68 Veces Cobarde

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68 VECES COBARDE

por Manuel Yaez


... Que diecisis tahres lleven
mi atad. / Seis guapas chicas me
canten una cancin./ Llevadme al
valle y cubridme de terrones./
(...) Tocad suavemente el tambor y
muy bajo el pnfano./ Que esta
marcha fnebre me acompae... / Y
poned unas rocas sobre mi sepulcro.

El sol era una bola de fuego, agobiante y omnipresente. Los dedos largos, finos y
ultrasensibles de Wild Bill Haycox alcanzaron la cantimplora. Antes de beber se
desabroch la pequea corbata que montaba sobre los dos botones de su camisa de
algodn, antao siempre almidonada e impecable pero en aquel momento sucia de polvo
y sudor. Levant la cabeza, cerr los ojos y espant un mal recuerdo. El agua produjo una
tentacin de nusea en su garganta acostumbrada al mejor whisky, y slo consumi la
suficiente para eliminar la sequedad de los labios. Mientras, el caballo avanzaba al trote,
con los belfos manchados de espuma y todo el negro cuerpo abrillantado por el calor
trrido del desierto.
Jinete y montura ya no componan la estampa del arrogante centauro a cuyo paso las
gentes de paz corran a esconderse en los rincones ms seguros de sus casas, a la vez
que los indeseables asomaban sus rostros de buitres y sus risas de hienas para
demostrar el servilismo que les una al pistolero, cuyos colts del 38, especialmente
ajustados a las habilidades de su propietario, haban dado muerte a 68 personas.
En aquel territorio todo careca de pedestal humano, debido a que el polvo, la
temperatura y un ocano de tierra y rocas peladas slo admitan la lucha ms
desesperada por la supervivencia. Por eso el pistolero de cuarenta y nueve aos llevaba
un mapa, una brjula y las suficientes provisiones. Sin embargo, sus ojos de halcn
mostraban unas bolsas que evidenciaban la falta de descanso fsico y mental, el rostro
tallado con escoplo adquira una superior perversidad debido a una barba de tres das y la
lnea de la boca, blanquecina y apretada, no necesitaba convertir el palabras al anuncio
del veneno que encerraba.
Busc alguna zona de sombras en el terreno pedregoso por el que iba a adentrarse. Tir
de las riendas con crueldad, para arrancar a su caballo de una imposible somnolencia y
lleg a donde quera en una rpida cabalgada. Luego, salt al suelo, sujet a la bestia en
una pared rocosa, cogi las alforjas y march en busca de su descanso. Pero fue incapaz
de dormir y de liar un cigarrillo. Debi convencerse de que no ejerca ningn dominio
sobre su cerebro. Haca tiempo que le temblaban los nervios igual que a un alcoholizado.
Se mordi los labios, cerr los puos hasta clavarse las uas en las palmas, estir las
piernas y se dijo que l era un hombre de temple acerado. De pronto, como repuesta, su
mente qued inundada por una sonrisa delgada, cnica y desafiadoramente juvenil, a la
vez que ensordeca sus odos el recuerdo de una grito:
El viernes, a las doce y treinta, te espero en la calle principal de Canyoun River! Viejo,

