El Diario Del Profesor Completo y Bien
El Diario Del Profesor Completo y Bien
El Diario Del Profesor Completo y Bien
Editorial Díada
Colección práctica
© DÍADA EDITORA S. L.
Urbanización Los Pinos, Blq. 4-4°D
41089 Montequinto-Sevilla
ISBN: 84-87118-56-9
Depósito legal: SE-560-1997
1
DIE (Didáctica e Investigación Escolar), Universidad de Sevilla.
2
IRES (Investigación y Renovación Escolar).
.
ÍNDICE
6 Bibliografía
La enseñanza es una actividad que tiene lugar en un contexto institucional, jerarquizado y con diferentes niveles de
decisión: el aula, el centro y el conjunto del sistema educativo.
En este contexto, que refleja valores, creencias y formas de actuación prototípicas del sistema social, los profesores
suelen interiorizar, de manera no reflexionada, unas determinadas conductas profesionales mayoritarias que se
resumen básicamente en lo siguiente: mantener el orden en la clase, explicar verbalmente contenidos, calificar a los
alumnos y utilizar el libro de texto como recurso didáctico fundamental.
Este proceso de socialización profesional genera la creencia de que las conductas anteriormente descritas constituyen
la “manera natural de enseñar”, desconociendo que estas prácticas, supuestamente “naturales”, son susceptibles de
ser analizadas, categorizadas y, por tanto, sometidas a revisión crítica. Es decir, provoca la ilusión de que enseñar es
una práctica desvinculada de cualquier teoría, y de que las teorías educativas no son relevantes para la práctica de la
enseñanza.
Basar la dinámica de la clase en la transmisión verbal de contenidos sin conexión directa con la realidad y
organizados de manera acumulativa y disciplinar, presupone, aun cuando este hecho sea ignorado por el profesor,
una serie de concepciones como las siguientes:
El conjunto de estas creencias constituye un auténtico modelo didáctico que describe, explica e interpreta las formas
mayoritarias de enseñanza, al mismo tiempo que las guía, dirige y condiciona. La secuencia metodológica
característica de este modelo tradicional se estructura en torno a los siguientes momentos (figura 1):
MOMENTO 1:
MOMENTO 2:
MOMENTO 3:
Una de las críticas más justificadas que se puede hacer al modelo tradicional es su falta de rigor. Desde una
perspectiva científica y tecnológica se ha pretendido racionalizar los procesos de enseñanza, proponiendo como
alternativa la descripción de los aprendizajes esperados en términos de conductas observables y la programación
exhaustiva de los medios (actividades y recursos) que los hacen posible. El papel del alumno, en este enfoque,
consiste en desarrollar un conjunto de respuestas de aprendizaje, siguiendo las pautas y secuencias de actividades
determinadas de antemano por el profesor.
Tras este punto de vista tecnológico subyacen, asimismo, algunas concepciones más profundas como las siguientes:
La secuencia metodológica característica de este modelo se puede estructurar en torno al siguiente esquema (figura
2):
MOMENTO 1:
MOMENTO 2:
MOMENTO 3:
Otras críticas, de carácter más ideológico-político, han dado lugar a grupos y movimientos de profesores que basan
su actividad en el principio de respetar la autonomía y la libertad de los alumnos en su proceso de aprendizaje, y que
favorecen la adquisición de hábitos, destrezas, procedimientos y valores alternativos.
Frente a la concepción fuertemente dirigista de los modelos anteriores, se postula que los alumnos aprenden
espontánea y naturalmente en contacto con la realidad. El profesor tiende a convertirse, en muchos casos, en un líder
afectivo y social, y presenta un fuerte componente autodidáctico en su proceso de formación. Las experiencias parten
con frecuencia de cero, y la mayor parte de ellas son desconocidas y carecen de un cierto nivel de teorización.
Algunas de las concepciones implícitas que sustentan este modelo sostienen que:
a) El conocimiento está en la realidad, y que el alumno, en contacto con ella, puede acceder espontáneamente
a él.
b) Es más importante el aprendizaje de procedimientos, destrezas y valores que el de conceptos.
c) No es posible planificar y dirigir la enseñanza si queremos atender los intereses de los alumnos.
d) Cada experiencia tiene un carácter genuino; de ahí que no sea posible, ni conveniente, proponer estrategias
o enfoques que sobrepasen sus límites contextuales.
Algunas de las actividades características de este punto de vista suelen ser del siguiente tipo (figura 3):
MOMENTO 1:
MOMENTO 2:
MOMENTO 3:
La programación, en muchos casos, suele improvisarse en relación con las propuestas de trabajo que se establecen en
el aula, considerándose poco importante la elaboración previa de esquemas de conocimiento escolar. Al mismo
tiempo, la evaluación se entiende como un proceso colectivo de análisis y toma de decisiones (a través, por ejemplo,
de la asamblea de clase), renunciando el profesor a cualquier seguimiento sistemático del apren dizaje de los alumnos
y de la dinámica del aula.
Estos enfoques alternativos adolecen, según nuestra opinión, de ciertas limitaciones. Son respuestas parciales a dos
de los aspectos más criticados de la enseñanza tradicional.
El tecnológico, al de su escasa rigurosidad, ofreciendo una racionalidad supuestamente neutral que tiende a
uniformizar la realidad escolar, de por sí compleja y diversa; reduciendo el papel del profesor al de un técnico-
ejecutor de planes y currículos diseñados por agentes externos a la escuela, desconocedores, en la mayoría de los
casos, de la singularidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
El problema se plantea, pues, de la siguiente manera: un enfoque realmente superador de la enseñanza tradicional
debe responder a la vez a las dos cuestiones planteadas. Debe favorecer una cierta racionalidad de la práctica
educativa, convirtiéndola en una práctica fundamentada y rigurosa, e incorporando aportaciones procedentes de
diversos campos del saber. Y debe favorecer, a la vez, que esto se haga teniendo en cuenta las perspectivas e
intereses de los protagonistas, sus particulares concepciones y creencias, y los contextos y situaciones específicos en
que dicha práctica tiene lugar.
Se trata, en definitiva, de abordar el viejo problema de la relación teoría-práctica. Unos apuestan por la supremacía
de la primera sobre la segunda (modelo tecnológico), derivando prescripciones metodológicas muchas veces
inapropiadas y descontextualizadas. Otros lo entienden al contrario: sobre-valoran la práctica y desprecian la teoría
(modelo espontaneísta) (Ver la figura 4).
Para nosotros toda práctica obedece a una teoría y la relación entre ambas no se plantea en términos jerárquicos,
sino dialécticos. Siguiendo la metáfora de Claxton (1984), el mapa (la teoría) no hace al territorio (la realidad, la
práctica), pero ayuda a caminar por él, a no perderse, a situarse en el punto elegido, a trazar el itinerario deseado.
Modelo Tecnológico
Modelo
Modelo De Investigación en la Escuela
Tradicional
Modelo
Espontaneísta
A su vez, el recorrido por el territorio (la práctica) nos hace comprender de manera más significativa los símbolos
topográficos, cobran un sentido pleno las diferentes señales que aparecen en el mapa (la teoría), y éste se va com-
pletando y haciendo progresivamente más complejo.
En este sentido, el modelo que proponemos se fundamenta en las siguientes bases teóricas (Grupo Investigación en la
Escuela 1991):
En un nivel más cercano a la práctica, este modelo se concreta en una serie de principios didácticos que guían las
propuestas de intervención:
a) La investigación de los alumnos como proceso de construcción de normas, actitudes, destrezas y cono-
cimientos en el aula.
b) La investigación de los profesores como forma de propiciar una práctica reflexiva y un desarrollo profe-
sional permanente.
c) El carácter procesual, abierto y experimental de los currículos, como forma de establecer un equilibrio
adecuado entre planificación y evaluación de la enseñanza.
“El profesor es el mediador fundamental entre la teoría y la práctica educativa. Las características de su trabajo
profesional le confieren un papel regulador y transformador de toda iniciativa externa que pretenda incidir en la
dinámica de las aulas.
Esta mediación se realiza a través de un doble proceso. Por un lado, en el plano cognitivo, el profesor interpreta y valora las
informaciones exteriores que recibe, sean éstas modelos educativos o instrucciones curriculares, desde sus propios esquemas
de conocimiento. Digamos, en este sentido, que el profesor posee un sistema de creencias sobre la enseñanza que opera a
modo de filtro cognitivo, a veces incluso de obstáculo cognitivo, respecto a dicha información.
Por otro lado, el enseñante se conduce en la clase como un práctico que toma innumerables decisiones sobre su
comportamiento concreto. Este comportamiento, aunque está influido por su sistema de creencias y opiniones, no
se adecua mecánicamente al mismo. Más bien es el resultado de la influencia de diversas variables (emocionales,
cognitivas, actitudinales,...) que interactúan con el contexto específico; todo ello en un proceso que se escapa, en
parte, de su control consciente.
