Pierre Clastre Los Estudios Sobre La Guerra en Sociedades Sin Estado PDF

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Revista de Antropologa N 22, 2do Semestre, 2010: 99-123

Pierre Clastres y los Estudios Sobre la Guerra en Sociedades sin Estado


Pierre Clastres and the Studies on War in Non-State Societies
Augusto Gayubasi

Resumen
El presente trabajo repasa brevemente los estudios sobre la guerra en sociedades no estatales realizados a lo largo del siglo XX y en la primera dcada del siglo actual por diferentes investigadores, y evala particularmente la incidencia de la obra de Pierre Clastres en dicho estudio, apuntando a la necesidad de conciliar su pensamiento con los importantes trabajos realizados en la ltima dcada y media en los mbitos de la antropologa, la sociologa, la historia y la arqueologa. Palabras clave: Clastres, guerra, violencia, sociedades sin Estado.

Abstract
The present article briefly reviews the studies on warfare in non-State societies throughout the twentieth century and first decade of the present century. It particularly evaluates the incidence of Pierre Clastres work on such studies, aiming at the necessity to conciliate his thought with relevant investigations recently carried out in anthropology, sociology, history and archaeology. Key words: Clastres, warfare, violence, non-State societies.

Departamento de Historia, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires. Correo-e: [email protected] Recibido: Diciembre 2008. Aceptado: Octubre 2010.

Augusto Gayubas

Pierre Clastres: hacia una etnologa crtica


En el ao 1977, el antroplogo francs Pierre Clastres afirm, La guerra es una estructura de la sociedad primitiva (Clastres 2004 [1977]: 55). Distinto a lo que podra pensarse, una afirmacin semejante era, en dicha poca (y sobre todo en una Francia dominada institucionalmente por el estructuralismo levistraussiano y por el etnomarxismo), una toma de posicin intelectual arriesgada. Hasta las dcadas del sesenta-setenta, todava haba una historia relativamente pobre de estudios sobre la guerra en las sociedades sin Estado registradas etnogrfica y arqueolgicamente, y los estudios existentes restaban en su mayora toda importancia explicativa a la prctica guerrera, reducindola a una prcticamente puramente ritual (y aduciendo que lo ritual tampoco tendra mayor valor explicativo) o subordinndola a las prcticas de intercambio (la guerra como el resultado de intercambios fallidos, de acuerdo con Lvi-Strauss) o a la estructura econmica (la guerra como producto de una lucha por recursos escasos o como un mecanismo de equilibrio ecolgico). Por lo tanto, la disruptiva afirmacin de Clastres, sostenida en base a un minucioso anlisis centrado en sus propias investigaciones de campo (entre los ach, los chulup y los guaranes del Gran Chaco y los yanomami de Amazonia) y en el estudio de las fuentes etnohistricas y etnogrficas disponibles, supuso una verdadera ruptura en el seno de la antropologa sobre la guerra, que formaba parte de una revolucin copernicana inaugurada aos antes con sus trabajos sobre el poder en las sociedades primitivas1, que hacan hincapi en la necesidad de construir una nueva antropologa poltica (una etnologa crtica) desvestida de toda la carga etnocntrica y evolucionista que an caracterizaba a la mayor parte de los estudios antropolgicos de la poca y que haba sido tradicionalmente una herramienta de justificacin de la dominacin occidental a escala mundial (Clastres 2008 [1974]: 7-24). Para entender la disrupcin integral que implic la obra de Clastres en el seno de la antropologa, y todas las estrategias que se emplearon para acallar sus consecuencias polticas (consecuencias que guardan coherencia con el propio compromiso poltico del autor, vinculado con las ideas libertarias y anticolonialistas), debemos referir muy resumidamente cules fueron los tres enunciados centrales de su pensamiento (al respecto vase Grner 2007, Gayubas 2009): 1) La sociedad primitiva, esto es, la sociedad sin Estado, no es una sociedad de la escasez, sino una sociedad de la abundancia; es decir, y aqu Clastres retoma el radical planteo del antroplogo norteamericano Marshall

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Sahlins (1983 [1974]), la sociedad primitiva no es improductiva, sino que est contra la produccin. En la medida en que el hombre es el fin y la produccin es el medio (y no a la inversa), y que se le otorga una importancia central al ocio, al tiempo libre dedicado al ritual, a la creacin de mitos, a la sociabilidad, al cultivo de las relaciones de parentesco y a las tcticas de guerra, se produce slo lo necesario, no porque no puedan producir ms, sino porque no quieren (Clastres 1996 [1980]: 133-151). 2) La sociedad primitiva (sin Estado), es una sociedad contra el Estado. Poder y poltica son detentados por la sociedad y usados para evitar la emergencia de la dominacin de un rgano de poder poltico separado de la sociedad (Estado), es decir, para conservar la igualdad, el carcter de la sociedad como totalidad indivisa (Clastres 2008 [1974]: 161-186). En estas sociedades, la figura del jefe se sostiene sobre el prestigio, pero no sobre la monopolizacin del poder, pues el poder permanece en la sociedad, y sta lo ejerce sobre el jefe (Clastres 1996 [1980]: 109-116). 3) La guerra es una estructura de la sociedad sin Estado, que al materializar el contraste con los Otros (no-parientes, extranjeros, enemigos), define y refuerza la identidad del Nosotros (parientes) en tanto sociedad autnoma e indivisa. A su vez, al mantener a las sociedades sin Estado en la dispersin, evita la unificacin en unidades mayores que implicara la emergencia de un rgano de poder poltico centralizado. La guerra es contra el Estado (Clastres 2004 [1977]). Como bien explica Claude Lefort, coeditor (con Clastres, Miguel Abensour, Marcel Gauchet y Cornelius Castoriadis) de la revista Libre, Algunos adhirieron a l con fervor porque all encontraron la justificacin de su condena a nuestra organizacin social, mientras que otros hicieron de [su concepcin de la sociedad primitiva] un objeto de burla. Pero conviene recordar, en principio, que dicha concepcin [] tom forma en el contacto con una experiencia, en respuesta a las preguntas que el buen sentido de los viajeros occidentales se negaba a responder (Lefort 2007 [1987]: 282). En el mbito especfico de los estudios sobre la guerra, que es lo que nos interesa en este trabajo, la norma parece haber sido el rechazo y, en incontables ocasiones, la omisin directa de los enunciados de Clastres. Ello, notablemente, a pesar de que buena parte de los estudios y anlisis de la evidencia (tanto etnogrfica como arqueolgica) de la guerra, parecieran favorecer las perspectivas del autor. Para entender esta afirmacin, haremos

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un breve repaso por los estudios sobre la guerra en sociedades sin Estado a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, antes, durante y despus de la publicacin de la obra de Clastres.

