Cuentos para El Alma
Cuentos para El Alma
Cuentos para El Alma
CUENTOS…
…para el alma
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Guillermo Kratzig. 2008. www. masquecuentos.com.
Derechos intelectuales de Guillermo Kratzig. Queda absolutamente prohibida la reproducción
no autorizada de este libro o parte del mismo.
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DEDICATORIA
INTRODUCCION
CONTENIDO
I. DEDICATORIA
II. INRODUCCION
III. CLAVES PARA CONTAR HISTORIAS
IV. CUENTOS…para el alma
CUAN GRANDE ES EL
1. Muerto que Anda…………………………….….…… 12
2. El Negocio de Dios……………………………...…… 20
EL PLAN DIVINO
3. El Plan…………………………………………...…… 26
4. El Experto……………………..…………………...… 30
5. Manos Limpias……………………………..……...… 33
6. Quién Puede Pagar Tanto……………..…………...… 38
7. El Brujo de Aguacatán……………..…………...….… 43
8. Gusano Salvado………………………….……...…… 48
CONFIAR EN DIOS
9. Confía, yo te veo………………………………...…… 54
10. La mirada fija……………………………...…...…… 59
11. El Trío de Cuatro………………..………………..… 66
12. Si Tienes Problemas………………………....……… 72
EL LIBRO
13. El Contrabandista……………………………..….… 77
12
14. Dos Mil Millas por un Libro……………...…….… 86
15. La Biblia Matapiojos…………………..……..…… 94
VIDA SUPERIOR
16. La Aspirina………………….…………………… 102
17. Media Lagartija………………..………………… 108
18. Batir Manteca……………………………………. 112
19. Alas para Volar…………………………………...119
20. Renovación……………………………………..…127
21. Laucha y el Aviador………………………….…...131
22. El Quirquincho Musiquero………………….…….136
23. El Dragón Sonriente…………………………....…145
EL ENEMIGO
24. De Guatemala a Guatepeor…………………..…....150
25. La Langosta…………………………………..…...157
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Conforme iban pasando los días el invierno se hacía sentir con más
fuerza. La nieve pintó de blanco los bosques. El lago se iba
cubriendo de hielo. Y cada día era más difícil encontrar semillas y
gusanos para comer. El frío, cada vez más intenso, entraba por
todas las ranuras de su nido, de modo que ni siquiera allí el pajarito
estaba cómodo.
Finalmente el frío se hizo insoportable. Entonces el pajarito
reflexionó y se dijo a sí mismo: “Al fin de cuentas, Dios tenía
razón. Al llegar el invierno tenemos que volar al sur. Su plan es
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siempre lo mejor para nosotros. Le voy a hacer caso. Voy a volar
al sur”.
Al día siguiente se levantó temprano. No le costó mucho porque de
todos modos el frío no lo había dejado dormir. Después de un buen
café con leche y media lunas, emprendió el largo vuelo.
Pero el invierno ya había avanzado mucho. El aire estaba helado y
tanto más allá arriba donde volaba. Sintió que las plumas se le
estaban llenando de hielo. Poco después sus alas se quedaron
inmóviles, congeladas. Todavía planeaba, pero hacia abajo.
“Bueno— pensó, —ha llegado mi hora, me voy a estrellar en el
patio de aquella casa. Hubiera sido mejor seguir el plan divino.
Dios mío,— oró por última vez —te pido que me perdones”. Y
Dios escuchó esa oración. El siempre escucha.
Mientras caía, una vaca pasó caminando por el patio de la casa
haciendo lo que de tanto en tanto las vacas hacen, es decir,
levantando la cola, dejando caer una torta verde, y siguiendo muy
campante su camino. Y el pajarito congelado cayó, splash, en
medio de ella.
Esto lo hizo enojar mucho. “¿Que no ve que me que estoy
cayendo y que me voy a estrellar? Qué falta de consideración”—
pensó. Pero después notó algo. Primero, que la torta verde de la
vaca le había amortiguado el impacto evitándole una muerte
inmediata. Además, poco a poco se sentía mejor. Incluso se le pasó
el frío. Sintió que el hielo de las plumas se le estaba derritiendo y
que nuevamente podía mover sus alas. Cuando se dio cuenta de
que todavía estaba vivo, se puso tan contento que empezó a cantar.
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Desde en medio de la torta verde de la vaca cantaba con todo lo
que su garganta daba.
Aquel día alguien más pasó por el patio de la casa. El gato.
Oyendo el extraño ruido en el patio paró las orejas. -¿De dónde
saldrá tanto barullo?— pensó, y se dispuso a ver de qué se trataba.
Cuando descubrió al pájaro cantando desde el centro de la torta
verde de la vaca se dijo a sí mismo: -Este es mi día de suerte. Y
lamiéndose los bigotes, agarró al pájaro entre sus dientes y se
dispuso a saborear el inesperado platillo. El pajarito tuvo un último
pensamiento: -Hubiera sido mejor seguir los planes de Dios; para
nuestra vida no hay nada mejor. Dios mío, te pido que me
perdones.
En ese momento apareció el hijito de cinco años del dueño de casa.
Y como su amistad con el gato no era muy profunda se acercó
despacito por detrás, cogió la cola del gato, lo revoleó por el aire y
lo soltó. Ahora el gato era un gato volador. Trazó un amplio arco
por el aire y al caer dio contra un montón de ramas secas. -Autch—
dijo el gato al golpearse el hombro izquierdo contra un leño. Y eso
fue suficiente para que el pájaro se escape de entre sus dientes y se
refugie debajo de las ramas del montón.
Después de esto perdimos contacto con él. De todos modos, las
noticias que nos han llegado dicen que de alguna manera, el
pajarito sobrevivió aquel invierno y finalmente se reunió con los
suyos. Pasado el tiempo tuvo una gran familia y muchos amigos.
En los cumpleaños reunía a todos y les volvía a contar la historia
de aquel invierno. Cada vez terminaba diciendo: Nada mejor que
vivir según plan de Dios.
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Oí por primera vez este cuento en un casete de propaganda de John
Maxwell. En esa versión el cuento terminaba con el pájaro comido
por el gato. Cuando se lo conté a mi esposa ella se quedó pensativa
y al rato me dijo: No me gusta el final. Puesto que en último
momento se da cuenta de que el plan de Dios es lo mejor para
nuestra felicidad, y pide perdón, la historia tendría que terminar
mejor. Después de probar diferentes finales, el cuento quedó así
como usted lo ha leído aquí.
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EL EXPERTO
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó
a sí mismo por mí”. (Gálatas 2:20).
Después de veinte días en el mar estábamos realmente ansiosos de
llegar. El nuestro era un barco grande. Tan grande como un
edificio de departamentos. Cuando subíamos a los pisos de arriba
teníamos una espléndida vista aunque, lógicamente, no veíamos
otra cosa que el mar. Explorando los niveles del fondo
descubrimos que allí estaba la sala de máquinas, las bodegas de la
carga, y la cocina. De la cocina me quedan muy buenos recuerdos.
Es que los cocineros siempre nos trataban bien. Nos daban unos
enormes sandwiches de carne, lechuga, tomate y abundante
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mayonesa. Eran tan grandes que no los podíamos comer enteros,
de modo que decidimos compartirlos con los peces arrojándoles lo
que a nosotros no nos cabía. Me imagino que nos ayudaban de
buena gana.Todo esto lo recordé muchos años después cuando una
persona me dijo haber recibido a Cristo. De hecho me dijo que lo
había recibido muchas veces y para demostrarme que era cierto,
me mostró varias tarjetas, cada una con una imagen diferente de
Cristo, que llevaba sobre su corazón, en el bolsillo de su camisa.
En mi intento de explicarle que recibir a Cristo tiene otro
significado, mucho más profundo, le conté esta experiencia en el
transatlántico. La sigo contando…Aunque la vida en el barco era
bastante divertida, a las dos semanas nos sentíamos aburridos y
cansados y no veíamos las horas de llegar a nuestro destino, la
ciudad de Buenos Aires.Finalmente, una buena mañana el capitán
hizo correr la voz de que ya nos faltaba solo un día de viaje. Si el
cielo estaba despejado incluso podríamos ver a lo lejos la silueta de
la ciudad. Creo que todos juntos corrimos a las escaleras. Todos
queríamos ser los primeros en gritar "tierraaaa a la vista".A medida
que el barco seguía su rumbo las líneas del horizonte se volvían
más nítidas. También se hacía más notoria la alegría y expectativa
entre los pasajeros. Era de comprender. Muy pronto cada uno
comenzaría un nuevo capítulo en su vida.Pero entonces pasó algo
totalmente inesperado y des-alentador. Los motores del barco se
pararon. La nave se detuvo en medio del mar. Las anclas se
bajaron. Al rato ya se oía solamente el splash splash de las olas que
daban contra el casco. Tan grande fue la sorpresa que un murmullo
recorrió la boca de los pasajeros preguntando: ¿y ahora qué?No me
acuerdo cuánto tiempo pasamos así. Lo cierto es que después llegó
una lancha que amarró junto a nosotros. Al lado del gigantesco
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transatlántico se veía como una cáscara de nuez. Un hombre
uniformado salió de ella y por una escalera colgante se trepó al
barco. Era el "baqueano", es decir, el experto que conocía bien la
ruta que el barco debía seguir en más para no encallar en ningún
banco de arena. No sólo conocía la ruta sino la profundidad de las
aguas que nos faltaba navegar. Arriba, en la cubierta lo esperaba el
capitán de nuestro barco. Después de los saludos de forma lo llevó
a la cabina de mando y allí pasó otra cosa totalmente inesperada
para quienes espiábamos ansiosos de ser los primeros en saber qué
estaba ocurriendo. Esto fue lo que vimos: el capitán le entregó al
baqueano el timón de su enorme barco y con ello el control
absoluto del resto del viaje. Ahora todo dependía de él. Ahora la
tripulación no aceptaba otras órdenes sino las de este nuevo jefe.
Poco después se volvieron a prender los motores. Se levaron anclas
y el coloso comenzó a retomar su marcha en dirección al puerto. A
veces se aceleraba la marcha; a veces giraba un poco a un costado,
a veces al otro. Era como si estuviera siguiendo un trazo que
solamente el baqueano conocía. Horas más tarde oímos encantados
el chirrido del barco al rozarse contra los enormes tablones del
muelle. Hubo gritos de júbilo. Abrazos. Lágrimas. Habíamos
llegado a buen puerto.
Este acontecimiento me quedó grabado para siempre. Primero,
porque comprendí que el final feliz de aquel viaje sólo fue posible
porque en el momento indicado el capitán entregó todo el control a
manos del experto. Además, por el claro paralelismo que presenta.