Esta doble dimensión del carácter mediador del profesor, evidencia la enorme importancia que tie ne el hacer
explícitos sus esquemas de conocimiento profesional y analizar la relación de éstos con su actuación en el aula”.
El papel que “de hecho” desarrolla el profesor en la clase, se contrapone, según esto, a la de un sujeto pasivo que
aplica mecánicamente el currículo establecido. Como muy bien señala Gimeno (1988), el profesor es:
...“un agente activo en el desarrollo curricular, un modelador de los contenidos que se imparten y de los códigos que
estructuran esos contenidos, condicionando con ello toda la gama de aprendizajes de los alumnos”.
La imagen que proponemos, por tanto, se sitúa en la perspectiva de un sujeto que, teniendo en cuenta las
características y necesidades del contexto donde tiene lugar su actividad, y las orientaciones, prescripciones y
aportaciones teóricas que considera significativas, planifica, diseña y evalúa su intervención.
Profesor
Alumno Información
Fig. 5. El profesor como elemento mediador del proceso de aprendizaje del alumno.
Es el profesor, desde este punto de vista, el que diagnostica los problemas, formula hipótesis de traba jo, experimenta
y evalúa dichas hipótesis, elige sus materiales, diseña las actividades, relaciona conocimientos diversos, etc. Es, en
definitiva, un investigador en el aula.
Como hemos dicho, el profesor concibe la realidad escolar desde su particular modelo didáctico, constituido por un
conjunto de creencias de diferente naturaleza: concepciones epistemológicas e ideológicas, concepciones acerca del
desarrollo humano, concepciones sobre el aprendizaje y las relaciones sociales, concepciones sobre los contenidos,
etc. Dicho modelo es el trasfondo que guía, y a la vez condiciona, toda su práctica educativa.
Estas creencias se manifiestan en una de las actividades profesionales más características: la de elaborar programas
educativos, unidades didácticas, guías de trabajo...; es decir la de planificar. El programa es un intento de representar
la realidad que se pretende. Un intento de dotar de sentido, de su sentido particular, a la práctica.
Pero el programa no es la realidad. Las intenciones, los deseos, los puntos de vista y las creencias que destila,
interactúan “a posteriori” con las intenciones, deseos y puntos de vista de los alumnos, todo ello en un contexto
complejo, diverso, cambiante y “problemático”. De ahí la necesidad de una metodología y de unos instrumentos que
permitan establecer vínculos significativos entre la teoría (el modelo), el programa y la práctica. La investigación y el
tratamiento por los profesores de sus problemas prácticos ayuda a explicitar creencias y teorías implícitas, y a que
éstas evolucionen; ayuda también a diseñar hipótesis de intervención que intenten resolver dichos problemas desde
nuevas perspectivas. La investigación de problemas implica la experimentación de nuevos diseños y la evaluación de
sus efectos, produciéndose con ello un desarrollo progresivo del Conocimiento profesional (figura 6):
LA TEORÍA
LA PLANIFICACIÓN LA PRÁCTICA
Fig. 6. La investigación de problemas prácticos.
En nuestra experiencia, un recurso metodológico nucleador de todo este proceso es el Diario. Su utilización periódica
permite reflejar el punto de vista del autor sobre los procesos más significativos de la dinámica en la que está
inmerso. Es una guía para la reflexión sobre la práctica, favoreciendo la toma de conciencia del profesor sobre su
proceso de evolución y sobre sus modelos de referencia. Favorece, también, el establecimiento de conexiones
significativas entre conocimiento práctico y conocimiento disciplinar, lo que permite una toma de de cisiones más
fundamentada. A través del diario se pueden realizar focalizaciones sucesivas en la problemática que se aborda, sin
perder las referencias al contexto. Por último, propicia también el desarrollo de los niveles descriptivos, analítico-
explicativos y valorativos del proceso de investigación y reflexión del profesor.
Al comenzar el diario se suele tener una visión simplificada y poco diferenciada de la realidad. Las situaciones y
acontecimientos de la clase se perciben como hechos aislados sin que la mayoría de las veces se establezcan
relaciones entre sus diferentes elementos. Así, por ejemplo, se suele pensar que las personas aprenden más o menos
según sus capacidades innatas, olvidando otros aspectos como el interés, la motivación, el nivel de accesibilidad de
la información, el momento y la forma de su presentación, la organización del espacio, la distribución del tiempo, el
tipo de tareas, etc.
Esta percepción simplificadora conduce a que el diario se centre inicialmente en aspectos superficiales y anecdóticos
de la realidad, olvidando otros menos evidentes. Se suele atribuir a los alumnos determinados patrones de
comportamiento, pensando que la conducta que manifiestan es el resultado exclusivo de su personalidad, olvidando
las variables del contexto, la influencia de, las otras personas, etc.
“La percepción que uno tiene de lo que ocurre en la clase y de su propia actuación es siempre muy subjetiva y no siempre
coincide con la realidad. Además, hay multitud de factores que influyen, que se nos escapan de esta percepción cotidiana, por
lo que se tiene una visión deformada de lo que realmente es la clase y de lo que ocurre en ella...” (Diario de Ma. Jesús)
El diario ha de propiciar, en este primer momento, el desarrollo de un nivel más profundo de descripción de la
dinámica del aula a través del relato sistemático y pormenorizado de los distintos acontecimientos y situaciones
cotidianas. El hecho mismo de reflejarlo por escrito favorece el desarrollo de capacidades de observación y
categorización de la realidad, que permiten ir más allá de la simple percepción intuitiva. Así, se puede comenzar con
narraciones sobre las tareas de enseñanza y los momentos de aprendizaje de los alumnos:
“Vamos al patio y recogemos de los árboles hasta diez hojas distintas, las etiquetamos con números del uno al
diez, repartimos por grupos varias de cada grupo de hojas.
Recordamos nuestros sentidos. Yo sugiero dos criterios más: medidas y lupa. Elaboraremos un cuaderno de observación como
Reflejando los tipos de actividades y las diferentes secuencias que son más frecuentes en la clase:
“El ambiente de trabajo es bueno, se va consiguiendo cada vez un ritmo más homogéneo. El tono de voz se
mantiene dentro de un nivel donde nos sentimos a gusto y los equipos se van configurando de manera diferente a
como se empezó”. (J. Martín)
Este último párrafo refleja, por ejemplo, la preocupación del autor por lo que él mismo denomina un “buen ambiente
de trabajo”; lo que está relacionado, probablemente, con el deseo de conseguir un nivel adecuado de implicación de
los alumnos y con mantener el control y la disciplina. Esto se refleja en la satisfacción que parece sentir por el
“silencio” conseguido durante la tarea.
Estas descripciones iniciales pueden recoger otros acontecimientos de la vida del aula, como los siguientes:
“Surge la necesidad de nombrar un encargado de material, vista la experiencia negativa al respecto del curso
anterior. Sale un grupo de voluntarios...
Decidimos que hay un cuaderno-inventario del material y un diario del uso de los mismos. La Biblioteca de aula
se encargará de organizarla Gloria y Eva. Se llevará un cuaderno de biblioteca”. (J. Martín)
Como se puede observar, el párrafo anterior describe aspectos relativos a la organización del espacio y del material,
así como ciertos procesos de negociación para el establecimiento de pautas y normas que regulen algunos aspectos
de la convivencia escolar.
En todo caso, no debemos olvidar que el objetivo en esta fase debe centrarse en ofrecer inicialmente una panorámica
general y significativa de lo que, desde nuestro punto de vista, sucede en la clase, describiendo las actividades,
relatando procesos y categorizando, en lo posible, las distintas observaciones que se van recogiendo. Así, por
ejemplo, una posible clasificación podría ser (Grupo Investigación en la Escuela 1991):
El análisis de estas observaciones puede orientarse a identificar y aislar los diferentes elementos que las configuran,
buscando establecer relaciones entre los mismos, haciendo preguntas problematizadoras, como por ejemplo: ¿qué
conductas suelen manifestar los alumnos cuando se proponen determinados tipos de actividades?; cuando el profesor
mantiene un determinado comportamiento, ¿cuál es la respuesta de los alumnos?; si el espacio de la clase está
organizado de una forma determinada, ¿cómo ha influido en el desarrollo de las actividades?, etc. Todo ello permite
focalizar progresivamente nuestras observaciones, llevándolas de lo general a lo concreto, sin perder las referen cias
del contexto.
Aunque decíamos que en este primer momento el objetivo del diario es la descripción de la dinámica general de la
clase, puede resultar difícil diferenciar dicha descripción de las interpretaciones y valoraciones espontáneas,
precisamente por la carga de subjetividad que impregna toda actividad escolar.
“Por otra parte está la dificultad de separar lo que se ve de lo que se piensa. Rápidamente emitía juicios o incluso observaba,
movida o guiada por esos juicios, lo que ya me estaba haciendo deformar la realidad. Ocurre también que te fijas en unos
problemas o situaciones dejando al margen otros que pueden ser tanto o más importantes, pero simplemente no los veo...”
