Habermas Jurgen - Identidades Nacionales Y Postnacionales
Habermas Jurgen - Identidades Nacionales Y Postnacionales
Habermas Jurgen - Identidades Nacionales Y Postnacionales
JURGEN HABERMAS
TERCERA EDICIN
techos
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra est protegido por la Ley, que establece penas de prisin y/o multas, adems de las correspondientes indemnizaciones por daos y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren pblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artstica o cientfica, o su transformacin, interpretacin o ejecucin artstica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a travs de cualquier medio, sin la preceptiva autorizacin. Die Schrecken der Autonomie. Cari Schmitt auf englisch und Geschichtsbewusstsein und posttraditionale identitat aus EineArt Schadensabwicklung Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1987. Werk und Weltanschauung. Ein Beitrag zur Heidegger Kontroverse aus deutscher Sicht und Intervieuw mit Jean-Marc Ferry Jrgen Habermas, 1988. Alie Rechte vorbehalten. EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA, S. A.), 2007 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid ISBN: 978-84-309-4523-8 Depsito Legal: M. 12.850-2007 Printed in Spain. Impreso en Espaa por Closas Orcoyen. Pol. Ind. Igarsa. Paracuellos de Jarama.
NDICE
Pg. INTRODUCCIN, por Manuel Jimnez Redondo HEIDEGGER: OBRA Y VISIN DEL MUNDO CARL SCHMITT: LOS TERRORES DE LA AUTONOMA CONCIENCIA HISTRICA E IDENTIDAD POSTTRADICIONAL 9 15 67 83
INTRODUCCIN
Como ha sealado el propio Habermas, "la anemia prctica de Teora de la accin comunicativa es necesario resultado de la ambivalencia, vulnerabilidad y los muy distintos planos en que ha de moverse toda prctica", de todo lo cual muy poco cabe decir en el nivel de generalidad en que por fuerza ha de moverse una teora. Cosa muy distinta es lo que ocurre cuando, sobre el trasfondo de los teoremas y con los medios conceptuales suministrados por la teora, se procede al anlisis poltico concreto. Aqu los resultados, obtenidos siempre desde una determinada perspectiva y del anlisis de un determinado problema, pueden muy bien acabar siendo provocadores e incluso irritantes, sin que dejen por ello de ser resultados extremadamente matizados y diferenciados. Los ensayos recogidos en este libro se centran en torno a cuatro motivos o temas, situados en planos distintos, y de muy distinto radio y alcance, que Habermas aborda "desde una perspectiva alemana" (y aun sta internamente dividida, no slo entre diversos partidos, sino incluso en el propio autor); el lector no debera olvidar en ningn momento esto ltimo si no quiere errar de antemano el blanco de sus posibles enojos. La perspectiva alemana resulta obvia en el primero de los motivos, el tema de fondo de la "disputa de los historiadores": el de la autocomprensin de la Repblica Federal en relacin con el pasado del que fue resultado. Sin la crispacin que caracteriz a la disputa misma, en "Conciencia histrica e identi9
dad postradicional" Habermas expone ante un pblico dans el sentido de su intervencin en la polmica, en un texto que se ha convertido en uno de los ms fascinantes ensayos a que cabe recurrir hoy sobre el tema "nacin y nacionalismo". En la entrevista "Identidad nacional e identidad postnacional" vuelve a insistir en lo que de general puede tener esa perspectiva. Y, a la vez, ambos trabajos iluminan el trasfondo poltico tanto de la discusin teortica que Habermas lleva a cabo en El discurso filosfico de la Modernidad como de los otros dos estudios recogidos en el presente libro. Pues, como cabe presumir por la polmica suscitada por la edicin francesa del libro de Vctor Faras sobre Heidegger v el nazismo, la "perspectiva alemana" que Habermas adopta en el prlogo que escribe sobre Heidegger para la versin alemana de ese libro no es probable que resulte tan obvia. Pertenece Habermas a la generacin de pensadores alemanes que iniciaron o concluyeron sus estudios universitarios cuando se hacan patentes las dimensiones de la catstrofe moral que el rgimen nazi haba supuesto. Se advierte en esta generacin una voluntad de distanciamiento frente a las tradiciones de pensamiento en las que, sin embargo, an haban crecido, de mirarlas desde fuera, con los ojos de los "emigrados" o de esquemas conceptuales forneos, de abandonarlas sin ms o de someter su apropiacin a un enrgico trabajo de criba, en una actitud de "recelo y aun de ira" ante todo lo que hubiera contribuido o hubiera podido contribuir a enceguecer ante la catstrofe. Y es patente tambin la voluntad de reconducir esas tradiciones al marco de la "superficial" Ilustracin europea, en trabajos siempre extremadamente sensibles a las cuestiones de fundamentos y a la "dialctica" de esa 10
misma Ilustracin y de toda ilustracin, "dialctica" de la que no pocas de esas tradiciones ms que concepto son sntoma. Ahora bien, en y pese a la "dialctica de la Ilustracin", nihil contra Deum, nisi Deus ipse, nada que ponga en cuestin "el general significado e importancia de la fe en la discusin", si no es la propia discusin. Nada hay que repugne ms a esta generacin que el gesto del filsofo que se presenta con la pretensin "de que hay un pensamiento que es ms riguroso que el conceptual" o con el gesto de fundador de secta en posesin de una verdad salvfica. Incluso de la idea del "emigrado" Adorno de que "la utopa del pensamiento sera expresar lo sin-concepto en conceptos sin asimilarlo a stos", Habermas no par hasta desprenderse definitivamente de ella en el ltimo captulo del primer tomo de Teora de la accin comunicativa. Difcilmente puede negarse que esta actitud, compartida por toda una generacin, ha puesto en marcha uno de los movimientos ms apasionantes del pensamiento de nuestros das. Los teoremas centrales del "idealismo alemn" (tomando esta expresin en su sentido ms lato posible) y de las tradiciones "fatales" y no fatales que reaccionaron a l han quedado vertidos en, y fundidos con, esquemas conceptuales que les eran extraos, sobre todo de procedencia anglosajona, en un admirable trabajo de transformacin y criba, abundante, por lo dems, en observaciones de mofa a la proverbial "profundidad" del pensamiento centroeuropeo. Y, sin embargo, la idea de superacin del "proyecto de la Ilustracin", de obsolescencia del "contenido normativo de la Modernidad" o de superacin del "racionalismo occidental", idea que para esta generacin no puede menos de tener connotaciones siniestras (y que en nuestro pas quiz no deje de tener ms 11
bien su lado cmico), es hoy elemento esencial de corrientes de pensamiento en que los nombres de Nietzsche, Heidegger, e incluso el de Cari Schmitt (a los que ningn miembro de esa generacin dudara en considerar figuras bien representativas de "nuestras fatales tradiciones"), ocupan una posicin central. Nada tiene, pues, de extrao que, cuando Habermas aborda un tema como el "caso Heidegger" o el "caso Cari Schmitt", ese tema se le divida inmediatamente en tres, imbricados entre s, que constituyen en realidad los otros tres motivos sobre los que versan los trabajos recogidos en este libro. El menos importante quiz para un forneo es el de la tipicidad del personaje o el papel desempeado por el personaje en el medio de la cultura poltica alemana de los aos treinta. Mucho ms importante es hasta qu punto categoras centrales de su pensamiento vienen infectadas por la visin del mundo con la que se vieron polticamente comprometidos o qu papel desempean en esa cosmovisin las tradiciones de pensamiento a que esas figuras pertenecen; pues "desde una perspectiva alemana", y quiz no slo desde una perspectiva alemana, la capacidad de un pensamiento para reaccionar a lo ocurrido en Centroeuropa en los aos treinta y cuarenta se convierte en definitivo elemento discriminante. Y esa segunda cuestin es, a su vez, inseparable de otra de mucho ms alcance: qu hay del ncleo del racionalismo occidental, del que esas figuras y tradiciones de pensamiento que apelan a ellas y otras que no apelan a ellas, bien las interpretemos como concepto, bien como sntomas, se encargaron e insistentemente se han encargado de mostrar su ambivalencia. El que Habermas no pueda menos de abordar conjuntamente estos tres motivos, y ello adems sobre el trasfondo de crispacin poltica dejado por la 12
disputa de los historiadores, es lo que presta a estos escritos su carcter provocador, su aguijn, e incluso su dramatismo. Finalmente, desde un principio Habermas expres su deseo de que la versin castellana (al igual que la inglesa y la francesa) de su prlogo a la versin alemana del libro de V. Faras Heidegger et le nazisme (Pars, 1987) se publicase de forma independiente, a ser posible acompaada de algunos textos que reflejasen los aspectos ms generales de su posicin en la "disputa de los historiadores" y el "contexto alemn" de la polmica sobre Heidegger. Los textos seleccionados fueron sugeridos por el propio Habermas, quien asimismo dio su visto bueno al ttulo del presente libro. La traduccin de ese prlogo la realic sobre una copia que el autor me pas en abril de 1988, provista de una nota preliminar para las traducciones castellana, inglesa y francesa. Mucho ms tarde observ que en la versin definitiva publicada a principios de este ao (en V. Faras, Heidegger und der Nationalsozialismus, Francfort, 1989) Habermas haba introducido algunas modificaciones, casi todas ellas en las notas a pie de pgina, que indico en los lugares correspondientes.
MANUEL JIMNEZ REDONDO
Julio de 1989
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I En su excelente bibliografa comentada sobre los escritos de Heidegger, W. Franzen introduce la seccin "Heidegger y el nacionalsocialismo" con las siguientes palabras: Mientras tanto se han hecho tambin en la Repblica Federal Alemana toda una serie de competentes aportaciones sobre el "caso Heidegger"... Pero hasta hoy apenas si ha tenido lugar una discusin realmente abierta y sin crispaciones sobre todo en el campo de los discpulos de Heidegger. Esto era en 1976 '. Esta situacin ha cambiado. Entre otras cosas, las notas publicadas en 1983 (junto con la reedicin del discurso de toma de posesin del rectorado), en las que Heidegger justifica su comportamiento poltico de 1933-1934 desde el punto de vista de 1945, provocaron una nueva discusin 2. Sobre todo los trabajos del historiador de Friburgo Hugo Ott 3 y del filsofo Otto Pggeler 4 , prximo a Heidegger desde hace decenios, y tambin el informe de Lwith (fechado en 1940) sobre su encuentro con Heidegger en Roma el ao 1936 5 , han sacado a la luz
W. Franzen, Martin Heidegger, Sammlung Metzler, Stuttgart, 1976, p. 78. 2 M. Heidegger, Die Selbsbehauptung der deutschen Universitat. Das Rektorat 1933/34, Francfort, 1983. 3 H. Ott, "Martin Heidegger und die Universitat Freiburg nach 1945", en Historisches Jahrbuch, 1985; del mismo, "Martin Heidegger und der Nationalsozialismus", en A. Gethmann-Siefert, O. Pggerler, Heidegger und die praktische Philosophie, Francfort, 1988, pp. 64 ss. 4 O. Pggeler, "Den Fhrer fhren? Heidegger und kein Ende", en Phosophische Rundschau 1985, pp. 26 ss.; del mismo, "Heideggers politisches Selbstvertandnis", en Gethmann-Siefert, Pggeler (1988), pp. 17 ss. 5 K. Lwith, Mein Leben in Deutschland vor und nach 1933. Ein Bericht, Stuttgart, 1986, p. 57.
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nuevos hechos. Aparte de eso, la edicin completa de los escritos de Heidegger, ahora en marcha, permite una visin ms exacta del contenido de los cursos y escritos de los aos treinta y cuarenta, an no publicados del todo 6 . Y, sin embargo, han sido menester los esfuerzos de un colega chileno para poder disponer tambin entre nosotros (por este rodeo de una traduccin del francs en la que se ha tenido presente el original castellano) * de una biografa poltica de Heidegger. Este extraamiento a travs de la mirada de un extranjero es quiz la mejor respuesta a la crispada actitud observada por Franzen que en nuestro pas reina en todo lo tocante a Heidegger. El distanciamiento que tal circunstancia impone a este libro de Faras puede servir de justificacin a mi intento de poner en relacin este trabajo, que, naturalmente, ha de hablar por s solo, con el actual contexto alemn. Desde la perspectiva de un lector alemn contemporneo es importante de entrada una aclaracin. La discusin acerca del comportamiento poltico de Martin Heidegger no puede ni debe servir al propsito de una difamacin y desprecio sumarios. Como personalidad que ha desempeado un papel en nuestra historia, Heidegger est sometido al juicio del historiador, como cualquier otro. En este libro aparecen actos y formas de comportamiento que no invitan ciertamente a una calificacin muy benvola del personaje.
Cfr. Tertulian, "Heidegger oder: Die Besttigung der Politik durchs Seinsgeschichte. Ein Gang zu den Quellen. Was aus den Texten des Philosophen alies sprudelt", en Frankfurter Rundschau de 2 de febrero de 1988. * En Faras (1989) este parntesis reza: "por este rodeo de una traduccin del castellano en la que se ha tenido presente la edicin francesa". (N. del T.)
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Pero como nacidos despus, que no podemos saber cmo nos hubiramos comportado en esa situacin de dictadura poltica, haremos muy bien en moderarnos en lo tocante a la valoracin moral de las acciones y omisiones de Heidegger durante la poca nazi. Karl Jaspers, el amigo y compaero de generacin, se encontraba en una posicin muy distinta. En un informe que le pidi la Comisin de Depuracin Poltica de la Universidad de Friburgo a fines de 1945, Jaspers hace el siguiente juicio sobre el "tipo de pensamiento" de Heidegger: en su opinin, se trata de un estilo de pensamiento que "por esencia carece de libertad, es dictatorial y ajeno a toda comunicacin" 7 . Este juicio caracteriza tan bien al propio Jaspers como a Heidegger. Pues, como demuestra su libro sobre Schelling, en tales juicios Jaspers se deja guiar por la rigurosa mxima de que el contenido de verdad de una doctrina filosfica ha de reflejarse en la mentalidad y estilo de vida del filsofo. Esta rigurosa concepcin de la unidad de obra y persona me parece que no hace justicia a la autonoma del pensamiento y sobre todo a la historia de influencias y efectos que un pensamiento genera 8. Con ello no pretendo negar en modo alguno
Ott (1988), p. 65. La moderacin en la valoracin poltico-moral del comportamiento de entonces debera incluir la renuncia a comparaciones que con demasiada facilidad adoptan el gesto de pasar factura. Un aleccionador ejemplo lo ofrece incluso el circunspecto Otto Pggeler, que no solamente compara el compromiso de Heidegger con el fascismo con la opcin de E. Bloch y G. Lukcs por Stalin, sino que a este propsito trae tambin a colacin una recensin en la que Th. W. Adorno, sin percatarse en absoluto de la situacin de 1934, haba credo poder sobrevivir a la catstrofe que se cerna sobre Alemania [Pggeler (1985), p. 28]. Cuando en 1963 (en el peridico estudiantil de Francfort Diskus) Adorno se vio confrontado con
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toda conexin interna entre una obra filosfica y el contexto biogrfico en que esa obra nace, ni tampoco el grado de responsabilidad que compete a un autor que durante su vida pudo muy bien reaccionar a las consecuencias no pretendidas de sus manifestaciones. Pero la obra de Heidegger hace mucho tiempo que se separ de su persona. Con toda razn empieza Herbert Schndelbach su exposicin de la filosofa en Alemania indicando que nuestra filosofa actual viene esencialmente determinada por los impulsos que en ese momento partieron del Tractatus logicophilosophicus (1921) de Wittgenstein, de Historia y conciencia de clase de Lukcs, y de Ser y Tiempo de Martin Heidegger 9. Con Ser y Tiempo Heidegger se haba hecho valer de la noche a la maana, por as decirlo, como un pensador de rango. Incluso colegas situados bien lejos de l, como Georg Misch, se percataron enseguida del "gran aliento" y del "buen saber hacer" de este filsofo capaz de sealar el camino. Y, en efecto, Heidegger haba fundido y refundido de forma tan original los planteamientos contrarios que representan la hermenutica de Dilthey y la fenomenologa de Husserl, que pudo hacer suyos los motivos pragmatistas de Max Scheler y convertir todo ello en una superacin historizante de la filosofa del sujeto 10. Este replanteamiento de la filosofa resultaba
su recensin de 1934, reaccion con una carta abierta, cuyas palabras ofrecen un impresionante contraste con el vergonzante silencio de Heidegger. Cfr. el eplogo editorial de R. Tiedemann en T, W. Adorno, Gesammelte Schriften, tomo 19, pp. 635 ss. En ese mismo tomo se recoge la carta de Adorno y un comentario de M. Horkheimer. 9 H. Schndelbach, Philosophie in Deutschland 1831-1933, Francfort, 1983, p. 13. 10 Sobre la influencia del pragmatismo en Heidegger, cfr. C. F.
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tanto ms sorprendente cuanto que pareca permitir fusionar los problemas clsicos de la metafsica de Aristteles con los virulentos motivos de la dialctica existencial de Kierkegaard. Incluso visto desde hoy, este nuevo comienzo representa la cesura ms profunda que desde Hegel se ha producido en el pensamiento alemn. Mientras que la destranscendentalizacin del sujeto constituidor de mundo, efectuada en Ser y Tiempo, no tena par, la crtica a la razn que, partiendo de Nietzsche, Heidegger introdujo despus, represent el equivalente idealista, que ya entonces caba esperar, de la crtica materialista de la razn cosificante o razn instrumental, una crtica an ligada a Hegel, pero que una productivamente a Weber con Marx. La riqueza de anlisis particulares, que, entre otras cosas, ponan de manifiesto las premisas ontolgicas del pensamiento moderno, tenan como contrapartida en Heidegger el estrechamiento de la mirada a la dimensin de una historia de la metafsica, estilizada sin ms contemplaciones. Esta abstraccin respecto de los contextos histricos de la vida social no dej de tener consecuencias para el tipo de recurso de Heidegger (un recurso no filtrado por las ciencias sociales) a los anlisis de la actualidad que entonces estaban en boga. Cuanto ms desapareca la historia real tras la "historicidad", tanto ms fcil resultaba a Heidegger hacer un uso tan ingenuo como pretencioso del anlisis de la actualidad, a los que recurra ad hoc. Con su movimiento de pensamiento destranscendentalizador y de crtica a la metafsica Heidegger, cuya obra fue ciertamente criticada, pero cuya posiGethmann, "Vom Bewusstsein zum Haldeln", en H. Stachoviak, Pragmatik, tomo II, Hamburgo, 1987, pp. 202 ss.
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cin se mantuvo inatacada durante los aos treinta y cuarenta, ejerci un influjo ininterrumpido en las universidades alemanas. Este efecto creador de escuela alcanz hasta los aos sesenta. Su peso est bien documentado en una obra colectiva sobre Perspectivas para la interpretacin de su obra, que O. Pggeler edit con motivo del octogsimo cumpleaos de Heidegger n . Durante el largo perodo de latencia en la formacin de la Repblica Federal hasta principios de los aos sesenta la escuela de Heidegger mantuvo una posicin predominante; el que despus la filosofa analtica del lenguaje (con Wittgenstein, Carnap y Popper) y el marxismo occidental (con Horkheimer, Adorno y Bloch) hicieran tambin pie en las universidades alemanas no signific sino una retardada normalizacin de la situacin. Pero ms significativo que el influjo acadmico sobre varias generaciones de discpulos es la inspiradora irradiacin que la obra de Heidegger ejerci sobre cabezas independientes que tomaron este o aquel motivo de su pensamiento para desarrollarlo despus sistemticamente en planteamientos propios. El primer Heidegger influy de esta guisa ante todo en la filosofa existencial y en la antropologa fenomenolgica de Sartre y de Mrleau-Ponty. En Alemania puede decirse otro tanto de la hermenutica filosfica de Hans-Georg Gadamer. Y prosecuciones productivas de su pensamiento las ha habido tambin en mi generacin, por ejemplo en Karl-Otto Apel, Michael Theunissen y Ernst Tugendhat n. La crtica de HeiO. Pggeler (ed.), Heidegger, Colonia, 1969. Mi intensiva ocupacin con el primer Heidegger dej tambin huellas en mis trabajos, incluso en Conocimiento e inters (1968); cfr. las referencias bibliogrficas en Franzen (1976); a m me fas12 11
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degger a la razn ha ejercido mucha ms influencia en Francia y en Estados Unidos, por ejemplo en Derrida, Richard Rorty y Hubert Dreyfus. El cuestionable comportamiento poltico de un autor arroja ciertamente una sombra sobre su obra. Pero la obra de Heidegger, sobre todo el contenido de Ser y Tiempo, ocupa un lugar tan eminente en el pensamiento filosfico de nuestro siglo que es absurda la sospecha de que la sustancia de ese libro pudiera quedar desacreditada ms de cinco decenios despus por la valoracin poltica que se haga de la toma de partido de Heidegger por el fascismo. Pero entonces, si prescindimos de ese inters histricamente distanciado que es habitual en el mbito de la ciencia, qu inters puede tener el ocuparse del pasado poltico de Heidegger hoy, y precisamente aqu en la Repblica Federal Alemana? A mi juicio, estas cosas merecen nuestro inters sobre todo desde dos puntos de vista. En primer lugar, la actitud de Heidegger tras 1945 hacia su propio pasado es un caso tpico de esa actitud mental que ha venido persistentemente determinando la historia de la Repblica Federal hasta bien entrados los aos sesenta. Como demuestra lo que se ha dado en llamar la "disputa de los historiadores", su fuerza formadora de mentalidad y actitudes alcanza incluso hasta nuestros das 13. Para
ci el marxismo heideggerano del primer Marcuse; cfr. A. Schmidt, "Existential-Ontologie und historischer Materialismus bei H. Marcuse", en Habermas (ed.), Antworten auf Herbert Marcuse, Francfort, 1968, pp. 17 ss. 13 H. U. Wehler, Entsorgung der deutschen Vergangenheit?, Munich, 1987. Todava en Hillgruber encontramos en 1986 la misma comparacin de los crmenes alemanes con la expulsin de los alemanes de las provincias del Este, a que Heidegger recurre en 1949 en su carta a Marcuse. Sobre estas cartas, cfr. ms abajo, pp. 56 ss.