Los estudios sobre la guerra en sociedades sin Estado


En la dcada de 1930, Maurice R. Davie concluy, en base a un minucioso estudio comparativo, que casi todas las sociedades primitivas contemporneas conocan y practicaban la guerra (Davie 1931). Diecisis aos antes, una investigacin llevada adelante por Leonard T. Hobhouse, Gerald Clair Wheeler y Morris Ginsberg haba apuntado en la misma direccin al sostener que de 311 sociedades estudiadas, slo nueve carecan de guerra y cuatro se presentaban como casos dudosos (Hobhouse, Wheeler y Ginsberg 1915: 228-233). A pesar de ello, en esta primera etapa del siglo XX, no eran pocos los autores que vean en las sociedades llamadas primitivas, a sociedades pacficas, a veces pervertidas por la violencia occidental vase, por ejemplo, la obra del socilogo William Sumner (1911), o el retrato que presenta la antroploga norteamericana Ruth Benedict (1934) sobre los zui de Nuevo Mxico. En los aos cuarenta, algunos investigadores europeos y norteamericanos, enfrentados con la creciente aceptacin de lo que se presentaba como indiscutible evidencia de guerra en sociedades no estatales contemporneas, y marcados seguramente por la bsqueda de respuestas antropolgicas ante los sucesos de la Segunda Guerra Mundial, profundizaron sus estudios de las sociedades sin Estado y reconocieron a la guerra un papel en el funcionamiento de aqullas. Sin embargo, en este (re)surgimiento del estudio de la guerra, cobr primaca una postura que de hecho perdurara durante los aos pesimistas de la posguerra: la idea de la guerra primitiva (acuada por el profesor en relaciones internacionales Quincy Wright), segn la cual se postulaba la existencia de guerra en sociedades sin Estado, pero se la caracterizaba como una guerra de carcter primitivo, acorde con la percepcin de dichas sociedades como primitivas, y se asuma que dicho tipo de guerra no tena comparacin con la guerra considerada verdadera, es decir, la guerra moderna, pues aqulla era tanto cuantitativa (cantidad de guerreros y de poblacin involucrados) como cualitativamente (tecnologa y tcnicas empleadas, y capacidad de dao) inferior, casi un juego de nios (Wright 1942). Otro concepto que se populariz en los medios acadmicos por esta poca y que no se desvincula en absoluto de la idea recin presentada, es el de

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guerra ritual, que defina a la guerra primitiva como un evento programado con anticipacin por las partes contendientes y con un mero objetivo ritual que desconocera la intencin verdadera de provocar dao. De acuerdo con el socilogo Keith F. Otterbein (2004: 35), este concepto as formulado fue presentado por primera vez por Eliot Chapple y Carleton Coon en 1942. Dicho concepto adolece de tres problemas: a) de considerar que la percepcin de los contendientes respecto de su ritual equivaldra a la percepcin de una especie de juego (de existir un sentido ritual y a menudo existe en las situaciones estudiadas, ste no tendra un valor, en la mentalidad de las sociedades implicadas, de un juego, sino de una guerra igualmente real e igualmente seria que cualquier otro tipo o instancia de guerra); b) de ignorar la existencia frecuente, en estas sociedades, de numerosas bajas y de una intencin directa de generar dao fsico sobre el grupo rival (Keeley 1996: 63-65); y c) de desconocer una de las prcticas ms comunes de guerra entre las sociedades as llamadas primitivas, que consiste en la emboscada o el ataque sorpresivo, esto es, la inexistencia, en muchas situaciones, de un acuerdo de guerra previo al conflicto (Otterbein 2004: 35). Respecto de esto ltimo podemos decir, adems, que la existencia de ciertas normas de guerra entre sociedades o grupos contendientes, no niega en ningn punto la seriedad o existencia efectiva de una guerra, como no lo hace la existencia de tratados y normas de guerra en la sociedad occidental moderna. De acuerdo con Otterbein y en base a una investigacin sobre 28 sociedades del registro etnogrfico, slo el 14% de los sistemas polticos descentralizados entra en batallas mutuamente concertadas (Otterbein 2004: 35, la traduccin es ma). De todos modos, no toda actividad guerrera responde a un mismo patrn, y como demuestra Keeley, en muchos casos etnogrficos, las batallas formales con bajas controladas estaban restringidas a la lucha dentro de una tribu o grupo lingstico. Cuando el adversario era realmente forneo, la guerra era ms implacable, despiadada y descontrolada (Keeley 1996: 65, la traduccin es ma; vase tambin Simons 1999: 82-83). En conclusin, Otterbein considera a la guerra de las poblaciones no literarias como no ms ritualizada que las guerras histricas o modernas (Otterbein 2004: 38, la traduccin es ma), haciendo del ritual una parte o modalidad efectiva de guerra. La posguerra, gobernada por el pesimismo ante la derrota europea general (aun a pesar de la victoria aliada) y por el rechazo generalizado, a raz del carcter blico y conquistador de la Alemania de Hitler, de las prcticas

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mismas de guerra, conquista y colonizacin, fue la causante de la resonancia de las posturas de la guerra primitiva y del resurgir de la doctrina del Buen Salvaje, que permita creer en una esencia pacfica del hombre que debera salir a la superficie y gobernar, de all en adelante, a la humanidad. Con el resurgimiento del clima blico y la renovacin de las disciplinas sociales, la guerra volvi a formar parte del debate antropolgico en las dcadas del sesenta-setenta (por ejemplo: Vayda 1960, 1976; Harris 1974; Divale 1973), especialmente con los estudios de Chagnon demostrando que los Yanomami de Amazonia, una sociedad no estatal que se sustrajo del contacto occidental hasta la propia dcada del sesenta, era una sociedad con altos niveles de belicosidad (Chagnon 1968)2. Lo interesante de la obra de Chagnon es que permite percibir que la guerra entre los Yanomami no es motivada ni por una competencia por territorio o por recursos en un contexto carente de presin poblacional sobre recursos escasos y rodeados de abundante territorio sin ocupar (Keeley 1996: 16); en el mismo sentido apuntar la lectura realizada por Lizot (1977), quien ver en los Yanomami a las sociedades de abundancia del tipo que describiera Sahlins, ni por la intrusin occidental. Sin embargo, los autores que se dedicaron al estudio de la guerra en las sociedades primitivas en las dcadas del sesenta y setenta, no buscaron las causas ms que en factores accidentales o en modelos deterministas que centraban la atencin nicamente en factores econmicos o ecolgicos3. Tal es el caso, por ejemplo, de autores como Marvin Harris (1974) y otros representantes del materialismo cultural, que tempranamente enfatizaron el carcter ecolgico y econmico de la guerra. Cuando escribi su Arqueologa de la violencia en 1977, Clastres no se priv de hacer referencia a ellos: Si la guerra es especialmente intensa entre los indios sudamericanos, eso se debe segn Gross y Harris a la escasez de protenas en la alimentacin, y a la consecuente necesidad de conquistar nuevos territorios de caza, y al inevitable conflicto armado con los ocupantes de esos territorios. En suma, la tan envejecida tesis de la imposibilidad de la economa primitiva para brindar alimento adecuado a la sociedad (Clastres 2004 [1977]: 26-27). Como vimos, la recuperacin que hace el autor de los anlisis de Sahlins (1983 [1974]), y de Lizot (1977), deja sin efecto los postulados del materialismo cultural, en la medida en que las sociedades sin Estado son esencialmente sociedades de abundancia y no de la escasez. En efecto, esto ltimo pudo ser reconocido tempranamente aunque limitado al estudio

