Orígenes de La Literatura Salvadoreña
Orígenes de La Literatura Salvadoreña
Orígenes de La Literatura Salvadoreña
El territorio salvadoreño se encontraba lejos de los centros de cultura. Se puede conjeturar que la literatura
habría gozado de adeptos entre reducidos círculos de criollo cultos, pero de ello apenas existe evidencia, y
cuando la hay, confirma que su cultivo tuvo una carácter esporádico, efímero y hasta accidental. Ejemplo de
los últimos es el caso del andaluz Juan de Mestanza, quien ocupó la Alcaldía Mayor de Sonsonate entre 1585
y 1589, mencionado en "El Viaje al Parnaso" de Miguel de Cervantes. Las investigaciones de Pedro Escalante
y Carlos Velis revelan que en los años de la Colonia hubo una considerable actividad teatral, parte central del
entretenimiento popular en las festividades de los asentamientos de regular importancia. Durante estas
fiestas se representaban piezas de tema religioso o comedias de propósito educativo, aunque de vez en
cuando se representase la creación del origen americano según las versiones indígenas.
Literatura religiosa
Dentro de esta última categoría, sobresale Juan Antonio Arias, jesuita nacido en Santa Ana, autor de
tratados como Misteriosa sombra de las primeras luces del divino Osiris y Jesús recién nacido. Otro jesuita, el
padre Bartolomé Cañas, asilado en Italia a raíz de la expulsión de su orden de los territorios españoles,
escribió en Bolonia una Disertación apologética que llegó a imprimirse. Fray Diego José Fuente, franciscano
oriundo de San Salvador, publicó varias obras religiosas en España. Fray Juan Díaz, originario de Sonsonate,
fue autor de la biografía Vida y virtudes del venerable fray Andrés del Valle".
Literatura secular
Una obra alejada de la temática religiosa, fue el manual para la manufactura del añil, El puntero apuntado
con apuntes breves, de Juan de Dios del Cid, quién fabricó por cuenta propia una rudimentaria imprenta
para publicar su obra, que cabe decir fue la primera impresa en territorio salvadoreño. El documento tiene
por fecha de impresión 1641, pero Luis Gallegos Valdés, crítico literario salvadoreño, sostiene que esta fecha
se debe a un error tipográfico, pues algunas referencias históricas lo sitúan en el siglo siguiente. Además,
puede hablarse de la Carta de Relación, escrita por el conquistador extremeño Pedro de Alvarado con fines
eminentemente prácticos; en ella, haciendo gala de sus escasas letras, narra episodios importantes de la
conquista de estas tierras.
En las últimas décadas del dominio ibérico ya existía en Centroamérica una considerable actividad cultural
de carácter secular. Su centro era la la Universidad de San Carlos, en Guatemala. Allí, y en poblaciones de
regular tamaño, algunos criollos educados se congregaban para debatir e intercambiar las ideas de la
Ilustración. Esto animó el nacimiento de una literatura de orientación más política que estética, manifestada
principalmente en la oratoria y la prosa argumentativa, polémica y doctrinal, donde los autores hacían gala
de su ingenio y de su formación retórica clásica.
En esa época destacaron personalidades de origen salvadoreño, algunas de ellas protagonistas de las
posteriores gestas independentistas. Cabe recordar aquí la célebre homilía del padre Manuel Aguilar (1750-
1819) en la que proclamó el derecho a la insurrección de los pueblos oprimidos, lo cual provocó escándalo y
censura entre las autoridades. También dentro de esta modalidad de literatura oratoria se situó la
intervención del sacerdote José Simeón Cañas (1767-1838) en la Asamblea Constituyente de 1823. En una
pieza oratoria de gran pasión y elocuencia reclamó la liberación de los esclavos. También gozó de gran
reputación la oratoria y la prosa forense del presbítero y doctor Isidro Menéndez (1795-1858), oriundo de
Metapán y autor de buena parte de la legislación salvadoreña.
