Texto Literario y Contexto Historico-Social. Del Lazarillo Al Quijote

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Texto literario y contexto histrico-social:

del Lazarillo al Quijote


Augustin Redondo
Universit de la Sorbonne Nouvelie -Pars
El trabajo que vamos a presentar se sita dentro del campo que se ha definido bajo el
lema de Literatura y sociedad. Hablar de este binomio es hablar de una relacin evi-
dente y al mismo tiempo no siempre fcil de definir.
Adems, el concepto de literatura no queda claro a pesar de los trabajos sobre lite-
rariedad. En primer lugar, porque no siempre ha significado lo mismo. Basta con recor-
dar que Alfonso de Palencia emplea la palabra con el sentido de apcope
1
y que Cova-
rrubias ni siquiera la registra
2
. Por otra parte, el trmino letras -que podra ser
equivalente- corresponde en el Siglo de Oro a todas las formas del saber que utilizan un
soporte escrito, particularizndose las buenas letras como letras de humanidad
3
, lo que
remite al mbito de la gramtica y la retrica. Conforme lo ha subrayado Raymond Wi-
lliams, tiene que aparecer un desplazamiento del concepto de saber al de gusto y sensi-
bilidad para que surja la nocin de literatura como concepto social generalizado que
expresa (...) una categora aparentemente objetiva de libros impresos de cierta calidad
4
.
En efecto, la crtica ha considerado de manera constante como literatura, nicamente
lo que lean crculos selectos
5
, o sea una minora, excelsa s, pero una minora, de manera
que los criterios de inclusin o de exclusin han sido dictados por los preceptos y los
gustos de un grupo reducido aunque dominante. Hay que aadir que la nocin misma de
gusto o de calidad ha sufrido muchos cambios con el fluir del tiempo y ha ocasiona-
1
Vase Universal Vocabulario de Alfonso de Palencia. Registro de voces espaolas internas
(ed. de JOHN M. HI LL, Madrid: Real Academia Espaola, 1957), 108a, artculo litteratura.
2
Utilizamos la ed. siguiente: SEBASTIN DE COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o
espaola (ed. de MART N DE RIQUER, Barcelona: Horta, 1943).
3
El mismo COVARRUBIAS lo recalca: Hombre de buenas letras, el que es versado en buenos
autores, cuyo estudio llaman por otro nombre letras de humanidad (art. letra, 763b).
4
Vase Marxismo y literatura (Barcelona: Pennsula, 1980), 61.
5
Vase FRANCISCO YNDURIN, Sociologa y literatura (en De lector a lector, Madrid: Escelicer,
1973), 281.
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do mltiples rectificaciones. Recurdese, por ejemplo, que en el siglo XV, el marqus de
Santillana se refera a los romances como a obras de que gustaban slo las gentes de ba-
xa e servil condicin
6
. Pero bast con que un impresor sagaz, Martn Nuci, tuviera la
idea de reunir unos cuantos en un cancionero impreso para que, al dignificarlos la letra
de molde y el libro, penetraran definitivamente en los mbitos cortesanos y se cantaran
entre los aristcratas
7
. De la misma manera, qu decir de la acogida reservada por los
doctos al Lazarillo de Tormes, esa obrilla de burla
8
, o al Quijote, esa obra de entrete-
nimiento?
9
La delimitacin de lo que es literatura, aun siguiendo los cnones elitistas de la crti-
ca al uso, plantea pues muchos problemas. Por aadidura, en las fronteras estn todas
esas producciones calificadas muchas veces, con un matiz despectivo, de infraliteratu-
ra o paraliteratura, es decir todas esas obras situadas al margen de la Literatura por
las historias del mismo nombre. No obstante, alcanzaron amplia difusin y llegaron a los
sectores ms humildes de la poblacin: relaciones y cuentos en pliegos sueltos, pero tam-
bin enigmas, adivinanzas, canciones, romances de ciego, etc., esa lrica estudiada lti-
mamente con tanto acierto por Margit Frenk
10
. Todo lo que Mara Cruz Garca de Ente-
rra ha llamado atinadamente literatura marginada" ha de reinsertarse en el campo
global de la literatura y estudiarse como tal, lo que supone no atenerse exclusivamente a
los preceptos de nfimas minoras, relacionados con la ideologa dominante
12
.
Por ello, preferimos utilizar la nocin de texto -en el sentido amplio de la palabra-
ya que est en el centro de la reflexin que los investigadores ms conscientes de los pro-
blemas anteriormente evocados estn llevando a cabo. Dentro de la pluralidad de posibi-
lidades relacionadas con el texto -caracterizado ste por su unidad estructural, cualquiera
que sea el soporte- hemos escogido pues el texto literario
13
. Sin embargo, como lo impli-
ca lo que precede, empleamos este concepto con un valor social global, de manera que se
6
En su famoso Prohemio (vase RAMN MENNDEZ PIDAL, Romancero hispnico, 2 vols., Madrid:
Espasa-Calpe, 1968
2
, 86).
7
Recurdese que todos los que, en el siglo XVI, escriben acerca del arte de la vihuela, desde Luis
MILN -con su Libro de vihuela de mano de los aos 1535-1536- en adelante (Mudarra, Narvez,
Valderrbano, etc.), se apoyan en romances.
8
Vase por ejemplo lo que decan Jernimo de Zurita en 1563, fray Toms Quixada en 1577 y
Bartolom Jimnez Patn en 1604: cf. AUGUSTIN REDONDO, Folklore y literatura en el Lazarillo de
Tormes: un planteamiento nuevo (el caso de los tres primeros tratados) (en Mitos, folklore y
literatura, Zaragoza: Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1987 [79-110], 81).
9
Sobre la acogida del Quijote en el siglo XVI I , vase por ejemplo ALBERTO NAVARRO, El Quijote
espaol del siglo XVII (Madrid: Rialp, 1964). Baste con recordar los desdenes de Lope.
10
Vase MARGIT FRENK, Corpus de la antigua lrica popular hispnica (siglos XV a XVII) (Madrid:
Castalia, 1987).
1
' Vase MARA CRUZ GARCA DE ENTERRA, Literaturas marginadas (Madrid: Playor, 1983).
12
La literatura de cordel ya empieza a considerarse con otros ojos. Vanse los estudios de JULIO
CARO BAROJA, Ensayo sobre la literatura de cordel (Madrid: Taurus, 1969); MARA CRUZ GARCA DE
ENTERRA, Sociedad y poesa de cordel en el Barroco (Madrid: Taurus, 1973); Id., Literaturas
marginadas, op. cit.; JOAQUN MARCO, Literatura popular en Espaa en los siglos XVIII y XIX, 2 vols.
(Madrid: Taurus, 1977).
13
La nocin de texto puede ser muy amplia y extenderse a todo lo que permite comunicar,
abarcando por ejemplo a los ex-voto. Sobre este punto, vase: RENE CREUX, Les ex-voto racontent
(Pars: Fontainemore-Flammarion, 1979).
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TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 97
aplica tanto al Lazarillo o al Quijote -las dos obras que enmarcan grosso modo el perio-
do considerado- como al teatro, tanto a la llamada literatura oral (cuentos, canciones,
romances, refranes, acertijos, oraciones, conjuros, etc.)
14
como a la literatura de cordel
(la que corresponde a pliegos sueltos)
15
.
De tal modo, el texto literario es inseparable de su contexto. En primer lugar porque
el discurso que ilustra supone un emisor (individual o colectivo) y un receptor (lector u
oyente). En la mayora de los casos, adems, se tratar de una pluralidad de lectores y
oyentes pues no hay que perder de vista la importancia de la oralidad y de la lectura co-
lectiva, en alta voz, en el Siglo de Oro, como bien lo ha demostrado Margit Frenk
16
. De
todas formas, el texto no es una unidad autnoma, sino que constituye un autntico acto
de comunicacin, o sea que slo puede existir cuando alcanza a su destinatario: el pbli-
co. Y ste -as lo recordaba hace poco Ricardo Senabre- no es mero receptor pasivo de
la obra, sino que, con cierta frecuencia, al menos, desempea un papel concreto en la
produccin literaria
17
. En otros trminos, y con palabras recientes de Jos Carlos Mai-
ner, se trata de un conjunto de ecos y reciprocidades en el que late la vivencia y la
temperatura de un tiempo histrico
18
.
Bien se haban dado cuenta de ello el Lope de Vega que crea la comedia nueva y es-
cribe el Arte Nuevo
]9
y el Cervantes que, en el captulo 48 de la primera parte del Quijo-
14
Sobre la nocin de literatura oral, vanse los volmenes siguientes: Tradition rale et identit
culturelle. Problmes et mthodes (Paris: C.N.R.S., 1980); DANI EL FABRE y JACQUES LACROIX, La
tradition rale du cont occitan, 2 vols. (Paris: P.U.F ., 1973-1974); Le cont. Pourquoi? Comment?
(Paris: C.N.R.S., 1984); D'un cont ... l'autre. La variabilit dans la littrature rale (Paris: C.N.R.S.,
1990); Cahiers de Littrature rale (varios nmeros publicados, a partir de 1976, Paris: Publications
Orientalistes de F rance), etc. -Por lo que hace a Espaa, se ha hecho sobre todo un trabajo de campo
(vanse por ejemplo las colecciones de cuentos y cuentecillos reunidos por Aurelio Espinosa padre e
hijo-, y por Mxime Chevalier o las canciones y refranes acopiados por F rancisco Rodrguez Marn o,
asimismo, los romances compilados por Ramn Menndez Pidal y el Seminario correspondiente, o, por
fin, los ensalmos y conjuros recogidos por Sebastin Cirac Estopan). Sin embargo, existen diversos
trabajos notables, en que se examinan algunos aspectos tericos, publicados en la Revista de
Dialectologa y Tradiciones Populares y en la revista Folklore, aun cuando no se utiliza el concepto de
literatura oral. Vanse adems las obras citadas en las notas 6, 10 y 12 y unas cuantas aportaciones
significativas en el volumen colectivo La literatura oral (Madrid: Universidad Autnoma, 1988; Edad de
Oro, VI I ). Acerca de la nueva manera de orientar los estudios con relacin a la literatura oral, vase el
caso revelador de los conjuros y los ensalmos: J OS MAR A DI EZ BORQUE, Conjuros, oraciones, ensalmos
...: formas marginales de poesa oral en los Siglos de Oro (en Bulletin Hispanique, LXXXVI I (1985),
47-87); AUGUSTIN REDONDO, Gayferos: de caballero a demonio (o del romance al conjuro en los aos
1570) (enN.R.F.H, XXXVI (1988), 997-1009).
15
Vase supra nota 12.
16
Vanse los trabajos siguientes de MARGI T FRENK: Lectores y oidores: la difusin oral de la
literatura en el Siglo de Oro (en Actas del VII Congreso de la Asociacin Internacional de Hispanistas,
ed. de GIUSEPPE BELLINI, 2 vols., Roma: Bulzoni, 1982,1, 101-123); Ver, or, leer (en Homenaje a Ana
Mara Barrenechea, ed. de LI A SCHWARTZ LERNER e ISAAS LERNER, Madrid: Castalia, 1984,235-240).
17
Vase Literatura y pblico (Madrid: Paraninfo, 1987), 15.
18
Vase Historia, literatura, sociedad (Madrid: I nstituto de Espaa-Espasa-Calpe, 1988), 40 y 41.
19
Recurdese lo que, entre burlas y veras, Lope escribe en El arte nuevo de hacer comedias en este
tiempo:
Y escrivo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque, como las
paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto (vv. 45-48; cito por la ed. de JUANA DE J OS
PRADES, Madrid: C.S.I .C, 1971, 285). Un admirador del F nix de los ingenios, RICARDO DE TURI A, en
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te, introduce unas apreciaciones crticas acerca de la frmula teatral lopesca en que rela-
ciona la estructura y el contenido de las obras representadas con el gusto de los oyentes
20
.