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poder entender qu hay de sintomtico en esa negativa a cambiar de actitud, en esa persistente prctica de negar lo evidente, es menester informarse de lo que Heidegger hasta su muerte trat de reprimir, encubrir o falsear. En segundo lugar, toda tradicin que en Alemania haya podido contribuir a la ceguera colectiva frente al fascismo necesita de una apropiacin crtica, de una apropiacin acompaada de ira y recelo. Y as tiene que ser en el caso de una filosofa que hasta en sus medios retricos de expresin absorbi los impulsos recibidos de la cosmovisin de su poca. No puede desacreditarse el contenido de verdad de una teora ponindola en relacin con asuntos que le resultan externos; pero tampoco se puede ni se debe declarar terreno vedado a unafiguradel espritu objetivo, que tan potente se muestra en su capacidad de crear tradicin, inmunizndola incluso contra la pregunta de si en ella no se entreveraron elementos certeros, objetivos, con elementos absorbidos de la visin del mundo predominante en su poca 15. Lo que en este pas se consider siempre justo en relacin con el estalinismo, ha de considerarse tambin equitativo cuando se trata del fascismo. Manfred Frank, refirindose a las variantes difundidas hoy en Francia de la crtica heideggeriana a la razn, ha expresado la opinin de que el problema de
14 Karl Jaspers y el arzobispo Grber exigan o esperaban de su amigo Heidegger, en 1945, incluso un "autntico renacimiento" o "un radical cambio de actitud espiritual": cfr. Ott en GethmannSiefert, Pggeler (1988), p. 65. 15 Tampoco R. Rorty se da cuenta de que el problema no es la relacin entre persona y obra, sino el peculiar entrelazamiento de filosofa y cosmovisin: "Taking Philosophy Seriously", The New Republic, April 11, 1988, pp. 31 s.
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la disolucin de ese sndrome cosmovisional de procedencia tpicamente alemana, es decir, de ese sndrome cuyos representantes tpicos fueron los "jvenes conservadores", est lejos de haber quedado resuelto: "Las nuevas teoras francesas son aceptadas por muchos de nuestros estudiantes como un mensaje de salvacin... A m me parece que bajo pretexto de esa apertura a lo francs-internacional lo que esos estudiantes estn haciendo es volver a mamar con fruicin sus propias tradiciones irracionalistas que aqu quedaron interrumpidas con la cada del Tercer Reich" 16. Las siguientes observaciones que tratan de complementar la investigacin de Faras tienen por objeto plantear una cuestin que ya abord en otro lugar 17: la de si se dio una relacin interna entre la filosofa de Heidegger y la percepcin poltica que Heidegger tuvo de la situacin contempornea 18.
M. Frank, "Philosophie heute und jetzt", Frankfurter Rundschau, de 5 de marzo de 1988. La recepcin de Heidegger por parte de la nouvelle droite en Francia podra servir de advertencia. Por ejemplo, para el radical de derechas Pierre Krebs, promotor de los seminarios Thule, Heidegger constituye un autor de referencia, que se cita ms a menudo que A. Gehlen, K. Lorenz, A. Moeller van den Bruck, O. Spengler, etc.; cfr. P. Krebs, "Unser inneres Reich", en P. Krebs (ed.), hut zurldentitt, Struckum, 1988, pp. 9 ss. [Nota aadida en Faras (1989). (N. del T.)]. 17 J. Habermas, Der Philosophische Diskurs der Modeme, Francfort, 1985, pp. 184 s. 18 Lamentablemente me era desconocida en ese momento la pertinente investigacin de W. Franzen, Von der Existenzialontologie zur Seinsgeschichte, Meisenheim am Glan, 1975, pp. 69 ss., y el eplogo a la segunda edicin de O. Pggeler, Der Denkweg M. Heideggers, Pfullingen, 1983, pp. 319 ss. (vers. castellana, El camino del pensar de Martin Heidegger, Madrid, 1986).
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II Otto Pggeler haba expuesto en 1963 la trayectoria de lafilosofade Heidegger (versin castellana El camino del pensar de Martin Heidegger) en una versin autorizada por el propio Heidegger, que reflejaba fielmente la autocomprensin del autor. Es precisamente a este discpulo, el ms fiel de todos, al que veinte aos despus le embarga la duda: "No fue una determinada orientacin de su pensamiento la que hizo que Heidegger y no por casualidad viniera a dar en las proximidades del nacionalsocialismo, y que despus nunca lograra en realidad escapar a esa proximidad?" 19. En sus ltimos escritos Pggeler viene adoptando una perspectiva desde la que la historia de la obra de Heidegger queda mucho ms prxima de lo que se haba considerado hasta ahora a las crisis de su propia biografa. Pggeler distingue primero entre la crisis religiosa en la que Heidegger cae personalmente en torno a 1917, y el sentimiento general de crisis del ao 1929, por el que Heidegger se ve arrastrado polticamente. Cuando Heidegger en 1929 abandona por propio deseo los estudios de teologa catlica, justifica este paso diciendo que "son motivos de teora del conocimiento los que le han llevado a considerar problemtico o inaceptable el sistema del catolicismo pero no el cristianismo y la metafsica si bien sta entendida en un nuevo sentido..." 20. Si a esto se aade su ocupacin subsiguiente con el Lutero de la poca de la Reforma y con Kierkegaard y su ulterior encuentro
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con Bultmann en Marburgo, se torna plausible desde qu motivos y desde qu punto de vista se planteaba para Heidegger el problema de la mediacin del pensamiento histrico con la metafsica; su actitud de atesmo metodolgico no haba cerrado todava en modo alguno el horizonte de experiencia especficamente cristiano. Heidegger pretende una "fenomenologa de la vida" que se apoya en experiencias lmites de la existencia personal. La experiencia de la historia brota del autocercioramiento del individuo concreto en su situacin de cada caso. Esa experiencia le lleva a) a una reinterpretacin hermenutica del mtodo fenomenolgico de Husserl, le obliga b) a una interpretacin de la pregunta metafsica por el Ser desde el horizonte de la experiencia del tiempo, y le fuerza c) a una reformulacin preada de consecuencias de las operaciones generativas del yo trascendental, por la que stas se convierten en el proyecto de vida histricamente situado de un Dasein que en trminos de facticidad se encuentra a s mismo en el mundo. La conexin de b) y c) explica finalmente por qu el inters de Heidegger permaneci dirigido a la estructura de la existencia humana en general a la vez que requera una clara delimitacin de la ontologa existencial frente a las empresas coetneas de filosofa de la existencia (Jaspers). La analtica que en Ser y Tiempo se hace del Dasein se qued en una teora, por existencialmente enraizada que fuera, del ser-en-el-mundo en general. Esto explica el contraste sealado una y otra vez entre esa pretensin de anlisis radical y la persistente abstraccin en que queda la historicidad (como condicin de la experiencia histrica en general) respecto de los procesos histricos mismos. Ahora bien, la aportacin pionera de Ser y Tiempo consiste en que Heidegger dio un paso argumentativo 26
decisivo en la superacin del planteamiento que representa la filosofa de la conciencia 21. Esta aportacin puede, desde luego, quedar iluminada por el transfondo motivacional que representa la crisis personal de Heidegger; pero no puede verse afectada ni menoscabada por ese contexto de nacimiento. Naturalmente ya en esta obra central se refleja ese espritu de la poca, del que el autor qued prisionero. La crtica de la burguesa culta a la civilizacin de masas se expresa en especial en la coloracin que en trminos de diagnstico de la poca adopta el anlisis del "uno" (man); la queja elitista sobre la "dictadura de la opinin pblica" era posesin comn de los mandarines alemanes de los aos veinte y aparece de forma similar en Karl Jaspers, E. R. Curtius y otros muchos. La ideologa que vena inscrita en el hidden curriculum de los institutos alemanes de enseanza media dej su sello en generaciones enteras, tanto a la izquierda como a la derecha. A esta ideologa pertenece la autocomprensin elitista de la gente de carrera universitaria, el fetichismo del espritu, la idolatra de la lengua materna, el desprecio de todo lo social, la completa ausencia de ese tipo de consideracin sociolgica, habitual desde haca ya mucho tiempo en Francia y en Estados Unidos, la polarizacin entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espritu, etc. Todos estos motivos reaparecen, sin que medie filtracin reflexiva alguna, en el pensamiento de Heidegger. Algo ms especficas son las curiosas connotaciones de que Heidegger dota ya entonces a conceptos como Schicksal (destino) y Geschick (destino colectivo). Elpathos del
Habermas (1985), pp. 169 ss. Sobre la controvertida prehistoria de Ser y Tiempo, cfr. las contribuciones de H. G. Gadamer, C. F. Gethmann y Th. Kisiel en Dilthey Jahrbuch, t. 4, 1986-1987.
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nihilismo heroico une a Heidegger con las cabezas afines del movimiento conservador-revolucionario con Spengler, los hermanos Jnger, Cari Schmitt y los miembros del crculo Die Tat. Pero la irrupcin de estos motivos, en tanto que cosmovisionales, en la autocomprensin de Heidegger comofilsofoe incluso en sus ideas filosficas centrales, la data Pggeier no sin razn hacia el ao 1929, la poca de la crisis econmica y en general del ocaso de la Repblica de Weimar. Si se entiende la ideologa de los mandarines alemanes en el sentido en que la entiende F. K. Ringer 22, pueden verse conexiones entre la conciencia de mandarn del profesor Heidegger y las barreras que la argumentacin de Ser y Tiempo no logr superar. Sin embargo, no creo que una investigacin en trminos de sociologa del conocimiento llegara a mostrar ms que lo que la crtica filosfica inmanente ha venido mostrando desde hace mucho tiempo. Heidegger, al centrar su atencin en una presunta constitucin invariante del Dasein, se cerr de antemano el camino para pasar de la historicidad a la historia real 23. Asimismo, Heidegger, al suponer al "ser-con" (Mit-sein) un status puramente derivado, yerra la dimensin de la socializacin y de la intersubjetividad 24. Con la interpretacin de la verdad como estado de desocultaF. K. Ringer, The Decline of Germn Mandarins. The Germn Academic Community 1890-1933, Cambr., Mass., 1969; cfr. mi recensin en Perfiles filosfico-pottticos, Madrid, 1984; cfr. tambin H. Brunkhorst, Der Intellektuelle im Land der Mandarme, Francfort, 1987. 23 Franzen (1975). Esto es algo de lo que ya se percat Adorno en su leccin inaugural de 1930: T. W. Adorno, "Die Aktualitt der Philosophie", Gesammelte Schriften, 1.1, pp. 325 ss. 24 M. Theunissen, DerAndere, Berln, 1977, pp. 182 ss.
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miento ignora Heidegger adems el momento de incondicionalidad de una pretensin de validez, como es la de verdad, que, como tal pretensin, trasciende todos los criterios puramente locales 25. Finalmente, su solipsismo metodolgico impide a Heidegger tomar en serio las pretensiones de validez normativas y el sentido de las obligaciones morales 26. Basta este tipo de crtica para mostrar por qu "la filosofa de Ser y Tiempo, ni para Heidegger ni para una serie de colegas y discpulos que le estaban bien prximos, pareca ofrecer, como es evidente, un potencial crtico contra el fascismo" 27. As, W. Franzen llega a la conclusin de que "mucho de lo que Heidegger dijo y escribi en 1933 y 1934 es verdad que no se segua necesariamente de lo que estaba en Ser y Tiempo, pero s que poda seguirse sin hacer a los textos demasiada violencia" 28. El hueco que esta explicacin negativa deja abierto, voy a llenarlo con la tesis de que aproximadamente desde 1929 se pone en marcha una cosmovisionalizacin de la teora. Desde ese momento empiezan a penetrar en las ms secretas moradas de la filosofa de Heidegger motivos de ese turbio diagnstico de la poca que venan haciendo los "jvenes conservadores". Heidegger se abre por primera vez del todo al pensamiento antidemocrtico que en la repblica de Weimar haba encontrado en la derecha prominentes portavoces y que incluso haba atrado a cabezas origi-
25 E. Tugendhat, "Die Idee von Wahrheit", en Pggeler (1969), p. 286; cfr. tambin K. O. Apel, Transformation der Philosophie, Francfort, 1973, t. I, segunda parte. 26 G. F. Gethmann, "Heideggers Konzeption des Handelns in "Sein und Zeit", en Gethmann-Seifert, Pggeler (1988), pp. 140 ss. 27 Ibid., p. 142. 28 Franzen (1975), p. 80.
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nales . Esos dficit que en Ser y Tiempo pueden mostrarse por va de una crtica inmanente, Heidegger no pudo percibirlos como dficit porque comparti las difundidas pasiones antioccidentales de su entorno y, frente al superficial universalismo de la Ilustracin, consider ms originario el pensamiento metafsico. La historia concreta no era para l sino un acontecer meramente ntico, el contexto de la vida social una dimensin de la inautenticidad, la verdad proposicional un fenmeno derivado y la moralidad slo un sinnimo de valores cosificados. Tales prevenciones y prejuicios permiten explicar las manchas ciegas en el desarrollo de ese planteamiento innovador que representa Ser y Tiempo. Pero slo despus de Ser y Tiempo comienza a operar en la obra de Heidegger esa subterrnea corriente anticivilizatoria de la tradicin alemana (Adorno), que acabara minando el planteamiento mismo 30.
III Pggeler insiste, con razn, en la cesura biogrfica que representa el ao 1929. Tres cosas coinciden. En
K. Sontheimer, Antidemokratisches Denken in der Weimarer Republik, Munich, 1962; Ch. v. Krockow, Die Entscheidung, Stuttgart, 1958. 30 Los apologetas franceses de Heidegger ponen las cosas cabeza abajo al pretender explicar la opcin de Heidegger por el nacionalsocialismo con cosas tales como que el pensamiento de Ser y Tiempo permanece todava demasiado enraizado en el "pensamiento metafsico" y que qued an demasiado ligado al destino colectivo que representa el nihilismo. Cfr. Ph. Lacoue-Labarthe, Lafiction du politique, Pars, 1987. Para una crtica de esta obra, cfr. L. Ferry, A. Renault, Heidegger et les Modernes, Pars, 1988.
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ese momento reaparecen en escena Hlderlin y Nietzsche como los autores que habran de dominar los decenios siguientes. Con ello se pone en marcha ese giro neopagano, que hara pasar a segundo plano los motivos cristianos en favor de un recurso a lo arcaico. Todava al final de su vida pone Heidegger su esperanza en "un" dios que pueda salvarnos. Pggeler se hace esta pregunta: "o hubo un camino... de Nietzsche a Hitler? No trat Heidegger de encontrar desde 1929, de la mano de Nietzsche, mediante el hacer de los grandes hacedores, el camino de vuelta a la experiencia trgica del mundo y, por consiguiente, a una grandeza histrica, con el fin de recobrar en el medio de la situacin alemana del momento y en trminos transformados el origen que fue el pensamiento griego y un horizonte reordenado por mitos?" 31. En segundo lugar, la autocomprensin del filsofo experimenta una mudanza. Durante el encuentro con Cassirer en Davos, formula Heidegger las ms rotundas negativas contra el mundo de Goethe y del idealismo alemn. Era en marzo de 1929. Pocos meses despus, tras la leccin inaugural de Friburgo en el mes de julio, tiene lugar la ruptura con su maestro Husserl. En ese momento Heidegger recurre a un tema que haba tratado por primera vez diez aos antes; da un curso sobre la "esencia de la universidad y de los estudios universitarios". Parece que es entonces cuando Heidegger efecta conscientemente la ruptura con la filosofa acadmica, para filosofar en adelante en un sentido distinto, no profesional: en una confrontacin directa con los problemas de la poca, que el filsofo considera apremiantes. La universidad se le pre-
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senta, como haba de quedar claro en el discurso de toma de posesin del rectorado en 1933, como el lugar institucional privilegiado para una renovacin que haba que llevar a efecto en trminos no convencionales. En tercer lugar, Heidegger se abre, tambin en su ctedra, a los diagnsticos de la actualidad que venan haciendo los jvenes conservadores 32. En su curso del semestre de invierno 1929-1930 sobre "Los conceptos fundamentales de la metafsica" se refiere a autores como Spengler, Klages y Leopold Ziegler y conjura el herosmo de la existencia temeraria contra la normalidad de la miseria y el apocamiento burgueses, que slo le merecen menosprecio: "De nuestra existencia est ausente el misterio y con ello ese ntimo espanto que todo misterio trae consigo y que presta a la existencia su grandeza" 33. En los aos siguientes Heidegger estudia los escritos de Ernst Jnger Guerra y guerrero (1930) y El trabajador (1932). Pero el proceso de cosmovisionalizacin de la filosofa de Ser y Tiempo no slo se explica por la conciencia de crisis, que hace a Heidegger sensible a la crtica que de la metafsica haba hecho Nietzsche, que sugiere para una filosofa liberada de las ataduras acadmicas y para su lugar, la universidad, el papel de un salvador cuando ms arrecia el peligro y que abre puertas y ventanas a la turbia crtica anticivilizatoria
32 Uno de los ms clarividentes anlisis lo sigue ofreciendo an el temprano artculo de H. Marcuse, "Der Kampf gegen der liberalismus in der totalitarer Staatsauffassung", en Zeitschrift fr Sozialforschung, 3, 1934, pp. 161 ss., con referencias al artculo de Heidegger en el peridico estudiantil de Friburgo de 10 de noviembre de 1933. 33 M. Heidegger, Gesamtausgabe, t. 29-30, p. 244. Para el anlisis del pargrafo 38, cfr. W. Franzen, "Die Sehnsucht nach Harte und Schwere", en Gethmann-Siefert, Pggeler (1988), pp. 78 ss.
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del momento. Pues, aparte de todo ello, los elementos cosmovisionales que empiezan a penetrar en su obra se dan la mano con un problema resultante del carcter inconcluso de la obra Ser y Tiempo. La ontologa de la existencia, que Heidegger desarrolla en esa obra, permaneca todava atenida hasta tal punto al planteamiento transcendental, que las estructuras que en ella se ponen al descubierto hubieron de ser atribuidas al Dasein en general, es decir, que esas estructuras siguieron manteniendo un carcter suprahistrico. Heidegger no haba podido, pues, dar satisfaccin a su propia pretensin de una temporalizacin radical de los conceptos bsicos de la metafsica 34. Dos trabajos de los aos 1930-1931 (de los que, por lo dems, slo disponemos en una versin reelaborada aos despus) tratan de satisfacer esa pretensin. En dos conferencias, "De la esencia de la verdad" y "La doctrina de Platn acerca de la verdad", los "existenciarios" se transforman de una estructura bsica del Dasein en resultado de un proceso que viene de lejos. Surgen de una historia sublimada en trminos idealistas, que en el medio que representa el cambio histrico de los conceptos bsicos de la metafsica se habra efectuado tras o por encima de la historia real. La dialctica de ocultamiento y desocultamiento no es pensada ya como la mutua imbricacin de posibilidades invariantes de ser, que la perspectiva de ser-enautenticidad mantiene abiertas al individuo, sino como la historia de una cada que se inicia con el penEn Ser y Tiempo Heidegger efecta todava la destranscendentalizacin del sujeto constituidor de mundo dentro de una arquitectnica determinada por la filosofa trascendental; cfr. J. Habermas, Nachmetaphysisches Denken, Francfort, 1988, pp. 49 ss.