La estética en la literatura salvadoreña de aquella época no gozaba de un protagonismo comparable al del
discurso elocuente o a la redacción periodístico. Se limitaba a usos de ocasión, como es el caso de versos
anónimos dedicados a comentar satíricamente sucesos políticos del momento, o de otras composiciones
poéticas que celebraban el buen nombre y las hazañas de personalidades de relieve. Puede citarse a Miguel
Álvarez Castro (1795-1856), autor de poesía laudatoria, entre la que resalta su oda Al ciudadano José Cecilio
del Valle (1827). Parecido carácter y función tenía la célebre Tragedia de Morazán, escrita por Francisco Díaz
(1812-1845), pieza en prosa que registra la gesta del héroe liberal y centroamericanista, publicada hasta
1894.
La patente debilidad del Estado, la exigua vida urbana y la consecuente inexistencia de una infraestructura
cultural limitaban considerablemente las posibilidades de existencia de una vida literaria autónoma. Bajo
estas condiciones existía una actividad artística dependiente del patrocino privado y orientada a servir
gustos y necesidades de prestigio social de círculos bastantes reducidos.
Neoclasicismo
Los inicios de la literatura salvadoreña, se encuentran bajo los signos neoclásico e hispánico. Los autores han
estudiado letras latinas y griegas. Debe señalarse a Miguel Álvarez Castro (1795-1856), poeta; a Enrique
Hoyos, escritor polifacético (1810-59), y a Ignacio Gómez (1813-76). De este último dijo Menéndez Pelayo
algo que puede aplicarse a toda la época: «intérprete bastante hábil de concepciones ajenas». Se trata, en
verdad, de un periodo en que se halla más sabiduría retórica que aliento creador.
Romanticismo
Esta corriente penetra en El Salvador por medio de autores españoles, y particularmente dos de ellos:
Espronceda (v.) y Fernando Velarde. Hay un engolado retoricismo, una hipertrofia sentimental que dura
largo tiempo. Rafael Cabrera (1860-85) es quizá el primero en tornar los ojos hacia la realidad salvadoreña.
Aun cuando no corresponda ya a los gustos actuales, sería injusta la omisión del nombre de Juan J. Cañas,
autor de la letra del himno nacional de El Salvador y fundador de la Academia Salvadoreña de la Lengua,
correspondiente a la Real Española. Lo incipiente de la vida cultural a mediados del s. XIX hace que la
mayoría de los escritores se dediquen por igual al periodismo, la política, la oratoria, la poesía y al Derecho.
Muchos de ellos ocupan ministerios (especialmente el de Relaciones Exteriores) o fundan y dirigen
periódicos. Román Mayorga Rivas (1864-1925), nacido en Nicaragua y asimilado a El Salvador, puede
considerarse con justicia como el fundador del periodismo en este país. Otros escritores se inclinan por los
temas morales y religiosos.
La llegada a El Salvador de Rubén Darío y su amistad estrecha con Francisco Gavidia (1864-1955), habían de
tener gran influencia en el desarrollo de la literatura en El Salvador y aun en la formación misma de Rubén
Darío. Gavidia, humanista en el más amplio sentido, inspirándose en fuentes francesas, descubre la
sonoridad del alejandrino francés, y hace partícipe a Rubén Darío de su hallazgo. Lo anterior no significa que
haya sido, como se ha sostenido exageradamente, «el maestro de Rubén». Víctor Hugo influye
poderosamente en Gavidia, quien es el primero en apartarse de un romanticismo ya trillado y excesivo. En la
órbita artística es este autor el que con más fervor y constancia busca las fuentes históricas y populares de la
inspiración. A comienzos del siglo pasado, Alberto Masferrer (1867-1932) publica obras de carácter
sociológico, enfocando la realidad política, económica, moral y pedagógica del país.
Una literatura preocupada hasta entonces por la pertenencia a un espíritu estético cosmopolita estaba poco
dotada para encarar la nueva realidad política del país. Sin responder necesariamente a un programa
estético explícito, literatos de variada filiación ideológica comenzaron a atenderlas. Como resultado proliferó
el cultivo de distintas modalidades de retrato de costumbres donde, bien de manera satírica, bien con
espíritu analítico, se dirigió la atención a dimensiones hasta entonces excluidas del arte. En el costumbrismo
sobresalen el general José María Peralta Lagos (1873-1944), ministro de Guerra de Manuel Enrique Araujo y
escritor de gran popularidad por los artículos polémicos y de sátira social que publicaba bajo la rúbrica de
T.P. Mechín. Su obra narrativa y su drama Candidato se caracterizó por la captación jocosa de aspectos
típicos de los ambientes provincianos. Otros costumbristas de importancia fueron Francisco Herrera Velado
y Alberto Rivas Bonilla.
