Carta de Rainer Maria Rilke A Friedrich Westhoff

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Carta de Rainer Maria Rilke a Friedrich Westhof

Roma, villa Strohl-Fern, 29 de Abril de 1904


Querido Friedrich:
Hemos tenido abundantes noticias de ti en este tiempo a travs de madre y, sin conocer ms
detalles precisos, adivinamos, sin embargo, que pasas una poca difcil. Madre no te podr ayudar;
de hecho, en el fondo nadie puede ayudar a nadie; esto es lo que se vuelve a aprender siempre en
todo conflicto y en cada confusin: que uno est solo.
Esto no es tan malo como parece a primera vista. Porque es al mismo tiempo lo ms positivo en la
vida: que cada uno lo tienen todo en s mismo, su destino, su provenir, su espacio y todo su mundo.
No es menos cierto tambin que hay momentos en que es difcil permanecer en s mismo y
aguantar; ocurre que, justo en los momentos en que ms firmemente y, casi dira, ms
obstinadamente que nunca uno debera aferrarse a s mismo, se adhiere a algo exterior. Demasiado
a menudo sucede que, con ocasin de importantes acontecimientos, se traslada el centro propio
desde uno mismo a algo extrao, a otro ser. Obrar as significa ir contra la ms elemental ley del
equilibrio; de aqu slo pueden surgir dificultades y pesadumbres.
Clara y yo, querido Friedrich, nos hemos hallado de acuerdo y nos hemos entendido precisamente
en que toda vida en comn slo puede consistir en fortalecer dos soledades vecinas, y que todo lo
que se suele llamar don de s, abnegacin, perjudica esencialmente el corazn de la vida comn:
pues si uno se abandona, ya no es nada, y si dos seres renuncian a s mismos para encontrarse, ya
no hay suelo bajo sus pies, y su vida conjunta es una continua cada. No sin grandes dolores, mi
querido Friedrich, nos hemos dado cuenta de esto, y todo el que quiera llevar una vida propia ha de
aprenderlo de una u otra forma.
Alguna vez, cuando sea ms maduro y tenga ms aos, quiz llegue a escribir un libro para
jvenes. No porque crea haber aprendido mejor que otros. Al contrario, sino porque todo se me ha
hecho mucho ms difcil que a los dems ya desde la infancia y a lo largo de toda mi juventud.
Una y otra vez he tenido que rehacer la experiencia de que apenas hay algo ms difcil que amarse.
Que el trabajo es ganar el jornal de cada da; s, Friedrich, el jornal. Dios sabe que no tenemos
ninguna otra palabra para expresarlo. A esta observacin hay que aadir otra: que los jvenes no
estn preparados a tan difcil amor, pues todas las convenciones sociales han intentado convertir
en trivial y frvola esta complicadsima y suprema relacin, y les ha hecho caer en el espejismo de
que estaba al alcance de todos. No es as. El amor es difcil, ms difcil que lo dems, porque, en
otros conflictos, la Naturaleza misma invita al ser humano a concentrarse, a recogerse en s mismo
con todas sus fuerzas, mientras que en la exaltacin amorosa acecha la tentacin de abandonarse
del todo. Piensa slo esto: puede ser algo hermoso entregarse no como un todo ordenado, sino a
ciegas, pedazo a pedazo, como venga a mano? Semejante entrega, que se parece tanto a arrojar o
a desgarrar, puede ser algo bueno, dicha, alegra, progreso? No, no lo puede ser Antes de
regalar flores a alguien, las encargas, no es verdad? Pero los jvenes que se quieren, con toda la
impaciencia y la prisa de su pasin, se arrojan uno en brazos del otro y no aprecian qu carencia de
mutua valoracin hay en esa entrega desordenada; slo lo notan con asombro y desgana en el
desacuerdo que no tarda en surgir a causa de todo ese desorden. El desacuerdo que se instala
entre ellos agrava la confusin de da en da; ninguno de los dos tiene ya en torno suyo nada
inalterado, nada que sea autntico; metidos en una ruptura irreparable, tratan de mantener la
apariencia de su dicha (pues por causa de la dicha hubo de ser todo eso, sin embargo). Ay!,
apenas pueden ya darse cuenta de qu entienden por dicha. Cada cual, en su inseguridad, se
vuelve ms y ms injusto contra el otro: los que slo soaban con una mutua benevolencia, se