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de los cazadores-recolectores, cuando Sahlins (1983 [1974]) demostr que el principio es tambin aplicable a sociedades agrcolas, por el estructuralista marxista Maurice Godelier, con quien Clastres mantendra una pica rivalidad intelectual y acadmica, y que a pesar de no abstraerse de buena parte de los preconceptos materialistas de la antropologa marxista, acusaba una mayor lucidez que sus contrapartes del materialismo cultural norteamericano (Godelier, 1977 [1971]: 133-134). Pero ms interesante aun resulta el dato puntual brindado por Chagnon al respecto de la hiptesis de las protenas, al sostener luego de un puntilloso estudio que, se da la irona de que los datos sobre el consumo de protenas reunidos hasta la fecha parecen indicar que, si uno se empea en subrayar una estrecha relacin de causa-efecto entre la intensidad de la guerra y el consumo de protenas, con mayor solidez podra argumentarse que los pueblos que presentan un ndice de consumo de protenas ms elevado son los ms beligerantes (Chagnon 2006: 184; citado en Gonzlez Garca 2007: 32, nota 21). De un modo similar, tambin se revel defectuosa la teora de la circunscripcin de Carneiro (1970), al suponer que el tipo de guerra que conducira histricamente al surgimiento de los Estados primarios (por ejemplo, en la costa del Per o en el valle del Nilo), estara determinado por un incremento de la presin demogrfica sobre un territorio agrcola ecolgicamente (y en algunas revisiones posteriores, socialmente) circunscripto, que conducira a la bsqueda de territorios u otros recursos bsicos de otras sociedades mediante la guerra y la conquista, llevando a la emergencia primero de jefaturas y luego de Estados fundados en la imposicin de los vencedores sobre los vencidos. Si bien Carneiro reconoce la existencia de un tipo de guerra distinto, previo, en cierto sentido no necesariamente evolucionista, a la guerra econmicamente determinada por la circunscripcin (es decir, la guerra en sociedades en que no se documentan condicionamientos territoriales de ningn tipo), a esta guerra la relaciona con motivos que parecen darle un carcter recurrente pero superficial: venganza, robo de mujeres, obtencin de prestigio personal, y motivos similares (Carneiro 1970: 735). En realidad, como hemos mencionado en otro trabajo (Gayubas 2010) y retomaremos ms adelante, esta aparente multiplicidad de causas para el estallido de prcticas de guerra, no hace sino reforzar el enunciado de Clastres que ve en ellas tan slo motivos inmediatos que expresan el fundamento estructural de la guerra (Clastres 2004 [1977]). Pero volviendo a la guerra por territo-

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rio, un anlisis fino de la evidencia arqueolgica demuestra que la ecuacin circunscripcin-guerra-Estado no tiene un valor histrico universal y tal valor era una pretensin del autor, en la medida en que el estudio de las situaciones particulares, como por ejemplo la emergencia del Estado en el valle del Nilo, elude toda posibilidad de interpretar el proceso histrico a partir de una inexistente circunscripcin ecolgica y aun social (la teora de Carneiro fue criticada desde varias disciplinas y reas de investigacin; para una crtica centrada en el surgimiento del Estado en el valle del Nilo, vase: Campagno 2002: 104-105). Si bien las posturas de carcter (ms o menos militantemente) materialistas, se mantienen en buena medida hasta el da de hoy (por ejemplo, Ferguson 1995), no sucede lo mismo con la interpretacin levistraussiana (en estado puro) sobre la guerra. Lo que Lvi-Strauss (1943) argumenta en la dcada del cuarenta (pero con notable vigencia al menos hasta la dcada del setenta) es que la guerra est subordinada a la lgica del intercambio, o ms aun, que la guerra es en cierta medida la negacin del intercambio, entendindola como la expresin o el resultado de intercambios frustrados. Al respecto, Clastres realiza una acertada crtica cuando, luego de analizar el papel central y la cuasi universalidad del fenmeno blico en las sociedades no estatales del registro etnogrfico, sostiene que intercambio y guerra deben ser pensados no segn una continuidad que permitira pasar gradualmente de uno al otro, sino segn una discontinuidad radical (Clastres 2004 [1977]: 41), dado que ambos datos forman igualmente parte de la realidad social primitiva, pero corresponden a dos planos sociolgicos distintos, ambos en funcin del sostenimiento de la indivisin interna de la comunidad.

Pierre Clastres y la guerra como mecanismo de autoafirmacin


As llegamos a la segunda mitad de la dcada del setenta, momento en el que Pierre Clastres, acostumbrado a desafiar a las posturas dominantes en el campo de la antropologa, present la hiptesis de la existencia de un tipo de causa estructural, poltica, para la predominancia de la guerra en las sociedades no estatales. Y en este sentido afirm que la guerra es una estructura de la sociedad primitiva (Clastres 2004 [1977]: 55). Esta afirmacin signific un quiebre en la historia de los estudios sobre la guerra y sobre las sociedades sin Estado, y sin embargo hoy son pocos los investigadores de la guerra que mencionan siquiera el nombre de Clastres en sus trabajos.