(Ma. Jesús)
Esta dificultad, tal como se manifiesta en el caso anterior, se puede ir superando si se comienza a incorporar poco a
poco un cierto grado de diferenciación consciente entre lo que se describe espontáneamente y el análisis más
sosegado, sistemático y racional que posteriormente, o paralelamente, podemos hacer de ello. De esta forma
comenzarán a aflorar los problemas prácticos y los dilemas conceptuales que más nos preocupan y condicionan. A
medida que se van diferenciando las incidencias, las valoraciones y las interpretaciones, se van perfilando los
núcleos problemáticos de la dinámica general de la clase. Veamos a continuación algunos textos relacionados con
problemas prácticos:
“Me preocupa bastante cómo comenzar. Primero, para afianzar el método y dominarlo hay que se guir los pasos
ordenadamente. Sistematizar y estructurar. Lo que más me preocupa es la sistematización, incido en ello a través
de la propuesta de nuevos ejercicios de observación, ordenación y clasificación”.
“Lo que más cuesta es mantener un volumen de ruido adecuado al trabajo, el revuelo y el tono de voz. No están
“Después de 1 h y 1/2 de trabajo, se plantea el problema de los que terminan antes (no saben que hacer)”.
“Unos terrarios que había en clase, comienzan a arreglarlos. Es una actividad que propongo yo y se acepta gustosamente
(manipulativa, entretenida; serrar, cortar, clavar, pintar, etc.). Hay una completa desorganización del espacio de la clase y del
Como se puede observar, las situaciones descritas son percibidas como fuentes de conflictos y de problemas que hay
que enfrentar y resolver diariamente. El diario facilita la posibilidad de reconocer esos problemas y de asumir la
realidad escolar como compleja y cambiante, favoreciendo su tratamiento a través del análisis y seguimiento de los
mismos.
Los problemas no tienen por qué ser preguntas explícitamente formuladas, aunque en último término pueden ser
reductibles a alguna modalidad de pregunta. Se aclaran y delimitan en la medida que van siendo investigados. En
este sentido se puede decir que el problema es un “proceso” que se va desarrollando, reformulando y diversificando.
“Los problemas existentes en la realidad educativa deben funcionar como punto de partida y como hilo conductor en el
proceso... El tratamiento de problemas posibilita el cuestionamiento de las concepciones facilitando un proceso gradual y
continuo de cambio de las mismas. Trabajar con problemas es un proceso intelectual complejo que ofrece multitud de
posibilidades de aprendizaje y de encadenamiento de nuevas cuestiones, de forma que, en torno al eje que constituye el trata-
miento del problema, se articulan nuevos problemas y nuevas temáticas que pueden guiar el proceso de aprendizaje del
profesor... En términos sencillos podemos considerar como “problema” algo (un hecho, una situación, un planteamiento, etc.)
que no puede resolverse automáticamente mediante los mecanismos que normalmente utilizamos, sino que exige la
Veamos al hilo de algunos párrafos de un diario cómo podría ser el proceso de investigación y tratamiento de un
problema práctico.
La constatación de diversos hechos y acontecimientos en la clase pone en evidencia, en el caso que vamos a analizar,
el surgimiento de una problemática asociada a la escasa participación de la mayoría de los alumnos en algunas de las
actividades que se proponen.
“Cuesta trabajo empezar las puestas en común. No parecen muy interesados. Sólo un grupo completo muestra verdadero
interés, así como algunos niños de otros grupos. Otros pasan e intentan incordiar. Empezamos, y al momento, ante este
panorama, paro y digo que si no interesa hoy la hacemos otro día. Silencio. Decido seguir”. (J. Martín)
“Creo que se deberían dirigir mejor los debates porque los niños hay muchas veces que se pierden y no saben a qué están
respondiendo o qué postura están defendiendo o atacando. Otro problema es que siempre participan los mismos, mientras que
hay niños que no hablan jamás. Sé que esto es normal en una puesta en común en la que participa mucha gente, pero lo que sí
es cierto es que el número de niños que participan es menor que el de los que no lo hacen. Con todo esto se consigue que el
maestro tenga que estar continuamente haciendo preguntas que susciten el interés. Concretamente hoy observé que había
En el párrafo anterior, aparece ya un problema-foco perfectamente delimitado: “La falta de participación de una
mayoría de niños en las puestas en común”. Al mismo tiempo se describe la solución que el maestro adopta “sobre la
marcha”: hacer preguntas que susciten el interés. Sin embargo, no se plantea aún claramente que la falta de interés
por la actividad puede ser la causa de la poca participación, aunque se insinúa.
“Hay que despertar mucho más el interés, cambiar las formas de las puestas en común para que no se hagan tan monótonas
como puede ser una clase magistral. Creo que esto se podría solucionar utilizando técnicas de dinámica de grupo”. (J. Martín)
En efecto, parece que la causa se asocia más a problemas de tecnología didáctica, relacionados con una adecuada
orientación y dirección de las tareas, que al hecho de que los alumnos no estén interesados realmente por lo que están
haciendo. La solución que se propone es la utilización de ciertas “técnicas” que podrían asegurar, según el profesor
en cuestión, el interés y la participación de los niños.
A medida que se van centrando las observaciones en el problema, se va ampliando y extendiendo a otras actividades
donde aparecen evidencias semejantes:
“Reparto el guión de trabajo. Lo leo en voz alta y aclaro las dudas (referidas a las instrucciones de trabajo)
Se pueden discutir y trabajar los guiones en los grupos, pero hay que anotar en los cuadernos, individualmente.
No despiertan demasiado interés general. Se habla de fútbol, de profesiones, de otras cosas... Realmente pocos
están centrados en el guión”. (J. Martín)
En este último párrafo comienzan a perfilarse las dos tramas de acontecimientos que habitualmente se superponen en
la escuela. Por un lado, una trama académica que configura la estructura y la dinámica de tareas escolares y que
refleja los objetivos e intereses de la escuela a través de una serie de principios del tipo: necesidad de “dar” el
programa, de trabajar un cierto número de contenidos, de guardar una cierta apariencia de control homogéneo, etc.
Por otro, una trama oculta, de relaciones informales que refleja, como en este caso, el auténtico trasfondo de
intereses, conocimientos y aprendizajes reales.
Generalmente, en una clase suele haber un grupo de alumnos que “aceptan” el juego de adaptarse a las apariencias
que la escuela impone, casi siempre a cambio de ciertas “prebendas” sociales que la misma ofrece: felicitaciones,
buenas notas, etc. Pero también nos solemos encontrar con otros que no se adaptan y que ponen en evidencia las
contradicciones del sistema en el que están inmersos.
Sosa, Palmero y Wili cuando se plantean interrogantes y se tratan de dar explicaciones, no están con la clase. A
Sosa y Palmero les digo que se den un paseo. Se van, pues me están poniendo nervioso.
Vuelven y empiezan a trabajar como los demás. En todo lo que no sea trabajo mecánico, son incapaces de centrarse” (J.
Martin).
Una tendencia que suele manifestarse en situaciones como la anterior es la de proyectar en los propios alumnos la
responsabilidad de la problemática: “no poseen las capacidades suficientes”; “suelen distraerse”; “no muestran
interés por nada”, etc. Sin embargo, un análisis más detallado de estas manifestaciones nos lleva a plantear que, a
veces, la dificultad para solucionar determinados problemas del aula estriba en el hecho de que los profesores
tenemos por cierto lo que no son más que creencias y suposiciones. Veamos lo que se dice a continuación:
“A partir del problema de la distracción llegué al no menos problema de la curiosidad. Curiosidad entendida, no
sólo como interés más o menos grande por los trabajos de clase o por el tema de ese momento, sino como
capacidad de asombrarse, de ver, de descubrir problemas, de plantearse preguntas.
Mi pregunta es: ¿por qué hay niños que se asombran, que se fijan en las cosas y son capaces de ver problemas y
otros no?, ¿por qué ante una misma situación hay niños que plantean dudas y otros no?, ¿es cuestión de
inteligencia, de un mayor grado de desarrollo?, ¿es fruto de un ambiente más rico en estímulos?”. (J. Martín)
Todos estos dilemas son fruto de la contradicción que manifiesta el autor del diario entre el hecho de creer que lo
deseable es que los alumnos tengan un nivel similar de interés, participación y conocimientos, lo que facilitaría que
se pudiera llevar a la práctica una estrategia de trabajo única y una labor rápida y eficaz, y la evidencia que nos
muestra la diversidad de la propia realidad.
Probablemente, siempre que juntemos al azar un número de 25 ó 30 personas de la misma edad, sean de la edad que
sean, encontraremos una diversidad importante de niveles de desarrollo, niveles de conocimiento, tipos de
personalidad, diversidad de expectativas, intereses, etc. Y, precisamente por eso, una de las características más
significativas de la enseñanza es la de tener que realizarse en un ambiente “complejo” y “diverso”; y que, por tanto,
una de las condiciones que debe reunir cualquier estrategia didáctica, si quiere ser eficaz, es la de poder adaptarse a
dicha diversidad y complejidad.
