¿Quién mató a Bambi?
Por Monika Fagerholm
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Saga-Lill y Emmy se conocen desde la infancia, pero están en lugares muy diferentes en sus vidas: Emmy es una madre joven y está casada con Mats, un asesor de inversiones; Saga-Lill es una exestudiante de Teología que ha perdido el equilibrio. Luego está Gusten Grippe, un amigo que creció en el suburbio en el que tiene lugar la mayor parte de la historia. Bajo la superficie, se esconde una vieja herida, un acto violento que ahora es cosa del pasado. Y de repente Cosmo Brant, otro antiguo habitante del suburbio, regresa para hacer una película sobre el crimen.
Monika Fagerholm
Monika Fagerholm (Helsinki, 1961). Autora finlandesa en lengua sueca, es considerada una de las mejores escritoras de Escandinavia. Su prosa, altamente musical y literaria, rica en manierismos locales, alusiones literarias y repeticiones en estilo de fuga, en combinación con su profundo amor y comprensión de la música popular como fundamento mítico en la vida de los adolescentes, la convierten en una artista destacada. Es una de las intérpretes y cronistas verdaderamente originales del patrimonio cultural nórdico de los últimos cuarenta años. En 2020 recibió el prestigioso Premio de Literatura del Consejo Nórdico por ¿Quién mató a Bambi? y ese mismo año también recibió el Premio Selma Lagerlöf.
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¿Quién mató a Bambi? - Monika Fagerholm
Monika Fagerholm
¿QUIÉN MATÓ
A BAMBI?
Traducción del sueco de
Carmen Montes Cano
019«La choza de la que todos procedemos» (Emmy S.)
Busca en Google «country». Se convence de que no es más que la música. Pero cuanto más lo piensa, más… más piensa en lo otro, en los almiares, las lentejuelas, las ratas, la humedad...
Madera carcomida.
En la voz...
La choza de la que todos procedemos. Esa oscuridad.
PARTE 1
CORAZÓN PALPITANTE DE CONEJO
(LA INQUIETUD DE EMMY)
GUSTEN A LA ORILLA DEL LAGO, 1
Se puede empezar aquí. Una mañana de septiembre de 2014.
Gusten Grippe baja a la orilla del agua. El lago Kallsjön, la ciudad de las villas; hace ya que no va allí por su cuenta, hace bastante. Una vez, varios años atrás, se mudó de la ciudad de las villas, donde se había criado, y prometió no regresar jamás. O sea, ¿qué hace aquí ahora justo esta mañana de septiembre de comienzos de un otoño que lo obligará a volver a aquello que abandonó un día? La respuesta: nada. Ningún pensamiento, ningún objetivo. Simplemente, ha venido a parar aquí durante su habitual carrera matutina. Sí, aún sucede, a veces viene a correr a la ciudad de las villas, coge el coche hasta aquí desde el pueblo vecino, donde reside en la actualidad, con elegancia, en una lujosa guarida de soltero de dos plantas (nuestro Gusten es agente inmobiliario, el agente infernal lo apodan, por lo bueno que es). Quizá sea un presagio, una señal, algo relacionado con el sexto sentido. A lo sumo seguramente solo una casualidad, una irónica coincidencia.