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Cules son los disruptivos postulados de Clastres que enfatizan el carcter estructural de la guerra en las sociedades sin Estado? Primero, el hincapi puesto, a travs de estudios etnogrficos tanto propios como ajenos, en la avasalladora evidencia de guerra en sociedades no estatales de todos los rincones del mundo. Estos estudios demuestran que no son la agricultura, el sedentarismo, la densidad poblacional o la situacin geogrfica y ecolgica, factores que puedan explicar estructuralmente la guerra, dado que las sociedades estudiadas varan de nomdicas a sedentarias, de cazadoras a pastoras y agricultoras, con niveles de poblacin y de ocupacin o trnsito de territorio variables, y situadas en los ms diversos contextos geogrficos y ambientales. Como sostiene el propio Clastres, Desde el siglo XVI hasta el (reciente) final de la conquista del mundo, todos exploradores o misioneros, mercaderes o viajeros eruditos coinciden en un punto: ya sean americanos (de Alaska a Tierra del Fuego) o africanos, de las estepas siberianas o de las islas melanesias, nmades de los desiertos australianos o agricultores sedentarios de las junglas de Nueva Guinea, los pueblos primitivos siempre son presentados como apasionadamente entregados a la guerra (Clastres, 2004 [1977]: 10). Los estudios particulares del autor sobre las sociedades del Gran Chaco le permitieron releer la evidencia global de guerra en sociedades sin Estado, llegando a la conclusin de que la guerra en sociedades tan dispares no se debe a causas accidentales (por ejemplo, climticas o ecolgicas), ni a causas puramente econmicas o demogrficas, sino a una estructura social de carcter poltico. Que la guerra trascienda las distintas formaciones socioeconmicas no estatales y las diversas condiciones ambientales y geogrficas, implica para Clastres la inexistencia de condicionamientos econmicos, demogrficos o ecolgicos que expliquen la recurrencia y el tipo de guerra presente en las sociedades sin Estado. Clastres observ que, en las sociedades por l estudiadas, algo mantena unida a cada comunidad, y ello no era un Estado. Haba un fuerte sentimiento de comunidad y de rechazo a lo externo, tanto a los cambios (determinados cambios) como algo externo, como a aquello que estuviera socialmente fuera del mbito de la comunidad; es decir, rechazo a instituciones ajenas y a comunidades extranjeras. Esta unidad e independencia expresaba una identidad comunitaria que dependa de la interaccin intracomunitaria, pero tambin y ms aun de la interaccin intercomunitaria, una relacin negativa que permita definir a la comunidad como totalidad una

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e independiente en funcin de su contraste con aquello que no perteneca a la comunidad, con lo extranjero (segn sostiene Sahlins 1976: 245, el no parentesco es, ordinariamente, la negacin de comunidad o tribalismo, y, por lo tanto, es a menudo sinnimo de extranjero y enemigo). En trminos de Clastres (2004 [1977]), es el contraste con el Otro el que permite la identificacin de un Nosotros, pues ambos (Otro y Nosotros) son partes constitutivas de una misma relacin, son condicin una de la otra. En tal sentido, la guerra es una estructura de la sociedad sin Estado, en la medida en que materializa un contraste con lo extranjero que es condicin de la identificacin de un Nosotros de la propia comunidad (Clastres 2004 [1977]). Pero adems, para que la comunidad pueda pensarse en trminos de unidad, de una unidad comunal, debe permanecer indivisa, y esta indivisin interna supone la carencia de un rgano de poder poltico independiente que monopolice la fuerza y las decisiones polticas. En ltima instancia, para Clastres lo que busca la sociedad sin Estado es permanecer en la indivisin y en la autonoma, es esencialmente conservadora en este sentido de rechazo; por ello, al existir como tal, la comunidad sin Estado es una sociedad contra el Estado (Clastres 2008 [1974]: 161-186). Su propia existencia se basa en la inexistencia de un Estado en su seno. Lo poltico est presente, y lo est como asunto de la comunidad y no (ms bien en contra) de un grupo o de una institucin independiente. Entonces, Clastres no slo considera a la guerra como una prctica recurrente en las sociedades sin Estado, sino que considera a la guerra como un fundamento estructural de dicho tipo de sociedades. En este sentido, sera incorrecto concluir que Clastres es un hobbesiano, dado que en su lectura las sociedades primitivas conforman un estado social acabado del cual la guerra es un fundamento central, mientras que la guerra de todos contra todos de Hobbes se basa en una percepcin de dichas sociedades como pertenecientes a un estado de naturaleza, es decir, a una condicin cuasi animal de los hombres aislados; al respecto, vase Abensour (2007b [1987]). Una proposicin tan tajante y disruptiva no puede pasar inadvertida en el mbito acadmico, y de hecho no pas inadvertida cuando en su momento una plyade de antroplogos marxistas, heridos en su orgullo materialista, vio con espanto el nfasis puesto por Clastres en lo poltico. Aun as, cuando en la dcada del ochenta (ya muerto Clastres), algunos autores inauguraron un estudio sociolgico, comparativo y estadstico sobre la guerra en sociedades con y sin Estado (contemporneas e histricas), integrado en un campo interdisciplinario que ahora se ocupaba tambin de las sociedades

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antiguas y prehistricas (identificables a travs del registro arqueolgico), el nombre de Clastres raras veces apareci como referencia, y sus postulados fueron a menudo (deliberadamente o no) ignorados4.

Los estudios sobre la guerra tras la muerte de Clastres


A pesar de cierta omisin del nombre de Clastres en muchas obras sobre la guerra en sociedades sin Estado, la dcada del ochenta no deja de ser importante para el estudio de la guerra y aun de las perspectivas clastresianas, pues los modelos sociolgicos construidos por autores como J. Jorgensen, M. Ross y Keith F. Otterbein, permitieron aseverar la casi universalidad de la guerra en sociedades no estatales de muy distintos puntos del planeta, corroborando la premisa proclamada por Clastres en la dcada anterior (Jorgensen 1980, Ross 1983, 1985, Otterbein 1989). La segunda mitad de la dcada del noventa, por su parte, fue testigo del surgimiento de un renovado impulso de investigacin sobre la guerra (continuado en la dcada siguiente), no slo desde la antropologa (Kelly 2000, Otterbein 2004, Otto, Thrane y Vandkilde 2006), sino tambin desde los estudios arqueolgicos (Keeley 1996, Martin y Frayer 1997, Carman y Harding 1999, Guilaine y Zammit 2002 [2001], LeBlanc, 2004) y desde una nueva historia militar que hizo hincapi en el trabajo interdisciplinario (a partir de Keegan 1993), abordando la problemtica de la guerra desde la antropologa, la historia, la filosofa, la sociologa y la arqueologa5. Estos estudios, que se extienden hasta el da de hoy y se insertan incluso en terrenos tan especficos como la egiptologa (por ejemplo: Gilbert 2004), dieron lugar a un debate entre los llamados neo-rousseaunianos y los denominados neo-hobbessianos. En el primer grupo se encuentran los ejemplos de Raymond C. Kelly y R. Brian Ferguson, quienes afirman la necesidad de discriminar distintos tipos de violencia de lo que propiamente puede definirse como guerra, afirmacin al pasar que puede parecer obvia pero que afronta el problema de definir ciertos patrones de violencia externa individual y de violencia interna cuya definicin no siempre resulta del todo clara; y suelen cuestionar la existencia de guerra en la prehistoria por negarse a interpretar la evidencia arqueolgica que se les presenta como dudosa. Ejemplos del segundo son Lawrence H. Keeley y Steven A. LeBlanc, quienes tienden a remontar los orgenes de la guerra hacia muy atrs en el tiempo, sosteniendo Keeley (1996), que la guerra es documentable por lo menos desde 30.000 aos atrs; haciendo una lectura menos tmida de la evidencia arqueolgica de guerra que sus rivales. Los trabajos de estos dos grupos,

