Lucius Shepard

El cazador de jaguares

Ttulo de la edicin original: The jaguar Hunter Traduccin del ingles: Albert Sol, cedida por Ediciones Martinez Roca, S.A. Diseo: Norbert Denkel Ilustracin: Enrique Jimnez Corominas Crculo de Lectores, S.A. Valencia, 344, 08009 Barcelona 1357929068642 Licencia editorial para Crculo de Lectores por cortesa de Ediciones Martnez Roca, S.A. Est prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan a Crculo de Lectores. 1987, 1988, Lucius Shepard 1990, Ediciones Martnez Roca, S.A. Depsito legal: B-13624-1992 Fotocomposicin: Grafitex, Barcelona Impresin y encuadernacin: Printer industria grfica, s.a. N. II, Cuatro caminos s/n, 08620 Sant Vicenc dels Horts Barcelona, 1992. Printed in Spain. ISBN 84-226-4043-0 N 33787 Scan/Revisin: Elfowar/Cymoril. -2.003-

Prlogo1
Es raro que en la escena literaria (ya sea entre los anuncios de whisky escocs y trajes de noche del The New Yorker, o en las granulosas dos columnas del Fantasy and Science Fiction), surjan nuevos escritores con un convincente dominio del lenguaje, una amplia gama de tcnicas narrativas y una autntica e imponente presencia como autores. Los recin llegados que consiguen la atencin general pueden escribir igual que serafines disfrazados. O quiz se muestren como expertos capaces de atraparle con finales sorpresa que usted nunca hubiera esperado. O (y sta es la menos probable de las tres hiptesis) pueden mostrarle una compasin ganada al precio de muchas dificultades o el conocimiento del mundo que suele acompaarla, compensando con ello a duras penas sus deficiencias como estilistas o creadores de argumentos fascinantes. Pero no es frecuente que uno se encuentre leyendo a un recin llegado cuya obra consigue combinar esas tres virtudes. La razn es sencilla. Dejando aparte a unos cuantos prodigios literarios que se aplican a su labor igual que las termitas a la madera, el ejercicio de escribir requiere sangre, sudor y lgrimas. No slo precisa un talento que se pueda desarrollar, sino tambin el haber aprendido desgastndose los dedos hasta el hueso, algo que de vez en cuando puede resultar ms humillante que ennoblecedor. Dado que la mayor parte de escritores empiezan a vender su trabajo cuando estn a punto de cumplir los veinte aos o cuando hace poco que los han cumplido, parte de su aprendizaje se lleva a cabo en pblico, tecleando obras apenas vendibles mientras luchan por mejorar su arte y crecer como personas. No es sorprendente, pues, que los nefitos en el arte de la escritura produzcan de manera irregular, cantando en un momento dado arias exquisitas y, al siguiente, chillando groseramente... Pero incluso los momentos de triunfo pregonado a pleno pulmn revelan ms la amgdala que el tono adecuado, la fuerza bruta que el rigor. Y el que haya mencionado todo esto no tiene otro objetivo que llegar a la presentacin de Lucius Shepard..., quien, al igual que Atenea surgiendo magnficamente completa de la frente de Zeus, apareci en el escenario de la fantasa y la ciencia ficcin como talento totalmente formado. (Por otra parte, cunto tiempo estuvo gestndose Atenea antes de proporcionarle esta terrible jaqueca a su pap?) Sus primeros relatos The Taylorsville Reconstruction, aparecido en el Universe 13 de Terry Carr y Los ojos de Solitario del Fantasy and Science Fiction, se publicaron en 1983; y ya demostraban que Shepard era un narrador tan diestro como verstil. En 1984 hubo por lo menos siete obras ms (relatos cortos, cuentos, novelas cortas) firmadas por Shepard que aparecieron en los sumarios de las mejores revistas y antologas del gnero. Esas obras mostraban una amplitud de experiencias y una madura capacidad de penetrar en las complejidades de la conducta humana que resultaban sorprendentes en un principiante. En mayo de 1984 su novela Ojos verdes apareci como el segundo ttulo de la revivida serie Ace Science Fiction Specials; y en 1985, en la Convencin Mundial de Ciencia Ficcin celebrada en Melbourne, Australia, el premio John W. Campbell para el Mejor Nuevo Escritor fue para Lucius Shepard... con una absoluta y, por lo tanto, gratificante justicia. De acuerdo. Quin es ese tipo? Nunca he llegado a conocerle personalmente pero he ledo casi todo lo que ha publicado hasta el momento. Adems, hemos intercambiado correspondencia. (Yo le escrib y l me respondi.) Aparte de esos breves contactos, he hablado dos veces con Lucius Shepard, dos conferencias a larga distancia; y todos mis encuentros casi-de-la-tercerafase con ese hombre probablemente me han dado la equivocada impresin de que s algo de vital importancia acerca de la persona que hay detrs del nombre, cuando lo que en realidad s es tan slo lo que ustedes van a descubrir en cuanto empiecen a leer esta recopilacin de relatos suyos. Es decir, que Lucius Shepard domina el lenguaje con la maestra de los mejores escritores del gnero, que no slo conoce los trucos sino tambin algunos de los ms profundos misterios del oficio, y que ha vivido el tiempo suficiente y con la intensidad necesaria para haber adquirido una profunda sensibilidad y sabidura de las mejores formas en que utilizar su conocimiento de la gente y el arte para transfigurar una diversin honesta en un arte nada pretencioso. Todos, absolutamente todos los relatos de El cazador de jaguares son agradables y

entretenidos, pero algunos de ellos quiz casi la mitad, se alzan hacia la belleza y la verdad de lo que perdura mucho tiempo, tal y como fueron definidas por Keats. Cmo es posible tal cosa? Bueno, Shepard empez a escribir un poco tarde (es decir, cuando ya haba cumplido los treinta aos), tras un aprendizaje mundano que incluy un conocimiento forzado de los clsicos ingleses a manos de su padre; una rebelin adolescente contra la educacin institucionalizada; estancias como expatriado en Europa, Oriente Medio, India y Afganistn, entre otros lugares exticos; una dedicacin intermitente pero bastante seria a la msica rock, con grupos como The Monsters, Mister Right, Cult Heroes, The Average Joes, Alpha Ratz y Villain (Tenemos formas de hacerte bailar); viajes ocasionales a Sudamrica, donde le ha concedido la categora de Escondite Favorito a una isla situada ante la costa de Honduras; el matrimonio, la paternidad y el divorcio; y algunas aventuras tanto en calidad de asalariado como de hombre sin trabajo que quiz algn da se decida a narrar en su autobiografa, pero de las que s demasiado poco para atreverme a mencionarlas, aunque sea de pasada. Una inmersin total en el taller Clarion para aspirantes a escritores de fantasa y ciencia ficcin hizo que empezara a poner a prueba sus talentos en el verano de 1980, y poco despus de aquello public sus primeros relatos. Para decirlo brevemente, Lucius Shepard est muy lejos de ser un novicio aunque quiz todava se le pueda calificar de Joven Turco, e incluso los profesionales de mediana edad con ms de un libro o dos a su espalda tienen que reconocerle como uno de sus pares. A decir verdad, ya ha dado muestras de una capacidad y un dominio de su arte que despiertan tanto la humildad como una inmensa alegra en aquellos de nosotros que creemos en el poder de la literatura para dirigirse al corazn humano. Los ecos obsesivos del conflicto vietnamita reverberan a travs de relatos como El Salvador, Mengele y Delta Dulce Miel. Por su parte, Coral negro, El fin de la vida tal y como la conocemos, La historia de una viajera y El cazador de jaguares iluminan ese mismo exhuberante paisaje sudamericano de una forma que recuerda vagamente a Graham Greene, Paul Theroux y Gabriel Garcia Mrquez. Sin embargo, la voz de Shepard sigue siendo decididamente propia e inimitable. En Cmo habl el viento en Madaket y La noche del Bhairab Blanco desarrolla unas nada corrientes variaciones del relato de horror contemporneo. En el primer relato, por ejemplo, dice del viento: Era algo procedente de la naturaleza, no de algn otro mundo. Era el yo desprovisto del pensamiento, el poder carente de toda moral. Y en la novela corta Una leccin espaola, Shepard osa concluir su barroco relato con una mxima moral que hace vibrar la historia ms all de las dimensiones de la pgina. Y, dicho sea de paso, mi favorito de la recopilacin es El hombre que pinto al dragn Griaule, una historia que, a la manera indirecta de la parbola, contiene muchas revelaciones tanto sobre el amor como sobre la creatividad. Sin embargo, rara vez se podr encontrar una parbola tan vvida y tan conmovedoramente desarrollada. As pues, escojan una historia al azar, lanla y, despus de hacerlo, se vern impulsados irresistiblemente a devorar las otras historias del libro. Lucius Shepard ya est entre nosotros. El cazador de jaguares anuncia soberbiamente esa llegada. MICHAEL BISHOP ___________________________________ 1. Este prlogo se refiere a la edicin original de la obra, que en castellano se publica en dos volmenes: El cazador de jaguares y El hombre que pinto al dragn Griaule, de prxima aparicin. (N. del E.)

ndice
El Cazador de Jaguares La Noche del Bhairab Blanco El Salvador Cmo habl el viento en Madaket Coral Negro Los Ojos de Solitario

El cazador de jaguares
Esteban Caax visit el pueblo por primera vez en casi un ao debido a la deuda que su mujer tena con Onofrio Esteves, el vendedor de electrodomsticos. Esteban era por naturaleza un hombre que valoraba las delicias del campo y por encima de cualquier otra cosa; la plcida distribucin del da de un granjero le haca sentirse fuerte y animado y se diverta mucho pasando la noche ante una hoguera, mientras bromeaba y contaba historias, o acostado junto a su mujer, Encarnacin. Puerto Morada, con los imperativos de su compaa frutera, los perros melanclicos y las cantinas donde atronaba la msica norteamericana, era un sitio que deba evitarse igual que si estuviera dominado por la plaga: a decir verdad, desde el hogar de Esteban, situado en lo alto de la montaa cuyas laderas formaban el lmite norte de Baha Onda, los tejados de uralita oxidada que circundaban la baha se parecan a la costra de sangre seca que suele haber sobre los labios de un moribundo. Pero esta maana en particular no tena ms remedio que visitar el pueblo. Encarnacin haba adquirido un televisor a pilas en la tienda de Onofrio, a crdito y sin que Esteban lo supiera, y ahora Onofrio amenazaba con apoderarse de las tres vacas lecheras de Esteban como pago por los ochocientos lempira que se le deban; se negaba a que le devolvieran el televisor, pero haba mandado aviso de que estaba dispuesto a discutir un mtodo alternativo de pago. Si Esteban perda las vacas, sus ingresos caeran por debajo del nivel de subsistencia y se vera obligado a practicar de nuevo su vieja ocupacin, una ocupacin mucho ms onerosa que la de granjero. Mientras bajaba por la montaa, dejando atrs chozas con tejados de hierba y postes de madera, idnticas a la suya, siguiendo un sendero que serpenteaba por entre una vegetacin amarronada por el sol sobre la que se alzaban los plataneros, Esteban no pensaba en Onofrio sino en su mujer. Encarnacin era frvola por naturaleza y Esteban lo saba desde que se cas con ella; pero el asunto del televisor era todo un emblema de las diferencias que haban ido surgiendo entre ellos desde que sus nios se hicieron mayores. Encarnacin haba empezado a hacerse la sofisticada, rindose ante los modales de campesino que usaba Esteban, y se convirti en la presidenta de un grupo de mujeres de edad, casi todas viudas, que aspiraban unnimemente a la sofisticacin. Las mujeres se acurrucaban cada noche alrededor del televisor y luchaban por superarse unas a otras haciendo comentarios sagaces sobre las pelculas policacas norteamericanas que estaban viendo; y cada noche Esteban se quedaba sentado fuera de la choza, mientras pensaba tristemente en el estado de su matrimonio. Crea que la relacin de su mujer con las viudas era su forma de decirle que tena muchas ganas de ponerse la falda negra y la paoleta y que tras haber servido a su propsito de padre Esteban ya no era ms que una molestia para ella. Aunque Encarnacin slo tena cuarenta y un aos, era tres ms joven que Esteban, estaba abandonando la vida de los sentidos; ahora ya casi nunca hacan el amor y Esteban tena la seguridad de que, en parte, eso era una expresin fsica del resentimiento que senta Encarnacin al ver que los aos haban sido amables con l. Esteban tena el aspecto de un viejo patuca: alto, con rasgos tallados a golpes de cincel y ojos grandes y algo separados; su piel cobriza estaba relativamente libre de arrugas y su cabello era negro como el azabache. El cabello de Encarnacin tena hebras grises, y la limpia belleza de sus miembros se haba disuelto bajo capas de grasa. Esteban no haba esperado de ella que siguiera siendo hermosa y haba intentado asegurarle que amaba a la mujer que era y no, meramente, a la muchacha que haba sido. Pero aquella mujer estaba muriendo, infectada por la misma enfermedad que haba infectado a Puerto Morada, y quiz tambin su amor hacia ella estuviese muriendo. La calle polvorienta en que estaba la tienda de electrodomsticos se encontraba situada detrs del cine y el Hotel Circo del Mar, y Esteban pudo ver desde ella los campanarios de Santa Mara de la Onda alzndose por encima del techo del hotel como los cuernos de un gran caracol de piedra. De joven, obedeciendo los deseos de su madre, que quera verle convertido en sacerdote, Esteban se pas tres aos bajo aquellas torres, preparndose para el seminario, sometido a la tutela del viejo padre Gonsalvo. Era la parte de su vida que ms lamentaba, porque las disciplinas acadmicas que haba llegado a dominar parecan haberle dejado perdido entre el mundo del indio y el de la sociedad contempornea; en lo ms hondo de su corazn Esteban

crea en las enseanzas de su padre los principios de la magia, la historia de la tribu, la sabidura de la naturaleza, y, sin embargo, no lograba escapar a la sensacin de que tal sabidura era supersticiosa o, sencillamente, careca de importancia. Las sombras de las torres cayeron sobre su alma de forma tan irremisible como sobre la plaza adoquinada que haba ante la iglesia, y el verlas hizo que apretara el paso y bajase la mirada. Siguiendo por la calle se encontraba la Cantina Atmica, un lugar de reunin para los jvenes acomodados de pueblo, y delante de ella estaba la tienda de electrodomsticos, un edificio de una sola planta hecho de estuco amarillo, con puertas de chapa ondulada que se bajaban por la noche. Su fachada tena como decoracin un mural que se supona representaba la mercanca del interior: neveras deslumbrantes, televisores y lavadoras, aparatos que parecan enormes gracias a los hombres y mujeres minsculos pintados bajo ellos, sus manos alzadas en un gesto de asombro. La mercanca real era mucho menos imponente, y consista sobre todo en radios y cocinas de segunda mano. En Puerto Morada haba poca gente que pudiera permitirse el lujo de comprar cosas ms caras y quienes podan solan adquirirlas en otro sitio. La mayor parte de la clientela de Onofrio era pobre y cumplir con los plazos le resultaba bastante difcil, por lo que la riqueza de Onofrio derivaba bsicamente de vender una y otra vez las mercancas que haba confiscado por falta de pago. Raimundo Esteves, un joven de tez plida con las mejillas hinchadas, los ojos medio tapados por sus gruesos prpados y una boca petulante, estaba apoyado en el mostrador cuando Esteban entr en la tienda; Raimundo torci los labios en una sonrisita y lanz un penetrante silbido. Unos instantes despus su padre emergi de la otra habitacin: un hombre inmenso, parecido a una babosa, todava ms plido que Raimundo. Filamentos de cabello grisceo untados de brillantina atravesaban su calva moteada de manchas marrones, y su vientre haca tensarse la guayabera almidonada. Le tendi la mano a Esteban con una sonrisa radiante. Cunto me alegro de verte dijo. Raimundo! Trenos caf y dos sillas. Por mucho que le desagradara Onofrio, Esteban no estaba en posicin de mostrarse descorts: acept el apretn de manos. Raimundo dej caer caf en los platos, hizo mucho ruido con las sillas y puso cara de pocos amigos, irritado al ver que se le obligaba a servirles igual que si fuera un indio. Por qu no dejas que te devuelva el televisor? pregunt Esteban despus de haber tornado asiento; y luego, incapaz de contenerse, aadi: Qu pasa, ya no te gusta timarnos? Onofrio suspir, como si explicarle las cosas a un idiota del calibre de Esteban resultara agotador. No timo a la gente. Cuando permito que me devuelvan la mercanca en vez de llevar el asunto a los tribunales estoy interpretando generosamente la letra de los contratos. En tu caso, sin embargo, se me ha ocurrido una forma gracias a la cual podrs quedarte el televisor sin hacerme ningn pago y, aun as, tu deuda quedar saldada. Te parece que eso es un timo? Discutir con un hombre dotado de la lgica de Onofrio, flexible y siempre inclinada a su favor, era algo intil. Dime qu quieres replic Esteban. Onofrio se humedeci los labios, que tenan el mismo color que las salchichas crudas. Quiero que mates al jaguar de Barrio Carolina. Ya no me dedico a la caza dijo Esteban. El indio tiene miedo dijo Raimundo, pegndose al hombro de Onofrio. Ya te lo haba dicho. Onofrio le hizo callar con una sea. Tienes que ser razonable le dijo a Esteban. Si me llevo las vacas no te quedar mas remedio que volver a la caza de jaguares. Pero si haces lo que te pido slo tendrs que cazar a

un jaguar. Un jaguar que ha matado a ocho cazadores. Esteban dej su taza de caf y se levant. No es un jaguar corriente. Raimundo ri despectivamente, y Esteban le atraves con los ojos. Ah! dijo Onofrio, sonriendo con su mejor mueca de adulador. Pero ninguno de los ocho utiliz tu mtodo. Disclpeme, don Onofrio dijo Esteban con burlona formalidad. Tengo otros asuntos que atender. Adems de olvidar tu deuda, te pagar quinientos lempira dijo Onofrio. Por qu? le pregunt Esteban. Perdneme, pero no puedo creer que se deba a una preocupacin por el bienestar pblico. El grueso cuello de Onofrio empez a latir y su rostro se oscureci. No importa dijo Esteban. No es suficiente. Muy bien. Mil. La despreocupacin con que habl no poda ocultar la ansiedad que haba en su voz. Intrigado, sintiendo curiosidad por saber hasta dnde llegaba la ansiedad de Onofrio, Esteban opt por sacar una cifra de la nada. Diez mil dijo. Y por adelantado. Ridculo! Por esa cantidad podra contratar a diez cazadores! Veinte! Esteban se encogi de hombros. Pero ninguno de ellos con mi mtodo. Onofrio se qued inmvil durante un momento, las manos juntas, retorciendo los dedos como si luchara con alguna idea piadosa. Est bien dijo por fin, y las palabras le salieron de los labios como si se las arrancaran. Diez mil! De repente Esteban comprendi cul era la razn de que Onofrio estuviera tan interesado en Barrio Carolina, y se dio cuenta de que los beneficios que sacara de all hacan que su tarifa pareciese lamentablemente pequea. Pero estaba obsesionado por la idea de lo que podra significar diez mil lempira: un rebao de vacas, una camioneta para transportar los derivados de stas, o y mientras lo pensaba se dio cuenta de que sta era la ms deliciosa de todas aquellas posibilidades, la casita de estuco del Barrio Clarn que le tena robada el alma a Encarnacin. Quiz poseerla consiguiese que ella le mirara con mejores ojos. Se dio cuenta de que Raimundo le estaba observando con una sonrisita de suficiencia en el rostro y que incluso Onofrio, aunque segua irritado por la tarifa exigida, empezaba a dar seales de satisfaccin, ajustndose la guayabera y alisndose su ya ms que alisado y escaso pelo. Esteban se sinti rebajado ante su capacidad para comprarle y, queriendo conservar un ultimo retazo de dignidad, se dio la vuelta dirigindose hacia la puerta. Lo pensar dijo por encima del hombro. Y le dar mi respuesta por la maana. El programa principal de aquella noche en el televisor de Encarnacin era Patrulla de homicidios de Nueva York, con un calvo actor norteamericano como estrella, y las viudas estaban sentadas en el suelo, con las piernas cruzadas, llenando la cabaa de forma tan completa que el hornillo de carbon y la hamaca de dormir haban sido sacados de ella con el objetivo de proporcionar buenos ngulos

de vision a quienes llegaran en ultimo lugar. Esteban, de pie en el umbral, tuvo la impresin de que su hogar haba sido invadido por una bandada de grandes aves negras con las cabezas cubiertas por capuchones, aves que reciban instrucciones malignas desde el ncleo de una centelleante gema griscea. Se abri paso por entre ellas, de mala gana, y lleg hasta los estantes colocados en la pared que haba detrs del televisor; alarg la mano hacia el ms alto de los estantes y sac de l un gran fardo envuelto en peridicos manchados de aceite. Por el rabillo del ojo vio como le observaba Encarnacin, sus delgados labios curvndose en una sonrisa, y aquella cicatriz de sonrisa clav a fuego su marca en el corazn de Esteban. Saba lo que iba a hacer, y estaba encantada! No senta ni la ms mnima preocupacin! Quiz ya estaba enterada de que Onofrio planeaba matar al jaguar, quiz haba estado conspirando con Onofrio para hacerle caer en la trampa. Enfurecido, Esteban pas bruscamente por entre las viudas, provocando una explosion de comadreos, y fue hasta sus bananeros para acabar sentndose en una piedra que haba entre los troncos. La noche estaba nublada y slo un puado de estrellas era visible por entre las oscuras siluetas de las hojas; el viento las mova, haciendo que se confundieran y resbalasen unas sobre otras, y Esteban oy como una de las vacas resoplaba y percibi el fuerte olor del aprisco. Era como si toda la solidez de su vida hubiese quedado reducida a esa perspectiva aislada, y Esteban sinti amargamente el peso de aquel aislamiento. Aunque estaba dispuesto a admitir que haba cometido errores, no lograba pensar en nada que fuese capaz de engendrar aquella sonrisa de Encarnacin, horrible y llena de odio. Pasado un tiempo, quit los peridicos que cubran el bulto y sac de stos un machete de hoja muy delgada, el tipo de machete utilizado para cortar los racimos de pltanos, pero que l utilizaba para matar jaguares. Le bast con sostenerlo entre sus dedos para sentir una oleada de confianza y fuerza renovada. Haban pasado cuatro aos desde su ultima cacera, pero Esteban saba que no haba perdido su habilidad. En una ocasin fue proclamado el mejor cazador de toda la provincia de Nueva Esperanza, como lo haba sido su padre antes que l, y no se haba retirado de la caza por culpa de los aos o la debilidad fsica, sino porque los jaguares eran hermosos y su belleza haba empezado a pesar ms que sus razones para matarlos. Y no tena ninguna buena razn para matar al jaguar de Barrio Carolina. No amenazaba a nadie salvo a quienes intentaban cazarlo, quienes buscaban invadir su territorio, y su muerte slo beneficiara a un hombre sin honor y a una esposa amargada, haciendo que se extendiera la contaminacin representada por Puerto Morada. Y, adems, el jaguar era negro. Los jaguares negros son criaturas de la luna le haba dicho su padre. Tienen otras formas y propsitos mgicos en los que no debemos interferir. No les caces nunca! Su padre no le haba dicho que los jaguares negros viviesen en la luna sino, sencillamente, que utilizaban su poder; pero de nio Esteban haba soado con una luna de bosques marfileos y arroyos de plata por entre los que fluan los jaguares, veloces como el agua negra; y cuando le habl de sus sueos a su padre, ste haba dicho que tales sueos eran representaciones de una verdad y que ms tarde o ms temprano descubrira la verdad que haba bajo ellos. Esteban haba seguido creyendo en los sueos, y su creencia no se haba alterado despus de ver el lugar rocoso y carente de atmsfera que pintaban los programas cientficos del televisor de Encarnacin: aquella luna, con su misterio explicado, era meramente una clase de sueo menos revelador, una afirmacin que reduca la realidad a lo cognoscible. Pero mientras pensaba en eso Esteban comprendi de repente que matar al jaguar poda ser la solucin a sus problemas; que si iba contra las enseanzas de su padre, si mataba sus sueos, su concepcin india del mundo, quiz fuera capaz de hallar una nueva concordia con su esposa; llevaba demasiado tiempo a mitad de camino, perdido entre las dos concepciones, y haba llegado el momento de que escogiera. Pero, en realidad, no haba ninguna eleccin. Esteban viva en aquel mundo, no en el de los jaguares; si el precio para que considerase como alegras la televisin, ir al cine y una casa de estuco en el Barrio Clarn consista en la muerte de una criatura mgica..., bueno, Esteban tena fe en su mtodo. Hizo girar el machete, hendiendo la oscura atmsfera, y ri. La frivolidad de Encarnacin, su habilidad como cazador, la codicia de Onofrio, el jaguar, el televisor..., todo aquello se una limpiamente igual que los elementos de un hechizo, un hechizo cuyos productos seran la negacin de la magia y un reforzamiento de