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Sarniento metafsico de Platn y que en trminos de poca se cumple en las grandes cesuras de la historia posterior del hombre. Con ello consigue Heidegger una dimensin desde la que la analtica del Dasein puede asegurarse de las condiciones de su propio nacimiento. La teora se torna reflexiva en trminos similares a como ocurre en el marxismo hegeliano de Lukcs, si bien con la diferencia esencial de que en este ltimo caso la teora de la sociedad se entiende a s misma desde un contexto histrico concreto que resulta accesible a la investigacin sociolgica mientras que el pensamiento plasmado en la ontologa existencial pretende ascender a un mbito originario, sublime, previo, sustrado a todo carcter emprico (y, en definitiva, tambin a todo carcter argumentativo). En ese mbito slo reina la filosofa; de ah que sin ms miramientos pueda contraer turbias conexiones con diagnsticos de la poca no sometidos a comprobacin cientfica. Y, en efecto, la reconstruccin que, referida a la actualidad, Heidegger hace de ese despliegue de la metafsica, antecedente a toda historia concreta, se deja guiar por la conciencia de crisis de un momento histrico insistentemente evocado, es decir, por la interpretacin conservadora-revolucionaria de la situacin alemana a principios de los aos treinta. Los intrpretes siguen hoy la interpretacin que retrospectivamente Heidegger hace de s en el sentido de que seran esos dos textos de 1930-1931 los que habran consumado "la vuelta" desde la ontologa existencial a la "historia del Ser". Pero tal cosa no es del todo cierta; pues en esos dos textos lo nico que se hace es emprender el camino que a travs de varias fases acabara conduciendo a la Carta sobre el Humanismo de 1946. Elpathos de la escucha y del dejar-ser,
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la comprensin quietista del hombre como pastor del Ser, la tesis del lenguaje como la "casa del Ser en la que morando el hombre existe, en la que el hombre protegiendo la verdad del Ser pertenece a esa verdad" 35, todo ello no es sino el resultado posterior de una entrega del pensamiento filosfico a ese "destino colectivo del mundo" que entre 1930 y 1945 parece prescribir a un filsofo bien acomodaticio las idas, venidas y sinuosidades que caracterizan esa etapa de Heidegger. A principios de los aos treinta no slo falta la expresin, sino tambin el concepto de "historia del Ser". Lo que entonces cambia en la concepcin filosfica no es todava en modo alguno la exigencia activista que el "estado de resuelto" y el "proyecto" llevan aneja; lo nico que se muda es la orientacin por el criterio que representa la autenticidad de la propia biografa cuando uno la asume por entero responsabilizndose de ella. Lo que queda liquidado es incluso ese momento crtico de Ser y Tiempo, que la herencia individualista de lafilosofade la existencia haba llevado, pese a todo, siempre consigo. En esos dos escritos el concepto de verdad es objeto de tal transformacin, que lo que cobra la primaca, por as decirlo, es el desafo histrico por un destino colectivo. Ahora es una "humanidad histrica" y no el individuo el que "ec-siste". No somos nosotros como individuos sino Nosotros con "N" mayscula los que nos vemos expuestos "a la necesidad que nos fuerza" y al "dominio del misterio". Pero con ello de ningn modo nos vemos eximidos de la necesidad de decidir: "El errar se apodera del hombre. Pero, en tanto que descon-
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cierto, ese errar contribuye a la vez a crear la posibilidad, que el hombre puede extraer de su existencia, de no dejarse inducir a error ni desconcertar, mirando de frente a ese errar y haciendo experiencia de l y no asustndose ante el misterio de la ec-sistencia" 36. Tras 1929 se efecta una "vuelta" slo en el sentido de que Heidegger a) refiere en trminos reflexivos la analtica del Dasein a un movimiento del pensamiento metafsico interpretado en trminos de historia de una cada; de que b) a travs de tal reconstruccin referida a la actualidad deja penetrar en su obra los motivos cosmovisionales de un diagnstico de crisis no filtrado por ningn tipo de comprobacin cientfica; y de que c) la dialctica de verdad y no-verdad queda desacoplada de la "cura" individual por la propia existencia e interpretada como un acontecer que constituye un desafo a una confrontacin resuelta y decidida con el destino histrico comn 37. Con ello quedan dispuestas las agujas para una interpretacin nacional revolucionaria de aquella "cura" de s y de aquella autoafirmacin que en Ser y Tiempo slo tenan un alcance existencial. As, puede Heidegger, que ya en 1933 se haba decidido por el NSDAP *, da acomodo en su filosofa a la "toma del poder" por los nazis 38, mante36
M. Heidegger, Vom Wesen der Wahrheit, Francfort, 1949. Algunos de los intrpretes de Heidegger propenden a interpretar ya los ltimos captulos de Ser y Tiempo, sobre todo las expresiones Geschick (destino colectivo) y Schiksal (destino individual), en un sentido colectivista. Pero tal lectura no hace sino repetir la autoestlizacin retrospectiva del propio Heidegger. Cfr. mis observaciones en Habermas (1985), p. 187, nota 36. * Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores de Alemania (N. del T.) 38 Johannes Gross, un testigo libre de toda sospecha, reproduca en la entrega 62 de la nueva serie de su "libro de notas" en el suple37
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niendo empero los conceptos bsicos de la analtica del Dasein. A todo lo cual se aade algo ms: el peralte nacionalista del destino colectivo alemn, la ocupacin de la categora de Dasein reinterpretada en trminos colectivistas con el Dasein del pueblo alemn y la introduccin de las figuras mediadoras que representan los "caudillos y guardianes del destino alemn", los cuales remediarn la penuria y fundarn lo nuevo con tal que la masa de seguidores no rehuya la disciplina que de ellos se exige. Los caudillos son los grandes hacedores que ponen en obra la verdad 39. Pero esta relacin Fhrerseguidores no hace otra cosa que concretizar la decisin (una decisin que lo mismo antes que ahora sigue siendo formal) relativa a "si el pueblo todo opta por su propio Dasein o no opta por l". En la propaganda de Heidegger en favor del Fhrer y de "la completa convulsin de nuestra existencia alemana" puede re-
mento semanal del Frankfurter Allgemeine Zeitung el contenido de una carta de Heidegger a Cari Schmitt de 22 de agosto de 1932 (!). El ltimo prrafo de la carta dice as: "Por hoy slo quiero decirle que espero mucho de su decidida colaboracin en la empresa de reorganizar desde dentro la Facultad de Derecho en su totalidad conforme a las orientaciones cientficas y pedaggicas de usted. Aqu la situacin no es muy esperanzadora. Cada vez se hace ms urgente el reunir las fuerzas espirituales capaces de ayudar al parto de lo que se avecina. Por hoy reciba mis amistosos saludos. Heil Hitler. Suyo, Heidegger." [Nota suprimida en Faras (1989). (N. delT.)]. 39 Esta figura de pensamiento ocupa el centro del curso Introduccin a la Metafsica del ao 1935; cfr. tambin A. Schwan, Politische Philosophie im Denken Heideggers, Opladen, 1965. Cuando ya tena cerrado el manuscrito de este trabajo he recibido el informativo (y muy crtico) eplogo de A. Schwann a la segunda edicin de su libro (Opladen, 1988). [Nota aadida en Faras (1989). (N. del T.)].
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conocerse, si bien en una coloracin realmente obscena, la semntica de Ser y Tiempo. Por ejemplo, en el discurso que Heidegger pronuncia en la "Manifestacin electoral de la ciencia alemana" el 11 de noviembre de 1933 en Leipzig: "Es el seguimiento unnime de esta incondicional exigencia de autorresponsabilidad lo que hace surgir la posibilidad de tomarse recprocamente en serio y de afirmar ya con ello una comunidad... Pues qu clase de acontecer es ste? El pueblo recobra la verdad de su voluntad de existencia, pues la verdad es lo que de manifiesto tiene aquello que convierte a un pueblo en seguro, claro y fuerte en su hacer y en su saber. De tal verdad brota la autntica voluntad de saber..." 40. Sobre este trasfondo la aceptacin del rectorado y el discurso con motivo de la toma de posesin del cargo no solamente se siguen de forma natural, sino de forma casi obligada de la despedida de Heidegger de la filosofa acadmica, de esa filosofa "al servicio de un pensamiento sin suelo y sin poder", de su comprensin elitista de la universidad alemana, una comprensin plenamente inserta en la tradicin de los mandarines, de una fetichizacin del espritu efectuada sin inhibicin alguna, y de una autocomprensin misionera de su propia obra, que slo le permita ver ya el papel de su propia filosofa en conexin con un destino escatolgico del mundo. Fue ese desvaro tpico de profesor universitario alemn el que hizo a Heidegger dar en la idea de querer dirigir al Fhrer.
40 G. Schneeberger, Nachlese zu Heidegger, Berna, 1962, pp. 149 ss. Las conexiones entre el discurso de toma de posesin del rectorado y Ser y Tiempo las investiga K. Harries, "Heidegger as a Political Thinker", en M. Murray (ed.), Heidegger and Modern Philosophy, Nueva York, 1978, pp. 304 ss.
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Sobre cosas tan claras no existe hoy ningn tipo de controversia. IV Los cursos y escritos que caracterizan la evolucin filosfica de Heidegger durante el perodo nazi todava no se han publicado completos. Ello no obstante, basta una lectura atenta de los dos tomos sobre Nietzsche para percatarse de que hasta el fin de la guerra Heidegger en modo alguno se distanci de su posicin poltica inicial. Los trabajos de Franzen (1975-1976) y los de Pggeler (1983-1985-1988) confirman la impresin de que "fue el propio Heidegger quien en los aos treinta situ la decisin sobre la verdad del Ser, tal como l la buscaba, en un contexto poltico" 41. La orientacin de su pensamiento, por la que vino a dar "en las proximidades del nacionalsocialismo", le impidi "salir realmente nunca de esa proximidad" 42. El movimiento de su pensamiento filosfico entre 1935 y 1945 se presenta como una elaboracin de los propios desengaos, peculiarmente carente de clarividencia, que prosigue la "vuelta" introducida con los textos de 1930-1931. Tres aspectos hay que distinguir aqu: a) el despliegue de la crtica de la razn en trminos de historia de la metafsica, b) la evaluacin, esencialmente sin cambios, de los alemanes como "corazn de los pueblos", y c) la posicin de Heidegger respecto al nacionalsocialismo. Slo bajo estos tres aspectos cabe entender esa redisposicin
O. Pggeler (1983), p. 343. Pggeler formula esto en forma de una pregunta, hecha con intencin ms bien retrica, ibd., p. 335.
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preada de consecuencias, que es la que permite a la historia del Ser cobrar su forma definitiva. a) Animado por una discusin, cada vez ms intensa, con Nietzsche cuya figura constitua tambin la autoridad de referencia de la filosofa nacionalsocialista oficial, Heidegger elabora los puntos de vista desde los que logra una completa fusin de esa "destruccin de la metafsica" que ya tena a la vista desde tiempo atrs, con los conocidos motivos de su crtica de la poca. El pensamiento de Platn, olvidado del ser, teorticamente objetivante, se anquilosa (a lo largo de varias etapas) para convertirse en el mundo moderno en pensamiento de la subjetividad. Los anlisis, iluminadores en su riqueza de detalles, que Heidegger hace de ese pensamiento atenido a la idea de "representacin mental" se centran todos en torno a la visin del mundo de cuyo horizonte surgen los poderes espirituales determinantes de la modernidad, a saber: las ciencias de la naturaleza y la tcnica. Para este tipo de consideracin ontolgica la "tcnica" es expresin de una "voluntad de voluntad", que prcticamente se hace valer en los fenmenos criticados desde haca ya tiempo, que representan la ciencia positivista, el desarrollo tecnolgico, el trabajo industrial, el Estado burocrtico, la conduccin mecanizada de la guerra, la industria de la cultura, la dictadura de la opinin pblica, y en general la moderna civilizacin de masas de cuo tpicamente urbano. En estos casilleros de la poca de las masas tambin encuentran enseguida acomodo los rasgos totalitarios de la poltica, incluyendo la poltica racista del nacionalsocialismo. Racista, Heidegger no lo fue, pese a sus persistentes relaciones con uno de los principales tericos nazis del racismo. Su antisemitismo, si es que
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puede demostrarse, fue ms bien de ese tipo cultural al que estamos tan acostumbrados. Sea como fuere, en los aos siguientes a 1935 Heidegger subsume a toda prisa la praxis poltica y social bajo unos lemas estereotpicos, sin hacer el menor intento de descripcin diferenciada, y no digamos ya de anlisis emprico. El discurso ontologizante acerca de "la" tcnica como un destino colectivo, que a la vez es misterio, garanta y peligro, atraviesa de inmediato en trminos sumarios y cargados de una fuerte conceptualizacin esencialista el plano superficial que representa lo ntico. No obstante lo cual, a esa mirada sobre la historia de la metafsica se le abren, incluso dentro de ese armazn cosmovisional y a pesar de l, ideas relativas a una crtica de la razn que hasta el momento no han sido superadas. b) El craso nacionalismo, al que Heidegger se suma tambin pblicamente desde 1933, sigue siendo, en las formas ms o menos sublimadas que le presta Hlderlin, un elemento invariante de su pensamiento. El esquema de interpretacin queda fijado desde 1935. En Introduccin a la Metafsica el pueblo alemn queda sealado despus de los griegos y a ttulo de heredero de ellos, como el pueblo metafsico, como el nico pueblo del que cabe esperar que haga frente a la fatalidad que se cierne sobre el planeta. Siguiendo las huellas de esa ideologa de "pas del centro", vigente en Alemania desde haca ya mucho tiempo, la posicin geogrfica de Alemania en el centro de Europa se convierte en clave del destino histrico universal de los alemanes: "La conjuracin del peligro que representa el oscurecimiento del mundo" slo puede esperarla Heidegger de la "asuncin de la misin histrica de nuestro pueblo en el centro de Oc41
cidente" 43. As, Heidegger pone "la pregunta por el Ser en conexin con el destino de Europa, destino que es donde se decide el destino de la Tierra, a la vez que para Europa misma nuestra existencia histrica como alemanes se revela como punto central" 44. Y "Europa est situada entre las hojas de tenaza que representan Rusia y Amrica, las cuales, en lo tocante a su carcter universal y a su relacin con el espritu, representan metafsicamente lo mismo" 45. Como el bolchevismo ha nacido del marxismo occidental, Heidegger slo ve en l una variante del an peor americanismo. Pggeler informa de un pasaje en el manuscrito de ese curso, que Heidegger tuvo, sin embargo, el buen gusto de suprimir en la clase correspondiente. Ese pasaje se refiere a Carnap, quien mientras tanto haba emigrado: su "filosofa representara 'la ms total trivializacin y desenraizamiento de la doctrina tradicional del juicio bajo la apariencia de cientificidad matemtica'...; no es casualidad que este tipo de filosofa guarde 'una relacin interna y externa' con el comunismo ruso y coseche sus triunfos en Amrica" 46. Heidegger repite su interpretacin incluso en el curso sobre Parmnides de 1942-1943 y en el curso sobre Herclito del semestre de verano de 1943 cuando ya est viendo al planeta "en llamas" y al "mundo salindose de sus quicios": "Slo de los alemanes puede venir esa vuelta a la razn entendida en trminos de historia universal, en el supuesto, claro est, de que sepan encontrar y proteger 'lo alemn'" 47.
Heidegger (1953), p. 38. Ibd.,p.32. 45 Ibd.,p. 34. 46 Pggeler (1983), pp. 340 s. 47 Heidegger, Gesamtausgabe, t. 55, p. 123; para otros pasajes similares, cfr. Pggeler (1983), p. 344.
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c) Tras dimitir del rectorado en abril de 1934, Heidegger se siente defraudado. Est convencido de que ese instante histrico le estaba reservado a l y a su filosofa; y permanece tambin convencido de la importancia histrico-universal y de la significacin metafsica del nacionalsocialismo hasta el amargo final. Todava en verano de 1942 habla inequvocamente, en un curso sobre Hlderlin, del "carcter histricamente nico del nacionalsocialismo" 48. Pues ste se caracteriza, por as decirlo, por una relacin particularmente ntima con el nihilismo de la poca, y tal apreciacin sigue en pie incluso cuando Heidegger aprende a valorar de forma distinta el puesto que en la historia del ser corresponde al nacionalsocialismo, merced, probablemente, al contundente peso de las vicisitudes de la guerra. Primero, en 1935, sus palabras sobre la "ntima verdad y grandeza" del movimiento nacionalsocialista 49 delatan un distanciamiento respecto de ciertas formas y prcticas que nada tendran que ver con el espritu de la cosa misma. El filsofo lo sabe, pues penetra mucho mejor en las cosas; l conoce el rango metafsico de la revolucin nacional. An no est todo perdido, si bien los lderes polticos se han dejado engaar acerca de su autntica misin por falsos filsofos, por los Krieck y los Bumler. Walter Brcker, que asisti entonces al curso de Heidegger, se acuerda de que ste habl de la ntima verdad y grandeza "del" movimiento, y no, como el texto dice, de "este" movimiento: "Y 'el movimiento' era la expresin con que los nazis y solamente los nazis se referan al nacionalsoHeidegger, Gesamtausgabe, t. 53, p. 106. Heidegger (1953), p. 152.
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tialismo. Por eso no se me podr olvidar nunca ese 'del' de Heidegger" 5. Si esto es as, en 1935 la identificacin con el nazismo no haba podido sufrir todava demasiado quebranto. Segundo, Pggeler 51 informa de un pasaje del curso sobre Schelling del semestre de verano de 1936, que (supuestamente sin conocimiento de Heidegger) habra sido borrado de la versin que se public en 1971: "Los dos hombres que han introducido un contramovimiento contra el nihilismo, cada uno a su manera, Mussolini y Hitler, han aprendido ambos de Nietzsche, aunque de forma esencialmente diversa. Bien es verdad que con ello an no se ha hecho valer el mbito propiamente metafsico de Nietzsche." De nuevo obtenemos la misma imagen, que tambin coincide con el informe de Lwith sobre su encuentro con Heidegger en Roma por las mismas fechas. Los lderes del fascismo saben de su vocacin; pero deberan escuchar al filsofo para percatarse del significado exacto de esa misin. Slo el filsofo podra ilustrarlos acerca de qu significa en trminos de historia de la metafsica el nihilismo que hay que superar y la verdad que hay que poner en obra. El, por lo menos, ve ante s con exactitud la meta: cmo los lderes fascistas, con tal que logren despertar la voluntad heroica de existencia de sus pueblos, podran superar el nihilismo de la "desesperada furia de la tcnica desencadenada y de la organizacin, carente de suelo y races, del hombre medio". No s exactamente cundo se puso en marcha el siguiente estadio de elaboracin del desengao; cabe sospechar que tras el principio de la guerra, y quiz slo despus de la deprimente constatacin de inconPggeler (1988), nota 11, p. 59. Pggeler (1985), pp. 56 s.
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tenible derrota. En las notas Sobre la superacin de la metafsica (que provienen de los aos siguientes a 1936, y sobre todo de la poca de la guerra) se imponen a Heidegger, cada vez con ms fuerza, los rasgos totalitarios de una poca que moviliza sin miramientos todas las reservas de sus fuerzas. Slo entonces el sentimiento mesinico de orto de 1933 se transforma en una esperanza apocalptica de salvacin: slo en la mayor de las penurias crece tambin lo salvador. Slo en esta catstrofe histrico-universal suena tambin la hora de la superacin de la metafsica: "Slo tras este ocaso acontece tras largo tiempo el sbito instante del origen" 52. Con esta inversin de estado de nimo cambia una vez ms la apreciacin del nacionalsocialismo. El distanciamiento que se haba producido tras 1934 haba conducido a una diferenciacin entre formas dudosas de la praxis nacionalsocialista y el contenido esencial de esa praxis. Ahora Heidegger emprende una transvaluacin ms radical, que afecta a la "ntima verdad" del movimiento nacionalsocialista mismo. Lo que ahora emprende Heidegger es un cambio de roles en lo tocante a la posicin del nacionalsocialismo en la historia del ser. Mientras que hasta aqu la revolucin nacional, con sus caudillos a la cabeza, representaba un contramovimiento respecto al nihilismo, Heidegger piensa ahora que tal revolucin no representa sino una expresin especialmente caracterstica, es decir, un simple sntoma de ese destino fatal de la tcnica, que antao esa revolucin estaba llamada a neutralizar. La tcnica, convertida en signo de la poca, se expresa en el totalitario "proceso circular consistente en hacer uso de las cosas por
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mor del consumo mismo". Y '"madera de lderes' es la de aquellos que, merced a su seguridad e instinto, se dejan emplear por este proceso como rganos rectores. Son los primeros empleados dentro de este negocio de la incondicional utilizacin del ente al servicio del aseguramiento del vaco del abandono del ser" 53. Ello no afecta a la evaluacin nacionalista de los alemanes como la "humanidad" ms apta "para realizar histricamente y como destino el nihilismo incondicionado" 54. En ello estriba ahora el "carcter nico" del nacionalsocialismo, mientras que "los detentadores nazis del poder... quedan estilizados en cierto modo como funcionarios de lite del abandono del ser" 55. En punto a la conexin interna entre el compromiso poltico de Heidegger y la filosofa de Heidegger, me importa sobremanera subrayar que slo el vacilante y (en comparacin con el de otros simpatizantes intelectuales del rgimen) extraordinariamente tardo distanciamiento definitivo de Heidegger respecto a, y reevaluacin por Heidegger de, el movimiento nacionalsocialista, es el que produce la revisin que sirve de fundamento a ese concepto de "historia del ser", con que Heidegger se presenta despus de la guerra. Mientras las circunstancias permitieron a Heidegger imaginarse que la revolucin nacional, con el proyecto de una nueva existencia alemana, encontrara una respuesta al desafo objetivo que representa la tcnica, la dialctica de "interpelacin" (Anspruch) y "correspondencia" pudo seguir siendo pensada en consonancia con los rasgos activistas bsicos de Ser y
Heidegger (1985), p. 92. Ibd., p. 87. Franzen (1975), p. 99.
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Tiempo, es decir, en trminos de revolucin nacional. Slo cuando Heidegger hubo de abandonar esta esperanza, cuando hubo de proceder a una devaluacin del fascismo y sus caudillos como sntoma de la enfermedad que antao estaban llamados a curar, slo tras este cambio de actitud, recibe la superacin de la subjetividad moderna el significado de un acontecer que slo nos cabe sufrir. Hasta ese momento el decisionismo del Dasein que se afirma a s mismo, no slo en la versin existencialista de Ser y Tiempo, sino tambin en la versin nacional-revolucionaria de los escritos de los aos treinta, haba mantenido (con ciertos desplazamientos del nfasis) su funcin de apertura del Ser. Slo en la ltima fase de elaboracin del desengao cobra el concepto de historia del Ser su forma fatalista 56.
V El fatalismo de la historia del Ser cobr ya contornos claros, por ejemplo, en 1943 en el eplogo a Qu es Metafsica. Pero tras el fin de la guerra ese estado de nimo oscurecido en trminos apocalpticos se transforma una vez ms. Pues una apocalipsis viene definida por la espera de una catstrofe inminente. Pero tal catstrofe, tras la entrada de las tropas francesas en Friburgo, quedaba por de pronto evitada y en todo caso aplazada por tiempo indefinido. Haban vencido las potencias Amrica y Rusia, afines para Heidegger en el mbito de lo esencial, que se reparten el dominio del mundo. La Segunda Guerra Mundial
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no haba decidido a los ojos de Heidegger nada esencial. De ah que tras la guerra elfilsofose aprestara a aguantar en trminos quietistas a la sombra de ese destino no resuelto. En 1945 no le quedaba otra cosa que un retraimiento frente a esa historia universal que tal desengao le haba causado. Pero lo que s queda en pie es la conviccin de que la historia del Ser viene al lenguaje en la palabra de los pensadores esenciales y de que ese pensamiento del Ser acaece desde el Ser mismo. Durante decenio y medio Heidegger haba tenido pendiente su pensamiento del hilo de los sucesos polticos. La Carta sobre el Humanismo de 1946 es una especie de resumen de ese movimiento de pensamiento, pero un resumen hecho de suerte que borra el contexto poltico del que emerge y convertido en un pensamiento sin locazacin histrica se desliga de todas las referencias a la realidad histrica de primer plano. En Carta sobre el Humanismo desaparece toda huella de nacionalismo. El espacio de existencia del pueblo se sublima en patria: "Esta palabra est pensada aqu en su sentido esencial, no patriotero, no nacionalista, sino en trminos de historia del Ser" 57. La misin histrico-universal de ese pueblo situado en el corazn de Europa se mantiene, pero slo en el plano gramatical; pervive en el peralte metafsico de que es objeto la lengua alemana en la que Heidegger sigue viendo la legtima sucesora del griego. Heidegger lo deja bien claro en la entrevista que le hizo Der Spiegel: Hay que hablar alemn para poder entender a Hlderlin. Ese reino intermedio de los "semidioses", de caudillos creadores, desaparece sin dejar rastros.
57 Heidegger, Brief ber den Humanismus, en Wegmarken, 1978, 334.
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Los grandes hacedores se subliman en poetas y pensadores; el filsofo queda, por as decirlo, de un golpe en contacto directo con el Ser. Lo que antao fue adhesin poltica, se generaliza ahora para todos en obediencia frente a lo que el Ser dispone y provee: "Slo tal sumisin puede prestar soporte y establecer ligaduras" 58. Con ayuda de una operacin a la que podramos llamar "abstraccin por va de esencializacin" logra Heidegger desconectar la historia del Ser de los acontecimientos histrico-polticos, y esa desconexin le permite a su vez una curiosa autoestilizacin de la propia evolucin filosfica. Heidegger acenta a partir de ahora la continuidad de su planteamiento y se esfuerza por limpiar el concepto de historia del Ser, mediante su retroproyeccin sobre Ser y Tiempo, obra que haba quedado inacabada, de cualquier elemento cosmovisional que pudiera resultar delator. La "vuelta" supuestamente realizada ya en 1930 "no representa ningn cambio respecto de la posicin de Ser y Tiempo" 59. Heidegger aborda el tema del humanismo en un instante en que las fotografas del horror con que los aliados se haban encontrado al entrar en Auschwitz y en otros campos de concentracin haban llegado hasta las ltimas aldeas alemanas. Si la expresin "acontecimiento esencial" hubiera tenido en general un sentido determinado, el singular acontecimiento de la aniquilacin de los judos debera haber atrado la atencin de Heidegger comofilsofo(si no ya como contemporneo implicado). Pero Heidegger se manIbd., p. 357. Cfr. Schwann (1988), pp. 246 ss. Para esta discusin, en la que aqu no puedo entrar, cfr. Franzen (1975), pp. 152 ss.
