar revista a las primeras veces fundacionales, aquellas que nos han convertido en lo que somos.

    Daremos comienzo a este viaje en el tiempo con los primeros vestigios arqueológicos del comportamiento humano, en concreto con las primeras herramientas de piedra tallada, que datan de hace 3,3 millones de años, y terminaremos con los últimos cazadores-recolectores europeos, al comienzo de una profunda evolución que convertiría a los cazadores en ganaderos, a los recolectores en campesinos y a los nómadas en sedentarios en el seno de los primeros asentamientos.

    A lo largo de esta epopeya humana, cambiaremos a menudo de universo, ya que pasaremos del ámbito de la técnica al de las esferas económica, social y simbólica; cambiaremos de escala, tanto en el plano espacial como en el temporal, y, aún más importante, cambiaremos de mirada sobre las primeras sociedades humanas.

    A través de todas estas primeras veces, los invito a todos ustedes a hacer un vertiginoso viaje por el pasado de la humanidad para encontrar al hombre primitivo, cuyas prácticas arrojarán una luz nueva sobre nuestro presente…

    LA PRIMERA HUELLA

    ¿Cuáles son nuestras primeras huellas, en el sentido de vestigios identificables y susceptibles de ser datados por los arqueólogos? Diría que los restos arqueológicos más antiguos conocidos hoy en día son las piedras talladas de Lomekwi en Kenia, con una antigüedad de 3,3 millones de años.² Pero ¿se trata de nuestra primera huella, del primer indicio que se conserva de una actividad humana?

    Dicha pregunta puede parecer sencilla, pero no lo es en absoluto, pues presupone otras tantas anteriores: ¿qué es lo que nos hace humanos?, ¿a partir de cuándo, en la evolución de los primates y los homininos, se habla de humano, en el sentido estricto del término?, ¿tiene sentido definir al primer hombre?, ¿se puede, siguiendo criterios científicos, establecer una distinción fundamental entre los Hominini humanos y los no humanos? Hace algún tiempo algunos habrían dicho que, para ser humano, habría que contar, además de con un bipedismo activo, con la capacidad de fabricar herramientas. Pero las cosas ya no son tan simples: según nuestros conocimientos actuales, la invención de la herramienta de hace 3,3 millones de años precede con mucho a la aparición del género Homo. Por tanto, no existe una relación estricta y unívoca entre los primeros miembros del género humano y las primeras herramientas de piedra.

    A menudo se dice que las herramientas son características del hombre, pero eso no es del todo exacto; sabemos, por ejemplo, que los chimpancés introducen palos en las termiteras para capturar insectos o que usan piedras a modo de martillo y yunque para cascar nueces. En un famoso artículo³ publicado en 1999 en la revista Nature se elaboraba un inventario bastante completo de los comportamientos culturales de dicho primate. A raíz de su publicación, se sugirió que la característica propia de las culturas humanas era la capacidad acumulativa, ya que las tecnologías mejoraban de forma progresiva a base de innovaciones que se transmitían y acumulaban de generación en generación.⁴ También se podría barajar la posibilidad del lenguaje complejo, así como nuestra facultad de combinar palabras según una gramática que permite formar frases para dar a las palabras un sentido más complejo que el que resulta de su simple suma. En resumen, podríamos seguir discutiendo largo y tendido sobre cuáles son los criterios que hacen que el hombre sea humano… sin llegar necesariamente a ponernos de acuerdo.

    Lo que querría expresar aquí, antes de comenzar este largo viaje a través de nuestras primeras veces, es el aspecto finalista y antropocéntrico del concepto de hominización en sí, es decir, de los procesos evolutivos, biológicos y culturales que confluyen en lo que nos caracteriza hoy en día. Uno de los primeros en fundar dicho concepto fue sin duda Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), cura jesuita francés, además de geólogo y paleontólogo, que intentó reconciliar sus conocimientos de paleoantropología con una mística de la evolución que convertía al hombre en el culmen de los seres vivos.⁵ Hoy en día ya no es posible razonar de esa forma, en especial porque todos los criterios que, en el pasado, se establecieron para definir los umbrales del proceso de hominización que lleva hasta nosotros han resultado ser frágiles en extremo.

