Ezbozos Masoquistas (Aforismos y Psudo-Poemas Desde La Deseperación)
Ezbozos Masoquistas (Aforismos y Psudo-Poemas Desde La Deseperación)
Ezbozos Masoquistas (Aforismos y Psudo-Poemas Desde La Deseperación)
Selene carmesí, tú que ornamentada con el velo de venus inflamas mis pasiones
Que el leuco de la sangre no pueda primar en los símbolos con lo que te invoco ¿a qué te suena?
Que el dolor del continuo “estira y afloja” que impera en tu trato me resulte satisfactorio ¿a qué te
suena?
Que solo cuando dejo mi ascetismo a un lado tu cedes ante tu sensación ¿a qué te suena?
Por qué no puedo, ni obtendré respuesta a mis rumiantes cuestionamientos es que insisto
Ruego a las estrellas con tu nombre, esbozo de mi miseria, en ictereas paginas se escribe nuestra
historia
Paginas desgastadas por el tiempo, ¿Cómo se puede estar seguro de que esto perdurara para
siempre?
Un libro viejo cuelga sobre tu cama, las hojas desechas por cronos anticipan la fragilidad de nuestro
sentir.
Dime vida mía, ¿Puedes soportar este sentimiento? Con cada caricia muestro mi deseo, busco
confirmaciones vanas de tus labios.
Permeable tención que se hace perene en el momento espero el momento, ¿Notas ese latir?
Relación muscular es la que tenemos, situada en un eterno conato de acción, entre sístoles y
diástoles se enconde el deseo.
Deseo que no tiene nombre ni forma, oscuro pecado que escondo bajo un “te quiero demasiado”
Amor o cariño, es igual, me conformo con tu querer poleico, con tus ansias de algo de la cual ya eres
dueña.
Tu deseo por generar un eterno ir y venir entre la moral y el pecado, me es suficiente con que me
permitas retorcer tu vida en algún grado,
Libre y Caótico
La podredumbre del mal corroe mi cerebro, mientras cavilaba entre abandonar la impronta moral o
seguir al animal que llevo dentro
El espíritu del “hombre” reino sobre mí en ese momento. Magia deconstruida se apodero de mi
remordimiento. ¿Cómo pasa de decir que no me acostaría contigo a consumar el acto?
El memento de tu presencia en aquel parque aun me asecha por las noches, delicada capa de koinonía
impregnaba tus tratos, pasaba el tiempo mientras ansiaba el cariño de otra Venus. Sigilosa te fuiste
implantando en mi morada, dulce alivio de mi sodomía.
Rayo de extrañeza penetraba aquella ventana que con fotónica calidez proyectaba la tenue luz del
alumbrado público, noches en vela llenas de no más que los fantasmas con los que recubro mi esencia.
Dime ¿de qué te enamoraste? ¿De la extraña complacencia que inunda mis palabras o de la falsa
indiferencia con que esperaba paciente tus epístolas digitales? Dices haberte sentido acompañada en
tu tiniebla, pero yo no hice nada, respondí simplemente a mi fantasía de nihilista incomprendido, a el
amante de quiméricas tierras de Baudelaire.
Punible forma de genio incomprendido, esa es la máscara que te mostré. Imposible fundamento del
cual no puedo escapar, mandato divino de mi mala conciencia, ¿Por qué volverte Venus cuando eres
encarnación de Kiriku?
Te divinizo tanto que podría rendirte culto, avasallas tanto mi conciencia que no dejas respirar,
¿Tienes culpa sobre esto? Claro que no, es solo el fantasma que he creado. Poseso de este espectro
inhumano es que caigo en onanísticas prácticas, en un principio para no perder tu reminiscencia, en
última instancia para calmar mi nausea reproductiva.
Caída de la cruz maldita se encuentra tu aparición, espíritu hecho carne, ¿Acaso perdiste tu pureza?
Tu corporeidad se volvió mi nuevo fetiche, llevarte al orgasmo mi tarea cotidiana, ¿Delirios de
macho? Probablemente, le he fallado a Derrida. Buscar más que mero romanticismo me llevo a
reafirmarlo.
¿Qué pensara de mi tu familia? Segundas impresiones se hacen presentes desde que ignoraste tus
deberes, mi maldad se vuelve ambigua. ¿Qué fue primero la rosa o la flor? La rosa suple a la flor.
Mira como llueven los sesos de las mentes que nos rodean, infestados del hastió de existir, creí que
comprendías eso, creí que me comprendías, pero todo no fue más que una trampa retórica ¿Cómo
pedir que me conozcas si no hay nada que conocer?
Incurro en brutal falta al querer interpretarte, en violentar tu belleza con mi razón impura. El caos no
debe ser aprisionado, buscas amos que gobiernen tu libertada, te amo tal como eres, libre y caótica,
pero eso no es suficiente Me vuelvo villano para cumplir tu onírica masoquista, tu deseo de negarte
corrompe mi buen demonio.
El genio escéptico se apodera de nuevo de mí, rompes toda certeza hermenéutica que me allá creado,
camaleónica escondes tu presencia, ¿Realmente hago lo que quieres? Vuelto bestia roso tu monte,
¿Esto va más allá del deseo? O ¿Es el hecho del pecado lo que inflama tus pasiones? Buscas
satisfacerme en lo moral, pero ¿A que costo? Reflexiono religiosamente sobre ello, ¿Cómo alguien
que he sufrido tanto quiere complacer a una simple pila de excremento? A alguien que no tiene una
impronta moral fija, que sacrifica la acética con tal de aliviar su nada, un gusano que se arrastra en el
lodo de su pasado, putrefacto uro boros que se devora así mismos en un espiral de remordimiento y
mala conciencia.
El anticristo de las virtudes, así es como describiría mi representación, me escuso en querer cambiar,
pero sigo pecando, oscuro permagel me ata a la mierda. Efectuó sabotaje artificial sobre nuestro
porvenir ¿Por qué busco la romántica fantasía de eros cuando sé que me aterra? Temo hacerme
responsable de la otredad, el traumático memento de mi infancia fundamente ese hecho, ¿Cómo
puedo servirte entonces? ¿Soy tu apoyo? ¿Soy tu amigo? ¿Soy tu amante? ¿Soy tu novio? Ninguna de
estas categorías responde a la realidad, no me brindas tu política, pero si tu voluptuosidad.
¿Qué sientes por mí? ¿Qué soy para ti? Cuestionamientos banales recorren mi juicio. Exijo más de lo
que yo mismo me brindo, ¿Qué siento por ti? ¿Qué quiero que seas de mí? Oscuras horas se avecinan
cuando estas ideas se manifiestas. Al final todo queda en una perene nada que flagela mis mañanas y
disfruto por las noches, en intensos fragmentos de presente que cristalizo como espíritu,
reminiscencias tergiversadas de símbolos con los que construyó tu fantasma, onanísticas figuras con
las que ornamente tu nombre. Dime ¿Seguimos con ello?