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tiene siempre en el mbito de lo general. Lo que a l le importa es que "el hombre es vecino del Ser" no que el hombre sea vecino del hombre. Y, as, se vuelve impertrrito "contra esas interpretaciones humanistas del hombre como animalrationale", como "persona", como ser "espiritual-anmico-corporal", porque "las definiciones humanistas de la esencia del hombre, incluso las ms sublimes, no hacen an experiencia de la autntica dignidad del hombre" 60. La Carta sobre el Humanismo explica tambin por qu los juicios morales tienen que quedar por fuerza por debajo del nivel del pensamiento esencial. Pues ya Hlderlin haba dejado tras de s "el mero cosmopolitismo de Goethe". Y la filosofa de Heidegger, convertida mientras tanto en pensar rememorativo (Andenken) del Ser, pasa a travs de la tica y, en lugar de detenerse en ella, se apresta a interpretar aquello quod decet (das Schickliche), es decir, lo "ajustado, lo atenido al destino": "El pensamiento, al prestar atencin en rememoracin histrica al destino del Ser, se ha ligado ya a aquello quod decet, a aquello que es conforme al destino" 61. Al escribir esta frase, alfilsofole debi de venir a la cabeza la "indecencia" del movimiento nacionalsocialista, pues a rengln seguido aade: "El peligro est en atreverse a la discordia para decir lo mismo el Ser es siempre solamente l mismo pues amenazan la equivocidad y la simple desavenencia." Ms no tiene Heidegger que decir sobre su propio error. Y ello no es ni siquiera inconsecuente. Pues la situacin de todo pensamiento esencial respecto al "acontecimiento propicio" (Ereignis) coloca al pensador en la "errancia" (Irre). El pensador se halla sus60 61
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pendido de toda responsabilidad personal porque el error es algo que slo puede advenirle ya como algo objetivo. Slo a un intelectual, a un pensador inesencial, podra imputrsele subjetivamente un error. En el "hecho en s insignificante del rectorado 1933-1934" Heidegger ve, pues, tambin despus de la guerra, "un signo del estado metafsico que caracteriza a la esencia de la ciencia" 62. Considera "infructuoso" el "hozar en las tentativas y medidas pasadas, que en el seno del movimiento global de la voluntad planetaria de poder son tan insignificantes, que ni siquiera merecen el calificativo de minsculas" 63. Los Hechos y pensamientos que Heidegger anot en 1945 y la entrevista con Der Spiegel publicada asimismo postumamente (n. 23, 1976, 193-219), en la que Heidegger repite en lo esencial los datos de 1945, nos permiten percatarnos del inicio retrospectivo que a Heidegger merece su propio comportamiento. El carcter encubridor de estas presentaciones que Heidegger hace de s resulta tanto ms sorprendente si se tiene en cuenta la premisa de ausencia objetiva de responsabilidad del pensamiento esencial y de indiferencia moral de los compromisos personales del filsofo. En lugar de dar cuenta sobriamente de los hechos, Heidegger se da insistentemente un vergonzante lavado de cara. El propio discurso de toma de posesin del rectorado habra sido ya "oposicin"; la entrada en el partido, efectuada en circunstancias espectaculares, habra sido "asunto de forma". Para los aos posteriores afirma Heidegger que "la hostilidad que se inici en 1933 no hizo sino mantenerse y reforzarse
despus" . Reducido al silencio en su propio pas, se habra convertido en vctima de una "caza del jabal". Ciertamente tambin habla de una "operacin de limpieza" que se efectu durante su rectorado, operacin que "a menudo amenaz con ir mucho ms all de las metas y lmites que se le haban sealado"; pero de "culpa" slo se habla una vez, a saber: de la culpa de los dems, de la culpa de aquellos "que entonces estaban ya tan profticamente dotados que vieron venir todo" y, sin embargo, "esperaron diez aos para oponerse a la catstrofe" 65. Por lo dems, Heidegger se defiende de que se den a sus militantes palabras de entonces un sentido completamente falso: "Al hablar de Wehrdienst no le daba yo ni un sentido militarista ni tampoco un sentido agresivo, sino que lo entenda como defensa en caso de legtima defensa" 66. Las investigaciones de Hugo Ott y de Vctor Faras dejan bien poco de estos detalles eximentes. Pero Heidegger no solamente se hizo culpable de falsificaciones en estas justificaciones publicadas postumamente. En efecto, Heidegger public en 1953 su curso del ao 1935 sobre Introduccin a la Metafsica. Como estudiante, estaba yo por entonces tan seducido por Ser y Tiempo que la lectura de ese curso impregnado de fascismo hasta en sus detalles estilsticos constituy para m un shock. Ms tarde expres esta impresin en un artculo de peridico (Frankfurter Allgemeine Zeitung de 25 de julio de 1953) 67, en el que me refera
Heidegger (1983), pp. 30, 33, 41, 42. /Md.,pp. 32, 26. Ibd., p. 27. Wehrdienst, compuesto de los trminos Wehr ("defensa") y Dienst ("servicio"), es el trmino que se emplea en alemn corriente para decir "servicio militar". (N. del T.). "' Reimpreso en J. Habermas, Perfilesfilosfico-polticos,Madrid, 1984.
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tambin a la afirmacin de Heidegger sobre "la ntima verdad y grandeza del movimiento". Lo que ms me choc fue la circunstancia de que en 1953 Heidegger publicara un curso de 1935 sin aadir comentario alguno y sin introducir (as lo supona yo) ningn cambio. Tampoco el prlogo contena ninguna palabra sobre lo que mientras tanto haba pasado. As, dirig a Heidegger la siguiente pregunta: "Es que puede entenderse el asesinato planificado de millones de hombres, del que ya nada ignoramos, como un error que nos fue deparado como un destino en el contexto de la historia del Ser? No se trata del crimen liso y llano de aquellos que conscientemente lo perpetraron, y de la mala conciencia de todo un pueblo?" No fue Heidegger, sino Christian E. Lewalter, quien respondi (en Die Zeit de 13 de agosto de 1953). Lewalter lea el curso con ojos muy distintos de los mos. Lo entenda como una prueba de que Heidegger no haba entendido el rgimen de Hitler como "signo de una nueva salud", sino "como un sntoma ms de cada" en la catstrofe de la historia de la metafsica. Para ello Lewalter se apoyaba en un aadido que figuraba entre parntesis, en el que se caracterizaba al movimiento nacionalsocialista como "encuentro de una tcnica de vocacin planetaria con el hombre occidental". Lewalter lea as ese parntesis: "El movimiento nacionalsocialista es un signo del trgico choque de la tcnica con el hombre, y como tal sntoma tiene grandeza, porque sus efectos se extienden a todo Occidente y amenazan con arrastrarlo a la ruina" 68. Pero, oh sor68 Merece tambin tenerse en cuenta otro prrafo de Lewalter: Hasta qu punto los acusadores de Heidegger han cedido a una actitud inquisitorial viene a demostrarlo una observacin particularmente tendenciosa contenida en la crtica de uno de ellos. "Inte-
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presa, Heidegger intervino tambin en una carta al director 69 acerca del artculo de Lewalter: "La interpretacin que hace Christian E. Lewalter de esa frase que se ha tomado de mi curso (p. 152) es pertinente en todos los respectos... Hubiera sido muy fcil borrar para la imprenta esa frase que usted saca junto con todas las dems que cita. Pero no lo he hecho, ni tampoco lo har en el futuro. Pues, por un lado, esas frases pertenecen histricamente al curso y, por otro, estoy convencido de que el curso puede soportar muy bien la mencionada frase cuando se trate de un lector que haya aprendido la artesana del pensamiento". Cabe sospechar que Heidegger posteriormente no procedi en modo alguno as, sino que elimin las frases polticamente escandalosas, sin dejar seal alguna de tales omisiones. O es que Heidegger nada supo de tales prcticas en lo concerniente a la publicacin de sus escritos? No deja de ser curioso que Heidegger aprobara pblica y expresamente esa interpretacin de Lewalter, la cual no hace sino retroproyectar falsamente sobre el ao 1935 una autocomprensin postelligentsia fascista como tal" dice Habermas no poda haberla por la sencilla razn de que la mediocridad del cuadro de lderes fascistas no poda aceptar la oferta de los intelectuales. Las fuerzas estaban ah. Slo que el menguado formato de los funcionarios polticos las empuj a la oposicin." Con otras palabras: Heidegger se ofreci a Hitler, pero Hitler en su "mediocridad" rechaz la oferta y empujo a Heidegger a la oposicin. As presenta las cosas Habermas. .. Lewalter no poda sospechar que el propio Heidegger vendra a confirmar esa observacin ma ms clarividente que tendenciosa: "El nacionalsocialismo emprendi sin duda la direccin correcta; pero aquella gente era demasiado corta en asuntos de pensamiento como para establecer una relacin realmente explcita con lo que hoy sucede y est en camino desde hace tres siglos" (Der Spiegel, n. 23, 1976, p. 214). 69 En Die Zeit de 24 de septiembre de 1953.
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rior, aunque tal interpretacin en lo nico en que se basa es en el aadido que el propio Heidegger hizo al manuscrito en 1953. Ciertamente, Heidegger, como puede verse en la "nota preliminar" del libro de 1953, declara expresamente ese parntesis elemento integrante del manuscrito original del curso, y a tal versin se atuvo incluso en su entrevista con Der Spiegel, pero la verdad ha ido saliendo a la luz poco a poco. En 1975 W. Franzen, basndose en un cuidadoso y detallado anlisis del texto, puso muy en duda "que en aquel momento Heidegger pensara en realidad lo que en 1953 dice haber pensado entonces" 70. En 1983 informaba O. Pggeler de que esa pgina del manuscrito con el controvertido parntesis faltaba del archivo. Tambin l consideraba el parntesis como un aadido posterior, pero no contaba todava con una manipulacin intencionada 71. Finalmente, tras la publicacin de la versin francesa de este libro, Rainer Marten, es decir, alguien del crculo de los prximos a Heidegger, ha descrito as los pormenores: en 1953 Heidegger no sigui el consejo de sus tres colaboradores de borrar esa insidiosa frase, sino que aadi entre parntesis el comentario en cuestin, en el que pudo apoyarse despus la interpretacin de Lewalter y la interpretacin, cronolgicamente falsa, que Heidegger haca de s mismo 72.
Franzen (1975), p. 93. Pggeler (1983), pp. 341 ss. 72 R. Marten, "Ein rassistisches Konzept von Humanitt", en Badische Zeitung de 19-20 de diciembre de 1987. R. Marten me confirma este extremo en una carta de 28 de enero de 1988: "Fuimos efectivamente nosotros los que nos encargamos de corregir las pruebas de algunas publicaciones de Heidegger: las de la nueva edicin de Ser y Tiempo (Tubinga, 1953), y tambin las de la primera edicin del curso de 1935. Que yo recuerde, ese pasaje no contena
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No deja de ser interesante que en la controversia de 1953 la verdadera cuestin se perdiera en esta disputa de opiniones filosficas. A la pregunta de cul era su posicin frente a los asesinatos masivos de los nazis Heidegger no dio respuesta, ni entonces ni despus. Con buenas razones cabe sospechar que esa respuesta, de haberse dado, se hubiera quedado de nuevo en una generalidad. A la sombra del "dominio universal de la voluntad de poder dentro de una historia considerada en trminos planetarios", todo viene a parar en lo mismo: "En esta realidad se sita hoy todo, se llame comunismo, fascismo o democracia universal" 73. As hablaba Heidegger en 1945, y es lo que Heidegger repiti una y otra vez: abstraccin por va de esencializacin. Bajo la mirada niveladora del filsofo del Ser, incluso la aniquilacin de los judos aparece como un suceso intercambiable a voluntad. Ya se trate de la aniquilacin de los judos o de la expulsin de los alemanes de los territorios del Este, ambas cosas vienen a ser lo mismo. El 13 de mayo de 1948 responda Herbert Marcuse a una carta en que Heidegger haba afirmado precisamente eso: "Escribe usted que todo lo que he dicho sobre el exterminio de los judos ha de aplicarse exactamente igual a los aliados si en lugar de 'judos' ponemos 'alemanes del Este'. No se est usted situando, al afirmar tal cosa, fuera de la dimensin en que todava es posible un dilogo entre los hombres, es decir, fuera de la dimensin del logosl Pues slo cuando uno se ha situado por entero fuera de esa dimensin 'lgica' puede explicarse, salningn parntesis aclaratorio; lo nico que lo distingua de lo dems era la monstruosidad de su contenido, que nos sorprendi a los tres." 73 Heidegger (1983), p. 25.
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darse, 'entenderse' un crimen, diciendo que los otros tambin han hecho otro tanto de lo mismo. Ms an: cmo es posible poner a un mismo nivel la tortura, mutilacin y exterminio de millones de hombres, y el traslado a la fuerza de grupos tnicos enteros, traslado en el que, prescindiendo quiz de algunos casos excepcionales, no se han producido ninguna de esas atrocidades?" 74. VI Una cosa es el compromiso de Heidegger con el nacionalsocialismo, que tranquilamente podemos dejar al juicio histrico, moralmente ms sobrio, de quienes nos sucedan; y otra cosa es el comportamiento apologtico de Heidegger tras la guerra, sus retoques y manipulaciones, su negativa a distanciarse pblicamente del rgimen al que pblicamente haba prestado su adhesin. Esto nos afecta como contemporneos. Pues, en la medida en que compartimos con los dems un mismo contexto de vida y una historia, tenemos derecho a pedirnos explicaciones unos a otros. Esa carta en la que Heidegger emprende un tipo de ajuste de cuentas, que hasta hoy, incluso en crculos acadmicos, ha venido siendo el tipo de comportamiento habitual, era la rplica a un desafo de Marcuse, uno de sus discpulos de antao: "Muchos de nosotros hemos esperado durante mucho tiempo una palabra que lo liberara clara y definitivamente de esa identificacin, una palabra que expresase su verdadera actitud actual respecto a lo que ocurri. Pero usted no ha
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pronunciado tal palabra, o por lo menos nunca ha salido de la esfera privada" 75. En este aspecto, Heidegger permaneci prisionero de su generacin y de su tiempo, de ese medio que supuso la poca de Adenauer, caracterizado por una voluntaria represin del pasado. No se comport de forma distinta que los dems, fue uno de muchos. Y apenas pueden resultar convincentes las excusas provenientes de su crculo: que Heidegger se haba tenido que poner a la defensiva contra las calumnias, que toda confesin hubiera podido interpretarse como signo de un oportunista cambio de chaqueta, que Heidegger permaneca callado a causa de la inadecuacin de toda explicacin posible, etc. La imagen que del personaje Heidegger poco a poco se va perfilando incluso en el seno de la opinin pblica de este pas hace ms que plausible la declaracin de un amigo de que Heidegger no haba visto motivo alguno para emprender un "camino de Canosa" porque l no haba sido ningn nazi; y que adems tema ahuyentar a los jvenes de la lectura de sus libros 76. Una actitud autocrtica, una confrontacin escrupulosa y abierta con su propio pasado, hubiera exigido de Heidegger algo que le tena que resultar muy difcil: la revisin de su autocomprensin como un pensador con un acceso privilegiado a la verdad. Desde 1929 Heidegger se desvi cada vez ms del circulo
Ibd.,p. 46. H. W. Petzet. Auf einen Stem zugehen. Begegnungen und Gesprache mit Martin Heidegger, Francfort, 1983, p. 101. En su respuesta a Marcuse de 20 de enero de 1948 Heidegger explica que tras 1945 le haba sido imposible una confesin porque no quera tener nada en comn con esos seguidores del nazismo que de la forma ms repugnante proclamaban su cambio de manera de pensar. Cfr. tambin Schwann (1988), p. 259.
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de la filosofa acadmica; tras la guerra pretendi incluso ascender a los mbitos de un pensamiento allende lafilosofa,allende la argumentacin en general. Esto ni siquiera era ya la autocomprensin elitista de un determinado estamento acadmico, era la conciencia de una misin cortada al talle de su propia persona, por completo incompatible con la confesin de las propias faltas, y no digamos ya con la confesin de una culpa. Como contemporneo, Heidegger qued atrapado por su propio pasado y puesto a una luz dudosa, porque, cuando todo haba pasado ya, no supo habrselas con l. Su comportamiento, incluso segn los criterios de Ser y Tiempo, permaneci "ahistrico". Pero eso que convierte a Heidegger en un fenmeno tpico de una ampliamente difundida mentalidad de posguerra afecta a su persona, no a su obra. Las condiciones de recepcin de una obra son en buena parte independientes del comportamiento del autor. Esto vale sin ms para los escritos de Heidegger hasta 1929. Hasta Kanty el problema de la Metafsica, el trabajo filosfico de Heidegger sigue hasta tal punto la lgica interna de los problemas a que l mismo va dando lugar, que los elementos explicables en trminos de sociologa del conocimiento y que remiten a un determinado contexto de nacimiento no pueden prejuzgar el contexto de justificacin. En este aspecto se hace a Heidegger un servicio cuando la autonoma del pensamiento en esta fase de mxima productividad en 1929 Heidegger tena ya cuarenta aos se la hace valer incluso contra la autoestilizacin posterior de Heidegger, es decir, incluso contra esa sobreacentuacin de supuestas continuidades. Incluso tras iniciarse, primero subrepticiamente y despus de forma espectacular, el proceso de cosmo59
visionalizacin, Heidegger sigui siendo, naturalmente, el productivo filsofo que siempre fue. Tambin a su crtica de la razn, que se inicia con su interpretacin de Platn en 1931 y se desarrolla entre 1935 y 1945, sobre todo en la discusin con Nietzsche77, debemos puntos de vista que siguen en pie. Tales puntos de vista, que alcanzan su cnit en su fecunda interpretacin de Descartes, se han convertido en punto de partida de interesantes prosecuciones y en acicates para replanteamientos altamente productivos. Buen ejemplo de ello es la hermenuticafilosficade HansGeorge Gadamer, una de las innovaciones filosficas ms importantes del perodo de posguerra. Otros testimonios bien visibles de una influencia de la crtica heideggeriana a la razn, de una influencia que no se dej llevar a engao por los dudosos elementos cosmovisionales de Heidegger, fueron en Francia la fenomenologa del ltimo Merleau-Ponty y el anlisis que hace Foucault de las formas de saber, y en Amrica la crtica de Rorty al pensamiento ligado a la idea de "representacin" o las investigaciones de Hubert L. Dreyfus sobre la prctica en el contexto de "mundo de la vida" 78. Hay que evitar a toda costa establecer una conexin en cortocircuito entre obra y persona. La obra filosfica de Heidegger debe su autonoma, lo mismo que cualquier otra, a la fuerza de sus argumentos. Y, siendo as, slo podremos lograr establecer una conexin productiva con ella si entramos en sus argumentos y conseguimos liberarlos de la ganga de su contexto cosmovisional. Cuanto ms se sumerge y se hunde la susM. Heidegger, Nietzsche, t. 1 y 2, Pfullingen, 1961. L. Dreyfus, "Holism and Hermeneutics", Rv. ofMetaphysics, Set. 1980, pp. 3 ss.
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tanda argumentativa en la cosmovisin, tanto mayores son las exigencias a que se ve confrontada la fuerza crtica de una apropiacin capaz de hacer un buen uso de la criba. Esto que hermenuticamente es obvio pierde su trivialidad sobre todo en los casos en que los receptores nacidos despus estn ms o menos en las mismas tradiciones de las que la obra misma sac sus motivos. De ah que en Alemania la apropiacin crtica de un pensamiento afectado de tan dudosa cosmovisin slo puede lograrse si, al tiempo que aprendemos de Heidegger, nos percatamos tambin de las conexiones internas que se dan entre el compromiso poltico de Heidegger y sus cambios de actitud hacia el fascismo, por un lado, y el hilo argumentativo de una crtica a la razn que tambin tiene races polticas, por otro. La indignada tabuizacin de esta forma de ver las cosas es contraproductiva. Pues, antes de poder entrar en la sustancia de la cosa, es menester liberarse de la autocomprensin, del gesto y de la pretensin que Heidegger asoci con lo que entendi era su papel como filsofo. El levantar una valla en torno al coto de Heidegger en defensa de la autoridad del "gran pensador" slo quien piensa en grande puede equivocarse en grande 79 slo podra conducir a que la apropiacin crtica de los argumentos quedase sustituida por una especie de ejercitacin y socializacin en un turbio juego de lenguaje. Las condiciones en las
En este mismo sentido E. Nolte concluye su artculo sobre "Filosofa y Nacionalsocialismo", en Gethmann-Seifert, Poggeler (1988), 355 con la frase: "Yo creo que el compromiso poltico de Heidegger en 1933 y la conciencia de su error en 1934 fueron ms filosficos que la correcin de la actitud siempre distanciada y totalmente respetable de Nicolai Hartmann."