    Durante mucho tiempo se insistió en la capacidad volumétrica de la cavidad craneal, con un Rubicón cerebral más allá del cual se podría hablar de humanos completos. Pero las cosas son complejas: los primeros Homo presentan una capacidad craneal máxima de 600 cm³ y los australopitecos no andan muy lejos, con sus 500 cm³, mientras que los neandertales nos superan a veces en ese aspecto (alrededor de 1500 cm³ en los neandertales frente a los 1350 cm³ del Homo sapiens). Asimismo, el bipedismo está presente, de varias maneras, en distintos primates, y acabamos de mencionar las limitaciones de un enfoque basado en las herramientas y el lenguaje.

    En cambio, hay un elemento indiscutible: el hombre actual tiene su origen en la evolución de los primates africanos de hace al menos diez millones de años. Durante este largo proceso, varios aspectos han influido en nuestro aspecto actual y, entre ellos, el azar de la selección natural ha sido determinante.

    Definir al primer humano hoy en día depende, pues, del enfoque que elijamos. Por ejemplo, como subraya mi colega José Braga,⁶ podemos intentar definir el género humano tomando como primer elemento definitorio las características humanas actuales. Es un proceso que tiene sentido, pero resulta incompleto dado que el producto final, todas nosotras y todos nosotros, no permite predecir por sí mismo las distintas etapas del recorrido evolutivo. Siguiendo estas reflexiones, ¿cómo podríamos haber integrado al neandertal y su singular anatomía en la familia de los humanos? Y, sin embargo, caza, habla, entierra a sus muertos e incluso utiliza ya los hashtags, como veremos… En un primer sentido, el proceso de hominización no es defendible desde un plano biológico por ser demasiado finalista. Así pues, hay que pensar en la evolución no sólo partiendo de nosotros como tipo ideal, sino avanzando también desde el pasado hasta la actualidad para integrar en nuestra comprensión del género Homo a otros predecesores, por ejemplo, el parántropos y el australopiteco. En el plano evolutivo, también es importante (aunque no sólo) pensar que el hombre es un animal más y distanciarnos, en la medida de lo posible, de una antropología ingenua y espontánea que en la evolución humana únicamente vería una cadena de acontecimientos orientados a lo que somos hoy en día. En otras palabras, distanciarnos de una visión finalista contraria a las principales enseñanzas del darwinismo.

    Como vemos, tanto en la evolución humana como en las ciencias en general, nunca se da una respuesta contundente a una pregunta supuestamente simple. Por el contrario, hay que huir de la seguridad para analizar los hechos, articularlos y proponer prolijas hipótesis que luego deberemos poner a prueba una y otra vez para confirmarlas, modificarlas e incluso rebatirlas. Dicha duda es la esencia misma de la práctica científica y debe ser la base de nuestros planteamientos. Así pues, el primer vestigio se convierte entonces en una indagación tan vana como la búsqueda del primer relámpago original que creó al Hombre.

    LAS PRIMERAS HERRAMIENTAS

    Ayer, 2,5 millones de años; hoy, 3,3 millones de años, pero ¿hasta cuándo se dilatará? La antigüedad de las primeras herramientas de piedra no deja de aumentar y, en consecuencia, se aleja cada vez más el momento de la invención de aquello que, durante mucho tiempo, se consideró característica exclusiva de los humanos. Es cierto que el hombre no es la única especie en la tierra que usa herramientas: los chimpancés deshojan ramas que emplean para capturar termitas, las nutrias parten moluscos sirviéndose de piedras… Pero nada en el reino animal es comparable a lo que caracteriza de forma estructural los comportamientos humanos; el Homo, antes de ser sabio (sapiens), es fabricante (faber),⁷ como señalaba, hace más de un siglo, el filósofo Henri Bergson:⁸ «En definitiva, la inteligencia, considerada en lo que parece ser su planteamiento original, es la facultad de fabricar objetos artificiales, en concreto herramientas para fabricar otras herramientas, y de variar indefinidamente su fabricación».

    Mientras que el animal aprovecha al máximo las formas naturales adaptándolas de manera sencilla para utilizarlas como herramienta, el hombre inventará «la herramienta para fabricar otras herramientas», que le permitirá transformar en profundidad las materias primas naturales con el fin de crear objetos eficaces y en constante evolución.