Es el mismo Cervantes, penetrado de los vnculos existentes entre el texto y los lectores,
quien pide la activa colaboracin de stos en el prlogo a dicha primera parte e inserta
las opiniones de esos lectores al principio de la segunda, valindose de los propios perso-
najes
21
y adelantndose as, genialmente, a varios intentos posteriores, y en particular a
los de Pirandello
22
.
Ya estamos llegando a la tan controvertida y polifactica sociologa de la literatura.
Verdad es que las caractersticas bsicas del texto como objeto y acto de comunicacin
conducen a un obligatorio intercambio, fundamento de todas las relaciones sociales y de
la sociedad ella misma.
Sin embargo, el pblico no es uniforme: no todos leen ni oyen un texto de la misma
manera y bien lo saban un Lope o un Cervantes, as como los dems escritores y drama-
turgos de la poca, al distinguir a los diversos ncleos de receptores, especialmente a las
lites (los discretos) y a la masa (el vulgo)
13
. Y es que la percepcin del texto depende
ae la pertenencia de cada cual a un grupo social determinado con sus peculiaridades cul-
turales. De ah que algunos estudiosos del siglo XX, como Escarpit y sus discpulos, se
hayan interesado por los diversos circuitos de lectura
24
. Con todo, la distincin entre los
su Apologtico de las comedias espaolas (1616), escribe significativamente lo siguiente: ... dando por
constante una mxima que no se puede negar y es que los que escriven es a fin de satisfazer el gusto para
quien escriven ... (citamos por el texto reproducido por ALFRED MOREL-FATIO en el Bulletin Hispanique,
I V (1902), 47- 51; cf. 49) .
2 0
Se trata de las famosas disquisiciones del cura acerca de las comedi as al uso, en que aparece esa
caract er st i ca apreci aci n: ... como las comedi as se han hecho mercader a vendi bl e, di cen y di cen
verdad, que los represent ant es no se las comprar an si no fuesen de aquel j aez; y as, el poet a procura
acomodar se con lo que el represent ant e que le ha de pagar su obra le pi de (ut i l i zamos la ed. de Lui s
MURI LLO, 2 vols. , Madri d: Cast al i a, 1973; I , cap. XLVI I I , 571).
21
Por lo que hace al prl ogo de la pri mera parte, he aqu lo que el autor dice en l, di ri gi ndose al
lector: ... t i enes tu al ma en tu cuerpo y tu libre al bedr o como el ms pi nt ado [...] y as, puedes deci r de
la historia t odo aquello que te pareci ere ... (51). - Acer ca de la opi ni n de los lectores de la I
a
part e, al
pri nci pi o de la 2
a
, val i ndose de la medi aci n de los personaj es, no hay que olvidar lo que don Q uijote le
pregunt a a Sancho: ... di me, Sancho ami go: qu es lo que di cen de m por ese l ugar? En qu opi ni n
me tiene el vul go, en qu los hi dal gos y en qu los cabal l eros? (I I , cap. I I , 55). Sancho y Sansn
Car r asco han de satisfacer la curi osi dad del Manchego.
2 2
Nos referimos, claro est, a la obra teatral de PI RANDELLO titulada Seis personajes en busca de autor.
23
Co mo es de suponer, pens amos especi al ment e en El arte nuevo de hacer comedias ... y en los
cap t ul os finales del pr i mer Quijote en que se barajan l os pr obl emas de pr ecept i va literaria y de r ecepci n
de las obr as. - T nga s e pr esent e, asi mi smo, que un escri t or c omo Mat eo Al emn no vaci l a en escri bi r dos
pr l ogos par a l a pr i mer a part e de su Guzmn de Alfarache, el uno di ri gi do Al vul go y el ot ro Del
mi s mo al di scret o l ect or (ut i l i zamos la ed. de F RANCI SCO RI CO, Bar cel ona: Pl anet a, 1983; col . Cl si cos
Uni versal es Pl anet a; vanse respect i vament e 91 y 93) .
24
Vanse los trabajos siguientes: ROBERT ESCARPI T, Sociologie de la littrature (Pars: P. U. F . ,
1958); id. et al., Le littraire et le social. Elments pour une sociologie de la littrature (Paris:
F l ammar i on, 1970). - V a s e adems, aunque los autores no pert enezcan al grupo de Escarpit: J ACQ UES
LEENHARDT y P. J Z SA, Lire la lecture. Essai de sociologie de la lecture (Paris: Le Sycomor e, 1982).
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TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 99
sectores eruditos y populares, ms all de las particularidades de los diferentes grupos so-
ciales, peca por su radicalismo, porque lo que domina es la interaccin, la geminacin
cultural
25
. Por ello, Hans Robert Jauss ha insistido sobre la lectura real de las obras y
ha valorado el concepto de recepcin, dndole importancia a la nocin de horizonte
de expectacin colectiva, el cual corresponde a la espera de tal tipo de obra, de tal ti-
po de planteamiento o de creacin artstica, en relacin con un momento histrico de-
terminado
26
.
Bien podra venir al caso, desde este punto de vista, el problema tan discutido de la
popularidad de los libros de caballeras en la poca de la cual nos ocupamos. El xito
editorial es incuestionable a lo largo del siglo XVI, a pesar de un declive despus de los
aos 1550, que se acenta a partir de 1590
27
. Pero el precio alto de estos libros parece in-
dicar que sus lectores pertenecan a las clases privilegiadas de la sociedad y ms directa-
mente a los grupos aristocrticos, ya que el universo que se manifiesta en dichas obras es
el suyo
28
. Habra que tomar pues con mucha cautela los testimonios suministrados por el
Quijote que, como obra de arte, no puede ser fiel trasunto de la realidad, aunque en l
tanto el primer ventero como Maritornes y la hija de la ventera por ejemplo demuestren
un buen conocimiento de esa literatura, y afirme el segundo ventero en un trozo muy co-
nocido:
...tengo ah dos o tres dellos [libros de caballeras], con otros papeles, que verdaderamen-
te me han dado la vida, no slo a m, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la
siega, se recogen aqui, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay algunos que saben
leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodemonos del ms de treinta, y est-
mosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas...
29
Sin embargo, es necesario formular varias observaciones sobre el particular. Lo pri-
mero que hay que decir es que los crticos que han negado la popularidad de los libros de
caballeras han confundido compra y lectura de una obra, operaciones que pueden no
coincidir en absoluto. Por otra parte, si bien el ndice de analfabetismo es muy importan-
te en la Espaa de los Austrias (como en toda Europa) no hay que olvidar los progresos
de la alfabetizacin en el siglo XVI, especialmente entre las capas medias en constante
desarrollo en un pas en plena expansin econmica y demogrfica durante el reinado de
Carlos V y una buena parte del de Felipe II
30
. Sabemos adems que los libros circulaban,
25
Vanse en part i cul ar: Les intermdiaires culturis ( Ai x- en- Pr ovence: Ed. de l ' Uni ver si t de
Provence, 1981); Les mdiations culturelles (domaine ibrique et latino-amcain) (Paris: Publ i cat i ons
de l ' Uni versi t de la Sorbonne Nouvel l e, 1989).
2 6
Vanse: HANS ROBERT J AUSS, Pour une esthtique de la rception (Paris: Gal l i mard, 1978); Id.,
La literatura como provocacin (Barcel ona: Pen nsul a, 1976). Vase adems el vol umen col ect i vo:
Esttica de la recepcin (ed. de J UAN ANTONI O MAY ORAL, Madri d: Arco/ Li bros, 1987).
27
Vase M XI ME CHEVALI ER, Sur le public du romn de chevalerie ( Bor deaux: I nstitut d' Et udes
Ibriques et Ibro-amricaines, 1968), 2-4.
28
Ibid., 10-14.
29
I , cap. XXXI I , 393.
30
Acer ca de l os pr ogr esos de la al fabet i zaci n en el Si gl o de Or o, vase BARTOLOM BENNASSAR,
Les rsi st ances ment al es (en el vol umen col ect i vo Aux origines du retard conomique de l'Espagne,
XVf-XlX" sicles, Paris: C.N.R.S., 1983, 117-131), 119-128 (L'alphabtisation, La lecture et les
livres).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
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aunque no fuera ms que por prstamo. Sobre todo, no hay que perder de vista que las
lecturas colectivas eran frecuentes, lo que permite explicar que varios textos destinados
en principio a lectores privilegiados hayan podido lograr una gran difusin
31
. Asimismo
la aficin por la materia caballeresca entre las diversas clases de la poblacin (an las n-
fimas) se halla puesta de relieve por los pliegos sueltos. En efecto, a partir de los veinte
primeros aos del siglo XVI se publican bajo tal forma historias condensadas de aventu-
ras caballerescas (entre 4 y 32 hojas): Flores y Blancaflor, el Conde Partinoples, Olive-
ros de Castilla y Arts de Algarbe, Roberto el Diablo, etc.
32
Se puede conjeturar que el xito de los libros de caballeras debi de alcanzar a todos
los grupos sociales, y tanto a hombres como a mujeres, segn lo corroboran varios ejem-
plos, y entre ellos el de Teresa de vila, quien evoca su entusiasmo y el de su madre por
estos textos
33
. Es que dichas obras son relatos maravillosos que derivan de la materia de
Bretaa (con sus prodigiosas hazaas, sus pruebas iniciticas, sus amoros y su erotis-
mo, sus filtros y sus encantamientos). Han seducido a amplios sectores de la poblacin
(tanto lectores como oyentes) porque daban acceso a un sistema de representacin vincu-
lado a las mentalidades mgicas, dominantes en el Siglo de Oro
34
, lo que explica la inqui-
na de los erasmistas contra tales libros, y no slo por las razones morales generalmente
aducidas
35
. Dichas obras daban la oportunidad a los que las saboreaban de ensimismarse
en un conjunto de creencias tradicionales con las cuales estaban familiarizados. El apego
por los libros de caballeras y las historias caballerescas cuando las hazaas de los caba-
lleros ya no tenan ninguna realidad por haber cambiado fundamentalmente el arte de la
guerra desde finales del siglo XV y haberse instaurado otras relaciones econmicas y so-
ciales, corresponde al deseo generalizado de conservar, gracias al poder de la ficcin y
de la imaginacin, un mundo mtico que se estaba derrumbando, y cuya cada se hallaba
acentuada por la ideologa del Estado contrarreformista.
Adems, esta reaccin se encuentra asimismo en Francia en esa poca, lo que da un
renovado inters a las afirmaciones del segundo ventero. En efecto, Giles Picot, seor de
Gouberville, un noble campesino de razonable hacienda, afincado en Normanda en el si-
glo XVI (muere en 1578, o sea unos treinta aos antes de la publicacin de la primera
31
Vase ANTONIO RODRGUEZ-MOINO, Construccin crtica y realidad histrica en la poesa
espaola de los siglos XVI y XVII ( Madr i d: Cast al i a, 1965) por lo que hace al pr i mer aspect o y los
t rabaj os de MARGI T F RENK ya ci t ado por l o que hace al segundo (cf. supra not a 16).
32
Vase por ej empl o M
a
C. GARC A DE ENTERR A, Literaturas marginadas, op. cit., 36.
33
Vanse por ej empl o los trabajos cl si cos de F RANCI SCO RODR GUEZ MAR N, La l ect ura de los
l i bros de cabal l er as ( Apndi ce a su ed. del Quijote, 10 vol s. , Madr i d: At l as, 1947- 1949, t. I X, 57- 68) ;
MART N DE RI Q UER, Cer vant es y l a cabal l er esca (en Summa cervantina, ed. de J . B. AVALLE- ARCE y E.