Pero una vez, cuando Gusten era niño, este era su mundo: la ciudad de las villas, el lago Kallsjön, las playas circundantes, las fincas que rodeaban el lago, y el bosquecillo y el sendero deportivo que discurre a la orilla de la fangosa corriente de agua que no es ni profunda ni fría ni peligrosa, ni siquiera tiene misterio, como él tan ansiosamente quería creer de niño, él y su amigo Nathan, que tenía la misma edad que él. Cuando estaban allí juntos, los dos con gorras idénticas. Cerraban los ojos y echaban a volar la imaginación, se contaban historias acerca de todo tipo de cosas emocionantes que digamos que PODÍAN suceder allí también, pero eran historias inacabadas, que quedaban suspendidas en el aire, cabos sueltos. Y si volvían a abrir los ojos veían claramente, además: imaginaciones, solo eso, caprichos sin correlato en lo real; pero, el agua, poco profunda, de color ocre por la tierra. Y las granjas que había alrededor del lago… era precisamente Angela, la madre de Gusten, la que tenía por costumbre invocarlas, justo allí, en aquel sendero deportivo por donde ella y su hijo daban los paseos matutinos, en cierto modo como un show, porque así era ella. O así es: Como salida de una ópera, directamente llegada del escenario antes incluso de subir a él. Si hoy escribieran una biografía de Angela Grippe, estos episodios de los primeros años de la infancia de Gusten en la ciudad de las villas constituirían el primer capítulo, que se llamaría «Preparativos» y que trataría de los años en que la futura estrella de la ópera, aunque cierto que en un círculo bastante reducido de personas de gusto refinado, o sea, no una Callas que canta a Puccini para las masas, entrenaba la voz a conciencia antes del estreno. Caminaban sin parar alrededor del lago, ella y su hijo, que tenía cuatro, cinco, seis años (Gusten tiene ya veintiséis). Y de pronto, al verlo ahí delante en este preciso momento, hoy, comprendo que aún puede vivirlo todo muy cercano, como si fuera ayer: «…y eso era nuestro, y eso y eso», Angela en el sendero, llamándolo, señalando con el dedo índice en todas direcciones hacia las informes playas cubiertas de cañas. «Y eso…». Porque ella quiere decirle que una vez, en el origen de los tiempos, toda la tierra que rodea el lago perteneció a su linaje y a su familia…, algo que el propio Gusten en esa época en la que aún es pequeño no sabe si es verdad o si es una broma o, algo que a mamá Angela se le da muy bien, si solo es una forma de decir otra cosa, puesto que en las circunstancias reales, en la infancia de Gusten, hay muy pocas pruebas concretas de tantas y tan grandiosas propiedades en la familia. Hasta donde le alcanza la memoria, él y Angela han vivido siempre juntos en el mismo pisito de dos habitaciones de un bloque del centro de la ciudad de las villas: el único bloque de pisos que había en aquella época (en la ciudad de las villas lo mejor es, claro está, vivir en una villa, es lo más elegante) y tampoco ha conocido ni se ha relacionado con ningún pariente. A pesar de todo, le gusta el juego, sabe de qué va. «¡Todo es nuestro!». Angela, su madre, en el sendero, señala, se ríe, y él se ríe también, ocurre una y otra vez, porque esta es una anécdota que se repite de forma idéntica justo en este lugar concreto, un claro entre los juncos con un peñasco al que te puedes subir y desde el que tienes la vista despejada al mar y a las playas. Y, por supuesto, él sabe bien lo que vendrá después: que Angela extenderá el dedo índice en dirección a la playa de enfrente, más o menos entre el Buque Fantasma, que es la casa de los Häggert, y el largo muelle de baño del hogar de señoritas Grawellska (esos dos lugares, por cierto, las únicas edificaciones visibles junto al lago), en un bosquecillo casi asilvestrado espesamente poblado de alisos… Acto seguido va bajando la voz hasta convertirla en un susurro claramente audible en el que también se puede caer como en una vieja cantinela, si así se quiere: «Y ahí, justo ahí… estaba la choza en la que vivían el caballerizo junto con su mujer y su hija»… pausa teatral, guiño a Gusten: «La hija del caballerizo, Gusten. Con cabeza para estudiar. Así que mi padre, que no valía para nada, pero que tenía un corazón que valía su peso en oro, puso interés en apoyarla… Mientras quedara dinero, se entiende. Y es que luego lo perdió casi todo especulando.