Alicia, el gato y el conejo
Bella Alicia de enredados cabellos ¿Por qué sigues al conejo? ¿acaso es la cumbre de tu inocencia lo
que te hace buscar en los escondrijos de los laberintos de tu presencia? O ¿es la sortija dorada que
engalana la el lomo del peludo mamífero de orejas largas?
Rumiantes pensamientos soslayan tu tortura interna, “¿acaso no vez la poca falta que les haces?”
exclama el conejo, mientras en suntuosas oraciones pides clemencia hacia la nada.
Una cruz de navajas rodea tu cuerpo, cual dócil amo que vela por su vasallo acudo a tu exilo, el
vinagre de mi lanza recorre tu boca escarlata, plástico recubrimiento de frialdad esconden tus labios
rotos ¡oh dulce elixir de mi penumbra! tanto caos y amor contenidos en un solo sollozo.
El gato entra en escena, tan digno e indiferente como de costumbre, Venus bajo el ornato de
Cleopatra, desenfunda sus garras, armas de despótica presencia, su mirada cristalina anuncia la
caída del velo, de un zarpazo el conejo cae, revela sus entrañas recubiertas de un negro aserrín de
mala conciencia, los pecados de tus amados son vueltos una nube de humo toxico que te niegas a
aspirar de vuelta en ti.
¿Cómo estas Alicia? ¿eres feliz? “acaso la felicidad es un estado de cosas” respondes confundida,
palabras dichas por un maniquí sin voluntad, representación del alma mía, Venus hecha polímero,
falso reflejo de tu reminiscencia, proyectiva elevación de delirios se convierte en rosas que crecen en
la penumbra, delicado retrato de una inexpresión.
¿Eres feliz Alicia? cabalgas rumiantes de reinos pasados, socabas la otredad cómo si fueras señora de
tierras ajenas, tiránicos deseos irrumpen tu mente.
El cadáver del conejo perturba tu inocencia, robótica representación de una madona en decadencia,
culebras se enredan en tu pecho y turban tu cintura, contrición digna de una anaconda, poliméricas
nubes flotan sobre tu pelo de mar profundo, lombrices se entierran bajo tus uñas, buscando su más
fatídico alimento, la maldad que llevas dentro.
¿Eres feliz Alicia? las flores del mal crecen en el nigrum de tus adentros suntuosas plegarías
envuelven tu llanto. El conejo se encuentra abierto de par en par, el gato se relame la sangre
restante de su presa, colmado de iracunda pasión el minino mira tu rostro, el leteo es lo que se
encuentra, su corriente se lleva los despojos del conejo.
Alicia mato al gato en presencia del conejo, el suicido en vida vuelve en tumba de alacranes la
ponzoña del encéfalo confundido. Alicia ¿Por qué no dejas de verte al espejo? “Veo la muerte del
espíritu a manos del deseo” respondes, el rio haciende en vertical mostrando la verdad de tu
interior, El cambio siempre viene acompañado por el apocalipsis del presente, el gato devora el
conejo y el conejo devora al gato, malévolo uro boros recuerda la alegría de las quimeras pasadas.
¿Alicia eres feliz? ¿No? Bienvenida al país de las maravillas donde tarde o temprano deberás
devorarte a ti misma.
Mar profundo en que enrosco mis dedos, serias hadas anuncian el momento de la lubricidad, cariño
maternal se apodera del ambiente, ¿es acaso una oscura representación de Edipo la que
presenciamos? Es la simple penumbra del fin de la ternura.
Doctas palabras envilecen mis intenciones, inundado de eros recorro ese par de garzas de las que
haces ornamento, sueves recuerdos llenos de voluptuosidad, mi tacto se entremezcla con tus
vestidos, falto de miedo me abalanzo sobre mi Venus, deliciosa mezcla de lujuria y control, sedes
ante la muerte de mi espíritu.
Diástole sostenida en el latido de esta penuria, tomo tu escultura cual, si fuera la quimera de
Morfeo, ¿Que debo hacer para volver a dormir asentado en tus senos oh dulce mío? El manjar de mi
deliro nubla mi juicio, con fálicas intenciones me adueño de tus ancas rollizas, saboreo el perfume de
tu monte.
Colocada sobre mi regazo rozas mis ansias, conato lleno de voluptuosidad inflama mis pasiones, la
dulce reminiscencia sin acabar de aquella noche de diluvio me deja deseoso de más de ese
momento en que tu sensualidad no se vuelve perversión para mis deseos caníbales.
Camino hacia un patíbulo siniestro, lleno de melancolía recuerdo los fragmentos inconexos de una
vida inacabada ¿Cómo pude acabar en esta situación? Siendo más un maldito que un Dandi, pero sin
las voluptuosidades que el embrujo confiere al maldecido. Hago gala constante del estupro con el
que Nietzsche describe la volición hacia uno mismo. Con masoquistas deseos rumeo en mi
conciencia, lleno de ansias pienso en tu nombre.
Objeto de mi deseo los fantasmas que envuelven tu cuerpo vuelven redundantes mis narraciones, el
esmegma insalubre de mis lucubraciones interrumpen mi sueño. Madrugadas repletas de no más
que rosales marchitos por la sensualidad del momento.
Apología a Eris
Descartes en sus meditaciones duda sobre la carne, dato punzante de nuestro sufrimiento,
intensidades latentes que con ponzoña obnubilan de inefables dolores que se transfiguran en placer
una vez que cronos tomo potestad sobre los reinos de Apolo.
Robles cubiertos del escarlata de la sangre de tos aquellos a los que odio irracionalmente. Busco
razones que justifiquen mi desdén dionisiaco, pero no encuentro más que una constante peste de
nada que se acumula simbióticamente en mis sesos.
Larvas corrosivas se arrasan en la fosa de Eris, recubren mis adentros con la pestilencia de la carroña
que consumen, ¿Habrá una forma de negar la existencia de la otredad? ¿Hay alguna potencia
absoluta que pueda concederme el éxtasis de ver negados de la existencia a aquellas pobres almas
que, con el simple hecho de ser provocan la más abominable mole de ira?
El desear la no-existencia de alguien no implica que este se impregne de necróticas esperanzas, esto
no traería más que efectos contraproducentes a mis aciagos fines. Simplemente es el dio mundano
de que el otro jamás haya sido encausado en el devenir del mundo, de que no se halla nunca
representado por el espíritu en forma de ser, en forma de humano, en forma de persona, en forma
de hombre, en forma de nombre, en forma de hermano, amigo, novio, novia, etc. Que nunca la
existencia lo hubiera sumado a su esencia eterna, porque así su potencia no afectaría.