C. RI LEY , London: Tamesi s Books , 1973, 273- 292) ; cf. 284- 286 ( Los l i bros de cabal l er as y el
pbl i co) ; I RVI NG A. LEONARD, LOS libros del conquistador ( Mxi co- Buenos Ai r es: F . C. E. , 1953, 26 y
ss. ); et c. En contra, M. CHEVALI ER, Sur lepublic du romn de chevalerie, 6 y ss.
34
Vanse AUGUSTI N REDONDO, La religin popul ai re espagnol e au XVI
e
sicle: un terrain
d' affront ement ? (en Culturas populares: diferencias, divergencias, conflictos, Madri d: Casa de
Vel zquez-Uni versi dad Compl ut ense, 1986, 326-369; cf. 358 y ss.); CARMELO LI S N TOLOSANA, La
Espaa mental (2 vols. , Demonios y exorcismos en los Siglos de Oro y Endemoniados en Galicia hoy,
Madri d: Akal , 1990; cf. en particular I , 143 y ss.).
35
Vase por ejemplo MARCEL BATAI LLON, Erasrno y Espaa (Mxi co-Buenos Ai res: F . C. E. , 1966),
622 y ss.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 101
parte del Quijote), ha dejado un libro de memorias que permaneci indito hasta 1892
36
.
Pues este hidalgo que se ocupaba del cultivo de sus tierras, nos dice con referencia al da
6 de febrero de 1554, que sus trabajadores tuvieron que abandonar las faenas del campo a
causa de la lluvia. Para entretenerlos, despus de regresar a casa, les ley varios trozos
del Amads que escucharon gozosos durante buena parte de la tarde
37
.
Dentro del sistema de interacciones implicadas por la obra literaria, es indispensable
subrayar que el texto se halla estructurado parcialmente por las representaciones colecti-
vas de un grupo social o de una comunidad determinada as como por su enraizamiento
en un momento histrico preciso
38
. Es lo que Goldmann, siguiendo los pasos de Lukcs,
ha puesto de relieve al utilizar la nocin de estructura gentica y al buscar una corres-
pondencia homolgica entre la visin del mundo de un grupo especfico y los textos
ideados como expresin de tal visin. Es lo que hace en Le dieu cach donde pone en re-
lacin las caractersticas fundamentales de la obra de Racine y de los Pensamientos de
Pascal con la visin del mundo del grupo de los jansenistas
39
. Claro est que tal corres-
pondencia peca por el rigorismo que implica y que slo en casos privilegiados puede
ocurrir tan perfecta coincidencia. Lo que domina en efecto son las geminaciones cul-
turales entre los diversos grupos sociales
40
. Por ello en sus trabajos posteriores tuvo
que admitir que poda no existir siempre, aparentemente, una homologa absoluta en-
tre la realidad social y su representacin literaria
41
. Por esta razn, los seguidores de
Goldmann -el punto de llegada de esta corriente es la sociocrtica actual con sus diver-
sas tendencias- han intentado subsanar tales dificultades. No obstante, los tericos de di-
cha sociocrtica, al jugar con varias destructuraciones y restructuraciones, sociolec-
tos y sociogramas no han sabido apartarse en todos los casos de una penosa
logomaquia, de modo que, a veces, las aplicaciones prcticas corresponientes no son
convincentes. Adems, los trabajos emprendidos no se fundamentan siempre en un cono-
36
El Journal du Sire de Gouberville (hasta el ao 1552) fue publ i cado en 1892 y 1895 por la
Soci t des Ant i quai res de Nor mandi e (Rouen-Pari s). Pero ya entre 1870 y 1872 se hab an publ i cado
varios extractos en el Journal de Volognes. Luego, en 1879, el abate A. Tol l emer di o una edi ci n de
abundant es t rozos con coment ari os de la part e del texto que correspond a a los aos 1553-1562. Est a
edi ci n es la que ha vuel t o a est ampar E. LE ROY LADURI E, acompaada de una i nt roducci n, Un sire de
Gouberville, gentilhomme campagnard du Cotentin de 1553 1562 (Pari s-La Haye: Mout on et C
Mai son des Sci ences de l ' Homme, 1972). Es la que ut i l i zamos.
37
Ibid, 205 (Herberay des Essart s hab a t raduci do el Amads de Gaula al francs en 1540).
38
Vanse J EAN-LOUI S CABANES, Critique littraire et sciences humaines (Toul ouse: Privat, 1974);
G. DELF AU y A. ROCHE, Histoire. Littrature. Histoire et interprtation du fait littraire (Paris: Seuil,
1977).
39
LUCI EN GOLDMANN, Le dieu cach (Paris: Gal l i mard, 1956). Vanse adems: Id., Recherches
dialectiques (Paris: Gal l i mard, 1959); Id., Pour une sociologie du romn (Paris: Gal l i mard, 1964).
4 0
Vase supra not a 25.
41
Vase L. GOLDMANN, La sociologie de la littrature: situation actuelle et probl mes de mt hode
(en Revue internationale des sciences sociales, XI X, 1967, 531-554); Id. (ed. ), Littrature et socit.
Problmes de mthodologie en sociologie de la littrature (Bruxel l es: Uni versi t libre de Bruxel l es,
1967).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
102 AUGUSTIN REDONDO
cimiento suficiente de la Historia, en particular de la historia econmico-social y de la
historia de las mentalidades
42
.
Lo que s parece atinado, sin embargo, es el concepto de estructura gentica de los
textos -empleado por Goldmann- que insiste en la nocin de sistema. As, formas y con-
tenidos estn en ntima correspondencia y en relacin con las ideologas y mentalidades
de manera que evolucionan como sistemas histricos, o sea en conexin con los signifi-
cativos cambios socio-histricos.
De todas formas, lo que no tenemos que olvidar, al analizar el entramado de vnculos
entre texto y contexto, es que el autor es mediador entre una herencia cultural de la que
es depositario (las diversas tradiciones que llegan hasta l), la coyuntura histrica que se
le impone (con las particularidades sociales correspondientes) y la parte de innovacin y
de organizacin de los elementos que le es personal. De tal modo, y gracias al principio
de intertextualidad, se elabora el sistema de representacin que se vierte en el texto.
Pero, como ha vuelto a repetirlo ltimamente Fernand Braudel, el historiador de la
larga duracin, en su postuma Gramtica de las civilizaciones, a cada poca histrica
(segn los criterios de mediana duracin) le corresponde cierto tipo de mentalidad colec-
tiva dominante, enraizado muchas veces en pocas anteriores. Esta mentalidad, influen-
ciada a su vez por la coyuntura y por tal o cual visin particular, penetra el conjunto de la
sociedad, dicta actitudes y comportamientos
43
. De ah que la historia de las mentalidades,
y la antropologa histrica y cultural sean tan importantes a la hora de plantear el proble-
ma de las conexiones entre texto y contexto histrico-social, o cual supone un vaivn in-
cesante y dialctico entre los dos polos
44
.
Son pues estos aspectos los que quisiramos examinar de aqu en adelante, de un mo-
do prctico, insistiendo en unos cuantos puntos: 1/ modelos culturales, momento histri-
co y texto; 2/ condicionamiento histrico-social y texto; 3/ texto y comportamientos so-
ciales.
La mayora de los estudiosos del Lazarillo estn de acuerdo para decir que la obra se
escribi por los aos de 1550. Y sabido es que el texto -la autobiografa de Lzaro de
Tormes, el pregonero toledano- se presenta como una carta dirigida a Vuestra Merced
4 2
Acerca de la posicin de la sociocrtica actual, vanse: P. Z I MA, Pour une sociologie du texte
littraire (Pars: U. G. E. , 1978; col. 10/18); CLAUDE DUCHET (ed. ), Sociocritique (Pars: Nat han, 1979); R.
ROB N y M. ANGENOT, L' i nscri pt i on du di scours social dans le texte littraire (en Sociocriticism, I,
1985, 53-83); EDMOND CROS, Literatura, ideologa y sociedad (Madri d: Gredos, 1986); etc.
4 3
Vase F ERNAND BRAUDEL, Grammaire des civisations (Paris: Art haud-F l ammari on, 1987),
54-60.
4 4
Sobre la historia de las ment al i dades, entre una abundant e bibliografa, vanse: MI CI I EL VOVELLE,
Idologies et mentalits (Paris: F rancoi s Masper o, 1982); PHI LI PPE ARI ES, artculo Ment al i t s (en La
Nouvelle Histoire, vol. col ect i vo dirigido por J . LE GOF F , R. CHARTI ER y J . REVEL, Pari s: CEPL, 1978,
402-423) y el reciente artculo de sntesis de ARLETTE J OUANNA, Littrature du XVf sicle et histoire des
mentalits (en el vol. colectivo Les mthodes du discours critique dans les tudes seizimistes, Paris:
*CDU-SEDES, 1987, 101-109).-Por lo que hace a la antropologa histrica y cultural, vase por ejemplo
el artculo correspondiente de ANDR BURGIRE en La Nouvelle Histoire, op. cit., 37-61.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 103
para contarle el caso de que se trata, caso que ha provocado mltiples comentarios, pero
que se viene analizando, generalmente, sea como el mnage trois, sea como la ilustra-
cin del arte de medrar
45
. La crtica ha insistido en la tradicin cultural de la epstola, ese
medio dilogo, poniendo de relieve la utilizacin frecuente del gnero epistolar por los
humanistas y de una manera general por los letrados del siglo XVI, en particular entre
1540 y 1560
46
. Pero es necesario que nos fijemos de manera ms precisa en las caracte-
rsticas materiales de las tres primeras ediciones conocidas, las de 1554 (Burgos, Alcal
y Amberes), lo que entra de lleno en el estudio sociolgico de la literatura
47
. Las tres se
presentan de una manera parecida
48
: un librito humilde (un octavo por lo que hace a Bur-
gos y Alcal, un dozavo por lo que se refiere a Amberes) de 46 a 48 folios, lo que signifi-
ca un precio bajo y una gran facilidad para llevarlo en la faltriquera. Las ediciones que
nos interesan ms aqu son las dos castellanas por haber sido elaboradas en la tierra en
que nace el texto. Poseen las mismas peculiaridades bsicas: la impresin se ha hecho
con tipos gticos, muy desgastados por lo que hace a Burgos, y ambas tienen una vieta
en la portada, relacionada con el tema del texto (el destrn y el ciego en la edicin de Al-
cal, el mozo y el clrigo en la de Burgos, lo que no poda sino hacer pensar de antemano
en unas situaciones tpicas) y un ttulo llamativo: La vida de Lazarillo de Tormes y de
sus fortunas y adversidades. De cara al pblico y a los lectores potenciales, el texto reu-
na todos los componentes de la literatura de cordel contempornea: impresin humil-
de y de pocos folios, tipos gticos, gastados muchas veces, vietas ilustrativas, ttulos
atractivos y, claro est, precio reducido.
Adems, el texto se presenta como la narracin de un caso, como una de esas relacio-
nes de sucesos que tanta difusin tuvieron en la Espaa de los Austrias, por ser la forma
primitiva de las gacetas
49
. Y efectivamente, lo que cuenta es un caso notable (estas pala-
bras aparecen un sin fin de veces en las relaciones), presentado, como se haca con fre-
cuencia, bajo la forma de una carta mandada por una persona a un destinatario de cierto
45
Vase por ej empl o V CTOR GARC A DE LA CONCHA, Nueva lectura del Lazarillo ( Madr i d:
Cast al i a, 1981), 27 y ss.