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que nosotros podemos aprender de Heidegger son incompatibles con esa mentalidad antioccidental tan profundamente enraizada en Alemania. Con ella rompimos por fortuna tras 1945. Esa mentalidad no debera revivir, ni siquiera de la mano de un Heidegger transmutado e interiorizado en trminos puramente mimticos. Me refiero sobre todo a ese gesto de Heidegger "de que hay un pensamiento que es ms riguroso que el conceptual". Este gesto lleva aparejada, en primer lugar, la pretensin de que unos pocos disponen de un acceso privilegiado a la verdad, disponen de un saber infalible y tienen derecho a sustraerse a la argumentacin pblica. Con el gesto autoritario se unen, en segundo lugar, unos conceptos de moral y verdad que establecen una disociacin entre el saber vlido y el examen y reconocimiento intersubjetivos. Y con l se une, finalmente, la independizacin del pensamiento filosfico respecto del negocio igualitario de la ciencia, el desarraigo de lo enfticamente extracotidiano respecto del suelo de experiencia de la prctica comunicativa cotidiana y la destruccin del igual respeto por todos. El eco que ha tenido la publicacin francesa de esta obra ha sido notable. De esas mltiples y variadas reacciones se ocupa en este libro el propio Vctor Faras. En Alemania el gremio de los filsofos se ha mostrado recatado en sus tomas de postura 80. No sin cierta razn se ha sealado que en la Repblica Fede80 Una excepcin la constituye (junto con Schwann) R. Marten, "Heideggers Geist" en Allmende, 20, 1988, pp. 82 ss. Marten informa, por lo dems, que ante l y su mujer un da Heidegger hacia fines de los aos cincuenta se puso a contar con los dedos, lleno de preocupacin, las ctedras alemanas de filosofa que volvan a estar ocupadas por judos.
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ral de Alemania el tema "Heidegger y el nacionalsocialismo" ha sido tratado con mucha frecuencia desde Georg Lukcs y Karl Lwith hasta Hugo Ott, pasando por Paul Hhnerfeld, Christian von Krockow, Theodor W. Adorno y Alexander Schwan, mientras que en Francia Heidegger fue desnazificado a todo correr e incluso promovido a miembro de la resistencia 81. Pero hay que reconocer que en nuestro pas los efectos de tal crtica han sido escasos. Ni la exposicin crtica que hizo W. Franzen de la evolucin poltica de Heidegger ni las recientes averiguaciones de Hugo Ott y Otto Pggeler sobre el compromiso poltico de Heidegger han trascendido los crculos especializados. De ah que la versin alemana de este libro no slo se justifique porque ofrezca la primera exposicin completa de la evolucin poltica de Heidegger sobre una base documental ampliada. Antes bien, el eco que en los medios de comunicacin alemanes ha tenido la versin francesa es buena prueba de que la apologa de Heidegger,\que Hugo Ott califica de magistral y de ejemplo de estrategia, ha dejado tras de s una cierta necesidad de ilustracin. Con la reimpresin del escrupuloso estudio de Nicols Tertulian, el Frankfuter Rundschau de 2 de febrero de 1988 ha sido el nico en contribuir en algo a esa ilustracin. A la edicin alemana del libro es deseable que siga una segunda ronda de discusin que no se deje dominar por encubrimientos apologticos 82, por intentos
81 Cfr. sobre esto H. Ott, "Wege und Abwege", Neue Zrcher Zeitung de 27 de noviembre de 1987, p. 39; este artculo contiene tambin referencias crticas de un experto al libro de Farias. 82 K. Bernath, "Martin Heidegger und der Nationalsozialismus", Sddeutsche Zeitung de 30-31 de enero y 6-7 de febrero de 1988.
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de planificacin ideolgica, cuyo trasfondo salta a la vista 83, por el remedo de gestos **, o por un simple, desenfadado y aun delirante resentimiento 85. En la discusin actual se ha prestado poca atencin a la parte del libro que se ocupa del perodo de juventud de Heidegger hasta su crisis religiosa. Pero, a ms largo plazo, estas partes podran proporcionar un fecundo impulso a la discusin. La obra principal de Heidegger, Ser y Tiempo, delata una intensa discusin del autor con San Agustn, Lutero y Kierkegaard. Merced a estos rasgos protestantes, esa obra se inserta en la corriente principal de la tradicin filosfica alemana, que proviene de Kant. Pero, tras ese perfil, a muchos de nosotros nos permaneci oculto el origen catlico del proceso de formacin de Heidegger. Pues bien, Faras saca enrgicamente a la luz el trasfondo que para la obra de Heidegger representa la mentalidad de ese catolicismo de Alemania del sur y Austria, cuyas variantes ultramontanas provienen del Kulturkampf del siglo xix. Y ello arroja, a su vez,
83 H. Ritter, "Bruder Heidegger", Frankfurter Allgemeine Zeitung de 2 de febrero de 1988; F. Fellmann, "Ein Philosoph im trojanischen Pferd", Frank. Allg. Zeitung de 2 de marzo de 1988. Aqu elfilsofode Mnster convierte un articulo italiano sobre Karl Lowith en ocasin para volver sobre Farias. Y lleva a efecto una inversin de roles, que en su momento estuvieron bastante unvocamente distribuidos entre verdugos y vctimas: "Filosficamente ms interesante que la manifiesta seduccin de Heidegger por la barbarie nazi, es la seduccin que se oculta tras esa pretensin absoluta de radical cientificidad que caracteriza a Husserl." No fue slo su origen judo, sino tambin su humanismo, lo que puso a Husserl a resguardo de las seducciones de la barbarie nazi: no veo por qu esto habra de carecer de inters filosfico. 84 J. Baudrillard, "Zu spt", Die Zeit de 5 de febrero de 1988. 85 J. Busche, "Also gut. Heidegger war ein Nazi", Pflasterstrand, enero de 1988.
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nueva luz sobre la ltima filosofa de Heidegger. Ciertamente, sta se sita bajo las premisas de un nuevo paganismo, que en los aos treinta se torn, por as decirlo, oficial. Pero el contenido poltico y el contenido que en trminos de diagnstico de la actualidad cobra la "destruccin de la Metafsica" practicada bajo esas premisas hacen revivir los estereotipos de un decidido antimodernismo que el joven Heidegger habra mamado ya en un medio familiar y escolar acuado por el Kulturkampf. Verdad es que las reacciones de defensa contra el libro de Faras se refieren a la biografa poltica en sentido estricto. sta nos confronta por primera vez con los desesperantes detalles de la cotidianidad nazi de un filsofo importante. Tras este libro ya no ser tan fcil como hasta aqu establecer una separacin entre el gesto radical del gran pensador y las sorprendentes actividades y mezquino orgullo de un radicalizado profesor alemn de provincias. "Lo verdadero no es para cualquiera, sino slo para los fuertes" yo no sabra cmo podra desublimarse de manera ms eficaz ese fatal pathos que con las revelaciones que Faras nos ofrece. Faras nos pone ante los ojos lo contumazmente consecuente de esas prcticas de coordinacin, de esas confesiones e intervenciones propagandsticas, de esas cartas e intrigas privadas, de esos planes para la construccin de una forja de cuadros, de esas parcialidades y rivalidades, que se desarrollaron en el pequeo mundo acadmico. Faras compara citas de Heidegger y Hitler de una manera casi ingenua; pero este cuestionable mtodo puede tener un saludable efecto clarificador; pues ilumina las conexiones semnticas entre los abisales textos filosficos y las directas frases de la propaganda nazi. El rudo antiamericanismo, el horror ante lo asitico, 65
la lucha contra el extraamiento latino de la esencia greco-germana, la xenofobia y la sentimentaloide lrica de la patria y terruo: estos obtusos elementos desarrollan una misma capacidad de configurar mentalidades cuando aparecen desnudos que cuando aparecen revestidos de Hlderlin. sta es la enseanza que hace valer Faras frente a aquellos albaceas que siguen pensando que el rango intelectual de un autor obliga a los que vienen despus a aceptar su herencia entera e indivisa.
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respuesta que despus da se parece ms bien a una respuesta a la pregunta por la esencia de lo estratgico. Lo poltico no se revela en el carcter vinculante de las decisiones de una autoridad estatal, sino que se muestra ms bien en la autoafirmacin colectivamente organizada de un pueblo "polticamente existente" contra los enemigos externos e internos. La fantasa de Cari Schmitt se enciende ante las "tormentas de acero" de las que Ernst Jnger haba hablado a propsito de la Primera Guerra Mundial. El pueblo fundido en la lucha a vida o muerte afirma su propia peculiaridad tanto contra los enemigos externos como contra los traidores en las propias filas. El caso serio de lo poltico se define por el fenmeno de la lucha en el deslinde de la propia identidad contra la alteridad de un enemigo que amenaza la propia existencia, por la situacin de guerra que implica a todo un pueblo y por la situacin de guerra civil. En cualquier caso es "la posibilidad real de aniquilacin fsica" la que define el caso serio, el caso de verdad de lo poltico. Y un proceso slo puede llamarse poltico si, a lo menos implcitamente, est referido a ese caso serio. Toda poltica es esencialmente poltica exterior. Tambin la poltica interior queda bajo las categoras del peligro que representa un enemigo que amenaza nuestra existencia. En el estilo expresionista de su poca Cari Schmitt erige, pues, un concepto dramtico de lo poltico, a cuya luz todo aquello a lo que normalmente damos ese nombre no tiene ms remedio que aparecer como banal. Ya la Teologa poltica de 1922 tena por fin, en prosecucin de un libro sobre la dictadura, renovar el concepto de poder soberano en sus capas semnticas contrarrevolucionarias. La crtica publicada en 1923 a los Geistesgeschichtliche Grundlagen des Parlamenta68
rismus (Las bases ideolgicas del parlamentarismo) toma motivos de su libro sobre el romanticismo poltico y efecta un inmisericorde ajuste de cuentas con el liberalismo. La teora decisionista del Estado, que Cari Schmitt propaga en uno de los libros, se sigue sin solucin de continuidad de la crtica emprendida en el otro contra el tipo de pensamiento poltico fundado en el Derecho natural racional. El abisal carcter de estos dos tempranos trabajos aparece an con ms claridad a la luz de su obra principal, un estudio sobre Hobbes, que asimismo tampoco es muy extenso. En ese libro resume Cari Schmitt de un golpe su filosofa del Estado. Adems, el Leviatn, que surge en 1938, es decir, que se publica en mitad del perodo nazi, nos conduce tambin al centro poltico del mundo de ideas de Cari Schmitt. EL MITO DEL LEVIATN Schmitt admira a Hobbes a la vez que lo critica. Celebra en Hobbes al nico terico poltico de rango que en el poder soberano reconoci la sustancia decisionista de la poltica estatal. Pero tambin lamenta al terico burgus que se arredra ante las ltimas consecuencias metafsicas y que, contra su voluntad, se convierte en antecesor del Estado de Derecho tal como lo entiende el positivismo jurdico. El telogo poltico Cari Schmitt ve confirmada esta ambivalente apreciacin que hace de Hobbes incluso "por el sentido y fracaso de un smbolo poltico". Se refiere en esta frase Cari Schmitt a la imagen viejotestamentaria del Leviatn, el gigantesco dragn diablico, con el que no se puede medir ningn poder en la Tierra. Leviatn se levanta del mar y derrota a Behemot, el poder de la tierra firme. A los judos esta 69
lucha de monstruos se les represent siempre como la imagen horrorosa y odiosa de la vitalidad pagana. Pero al desconocer esta lectura subversiva, Hobbes se equivoc en la eleccin de su signo. Su intencin, contraria a la de esa lectura, habra sucumbido a la deletrea fuerza de la imagen mtica. Pues, presentada bajo esa imagen, la sustancia del Estado moderno habra quedado malentendida en los siglos siguientes como una enormidad contra naturam: "La imagen no se ajustaba al sistema de pensamiento con que qued ligada [...] la interpretacin juda tradicional repercuti sobre el Leviatn de Hobbes." A continuacin, y en trminos de historia de las ideas, Schmitt llena este marco mitolgico con dos tesis. Primero proyecta sobre Hobbes su propia idea de soberana, desarrollada en 1922 en la Teologa poltica. As como slo triunfando sobre Behemot es Leviatn el poder que es, as tambin el Estado moderno slo se afirma como poder soberano reprimiendo la resistencia revolucionaria. El Estado es la perpetua guerra civil impedida. Su dinmica es la opresin de la revuelta, la perpetua sujecin de un caos que tiene su fuente en la naturaleza mala de los individuos. stos se sienten impelidos por su propio deseo de autonoma, pero sucumbiran a los horrores de su emancipacin si no acudiera a salvarlos la facticidad de un poder que vence a todo otro poder. Soberano es quien decide sobre el estado de excepcin. Y, como las fuerzas subversivas se presentan siempre en nombre de la verdad y la justicia, el soberano que quiera evitar el estado de excepcin tendr que reservarse tambin la decisin en lo tocante a definir que ha de valer pblicamente como verdadero o justo. Su poder de decisin es la fuente de toda validez. Slo el Estado define la confesin pblica de sus ciudadanos. 70
Mas, en lo concerniente a la confesin religiosa, a Hobbes se le escapa una falta que, a juicio de Schmitt, es grave: distingue entre/a/ft y confession y declara la neutralidad del Estado frente a la confesin de sus ciudadanos, frente a su fe privada. Slo el culto pblico est sujeto a control estatal. En la supuesta inconsecuencia de esta distincin basa Cari Schmitt su segunda tesis. La reserva de fe privada concedida por Hobbes la entiende Cari Schmitt como puerta de entrada de la subjetividad de la conciencia burguesa y de la opinin privada, que progresivamente desarrollan su fuerza subversiva. Pues esta esfera privada se proyecta hacia afuera y se ampla hasta convertirse en esfera de la opinin pblica burguesa; en el seno de esta ltima la sociedad civil se hace valer como contrapoder poltico, que, al reservar al parlamento las competencias en lo tocante a legislacin, acaba derrocando de su trono al Leviatn. Pero, al montar este escenario, Cari Schmitt olvida por completo que Hobbes desarrolla desde el principio su concepto de soberana en conexin con la positivacin del Derecho. El Derecho positivo exige por su propio concepto un legislador poltico que ya no puede estar ligado a las normas superiores del Derecho natural y que slo as es soberano. De ah que en la propia idea de Hobbes de un legislador soberano que se ve ligado al medio que representa el Defecho positivo est ya el germen de esa evolucin conducente al Estado de Derecho, que Cari Schmitt considera una tremenda fatalidad y que slo pudo deducir a partir de una neutralizacin histrica del poder estatal frente a las convicciones privadas ltimas en materia de fe.
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EL ESTADO TOTAL Y SUS ENEMIGOS Esta versin se nutre por su parte de ideas anteriores sobre la crisis del Estado de Derecho, desarrolladas por primera vez en el escrito sobre el parlamentarismo. El Estado parlamentario, es decir, el Estado centrado en el poder legislativo, surgi en Alemania tras la Primera Guerra Mundial, esto es, bajo las condiciones del capitalismo organizado y en las formas de una democracia de masas organizada en trminos de Estado social. Durante la repblica de Weimar Cari Schmitt ve en ese Estado intervencionista un sistema de legalidad tomado por el "poder social". Se trata de un sistema de legalidad socavado en trminos de positivismo jurdico y, en punto a dominacin, privado de su sustancia de poder. Esto no era sino el resultado de un secular proceso de desencantamiento de un poder estatal antao sacro, que incluso en la Modernidad no habra podido afirmar de otro modo su verdadera soberana que como una unidad de poder temporal y espiritual. Esa unidad habra quedado enseguida disuelta en el dualismo de Estado y sociedad, y en el momento en que la considera Schmitt est hecha astillas en el pluralismo de los "poderes sociales". Como "poderes indirectos", los partidos, los sindicatos, las asociaciones, se tornan a la postre en totalitarios, si bien de forma apoltica: tienen el poder sin tener la responsabilidad, slo tienen ya oponentes pero no enemigos, y tienen miedo al peligro de una genuina autoafirmacin poltica. Del poder de decisin poltica slo conservan el carcter vinculante de los mandatos estatales, pero no el riesgo existencial de una autoafirmacin a vida o muerte. El libro sobre Hobbes desarrolla despus la perspectiva desde la que estos argumentos de los aos 72
veinte se articulan en una unidad. Weimar le aparece a Schmitt como un perodo de cada: los restos de un Estado que ya el propio Hobbes slo haba sabido concebir a medias, se disolvan en una apoltica "autoorganizacin de la sociedad". Transitoriamente esta crisis slo poda superarse por la va de una utilizacin dictatorial del pargrafo 48 de la Constitucin de Weimar, relativo al estado de emergencia, aunque a la larga slo podra resolverse mediante el "Estado total". Schmitt pensaba aqu ante todo en Mussolini y el fascismo italiano. Tras la toma del poder por los nazis, fue lo suficientemente oportunista como para dar a su construccin del Estado ese pequeo giro que era menester para no tener que entender ya el decisionismo del Fhrer en trminos puramente hobbesianos, sino como remate colocado sobre los "rdenes concretos" del pueblo. Es el sentido que tiene el prefacio a la segunda edicin de la Teologa poltica del ao 1933, en el que Schmitt se apresura a someter a ulterior desarrollo el tipo decisionista de pensamiento jurdico para convertirlo en "institucionalista". Y lo bien que a este miembro del Consejo de Estado prusiano, situado bajo la proteccin directa de Hermann Gring, le sali tal adaptacin lo demuestra precisamente el Leviatn. Tal adaptacin admira en lo tocante sobre todo al desarrollo que, en trminos de historia de las ideas, hace Cari Schmitt de la mencionada tesis de que, al cabo, la interpretacin juda repercute sobre el Leviatn: Schmitt construye una genealoga antisemtica de los enemigos del Leviatn. Esta comienza por Spinoza, que, comofilsofojudo, se acerca desde fuera a la religin del Estado y abre una peligrosa brecha a la libertad individual de pensamiento; prosigue con Moses Mendelsohn y con el "infatigable espritu de los judos" en las rdenes de ma73
sones e iluminados del siglo XVIII, que, "con certero instinto", minaron el poder del Estado con el fin de "paralizar a los pueblos extraos y emancipar al propio pueblo judo", y conduce finalmente a los judos emancipados que son Heine, Borne y Marx, que hacen un uso subversivo de los "mbitos de operacin" logrados en la prensa, el arte y la ciencia. Todos ellos "han paralizado espiritualmente" al Leviatn, al Estado como mito.