El deseo es la esencia del humano, misma que si no es dotada de fuerzas no es más que una nada
estéril. Fuerzas metafísicas tiene que moverlas cual halito estoico a la materia. Eros y Eris principios
fundamentales de nuestra coexistencia con la otredad, aquella nada que se conoce atreves de otra
nada que es ella misma. La que Sartre describía en su exuberante contradicción.
El odio, vástago erístico de la violencia, potencia que nos provoca el desear la no-existencia de otro.
Deseo que no remite más que otro deseo de mayor clase. Rocas ensangrentadas por las voliciones
que hacemos en nombre de Eris. Masoquistas o Sádicas da lo mismo, los actos que llenan de placer o
mala conciencia, nuestras ansias por sobrepasar a dios segregan el elixir con el que la iracunda
giganta se baña en la libertad de su desnudez.
Complemento ilógico de Cupido, la violencia en su avatar de odio nos invade a todos, ya sea con o
sin razón de sí. Cuando se encuentra acompañado de apologéticas miradas se presenta como
ascetismo o moral, pero cuando se encuentra a merced de Baco tomo la forma de odio irracional, de
aversión que no responde a ninguna explicación etiológica.
De paz armada en paz armada, de guerra fría en guerra fría, las dos nadas deseantes se enfrascan en
una lucha sin cuartel, en una tierra de nadie en la que sin si quiera experimentar la carne del otro se
enfrascan atreves de su objeto de deseo. Buscan constantemente reafirmarse en el otro colmándolo
de eróticas acciones que sin embargo no tienen un dato infalible, que justifique su actuar, sin
embargo, sobre esto el hermano de esta narración tendrá más razones de sí.
Enemigos ciegos que se enfrentan a tientas en el cuerpo de lo amado, buscando que la tercera nada
excluida de la bélica operación niegue la existencia del otro, operación que sabemos es imposible.
Sin embargo, qué bello seria que el otro no existiese desde un principio. He aquí la génesis del odio
irracional.
Es así que el odio irracional a la otredad que se apodera de las atenciones de lo amado, surge del
deseo de la no-existencia del otro, en nuestra cruzada por descubrir los signos de la nada a la que le
rendimos culto. Mismas que bajo nuestra posesión niegue alguna categoría del otro, que niegue su
existencia actual por potestad nuestra.
Es quizás simple voluptuosidad infame, el querer que el fantasma de tu sensualidad sea lubrico
manjar de mis representaciones inequívocas de ti oh mujer de olivos cabellos fosforescentes.
Inflamas mi espíritu de idílicas fantasías fetichistas que hechizan mi pensamiento sin importar la
hora ni el lugar.
Hoy vi tu cuerpo sí, pero no con incontinencia orgásmica, si no con un simple aire de nausea, nausea
que manifestada como hastió a la individualidad que sostiene esta pluma.
Hastió de deserte corporalmente a la vez que te dedico los más trascendentes pensamientos.
Hastió de que mi espíritu insalubre formado de Caraco y Cioran busquen en ti una salida a la
pesadumbre de la que se inunda mi entendimiento fálico.
Hastió de que idílicamente acepte que nuestra relación es mera koinonia mientras que mis
aspiraciones tiránicas arden presentes al verte sostener la mano de aquel que genera mi bilis.
Hastió que me lleva a la disyuntiva que subyace toda dinámica juvenil ¿Acaso debería obedecer el
mandato de lo moral? O ¿debería declarar mis intenciones bélicas en contra de tu buen demonio?
Auto misantropía invade mis adentros mientras escuchando melodías finlandesas murmullo tu
nombre.
Fantástico poema nunca escrito, escama violeta del escupe fuego que carboniza mi existir, pisas la
llama de mi entendimiento.
Justifico mi ausencia bajo sutil velo de ignorancia. Escupo tu nombre víctima de mis delirios, delirios
funestos consecuentes de una nebulosa abducción.
Grito tu nombre, pero no para que me escuches, grito tu nombre, pero no para que el mundo lo
sepa, grito tu nombre solo para mí.
Grito tu nombre para mi morada interior que revolotea en las cenizas de sus predecesores que se
nubla en las fantasmagorías de tu ser, en el ambivalente espectro de lo que quiere existir, pero no
posee realidad.
Por seguridad
Por seguridad cierro la puerta, vago mandato que deviene en nada. Seguridad ¿De quién es la que
prima? Acaso es la suya o acaso es la mía. Si afirmativa fuese la primera cuestión, perseveraría
egoísmo funesto de su anciana alma.
Si fuese el segundo caso, que tan mala abducción haría al pensar que busco mi propia seguridad en
inmueble rentado.
Pensar un escenario donde el que deje la puerta abierta sea un acto totalmente villanesco parece
inverosímil. Empero concedo el despotismo con el que las circunstancia se desarrolló. Al final usted
es la burguesa y yo el proletario.
Talvez hoy no duerma, pero el ansia de porvenir se apodera de mi pluma. El deseo de flagelación
recorre mis adentros de falsas futuras promesas que sé que no vere cumplidas, de imperativos
hipotéticos que no cobran realidad.
Fantasías demediadas que alivian la densidad de mi alama, espectros que nublan mi nada, todo ello
desemboca en nausea.
Nausea de sentir, nausea de vivir, nausea de ser. ¿Qué sería de mi sin la tremebunda desolación que
azota mi noche de moral melancólica? ¿Qué sería de mi sin la náusea que gobierna mi vida?
Subleva mi agonía el cantar de una rosa negra. Prenda de olivo recorre tu cuerpo, implanta de
delicado porte tu figura celeste.
Flagrante martirio gobierna mi boca, busco en tu ser mi destino, sollozo víctima de tu figura, veo en
tus ojos mi fortuna, ser un viciado de ti.
Mis defectos. Masoquista placer provocado por la procrastinación diaria de mis deberes
universitarios.
MI esperanza. La inefable promesa que tome por presa de una muchedumbre innata...
Autolesión fálica que sacia mi ausencia de espíritu. Cirenaicas visiones auguran tu fin, representación
autentica de Afrodita.
La carne se torna carmesí, la mente augura tu presencia promovida por mi hastió vital.
Voluptuosos fantasmas se postran sobre mi retina, esperando una falsa confirmación de realidad.
Quizás la única verdad autentica del mundo sea el orgasmo, pero no el sensual esbozo que el
espíritu de occidente ha hecho de él, si no el inerte placer que acompaña el hastió auto copulatorio.
El dulce placer de la no-acción invade mi mente a diario. Socaba mi voluntad con su presencia
dionisiaca, mientras nubes de fuego atormentan mi espíritu.
Reminiscencias de conatos de deber flagelan mi goce, sin embargo, sigo inerte a la vida, cotidiana
amargura apela a mi juicio.
Quizás debería hacer algo, pero mi voluntad no llega a ser causa suficiente para ello.
Melancólico dolor que no llega a ser insoportable, masoquista sensación terrenal. Caigo en el hastió
de mí mismo pues no hago nada al respecto.