46
Vanse los l t i mos t rabaj os publ i cados sobr e el part i cul ar: DOMI NGO Y NDUR I N, Las cart as en
pr osa (en Literatura en la poca del Emperador, ed. de V CTOR GARC A DE LA CONCHA, Sal amanca:
Uni ver si dad, 1988, 53- 79) ; F RANCI SCO RI CO, Nuevos apunt es sobr e la cart a de Lzar o (en Id.,
Problemas del Lazarillo, Madr i d: Ct edr a, 1988, 73 y ss); AUGUSTI N REDONDO, El art e epi st ol ar de fray
Ant oni o de Guevar a: del Marco Aurelio a las Epstolas familiares (en Fray Antonio de Guevara y la
cultura del Renacimiento en Galicia, Lugo: Publ i caci ones de la Di put aci n, en pr ensa) .
47
Vase F . RI CHAUDEAU, La lisibilit. Langage, typographie, signes, lecture (Pari s: Danol , 1969).
Vans e adems : HENRI - J EAN MARTI N, Livres, pouvoirs et socit Pars aux XVlf sicle (1598-1701) (2
vol s. , Genve: Dr oz, 1969); ROGER CHARTI ER, Lectures et lecteurs dans la France d'Ancien Rgime
(Pari s: Seui l , 1987; cf. L' i mpr i m dans l a cit: i mages et t ext es, 101 y ss. ); PHI LI PPE BERGER, Libro y
lectura en la Valencia del Renacimiento (2 vol s. , Val enci a: Edi ci ones Al f ons el Magnni m, 1987; cf. La
fabri caci n del l i br o, 27 y ss. ).
48
Ut i l i zamos el facs mi l de las tres edi ci ones publ i cado por ANTONI O P REZ G MEZ , con una
Not i ci a bi bl i ogrfi ca de Enr i que Mor eno Bez (Ci eza: ... la font e que ma na y cor r e . . . , 1959).
49
Sobr e las rel aci ones de sucesos, vanse: HENRY ETTI NGHAUSEN, The New s in Spai n:
Relaciones de sucesos in t he Rei gns of Phi l i p I I I and I V (en European History Quaterly, XI V ( 1984) ,
1-20); AUGUSTI N REDONDO, Les relaciones de sucesos dans l ' Es pagne du Si cl e d' Or : un moyen
pri vi l egi de t r ansmi ssi on cul t urel l e (en Les mdiations culturelles, op. cit., 55- 67) .
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
104 AUGUSTIN REDONDO
rango, para comunicar mayor autenticidad a lo que se deca
50
, sin olvidar que tambin
podan ser annimos tales textos
51
.
Por otra parte, si bien existan vidas de santos en libros de cordel como la de San
Amaro o la de San Onofre
52
, o asimismo narraciones de tipo caballeresco como La es-
pantable y admirable vida de Roberto el Diablo
33
, no parece que hubiera salido ninguna
relacin parecida a la que se publica despus de 1550 y evoca la vida de Lzaro. La no-
vedad del tema y de la presentacin autobiogrfica que daba visos de veracidad a la na-
rracin -no hubiera extraado la inclusin en el ttulo del adjetivo verdadero, tantas ve-
ces utilizado en las relaciones
54
-, la bajeza y la aparente historicidad del personaje, las
burlas y el evidente anticlericalismo de la obrita, en consonancia con el que experimenta-
ban muchos pecheros
55
, todo estaba reunido para que este libro de cordel gozara de am-
plia difusin entre lectores y oyentes comunes y para que fuera ms o menos desdeado
por los doctos. Bien se comprende que el caso evocado conduzca a un rgido humanista
como Zurita a utilizar el trmino hablillas con relacin al Lazarillo
5
*'. Bien se com-
prende asimismo que, en plena poca de cerrazn represiva, la del concilio de Trento, a
raz de descubrirse los ncleos luteranos de Valladolid y Sevilla, el librito le haya pareci-
do peligroso al Santo Oficio y lo haya incluido en el primer ndice inquisitorial general,
el que se publica en 1559
57
. De tal modo se cortaba el paso a un texto considerado como
daoso tanto ms cuanto que el xito alcanzado era revelador de la espera suscitada, vin-
culada al horizonte de expectacin de los receptores. Slo que al mismo tiempo se impe-
da el desarrollo de la nueva frmula narrativa ideada por el autor, la cual no podra surtir
efectos positivos sino unos cuarenta aos despus, con el Guzmn de Alfarache.
No obstante, quien bien se haba dado cuenta del fundamental inters de esa nueva
tcnica narrativa, es el autor del Viaje de Turqua, ese magnfico fruto del erasmismo es-
5 0
Ibid., 56-57.
51
Ibid.
52
Sobre La vida del bienaventurado San Amaro de la cual existen por los menos tres edi ci ones del
siglo XVI (una, de Burgos: J uan de J unta, 1552), vase el est udi o de CARLOS ALBERTO VEGA, Hagiografa
y literatura (Madri d: El Crot al n, 1987). - Por lo que hace a La vida de San Onofre, se conoce una
edi ci n gtica, que debe ser de los pri meros aos del siglo XVI y se i mpr i mi tal vez en Val enci a ( Vase
ANTONI O PALAU Y DULCET, Manual del librero hispanoamericano, 2" ed., t. XXVI , Barcel ona-Oxford:
Ant oni o Pal au Dul cet -The Dol phi n Book, 1975, n 363214).
5 3
Vase J . CARO BAROJ A, Ensayo sobre la literatura de cordel, 324, y sobre todo, M
a
C. GARC A DE
ENTERR A, Literaturas marginadas, 78- 88.
54
Vase A. REDONDO, Las relaciones de sucesos ... , 56.
55
Vase AUGUSTI N REDONDO, La religin populaire espagnol e ..., 344-346; Id., Le di scours
d' opposi t i on des groupes ruraux face au pouvoi r eccl si ast i que, dans la Castille du XVI
C
sicle. Anal yse
de quel ques exampl es (en Les discours des groupes domines, Paris: Publ i cat i ons de la Sor bonne
Nouvel l e, 1986, 37-47). - Acer ca del ant i cl eri cal i smo en el Lazarillo (con nuevos dat os), cf. Id., A
propos des chapi t res VI et VI I du Lazarillo de Tormes: quel ques donnes nouvel l es (en Mlanges
offerts Maurice Molho, I , Pari s: Edi t i ons Hi spani ques, 1988, 491 -514).
56
Vase supra not a 8.
57
Es posi bl e que ya antes el Consej o de la I nquisicin haya pedi do a los inquisidores de los
di versos distritos inquisitoriales que recogi esen la obrita. Hemos revi sado cui dadosament e la
correspondenci a entre la Supr ema y los di versos tribunales - q u e est en el Archi vo Hi st ri co Naci onal de
Ma dr i d- ent re los aos 1550 y 1559 y no hemos encont rado ni ngn document o sobre este punt o (verdad
es que falta al gn que otro libro de cart as mi si vas).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 105
paol, escrito por los aos de 1555. El libro, tambin annimo, qued sin publicar hasta
el siglo actual. En esta obra, y dentro del marco del dilogo, aparece la falsa autobiogra-
fa de Pedro de Urdemalas, antiguo prisionero de los Turcos, que ha conseguido fugarse
del imperio de Constantinopla. Cuenta a sus interlocutores, Juan de Voto a Dios y Mata-
lascallando, la vida que ha llevado y las aventuras que ha tenido
58
.
Ms all del debate escolstico, el dilogo renacentista que tiene su punto de arran-
que en Platn, Cicern y sobre todo en Luciano, renovado ste muchas veces por la ins-
piracin erasmista, corresponde a una verdadera apertura humanista
59
. No slo da la posi-
bilidad de que se barajen opiniones diferentes sin que el autor tenga que determinarse en
pro de una de ellas, sino que al confrontar puntos de vista permite el descubrimiento de
la alteridad
60
. No por nada es el Renacimiento la poca de los grandes viajes y de los
contactos entre civilizaciones diferentes. Esa simpata que late en nuestro texto por el
mundo turco a pesar de las lacras que se denuncian, esa manera que tiene Pedro de exal-
tar el amor por la verdad y la justicia de los Otomanes, la pureza de su fe, el acendra-
miento de su religin y la tolerancia que manifiestan, cuando en Espaa ocurre todo lo
contrario, se vierten fcilmente en el dilogo. En efecto, Juan y Mata pueden poner en te-
la de juicio algunas afirmaciones de Pedro, expresar sus dudas, etc., lo que en realidad
comunica ms fuerza todava a esa visin de la nacin espaola al revs, que se tendra
que enderezar rpidamente.
Por otra parte, si bien se pone de relieve el enfrentamiento entre las dos potencias en
el Mediterrneo, tambin dice Pedro que Solimn es el heredero del imperio cristiano de
Constantinopla y por ello, como lo afirma el Sof de Persia, el Gran Turco es medio
christiano y desciende dellos (435). No sera pues posible que los dos imperios -el de
Carlos V y el de Solimn- que por traslatio imperii descienden del de Roma, pudieran
concertarse para establecer un nuevo equilibrio en el Mediterrneo (el mare nostrum est
perdiendo parte de su importancia a favor del Atlntico) y salvaran al viejo mundo? A
pesar de que el prlogo -escrito despus del texto y tal vez como mero artificio^ incita al
soberano espaol a luchar contra el Turco, no se desprende del Viaje de Turqua, gra-
cias al dilogo, la posibilidad de una nueva geopoltica, en consonancia hasta cierto pun-
58
Ut i l i zamos la edicin de F ERNANDO GARC A SALI NERO (Madri d: Ct edra, 1980). Sobre la
ori ent aci n del Viaje de Turqua, vanse: MARCEL BATAI LLON, Erasmo y Espaa, op. cit, 669 y ss. ;
ALBERT MAS , Les Tures dans la littrature espagnole du Sicle d'Or, 2 vols. (Paris: Cent re de Recherches
Hi spani ques, 1967); I , 105-155; M
a
SOL ORTOL , Un estudio del Viaje de Turqua. Autobiografa o
ficcin (London: Tamesi s Books, 1983); CLAUDE ALLAI GRE, Mucho va de Pedro a Pedro (Aspect s
i dol ogi ques et personnages exempl ai res du Viaje de Turqua) (en Bulletin Hispanique, XC (1988),
91-118); AUGUSTI N REDONDO, F ol kl ore, referencias hi st ri co-soci al es y t rayect ori a narrat i va en la prosa
cast el l ana del Renaci mi ent o. De Pedro de Ur demal as al Viaje de Turqua y al Lazarillo de Tormes (en
Actas del IX Congreso de la Asociacin Internacional de Hispanistas, publ i cada por SEBASTI N
NEUMEI STER, 2 vols. , F rankfurt am Mai n: Vervuert Verl ag, 1989, 65-88); etc.
5 9
Sobre el di l ogo en el Renaci mi ent o, vanse: J ES S G MEZ , El dilogo en el Renacimiento
espaol (Madri d: Ct edra, 1988); G. WY SS- MORI GI , Contributo alio studio del dialogo all'poca
dell'Umanesimo e del Rinascimento (Uni versi t di Monza: 1950); J ACQ UELI NE F ERRERAS, Les dialogues
espagnols du XVf sicle ou l'expression littraire d'une nouvelle conscience, 2 vols. (Paris: Di di er,
1985); etc.
60
Sobre este punt o, vase Les reprsentations de l'Autre dans Vespace ibrique et ibro-amricain
(vol. col ect i vo dirigido por A. REDONDO, Pari s: Presses de la Sorbonne Nouvel l e, 1991).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
106 AUGUSTIN REDONDO
to con el pacifismo erasmiano?
61
Por eso, tal vez, cuando Mata se refiere a la guerra que
los cristianos podran ganar contra los Otomanes, aprovechndose de las discordias entre
stos y los Persas, Pedro contesta: Ganaremos si Dios fuere servido, y si no se tiene de
servir, no lo queremos (437). Adems, entre burlas y veras, no se sugiere que Pedro, el
cristiano de nuevo cuo, es hermano de sangre de algunos Turcos (y Turcas!) (499).