procura entrenar tus dedos y engrasar esos colts del 38, porque yo, Sam Ballard, me he
propuesto heredar tu negra fama!
Antes, ms de 30 hombres de todas las edades haban pretendido lo mismo. Pero aquel
coyote tejano era distinto a todos, porque exultaba juventud, se lea en sus ojos que no
tema a la muerte, y las muescas de sus revlveres proclamaban que haba quitado la vida
a una docena de pistoleros. Wild Bill le tuvo miedo, por eso se encontraba en el desierto,
huyendo por primera vez en su vida. Quizs esa fuera la causa que inquietaba su nimo y
le impeda conciliar el sueo, o acaso tuvieran la culpa las pesadillas nocturnas que
venan acosndole desde haca varios meses?
Todo debi comenzar aquella maana que se despert con los dedos pulgar e ndice de
la mano derecha casi agarrotados. No pudo creerlo. A lo largo de una hora de maldiciones
y temblores, se vio bajo la evidencia de la edad y de los excesos a los que haba sometido
a su cuerpo. Ms tarde, march en busca del mdico, al que oblig con el can de un
colt del 38 a que le dijese qu significaba aquella dolencia.
Es una pequea artrosis diagnostic el viejo galeno. Sumergiendo la mano en
agua caliente y con esta pomada recuperar la movilidad de sus dedos. Pero le aconsejo
que no vuelva a probar el alcohol...
Puedo confiar en que no contar a nadie esto, matasanos? pregunt amartillando
una de sus armas.
Se lo juro... Crame... Yo nunca he sido su enemigo, mster Haycox...
Seguidamente, el pistolero se someti a un rgimen de enclaustramiento, hasta que se
convenci de que su diestra volva a ser como siempre. Y el primer da que pudo reanudar
su vida normal, se cuid de comprobar si el matasanos se haba ido de la lengua.
Termin sabiendo que todos crean que su ausencia obedeca a algn viaje; no obstante,
aquella misma noche, se encarg de meter dos balas en la barriga del tipo que posea una
informacin demasiado peligrosa.
El dueo de los dedos ms rpidos del Far West pagaba as los favores que se le
hacan.
Un escalofro le oblig a abandonar los recuerdos. La temperatura del desierto haba
descendido exageradamente por culpa de la noche. Se incorpor mirando la luna
menguante, dispuesto a proseguir la marcha. Desat al caballo, subi a la silla de montar
y clav las espuelas. Durante unos veinte minutos se someti a una rpida cabalgata,
como si pretendiera escapar de su propia conciencia. Pero ste era un empeo imposible.
Repentinamente, tir de las bridas con fuerza, obligando a que su montura se alzara
sobre las patas traseras, y se qued atnito. Una muda maldicin entreabri sus labios y
sus ojos expresaron el asombro impropio de un poker-face. Intentando tragar una saliva
inexistente en su boca reseca, extrajo el mapa del bolsillo interior de su chaqueta negra,
donde tambin acostumbraba a llevar la ventaja de un diminuto Patterson del 34, encendi
una cerilla y busc su exacto emplazamiento den el desierto. Pero no hall lo que
buscaba: all jams se haba encontrado ningn pueblo!
Entonces por qu l estaba viendo un conjunto de casas, un depsito elevado de agua,
una iglesia y dos saloons? Las siluetas de los edificios eran perfectamente identificables.
Wild Bill Haycox apag el fsforo cuando estaba a punto de quemarse los dedos, y
encendi otro para ver la hora en su reloj de cadena: las cuatro de la madrugada... Pero
en aquel ncleo humano bullan en multitud las lucirnagas de las ventanas y de las
lmparas de los porches!
Quiz sea un pueblo minero de los que crecen y se llenan de vida antes de que se
enteren los que hacen los mapas se dijo no demasiado convencido. Voy a
comprobarlo...
Esta vez prefiri dejar de clavar las espuelas en los flancos de su caballo. Se limit a