Como alcohólico bebo mi propio vomito, intransigencia aterroriza mi encanto, con felicidad funesta
auguró mi nada.
Dulce Vida
El calor de tu nuca sobre mis cienes empapa mis sentidos de sublime paz. Sentir tu tierno tacto sobre
mi lánguido hombro basta para apaciguar mi espíritu nihilista.
Salvaguardas con tu dulce canto los vestigios de un futuro nostálgico ¿es esta quizás la caída de mi
idolatría hacia la podredumbre?
Tu presencia me hace querer morir en el intento de amarte sin poseerte, en cumplir el fantasma
utópico de un eros implume.
La muerta
Infierno trepidante, agónica experiencia de mortalidad reprimida, contenida no más que en ligeros
sollozos y nulas pasiones. Experiencia vital que roba el alma de aquellos que cursan la verdad del
duelo, aquel indolente Romeo que con la espada desenvainada amenaza el centro de sus
portadores.
Relaciones estériles con personas desconocidas, ¿Qué es lo que nos une hoy todos en esta sala?
Meras singularidades, accidentes que, en mundos de fantasía, pronta abandonada la tierna infancia
se volvieron quimeras. Vínculos recubiertos de miel y sal, sarcomas putrefactos pululan en su funda.
¿La amabilidad es necesaria? ¿Acaso el servilismo hacia quiénes de viva voluntad aceptaron llorar
una eternidad ajena ayudara en algo a sublevar su dolor? Convulsas miradas apuntan hacia una
respuesta inequívoca, birmanicas lagartijas supuran sangre coagulosa por la obviedad contenida
Los asistentes conocen la sensualidad de muerte, aquel deleite sádico en el que la perdida sólo duele
en medida de los problemas que ocasiona. Ríos de burocracia se abalanzan sobre la pobre víctima
del duelo, el delirio organizado de sus vasallos en la puerta de Anubis, oran por un alma inexistente,
nebulosa figura de arrepentimiento invade indefensos corazones, ¿Por qué sublevar a alguien que
apenas conozco? Cómo si ello importará. Espíritu de amor, Espíritu de amistad, Espíritu de hombre,
carronicas arpías desgarran la respuesta que en entre marchas fúnebres se desenvuelve.
Razón
No alejes tus fauces de mi entendimiento, sigue blandiendo tu ígnea hoja en este lánguido corazón,
emancipa de mi espíritu las ansias de verdad formal.
Mantenme cautivo bajo tus góticas alas, deja que caiga víctima del fetiche de eros, dame posada
dentro de tus fauces repletas de rencores infundados en estado de descomposición. Toma mi alma
como tuya si con eso me liberas del absoluto real.
Una vez más caigo presa del hastió, pero ahora de forma positiva, el estado inquietante de la acción
heterónoma, curioso es el dolor que la misma provoca.
Dolor insaboro que no prueba más que la imagen de un dios muerto, en cambio el dolor
autoinfligido es la naturaleza más sublime posible.
Horror delicioso es el que provoca la decadencia provocada hacia uno mismo, la carencia de sentido
que turba el espíritu es el que me incita a sumergirme en masoquista lago de placer voluptuoso. La
magnanimidad del hastió existencial no se compara con el cansancio del espíritu.
Podrido
Los pobres: Demasiados sumidos en su inmediates como para pensar más que en historias utópicas.
Los que no son nada: Demasiado despiertos para ser privilegiados, lo suficientemente satisfechos
como para pensar en la trascendencia.
Esa infame pulsión volitiva que surge en mi interior ante aquellos moralistas sin fundamento más
que el absoluto.
Aquellos posesos que no son capaces de lidiar con la náusea interna de hacer el mal por el placer
que este proporciona.
De aquellos que, en busca de aliviar su lánguida herida, se dejan infectar por el virus de la
justificación infundada, la del absoluto positivo. Aquel genero de gente es a la que más desprecio.
La impronta de la filosofía no cobra estragos hasta que se vive en carne propia. Es fácil criticar a
posteriori al marxismo cuando se buscan los vástagos etiológicos de su fantasma. Sin embargo, no es
hasta que uno se encarna como proletario, cuando vez la saturada abundancia con que viven
algunos entes humanos, que en ti hierve el imperativo obrero. En la medida que llevas media
jornada laboral en ayunas, cargando palabras que un privilegiado desecho, es ahí cuando el espíritu
de revocación aflora y hace querer un cambio.
Los entes
Campesinos en ciudades de conceptos, eso es lo que somos en este mundo de penar. A diario
recorro los intrincados tumultos del metro preguntándome ¿A dónde se dirigen toda esta gente que
comparte mi camino? Tantas promesas se extienden en esos innumerables vagones, tanta duración
que se encuentra en ese leuco no-lugar. Así de intransigente pasa nuestra existencia,
preguntándonos si el dolor que sentimos no es más que un sueño y la dicha que experimentamos es
no más que un fantasma, funesta paranoia de entes que van con rumbo, pero sin destino.
El rumiante, aquel bobino compañero viviente que mira indiferente a quien lo interrumpe mientras
pasta, sin embargo, esa indiferencia esconde oscuro secreto. Detrás de esa mansa expresión su
quijada masca y remasca aquello que en su origen era simple potencia natural.
Devora hasta el hartazgo los dejos de lo que alguna vez fue sencillo, deglute y digesta el vomitivo
fruto de su redundancia, hasta que deja una enorme pila de estiércol, que al menos garantiza que
podre repetir este ciclo otra vez.
Asco
Me doy asco solo de pensaren la inmundicia de mis actos, asco de verme soslayado a una mera
animalidad, acto que hace que mi conciencia aceta quede reducida a una mera auto volición moral.
Asco de que mi testimonio quede expresado en simples términos patriarcales que no capturan la
verdadera esencia del sublime acto sexual. Asco de que actuemos como si todo hubiera sido no más
que una simple dramaturgia del infierno, infierno del que no puedo escapar al pensar tu
reminiscencia. Revelación divina combinada con lujuria en esta dialéctica profana en la que se
encuentra mi estirpe.
Relato inconexo
¿Como no ser escéptico a tu testimonio cuando representas lo contrario a lo que predicabas con tan
bellas palabas aquella noche? ¿Como la autenticidad de ese lenguaje erótico se fue diluyendo en tu
imagen pública? ¿Como puedo tan siquiera tener fe en un destino favorable si no muestras más que
contradicción? Quizás no sea más que una prueba inequívoca de cierto talante de la naturaleza
humana, pero ¿Cómo puedo mantenerme equilibrado si el contrapeso de mi vida no está? Puede
que mi error allá sido enamorarme aun conociendo lo endeble de mi alma.
Recreo
A la gente la gente, camina sin remordimiento por las calles, presa de un insensato deseo de belleza.