las nada mgicas doctrinas que haban corrompido a Puerto Morada. Volvi a rer, pero un segundo despus se ri a s mismo: se era precisamente el tipo de ideas que se estaba preparando para eliminar. A la maana siguiente Esteban despert temprano a Encarnacin y la oblig a ir con l hasta la tienda de electrodomsticos. Su machete colgaba de su flanco, metido en una vaina de cuero, y llevaba un saco dentro del que haba comida y las hierbas que necesitara para la caza. Encarnacin trotaba junto a l, en silencio, su rostro escondido por una paoleta. Cuando llegaron a la tienda Esteban hizo que Onofrio pusiera en la factura el tampon de PAGADO y despus le entreg la factura y el dinero a Encarnacin. Tanto si mato al jaguar como si l me mata a mi esto ser tuyo le dijo con voz ronca. Si no he vuelto dentro de una semana, puedes dar por sentado que nunca volver. Encarnacin retrocedi un paso con una expresin de alarma en el rostro, como si le hubiera visto bajo una nueva luz y comprendiese las consecuencias de sus acciones; pero cuando Esteban sali por la puerta no hizo gesto alguno para detenerle. Raimundo Esteves se encontraba al otro lado de la calle, apoyado en la pared de la Cantina Atmica, hablando con dos chicas que llevaban tejanos y blusas con bordados; las chicas hacan aletear sus manos y bailaban siguiendo la msica que brotaba de la cantina, y a Esteban le parecieron ms extraas e incomprensibles que la bestia a la cual iba a cazar. Raimundo le vio y murmur algo a las chicas; ambas le observaron disimuladamente por encima del hombro y se rieron. Esteban, que ya estaba enfadado con Encarnacin, se sinti invadido por una fra ola de furia. Cruz la calle, la mano sobre la empuadura del machete, y clav sus ojos en Raimundo; jamas antes se haba fijado en lo blando que era, en lo vacua que resultaba su presencia. Tena la mandbula cubierta por una nubecilla de granos y la carne que haba bajo sus ojos estaba marcada por minsculas oquedades, como las que hace el martillito de un platero e, incapaces de sostener su mirada, los ojos de Raimundo empezaron a moverse rpidamente de una chica a otra. La ira de Esteban se disolvi, convirtindose en repugnancia. Soy Esteban Caax dijo. He construido mi propia casa, he arado mi tierra y he trado cuatro hijos al mundo. Voy a cazar al jaguar de Barrio Carolina para que t y tu padre podis poneros an ms gordos de lo que ya estis. Pase la mirada por el cuerpo de Raimundo y, dejando que su voz se llenara de disgusto, pregunt: Quin eres t? El hinchado rostro de Raimundo se tens en un nudo de odio, pero no le ofreci respuesta alguna. Las chicas soltaron una risita y huyeron hacia la puerta de la cantina; Esteban pudo or como describan el incidente entre carcajadas y sigui con los ojos clavados en Raimundo. Unas cuantas chicas ms asomaron la cabeza por el umbral, rindose y murmurando. Un segundo despus Esteban gir sobre sus talones y se march. A su espalda son un coro de risas, ahora ya incontenibles, y la voz de una chica grit burlonamente: Raimundo! Quin eres?. Otras voces se unieron a su gritero, y ste pronto se convirti en un canturreo. Barrio Carolina no era realmente un barrio de Puerto Morada; se encontraba ms all de Punta Manabique, en el limite sur de la baha, y tena delante un gran macizo de palmeras y el pedazo de playa ms hermoso de toda la provincia, una rebanada de arena blanca que se curvaba terminando en aguas de un verde jade. Cuarenta aos antes haba sido los cuarteles generales de una plantacin experimental de la compaa frutera, un proyecto de alcance tan vasto que se haba llegado a construir una pequea ciudad: hileras de casas blancas con tejados de chilla y porches, el tipo de casitas que se podran ver en la ilustracin de una revista para representar a la Norteamrica rural. La compaa haba pregonado que el proyecto era la piedra clave del futuro del pas, y haba prometido desarrollar cosechas de alto rendimiento que terminaran para siempre con el hambre; pero en 1947 una epidemia de clera devast la costa, y la ciudad fue abandonada. Cuando se apagaron los ltimos rescoldos del miedo al clera la compaa gozaba ya de firmes apoyos entre los polticos de la nacin y no necesitaba seguir manteniendo una

imagen benevolente, con lo que el lugar fue abandonado hasta que el mismo ao en que Esteban se retir de la caza, fue comprado por inversores que planeaban construir un gran centro turstico. Y entonces apareci el jaguar. Aunque no haba matado a ninguno de los obreros, les haba aterrorizado hasta tal punto que se negaron a trabajar. Se enviaron cazadores y stos s fueron muertos por el jaguar. El ultimo grupo de cazadores estaba equipado con rifles automticos y toda clase de ayudas tecnolgicas; pero el jaguar les fue sorprendiendo uno a uno y tambin este proyecto hubo de ser abandonado. Corran rumores de que la tierra se haba vuelto a vender recientemente (ahora Esteban saba a quin) y que se volva a pensar en la construccin de un centro turstico. El trayecto desde Puerto Morada era caluroso y agotador, y, nada ms llegar, Esteban tom asiento bajo una palmera y almorz comiendo unos cuantos pltanos fritos. Olas tan blancas como la pasta dentfrica rompan en la playa, y no se vea ningn tipo de basura o desperdicio humano, slo trozos de madera, algas muertas y cocos. Todas las casas haban sido engullidas por la jungla, salvo cuatro, y de aquellas cuatro slo haba unas cuantas partes visibles, empotradas como puertas a medio pudrir en una muralla de vegetacin negroverdosa. Las casas resultaban lgubres incluso bajo la brillante luz del sol: tenan las rejillas de las puertas hechas pedazos, la madera se haba vuelto griscea a causa de la intemperie y las lianas caan sobre sus fachadas. Un mango haba brotado en uno de los porches, y loros y cacatas coman su fruto. Esteban no haba visitado el barrio desde su infancia: entonces las ruinas le haban asustado, pero ahora las encontraba atractivas, testimonios del poder y dominio de la ley natural. Le preocupaba pensar que ayudara a transformarlo todo en un sitio donde los loros estaran encadenados a postes y los jaguares seran dibujos de mantel, un lugar de piscinas y turistas que tomaran bebidas en cscaras de coco. Sin embargo, en cuanto hubo terminado de almorzar empez a explorar la jungla y pronto descubri un camino utilizado por el jaguar: un angosto sendero que serpenteaba por entre las casas cubiertas de lianas durante casi un kilmetro y terminaba en el ro Dulce. El ro era de un verde ms fangoso que el mar y avanzaba curvndose por entre los muros de la jungla; las huellas del jaguar eran visibles por toda la orilla, y resultaban especialmente abundantes en una pequea loma que se alzaba a unos dos metros escasos por encima del agua. Aquello dej perplejo a Esteban. El jaguar no poda beber desde esa loma y, desde luego, no dormira ah. Estuvo pensando en el enigma durante un rato, pero acab olvidndose de l con un encogimiento de hombros y regres a la playa. Como sea que tena planeado montar guardia toda la noche, se echo una siesta entre las palmeras. Unas horas despus, a media tarde, despert bruscamente del sueo al or una voz que le llamaba. Una mujer alta y delgada de piel cobriza vena hacia l, llevando un vestido verde oscuro casi exactamente igual a las murallas de la jungla, un vestido que dejaba al descubierto la curva de sus pechos. Cuando la tuvo ms cerca vio que sus rasgos tenan algo de sangre patuca, pero posean una delicadeza nada comn en la tribu; era como si hubieran sido refinados hasta convertirlos en una hermosa mascara: las mejillas acababan en huecos sutiles, los labios estaban esculpidos para hacerlos ms llenos, las cejas eran estilizadas lneas de bano incrustado, los ojos de azabache y nice blanco, y todo eso haba sido pulido hasta hacerlo humano. Sus pechos estaban cubiertos por una capa de sudor y sobre su clavcula descansaba un solitario rizo negro, trazando una curva tan artstica que pareca haber sido colocado all a propsito. La mujer se arrodill junto a l, contemplndole con expresin impasible, y Esteban percibi la ardiente atmsfera de sensualidad que la rodeaba. La brisa marina le llev su olor, un aroma dulce y almizclado que le record a los mangos que se dejan madurar al sol. Me llamo Esteban Caax dijo, repentinamente consciente de que su cuerpo ola a sudor. He odo hablar de ti dijo ella. El cazador de jaguares. Has venido a matar al jaguar del barrio? S dijo l, y sinti vergenza al admitirlo. La mujer cogi un puado de arena y observ cmo se escurra entre sus dedos. Cul es tu nombre? le pregunt Esteban.

Te lo dir si llegamos a ser amigos respondi ella. Por qu debes matar al jaguar? Esteban le habl del televisor y despus, sorprendido, se encontr describindole sus problemas con Encarnacin y explicndole cmo pretenda adaptarse a sus nuevas costumbres. No eran temas adecuados para comentar con una persona desconocida, pero Esteban se sinti impulsado a tales intimidades; crey percibir una afinidad entre ambos y eso le anim a pintar su matrimonio como algo an peor de lo que era, pues, aunque jamas le haba sido infiel a Encarnacin, ahora habra acogido con alegra la oportunidad de serlo. Este jaguar es negro dijo ella. Seguramente debes saber que no son animales corrientes, que tienen propsitos en los cuales no debemos interferir, verdad? Esteban se qued muy sorprendido al or de boca de aquella mujer las palabras de su padre, pero pens que slo era una coincidencia. Quiz replic. Aunque no son los mos. Oh, s que lo son dijo ella. Lo que pasa es que has escogido ignorarlos. Cogi otro puado de arena. Cmo le matars? No tienes ningn arma de fuego. Slo un machete. Tambin tengo esto dijo l, y sac de su bolsa un paquetito con hierbas, y se lo tendi. La mujer lo abri y olisque su contenido. Hierbas? Ah! Tienes planeado drogar a la bestia. No. La droga es para m. Volvi a coger el paquetito. Las hierbas hacen que el corazn vaya ms despacio y que el cuerpo parezca muerto. Provocan un trance, pero es un trance del que puedes salir en un momento. Despus de masticarlas me acostar en un sitio por donde tenga que pasar el jaguar durante su cacera nocturna. l pensar que estoy muerto, pero no me comer si no est seguro de que el espritu ha abandonado la carne, y para averiguarlo se tumbar sobre mi cuerpo para poder sentir cmo se alza el espritu. Tan pronto como empiece a ponrseme encima saldr del trance y le clavar el machete entre las costillas. Si mi mano es firme, morir al instante. Y si tu mano no es firme? He matado casi cincuenta jaguares dijo l. No temo que me tiemble la mano. El mtodo viene de los viejos patuca y ha sido transmitido dentro de mi familia. Que yo sepa, jamas ha fallado. Pero un jaguar negro... Tanto da que sea negro como moteado. Los jaguares son criaturas de instintos y cuando llega el momento de alimentarse todos son iguales. Bueno dijo ella, no puedo desearte suerte pero tampoco te deseo que tengas mala fortuna. Se puso en pie, sacudindose la arena del vestido. Esteban deseaba pedirle que se quedara, pero el orgullo se lo impidi; ella se ri, como si supiese lo que pasaba por su mente. Quiz volvamos a hablar, Esteban dijo. Sera una pena que no lo hiciramos, pues tenemos que discutir muchos ms asuntos de los que hemos tocado hoy. Se alej rpidamente por la playa, convirtindose en una diminuta figura negra que fue borrada por las ondulaciones de la calina. Aquella noche, ante la necesidad de un sitio desde el que montar guardia, Esteban arranc la rejilla de una puerta en una casa que daba a la playa y entr en el porche. Los camaleones echaron a correr para esconderse en los rincones, y una iguana se dej resbalar de una tumbona

envuelta en telaraas y se desvaneci por una grieta del suelo. El interior de la casa estaba a oscuras y resultaba algo amenazador, salvo en el cuarto de bao, al que le faltaba el techo: el hueco haba sido cubierto por una red de lianas que dejaban pasar una infusin de crepsculo verde grisceo. El retrete, medio roto, estaba lleno de insectos muertos y agua de lluvia. Esteban volvi al porche, limpi la tumbona y se instal en ella. En el horizonte, el mar y el cielo se mezclaban en una confusin de plata y gris; el viento haba cesado y las palmeras estaban tan inmviles como estatuas; una hilera de pelcanos, que volaba a baja altura sobre las aguas, pareca estar deletreando una frase de crpticas slabas negras. Pero Esteban no perciba la extraa belleza de la escena. No lograba alejar de su pensamiento a la mujer. El recuerdo de sus caderas contornendose bajo la tela de su vestido cuando se alejaba iba repitindose una y otra vez en su mente, y cada vez que intentaba concentrar su atencin en lo que deba hacer el recuerdo se volva ms insistente e irresistible. La imagin desnuda, con los msculos ondulando en sus flancos, y aquella idea le inflam de tal forma que empez a caminar por el porche, sin preocuparse de que el crujir de los tablones sealara su presencia. No lograba comprender el efecto que la mujer haba tenido sobre l. Pens que quiz fuera por su defensa del jaguar, por haberle hecho recordar cuanto pensaba dejar atrs..., y entonces record una cosa, algo que le hizo sentirse como si una mortaja de hielo hubiera cado sobre l. Los patuca crean que cuando un hombre iba a sufrir una muerte solitaria e inesperada sera visitado por un enviado de la muerte que representara a su familia y a sus amigos y le preparara para enfrentarse a tal acontecimiento; y Esteban tuvo la seguridad de que la mujer era uno de tales enviados, que su atractivo haba sido especialmente concebido parar atraer su alma hacia ese destino inminente. Volvi a sentarse en la tumbona, su cuerpo y su mente entumecidos por esa revelacin. El que conociera las palabras de su padre, el extrao sabor de conversacin, aquella alusin a que deban discutir otros asuntos; todo encajaba perfectamente con la sabidura tradicional. La luna se alz en el cielo, tiendo de plata las arenas del barrio. Slo le faltaba un cuarto para ser luna llena, y Esteban sigui sentado en la tumbona, paralizado por su miedo a la muerte. Estuvo mirando al jaguar durante varios segundos antes de ser consciente de su presencia. Al principio, le pareci que un retazo de cielo nocturno haba cado sobre la arena y era impulsado por los caprichos de la brisa; pero no tard en darse cuenta de que se trataba del jaguar, que se acercaba centmetro a centmetro, como si acechara una presa. Un instante despus el jaguar salt por los aires, retorcindose y girando, y empez a correr por la playa: una cinta de agua negra fluyendo por las arenas plateadas. Esteban jams haba visto los juegos de un jaguar, y eso slo ya era causa suficiente para el asombro pero, por encima de todo, lo ms sorprendente y maravilloso era que estaba viendo cobrar vida a sus sueos de infancia. Podra haber estado en una plateada pradera lunar, espiando a una de sus mgicas criaturas. Aquel espectculo fue borrando su miedo y, como un nio, peg la nariz a los restos de la rejilla, e intent no pestaear, pues tema perderse aunque slo fuera un segundo de lo que vea. El jaguar acab abandonando sus juegos y se dirigi hacia la jungla. La postura de sus orejas y el decidido contoneo de su cuerpo le hicieron comprender que estaba cazando. El jaguar se detuvo bajo una palmera a unos seis metros de la casa, alz la cabeza y prob el aire. La luz de la luna caa por entre las hojas de palmera, haciendo relucir sus flancos con una lquida claridad; sus ojos, de un brillante color verde amarillento, eran como mirillas que diesen a una dimensin de fuegos crdenos. Era tal la belleza del jaguar que dejaba sin aliento: pareca la encarnacin de un principio impecable y perfecto, y Esteban, al comparar esa belleza con la plida fealdad de quien le empleaba, con el feo principio que le haba llevado a ser contratado, dud de que llegara a ser capaz de matarle. Pas todo el da siguiente discutiendo consigo mismo. Albergaba la esperanza de que la mujer volvera, pues haba rechazado la idea de que fuese la enviada de la muerte pens que aquella idea deba de ser algo provocado por la misteriosa atmsfera del barrio, y tena la sensacin de que si volva a defender la causa del jaguar se dejara convencer por ella. Pero la mujer no apareci. Mientras estaba sentado en la playa, viendo cmo el sol del atardecer descenda por

entre capas de nubes lavanda y naranja oscuro, arrojando feroces destellos sobre el mar, Esteban comprendi de nuevo que no le quedaba dnde escoger. No importaba que el jaguar fuese o no hermoso, o que la mujer fuese o no una mensajera sobrenatural: tena que tratarles como si carecieran de toda sustancia. El objeto de la cacera haba sido negar ese tipo de misterios y la influencia de los viejos sueos haba hecho que Esteban lo perdiera de vista. No tom las hierbas hasta que vio salir la luna, y despus se acost bajo la palmera donde el jaguar se haba detenido la noche anterior. Los lagartos pasaban con un susurro por entre la hierba, las pulgas de la arena saltaban sobre su cara: Esteban apenas si las notaba, hundindose cada vez ms profundamente en el lnguido sopor de las hierbas. Las hojas que haba sobre su cabeza brillaban con un verde ceniciento bajo la luna, movindose, crujiendo; y las estrellas que haba entre sus confusos contornos parpadeaban locamente como si la brisa estuviera aventando sus llamas. Esteban se sumergi en el paisaje, saboreando los olores del salitre y el follaje putrefacto que llegaban de la playa, dejndose llevar con ellos; pero cuando oy el suave paso de las patas acolchadas del jaguar, se puso alerta. Le vio por entre las rendijas de los prpados, inmvil a unos cuatro metros de distancia, una gran sombra que arqueaba su cuello hacia l, investigando su olor. Un instante despus el jaguar empez a dar vueltas a su alrededor, cada crculo un poco ms pequeo que el anterior, y cuando dejaba de verle Esteban senta gotear en su alma un hilillo de miedo. Cuando el jaguar pas entre l y la orilla, percibi su olor. Un olor dulce y almizclado que le hizo acordarse de los mangos que se dejan madurar al sol. Sinti como el miedo creca en su interior e intent expulsarlo, decirse que aquel olor no poda ser lo que pensaba. El jaguar gru, un sonido como un golpe de navaja que hendi la apacible mezcolanza del viento y el oleaje, y al comprender que haba olido su miedo Esteban se levant de un salto, agitando su machete. Vio como el jaguar retroceda de un salto y le grit, mientras agitaba de nuevo el machete, corriendo hacia la casa donde haba montado guardia. Se desliz por el hueco de la puerta y entr tambalendose en la primera habitacin. Oy un estruendo a su espalda y al volverse distingui confusamente una enorme silueta negra que luchaba por liberarse de las lianas y los restos de rejilla baados por la luna. Corri al cuarto de bao y se dej caer con la espalda apoyada en el retrete, manteniendo cerrada la puerta con los pies. El ruido que hacia el jaguar se fue apagando, y por un instante Esteban pens que haba decidido marcharse. El sudor dejaba regueros de frialdad por sus flancos, su corazn retumbaba. Contuvo el aliento, escuchando, y fue como si el mundo entero tambin contuviese el aliento. Los ruidos del viento, las olas y los insectos se haban convertido en un leve susurro; la luna derramaba una enfermiza claridad blanca por entre el encaje de lianas que haba sobre su cabeza, y un camalen se haba quedado congelado entre los pedazos de papel pintado que colgaban junto a la puerta. Esteban dej escapar un hondo suspiro y se limpi el sudor de los ojos. Trag saliva. Y entonces la parte superior de la puerta estall en mil pedazos, atravesada por una zarpa negra. Astillas de madera podrida volaron hacia el rostro y Esteban grit. La afilada cua que era la cabeza del jaguar apareci por el agujero, rugiendo. Un prtico de colmillos relucientes que protegan una garganta rojo oscuro. Esteban, medio paralizado, lanz un dbil golpe con su machete. El jaguar se retir, meti la pata por el hueco y le ara la pierna. Ms por casualidad que por otra cosa, Esteban logr herir al jaguar y tambin la pata se retir del hueco. Lo oy gruir en la primera habitacin, y pasados unos segundos algo se estrell pesadamente contra la pared que haba a su espalda. La cabeza del jaguar apareci por encima de la pared; estaba sostenindose con sus patas delanteras, intentando encontrar un asidero desde el que saltar al cuarto de bao. Esteban se puso en pie y lanz varios machetazos enloquecidos, cortando las lianas. El jaguar cay haca atrs con un sonoro rugido. Despus estuvo un rato pasendose junto a la pared, gruendo y bufando. Y, finalmente, se hizo el silencio. Cuando la luz del sol empez a filtrarse por entre las lianas Esteban sali de la casa y camin por la playa hacia Puerto Morada. Camin con la cabeza gacha, desolado, pensando en el triste futuro que le aguardaba despus de que le hubiera devuelto el dinero a Onofrio: una vida intentando complacer a una Encarnacin cada da ms intratable, una vida de matar jaguares ms pequeos que aqul por mucho menos dinero. Estaba tan hundido en la depresin que no se

fij en la mujer hasta que sta le llam. La mujer tena el cuerpo apoyado en una palmera, a unos nueve metros de distancia, y vesta un traje blanco de tela muy fina a travs del que Esteban pudo distinguir la oscura proyeccin de sus pezones. Desenvain su machete y retrocedi un paso. Por qu me temes, Esteban? dijo ella, mientras iba a su encuentro. Me engaaste para que te revelase mi mtodo e intentaste matarme dijo l. No es razn para temerte? Bajo esa forma no te conoca ni a ti ni a tu mtodo. Slo saba que estabas intentando cazarme. Pero ahora la caza ha terminado y podemos actuar como un hombre y una mujer. Esteban sigui con el machete desenvainado. Qu eres? le pregunt. La mujer sonri. Mi nombre es Miranda. Soy una patuca. Los patuca no tienen colmillos y pelo negro. Soy de los Antiguos Patuca dijo ella. Tenemos este poder. No te acerques! Alz el machete como si fuera a golpearla y la mujer se detuvo justo fuera de su alcance. Esteban, puedes matarme si tal es tu deseo. Extendi los brazos y sus pechos se tensaron contra la tela de su vestido. Ahora eres ms fuerte que yo. Pero antes, escchame. Esteban no baj el machete, pero su miedo y su ira estaban siendo vencidos por una emocin ms dulce. Hace mucho tiempo dijo ella, existi un gran curandero y previ que un da los patuca perderan su lugar en el mundo y por ello, con la ayuda de los dioses, abri una puerta que daba a otro mundo donde la tribu podra florecer. Pero muchos de la tribu tuvieron miedo y no quisieron seguirle. Desde entonces, la puerta ha permanecido abierta para quienes deseen seguirle. Seal con la mano hacia las casas en ruinas. La puerta se encuentra en Barrio Carolina y el jaguar es su guardin. Pero las fiebres de este mundo caern muy pronto sobre el barrio y la puerta se cerrar para siempre, pues aunque nuestra caza ha terminado no hay final para los cazadores o la codicia. Dio un paso hacia l. Si escuchas el sonido de tu corazn, sabrs que sta es la verdad. Esteban medio crea en sus palabras, pero tambin pensaba que stas ocultaban una verdad ms seria, una que encajaba dentro de la otra igual que su machete llenaba su vaina. Qu pasa? pregunt ella. Qu te preocupa? Creo que has venido a prepararme para la muerte dijo, y que tu puerta slo lleva a eso, a la muerte. Entonces, por qu no huyes de m? Seal hacia Puerto Morada. Eso es la muerte, Esteban. Los gritos de las gaviotas son muerte y cuando los corazones de los amantes se detienen en el instante del placer ms grande, eso tambin es la muerte. Este mundo slo es una delgada cubierta de vida extendida sobre un cimiento de muerte, como las algas que cubren una roca. Quiz tienes razn, quiz mi mundo se encuentra ms all de la muerte. No son dos ideas opuestas. Pero, Esteban, si para ti soy la muerte, entonces es que amas a la muerte. Esteban volvi sus ojos hacia el mar, para evitar que ella viera su rostro. No te amo dijo. El amor nos espera dijo ella. Y algn da te reunirs conmigo, en mi mundo.