impulsarlo con las bridas, para que se moviera a un trote lento, cansino. Porque no era
curiosidad el impulso que le mova a aquel lugar, sino una especie de magnetismo
irresistible: el mismo que le obligaba en su juventud a buscar a ciertas mujeres: en
efecto, era esta misma pasin esclavizadora!
Qu voy a encontrar ah... si mi instinto parece estarse metiendo en un fuego que yo...
tena por olvidado?, se pregunt sin dejar de avanzar, sintindose muy inquieto.
Sus nervios nunca pudieron ser totalmente de hielo. Siempre haba matado arrastrado
por la carencia de piedad del asesino al que le aterroriza su propio miedo. La
inexpresividad de su rostro, su rgida forma de andar, su vestuario y los revlveres que
lampagueaban en las cartucheras que se mantenan atadas ms abajo de los muslos y
muy cerca de las rodillas haban sido una mscara. Una mscara que haba llevado
puesta durante ms de veintisis aos!
Antes de entrar en aquel pueblo, le llegaron a los odos las amargas estrofas de la balada
The Cow-boys Lament:
... Que diecisis tahres lleven mi atad. / Seis guapas chicas me canten una cancin./
Llevadme al valle y cubridme de terrones./ (...) Tocad suavemente el tambor y muy bajo el
pnfano./ Que esta marcha fnebre me acompae... / Y poned unas rocas sobre mi
sepulcro.
Wild Bill Haycox se sinti singularmente aludido, y un escalofro recorri su columna
vertebral en un asalto estremecedor que le forz a tensarse sobre la silla de montar. Al
mismo tiempo, a sus fosas nasales llegaron los olores caractersticos de la cerveza
fresca, del whisky de cinco centavos el vaso, del champagne de veinte dlares la botella,
la brillantina y el fijapelo de los camareros y los sensuales perfumes de las bailarinas:
amalgama que termin por fundirse en un solo aroma: acre, dominante y preado de
recuerdos que l no supo, en aquel preciso instante, valorar con excatitud.
Inmerso en este cmulo de sensaciones, fueron sus ojos los que empezaron a captar
figuras de personajes que le resultaban conocidos, a pesar de que no consiguiera saber
dnde los haba visto. Por ltimo, resultaron tantos que le invadi la idea de que la
presencia de todos aquellos conocidos (qu maldita casualidad los ha reunido aqu... y
cmo ninguno de ellos me resulta un extrao?) obedeca a una decisin que l deba
respetar.
Durante unos segundos pens en escapar de aquel pueblo, pero ni siquiera detuvo la
marcha de su caballo.
Repentinamente, en una aparicin ms reveladora que una lmpara de petrleo al ser
encendida en una habitacin a oscuras, se encontr frente a Mavis Bleeke, la reina de
Dodge City, que se exhiba tan lozana, desafiadora y hermosa como en 1872... Si haca
diez aos que l mismo la haba estrangulado con sus propias manos!
Ya no haba ninguna duda: aquel pueblo, que no estaba sealado en el mapa, perteneca
a los muertos. Porque era muertos los hombres y las mujeres que le contemplaban desde
los porches... Y a todos l mismo les haba arrebatado la vida!
S, all estaban Sandy, el croupier de faro en el Harpers Saloon de Dodge City; Russell,
el jefe de estacin de Abilene; Horace, el propietario del White Hotel de Missouri Flates;
Eilley, la rolliza pianista del Comstock Saloon de Virginia City, y todos los dems... hasta
totalizar 68 cadveres!
Jams haba llevado la contabilidad de las personas que haba asesinado pero supo que
ninguno de ellos faltaba a aquella cita macabra, incomprensible!
Entonces s que descarn los flancos de su caballo con las espuelas; a la vez,
desenfund uno de los colts del 38, y comenz a disparar contra la fila de los que haban
sido espectadores de su entrada en aquel maldito pueblo. Su demencial pretensin era
volver a matar... a los que ya deban estar bien muertos!

Al instante se dio cuenta de que estaba malgastando las balas, debido a que las gentes
haban desaparecido, lo mismo que los ruidos, las luces y los olores. Todo pareca que
jams hubiese existido: se encontraba en una poblacin desierta y silenciosa.
Qu ocurre aqu... ? ! aull con toda la fuerza que le proporcionaba su clera de
hiena racional, negndose a aceptar la locura. De pronto se trag el deseo de seguir
convirtiendo en gritos su protesta desesperada, pero no supo contener esta pregunta:
Acaso ha sido uno de los espejismos del desierto? Pero... Detnte, bestia maldita!
A pesar de todos sus esfuerzos, no consigui dominar a su montura hasta unas dos
milla del pueblo, ya que la haba encabritado con el estrpito de los disparos y con las
heridas originadas por las espuelas. Luego, se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba
empapado de sudor. Realmente se haba sentido aterrorizado.
No... no! Yo jams he conocido el miedo... y mucho menos el terror...! Slo han sido
unas visiones... Estoy cansado, llevo dos das sin dormir y mi cabeza no me funciona
demasiado bien... si no duermo lo suficiente!
Sin embargo haba tenido que volver a gritar para conseguir autoconvencerse de que sus
deducciones obedecan a la realidad ms autntica. Acto seguido, negndose a volver por
los derroteros mentales que podan conducirle al reconocimiento de su cobarda, se
dirigi hasta aquel grupo de edificaciones, que ya, definitivamente, parecan desiertas,
abandonadas.
Con el ceo fruncido, los labios apretados y la s manos sujetas al cinturn, en la
proximidad inconsciente de las culatas de los colts del 38, dej el caballo atado a la barra
del porche del hotel, empuj la puerta de cristales y entr en un lugar sumido en la
penumbra. Sobre el mostrador de recepcin vio una lmpara de petrleo. La cogi sin
mucha confianza y, enseguida, comprob que su depsito no estaba vaco. Encendi la
mecha, cuyo resplandor le permiti descubrir una inmensa capa de polvo, un sinfn de
telaraas y el lgico aspecto de un lugar que llevaba muchos meses sin ser habitado.
No obstante, al mismo tiempo que liberaba un soplido de tranquilidad, le lleg un hedor a
tumbas, a cementerio en el que los cadveres no hubiesen sido enterrados a la suficiente
profundidad. Pero este retorno de la pesadilla fue muy breve, casi una intuicin o un
secuela de los que haba sufrido recientemente. As que le result fcil creer que no deba
sentirse afectado.
Despus, subi al primer piso. Las viejas maderas crujieron bajo sus botas, de unas
rendijas brotaron las veloces sombras gordonzuelas de dos ratones y sobre la campana
de luz pasaron unos murcilagos. Wild Bill Haycox empez a silbar O Bury me not en the
lo prairie (No me enterris en la pradera solitaria), aunque se negaba a aceptar que
estaba asustado. En la primera puerta que abrise encontr una cama de metal dorado, de
alta cabecera en la que parecan rer unos angelotes desnudos columpindose en unas
guirnaldas de flores y frutas, y que contaba con todo su equipamiento para echarse un
buen sueo.
no es mejor esto que dormir en el suelo?, se pregunt el pistolero.
Retir la colcha tejida con hilos dorados, rojos y amarillos, y se encontr con una manta
que al presionarla no despidi polvo. Sonriendo abri la ventana, para remover la
atmsfera, dej la lmpara de petrleo en un pequeo aparador, se quit las botas y el
cinturn canana un chispazo de indecisin le asalt al realizar este acto, aunque tard
muy poco en despreciarlo, y se ech en el lecho que le estaba aguardando. Casi al
instante se vio apresado por una extraa somnolencia, que achac al agotamiento.
Pero se dio cuenta de la inu8sitada titilacin de la llama apresada en la campana de
cristal, y que una casi olvidada sensualidad enervaba todos los poros de su piel y pona
en fase de tensin todos sus msculos. Entonces, en el rectngulo de la puerta, casi en
las sombras, apareci una mujer semidesnuda slo llevaba una gasta imperceptible