»Ya desde el principio, se entiende. Le pagó a la muchacha el colegio, procuró además que tuviera todo lo que necesitara. Con un talento extraordinario, ambiciosa, era aquella hija, absolutamente brillante, pero, como se suele decir, of slender means». Y en ese momento, al mismo tiempo, en el sendero, se oye un rumor entre los arbustos, el sonido de pasos y voces que se aproximan, y Angela presta atención, se le ilumina la cara. «Una auténtica high achiever, y se llamaba…
»¡Annelise!», exclaman los dos al mismo tiempo. «Annelise», como una invocación; porque lo bueno es precisamente que en realidad ella suele aparecer justo en ese momento, Annelise Häggert, de la misma edad que mamá, su amiga desde hace muchos años. Se acerca al sendero desde el otro extremo tirando de su hijo Nathan, y luego siguen muchos gritos de alegría, hola, hola, montón de besos entre las dos mujeres, porque la historia es precisamente que Angela Grippe y Annelise Häggert son muy buenas amigas, antiguas compañeras de colegio en la villa a pesar de que sus respectivas carreras profesionales las han llevado por caminos distintos en la vida, una vida muy muy ajetreada, a la que ellas se refieren así precisamente la mayoría de las veces. Pero en esa época, en la primera infancia de Gusten, Annelise es la que viaja por todo el mundo como conferenciante y profesora en simposios y congresos: es abogada empresarial y economista y miembro de varios consejos de administración, ya ha culminado su primer cargo como directora a pesar de que solo tiene veintisiete años, además de que acaba de ser nombrada catedrática de Economía de una de las principales universidades del país. Mientras que Angela es más estacionaria. Ha ganado un gran concurso internacional de canto de música clásica, pero luego no ha ocurrido gran cosa, que en realidad es justo lo que tiene que ser. Para que una voz apta para la ópera desarrolle el máximo de su potencial tiene que madurar y evolucionar y entrenarse primero lejos de los focos y los escenarios, lo que significa quedarse en casa y, bajo la guía de pedagogos competentes, practicar, practicar y prepararse para la escena operística. Ámbito en el que ella terminará alcanzando reconocimiento, ante todo en la tradición posmoderna, por ejemplo, en obras del dúo experimental Schuck & Gustafson. Justo ahora, AHORA mismo, en el otoño de 2014, Angela Grippe está triunfando de hecho en el papel protagonista del estreno mundial de Dissections of the Dark Part III, en una de las pequeñas óperas de Viena. Y allí la ha visto en escena el propio Gusten durante el fin de semana, en compañía de una amiga, Saga-Lill (la mejor amiga de su exnovia Emmy Stranden, amiga con la que inició —let’s face it— una relación sexual intermitente no del todo exenta de fricciones cuando Emmy lo dejó por otro, pronto hará tres años, aún no lo ha superado).
Pero volvamos a la infancia, y al sendero. Después de Annelise, su hijo Nathan. Nathan Häggert, el único hijo de Annelise y Albinus Häggert, alias Abbe, de la misma edad que Gusten y, por tanto, también a causa de la larga amistad de las madres, amigo de la infancia y compañero de colegio de Gusten a lo largo de todos los años que vivieron en la villa, hasta el final, el penúltimo año de secundaria, que acaba en catástrofe.
Sí. Catástrofe. No es una exageración; tampoco tiene nada de conciliador ni de atenuante. Todo lo que se estrella y se rompe. Para siempre. E igual de obvio: Es culpa suya. Y de Nathan (sobre todo).
«Brutal violación en grupo en el domicilio de Annelise Häggert».
«Maltrataron a una joven durante horas en el sótano de la mansión del elegante barrio».
«Los cuatro agresores, los muchachos
, son todos del mismo grupo, y compañeros de colegio».
«Señalan a Nathan Häggert como instigador».
Nathan. Pero aquí, en la infancia, por el momento, es solo el pequeño Nathan, el rezagado. Y sí, claro, en ese momento aún es pequeño. «Como quien cabe en una caja de cerillas», se ríen las dos mamás alegres y de buena gana en el sendero. Pequeño, pálido y callado.