¿Como explicar lo onírico? espejos de un alma universal, llenos de signos que parecen irreales a la
mente humana. Cuento la aparición de musas ya extintas en el ahora, deslindadas de la apariencia
del ser que las habita. Quiméricos devenires que con deslumbrante iridiscencia soslayan la
tranquilidad que Morfeo en ocasiones me concede. La vida es sueño proclama la obra de Calderón,
pero ¿Que tanto sueño es la vida? ¿En qué medida el sueño se hace volante de lo que en vigilia nos
atisba? Símbolos de pulsiones infernales que no logran ser redimidas, de pasiones que no llegan a
ser purificadas.
Búsquedas espirituales sin recreo, recreo que se expresa a modo de signo dentro de mis recuerdos.
Luces de color se posan como cuervos observando la mundanidad de mi existir. Lleno de ira
contemplo representaciones ajenas, con fuerza reniego de ello. Amar lo desolado, muestra del Sísifo
que todos llevamos dentro, robustas miradas ajenas ordenan mi iris. La calavera de tu imagen aun
resuena dentro de mis huesos. ¿Por qué no logro sacarte de mi mente? A ti y al eterno femenino del
que fuiste avatar encarnado. Patrones de vida y muerte de amores frustrados, ¿Por quién? Por quien
bajo diversos nombres roza su libido contra la amargura de ser.
Cioran hablaba de las luces que salpican de flores el güero de la juventud, ¿bajo qué aciago principio
se logra eso? Mi temporalidad transcurre en un sin fin de ahogamientos en vasos demasiado
profundos. Roperos llenos de memorias retorcida por el espíritu de perfección poco razonable,
credo y descredito de una potencia interrumpida. Finalidad inalienable que sin embargo se limita a
la eficacia de lo que no es. Nilo ex Nilo, de la nada nada viene, pero de ella deviene, intención sin
intencionalidad, belleza que envuelve al arte. Expresiones vacías expresan en su nada la posibilidad
del ser. Ontológicas razones que bajo mascara de simbolismos envuelven la bujía de esta enorme
maquinaria a la que llamamos vida.
Ensalada de virtud
Resigno, tan triste por el lamento de la vida que no puede ser vivida, ramas de brujas con las que se
quema mi aciago corazón, ramas de olivo que no muestran el signo de mi derrota, ramas de las que
cuelga él cadáver de la premura contenida en un sol agonizante, brilló sujeto a la opacidad de una
mentira dicha mil veces, ruiseñores que auguran con su cantó la podredumbre del espíritu, llora
despavorida la sonrisa de aquel infante al que la humanidad le ha roto algo, Luces de guerra
iluminan el paisaje de quién no deja de mirar su constado, sombras rojizas con un hedor a lúgubres
mansiones, esfinge que sobré escribe el futuro.
Severino, el eterno enamorado de su bella déspota, figura que parece sido olvidada por los fulgores
literarios, sin embargo, su forma aún se postra como arquetipo de miles, que al igual que el han
cometido el error de deificar a la carne. Poner en la sangre y la muerte el idilio de la divinidad no es
algo nuevos, Dios tuvo que devenir en hijo para redimir nuestra alma por naturaleza pecaminosa,
teofagos a priori, nos conformamos con admirar una venus que exalte nuestras pasiones siempre y
cuando esta no torne devuelta a su carnalidad arrebatada.
Devuelta en sí, la madona se despoja de las vestiduras celestiales con que cada uno de sus
adoradores la revistió, con aquellas presunciones de conatos que, a la espera de completarse, el
pequeño masoquista se deleita con las mieles de su admiración. Simples muertes repentinas lo
llenan de azufre, rieles de vino desembocan en la embriaguez de solo ver a su amado monolito
inmóvil como de costumbre, repleto de perlas adornadas de fuego incandescente, de espejos
convexos que no reflejan más que un fantasma anómalamente perfecto de sus pasiones.
Ahí donde los fuegos y el azufre condenan a los olvidados por el destino, en aquella fosa común a la
que acuden todos quienes han cometido el error de amar el mármol de una plaza pública. Ceñida
sobre la cómoda de las oníricas reminiscencias de aquellos quienes envuelven en pieles malditas la
carne que representan no más que el ideal de sufrimiento erótico. Se encuentra la venus radiante
que con su pequeña penumbra deleita los lánguidos corazones de quien la adora. En sus cadavéricas
manos guarda celosamente el fruto de su pecado, la Lujuria. Pero no la lujuria ejercida hacia bienes
carnales, muy por el contrario, es la lujuria ejercida hacia el espíritu; hacia la idea corrupta de un en
sí.
Violencia cometida ante una pobre alma que se vuelve recipiente de un simbiótico veneno; luces y
sombres se entremezclan en la dulce batalla que se desenvuelve en los adentros de un pobre
remedo de Severino. Nuestra despótica venus deja su asiento y se acerca a su desesperada presa,
rodea con sus brazos de alambre la corteza de este pobre encino caído, con tenebrosa ternura
soslaya sus ansias de amar, lanza sus terribles horquillas sobre el estropajo que tiene por adorador y
siembra en su pecho el fruto de una amarga providencia. Un pequeño amuleto se incrusta en el
corazón de nuestra víctima, desprovisto de voluntad no le queda más que la potencia de un deseo,
el quedar con el alma obnubilada de la bruma de cuero brillante, de aquellas pieles que envuelven la
pálida seda de un putrefacto cadáver reciente.
Cansada de ser tratada a cuerpo de madona, La venus de las pieles se pasea rimbombante por sus
aposentos, candente lanzadera de pasiones irredentas, tentando con su flamígero desdén a todo
quien pondera la divinidad en la carne de su flor predilecta, de quien busca entre los asbestos una
pequeña hendidura para filtrar sus más vergonzosas filias. La venus regresa a sus aposentos donde
prosigue en su infinita labor, ser víctima y verdugo de quienes con una venda de placeres aceptan la
desdicha del engaño mientras que su amada petrificada les sumerge en un rio de dulce vino
posoñoso, donde ellos son los dueños de su fantasía masoquista.
Elpis
Entre flores marchitas por un eterno instante, se postra Elpis, guardiana de la boca al inframundo, de
este hervidero de males que fue abierto por el hombre cuando quiso negar su esencia. Dejada atrás
por sus hermanas desgracias, la belladona de ojos mar profundo recibe a los recién olvidados como
un rostro conocido, como aquella veladora que se enciende a los fieles redentores cuando se
desciende a la cava de los rufianes.
De encanto seductor pero desinteresado, Elpis advierte del pecado que conlleva quedar en su
compañía, cual mechero de fuego eterno, la menor de las azaleas liberadas por el hombre inunda de
cálida presencia a quien decide hacerle compañía en su perene espera como nexo de la esto maldita.
Con gentil trato ofrece a las almas en pena un humilde retoño de su malicia, una vela de cera
inmaleable, cera que fue conexionada por el dulce néctar envenenado de su desdicha.