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sumados a la obra de muchos otros investigadores no adscriptos a ninguna de estas dos denominaciones arbitrarias (por ejemplo, Keith F. Otterbein, quien se presenta a s mismo como ajeno a los dos extremos que l designa como palomas doves y halcones hawks ), han conducido a importantes conclusiones, desde sus muy diversos puntos de partida. De un modo interesante, la mayora de estos trabajos ha resaltado la predominancia de la prctica guerrera en sociedades no estatales de diversos puntos del planeta (registros arqueolgico, etnogrfico, histrico), demostrando que la guerra es casi omnipresente en el registro etnogrfico (Ember y Ember 1997: 5), pero que tambin puede ser ampliamente rastreada en el registro arqueolgico de sociedades primitivas. Es lo que demuestra, por ejemplo, LeBlanc al presentar sus propias excavaciones arqueolgicas en el este de Estados Unidos, Per, Medio Oriente y el sudoeste norteamericano, y al analizar el registro bibliogrfico de evidencia arqueolgica en los Alpes, Francia, Espaa, Polinesia, Nueva Zelanda, Egipto y Mesoamrica (LeBlanc 2004). La evidencia considerada por el autor apunta al reconocimiento de sitios establecidos en puntos elevados del territorio (por ejemplo, en las cumbres del valle Mimbres en Nuevo Mxico, hacia 200 d.C. aproximadamente), restos de murallas y sitios amurallados (por ejemplo, en Turqua hacia 6000 a.C. y en el valle El Morro en Nuevo Mxico hacia 1275-1325 d.C.), sitios incendiados (por ejemplo, en Mesoamrica y en el sudoeste norteamericano), presencia de armas y equipamiento de guerra (en innumerables puntos del planeta), esqueletos humanos mutilados o con heridas producidas por proyectiles o incluso con proyectiles incrustados (como en el sitio de Shanidar Cave, en el actual Irak, datado hacia 14.000 15.000 aos atrs, o el sitio 117 de Jebel Sahaba, ya mencionado), decapitaciones (como las cabezas-trofeo halladas en Cerro Carapo, en la costa del Per, de 15.000 aos de antigedad), signos de canibalismo (por ejemplo, en el sur de Francia hacia 4000-3000 a.C.), la presencia de cadveres no enterrados o enterrados impropiamente (por ejemplo, en el sitio Crow Creek en el alto Missouri hacia 1325 d.C. aproximadamente), y la representacin pictrica de motivos y escenas de guerra (desde las pinturas rupestres paleolticas hasta las pinturas y cermicas decoradas de sociedades como la mesoamericana y la andina). Tambin Guilaine y Zammit (2002 [2001]) han recopilado un importante corpus de evidencia de guerra desde el Paleoltico, sobre todo en Europa, que se remonta al menos al 25.000-22.000 a.C. (el cadver de un nio en Grimaldi, Italia, con un proyectil incrustado en su columna ver-

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tebral) y que incluye significativas menciones del arte paleoltico (notables representaciones de individuos heridos por flechas o dardos, como en la cueva Paglicci en Italia, hacia 21.000 a.C.), hasta la Edad del Bronce europea, llevndolos a resaltar, partiendo del estudio de la evidencia arqueolgica y luego de tomar en consideracin algunos de los enunciados de Clastres para las sociedades del registro etnogrfico, que se podra pensar que sucedi lo mismo [refirindose a la lectura clastresiana del funcionamiento blico de las sociedades indivisas] durante la Prehistoria europea (Guilaine y Zammit 2002 [2001]: 41). Estos autores que desde la dcada del noventa se han ocupado especialmente del estudio arqueolgico y antropolgico de la guerra, tambin han desmentido algunas ideas sobre sociedades supuestamente pacficas y sobre la incidencia del contacto occidental como motor del funcionamiento blico en sociedades que se demostraron previamente belicosas. Es lo que demuestra por ejemplo LeBlanc (2004), siguiendo de cerca las investigaciones previas de Keeley, acerca de los !kung del Kalahari, los hopi del norte de Arizona y los aborgenes de Australia, y a pesar de que en muchas ocasiones se busc encontrar las razones del comportamiento blico en factores accidentales como el clima o la ecologa6, una mirada minuciosa y de conjunto apunta a la definicin de causas ms profundas, estructurales, que llevaran a revalorizar o al menos repensar la proposicin de Clastres de la guerra como estructura de la sociedad primitiva. En efecto, aparte de las interpretaciones deterministas que se encuentran con serias dificultades en el mbito de la evidencia (etnogrfica y arqueolgica; vase Gayubas 2010), algunos de estos autores han resaltado la presencia de multiplicidad de causas en el estallido de los conflictos intergrupales, lo cual lejos de apuntar a una lectura accidental de la guerra, apuntala con particular contundencia las tesis de Clastres, quien sostiene que la voluntad de afirmar su diferencia por parte de cada comunidad es lo suficientemente tensa como para que el menor incidente transforme en el acto la diferencia deseada en diferencia real. Violacin de territorio, supuesta agresin del chamn de los vecinos: no hace falta ms para que estalle la guerra (Clastres 2004 [1977]: 52). Las percepciones de amenaza ante el Otro que muchos de estos autores reconocen en las sociedades sin Estado (por ejemplo Kelly 2000: 138), y que forman parte del estado de amenaza que supone la guerra para Clastres, explican en efecto el fundamento ideolgico y poltico de la guerra detrs de esta aparente multiplicidad de causas.