La popularidad que vivió el relato de costumbres se apoyaba en la creciente importancia del periodismo.
Este medio de difusión proveía algunas bases para un actividad literaria más independiente y, en
consecuencia, más crítica con respecto al estado de cosas en el país. Es oportuno mencionar la propaganda
político hecha por la prensa; el personaje más relevante del ramo fue Alberto Masferrer (1868-1932), quien
escribió además una considerable obra en la categorí de ensayo. Aunque de intención más política y moral
que artística, la producción de Masferrer contribuyó de manera considerable a crear el clima que orientó a
un cambio de rumbos en el quehacer literario.
Característica de todos los autores de este período fue la relativa subordinación del aspecto estético a lo
ideológico, lo cual no sucedió con Arturo Ambrogi (1985-1936), quien llegó a ser el escritor viviente más
leído y prestigioso de El Salvador. En su juventud había publicado unos relatos de muy baja calidad, pero a
los largo de una vida de dedicación al arte literario llegó a dominar con maestría la crónica y el retrato,
publicando en 1917 un volumen de crónicas y relatos titulado El libro del trópico. Lo verdaderamente
original de Ambrogi fue que el vuelco temático hacia la exploración de lo autóctono iba acompañado de una
búsqueda formal. Ello lo condujo a un hallazgo importante, señalado por Tirso Canales: la síntesis entre el
lenguaje literario y el dialecto vernáculo.
La representación del hablar popular estaba ampliamente presente en el relato costumbrista y era uno de
los elementos que decididamente otorgaba el "color local" y que caracterizaba a los personajes
"ignorantes"; por su parte, Ambrogi propuso algo bastante novedoso; incorporó al discurso voces populares,
jugando con sus posibilidades literarias. De esta manera elaboró un propuesta estética de considerables
consecuencias. Si el lenguaje del pueblo es capaz de producir poesía, no toda la cultura vernácula es
barbarie e ignorancia.
Parecida significación puede atribuirse a la obra lírica de Alfredo Espino (1900-1928), en la que temas y
lenguajes populares acababan transformados en materia poética. Ello constituyó un suceso de gran
importancia en la historia literaria salvadoreña, por mucho que esta poesía parezca anacrónica y pueril a las
generaciones posteriores.
El período que comprendió las primeras décadas del siglo XX fue importante porque marcó el paso a una
cultura nacional que se vio obligada a recurrir a lo "autóctono" para definirse. Este dato revela que la vida
nacional estaba dejando de ser una preocupación exclusiva de las élites "europeizadas" y estaba arrastrando
sectores sociales más heterogéneos.
José María Peralta Lagos (Santa Tecla, El Salvador, 25 de julio de 1873-Ciudad de Guatemala, 22 de julio de
1944), general e ingeniero, fue un escritor, militar, y político salvadoreño; escribió bajo el seudónimo de T.P.
Mechín.
Realizó sus estudios en la Academia Militar de Guadalajara, España. Encabezó los trabajos de construcción
del Teatro Nacional de San Salvador a principios del siglo XX, junto con el ingeniero José Emilio Alcaine. Fue
representante diplomático de El Salvador en España y Ministro de Guerra y Marina en el gobierno del
presidente Manuel Enrique Araujo (1911-1913). Se desempeñó como Miembro de número de la Academia
Salvadoreña de la Lengua.
La prosa de Peralta Lagos es costumbrista y está escrita en forma humorística y a veces irónica.
Vicente Alberto Masferrer Mónico, fue un maestro, filósofo, periodista, ensayista, poeta y político
salvadoreño nacido el 24 de julio de 1868 en Alegría (antes Tecapa), Usulután y fallecido en el exilio el 4 de
septiembre de 1932 en Tegucigalpa, Honduras.[3] Escritor que marca con sus letras toda una época de la
literatura salvadoreña a través de la definición de su pensamiento inclinado a la defensa de los más
desposeídos y de denuncia social.[2]
Arturo Ambrogi
Arturo Ambrogi (San Salvador, El Salvador, 1874 - id. 1936) fue un escritor y periodista salvadoreño,
considerado uno de los fundadores de la literatura salvadoreña, junto con Francisco Gavidia y Alberto
Masferrer y uno de los representantes del costumbrismo en Centroamérica.