Esteban volvi a mirarla, con una negativa ya preparada en los labios, pero lo que vio le hizo guardar silencio. El vestido haba cado a la arena y Miranda sonrea. La esbeltez y la pureza del jaguar se reflejaban en cada lnea de su cuerpo, su cabellera secreta era de un negro tan absoluto que pareca una ausencia clavada en su carne. Miranda se acerc a l, apartando el machete. Las puntas de sus pechos le rozaron y sinti su calor a travs de la spera tela de su camisa; las manos de Miranda encerraron su rostro y Esteban se encontr ahogndose en su calor y su aroma, debilitado por el miedo y el deseo. T y yo tenemos la misma alma dijo ella. Una sola sangre y una sola verdad. No puedes rechazarme. Y pasaron los das, aunque Esteban no estaba seguro de cuntos. La noche y el da eran incidentes sin importancia dentro de su relacin con Miranda, y servan tan slo para colorear su amor con una tonalidad espectral o soleada; y cada vez que hacan el amor era como si mil nuevos colores fueran aadidos a sus sentidos. Jams haba sido tan feliz. Algunas veces, cuando contemplaba las fantasmales fachadas del barrio, crea perfectamente posible que ocultaran caminos de sombras que llevaban a otro mundo; sin embargo, cada vez que Miranda intentaba convencerle de que se marchara con ella, Esteban era incapaz de vencer su miedo; nunca admitira que la amaba, ni tan siquiera ante s mismo. Intent concentrar sus pensamientos en el rostro y el cuerpo de Encarnacin, con la esperanza de que esto minara su fijacin hacia Miranda y le hara libre de volver a Puerto Morada; pero descubri que no lograba imaginarse a su mujer salvo como a un pjaro negro encorvado ante una parpadeante joya gris. Sin embargo, haba momentos en los que Miranda le pareca igualmente irreal. Cierto da, cuando estaban sentados en la orilla del ro Dulce, contemplando el reflejo de la luna casi llena que flotaba sobre las aguas, Miranda seal el reflejo y le dijo: As de cerca est mi mundo, Esteban. As de fcil es tocarlo. Puedes pensar que la luna de ah arriba es real y que esto es slo un reflejo, pero lo ms real, lo que ms ilustra lo real, es la superficie que permite la ilusin del reflejo. Lo que temes es pasar a travs de esa superficie y, con todo, es tan insustancial que apenas si te daras cuenta de que la atraviesas. Pareces el viejo sacerdote que me ense filosofa dijo Esteban. Su mundo, su cielo..., tambin era filosofa. Eso es tu mundo? La idea de un lugar? O hay pjaros, y junglas, y ros? El rostro de Miranda se encontraba en un eclipse parcial, medio iluminado por la luna, medio cubierto de sombras, y su voz no le revel nada de sus sentimientos. No ms que aqu dijo. Qu significa eso? le pregunt l, irritado. Por qu no quieres darme una respuesta clara? Si te describiese mi mundo te limitaras a pensar que soy una buena embustera. Apoy la cabeza en su hombro. Ms pronto o ms tarde lo comprenders. No nos encontramos el uno al otro slo para sufrir el dolor de vernos separados. En ese momento su hermosura, igual que sus palabras, pareca una especie de evasin, algo que tapaba una oscura y aterradora belleza que se encontraba a mayor profundidad; y sin embargo Esteban saba que ella tena razn, que ninguna prueba que pudiese darle lograra convencerle y superar su miedo. Una tarde, en la que haba tal claridad que era imposible mirar hacia el mar sin entrecerrar los ojos, fueron nadando hasta una lengua arenosa que apareca como una delgada isla de curvada blancura recortndose contra el agua verdosa. Esteban nadaba con grandes chapoteos, pero Miranda lo haca igual que si hubiera nacido para ese elemento; se mova bajo l, como una flecha, hacindole cosquillas, tirando de sus pies, escurrindose como una anguila antes de que pudiera atraparla. Caminaron por la arena, dndole la vuelta a las estrellas de mar con la punta del pie, recogiendo moluscos que hervir para la cena, y entonces Esteban vio una mancha oscura que tendra varios centenares de metros de dimetro y que se mova por debajo del agua, ms

all de la lengua arenosa; un gran banco de caballas. Es una pena que no tengamos ningn bote dijo. La caballa sabra mejor que esto. No necesitamos ningn bote dijo ella. Te ensear un viejo sistema de atrapar peces. Traz un complicado dibujo sobre la arena, y cuando hubo terminado le llev hasta el agua y le hizo quedarse inmvil, de cara a ella, a unos dos metros de distancia. Mira hacia el agua dijo. No levantes la vista y qudate totalmente quieto hasta que yo te lo diga. Empez a cantar y el vacilante ritmo de su estribillo le hizo pensar en las dbiles brisas de la estacin. La mayor parte de las palabras no le eran familiares, pero hubo algunas que reconoci como pertenecientes al idioma patuca. Pasado un minuto sinti un brusco mareo, como si sus piernas se hubieran vuelto muy largas y delgadas, igual que si mirara desde una gran altura, respirando una atmsfera enrarecida. Y entonces una minscula mancha negra se materializ bajo el agua que haba entre l y Miranda. Esteban record las historias que su abuelo contaba sobre los Antiguos Patuca, de cmo haban sido capaces de encoger el mundo con la ayuda de los dioses, de acercar a los enemigos y cruzar vastas distancias en cuestin de segundos. Pero los dioses estaban muertos, sus poderes se haban esfumado del mundo. Quera mirar hacia la orilla y comprobar si l y Miranda se haban convertido en gigantes de piel cobriza, ms altos que las palmeras. Ahora dijo ella, interrumpiendo su cancin, has de meter la mano en el agua por la parte donde el banco de peces da al mar y tienes que agitar los dedos muy suavemente. Muy suavemente! Asegrate de que no remueves la superficie. Pero cuando Esteban se dispuso a hacer lo que le haba dicho, resbal y cay al agua. Miranda lanz un grito. Esteban alz la mirada y vio una muralla de agua verde jade que se desplomaba sobre ellos, con los oscuros cuerpos de las caballas incrustados en la superficie de esa muralla. Antes de que pudiera moverse, la ola barrio la arena y se lo llev con ella, arrastrndole por el fondo para acabar arrojndole a la orilla. La playa estaba cubierta de caballas que saltaban y se agitaban; Miranda estaba cada en el agua, rindose de l. Y Esteban tambin ri, pero slo para ocultar el miedo nuevamente avivado que senta hacia aquella mujer capaz de utilizar los poderes de los dioses muertos. No deseaba or sus explicaciones; estaba seguro de que le dira que en su mundo los dioses seguan con vida, y aquello no hara sino confundirle todava ms. Ese mismo da, ms tarde, Esteban se encontraba limpiando el pescado mientras Miranda buscaba pltanos para cocerlos como acompaamiento pltanos pequeos y dulces, los que crecan junto a la orilla del ro, y un Land Rover apareci dando saltos por la playa: vena de Puerto Morada y el fuego anaranjado del sol poniente bailaba en su parabrisas. Se detuvo junto a l y Onofrio baj por el lado opuesto al del conductor. Tena las mejillas moteadas por manchas rojizas y se estaba limpiando el sudor de la frente con un pauelo. Raimundo baj por el otro lado y se apoy en la portezuela, mirando a Esteban con expresin de odio. Nueve das y ni una palabra dijo Onofrio con voz irritada. Pensbamos que estabas muerto. Qu tal la caza? Esteban dej el pez al que le haba estado quitando las escamas y se levant. He fracasado dijo. Te devolver el dinero. Raimundo se ri un sonido ahogado y spero, y Onofrio dej escapar un gruido de diversin. Imposible dijo. Encarnacin ha comprado una casa en Barrio Clarn y se ha gastado el dinero. Tienes que matar al jaguar. No puedo dijo Esteban. Ya te lo devolver de alguna forma. El indio ha perdido las agallas, padre. Raimundo escupi en la arena. Deja que mis amigos y yo cacemos al jaguar.

La idea de Raimundo y la pandilla de intiles que tena por amigos dando tumbos a travs de la jungla era tan ridcula que Esteban no pudo contener una carcajada. Ten cuidado, indio! Raimundo golpe la capota del vehculo con la palma de la mano. Eres t quien debera tener cuidado dijo Esteban. Es muy probable que sea el jaguar quien acabe cazndote. Esteban cogi su machete. Y adems, quien quiera cazar a este jaguar, tendr que vrselas conmigo. Raimundo alarg el brazo hacia algo que haba en el asiento del conductor y le dio la vuelta al vehculo. En su mano haba una automtica plateada. Guarda eso! Onofrio habl con el mismo tono de hombre que se dirige a un nio cuya amenaza carece de toda importancia, pero el propsito que poda leerse en el rostro de Raimundo no tena nada de infantil. La gorda curva de su mejilla estaba agitada por un tic, los msculos de su cuellos se haban puesto tensos como cables y sus labios estaban curvados en una sonrisa carente de la ms mnima alegra. Esteban, extraamente fascinado por la transformacin, pens que era como ver a un demonio disolviendo su falsa apariencia: los rasgos autnticos, duros y precisos, emergan al derretirse la ilusin de blandura. Este hijo de puta me ha insultado delante de Julia! La mano con que Raimundo sostena el arma estaba temblando. Vuestras diferencias personales pueden esperar dijo Onofrio. Esto es un asunto de negocios. Extendi la mano hacia l. Dame el arma. Si no va a matar al jaguar, de que nos sirve? pregunt Raimundo. Quiz podamos convencerle para que cambie de opinin. Onofrio mir a Esteban, y le dirigi una sonrisa radiante. Qu dices? Debo dejar que mi hijo se cobre su deuda de honor, o vas a cumplir con nuestro contrato? Padre! se quej Raimundo; sus ojos se movan velozmente de un lado para otro. El... Esteban huy hacia la jungla. La pistola rugi, una garra al rojo blanco azot su costado y Esteban se encontr volando a travs del aire. Por un instante no supo dnde estaba; pero despus, una a una, las impresiones de sus sentidos empezaron a ordenarse. Estaba tendido sobre el flanco herido y lo senta latir ferozmente. Tena la boca y los prpados cubiertos de arena. Se hallaba enroscado alrededor de su machete, que segua aferrando con los dedos. Voces sobre l, pulgas de la arena que saltaban a su cara. Resisti el impuls de apartarlas y sigui tendido, sin moverse. El latir de su herida y su odio tenan detrs la misma fuerza roja. ... llevarle al ro estaba diciendo Raimundo, su voz temblorosa a causa de los nervios. Todo el mundo pensar que le mat el jaguar! Idiota! dijo Onofrio. Podra haber matado al jaguar y t podras haber obtenido una venganza ms agradable. Su mujer... Eso ya fue lo bastante agradable dijo Raimundo. Una sombra cay sobre Esteban y contuvo el aliento. No necesitaba hierbas para engaar a este jaguar de carne plida y fofa que estaba inclinndose sobre l, dndole la vuelta. Cuidado! grit Onofrio. Esteban dej que le dieran la vuelta y lanz un golpe de machete. En ese golpe iban su desprecio hacia Onofrio y Encarnacin, as como el odio que le inspiraba Raimundo, y la hoja entr profundamente en el costado de Raimundo, rechinando en el hueso. Raimundo chill y habra cado, pero la hoja ayud a mantenerle erguido; sus manos aletearon alrededor del machete como si quisieran colocarlo en una posicin ms cmoda, y sus ojos se desorbitaron,

llenndose de incredulidad. Un estremecimiento hizo vibrar la empuadura del machete pareci algo sensual, el espasmo de una pasin saciada, y Raimundo cay de rodillas. La sangre brot de su boca, aadiendo lneas trgicas a las comisuras de sus labios. Su cuerpo cay hacia adelante, pero no qued de bruces sino arrodillado, con el rostro en la arena: la actitud de un rabe durante la plegaria. Esteban sac el machete de un tirn, temiendo un ataque por parte de Onofrio, pero el vendedor de electrodomsticos estaba metindose en el Land Rover. El motor arranc con un gruido, las ruedas giraron y el vehculo avanz por entre la espuma, dirigindose hacia Puerto Morada. Un destello anaranjado ardi en la ventanilla de atrs, como si el espritu que lo haba atrado hasta el barrio se lo llevara ahora lejos de all. Esteban logr ponerse en pie. Despeg la tela de su camisa de la herida de bala. Haba mucha sangre, pero no era ms que un araazo. Evit mirar a Raimundo y fue hasta el agua, quedndose inmvil, los ojos clavados en las olas; sus pensamientos se movan con ellas, y ms que pensamientos eran potentes mareas de emocin. Miranda volvi hacia el ocaso, los brazos llenos de pltanos e higos silvestres. No haba odo el disparo. Esteban le cont lo sucedido mientras ella le cubra las heridas con un emplasto de hierbas y hojas de pltano. Pronto se arreglar dijo, refirindose a la herida. Pero esto... seal a Raimundo..., esto no va a arreglarse. Tienes que venir conmigo, Esteban. Los soldados te matarn. No dijo l. Vendrn, pero son patuca..., dejando aparte al capitn, que es un borracho, un hombre vaco por dentro. Apostara a que ni le cuentan lo que ha ocurrido. Escucharn mi historia y acabaremos llegando a un acuerdo. No importa qu mentiras cuente Onofrio, su palabra no podr nada contra la de ellos. Y despus? Puede que deba ir a la crcel durante un tiempo, o quiz tenga que abandonar la provincia. Pero no me matarn. Miranda se qued inmvil y callada durante un minuto, el blanco de sus ojos reluciendo en la penumbra. Finalmente, se puso en pie y empez a caminar por la orilla. Adnde vas? grit l. Miranda se dio la vuelta. Te preocupa tan poco perderme... dijo. Claro que me preocupa! Claro! Miranda ri con amargura. Supongo que s. Tienes tanto miedo de la vida que la llamas muerte, y preferiras la crcel o el exilio a vivirla. S, es como para estar preocupado. Le mir, y a esa distancia su expresin resultaba indescifrable. No pienso perderte, Esteban dijo. Se puso nuevamente en marcha y esa vez, cuando l la llam, no se dio la vuelta. El atardecer se convirti en crepsculo, un lento llenarse de sombras que fue agrisando el mundo hasta volverlo negativo, y Esteban sinti que l tambin se volva gris, sus pensamientos reducidos a un eco del apagado golpear de la marea que se retiraba. El crepsculo segua y segua, y Esteban pens que no anochecera nunca, que el acto de violencia haba introducido un clavo en la sustancia de su indecisa existencia, sujetndole para siempre a este momento de cenizas y a esta playa desolada. De nio haba sentido terror ante la posibilidad de tales aislamientos mgicos, pero ahora la perspectiva pareca un consuelo ante la ausencia de Miranda, un recuerdo de su magia. Pese a sus ultimas palabras no crea que volviese en su voz haba demasiada tristeza, un tono demasiado irrevocable, y aquello despert en l una

mezcla de alivio y desolacin, sentimientos que le hicieron ponerse a pasear por la orilla. La luna llena fue subiendo en el cielo, las arenas del barrio se volvieron de plata bruida y poco despus un jeep con cuatro soldados lleg de Puerto Morada. Eran hombres de piel cobriza parecidos a gnomos, y sus uniformes tenan el color azul oscuro del cielo nocturno, sin ningn tipo de insignia o galn. Aunque no eran amigos ntimos Esteban conoca a cada uno de ellos por su nombre: Sebastin, Amador, Carlito y Ramon. Bajo la luz de sus faros el cadver de Raimundo la piel sorprendentemente plida, la sangre seca de su rostro formando intrincados dibujos, pareca una criatura extica trada por el mar, y cuando lo examinaron en sus gestos haba ms curiosidad que bsqueda de pruebas o pistas. Amador encontr el arma de Raimundo, apunt con ella hacia la jungla y le pregunt a Ramon cunto pensaba que poda valer. Quiz Onofrio te d un buen precio por ella dijo Ramon, y los dems se rieron. Hicieron una hoguera con pedazos de madera y cortezas de coco y tomaron asiento alrededor de ella mientras que Esteban les narraba su historia; no mencion ni a Miranda ni su relacin con el jaguar, pues aquellos hombres separados de su tribu por servir al gobierno se haban vuelto muy conservadores en sus juicios, y no quera que le tomaran por loco. Los soldados le escucharon sin hacer comentarios: la luz del fuego haca que sus pieles se volvieran de oro rojizo y arrancaba destellos a los caones de sus rifles. Si no hacemos nada, Onofrio ir a la capital para acusarte dijo Amador despus de que Esteban hubiera terminado. Puede que incluso as lo haga dijo Carlito. Y entonces las cosas se pondrn muy duras para Esteban. Y si mandan un agente a Puerto Morada y se entera de cmo est el capitn Portales, lo ms seguro es que le sustituyan por otro y entonces las cosas se podrn duras para nosotros dijo Sebastin. Clavaron los ojos en las llamas, pensando en el problema y Esteban escogi ese momento para preguntarle a Amador, que viva cerca de l en la montaa, si haba visto a Encarnacin. Cuando se entere de que est vivo se va a llevar una gran sorpresa dijo Amador. La vi ayer en la tienda del sastre. Estaba admirndose en un espejo y llevaba una falda negra nueva. Fue como si el negro vuelo de la falda de Encarnacin hubiera cado sobre los pensamientos de Esteban. Baj la cabeza y empez a trazar lneas en la arena con la punta de su machete. Ya lo tengo dijo Ramon. Un boicot! Los otros expresaron su confusin. Si no le compramos nada a Onofrio, quin va a hacerlo? dijo Ramon. Perder su negocio. Si se le amenaza con eso no se atrever a meter al gobierno en este asunto. Dejar que Esteban alegue defensa propia. Pero Raimundo era su nico hijo dijo Amador. Quiz en este caso la pena pese ms que la codicia. Volvieron a quedarse callados. A Esteban no le importaba mucho lo que se decidiera. Estaba empezando a comprender que sin Miranda su futuro no contena nada salvo elecciones carentes de inters: volvi sus ojos hacia el cielo y se dio cuenta de que las estrellas y la hoguera parpadeaban con el mismo ritmo, imaginndose a cada uno de los presentes rodeado por un grupo de hombrecillos de piel cobriza parecidos a gnomos, hombrecillos que discutan el problema de su destino. Aj! dijo Carlito. Ya s qu haremos. Ocuparemos Barrio Carolina, toda la compaa de soldados, y seremos nosotros quienes matemos al jaguar. La codicia de Onofrio no podr resistir semejante tentacin. No debis hacerlo dijo Esteban.

Pero por qu no? le pregunt Amador. Quiz no matemos al jaguar, pero con tantos hombres por aqu estoy seguro de que conseguiremos hacerle huir. El jaguar rugi antes de que Esteban pudiese responder. Estaba en la playa, acercndose cautelosamente a la hoguera, como una llama negra que fluyera sobre la reluciente arena. Tena las orejas echadas hacia atrs y gotas de luna plateada brillaban en sus ojos. Amador cogi su rifle, puso una rodilla en tierra y dispar: la bala hizo saltar un chorro de arena cuatro metros a la izquierda del jaguar. Espera! grit Esteban, hacindole caer al suelo. Pero los otros haban empezado a disparar y sus balas dieron en el blanco. El salto del jaguar fue parecido al de aquella primera noche, cuando jugaba, pero esta vez aterriz convertido en un fardo, gruendo, intentando llegar a su hombro con las fauces; un instante despus se puso en pie y se dirigi hacia la jungla cojeando sin poner la pata delantera derecha en el suelo. Excitados por su xito, los soldados corrieron unos segundos detrs de l y se detuvieron para volver a disparar. Carlito puso una rodilla en tierra, y apunt cuidadosamente. No! grit Esteban, y mientras lanzaba su machete hacia Carlito, desesperado, con el deseo de evitar que Miranda sufriera otras heridas, se dio cuenta de la trampa en la que acababa de caer y las consecuencias a que habra de enfrentarse. La hoja del machete hendi el muslo de Carlito, hacindole caer sobre el costado. Carlito grit y Amador, viendo lo que haba ocurrido, dispar contra Esteban, casi sin apuntar, mientras llamaba a los otros. Esteban corri hacia la jungla, buscando el sendero del jaguar. Oy a su espalda el sonido de una salva de disparos y las balas pasaron silbando junto a sus orejas. Cada vez que sus pies resbalaban en la arena blanda las fachadas del barrio, manchadas de luna, parecan inclinarse hacia los lados como si intentaran bloquearle el camino. Y entonces, cuando ya estaba llegando a la jungla, una bala le acert de pleno. El proyectil pareci arrojarle hacia adelante, aumentando su velocidad, pero Esteban logr mantenerse en pie. Corri tambalendose por el sendero, agitando los brazos, el aliento chillando en su garganta. Las hojas de palmera le azotaban la cara, las lianas se enredaban en sus piernas. No senta dolor alguno, slo un peculiar entumecimiento que lata lentamente en su espalda; se imagin la herida abrindose y cerrndose igual que la boca de una anmona. Los soldados gritaban su nombre. Le seguiran, pero con cautela, temerosos del jaguar, y Esteban crey que sera capaz de cruzar el ro antes de que le cogieran. Pero cuando lleg al ro se encontr con el jaguar, esperndole. Estaba agazapado sobre aquella pequea loma, su cuello arqueado encima del agua y bajo l, a cuatro metros de la orilla, flotaba el reflejo de la luna llena, enorme y plateado, un crculo de luz sin mcula alguna. La sangre reluca con un brillo escarlata sobre la espalda del jaguar, como una rosa recin cortada puesta en un ojal, y eso le hacia parecerse todava ms a la encarnacin de un principio: la forma que un dios escogera, la que podra asumir alguna constante universal. El jaguar contempl tranquilamente a Esteban, dej escapar un gruido gutural y se lanz al ro, hendiendo el reflejo de la luna, hacindolo mil pedazos, desvanecindose bajo la superficie. Las ondulaciones del agua se fueron calmando poco a poco y la imagen de la luna volvi a cobrar forma. Y all, silueteada contra ella, Esteban vio la figura de una mujer que nadaba, y cada brazada hacia que se volviera ms y ms pequea hasta que pareci ser tan slo un dibujito tallado en una bandeja de plata. Y lo que vio no era solamente Miranda sino todo el misterio y la belleza que huan de l, y comprendi cun ciego haba estado para no percibir la verdad enfundada en la verdad de la muerte. Ahora todo le resultaba muy claro. La verdad le cantaba desde su herida, cada slaba un latido del corazn. Estaba escrita en las olitas que agonizaban. Oscilaba en las hojas de los plataneros, suspiraba en el viento. Estaba por todas partes y Esteban lo haba sabido siempre: si niegas el misterio, incluso cuando va disfrazado de muerte, entonces niegas la vida y caminars como un fantasma a travs de tus das, sin conocer jamas los secretos que se ocultan en los extremos. Las penas profundas, las alegras ms absolutas... Trag una honda bocanada del rancio aire de la jungla y con ella el aliento de un mundo que ya

no era suyo, de Encarnacin cuando era una muchacha, de amigos y nios y noches en el campo..., y todo esto perdi su dulzura. Su pecho se tens como ante la llegada de las lgrimas, pero la sensacin se fue calmando muy de prisa, y Esteban comprendi que la dulzura del pasado estaba resumida en el olor de los mangos, que nueve das mgicos un nmero mgico, el nmero que precisa el alma para descansar, se interponan entre l y las lgrimas. Libre de aquellas asociaciones, tuvo la sensacin de estar sufriendo una sutil alteracin de su forma, un refinamiento, como si se desprendiera de las capas superfluas, y record haber sentido lo mismo el da en que sali corriendo por la puerta de Santa Mara de la Onda, mientras dejaba tras l sus oscuras geometras, los catecismos cubiertos de telaraas y las generaciones de gorriones que jamas haban volado ms all de sus muros, y arrojaba a un lado su vestimenta de aclito, corriendo a travs de la plaza hacia la montaa y Encarnacin: entonces haba sido ella quien le atrajo, igual que su madre le haba atrado hacia la iglesia y como le atraa Miranda ahora, y ri al ver cun fcil haba sido para aquellas tres mujeres desviar el flujo de su vida, y como se pareca en esto a los dems hombres. La extraa flor indolora de su espalda enviaba zarcillos hacia sus brazos y sus piernas, y los gritos de los soldados se haban vuelto ms potentes y cercanos. Miranda era una motita que se encoga contra una inmensidad plateada. Esteban vacil durante un segundo, y sinti brotar de nuevo el miedo; entonces el rostro de Miranda se materializ en el ojo de su mente, y toda la emocin que haba rechazado durante nueve das se derram en su interior, barriendo el miedo. Era una emocin de color plateado, pura e impecable, y Esteban se embriag con ella, sintiendo que se mareaba, como si flotase; era igual que el trueno y el fuego fusionados en un solo elemento, hirviendo dentro de l, y se sinti abrumado por la necesidad de expresarlo, de moldearlo en una forma que reflejara su poder y su pureza. Pero no era cantante, ni poeta. Slo le quedaba abierta una forma de expresarlo. Y, con la esperanza de que no fuese demasiado tarde, de que la puerta de Miranda no se hubiera cerrado para siempre, Esteban salt al ro, hendiendo la imagen de la luna llena; y sus ojos an aturdidos por el impacto de la zambullida nad en pos de ella con los ltimos restos de fuerza mortal que le quedaban.