tratan ahora de modo tirnico e intolerante, y en la necesidad de salir al precio que sea de esa
confusin insoportable, cometen la mayor falta que pueda manchar las relaciones humanas: ceden
a la impaciencia. Se empujan a una conclusin, a una decisin que creen definitiva; intentan fijar
de una vez para siempre su relacin, cuyas sorprendentes alteraciones les han asustado, para que,
en adelante, sea eternamente (como dicen) la misma. Este es slo el ltimo eslabn en esa larga
cadena de errores que se sueldan uno a otro. Pues ni siquiera lo muerto se deja fijar
definitivamente (se corrompe y cambia a su manera). Cunto menos se puede tratar lo vivo
decisivamente, de una vez por todas! Vivir es justamente transformarse, y las relaciones humanas,
que son lo esencial de la vida, son lo ms mudable de todo, lo ms fluctuante, y los verdaderos
amantes son seres en cuya relacin y contacto ningn momento es idntico a otro: seres entre
quienes nunca tiene lugar algo habitual, algo que ya haya existido alguna vez, sino lo puramente
nuevo, lo inesperado, lo inaudito. Existen tales relaciones de las que debe de surgir una dicha
inmensa, casi invivible, pero slo pueden entablarse entre personas de gran riqueza, entre seres ya
ordenados, concentrados. Slo dos mundos singulares, amplios y profundos, pueden unirse.
Salta a la vista que los jvenes no pueden garantizar semejante relacin, pero, si comprenden
adecuadamente su vida, pueden alzarse despacio hasta esa dicha y prepararse para ella. Si aman,
no han de olvidar que son principiantes, aficionados, aprendices del amor; deben aprender el amor,
y para eso, como en todo aprendizaje, hace falta paz, paciencia y concentracin.
Tomar el amor en serio, padecerlo y aprenderlo como un trabajo: esto es, Friedrich, lo que los
jvenes necesitan. La gente tambin ha malentendido, como tantas otra cosas, la posicin del amor
en la vida; lo ha convertido en juego y pasatiempo, porque se crea que el juego y la diversin son
ms felices que el trabajo; pero no hay nada ms dichoso que el trabajo; y el amor, precisamente
por ser la suprema dicha, no puede ser sino trabajo. Quien ama, debe intentar comportarse como si
tuviera ante s un gran trabajo: debe estar muy solo y entrar en s, concentrarse y consolidarse;
debe trabajar, debe convertirse en algo!
En efecto, Friedrich, creme; cuanto ms se es, ms rico es todo lo que se vive. Y quien quiera
tener en su vida un hondo amor, debe ahorrar, y reunir, y producir miel.
No hay que desesperar nunca si se ha perdido algo, una persona, una alegra o una dicha: todo
vuelve de nuevo con mayor esplendidez. Lo que debe desprenderse, cae: lo que nos pertenece,
permanece en nosotros, pues todo obedece a leyes que superan nuestra comprensin y con las que
slo aparentemente estamos en desacuerdo. Hay que vivir en uno mismo y pensar en la totalidad
de la vida, en sus millones de posibilidades, de vastedades y de futuros, ante los cuales no hay
nada pasado ni perdido.
Pensamos mucho en ti, querido Friedrich. Estamos convencidos de que habras encontrado por ti
mismo esta salida personal a cualquier crisis, la nica eficaz, si no estuvieras lastrado con el peso
de tu ao de servicio militar. Recuerdo que, tras la crcel de la Escuela militar, mi sed de libertad y
los altibajos de mi sentimiento acerca de m mismo (que slo poco a poco pudo curarse de las
heridas y de los golpes recibidos entonces) me arrojaron a extravos y a sueos absolutamente
ajenos a mi vida; afortunadamente, tuve suerte en mi trabajo. En l me reencontraba a m mismo
como hago ahora cada da. Ya no me busco en ninguna otra parte. As actuamos y as vivimos tanto
Clara como yo. Seguro que tambin lo logrars. Ten nimos porque todo se encuentra delante de ti
y las pocas en las que pesan las dificultades nunca son tiempo perdido.
Te saludamos, querido Friedrich, con todo nuestro afecto.
Rainer y Clara

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