Textos y Resumenes de La Jornada VII Del Decamerón
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Textos y Resumenes de La Jornada VII Del Decamerón
Y nunca hasta entonces les haba parecido que los ruiseores cantaban tan
alegremente y los otros pjaros como aquella maana les pareca; por cuyos
cantos acompaados se fueron al Valle de las Damas, donde, recibidos por
muchos ms, les pareci que con su llegada se alegrasen. All, dando una
vuelta por l y volviendo a mirarlo de arriba abajo, tanto ms bello les
pareci que el da pasado cuanto ms conforme era con su belleza la hora
del da.
Y luego de que con el buen vino y los dulces hubieron roto el ayuno para
que por los pjaros no fuesen superados, comenzaron a cantar, y junto con
ellos el valle, siempre entonando las mismas canciones que decan ellos a
las que todos los pjaros, como si no quisiesen ser vencidos, dulces y
nuevas notas aadan. Mas luego que la hora de comer fue venida, puestas
las mesas bajo los frondosos laureles y los otros verdes rboles, junto al
bello lago, como plugo al rey, fueron a sentarse, y mientras coman vean a
los peces nadar por el lago en anchsimos bancos; lo que, tanto como de
mirar daba a veces motivo para conversar.
-Carsimas seoras mas, son tantas las burlas que los hombres os hacen y
especialmente los maridos, que cuando alguna vez sucede que alguna al
marido se la haga, no debais vosotras solamente estar contentas de que
ello hubiera ocurrido, o de enteraros de ello o de orlo decir a alguien, sino
que deberais vosotras mismas irla contando por todas partes, para que los
hombres conozcan que si ellos saben, las mujeres por su parte, saben
tambin; lo que no puede sino seros til porque cuando alguien sabe que
otro sabe, no se pone a querer engaarlo demasiado fcilmente. Quin
duda, pues, que lo que hoy vamos a decir en torno a esta materia, siendo
conocido por los hombres, no sera grandsima ocasin de que se refrenasen
en burlaros, conociendo que vosotras, si queris, sabrais burlarlos a ellos?
Es, pues, mi intencin contaros lo que una jovencita, aunque de baja
condicin fuese, casi en un momento, para salvarse hizo a su marido.
No hace casi nada de tiempo que un pobre hombre, en Npoles, tom por
mujer a una hermosa y atrayente jovencita llamada Peronella; y l con su
oficio, que era de albail, y ella hilando, ganando muy escasamente, su vida
gobernaban como mejor podan. Sucedi que un joven galanteador, viendo
un da a esta Peronella y gustndole mucho, se enamor de ella, y tanto de
una manera y de otra la solicit que lleg a intimar con ella. Y para estar
juntos tomaron el acuerdo de que, como su marido se levantaba temprano
todas las maanas para ir a trabajar o a buscar trabajo, que el joven
estuviera en un lugar de donde lo viese salir; y siendo el barrio donde
estaba, que Avorio se llama, muy solitario, que, salido l, ste a la casa
entrase; y as lo hicieron muchas veces. Pero entre las dems sucedi una
maana que, habiendo el buen hombre salido, y Giannello Scrignario , que
as se llamaba el joven, entrado en su casa y estando con Peronella, luego
de algn rato (cuando en todo el da no sola volver) a casa se volvi, y
encontrando la puerta cerrada por dentro, llam y despus de llamar
comenz a decirse: -Oh, Dios, alabado seas siempre, que, aunque me hayas
hecho pobre, al menos me has consolado con una buena y honesta joven
por mujer. Ve cmo enseguida cerr la puerta por dentro cuando yo me fui
para que nadie pudiese entrar aqu que la molestase.
-Ay! Giannelo mo, muerta soy, que aqu est mi marido que Dios confunda,
que ha vuelto, y no s qu quiere decir esto, que nunca ha vuelto a esta
hora; tal vez te vio cuando entraste. Pero por amor de Dios, sea como sea,
mtete en esa tinaja que ves ah y yo ir a abrirle, y veamos qu quiere
decir este volver esta maana tan pronto a casa.
As pues, vuelto fray Rinaldo a sus primeros apetitos, comenz a visitar con
mucha frecuencia a su comadre; y habiendo crecido su arrogancia, con ms
instancias que antes lo haca comenz a solicitarle lo que deseaba de ella.
-Oh, Amor, cuntas y cules son tus fuerzas, cuntos los consejos y cuntas
las invenciones! Qu filsofo, qu artista habra alguna vez podido o podra
mostrar esas sagacidades, esas invenciones, esas argumentaciones que
inspiras t sbitamente a quien sigue tus huellas? Por cierto que la doctrina
de cualquiera otro es tarda con relacin a la tuya, como muy bien
comprender se puede en las cosas antes mostradas; a las cuales, amorosas
seoras, yo aadir una, puesta en prctica por una mujercita tan simple
que no s quin sino Amor hubiera podido mostrrsela.