sobre la subyugante hermosura de su cuerpo. No deba contar ms de veinte aos, luca


una impresionante cascada de cabellos rubios, sus pechos se asemejaban a dos grandes
pomelos que hubiesen adquirido la facultad de vibrar y de rectarse, su cintura era una
completa tentacin para unas manos que llevaban meses sin palpar la provocacin de una
hembra, sus mviles caderas encerraban la gracia de las ms apetitosas bailarinas de San
Francisco, y en el horno de su pubis creca la miel y el oro en un tringulo de vellosidad
que emanaba efluvios de paraso.
Claro que Wild Bill Haycox nunca haba sido un poeta; sin embargo, en aquel preciso
instante, su sexualidad fue capaz de llegar a las cimas de la pasin ,a la zona ms alta,
donde se acaba la posibilidad de seguir ascendiendo. Y por eso, cuando abraz a la diosa,
sus genitales eran un giser de semen... Un semen que se le qued petrificado, mientras
sus testculos se volvan unas bolas vacas, disecadas, al descubrir que tena entre sus
brazos a un cadver putrefacto!
La cascada de cabellos se haba convertido en unos repelentes colgajos que an se
sostenan en los escasos restos de piel que quedaban en el crneo; los pechos no
existan, aunque s ocupaban su lugar una protuberancia agusanadas; la cintura slo se
hallaba formada por una carne podrida, devorada por la infeccin purulenta; y las caderas
ya nada ms que eran los huesos completamente descarnados; pero el pubis se
conservaba intacto, como queriendo demostrar que se resista a la cangrena, porque
haba sido la nica herramienta de trabajo de la que fue, en vida, Rosa OLeary, o la
Rosa de Topeka.
El pistolero intent librarse de aquella carga macabra. El terror le enloqueca. Sus
brazos, sus piernas y todo su cuerpo se entregaron a la lucha; a la vez, no cesabga de
aullar sonidos ininteligibles. Pero aquella boca, de labios destrozados por una especie de
lepra, no se separaba de la suya... Sbitamente, desatando una sensacin insufrible, tuvo
la certeza de que varios gusanos estaban recorriendo la punta de su lengua!
Con el corazn al borde del infarto, las fuerzas se le multiplicaron hasta el punto que
consigui librarse del dogal que suponan los brazos infectos que le aferraban; sin
embargo, no escap a la inmensa nusea, aunque haba conseguido liberar sus labios de
la mortal ventosa, por eso comenz a vomitar y a escupir durante largos minutos.
Sometido a esa reaccin, le fue imposible darse cuenta de que la estancia se haba
llenado de espectros, de cadveres animados de movimiento y que ofrecan todas las
alteraciones que en sus carnes y en sus pieles, as como en sus ropas y en sus mortajas,
haban causado el tiempo y la putrefaccin. No obstante, a todos ellos los pudo identificar
cuando levant la cabeza, se le desencajaron los ojos y el terror le revel que slo deba
aceptar una verdad: esa que tena delante!
Por qu... ? susurr entre las babas biliosas que an escurran de sus labios.
Como respuesta se vio atrapado por las manos slo eran huesos de Herb Nestor, el
recepcionista del Wichita Hotel, por la de Dave Fowler, el conductor de la diligencia que
cubra la lnea Topeka-Independence antes de que llegase el ferrocarril, y por las de
Robert E. Riegel, el periodista del The Tulsa Telegraph. Eran autnticos esqueletos, pero el
pistolero pudo identificarlos como si llevaran sus nombres escritos en el brillante y liso
frontal de sus crneos.
Ya no peleaba, n protestaba. Porque todo l era un temblor, un agnico estertor
imposible de transformarse en un sonido audible. Se vio sacado de la habitacin igual que
si fuera un colgajo inerte. Careca de fuerzas para sostenerse, se le haban vaciado los
intestinos los excrementos y la orina le escurran por las piernas dando prueba de su
cobarda, y nada ms que era una consciencia aterrorizada, que ni siquiera posea el
derecho a alejarse de lo que estaba ocurriendo dando un salto hacia la locura o la
amnesia...