Sobra láminas de fino cristal se revisten las plegarias de los recién ingresados en las filas del yermo
de lágrimas, de quienes aún se disputan si debieron pasar de la potencia al acto, de quien no
aceptan el conocimiento de su propio destino y buscan preformar en anemona fulgurante todo
aquel querer que no esté en planes del divino. El desdén de una reminiscencia inconexa en un
pretérito difuso. Entre futuros quiméricos la flor olvidada por el creador revuelve su caldero lleno de
mieles monolíticas y rezos a la nada. Infunde esta pócima maldita en sus pobres vasallos en
búsqueda de que estos no la olviden como su padre. Seduce con ternos llantos de esperanza a
quienes aún no saben si entregarse a los hermanos satanes de su flor marchita. Elpis nexo entre
virtud y muerte, reboso de espinas que desemboca en un nudo de rosas putrefactas, succionadora
de vitalidad que tiene el único deseo de ser acompañada en el tedio de ser la ultimo cogollo del
sátiro que rumea las puestas de Dios.
Eris
Soberbia en su trono de rojas nubes de fuego, la iracunda mantis alada mira con desdén su atroz
acto. La cima de la penumbra infunde de coraje a todo aquel que encarne la férrea voluntad de esta
tirana devora hombres. En satín de un carmesí brillante nuestra gorgona infunde un ponzoñoso
enjambre de rabia la rareza en forma de tropo común es arrojada a los gentiles incausado que
carentes de evangelio, corren despavoridos por el pequeño trozo de divinidad que se les ha
aparecido. Sin embargo, la gracia que es solo en medida aparente a este fruto no es más que una
quimera, lánguidos y obsesos caen en adveración ante sus hermanos de lágrimas, luchan en cuerpo
ajeno por el favor del dragón que se postra en sus histéricos sueños hambrientos de dulce violencia.
Entre deseos volitivos y bajas pasiones, los reflejos carentes de libre arbitrio se valen de las
deshonrosas artimañas para dejar fuera del ser a su semejante. Venus se vuelve móvil ilusorio de
una pasión que sol redunda en el ego de cada gladiador empedernido, espermático en el
desenvolvimiento de su voluntad inconsciente. Luchan más placer que la fugaz reminiscencia de un
futuro del todo embrutecido por la concordia, de una palestra en donde no se ensaña más que a
buscar ensueños amorfos y voliciones contra el otro que es yo.
Bajo un candado, la medusa expande sus traslucidos tenáculos ígneos, expande sobre luces neón la
bilis de sus susurrantes berridos, la sombra de la batalla se ha disipado, solo un guerrero ha quedado
en las mieles de la vida, carga sobre su espalda el cadáver de un extraño conocido, no es más que la
memoria de un subalterno de resulta espejo de obsidiana, obsidiana formada de los fulgores de la
lava congelado por una discordia bien satisfecha.
Fobos
Hijo del amor y la violencia, la luna marciana se revuelve entre los necios de corazón, ante los
condenados a llorar siempre a costa de la potencia perdida. Libertino sin causa el pequeño satán se
divierte tallando en la espalda de los condenados u retrato febril de lo que alguna vez fueron. Sobre
lagos de saliva derramada por falanges erradas por hambrientos caninos, los ansiosos violan la
voluntad de lo que les trasciende, buscan ser más allá de su propiedad entregada y soslayan el deseo
divino. Redoblan sus molares hasta que no queda más que cenizas de calcio de averno. Con festines
nocturno y humos de caldera intentan apaciguar su profuso descaro.
Sobre quien en su desdiche osaron burlar al omnipresente, a quienes con oscuras profecías
pretendieron robar su futuro, a quienes la opulencia del goza sincero no les fue más que un remedo
de guerra, a aquellos que sobrepasan la enorme red causal que comienza y termina en la sombra del
divino. A todo ellos el elfo, bastardo afrodisiaco creado de manías y sin sentidos, les tiene recebado
el castigo de los que rodeados de angustias resuenan en alabanzas hacia un momia putrefacta, el
rostro pende de un hilo de luces fúnebres, es alado con la fuerza de la desdicha impotente, de la
mera planeación irresoluta, de una dialéctica no sintetizada, el sátiro postra la contractura da
culebra de espalda a quien ve en la potencia estéril una salida, siendo obligado a ver sus vástagos
por el resto de su agonía.
Cupido
Entre zarzas y espinos es envuelto el rugir mordaz de la autoconciencia, con letras de cardón y
cruces de sable polar. El pequeño regordete que vuela cual querubín en el regocijo de su madre,
esconde tras de sí una desdicha implacable, una sobre piel que es benedicta a la hora de castigar. El
afable rostro de ceramida se cae en trozos de lepra, de carne recubierta de mal y novicias. En el
avatar que encarna a todas y cada una de las pasiones, sobre salta la psique turbada por un hado
milagroso, un niño dorado que con su flecha de lluvia divina encanta de dicha a quien esté bien
dispuesto a la voluntad del divino. Rostro de bruja muestra a quien por el contrario a tenido la
desdicha de pasar por sus hermanas diablesas.
Pasa de un encanto a maldicen funesta, de sol a santo, muestra prevención de mil brumas, cuando
con su flecha de negro plomo atraviesa en encéfalo de quien postro sus esperanzas en Venus
emperlada, de quien jugo con Elpis al escondrijo, quien uso la manzana dorada para apaciguar a
Fobos. La profecía del castillo varado se repite, vemos a la divinidad como un simple juego,
desbordamos nuestra amada razón en rezos insalubres que cual carnada de ratas es devorado
perniciosamente por un espíritu de tinieblas, que busca lazos de quimera para atar nuestro
sobresaltado corazón. ¡Nos hemos librado hemos vencido a ….! exclaman los llantos de guerra,
puestes de perdición se extiende por este abismó de anemonas y figuras retoricas, alacranes con la
cola bien erguida salen de los adentros de la piedad humana.
La razón ya sido abandonada en un en si en el pasado, ¿Qué nos hace creer que será diferente
ahora? ¿la belleza de las pieles, la dulzura del veneno de la manzana, el dolor de la anaconda o el
mal que hay en las flores? Todo ello no son más que fuerzas del maldito, artilugios de su desdicha
vueltos sangre que coagula la potencia del individuo, Psique fue abandonada en su castillo, pero la
humanidad es abandonada en la esperanza, la discordia y la lujuria. Acompaña en la desdicha el
pequeño sátiro de los penares futuros. Religaos o sucios engendros de perdición que a culpa de
todos estos satanes han perdido la bienaventuranza que el divino os ha regalado. Aquella voluntad
que se manifiesta en acto como un Eros renacido de la penumbra del pecado que enuncia la buena
nueva. Salid de su engaño y tomad la fe de vuelta en vuestra senda, que es la única manera en que la
autoconciencia deviene en amor sin objeto putrefacto, en que la providencia guía vuestro camino,
en que se es Dios.