Así como el capitán entregó todo el control al baqueano, recibir a
Cristo es entregarle a él el control del resto de nuestra vida. Así
como el capitán le entregó al experto el timón del barco, recibir a
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Cristo significa entregarle a él el timón del barco que somos
nosotros. Significa reconocerle autoridad absoluta sobre nuestros
pensamientos y acciones; significa aceptar que él es el único
experto capaz de manejar el resto de nuestro viaje y llevarnos a
buen puerto.
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MANOS LIMPIAS
“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria
de Dios” (Romanos 3:23).
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si
decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso y
su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:8-10).
Lo agarraron con las manos en la masa, robando. Ese día no había
encontrado trabajo y pronto caería la noche. Por eso decidió que ya
no podía esperar más. Así que robó, no porque fuera malo, o
ladrón, sino porque tenía hambre, y su esposa y sus tres hijitos
también. Pero de todo eso nadie le preguntó nada. Robar es pecado
y quien roba va a la cárcel. Además en su país las leyes no sólo
mandaban a la cárcel a los ladrones, sino que además los
condenaba a la muerte. Era una pena muy severa por un poco de
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pan, pero precisamente esa severidad serviría para desalentar a
ladrones futuros. Mientras se acercaba el día de la ejecución, el
preso que sencillamente no estaba contento con la idea de morir,
ideó un escape. Esto es lo que hizo: El día anterior a su ejecución
llamó al carcelero y le dijo: —Antes de morir tengo que hablar con
el rey. Se trata de un secreto de estado. Lo he ocultado hasta ahora,
pero mañana voy a morir, por eso se lo tengo que decir; es un
asunto que afecta el bienestar de todo el país. Esta noticia despertó
tanta curiosidad en el rey que inmediatamente mandó a traer al reo.
Ya en la presencia del rey el preso repitió su historia, agregando
que por ser un asunto tan importante era necesario que los
principales hombres del gobierno también estuvieran presentes.
Así que el rey mandó llamar al tesorero de la nación, al general del
ejército, y al obispo. Cuando todos estuvieron reunidos el preso
sacó de entre sus ropas una moneda de oro y dijo: —He heredado
esta moneda de mis antepasados. Es lo único que tengo. La he
guardado oculta toda mi vida esperando una oportunidad de usarla,
pero ahora es demasiado tarde. La importancia de esta moneda es
que si se planta correctamente echa raíces y produce un árbol
cuyas hojas son todas monedas de oro, iguales a esta. Luego esas
hojas se renuevan cada año. Mañana voy a morir y ya no me
servirá de nada. Quiero que mi querida patria sea beneficiada con
ella.
Puesto que se trataba de dinero, el rey le dio la palabra al tesorero,
y este, contento de que era un asunto fácil, dijo: —No hay
problema, entréguemela, yo me encargaré.
El preso respondió:
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—Es costumbre en nuestro país que a los condenados se les
conceda un último deseo antes de morir. Pues mi deseo es irme con
la tranquilidad de saber que fue correctamente plantada para el
beneficio de mi país.
—Ningún problema— dijo el rey —vayamos al parque,
busquemos un buen lugar y plantemos la moneda. Si la felicidad
del país está en juego, y este es el último deseo del condenado, no
dilatemos el asunto. Salieron al parque, encontraron un buen lugar
entre los árboles y se dispusieron a plantar la moneda. Entonces el
preso dijo algo más:
—Para que esta moneda dé el fruto esperado es necesario que sea
plantada por una persona de manos totalmente limpias, y como no
me imagino a nadie más puro que el rey, se la entrego a usted, su
majestad, para que sea usted quien la plante. Dicho esto le entregó
la moneda al rey. Su majestad se quedó pensativo. De pronto ya no
estaba tan apurado. Miró una cara de la moneda, luego la otra,
finalmente dijo:
—Pues siendo algo de tanta importancia tengo que ser honesto y
reconocer que mis manos no siempre han sido tan limpias. A veces
me he aprovechado del hecho de ser rey y he tomado de otros lo
que no me correspondía. No por necesidad, sino por el gusto de
usar mi poder. Creo que la persona más indicada es el tesorero, ya
que sus cuentas siempre tienen que ser totalmente claras. Dicho
esto le entregó la moneda al tesorero.
También el tesorero puso cara de circunstancia, y, mi-diendo bien
cada palabra, dijo:
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—No puedo ser menos honesto que el rey, y tengo que confesar
que a veces he cambiado un poco los números del tesoro para
beneficiar mi propio bolsillo. No por necesidad, sino por avaricia.
De modo que mis manos tampoco son tan limpias ni puras como
debieran. Creo que la persona más indicada es el general del
ejército. El tiene que estar alerta de día y de noche, siempre
dispuesto a defender al país con su propia vida. Nadie mejor que él
para plantar esta semilla que encierra el bienestar de todo nuestro
país.
Ahora fue el turno del general y también él tuvo una confesión que
hacer:
—En las batallas he derramado sangre, y reconozco que a veces
fue sangre inocente. Pienso —dijo— que el único calificado para
esto es el sacerdote. El es un hombre de Dios. Nadie como él para
tener sus manos limpias. Y con esto le dio la moneda al sacerdote.
—Tampoco yo, puedo hacerlo —dijo el sacerdote—. Soy
consciente de que a veces he metido mi mano dentro de la bolsa de
las ofrendas y he sacado algo para mí mismo. No por necesidad,
sino por probar la suerte y ver qué sacaba. Sé que no corresponde,
y ahora me da mucha vergüenza, pero el hecho es que mi manos
tampoco…
No pudo terminar sus palabras, porque en ese instante el preso
cayó de rodillas ante el rey y dijo:
—Su majestad, si las cuatro personas principales de nuestra nación
reconocen no tener manos suficientemente limpias para esto que
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encierra el bienestar de todos, ¿por qué tengo que morir solamente
yo?¿No deberíamos ir todos juntos a la horca?
Conmovido el rey por la razón del pobre hombre, y acusado por su
propia conciencia, le extendió la mano.
—Levántate, —dijo— tienes razón. Todos merecemos la horca
tanto y más que tú; todos necesitamos tanto y mas que tú, ser
perdonados. Como rey decreto que todos seamos perdonados y que
nadie vaya a la horca. Además, —dijo dirigiéndose siempre al
reo— en este mismo acto te nombro mi asesor personal en asuntos
de bienestar nacional. Has mostrado tantos buenos deseos por tu
país que ahora quiero que me ayudes a gobernar de tal manera que
en nuestra patria nunca más nadie tenga que robar para comer
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GUSANO SALVADO
“El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene la vida”. (1 Juan 5:12)
El fuego estaba creciendo, ramas y hojas secas crepitaban entre los
dedos de las llamas. El intenso calor ya le chamuscaba la piel. Pero
en ese momento una mano apa-reció contra el azul del cielo,
bajando sobre él. Lo tomó delicadamente entre pulgar e índice, lo
sacó del fuego y lo dejó con suavidad sobre la gramilla.
Todo esto pasó en la India, un país donde se practican tres
religiones: el hinduismo, el budismo y el Islam. El hinduismo
adora a muchos dioses, miles de dioses. Los creyentes tienen que
cumplir con diferentes rituales para no ofender a ninguno y, si
fuere posible, conseguir su favor de alguno de ellos. El hinduismo
también enseña que al morir una persona, esta se reencarna en otro
ser. Lo cual puede resultar en un castigo si, por ejemplo, la persona
se reencarna en un perro que no recibe más que patadas de su
dueño; pero también puede resultar en un premio si, por ejemplo,
la persona se reencarna en un ángel. Según el hinduismo, todo
depende de cómo uno se haya portado en la vida.
El budismo en cambio, no cree en ningún Dios. Es una religión
atea. Sin Dios, pero con muchos mandamientos. Los budistas
tienen que cumplir con una infinidad de reglas. Primero tienen que
aceptar las cuatro verdades centrales; luego tienen que recorrer el
camino de ocho carriles. Para ello tienen que cumplir con otros
cinco mandamientos. Cuando finalmente logran esa meta llegan a
lo que llaman nirvana, que es el final de todo. Nirvana es la
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felicidad suprema porque es el final del creyente. El creyente deja
de existir. Y, puesto que ya no existe más, se supone que es feliz.
El Islam por otra parte, adora a un solo dios, a Alá. Para ello
requiere que los creyentes cumplan con los cinco pilares. El primer
pilar consiste en una declaración de fe para reconocer a Alá como
Dios y a Mahoma como su profeta. El segundo pilar consiste en
orar cinco veces al día mirando hacia la ciudad sagrada, La Meca;
el tercer pilar consiste en dar limosnas; el cuarto, en guardar el
ayuno durante el mes de Ramadán; y el quinto, en hacer la
peregrinación a la ciudad santa.
Lamentablemente a estas tres religiones les falta lo más
importante. No dicen nada sobre el perdón de pe-cados, ni sobre
cómo comenzar una nueva vida, ni sobre la esperanza que todos
queremos tener en cuanto al futuro. Por eso sus creyentes viven
sin paz, con mucho miedo, inseguros en cada paso que dan.Fue
Jesucristo quien trajo las buenas noticias de fe y esperanza. "El que
me sigue a mí, —dijo Jesús— tiene el perdón de sus pecados, es
hecho hijo del Dios supremo, y tiene la vida eterna". Sus palabras
fueron la luz que alumbró a nuestro mundo.
Cuando MongSwaba, un hombre de la India, criado en el
hinduismo, escuchó ese mensaje comprendió que era exactamente
lo que necesitaba, de modo que decidió creer en Jesús. Se entregó a
la fe cristiana. Se convirtió en seguidor de Cristo.
Habiendo experimentado el perdón de sus pecados y sabiendo que
le esperaba una eternidad maravillosa como hijo del Dios altísimo,
vivía contento cada día. Cantaba; hablaba incansablemente a otros
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de Jesús; leía el libro de Dios —la Biblia— y se lo leía a sus
amigos y parientes. Se aguantaba las burlas y violencias que le
hacían por haber dejado la religión de sus padres, y, cuando podía,
se reunía con otros seguidores de Jesús.
Sus conocidos vieron esos cambios. Notaron que MongSwaba ya
no era el mismo. Estaban asombrados porque sabían que una
persona triste, sin esperanza, de mal carácter, dada a la bebida,
como había sido él, no cambia tan fácilmente. Pero MongSwaba
había cambiado. Por eso decidieron que lo mejor sería preguntarle
a él mismo acerca de lo ocurrido.
—Oye, MongSwaba ¿Qué ritos haces para estar siempre tan
alegre?—Es que todas las mañanas hablo con Dios. Y Dios habla
conmigo. Cuando leo su libro él me habla. Me dice muchas buenas
palabras. Así que empiezo cada día contento porque lo empiezo
con Dios.