Pero el condicionamiento histrico-social puede ser, algunas veces, mucho ms di-
recto y orientar ms an la composicin del texto.
Hace ya tiempo, hemos puesto de relieve que el personaje del escudero, que aparece
en el Lazarillo, corresponde a una categora social nobiliaria venida a menos a partir de
finales del siglo XV por la transformacin del arte de la guerra. Est pues en plena muta-
cin en la primera mitad del siglo XVI y tiene que buscar un nuevo modo de subsistencia
fuera de su ambiente tradicional (en la mayora de los casos entrar a servir a un ttulo).
De su nobleza, no le quedan ya al escudero sino unos retazos y est viviendo un verdade-
ro drama, de manera que es ms digno de compasin que de escarnio
62
.
No obstante, el escudero no sale bien parado ya que en la obra se pone de manifiesto
esa vacuedad de la negra honra que no le impedira transformarse en bufn adulador de
algn ttulo. Es que el Lazarillo se inserta de lleno en la corriente reformadora contempo-
rnea que ha provocado el debate de los aos 1545 entre fray Diego de Soto (el tradicio-
nalista) y fray Juan de Robles (el reformador) acerca de las relaciones entre pauperismo,
mendicidad y beneficencia, corriente que preconiza radicales modificaciones del sistema
vigente de la asistencia
63
.
El escudero es el tipo mismo del pobre vergonzoso (o envergonzante) de que hablan
los tratadistas de la poca, o sea el que gozaba de cierta categora social y haba venido a
menos por causas econmicas -no hay que olvidar lo que ha podido representar la revo-
lucin de los precios en el siglo XVI para los que perciban rentas ms o menos fijas
64
-.
61
Sobr e est e t ema, vase especi al ment e ERASME, Querr el paix (i nt roducci n, t ext os escogi dos,
coment ar i os y not as por J EAN- CLAUDE MARGOLI N, Pari s: Aubi er - Mont ai gne, 1973).
62
Vase AUGUST N REDONDO, Hi st ori a y literatura en el Lazarillo de Tormn (en La picaresca.
Orgenes, textos y estructuras, Madr i d: F . U. E. , 1979, 421- 435) .
63
Vans e los dos t ext os bsi cos: fray DOMI NGO DE SOTO, Deliberacin en la causa de los pobres
( Sal amanca: J uan de J unt a, 30- 1- 1545) ; fray J UAN DE ROBLES, De la orden que en algunos pueblos de
Espaa se ha puesto en la limosna para remedio de los verdaderos pobres ( Sal amanca: J uan de J unt a,
20- 3- 1545) . Los dos t ext os han vuel t o a reedi t arse j unt os hace unas dcadas ( Madr i d: I nst i t ut o de
Est udi os Pol t i cos, 1965; ut i l i zamos est a edi ci n) . Sobr e est e debat e, vanse ms di r ect ament e: MI GUEL
CAVI LLAC, Introduccin a su ed. del Amparo de pobres de Cri st bal Pr ez de Her r er a ( Madr i d:
Es pas a- Cal pe, 1975; col . Cl si cos cast el l anos, n 199); AUGUST N REDONDO, Pauper i s mo y mendi ci dad
en Tol edo, en poca del Lazarillo (en Hommage des Hispanistes francais a Noel Salomn, Bar cel ona:
Lai a, 1979, 703- 724) ; J OS ANTONI O MARAVALL, Pobr es y pobr eza del medi evo a la pr i mer a
moder ni dad (en Cuadernos Hispanoamericanos, n 367- 368, ener o- f ebr er o de 1981, 1-54); Id., De la
mi ser i cor di a a la j ust i ci a social en la econom a del t rabaj o: la obr a de fray J uan de Robl es (en Utopa y
reformismo en la Espaa de los Austrias, Madr i d: Si gl o XXI , 1982, 207- 246) .
64
Vase EARL J . HAMI LTON, El tesoro americano y la revolucin de los precios en Espaa,
1501-1650 (Barcelona: Ariel, 1975).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 107
Sin embargo, por no deshonrarse, no quiere abatirse a trabajar o a mendigar, de manera
que es necesario ayudarle
65
.
Precisamente, entre los aos 1544 y 1546, se aplica una reforma de la beneficencia
en varias ciudades castellanas y en particular en Toledo, la cual supone el castigo de los
pobres fingidos, ya que slo los pobres legtimos han de beneficiarse de la caridad pbli-
ca y nicamente en el lugar de su naturaleza
66
. Este contexto se refleja al principio del
Viaje de Turqua cuando se evoca el problema de los peregrinos, de los mendigos y de
los hospitales y asimismo en el tercer tratado del Lazarillo, cuando se alude a las medi-
das tomadas en la ciudad del Tajo. En efecto, Lzaro, transformado en pordiosero toleda-
no, ve llevar una procesin de pobres azotando por las cuatro calles
67
.
Pero el debate se transparenta de otra manera en el librito ya que en l se examina a
los tres tipos de pobres: al legtimo (el ciego), al fingido (Lzaro) y al vergonzoso (el es-
cudero) y ninguno sale airoso del examen
68
.
65
He aqu lo que escri b a DOMI NGO DE SOTO: ... hay t ambi n muchos de buena sangre que est n en
pobr eza, o por que per di er on sus haci endas o por que son escuder os, los cual es no apr endi er on ofi ci o ni
t i enen art e de vivir, y st os no por eso son obl i gados a abat i rse a ofi ci os vi l es y t rabaj osos par a
mant ener se, si no que j us t ament e pueden pedi r l i mosna ... (Deliberacin ..., 76) . No obst ant e, confi esa
r pi dament e que st os no mendi gar n: Son los Espaol es de tal condi ci n que preci an ms la honr a que
l a vi da, y t er mi nan por mej or padecer hambr e que publ i car l a (Ibid., 98) . Hay que ayudar l es pues, per o
en secret o (Ibid.). En el debat e con Sot o, fray J uan de Robl es no ext r ema sus posi ci ones con rel aci n a
los envergonzant es. No define a est a cat egor a (ni habl a de los que vi ni eron a menos, como di versos
nobl es) y afirma que se les ha de proveer, en particular con las cant i dades que la reforma de la
benefi cenci a permi t a j unt ar (De la orden ..., 208).
6 6
Vase sobre el particular: A. REDONDO, Pauperi smo y mendi ci dad en Tol edo .... Acerca del
pr obl ema general del pauper i smo y de la asistencia en la ci udad del Tajo, vase Hilario RODR GUEZ DE
GRACI A, Asistencia social en Toledo, siglos XVI-XV11 (Tol edo: Caja de Ahor r o Provi nci al de Tol edo,
1980). Puede consul t arse t ambi n LI NDA MARTZ , Poverty and Welfare in Habsburg Spain (Cambri dge:
Cambr i dge Uni versi t y Press, 1983).
6 7
Como en nuest ros trabajos anteriores sobre el Lazarillo, utilizamos la ed. de ALBERTO BLECUA
(Madri d: Cast al i a, 1974). Vase 143.
68
El ci ego, por ser un i mposi bi l i t ado, no puede trabajar y ganar se la vi da: es el pobr e legtimo por
excel enci a, as c omo el escuder o es el pobr e vergonzoso (cf. supra, not a 65) . El cas o de Lzar o es ms
compl ej o. A pr i mer a vi st a, l t ambi n par ece ser un pobr e ver dader o. Segn las concepci ones de
Domingo de Soto, lo es indudablemente cuando est sirviendo al escudero, ya que no tiene con qu
alimentarse. Siguiendo la posicin tradicional de la Iglesia, el dominico considera en efecto que todo
mendigo, por el mero hecho de pedir por Dios, viene a ser el pobre evanglico, imagen misma de Cristo
{Deliberacin ..., 86-87). A mayor abundamiento si tiene cualquier impedimento, por donde no pueda
sufrir tanto trabajo cuanto es menester para sus sustentacin (Ibid., 74). Desde este punto de vista,
Lzaro, enfermo y sin recursos al llegar a Toledo, es un pobre legtimo y es normal que las gentes le
asistan, dndole alguna limosna (Lazarillo, 129). Pero en cuanto se ha curado y quiere seguir
pordioseando, le consideran como un pobre fingido (gallofero, le llaman), de modo que le instan a que
busque un amo a quien servir (Ibid.). Se asienta entonces con el escudero, pero ste es incapaz de
sustentarle. Hubiera tenido pues que abandonar a este amo y buscar otro. En vez de hacerlo, se complace
en esta situacin de mundo al revs y paradjicamente es l quien va a ayudar al pobre vergonzoso. Para
ello, se transforma en mendigo, reanudando con su verdadero oficio, que ejerce con una autntica
maestra. El texto no puede ser ms explcito sobre el particular: ... trneme a mi menester. Con baja y
enferma voz [o sea aparentado estar enfermo, fingiendo ser un pobre legtimo, es decir engaando a la
gente] y inclinadas mis manos en los senos, puesto Dios ante mis ojos y la lengua en su nombre,
comienzo a pedir pan por las puertas y casas ms grandes que me pareca. Mas como este oficio le
hobiese mamado en la leche (quiero decir que con el gran maestro el ciego lo aprend), tan suficiente
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
108 AUGUSTIN REDONDO
El texto se sita en esa corriente reformadora que prev que a todos los pobres, inclu-
sive a los legtimos, hay que insertarlos, de una manera u otra, en el circuito de la pro-
duccin
69
.
Este modo de plantear el problema en una Castilla en pleno auge econmico es de
inspiracin burguesa y viene a coincidir indirectamente con las tesis luteranas que exal-
tan la fe y no dan ninguna importancia a las obras
70
. El valor fundamental del cristianis-
di sc pul o sal, que aunque en este puebl o no hab a cari dad ni el ao fuese muy abundant e, tan buena
maa me di, que antes que el reloj diese las cuatro ya yo tena otras tantas libras de pan ensiladas en el
cuerpo, y ms de otras dos en las mangas y senos (Ibid, 139). Lzaro se ha t ransformado en pobre
fingido, val i ndose de t odas las maas ut i l i zadas por los fal sos mendi gos y cosechando mucho ms
pan del que necesi t a, lo que le conduce a ensilarlo, r obndol es pues el sust ent o a los pobr es l eg t i mos.
