Compañera Indeseada

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Compañera indeseada

¿Quién iba a imaginar, mi compañera


indeseada,
que ibas a arrastrarte siempre a mi lado,
cual sombra, semioculta, a veces,
mas presente siempre?
¿Qué hacer para desgarrarte de mi ser,
arrancarte de cuajo de lo que fui
y no me dejas ser más?

Apenas recuerdo tu llegada, lenta y


parsimoniosa,
reptando a mi acecho cual serpiente
traicionera,
silenciosa como la noche, esperando sin ser
esperada,
socarronamente sonriente

I
a sabiendas de que no tendría como escapar
de ti,
poderosa como eres, triunfadora cuando te lo
propones,
sin una sola derrota en la historia de tu ya
longeva vida,
sabedora de la inmensa fuerza con la que
abrazas a tus presas,
débiles ante tu poderío,
incapaces de luchar ante la brutalidad de tu
asalto,
imponiendo sobre ellas tu majestuoso
dominio,
anulándolas, drogándolas de dolor,
usurpando los más insólitos recovecos
para así continuar nutriéndote
del sufrimiento que causas y que viva te
mantiene.

Sigues junto a mí incluso cuando pareces


haberte ido,
te escondes como en un juego

II
donde la víctima, yo, no tiene posibilidad
alguna de vencerte.

Interrumpes tu acoso a tu antojo, para volver


a la carga de nuevo,
rejuvenecida, repuesta de cualquier
cansancio,
sarcástica una vez más ante mi incapacidad, y
yo
me dejo poseer sin haber sido nunca
desposeído
y me entrego a ti en una locura interminable
que acaba, poco a poco, con mis ilusiones, con
mi vida,
con mi presente, con mi futuro, con mi vida
toda....
Me desgarras las entrañas despiadadamente,
sin remordimientos,
sin compasión, sin límite, olvidándote del
tiempo
que, ante tu presencia, olvido yo también.

III
Ocasionalmente, sin embargo, me das una
tregua
pero yo sé que estás ahí, en mí, dormida
plácidamente, desentendida,
mas sé que estás: te noto, te siento, te
intuyo...
Y vuelves a despertar, renovada, para
ensañarte conmigo.
Ya no me engañas, estás incluso en tu
ausencia,
la que querría sentir eternamente.
Sí, querría sentir tu ausencia permanente,
matarte despacio, desmembrarte lentamente
como tú has hecho conmigo,
verte sufrir lánguidamente, sin apenarme de
ti,
cortarte en pedazos, ver tus ojos llorar sangre,
deleitarme cada segundo en tu infinita agonía,
oírte implorar misericordia y negártela,
negártela con toda la crueldad que un corazón
roto,

IV
desquebrajado, rencoroso y vengativo puede
acumular.

¡Maldita seas, maldita seas por siempre,


cobarde invisible!
Si al menos tuvieras forma,
me enfrentaría a ti en mortal batalla,
donde sólo uno de los dos sobreviviría,
un duelo titánico, sin concesiones y, aún
perdiendo,
serías vencedora pues, sin combate, ya me
has matado.

Mas el infierno ha de ser nuestra morada final


y allí estaré yo, esperándote, sin alma,
vendida a cambio de tu muerte, perra
desgraciada.
Allí me encontrarás cuando se pueda acabar
contigo,

V
allí estaré con un solo pensamiento en mi
mente:
¡Muere! ¡Muere! ¡Muere!……..

Entonces, y sólo entonces, descansaré.

VI

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