—¿Y cómo es que no te preocupas por complacer a los otros
dioses?—No me preocupan los otros dioses, porque solamente hay
un Dios. Y se que soy un hijo suyo. Siento su amor en mi vida.
¿Qué más necesito?
Esta última respuesta hizo un gran impacto en ellos, porque
estaban todo el tiempo concentrados en agradar a la multitud de
dioses. Vivían con miedo de fallar en algún detalle y tener que
sufrir luego las consecuencias. Veían que MongSwaba ya no tenía
ese miedo, y eso les daba envidia. Querían saber más, querían
llegar al fondo del secreto, de modo que le siguieron preguntando:
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—Oye ¿Cuánto te pagan en tu nueva religión para que sigas con el
mismo entusiasmo sin hacerle caso a las burlas y violencias de tu
familia?
—Oh, el amor de Dios vale más que cualquier pago. Y sintiendo
ese amor puedo aguantar todas las molestias y sufrimientos que me
causan. No hay nada más grande que el amor de Dios.
—Pero no entendemos eso de la resurrección de los muertos que
nos has comentado. ¿Acaso en tu religión no hay reencarnación?
¿Qué va a ser de ti cuando mueras?
—La Biblia dice que los humanos mueren una sola vez. Después
son juzgados por Dios. Los seguidores de Cristo son resucitados
con un cuerpo nuevo para vivir eternamente con él.
MongSwaba les explicaba todo lo mejor que podía. Le encantaba
hacerlo, pero había muchas cosas que él mismo apenas estaba
aprendiendo. Su gente, por otra parte, pedía más y más
explicaciones. Muchas veces le hacían preguntas con la única
intención de burlarse de él.
Un día se le acercó todo un pelotón de vecinos. Lo rodearon.
Traían cara de pocos amigos. Venían con in-
tensión de atacarlo. Además, eran muchos, y MongSwaba era uno
solo. Sus ojos irradiaban odio. El aire olía a violencia. Viéndolos
venir así, MongSwaba oró interiormente: Señor, te pido que me
des palabras...Y no tuvo tiempo para más porque ya lo habían
cercado y ya comenzaban el ataque.
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—Nos vas a explicar de una vez por todas lo que ese Jesús te hizo.
Haz cambiado demasiado. Parece brujería.
Cada palabra era como un latigazo a los oídos del cristiano.
-Ya no eres la misma persona. Ya no eres de los nuestros. ¿Qué
respondes?¿Qué te hizo ese Jesús?
MongSwaba pensó unos instantes. Luego, sin decir palabra, tomó
un gusano de una hoja que colgaba cerca, y lo puso en el suelo en
medio del círculo. Luego acomodó ramas y hojas secas alrededor.
Luego les prendió fuego. El pobre gusano, apremiado por las
llamas, comenzó a correr y saltar. Primero en una dirección, pero
se encontró con el fuego; intentó otra dirección, también había
fuego. A cualquier lado que iba había fuego. Ya le estaba
chamuscando la piel. Qué desesperación. No tengo salida —pensó
el gusano—, ha llegado mi fin.
En ese momento MongSwaba bajó su mano desde arriba.
Suavemente lo tomó entre pulgar e índice y lo depositó sano y
salvo sobre la gramilla.
El silencio era total. Los ojos de todos estaban clavados en
MongSwaba esperando su explicación.
—Lo que acabo de hacer con el gusano —explicó el cristiano—, es
exactamente lo que Jesús hizo conmigo. Mis culpas eran como
fuego que me quemaba. Las llamas me tenían encerrado. Todo lo
que probaba era para peor. Mi desesperación crecía día tras día.
Sentí que mi fin había llegado y que ya no tenía esperanza.
Entonces conocí a Jesús, y me entregué a él. Y El perdonó mis
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pecados, y me sacó del fuego, y me hizo un hijo de Dios. Además
me dio la esperanza de un espléndido futuro. ¿Acaso pudo
haberme pasado algo mejor? Pero les pregunto ahora a ustedes
¿por qué no toman también la decisión de seguir a Jesús?
En silencio, pensativos, tragándose el nudo que tenían en sus
gargantas, se levantaron uno por uno para regresar por el camino
que los había traído. Algunos de ellos, a poco de andar dieron
media vuelta. Fueron otra vez con MongSwaba que seguía junto a
las cenizas de su fuego. Allí le preguntaron:—Amigo, ¿cómo me
hago seguidor de Jesús?
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Nota: Escuché esta historia por primera y única vez hace algo más
de 45 años, siendo estudiante en el Seminario Internacional
Teológico Bautista en Buenos Aires. Lamentablemente después de
tantos años no recuerdo qué profesor la contó. De todos modos
vaya mi agradecimiento al Dr. Stanley Clark, Justo Anderson,
Andrés Glaze, Julio Díaz, Cecil Thompson, John Cave, Miss.
Salivian, Guillermo Cooper. Todos ellos me ayudaron a
comprender que yo también era uno de esos gusanos salvados.
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CONFIA, YO TE VEO
"Encomienda a Jehová tu camino, y espera en él, y Él
hará" (Salmo 37:5)
Dos veces en mi vida he presenciado un incendio. Las dos veces
era una casa lo que se incendiaba. Tuve la oportunidad de estar
suficienemente cerca para ver la obra destructora del fuego. Pero
decir que estuve suficientemente cerca es decir también que estuve
suficientemente lejos para que las llamas no me quemen.
Suficienemente cerca y suficientemente lejos pude observar cómo
el fuego se devoraban todo. Y algunas cosas me llamaron
poderosamente la atención:
Primero, la rapidez del fuego. Las llamas apenas habían
comenzado. Con dos tazas de agua se hubieran podido apagar.
Pero minutos después ya eran tan grandes que asomaban por la
ventana de la casa. En menos de lo que canta un gallo ya estaban
envolviendo a la casa entera. Media hora más tarde, el edificio que
había sido la vivienda de unas 20 personas quedó reducido a un
montón de carbones negros y humeantes. En pocos minutos más se
desgranaron y se convirtieron en cenizas. Todo fue tan rápido que
cuando llegaron los bomberos ya era demasiado tarde. Lo único
que pudieron hacer fue echarle agua a las cenizas para que dejen de
humear
Una segunda observación, que me pareció muy curiosa, fue que el
fuego, una vez iniciado, no perdona nada. Yo esperaba que se
quemase todo lo que era madera, papel, tela y por supuesto,
plástico. Pero no fue así. A medida que las llamas crecían y el
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calor aumentaba, se incendiaron los platos, se derritieron los
vidrios de las ventanas, las ollas de aluminio en la cocina se
prendieron fuego. Vi arder los ladrillos y la mampostería y me
quedó grabado el cuadro de una banana. Sí, de una banana tirada
en la calle, a cierta distancia del incendio. Suficientmente cerca de
donde yo estaba, de modo que pude ver todo con total claridad. Lo
que vi fue que en un momento dado la banana estalló en fuego
como si hubiera sido una botella con gasolina.
Además me llamó la atención que el fuego tiene un gran aliado. El
humo. El humo en sí mismo es tan destructor y mortífero como las
llamas. Adonde las llamas no llegan, allí llega el humo. Tiene la
capacidad de meterse por las hendijas más estrechas y destruir y
matar mucho antes que lleguen las llamas. Por eso gran cantidad de
casas tienen un detector de humo. Son aparatos que huelen la
presencia del humo, mucho antes que se declare el fuego. Tan
pronto detectan ese olor, hacen sonar la alarma para que los
habitantes de la casa actúen antes que el fuego se expanda. Si no
hay detector de humo, este invade todo, desplaza el aire, se mete
en cada rincón. Y luego destruye y mata.
Les cuento lo que le pasó a una familia que de pronto tuvo una
terrible experiencia con el fuego y el humo.
Cierto día papá, mamá, y dos hermanitos, se fueron al mercado
para algunas compras. El hermano mayor, de ocho años, estaba
durmiendo, de modo que lo dejaron . "No hay problema, —dijeron
los papás— en media hora estamos de vuelta. Que siga durmiendo
tranquilo".
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Pero ni bien se fueron, algo pasó. Nadie supo si fue una hornalla de
la estufa que quedó encendida, alguna conexión eléctrica que
produjo chispas o un corte de circuito. Lo cierto es que mientras el
niño dormía en el piso de arriba, abajo comenzó un incendio. El
fuego se apoderó rápidamente de la planta baja. Las alfombras del
living, la goma espuma de los sillones y del sofá, el aceite en la
cocina y algunos tarros de pintura en el garage fueron excelente
combustible. El incendio se expandió rápidamente.
Mientras las llamas hacían su obra abajo, el humo subió al piso de
arriba y lo llenó totalmente. El niño despertó por el extraño olor, el
calor, y una sensación de no poder respirar. Saltó de la cama.
Corrió instintivamente a la puerta del dormitorio para buscar
refugio en sus papás. Pero tan pronto abrió la puerta, la volvió a
cerrar. Las llamas ya habían llegado arriba y estaban llenando el
pasillo. Entonces corrió con la misma rapidez hacia la ventana, la
abrió y comenzó a gritar: "Ayúdame papá. Sácame de aquí. La
casa se está quemando".
Los padres ya estaban regresando de sus compras. "Miren los
bomberos", dijo el papá a los niños, porque siempre es un
espectáculo ver a esos enormes vehículos con todas sus escaleras,
sus tanques, sus herramientas, y su tripulación vestida con trajes
especiales y cascos resistentes al fuego. Las sirenas sonaban a todo
volumen y las luces se prendían y apagaban sin cesar. ¿Quién iba a
imaginarse que esos bomberos y la familia en el automóvil iban al
mismo lugar. El papá tuvo la primer sospecha de que algo estaba
pasando cuando notó que tanto ellos como los bomberos iban por
las mismas calles, doblaban en las mismas esquinas y avanzaban
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por el camino mas corto a la casa de ellos. "Aparentemente el
incendio es cerca de nosotros" le dijo a su esposa y comenzó a
acelerar. Cuando faltaban unas pocas cuadras pudo ver que el
incendio no era cerca de su casa, sino en su casa. Desde lejos vio
espantado a su hijito pidiendo a gritos auxilio desde la venana de
arriba.
Los bomberos y la familia vieron que las llamas y el humo ya
estaban envolviendo a toda la casa. Los vecinos se habían
amontonado a una distancia prudente. Ellos también veían y oían
los gritos del niño pidiendo auxilio. Pero no podían hacer nada. Y
aunque hubieran podido, los bomberos no iban permitir que se
acerquen más.