LA INFLUENCIA DE CARL SCHMITT EN LA REPBLICA FEDERAL Hace pocos aos se reedit la primera impresin. del Leviatn de Cari Schmitt, con un eplogo del editor, por lo dems un desengaado activista de fines de los aos sesenta, que retir su libido poltica de Fidel Castro para desplazarla hacia Cari Schmitt-. Gnther Maschke no trata ciertamente de restar importancia a esa galera de antepasados judos de enemigos del Leviatn como una simple confesin de boquilla por parte de Schmitt para contentar a los nazis como hiciera George Schwab (el traductor de Political Theology) en su libro The Challenge ofException; pero, eso s, quiere verla reducida al formato de testimonios del "clsico antijudasmo catlico". Por lo dems, Maschke se esfuerza (todo cuento se lo permite la realidad de los hechos) por ver la situacin de Cari Schmitt durante el perodo nazi con los propios ojos de ste. Pues, en lugar de pronunciar una sola palabra de autocrtica, Cari Schmitt se haba presentado a s mismo tras la guerra como el "Benito Cereo del Derecho internacional europeo". Se trata de una alusin 74
a aquel desafortunado capitn de la novela de Hermn Melville, del que todos los dems piensan que es quien manda en el barco de piratas cuando en realidad tuvo que arriesgar su vida como rehn. En Inglaterra y en Estados Unidos se preguntarn admirados cmo un hombre como Cari Schmitt puede seguir ejerciendo en la Repblica Federal, an cuarenta aos despus, un influjo intelectual tan considerable. Las razones radican ante todo en la calidad de la obra de Schmitt. Como demuestra su brillante Teora de la Constitucin de 1928, Cari Schmitt fue un competente constitucionalista, que fue tomado en serio como sutil oponente incluso por los juristas ms influyentes de la poca de Weimar, por Richard Thomas, Hermann Heller o Ruldolf Smend. Adems, Cari Schmitt fue un buen escritor, que supo unir la contundencia conceptual con asociaciones ingeniosas e incluso sorprendentes. Este arte de la formulacin no se trasluce por desgracia en la traduccin inglesa. Por lo dems, Cari Schmitt fue un intelectual que hasta bien entrados los aos treinta puso su saber profesional al servicio de diagnsticos de la poca dotados de una elevada sensibilidad. Y finalmente, pese a la claridad de su lenguaje, mantuvo el gesto del metafsico que se zambulle en las profundidades, al tiempo que desenmascara los aspectos, ms humillantes de la realidad. Pero estas cualidades no hubieran bastado a compensar el efecto de descrdito resultante de su brutal antisemitismo y de su buena amistad y trato con las autoridades nazis, si no se hubiera aadido algo ms: Schmitt tuvo y tiene an importantes discpulos, y tambin discpulos de discpulos incluso en el propio Tribunal Constitucional. Con Ernst Forsthof, Schmitt ejerci su influencia en la controversia que 75
entre los constitucionalistas se desarroll en los aos cincuenta acerca de la relacin entre Estado de Derecho y Estado social. Y, aun mucho despus, el anciano caballero desarrollaba desde el silln de su domicilio privado una cuidadosa poltica de descendencia; trabajos cientficos de conocidos juristas, historiadores y filsofos fueron inspirados personalmente por l. Mas tampoco esta constelacin hubiera bastado si la mentalidad de los "jvenes conservadores" no siguiera ejerciendo todava fascinacin. Hagamos memoria. El hegelianismo de derechas haba dejado en los aos veinte un mortificante vaco una vez que la ilustracin sociolgica de Max Weber hubo despojado al Estado de esa aura de hermanamiento con la razn y la religin. Por un lado, se quiso dar remate a la prdida de esa aura, pero, por otro, era difcil resignarse al banalizado negocio de ese Estado administrativo organizado en trminos de democracia de partidos. Por una parte, se era, pues, lo suficientemente cnico como para percatarse de lo puramente mecnico de la maquinaria de ese Estado; pero, por otra, se pretendi renovar contra l la sustancia y misterio de la corroda soberana, y ello aunque fuera mediante un acto de inaudita exaltacin. Esta vaga aoranza fue lo que vino a satisfacer Cari Schmitt, quien beba de la misma experiencia generacional que Martin Heidegger, Gottfried Benn y aun Ernst Jnger. Todos ellos hicieron frente con respuestas pseudorrevolucionarias a esa aoranza de lo prstino en lo completamente otro, que, como siempre suele suceder, err lo otro, para quedarse con lo viejo y muy viejo. An hoy este mensaje no ha perdido del todo su appeal, sobre todo en algunas olvidadas subculturas que antao nacieron de la izquierda. 76
LA ACTUALIDAD DE SUS MOTIVOS DE PENSAMIENTO En la filosofa francesa contempornea, los maitrepenseurs alemanes Nietzsche y Heidegger, que Gluckmann moviliza contra Hegel y Marx, han venido a convertirse ms bien en fuente de confusiones. Pero no creo que en el mundo anglosajn Cari Schmitt pueda llegar a desarrollar una similar fuerza de contagio. Pues en otro caso habra que recomendar una vez ms ese estudio nacido de una sugerencia de Helmut Plessner, en el que se establece una comparacin entre Cari Schmitt, Ernst Jnger y Martin Heidegger: me refiero a la tesis doctoral de Christian von Krockow escrita en 1958 (Stuttgart). Fuera del polticamente viciado contexto alemn, s veo que es una oportunidad para una discusin quiz ahistrica, pero sin inhibiciones, de muchos de los motivos procedentes de Schmitt. Pues lo que es claro es que los motivos de pensamiento de Schmitt an hoy se muestran capaces de poner algo en movimiento. El propio Cari Schmitt retorn una vez ms en 1970 a su Teologa poltica (Politische Theologie, II, Berln), para establecer conexiones con dos discusiones contemporneas, que no dejan de resultarle prximas. La Teologa poltica fue retomada en los aos sesenta por telogos como Johann Baptist Metz y Jrgen Moltmann bajo la influencia de Ernst Bloch, por tanto en un sentido muy distinto. Mientras tanto, las disputas dogmticas sobre los movimientos teolgicos postconciliares han prestado nueva actualidad a esa teologa de la liberacin, tras haberse difundido en Sudamrica. Los paralelos con el tercer y cuarto captulos del escrito de Schmitt de 1922 saltan a la vista, si bien su autor dej bien claro medio siglo despus que
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lo que entonces le haba interesado era simplemente la analoga en la formacin de conceptos en la dogmtica teolgica y en la dogmtica jurdica. Y, en efecto, las similitudes morfolgicas que, a la manera de Spengler, seala Schmitt entre las figuras de pensamiento teolgicas y jurdicas no eran para l ningn fin en s. La comparacin, por ejemplo, entre el papel del milagro en la teologa y el del estado de excepcin en filosofa poltica tenan como nico fin prestar a su teora de la soberana una dimensin de profundidad. Lo que Schmitt pretenda era volver a poner en juego la filosofa poltica de la contrarrevolucin, una filosofa poltica motivada directamente por la teologa, y sobre todo la doctrina de Donoso Corts, que tras 1848 haba hecho tabula rasa del activo legitimismo de la monarqua de Julio y haba opuesto al dominio de la burguesa liberal, al dominio de la "clase discutidora", una dictadura justificada en trminos religiosoexistenciales. Pero qu une a esa teologa de la contrarrevolucin con la teologa de la liberacin?, y qu significa que hoy las tesis del cardenal Ratzinger, que se acomodan ms bien a una teologa de la contrarrevolucin, puedan presentarse en nombre de una crtica casi barthiana a toda teologa poltica? Esto nos remite ya al segundo contexto de discusin en que hoy cabe situar ese tipo de catolicismo poltico de Cari Schmitt; me refiero a la disputa en torno a la legitimidad de la Edad Moderna, es decir, a la disputa en torno al derecho propio que asiste a la Modernidad. Puede la Modernidad estabilizarse en esa su conciencia de extraer de s misma sus propias orientaciones normativas, o no tendr ms remedio que dejarse reconducir, como inestable producto de una secularizacin que todo lo disgrega, al horizonte de la historia de la salvacin y a la cosmologa? En los aos
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ochenta son bien reconocibles las tendencias a una vuelta a la metafsica; y es sintomtica la trayectoria intelectual del filsofo catlico Robert Spaemann, que parti del decisionismo de Cari Schmitt y que, mientras tanto, ha aterrizado en Platn. Quiz este recurso a la tradicin en trminos de una crtica a la Modernidad contribuya tambin a explicar el inters, a primera vista sorprendente, que los discpulos americanos de Leo Strauss y Michael Oakshott tienen en introducir postumamente a Cari Schmitt en el mundo anglosajn. Un ulterior inters por ese escrito podra tambin apelar a las relaciones de Cari Schmitt con Hugo Ball, es decir, con un dadasta que desde el "Caf Voltaire" de Zurich retorn al seno de la Iglesia como nica fuente de beatitud y salvacin. Las polmicas discusiones de Cari Schmitt con el romanticismo poltico ocultan, en efecto, las estetizantes oscilaciones de su propio pensamiento. Tambin en este aspecto se hizo patente una afinidad con la intelligentsia fascista. El ltimo captulo del libro sobre el parlamentarismo lleva por ttulo "Teoras irracionalistas del uso directo de la fuerza". En ese captulo Cari Schmitt traza una lnea que va de Donoso Corts a Mussoni, pasando por Sorel, y hace el agudo pronstico de que el mito de la huelga general quedara vencido por el mito de la nacin. Pero lo que le fascina sobre todo es la esttica de la violencia. La soberana, interpretada conforme al modelo de la creatio ex nihilo, cobra mediante esta referencia a la destruccin de lo normativo en general un aura de significados surrealistas. Lo cual invita a una comparacin con el concepto de soberana de George Btanle y explica tambin por qu Cari Schmitt se sinti en aquel momento obligado a felicitar al joven Walter Benjamn por su artculo sobre G. Sorel. 79
LOS FUNDAMENTOS NORMATIVOS DE LA DEMOCRACIA Ciertamente sobre el trasfondo anglosajn de una comprensin empirista de la formacin democrtica de la voluntad colectiva, que, sin segundas intenciones, pone en relacin a la democracia con el equilibrio de intereses, el dominio de la mayora y la formacin de lites, las consideraciones de Cari Schmitt tienen que tener un efecto provocador. Pero no es menester apuntarse, como Cari Schmitt y despus Arnold Gehlen, a un institucionalismo a lo Hauriou, ni tampoco creer en la fuerza fundadora de las ideas, para atribuir una no desdeable significacin prctica a la fuerza legitimadora que posee la autocomprensin de una praxis establecida. El inters por los fundamentos que la "dominacin legal" (en el sentido de Max Weber) parlamentaria tiene en la historia de las ideas puede entenderse tambin en este sentido ms trivial. Sobre los fundamentos normativos de la democracia se seguir discutiendo siempre, porque de la autocomprensin de la democracia depende no slo la estabilidad de una prctica existente, sino tambin los fundamentos normativos que son menester para su evaluacin crtica. Pero Cari Schmitt extrem hasta tal punto en trminos idealistas aquellas ideas que, segn su concepcin, explican el parlamentarismo, que a los ojos del lector no eran menester ms argumentos para entender que esas ideas haban perdido toda apoyatura en la realidad. La forma en que Cari Schmitt emprende tal exageracin y ridiculizacin sigue siendo instructiva; instructiva, por lo dems, tambin para esa izquierda que, aqu en la Repblica Federal de Alemania y hoy sobre todo en Italia, quiere expulsar al
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diablo invocando a Belceb y llenar el agujero de la inexistente teora marxista de la democracia con la crtica fascista de Cari Schmitt a la democracia. El medio de una discusin pblica y gobernada por argumentos, que Schmitt hace risible, es, en efecto, esencial para toda justificacin democrtica del dominio poltico. Tambin la regla de la mayora puede interpretarse como un procedimiento que tiene por fin posibilitar aproximaciones realistas a la idea de un consenso lo ms racional posible cuando urge la necesidad de decidir. Schmitt hace de ello una caricatura, al ignorar, incluso en el plano de la autocomprensin teortica de la democracia, tres cosas. Primero, las suposiciones de racionalidad que los participantes en una formacin discursiva de la voluntad comn han de hacer in actu son presuposiciones necesarias, pero por lo general contrafcticas. Asimismo, slo a la luz de tales suposiciones de racionalidad cabe entender en general la funcin y sentido de las reglamentaciones de las discusiones parlamentarias. Por otro lado, los discursos prcticos versan sobre la universalizabilidad de intereses; no se puede, por tanto, como hace Schmitt, oponer la competicin por los mejores argumentos a la competencia de los intereses subyacentes. Y, finalmente, no es de recibo eliminar por entero de este modelo de la formacin pblica de las decisiones colectivas la negociacin y el compromiso; la cuestin de si los compromisos se han producido en condiciones de juego limpio es algo que slo puede decidirse a su vez sometindolo a un examen discursivo. Pero la jugada verdaderamente problemtica la hace Cari Schmitt cuando establece una separacin entre democracia y liberalismo. Limita el procedimiento de la discusin pblica al papel de la legislacin parlamentaria y lo desconecta de la toma demo81
crtica de decisiones colectivas. Como si la teora liberal no hubiera incluido ya siempre tambin la idea de una formacin general de la opinin y la voluntad colectiva en el seno del espacio pblico poltico. Democrtica es la condicin de iguales oportunidades para todos en la participacin en un proceso de legitimacin canalizado a travs del medio de la opinin pblica. Pero Schmitt, confinespor lo dems bien claros, quiere establecer una separacin entre una democracia entendida en trminos identitarios y la discusin pblica (que queda adjudicada al liberalismo). Y establece los cortes conceptuales de suerte que puede separar la formacin democrtica de la voluntad colectiva de los presupuestos universalistas de una participacin general, limitarla al sustrato de una poblacin tnicamente homognea y rebajarla a una aclamacin de masas enardecidas, ajena a toda argumentacin. Slo de esta guisa cabe representarse una democracia de caudillos, cesarista y tnicamente homognea, en la que quedara encarnado algo as como soberana. Con ello Schmitt proporciona por lo dems el concepto de democracia que sus colegas emigrados a Estados Unidos utilizaran despus para una teora del totalitarismo. Hoy parecen haberse vuelto de nuevo actuales las objeciones de Cari Schmitt contra "el universal significado e importancia de la fe en la discusin". Su crtica afecta aqu al ncleo del racionalismo occidental. El que los tonos, los de entonces y los de ahora, se parezcan es razn de sobra para echarse a temblar.
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ideologa del "centro", que desde el romanticismo hasta Heidegger tan hondamente enraizada estuvo en la "profunda corriente anticivilizatoria, antioccidental de la tradicin alemana" 1. Esa autoconciencia fijada a la posicin geogrfica de centro qued extremada una vez ms en trminos de darwinismo social durante el perodo nazi. Y tal mentalidad pertenece a los factores que explican cmo pudo ocurrir que toda una poblacin civilizada cerrara los ojos ante asesinatos masivos. La conciencia de haber emprendido un camino especial, un camino que separaba a Alemania de Occidente y le otorgaba frente a ste una posicin privilegiada, es algo que slo ha quedado descreditado por Auschwitz; o es algo que en todo caso ha perdido tras Auschwitz su capacidad de configurar mitos. Aquello con que los alemanes nos disociamos entonces de la civilizacin occidental, e incluso de toda civilizacin, provoc un shock. Y si bien muchos ciudadanos de la Repblica Federal empezaron .negando ese shock, tambin ellos quedaron bajo su influencia cuando poco a poco han ido abandonando sus reservas frente a la cultura poltica y a las formas de organizacin social de Occidente. Una mentalidad ha cambiado. As al menos pareca y as al menos me lo sigue pareciendo a m. Verdad es que surgen dudas sobre este diagnstico cuando se considera, con la desconfianza que el caso exige, la disputa que entre historiadores est teniendo lugar desde hace un ao y que es en realidad un debate sobre la autocomprensin de la Repblica Federal. Ciertamente por ambas partes se de1 Th. W. Adorno, "Was bedeutet: Aufarbeitung de Vergangenheit", en Eingriffe, Francfort, 1963, p. 137.
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fende enfticamente la orientacin de la Repblica Federal hacia Occidente; pero una de las partes concibe esos lazos ms bien en trminos de poltica de bloques y piensa primariamente en la alianza militar y en la poltica exterior, mientras que la otra acenta los lazos con la cultura de la Ilustracin europea. Lo que se debate no es la pertenencia de la Repblica Federal a la Europa occidental, sino la cuestin planteada por parte conservadora de si la opcin por Occidente no debera quedar anclada en una renovada conciencia nacional, capaz de calar en toda la poblacin. La supuestamente amenazada identidad de los alemanes, as se piensa, debera quedar afianzada mediante actualizacin histrica de "elementos del pasado susceptibles de asentimiento". Para quienes as piensan se trata de una iluminacin neohistoricista de continuidades de la historia nacional, que incluso pasan a travs de los aos treinta y cuarenta. Las generaciones actuales, as se espera, podran adoptar un comportamiento ms distanciado y libre frente a un perodo nacionalsocialista al que al menos no se negasen ciertos aspectos de normalidad. Pero, del otro lado, los crticos hacen valer que con esta especie de poltica de la historia la verdad histrica se quedara perdida en el camino. Temen la nivelacin histrica de lo excepcional, es decir, de los procesos y situaciones que hicieron a Auschwitz posible, tambin por otra razn. El desplazamiento de los pesos morales y la banalizacin de lo extraordinario podran embotar la conciencia de las discontinuidades de nuestra historia reciente. Pues slo manteniendo intacta la conciencia de la ruptura con tradiciones fatales puede significar la apertura sin reservas de la Repblica Federal a la cultura poltica de Occidente algo ms que una oportunidad econmicamente atractiva 85
e insoslayable en punto a poltica de bloques. Lo que me importa es precisamente este "ms" en reorientacin intelectual. Ahora bien, no me atrevera a importunar a un pblico dans con esta problemtica casi ntimamente alemana si no creyera que tambin pueden obtenerse de ella aspectos generales. Naturalmente, no es mi intencin proceder a hacer generalizaciones apresuradas. En Dinamarca "slo" un uno por ciento de la poblacin juda cay en manos de las SS 2. Ninguna razn, pues, para felicitarse, ya que cada individuo deportado deja tras de s la huella de una historia de sufrimientos no susceptible de reparacin alguna. Y, sin embargo, pueden estar ustedes orgullosos de lo que muchos de sus compatriotas hicieron en un momento en que en Alemania la gran masa de la poblacin dej, cuando menos, que ocurriera lo monstruoso que, tambin cuando menos, se presuma o sospechaba. Unos son los herederos de las vctimas y de aquellos que prestaron ayuda u ofrecieron resistencia. Otros, los herederos de los autores o de aquellos que nada hicieron para evitarlo. Esta dividida herencia no funda para los nacidos despus ningn mrito personal ni ninguna culpa personal. Pero allende toda culpa individualmente imputable, distintos contextos histricos pueden significar cargas histricas distintas. Con las formas de vida en las que hemos crecido y que han acuado nuestra identidad, asumimos clases muy distintas de responsabilidad histrica (en el sentido de Jaspers) 3. Pues de nosotros depende cmo queremos proseguir las tradiciones en que hemos crecido. Ninguna apresurada generalizacin, pues. Y, sin
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H. U. Thamer, Verfhrung und Gewalt, Berln, 1986, p. 707. K. Jaspers, Die Schuldfrage, Heidelberg, 1946.
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embargo, en otro plano, Auschwitz se ha convertido en signo de toda una poca y esto nos afecta a todos. Lo que en Auschwitz ocurri fue algo que hasta entonces a nadie se le hubiera ocurrido tener siquiera por posible. En Auschwitz qued afectada una profunda capa de solidaridad entre todo aquello que lleva rostro humano; la integridad de esa capa profunda se haba dado por supuesta hasta entonces, sin reparar mucho en ella, pese a todas las bestialidades que registra la historia universal. Ese lazo de ingenuidad qued roto entonces, una ingenuidad de la que haban extrado su autoridad tradiciones incuestionadas, de las que se haban nutrido continuidades histricas. Auschwitz cambi las condiciones relativas a la continuacin de la vida histrica, y ello no slo en Alemania. Quiz sepan ustedes de ese curioso sentimiento arcaico de vergenza que se produce ante una catstrofe a la que por casualidad y sin ningn mrito propio hemos sobrevivido. Yo observ por primera vez esa reaccin en los otros, en aquellos que haban escapado de los campos de concentracin, que se haban "sumergido", o que haban emigrado, y que no podan ejercer su solidaridad con aquellos que no haban sobrevivido a las acciones de exterminio, de otro modo que mediante el inexplicado autotormento que representa ese sentimiento de vergenza. Medido por criterios de culpa personal, tal sentimiento carece de base. Pero aquellos que se dejan arrastrar por el remolino de ese tipo de melancola se comportan como si, mediante esa co-sufriente memoria, quisieran quitar su carcter de definitivo al pretrito de una catstrofe que ya no se puede reparar. No quisiera negar a este fenmeno lo que tiene de especfico. Pero, tras aquella catstrofe moral, no pesa sobre la supervivencia 87
de todos nosotros, aunque de forma algo menos pronunciada, la maldicin del simple habernos librado de aquello?, y no funda ese carcter fortuito del mero habernos librado de aquello una responsabilidad intersubjetiva, una responsabilidad en lo tocante a los plexos de vida distorsionados, que slo garantizan la felicidad o incluso la simple existencia de los unos al precio de la aniquilacin de la felicidad, de la negacin de la vida, y del sufrimiento de los otros? II Walter Benjamn anticip esta intuicin y la trajo a concepto en sus Tesis sobre filosofa de la historia: "No hay documento de la cultura que no sea a la vez documento de la barbarie. Y as como el documento no est libre de barbarie, tampoco lo est el proceso de tradicin por el que pasa de una mano a otra" 4. Esta frase pertenece al contexto de-la crtica de Benjamn a esa consideracin de la historia, que el neohistoricismo quisiera renovar hoy, tambin y precisamente en lo concerniente al perodo nazi: en el momento en que la escribi Benjamn, la historiografa estaba bajo el signo de un historicismo que se identificaba con los vencedores sin hacer memoria de las vctimas, a no ser de las vctimas triunfalmente transfiguradas de los hroes que se estuvieran considerando. Lo que Benjamn tena a la vista era el uso pblico que en el siglo xrx los movimientos nacionales y Estados nacionales hicieron de la historia: ese tipo de his-
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toriografa, ampliamente difundida y eficaz, que pudo servir como medio a una nacin o a un pueblo en el proceso de devenir consciente de su propia identidad. Voy a recordar primero algunas conexiones entre historicismo y nacionalismo, para explicar despus por qu hoy, al menos en las sociedades occidentales, nos est vedado el recurso a ese tipo de formacin de la identidad en trminos de historia nacional. El nacionalismo, tal como se desarroll en Europa desde fines del siglo xvra, es una forma especficamente moderna de identidad colectiva. Tras la ruptura con el Anden Rgime, y con la disolucin de los rdenes tradicionales de las primeras sociedades burguesas, los individuos se emancipan en el marco de libertades ciudadanas abstractas. La masa de los individuos as liberados se torna mvil, no slo polticamente como ciudadanos, sino econmicamente como fuerza de trabajo, militarmente como obligados al servicio militar y, tambin, culturalmente como sujetos a una educacin escolar obligatoria-, que aprenden a leer y a escribir y se ven arrastrados as por el remolino de la comunicacin y cultura de masas. En esta situacin es el nacionalismo el que viene a satisfacer la necesidad de nuevas identificaciones. De las viejas formaciones de la identidad el nacionalismo se distingue en varios aspectos 5. En primer lugar, en el nacionalismo las ideas fundadoras de identidad provienen de una herencia profana, independiente de la Iglesia y de la religin, herencia que viene preparada y mediada por las ciencias del espritu, que nacen en ese momento. Esto explica algo del carcter a la vez penetrante y consciente de esas ideas. Se apoderan
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casi por igual de todas las capas de la poblacin y dependen de una forma autoactivadora y reflexiva de apropiacin de la tradicin. Segundo, el nacionalismo hace coincidir la herencia cultural comn de lenguaje, literatura o historia, con la forma de organizacin que representa el Estado. El Estado nacional democrtico, surgido de la Revolucin francesa, es el modelo por el que se orientan todos los movimientos nacionalistas. Tercero, en la conciencia nacional se da una tensin entre dos elementos, que en los Estados nacionales clsicos, es decir, en las naciones que slo cobraron conciencia de s en las formas de organizacin estatal con que ya se encontraron, guardan una relacin de ms o menos equilibrio. Me refiero a la tensin entre las orientaciones universalistas de valor del Estado de Derecho y la democracia, por un lado, y el particularismo de una nacin que se delimita a s misma frente al mundo externo, por otro. Bajo el signo del nacionalismo, libertad y autodeterminacin poltica significan a la vez ambas cosas: soberana popular de ciudadanos con iguales derechos y autoafirmacin en trminos de poltica de poder de la nacin que se ha vuelto soberana. En la solidaridad internacional con los oprimidos, empezando por el entusiasmo de principios del siglo xix por los griegos y polacos hasta el culto a los hroes y el turismo revolucionario de nuestros das (China, Vietnam, Cuba, Portugal, Nicaragua), se refleja el primer elemento. El otro se torna patente en las imgenes estereotpicas del enemigo, que han venido ribeteando el camino de todos los movimientos nacionales. Para los alemanes entre 1806 y 1914 esas imgenes del enemigo eran las relativas a franceses, daneses e ingleses. Pero sntomas de tal tensin no resuelta no slo se muestran en tales reacciones de sentidos contrarios, 90
sino tambin en ese Estado y en esa conciencia histrica en los que el nacionalismo cobra forma. La forma de identidad que representa la identidad nacional hace necesario que cada nacin se organice en un Estado para ser independiente. Pero, en la realidad histrica, el Estado con una poblacin nacional homognea ha sido siempre una ficcin. El Estado nacional mismo es quien engendra esos movimientos autonomistas en los que las minoras nacionales oprimidas luchan por sus derechos. Y al someter a las minoras a su administracin central, el Estado nacional se pone a s mismo en contradiccin con las premisas de autodeterminacin a las que l mismo apela. Una contradiccin similar atraviesa la conciencia histrica, en cuyo medio se forma la conciencia de una nacin. Para poder dar forma y servir de soporte a una identidad colectiva, el plexo de la vida lingstico-cultural ha de ser hecho presente en unos trminos capaces de fundar sentido. Y slo la construccin narrativa de un acontecer histrico dotado de un sentido cortado al talle del propio colectivo puede suministrar perspectivas de futuro orientadoras de la accin y cubrir la necesidad de afirmacin y autoconfirmacin. Pero a ello repugna el medio que las ciencias del espritu representan de reactualizacin de pasados histricos tomados en sentido afirmativo. Su necesaria referencia a la verdad obliga a las ciencias del espritu a la crtica; y ello discurre en sentido contrario a la funcin de integracin social para la que el Estado nacional hizo uso pbco de las ciencias histricas. Normalmente, el compromiso consisti en una historiografa que elevaba a ideal metodolgico la identificacin con el presente y renunciaba "a barrer la historia a contrapelo" (Benjamin). La mirada que se niega a ver lo que queda detrs del vencedor puede ocultarse tanto 91
mejor a s misma su propia unilateralidad o selectividad cuanto que esa selectividad desaparece en la selectividad que es inherente a la forma narrativa. Con tales contradicciones han vivido, ms o menos discretamente, los Estados nacionales clsicos y los nacidos de los movimientos de risorgimento. Slo el nacionalismo integral, que se encarn enfigurascomo Hitler o Mussolini, destruy ese precario balance, liberando por entero al egosmo nacional de las ataduras a los orgenes universalistas del Estado constitucional democrtico. El elemento particularista, apaciguado hasta entonces una y otra vez, rompi finalmente en la Alemania nazi en la idea de una supremaca racial del propio pueblo. Y esto, como queda dicho, cubri las espaldas a una mentalidad sin la que no hubiera sido posible el exterminio, organizado a gran escala, de categoras pseudocientficamente definidas de enemigos internos y externos. Tras el shock que sigui a la exaltacin quedaron hechas aicos en Alemania, aunque quiz slo por va de represin y de puesta entre parntesis del perodo provisto de signo negativo, las continuidades narrativamente establecidas en trminos de historia nacional. Miradas las cosas a ms largo plazo, este shock provoc tambin una irrupcin de la reflexin en la conciencia pblica de la historia, poniendo en cuestin las autoevidencias en que descansa el tipo de identidad colectiva acuado por el nacionalismo. La cuestin es si debemos ver en todo ello no ms que una prosecucin de una patologa nacional cambiada de signo, es decir, algo as como un nacionalismo negativo (Nolte), o si bajo las peculiares condiciones de la Repblica Federal, es decir, de forma un tanto compulsiva y desequilibrada, se torna perceptible un cambio de forma que tambin afecta a los Esta92
dos nacionales clsicos. Me refiero a un cambio de forma de las identidades nacionales, en el que se produce un desplazamiento de los pesos relativos de los dos elementos a que me he referido. Si mi conjetura es correcta, la constelacin entre esos dos elementos ha cambiado, de suerte que los imperativos de la autoafirmacin de las formas de vida nacionales en trminos de poltica de poder ya no dominan simplemente la actuacin del Estado constitucional democrtico, sino que empiezan a encontrar tambin sus lmites en los postulados de la universalizacin de la democracia y de los derechos humanos.