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Clastres y el mundo anglosajn A pesar de lo dicho, no son muchos los autores dedicados a la guerra que mencionan el revolucionario trabajo de Clastres, situacin especialmente notoria entre los investigadores norteamericanos que, sin embargo, apuntan coincidentemente a la universalidad de la guerra en sociedades primitivas (Keeley 1996, LeBlanc, 2004, Otterbein 2004). Quizs sea certera la sentencia de Domnec Campillo en el prlogo al libro de Guilaine y Zammit (2002 [2001]: 14), de que las obras de autores europeos que son escritas en sus lenguas vernculas suelen ser ignoradas en las obras de autores de habla inglesa, pero dado que la obra de Clastres fue traducida al ingls, podemos suponer que hay un desinters directo de parte de dichos investigadores por enunciados disruptivos como los del antroplogo francs, tambin visible en otras importantes obras antropolgicas francesas que fueron omitidas en dicho mbito acadmico. Quizs la propia lgica autorreproductiva que caracteriza a la antropologa y a otras disciplinas sociales norteamericanas, vinculada sin lugar a dudas con la propia lgica poltica que ejerce una indudable influencia sobre el mbito sociocultural norteamericano, explique en parte estas omisiones de la obra de Clastres (recordemos la mxima de Oscar Wilde de que una idea que no es peligrosa es indigna de ser llamada idea, y en tal sentido nadie podra decir que Clastres era un hombre sin ideas). El duro peso de la tradicin intelectual en el seno de las disciplinas sociales inglesas tambin pudo ser motivo, no slo del desinters por la obra de Clastres en el mundo acadmico britnico, sino tambin de una tendencia a pacificar el pasado (coincidente con la tradicin ya criticada por Keeley), particularmente visible en los estudios arqueolgicos sobre la Edad del Hierro europea, tal como plantea Kristiansen: El registro arqueolgico en Europa est repleto de evidencia de guerra []. Paradjicamente, tan rica evidencia nunca fue empleada en un estudio sistemtico del rol de la guerra en la prehistoria tarda (Kristiansen 1999: 175; la traduccin es ma; para una arqueologa de la guerra en la prehistoria europea, que adems toma en consideracin algunos de los enunciados de Clastres, vase la obra de los investigadores por cierto, franceses Jean Guilaine y Jean Zammit, 2002 [2001]). De todos modos, en el campo de la antropologa anglosajona encontramos algunas llamativas excepciones a esta tendencia a omitir el nombre de Clastres, entre las que se destaca el trabajo del antroplogo Glenn Bowman, quien en su anlisis sobre el papel de la violencia en la construccin de la identidad, retoma algunas de las ideas de Clastres y de Simon Harrison

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(1993) sobre la guerra para concluir que, en las sociedades sin Estado (pero tambin en sociedades estatales), el antagonismo [] podra ser precisamente lo que conducira a una entidad a demarcar los lmites de su identidad y a defender dichos lmites mediante la violencia (Bowman 2001; la traduccin es ma), lo cual lo lleva a considerar a la violencia (aunque no slo en su aspecto blico) como una prctica creadora. En esa lnea, Bowman (2001) reconoce el factor de amenaza como central en la definicin de guerra, lo cual tambin es tributario de Clastres, para quien en definitiva la guerra no estatal es fundamentalmente un estado de amenaza permanente que a intervalos ms o menos regulares se materializa en la forma de raids, emboscadas o batallas generalmente reguladas (Snchez y Gayubas 2009). En esta misma lnea de trabajos sobre guerra, violencia e identidad, que de acuerdo con Kristiansen se abri a raz de la configuracin poltica cambiante en Europa durante la dcada del noventa (Kristiansen 1999: 175), Clastres fue recientemente retomado y discutido por autores como Torsten Kolind (2006) y Jrg Helbling (2006). Un trato ms pormenorizado de estas discusiones amerita un trabajo aparte y no podemos dedicarle mayor espacio en este momento. Clastres y los investigadores sudamericanos y espaoles Lo que los ltimos trabajos que acabamos de mencionar reflejan, es que en la ltima dcada, crecientemente el nombre de Clastres fue cobrando nueva actualidad en los estudios histricos, arqueolgicos y antropolgicos, por supuesto en Francia (que en verdad mantiene algo del vitalismo clastresiano que sobrevivi a los embates del marxismo estructuralista), pero tambin y fuertemente en Sudamrica y en Espaa. La edicin separada de su Arqueologa de la violencia (en 1997 en Francia por ditions de lAube, en 2004 en castellano por Fondo de Cultura Econmica y en portugus por Cosac & Naify), fue seguida de una serie de homenajes realizados en 2007 en ocasin del 30 aniversario de su muerte (en Argentina, la edicin por primera vez en castellano del volumen homenaje El espritu de las leyes salvajes. Pierre Clastres o una nueva antropologa poltica, editado por Miguel Abensour originalmente en 1987; el dictado del seminario Aportes del pensamiento de Pierre Clastres para el estudio de las sociedades antiguas, por el doctor Marcelo Campagno en la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires con la participacin de notables estudiosos como Eduardo Grner, Ral Zibechi y Patricia Reynoso) y que se extienden al da de hoy (por ejemplo, la exposicin de fotografas Pierre Clastres: Una mirada sobre los Ach presentada en noviembre de 2008 en el Centro

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Cultural de la Repblica El Cabildo en Asuncin, organizada por IWGIA, la celebracin de dos coloquios internacionales sobre Clastres, uno en So Paulo y el otro en Pars, en octubre y noviembre de 2009, respectivamente, y la reedicin, largo tiempo esperada, de La sociedad contra el Estado en castellano, por parte de Terramar Ediciones de La Plata, Argentina, y de Virus Editorial de Barcelona, Espaa). A la hora de comprender la recuperacin actual de la obra de Clastres, no podemos dejar de considerar el contexto sociopoltico de la ltima dcada y media. No es casual que esta recuperacin coincida con la emergencia de los llamados nuevos movimientos sociales, particularmente el zapatismo en Chiapas o el MST en Brasil, en un contexto de alejamiento de muchos pensadores y luchadores sociales de las organizaciones partidarias de la izquierda tradicional y de las verdades irrebatibles del dogma marxista. Y aun ms recientemente, en un contexto de recuperacin poltica del anarquismo tanto en Latinoamrica (con especial fuerza en Chile, Mxico y Argentina) como en Espaa y en otras regiones del mundo (especialmente en Grecia), siendo significativa la reivindicacin que se hace (a veces tmidamente) de la obra de Clastres en los crculos anarquistas. En este contexto, tanto dentro como fuera del mbito estrictamente acadmico, el pensamiento de Clastres aparece como una herramienta que ayuda a pensar procesos y situaciones que las explicaciones cristalizadas por distintas tradiciones intelectuales se mostraron incapaces de resolver. Lo rico, en este sentido, es que a Clastres se lo ha recuperado (contra la tendencia an mayoritaria que sigue prefiriendo mantenerlo en el olvido) tanto desde la antropologa como desde la arqueologa y la historia, y sa creemos que es la enseanza que nos deja este breve repaso por los estudios de la guerra. Volvamos a este tpico y veamos brevemente cul es la actualidad de Clastres en Sudamrica y en Espaa. Por un lado, Carlos Fausto (1999), en sus investigaciones sobre guerra y chamanismo en Amazonia, toma como punto de partida la idea de la preponderancia de la guerra como modo de interaccin entre una comunidad y el afuera, vinculando el pensamiento de Clastres con un estudio fino de la religiosidad (si cabe el trmino) en la situacin estudiada. Por su parte, Ral Zibechi (2006) retoma los postulados de Clastres para caracterizar a la sociedad aymara de El Alto en Bolivia y sus modos de organizacin, sobre todo durante los movimientos insurreccionales, en tanto comunidades autoorganizadas como totalidades indivisas y autnomas que construyen desde abajo una instancia de poder colectivo que conjura permanentemente