Una esfera superior, ¿acaso es posible imaginar dicha aspiración divina? ¿A qué nos
referimos al hablar de este pseudo motivo metafísico? Siguiendo a Helene von Druskowitz:
“El principio superior asume todas aquellas características en las
que no participa la materia [...] vinculada con la materia a través de
la primera categoría, es decir la del ser podría ejercer sobre ella una
atracción mágica extrínseca, totalmente inconsciente e involuntaria
[...] la naturaleza supra divina se explica desde la perfecta ausencia
de todas las propiedades humanas.”
La ausencia de ser, eso debería ser una característica primordial de la esfera superior, sin
embargo hay cosas que, careciendo de ser no podemos decir que pertenezcan a este
ámbito. La cosas en sí, en términos propios, la nosedad aquello que no es pero se
encuentra debajo de las representaciones que conforman el mundo que nos rodea, aquellas
fuerzas naturales a las que el espíritu se infunde constantemente en una batalla
encarnizada, lo que solo podemos percibir mediante la carne, lo sensorio, el deseo primario
sádico y egoísta ante el cual cedemos cuando somos maliciosos ante la otredad.
Cuando obedecemos a la carne somos presa de la voluntad, sin embargo sabemos que
dicha sustancia metafísica no es más que otro vasallo de su alma mater principal, el deseo
de libertad absoluta, este motivo es guía tanto del actuar espiritual como el de la nada,
aquel que impulsa la potencia a convertirse en acto, mismo que llevó al dicotómico humano
primitivo a concebir al espíritu de la chispa de su ingenio para así dominar a la nada, a darle
un ser que la justifique en leyes inamovibles que están sujetas a categorías eternas sin las
cuales no pueden ser concebidas ni la moral ni la ciencia.
Empero, esto no es la esfera superior, se acerca claro está, pero no es más que su obra
mundana. Solo en la extrema nada o en la concepción absoluta del ser es que se pueden
encontrar vías para ponerse en contacto con esta meta-divinidad, en la potencia de las
cosas. Recuerdo que en alguna parte de la metafísica, si no es que quizás en Agustín o
Tomas, se menciona el no ser de la potencia, en cuanto al primer motor se refiere, claro
esto en el marco de la postura Aristotélica al respecto. La materia sólo cobra relevancia en
un plano ontológico, no es hasta que una causa eficiente guiada por un fin es la que da
forma y consistencia a esa enorme masa que solo es plataforma para lo que es en acto; lo
que es en potencia no es, postulado contradictorio si, una probable tergiversación de la las
causas aristotélicas, también ello es cierto, pero tras de sí se esconde el hilo con el que
Ariadne guía a los sádicos y a los santos ante lo divino en sentido supremo.
El arte, aquella expresión que, alabada por tantos filósofos como culminante de sus
respectivos sistemas es capaz de denotar lo divino, ello no es excepción en mi caso. Pues
solo a través de sus diferentes expresiones es que podemos acceder a la meta-divinidad
con nuestros pobres medios humanos, claro está que esta es una visión ampliada del arte,
donde toda acción humana guiada por ese hálito de la extrema nada barca desde la magna
poesía, hasta las peores depravaciones. Donde la religión cuenta como un medio más por
el cual la autenticidad del arte se expresa al momento de re-crear lo meta-divino, dado que
como enuncia Stirner en sus retractores, la religión presupone un otro mientras el arte no,
pues este aspira al supremo no ser, mientras que las religiones necesitan un señor al cual
rendirle pleitesía, misma que no sería posible al menos que este sea existente. Es así que
mediante su padre el mito, la religión brinda de una cosmovisión que, si no es contaminada
por las burdas manos de la razón elevará al humano que la siga hacia a ese pequeño
espacio de beatitud que engloba la extrema nada, donde los designios y convenciones
morales no son más que simple ornamento o paso previo por el cual se alcanza la santidad.
Por el lado siniestro, la extrema renuncia a la virtud y completa entrega a los placeres
también trae consigo una maligna santidad. El libertinaje, sí podemos denominarlo así:
sodomía, uso de sustancias, asesinato, impiedad, crueldad. Se esconde bajo múltiples
rostros esta vía sublime, sin embargo, sólo mediante este sin fin de pecaminosas acciones
es que podemos conocer a la meta-divinidad desde su lado más sórdido. Vista desde esta
oscura forma podríamos aludir a la naturaleza Sadiana, en la cual está dispone de las
febriles disposiciones de los libertinos para mantener un equilibrio fundamental de si, donde
suprimir la vida de un otro en el afán de satisfacer el deseo egoísta de uno, no es más que
seguir la providencia de dicha naturaleza, ayudando en su continuo y perpetuo reciclaje de
la materia.
Vemos como lo meta-divino no solo abarca la soberana santidad de las religiones clásicas,
donde prima el amor por el otro, ascetismo en esta vida y posterior plenitud en las más allá;
si no que también abarca a los libertinos, aquellos bellacos que solo buscan el mal por el
mal mismo, sin remordimiento alguno, que igualmente inspirados por un sublime querer,
buscan lo divino por medios poco ortodoxos. No obstante existe una tercera categoría en la
que entramos todos aquellos que no somos más que bastardos de estas dos estirpes
superiores, los malditos, Rimbaud, Verlaine, Mailander, Schopenhauer, Baudelaire,
Bukowski, Masoch, Stirner, Cioran, Curtis y un sin número más de almas en pena que no
encontraron jamás salvación alguna ni en el pecado ni en la virtud, que vivieron en una
perenne conmiseración en la cual solo su extrema autoconciencia los redime de su penosa
existencia. Habitamos este hermoso vacío en el cual somos participes a medias de ambas
regiones de lo meta-divino, a veces sádicos, a veces santos, a veces mártires, a veces
villanos, a veces víctimas a veces victimarios; somos actores en esta sombría dicotomía la
cual es inútil eludir ya que estamos encausados por necesidad. La enorme red causal
misma donde devenimos de progenitores malditos venidos a descendientes malditos, rodea
de una sórdida esperanza toda nuestra representación, víctimas de la crueldad y
remordimiento schopenhaueriano, así como inundados de los más fervientes deseos de
beatitud. No logro atisbar salida alguna ante este pesimismo sofocante, más que a través de
una de las producciones malditas, el Masoquismo, del cual me ocuparé una vez fabrique su
misterio.
Si de nuevo
Vamos buscando una reafirmación que haga valer la pena todo lo ya vivido, una justificación que de
cabida a todo el cíclico movimiento que en devenir humano se lleva a cabo. El di capo nietzscheano
intenta escapar de la tautología sin darse cuenta que incurre en la misma falta que su rival, el
demonio entremezcla sus garras en el garbo de las flores.