"Papi, ayúdame; papi ayúdame", se oía la voz del pequeño,
quebrada por el llanto.
El papá se acercó con el automóvil todo lo que pudo. Bajó de un
salto. Le dijo a la esposa que se alejara con los otros niños, y corrió
hacia la casa. En su cabeza le martillaba una sola cosa: “Tengo que
salvar a mi hijo. Lo voy a salvar aunque me cueste mi propia
vida”.
"Papi, ayúdame; papi sálvame; papi sácame de aquí", podía
escuchar los gritos y el llanto de su hijo.
Cuando llegó a la casa se ubicó debajo de la ventana desde donde
su hijito pedía auxilio. Desde allí lo podía ver. Con fuerza gritó
para que su hijo lo oiga en medio del estruendo del fuego, las
sirenas, y los gritos de los bomberos: "Hijito, estoy debajo de la
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ventana. Salta fuera. Yo te atajo".
El niño escuchó la voz. Comprendió la orden de su padre, sabía
que debía actuar enseguida, pero había un problema: "Papi, no te
veo".
El humo había formado una densa cortina. Desde su posicion el
niño no podía ver nada abajo. El padre pegado a la pared sí podía
ver a su hijo. El pequeño, no pudiendo ver nada, pensó que no
había nada, ni nadie. Y, lógicamente no quería saltar al vacío.
"Papi, no te veo", volvió a gritar desesperadamente.
Desde abajo el padre respondió: "Hijito, yo sí te veo. Salta. Confía
en mí. Yo te atajo".
Esas palabras fueron suficientes. "Si él me ve, todo está bien. Si él
me ve, puedo confiar, y puedo saltar. Todo va a salir bien", se dijo
a sí mismo el niño mientras subía al borde de la ventana. "Papi",
gritó otra vez, "atájame". Dicho lo cual saltó al vacío...
Al vacío no, sino a los brazos de su Padre. Enseguida sintió cómo
esos brazos lo apretaron con fuerza. Se sintió seguro de que de
ellos nada ni nadie lo arrebataría. Sintió como el padre emprendió
la carrera para alejarse del fuego. Cuando ya no sintió ningún
humo en el aire, respiró hondo. Estaba sano y salvo.
Mientras los bomberos cumplían con su trabajo a la distancia, y los
restos de la casa se desmoronaban, era como que en el aire seguía
resonando un eco: "Hijito, yo te veo, confía en mí, salta tranquilo,
yo te atajo.
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LA MIRADA FIJA
“En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca
e ir delante de él a la otra ribera entre tanto que él
despedía a la multitud. Después de despedir a la multitud,
subió al monte a orar aparte y cuando llegó la noche,
estaba allí solo.
Ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas,
porque el viento era contrario. Pero a la cuarta vigilia de
la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar.
Los discípulos, viéndolo andar sobre el mar, se turbaron,
diciendo:
—¡Un fantasma!
Y gritaron de miedo.
Pero en seguida Jesús les habló, diciendo:
—¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis.
Entonces le respondió Pedro, y dijo:
—Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
Y él dijo:
—Ven.
Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas
para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo y
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comenzó a hundirse. Entonces gritó:
—¡Señor, sálvame!
Al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le
dijo:
—¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
En cuanto ellos subieron a la barca, se calmó el viento.
Entonces los que estaban en la barca se acercaron y lo
adoraron, diciendo:
—Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mateo 14:22-33)
EL TRIO DE CUATRO
“No temas lo que has de padecer. El diablo echará a
algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados,
y tendréis tribulación por diez días. ¡Sé fiel hasta la muerte
y yo te daré la corona de la vida!” (Apocalipsis 2:10).
Hace mucho tiempo y en un país muy lejano vivía una vez un rey.
Era muy poderoso. Era muy rico. Era muy cruel, y también era
medio loco. Digo esto porque un día tuvo un sueño extraño y
quiso saber su significado. Entonces llamó a todos los adivinos de
su reino para que se lo interpreten. Pero les dijo: “No solamente
quiero la interpretación sueño. Antes quiero el sueño. Quiero que
me digan lo que soñé.”
Los adivinos se miraron sorprendidos y furiosos. Nunca nadie les
había pedido semejante cosa. Lo normal era escuchar el sueño,
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luego ellos darían la interpretación. Pero a este rey, loco que era, se
le había ocurrido que además del significado también quería el
sueño.
Para sus adentros los adivinos dijeron, “Está loco de remate”, pero
nadie se atrevió a decírselo en la cara. En cambio el rey sí se
atrevió a decirles que si no hacían exactamente lo que les había
pedido los mandaría directo a la horca. Gracias a Dios no llegó a
eso, porque Daniel, un hombre entregado a Dios, se presentó ante
el rey y le dijo que solamente Dios podía hacer lo que el rey había
pedido, y que le había revelado a él, a Daniel, tanto el sueño como
su significado. Entonces las aguas se calmaron, nadie tuvo que ir a
la horca, y el rey quedó contento, listo para otras locuras.
¿Ya les dije el nombre del rey? Pues se llamaba Nabucodonosor.
Un nombre difícil y largo, por eso lo vamos a llamar simplemente
Nabu. El no se va a ofender por eso porque hace tiempo que está
muerto. De paso les cuento también que esta historia está en la
Biblia, en el libro de Daniel.
Nabu le hacía la guerra a todo el mundo. Tenía muchos soldados
muy valientes. Si aparecía alguno que no era valiente, lo mandaba
a la horca. Así que todos eran valientes. Con ellos conquistaba a
otros países y era invencible. A los prisioneros los traía como
esclavos a su tierra y los hacía trabajar para él.
Cuando descubría gente lista y capaz entre sus prisioneros los
adiestraba y los ponía en altas posiciones de su propio gobierno.
Siempre quería estar rodeado de los mejores.
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Esto fue precisamente lo que hizo con tres jóvenes prisioneros que
vamos a llamar “El Trío”, porque sus nombres son tan difíciles
como el del rey. Lo importante es que estos tres eran muy amigos,
eran muy listos, eran aplicados al estudio y, sobre todo, eran muy
fieles a Dios. Oraban todos los días; leían el libro de Dios y
obedecían sus mandamientos. Nabu los puso en posiciones muy
importantes. El Trío estaba contento.
Los que no estaban para nada contentos eran algunos ciudadanos.
Estaban celosos. Ellos mismos hubieran querido estar en esas
posiciones. "Nos están quitando el trabajo", decían. "Hagamos algo
para desacreditarlos ante el rey".
Algún tiempo después se les presentó la oportunidad de cumplir
ese propósito. Fue cuando Nabu, loco como era, tuvo la idea de
construir una gran estatua. Creo que era tan alta como el obelisco
de Buenos Aires. Y como ese obelisco tampoco servía para nada.
Pero como había sido idea del rey, todos decían: "Wuau, qué
maravillosa estatua". Para la ceremonia de inauguración se
invitaron a los reyes y dignatarios de otros países y a los
gobernadores de todas las provincias. Sería una ceremonia
inolvidable. La orquesta oficial estaba a cargo de la música y la
orden era que al sonar la trompeta todos los invitados tenían que
arrodillarse ante la estatua.
Todo se hizo conforme al plan. Cuando sonó la trompeta fue como
que a los miles y miles de invitados les hubieran cortado los pies.
A una cayeron de rodillas, cara al suelo. Quienes no se arrodillaron
fueron los tres del Trío. Se quedaron parados, erguidos como tres
mástiles en medio de un mar de espaldas.
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Los celosos, que también estaban arrodillados, pero que en ningún
momento dejaron de espiar alrededor suyo, vieron que el Trío no
se arrodilló. Se dieron un codazo y susurrando dijeron: "Ahí los
tenemos. No se arrodillaron. Esto es suficiente para que les corten
la cabeza".
Ni bien terminaron las ceremonias, y todo el mundo iba de regreso
a su casa, corrieron al palacio para pedir una audiencia especial
con Nabu.
El día señalado, y cumplidas las formalidades de una audiencia con
el rey, dijeron: "Su majestad, lamentamos mucho tener que
informarle que unos altos funcionarios de tu gobierno te llevan la
contra. No te obedecen. Se trata de esos tres extranjeros que has
nombrado hace poco. Sencillamente no te hicieron caso cuando
diste la orden de que todo el mundo se arrodille ante tu maravillosa
estatua. Solamente queríamos que lo sepas."
Nabu se puso furioso. No soportaba que alguien desobedezca sus
órdenes. Aunque los tres eran personas tan excelentes, tan listas y
eficientes, y aunque ocupaban puestos tan importantes, tenían que
obedecer. Así que los llamó. Ni les preguntó por qué lo habían
hecho. Habían desobedecido, y eso era inaceptable.
Les dio una última oportunidad: "Inclínense ahora mismo ante la
estatua, y todo queda olvidado y perdonado. De lo contrario los
espera una horrenda muerte en el fuego."
Nabu estaba seguro que ante la perspectiva de morir quemados se
inclinarían. Pero no. No se inclinaron. Y no sólo no se inclinaron,
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sino que le contestaron de tal manera que la atmósfera se tornó
explosiva.
Esto fue lo que le dijeron: “Su majestad, no vale la pena que
discutamos sobre esto. Sencillamente no nos vamos a inclinar ante
tu estatua. No porque sea tuya; es que no nos inclinamos ante
ninguna estatua, ni ante ningún ser humano; solamente nos
inclinamos ante nuestro Dios.”
Esta respuesta colmó todas las medidas. Nabu se puso verde de
enojo. Ahora no solamente le habían desobedecido, sino que
además le estaban diciendo a él, el rey, de qué cosas hablar y de
qué cosas no. Y todo delante de la gente. Semejante insolencia
nunca se había visto. ¿De qué se las tiraban estos extranjeros?
Pero El Trío todavía no había terminado: “Nuestro Dios puede
salvarnos del fuego que has preparado, —dijeron— por eso no
tenemos miedo de desobedecerte en esto. Y en el caso de que no
nos salve, tampoco nos vamos a inclinar ante tu estatua, porque
solamente nos inclinamos ante nuestro Dios. Nos quemes o no.
Nabu pensaba como mucha gente, que todo tiene su precio. Y en
cierta medida tenía razón. Alguna gente se rinde por un poco más
de dinero; otros se rinden para evitar conflictos familiares. Otros
aflojan ante la perspectiva de sufrir. Pero no hubo precio que
pudiera comprar a estos tres. Por eso se los recuerda en la Biblia.
Nos han dejado un claro ejemplo de lo que es entregarse
incondicionalmente a Dios. Con milagros o sin milagros
decidieron seguir a Dios, sencillamente porque él es el único y
verdadero Dios.