Pareca que era locura todo aquello que le rodeaba y le dominaba; al mismo tiempo, sus
rodillas golpeaban contra los viejos peldaos de la escalera, su cabeza se le venca sobre
el pecho, esa baba de epilptico en trance segua manando de sus labios, y se iba dando
cuenta de que cada vez eran ms los cadveres vivientes que el arrastraban.
El macabro recorrido finaliz en el comedor del hotel. Le pusieron de pie, apoyndole
contra la pared. Y as pudo ver el lugar que haba sido convertido en una espeluznante
sala de juicios. Quiso cerrar los ojos, para hallar refugio ante tanto horror, y los prpados
no le obedecieron... Porque all se encontraban, nuevamente, sus 68 vctimas, y todos le
estaban mirando a pesar de que la mayora no contaban con globos oculares en sus
calaveras!
Presida la mesa del presidente del Tribunal el ms indicado de todos aquellos espectros
hediondos y horripilantes: el juez Jeremas H. Pattie, que haba sido titular del juzgado de
Abilene hasta 1879. Sobre su esqueleto llevaba una toga harapienta, tambin putrefacta.
No necesit golpear el martillo de metal para solicitar silencio, porque all el nico sonido
que se escuchaba era el que provena de los labios temblorosos del reo: un estertor
prolongado de renuncia y el castaeteo de sus dientes.
Es innecesario que les informe a todos ustedes sobre el motivo de nuestra presencia
en este juicio comenz a decir el muerto con una voz tan silbante como el viento al
pasar por la copa de un gigantesco ciprs de cementerio, lo que no le restaba capacidad
de comunicacin. Aqu falta la bandera de nuestro pas, la Biblia y los abogados, tanto
el defensor como el fiscal, porque todos nosotros ya pertenecemos a otro universo. Pero
como nos ha devuelto con los vivos el mismo deseo de venganza, hemos de obtener
provecho de este molesto quebrantamiento del descanso eterno! Cada uno de nosotros
debe su muerte a esta vbora humana: una asesino que ha venido engaando a todo el
mundo con una ficticia leyenda de pistolero de nervios de acero y corazn justiciero,
cuando todos nosostros sabemos que siempre se ha valido de la traicin, de la ventaja y
del engao! Porque es un cobarde!
No... No es cierto balbuce Wild Bill Haycox, en una reaccin que probaba la fuerza
que an le mantena en pie.
Acaso te atreves a afirmar, ante 68 testigos de cargo, que nuestras muertes fueron
cara a cara y en defensa propia? le desafi el juez-muerto.
Obstaculizabais mi camino... de una manera o de otra... Tuve que quitaros la vida...
porque suponas un gran peligro para m...
Peligro? Ah se encuentra tu hermano pequeo, Ralph, y tus tos, Lorne y Harold, ms
all puedes ver a Clara Star, a Loerena Hoolding y a Rosa OLeary, la Rosa de Topeka...
Te atreves a negar que todos ellos no te amaron?
Quisieron cambiar mi destino... imponerme sus decisiones... Adems saban
demasiado de m...
Y los mataste para que no deformasen la imagen que te haban fabricado los escritores
de esas novelitas que se venden en el Este por cinco centavos, y porque eres un
monstruo sediento de sangre! Creo que ya es innecesario que sigamos con el Juicio. La
condena slo puede ser una: Wild Bill haycox tendrs que enfrentarte en un duelo a
muerte, sin trucos ni engaos, al joven Sam Ballard! Por si lo has olvidado, te recuerdo
que tienes una cita con l a las doce treinta del vienes, en la calle principal de Canyon
River!
Sbitamente, se hizo un silencio inmenso, se apagaron las luces, se desvaneci el hedor
a cementerio poblado de cadveres putrefactos y la oscura soledad se transform en una
tenaza insoportable. Sin embargo, el pistolero tard en darse cuenta de que le haban
dejado solo. Luego, alz la cabeza, sus ojos escudriaron las sombras y, al cabo de unos
minutos, se dio cuenta de que se encontraba en la cama. Esto le condujo a suponer que