La noche del Bhairab Blanco

Cada vez que el seor Chatterji iba a Delhi por negocios, dos veces al ao, dejaba a Eliot Blackford al cuidado de su casa de Katmand, y antes de cada viaje se produca la transferencia de llaves y de instrucciones en el Hotel Anapurna. Eliot un hombre anguloso y de rasgos afilados, que se encontraba a mitad de los treinta, con una cabellera rubia que empezaba a clarear y una perpetua expresin ardiente en el rostro, saba que el seor Chatterji era un alma sutil, y sospechaba que tal sutileza haba dictado su eleccin del lugar de cita. El Anapurna era el equivalente nepals del Hilton, con su bar equipado de vinilo y plstico, con un amplio surtido de botellas dispuesto en forma de coro delante del espejo. Las luces estaban tamizadas, y las servilletas llevaban monograma. El seor Chatterji, regordete y con aire prspero en su traje de negocios, lo considerara una elegante refutacin del famoso pareado de Kipling (Oriente es Oriente, etc.), porque l se encontraba aqu como en su hogar, mientras que Eliot, que vesta una tnica algo maltrecha y sandalias, no lo estaba; y argira que no slo los extremos se haban encontrado, sino que haban llegado a intercambiar sus lugares respectivos. En cuanto a la sutileza de Eliot, serva como medida el que se contuviera y no le hiciera ver al seor Chatterji lo que ste era incapaz de percibir, que el Anapurna era una versin distorsionada del Sueo Americano. Las alfombras estaban desgastadas de tanto ir y venir; el men abundaba en erratas ridculas (Skocs, Cuva Livre), y los msicos del comedor dos hindes con turbante y frac, que tocaban la guitarra elctrica y la batera, conseguan convertir Siempre verde en una melanclica raga. Habr una entrega importante. El seor Chatterji llam al camarero, e hizo avanzar unos centmetros el vaso de Eliot. Tendra que haber llegado hace das, pero ya conoce a esta gente de aduanas. Se estremeci de forma ms bien afeminada para expresar su disgusto ante la burocracia, y mir con ojos expectantes a Eliot, quien no le decepcion. Qu es? pregunt, seguro de que sera otra adicin a la coleccin del seor Chatterji; le gustaba hablar de la coleccin con norteamericanos; demostraba que posea una idea general de su cultura. Algo delicioso! contest el seor Chatterji. Arrebato la botella de tequila al camarero y, con una mirada de ternura, se la pas a Eliot. Est usted familiarizado con el Terror de Carversville? Si, claro. Eliot trag otra racin. Haba un libro sobre l. Ciertamente dijo el seor Chatterji. Un xito de ventas. La mansin Cousineau fue en tiempos la ms famosa casa encantada de su Nueva Inglaterra. Fue derribada hace varios meses, y yo he conseguido adquirir la chimenea tom un sorbo de su bebida, que era el centro del poder. He sido muy afortunado al obtenerla. Coloc su vaso sobre el crculo de humedad que ya haba en el mostrador, y empez su erudita disertacin. Aime Cousineau era un espritu fuera de lo corriente, capaz de toda un amplia variedad de... Eliot se concentr en su tequila. Esos recitales siempre conseguan irritarle, igual que por razones diferentes su elegante disfraz de occidental. Cuando Eliot lleg a Katmandu como miembro del Cuerpo de la Paz, el seor Chatterji haba presentado una imagen mucho menos pomposa: un muchacho flaco, vestido con unos tejanos que pertenecieron a un turista. Haba sido uno de los habituales, casi todos jvenes tibetanos, que frecuentaban los mugrientos salones de t de la calle de los Fenmenos, viendo cmo los hippies norteamericanos se rean ante su yogur de hachs, codiciando sus ropas, sus mujeres y toda su cultura. Los hippies haban respetado a los tibetanos; eran un pueblo de leyenda, smbolo del ocultismo entonces en boga, y el hecho de que les gustaran las pelculas de James Bond, los coches veloces y Jimi Hendrix haba hecho aumentar la autoestima de los hippies. Pero haban encontrado risible el que Ranjeesh Chatterji otro hind occidentalizado hubiera apreciado esas mismas cosas, y le haban tratado con una maligna condescendencia. Ahora, trece aos despus, los papeles se

haban invertido; era Eliot quien tena que rondar los lugares que antes frecuentaba Chatterji. Se haba instalado en Katmandu despus de que terminara su turno, con la idea de practicar la meditacin hasta conseguir algn tiempo de iluminacin. Pero las cosas no haban ido bien. En su mente exista un obstculo se lo imaginaba como una piedra oscura, una piedra formada por sus ligaduras mundanas, que ningn tipo de prctica poda desgastar, y su vida haba terminado en un ritmo ftil. Viva diez meses al ao en una pequea habitacin cerca del templo de Swayambhunath, meditando y frotando la piedra para desgastarla; y luego, durante marzo y septiembre, ocupaba la casa del seor Chatterji, y se entregaba al libertinaje con el licor, el sexo y las drogas. Se daba cuenta de que el seor Chatterji le consideraba un desecho, que el empleo de guardin de la casa era una realidad en forma de venganza, mediante la cual su patrono poda ejercer su propia clase de condescendencia; pero a Eliot no le importaba ni la etiqueta ni lo que pensara. Haba cosas peores que ser un desecho en el Nepal. El pas era hermoso, no resultaba caro y estaba lejos de Minnesota (donde Eliot haba nacido). Y el concepto de fracaso personal careca de significado aqu. Vivas, moras y volvas a nacer una y otra vez, hasta que por fin lograbas el xito definitivo del no ser; un tremendo consuelo ante los fracasos. Pero en su pas estaba diciendo el seor Chatterji, el mal tiene un carcter ms provocativo. Es sexy! Como si los espritus adoptaran personalidades vibrantes, para ser Capaces de vrselas con los grupos de msica pop y las estrellas de cine. Eliot intent pensar en alguna respuesta, pero el tequila estaba empezando a pesarle, y en vez de hablar solt un eructo. Todo lo que formaba al seor Chatterji dientes, ojos, cabellos, anillos de oro, pareca arder con un brillo extraordinario. Daba la impresin de ser tan inestable como una burbuja de jabn, una pequea y gorda ilusin hind. El seor Chatterji se dio una palmada en la frente. Casi se me olvidaba. En la casa habr otra persona de su pas. Una chica. Muy hermosa! Dibuj la silueta de un reloj de arena en el aire. Estoy francamente loco por ella, pero no s si es digna de confianza. Por favor, cuide de que no traiga a la casa ningn vagabundo. Correcto dijo Eliot. No hay problema. Creo que ahora voy a jugar un poco dijo el seor Chatterji, ponindose en pie y mirando hacia el vestbulo. Me acompaa? No, creo que voy a emborracharme. Supongo que le ver en octubre. Ya est borracho, Eliot... El seor Chatterji le dio una palmada en el hombro. No se ha dado cuenta? A primera hora de la maana siguiente, con resaca y la lengua pegada al paladar, Eliot se instal para una ltima sesin de sus repetidos intentos por visualizar al Buda Avalokitesvara. Todos los sonidos del exterior el zumbido de una motocicleta, el canto de los pjaros, la risa de una joven, parecan repetir el mantra, y las grises paredes de piedra de su habitacin daban la impresin simultnea de ser intensamente reales y, con todo, increblemente frgiles, como de papel, un teln pintado que poda desgarrar con sus manos. Empez a sentir la misma fragilidad, como si fuera sumergido en un lquido que le estaba volviendo opaco, llenndole de claridad. Una rfaga de viento poda hacer que saliera flotando por la ventana, transportndole a la deriva a travs de los campos, y pasara por entre los rboles y las montaas, todos los fantasmas del mundo material..., pero entonces un hilillo de pnico emergi del fondo de su alma, de esa piedra oscura. Estaba empezando a encenderse, a desprender un vapor envenenado; un minsculo mechero de ira, lujuria y miedo. Por la lmpida sustancia en que se haba convertido se estaban extendiendo las grietas, y si no se mova pronto, si no rompa la meditacin, se hara aicos. Se dej caer al suelo, abandonando la postura del loto, y se qued apoyado en los codos. Su corazn lata desbocado, el pecho suba y bajaba aceleradamente, y casi senta deseos de gritar,

tal era su frustracin. S, era una tentacin. Limitarse a decir: Al infierno con todo, y gritar, lograr a travs del caos lo que no poda conseguir mediante la claridad, vaciarse a s mismo en ese grito. Estaba temblando, y sus emociones oscilaban entre la autocompasin y el odio hacia s mismo. Finalmente, se puso en pie con un esfuerzo, y se visti con tejanos y una camisa de algodn. Saba que se encontraba muy cerca de una crisis nerviosa, y se dio cuenta de que normalmente llegaba a este punto justo antes de establecerse en la casa del seor Chatterji. Su vida era una maltrecha hebra, que se tensaba entre esos dos polos de libertinaje. Un da se acabara rompiendo. Al infierno con eso dijo. Meti sus ropas en una bolsa de viaje, y se dirigi hacia la ciudad. Cruzar a pie la plaza Durbar que no era realmente una plaza sino un gran complejo de templos con zonas abiertas, y por el que serpenteaban caminos adoquinados, siempre hacia que Eliot se acordara de su breve carrera como gua turstico, una carrera que se haba cortado en seco cuando la agencia recibi quejas sobre su excentricidad (Mientras se abren paso por entre los montones de excrementos humanos y mondas de fruta, les aconsejo que no respiren demasiado profundamente la flatulencia divina, pues de lo contrario podra dejarles insensibles al aroma de Padrera Linda, Caadita Bordada o cualquier otra ciudadela de vida graciosa y elegante, a la que llamen ustedes su hogar...). Le haba molestado tener que dar conferencias sobre las tallas y la historia de la plaza, especialmente a la gente-sencilla-y-corriente, que slo quera una Polaroid de Edna o del to Jimmy junto a ese extrao dios mono del pedestal. La plaza era un lugar nico y, en opinin de Eliot, un turismo tan poco ilustrado no haca ms que rebajarla. Por todos lados se alzaban templos de ladrillo rojo y madera oscura, construidos al estilo de las pagodas, sus pinculos alzndose como relmpagos de latn. Parecan de otro mundo, y uno medio esperaba ver que el cielo tena un color distinto al de este planeta, y que en l haba varias lunas. Sus gabletes y los postigos de sus ventanas estaban minuciosamente tallados con las imgenes de dioses y demonios, y tras un gran biombo situado en el templo del Bhairab Blanco se encontraba la mascara de ese dios. Tena casi tres metros de alto, hecha en estao, con un fantasioso tocado, orejas de largos lbulos, y una boca llena de colmillos blancos; sus cejas estaban cubiertas de esmalte rojo y se arqueaban ferozmente, pero los ojos tenan esa cualidad algo caricaturesca comn a todos los dioses de Newari: no importaba cun iracundos fueran, en ellos haba algo esencialmente amistoso. A Eliot le recordaban embriones de dibujos animados. Una vez al ao de hecho, faltaba poco ms de una semana a partir de ahora, se abrira el biombo, se metera una caera en la boca del dios, y un chorro de cerveza de arroz brotara por ella hacia las bocas de las multitudes congregadas ante l; en un momento determinado meteran un pez dentro de la caera, y quien lo atrapara sera considerado como el alma ms afortunada de todo el valle de Katmandu durante el siguiente ao. Una de las tradiciones de Eliot era intentar coger el pez, aunque saba que no era suerte lo que necesitaba. Ms all de la plaza, las calles se estrechaban y corran entre largos edificios de ladrillo, que tenan tres y cuatro pisos de altura, cada uno de ellos dividido en docenas de viviendas separadas. La tira de cielo que asomaba por entre los tejados era de un azul brillante que pareca quemar un color del vaco, y a la sombra, los ladrillos parecan de color prpura. La gente se asomaba por las ventanas de los pisos superiores, hablndose unos a otros; la vida de un vecindario extico. Pequeos altares recintos de madera que contenan estatuaria de estuco o latn estaban metidos en hornacinas practicadas en las paredes y en las bocas de los callejones. En Katmandu, los dioses estaban por todas partes, y apenas haba un rincn a salvo de sus miradas. Al llegar a la casa del seor Chatterji, que ocupaba la mitad de un edificio tan largo como un bloque normal, Eliot se dirigi hacia el primero de los patios interiores; una escalera llevaba desde l hasta el apartamento del seor Chatterji, y Eliot pens comprobar lo que haba quedado de bebida. Pero cuando entr en el patio una falange de plantas que parecan salir de la

jungla, dispuestas alrededor de un rombo de cemento, vio a la chica y se detuvo. Estaba sentada en una tumbona, leyendo, y realmente era muy hermosa. Vesta unos pantalones anchos de algodn, una camiseta y un largo chal blanco del que asomaban hebras doradas. El chal y los pantalones eran el uniforme de los jvenes viajeros que, normalmente, se quedaban en el enclave aptrida de Temal; daba la impresin de que todos los haban comprado nada ms llegar para identificarse entre ellos. Acercndose un poco ms, y atisbando por entre las hojas de una planta que pareca hecha de goma, Eliot vio que la chica tena ojos de cierva, la piel color miel, y una cabellera castaa que le llegaba hasta los hombros, y por la que asomaban mechones ms claros. Su boca, grande y bien dibujada, se haba aflojado en una expresin algo tristona. Al notar su presencia, alz la vista, sobresaltada; luego agit la mano y dej el libro. Soy Eliot dijo l, yendo hacia la joven. Lo s. Ranjeesh me habl de ti. Ella le miraba sin la ms mnima curiosidad. Y t? Se puso en cuclillas, a su lado. Michaela. Sus dedos acariciaron el libro, como si tuviera ganas de volver a l. Me doy cuenta de que eres nueva en la ciudad. Por qu? Eliot le habl de sus ropas, y ella se encogi de hombros. Eso es lo que soy realmente dijo. A buen seguro las llevar siempre. Cruz las manos sobre su estmago, que tena una curvatura preciosa, y Eliot, un autntico conocedor de estmagos femeninos, empez a sentir cierta excitacin. Siempre? pregunt. Tanto tiempo piensas quedarte? No lo s. Michaela pas la yema de un dedo por el lomo del libro. Ranjeesh me pidi que me casara con l, y yo dije que quiz. El infantil plan de seduccin preparado por Eliot se derrumb ante una frase tan parecida a las bolas usadas para demoler edificios, y no logr ocultar su incredulidad. Ests enamorada de Ranjeesh? Qu tiene que ver eso con casarse? Una arruga cruz su entrecejo; era el sntoma perfecto de su estado emocional, la lnea que un dibujante de historietas podra haber escogido para expresar una ira petulante. Nada. No, si no tiene nada que ver, claro. Prob con una sonrisa, pero no obtuvo ningn resultado. Bueno dijo despus de hacer una pausa, qu te parece Katmandu? No salgo mucho contest ella con voz tona. Obviamente no quera conversar, pero Eliot no estaba dispuesto a rendirse. Tendras que hacerlo dijo. El festival de Indra Jatra est a punto de comenzar. Es bastante animado. Especialmente la noche del Bhairab Blanco. Sacrifican bfalos, hay luz de antorchas... No me gustan las multitudes dijo ella. Segundo tanto. Eliot se esforz por dar con algn tema de conversacin que resultara atractivo, pero empezaba a creer que se trataba de una causa perdida. Haba en ella algo inerte, una capa de lnguida

indiferencia que haca pensar en la Thorazina y la rutina de los hospitales. Has visto el Khaa? pregunt. El qu? El Khaa. Es un espritu..., aunque algunos te dirn que en parte es un animal, porque en este lugar el mundo de los espritus y el de los animales se superponen. Pero, sea lo que sea, todas las casas viejas tienen uno, y a las que no lo tienen se las considera casas sin suerte. Aqu hay uno. A qu se parece? Vagamente antropomrfico. Negro, sin rasgos. Algo as como una sombra viviente. Pueden mantenerse erguidos, pero se deslizan en vez de caminar. Ella se ri. No, no lo he visto. Y t? Quiz dijo Eliot. Creo que lo he visto un par de veces, pero se me haba ido bastante la mano. Ella irgui un poco ms el cuerpo y cruz las piernas; sus pechos oscilaron, y Eliot luch por mantener los ojos centrados en su cara. Ranjeesh me ha contado que ests un poco loco dijo. El viejo Ranjeesh, siempre tan amable! Debi suponer que el hijo de perra ya se habra encargado de prepararle una mala reputacin para su nueva dama. Supongo que lo estoy dijo, preparndose para lo peor. Medito mucho, y algunas veces me encuentro bastante cerca del abismo. Pero ella pareci ms intrigada por esta confesin que por nada de lo que le haba contado; una sonrisa se abri paso por entre la cuidadosa rigidez de sus rasgos, pareciendo derretirlos un poco. Cuntame algo ms del Khaa dijo. Eliot se felicit a si mismo. Son bastante raros dijo. No son ni buenos ni males. Se esconden en los rincones oscuros, aunque de vez en cuando se les ve en las calles o en los campos que hay cerca de Jyapu. Y los ms viejos y poderosos viven en los templos de la plaza Durbar. Existe una historia sobre uno que vive all, muy ilustrativa en cuanto a su forma de actuar..., si es que te interesa. Claro. Otra sonrisa. Antes de que Ranjeesh comprara este sitio, era una casa de huspedes; una noche, una mujer que tena tres grandes bocios en el cuello vino aqu a dormir. Tena tambin dos hogazas de pan que llevaba a su familia, y las meti bajo la almohada antes de quedarse dormida. Alrededor de la medianoche, el Khaa entr deslizndose en su habitacin, y se qued muy sorprendido al ver los bocios que suban y bajaban cuando ella respiraba. Pens que haran un hermoso collar, as que los cogi y se los puso en el cuello. Despus se fij en las hogazas que asomaban por debajo de su almohada. Tenan buen aspecto, as que las cogi tambin, y dej en su sitio dos barras de oro. Cuando la mujer despert, se qued muy complacida. Volvi rpidamente a su aldea para contrselo a su familia, y por el camino se encontr a una amiga, una mujer que iba al mercado. Esta mujer tena cuatro bocios. La primera mujer le cont lo que le haba ocurrido; esa noche, la segunda mujer fue a la casa de huspedes, e hizo exactamente lo mismo que ella. Alrededor de la medianoche, el Khaa entr deslizndose en su habitacin. Se haba cansado de su collar y se lo dio a la mujer. Tambin haba llegado a la conclusin de que el pan no saba demasiado bien, pero le segua quedando una hogaza y pens en darle otra oportunidad, as que, a cambio del

collar, le quit a la mujer el gusto por el pan. Cuando despert tena siete bocios, nada de oro, y durante el resto de su vida jamas pudo volver a comer pan. Eliot esperaba haber provocado una cierta diversin, y tena la esperanza de que su relato sera el gambito de apertura de un juego con una conclusin tan previsible como placentera; pero no haba esperado que ella se pusiera en pie, y se portara nuevamente como si un muro la separase de l. Tengo que irme dijo y, agitando distradamente la mano, se dirigi hacia la puerta principal. Caminaba con la cabeza gacha, las manos en los bolsillos, como si estuviera contando sus pasos. Adnde vas? grit Eliot, sorprendido. No lo s. A la calle de los Fenmenos, quiz. Quieres compaa? Cuando lleg a la puerta, Michaela se volvi hacia l. No es culpa tuya dijo, pero la verdad es que no me gusta estar contigo. Derribado! Un rastro de humo, que giraba locamente, estrellndose en la colina, y reventando en una bola de fuego. Eliot no comprenda por qu eso le haba afectado tanto. Haba ocurrido antes y volvera a ocurrir. Normalmente, se habra dirigido a Temal para encontrar otro largo chal blanco y un par de pantalones de algodn, uno que no estuviera tan morbosamente centrado en s mismo (retrospectivamente, as defina el carcter de Michaela), uno que le ayudase a cargar combustible para una nueva intentona de visualizar al Buda Avalokitesvara. De hecho, fue a Temal; pero se limit a sentarse en un restaurante para beber t y fumar hachs, observando como los jvenes viajeros se iban emparejando para la noche. Cogi una vez el autobs que iba a Patn y visit a un amigo, un viejo compaero hippy llamado Sam Chipley que diriga una clnica; otra vez fue andando hasta Swayambhunath, lo bastante cerca como para ver la cpula blanca del stupa y, sobre ella, la estructura dorada en la que estaban pintados los ojos del Buda que todo lo ve; ahora tenan un aspecto maligno y parecan bizquear, como si no les gustara demasiado verle aproximarse. Pero lo que ms hizo durante la semana siguiente fue vagar por la casa del seor Chatterji, con una botella en la mano, un continuo zumbido dentro de su cabeza, y sin perder de vista a Michaela. La mayor parte de las habitaciones carecan de mobiliario, pero muchas tenan seales de haber sido ocupadas recientemente: pipas de hachs rotas, sacos de dormir hechos pedazos, paquetitos de incienso vacos. El seor Chatterji dejaba que aquellos viajeros de los que se encaprichaba sexualmente, ya fueran varones o hembras, usaran las habitaciones durante lo que poda llegar a ser meses enteros, y caminar por ellas era como realizar una visita histrica por la contracultura norteamericana. Las inscripciones de los muros hablaban de preocupaciones tan variadas como Vietnam, los Sex Pistols, la liberacin femenina y la falta de viviendas en Gran Bretaa, y tambin transmitan mensajes personales: Ken Finkel, por favor, ponte en contacto conmigo en Am. Ex. de Bangkok..., con amor, Ruth. En una de las habitaciones haba un complicado mural que representaba a Farrah Fawcett sentada en el regazo de un demonio tibetano, acariciando con los dedos el falo cubierto de pinchos. El conjunto lograba conjurar la imagen de un medio social trastornado y a punto de corromperse: el medio social de Eliot. Al principio, la visita le divirti, pero con el paso del tiempo comenz a sentir cierta amargura hacia todo eso, y empez a pasar las horas en un balcn que dominaba el patio, compartido con la casa contigua, escuchando a las mujeres newari que cantaban mientras se dedicaban a sus labores domsticas, y leyendo libros de la biblioteca del seor Chatterji. Uno de esos libros tena como ttulo El terror de Carversville.

... escalofriante, hiela la sangre..., deca el New York Times en la solapa delantera. ... el terror no flaquea ni por un segundo..., comentaba Stephen King. ... imposible de abandonar, le revolver las tripas, un horror que le har perder la cabeza..., farfullaba la revista People. Eliot aadi su comentario particular en pulcras letras de imprenta: ... un montn de chorradas.... El texto escrito para ser ledo por quienes apenas haban salido del analfabetismo era un tratamiento en forma de ficcin de los supuestamente reales acontecimientos relacionados con las experiencias de la familia Whitcomb, que haba intentado arreglar la mansin Cousineau en los aos sesenta. Siguiendo el habitual crescendo de apariciones fantasmales, puntos fros y olores molestos, la familia pap David, mam Elaine, los nios Tim y Randy y la adolescente Ginny haba empezado a discutir sobre la situacin: David pens que la casa incluso haba hecho envejecer a los nios. Reunidos alrededor de la mesa del comedor, parecan un grupo de condenados al infierno: ojeras violceas, expresin ceuda, mirando continuamente hacia todas partes. Incluso con las ventanas abiertas y la luz entrando a chorros por ellas, daba la impresin de que en el aire haba una capa oscura que ninguna luz era capaz de expulsar. Gracias a Dios, esa maldita cosa dorma durante el da! Bien dijo, supongo que se abre el turno de sugerencias. Quiero irme a casa! Las lgrimas brotaron en los ojos de Randy y, como si fuese una seal, Tim tambin empez a llorar. No es tan sencillo dijo David. Estamos en casa, y no s cmo nos las arreglaremos si nos marchamos. Los ahorros se han quedado casi a cero. Supongo que podra conseguir un trabajo dijo Elaine, sin mucho entusiasmo. Yo no me voy! Ginny se levant de un salto, tirando al suelo su silla. Cada vez que hago amigos, tenemos que marcharnos a otro sitio! Pero, Ginny... Elaine alarg la mano para intentar calmarla. Fuiste t quien... He cambiado de parecer! Ginny retrocedi, como si de pronto les hubiera reconocido a todos como sus mortales enemigos. Podis hacer lo que queris, pero yo me quedo! Y sali corriendo de la habitacin. Oh, Dios dijo Elaine con voz cansada. Qu se le habr metido en la cabeza? Lo que se haba metido en la cabeza de Ginny, lo que se estaba metiendo en todos ellos y era la nica parte interesante del libro, consista en el espritu de Aime Cousineau. Preocupado por la conducta de su hija, David Whitcomb haba registrado la casa, aprendiendo muchas cosas sobre el espritu. Aime Cousineau, ne Vuillemont, haba sido nativa de Santa Berenice, un pueblo suizo situado al pie de la montaa conocida como el Eiger. (Su fotografa, al igual que un retrato de Aime una mujer de fra belleza, con el cabello negro y rasgos de camafeo, estaba incluida en la parte central del libro.) Hasta los quince aos haba sido una nia amable y nada excepcional; pero en el verano de 1889, mientras daba un paseo por las estribaciones del Eiger, se extravi en una caverna. La familia ya haba perdido las esperanzas cuando, tres semanas despus, para gran alegra de ellos, Aime apareci en los escalones de la tienda de su padre. Su alegra no dur mucho. Esta Aime era muy distinta a la que haba entrado en la caverna. Era violenta, calculadora y grosera. Durante los dos aos siguientes logr seducir a la mitad de los hombres del pueblo, incluyendo al sacerdote. Segn su testimonio, la haba estado riendo, dicindole que su pecado no era el camino de la felicidad, cuando Aime empez a desnudarse. Estoy casada con la Felicidad le dijo. Mis miembros se han entrelazado con los del dios del Placer, y he besado los muslos escamosos de la Alegra.