Por ot ra part e, Lzar o, que t endr en ese moment o unos 14 o 15 aos y est sano, es capaz de trabajar,
por ej empl o, en el obraj e de los paos, per o t al sol uci n no l e vi ene a la ment e. - Bi e n se compr ender
que los reformadores i nt ent aran sanear tal est ado de cosas y recuperar para la pr oducci n esos brazos
i nt i l es y fuertes. Por el l o, fray J uan de Robl es afirma: Sucedi que muchos hol gazanes vi ci osos,
con nombr e y traje de pobr e, por no trabajr y andar se vagabundos, comenzasen a t omar por oficio el
mendi gar (De la orden ..., 156). Una de las medi das necesari as consi st e pues en recoger los
hurfanos y mochachos que ni ngn ampar o t i enen y i nst rui rl os en la doct ri na cri st i ana hast a que se
pongan en los oficios a que par eci er en ms i ncl i nados (Ibid., 209) . El t ol edano ALEJ O VENEGAS, en su
obra Primera parte de las diferencias de libros que ay en el universo, publ i cada en 1540 ( Tol edo:
J uan de Ayal a; ut i l i zamos la ed. facsi mi l ar de Tol edo: Ayal a, 1546; Barcel ona: Puvill, 1983) es t odav a
ms radi cal , si gui endo - a n ms que Ro b l e s - l as pi sadas de J uan Lui s Vi ves. l consi der a que hast a
ios pobr es l eg t i mos pueden ganar de comer, ej erci endo act i vi dades que se compagi nen con sus
achaques (fol. CLV r). Con ms razn hay que obl i gar a trabajar a esos pobres soph st i cos
sol apados, oci osos y vi ci osos, que por di osean, ost ent ando una desnudez [fingida] a la cual
acompaa un t embl or y una qui ebr a de voz flautada que par ece t an descaeci da y debi l i t ada que parece
cont ra razn poder andar el hombr e (fol. CLVI r). Y a en 1540, el Consej o Real hab a adopt ado unas
cuant as medi das, que daban nuevo vi gor a la vieja ley de Br i vi esca de 1387 - cas t i go de fi ngi dos y
vagabundos y obl i gaci n para los que se prendi eran de trabajar gr at ui t ament e- e i nci t aba a una
r ef or ma de la benefi cenci a. Est as medi das se publ i caron en 1544 y a raz de la publ i caci n, vari as
ci udades cast el l anas i nt roduj eron en su mbi t o una reforma de la asi st enci a. Es lo que hi zo Tol edo en
1546 y a el l o debe de referirse Lzar o al ver a los pobres azot ando por las Cuat r o Cal l es. Y a se
compr ende su espant o por que es un pobr e fi ngi do que por di osea fuera de su tierra, y la reforma
i mpl i ca su cast i go (cf. A. REDONDO, Pauper i smo y mendi ci dad en Tol edo ..., 716) . Per o adems, en
1552, se pregona La premtica que Su Magestad ha mandado hazer este ao de MDLII de la pena que
han de aver los Ladrones y Rufianes y Vagamundos y para que sean castigados los holgazanes ...
(i mpresa en Alcal: en casa de J uan de Brocar, 19-1-1553; nos servi mos de un ej empl ar de la B. N. M. ) . Si
el Lazarillo sali poco despus, t ambi n podr a referirse el texto a este cont ext o, que supon a el cast i go
del mozo, de prenderl o mendi gando.
69
Vase la not a precedent e.
70
El De subventione pauperum de J UAN LUI S VI VES, punt o de partida de los intentos reformadores
en Espaa, se halla en parte influido por la reforma de la beneficencia, de inspiracin luterana, l l evada a
cabo en 1522-1523 en las ci udades al emanas de Nur ember g y de Est rasburgo. Sobre el texto de Vi ves,
vase MARCEL BATAI LLON, J . -L. Vi ves, rformateur de la bienfaisance (en Ml anges August i n
Renaudet , Bibliothque d'Humanisme et Renaissance, XI V (1952), 141-158). - La s Ordenanzas de
Y pr es, que reformaban la asistencia a los pobres, se aplican en esa ci udad flamenca, en di ci embre de
1525, cuando Vi ves est aba redact ando su famoso tratado. Carl os V pi di el traslado de di chas
Ordenanzas antes de que se adopt aran en Castilla las medi das de 1540. Pero F el i pe I I , defensor de la
Cont rarreforma, supri me la reforma de la beneficencia i nt roduci da en Y pres, anul ando los textos que la
regan, por consi derarl os de sabor l ut erano. Es una de las pri meras deci si ones que t oma el monarca,
despus de subir al t rono en 1556.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 109
mo no es ya lo caridad sino el trabajo. Se trata de una redencin por el trabajo, nueva
norma del mundo pre-capitalista
71
.
Toledo es precisamente, hacia mediados del siglo XVI , una de esas ricas ciudades
manufactureras en que el obraje de la lana y de la seda, as como el comercio internacio-
nal, han ocasionado una llamativa prosperidad. En esta ciudad -como en Segovia- exis-
ten talleres importantes y un comercio muy desarrollado
72
.
El tiempo viene pues a cambiar de dimensin. Ya el que importa ms no es el tiempo
que fluye y nos acerca a la muerte, el tiempo de la Iglesia, organizado por ella, el de los
oficios divinos y oraciones, ritmado por los diversos toques de campana, sino el tiempo
laico del trabajo, el tiempo productivo, el del manufacturero y del mercader. Por ello el
reloj, que permite medir con precisin el tiempo del trabajo y del descanso, toma una im-
portancia decisiva en la civilizacin europea de aquel entonces
73
. En las activas ciudades
de Italia y de Flandes se han construido relojes de torre que dan las horas y permiten or-
ganizar la actividad diaria. A ello se alude en el Viaje de Turqua. Despus de su fuga de
Constantinopla, Pedro pasa por Italia y llega a Florencia, y es entonces cuando, irnica-
mente, les dice a sus interlocutores:aun en el relox pusieron los florentinos orden por-
que daba 24 y los oficiales se detenan en contar y perdan algo de sus jornales; hizieron
que no diese sino por gifra de seis en seis (358).
Paralelamente, en varias ciudades castellanas, se instalan relojes de torre en las pri-
meras dcadas del siglo XVI
74
. El reloj se transforma de tal modo en el smbolo de una
verdadera mutacin cultural, de la cual participa el propio Carlos V tan aficionado a los
relojes. De manera significativa, el trmino va a aparecer en varios ttulos de obras: des-
de ese Despertador de pecadores de los aos 1525 (que en la edicin de 1541 lleva grfi-
camente representado un reloj con sus pesas y su mecanismo) y ese Despertador del al-
ma de 1544 hasta ese Relox de enamorados de 1561, pasando por los guevarianos Relox
de Prncipes y Despertador de cortesanos
15
. En cada caso, se trata de ordenar las horas
de la actividad diaria segn el tema tratado. Unos aos ms tarde, con un Jernimo de
Osorio, el reloj viene a cobrar un valor poltico-mecnico ya que sus mecanismos van a
corresponder a las diversas partes de la repblica
76
.
71
Est a corriente burguesa y reformadora se apoya en el texto bblico: despus de la cada, Di os les
dijo a los pri meros padres que ellos y sus descendi ent es ganar an el pan de cada da gracias a su trabajo.
Acer ca del nuevo val or redent or del trabajo, vanse por ej empl o los est udi os de M. BATAI LLON y M.
CAVAI LLAC, ci t ados respect i vament e en las notas 70 y 63.
7 2
Vase LI NDA MARTZ y J ULI O PORRES, Toledo y los Toledanos en 1561 (Tol edo: Publ i caci ones del
I . P. I . E. T. , 1974). Dent r o de poco podr emos di sponer de la Tesi s (t odav a indita) de J ul i n Mont emayor
sobre Tol edo en la poca moder na, en que est udi a las caractersticas de la industria textil t ol edana.
7 3
Vanse sobre este punt o los trabajos siguientes: J ACQ UES LE GOF F , Pour un autre Moyen Age.
Temps, travail et culture en Occident (Pari s: Gal l i mard, 1977; cf. la I
a
part e del libro: Temps et t ravai l ,
17 y ss.); E. P. THOMPSON, Ti empo, di sci pl i na de trabajo y capi t al i smo industrial (en Tradicin,
revuelta y conciencia de clase, Barcel ona: Crtica, 1979, 239- 293) ; DAVI D S. LANDES, Revolution in Time:
Clocks and the Making ofthe Modern World (Cambri dge: Harvard Uni versi t y Press, 1983).
7 4
Vase AUGUSTI N REDONDO, Antonio de Guevara (14807-1545) et l'Espagne de son temps
(Genve: Droz, 1976), 530.
75
Ibid, 529-530.
7 6
Vase J OS ANTONI O MARAVALL, Estado moderno y mentalidad social (siglo XV a XVII) (2 vols. ,
Madri d: Revi st a de Occi dent e, 1972), 1,57.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
110 AGUSTIN REDONDO
Pero, para volver al Lazarillo, ese nuevo valor del tiempo desempea una importan-
cia clave al principio del tercer captulo, el del escudero, No estamos aludiendo aqu a la
disposicin temporal de la obra sobre la cual los crticos han disertado
77
, sino al paso -y
al peso- auditivo del tiempo entre el momento en que Lzaro da con el hidalgo y asienta
con l y el momento en que entran en la casa lbrega y oscura. No se oyen las campanas,
pero s se oye el reloj toledano, el que acompaa al trabajo en la rica ciudad del Tajo, y,
en nuestro episodio, la actividad de los personajes es inexistente. Se oyen dar las ocho
poco despus del encuentro y empiezan a andar los protagonistas, pasan por las activas y
opulentas plazas y transcurre el tiempo; dan las once, entran en la iglesia mayor, pasa el
tiempo y no ocurre nada. Ya salen del templo; sern las doce, el momento del paro para
comer y no ocurre nada. Da la una; el trabajo de la tarde ha vuelto a empezar, y no ocurre
nada. Entran en la casa lbrega y oscura, dan las dos y no ocurre nada.
En esta ciudad tan activa, el reloj, pardicamente, no ritma sino el tiempo del ocio de
los dos personajes que ni trabajan ni comen, el uno porque no quiere abatirse a ejercer
una actividad remunerada, el otro porque sirve a un seor que no tiene nada. Es como
una especie de anticipo proftico del desarrollo posterior del relato pues las actividades
bsicas sobre las cuales se ha edificado la riqueza de la ciudad apenas si se han de evocar
de soslayo en ese mundo al revs del Lazarillo. Y la trayectoria vital de Lzaro, en su de-
seo de medro, o sea de esa movilidad vertical tan tpica del reinado de Carlos V
78
, le ha
de conducir -si se deja de lado su experiencia con el capelln- a actividades de tipo ad-
ministrativo (que han contribuido a acelerar la ruina posterior de Espaa) y no a activida-
des de tipo productivo.
Pero, como sistema de representacin, el texto es asimismo revelador de los valores y
de los comportamientos sociales bsicos de lo sociedad o de una parte de ella.
Sabido es el papel fundamental que desempea el vestido. Corresponde en efecto al
respeto de las leyes sociales de la repblica, las cuales han codificado las diferencias se-
xuales y jerrquicas gracias a varios signos que han de captarse, exteriormente, en un
vestido especfico. Desde este punto de vista, el vestido traduce el paso de la Natura a la
Cultura
79
o sea que es la seal perceptible de la incorporacin social y ms all, de la in-
tegracin en una categora particular. El vestido es pues la manifestacin evidente de la
honra concebida como consideracin social.
No por nada atribuye tal importancia a su vestido el escudero del Lazarillo, as como
a los artefactos complementarios, entre los cuales figura la espada. Y cuando Lzaro
quiere medrar o sea cambiar de estado y subir en el escalafn social, lo primero que hace
7 7
Vase especi al ment e CLAUDI O GUI LLEN, La di sposi ci n t emporal del Lazarillo de Tormes (en
Hspame Review, XXV (1957), 264-279).
78
Vase J . A. MARAVALL, Estado moderno ..., I I , 3
a
part e, en particular 101 y ss.
7 9
Ut i l i zamos los concept os muy conoci dos empl eados por CLAUDE L VI - STRAUSS. Vase Les
structures lmentaires de la prente (Pari s-La Haye: Mai son des Sci ences de THomme- Mout on, 1973 ).
- Ac e r c a del papel social del vest i do, vase DANI EL ROCHE, La culture des apparences. Une histoire du
vtement, XVIf-XVIIf sicle (Paris: Fayard, 1989).