Ahí viene, el último, y se queda ahí plantado mirando fijamente bajo la visera (lo que, curiosamente, llevará a Gusten a insistirle a su madre cuando lleguen a casa «¡yo quiero una igual!»… y a conseguirla).
Pero Nathan terminará creciendo… y también el silencio terminará por cesar, al mismo tiempo que crecerá de un modo extraño.
Se vuelve amenazador.
Time.
Time — Nathan que baila baila solo en un suelo enorme, al ritmo de esa música, Prince, siempre Prince, a Nathan le encanta Prince…
los ojos cerrados
Y abre los ojos en pleno baile, me ve y grita —imposible huir— ¡GRIPPEE!
Nathan, más adelante, en la adolescencia, con el primer gran amor (que lo deja). Se llama Sascha, nueva en el colegio, del hogar de señoritas Grawellska.
Nathan.
No, I have X:ed you out of my world (piensa Gusten ahora).
No existe otra posibilidad.
O sea aquí, en el sendero: punto. Las risas de las mujeres que desaparecen en el recuerdo, se extinguen. Todo está cambiado, nada permanece.
La casa del otro lado de la bahía, que se vislumbra entre los árboles. La casa de los Häggert. Tan silenciosa. El Buque Fantasma. Ahora, destrozada: cristales rotos en el piso superior. Como un puto monumento (pero ¿a qué?) — La casa es un organismo, como un Buque Fantasma se mueve en la oscuridad… Y al mismo tiempo también lo recuerda siempre, esa sensación ha vuelto ahora con toda la intensidad: cómo adoraba aquella casa.
Como un Buque Fantasma al atardecer —pensaba. Cuando era niño, joven, sentía fascinación por lo exclusivo de su arquitectura, un estilo muy propio. El lujo, a un tiempo sin precedentes y moderado…, burlón, según parecía cuando lo veías desde el otro lado de la orilla, sí, desde aquí, precisamente, a unos cientos de metros de distancia del peñasco que hay entre los juncos, al que Nathan y él solían subir para otear las playas…
Y soñar:
La casa es un organismo (una canción infantil)
Como un buque fantasma se mueve en la oscuridad
Viento, sala de estar y sótano
El Niño en el desván, el Niño en el sótano
La casa que
avanza como un velero
Dos niños con las gorras iguales.
Que eran amigos (y sus madres, Angela y Annelise, tan orgullosas de esa amistad).
Dos niños con gorra (o bien «Los intercambiables», uno de los juegos a los que jugaban).
Uno a merced del otro.
Nathan en el peñasco cuando ve la casa que es su hogar, a distancia (un recuerdo infantil): «Yo pienso ser arquitecto. Y tú, Grippe, ¿qué quieres ser?
Gusten, tras unos instantes de duda, porque de pronto se siente extrañamente hueco, vacío, se aclara la garganta: «No lo sé».
Y luego, más tarde, en la juventud, resulta que él también vive en la casa de Nathan, largos periodos a veces al final del instituto. Él mismo lo ha elegido así, no quiere andar con su madre de ciudad en ciudad, de teatro en teatro por todo el continente, cuando la carrera de cantante de ópera por fin empieza a tomar carrerilla. Quiere quedarse en la villa, ir al colegio allí, estar con sus amigos, entre todo lo que le es familiar.
—Pues claro —dice Annelise, la madre de Nathan—. Por supuesto. Nuestras puertas siempre están abiertas para ti, Gusten.
La casa es un organismo
Desván sala de estar y sótano…
Un Buque Fantasma que se mueve al atardecer
Por allí, en el centro, en la cocina, por un breve tiempo, ese último otoño antes de que todo se rompa en pedazos, tocan música. Él y Annelise (cuando está en casa), junto a la mesa de la cocina, los dos solos.
«Qué mano tan fría, madame».
Dos bohemios pobres en París cantan a Puccini.