Llegados aquí podríamos decir que, desde nuestro punto de vista, detectamos en el caso concreto que estamos analizando dos
A lo largo de este capitulo hemos ido planteando el uso del diario como un instrumento útil para la descripción, el
análisis y la valoración de la realidad escolar. La orientación que en este sentido le hemos dado pretende iniciar un
proceso de reflexión-investigación sobre la práctica.
Las primeras descripciones, de un mayor nivel de generalidad, deben conducir a una visión más analítica a medida
que se van categorizando y clasificando los distintos acontecimientos y situaciones recogidas en el Diario.
Posteriormente, al mismo tiempo que se reflejan y detectan los problemas prácticos, éstos se van aclarando y
delimitando en la medida que van siendo trabajados. En este sentido, insistimos en la idea de que todo problema es
“un proceso continuo” que se va desarrollando, reformulando y diversificando en sucesivas aproximaciones que van
desde lo general a lo concreto, desde la descripción al análisis, desde la explicación a la valoración, y al contrario.
Esto puede y debe permitir al profesor el cuestionamiento de sus concepciones implícitas, pues, como ya hemos
indicado en otro lugar (Grupo Investigación en la Escuela 1991), constituyen la información que hay que movilizar
en un proceso de desarrollo profesional, y son el punto de partida sobre el que se deben realizar las nuevas
construcciones del saber profesional.
Progresiva separación
Posible diferenciación de
Objetivos y contenidos que de hecho se Tipos
desarrollan
de evaluación practicada
Grupos naturales y liderazgos
Relación de aceptación y rechazo
Interacción instruccional
a) Concepciones referidas al alumno: cómo aprenden los alumnos; cómo se facilita dicho aprendizaje;
influencia de las capacidades innatas; causas de las conductas no “adaptativas” (niños difíciles); las
posibilidades de cambio y desarrollo; derechos y deberes de los alumnos; etc.
b) Concepciones referidas al papel del profesor: su autoridad; la relación con el currículum; la profesionali-
dad; estilos y métodos de enseñanza; fines y metas pedagógicas; etc.
c) Concepciones referidas a la materia: carácter absoluto o relativo del conocimiento; importancia del conoci-
miento espontáneo de los alumnos; naturaleza del conocimiento escolar y su relación respecto al
conocimiento científico y al cotidiano; técnicas de enseñanza específicas; materiales; recursos; etc.
d) Concepciones referidas al ambiente: relaciones psico-sociales dentro y fuera del aula; democracia escolar;
toma de decisiones; relaciones de poder; equipos naturales; líderes; ambiente físico; organización de los ma-
teriales; organización del espacio y del tiempo; etc.
Aunque puede existir una gran diversidad de concepciones o puntos de vista, se pueden establecer grandes patrones
comunes o Modelos Didácticos debido a una de sus características: la relativa coherencia interna que suelen guardar
entre sí. Por ejemplo, una cierta manera de concebir el aprendizaje de los alumnos se corresponde generalmente con
una determinada visión del papel del profesor, o de las relaciones sociales en la clase.
Otra característica de las concepciones es su resistencia al cambio. Muchas de ellas se han ido elaborando a lo largo
de nuestro proceso de socialización profesional en el sistema educativo a través de la percepción, muchas veces
inconsciente, de regularidades y evidencias aparentes; por lo que poseen un alto nivel explicativo y funcional.
También es cierto, sin embargo, que si sometemos las concepciones a procesos continuados de contraste con la
propia realidad, o con otras concepciones y puntos de vista (el de nuestros compañeros, los alumnos, otras personas
ajenas a la escuela, nuevas teorías educativas, etc.), suelen aparecer contradicciones y evidencias que nos pueden
llevar a la modificación, ampliación o sustitución de las mismas por otros puntos de vista que ofrezcan una mayor
potencialidad explicativa acerca de los problemas prácticos y dilemas que más nos puedan preocupar.
Estos procesos de contraste requieren de un cierto nivel de planificación y sistematización si pretendemos iniciar una
dinámica sostenida de evolución de nuestras ideas. Muchas de las iniciativas desarrolladas en este sentido
(seminarios permanentes, proyectos de innovación, grupos de renovación, etc.) se han ido diluyendo por carecer de
la orientación y el apoyo adecuados. Pensamos que esta dinámica ha de situarse en la perspectiva de “un proceso de
investigación y experimentación de alternativas curriculares diferentes”; que requiere de al menos dos condiciones:
que se dé en el seno de un equipo de profesionales y que esté orientado por un facilitador, asesor o investigador.
Pues, como hemos manifestado en otras ocasiones (Grupo Investigación en la escuela 1991):
...“de la misma manera que entendemos que nuestra actividad profesional abarca dos tipos de tareas
interrelacionadas: facilitar el aprendizaje de los alumnos e investigar la evolución del mismo en el contexto del
aula, también pensamos que nuestro aprendizaje profesional, al igual que el de los alumnos, ha de ser facilitado e
investigado por personas que implicándose de forma indirecta en las experiencias prácticas, actúen a modo de
profesores de profesores”.
Las reuniones de los equipos de profesores en los centros se suelen dedicar con frecuencia a temas organizativos,
burocráticos y generales, ajenos la mayoría de las veces a los problemas más ligados con las activida des de clase.
Muy pocas veces el sentido de las mismas está marcado por el intercambio significativo de puntos de vistas,
experiencias y preocupaciones profesionales concretas.
Al mismo tiempo, en dichas reuniones, se manifiesta una tendencia a situar las causas que impiden un adecuado
tratamiento de los problemas educativos en “obstáculos externos” asociados al contexto: el ambiente general del
centro; la actuación de la administración, etc.
Sin embargo, la propuesta de estructurar el contenido de las sesiones en torno a la lectura y discusión de los diarios
de clase puede facilitar el descubrimiento de los “obstáculos internos”, favoreciendo la implantación progresiva de
una estrategia de reflexión conjunta sobre y para la acción. Comenzar con la lectura y el análisis de los
acontecimientos reflejados en el diario genera una dinámica de intercambios de puntos de vista que eleva el nivel de
la comunicación, hasta ahora fragmentaria, intuitiva y basada frecuentemente en estereotipos pedagógicos.
Solemos tener la sensación de que los problemas que se nos plantean son exclusivos de nuestras clases. Cuando
ampliamos el horizonte y los compartimos crítica y rigurosamente en un equipo de trabajo, la comprensión de los
acontecimientos pasa generalmente a un nivel superior, y los problemas ya no son “mis problemas”: son problemas
profesionales compartidos y, por tanto, más objetivables que en su primera formulación.
En este sentido, el intercambio de puntos de vista entre profesores debería abarcar aspectos como los siguientes:
a) Las visiones que tienen de su autonomía profesional, las concepciones acerca de sus tareas y
responsabilidades profesionales.
b) Las opiniones que tienen de sus clases, de los alumnos, de los otros profesores, del centro y de otros
aspectos del sistema educativo y social.
c) Los esquemas de conocimiento que poseen. Sus creencias epistemológicas, científicas, pedagógicas, psi-
cológicas, etc. Los principios prácticos y las rutinas que vertebran sus formas de actuar. Los modelos que
subyacen en sus estilos de enseñanza.
d) Los problemas, intereses y necesidades que manifiestan.
e) Los obstáculos cognitivos, afectivos y metodológicos que bloquean sus procesos de evolución profesional.
f) Las conductas más significativas que tienen en la clase.
No olvidemos que la enseñanza es una actividad práctica y que no debemos perdemos en la simple especulación
teórico-filosófica. El intercambio, la contratación y el análisis de los aspectos mencionados facilita la ampliación de
los puntos de vista iniciales y favorece, por tanto, la evolución de las concepciones. Estas nuevas ideas deben
traducirse en el diseño de una nueva intervención, los cambios en las ideas (“el saber”) han de tener un reflejo en los
cambios en el programa (“en el saber hacer”). Un esquema que puede orientar el trabajo en el equipo de profesores
es el siguiente:
A B C
Por ejemplo, el problema de la falta de disciplina puede tener su origen en un enfoque metodológico que no propi cia
la implicación activa de los alumnos en la dinámica de la clase. Por tanto, es deseable que, partiendo de los pro -
blemas concretos detectados en las reuniones de equipo, el diseño de la nueva práctica se aborde desde plantea-
mientos más globales, a través de fa elaboración y experimentación de centros de interés o unidades didácticas.
El análisis de los problemas metodológicos guarda una estrecha relación con la selección y organización del
contenido y con el problema de la evaluación. Por tanto, el diseño del nuevo programa de intervención tendrá en
cuenta, por un lado, los problemas concretos y significativos de los miembros del equipo; y, por otro, criterios y
procedimientos que den alguna respuesta al problema del qué enseñar; del cómo enseñar; y del qué y cómo evaluar.