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 11 1
es cambiar de vestido, adoptar las marcas externas de la codificacin social correspon-
diente, como lo harn posteriormente Guzmn y Pablos. Por ello, el vestido desempea
un papel fundamental en los libros picarescos en un momento de crisis global de una so-
ciedad, la que corresponde a los ltimos aos del siglo XVI y los primeros del XVII. Es
lo que ilustra perfectamente el Guzmn de Alfarache. El protagonista no nace picaro sino
que viene a serlo, segn reza el ttulo del captulo 2 del libro segundo de la primera parte:
Dejando el ventero, Guzmn de Alfarache se fue a Madrid, y lleg hecho pcaro
so
. En
efecto, al no poder encontrar de comer, el jovenzuelo se va despojando de sus prendas de
vestir, se va desencuadernando dice el texto (258), hasta quedarse medio desnudo y
pedir limosna. Es decir que ya no se encuentra en una situacin de integracin social. Al
transgredir el cdigo relacionado con el vestido, al no pertenecer ya a ninguna categora
social determinada, el mozuelo que significativamente ensea parte de sus carnes, por
llegar a Madrid entre andrajos, se halla proyectado del lado de la Natura, est al margen
de la sociedad organizada. En otros trminos, el picaro nace del picao. Y la nica equi-
valencia que aparece bajo la pluma del narrador es la que remite al mundo de las galeras:
entr [en Madrid], hecho un gentil galeote (238).
De este modo, ya est anunciado el destino final del picaro al equiparar su condicin
con la de ese otro marginado harapiento, el galeote
81
. Pero al desprenderse de la codifica-
cin social bsica, el picaro adquiere un distanciamiento suficiente que le permite mirar
con otros ojos el funcionamiento de la sociedad al uso, y en particular las manifestacio-
nes de la honra, tan unidas al vestido. Es lo que va a hacer Guzmn desde la atalaya de
su desnudez, poniendo de relieve las particularidades del cdigo social, pero tambin in-
sistiendo sobre las perversiones de este cdigo
82
. Es sta la va que conduce al ascetismo
y a la fuga del mundo, la va que siguieron los ermitaos y los padres del desierto y ellos
tambin vivan entre harapos, al margen de la sociedad. El planteamiento final del texto
est pues en ciernes en este momento clave del relato.
Sin embargo, para volver al tema que nos ocupa, no se nos ha de escapar que el vesti-
do es, por consiguiente, como un libro (lo que bien capt Arcimboldo)
83
. Encierra un dis-
curso que la mirada permite descifrar, estableciendo de esta manera una comunicacin
social entre el que lleva las prendas y el que percibe el mensaje que le va destinado. '
80
Recor demos que ut i l i zamos la ed. de F . Ri co, publ i cada en Cl si cos Uni ver sal es Pl anet a (cf.
supra, not a 23) . Vas e 257.
81
Muy si gni fi cat i vament e, escri be J ER NI MO MEROLA en su Repblica general sacada del cuerpo
humano ( Bar cel ona: Pedr o Mal o, 1587; Bi bl . del Escor i al , 33. V. 26) : [l os j ueces ] el cr i men l i vi ano lo
cast i gan con una r epr ehensi n, con una crcel , con una pequea composi ci n. El ms gr ave con acot es,
con l a pi cot a. El gr av ssi mo con muer t e nat ural , o civil, que es una galera ... (fol. 216 r).
82
Al udi mos especi al ment e a l os cap t ul os 2- 4 del l i bro segundo de la I
a
part e que giran al rededor
del t ema de la honr a. - E n rel aci n con est e t ema, vase CLAUDE CHAUCHADI S, Honneur, morale et socit
dans l'Espagne de Philippe II (Par s: C. N. R. S. , 1984).
83
Vase esa evocaci n del bi bl i ot ecari o, compues t o ni cament e de libros. Ut i l i zamos la obra
si gui ent e: Arcimboldo le merveilleux (con una i nt r oducci n de ANDR PI EY RE DE MANDI ARGUES, Laus anne:
La Gui l de du Li vr e, 1977); cf. la r epr oducci n cor r espondi ent e en la p. 13.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
112 AUGUSTIN REDONDO
Nos estamos adentrando de tal modo en el sistema de sociabilidad que caracteriza a
una sociedad tanto como los otros elementos que hemos podido subrayar hasta aqu. Qui-
siramos pues estudiar ahora unos cuantos aspectos de esa sociabilidad, es decir de qu
manera los hombres que pertenecen a un mismo grupo social o a grupos diferentes se en-
cuentran, se asocian, viven juntos, participan de la vida en comunidad. Es lo que ha he-
cho el historiador Maurice Agulhon con relacin a la Provenza del siglo XVIII
84
.
Este estudio quisiramos llevarlo a cabo a travs de la segunda parte del Quijote.
Puede extraar que para estudiar la nocin de sociabilidad utilicemos un sistema de re-
presentacin, y adems un texto tan complejo y elaborado como el segundo Quijote. Pero
es que si los archivos nos hablan de la organizacin social de las cofradas y gremios y
de la actuacin de sus socios, no echan ninguna luz sobre esa sociabilidad difusa, inorg-
nica, que no obstante es la ms cotidiana y comn
85
, la que rige las relaciones -o sea los
intercambios sociales- entre los individuos. El texto literario, si no olvidamos sus carac-
tersticas, puede ayudarnos a rastrear el funcionamiento del cdigo social, a pesar de la
importancia, en el caso que nos interesa, de la irona cervantina y de la parodia constante
que rige la obra y falsea muchas veces las perspectivas. Dentro del conjunto de posibili-
dades que permiten acercarse al tema, vamos a escoger la sociabilidad aristocrtica.
Es evidente que tal sociabilidad se vincula a una tradicin de textos normativos que
rigen las relaciones entre nobles. Se trata en particular del Cortesano de Castiglione (tra-
ducido al castellano por Boscn en 1534) y del Galateo espaol, que Lucas Gracin Dan-
tisco, imitando en parte al Galateo italiano de Della Casa, publica en 1593, texto ste que
ha de tener mucha aceptacin entre los palaciegos de finales del siglo XVI y principios
del siglo XVII
86
.
Pero con la subida al trono de Felipe 111, en 1598, triunfa el aristocratismo. Se com-
plican las normas relacinales en el seno de la nobleza y los problemas planteados por la
multiplicacin de tratamientos y cortesas provocan la publicacin de una pragmtica en
1600 para cortar el paso a tales extravos. Sin embargo, el resultado no debi de ser satis-
factorio ya que se repiti el decreto en 1611
87
. Lo mismo ocurre con el boato de los trajes
84
Vase Pnitents et Francs-Macons de l'ancienne Provence. Essai sur la sociabilit mridionale
(Paris: F ayard, 1968). Vase adems del mismo autor, La Rpublique au vlage (Paris: Plon, 1970); Le
cercle dans la France bourgeoise, 1810-1848. Etude d'une mutation de sociabilit (Paris: Armand Colin,
1977). Vase asimismo Sociabilit, pouvoirs et socit (ed. de F . THLAMON: Rouen, Publications de
l'Universit de Rouen, 1987), as como las tiles reflexiones de NORBERT ELI AS, La civilisation des
moeurs (Paris: Calman Lvy, 1973).
85
Vase M. AGULHON, Pnitents..., 212.
86
He mos manej ado las eds . si gui ent es: B. CASTI GLI ONE, El Cortesano (t rad. de Boscn, est udi o
pr el i mi nar de M. MEN NDEZ PELA Y O, Madr i d: C. S. I . C, 1942); LUCAS GRACI N DANTI SCO, Galateo espaol
(est udi o, ed. y not as de M. MORREALE, Madr i d: C. S. I . C, 1968). Vans e adems : MARGHERI TA MORREALE,
Castiglione y Boscn: el ideal cortesano en el Renacimiento espaol (2 vol s. , Madr i d: Anej os del Boletn
de la Real Academia Espaola, 1959); LaCorte e il Cortegiano (ed. de A. PROSPERI , Roma: Bul zoni ,
1980); Rituale, Ceremoniale, Etichetta (ed. de S. BERTELLI y G. CRI F O, Mi l ano: Bompi ani , 1985); J ACQ UES
REVEL, Les usages de la ci vi l i t (en Histoire de la vie prive. De la Renaissance aux Lamieres, obr a
di r i gi da por P. ARI ES y G. DUBY , t. I I I , Par i s: Seui l , 1986, 169-210).
87
El t t ul o de est as pr agmt i cas es muy significativo. La de 1600 i ndi ca lo si gui ent e: Premtica en
que se da la orden que se ha de tener en los tratamientos y cortesas, ass de palabra como por escrito
(Madrid: en casa de Pedro de Madrigal, 1600; hemos manejado un ejemplar de la B.N.M.). La de 1611
repite las consideraciones de la de 1600, pero el ttulo es ms explcito: Pragmtica de tratamientos y
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 1 13
y el lujo de las numerosas prendas que llevan los aristcratas. Se publica pues en 1602
otra pragmtica para limitar esos desvarios y luego, como no ha surtido efecto, se vuelve
a pregonar en 1611
88
.
En este contexto se sita la sociabilidad aristocrtica tal como aparece en el Quijote*
9
.
Adems, si se ha escogido el estudio de este tema en la segunda parte de la obra cer-
vantina es porque los espacios en los cuales aparecen los nobles son muy diferentes entre
los dos Quijotes. En la primera parte, la venta desempea un papel clave: es un espacio
abierto en que los diversos grupos sociales se hallan mezclados, en que el juego y la in-
versin son constantes con la carnavalizacin de las situaciones, de manera que se ol-
vidan todas las reglas del decoro y se admiten todas las transgresiones. En la segunda
parte, al contrario, los nobles estn en su casa (o en su palacio), en su espacio acostum-
brado, rodeados de sus criados y de sus objetos familiares; el espacio est codificado por
sus propias reglas, de las cuales no pueden prescindir. En esta segunda parte, el castillo
no nace por trasmutacin de una venta, no tiene nada que ver con la imaginacin de don
Quijote: se trata de un castillo autntico y es el lugar privilegiado de la sociabilidad aris-
tocrtica.
Los episodios escogidos giran alrededor de tres mansiones y de tres encuentros entre
el caballero andante y los nobles. El primero se verifica en los captulos 16-18, con don
Diego de Miranda y su familia. El segundo es el episodio ducal y corresponde a los cap-
tulos 30-57 con una extensin a los captulos 68-70. Se trata de una larga estancia en el
palacio, en la casa de placer del duque y de la duquesa, aficionados a los libros de ca-
balleras, y dicha casa se transforma en un verdadero escenario teatral. Por fin, el tercer
encuentro tiene lugar en la ciudad de Barcelona, con el rico caballero don Antonio More-
no. Tres episodios que llaman la atencin por su duracin, en los cuales intervienen tres
nobles diferentes: un hidalgo, el duque (y la duquesa) y un caballero. Son episodios que
tienen entre s notables diferencias pero que pueden examinarse conjuntamente con rela-
cin al cdigo del encuentro (el nico cdigo examinado aqu por falta de tiempo).
cortesas, y se acrecientan las penas contra los transgressores de lo en ella contenido (Madrid: Juan de la
Cuesta, 1611; un ejemplar en la B.N.M.). -Felipe II ya haba tomado la delantera y haba mandado
pregonar una pragmtica sobre los tratamientos y cortesas en 1586, que se repiti en 1594 (ambos textos
se imprimieron en Madrid por Pedro de Madrigal; ejemplares en la B.N.M.).
88
He aqu l o que rezan los t t ul os de di chas pr agmt i cas: Premtica para que, desde el da de la
promulgacin desta ley en adelante, no se pueda traer en vestidos, ni traje alguno, bordados, ni
recamados, ni escarchados de oro, ni plata, fino ni falso, ni de perlas, ni aljfar, ni piedras, ni
guarnicin alguna de abalorio, sin embargo de lo permitido por otra ley ( Val l adol i d: Lui s Snchez,
1602; un ej empl ar en la B. N. M. ) ; Pragmtica y nueva orden cerca de los vestidos y trajes, ass de
hombres como de mugeres: y otras cosas que se mandan guardar ( Madr i d: J uan de la Cuest a, 1611).