Un evento que me haga decir si de nuevo, eso es lo que busco y no encuentro, entre cerezos y robos
vitales nos entretejemos por la maraña del coexistir, pareciera que solo atreves de una especie de
epifanía mística pudiésemos dislocar al destino para así hacernos responsables de nuestra propia
duración, pero no es el caso. Eventos que acontecen, que no son perenes si no efímeros, que caen
en la redundancia de su esencia y menosprecian el futuro glorioso que pretendían para si, esa es la
clase de experiencia que el di capo ofrece, una revaloración del fantasma del paso como principio de
posibilidad para el presente, más no ya para el futuro, como mal citada mente dijo Kant, el progreso
se ve con miras a lo pretérito, a lo ya cristalizado por la memoria del errante.
A veces pienso si llegara el día que pueda decir si de nuevo a la muerte, porque cuando aceptamos
este mundo en toda su misera aceptamos con ello la muerte, curioso que este sea el mismo
propósito de la filosofía según Aristocles, una propedéutica de la muerta, un conocimiento con vistas
a la nada. Contraria afirmación es la que Nietzsche hace al ir contra su maestro, el Buda de Frankfurt,
pues la total afirmación de la voluntad solo es uno de los caminos hacia lo divino.
Nadie esta dispuesto a afirmar la muerte, el ego con su lujuria marcial lo retiene en ese sagrado
invento que es el individuo, sustento del ser que en una unidad personal afirma la prevalencia de el
HUMANO contra las fuerzas que lo subsumen, batalla sin vencedor, contradicción vital que
conforma la estructura cósmica. Por amor tratamos de romper el hechizo de este enorme satán,
pero corroídos por sus caprichos sucumbimos en las mieles del perpetuamente maldito, el doble si
envenenado, la auténtica afirmación de la roña del mundo, labor del poeta creador del polímero de
estas arcas de podredumbre.
En ello recae la “falsedad” del eterno retorno, pues en su alivio nihilista de libertad no promueve
más que un nuevo telos, un nuevo deshonor por la cual el espíritu come los ojos de quien le dio ser
inmaterial. Un si positivo el de Nietzsche, una salvación de las almas al igual que el cavernario
aritocleo. ¿Y la pseudo-verdad del doble sí? La esperanza, en este demonio es que recae toda la
magia de este inexorable imperativo, en ese pequeño rayo que nos hace creer que por la ley causal o
cual quiere otro cordero vamos a llegar a una convergencia espaciotemporal tal, que reformule
nuestro ser, volviéndolo existencia, conciliando extremos, un mundo entre ghouls y humanos, entre
sádicos y masoquistas. Un mundo libre de contradicción donde no haya lucha por la existencia y la
vida sea tan pacifica que el dolor desaparezca, que de una razón a la vida para ser vivida. Quizás esta
no sea la media con la que Nietzsche comprendió este uro boros, sin embargo, esta es su implicación
práctica, donde su mismo devenir lo comprueba, o ¿Acaso sus múltiples proporciones nupciales
hacia Lu Salome no son muestra de ello? Nietzsche no fue más que un super hombre que nunca
llego a ser, pero eso muestra su condición de maldito, un alma en pena más que no logra vivir según
su reniego vital. En fin, sigo esperando a alguien que me haga decir si de nuevo.
De como alcanzar lo meta-divino o la no/vida
Si la vida es en acto, también lo es en potencia, esa es la “esencia” de si, esto pues la dinámica de ser
renaciente que determina la dinámica de la vida es inherente a la existencia. Por cada cristal roto en
la permanencia, se perpetua el eterno devenir de la vida, lo que es y no ser a la vez, lo que se
transforma mediante la superación de su pretendida idea fija. Parménides no mentía al decir que el
cambio solo es posible si algo deja de ser para convertirse en otro, pero esta dinámica solo es
posible dentro de la nada cercana, en aquello que no tiene ser pero que se muestra como fondo
común a lo ente. La nosedad, este neologismo que ahora acuño para denominar la nada en tanto
que” accesible” al menos mediante los caminos místicos y las doctrinas que afirman el instante o la
nada propiamente; de todas aquellos, hijos de Nietzsche que son capaces de ser el super hombre y
afirmar la vida tal y como se manifiesta en su sórdida esencia como un cumulo de potencias
contrarias que desdibujan la dicotomía de sufrimiento y placer.
Es así que en la vida que, tomada en un sentido amplio, visto como vida, animación del ente mundo
incluyendo su enorme inmensidad como divino, como Dios que se representa a forma de ser
personalizado bajo las categorías y conceptos propios de lo humano. Estoy hablando de eros mismo,
aquello que lleva las potencialidades de la nosedad al acto consumado en el ser que empieza con el
magno concepto que es dios desasido en nada sublime.
En eso se comprende la cosmología de lo masoquista, en una forma de aceptar el mundo con todo y
sus flores malignas. Sin embargo y dejando de lado este breve bosquejo, siempre queda la esfera
superior, la extrema nada que supera la tricotomía Nada/Dios/Humano. La esencia de la vida lo
erótico, el fruto de Venus y Eris, solo despojando de contradicción se llega a la extrema nada o a la
nada absoluta, lo que auténticamente es nada a aquello que solo esta liberado de en la medida que
ya no dinámica alguna. Una potencia sin límites, indeterminada, donde ya la nada no viene a ser
queda perene en su reino de vacío, es ahí donde se encuentra lo meta-divino.
Pero lo anterior es imposible, la extrema nada no es accesible ni para el humano ni para Dios y
mucho menos para la divinidad siguiendo los términos de Ueda. La extrema nada no se oculta pues
no es fondo de lo indeterminado. Tampoco es fondo común de la nosedad ya que, usando los limites
que presenta el lenguaje, este no es sustento, “esencia” o existencia de lo divino (por extensión
también de lo mundano) si no que es simple poema de su telos secreto. Usando la contradicción
como su más formidable arma es que lo meta-divino penetra la esfera de lo uno formando la
multiplicidad de lo individuo.
Es la nostalgia propia de la unidad perdida descrita por Mailander en su obra maestra, solo que a
diferencia de lo que el maestro alemán piensa, dios no se ah suicidado por el libre juego de su
voluntad, si no que lo meta-divino en toda su inefable violencia, configura la dinámica de lo divino y
su vástago humano. Es así que lo Meta-divino solo es accesible para sí, para la esfera superior y sus
presuntas habitantes, luces que se desvanecen en el amanecer y se desasen en la niebla de los que
ni siquiera los grandes maestros espirituales pueden sortear. En la esfera superior la misma nada
pierde su centro, su propósito diferenciador, pero también su autenticidad tanto como “esencia” así
como instante. Donde ni el deshacimiento es suficiente par a develar su secreto, pero ello no es
pleno expresarlo en palabras, pero tampoco con el arte-mística-religión, solo en la no/vida, que no
es lo mismo que la muerte, es posible habitar la esfera superior, lo meta-divino, pero ello no el digno
ni de lo huno ni de lo divino, solo la esfera es digna de si en su noeterna meta-divinidad.