Hubo hace tiempo en Arezzo un hombre rico, el cual fue llamado Tofano . A
ste le fue dada por mujer una hermossima mujer cuyo nombre fue doa
Ghita, de la cual l, sin saber por qu, pronto se sinti celoso, de lo que
apercibindose la mujer sinti enojo; y habindole preguntado muchas
veces sobre la causa de sus celos y no habindole sabido sealar l sino las
generales y malas , le vino al nimo a la mujer hacerlo morir del mal que sin
razn tema. Y habindose apercibido de que un joven, segn su juicio muy
de bien, la cortejaba, discretamente comenz a entenderse con l; y
estando ya las cosas tan avanzadas entre l y ella que no faltaba sino poner
en efecto las palabras con obras, pens la seora encontrar
semejantemente un modo para ello.
en esto deberan a las mujeres no haber adjudicado otro castigo sino el que
adjudicaron a quien ofende a alguien defendindose: porque los celosos son
hostigadores de la vida de las mujeres jvenes y diligentsimos procuradores
de su muerte. Estn ellas toda la semana encerradas y atendiendo a las
necesidades familiares y domsticas. Deseando, como todos hacen, tener
luego los das de fiesta alguna distraccin, algn reposo, y poder disfrutar
algn entretenimiento como lo toman los labradores del campo, los
artesanos de la ciudad y los regidores de los tribunales, como hizo Dios
cuando el da sptimo descans de todos sus trabajos, y como lo quieren las
leyes santas y las civiles, las cuales al honor de Dios y al bien comn de
todos mirando, han distinguido los das de trabajo de los de reposo. A la cual
cosa en nada consienten los celosos, y aquellos das que para todas las
otras son alegres, a ellas, tenindolas ms encerradas y ms recluidas,
hacen sentir ms mseras y dolientes; lo cual, cunto y qu consuncin sea
para las pobrecillas slo quienes lo han probado lo saben. Por lo que,
concluyendo, lo que una mujer hace a un marido celoso sin motivo, por
cierto no debera condenarse sino alabarse.
-Me agrada mucho cuando a un hombre sabio lo lleva una mujer simple
como se lleva a un borrego por los cuernos al matadero; aunque t no eres
sabio ni lo fuiste desde aquel momento en que dejaste entrar en el pecho al
maligno espritu de los celos sin saber por qu; y cuanto ms tonto y animal
eres mi gloria es menor. Crees t, marido mo, que soy ciega de los ojos de
la cara como t lo eres de los de la mente? Cierto que no; y mirando supe
quin fue el cura que me confes y s que fuiste t; pero me propuse darte
lo que andabas buscando y te lo di. Pero si hubieses sido sabio como crees,
no habras de aquella manera intentado saber los secretos de tu honrada
mujer, y sin sentir vanas sospechas te habras dado cuenta de que lo que te
confesaba era la verdad sin que en ella hubiera nada de pecado. Te dije que
amaba a un cura; y no eras t, a quien equivocadamente amo, cura? Te
dije que ninguna puerta de mi casa poda estar cerrada cuando quera
acostarse conmigo; y qu puerta te ha resistido alguna vez en tu casa
donde all donde yo estuviera has querido venir? Te dije que el cura se
acostaba conmigo todas las noches; y cundo ha sido que no te acostases
conmigo? Y cuantas veces me mandaste a tu monaguillo, tantas sabes,
cuantas no estuviste conmigo, te mand a decir que el cura no haba
estado. Qu otro desmemoriado sino t, que por los celos te has dejado
cegar, no habra entendido estas cosas? Y te has estado en casa vigilando
la puerta y crees que me has convencido de que te has ido fuera a cenar y a
dormir! Vuelve en ti ya y hazte hombre como solas ser y no hagas hacer
burla de ti a quien conoce tus costumbres como yo, y deja esa severa
guarda que haces, que te juro por Dios que si me vinieran ganas de ponerte
los cuernos, si tuvieras cien ojos en vez de dos, me dara el gusto de hacer
lo que quisiera de guisa, que t no te enteraras!
-Por la cruz de Cristo, hija ma, eso no deba hacerse sino que deba matarse
a ese perro fastidioso y desconsiderado, que no es digno de tener una tal
moza como t. Bueno est! Ni aunque te hubiese recogido del fango! Mal
parecerte, usara la fuerza. Tratemos, pues, a ellos y a sus cosas como ellos
nos tratan a nosotros y a las nuestras; toma el beneficio de la fortuna, no la
alejes; sal a su encuentro y recbela cuando viene, que por cierto si no lo
haces, dejemos la muerte que sin duda seguir de tu seora, pero t te
arrepentirs tantas veces que querras morirte.