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Mientras tanto, Nabu crujía los dientes; no los soportaba; sus ojos
estaban desorbitados; con voz ronca gritó: “Calienten el fuego siete
veces más”. Y enseguida los fogoneros agregaron una carga más
de carbón. Ya se podía oler el fuego; se sentía el calor sobre la
piel; se oía el crepitar de las llamas al devorarse el carbón. Las
chispas volaban por todas partes. Entonces Nabu gritó otra vez:
“Al fuego”.
Sin más trámite unos soldados muy musculosos ataron de manos y
pies a los tres. Los llevaron al fuego y los arrojaron a las llamas. El
calor era tan intenso que los musculosos no lo soportaron.
Murieron quemados en el instante de arrojar al Trío a las llamas.
Nabu pensó que habían recibido su merecido. "Gente tan rebelde y
testaruda no merece vivir en mi reino", se dijo a sí mismo.
"Además, esto le servirá de lección a todo el mundo. A mí nadie
me desobedece". Los envidiosos por su parte, ansiosos de ocupar
los puestos vacantes, se restregaban las manos. "Esto sí que nos
salió bien," pensaron, "en unos minutos El Trío será cenizas, y
nosotros ocuparemos sus puestos”.
Nabu estaba por volver al palacio. Se tomaría el resto del día para
ir a pescar. Con lo que había pasado era suficiente para un día.
Mientras se daba vuelta vio algo por el costado de sus ojos que le
llamó la atención. En el centro del fuego había un resplandor
extraño. Como si dentro del fuego hubiese otro fuego, pero mucho
más brillante, prácticamente blanco. Volvió a mirar. Sí, lo que
había visto era cierto. Además, ahora reconocía que el resplandor
tenía forma humana, y junto a ella estaban… Los tres
amigos...Vivos… Platicando… Paseando.
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Nabu se quedó espantado. Nunca había visto cosa semejante. Otra
vez gritó. Ahora porque no podía creer lo que sus ojos veían. El
Trío no había muerto en el fuego. Además, ya no era un trío de
tres, sino de cuatro. Y el cuarto parecía sobrenatural.
Es cierto que Nabu era medio loco, pero no por eso era tonto. En el
acto comprendió lo ocurrido. El Dios al que el trío era fiel, había
mandado su ángel para librarlos. Gritó una vez más. Esta vez para
decirles que saliesen del fuego.
Cuando estuvieron fuera, la gente corrió hacia ellos. Todos querían
tocarlos. Eran un milagro. Solamente se habían quemado las
cuerdas con que estaban atados. El resto, ni olor a humo tenía.
“No hay otro Dios“ —dijo Nabu— “que pueda librar como el Dios
de estos hombres”.
___________________________
SI TIENES PROBLEMAS…
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os
abrirá” (Mateo 7:7).
Algunas historias son tristes. Empiezan mal y terminan peor.
Bueno, a veces la vida es así. Otras historias empiezan mal, pero
terminan bien. Y esas son las que nos gustan. Siempre queremos
que todo termine bien. Y si de paso nos toca el corazón, tanto
mejor. Pues esta historia termina bien. Aunque empieza mal,
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termina bien. Es la historia de tres huerfanitos, y claro, al hablar de
huerfanitos ya empezamos mal. El solo pensar en niños que han
perdido a sus papas ya nos pone tristes. Pero como digo, este
historia termina bien, porque…Bueno, mejor se las cuento desde el
principio:
Estos tres hermanitos, dos niñas y un varón, primero perdieron a su
papá y poco después a su mamá. Es que ella al quedar sola se
enfermó de tanta preocupación y de tanto trabajo y aunque tomaba
todas las medicinas que el médico le recetaba, se dio cuenta que su
vida pronto terminaría. Así que un día llamó a los tres, les pidió
que se acercaran a la cama y les dio instrucciones para cuando ella
ya no estuviera. Al final de la conversación les dijo: —Van a vivir
con tía Elizabet, ella los va a cuidar con mucho amor. Y si alguna
vez se encuentran en problemas que no saben cómo resolver, oren
a Dios. El siempre escucha, y siempre contesta.
Después de esto los niños volvieron a sus juegos. Nada podían
hacer para impedir el curso de los acontecimientos. Y cuando,
poco después, la mamá falleció los tres hermanitos fueron a vivir
con la tía, tal como ella les había dicho.
La tía era muy buena con ellos. Los vestía, les daba rica comida,
trataba de que estuvieran alegres, los protegía. Y ellos percibieron
todo ese cariño. Ya eran suficientemente grandes para darse cuenta
que no todas las tías eran así de buenas. Una noche, antes de
dormirse, acordaron hacer algo para demostrarle su gratitud.
Cuando llegó la primavera y los días se hacían más largos,
decidieron poner manos a la obra. Las buenas intensiones por sí
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mismas no sirven de mucho. Incluso hay un refrán afirmando que
el camino al infierno está asfaltado de buenas intenciones. Pero
estos niños tenían más que buenas intenciones. Tenían el propósito
concreto de poner manos a la obra. Estaban decididos a hacer algo
por la tía, y a hacerlo pronto.
Viendo que los campos se habían vestido de verde, y que tanto las
flores silvestres como las del jardín mostraban todo su esplendor se
dijeron.
—Vayamos al bosque y juntemos un ramo de flores para tía
Elizabet. Dicho y hecho. Ni bien terminaron con sus tareas de la
escuela, pidieron permiso para dar un paseo y salieron rumbo al
bosque.
—Vuelvan antes que oscurezca,— les recomendó la tía.
En el bosque había tantas cosas para ver. Mariposas, ardillas,
pájaros, flores. Sí, muchísimas flores, y de todos los colores.
Corriendo de una a otra parte pronto tuvieron un hermoso ramo y
estaban listos para regresar. Fue entonces que se dieron una gran
sorpresa, mejor dicho, un tremendo susto. Se habían internado
demasiado en el bosque y habían perdido el camino. Espantados
comprendieron que estaban extraviados y que además se había
hecho tarde. Las sombras del bosque ya se hacían más y más
largas.
—Estamos perdidos— se dijeron —y los tres se largaron a llorar al
mismo tiempo.
Lo malo cuando uno está perdido, no es solamente que ya no tiene
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sentido de norte y sur, este y oeste, lo malo de estar perdido es no
saber qué hacer. Si uno avanza quizá se aleja más del camino;
retroceder tal vez sea para cansarse más; no hacer nada a uno le
parece poco razonable, porque siempre es mejor hacer algo cuando
se trata de buscar soluciones. Pero ¿qué hacer? Esa era la gran
cuestión.
Con sus mejillas pegajosas todavía de tanto llorar la hermanita
menor propuso esto:
—Hagamos lo que nos dijo mamá cuando estuviéramos en
problemas. Pidamos a Dios que nos ayude.
Excelente idea. Siempre tienes la opción de orar a Dios. Es algo
positivo. Es algo que puedes hacer de pie, acostado, sentado,
manejando, como quieras. Y nunca te va a meter en más problemas
de los que ya tienes. Lo más probable es que Dios te sorprenda y
responda tu oración.
A los niños les gustó la idea, así que se tomaron de las manos, se
pusieron de rodillas y uno tras otro hizo su oración: “Querido Dios,
estamos perdidos, ayúdanos a encontrar el camino para volver a
casa…”
Es sabido que los pequeños no pueden concentrarse mucho tiempo
en un mismo asunto. Se distraen fácilmente con cualquier otra
cosa. Quizá un pequeño esté llorando amargamente porque el
hermanito le quitó el juguete, pero si su mamá u otro adulto lo
puede distraer con otra cosa, rápidamente se le secan las lágrimas y
el asunto queda olvidado.
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Esto es precisamente lo que pasó con el hermanito menor.
Mientras estaba orando notó que algo se movía a su lado. Un
pajarito estaba allí escarbando entre las hojas caídas en busca de
algunos gusanos. Estaba tan cerca que el niño extendió la mano
para acariciarlo, pero en ese instante el animalito dio un salto, no
muy grande, pero sí lo suficiente para evitar que lo toquen. Luego
siguió con su tarea de escarbar entre las hojas.
El pequeño lo intentó otra vez, pero ahora ya contaba con la ayuda
de los otros dos. Sin pensarlo siquiera olvidaron que estaban
perdidos y que se estaba haciendo tarde. Lo único que importaba
ahora era tocar al pajarito. Cada vez que creían lograrlo, éste daba
un salto y se escapaba.
En una de esas, al saltar otra vez, abrió sus alas y sin decir “pío,
pío” se fue volando. Los niños se quedaron mirándolo hasta
perderlo de vista.
Cuando volvieron a mirar alrededor suyo se dieron una segunda
gran sorpresa. Pero esta vez no era para llorar, sino para reír.
Vieron que ya no estaban perdidos, sino que acababan de salir del
bosque, y más que eso, a la distancia, aunque no demasiado lejos,
podían ver la casa de la tía.
Dios había oído.
Dios había contestado.
Como siempre.
______________________________
77
Una vez, conté esta historia a un grupo de niños de entre ocho y
doce años. Cuando terminé todos aplaudieron y uno levantó la
mano para preguntar:
—¿Pasó en verdad? Después de contestarle afirmativamente
también dije: ”Además es verdad que Dios siempre te escucha
_________________________
EL CONTRABANDISTA DE BIBLIAS
Fuentes:
Vernon A. Louise The Bible Smuggler, Herald Press, 1967. 140
páginas.
http://www.williamtyndale.com/0biblehistory.htm
Elizabeth: The Golden Age. The movie
____________________
Jesús dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día y sígame”. (Lucas 9:23-24).
Demás está decir que en esos viajes los visitantes toman muchas
fotografías. Es algo muy importante porque les permite mostrar a
quienes no pudieron viajar lo que está ocurriendo en esos lugares
tan lejanos. Viendo las fotos y escuchando los testimonios, muchas
otras personas comienzan a involucrarse. Con más personas, se
consiguen más medios y se cumple mejor la tarea. Todo proyecto,
meta, o visión requiere que las personas se involucren
directamente. Nadie pone el corazón donde antes no puso sus
manos. Y la historia de hoy tiene que ver con uno de los visitantes
que primero puso sus manos y luego su corazón.
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Una vez en el hospital pudo apreciar de cerca el tipo de
construcción, completamente diferente a lo que él estaba
acostumbrado a ver en los hospitales de su patria. También pudo
hablar extensamente con el médico. Y es importante recalcar que
era solamente un médico. No había especialista para los diferentes
casos. Un médico para todo y para todos.
Lamentablemente, debido a la barrera del idioma, no pudo hablar
con ninguno de los pacientes, pero sí pudo observarlos
detenidamente.