Y, a continuacin, hizo crpticos comentarios referentes al dios que haba bajo la montaa, cuya alma estaba ahora unida para siempre a la suya. En este punto, el libro volva a las horrendas aventuras de la familia Whitcomb; Eliot, aburrido, dndose cuenta de que ya era medioda, y que Michaela estara tomando su bao de sol, subi al apartamento del seor Chatterji en el cuarto piso. Dej el libro sobre un estante y sali al balcn. Le sorprenda su tozudo inters por Michaela. Se le ocurri la idea de que poda estarse enamorando, y pens que eso poda ser muy agradable; aunque probablemente no le llevara a ninguna parte, sera bueno poseer la energa del amor. Pero dudaba de que se fuera su caso. Lo ms probable era que su inters se basara en algn humeante producto de la piedra oscura que haba en su interior. Lujuria pura y simple. Mir por el balcn. Michaela estaba tendida sobre una toalla la parte superior del bikini junto a ella, en el fondo de un pozo formado por la luz solar, delgados haces de pura claridad parecidos a miel destilada cayendo del cielo y congelndose para formar el molde de una diminuta mujer dorada. El calor que desprenda su cuerpo daba la impresin de hacer bailar la atmsfera. Esa noche Eliot rompi una de las reglas del seor Chatterji, y durmi en la habitacin de su patrono. El techo estaba formado por un gran mirador incrustado en una estructura de color azul oscuro. El muestrario normal de estrellas no haba sido suficiente para el seor Chatterji, por lo que haba hecho construir el mirador con vidrio facetado que multiplcaba las estrellas, y daba la impresin de que se estaba en el corazn de una galaxia, mirando por entre los intersticios de su ncleo llameante. Las paredes consistan en un mural fotogrfico del glaciar Khumbu y el Chomolungma; y, baado por la claridad de las estrellas, el mural haba cobrado la ilusin de profundidad y helado silencio que reinaba en las montaas. Tendido en ese dormitorio, Eliot poda or los tenues sonidos del Indra Jatra: gritos y cmbalos, oboes y tambores. Los sonidos le atraan; quera ir corriendo a las calles, convertirse en un elemento ms de las ebrias multitudes, girar en un torbellino por entre la luz de las antorchas y el delirio, hasta encontrarse ante los pies de un dolo manchado con la sangre de los sacrificios. Pero tena la sensacin de estar atado a la casa y a Michaela. Perdido en el brillo estelar del seor Chatterji, flotando por encima del Chomolungma, y escuchando el estruendo del mundo que haba bajo l, casi le resultaba posible creer que era un bodhisattva esperando una llamada para entrar en accin, y que toda su vigilancia tena algn propsito. El envo lleg a ultima hora del atardecer del octavo da. Cinco cajas enormes, que requirieron las energas combinadas de Eliot y tres braceros newari para llevarlas hasta la habitacin del tercer piso, donde albergaba la coleccin del seor Chatterji. Tras darles una propina a los tres hombres, Eliot sudoroso, jadeante, se instal en el suelo para recobrar el aliento, la espalda apoyada en la pared. La habitacin media siete metros y medio por siete, pero pareca ms pequea a causa de las docenas de objetos curiosos que se encontraban esparcidos por el suelo, y que se amontonaban unos encima de otros junto a las paredes. Un picaporte de latn, una puerta rota, una silla de respaldo recto con los brazos unidos por un cordn de terciopelo para impedir que nadie tomara asiento en ella, una palangana descolorida, un espejo recorrido por una raya color marrn, una lmpara con la pantalla hendida. Todos esos objetos eran reliquias de algn caso de encantamiento o posesin, y algunos de tales casos haban posedo una grotesca violencia; haban pegado tarjetas que atestiguaban los detalles en estos objetos y, para quienes estuvieran interesados, informaban sobre libros que podran encontrar en la biblioteca del seor Chatterji. Rodeadas por todas esas reliquias, las cajas parecan inofensivas. Estaban cerradas con clavos, cubiertas de sellos e inscripciones de las aduanas, y su altura era tal que llegaban hasta el pecho de Eliot. Cuando se hubo recuperado, Eliot empez a vagabundear por la habitacin, divertido ante la preocupacin y los cuidados que el seor Chatterji haba invertido en su aficin; lo ms divertido era que nadie se impresionaba ante ella salvo el seor Chatterji; lo nico que haca era dar a los viajeros una nota a pie de pgina para sus diarios. Nada ms. Sinti un fuerte mareo se haba levantado demasiado de prisa, y se apoy en una de las

cajas para no perder el equilibrio. Jess, se encontraba en una forma fsica penosa! Y entonces, cuando parpadeaba para eliminar los remolinos de clulas muertas que derivaban a travs de su campo visual, la caja se movi. Muy poco, como si en su interior algo se hubiera agitado en sueos. Pero fue palpable, real. Eliot corri hacia la puerta, alejndose de la caja. Cada nudo y articulacin de su espina dorsal se haba convertido en un mapa de escalofros; el sudor se haba evaporado, dejando zonas pegajosas en su piel. La caja no se mova. Pero le daba miedo apartar los ojos de ella, seguro de que si lo haca, sta dara rienda suelta a su furia contenida. Hola dijo Michaela desde el umbral. Su voz tuvo un efecto electrizante sobre Eliot. Lanz un chillido muy agudo y se volvi en redondo, extendiendo las manos como para contener un ataque. No quera asustarte dijo ella. Lo siento. Maldita sea! contest l. No aparezcas de esa forma! Se acord de la caja y le ech un rpido vistazo. Oye, estaba cerrando la... Lo siento repiti ella, y pas a su lado, entrando en la habitacin. Ranjeesh parece un idiota cuando habla de esto dijo, mientras pasaba la mano por encima de la caja. No lo crees t as? Su familiaridad con la caja calm un poco los temores de Eliot. Quiz haba sido l quien se movi; un espasmo causado por la excesiva tensin de los msculos. S, supongo que s. Michaela fue hacia la silla de respaldo recto, quit el cordn de terciopelo y se instal en ella. Vesta una falda marrn claro, y una blusa a cuadros que le daban un aire de colegiala. Quiero disculparme por lo del otro da dijo; inclin la cabeza y la cascada de su pelo cay hacia adelante para oscurecer su rostro. ltimamente he pasado un perodo bastante malo. He tenido problemas para relacionarme con la gente. Con todo el mundo. Pero ya que vivimos en la misma casa, me gustara que furamos amigos. Se puso en pie y se alis los pliegues de la falda. Ves? Hasta me he cambiado de ropa. Me di cuenta de que la otra te molestaba. La inocente sexualidad de su postura hizo que Eliot sintiera una oleada de deseo. Muy bonita dijo, con forzada despreocupacin. Y por qu has pasado un mal perodo? Michaela fue hacia la puerta, y mir por el umbral. Realmente quieres que te lo cuente? No, si te resulta doloroso. No importa dijo ella, apoyndose en el quicio de la puerta. En Estados Unidos, yo formaba parte de un grupo y nos iba bastante bien. Le dbamos los ltimos toques a un lbum, ya tenamos conversaciones con casas de discos... Yo viva con el guitarrista, estaba enamorada de l. Pero tuve un lo. Ni siquiera fue un lo. Fue una idiotez. Careca de sentido. Sigo sin saber por qu lo hice. Supongo que fue un impulso momentneo. De eso habla el rock'n'roll, y quiz lo nico que yo haca era poner el mito en accin. Uno de los msicos se lo cont a mi compaero. As son los grupos musicales..., eres amigo de todo el mundo, pero nunca de todos a la vez. Mira, yo le haba hablado ya del asunto... Siempre habamos confiado el uno en el otro. Pero un da se enfad conmigo por algo. Algo estpido y carente de sentido. Su mandbula luchaba por mantener la firmeza; la brisa que llegaba del patio agitaba delicados mechones de pelo alrededor de su rostro. Mi compaero se volvi loco y le dio una paliza a... se ri, una risa abatida y triste, mi amante. O lo que fuera. Mi compaero le mat. Fue un accidente, pero intent huir y la polica le peg un tiro. Eliot deseaba hacerla callar; obviamente ella lo estaba viendo todo de nuevo, vea la sangre y las sirenas de la polica, y las blancas y fras luces de la morgue. Pero ahora estaba montada en una ola de recuerdos, impulsada por su energa, y Eliot saba que no tena ms remedio que llegar

hasta lo alto de esa ola y estrellarse con ella. Durante un tiempo estuve fuera de m. Siempre tena sueo. Nada me afect. Ni los funerales, ni los padres irritados. Me fui durante unos meses a las montaas, y empec a sentirme mejor. Pero cuando volv a casa, me encontr con que el msico que se lo haba contado todo a mi compaero haba escrito una cancin sobre ello. El asunto, las muertes. Haba grabado un disco. La gente lo compraba, cantaba el estribillo cuando andaban por la calle o cuando se duchaban. Lo bailaban! Estaban bailando sobre la sangre y los huesos, canturreando el dolor y la pena, y soltaban cinco dlares con noventa y ocho por un disco sobre el sufrimiento. Si pienso en ello me doy cuenta de que estaba loca, pero en ese tiempo todo lo que hice me pareci normal. Ms que normal. Dirigido, inspirado. Compr una pistola. Un modelo femenino, dijo el vendedor. Recuerdo haber pensado lo extrao que resultaba eso de que hubiera armas masculinas y femeninas, igual que con las maquinillas elctricas de afeitar. Cuando la llev encima, sent que me haba vuelto enorme. Tena que ser apacible y corts, o de lo contrario la gente se dara cuenta de lo gigantesca y decidida que era. No fue difcil encontrar a Ronnie..., es el tipo que escribi la cancin. Estaba en Alemania, grabando un segundo lbum. No lograba creerlo, no iba a ser capaz de matarle! Me senta tan frustrada que una noche fui a un parque y empec a disparar. No logr darle a nada. De todos los vagabundos, ardillas y gente que haca jogging corriendo por all, slo acert a las hojas y al aire. Despus de eso, me encerraron. Un hospital. Creo que me ayud, pero... Parpade, como si despertara de un trance. Pero sabes?, sigo sintindome desconectada. Eliot apart cuidadosamente las hebras de cabello que le haban cado en el rostro, y volvi a recolocarlas en su sitio. La sonrisa de Michaela se encenda y se apagaba. Lo s dijo. A veces me siento as. Ella asinti con aire pensativo, como para confirmarle que haba reconocido esa cualidad en l. Cenaron en un local tibetano de Temal; no tena nombre, y era una especie de basurero con mesas cubiertas por cagadas de mosca y sillas desvencijadas, especializado en bfalo acutico y sopa de cebada. Pero se encontraba lejos del centro de la ciudad, lo que significaba que podran escapar a las peores aglomeraciones del festival. El camarero era un joven tibetano, que vesta tejanos y una camiseta con la leyenda LA MAGIA ES LA RESPUESTA; los auriculares de un estreo porttil colgaban alrededor de su cuello. Las paredes visibles a travs de una capa de humo estaban cubiertas de fotos, la mayor parte mostrando al camarero en compaa de una gran variedad de turistas, pero en unas cuantas se vea a un tibetano de mayor edad, vestido de azul y cubierto de joyas color turquesa, llevando un rifle automtico; era el propietario, uno de los tribeos khampa que haban combatido en las guerrillas contra los chinos. Rara vez apareca por el restaurante, y cuando lo haca su furibunda presencia tenda a poner fin a las conversaciones. Durante la cena, Eliot intent mantenerse alejado de los temas que pudieran poner nerviosa a Michaela. Le habl de la clnica de Sam Chipley, de cuando el Dalai Lama vino a Katmandu, y de los msicos de Swayambhunath. Temas de conversacin animados y exticos. Su inerte tristeza era una parte tan insustancial de ella, que Eliot se senta inclinado a rasparla a medida que sus gestos se hacan ms animados y su sonrisa se volva ms luminosa. Esta sonrisa era distinta a la que haba exhibido en su primer encuentro. Apareca en su rostro con tal brusquedad que pareca una reaccin autnoma, como la de un girasol al abrirse, como si no le estuviera mirando a l, sino al principio de la luz sobre el que ella haba echado races. Naturalmente, se daba cuenta de la presencia de Eliot, pero haba escogido ver ms all de las imperfecciones de la carne, y conocer la criatura perfecta que Eliot era en realidad. Y Eliot cuyo aprecio de s mismo se encontraba en un mal momento habra sido capaz de dar volteretas para mantenerla en ese estado. Incluso cuando le narr su historia, lo hizo como si fuera un chiste, una metfora sobre los errores norteamericanos cometido en la bsqueda del Oriente. Por qu no lo dejas? le pregunt ella. Me refiero a la meditacin. Si no funciona, por qu seguir?

Mi vida se encuentra en un estado de suspensin perfecta dijo l. Temo que si dejo de practicar, si cambio lo que sea, me hundir hasta el fondo o saldr volando. Golpe la taza con su cucharilla, pidiendo ms t. No vas a casarte realmente con Ranjeesh, verdad? pregunt, sorprendindose ante la preocupacin que le causaba la idea de que ella pudiera casarse con l. Probablemente, no. El camarero les sirvi ms t, un murmullo de tambores brotando de sus auriculares. Me senta perdida, eso es todo. Vers, mis padres demandaron a Ronnie por haber escrito la cancin, y acab encontrndome con un montn de dinero..., lo que me hizo sentir todava peor... No hablemos de eso dijo l. No importa. Le toc la mueca para tranquilizarle, y Eliot sigui notando calor en la piel despus de que sus dedos se hubieran apartado. De todas formas sigui diciendo, decid viajar y todas las cosas extraas que... No s. Estaba empezando a perder el control. Ranjeesh era una especie de santuario. Eliot se qued inmensamente aliviado. Cuando salieron del local, se encontraron las calles repletas de asistentes al festival; Michaela cogi a Eliot por el brazo, y dej que la guiara a travs del gento. Haba newaris que llevaban sombreros tipo Nehru y pantalones abultados en las caderas y ceidos apretadamente alrededor de los tobillos; grupos de turistas, que gritaban y agitaban botellas de cerveza de arroz; hindes con tnicas blancas y saris. El aire estaba cargado con el picante olor del incienso, y la tira del cielo purpreo que se vea en lo alto mostraba una distribucin tan regular de estrellas, que pareca un estandarte tendido entre los tejados. Cuando se estaban acercando a la casa, un hombre de ojos extraviados que vesta una tnica de satn azul pas corriendo junto a ellos, casi golpendoles, y fue seguido por dos muchachos que llevaban a rastras una cabra, su frente untada con un polvo color escarlata; un sacrificio. Esto es una locura! Michaela se ri. No es nada. Espera hasta maana por la noche. Qu ocurre entonces? La noche del Bhairab Blanco. Eliot hizo una mueca. Tendrs que andarte con cuidado. Bhairab es ms bien lujurioso, y tiene mal temperamento. Michaela volvi a rer, y le apret afectuosamente el brazo. En el interior de la casa, la luna que ya haba dejado atrs su plenitud, una dorada pupila vaca flotaba en el centro exacto del cuadrado de cielo nocturno admitido por el tejado. Eliot y Michaela se quedaron inmviles en el patio, muy cerca el uno del otro, silenciosos, sintiendo una repentina torpeza. Esta noche lo he pasado muy bien dijo Michaela; se inclin hacia l y le roz la mejilla con los labios. Gracias murmur. Eliot la atrajo hacia s cuando Michaela ya se apartaba, le levant la barbilla y la bes en la boca. Los labios de Michaela se abrieron para dejar paso a su lengua. Luego le apart. Estoy cansada dijo, el rostro endurecido por el nerviosismo. Dio unos pasos alejndose de l, pero se detuvo y se dio la vuelta. Si quieres..., si quieres estar conmigo, puede que... Podramos intentarlo. Eliot fue hacia ella y la cogi de las manos. Quiero hacer el amor contigo dijo, sin intentar ocultar el deseo que senta. Y eso era lo que deseaba: hacer el amor. No joder ni tirrsela, o meterse en la cama con ella, ni

cualquier otra poco elegante versin del acto. Pero no fue el amor lo que hicieron. Michaela estaba muy hermosa bajo el ardor estrellado del techo del seor Chatterji, y al principio se mostr muy apasionada, movindose como si el acto le resultara realmente importante; de repente, se qued inmvil, y volvi el rostro hacia la almohada. Sus ojos relucan. Con su cuerpo montado encima del de ella, escuchando el sonido animal de su respiracin y el impacto de su carne sobre la de Michaela, Eliot supo que debera parar y consolarla. Pero los meses de abstinencia, los ocho das que llevaba desendola..., todo eso se fundi en una brillante llamarada que se concentr en su espalda, una pila nuclear de lujuria que irradi su conciencia y le hizo seguir penetrndola, apresurndose hacia la plenitud del acto. Cuando sali de ella, Michaela dej escapar un leve quejido y se hizo un ovillo, apartndose de l. Dios, cmo lo siento... dijo ella, la voz rota. Eliot cerr los ojos. Se encontraba mal, reducido al estado de una bestia. Haba sido igual que dos enfermos mentales haciendo porqueras a escondidas, dos pedazos de personas que no lograban formar un ser completo entre los dos. Ahora comprenda la razn de que el seor Chatterji deseara casarse con ella; planeaba aadirla a su coleccin, colocarla en un altar junto con las dems astillas de violencia que posea. Y cada noche completara su venganza, hara ms sustancial su dominio de la cultura, haciendo algo menos que el amor con esta muchacha triste e inerte, este fantasma norteamericano. Los hombros de Michaela se agitaban con sollozos ahogados. Necesitaba a una persona que la consolara, que la ayudara a encontrar su propia fuerza y su capacidad de amar. Eliot extendi la mano hacia ella, pues deseaba hacer cuanto estuviera a su alcance. Pero saba que esa persona no iba a ser l. Varias horas despus, cuando Michaela se hubo dormido sin dejarse consolar, Eliot fue a sentarse al patio, la mente vaca de todo pensamiento, el cuerpo flccido, contemplando una planta. La planta estaba envuelta en sombras, y sus hojas colgaban totalmente inmviles. Llevaba un par de minutos mirndola, cuando se dio cuenta de que detrs de la planta haba una sombra que se mova de forma muy leve; intent distinguirla mejor y el movimiento se detuvo. Eliot se puso en pie. La silla ara el suelo de cemento con un sonido de una potencia antinatural. Senta un cosquilleo en el cuello y mir detrs de l. Nada. La Venerable Fatiga Mental, pens. La Venerable Tensin Emocional. Ri y la claridad de la risa que subi por el pozo vaco, despertando ecos, le alarm; y pareci remover un sinfn de pequeos movimientos espasmdicos por toda la oscuridad. Lo que necesitaba era un trago! El problema era cmo entrar en el dormitorio sin despertar a Michaela. Infiernos, quiz debiera despertarla. Quiz tendran que hablar un poco ms antes de que lo ocurrido fuera sedimentndose, hasta convertirse en un estado de nimo indestructible. Se volvi hacia la escalera..., y entonces, con un chillido de pnico, enredndose los pies con las tumbonas al retroceder de un salto antes de haber completado la zancada, cay de costado. Una sombra la tosca silueta de un hombre, con su tamao se encontraba a menos de un metro de l; ondulando igual que un mechn de algas cuando la marea est baja. El aire que la rodeaba temblaba levemente, como si toda esa imagen no fuera ms que un descuidado inserto de pelcula en la realidad. Eliot se apart de ella a cuatro patas, intentando ponerse de rodillas. La sombra fluy hacia abajo, derritindose, y form un charco en el cemento; se concentr hasta formar un bulto parecido a una oruga, se dobl sobre s misma y empez a fluir hacia l, movindose como si rodara sobre ella misma. Luego se irgui de nuevo, asumiendo una vez ms su silueta humana, alzndose sobre l. Eliot se puso en pie, todava asustado, pero no tanto como antes. Si le hubieran pedido que testimoniara sobre la existencia de los Khaa antes de est noche, habra rechazado la evidencia de sus aturdidos sentidos, y se habra inclinado por el lado de la alucinacin y la leyenda popular. Pero ahora, aunque estaba tentado de sacar esa misma conclusin, haba demasiadas pruebas en contra. Contemplando el negro capuchn carente de rasgos que formaba la cabeza

del Khaa, tuvo la impresin de que algo le devolva la mirada. No, ms que una impresin. Perciba claramente una personalidad. Era como si las ondulaciones del Khaa estuvieran produciendo una brisa que llevaba su olor psquico a travs del aire. Eliot empez a imaginrselo como un to ya entrado en aos, tmido y algo chiflado, al que le gustaba sentarse bajo los peldaos del porche, comer moscas y rerse silenciosamente, pero que era capaz de predecir la cada de la primera nevada, y saba cmo arreglar la cola a tu cometa. Raro, pero inofensivo. El Khaa extendi un brazo, y ste pareci desprenderse de su torso, su mano un negro mitn carente de pulgar. Eliot retrocedi. No estaba totalmente preparado para creer que era inofensivo. Pero el brazo se extendi ms lejos de lo que crea posible, y le envolvi la mueca. Era suave y le haca cosquillas, un ro de mariposas peludas que se arrastraba por encima de su piel. Antes de apartarse de un salto, Eliot oy dentro de su cabeza una nota quejumbrosa, y ese quejido que pareca fluir a travs de su cerebro con la misma flexibilidad demostrada por el brazo del Khaa se tradujo en una splica sin palabras. Mediante ella comprendi que el Khaa tena miedo. Un miedo terrible. De repente, el Khaa se derriti y fluy hacia el suelo, y empez a desplazarse hacia la escalera, abultndose y achatndose de nuevo; se detuvo en el primer rellano, baj la mitad del tramo de escalones y volvi a subir, repitiendo el proceso una y otra vez. A Eliot le qued claro (Oh, Jess! Esto es de locos!) que estaba intentando convencerle de que le siguiera. Igual que Lassie o cualquier otro ridculo animal televisivo, estaba intentando decirle algo, llevarle hasta el lugar donde se haba desplomado el guarda forestal herido, donde el nido de los patitos estaba siendo amenazado por el incendio de la maleza. Tendra que ir hasta l, frotarle la cabeza y decir: Qu pasa, chica? Te han estado tomando el pelo esas ardillas?. Esta vez su risa tuvo un efecto tranquilizador, y le ayud a centrar sus ideas. S, era probable que su experiencia con Michaela hubiera bastado para romper su maltrecha conexin con la realidad consensual; pero creer en eso no serva de nada. Aun en tal caso, bien poda seguir adelante con la broma. Fue hacia la escalera, y subi hasta la sombra que ondulaba sobre el rellano. De acuerdo, Bongo dijo. Veamos qu te ha puesto tan nervioso. En el tercer piso, el Khaa dobl por un pasillo, movindose con rapidez, y Eliot no volvi a verle hasta que no estuvo cerca de la habitacin que albergaba la coleccin del seor Chetterji. El Khaa se encontraba junto a la puerta, agitando sus brazos, indicndole aparentemente que deba entrar en ella. Eliot se acord de la caja. No, gracias dijo. Una gota de sudor resbal por sus costillas, y se dio cuenta de que en la zona cercana a la puerta haca un calor fuera de lo normal. La mano del Khaa fluy por encima del pomo, envolvindolo; y cuando la mano se apart de la puerta estaba hinchada, extraamente deforme; haba un agujero en la madera, donde antes haba estado todo el mecanismo de la cerradura. La puerta se abri unos cinco centmetros. De la habitacin empez a salir una masa de oscuridad, aadiendo una esencia aceitosa al aire. Eliot dio un paso hacia atrs. El Khaa dej caer al suelo el mecanismo de la cerradura se materializ bajo la informe mano negra, y se estrell ruidosamente sobre la piedra, y cogi a Eliot por el brazo. Una vez ms oy el quejido, la splica de auxilio y, ya que no poda apartarse de un salto, comprendi de forma ms clara el proceso de traduccin. Poda sentir el gemido como un fro fluido que recorriera su cerebro, y cuando el gemido se apag, el mensaje apareci en su lugar, como si apareciese una imagen en una bola de cristal. Bajo el miedo del Khaa haba algo as como un mensaje tranquilizador, y aunque Eliot saba que ste era el tipo de errores que siempre cometa la gente en las pelculas de horror, meti la mano en la habitacin y busc a tientas el interruptor de la pared, medio esperando que algo se apoderara de l o que le hiciera pedazos. Encendi la luz y acab de abrir la puerta con el pie. Y dese no haberlo hecho.