Todo ello en torno a un centro de interés, núcleo conceptual, etc. que actúe a modo de hilo de conductor y que de
coherencia a las diversas problemáticas que progresivamente irán surgiendo.
3.2. El diario del profesor y el pensamiento de los alumnos: contrastando con la otra parte
Una buena parte de las concepciones que poseemos se relacionan con nuestra visión acerca del papel de los alumnos
en la escuela: su nivel de conocimientos, sus formas de ser y pensar, sus intereses y motivaciones, el papel que
juegan en la clase, etc. Estas concepciones suelen basarse en un tipo de relaciones fuertemente jerarquizadas y que
atribuyen a los alumnos un papel de agentes pasivos en su proceso de aprendizaje. Este hecho suele ser fuente de
diferentes y graves conflictos con determinados alumnos, al no coincidir nuestras expectativas con la visión que ellos
tienen de la dinámica de la clase.
La perspectiva de adecuar, adaptar y negociar con los alumnos, tanto su papel en la escuela, como el contenido y la
orientación de los procesos de enseñanza-aprendizaje (tipo y secuencia de actividades, criterios y pautas de
organización, horarios, etc.), requiere la explicitación y la contrastación con los alumnos de aspectos tales como:
Este proceso de contrastación puede hacerse reflejando de manera específica en el diario las incidencias y
acontecimientos que nos den información sobre algunos de los aspectos anteriormente reseñados.
En la selección de los objetos de estudio debemos tener en cuenta las necesidades, problemáticas e intereses más
próximos de los alumnos. El diagnóstico de los mismos puede realizarse, además de con la observación directa de
sus opiniones más espontáneas, con determinadas actividades diseñadas específicamente para ello: cuestionario,
entrevistas cortas, etc.; e incluso a través de otras actividades que favorezcan la posibilidad de am pliar su campo de
intereses, como salidas, itinerarios, pase de vídeos, diapositivas, etc.
Es importante en este tipo de actividades observar atentamente, y registrar en el diario, aquellas conductas,
comentarios, preguntas, etc., incluso suscitadas por nosotros mismos, que puedan desvelar intereses, curiosidades y
nuevas expectativas. Al mismo tiempo, nuestras observaciones sobre las ideas que los alumnos manifiestan en la
dinámica habitual del aula nos van desvelando los esquemas de conocimiento que poseen acerca de los tópicos y
problemas con los que están trabajando.
Un diagnóstico más sistemático del pensamiento espontáneo de los alumnos utilizando diversos recursos y técnicas 3
puede evidenciar los diferentes niveles de conceptualización que presentan ante una misma temática, lo que contrasta
con el hecho de enseñar como si los alumnos tuviesen niveles homogéneos de conocimientos.
Trabajar con las ideas de los alumnos facilita la adopción de nuevos enfoques de objetivos y contenidos (el qué
enseñar), adecuando y complejizando los criterios de selección y organización de los mismos. La elaboración de
mapas, tramas, o esquemas conceptuales de referencia que permitan establecer distintas posibilidades de relación y
conexión entre los conocimientos, así como diferentes niveles de formulación de los mismos, constituyen un
instrumento útil para la adecuación del conocimiento escolar deseable al conocimiento real de los alumnos, evitando
una traslación mecánica del mismo.
Esta forma de organizar los contenidos de la enseñanza, y los esquemas de conocimiento de los alumnos, favorece,
por una parte, una selección flexible de problemas y actividades para investigar en clase (el cómo enseñar), pues se
pueden establecer distintos recorridos o itinerarios de acuerdo con los diferentes niveles, intereses, necesidades y
expectativas detectadas; y, por otra, el seguimiento (la evaluación) del aprendizaje de los alumnos, al someter a
contraste la evolución de sus esquemas de conocimientos en distintos momentos del proceso.4
Decíamos al comenzar este capitulo que las concepciones de los profesores tienen un fuerte componente empírico y
funcional, y que suelen responder más a creencias que a teorías elaboradas con un cierto nivel de complejidad. En
este sentido se podría establecer un paralelismo entre las características de las concepciones de los alumnos y sus
procesos de evolución, y las concepciones profesionales de los profesores (concepciones psicopedagógicas,
científicas, etc.) y sus procesos de cambio y desarrollo.
Desde nuestro punto de vista, el asesor / facilitador (el especialista en formación del profesores) debe asumir un
3
Ver el libro de Rosario Cubero: Cómo trabajar con las ideas de los alumnos, número uno de esta misma serie.
4
Sobre una metodología de aprendizaje por investigación ver el libro de esta misma serie: Aprender Investigando de Eduardo
García y Francisco F. García.
papel en cierto sentido similar al que desempeña el profesor respecto a los alumnos, ayudando a explicitar y
diagnosticar los problemas prácticos y las creencias de los profesores, y apoyando metodológicamente un proceso
sistemático de reflexión sobre la acción orientado a la investigación de dichos problemas, en la perspectiva de
favorecer un cambio de la teoría y la práctica profesional.
Sin embargo, este paralelismo ofrece ciertas limitaciones. Parece evidente que el asesor no puede estar presente en el
desarrollo de la mayor parte de las actividades de clase. Llevar un diario de clase permite garantizar la recogida de
información, la obtención de datos sobre aspectos considerados relevantes y la aportación de una visión histórica del
desarrollo de los acontecimientos, que con posterioridad se puede analizar conjuntamente (profesor / equipo de
profesores-asesor / facilitador) y contrastar con informaciones procedentes de otras fuentes (observacio nes de un
compañero o del facilitador, entrevistas a los alumnos, grabaciones de las clases, etc.) que ofrezcan una perspectiva
diferente de los mismos acontecimientos.
Este proceso de contrastación se puede estructurar metodológicamente en torno a tres grandes momentos:
Diario de profesor
Fig. 8. El cambio de concepciones del profesor.
Por lo visto hasta ahora, podemos afirmar que el hecho de llevar un Diario de nuestra experiencia docente implica
poner en práctica un método de desarrollo profesional permanente, y como tal, un proceso donde podemos resaltar
momentos y fases relativamente diferentes. Hasta ahora hemos descrito las características que adopta el contenido de
un Diario cuando se trata de reflexionar sobre los problemas del aula y sobre las ideas, creencias y concepciones que
están asociadas a ellos.
A continuación nos hemos centrado, en el capitulo tercero, en el “momento” del Diario en que nos esforzamos por
cambiar nuestras propias ideas, reforzando aquellas que probablemente intuíamos como mejores, pero que nos
producían algún tipo de “inseguridad práctica”.
El haber profundizado, discutido y caracterizado los problemas más significativos, posiblemente nos habrá generado
dilemas teóricos y nos habrá provocado un cierto nivel de enfrentamiento con nuestro propio modelo didáctico.
Todo ello puede habernos creado condiciones favorables para asumir un mayor riesgo teórico y una mayor apertura a
otros puntos de vista. Esta evolución de nuestras concepciones, si queremos ser rigurosos, ha de traducirse, como
hemos descrito al final del capítulo anterior, en el diseño de una nueva intervención; es decir, los cambios de ideas
han de tener un reflejo en nuestro programa de intervención y, para esto, el Diario es el testigo biográfico
fundamental: el registro sistemático y coherente del nuevo diseño experimental.
Sin embargo, aún queda un paso más, quizás el más problemático: queda la aplicación del nuevo diseño a la práctica.
Conocer nuestros problemas, investigarlos, cambiar las concepciones asociadas con ellos y preparar hipótesis de
intervención novedosas que pretendan resolverlos, son pasos obligados en nuestro desarrollo profesional, pero todo
ello serviría de poco si al final nuestra práctica no cambiara o, lo que es peor, no tuviéramos da tos fiables sobre si
realmente cambia o no cambia. Por lo tanto, analizaremos ahora, en este capitulo, la función del Diario como
instrumento para transformar las nuevas concepciones, el nuevo programa de intervención, en una nueva práctica
conscientemente dirigida y evaluada.
Existe una cierta tendencia simplificadora en nuestra forma de pensar según la cual los cambios, o son globales, en el
sentido de totales, o no son cambios. Especialmente en educación tenemos, con frecuencia, la intuición de que “lo
que hacemos no sirve y de que; por tanto, “hay que cambiar la clase completamente”. Sin embargo, esta especie de
“maximalismo” se suele convertir en ocasiones en el peor enemigo del cambio. El plantear unas modificaciones tan
ambiciosas puede paralizar y bloquear nuestra voluntad, ante el cúmulo de dificultades y problemas nuevos que se
nos vienen encima y sobre los que poseemos muy pocos “saberes prácticos” (Ver figura 9).
Estrategia-modelo didáctico
Práctica
profesional
Fig. 9. Idealismo ingenuo (“lo que se hace no sirve y hay que cambiar lo todo”).