Hubo algo que le llamó mucho la atención: Un paciente llegaba
cada mañana desde el interior de la selva para hablar con el
médico. Después de conversar unos veinte o treinta minutos con él
recibía, de su mano, su medicina. Era una simple aspirina y tenía
que tomarla allí mismo, en presencia del médico. Luego regresaba
a su choza en el corazón de la selva. Cada día se repetía el mismo
procedimiento.
El visitante hizo cuentas y concluyó que el paciente debía caminar
dos horas para llegar al hospital, y después de ver al médico y
tomar la aspirina, otras dos horas para regresar a su casa. Esto lo
llenó de asombro.
-Más de cuatro horas para tomar una aspirina -pensó-. Me parece
mucho. ¿Por qué no darle la cajita entera de aspirinas y que la tome
en su casa. Así se ahorra las cuatro horas diarias de caminata? Voy
a hablar con el médico -se dijo a sí mismo- y preguntarle el por qué
de esto.
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A la noche, cuando finalmente todo el mundo estaba descansando
y cuando el aire fresco de la noche era un bienvenido alivio, el
visitante buscó al médico para explicarle su asombro y averiguar
por qué se hacían las cosas de esa manera.
El médico escuchó atentamente y luego explicó:
-La función del hospital no es solamente curar las heridas y
enfermedades corporales de esta gente. También abarca su vida
espiritual. No basta con un médico que les dé remedios, vendas,
antibióticos; también necesitan el MEDICO DE MEDICOS.
Necesitan conocer a Dios; necesitan asimilar sus mandamientos,
sus promesas, necesitan conocerlo. Lo que usted ha visto es parte
de un proceso de enseñanza y aprendizaje.
El visitante escuchó atentamente, pero se quedó perplejo pensando
¿qué podía aprender el hombre caminando cuatro horas diarias por
la selva para tomar una aspirina?
Esto fue lo que el médico le explicó:
-Este paciente está aprendiendo tres cosas simples, pero
esenciales. Y las aprende no por leerlas en un libro ni por oírlas en
una clase, sino por el hecho de hacerlas. Hay muchas cosas que
todos nosotros aprendemos mejor haciéndolas que estudiándolas.
El visitante no se pudo contener y preguntó, casi con impaciencia,
no porque dudase de las palabras del médico, sino porque
realmente quería comprender esto. Era algo nuevo para él. Así que
insistió:
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-¿Y cuáles son esas tres enseñanzas?
El médico dijo:
-Primero aprende que así como es necesario presentarse todos los
días ante el médico del hospital, para recibir su medicina, también
es necesario presentarse todos los días ante EL MÉDICO, ante
Dios. Acordarse de Dios únicamente cuando ya no damos más,
está mal. Para vivir bien tenemos que tener diariamente una
entrevista con EL. Esa es su oportunidad de contarle cómo le fue el
día anterior, mencionarle sus problemas y necesidades, y luego
recibir la medicina adecuada.
También aprende algo muy importante sobre las medicinas -en este
caso la aspirina que le doy-. De nada le sirven si se hace un collar
con ellas y se las ate al cuello. Tiene que ingerirlas. La medicina
tiene que meterse dentro de él. De igual manera la Palabra de Dios
de nada sirve si solamente la usamos de adorno –por ejemplo,
teniendo una Biblia vistosa en la casa-. Es necesario asimilarla
dentro de nosotros. Solamente entonces afectará la totalidad de
nuestro ser.
Por último, teniendo que caminar bastante para tomar su aspirina,
le enseña que la salud física igual que la salud espiritual requieren
tiempo. Imagínese, tiene que levantarse temprano, organizarse el
día, y recorrer el camino. Si no lo hace, pronto volverá a estar
enfermo. Lo mismo ocurre en el aspecto espiritual. Sin tiempo y
sin el necesario esfuerzo, tampoco hay bendición.
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Ahora, yo podría –continuó el médico después de un intenso
silencio- escribirle estas enseñanzas en la pizarra, pero hay una
gran realidad: Tanto aquí en la selva, como en nuestro mundo
supuestamente civilizado y avanzado, hay muchas cosas que
únicamente asimilamos haciéndolas.
_____________________________
Don Tortugo había gastado toda su sal y ahora sus comidas eran
totalmente insípidas. Así que fue a lo de su hermano para pedirle
un poco de sal prestada.
—No hay problema,— dijo su hermano —yo tengo mucha. ¿Cómo
la vas a llevar?
—Hagamos un paquete. Usemos una toalla para envolverlo. Luego
lo atamos con cuerdas y yo me engancho las puntas en el borde de
mi caparazón para arrastrarlo hasta mi casa.
—Muy buena idea, —dijo su hermano— y entre los dos hicieron
el paquete de sal. Luego don Tortugo emprendió el largo y lento
camino a su casa. Por detrás suyo iba arrastrando, bump bump
bump, su paquete de sal.
De pronto sintió un tirón que lo detuvo. Se dio la vuelta para ver
qué pasaba, y cuánta no fue su sorpresa al ver a Lagartija que
sencillamente había saltado encima de su paquete. Allí estaba
cómodamente sentado mirando con sonrisa burlona a Tortugo.
109
—Bájate de mi sal, —le ordenó Tortugo— ¿Cómo piensas que voy
a arrastrar mi paquete si te sientas encima?
—Es que ya no es tuyo, —respondió desafiante Lagartija—. Yo
estaba caminando por aquí y encontré junto al camino un paquete,
así que tomé posesión de él. Me lo apropié. Ahora me pertenece a
mí.
—Qué tonterías estás hablando, —dijo Tortugo—. Sabes muy bien
que el paquete es mío, además puedes ver que lo llevo atado a mi
caparazón. Pero Lagartija insistía en que había encontrado el
paquete a la orilla del camino, que ahora era suyo y que por nada
del mundo se bajaría de él.
—Y si no te gusta, —le dijo siempre con ese tonito burlón—
vayamos a la corte para que los jueces decidan quién tiene razón.
Pobre don Tortugo no tuvo más remedio que aceptar con tal de
salvar su sal. Les explicó a los jueces que por tener brazos y
piernas cortitas siempre estaba obligado a arrastrar sus cosas detrás
suyo. Luego Lagartija presentó su lado del caso, diciendo que
había encontrado el paquete junto al camino.
—Es sabido, —dijo— que todo lo que uno encuentra en el camino
le pertenece al que lo encuentra. ¿O estoy egquivocado?
Los jueces se tomaron su tiempo para discutir en profundidad el
caso. Pero algunos simpatizaban con Lagartija porque en secreto
pensaban que decidiendo en su favor tal vez recibirían parte de la
sal. Finalmente dieron sentencia. Ordenaron que el paquete sea
cortado en dos y que cada uno de los litigantes se lleve una mitad.
110
Tortugo se sintió muy desanimado. Sabía que la sal era suya. Pero
suspirando se resignó a que cortaran el paquete en dos. ¿Qué más
podía hacer? Lagartija por su parte, haciendo uso de su agilidad, se
apropió rápidamente de la mitad más grande. Tortugo no sólo se
quedó con la mitad más chica, sino que gran parte de la sal se le
escurrió por el corte en el paquete. El largo camino a su casa quedó
sembrado de sal. Trató de juntar cuanto pudo. Pero sus manos eran
demasiado chicas y el envoltorio demasiado corto para armar el
paquete de nuevo.
La esposa de Tortugo se sintió muy desilusionada al ver tan
poquita sal, y cuando oyó toda la historia se indignó
profundamente por la injusticia de la corte. Tortugo tuvo que
descansar varios días para reponerse del largo y agotador viaje.
Pero el hecho de estar agotado y de ser muy lento al caminar no
significaba que era tonto. Mientras descansaba para reponerse ideó
un plan para saldar cuentas con Lagartija. Esto es lo que hizo: Ya
repuestas sus fuerzas le dijo "chau" a su esposa, (porque ellos
vivían en el sur, cerca de Argentina donde se acostumbra a decir
"chau" en vez de "hasta la vista"), y se fue rumbo a lo de Lagartija.
Lagartija estaba almorzando un plato de hormigas voladoras.
Tortugo se le acercó, silenciosamente y sin ser visto, por detrás.
Repentinamente, y siempre desde atrás, puso sus manos sobre el
lomo de Lagartija, justo en medio de la espalda. Con fuerza apretó
el delgado cuero del reptil entre sus dedos. Lo levantó y lo sostuvo
unos cuantos centímetros encima del suelo.
—Oh, veamos que he encontrado hoy —dijo en alta voz Tortugo.
111
—¿Qué estás haciendo? Me vas a lastimar el cuero —gritó
perplejo Lagartija.
—Nada —explicó Tortugo—. Sencillamente caminaba por aquí y
encontré algo, así que lo recogí y ahora es mío. Ya sabes, todo lo
que uno encuentra en el camino le pertenece al que lo encuentra.
¿Te acuerdas que tú mismo lo dijiste?
Lagartija seguía retorciéndose en el aire y exigiendo que Tortugo
lo soltase. Pero este no le hizo caso.
—Solamente te soltaré si los jueces así lo ordenan —explicó
Tortugo—.
Así que ahora era Lagartija quien no tuvo otra opción que ir a la
corte si quería salvar su pellejo. Otra vez los ancianos escucharon
atentamente ambos lados de la historia. Luego se dijeron unos a
otros:
—Si vamos a ser totalmente justos tenemos que juzgar de la misma
manera que con el caso de la sal.
—Si, —dijeron todos, asintiendo con sus blancas cabezas—. Y no
nos olvidemos que en ese caso dimos la orden de cortar el paquete
por la mitad. Ahora tenemos que sentenciar lo mismo.
—Eso me parece justo, —dijo Tortugo—, y antes que Lagartija
pudiera escapar le arrebató el cuchillo a uno de los jueces y cortó
al reptil por la mitad.
Así terminó no sólo se la historia del codicioso Lagartija, sino
112
también este cuento que es una clara ilustración de que todo lo que
uno siembra, eso también siega.
_____________________________
BATIR MANTECA
“También les refirió Jesús una parábola sobre la
necesidad de orar siempre y no desmayar, diciendo:
«Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni
respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una
viuda, la cual venía a él diciendo: "Hazme justicia de mi
adversario". Él no quiso por algún tiempo; pero después de
esto dijo dentro de sí: "Aunque ni temo a Dios ni tengo
respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es
molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo
me agote la paciencia"». Y dijo el Señor: «Oíd lo que dijo
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el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus
escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero
cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la
tierra?” (Lucas 18:1-8).
Nota:
“manteca” y “mantequilla” es lo mismo. En México y Centro
América se usa “mantequilla”; en el sur de América Latina —
Argentina, Uruguay, Chile— se dice “manteca”. El proceso para
producirla es en todas partes el mismo, y su sabor….
mmmmmmmmmmmm.