Las cajas haban explotado. Astillas y fragmentos de madera estaban esparcidos por todos lados, y los ladrillos haban sido amontonados en el centro de la habitacin. Eran de un color rojo oscuro, ladrillos de poca resistencia, que parecan pasteles hechos con sangre seca; cada uno de ellos estaba marcado con letras y nmeros negros, que indicaban su posicin original en la chimenea. Pero ahora ninguno se hallaba en su posicin correcta, aunque haban sido colocados de forma francamente artstica. Haban sido amontonados hasta formar la silueta de una montaa, una montaa que pese a lo tosco de los bloques usados para construirla duplicaba los abruptos acantilados, las chimeneas y las suaves laderas de una montaa real. Eliot la reconoci por su foto. El Eiger. Se alzaba hasta el techo, y bajo el brillo de las luces emita una radiacin de fealdad y barbarie. Pareca estar viva, un colmillo de carne rojo oscuro, y el calcinado olor de los ladrillos era como un zumbido en las fosas nasales de Eliot. Sin hacer caso del Khaa, que estaba agitando nuevamente los brazos, Eliot se lanz hacia el descansillo; una vez en l se detuvo y, tras una breve lucha entre el miedo y la conciencia, corri por la escalera que llevaba al dormitorio, subiendo los peldaos de tres en tres. Michaela haba desaparecido! Eliot se qued inmvil, contemplando los bultos formados por la ropa de cama, iluminados por la claridad de las estrellas. Dnde diablos..., su habitacin! Baj corriendo la escalera, y cay de narices en el rellano del segundo piso. Sinti una punzada de dolor en su rodilla, pero logr ponerse en pie y sigui corriendo, convencido de que algo le persegua. La parte inferior de la puerta de Michaela estaba ribeteada por una luz anaranjada no vena de ninguna lmpara, y Eliot oy una risa cascada que pareca resonar dentro de un hogar de piedra. La madera estaba clida al tacto. La mano de Eliot se cerni durante unos instantes sobre el pomo. Su corazn pareca haberse hinchado hasta el tamao de una pelota de baloncesto, y ejecutaba extraas evoluciones dentro de su caja torcica. Lo ms inteligente sera largarse de all a toda velocidad, porque lo que estaba al otro lado de la puerta, fuera lo que fuese, tena que ser demasiado para que l lo manejara sin ayuda. Pero en vez de ello, hizo lo ms estpido e irrumpi en la habitacin. Su primera impresin fue que la estancia se encontraba en llamas, pero luego vio que, aunque el fuego pareca real, no se extenda; las llamas se mantenan aferradas a los contornos de objetos que, en s mismos, no eran reales, no posean sustancia propia y estaban hechos del fuego fantasmal; cortinajes recogidos por cordones, un silln y un sof tapizados, una chimenea adornada con tallas, todo de un diseo antiguo. Los muebles reales todos ellos basura producida en serie no haban sufrido daos. Alrededor de la cama reluca una intensa claridad rojo naranja, y en el centro yaca Michaela. Desnuda, la espalda arqueada. Mechones de su cabello se levantaban en el aire para enredarse unos con otros, flotando en una corriente invisible; los msculos de sus piernas y su abdomen se abultaban y se retorcan como si estuvieran librndose de la piel. Los chasquidos se hicieron ms fuertes, y la luz empez a brotar de la cama para formar una columna luminosa todava ms brillante; estrechndose en su punto central, y abultndose en una aproximacin de caderas y pechos, dibujando gradualmente la silueta de una mujer en llamas. No tena rostro, no era ms que una figura de fuego. Su traje, cubierto de chispas, se agitaba como si caminara, y las llamas se levantaban detrs de su cabeza como una cabellera mecida por el viento. Eliot estaba lleno de terror, demasiado asustado para gritar o correr. El aura de calor y poder de la silueta le envolvi. Aunque se encontraba tan cerca que la habra podido tocar con el brazo, pareca estar muy lejos, como si la distinguiera desde una gran distancia y la silueta estuviese caminando hacia l por un tnel que se adaptaba exactamente a su figura. Extendi una mano, rozndole la mejilla con un dedo. El contacto le produjo un dolor mayor del que jamas hubiera conocido. Era un contacto luminoso que encenda cada circuito de su cuerpo. Pudo sentir como su piel se agrietaba y se cubra de ampollas, como los fluidos brotaban de ella para evaporarse con un siseo. Se oy gemir; un sonido lquido y podrido, como el de algo atrapado en una cloaca. Y, entonces, ella apart bruscamente su mano, como si fuera l quien la hubiera quemado. Aturdido, sus nervios chillando de dolor, Eliot se derrumb al suelo, y con ojos enturbiados

distingui una negrura que ondulaba junto a la puerta. El Khaa. La mujer ardiente estaba frente a l, a un par de metros de distancia. Esta confrontacin entre el fuego y la oscuridad, entre dos sistemas sobrenaturales distintos, resultaba tan increble que Eliot se puso bruscamente alerta. Se le ocurri que ninguno de los dos saba qu hacer. Rodeado por su zona de aire en agitacin, el Khaa ondulaba; la mujer ardiente chisporroteaba y cruja, atrapada en su fantasmagrica distancia. Alz su mano en un gesto vacilante; pero antes de que pudiera completar el movimiento, el Khaa avanz con cegadora rapidez y su mano envolvi la de ella. De los dos brot un chillido semejante al del metal torturado, como si algn principio inflexible hubiera sido violado. Oscuros zarcillos se abrieron paso por el brazo de la mujer ardiente, haces de fuego atravesaron al Khaa, y en el aire se oy un zumbido muy agudo, una vibracin que a Eliot le hizo rechinar los dientes. Por un instante temi que dos versiones espirituales de la materia y la antimateria hubieran entrado en contacto, y que la habitacin estallara. Pero el zumbido se cort cuando el Khaa apart su mano; dentro de ella reluca una pequea llama rojo naranja. El Khaa se derriti, cay al suelo y fluy fuera de la habitacin. La mujer ardiente, y con ella todas las llamas de la habitacin, se encogi hasta formar un punto incandescente y se desvaneci. An aturdido, Eliot se toc la cara. Tena la sensacin de haber sido quemado, pero no pareca haber ningn dao real. Logr ponerse en pie, fue tambalendose hasta la cama, y se derrumb junto a Michaela. Ella respiraba profundamente, inconsciente. Michaela! La sacudi. Michaela gimi, y su cabeza rod de un lado a otro. Eliot se la ech al hombro como si fuera un bombero, y fue hacia el pasillo. Movindose sin hacer ruido, avanz por l hasta el balcn que dominaba el patio, y se asom a mirar..., mordindose el labio para ahogar un grito. Claramente visible en el aire azul elctrico de la oscuridad que precede al amanecer, en mitad del patio, haba una mujer alta y plida que vesta un camisn blanco. Su negra cabellera caa como un abanico sobre su espalda. Volvi bruscamente la cabeza para mirarle, sus rasgos de camafeo retorcidos en una vida sonrisa, y esa sonrisa le dijo a Eliot cuanto haba querido saber sobre la posibilidad de escapar. Anda, intenta marcharte estaba diciendo Aime Cousineau. Adelante, prueba. Me gustara. A unos cuantos metros de ella, una sombra se irgui de un salto, y Aime se volvi en esa direccin. De repente, el patio se vio sacudido por un vendaval; un violento torbellino de aire del que ella era el tranquilo centro. Las plantas salieron volando hacia el pozo como aves de cuero; las macetas se hicieron pedazos, y los fragmentos salieron disparados hacia el Khaa. Estorbado por el paso de Michaela, y queriendo alejarse de la batalla tanto como le fuera posible, Eliot subi por la escalera hacia el dormitorio del seor Chatterji. Fue una hora despus, una hora de mirar a hurtadillas hacia el patio, observando el juego del escondite que el Khaa practicaba con Aime Cousineau, dndose cuenta de que el Khaa les estaba protegiendo al mantenerla ocupada..., fue entonces cuando Eliot se acord del libro. Lo recuper del estante y empez a pasar rpidamente las hojas, con la esperanza de enterarse de algo til. No haba nada ms que hacer. Encontr el punto donde Aime soltaba su discurso sobre su matrimonio con la Felicidad, pas por alto la transformacin de Ginny Whitcomb en un monstruo adolescente, y encontr otra parte del libro que trataba de Aime. En 1895, un rico suizonorteamericano llamado Armand Cousineau haba vuelto a Santa Berenice, su lugar de nacimiento, para una visita. Se qued prendado de Aime Vuillemont; su familia, cazando al vuelo esa oportunidad de librarse de ella, permiti a Cousineau que se casara con Aime, y la mand en barco a su casa de Carversville, New Hampshire. El gusto de Aime por la seduccin no fue domeado por tal desplazamiento. Abogados, diconos, comerciantes, granjeros; todos eran grano que moler en su molino. Pero en el invierno de 1905 se enamor apasionada y obsesivamente de un joven maestro de escuela. Crea que aquel maestro la haba salvado de su matrimonio blasfemo, y su gratitud no conoci lmites. Por desgracia, tampoco los conoci su furia cuando el maestro se enamor de otra mujer. Una noche, cuando pasaba ante la mansin

Cousineau, el medico del pueblo vio a una mujer que andaba por los terrenos. Una mujer llameante, no ardiendo sino compuesta de fuego, cada uno de sus rasgos una estructura gnea... Por una ventana brotaba el humo; el medico entr corriendo en la mansin, y descubri al maestro de escuela, encadenado, ardiendo igual que un tronco en la vasta chimenea. Apag el pequeo incendio que haba logrado propagarse desde la chimenea, y cuando sali de la casa se tropez con el cadver calcinado de Aime. No estaba claro si la muerte de Aime haba sido accidental, producida por una chispa que haba prendido en su camisn, o era a resultas de un suicidio; pero estaba claro que despus de eso, la mansin haba sido encantada por un espritu, que se complaca en poseer a las mujeres y hacer que mataran a sus hombres. Los poderes sobrenaturales del espritu estaban limitados por la carne, pero eran complementados por una inmensa fuerza fsica. Ginny Whitcomb, por ejemplo, haba matado a su hermano Tim arrancndole un brazo; luego, se haba lanzado tras su otro hermano y su padre en una implacable cacera que haba durado un da y una noche; mientras se hallaba en posesin de un cuerpo, el espritu no estaba limitado a la actividad nocturna... Cristo! La luz que entraba por el mirador del techo era de color gris. Estaban a salvo! Eliot fue a la cama, y empez a sacudir nuevamente a Michaela. Ella gimi, y sus ojos acabaron abrindose en un parpadeo. Despierta! dijo l. Tenemos que salir! Qu? Michaela intent apartar las manos de Eliot. De qu ests hablando? No te acuerdas? De qu? Michaela puso los pies en el suelo, y se qued sentada, con la cabeza gacha, aturdida por su brusco despertar; luego se levant, oscil de un lado a otro, y dijo: Dios, qu me has hecho? Me siento... Y en su rostro apareci una expresin mezclada de embotamiento y suspicacia. Tenemos que irnos. Eliot camin alrededor de la cama hacia donde estaba ella. A Ranjeesh le ha tocado el gordo. Esas cajas suyas llevaban embalado un autntico espritu junto con los ladrillos. La ultima noche intent poseerte. Eliot percibi su incredulidad. Debiste perder el conocimiento. Toma. Le ofreci el libro. Esto te explicar... Oh, Dios! grit ella. Qu hiciste? Me siento en carne viva! Se apart de l, los ojos desorbitados por el miedo. No hice nada. Eliot extendi sus manos hacia ella, las palmas al descubierto, como para demostrar que no tena armas. Me violaste! Mientras estaba dormida! Michaela mir rpidamente a derecha e izquierda, presa del pnico. Eso es ridculo! Tienes que haberme drogado o algo parecido! Oh, Dios! No te acerques! No pienso discutir contigo dijo l. Tenemos que salir de aqu. Despus de eso, puedes acusarme de violacin o de lo que sea. Pero nos marchamos, aunque deba llevarte a rastras. Parte de la desesperacin de Michaela se evapor, y sus hombros se encorvaron. Mira continu l, acercndose a ella, no te viol. Lo que ests sintiendo es algo que te hizo ese condenado espritu. Era...

Michaela le dio con la rodilla en la entrepierna. Mientras se retorca en el suelo, hecho un ovillo alrededor de su dolor, Eliot oy abrirse la puerta y el eco de sus pisadas, alejndose. Se agarr al borde del lecho, logr ponerse de rodillas y vomit encima de las sbanas. Luego se derrumb de espaldas, y se qued tendido durante varios minutos, hasta que el dolor se hubo encogido al tamao de un potente latido, un latido que haca sacudirse su corazn siguiendo el mismo ritmo; luego, cautelosamente, se puso en pie y sali al pasillo, arrastrando los pies. Apoyndose en la barandilla, baj la escalera hasta la habitacin de Michaela y, muy despacio, se sent frente a ella. Dej escapar un suspiro. Destellos actnicos ardan ante sus ojos. Michaela dijo, escchame. Su voz sonaba muy dbil; la voz de un hombre muy, muy viejo. Tengo un cuchillo dijo ella, pegada al otro lado de la puerta. Lo usar si intentas entrar por la fuerza. Yo no me preocupara por eso dijo l. Y, por todos los infiernos, tampoco me preocupara pensando en violaciones. Ahora, quieres escucharme? No obtuvo respuesta. Se lo cont todo y, cuando hubo terminado, ella dijo: Ests loco. Me violaste. Nunca te hara dao. Yo... Haba estado a punto de explicarle que la amaba, pero decidi que quiz eso no era cierto. Probablemente, slo deseaba poseer una verdad buena y limpia, como el amor. El dolor le provocaba nuevas nauseas, como si la mancha negra y prpura de su hematoma estuviera infiltrndose en su estmago, y lo llenase de gases ponzoosos. Luch por ponerse en pie y se apoy en la pared. Careca de objeto discutir con ella, y no haba demasiadas esperanzas de que abandonara la casa por propia voluntad, no si reaccionaba ante Aime igual que Ginny Whitcomb. La nica solucin era acudir a la polica y acusarla de algn crimen. La acusara de agresin. Ella lo hara de violacin pero, con suerte, los dos seran detenidos hasta que pasara la noche. Y l tendra tiempo de mandarle un telegrama al seor Chatterji..., que le creera. El seor Chatterji era un creyente por naturaleza; sencillamente, no encajaba en su idea de la sofisticacin el dar crdito a sus espritus nativos. Vendra en el primer vuelo desde Delhi, ansioso por recoger documentacin sobre el Terror. Sintindose tambin ansioso por terminar con el asunto, Eliot baj lentamente la escalera y avanz cojeando por el patio; pero el Khaa le esperaba, agitando sus brazos en la habitacin llena de sombras que llevaba a la calle. Tanto si era un efecto de la luz como de su batalla con Aime o, para ser ms precisos, del fuego plido que se vea dentro de su mano, el Khaa pareca menos sustancial. Su negrura era un tanto opaca, y el aire que le rodeaba estaba borroso, como manchado, igual que se ven las olas por encima de una lente; era como si el Khaa fuera sumergido ms profundamente en su propio medio ambiente. Eliot no sinti ningn resquemor ante la idea de permitir que le tocara; agradeci ese contacto, y lo relajado de su actitud pareci intensificar la comunicacin. Empez a ver imgenes en el ojo de su mente: el rostro de Michaela, el de Aime, y luego ambos rostros quedaron superpuestos. Se le mostr todo esto una y otra vez, y a partir de ello comprendi que el Khaa deseaba que la posesin tuviera lugar. Pero no entenda el porqu. Ms imgenes. l mismo corriendo, Michaela corriendo, la plaza Durbar, la mascara del Bhairab Blanco, el Khaa. Montones de Khaas. Pequeos jeroglficos negros. Tambin esas imgenes fueron repetidas, y despus de cada secuencia, el Khaa alzaba su mano ante el rostro de Eliot, y enseaba el iridiscente pedazo de fuego de Aime. Eliot crey comprender, pero cada vez que intentaba transmitir su inseguridad al respecto, el Khaa solamente repeta las imgenes. Por fin, dndose cuenta de que el Khaa haba llegado a los lmites de su habilidad para

comunicarse, Eliot se dirigi a la calle. El Khaa se derriti, cay al suelo y se alz de nuevo en el umbral para bloquearle el camino, y agit sus brazos desesperadamente. Una vez ms, Eliot percibi esa cualidad de viejo chiflado que haba en l. Iba contra toda lgica depositar su confianza en una criatura tan errtica, especialmente con un plan tan peligroso; pero la lgica no tena mucho poder sobre l, y esta solucin era permanente. Si funcionaba. Si no la haba interpretado mal. Se ri. Al infierno con todo! Tranquilo, Bongo dijo. Volver tan pronto como me hayan arreglado la herramienta. La sala de espera de la clnica de Sam Chipley estaba repleta de mujeres y nios newari, que se rieron en voz alta cuando Eliot pas por entre ellos con su paso peculiar, las piernas bien arqueadas y arrastrando los pies. La mujer de Sam le llev a la sala de examen, y una vez en ella, Sam, un hombre corpulento y barbudo, su larga cabellera recogida en una cola de caballo, le ayud a subir a la mesa de curas. Mierda santa! dijo tras haber inspeccionado la lesin. En qu te has metido, to? Empez a extender ungento sobre los cardenales. Un accidente dijo Eliot, con los dientes apretados e intentando no gritar. Ya, apuesto a que fue eso dijo Sam. Quiz un accidente pequeo y sexy, que cambi de parecer cuando la cosa se puso seria. Sabes, to? Si no consigues tu racin de forma regular, puedes acabar resultando excesivamente apasionado para ciertas damas. Has pensado alguna vez en ello? No pas de esa forma. Estoy bien? Aj, pero durante una temporada no podrs hacer de supermacho. Sam se acerc a la pileta y se lav las manos. Y no me vengas con ese rollo de hacerte el inocente. Estabas intentando ligar con la nueva cosita de Chatterji, verdad? La conoces? La trajo aqu un da para presumir. To, esa chica es un caso mental. A tus aos deberas tener ms cuidado. Podr correr? Sam se ri. No mucho. Oye, Sam... Eliot se irgui en la mesa de curas y torci el gesto. La dama de Chatterji... Se ha metido en un mal lo, y yo soy el nico que puede ayudarla. Tengo que ser capaz de correr, y necesito algo para mantenerme despierto. No he dormido en un par de das. No voy a darte pldoras, Eliot. Puedes aguantar tu mono sin mi ayuda. Sam acab de secarse las manos y fue a sentarse en un taburete junto a la ventana; al otro lado haba una pared de ladrillos, y encima de sta, una ristra de banderolas de plegarias chasqueaba impulsada por la brisa. No te estoy pidiendo ningn cargamento de droga, maldita sea! Slo la suficiente para mantenerme en funcionamiento esta noche. Esto es importante, Sam! Sam se rasc el cuello. En qu clase de lo est metida? No puedo explicrtelo ahora dijo Eliot, sabiendo que Sam se reira ante la idea de algo tan metafsicamente sospechoso como el Khaa. Pero lo har maana. No es nada ilegal. Venga, hombre! Tiene que haber algo que puedas darme.

Oh, puedo remendarte un poco. Puedo hacer que te sientas igual que el Rey Mierda en el da de la coronacin. Sam se lo pens durante unos instantes. De acuerdo, Eliot. Pero maana quiero que traigas otra vez tu trasero hasta aqu, y me cuentes lo que est pasando. Lanz un resoplido de diversin. Todo cuanto puedo decir es que debe tratarse de algn lo condenadamente extrao, si t eres el nico que puede salvarla. Tras haber mandado un telegrama al seor Chatterji, instndole a que regresara inmediatamente a casa, Eliot volvi al edificio y desatornill las bisagras de la puerta principal. No estaba seguro de que Aime fuera capaz de controlar la casa, de hacer que las puertas se cerraran, y las ventanas se quedasen atascadas, como haba hecho con su casa en New Hampshire, pero no quera correr ningn riesgo. Cuando levant la puerta y la apoy en la pared de la habitacin, se qued sorprendido ante su ligereza; tuvo la sensacin de estar posedo por una fuerza errtica, como si fuera capaz de levantar la puerta por encima del pozo del patio y lanzarla hasta lo alto de los tejados. El cctel de calmantes y anfetaminas estaba haciendo maravillas. Le dola la ingle, pero el dolor era distante, muy alejado del centro de su conciencia, la que representaba una fuente de bienestar. Cuando hubo terminado con la puerta, cogi un poco de zumo de frutas en la cocina, y volvi a la habitacin para esperar. Michaela baj la escalera a media tarde. Eliot intent hablar con ella, convencerla de que se fuera, pero ella le advirti que no deba acercarse, y regres a su habitacin. Luego, sobre las cinco, la mujer ardiente apareci flotando a un metro escaso del suelo del patio. El sol se haba retirado al tercio superior del pozo, y su llameante silueta estaba engarzada en una sombra azul pizarra, los fuegos de su cabello danzando alrededor de su cabeza. Eliot, que haba estado dndole fuerte a los tranquilizantes, se qued deslumbrado ante ella; si fuera una alucinacin, ocupara el primer lugar de su palmars particular de todos los tiempos. Pero incluso dndose cuenta de que no lo era, estaba demasiado drogado como para considerarla una amenaza y reaccionar debidamente ante ella. Se ri, y le arroj un fragmento de maceta. La mujer ardiente se encogi hasta convertirse en un punto incandescente, se esfum, y con ello consigui hacerle entender de golpe la temeridad de su acto. Tom ms anfetaminas para contrarrestar su euforia, e hizo unos cuantos ejercicios de estiramiento para aflojar sus msculos y librarse del envaramiento que notaba en el pecho. El crepsculo combinaba los colores de las sombras del patio, los celebrantes desfilaban por la calle, y a lo lejos poda or tambores y cmbalos. Tuvo la sensacin de estar apartado de la ciudad y la fiesta. Asustado. Ni siquiera la presencia del Khaa, medio sumergido entre las sombras que haba a lo largo de la pared, serva para consolarle. Cuando ya casi haba anochecido, Aime Cousineau entr en el patio, y se detuvo a unos siete metros de l, mirndole. No sinti deseo alguno de rer o arrojarle cosas. A esta distancia, poda ver que sus ojos carecan de blanco, pupila o iris. Eran totalmente negros. En algn momento, parecan ser las abultadas cabezas de dos tornillos negros metidos en su crneo; despus, parecan perderse entre la negrura, alejndose hasta una cueva situada bajo una montaa, donde algo aguardaba para ensear las alegras del infierno a quien entrara por azar en ella. Eliot se acerc cautelosamente a la puerta. Pero ella se dio la vuelta, subi por la escalera hasta el segundo piso, y se alej por el pasillo que conduca hasta el dormitorio de Michaela. Y as empez la nerviosa espera de Eliot. Pas una hora. Eliot iba y vena de la puerta al patio. Senta la boca como si fuera de algodn; sus articulaciones parecan frgiles y quebradizas, sostenidas por delgados alambres de anfetaminas y adrenalina. Esto era una locura! Lo nico que haba hecho era hacerles correr un peligro todava peor. Finalmente, oy cerrarse una puerta en el piso de arriba. Retrocedi hacia la calle, tropezando con dos chicas newari, que se rieron en voz baja y se alejaron rpidamente. Multitudes de gentes se movan hacia la plaza Durbar. Eliot! La voz de Michaela. Haba esperado la spera voz de un demonio, y cuando ella entr en la