—Para las masas —suele decir a veces mamá.
«Pero Gusten —dice Annelise en la cocina—. Tiene que ser una pesadez cantar SOLAMENTE a esos compositores experimentales. Dissections of the Dark
».
(risita)
«INTERESANTE música, Gusten, pero ¿qué tiene que ver con nosotros?
»Quiero decir: ¿La idea no es que la música nos conmueva en lo más hondo del corazón?».
Y sube el volumen.
«Me ha rozado usted la mano, señora».
Y él se la coge…
mientras un bajo grave retumba en el piso del sótano, ahí están, ese último otoño, Nathan, a veces Sascha también, en su patio.
Pero, anda ya —recuerdos, fantasías—, todo eso ya ha pasado (la vida ha seguido, no queda nada de entonces).
Annelise ya está muerta, se la llevó un cáncer feroz, fue en agosto, hace dos años. En la necrológica solo había una firma: «Querida, añorada. Tu hijo, Nathan».
«Sabes, Gusten, me siento como si fuera un superviviente. Pero el precio por haber sobrevivido es que te vuelves como una parodia de ti mismo».
Mamá ocupando toda la pantalla del ordenador, con un turbante y grandes gafas de sol oscuras (ella y Gusten hablan por Skype ese verano; ella está en su Rincón Secreto, ese sitio secreto de veraneo donde suele pasar periodos cada vez menos frecuentes en su antigua patria. Ahora tiene otra vida en otro lugar, una casa, un perro y alguien con quien comparte sus días, llamado Compañero).
Mamá. Esa capa externa, su piel, arrugada, tensa, como el cuero. ¿Cuántos años tiene ahí? (Respuesta correcta después de pensarlo: como Annelise al morir, alrededor de cincuenta y dos).
Los últimos años después de la catástrofe, Annelise y Nathan vivían solos en el Buque Fantasma. Su padre, Albinus, llamado Abbe, los había dejado, los había abandonado. La carrera de Annelise se había ido a pique. «Cayó desde muy arriba», decía Angela a veces, las raras ocasiones en que Annelise salía a relucir en la conversación, sin llamar a lo ocurrido por su nombre. Ella, Angela, nunca decía agresión, violación en grupo…
solo (si no le quedaba más remedio) «el asunto».
Todos los años posteriores en que el contacto entre ella y Annelise —y entre Nathan y Gusten y entre Gusten y Annelise— estuvo y seguiría por siempre roto (y Sascha Anckar, la víctima de la violación, se hundió en las drogas en algún lugar de Estados Unidos).
Sí, y oye, sobre Annelise también hay que aclarar algo: que lo del caballerizo, la hija del caballerizo que Angela iba recitando por el sendero deportivo en los paseos cuando Gusten era pequeño, también era simplemente una forma de decir otra cosa. Nunca existió ningún caballerizo con su familia, nunca existió ninguna familia. Porque Annelise, apellido de casada Häggert (uno de los más distinguidos de la villa), en su momento la mascota y la niña mimada de toda la villa a causa de su brillante carrera, que proyectaba esplendor sobre todos ellos, los años en que fue famosa de verdad, elegida Mujer del Año, Mujer de Negocios del Año, ganadora de la beca Fredrika y de la beca Ulrika y todo lo demás, pues Annelise procedía en realidad de un orfanato, se había criado en el hogar Grawellska, que también estuvo junto al lago en su día. Una del Grawellska, en otras palabras. Aunque cuando Sascha, muchos años después, vivió allí un tiempo entre el otoño de 2007 y la primavera de 2008, hasta que se produjo la catástrofe, el Grawellska ya no era un hogar, sino un reformatorio en régimen privado para niñas y jovencitas en situación de riesgo que, por distintas razones, no podían vivir en su casa o que directamente no tenían casa. Como, por ejemplo, Sascha, que, como consecuencia de diversas actividades delictivas menores como hurtos, abuso de drogas, fue expulsada del hogar que compartía con su padre. («Joder, papá —dijo Sascha—, chulo de putas de mierda»).