todo lo ocurrido obedeca a una pesadilla.


No obstante, salt al suelo, se visti precipitadamente, se coloc a conciencia el cinturn
canana, despus de comprobar que los colts del 38 seguan cargados, y sali del hotel.
Una vez se encontr en el porche, sin saber realmente por qu lo haca, sac de sus
alforjas un western book (novelita del Oeste), que un editor de nueva York venan
dedicando a las hazaas del pistolero ms famoso del Far-West, y ley la presentacin:
No tengas miedo! No te asustes, hermosa! Ya ests a salvo en brazos de Wild Bill
Haycox que est siempre dispuesto a arriesgar la vida, y a morir incluso, por una bella
mujer.
Una sonrisa de vanidad se asom a sus labios, mont lentamente en su caballo y puso
rumbo hacia su responsabilidad. Estaba seguro de su victoria. Por eso ni siquiera acus
el cansancio, ni le volvi a herir el recuerdo de las terrorficas pesadillas, durante todo el
largo recorrido a Canyon River. Y en qu enorme envanecimiento se sumergi al
comprobar la enorme expectacin que le aguardaba!
En cuanto se le vio aparecer, las apuestas se situaron de inmediato en un porcentaje de
nueve a uno a su favor. No obstante, se le dej que se preparara meticulosamente, como
si de un caballo de carreras se tratara. All se encontraban los principales periodistas del
pas, y hasta un famoso novelista europeo algunos llegaron a decir que se trataba del
propio Chales Dickens, lo que supona que la leyenda iba a cobrar un testimonio
indestructible de autenticidad.
A las doce y veintiocho minutos, Wild Bill Haycox descendi por las escaleras del Gold
Saloon. A los artistas Russell y Remington jams se les hubiese ocurrido pintar un
pistolero tan desafiadoramente arrogante. Todos los espectadores se quedaron sin habla,
estupefactos. Y la parlisis general, quietos los vasos e inmviles los dedos del pianista,
permiti que resonase el tintieno de las espuelas de plata del legendario pistolero
Despus, bajo un sol de castigo y con un pblico que ni siquiera parpadeaba, los dos
duelistas se situaron frente a frente. El senador Eugene Mc Parkinson se encarg de la
cuenta, cuidndose de espaciar los tres nmeros en intervalos de quince segundos
exactos. Sin embargo, al llegar al dos se produjo un desenlace inesperado, revelador...
No, no... Yo no quiero morir as... Mis dedos son viejos... Jams conseguir
desenfundar a tiempo...! suplic Wild Bill Haycox, arrodillndose en la cinaga de su
cobarda.
Un terremoto no hubiese causado mayor estampida humana. La fuga fue general, como
si todos los presentes acabasen de descubrir que haban sido cmplices de una gran
farsa. Y hasta el joven pistolero Sam Ballard abandon la calle. Slo los nios y los
muchachos se quedaron all, burlndose del viejo cagn...
Humillado y destruido, el asesino busc un caballo, cualquiera, y se dispuso a escapar
de aquel maldito pueblo. Pero, a los pocos metros, se enfrent a las armas de sus
vctimas. Los tejados, las ventanas, los porches y el suelo polvoriento se hallaban
cubiertos de negros caones de rifles y revlveres. Pero nada ms que se escuch un
disparo , y el cobarde cay a tierra abatido por 68 balas justicieras.

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