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la monopolizacin del poder y la divisin de la sociedad (Gayubas 2009). Aunque en su relectura de la funcin de la guerra hace mayor hincapi en otro tipo de mecanismos de autonoma e indivisin, no deja de resaltar la funcin de los llamados cuarteles, no como establecimientos permanentes sino como relaciones sociales; formas organizativas asentadas en la decisin colectiva, pero en estado de militarizacin (Zibechi 2006: 87); que de hecho implican una organizacin social de la guerra en un contexto de amenaza permanente al orden comunitario, con lo cual la garanta del sostenimiento de la comunidad contra el Estado en tanto tal, es el sostenimiento de su estructura blica, aqu no ya solamente como creadora de identidad, sino como garante de la oposicin al Estado y a su monopolio de la violencia. En el mbito de la arqueologa y la historia, dos autores, aunque no los nicos, han demostrado ampliamente la utilidad de remitirnos a Clastres para construir una mejor interpretacin histrica de las sociedades no estatales del pasado. Marcelo Campagno (1998, 2002), emplea las teorizaciones de Clastres respecto del funcionamiento de la sociedad no estatal, haciendo un mayor hincapi en el parentesco como lgica dominante de articulacin social, acaso desatando aquel nudo entre parentesco y sociedad que Clastres se comprometiera a desanudar en Los marxistas y su antropologa pero no tendra ocasin de hacerlo debido a su prematura muerte (Clastres 1996 [1980]: 175, Campagno 1998: 103). En este sentido, aborda la cuestin del surgimiento del Estado en el valle del Nilo a partir de la premisa de que toda sociedad sin Estado es una sociedad contra el Estado, donde la guerra est presente pero en estrecha relacin con el parentesco que opera internamente y establece los criterios de pertenencia hacia adentro (reciprocidad) y de diferencia hacia afuera (guerra e intercambios). Por lo tanto, de acuerdo con Campagno, el Estado no surge como parte de un proceso de evolucin interna de la sociedad, sino a partir de la aparicin de un nuevo tipo de prcticas surgidas en los intersticios entre sociedades, como consecuencia de una guerra de conquista que subordina una sociedad a otra (es decir, a partir de una ruptura histrica). Francisco Javier Gonzlez Garca (2007), por su parte, realiza una rigurosa crtica a los autores que tradicionalmente pacificaron el pasado pre y protohistrico de Europa, y a partir de la sugerente evidencia arqueolgica de guerra de la Edad del Hierro en el noroeste de la pennsula ibrica, realiza una concienzuda interpretacin que toma como referente la obra de Clastres, para entender que en la sociedad galaica la guerra funciona como estructura en tanto es uno de los mecanismos de relacin con los que [la sociedad indivisa] cuenta para poder desarrollarse (Gonzlez Garca 2007:

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30), interpretacin que considera apropiada en un contexto en que las lecturas econmicas y ecolgicas no hallan sustento emprico. De un modo interesante, tambin Gonzlez Garca menciona la necesidad de poner en relacin el parentesco con la guerra, al sostener que as como Lvi-Strauss se equivoc al hacer primar lo parental (en la lgica del intercambio) sobre lo poltico, Clastres hizo lo propio al primar lo poltico sobre lo parental. En rigor, Clastres estaba al tanto de la necesidad de percibir el intercambio y la guerra como dos planos de un mismo conjunto lgico, y al desligarse de la concepcin del intercambio y del parentesco de Lvi-Strauss, concluy dando primaca a la guerra, pero no lleg al punto de invertir la lectura levistraussiana, dado que para Clastres guerra e intercambio no forman parte de una continuidad. Por otro lado, resulta claro que no escapaba a su pensamiento la importancia que el parentesco tiene (en tanto lgica social) en la autoafirmacin de las comunidades sin Estado, y la lectura que hace Campagno es la que mejor completa aquello que quizs Clastres hubiera podido desarrollar de haber tenido el tiempo. Dicha lectura sumada a la crtica que presenta Gonzlez Garca, nos conduce nuevamente al problema de la relacin entre guerra e identidad, y nos lleva a concluir que, En una sociedad que no est sometida por un Estado, la guerra [] funciona como estructura de la comunidad en su relacin con el afuera, pero actuando en la actualizacin de la identificacin interna regida por los lazos del parentesco. Y a su vez, es el parentesco el que delinea y direcciona el sentido, y carga de significado, a la guerra (marcando la diferencia entre el Nosotros parientes y los Otros no-parientes o enemigos, y por lo tanto actuando en la autoafirmacin de la comunidad) (Snchez y Gayubas 2009).

Conclusin
En definitiva, esta recuperacin del pensamiento de Clastres en la ltima dcada y media, contrastando con la omisin que an se percibe en amplios mbitos de investigacin (sobre todo en lengua anglosajona), abre nuevas vas de reflexin sobre la guerra y sobre las sociedades no estatales, en un contexto mundial en el cual la bsqueda de formas alternativas de organizacin social se combina fuertemente con una crtica social a las actividades blicas de los pases centrales de Occidente. Quizs un estudio cuidadoso y crtico de la guerra en las sociedades sin Estado, y una comprensin integral de la lgica antiestatal de este tipo de sociedades, aporte herramientas de anlisis para comprender y modificar la situacin social actual. Para ello,