El haber profundizado, discutido y caracterizado los problemas más significativos, posiblemente nos habrá generado
dilemas teóricos y nos habrá provocado un cierto nivel de enfrentamiento con nuestro propio modelo didáctico.
Como contrapunto a este “idealismo pedagógico ingenuo” que pretende trasladar mecánicamente “el ideal” (la
estrategia, el modelo) a la realidad” (la práctica, el modelo en acción), confundiendo el conocimiento teórico, con el
conocimiento práctico y el “saber” con el “saber hacer”, existe también otra tendencia entre nosotros, quizás más
frecuente, pero tan simplificadora como la anterior, según la cual el problema no es ya la traslación de los ideales a la
práctica, sino la consideración de la “práctica rutinaria” como el único ideal posible, no considerándola como “lo
que se puede hacer”, sino como “lo que se tiene que hacer”. De esta manera, muchos profesores confunden lo que
podríamos denominar una postura de “sano realismo”, con la consideración “tacticista” de que sólo lo que “real-
mente se puede hacer” merece la pena ser considerado, abandonando así cualquier proyección teórica o estratégica
que guíe un proceso gradual de cambio (Ver figura 10).
Estrategia-modelo didáctico
Práctica
profesional
Fig. 10. Tacticismo inmovilista (“lo que se hace es lo que se tiene que hacer”).
Según esto, una adecuada posición profesional requiere saber combinar dos procesos íntimamente relacionados, pero
diferentes. Por un lado, un proceso de construcción teórica sobre la enseñanza, es decir, de definición de nuestro
modelo didáctico de referencia; y, por otro, un proceso de construcción práctica de nuestro “saber hacer”
profesional. Inevitablemente nuestro modelo irá por delante de nuestra práctica, y, precisamente por eso, 'podrá
orientarla, pero también, nuestra práctica nos obligará a modificar y complejizar el modelo, de manera que la
relación entre ambos, modelo teórico y saber práctico, se convierta en el motor de nuestro aprendizaje y desarrollo
profesional (Ver figura 11).
Estrategia-Modelo Didáctico
Práctica
Profesional
Fig. 11. Constructivismo evolucionista (“se hace lo que realmente se es capaz de hacer a la luz de
lo que teóricamente consideramos conveniente hacer”).
Por eso “lo nuevo no es siempre lo contrario de lo viejo”, ya que lo nuevo, de alguna manera, siempre se apoya en lo
viejo, aunque sea para negarlo. Al aplicar el nuevo programa de intervención descubriremos que, por más que
hayamos introducido cambios sustanciales, fruto de los nuevos puntos de vista construidos teóricamente, nuestra
práctica se moverá contradictoriamente entre las rutinas anteriores, que se quieren desterrar, y las conductas
novedosas que se quieren introducir. Con frecuencia, antes de consolidar algunos de los nuevos procedimientos
prácticos, pasaremos por etapas intermedias de transición en las que estaremos aprendiendo y construyendo de
manera genuina y significativa lo que “realmente somos capaces de hacer” a la luz de lo que teóricamente
“consideramos conveniente hacer”. (Ver figura 11).
Probablemente es en estas fases de transición parcial, contradictoria e insegura donde existe una mayor po-
tencialidad de aprendizaje profesional, ya que desde “lo viejo”, desde lo que conocemos, controlamos y nos da
seguridad, intentamos experimentar, “hasta donde somos capaces”, el nuevo conocimiento teórico que hemos
podido elaborar, descubriendo que cambiar la forma de pensar no garantiza cambiar la forma de actuar.
Sólo desde el esfuerzo profesional que implica la elaboración de un programa de intervención hipotético, que guarde
cierta coherencia con las nuevas concepciones, al mismo tiempo que con los condicionantes contextuales y
personales en los que se trabaja, y desde el esfuerzo profesional que implica asimismo realizar un seguimiento
riguroso del desarrollo en la práctica de dicho programa, recogiendo, analizando y evaluando datos empíricos
significativos; sólo desde este tipo de actividad profesional podremos asegurar, por un lado, que los cambios en
nuestra forma de pensar influyan en nuestra forma de actuar, y que, por otro, los cambios que “de hecho”
conseguimos en nuestra forma de actuar también influyan y mantengan viva nuestra forma de pensar.
En otras palabras, la construcción progresiva de nuestro “saber hacer” profesional, el hecho de que las cosas cambien
en clase y que aumente la calidad de los procesos de enseñanza-aprendizaje que en ella tienen lugar, depende
fundamentalmente de como sepamos manejar la relación entre teoría y práctica, entre modelo y realidad: entre
creencias pedagógicas y conducta de clase, y para ello es determinante concebir de manera diferente el papel que
todo programa de intervención (la programación) ha de jugar, y realizar un adecuado seguimiento investigativo
(evaluación) de su aplicación en la realidad.
Programar, desde este punto de vista, es buscar un compromiso entre el grado de elaboración de mi teoría
pedagógica, la visión que tengo de la realidad escolar en que me muevo y mi propia capacidad profesional. Pro-
gramar es, por tanto, adecuar la estrategia a las posibilidades de la realidad, en el sentido de formular a modo de
hipótesis el plan de intervención que se considera más adecuado para “siendo realistas, poder cambiar”.
Evaluar es, asimismo, investigar la acción, los hechos que realmente ocurren cuando aplicamos el programa, para
poder así comprender, a la luz del modelo de referencia, las dificultades prácticas, los bloqueos, las inadecuaciones,
las variables no tenidas en cuenta; y todo tipo de datos que nos permitan, posteriormente, reformular, depurar y
complejizar el programa y, a la larga, el modelo o teoría que lo sustenta (figura 10).
Llegados a este punto, el Diario deja de ser exclusivamente un registro escrito del proceso reflexivo, para convertirse
progresivamente en el eje organizador de una auténtica investigación profesional. No se trata ya de describir
genéricamente los problemas prácticos que encontramos en nuestra actividad, ni de analizarlos poniendo en cuestión
nuestras concepciones didácticas. Tampoco se trata de diseñar una nueva intervención, describiendo en el Diario las
nuevas incorporaciones teóricas que deseamos aplicar. Se trata, en esta fase, de desplegar técnicas más concretas y
específicas para conocer como funciona el nuevo programa en la realidad, recogiendo información previamente
establecida, analizándola y categorizándola, contrastando datos obtenidos de fuentes diversas, comparándolos con lo
previsto en el diseño y estableciendo conclusiones que reorienten el curso de la práctica y nos permitan validar y
reconstruir nuestro propio conocimiento pedagógico-profesional.
El Diario, pues, adopta un estilo más estructurado y se convierte en el desencadenante de otros medios de
investigación (entrevistas, cuestionarios, análisis de documentos, etc.) y en el lugar de elaboración y síntesis de la
información. El profesor, o el equipo de profesores, ya no actúa sólo como “observador informal”, o como “reflexivo
esporádico”, ni siquiera como “programador riguroso”, sino que incorpora también, aunque de manera parcial, el
estilo de un investigador “en” y “sobre” la práctica pedagógica sometida a experimentación.
Evidentemente la actividad de enseñar no es similar a la actividad científica de investigar; pero, si aceptamos que el
concepto y la práctica de la investigación admite una diversidad de grados y niveles, cuando, como enseñantes,
intentamos modificar la actividad de la clase basándonos en nuevos principios y fundamentos, estamos incorporando
a nuestra profesionalidad ciertas dosis del espíritu y la estrategia de eso que denominamos ge néricamente como
investigación. El Diario, por tanto, es el cuaderno de trabajo del experimentador, donde anota las observaciones,
donde recoge las entrevistas, donde describe el contenido de los materiales de clase, donde compara y relaciona las
informaciones, donde establece conclusiones y toma decisiones sobre los siguientes pasos de la experimentación.
Dos observaciones finales en este apartado. Por más que utilicemos palabras tradicionalmente vinculadas al método
de las Ciencias Experimentales (observación, problemas, hipótesis, experimentación, etc.), no podemos olvidar que
trabajamos en el campo de lo humano y lo social, y que, por tanto, usamos estos términos en un sentido “analógico”
y no estricto. Cuando hablamos, por ejemplo, de experimentación no nos referimos a la reproducción artificial de una
situación en la que intentamos controlar todas las variables que intervienen para descubrir la variable causante del
efecto-problema que estamos investigando (como en ciertos casos ocurre en las disciplinas llamadas experimentales),
sino que nos referimos a una acepción más cotidiana del término, a una acepción sinónima de una expresión como la
siguiente: innovación fundamentada y semi-controlada.
Por último, no olvidemos que los datos que se obtengan estarán mediatizados por nuestras propias concepciones. Por
eso, es necesario, como ya hemos indicado, que el seguimiento esté dirigido por nuestra hipótesis de intervención (el
programa) y por los puntos de vista en los que dicho programa se basa (el modelo). Aunque es cierto que cambiar la
forma de pensar no garantiza el cambio en la forma de actuar, también lo es que difícilmente cambiamos nuestra
forma de actuar, sino es porque —a un cierto nivel— cambiamos nuestra forma de pensar.
