Pio Xi Mortalium Animos
Pio Xi Mortalium Animos
Po PP XI - 6 de enero de 1928
CARTA ENCCLICA
ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que l manifest al rogar a su Padre que sus discpulos fuesen una sola cosa? Y el mismo Jesucristo, por ventura no quiso que sus discpulos se distinguiesen y diferenciasen de los dems por este rasgo y seal de amor mutuo: En esto conocern todos que sois mis discpulos, en que os amis unos a otros? Ojal aaden fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho ms podran hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizndose y extendindose cada ms, amenaza debilitar el Evangelio.
ella se le haba confiado el mandato de conducir a la eterna salvacin a todos los hombres, sin excepcin de lugar ni de tiempo: Id, pues, e instruid a todas las naciones. Y en el cumplimiento continuo de este oficio, acaso faltar a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallndose perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le prometi: He aqu que yo estar siempre con vosotros, hasta la consumacin de los siglos12? Por tanto, la Iglesia de Cristo no slo ha de existir necesariamente hoy, maana y siempre, sino tambin ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostlicos, si no queremos decir y de ello estamos muy lejos que Cristo Nuestro Seor no ha cumplido su propsito, o se enga cuando dijo que las puertas del infierno no haban de prevalecer contra ella.
en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evanglica a todas las naciones, envi Cristo por el mundo todo a los Apstoles; y para que stos no errasen en nada, quiso que el espritu santo les ensease previamente toda la verdad1; y acaso esta doctrina de los Apstoles ha descaecido del todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigindola y custodindola? Y si nuestro Redentor manifest expresamente que su Evangelio no slo era para los tiempos apostlicos, sino tambin para las edades futuras, habr podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre s? Si esto fuese verdad, habra que decir tambin que el Espritu Santo infundido en los apstoles, y la perpetua permanencia del mismo Espritu en la Iglesia, y hasta la misma predicacin de Jesucristo, habra perdido hace muchos siglos toda utilidad y eficacia; afirmacin que sera ciertamente blasfema.
sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espritus, no hallndose contenida en una revelacin inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres. Adems, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningn modo es lcito establecer aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberan ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podran dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distincin de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarn la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creern con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontfice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecumnico del Vaticano, como en la Encarnacin del Seor . No porque la Iglesia sancion con solemne decreto y defini las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. No las revel todas Dios? Pues, el Magisterio de la Iglesia, el cual por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen inclumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres, aun cuando el Romano Pontfice y los Obispos que viven en unin con l, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definicin de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben ms eficazmente oponerse o inculcarse en los espritus de los fieles, ms clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina. Mas por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente ninguna invencin, ni se aade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el depsito de la revelacin, confiado por Dios a la Iglesia, no estn contenidas, por lo menos implcitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aun parecen permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.
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S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. , col. 518-519) S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia (Migne P. L. , col 519-B y 520-A) I Cor. 12, 12 Efes. , 15 Efes. 5, 30; 1, 22 Conc. Lateran. IV, c. 5 (Denz-Umb. 36) Lactancio Div. Inst. , 30. (Corp. Scr. E. Lat., vol. 19, pag. 397, 11-12; Migne P.L. 6, col. 52-B a 53-A)
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S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de S. Cornelio Papa III; Migne P.L. 3, col. 733-B) I Tim. 3, 15 I Tim. 2, Efes. , 3