Era hijo de un General italiano. A los 16 años de edad, conoció al poeta nicaragüense Rubén Darío.
Trabajando como periodista, viajó en su juventud por Europa, Suramérica y el Lejano Oriente; en sus viajes
por el Cono Sur conoció al escritor uruguayo José Ingenieros. Su padre creó las condiciones económicas para
que él tuviera una formación elitista y que adquiriera una gran cultura cosmopolita al punto que se afirmaba
de él que era el salvadoreño de su época más informado, no tuvo descendencia porque nunca se casó, pero
un hermano llamado Constantino Ambrogi Acosta se radicó en Nicaragua donde procreó con Rosa Medal
tres hijos: Vicente Julián, Constantino y Cristina. Siendo los hijos de éstos los descendientes más cercanos a
este escritor. El padre de Arturo Ambrogi se llamó Constantino Ambrogi Luissi y su madre era Lucrecia
Acosta, tía carnal del también escritor Vicente Acosta. El último en morir de sus sobrinos Vicente Julian
Ambrogi Medal, a la edad de noventa años en 1999, llevaba ese nombre en honor de Vicente Acosta puesto
por su padre a sugerencia del mismo Arturo Ambrogi. Sus restos descansan junto a los de su padre en el
cementerio de la ciudad de Jinotepe. Los hijos de Vicente Julian Ambrogi Medal son Pedro Arturo, Vicente
Constantino y Giovanna todos ligados al derecho.
Ambrogi cultivó la narrativa costumbrista y fue influenciado por el romanticismo español y el modernismo
hispanoamericano. En sus cuentos y crónicas quiso plasmar por escrito todos los aspectos tradicionales de la
vida campesina salvadoreña. Sus obras publicadas son: "Cuentos y Fantasías" (1895), "Máscaras, Manchas y
Sensaciones" (1901), "El Libro del Trópico" (1907), "Sensaciones del Japón y de la China" (1915) y "El Jetón"
(1936).
Alfredo Espino fue un poeta salvadoreño. Nació en el Departamento de Ahuachapán, zona occidental de El
Salvador, en el año de 1900. hijo de Enriqueta Najarro, maestra por vocación, y Alfonso Espino, poeta, creció
en un hogar que respiraba poesía y amor al arte, su hermano Miguel Ángel Espino también creció para
volverse artista de la pluma pero en la rama de la prosa.
Ingresó a la Universidad de El Salvador en el año de 1920, inscribiendose en la Jurisprudencia durante su
instancia en la Ciudad Universitaria, fue parte de tantas actividades dentro de la misma inclusive de
manifestaciones hechas por estudiantes para evitar el alza de los precios de pasaje en tranvía.
Los últimos años de su vida se volvieron muy adversos, la negativa de sus padres para consentir su
casamiento con ciertas jóvenes lo condujo a constantes desequilibrios emocionales y amorosos. Para
mitigarlos, se entregó a largos ratos de bohemia, en bares y burdeles de la Capital Salvadoreña.
Fue durante una de estas crisis alcohólicas que él mismo puso fin a su vida, en la madrugada del 24 de mayo
de 1928 en la ciudad de San Salvador.
Sepultados primero en el Cementerio General capitalino -donde los discursos de estilo corrieron a cargo del
doctor y escritor Julio Enrique Ávila y los entonces bachilleres Manuel F. Chavarría y Rafael Vásquez-, desde
hace unos años los restos de Espino fueron trasladados a la Cripta de los Poetas, en el camposanto privado
Jardines del Recuerdo, al sur de la ciudad de San Salvador.
Su único libro es Jícaras Tristes, recopilación de 96 poemas, publicada postumámente gracias a varios
amigos y bajo el visto bueno de Alberto Masferrer, es uno de los libros más editados en su país; su autor es
de los más leídos y comentados pero no estudiado o analizado en su expresión.
Tiene una poética delicada, buscó plasmar su terruño con una visión lírica; la que presentó con un estilo
sencillo, fácil de captar, por lo tanto, sin complicaciones formales; escribió sonetos, romances y versos libres.