habitacin, su chal blanco reluciendo con un plido brillo en la oscura atmsfera, se sorprendi al ver que no haba cambiado. Sus rasgos no revelaban rastro alguno de nada que no fuera su habitual mezcla de aburrimiento y desinters. Siento haberte hecho dao dijo Michaela, dirigindose hacia l. S que no me hiciste nada. Estaba trastornada por lo de la noche anterior, eso es todo. Eliot sigui retrocediendo. Qu pasa? Michaela se detuvo en el umbral. Poda haber sido su imaginacin o las drogas, pero Eliot habra jurado que sus ojos eran mucho ms oscuros de lo normal. Trot unos diez metros, alejndose de ella, y se volvi a mirarla. Eliot! Era un grito de rabia y frustracin, y Eliot apenas si logr creer en la rapidez con que ella se lanz sobre l. Al principio, Eliot corri alocadamente, saltando a los lados para evitar los choques, dejando atrs alarmados rostros de tez oscura; pero despus de un par de manzanas, descubri un ritmo ms eficiente, y empez a prever los obstculos que tena delante, entrando y saliendo de la multitud. A su espalda, se alzaban gritos de irritacin. Mir hacia atrs. Michaela estaba acortando la distancia, e iba en lnea recta hacia l, dejando tendida a la gente en el suelo con lo que parecan ser manotazos carentes del mas mnimo esfuerzo. Eliot corri ms rpidamente. La multitud se hizo ms espesa, y Eliot se mantuvo junto a los muros de las casas, donde no era tan densa; pero incluso all resultaba difcil mantener un buen ritmo. Las antorchas bailaban ante su rostro; grupos de jvenes cantando, cogidos de los brazos formaban barreras que le obligaban a ir todava ms despacio. Ya no poda ver a Michaela, pero poda distinguir la senda de su paso. Puos que se agitaban, cabezas movindose de un lado a otro. Para Eliot, toda la escena empezaba a perder su cohesin. Haba gritos hechos de luz de antorcha, astillas brillantes de gritos enloquecidos, olas de incienso y basura que le golpeaban. Tuvo la sensacin de ser el nico pedazo de materia slida en una sopa reluciente, que estaba siendo vertida por un conducto de piedra. Al principio de la plaza Durbar, tuvo un fugaz atisbo de una sombra inmvil junto a las enormes puertas doradas del templo Degutale. Era ms grande que el Khaa del seor Chatterji, y su negro era ms del color de la antracita; uno de los antiguos, de los poderosos. La imagen hizo renacer su confianza, y le devolvi el equilibrio. No se haba equivocado al interpretar el plan. Pero saba que sta era la parte ms peligrosa. Haba perdido el rastro de Michaela, y la multitud le estaba arrastrando; si le atrapaba ahora, no podra correr. Luchando por conseguir un poco de espacio, debatindose para seguir en pie, Eliot fue arrastrado hacia el complejo de los templos. Los tejados de las pagodas se alzaban en la oscuridad igual que montaas cubiertas de extraas tallas, sus picos ocultos por una noche sin luna; los senderos adoquinados eran muy estrechos, apenas si tendran tres metros, y la multitud se apretaba para entrar por ellos, una marea de lava humana. Por todas partes oscilaban las antorchas, que suban y bajaban, enviando salvajes lametones de sombra y luz anaranjada hacia lo alto de los muros, revelando rostros contorsionados en muecas feroces en cada techo. Encima de su pedestal, la estatua dorada de Hanuman, el dios mono, pareca balancearse a un lado y a otro. Los cmbalos que entrechocaban y el arrtmico redoble de los tambores trastornaban el corazn de Eliot; el correoso gemido de los oboes pareca estar trazando las fluctuaciones de sus nervios. Cuando pasaba junto al templo de Hanuman Ohoka, vio la mascara de estao del Bhairab Blanco que brillaba sobre las cabezas de la multitud, como el rostro de un payaso maligno. Se encontraba a menos de treinta metros, colocada en una gran hornacina de la pared del templo, e iluminada por bombillas colgadas entre ristras de banderolas de oracin. La multitud empez a moverse ms de prisa, arrastrndole primero en una direccin y luego en otra; pero logr distinguir a dos Khaa ms en el umbral del Hanuman Dhoka. Los dos fluyeron hacia el suelo, esfumndose, y Eliot sinti crecer sus esperanzas. Tenan que haber localizado a Michaela, tenan que estar atacndola! Cuando la multitud le hubo llevado a unos pocos metros de la

mascara, estuvo seguro de que se encontraba a salvo. Ahora ya deban de haber acabado su exorcismo. El nico problema que faltaba por resolver era encontrarla. Se dio cuenta de que se haba sido el eslabn dbil del plan. Haba sido un idiota al no tenerlo en cuenta. Era imposible saber lo que ocurrira si Michaela se desplomaba en mitad del gento. De repente, se encontr bajo la caera que asomaba por la boca del dios; el chorro de cerveza de arroz que brotaba de ella, formando un arco, daba la impresin de ser transparente bajo las luces, y cuando le moj el rostro (el pez no estaba), su frialdad tuvo el efecto de quitarle el barniz de fuerza qumica. Estaba mareado, la ingle le lata dolorosamente. El gran rostro, con sus feroces colmillos y sus ojos cmicamente sorprendidos, pareca estarse hinchando y oscilando atrs y adelante. Eliot trag aire. Lo que deba hacer era encontrar un sitio cerca de una pared, donde pudiera apoyarse para no ser arrastrado por el flujo de la multitud, esperar hasta que sta hubiera disminuido, y luego buscarla. Estaba a punto de ponerlo en prctica, cuando dos poderosas manos le cogieron los codos por detrs. Incapaz de volverse, Eliot logr forzar su cuello y mirar por encima del hombro. Michaela le sonri; una satisfecha sonrisa de te cog!. Sus ojos eran dos muertos valos de negrura. Michaela form su nombre con los labios, su voz inaudible por entre la msica y el gritero y empez a empujarle por delante de ella, usndole como un ariete para abrirse paso por entre la muchedumbre. Para quien les observara, dara la impresin de que l se encargaba de protegerla contra los choques y obstculos, pero los pies de Eliot no llegaban a tocar el suelo. Newaris irritados gritaban cuando l los apartaba con su cuerpo. Tambin Eliot gritaba. Nadie se dio cuenta. Unos segundos despus, haban llegado a una calle lateral, pasando por entre grupos de borrachos. La gente se rea ante los gritos que lanzaba Eliot pidiendo auxilio, y un tipo imit su extraa forma de correr, como si tuviera los miembros del cuerpo medio sueltos. Michaela gir por un umbral, llevndole a lo largo de un pasillo de suelo de tierra, cuyos muros haban sido tallados hasta formar paneles de imgenes; el oscuro resplandor anaranjado de las lmparas brillaba por entre los paneles, y proyectaba un encaje de sombras sobre el suelo de tierra. El pasillo se ensanch hasta formar un pequeo patio, la madera de sus paredes oscurecida por el tiempo, y puertas cubiertas con intrincados mosaicos de marfil. Michaela se detuvo, y le estrell contra una pared. Eliot estaba aturdido, pero reconoci el lugar como uno de los viejos templos budistas que rodeaban la plaza. Salvo por la estatua de una vaca dorada, de tamao natural, el patio estaba vaco. Eliot. Lo dijo de tal forma que resultaba ms una maldicin que un nombre. Eliot abri la boca para gritar, pero ella le atrajo hacia su cuerpo, abrazndole; la presa con que sujetaba su codo derecho se hizo ms fuerte, mientras su otra mano le apretaba la nuca, extinguiendo el grito. No tengas miedo dijo. Slo quiero besarte. Sus pechos se aplastaron contra el torso de Eliot, su pelvis frot la suya en una burla de la pasin y, centmetro a centmetro, Michaela le oblig a bajar el rostro hacia ella. Sus labios se abrieron y Oh, Jesucristo! Eliot se retorci entre sus brazos, un nuevo horror dndole fuerzas. El interior de su boca era tan negro como sus ojos. Michaela quera que l besara esa negrura, la misma que Aime haba besado bajo el Eiger. Eliot dio patadas y us su mano libre para araarla, pero ella era irresistible, sus manos parecan de hierro. El codo de Eliot cruji y una brillante punzada de dolor recorri velozmente su brazo. Algo ms se estaba rompiendo en su cuello. Y, aun as, nada de eso poda compararse a lo que sinti cuando su lengua un negro atizador de fuego se abri paso a la fuerza por entre sus labios. Su pecho estaba a punto de reventar con la necesidad del grito, y todo estaba oscureciendo. Mientras pensaba: Esto es la muerte, sinti un leve resentimiento al comprobar que la muerte no era el fin del dolor, como le haban enseado a creer, y que lo nico que hacia era aadir un cosquilleo a todos sus otros dolores. Entonces el calor que le abrasaba la boca disminuy, y Eliot pens que la muerte haba sido, sencillamente, un poco ms lenta de lo habitual.

Pasaron varios segundos antes de comprender que estaba tendido en el suelo; tard un poco ms antes de que se diera cuenta de que Michaela estaba tendida junto a l; y porque la oscuridad le tapaba parte de su campo visual pas un tiempo considerablemente ms largo antes de que distinguiera las seis tinieblas ondulantes, que haban encerrado en un anillo a la silueta de Aime Cousineau, alzndose sobre ella. Su negrura reluca igual que una gruesa capa de vello, y el aire que las rodeaba temblaba a causa de las vibraciones. En su camisn blanco, su rostro de camafeo inmvil en una expresin de calma, Aime pareca la anttesis de los gigantes vagamente masculinos que la amenazaban, delicada, sus rasgos finamente tallados contrastando con tosquedad. Sus ojos parecan reflejar el color negativo de ellos, igual que un espejo. Cuando hubo pasado un instante, a su alrededor se alz un pequeo torbellino de viento. Las ondulaciones de los Khaa aumentaron y se hicieron rtmicas, movimientos de danzarines sin huesos, y el viento se calm. Sorprendida, Aime pas veloz por entre dos de ellos, y se coloc en una postura defensiva cerca de la vaca dorada; baj la cabeza y mir a los Khaa frunciendo el ceo. Los Khaa fluyeron hacia el suelo, se deslizaron hacia adelante y, levantndose de golpe, la obligaron a acercarse todava ms a la estatua. Pero la mirada de Aime estaba haciendo estragos. Pedazos de marfil y madera se desprendan de las paredes, volando hacia los Khaa, y uno de ellos se estaba desvaneciendo, una neblina de partculas negras acumulndose alrededor de su cuerpo; un segundo despus, con un ruido muy agudo, que a Eliot le record el de un reactor pasando sobre su cabeza, el Khaa se desvaneci. En el patio quedaban cinco Khaa. Aime sonri, y sus ojos fueron hacia otro de ellos. Pero antes de que su mirada pudiera tener efecto, los Khaa se acercaron a ella, ocultndole su imagen a Eliot; y cuando se apartaron, era Aime quien mostraba seales de haber sufrido dao. De sus ojos fluan hilillos de negrura que formaban una telaraa sobre sus mejillas, y daba la impresin de que su rostro se estaba agrietando. Su camisn se incendi, y su cabellera empez a moverse. Las llamas bailaron en las puntas de sus dedos, extendindose luego a sus brazos y su seno, y Aime adopt la forma de la mujer ardiente. Tan pronto como la transformacin se hubo completado, intent encogerse, hacerse pequea hasta llegar al punto en el que se desvaneca, pero, actuando al unsono, los Khaa alargaron sus manos y la tocaron. Se oy de nuevo ese chillido de metal torturado, que se convirti en un agudo zumbido y, para asombro de Eliot, los Khaa fueron absorbidos dentro de ella. El proceso fue rpido. Los Khaa se convirtieron en una neblina borrosa y, luego, en nada; venas de mrmol negros recorrieron el fuego de la mujer ardiente; la negrura se fue espesando, tomando la forma de cinco diminutas figuras que parecan hechas con simples lneas, un diseo de jeroglficos que cubra su camisn. Aime volvi a expandirse con un feroz siseo, recobrando sus dimensiones normales, y los Khaa salieron de ella para rodearla. Por un instante permaneci inmvil, empequeecida; una colegiala indefensa entre un crculo de matones escolares. Despus, sus manos volaron hacia el que estaba ms cerca de ella. Aunque no posea rasgos con los que expresar la emocin, a Eliot le pareci que en ese gesto haba desesperacin, as como en el agitado movimiento de su llameante cabellera. Sin inquietarse, los Khaa alargaron hacia ella los enormes mitones que les servan de manos, y stos crecieron igual que manchas de aceite, envolvindola. La destruccin de la mujer ardiente, Aime Cousineau, dur slo unos segundos, ms para Eliot tuvo lugar dentro de una burbuja de tiempo lento, un tiempo en el que haba logrado colocarse a tal distancia de los acontecimientos que, incluso, poda especular sobre ellos. Se pregunt si a medida que los Khaa robaban porciones de su fuego, y lo iban cubriendo de secreciones dentro de sus cuerpos estaban llevndose tambin los elementos de su alma, si Aime consista en fragmentos psicolgicamente separados; la chica que haba entrado por azar en la cueva, la chica que haba regresado de ella, la amante traicionada. Encarnaba distintos grados de inocencia y pecaminosidad, o era una esencia contaminada, un mal en el que no caba ninguna fraccin posible? Mientras segua absorto en tales especulaciones, perdi el conocimiento, mitad por una reaccin al dolor, mitad debido al aullido metlico de Aime perdiendo su batalla; cuando abri nuevamente los ojos, el patio estaba desierto. Poda or msica y gritos que llegaban de la plaza Durbar. La vaca dorada contemplaba la nada con expresin satisfecha.

Se le ocurri que si se mova, todava rompera ms de lo que ya se haba hecho aicos dentro de l; pero desplaz centmetro a centmetro su mano izquierda por encima de la tierra, y la apoy en el pecho de Michaela. Suba y bajaba con un ritmo firme y estable. Eso le hizo feliz, y dej su mano donde estaba, sintiendo una gran alegra ante los pequeos golpes que la vida daba contra su palma. Una sombra por encima de l. Uno de los Khaa... No! Era el Khaa del seor Chatterji. Negrura opaca, un poco de fuego reluciendo en su mano. Comparado con sus hermanos mayores, tena el mismo aspecto que un perro flaco y tristn. Eliot sinti una gran camaradera hacia l. Eh, Bongo dijo con voz dbil. Hemos ganado. Un cosquilleo en su coronilla, una nota quejumbrosa, y sinti la impresin de algo que no era gratitud como poda haber esperado, sino una intensa curiosidad. El cosquilleo se detuvo, y Eliot sinti de repente que se le haba despejado la mente. Qu extrao. Estaba desvanecindose de nuevo, su conciencia girando en un torbellino que se oscureca; y, con todo, estaba tranquilo y no tena miedo. De la plaza le lleg un rugido. Alguien el alguien ms afortunado de todo el valle de Katmandu, haba cogido al pez. Pero mientras los prpados de Eliot se agitaban para cerrarse, distingui por ultima vez al Khaa alzndose sobre ellos, sinti el clido latido del corazn de Michaela, y pens que quiz la multitud no estaba vitoreando al hombre adecuado. Tres semanas despus de la noche del Bhairab Blanco, Ranjeesh Chatterji se libr de todas las posesiones mundanas (incluyendo el regalo de un ao de residencia en su casa para Eliot, libre de gastos), e instal su residencia en Swayambhunath, donde segn Sam Chipley, que visit a Eliot en el hospital estaba intentando ver al Buda Avalokitesvara. Fue entonces cuando Eliot comprendi la naturaleza de esa nueva claridad mental que haba encontrado. Al igual que hizo mucho tiempo antes con los bocios de la mujer, el Khaa haba paladeado su hbito de meditar, no lo haba apreciado, y lo dej caer en el recipiente que se encontraba ms a mano: Ranjeesh Chatterj. Resultaba una irona tan deliciosa que Eliot tuvo que hacer un esfuerzo para no contrselo a Michaela, cuando ella le visit esa misma tarde; no recordaba a los Khaa, y or hablar de ellos tenda a ponerla nerviosa. Pero, por lo dems, se haba estado recuperando, igual que Eliot. Durante esas semanas, su capa de lnguida indiferencia se haba ido erosionando, su capacidad para amar estaba volviendo a ella, y se enfocaba nicamente en Eliot. Supongo que me haca falta alguien para demostrarme que yo mereca un esfuerzo le dijo. Siempre intentar devolverte ese favor. Le bes. Casi no puedo esperar a que vuelvas a casa... Le trajo libros, dulces y flores; se quedaba sentada junto a l cada da, hasta que las enfermeras la sacaban de all, pero ser el centro de su devocin no inquietaba a Eliot. Segua sin estar seguro de si la quera o no. Daba la impresin de que la claridad mental haca que un hombre fuera peligrosamente verstil, volva flexible su conciencia, e institua dentro de l una cautelosa aproximacin a todo tipo de compromisos. Al menos, sta era la sustancia de la claridad de Eliot. No quera apresurarse y comprometerse en nada. Cuando por fin volvi a casa, l y Michaela hicieron el amor bajo la gloria estrellada del mirador del seor Chatterji. Dado que Eliot llevaba el cuello y el brazo enyesados, tuvieron que hacer el acto con un cuidado extremo, pero pese a ello, y a pesar de la ambivalencia de sus sentimientos para con Michaela, esta vez hicieron el amor. Despus, tendido de espaldas con su brazo sano rodendola, Eliot sinti que estaba un poco ms cerca del compromiso. La amara o no, resultaba imposible mejorar esta parte de las cosas mediante algo ms de emocin. Quiz pudiese intentarlo con ella. Si no funcionaba..., bueno, no iba a ser responsable de su salud mental. Tendra que aprender a vivir sin l. Feliz? pregunt a Michaela, acaricindole el hombro. Ella asinti, apretndose contra su cuerpo, y murmur algo que qued parcialmente ahogado por

el susurro de la almohada. Eliot estaba seguro de no haberla entendido bien, pero la mera idea de que no fuera as bast para hacer que entre sus omplatos sintiera alojarse una pepita de hielo. Qu has dicho? le pregunt. Ella se volvi hacia l y se medio incorpor, apoyndose en un codo, silueteada por la luz de las estrellas, sus rasgos en la oscuridad. Pero cuando habl, Eliot se dio cuenta de que el Khaa del seor Chatterji haba sido fiel a sus errticas tradiciones en la noche del Bhairab Blanco; y supo que si ella ladeaba su cabeza de forma casi imperceptible, y dejaba que la luz brillara sobre sus ojos, sera capaz de encontrar una solucin a todas sus especulaciones sobre la composicin del alma de Aime Cousineau. Estoy casada con la Felicidad dijo ella.

El Salvador
Dantzler recibi su bautismo de fuego tres semanas antes de que destruyeran Tecolutla. El pelotn estaba cruzando una pradera situada al pie de un volcn verde esmeralda y Dantzler, que era ms bien distrado por naturaleza, iba algo separado del resto, y golpeaba las hierbas con el can de su rifle, pensando en que este paisaje elemental de un cono perfecto que se alzaba hacia el cielo sin nubes habra podido ser dibujado por los rotuladores de un prvulo, cuando en la cuesta se oyeron ruidos de armas. Alguien grit pidiendo que viniera el medico y Dantzler se tir al suelo, buscando a tientas sus ampollas. Sac una del aparato y la rompi bajo su nariz, inhalando frenticamente; despus, por si acaso, rompi otra Una racin doble de artes marciales, como dira DT, y se qued tendido con la cabeza gacha hasta que las drogas hubieron obrado su magia. Tena tierra en la boca, y estaba muy asustado. Poco a poco sus brazos y piernas perdieron la pesadez y su corazn lati ms despacio. Su visin se agudiz hasta tal punto que poda ver no slo los alfilerazos de fuego que florecan en la pendiente, sino tambin las figuras que haba tras ellos, medio ocultas por la espesura. Una burbuja de ira fue hinchndose en su cerebro, se endureci hasta convertirse en una implacable resolucin y Dantzler empez a moverse hacia el volcn. Cuando lleg a la base del cono todo l era rabia y reflejos. Pas los cuarenta minutos siguientes haciendo acrobacias por entre los matorrales, rociando las sombras con salvas de su M-18; y, aun as, una parte de su cerebro permaneci distanciada de la accin, maravillndose ante su eficiencia, ante el entusiasmo de historieta que senta hacia su tarea de matar. Cada vez que disparaba contra un hombre gritaba ferozmente, y les disparaba muchas ms veces de las necesarias, igual que un nio que juega a ser soldado. Jugar? Y una mierda! habra dicho DT. Ests actuando con naturalidad, eso es todo. DT crea firmemente en las ampollas; aunque la posicin oficial era que contenan compuestos de ARN manipulados y pseudoendorfinas modificadas para que se pudieran inhalar, DT sostena que revelaban la autntica naturaleza interior de un hombre. DT era un negro enorme, con los brazos musculosos y rasgos toscos, y haba venido a las Fuerzas Especiales directamente de la prisin, donde cumpli condena por intento de asesinato; las palmas de sus manos estaban cubiertas con los tatuajes de la crcel: un pentagrama y un monstruo cornudo. En su casco llevaba pintadas las palabras MUERE FLIPADO. Era su segundo servicio en El Salvador y Moody, el mejor amigo de Dantzler, deca que DT tena el cerebro hecho papilla por las drogas, que estaba loco y que no tena remedio. Colecciona trofeos le haba dicho Moody. Y no slo orejas, como hacan en Vietnam. Y cuando Dantzler logr echarle por fin una ojeada a los trofeos se qued asombrado. DT los llevaba en su mochila, en una cajita de latn, y eran casi irreconocibles: parecan orqudeas marrones, marchitas y arrugadas. Pero a pesar de su repugnancia, y pese al hecho de que le tena miedo a DT, admir su capacidad de supervivencia y haba seguido de todo corazn su consejo de que confiara en las drogas. Cuando bajaron por la pendiente descubrieron un herido, un chaval indio que tendra la edad de Dantzler, diecinueve o veinte aos. Pelo negro, piel de adobe y ojos castaos medio ocultos por los prpados. Dantzler, cuyo padre era antroplogo y haba hecho ciertos trabajos de campo en El Salvador, pens que sera de la tribu santa Ana; antes de abandonar Estados Unidos haba estado examinando las anotaciones de su padre con la esperanza de que eso le ayudara un poco en el futuro, y aprendi a identificar los varios tipos regionales. El chico tena una pequea herida en la pierna, y llevaba pantalones de soldado y una sucia camiseta en la que an poda leerse COCA-COLA AYUDA A VIVIR. La camiseta irrit terriblemente a DT. Qu diablos sabes t de la Coca-Cola? le pregunt al chico mientras iban hacia el helicptero que les internara todava ms en la provincia de Morazn. Te ests haciendo el gracioso o qu? Golpe la espalda del chico con la culata de su rifle, y cuando llegaron al helicptero le meti dentro e hizo que se sentara junto a la puerta. Despus tom asiento junto a