Como hemos indicado en capítulos anteriores, previsiblemente parte de la problemática que se intenta resolver al
diseñar una nueva intervención está relacionada directamente con el hecho de promover un mejor aprendizaje de los
alumnos, de manera que maduren e incrementen sus conocimientos. Es decir, con frecuencia, parte de nuestros
problemas profesionales giran en torno a la evidencia de un cierto fracaso de nuestra enseñanza, en el sentido de que
no está compensado el tiempo y el esfuerzo dedicado a ella con los resultados que constatamos en los alumnos.
Recordemos, sólo de pasada, que muchos profesores tienden, ante esta situación, a centrar la responsabilidad, más o
menos conscientemente, en elementos externos a ellos mismos y a los enfoques prácticos que utilizan. Se piensa que
los alumnos son torpes o poco capacitados, que tienen “conductas inadaptadas” o que “vienen mal preparados”.
Puede ser que, según los casos, algunas de estas razones sean parcialmente ciertas, pero no obstante, ésta es la
situación de la que se parte y este tipo de profesores deberían medir el éxito o fracaso de su enseñanza en relación
con dicha situación inicial y no con un supuesto nivel de conocimientos preestablecidos curricularmente para cada
curso en concreto.
Nuestra propuesta es que caractericemos al comienzo de la unidad o centro de interés que vayamos a experimentar el
estado inicial del conocimiento de los alumnos: el nivel de conceptualización que manifiestan, las actitudes y valores
predominantes, los procedimientos metodológicos que utilizan y las destrezas que tienen mas o menos desarrolladas.
De la misma manera, conviene conocer, como parte del estado inicial, los bloqueos u obstáculos cognitivos o/y
afectivos que impiden, en su caso, un mayor grado de evolución de los conocimientos.
Para realizar esta tarea se pueden utilizar dos estrategias complementarias. Por un lado, como ya indicábamos en el
capítulo anterior, poniendo en marcha actividades iniciales diversas y muy abiertas que enfrenten a los alumnos con
la problemática objeto de estudio y durante las cuales puedan expresar con toda libertad sus opiniones y puntos de
vista espontáneos, y ensayar tanteos procedimentales y destrezas. Por otro, pasando a los alumnos cuestionarios
especialmente diseñados para acceder a sus concepciones previas, a sus modelos de pensamiento y a la escala de
valores que poseen en relación con la temática; cuestionarios que han de ser sencillos y abiertos, con un lenguaje
coloquial que no presuponga conocimientos de corte académico en los alumnos (Ver figura 12).5
El registro sistemático en el Diario de las opiniones, argumentos, destrezas y actitudes observadas a través de la
primera estrategia permitirá recoger, aún cuando no sea de una forma totalmente pausada y rigurosa, las opiniones de
los alumnos en situaciones reales de aprendizaje, en discusiones espontáneas con los compañeros, en las puestas en
común iniciales, etc. Esta información ha de contrastarse con la obtenida a través de los cues tionarios; información
que, obviamente, tiene menos garantía de espontaneidad y autenticidad, pero sin embargo puede ser objeto de un
análisis más sosegado, detallado y profundo (figura 12).
Por lo tanto, en términos sencillos, al comenzar el seguimiento de la nueva intervención conviene tener una cierta
idea del punto de partida de nuestros alumnos, y ésto lo podemos conseguir combinando, en nuestro Diario, el
análisis de las opiniones, frases, discusiones, etc., recogidas durante la clase, con el estudio de las respuestas que dan
los alumnos a un cuestionario sencillo sobre la temática de estudio.
En caso de disponer de más tiempo, o más experiencia, podemos completar la caracterización del estado inicial del
conocimiento de los alumnos con la grabación en audio de algunas entrevistas selectivas a aquellos que sean
representativos de las formas de pensar predominantes en la clase, o a aquellos otros que presenten puntos de vista
que, aún siendo minoritarios, posean una originalidad especial. Esta actividad complementaria nos permitirá
profundizar en los conocimientos de los alumnos, comprendiendo mejor algunos de los rasgos que nos parezcan más
interesantes (figura 12).
Pues bien, caracterizado en nuestro diario el estado inicial, debemos repetir el proceso varias veces durante el
desarrollo de la unidad experimental, de manera que podamos determinar- estados intermedios del conocimiento
existente en el aula. Estos diagnósticos intermedios pueden realizarse sustituyendo, si se considera conveniente, los
cuestionarios por las producciones realizadas por los alumnos al hilo de las nuevas actividades que se les proponga.
El cuaderno de clase individual o/y de grupo, los materiales e informes elaborados sobre sus trabajos, los murales,
dibujos, cómics, etc., pueden ser ejemplos de lo que queremos decir.
La descripción del estado inicial supondrá probablemente una primera reformulación del programa diseñado, es más,
parece recomendable que el diagnóstico inicial se realice cuando el programa sea todavía un borrador, pues parece
obvio que éste ha de adecuarse al nivel de conocimientos de los alumnos. Asimismo, el diagnóstico inicial nos
permitirá un “enfoque fino” en los diagnósticos intermedios, suprimiendo zonas de indagación poco relevantes,
profundizando más en otras e incluyendo algunas que no preveíamos al principio. La determinación de los diferentes
estadios intermedios de conocimiento y su comparación con los anteriores, nos permitirán detectara la evolución del
conocimiento de nuestros alumnos y someter las hipótesis de intervención a un proceso periódico de revisión,
adecuación y concreción, de manera que facilite la superación de obstáculos, contradicciones y bloqueos en los
alumnos, actuando así como el motor de la construcción del conocimiento en el aula (figura 13).
Al final de la unidad temática o centro de interés que abarque el nuevo programa experimental, se deberá establecer
el estado final-provisional del conocimiento de nuestros alumnos, de manera que el análisis comparativo del mismo
con respecto a los anteriores y, especialmente, con respecto al estado inicial, nos aportará ideas fundamentadas sobre
el proceso de aprendizaje “real” que han seguido, constituyendo un auténtico informe evaluador, que no sancionador,
para los alumnos (figura 13).
4.4. Investigando el desarrollo del programa: la evolución del contexto del aula
Decíamos en el apartado anterior que uno de los problemas más frecuentes con que nos enfrentamos en la enseñanza
es conseguir que nuestros alumnos aprendan. Pues bien, también son frecuentes aquellos otros problemas más
relacionados con la dinámica psico-social que se establece en el aula. Lo indicábamos en capítulos anteriores: la
clase manifiesta un plano comunicacional académico, instruccional y explícito, y otro plano comunicacional más
afectivo, social e implícito. Ambos planos mantienen entre sí una profunda y constante interrelación de manera que,
por ejemplo, se puede “no querer aprender para llamar la atención” o, en el sentido contrario, “bloquear el
aprendizaje de un alumno por no dedicarle la atención adecuada”. Habría que decir, más bien, que ambos planos no
existen por separados sino que están fundidos en la misma realidad; sólo con el objetivo de poder analizar mejor los
diferentes matices existentes, tiene sentido su relativa separación.
Uno de los aspectos que más provocan interferencias entre ambos niveles, desvirtuando y enmascarando, con
frecuencia, el auténtico sentido de las conductas que se dan en el aula, es el hecho de que toda actividad es colar está
mediatizada por unas determinadas relaciones de poder. El profesor es percibido generalmente por los alumnos como
investido por una autoridad institucional delegada de los padres y de la sociedad; autoridad que se ejerce
especialmente a través del uso de la evaluación como mecanismo sancionador y calificador.
La existencia de las relaciones de poder hace que los alumnos dirijan sus conductas en la clase más con el objetivo de
situarse frente a las mismas, que por auténticos intereses de aprendizaje. Ciertos alumnos preguntarán en clase,
memorizarán contenidos y exhibirán una conducta escolar integrada, no tanto porque la actividad de clase les suscite
un enorme interés y hayan captado su motivación y atención, sino porque han aprendido adecuadamente a
comportarse tal como se espera de ellos, evitando así el juicio negativo y la sanción calificadora del profesor. Al
mismo tiempo, otros alumnos mantendrán conductas hostiles, abiertamente contrarias a la actividad académica que
se les propone, provocando una cierta contracultura subterránea en el aula y actuando como elementos perturbadores
y desestructuradores de la dinámica de enseñanza que intenta crear el profesor. Y esto lo harán, no tanto porque sean
“malos por naturaleza”, sino porque no han podido, no han sabido o no han querido aprender a comportarse
ficticiamente con conductas que pretendan demostrar un nivel de atención e interés meramente formal.