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recuperar la obra de Clastres y discutirla a la luz de las nuevas investigaciones en antropologa, sociologa, arqueologa e historia, parece ofrecer nuevas y quizs esperanzadoras perspectivas. Agradecimientos: El presente trabajo fue elaborado en el marco del seminario Aportes del pensamiento de Pierre Clastres para el estudio de las sociedades antiguas (Departamento de Historia, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2007), dictado por el doctor Marcelo Campagno. Estoy especialmente agradecido con el doctor Campagno y con los compaeros del seminario que me enriquecieron con sus discusiones en torno a la obra de Clastres. Tambin estoy en deuda con los evaluadores annimos de esta revista, cuyos comentarios crticos permitieron que mejorara una primera versin de este trabajo. Por ltimo, agradezco a Ana Laura Ortenzi por su paciente lectura y atinadas observaciones. Notas
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El trmino sociedades primitivas empleado por Clastres, lejos de reproducir la carga de significacin evolucionista que considera a las sociedades as llamadas como inferiores o infantiles, busca ms bien desafiar a las miradas tradicionales al destacar las virtudes sociales y polticas de dichas sociedades en oposicin a la falsa superioridad de la sociedad occidental moderna. Las sociedades primitivas de Clastres son, en efecto, las sociedades sin Estado que conjuran la divisin (la emergencia de un rgano de poder poltico independiente) mediante una serie de mecanismos entre los que se destaca la guerra, y que garantizan la autonoma e indivisin de la comunidad. No obstante, difcilmente podamos ver en Clastres a un primitivista, en el sentido que ha cobrado ltimamente el trmino, pues lejos de construir un ideal de sociedad de un pasado dorado a ser recuperado (a la manera de los recientes estudios del anarcoprimitivista John Zerzan [1994]), se ocup de describir e intentar comprender la estructura y el pensamiento de dichas sociedades aun en aquellos comportamientos que en modo alguno se ajustaran a los criterios de sociedad ideal, pacfica e igualitaria a que nos tiene acostumbrados el primitivismo contemporneo (Gayubas 2009). Sin ir ms lejos, Clastres difcilmente postulara regresar a un pasado ideal, en la medida en que las sociedades por l estudiadas eran contemporneas y expresaban un modo alternativo de sociedad en el presente y no un estadio anterior en la escala de la evolucin. No es casual que haya sido en esta dcada que aparecieron las teoras antropolgicas sobre la naturaleza violenta y el instinto agresivo del hombre (vase por ejemplo, Lorenz 1966, Tiger 1969). Como sostuvo tempranamente Otterbein, estas teoras son simplistas al punto de ser tautolgicas, [...] la lucha entre dos hombres no es guerra y no hay evidencia fisiolgica de que los humanos posean un instinto agresivo (Otterbein 2004: 27, abreviando su posicin de Otterbein 1973. La traduccin es ma). El propio Clastres, al criticar la caracterizacin hecha por A. Lroi-Gourhan (1965) de la guerra como cacera de hombres, sostiene que la guerra primitiva no debe nada a la caza; que sus races no se encuentran en la realidad del hombre como especie sino en el ser social de la sociedad primitiva; que con su universalidad seala hacia la cultura, no hacia la naturaleza (Clastres 2004 [1977]: 23). En esta misma dcada, llamativamente, el arquelogo Fred Wendorf dio a conocer el hallazgo de una masacre (ms bien, un estado de guerra recurrente definido por la presencia en un solo cementerio de varios restos humanos con lesiones y puntas de proyectil incrustadas en los huesos) datada hacia el Paleoltico Superior (entre 12.000 y 10.000 a.C.), en las cercanas de Jebel Sahaba, en el valle del Nilo sudans, considerada una de las evidencias innegables de guerra ms antigua del mundo (Wendorf 1968). La apresurada conclusin del autor fue que se trataba de una masacre generada por la presin ambiental, pero no fue presentada evidencia que corroborara dicha afirmacin. Claramente, el autor apel a uno de los presupuestos predominantes en aquellos aos respecto de las causas de guerra. Para otra lectura de la evidencia del sitio 117 de Jebel Sahaba, vase Gayubas (2006). Para una crtica de las lecturas ecolgicas sobre la guerra, vase Gayubas (2010). En esta dcada, de todos modos, se destacan algunas obras de sus ex compaeros de la revista Libre y otros colegas con quienes discuti intelectualmente y en cuya obra influy decisivamente, como por ejemplo Gi-

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lles Deleuze y Flix Guattari (2000 [1980]) y sus anlisis sobre la mquina de guerra, y Miguel Abensour (2007a [1987]), quienes dejaron abierto un camino para seguir pensando y discutiendo las proposiciones de Clastres. Por su parte, Sergio Cardoso (1989) present su tesis de doctorado en la Universidad de So Paulo con el tema A crtica da antropologia poltica na obra de Pierre Clastres, y Th ierry Saignes (1985) no perdi ocasin de homenajear a Clastres con su artculo sobre la resistencia chiriguana a la colonizacin europea, en el cual retoma algunos de los postulados clastresianos sobre la guerra en sociedades sin Estado. No estar de ms mencionar que Maurice Godelier, con quien Clastres haba mantenido acaloradas discusiones intelectuales y acadmicas en la dcada anterior, no perdera ocasin de vituperar a Clastres despus de muerto, acusndolo de ignorante y recomendando reiteradamente que se lo olvidara como intelectual (sobre las discusiones entre estos dos antroplogos, que trascendan el mbito de lo intelectual y manifestaban claras diferencias polticas e institucionales, vase: Clastres 1996 [1980]: 165-179 que reproduce el potico artculo Los marxistas y su antropologa, publicado pstumamente en la revista Libre en 1978; Godelier 1979). Sin lugar a dudas, es el historiador militar John Keegan el principal impulsor de esta nueva historia militar que cambi en cierta medida el rumbo de los trabajos sobre la guerra, inaugurando un renovado anlisis de la actividad guerrera, de sus causas, razones y trayectoria, como aporte para una comprensin integral del comportamiento blico general y de las diversas situaciones histricas. Resulta interesante que al ao de publicarse en Estados Unidos este trabajo de Keegan (1993), y dos aos antes de publicarse en el mismo pas el libro bisagra de Lawrence H. Keeley (1996), se edit en Nueva York Arqueologa de la violencia de Clastres traducido al ingls: Archaeology of Violence. El libro de Keeley, por su parte, es sin lugar a dudas el responsable de la reapertura definitiva del debate sobre la guerra en las sociedades sin Estado. Para un repaso general sobre las diversas lecturas de la guerra en los mbitos de la antropologa y la arqueologa, vase Otterbein (1999), Thorpe (2003). Por ejemplo, tras postular esta omnipresencia de la guerra, LeBlanc busca una causa general que la explique y recurre a una explicacin desde la ecologa, concluyendo que la guerra no es otra cosa que una lucha por recursos escasos (siempre materiales, por ello habla de razones reales), determinada por los cambios climticos, hiptesis que varios de los ejemplos que el propio autor presenta tienden a cuestionar sin que l lo perciba (por ejemplo, las estrategias de conservacin de especies animales y vegetales de los yanomami y las poblaciones de las tierras altas de Nueva Guinea, y la tendencia a la abundancia y al equilibrio econmico en las islas de Polinesia, que niegan que la guerra sea producto del desequilibrio ecolgico, y que demuestran que el autor, llegado un punto, deduce desequilibrio ecolgico en donde ve evidencia de guerra, y no a la inversa). Al respecto, nos hemos dedicado con ms detalle en Gayubas (2010).

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