III En 1949 se fundaron seis nuevos Estados. Vietnam. Laos, Camboya e Indonesia pertenecen a esa tercera generacin de Estados nacionales, que nacieron de la disolucin de los imperios coloniales en Asia y frica y que, mutatis mutandis, siguen el modelo de sus predecesores. La Repblica Federal de Alemania y la Repblica Democrtica Alemana, que nacieron por las mismas fechas, caen fuera de esta serie. Segn una lectura, ambos Estados, sucesores del Reich alemn, son formaciones transitorias, que de momento tienen vedado el tipo de unidad caracterstica del Estado nacional. La hiptesis de un cambio general de forma en las identidades nacionales exige una lectura distinta. Segn esta lectura, en 1945 acab el episodio de apenas setenta y cinco aos de duracin y por lo dems infortunado de una unificacin nacional, por otro lado incompleta. A partir de entonces, la identidad cultural de los alemanes se ha disociado de la forma de or93
ganizacin que representa la unidad estatal, como antes haba ocurrido ya en el caso de Austria. El historiador Rudolf von Thadden constata sin resentimiento que Kant sigue siendo parte de la historia espiritual alemana aun cuando Knigsberg se llame hoy Kaliningrado, es decir, no se encuentre hoy ni en el territorio de la Alemania del Este ni en el de la Alemania del Oeste 6 . Con esta desconexin de la identidad cultural comn respecto de la forma de sociedad y de la forma de Estado, una nacionalidad que se ha vuelto ciertamente ms difusa se disocia de la pertenencia a un Estado y deja sitio libre para la identificacin con aquello que en la evolucin de posguerra de cada uno de los dos Estados la poblacin considera digno de conservarse. Dolf Sternberger ha observado en la Repblica Federal un cierto patriotismo de la Constitucin, es decir, la disponibilidad a identificarse con el orden poltico y los principios constitucionales. Esta sobria identidad poltica se disocia a s misma de ese trasfondo de un pasado centrado en trminos de historia nacional. El contenido universalista de una forma de patriotismo cristalizada en torno a los principios del Estado constitucional democrtico ya no se siente comprometido con continuidades triunfales; es incompatible con una conciencia histrica que, cual si de una naturaleza secundaria se tratase, permanece ciega para la profunda ambivalencia de toda tradicin, para la cadena de lo que ya no es susceptible de reparacin, para el brbaro lado nocturno que hasta aqu ha venido acompaando a casi todas las adquisiciones culturales.
R. vanThaden, "Dasverschobene Vaterland", en SZde 11-12 de abril de 1987.
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Sin embargo, el presente debate muestra que esto es una lectura ms que controvertida. Enlos mismos fenmenos otros pueden leer otros tantos sntomas de patologa de una identidad nacional quebrada. Mas en todo caso, y sea como fuere, estos inicios de una identidad postnacional referida al Estado constitucional slo pudieron desarrollarse y estabilizarse en el marco de tendencias ms generales, que alcanzan ms all de la Repblica Federal. Se dan tales tendencias ms generales? No voy a entrar en los conocidos aspectos funcionales bajo los que cabe afirmar que el nivel de integracin que representa el Estado nacional ha perdido hoy importancia en todas partes; tampoco voy a entrar en lo que la prdida de la soberana del Estado nacional (que depende cada vez ms profundamente de los movimientos de la economa capitalista mundial y de la carrera de armamento nuclear de las grandes potencias) puede significar a los ojos de sus ciudadanos. Voy a limitarme a algunas observaciones triviales, que en nuestras latitudes parecen confirmar una debilitacin del elemento particularista en la figura de conciencia que representa el nacionalismo 7. a) Hegel, que, como es bien sabido, se mantuvo bien lejos de los movimientos nacionales de su tiempo, sin inhibicin alguna da todava razn en su Filosofa del Derecho "del momento tico de la guerra" y del deber del individuo de exponerse en la guerra al riesgo "de sacrificar propiedad y vida". El Estado nacional es el heredero del antiguo deber de morir por la
7 J. Habermas, "Knnen komplexe Gesellschaften eine vennftige Identitt ausbilden?", en Rekonstruktion des historischem Materialismus, Francfort, 1976, pp. 144 ss.
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patria, en nombre de una soberana pensada en trminos modernos, sellando con ello el predominio de la nacin sobre todos los dems bienes terrenos. La capacidad de conformar mentalidades que posea este ncleo del nacionalismo no ha resistido las evoluciones registradas en tecnologa de armamentos. Quien hoy emplease las armas con las que amenaza al pas vecino sabe muy bien que en ese momento habra destruido su propio pas. Y, as, la negativa a "servir a las armas" se ha convertido mientras tanto, desde un punto de vista moral, en algo ms fcil de justificar que un servicio militar que se ha vuelto paradjico. b) Hannah Arendt vio en los campos de concentracin la simbolizacin del rasgo ms profundo y esencial de nuestro siglo. Se refera no solamente a los campos de exterminio, sino tambin a los campos de internamiento y de refugiados, a los campos de recepcin y paso de los emigrados polticos, de los expulsados, de los exiliados econmicos, de los trabajadores extranjeros, etc. Estos gigantescos movimientos de poblacin, impuestos por la guerra, la opresin poltica, la miseria econmica y el mercado internacional de trabajo, apenas si han dejado intacta en su composicin tnica a ninguna de las sociedades desarrolladas. El contacto con el destino de los privados de sus derechos, esa confrontacin cara a cara de los nativos con las formas de vida, las tradiciones y las razas extraas, provoca ciertamente reacciones de rechazo; pero estas experiencias constituyen tambin un impulso para procesos de aprendizaje, para la percepcin de la propia situacin privilegiada; significan tambin una presin que obliga a relativizar las formas de vida propias y un desafo a tomar en serio los fundamentos universalistas de la propia tradicin. 96
c) La comunicacin y turismo de masas ejercen sus efectos de forma menos dramtica, no tan a flor de piel. Ambos inducen mutaciones en esa ptica de lo prximo, atenida a la intuicin directa, y en las morales grupales, cortadas asimismo al talle del mbito de lo prximo. Acostumbran la mirada a la heterogeneidad de formas de vida y a la realidad del gradiente que se da entre nuestras condiciones de vida y las de otras partes. Este acostumbramiento es sin duda ambivalente: abre los ojos y tambin los hace insensibles. Con las imgenes de la zona del Sahel, si tuviramos que verlas todos los das, no podramos vivir. Pero incluso esta circunstancia de no poder vivir sino tratando de olvidar muchas cosas delata la inquietante presencia de una sociedad ampliada al mundo en su totalidad. En ella las imgenes del enemigo y los estereotipos que tratan de blindar lo propio contra lo ajeno y extrao funcionan de forma cada vez menos fiable. Cuanto mayor es la instancia con que reclama su derecho esa asincrnica pluralidad de formas de vida diversas, que compiten entre s, que se explotan unas a otras, con tanta mayor claridad desaparece toda alternativa a una ampliacin de la conciencia moral en direccin universalista. d) Finalmente, han sufrido tambin una mudanza esas ciencias que sirven de medio a la reactualizacin de la herencia cultural de una nacin. Durante el siglo xrx, las ciencias del espritu, dentro de los lmites nacionales y sin que mediara an diferencia alguna de nivel, quedaban conectadas con las corrientes de comunicacin del pblico culto y de su apropiacin pblica de la tradicin. Este lazo se ha aflojado con la desintegracin de las capas de la burguesa culta. Adems, la integracin internacional del sistema de la 97
ciencia ha afectado tambin a las ciencias del espritu, ha hecho permeables unas a otras las distintas tradiciones cientficas nacionales. Finalmente, la aproximacin de ciencias sociales y ciencias del espritu ha suscitado tambin en stas un impulso a la teorizacin y fomentado una diferenciacin ms fuerte entre investigacin y exposicin, entre ciencia especializada e historiografa dirigida al pblico. En todas partes se ha vuelto mayor la distancia entre ciencias histricas y el proceso pblico de tradicin cultural. La falibilidad del saber y el conflicto de interpretaciones fomentan ms la problematizacin de la conciencia histrica que la formacin de identidad y la creacin de sentido. Supongamos que estas tendencias y otras parecidas revelan, en efecto, un cambio de forma de las identidades nacionales a lo menos, en el mbito de las sociedades industriales de Occidente: cmo cabe representarse entonces la relacin entre esa conciencia histrica problematizada y una identidad estatal postnacional? Pues toda identidad, que funda la pertenencia a un colectivo y circunscribe el conjunto de situaciones en las que los miembros de ese colectivo pueden decir "nosotros" en un sentido enftico, parece tener que sustraerse a toda reflexin como algo incuestionado.
IV Sren Kierkegaard, el escritor religioso y filsofo, que mucho ms all de la filosofa de la existencia ha venido determinando nuestro pensamiento hasta la actualidad, fue contemporneo de los movimientos nacionales. Pero Kierkegaard no habla en modo algu98
no de identidades colectivas, sino slo de la identidad de la persona individual. En O lo uno o lo otro se concentra en aquella decisin solitaria por la que el individuo moral asume la responsabilidad de su propia biografa "convirtindose en aquel que es" 8 . Este acto practico de transformacin tiene tambin un lado cognitivo; pues con l se convierte el individuo a una "concepcin tica de la vida": "Descubre ahora que el s mismo que l elige encierra en s una infinita pluralidad en la que l opta por, y hace profesin de, la identidad consigo mismo." Quien recuerde las Confesiones de San Agustn reconocer en este proyecto de vida en autenticidad un viejo motivo cristiano, la experiencia de la conversin; la "eleccin absoluta" cambia al individuo de forma similar a como cambia al cristiano la conversin: "Se torna l mismo, totalmente el mismo que antes era, hasta en los detalles ms insignificantes, y, sin embargo, se ha vuelto otro, pues la eleccin penetra y traspasa todo" (782 s.). Todo individuo hace primero experiencia de s como producto histrico de circunstancias de vida contingentes. Pero, al "elegirse" a s mismo como tal producto, es como se constituye un s mismo que a s mismo se imputa la rica concrecin de la propia biografa a que se enfrenta como algo de lo que retrospectivamente quiere dar cuenta. Desde esta perspectiva, la vida asumida en responsabilidad se revela al tiempo como una cadena irreversible de cadas. El protestante dans se atiene a este entrelazamiento de autenticidad existencial y conciencia de pecado: "Pero ticamente slo se elige uno a s mismo arrepintindose, y slo arrepintindose se torna uno concreto" (812). De este concepto de identidad del yo, de una "idenS. Kierkegaard, Entweder-Oder, Colonia/Olten, 1960, p. 773.
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tidad del yo" que se establece por va de reconstruccin de la propia biografa a la luz de una autorresponsabilidad absoluta, podemos hacer tambin una lectura algo ms profana. Se ve entonces que Kierkegaard, a mediados del siglo xrx, no tiene ms remedio que pensar bajo los presupuestos de la tica kantiana y lo que trata es de ofrecer una alternativa a la tentativa de Hegel de "concretizar" en trminos bien cuestionables la moral universalista de Kant. A la libertad subjetiva de la conciencia moral Hegel haba querido darle consistencia en las instituciones del Estado nacional. Kierkegaard, tan receloso del espritu objetivo como Marx, ancla ambas, en vez de eso, en una interioridad radicalizada. Por esta va llega a un concepto de identidad personal que manifiestamente resulta ms adecuado a nuestro mundo postradicional, a un mundo que no ya por eso es de por s racional. Kierkegaard se percat muy bien de que el s mismo personal es a la vez un s mismo social y civil Robinson no es para l otra cosa que un aventurero. Piensa que la vida personal se "traduce" a civil y que slo a partir de ella retorna a la esfera de la interioridad (830). Pero entonces habra que preguntarse cmo tienen que estar estructurados los plexos de vida intersubjetivamente compartidos para que no slo dejen sitio para el desarrollo de identidades personales ms exigentes, sino para que se presten tambin a tales procesos de hallazgo de s mismo. Cmo tendran que estar estructuradas las identidades colectivas para poder complementar y estabilizar ese tipo improbable y siempre amenazado de "identidad del yo" que Kierkegaard proyecta? Sera falso representarse las identidades grupales como "identidades del yo" en gran formato; entre ambas no se da ninguna analoga, sino slo una rela100
cin de complementariedad. Pues bien, es fcil percatarse de que el nacionalismo no podra constituir tal complemento a la visin tica de la vida que nos ofrece Kierkegaard. Bien es verdad que el nacionalismo marca un primer paso en la apropiacin reflexiva de tradiciones de las que uno se considera miembro; la identidad nacional es ya tambin una identidad postradicional. Pero esta figura de conciencia que es la identidad nacional desarrolla una notable fuerza en lo concerniente a crear ligaduras generadoras de prejuicios; ello queda patente en ese caso lmite en que se actualiza de la forma ms pura: en el instante de movilizacin para una guerra por la patria. Esta situacin de homogeneizacin voluntaria es lo ms opuesto que puede concebirse a aquel existencial "o lo uno o lo otro", con que Kierkegaard confronta al individuo. Manifiestamente, con las identificaciones que el Estado nacional ha esperado siempre de sus ciudadanos se habra predecidido mucho ms de lo que Kierkegaard puede aceptar en atencin a los intereses existenciales del individuo. La situacin es distinta en el caso del patriotismo constitucional, que slo surge despus que cultura y poltica estatal se han diferenciado ms enrgicamente entre s que en los Estados nacionales de viejo cuo. En este caso las identificaciones con las formas de vida y tradiciones propias quedan recubiertas por un patriotismo que se ha vuelto ms abstracto, que no se refiere ya al todo concreto de una nacin, sino a procedimientos y a principios abstractos. Y stos se refieren, a su vez, a Jas condiciones de convivencia y comunicacin de formas de vida diversas, provistas de iguales derechos, coexistentes tanto en el interior como hacia el exterior. Por supuesto la vinculacin a estos principios, que el patriotismo constitucional 101
fomenta, ha de nutrirse de la herencia de tradiciones culturales consonantes. Las tradiciones nacionales siguen acuando todava una forma de vida que ocupa un lugar privilegiado, si bien slo en una jerarqua de formas de vida de diverso radio y alcance. A estas formas de vida corresponden, a su vez, identidades colectivas que se solapan unas con otras, pero que ya no necesitan de un punto central en que hubieran de agavillarse e integrarse formando la identidad nacional. En vez de eso, la idea abstracta de universalizacin de la democracia y de los derechos humanos constituye la materia dura en que se refractan los rayos de las tradiciones nacionales del lenguaje, la literatura y la historia de la propia nacin. Al considerar este proceso de apropiacin, no pueden sobreextenderse las analogas con el modelo kierkegaardiano de la asuncin responsable de la propia biografa individual. Ya en lo tocante a la vida individual, el decisionismo del "o lo uno o lo otro" significa una fuerte estilizacin. El peso de la "decisin" tiene aqu por fin el acentuar el carcter autnomo y consciente del hacerse con uno mismo. En el plano de la apropiacin de tradiciones intersubjetivamente compartidas, de las que ningn individuo puede disponer a voluntad, a ello slo puede corresponderle el carcter consciente y autnomo de una discusin sostenida pblicamente. Por ejemplo, nosotros discutimos cmo queremos entendernos como ciudadanos de la Repblica Federal. En el modo de esta discusin en torno a interpretaciones se efecta el proceso pblico que es la tradicin. Y en tal proceso las ciencias histricas al igual que otras culturas de expertos slo se ven envueltas bajo el aspecto de su uso pblico, no como ciencias. Igualmente importante es otra diferencia. Kierke102
gaard coloca el acto de autoeleccin enteramente bajo el punto de vista de la justificacin moral. Pero a valoracin moral slo est sujeto aquello que podemos imputar a una persona individual; de los procesos histricos no podemos sentirnos responsables en el mismo sentido. Del plexo histrico de formas de vida que se reproducen de generacin en generacin, slo se sigue para los nacidos despus una especie de responsabilidad intersubjetiva. Y en este punto aquel momento de arrepentimiento que tan de cerca sigue al cercioramiento de s tiene ciertamente un equivalente, a saber: esa melancola ante las vctimas a las que ya no puede ofrecerse reparacin alguna, una melancola que nos pone bajo una obligacin. Y consideremos o no esa obligacin histrica en trminos tan amplios como lo hace Benjamin, lo cierto es que, en lo tocante a continuidades y discontinuidades de las formas de vida que nos ha tocado proseguir, nos compete hoy una responsabilidad mayor que nunca. En un revelador pasaje Kierkegaard utiliza la imagen del redactor: el individuo que vive ticamente sera el redactor de su propia biografa, pero tiene que hacerse consciente de que "es el redactor responsable" (827). Despus que el individuo ha decidido existencialmente quin quiere ser, asume la responsabilidad de lo que en adelante va a considerar esencial o no esencial en su propia biografa de la que se ha hecho moralmente cargo: "Quien vive ticamente cancela en cierta medida la distincin entre lo accidental y lo esencial, pues se asume por entero a s mismo como igualmente esencial. Pero esa distincin retorna, pues, tras haber hecho eso, pasa a distinguir de suerte que asume una responsabilidad esencial por lo que ha excluido como accidental, precisamente en el aspecto de que lo ha excluido como tal" (827). Hoy 103
podemos ver que en la vida de los pueblos se da un equivalente de esto. En el proceso pblico de la tradicin se decide acerca de cules de nuestras tradiciones queremos proseguir y cules no. La disputa en torno a ello se encender con tanta ms intensidad cuanto menos sea la confianza que podamos poner en ninguna historia triunfal de la nacin, cuanto menos podamos fiarnos de la compacta normalidad de aquello que ha resultado imponerse y cuanta ms clara conciencia cobremos de la ambivalencia de toda tradicin.
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En lo personal habla Kierkegaard, pues, de una "distincin" que hacemos cuando nos recobramos de la disipacin, recogindonos en el foco de un responsable "ser uno mismo". Es entonces cuando se sabe quin se quiere ser y quin no, qu es lo que ha de pertenecer esencialmente a uno mismo y qu no. A la mentalidad de toda una poblacin no puede transferirse sin ms la conceptuacin de autenticidad e inautenticidad que la filosofa de la existencia acu para el individuo. Pero tambin aqu las decisiones histricas de alcance poltico y cultural dejan tras de s sus rasgos distintivos como ocurre en el caso de la orientacin de la Repblica Federal hacia Occidente. Cabe muy bien hacer la pregunta de si en tal decisin se refleja la autocomprensin poltico-cultural de la poblacin, de si funda una "distincin", un querer ser de otra manera. Significa hoy para nosotros la integracin en Occidente tambin una ruptura con el contexto de una peculiar y distintiva conciencia alemana, o la entendemos slo como una decisin opor104
tunista que, segn estaban las cosas, fue la que mejor nos permiti mantener toda la continuidad que nos era posible en la economa vital de la nacin? La integracin de la Repblica Federal en Occidente se ha efectuado de forma gradual: econmicamente, con la reforma del sistema monetario y la integracin europea; polticamente, con la divisin de la nacin y la consolidacin de cada uno de los dos Estados; militarmente, con el rearme y la entrada en la OTAN; culturalmente, con una internacionalizacin lenta, slo cerrada a fines de los aos cincuenta, de la ciencia, la literatura y el arte. Estos procesos se han desarrollado en una constelacin que, en lo tocante a poltica de bloques, vino determinada por Yalta y Potsdam y ms tarde por la relacin entre las superpotencias. Pero en la poblacin alemana occidental dieron desde el principio con "un sentimiento prooccidentalista ampliamente difundido, que se nutra del radical fracaso de la poltica nazi y del odioso espectculo que ofreca el comunismo sovitico" 9 . Un doble consenso antitotalitario vino determinando hasta bien entrados los aos sesenta la mentalidad que caracteriza nuestra cultura poltica. La ruptura de este compromiso nos pone hoy por primera vez explcitamente ante la cuestin de qu significa en verdad para nosotros esa orientacin hacia Occidente: una simple adaptacin a una constelacin histrica o una reorientacin intelectual enraizada en convicciones y dirigida por principios. Naturalmente, la muda capacidad de persuasin que ejercen el xito econmico y crecientemente tam-
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bien las adquisiciones del Estado social ha sido el mejor garante del asentimiento a procesos que ya se haban puesto en marcha con independencia de ello. Algo ms fue lo que hizo el rechazo de la Unin Sovitica, es decir, el anticomunismo de los expulsados del Este, que haban hecho con el comunismo sus propias experiencias, el anticomunismo del SPD *, que no haba podido impedir en la otra parte de Alemania la formacin del SED **, y el anticomunismo de aquellos que siempre haban sido anticomunistas, sobre todo ese anticomunismo bajo cuyo signo los partidos del gobierno impusieron el rearme. Bajo Adenauer stos no se anduvieron con melindres en su propaganda y pusieron estereotpicamente en conexin al oponente interno con el enemigo externo. Mientras las primeras medidas relativas a organizacin econmica pudieron entenderse como restauracin del tipo de relaciones econmicas transitoriamente quebrantadas, mientras el nuevo orden poltico e institucional pudo entenderse, pese a todo, como una reforma del Estado de Weimar, se registraron en efecto nuevos comienzos, tanto hacia el exterior, en la poltica de alianzas, como hacia el interior, en la cultura poltica. En torno a temas provenientes de esos dos mbitos se iniciaron las grandes controversias que acuaron la mentalidad de la nueva Repblica. La poltica de rearme y ms tarde la Ostpolitik fueron temas debatidos entre gobierno y oposicin, a veces sobre el trasfondo de movimientos extraparlamentarios. Las disputas relativas al carcter de nuestra cultura poltica se iniciaron en torno a lo que primero una capa es-
* Partido Socialdemcrata Alemn. (N. del T.). ** Partido de la Unin Socialista Alemana. (N. del T.).