119
ALAS…para volar
“El reino de los cielos es como un hombre que, yéndose
lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno
dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno
conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. El que
recibió cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros
cinco talentos. Asimismo el que recibió dos, ganó también
otros dos. Pero el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra
y escondió el dinero de su señor. »Después de mucho
tiempo regresó el señor de aquellos siervos y arregló
cuentas con ellos.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y trajo otros
cinco talentos, diciendo: "Señor, cinco talentos me
entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos
sobre ellos". Su señor le dijo: "Bien, buen siervo y fiel;
sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en
el gozo de tu señor". Se acercó también el que había
recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me
entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre
ellos".
Su señor le dijo: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has
sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu
señor".
Pero acercándose también el que había recibido un
talento, dijo: "Señor, te conocía que eres hombre duro, que
siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;
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por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la
tierra; aquí tienes lo que es tuyo".
Respondiendo su señor, le dijo: "Siervo malo y negligente,
sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no
esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los
banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío
con los intereses.
Quitadle, pues, el talento y dadlo al que tiene diez talentos,
porque al que tiene, le será dado y tendrá más; y al que no
tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil
echadlo en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el
crujir de dientes". (Mateo 25:14-28)
La historia que les voy a contar hoy es una leyenda. Eso significa
que no está en la Biblia. No está en la Biblia, pero la Biblia está en
ella. También significa que es una historia muy antigua, que la
gente contaba en las noches cuando estaban sentados alrededor del
fuego tomando mate, o café, o chocolate, o un caldo caliente.
Además significa que contiene parte de verdad y parte de fantasía.
Otra cosa, por ser muy antigua, nadie sabe exactamente quién la
contó por primera vez. Lo que por otra parte a nadie le interesaba.
Lo importante es que a la gente le gustaba tanto que con el tiempo
algunas personas la escribieron. Cada uno a su modo. También
hubo quienes le dieron forma de poesía. Schiller, el gran poeta
alemán fue uno de ellos. Leyendo su poesía fue como yo conocí
esta historia. Pero eso fue hace muchísimos años de modo que ya
no me acuerdo de todos los detalles. Lo que les voy a contar es lo
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que sí me acuerdo.
Dice la leyenda que cuando Dios terminó con la creación del
mundo los pájaros —según esta historia- no tenían alas. Eran
animalitos un tanto redondos, pesaditos, con dos patas, un pico y
plumas. Pero sin alas. Se las pasaban todo el día escarbando entre
la arena y las hojas caídas de los árboles buscando gusanos, raíces
y semillas para comer.
Así que el aire se veía totalmente despoblado. Sin águilas surcando
majestuosamente los aires; sin colibríes suspendidos en el aire
sorbiendo el néctar de las flores. Sin el ganso canadiense, conocido
también como ganso bocinador, volando en grandes formaciones y
gritando honc honc mientras busca lugares más calientes donde
pasar el invierno. Tampoco había venteveo que desde el limonero
de algún patio lance sus mensajes de amor a la pretendida.
Nunca se escuchaba el brrrrr de la perdiz que asustada sale volando
del costado del camino. Ni se veían las oscuras golondrinas que
vuelven al balcón para colgar sus nidos.
El aire estaba descolorido, triste y silencioso. Sin el verde quetzal,
sin el rosado flamingo, sin el rojo faisán. No se veía ninguno de
todos esos vistosos colores que Dios, Pintor de pintores había
usado en su creación. Y todo porque los pájaros, al no tener alas, se
las pasaban todo el tiempo saltando en sus dos patas de un lado al
otro, escarbando en la tierra y comiendo gusanos.
Una tarde en que Dios salió a pasear por la tierra como
acostumbraba hacer en aquellos primeros años de la creación, vio
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que en el aire faltaba algo, y enseguida decidió mejorar unos
detalles. Los artistas tienen esa costumbre de trabajar siempre
sobre algún detalle. Una sombra aquí, un tono algo más intenso
allá, un silencio, una palabra, un color.... Nada más que detalles.
De regreso en el cielo puso a los ángeles a confeccionar alas. Alas
de todo tamaño y color. Largas, cortas, anchas angostas. Tamaño
especial y superespecial. Brillosas, opacas, de un solo color, de
muchos colores. El sabía que a la hora de vestirse, los gustos de las
criaturas son infinitos. Cuando tuvo unas cuantas maletas llenas de
alas volvió a la tierra y llamó a una reunión general de pájaros.
—Quiero que sean más felices —dijo—, que no tengan que
escarbar todo el día en la tierra, ni cansarse las piernas saltando de
acá para allá. Por eso les he traído alas. Pónganse en fila mídanse
las que mejor les queden. Comiencen una vida nueva.
A los pájaros les llevó todo el día. Imagínense hasta que cada uno
encontró la medida correcta de entre tantas, el color preferido y
que además haga juego con el resto del plumaje, y el corte. Luego
mirarse en el espejo. Probar otras, alisar las arrugas, cortar las
etiquetas plásticas de la fábrica. Eso de encontrar ropa adecuada en
las tiendas no siempre es tan fácil. A veces uno piensa que ya
encontró lo justo, pero luego en casa uno le ve detalles y tiene que
volver y cambiar las prendas y hacer todo el proceso otra vez.
De todos modos, a la tarde estuvieron listos y cada uno se volvió a
su lugar. Dios, por su parte, regresó a cielo donde le esperaba una
cantidad de otros asuntos del universo que había creado.
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Ya les dije que una costumbre de los grandes artistas es trabajar
sobre los detalles. Otra costumbre que tienen es que después de un
tiempo vuelven a examinar su obra. Quieren estar seguros de haber
hecho un trabajo realmente excelente. Siempre quieren que las
cosas sean lo mejor posible. No se conforman con un "pasa", o
"mejor que nada". La meta es la excelencia. Así que llamó a los
ángeles, y les preguntó cómo iba su creación.
Ellos informaron que el sol y la luna hacían buen trabajo y que las
estaciones de verano, otoño, invierno y primavera, funcionaban
como reloj. El cielo producía suficientes lluvias para regar los
bosques. Los mares se habían llenado de peces grandes y chicos. Y
los demás animales se reproducían satisfactoriamente. Todo
parecía estar bien, excepto los pájaros.
—¿Qué pasa con los pájaros? ¿Qué problema tienen? —preguntó
asombrado el Creador.
—No están muy contentos, —explicó el ángel encargado de los
pájaros— en vez de cantar que es lo que normalmente se espera de
ellos, viven quejándose todo el tiempo.
—¿Cuál es el motivo?¿De qué se quejan? La última vez que estuve
con ellos les llevé alas para que sean más felices. Así que no
entiendo. ¿Cuál es el problema?
—Precisamente, —informó el ángel—, se quejan de las alas,
porque dicen que les agrega peso y les dificulta el escarbar en la
arena y las hojas secas en busca de comida.
Este era un resultado totalmente inesperado, porque los
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pensamientos de Dios para sus criaturas son para bien y no para
mal. Pero acá había algo que estaba fuera de lugar. El Creador
decidió volver a visitarlos y corregir esta situación.
Se fijó en su agenda para ver qué día tenía disponible, porque una
tercera costumbre de los grandes artistas es terminar lo que
comienzan. Si no lo pueden terminar la primera vez, vuelven
después para hacerlo. Cuánto más Dios. Siempre lleva a buen fin
lo que empieza. Así que ideó un plan para ayudar a los pobres
pájaros. Siempre tiene planes para ayudarnos. Toda la Biblia es el
plan de Dios para que nosotros los humanos seamos más felices.
Para que no vivamos de los gusanos de la tierra, sino que tengamos
vida y vida en abundancia.
El día señalado volvió a visitar la tierra. Esta vez se trajo algunos
de sus ángeles como ayudantes. Nuevamente convocó a una
reunión general de pájaros.
Cuando todos estuvieron presentes, lo cual llevó unas cuantas
horas, porque varios de ellos tenían que venir saltando desde lejos,
y cuando todos se preguntaban cuál sería el motivo de la reunión, y
algunos ya se quejaban porque les quitaba tiempo para escarbar en
la arena, Dios dijo:
—Necesito cinco voluntarios.
Ningún problema, enseguida hubo cinco alas levantadas. Yo
Señor; y yo Señor... Pero cuando supieron que era para correr
ciderta distancia les costó trabajo disimular su desagrado. De todos
modos ya se habían presentado, y ahora no se podían echar atrás.
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Como dice el refrán "ya estamos en el baile, tenemos que bailar".
Por supuesto que Dios se dio cuenta. No hay pensamiento que
podamos ocultar de él. Pero lo pasó por alto. Muchísimas veces
pasa por alto nuestros pecados, debilidades y fracasos. ¿Sabían que
la palabra pascua que es el nombre de una de las dos grandes
fiestas cristianas, significa precisamente pasar por alto? Para Dios
lo más importante es proseguir con su plan y que sus criaturas
estén dispuestas a seguirlo. Y estos cinco voluntarios, mal que mal,
estaban dispuestos. Así que Dios dijo:
—A la voz de preparados, listos… ya, ustedes salen corriendo
desde esta línea que estoy trazando en el suelo.
Los voluntarios se alinearon detrás de la línea trazada. Luego Dios
siguió con sus instrucciones:
—Van a correr hasta aquel árbol —dijo señalando un árbol que
estaba como a cincuenta metros-.
—Con que no nos pida más corridas que esta —murmuraron por lo
bajo los voluntarios-.
—Cuando lleguen al árbol —prosiguió Dios—, presten mucha
atención, en ése momento voy a darles otra orden. Deben
obedecerla sin dejar de correr. ¿Está claro?
Los voluntarios asintieron con sus cabezas.
Entonces Dios dijo: preparados, listos ... yaaaa.
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Y los voluntarios comenzaron a correr hasta el árbol indicado.
Los ángeles, ubicados a lo largo de la improvisada pista gritaban
más rápido, más rápido. Pronto los voluntarios sintieron dolor en
sus piernas. No estaban acostumbrados a semejantes ejercicios. Ya
estaban bien traspirados y agitados cuando llegaron al árbol.
Entonces vino la segunda orden:
—Extiendan sus alas, bien extendidas. Más. Muy bien.
Ya no tenían aliento para quejarse. Simplemente obedecieron y
extendieron sus alas. Fue la primera vez. Enseguida tuvieron la
extraña sensación de sentirse más livianos. Nunca se habían
sentido así. No sólo que se sentían más livianos, sino que sus patas
no podían pisar bien el suelo. Apenas lo tocaban con la punta de
los dedos, digo, de las patas.
—Qué cosa tan extraña.... —querían pensar—. Pero no pudieron
terminar su pensamiento porque algo más extraño ocurrió.
