Warma Kuyay PDF
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(Amor de nio)
La hacienda era de don Froyln y de mi to; y el resto de la gente fueron al escarbe de papas y dorman en la chacra, a
dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera, entramos al corredor, y tendimos all nuestras camas para dormir
alumbrados por la luna. El Kutu se ech callado; estaba triste y molesto. Yo me sent al lado del cholo.
-Kutu! Te ha despachado Justina?
-Don Froyln le ha abusado, nio Ernesto!
-Mentira, Kutu, mentira!
-Ayer no ms le ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a baarse con los nios!
-Mentira, Kutullay, mentira!
Me abrac al cuello del cholo. Sent miedo; mi corazn pareca rajarse, me golpeaba. Empec a llorar, como si hubiera
estado solo, abandonado en esa quebrada oscura.
-Djate, nio! Yo, pues, soy endio, no puedo con el patrn. Otra vez, cuando seas abogau, vas a fregar a don Froyln.
Me levant como a un becerro tierno y me ech sobre mi catre.
-Durmete, nio! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro da con ella quieres, nio?
Acaso? Justina tiene corazn para ti, pero eres muchacho todava; tienes miedo porque eres nio.
Me arrodill sobre la cama, mir al Chawala que pareca terrible y fnebre en el silencio de la noche.
-Kutu, cuando sea grande voy a matar a don Froyln!
-Eso s, nio Ernesto! Eso s, maktasu!
La voz gruesa del cholo son en el corredor como maullido del len que entraba hasta el casero en busca de chanchos.
Kutu se par; estaba alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrn.
-Maana llega el patrn. Mejor esta noche vemos a Justina. El patrn seguro te hace dormir en su cuarto. Que se entre la
luna para ir.
Su alegra me dio rabia.
-Y por qu no matas a don Froyln? Mtale con tu honda, Kutu desde el frente del ro, como si fuera puma ladrn.
-Sus hijitos, nio! Son nueve! Pero cuando seas abogau ya estarn grandes.
-Mentira, Kutu, mentira! Tienes miedo como mujer!
-No sabes nada nio. Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los hombres no los quieres.
-Don Froyln! Es malo! Los que tienen hacienda son malos hacen llorar a los indios como t; se llevan las vaquitas de los
otros, o las matan de hambre en su corral! Kutu, don Froyln es peor que toro bravo! Mtale, no ms, Kutucha, aunque
sea con galga, en el barranco de Capitana.
-Endio no puedes nio! Endio no puede!
Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, haca temblar a los potros, rajaba a ltigos el lomo de los aradores, hondeaba
desde lejos a las vaquillas de los potros cholos cuando encontraba a los potreros de mi to, pero era cobarde. Indio perdido!
Lo mir de cerca; su nariz aplastada, sus ojos casioblicuos, sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. A este le quiere!
Y ella era bonita, su cara rosada siempre estaba limpia, sus ojos negros quemaban, no era como las otras cholas, sus
pestaas eran largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce aos yo la quera; sus pechitos parecan
limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y
mi pena se pareca mucho a la muerte. Y ahora? Don Froyln la haba forzado.
-Mentira, Kutu! Ella misma, seguro ella misma!
Un chorro de lgrimas salt de mis ojos. Otra vez el corazn me sacuda, como si tuviera ms fuerza que todo mi cuerpo.
-Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella quieres?
El indio se asust. Me agarr la frente; estaba hmeda de sudor.
-Verdad! As quieren los mistis.
-Llvame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. Djala!
-Cmo no, nio, para ti voy a dejar, para ti solito. Mira enWeyrala se est apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rpidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad,
golpendose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; ms abajo, en el fondo de la quebrada, el ro grande cantaba
con voz spera.
Yo despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacan temblar de rabia.
-Indio, murete mejor. O lrgate a Nazca! All te acabar la terciana, te enterrarn como a perro!
Pero el novillero se agachaba no ms, humilde, y se iba al Witron, a los alfalfares, a la huerta de los becerros, y se
vengaba en el cuerpo de los animales de don Froyln, al principio yo lo acompaaba. En las noches entrbamos,
ocultndonos, al corral; escogamos los becerros ms finos, los ms delicados; Kutu se escupa las manos, empuaba duro
el zurriago, y rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, trescien zurriagazos; las cras se retorcan en el suelo, se tumbaban
de espaldas, lloraban, y el indio segua encorvado, feroz. Y yo me sentaba en un rincn y gozaba. Yo gozaba.
-De don Froyln es, no importa! Es de mi enemigo!
Hablaba en voz alta para engaarme, para tapar el dolor que encoga mis labios e inundaba mi corazn.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma, y lloraba dos, tres horas. Hasta que
una noche mi corazn se hizo grande, se hinch. El llorar no bastaba; me vencan la desesperacin y el arrepentimiento.
Salt de la cama, descalzo, corr hasta la puerta; despacito abr el cerrojo y pas al corredor. La luna ya haba salido; su luz
blanca baaba la quebrada; los rboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al cielo. De dos saltos baj al corredor y
atraves corriendo el callejn empedrado, salt la pared del corral y llegu junto a los becerritos. Ah estaba Zarinacha, la
vctima de esa noche, echadita sobre la bosta seca con el hocico en el suelo ; pareca desmayada; me abrac a su cuello; la
bes mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes.
-Ninacha, perdname! Perdname, mamaya!
Junt mis manos y, de rodillas, me humill ante ella.
-Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. Ese Kutu, canalla, indio perro!
La sal de las lgrimas sigui amargndome largo rato.
Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
-Yo te quiero, ninacha; yo te quiero! Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbr mi
vida.
A la maana siguiente encontr al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes llenos
de frescura. El Kutu ya se iba, tempranito a buscar daos (9) en los potreros de mi to, para ensaarme contra ellos.
-Kutu vete de aqu . En Visecas ya no sirves. Los comuneros se ren porque eres maula.
Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo.
-Asesino tambin eres, Kutu! Un becerrito es como una criatura. Ya en Viseca no sirves, indio!
-Yo no ms, acaso? T tambin. Pero mrale al taytaChawala: diez das ms atrs me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se larg a galope en el bayo de mi to.
Dos semanas despus, Kutu pidi licencia y se fue. Mi ta llor por l, como si hubiera perdido un hijo. Kutu tena sangre
de mujer; le temblaba a don Froyln, casi a todos los hombres les tema. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar despus en
los pueblos del interior, mezclndose con las comunidades de Sondando; Chacrilla Eres cobarde!
Yo slo me qued junto a don Froyln , pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Yo no fui desgraciado. A la orilla
de ese ro espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas , yo viva sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo
cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi nido; contemplando sus ojos negros oyendo su risa, mirndola desde lejitos,
era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un Warma kuyay y yo crea tener derecho todava sobre ella; saba que
tendra que ser de otro, de un hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a ltigos en los
carnavales.
Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con msica y jarawi, viva alegre en esa quebrada
verde y llena de calor amoroso del sol. Hasta que un da me arrancaron de mi querencia para traerme a este bullicio, donde
gentes que no quiero, que no comprendo.
El Kutu en un extremo y yo en otro. l quiz habr olvidado: est en su elemento, en un pueblecito tranquilo, aunque maula,
ser el mejor amansador de potrancas, y le respetarn los comuneros. Mientras yo, aqu vivo amargado y plido, como un
animal de los llanos fros, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraos.
(Jos Mara Arguedas)