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tablecida de intelectuales y ms tarde tambin la revuelta estudiantil y los nuevos movimientos sociales perciban como tendencias autoritarias o como insensibilidades frente a los fundamentos morales (cuando se tomaba a stos la palabra) del Estado social y democrtico de Derecho y, en general, de una forma de organizacin poltica expresamente inspirada por principios antifascistas. Naturalmente, no puedo pretender caracterizar aqu en pocas frases la historia de la mentalidad de la Repblica Federal. Slo quiero subrayar una cosa: esas dos controversias, bien duraderas entre nosotros, se efectuaron siempre sobre la base (si prescindimos de grupos marginales) de una opcin por Occidente, que nadie puso nunca seriamente en cuestin 10. Sin embargo, el segundo complejo de temas afectaba al consenso antitotalitario, cuya composicin haba experimentado inmediatamente despus de la guerra una transformacin caracterstica: el anticomunismo, en el sentido de un rechazo del comunismo sovitico, era algo que resultaba obvio para todos, incluyendo a los estudiantes antitotalitarios del 68; pero el antifascismo la propia palabra resultaba ya sospechosa fue muy pronto objeto de una especificacin: por antifascismo no se entenda mucho ms que un rechazo sumario de un perodo puesto globalmente a distancia y adjudicado a la "poca de los tiranos". El consenso antitotalitario, en la medida en que una a toda la poblacin, descansaba sobre una asimetra tcita. Slo era consenso a condicin de que el antifascismo no se
Conviene subrayar a este respecto ese prejuicio tan extendido en nuestro pas de que la opcin por Occidente se identifica con la opcin por la poltica de Adenauer o por la doctrina que la OTAN sostiene en cada caso.
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convirtiera en un antifascismo de principio. Pero fueron precisamente estas condiciones las que han venido siendo una y otra vez problematizadas por minoras liberales y de izquierdas: al tematizar pblicamente en todos sus detalles el perodo nazi, un perodo considerado por todos negativamente, pero slo en la forma de ponerlo globalmente entre parntesis (discusiones relativas a desagravios y reparaciones, "enfrentamiento con el pasado", procesos de Auschwitz, debates sobre prescripcin de los crmenes nazis, etc.); al apelar a los principios del Estado constitucional y a los principios de un orden social justo contra prcticas que se venan convirtiendo en habituales en la Repblica Federal (escndalo Spiegel, campaa Springer, prohibicin de acceso a la funcin pblica a miembros de grupos marginales de izquierda, discusin sobre las peticiones de asilo poltico, etc.); o al juzgar por el mismo rasero las polticas de la potencia protectora Amrica, es decir, a la potencia considerada como modelo de antitotalitarismo (Vietnam, Libia, obstculos a la poltica de distensin, etc.). La "disputa de los historiadores" pertenece tambin a este contexto. Las intenciones polticas, a las que sin disimulo alguno sirve esa distanciadora historificacin del perodo nazi montada de cara a la opinin pblica, no necesita de ninguna investigacin de motivos. Si cada vez resulta menos posible cumplir aquella condicin del consenso antitotalitario de los aos cincuenta, es decir, la discrecin frente a la pro108
pia historia, la nica alternativa es precisamente sta: una intrpida desproblematizacin de un pasado que ya no puede seguirse poniendo entre parntesis y la adhesin un tanto obstinada a continuidades que pasan incluso por el perodo nazi. Es, pues, hoy cuando est por primera vez a debate cmo queremos entender nuestra orientacin hacia Occidente: pragmticamente, como una simple cuestin de alianzas o, tambin intelectualmente, como un nuevo comienzo en nuestra cultura poltica n . Quien se contenta con un retrico "tanto lo uno como lo otro" no hace ms que quitarse el problema de encima, convirtiendo una cuestin existencial en una disputa sobre trminos: el "o lo uno o lo otro" de Kierkegaard se refiere al modo de la aceptacin consciente de un fragmento de historia. Y, en ese punto decisivo que representa el abandono de nuestras fatales tradiciones, nuestra historia de posguerra no debera quedar al arbitrio de esas habituales confesiones de boquilla, tan retricas como apticas.
' Este aspecto de la disputa de los historiadores lo ha subrayado Dahrendorf: "Bajo la ancha y benvola sombra que proyecta la figura del canciller se ha iniciado una bsqueda de identidad cuya nota caracterstica es el deseo de una continuidad histrica ininterrumpida. Aunque para muchos resulte desconcertante, la bsqueda de esa forma de identidad viene siendo protagonizada sobre todo por aquellos que en la poltica actual apuestan por Estados Unidos o, quiz mejor, por el presidente Reagan, mientras que, a la inversa, los crticos de izquierda de la poltica americana invocan la Ilustracin occidental. Surgen as combinaciones aparentemente contradictorias: quien est por el SDI y la prosecucin de la carrera de armamentos, se muestra tambin dispuesto a comparar Auschwitz con precedentes asiticos y a compensar unas con otras las barbaries de la historia. Y a la inversa" ("Zur politischen Kultur der Budesrepublik", en Merkur, enero 1987, pp. 71. s.)
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Durante la disputa de los historiadores fue sobre todo Sal Friedlnder quien llam la atencin sobre los lmites y peligros del neohistoricismo en lo tocante a la exposicin histrica de la catstrofe de Auschwitz. En esta controversia nadie se opuso a una "historizacin", es decir, a una consideracin cientficamente distanciada del perodo nazi. Lo preocupante es slo la falta de reflexin hermenutica en el mtodo. Cuando uno pretende colocarse lisa y llanamente en la situacin de los participantes con elfinde entender a los actores y sus acciones a partir de su propio contexto, se corre el peligro de perder de vista el plexo fatal que fue ese perodo en su conjunto. En ese caleidoscopio de normalidades menudas, diversas, grises, queda desintegrada toda perspectiva que pudiera permitirnos reconocer el doble fondo de aquella aparente normalidad. No es lcito limitarse, por mor de una "comprensin" en sentido enftico, a considerar los detalles desde la perspectiva de lo prximo, lo que, por cierto, tampoco hace Martin Broszat, que ha sostenido con Friedlnder una interesante controversia al respecto. Dolf Sternberger ha venido insistiendo una y otra vez en que "la venerable doctrina del Verstehen (comprensin) choca aqu con un muro masivo... El monstruoso y demencial crimen que designamos con el nombre de Auschwitz es algo que no puede en realidad entenderse." P. En cualquier caso, hoy est claro que la "disputa de los historiadores" no es una controversia escolstica, sino que ha de considerarse como un debate acerca de la autocomprensin de la Repblica Federal. Segn su opinin, Auschwitz cambi hasta tal punto las condiciones de continuacin de los plexos de vida histricos, que hoy resulta imposible aceptar 112
el modo de consideracin de la historia que el neohistoricismo pretende renovar. En qu sentido hay que entender esta protesta de usted contra el neohistoricismo? R. El neohistoricismo se basa en un supuesto que, por lo dems, hoy es defendido tambin en la Filosofa prctica por el neoaristotelismo. Una prctica ni sera comprensible ni podra enjuiciarse si no es desde las formas de vida y tradiciones en que est inserta. Una prctica slo podra justificarse desde su propio contexto. Esto slo es plausible si pudiramos confiar en que a las prcticas, con tal de transmitirse de generacin en generacin y cobrar consistencia en esa transmisin, les basta para acreditarse el venir sustentadas por la solidez de una tradicin. Esta conviccin responde a una especie de ntima confianza antropolgica. De esta confianza vive el historicismo. Tal confianza no es del todo incomprensible. Pues en cierto modo, pese a todas las bestialidades espontneas y cuasinaturales de la historia universal, nos abandonamos siempre a esa profunda capa de solidaridad en el trato de los hombres entre s, en el trato de los hombres face toface. De esta confianza se nutri tambin la incuestionada continuidad de nuestras tradiciones. Pues "tradicin" significa que proseguimos aproblemticamente algo que otros han iniciado y hecho antes que nosotros. Normalmente suponemos que estos "predecesores", si hablsemos con ellos cara a cara, no podran engaarnos del todo, no podran representar el papel de un deus malignus. Pues bien, a mi juicio, es esta base de confianza la que qued destruida con las cmaras de gas. La compleja preparacin y la ramificada organiza113
cin de ese asesinato de masas framente calculado, en el que estuvieron implicados cientos de miles, e indirectamente todo un pueblo, se efectu bajo una apariencia de normalidad e incluso dependi de la normalidad de un trfico social altamente civilizado. Lo monstruoso sucedi sin perturbar el tranquilo aliento de la vida cotidiana. Desde entonces ya no es posible una vida consciente sin desconfiar de toda continuidad que se afirme incuestionadamente y que pretenda tambin extraer su propia validez de ese su carcter incuestionado. P. Quisiera insistir en la cuestin acerca del modo como podran articular hoy su identidad colectiva los miembros de la Repblica Federal y quiz tambin los alemanes en general. En el plano poltico de una identidad y soberana nacionales, "Alemania" ofrece cuando menos el aspecto de una entidad problemtica, a la que no corresponde ninguna organizacin estatal. La forma de identidad nacional remite a la conciencia histrica, en cuyo medio se forma la autoconciencia de una nacin. Usted, en cambio, habla de "patriotismo de la Constitucin", de un patriotismo que encuentra sus lmites en los postulados de universalizacin de la democracia y de los derechos del hombre. Podra usted explicar algo ms esta opcin universalista?, renuncia usted simplemente a todo tipo de articulacin de la identidad colectiva en trminos de la propia historia nacional, para sustituirla por una identidad meramente prctico-formal, que en principio no necesitara estar referida a la propia tradicin? R. No, la identidad de una persona, de un grupo, de una nacin o de una regin es siempre algo concre114
to, algo particular (aunque por supuesto siempre ha de satisfacer tambin criterios morales). De nuestra identidad hablamos siempre que decimos quines somos y quines queremos ser. Y en esa razn que damos de nosotros se entretejen elementos descriptivos y elementos evaluativos. La forma que hemos cobrado merced a nuestra biografa, a la historia de nuestro medio, de nuestro pueblo, no puede separarse en la descripcin de nuestra propia identidad de la imagen que de nosotros nos ofrecemos a nosotros mismos y ofrecemos a los dems y conforme a la que queremos ser enjuiciados, considerados y reconocidos por los dems. Pasemos ahora a la identidad colectiva de los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial. Para nosotros no es nada nuevo el que la unidad de nuestra vida cultural, lingstica e histrica no coincida con la forma de organizacin que representa el Estado. Nunca fuimos uno de los Estados nacionales clsicos. Sobre el trasfondo de una historia de casi un milenio, los setenta y cinco aos del Reich de Bismarck son un perodo bien corto. E incluso despus, y aun prescindiendo de los alemanes suizos y de minoras alemanas en otros Estados, hasta 1938 el Reich alemn hubo de coexistir con Austria. En esta situacin considero que para nosotros, los ciudadanos de la Repblica Federal, un patriotismo de la Constitucin es la nica forma posible de patriotismo. Pero esto no significa en absoluto la renuncia a una identidad que nunca puede consistir slo en orientaciones y caractersticas universales, morales, por as decirlo, compartidas por todos. Para nosotros, ciudadanos de la Repblica Federal, el patriotismo de la Constitucin significa, entre otras cosas, el orgullo de haber logrado superar duraderamente el fascismo, establecer un Estado de Derecho y 115
anclar ste en una cultura poltica que, pese a todo, es ms o menos liberal. Nuestro patriotismo no puede negar el hecho de que en Alemania la democracia, slo tras Auschwitz (y en cierto modo slo tras el shock de esa catstrofe moral), pudo echar races en los motivos y en los corazones de los ciudadanos o, por lo menos, de las jvenes generaciones. Para este enraizamiento de principios universalistas es menester siempre una determinada identidad. P. En la opcin universalista que usted defiende radica, a mi entender, el inters universal de la actual controversia alemana. Me refiero a que esta dinmica postconvencional de la identidad colectiva, esta forma de identidad postnacional que usted defiende, se presenta tambin con la pretensin de ser la forma de vida vlida en principio, que con carcter general podra sustituir con provecho en un futuro ms o menos prximo a la forma de identidad nacional, si bien el nacionalismo representa la forma especficamente moderna de identidad colectiva. Me equivoco? R. Hemos de distinguir bien dos cosas. El nacionalismo qued extremado entre nosotros en trminos de darwinismo social y culmin en un delirio racial que sirvi de justificacin a la aniquilacin masiva de los judos. De ah que el nacionalismo quedara drsticamente devaluado entre nosotros como fundamento de una identidad colectiva. Y de ah tambin que la superacin del fascismo constituya la particular perspectiva histrica desde la que entre nosotros se entiende a s misma una identidad postnacional, cristalizada en torno a los principios universalistas del Estado de Derecho y de la democracia. Pero no slo la Repblica 116
Federal de Alemania: todos los pases europeos han evolucionado tras la Segunda Guerra Mundial, de suerte que el plano de integracin que representa el Estado nacional ha perdido peso e importancia. Tambin estos pases se hallan en camino de convertirse en sociedades postnacionales. Baste recordar la integracin europea, las alianzas militares supranacionales, las interdependencias en la economa mundial, la migraciones motivadas por situaciones econmicas, la creciente pluralidad tnica de las poblaciones, y tambin el adensamiento de la red de comunicacin, que ha agudizado en todas partes la percepcin de, y la sensibilidad para, la violacin de los derechos humanos, la explotacin, el hambre, la miseria, las exigencias de los movimientos nacionales de liberacin, etc. Esto conduce, por un lado, a reacciones de miedo y defensa. Pero, simultneamente, se difunde tambin la conciencia de que ya no hay alternativa alguna a las orientaciones valorativas universalistas. Pero qu significa universalismo? Que se relativiza la propia forma de existencia atendiendo a las pretensiones legtimas de las dems formas de vida, que se reconocen iguales derechos a los otros, a los extraos, con todas sus idiosincrasias y todo lo que en ellos nos resulta difcil de entender, que uno no se empecina en la universalizacin de la propia identidad, que uno no excluye y condena todo cuanto se desve de ella, que los mbitos de tolerancia tienen que hacerse infinitamente mayores de lo que son hoy; todo esto es lo que quiere decir universalismo moral. La idea subyacente en el Estado nacional, una idea que naci de la Revolucin francesa, tuvo en su origen un sentido completamente universalista. Baste pensar en el entusiasmo que a principios del siglo xix provoc en toda Europa la lucha de los griegos por su 117
libertad. Este elemento cosmopolita habra que reavivarlo y desarrollarlo hoy en el sentido de un multiculturalismo. P. Si bien es verdad que ese cambio de forma de la identidad colectiva sugiere un cambio estructural flexible de las formas de vida modernas, que sera susceptible de efectuarse en los Estados nacionales clsicos, no puedo, sin embargo, imaginarme cmo bajo tales supuestos de un plexo de vida radicalmente descentrado podra quedar cubierta la necesidad fctica de autoafirmacin y autoconfirmacin. Se trata de la cuestin de qu capacidad de fundar identificaciones y de motivar pueden tener las pretensiones de validez universalistas puramente formales. Cmo puede la opcin radicalmente universalista, o ese "patriotismo de la Constitucin" de que usted habla, ofrecer una fuerza formadora de identidad, que no slo disponga de legitimidad moral, sino tambin de plausibilidad histrica? R. La vinculacin a los principios del Estado de Derecho y de la democracia slo puede, como he dicho, cobrar realidad en las distintas naciones (que se hallan en vas de convertirse en sociedades postnacionales) si esos principios echan en las diversas culturas polticas unas races, que sern distintas en cada una de ellas. En el pas de la Revolucin francesa, tal patriotismo de la Constitucin habr de tener una forma distinta que en un pas que nunca fue capaz de crear una democracia por sus propias fuerzas. El mismo contenido universalista habr de ser en cada caso asumido desde el propio contexto histrico y quedar anclado en las propias formas culturales de vida. Toda identidad colectiva, tambin la postnacio118
nal, es mucho ms concreta que el conjunto de principios morales, jurdicos y polticos en torno a los que cristaliza. P. Cuando usted invoca un uso pblico de la tradicin, en el que cabra decidir "cules de nuestras tradiciones queremos proseguir y cules no", surge la imagen de aquella relacin radicalmente crtica con la tradicin, que caracteriz a la actitud racionalista de la Ilustracin. Pero precisamente esa actitud se convirti en su da en blanco de la crtica de Hegel, y hoy, de forma distinta, vuelve a ser objeto de la crtica de Gadamer. Voy a distinguir brevemente entre ambos tipos de crtica a la Ilustracin. En la lnea de Gadamer la objecin contra la Ilustracin es que en principio no podemos trascender la tradicin, en particular con la (supuesta) intencin ilusoria de proseguir selectivamente determinados planteamientos contenidos en esa tradicin y excluir otros. Por lo que se refiere a la crtica de Hegel me voy a limitar a recordar una idea cuya cita saco de Filosofa del Derecho: "El hombre vale porque es hombre, no porque sea judo, catlico, protestante, alemn, italiano. Esta conciencia, que hace justicia al pensamiento, es de infinita importancia, y slo resulta deficiente cuando, adoptando, por ejemplo, la forma de cosmopolitismo, pretende afirmarse contra la vida concreta del Estado." Qu-tiene que replicar a esto esa profundizacin (en trminos de teora del discurso) o renovacin del universalismo kantiano, que, si no me equivoco, es la que sirve de marco pragmtico-formal a la idea de patriotismo de la Constitucin? R. Hegel dio a la palabra "hombre" un sentido peyorativo, porque consideraba "la humanidad" como una "mala abstraccin". Como actores de la historia 119
universal aparecen en l los "espritus de los pueblos" o los grandes individuos, y sobre todo los Estados. Por el contrario, la totalidad de todos los sujetos capaces de lenguaje y de accin no constituye una unidad que pueda actuar polticamente. De ah que Hegel pusiera la moralidad, que se refiere a la vulnerabilidad de todo lo que tiene rostro humano, por debajo de la poltica. Pero esto es una perspectiva que vena muy determinada por el contexto histrico de Hegel. Hoy, a diferencia de lo que ocurra en 1817, el cosmopolitismo no puede enfrentarse a la vida concreta del Estado, por la sencilla razn de que la soberana de los Estados particulares ya no consiste en la capacidad de stos de disponer sobre la guerra y la paz. Sobre la guerra y la paz ni siquiera pueden disponer ya libremente las superpotencias. Hoy, la propia voluntad de autoconservacin somete a todos los Estados al imperativo de abolir la guerra como medio de solucin de los conflictos. Para Hegel el dulce et decorum est pro patria mori era todava el supremo deber tico sobre la Tierra. Hoy el deber de "servir a las armas" en cierto modo se ha convertido en cuestionable. Tambin el comercio internacional de armas, tal como se practica hoy, tambin por Francia, hace mucho tiempo que ha perdido su inocencia moral. La abolicin del estado de naturaleza entre los Estados est por primera vez en el orden del da. Con ello cambian tambin las condiciones de autoafirmacin de los pueblos. Y tampoco la jerarqua entre deberes polticos del ciudadano y deberes morales del "hombre" permanece intacta ante esta situacin. Es la situacin misma la que obliga a una moralizacin de la poltica. Y lo mismo cabe decir de la actitud crtica frente a las propias tradiciones. Ya Hegel haba convertido en 120
objeto de su filosofa aquella transformacin de la conciencia del tiempo, que se efectu en Europa en torno a 1800: la experiencia de la peculiar aceleracin de la propia historia, la perspectiva unificadora sobre el conjunto de la historia universal, el peso y actualidad del propio presente en el horizonte de un futuro cuya responsabilidad haba que asumir. Las catstrofes de nuestro siglo han introducido una nueva mudanza en esta conciencia del tiempo. Ahora nuestra responsabilidad se hace extensiva incluso al pasado. ste no puede aceptarse simplemente como algo fctico y acabado. Walter Benjamn defini con suma precisin las demandas que los muertos hacen a la fuerza anamntica de las generaciones vivas. Es cierto que no podemos reparar el sufrimiento pasado ni reparar las injusticias que se hicieron a los muertos; pero s que poseemos la fuerza dbil de un recuerdo expiatorio. Slo la sensibilidad fente a los inocentes torturados de cuya herencia vivimos es capaz tambin de generar una distancia reflexiva respecto a nuestra propia tradicin, una sensibilidad frente a la terrorfica ambivalencia de las tradiciones que han configurado nuestra propia identidad. Pero nuestra identidad no es solamente algo con que nos hayamos encontrado ah, sino algo que es tambin y a la vez nuestro propio proyecto. Es cierto que no podemos buscarnos nuestras propias tradiciones, pero s que debemos saber que est en nuestra mano el decidir cmo podemos proseguirlas. Gadamer piensa en este aspecto en trminos excesivamente conservadores. Pues toda prosecucin de la tradicin es selectiva, y es precisamente esta selectividad la que ha de pasar hoy a travs del filtro de la crtica, de una apropiacin consciente de la propia historia o, si usted quiere, por el filtro de la "conciencia de pecado".