Como en el caso de l os t r at ami ent os, ya se hab an pr egonado unas pr agmt i cas sobr e los trajes en aos
ant eri ores ( 1573, 1586, 1594), aunque no de maner a tan det al l ada. - Ac e r c a de l os pr obl emas pl ant eados
por l os vest i dos en est a poca, venase: J UAN SEMPERE Y GUARI NOS, Historia del luxo y de las leyes
suntuarias de Espaa (2 vol s. , Madr i d: I mpr ent a Real , 1788). Vas e as i mi s mo PI ERRE CI VI L, Cor ps,
vt ement et soci t : le cos t ume ari st ocrat i que espagnol dans la deuxi me moi t i du XVI
C
si cl e (en A.
REDONDO ed. , Le corps dans la socit espagnole des XVf et XVI I
e
si cl es, Par i s: Publ i cat i ons de la
Sorbonne, 1990,307-319).
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Al gunos aspect os de est a part e est n vi ncul ados a las cl ases de doct or ado sobr e Soci abi l i dades
rurales-sociabilidades urbanas en la Espaa del Siglo de Oro que dict durante el curso 1989-1990, as
como al trabajo de mi estudiante Nathalie Le Bouill, emprendido en este marco.
AISO. Actas II (1990). Augustin REDONDO. Texto literario y contexto histrico-so...
114 AUGUSTIN REDONDO
En su primera acepcin, el trmino sociabilidad evoca una calidad humana, la de
ser sociable, la de gustar de la compaa de los dems. Y es a este primer significado de
la voz sociabilidad al cual remiten los cdigos del encuentro y de la hospitalidad aris-
tocrticos: de qu modo los nobles que don Quijote y Sancho cruzan en el camino los sa-
ludan, se presentan y los convidan a hospedarse en su casa. El momento del encuentro es
en efecto capital en el cdigo de sociabilidad que aparece entre nobles y el texto le con-
cede una gran importancia, pues se describe con gran precisin la confrontacin entre
don Quijote y don Diego de Miranda, el caballero del verde gabn en el captulo 16,
luego entre el Manchego y la duquesa en el captulo 30.
Los tres encuentros de que se trata se verifican en un espacio neutro, en que nada de
antemano permite determinar la pertenencia social de los personajes. Don Diego alcanza
a don Quijote y Sancho que van de camino; la duquesa est en el bosque, y don Antonio
Moreno viene a esperar a los dos viajeros a los arrabales de Barcelona. En todos estos luga-
res, las diversas clases sociales pueden alternar; son lugares de paso en que don Quijote ten-
dra mucha dificultad en identificar a los personajes con los cuales se encuentra si no fuera
por su aspecto externo. Un sistema de reconocimiento interviene en efecto, cuando la primera
mirada, gracias a un primer cdigo, silencioso pero elocuente, el de los trajes y de los objetos
as como el de los animales: la montura, los vestidos, los accesorios de los tres personajes
(tres porque el duque se esfuma y, en cierto modo, se incorpora a la descripcin de la du-
quesa). Esto es absolutamente indispensable para permitir la identificacin social antes
de entablar una conversacin codificada por las normas jerrquicas de la poca.
Por ejemplo, el primer jinete se halla descrito con numerosos detalles: monta una her-
mosa yegua, lleva prendas confeccionadas con ricos tejidos (pao fino, terciopelo), el
aderezo de la montura y todos los artefactos estn en consonancia con lo dems y de-
muestran un real refinamiento, con una serie precisa de colores (verde, morado, leonado).
Un conjunto de caractersticas que, observadas e interpretadas por don Quijote, le permi-
ten sacar la conclusin siguiente: finalmente, en el traje y apostura daba a entender ser
hombre de buenas prendas (II, 16, 150).
La apariencia externa, seal aqu de buen gusto y de riqueza, es un elemento funda-
mental de la identificacin social.
Al contrario, la apariencia de don Quijote y los objetos que le rodean tienen por fina-
lidad desconcertar al observador, impedir el reconocimiento social y hacer que el hroe
aparezca como un dclass.
Don Diego tiene pues la apariencia de un noble antes de que se presente como tal. Y
el proceso de identificacin se produce de una manera semejante, unos captulos ms
adelante, cuando don Quijote y Sancho dan con un grupo de cazadores, al salir del bos-
que. Entre ellos, sobresale una mujer particularizada en seguida como gallarda seora.
Los elementos de la descripcin tienen muchos parecidos con los que se referan a don
Diego: la montura que aqu es blanqusima, seal de incuestionable valor, el vestido,
verde tambin -es el color de los vestidos de caza, actividad especfica de la nobleza y
nueva seal de reconocimiento-, por fin un complemento particular que demuestra que
esta dama forma parte de la alta aristocracia: un azor, ave de presa reservada a la caza
de altanera. Ninguna ambigedad pues en el breve retrato de la que rpidamente apare-
cer como duquesa. El cdigo se descifra sin dificultad y le indica a don Quijote que aca-
ba de encontrar a una dama de alta alcurnia (y luego a su marido el duque). Por lo que
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TEXTO LITERARIO: DEL LAZARILLO AL QUIJOTE 1 15
hace a don Antonio, no hay reconocimiento por la mirada; slo se dice que se trata de un
caballero rico acompaado de sus amigos y la evocacin de su casa (grande y princi-
pal) basta para situarlo en la jerarqua social (II, 60, 508).
Al reconocimiento por la mirada sucede el reconocimiento por la palabra, segunda
fase del encuentro. A partir del primer intercambio de palabras se instaura el cdigo de
sociabilidad, valindose de las diversas seales de respeto implicadas por los diferentes
tratamientos. En la mayora de los casos se empieza por Vuestra Merced. Muchas ve-
ces en efecto (y es lo que ocurre con don Diego), el reconocimiento externo no basta para
situar con precisin al personaje encontrado en la compleja jerarqua nobiliaria. El
Vuestra Merced es entonces muy til por ser un trmino neutro de deferencia que
no es ni ttulo nobiliario ni expresin de familiaridad o de distancia social como lo sera
el vos. Entre don Quijote y la familia de don Diego, con lo pareja ducal y con don
Antonio es el tratamiento ms empleado. Pero este respeto codificado se halla trastocado
por lo intervencin perturbadora de don Quijote y Sancho ya que el primero utiliza el registro
arcaico de los libros de caballeras y el segundo inventa frmulas de cortesa extravagantes.
La parodia caballeresca la adoptan asimismo los duques, y hasta don Diego cuando se di-
rige por primera vez al protagonista. Hay que ser pues muy precavido, y diferenciar los
momentos en que los protagonistas se divierten hablando como los personajes de sus no-
velas predilectas y los momentos en que el cdigo referencial contemporneo funciona
normalmente.
Acerca de los tratamientos reservados a los Grandes, los que se tendran que utilizar
ante los duques, se hallan transformados por Sancho y hasta por su seor en frmulas tan
rimbombantes que no tienen ningn valor y suscitan la risa. La frmula acostumbrada era
Vuestra seora, tratamiento de gran simplicidad impuesto ya por Felipe II en 1586 y
repetido en las pragmticas de los primeros aos del siglo XVII para cortar el paso a las
exageraciones cortesanas, como ya lo hemos dicho. Esta frmula se halla parodiada por
Sancho quien le espeta a la duquesa: Vuestra encumbrada altanera y fermosura (II,
30, 269). Lo mismo hace don Quijote, al dirigirse a ella: Vuestra gran celsitud (II, 31,
272), Vuestra altitud (II, 44, 349). Teresa Panza no queda a la zaga ya que en la carta
que le enva a esa gran seora la llama Vuestra pomposidad (II, 52, .437). Se trata de
una burla de los tratamientos nobiliarios en un momento en que, con la subida del aristo-
cratismo y la dominacin intensa de las oligarquas en poca de Felipe III, la tendencia a
la amplificacin de las cortesas no deja de crecer. Pero, al mismo tiempo, el empleo de
tales frmulas falsea, as como la parodia caballeresca, el sistema de los tratamientos
que, no obstante, conoce perfectamente don Quijote, por ejemplo
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Slo aduciremos un ejemplo significativo. Despus de la salida de Sancho para la nsula
Baratara, don Quijote queda melanclico y empieza a hablar con la duquesa. La llama entonces Vuestra
Excelencia, tratamiento que vuelve a repetir (II, cap. XLI V, 368). En 1600, esta frmula no se
mencionaba en la pragmtica, pero la de 1611 indica que no se puede llamar Excelencia a ninguno que
no sea grande. El Manchego est pues al tanto de las modificaciones introducidas por el decreto real.
Pero rpidamente, el tono cambia: la duquesa quiere burlarse de don Quijote, dicindole que van a
servirle cuatro doncellas de las mas (36). El caballero, que se da cuenta de ello, la trata entonces de
Vuestra Grandeza (Ibid.; ttulo que no se puede emplear, pero que alude burlescamente a su calidad de
Grande). Poco despus, da un paso ms y le espeta una frmula completamente pardica: Vuestra
Altitud (Ibid.).
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La ltima etapa del encuentro pasa otra vez por la palabra y se halla ilustrada en el
autorretrato que don Diego hace de s mismo en el captulo 16 (II, 16, 153), para contes-
tar al que don Quijote le ha brindado (II, 16, 151). La doble presentacin es la que se es-
tila, pues cada uno de los interlocutores espera que el otro le revele el ttulo, el nombre,
el linaje, para saber si pueden tratarse como iguales. La condicin nobiliaria de don Die-
go aparece desde el principio y se halla precisada: Yo {...} soy un hidalgo (153) mien-
tras que don Quijote ostenta un ttulo usurpado: soy caballero (151). Despus del ttulo
viene el don, el linaje y las seales externas de la nobleza: el hidalgo caza, recibe a sus
amigos con liberalidad y sobre todo no invita sino a personas limpias y aseadas. Esta pre-
cisin no es gratuita: los amigos de don Diego son pulcros pero sobre todo son de sangre
limpia y por consiguiente no se puede poner en duda la pureza de su fe. La preocupacin
por la pureza de sangre entre los nobles est presente en estas palabras del hidalgo y est
en consonancia con la actitud de los aristcratas del siglo XVII que seleccionaban cuida-
dosamente sus amistades y espulgaban los linajes.
La ausencia de tal presentacin en el encuentro con la duquesa y don Antonio se ha-
lla justificada por la orientacin que toma inmediatamente la confrontacin con don Qui-
jote y Sancho. A stos se les adopta en seguida como a personajes literarios y a bufones,
y no se les considera como a iguales. No necesitan pues conocer con precisin el status y
el linaje de sus huspedes; casi todo se halla situado en efecto a otro nivel: el de la fic-
cin, del juego, del Carnaval. No obstante, que a don Quijote le consideren los aristcra-
tas como noble o como loco, no dejan de adoptarlo y el encuentro desemboca en la invi-
tacin a residir en una mansin, en un castillo que ya, en la 2
a
parte de la obra, no tiene
nada que ver con ninguna transmutacin. Esto nos conducira a estudiar cmo funciona
el cdigo social de la hospitalidad, pero lo dejaremos para otra ocasin.
Ya es hora de concluir. Texto y contexto histrico-social estn ntimamente unidos,
porque el texto viene a ser un acto de comunicacin y como tal implica una recepcin, es
decir que tiene una dimensin social, la cual se enmarca en un tiempo y un espacio deter-
minados. Un vaivn constante del texto al contexto y de este contexto al texto con una
perspectiva dialctica es pues indispensable para captar el complejo funcionamiento de
dicho texto como sistema y para darse cuenta de cmo echa nuevas luces sobre el funcio-
namiento de una sociedad. Pero esto supone un conocimiento global de las estructuras
histricas de la sociedad considerada, valindose en particular de la historia de las menta-
lidades y del anlisis antropolgico, pues cualquier texto es un acto de comunicacin que
implica profundamente a los hombres.
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