Estos hechos convierten, en muchos casos, las situaciones de clase en auténticas representaciones de enseñanza y
aprendizaje-ficción, lo que explica la frecuencia con que los problemas de los profesores tienen sus raíces en los
niveles no académicos de la comunicación escolar. Pero no sólo el contexto psico-social está determinado por una
cierta estructura de poder entre profesores y alumnos, sino que también entre los propios alumnos se establecen
liderazgos, agrupamientos naturales, afinidades y rechazos, que a veces explican determinadas tomas de postura
durante el proceso de aprendizaje. Digamos que sin conocer la trama subyacente de relaciones, los contenidos
implícitos, lo que se ha dado en denominar el “currículum oculto”, será difícil comprender lo aparente, lo manifiesto
y meramente instruccional.
Pues bien, al aplicar la nueva intervención, habrá que realizar un seguimiento de cómo evoluciona todo el contexto
no formal del aula, y especialmente de las áreas, aspectos o dimensiones que hemos considerado más problemáticos
(relaciones con determinados alumnos, problemas de disciplina, estructura de los grupos de trabajo, relaciones niño-
niña, etc.) (Ver figura 14).
Fig. 14. Seguimiento y evaluación del contexto del aula. La dinámica de la triangulación.
Nuestra propuesta, en este sentido, consiste en mantener y mejorar la descripción y el análisis contextual que desde
el principio venimos proponiendo como un contenido básico del Diario. Es decir, combinar el registro mucho más
estructurado, sistemático y racional que hemos descrito en el apartado anterior para caracterizar los estados iniciales,
intermedios y finales del conocimiento de los alumnos, con registros más fenomenológicos, abiertos y, hasta cierto
punto, menos formalizados de la dinámica que se establece en el aula entre los diferentes estados intermedios (figura
14).
Para ello conviene trabajar con el contraste de informaciones procedentes de sujetos que ocupan una posición
diferente en la dinámica del aula; es decir, informaciones procedentes del punto de vista nuestro como profesores, de
los puntos de vista de los alumnos, y de los de cualquier observador no implicado en las responsabilidades docentes.
A este proceso se le denomina habitualmente como triangulación (figura 14 y 15).
Dimensión fenomenológica del diario del profesor (acontecimientos, incidentes, opiniones, etc.)
Análisis de contraste
Diario de los alumnos (opiniones, críticas, puntos de vista sobre la clase, etc.)
Por lo tanto, se trabajará con el Diario de clase del profesor; con los Diarios de clase de los alumnos; y con los
informes periódicos del observador. Se harán análisis de contrastes a través de un proceso de triangulación que
permita comprender como evoluciona la problemática y facilitar la toma de decisiones a diferentes niveles: en el
equipo de profesores, en reuniones entre observador-profesor, en asambleas de clase con los alumnos, etc. (figura 15)
Y todo ello nos dará finalmente información significativa, aunque probablemente parcial, para comprender los
cambios o estancamientos que detectamos al describir los diferentes estados del conocimiento de los alumnos.
En los capítulos anteriores hemos desarrollado una propuesta que se dirige fundamentalmente a aquellos profesores
que comienzan a contemplar la necesidad de una reflexión crítica sobre su propia actividad con el objetivo de
mejorarla y rescatarla de la rutina y los estereotipos. Para ello el diario de clase es un instrumento que nos permite
interrogar y desentrañar el sentido de la realidad, constituyéndose en el testigo biográfico fundamental de nuestra
experiencia.
A lo largo del libro hemos ido viendo diferentes fases en la elaboración del diario. Hemos visto primero cómo
comenzarlo; después cómo convertirlo en el instrumento nucleador de un proceso de reflexión colectiva; y, por
último, cómo hacer de él un cuaderno de trabajo, sistemático y estructurado que resulte imprescindible para la
evaluación y el seguimiento compartido de la práctica.
A modo de síntesis final, vamos a recordar algunos consejos útiles sobre como llevar un diario de clase.
Recuerda que se comenzaba reflejando acontecimientos, situaciones, frases y comentarios de la vida del aula con el
objetivo de ir construyendo una visión más objetiva y compleja de nuestra realidad. Es recomendable que, en esta
primera fase, las anotaciones recojan tanto lo que nos resulta más significativo, como la diversi dad de situaciones
personales y grupales. Y todo ello prestando atención no solo a lo académico, sino también a lo que no es siempre
tan evidente.
Es conveniente, en este momento, hacer un esfuerzo por separar la descripción de la valoración, procurando que las
interpretaciones que hacemos de los hechos no sustituyan al hecho mismo. Puede ayudar la fórmula de describir con
el máximo detalle, en una parte del soporte que utilicemos como registro, los acontecimientos (las personas, lo que
hicieron o dijeron literalmente, el contexto, las reacciones, etc.), y en otra, separando con una barra, utilizando otro
color, etc., anotar nuestras propias valoraciones.
Varios consejos de carácter técnico: utiliza a ser posible un cuaderno de pastas duras (las hojas sueltas pueden
perderse); divide las hojas en dos partes asimétricas con una línea, en una anota las observaciones, en la otra tus
propias interpretaciones. Procura recoger los datos en el momento que se producen, si ello no es posible, utiliza
palabras clave, frases significativas que te permitan luego reconstruir las situaciones. Puedes también grabar en un
casete durante la clase y luego transcribir la información, aunque no sea literalmente.
Desde el principio, el diario debe incluirse, si es posible, en una estrategia global de análisis y reflexión en el seno de
un equipo de compañeros. Comenzar las reuniones con la lectura y la discusión de los diarios puede ser un buen
punto de partida.
Progresivamente conviene ir sistematizando la discusión y centrándola en aquellos aspectos de la realidad que nos
resultan especialmente relevantes o problemáticos. Es necesario para ello contar con alguna persona que nos oriente
y ayude en este proceso. Lo importante es superar el nivel del simple relato y entrar en el análisis de las causas y
consecuencias, discutiendo en el equipo las ideas que tenemos sobre ello y delimitando bien los problemas.
Llega un momento en que nuestras ideas pueden ser limitadas. En ese caso es conveniente proponer lecturas, analizar
experiencias similares, invitar a algunas personas, compañeros, etc., que aporten otras visiones de los problemas y
amplíen nuestras perspectivas. El registro sistemático de todo ello en nuestro diario es un material de gran valor y
utilidad.
Pero la discusión no debe orientarse sólo a problematizar la práctica, sino también a buscar nuevas soluciones bien
fundamentadas, elaborando conjuntamente hipótesis de intervención. El diario, en este sentido, no sólo debe recoger
información empírica sobre los acontecimientos de la clase, sino que debe también, al hilo del diseño, ir recogiendo
las nuevas incorporaciones teóricas que se van a aplicar.
En la fase de aplicación de lo programado, el diario deja de ser exclusivamente “un diario”. Es importante de cidir
previamente el tipo de información que deseamos recoger y los instrumentos que se van a utilizar (entrevis tas,
cuestionarios, etc.). El diario debe ser el cuaderno de trabajo que nos permite hacer un seguimiento global, es-
tructurado y sistemático de la nueva intervención.
6. BIBLIOGRAFÍA
En la misma línea de este libro, que pretende ser una guía fácil y práctica para la investigación del profesor a través
del Diario de clase, los libros y artículos que reseñamos a continuación pueden utilizarse para completar algunos de
los aspectos aquí abordados:
1. TORRES, J. (1986): “El diario escolar”. Cuadernos de Pedagogía, n° 142, pp. 52-55.
2. MARTÍN, J. Y otros (1986): “Los niños investigan. Los maestros también”. Cuadernos de Pedagogía,
n° 142, pp. 32-35.
3. GONZÁLEZ, R. y LATORRE, A. (1987): El profesor investigador. La investigación en el aula. Graó.
Barcelona.
4. PORLÁN R. (1987): “El maestro como investigador en el aula. Investigar para conocer, conocer para
enseñar”. Investigación en la escuela, n° 1, pp. 6369.
Si se pretende profundizar más en los supuestos teóricos y metodológicos de la investigación del profesor en el aula
recomendamos:
Es un libro ya clásico que recoge la fundamentación teórica del movimiento de profesores investigadores en el Reino
Unido. Determina los principios de un enfoque curricular alternativo (el currículum como proceso) basado en el
desarrollo de la autonomía de profesores y alumnos.
Junto con el anterior, es uno de los autores más citados en esta temática. Recoge y amplía las aportaciones de
Stenhouse. En esta obra, la única suya aplicada en España como libro, hay que resaltar los capítulos de dicados a la
caracterización de la imagen del profesor como investigador, así como su concepción del desarrollo profesional.
Junto a éstos dos libros más generales, se aportan también tres manuales más prácticos sobre la planificación y ejecución de la
investigación-acción. Tanto por sus orientaciones, como por los recursos y ejemplos que muestran, los consideramos de gran
utilidad para aquellos profesores y equipos docentes que pretendan abordar de un modo sistemático un proceso continuo de
En otro nivel diferente, si se pretenden vincular los procesos de investigación en el aula con la investigación
educativa más científica, tienen interés las dos obras siguientes:
Los textos de los diarios de clase han sido tomados de una experiencia de C. P Gimenez Fernández de Sevilla y
pertenecen a los profesores José Martín Toscano y Ma. Jesús Zapata.