    El principio de este proceso nos lleva hasta el Gran Valle del Rift, en África oriental. En esa región volcánica fue donde se descubrieron las piedras más antiguas conocidas hasta el día de hoy, en algunas formaciones geológicas de nombres evocadores para cualquier aficionado a la prehistoria: la garganta de Olduvai, al norte de Tanzania; Hadar, en la depresión de la región de Afar, en Etiopía, y el valle del Omo, que fluye por el sur de Etiopía y desemboca en el lago Turkana, en Kenia. Hasta finales de la década de 1990, conocíamos un puñado de herramientas de piedra de alrededor de 2,6 millones de años de antigüedad que se habían descubierto en la región de Afar, en el yacimiento de Kada Gona:⁹ cantos de roca volcánica tallados de forma sencilla, tras desgajar algunas lascas del extremo, en una o ambas caras del bloque de materia prima. Dichos procesos permitían tallar un borde afilado. Más numerosos fueron los hallazgos arqueológicos en unas formaciones sedimentarias del valle del Omo que se remontaban a casi 2,2 millones de años; ahí no había cantos tallados, sino lascas o fragmentos de cuarzo extraídos por percusión violenta de los cantos.

    El descubrimiento que, a lo largo del verano de 1997, realizó un equipo internacional dirigido por la arqueóloga francesa Hélène Roche es de una naturaleza completamente distinta:¹⁰ al oeste del lago Turkana, en una árida región de vegetación rala en nuestros días, los arqueólogos realizan prospecciones en lechos de ríos secos que llevan a las orillas del gran lago. En Lokalelei, en sedimentos con una antigüedad de 2,4 millones de años, se descubre el primer taller de producción de herramientas de piedra. ¡Y menudo taller! No estamos hablando de cantos fracturados al buen tuntún, sino de un conjunto de más de 2000 restos de piedras talladas reunidas en una superficie de algo menos de 20 m². Gracias a un pequeño milagro de la conservación, las lascas de piedra, al encajar unas con otras como las piezas de un puzle, permiten que los arqueólogos reconstruyan los cantos originales y comprendan mejor la sucesión de acciones. Los científicos no pueden disimular su asombro ante el grado de destreza técnica que presuponen esas piedras talladas: la precisión de los golpes, el dominio de los ángulos…; el resultado de un impacto se anticipa hasta tal punto que puede condicionar el siguiente. De ciertos bloques no se desprenden menos de treinta lascas (e incluso cincuenta lascas en un caso), que conforman otros tantos filos útiles para actividades de despiece. Una vez superado el asombro, hay que rendirse a la evidencia: esa primera producción de filos cortantes revela un conocimiento sumamente preciso sobre la capacidad de tallar rocas duras y las trabas físicas que imponen dichos materiales; evidencian saber, maestría y gestos aprendidos, repetidos, organizados. Esos testigos materiales de habilidades cognitivas y psicomotrices que no esperábamos encontrar en períodos tan antiguos ofrecen un punto de vista inédito sobre ciertos aspectos del funcionamiento cerebral de esos primeros artesanos de la piedra tallada. Desde entonces se han acumulado otros descubrimientos, y uno de ellos saltó a la primera página de los periódicos a principios de 2016.¹¹ Se lo debemos al equipo francés de Sonia Harmand, que tomó el relevo de la misión arqueológica francesa en Kenia. Quince años después de los hallazgos de Lokalelei, los arqueólogos encontraron, varios kilómetros al sur, una zona aún virgen de sedimentos muy antiguos: el circo de Lomekwi. Muy pronto se descubrieron en el suelo piedras con las marcas características de un tallado intencionado. En total, salen a la luz ciento veinte piedras talladas, en su mayor parte de dimensiones y pesos claramente superiores a las conocidas en los demás yacimientos de la región. Se hallaron tanto rocas talladas abandonadas (núcleos) como lascas desprendidas siguiendo diversas técnicas: golpeando la roca sobre otra depositada en el suelo (yunque) o, de forma más elaborada, mediante una técnica que los especialistas llaman percusión bipolar sobre yunque. El principio es sencillo: colocamos la roca que queremos tallar sobre un yunque de piedra y la golpeamos en un punto opuesto con un percutor que sujetamos en la mano. Las marcas que dejan en

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