Mirando alrededor de pronto todo se veía más chico y cada vez
más chico. Ya sus patas no tocaban nada. El suelo había quedado
lejos, abajo, y todo se veía tan chico. El río, los árboles. Además se
sentían tan livianos. No les costaba nada ir a la velocidad de una
flecha de un lugar a otro.
Estaban volando.
El resto de los pájaros que se habían quedado de expectadores,
siguieron su ejemplo. Corrieron de la misma manera, extendieron
sus alas, y de pronto todos estaba dando vueltas por el aire,
volando.
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A la noche de aquel día, cuando todos estuvieron de regreso en sus
respectivas casas, digo nidos, y cuando todos estaban bien
cansados de tanto volar, una parejita de palomas conversaba sobre
los acontecimientos del día:
—Nos quejábamos de las alas, ¿te acuerdas? –dijo Palomo.
—Claro, nos parecían un verdadero estorbo para encontrar
gusanos, —reconoció Paloma—, y por eso nunca las usamos.
—Por mi parte aprendí esto –agregó Palomo—, todo lo que Dios
nos da es para que lo usemos. Y cuando lo usamos volaa…
Palomo no pudo terminar la frase. Ambos se quedaron dormidos,
acurrucados uno junto al otro. Soñaban con… volar.
________________________
RENOVACION
“¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová,
el cual creó los confines de la tierra?
No desfallece ni se fatiga con cansancio,
y su entendimiento no hay quien lo alcance.
Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no
tiene ningunas.
Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes
flaquean y caen;
mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas,
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levantarán alas como las águilas, correrán y no se
cansarán,
caminarán y no se fatigarán”. (Isaías 40:28—31)
Por varios años viví en las montañas. Todos los días podía ver las
águilas. Trazaban enormes círculos en el aire y cada vez que
volaban contra el viento tomaban más altura. Me llamó la atención,
porque cuando una mariposa da contra el viento, sus frágiles alas
se hacen pedazos y pronto deja de existir. El águila, en cambio, se
hace amigo del viento, y lo usa para volar más y más alto.
Quise saber más sobre las águilas y esto es lo que descubrí:
Cuando un águila joven ha crecido lo suficiente sale a conquistar el
corazón de alguna muchacha águila del vecindario. No pasa mucho
tiempo y se enamora de una de ellas. Cada vez que la visita le
habla suavemente al oído. Le dice cosas como: “Me gustas”; “I
love you”; “Ich liebe Dich” (se lo aprendió en varios idiomas para
impresionarla). Pero la muchacha águila ni se muestra muy
halagada ni tampoco le contesta enseguida.
EL QUIRQUINCHO MUSIQUERO
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23).
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”
(Filipenses 1:21).
Hace mucho tiempo, vivía en la China un rey. Era muy rico y muy
poderoso. Y como ocurre con muchos ricos y poderosos también
era muy persistente. Cuando se le ponía algo en la cabeza no
descansaba hasta obtenerlo.
Hay una diferencia entre ser caprichoso y ser persistente. Los
caprichosos son los que arman un escándalo por cualquier cosita
que no les gusta. Por ejemplo, cuando un caprichoso pide un vaso
146
de agua porque tiene sed y se le da una botellita en vez de un vaso,
le da coraje, grita, da patadas en el piso, llora, se tira al suelo,
porque había pedido un vaso con agua y no una botellita.
En cambio, persistente es aquella persona que tiene una meta en su
vida, y luego va detrás de esa meta, y no descansa hasta lograrla.
Por ejemplo, alguien que no ha tenido oportunidad de ir a la
escuela y no sabe leer ni escribir, pero en su mente se pone la meta
de hacerlo. Luego aprende por su propia cuenta, aprende con la
ayuda de familiares y amigos dispuestos a ayudarle, averigua en
qué iglesia o escuela se dan clases. Con gran sacrificio va a esas
clases, y poco a poco empieza a leer. Después de unos años lee y
escribe tan bien o mejor que la persona que sí fue a la escuela. Eso
es ser persistente.
Pues así era este rey. Cada vez que tenía una buena idea insistía
mañana tarde y noche hasta ver que esa idea se transformaba en
hechos.
Además de ser persistente, era el loco de los dragones. Le gustaban
los dragones. Su palacio estaba lleno de ellos. Dragones de papel,
de trapo, de madera. Dragones dibujados sobre las paredes.
Dragones hechos con las baldosas del piso. Dragones hechos con
los vidrios de las ventanas. Cuando era niño su muñeco de trapo
para dormir era un dragón. Y ahora que ya era grande y era rey, en
vez de tener por mascota un perro con pedigree, tenía un dragón
chiquito llamado "dragui".
A pesar de ser tan loco por los dragones, había un detalle que no le
gustaba, y era que todos tenían cara de malos. Ojos rojos, como
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con sangre. Narices y orejas humeantes. Dientes como puñales. Y
no les digo nada de su aliento. Olía a fuego y carne podrida. ¡Un
asco! Eso al rey no le gustaba. Primero porque le daba miedo.
Segundo porque pensaba en todos los niños de su reino. Estaba
seguro que a ellos también les daba miedo. “ Muchos, —pensaba
él— deben soñar lo mismo que yo, que esos dragones le soplan su
aliento olor a fuego y carne podrida en la cara”.
Pero una noche todo eso cambió porque soñó con un dragón
bueno. Tenía la cara sonriente. Ojos bonachones como los de un
osito de peluche. En vez de ásperas escamas sobre su piel tenía
lana como de una oveja recién nacida, y sus patas eran suaves
como las de un gatito. No con esas horrendas garras de monstruo
que tenían los otros. Claro, le gustó tanto que enseguida quiso
tenerlo. Y quería que en todo su reino los dragones malos fueran
reemplazados por dragones buenos como el que había soñado.
Todos podrían dormir felices, nadie soñaría que le soplaban en la
cara aliento olor a fuego y carne podrida.
Mandó a sus soldados a recorrer todo el país en busca del dragón
bueno, pero, para sorpresa de grandes y chicos, en todo su reino no
había ningún dragón así. Con tristeza el rey comprendió que
solamente existía en sus sueños. Pero, como ya les dije, era muy
persistente, así que se dijo a sí mismo: “No puede ser. No me doy
por vencido. Algo tengo que hacer”. Y entonces le vino una gran
idea, “Si ese dragón no existe, —dijo— alguien lo puede dibujar.
Tenerlo dibujado es como tenerlo de verdad.
Llamó a los mejores dibujantes. Les explicó el dragón que había
soñado, ya saben, cara sonriente, ojos bonachones, pelo de lana.
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Pero enseguida surgió un problema (les digo aparte, que cada ves
que van a hacer algo bueno, dar un paso adelante, ayudar a la
felicidad de otros, aparecen los problemas). Lo que pasó es que
ninguno de los dragones dibujados eran como el que había soñado
el rey. Los dibujantes estaban demasiado acostumbrados a
dibujarlos con ojos sangrientos, narices humeantes y aliento a
fuego y carne podrida.
Primero el rey se puso furioso. Pero enseguida se dio cuenta que
eso no le servía de nada. Ya lo dice la Biblia, enojarse nunca
ayuda. Así que cambió de táctica. Le ofreció una recompensa al
dibujante que le diera en la tecla dibujando al dragón bueno. La
persona capaz de dibujarle el dragón bueno recibiría tres
cargamentos de oro y la hermana del rey, que era muy hermosa,
como esposa.
Los artistas formaron largas colas para cumplir el deseo del rey
(aunque, en secreto les digo, que a muchos de ellos no les
importaba el rey, ni siquiera les importaba su hermosa hermana; lo
único que les importaba era el oro. Es lo que pasa con mucha
gente, solamente les importa el oro). Por eso, como era de esperar,
por mucho esmero que pusieran, sus dibujos no conformaron al
rey.
Al final, cuando ya nadie hacía cola, se presentó un joven humilde.
Aunque por su joven edad y su escasa vestimenta no parecía ser un
artista, dijo con total seguridad que podía dibujar al dragón bueno.
Pidió que el rey le cuente el sueño. Anotó todos los detalles. Ya
saben, la sonrisa, los ojos bonachones, la lana de ovejita. Se pasó
horas escuchando al rey y escribiendo cosas en su libreta. Se
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esmeró por captar la idea del rey. Después pidió un año de tiempo,
se despidió, y nadie más lo volvió a ver.
Cuando faltaba solamente una semana para cumplirse el año, el
rey, persistente como era, mandó soldados por todo el país a buscar
al dibujante. Por nada abandonaría su proyecto de tener un dragón
bueno. Pero en vano. El hombre había desaparecido. Nadie lo
había visto. Como que la tierra se lo había tragado.
Faltando apenas cinco minutos para cumplirse el año, el dibujante
se presentó por sí mismo ante el rey. Le dijo que estaba listo para
dibujar el dragón bueno. Extendió una enorme lámina blanca en el
piso. Sacó sus pinceles, y con trazos firmes, uno tras otro empezó a
dibujar. A cada trazo se le iluminaba más la cara al rey. No podía
creer lo que sus ojos veían. Un minuto después —pues eso fue lo
que le llevó al joven terminar su dibujo— el rey abrazó al
dibujante. El dragón era exactamente como el rey lo había soñado.
Se le entregó el oro. Se trajo a la hermosa hermana del rey. Los dos
se enamoraron a primera vista y enseguida comenzaron los
preparativos de la boda.
En medio de todo el trajín que es preparar una boda, más
tratándose de la hermana del rey, éste le preguntó al dibujante,
“¿Por qué no te presentaste antes, puesto que en un minuto podías
completar el dibujo?”. “Su majestad, —dijo el joven— me llevó
todo un año prepararme y practicar para poder dibujarlo aquí en un
minuto”.
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La historia de las cinco vírgenes prudentes, ilustrada por esta
historia, nos enseña que los grandes logros, las gloriosas victorias,
el éxito tan anhelado, generalmente no son producto de la buena
suerte, sino el fruto de mucha preparación, práctica, ejercicios,
ensayo y entrenamiento.
Y también el rey nos deja una importante enseñanza: La constancia
es más eficiente que el enojo. Bien dice un antiguo refrán: "La gota
continua, hace agujero en la piedra".
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DE GUATEMALA A GUATEPEOR
“Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda alrededor buscando a quien
devorar”. (1 Pedro 5:8)
LA LANGOSTA
“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y
en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de
Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas
del diablo, porque no tenemos lucha contra sangre y carne,
sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este mundo contra huestes
espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto,
tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir
en el día malo y, habiendo acabado todo estar firmes.
Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad,
vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el
celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad
el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos
de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la
espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.” (Efesios
6:10-17)
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FIN