En la casa seguía Nathan. Que aún vive allí. No, no, no…, él y Nathan no se ven, no tienen contacto, jamás en la vida, pero Gusten está al tanto, por supuesto, forma parte de su oficio, porque trabaja en el ramo inmobiliario. Está al tanto también gracias a otro amigo de la infancia llamado Cosmo Brant. Que se empeña en llamarlo por teléfono, escribirle, quedar. Y traerlo aquí, al lago Kallsjön.
«La casa se llama Bad Karma o La vida negligente. ¿Verdad, Grippe? Lo recuerdas, ¿no?».
Gusten guarda silencio, pero claro que lo recuerda.
«Y Gusten…», continúa Cosmo, the-least-likely-to-succeed-guy en aquella brillante pandilla dorada de la villa a la que ambos pertenecieron un día (aunque Cosmo era más bien uno que les seguía el rollo), hoy por hoy productor cinematográfico (y quizá el más exitoso y conocido de todos ellos, la cosa empezó ya en la escuela de cine y ahora dirige y produce documentales y largometrajes, tiene su propia productora, se mueve en festivales, gana premios).
Y el único de esos amigos de la ciudad de las villas con el que Gusten aún tiene contacto, por alguna razón (quizá porque Cosmo quiere mantenerlo a toda costa, también después de haberse convertido en alguien importante en el mundo del cine).
«… A veces aquella historia SE TE VIENE encima…».
Cosmo con esa voz aguda fingida a propósito a lo Truman Capote (ese tono, su brío) en una de sus conversaciones telefónicas. O cuando pasean por la villa, hasta la orilla del Kallsjön —algo que de hecho hacen, no a menudo, pero sí a veces—, porque Cosmo tiene que bajar aquí e ir en su compañía para poder decir esas cosas acerca de lo pasado.
Y parece que el propio Cosmo se transforma, se vuelve de nuevo alguien distinto de la persona del mundo del cine que es ahora, ratificado, sin pasar inadvertido, con identidad y con la seguridad consiguiente.
En cambio: el que era entonces (aquel del que se burlaban, se pitorreaban, se reían, se cachondeaban). Una figura que, contra todo pronóstico (sufría mucho acoso, sobre todo por parte de Nathan), poseía una energía y una resistencia admirables, locura, tenacidad ya en aquel entonces; tenía cien proyectos en marcha en «la oficina» de su casa del barrio de Brantska Branten, donde todo el clan Brant tenía sus mansiones y su hogar, en la parte oeste de la villa (y allí también, en «la oficina», un club de cine extraoficial para iniciados donde proyectaban cine de autor, Haneke, Pasolini…, cosas así).
An Entrepeneur at Heart.
Un viejo enano y duro en el cuerpo de un niño.
Además, se vestía de un modo «desenfadado» con traje y corbata de seda auténtica (de marca supercara).
An Entrepeneur at Heart se leía en la tarjeta de visita de la que imprimió quinientos ejemplares en la impresora de un supermercado. Lo que (para algunos) solo era, lógicamente, fuente de más bromas y risas.
Al mismo tiempo, cuando Gusten pensaba en Cosmo pensaba (también) en una aspiradora.
Los ojos, los oídos bien atentos quieren absorberlo todo…
Había una vez un caradura que se pegaba a las ventanas, a las puertas cerradas con llave, a las paredes, para oír, ver, captar cosas.
Uno que Absorbíabsorbíabsorbía..., ¿qué podemos sacar de esto? Cosmo, por el que nadie habría apostado nada, un marica inconfeso acosado hasta la saciedad en el colegio (y fuera de clase, por sus amigos, sobre todo por Nathan).
Stefan Culofino, hasta que se cambió el nombre. Era Nathan el que lo llamaba así, hasta que le dio a Cosmo un puñetazo tan fuerte en la cara