l, sac un porro de un paquete de Kools y pregunt: Dnde est Infante? Muerto dijo el medico. Mierda! DT lami el porro para que ardiera todo por un igual. Este maldito frijolero no servir de nada a menos que alguien ms conozca el castellano. Yo lo hablo un poco se ofreci Dantzler. DT le mir y las pupilas de sus ojos se vaciaron de toda expresin, como si no pudiera enfocarlas. No dijo. T no sabes castellano. Dantzler baj la cabeza para esquivar la mirada de DT y no dijo nada; crea comprender a qu se refera DT, pero pens que lo mejor sera esquivar tambin esa comprensin. El helicptero emprendi el vuelo, y DT encendi su porro. Dej que el humo saliera por sus fosas nasales y se lo pas al chico, que lo acept agradecido. Qu sabor! dijo exhalando una nube de humo; sonri y movi la cabeza, queriendo mostrarse amistoso. Dantzler volvi su mirada hacia la puerta abierta. Volaban bajo por entre las colinas, y contemplar las profundas bahas de sombra que haba hundidas en sus pliegues sirvi para eliminar los ltimos residuos de la droga, dejndole cansado y confuso. Eh, Dantzler! DT tuvo que gritar para hacerse or por encima del ruido de los rotores. Pregntale cul es su nombre! El chico tena los prpados medio entornados a causa del porro, pero al orle hablar en castellano pareci animarse; pese a ello, mene la cabeza, negndose a responder. Dantzler sonri y le dijo que no tuviera miedo. Ricardo Quu dijo el chico. Kool!2 dijo DT con falsa jovialidad. sa es mi marca, s, seor! Le ofreci su paquete al chico. No, gracias. El chico agit el porro y sonri. Este tipo se llama igual que un maldito cigarrillo dijo DT despectivamente, como si aquello fuera el colmo de la estupidez. Dantzler le pregunt al chico si haba ms soldados cerca y, una vez ms, no recibi contestacin alguna; pero el chico pareci notar que Dantzler era un alma gemela y se inclin hacia l para hablarle con voz nerviosa, diciendo que el nombre de su aldea era Santander Jimnez, que su padre vacil unos segundos era un hombre de gran poder. Pregunt adnde le llevaban. Dantzler le devolvi una mirada ptrea e impasible. Descubri que le resultaba muy fcil rechazar al chico, y ms tarde se dio cuenta de que eso se deba a que ya no le consideraba como alguien con quien pudiese contar. DT entrelaz las manos detrs de la cabeza y empez a cantar, una meloda carente de palabras. Tenia una voz discordante, apenas audible por encima del ruido de los rotores; pero la meloda resultaba familiar, y Dantzler no tard en identificarla. El tema principal de Star Trek. Le hizo acordarse de cuando vea la televisin con su hermana, rindose de aquellos aliengenas hechos con muy poco presupuesto y del falso acento escocs que utilizaba Scotty, el mecnico. Volvi a mirar hacia la puerta. El sol se encontraba detrs de las colinas, y las laderas eran borrosos manchones de humo verde oscuro. Oh, Dios, quera estar en casa, en cualquier sitio que no fuera El Salvador! Un par de tipos se unieron al canturreo apremiados por DT, y a medida que el volumen sonoro aumentaba Dantzler se sinti invadido por una oleada de emocin. Estaba casi al borde del llanto, mientras recordaba sabores e imgenes: cmo ola Jeanine, su chica, tan

limpia y fresca, que no apestaba a sudor y a perfume como las putas de llopango, encontrando toda esa sustancia en la banal piedra de toque de su cultura y las ilusiones de esas laderas que pasaban a toda velocidad. Entonces Moody, que estaba sentado junto a l, se envar y Dantzler alz la vista para descubrir el porqu. La penumbra del vientre del helicptero haca que DT resultara tan borroso y carente de rasgos como las colinas: una negra presencia que les gobernaba, ms el lder de un grupo de brujos que el jefe de un pelotn. Los otros dos tipos estaban cantando a pleno pulmn, e incluso el chico pareca participar de la fiesta. Msica!, dijo en un momento dado, sonrindole a todo el mundo, intentando aventar la llama de los buenos sentimientos y la amistad. Empez a balancearse siguiendo el ritmo y de vez en cuando probaba suerte con algn que otro la-la. Pero nadie ms estaba respondiendo a todo eso. El canturreo se detuvo, y Dantzler vio que todo el pelotn miraba al chico, con sus rasgos que mostraban una flccida expresin de abatimiento. El espacio! grit DT, dndole un empujoncito al chico. La ultima frontera! El chico cay por el hueco de la puerta con la sonrisa an en los labios. DT se asom para mirarle; unos segundos despus golpe el suelo con la palma de la mano y volvi a sentarse, sonriendo. Dantzler sinti deseos de gritar: el horror estpido de la broma era lo ms opuesto posible a la extraa languidez de su nostalgia. Mir a los dems para ver cules eran sus reacciones. Todos estaban sentados con la cabeza gacha, los dedos movindose nerviosamente sobre las armas y las correas de sus mochilas, observando los cordones de sus botas y, al verlo, se apresur a imitarles. La provincia de Morazn era tierra de fantasmas y horrores. Los fantasmas de los Santa Ana. Haba informes sobre bandadas de pjaros que atacaban patrullas; animales que aparecan en el permetro de los campamentos y se desvanecan cuando se les disparaba; todos los que se arriesgaban a entrar all se vean acosados por sueos obsesivos. Dantzler no fue testigo de ninguna conducta extraa por parte de pjaros o animales, pero s empez a verse perseguido por un sueo. En ese sueo, el chico que DT haba matado caa dando volteretas a travs de una niebla dorada, con su camiseta bien visible contra el vaporoso teln de fondo de las nubes, y algunas veces una voz retumbaba por entre la niebla, diciendo: Ests matando a mi hijo. No, no contestaba Dantzler, no he sido yo y, adems, ya estaba muerto. Y despus despertaba, cubierto de sudor, y buscaba ciegamente su rifle, el corazn latiendo desbocado. Pero el sueo no era un terror demasiado importante y Dantzler no le asign ningn significado especial. El paisaje era mucho ms aterrador. Riscos cubiertos de pinos que se recortaban contra el cielo como mechones de cabellos electrizados; pequeos senderos que serpenteaban en la espesura y acababan desapareciendo, como si aquello hacia lo que conducan hubiera sido quitado de all por arte de magia; grises rostros de piedra a travs de los cuales se vean obligados a caminar, terriblemente expuestos a cualquier emboscada. Haba una innumerable cantidad de trampas colocadas por la guerrilla, y perdieron varios hombres en aludes y desprendimientos de rocas. Era el lugar ms vaco y desnudo que Dantzler recordaba en toda su experiencia. No haba gente ni animales, slo unos cuantos halcones que trazaban crculos por entre la soledad de los riscos. De vez en cuando encontraban tneles y los hacan volar con las nuevas granadas de gas; el gas prenda fuego a las ricas concentraciones de hidrocarbonos y mandaba una oleada de llamas por todo el sistema de tneles. DT elogiaba a quien hubiese descubierto el tnel y despus calculaba en voz alta cuntos frijoleros haba convertido en sofrito. Pero Dantzler saba que estaba atravesando la nada, pura y simplemente, y quemando agujeros vacos, Viajaron por las montaas das y das, debilitndose a causa del calor, recorriendo siete, ocho, incluso diez kilmetros por senderos tan empinados que en muchas ocasiones los pies del tipo que iba delante se encontraban al mismo nivel que tu cara; por las noches haca fro y la oscuridad era absoluta, con un silencio tan profundo que Dantzler imaginaba poder or el gran zumbido vibratorio de la tierra. Podan haber estado en cualquier sitio, o en ninguno. Su miedo era alimentado por el aislamiento, y el nico remedio estaba en las

artes marciales. Dantzler se acostumbr a tomarse las ampollas sin necesitar la excusa del combate. Moody le advirti que no abusara de las drogas, citndole rumores sobre los desagradables efectos colaterales y recordndole la locura de DT; pero incluso l estaba usndolas cada vez ms frecuentemente. Durante el entrenamiento bsico, el instructor de Dantzler les haba dicho a los reclutas que slo las Fuerzas Especiales podan disponer de las drogas y que su uso era algo opcional; pero en la ultima guerra se haban producido demasiados casos de mal comportamiento en el campo de batalla, y las drogas estaban concebidas para evitar que eso volviera a suceder. Esos cagados de la infantera s que deberan tomarlas haba dicho el instructor. Pero vosotros, bastardos, ya sois lo bastante valientes sin ellas. Sois asesinos natos, verdad que s? S, seor! haban gritado ellos. Qu sois? Asesinos natos, seor! Pero Dantzler no haba nacido siendo un asesino; ni tan siquiera tena demasiado claro cmo haba llegado a ser reclutado, y todava tena menos claro cmo haban acabado manipulndole para que entrara en las Fuerzas Especiales, y haba aprendido que en El Salvador nada era opcional, con la posible excepcin de la vida misma. El pelotn tena que encargarse del reconocimiento y la limpieza del terreno. Junto con otros pelotones de las Fuerzas Especiales, deban hacer que Morazn fuera terreno seguro antes de la invasin de Nicaragua; y, sobre todo, deban llegar hasta la aldea de Tecolutla, donde se haba localizado recientemente a una patrulla sandinista, y luego tenan que unirse al Primero de Infantera y tomar parte en la ofensiva contra Len, una capital de provincias que se encontraba justo al otro lado de la frontera nicaragense. Dantzler y Moody solan caminar el uno al lado del otro y hablaban frecuentemente de la ofensiva, de lo agradable que sera encontrarse en terreno llano; de vez en cuando hablaban de la posibilidad de informar sobre la conducta de DT y, en una ocasin, despus de que les hubiera hecho avanzar toda una noche a marchas forzadas, juguetearon con la idea de matarle. Pero la mayor parte de las veces discutan sobre las costumbres de los indios y la tierra, dado que eso era lo que les haba convertido en amigos. Moody era delgado, con la cara llena de pecas y el cabello rojizo: sus ojos tenan esa mirada de los quinientos metros, producto de haber estado demasiado tiempo en la guerra. Dantzler haba visto vagabundos alcoholizados con esos mismos ojos vacuos y carentes de brillo. El padre de Moody haba estado en Vietnam, y Moody deca que all haba sido peor que en El Salvador porque no haba existido ningn autntico deseo de vencer, ningn compromiso; pero l pensaba que Nicaragua y Guatemala podan ser lo peor de todo, especialmente si los cubanos acababan enviando sus tropas, tal y cmo haban amenazado con hacer. Moody era muy hbil localizando tneles y detectando trampas, y sa era la razn de que Dantzler hubiese cultivado su amistad. Moody, que en esencia era un solitario, haba resistido todos sus avances hasta enterarse de qu haca el padre de Dantzler; despus de aquello se hizo muy amigo suyo y quiso conocer cuanto contenan sus anotaciones, creyendo que quiz pudieran ayudarle a sobrevivir. Creen que la tierra tiene rasgos de animal dijo Dantzler un da mientras trepaban por un risco. Igual que ciertas clases de peces parecen plantas o copian el fondo del mar, partes de la tierra parecen llanuras o junglas..., lo que sea. Pero cuando entras en ellas descubres que has entrado en el mundo espiritual, el mundo de los Sukias. Qu son los Sukias? pregunt Moody. Magos. Dantzler oy partirse una ramita a su espalda y gir en redondo, quitando el seguro de su rifle. No era ms que Hodge, un chico larguirucho con una incipiente tripa repleta de cerveza. Hodge contempl a Dantzler con ojos inexpresivos y rompi una ampolla.

Moody emiti un leve sonido de incredulidad. Si tienen magos, por qu no estn ganando? Por qu no nos hacen caer de los riscos con sus rayos mgicos? No es asunto suyo dijo Dantzler. Creen que no han de mezclarse en los problemas del mundo, a menos que les afecten directamente. De todos formas, esos sitios, los sitios que parecen tierra normal pero que no lo son, a esos lugares les llaman... No logr acordarse del nombre. Aya algo. No puedo recordarlo. Pero tienen leyes distintas. Ah es donde va a morir tu espritu despus de que lo haya hecho tu cuerpo. No van al cielo? No. Lo nico que pasa es que tu espritu necesita ms tiempo parar morir y por eso se va a uno de aquellos sitios que se encuentran situados entre el todo y la nada. La nada dijo Moody con expresin desconsolada, como si acabara de perder todas sus esperanzas en la otra vida. Pues tener espritus y no tener cielo carece de sentido... Eh... dijo Dantzler, tensando los msculos cuando el viento hizo susurrar las ramas de los pinos. No son ms que un montn de condenados salvajes primitivos. Sabes cul es su bebida sagrada? El chocolate caliente! Mi viejo estuvo de invitado en uno de sus funerales y dijo que llevaban tazas de chocolate caliente en la punta de esas torrecitas rojas, y actuaban igual que si beberlo fuera a hacerles despertar de esta vida y conocer todos los secretos del universo. Se ri, e incluso l pens que la carcajada sonaba frgil y hueca, la risa de un psicpata. Y t piensas preocuparte por unos idiotas convencidos de que el chocolate es agua bendita? Quiz es que les gusta dijo Moody. Puede que la muerte de alguien les d una excusa para beberlo. Pero Dantzler ya no estaba escuchndole. Un momento antes, cuando salieron de entre los pinos para llegar hasta el punto ms alto del risco, una escarpadura de piedra abierta a todos los vientos que proporcionaba un gran panorama de montaas y valles extendindose hacia el horizonte, haba roto una ampolla. Se sinti tan fuerte, tan lleno de un justo propsito y una furia controlada, que le pareci estar solo, con el cielo a su alrededor, y pens que segua subiendo, preparndose para combatir contra los mismos dioses. Tecolutla era una aldea de piedra encalada metida en el hueco que dejaban dos colinas. Vistas desde arriba, las casas, con sus ventanas y portales ennegrecidos por las sombras, tenan el mismo aspecto que los dados de una mala jugada. Las calles iban monte arriba y abajo, rodeando los peascos. Las pendientes estaban salpicadas de buganvillas e hibiscos, y en las manos abruptas haba campos arados. Cuando llegaron a l era un sitio agradable y pacfico, y despus de que se marcharan volvi a quedar en paz, pero ya nunca ms sera agradable. Los informes sobre los sandinistas resultaron ser ciertos, y aunque se trataba de heridos a los que haban dejado atrs para que se recuperasen DT decidi que su presencia exiga medidas serias. Gas fu, granadas de fragmentacin, etc. Estuvo disparando un M-60 hasta que se le derriti el canon, y despus se encarg del lanzallamas. Ms tarde, mientras descansaban en el risco siguiente, agotados y cubiertos de holln y polvo, tras haber pedido un helicptero de aprovisionamiento por la radio, no lograba olvidar hasta qu punto una de las casas que haba incendiado se pareca a un malvavisco asado en una hoguera. Verdad que era exactamente igual, to? preguntaba, yendo y viniendo ante la hilera de hombres. No le importaba que estuvieran de acuerdo en lo de la casa o no; les estaba haciendo una pregunta ms profunda, una pregunta concerniente a la tica de sus actos. S dijo Dantzler, obligndose a sonrer. Desde luego que s. DT solt una mezcla de risa y gruido.

Sabes que tengo razn, verdad, to? El sol colgaba directamente detrs de su cabeza, una corona de oro circundando un valo dorado, y Dantzler no lograba apartar los ojos de l. Se encontraba bastante dbil, y cada vez lo estaba ms, como si hebras de s mismo estuvieran desprendindose para ser absorbidas en la negrura. Antes del combate haba roto tres ampollas, y su experiencia de Tecolutla haba sido una especie de loca danza giratoria a travs de las calles, disparando salvas errticas que parecan escribir nombres extraos en las paredes. El jefe de los Sandinistas haba llevado una mascara, un rostro gris con un agujero sorprendido por boca y crculos rosados alrededor de los ojos. Un rostro de fantasma. Dantzler tuvo miedo de la mascara y le meti una bala detrs de otra. Despus, al marcharse de la aldea, haba visto a una nia inmvil junto al cascarn quemado de la ultima casa, observndoles, el harapo incoloro que llevaba por vestido revoloteando impulsado por la brisa. La nia era una vctima de esa enfermedad causada por la desnutricin, la que te volva blanco el cabello y haca palidecer la piel, la que te dejaba algo retrasado. No lograba recordar el nombre de la enfermedad cosas como los nombres estaban empezando a escaprsele, y tampoco poda creer que nadie hubiera sobrevivido, as que por un momento pens que era el espritu de la aldea y que haba venido para sealarles el camino. Eso era cuanto poda recordar de Tecolutla, cuanto quera recordar. Pero saba que se port como un valiente. Cuatro das despus se encontraron avanzando hacia la jungla. No estaban en la poca de lluvias, pero con lluvias o sin ellas esos picachos siempre se hallaban cubiertos por un sudario de nubes entre negras y grises. Las nubes eran atravesadas por los feos destellos del rayo y eso daba la impresin de que bajo ellas haba ocultos letreros de nen averiados, publicidades del mal. Todo el mundo estaba nervioso y Jerry LeDoux, un chico cajun delgado y de pelo negro, se neg lisa y llanamente a meterse por ah. No es razonable dijo. Es mejor ir por los pasos. To, estamos haciendo un reconocimiento! Crees que los frijoleros estarn esperando en los pasos, mientras agitan sus banderas blancas? DT puso su rifle en posicin de disparo y apunt a LeDoux con l. Vamos, hombre de Luisiana. Rompe unas cuantas ampollas y te sentirs distinto. Y DT le fue hablando mientras que LeDoux rompa las ampollas bajo su nariz. Mralo de esta forma, to. Esta es tu gran aventura. Ah arriba todo ser como esos programas de la tele en que salen animales salvajes. El reino extico, lo desconocido. Puede que sea como Marte o algo parecido. Monstruos y toda esa mierda, con grandes ojos rojizos o tentculos. Quieres perderte todo eso, to? Quieres perderte ser el primer capullo que llegue a Marte? LeDoux no tard nada en estar dispuesto a seguir, rindose como un idiota del discurso que haba soltado DT. Moody mantuvo la boca cerrada, pero puso el dedo sobre el seguro de su rifle y clav los ojos en la espalda de DT. Pero cuando DT se revolvi a mirarle se relaj. Despus de lo ocurrido en Tecolutla se haba vuelto taciturno, y en sus ojos pareca haber un continuo movimiento de luces y sombras, como si algo correteara velozmente de un lado para otro detrs de ellos. Haba adquirido la costumbre de llevar hojas de pltano en la cabeza, y las colocaba bajo su casco de tal forma que los extremes asomaban por los lados igual que una extraa cabellera verde. Deca que eso era camuflaje, pero Dantzler estaba seguro de que indicaba cierto propsito secreto e irracional. Naturalmente, DT haba percibido la erosin espiritual de Moody, y cuando se preparaban para seguir avanzando llam a Dantzler. Ha encontrado un sitio dentro de su cabeza, un sitio que le resulta agradable dijo DT. Est intentando enroscarse dentro de ese sitio y en cuanto lo haya conseguido ya no ser responsable de sus actos. No le quites la vista de encima.

Dantzler farfull un vago asentimiento, pero la idea no le haca ninguna gracia. Mira, to, ya s que eres su amigo, pero eso no quiere decir una puta mierda. No, tal y como estn las cosas. Mira, personalmente t me importas un carajo. Pero soy tu compaero de armas y eso es algo en lo que puedes confiar... Entiendes? Y, para vergenza suya, Dantzler lo entenda. Tenan planeado cruzar la jungla antes del anochecer, pero haban subestimado las dificultades. Bajo las nubes se ocultaba una vegetacin exuberante gruesas hojas repletas de savia que se aplastaban bajo los pies, enredadas masas de lianas, rboles con la corteza plida y resbaladiza y hojas creas, y la visibilidad quedaba limitada a unos cuatro metros de distancia. Los hombres eran espectros grises que atravesaban un espacio gris. Las borrosas formas del follaje le recordaban a Dantzler letras caprichosamente adornadas por el grabador, y durante un tiempo se distrajo con la idea de que estaban caminando por entre las frases a medio formar de una constitucin todava no manifestada en la tierra. Acabaron salindose del camino, perdindolo sin remedio, cubiertos por velos de telaraas y empapados por sbitos diluvios que caan de lo alto; sus voces sonaban extraamente ahogadas, y los finales de cada palabra quedaban engullidos en el silencio. Despus de siete horas as, DT, a regaadientes, dio la orden de acampar. Colocaron lmparas elctricas alrededor del permetro para poder ver en qu lugar colgaban las hamacas de la jungla; el haz luminoso revelaba la humedad del aire, atravesando la oscuridad con cuchillos enjoyados. Todos hablaban en voz baja, alarmados por aquella atmsfera fantasmagrica. Cuando hubieron terminado con las hamacas, DT apost cuatro centinelas: Moody, LeDoux, Dantzler y l mismo. Despus apagaron las lmparas. La oscuridad se hizo completa y se escucharon plips y plops, todo el espectro de sonidos que puede hacer un lquido al caer. Los odos de Dantzler acabaron convirtiendo aquellos sonidos en un lenguaje confuso y balbuceante. Imagin minsculos demonios de los Santa Ana conversando a su alrededor, y rompi dos ampollas para contener la paranoia. Despus sigui rompindolas, intentando limitarse a una cada media hora; pero estaba inquieto, no saba hacia dnde apuntar su rifle en la oscuridad, y excedi su lmite. Pronto empez a percibir luz y supuso que habra pasado ms tiempo del que crea. Eso era algo que ocurra frecuentemente con las ampollas: era fcil perderse en aquel estado de extrema alerta, en la riqueza de percepciones y detalles disponible para la nueva agudeza de los sentidos. Pero al comprobar su reloj vio que slo pasaban unos minutos de las dos. Su sistema estaba demasiado inundado de drogas para permitirle el pnico, pero Dantzler empez a mover la cabeza de un lado para otro en pequeos y rgidos arcos, intentando determinar cul era la fuente de aquella claridad. No pareca haber una sola fuente; sencillamente, filamentos de la nube estaban empezando a brillar, proyectando un difuso resplandor dorado, como si fueran elementos de un sistema nervioso que hubiera cobrado vida. Abri la boca para gritar, pero se contuvo. Los otros tenan que haber visto la luz y, sin embargo, no haban gritado. Se tumb y peg el vientre al suelo, con el rifle apuntando hacia fuera del campamento. Baada en la niebla dorada, la jungla haba adquirido una belleza alqumica. Cuentas de agua relucan con el resplandor de gemas; las hojas, la corteza y las lianas se haban cubierto de oro. Cada superficie emita irisaciones luminosas..., todo salvo un punto de negrura suspendido entre dos troncos, un punto cuyo tamao aumentaba gradualmente. A medida que iba hinchndose en su campo visual, Dantzler se dio cuenta de que tena la forma de un pjaro moviendo las alas, volando hacia l desde una distancia inconcebible: inconcebible porque la densa vegetacin no te permita ver muy lejos en lnea recta y, sin embargo, el tamao del pjaro estaba creciendo con tal lentitud que deba venir desde muy lejos en lnea recta y, sin embargo, el tamao del pjaro estaba creciendo con tal lentitud que deba venir desde lejos. Vio que realmente no estaba volando; era ms bien como si la jungla estuviera pintada sobre un pedazo de papel, como si alguien estuviese sosteniendo un fsforo encendido detrs de l y quemando el papel, abriendo un agujero, un agujero que mantena la forma de un pjaro a medida que iba hacindose mayor. Dantzler estaba paralizado, incapaz de reaccionar. El pjaro lleg a ocultar la mitad de la neblina luminosa y su inmenso tamao dej a Dantzler convertido en una mota, pero ni tan siquiera entonces pudo moverse o apretar el gatillo. Tuvo la sensacin de que era transportado a

una velocidad increble, y le fue imposible seguir oyendo el gotear de la jungla. Moody! grit. DT! Pero la voz que le respondi no perteneca a ninguno de los dos. Era ronca y spera, una voz que brotaba de toda la negrura que le rodeaba, y Dantzler la reconoci como la voz de aquel sueo que haba tenido una y otra vez. Ests matando a mi hijo deca la voz. Te he trado hasta aqu, a este ayahuamaco, para poder juzgarte. Dantzler supo en lo ms profundo de su ser que la voz perteneca al Sukia de la aldea Santander Jimnez. Quiso ofrecerle una negativa, explicar su inocencia, pero cuanto logr decir fue No. Lo hizo con una voz cargada de lgrimas, sin ninguna esperanza, su frente apoyada en el can del rifle. Un instante despus su mente se retorci salvajemente y su yo de soldado recuper el control. Sac una ampolla de su aparato y la rompi. La voz se ri: una carcajada malfica y demonaca cuyas vibraciones hicieron estremecerse a Dantzler. Abri fuego con el rifle, lanzando chorros de proyectiles por todas partes. En la negrura aparecieron filigranas de agujeros dorados, y zarcillos de niebla se enroscaron a travs de ellos. Dantzler sigui disparando hasta que la negrura se hizo pedazos y esos pedazos se derrumbaron ante l. Lentamente. Como astillas de vidrio negro cayendo a travs del agua. Vaci su rifle y se arroj de bruces al suelo, protegindose la cabeza con los brazos, esperando ser cortado en rebanadas; pero nada le toc. Y, pasado un tiempo, mir por entre sus brazos; despus asombrado, porque la jungla se haba vuelto de un lustroso color amarillo, se puso de rodillas. Se ara la mano en una de las grandes hojas que haba aplastado con su cuerpo y la sangre brot de la herida. Las fibras de la hoja rota eran tan rgidas y cortantes como alambres. Dantzler se levant, un tembloroso hilillo de histeria manando de lo ms hondo de su alma. La jungla haba desaparecido y en su lugar se alzaba un edificio de oro slido que se pareca a una jungla, el tipo de juguete caprichoso que podra haber fabricado para el nio de un emperador. Techo de hojas doradas, columnas de esbeltos troncos de oro, alfombras de hierba dorada. Las cuentas de agua eran diamantes. Todo aquel brillo y aquella luminosidad calmaron su aprensin; estaba viendo algo surgido de un mito, un hbitat para princesas, hechiceras y dragones. Casi sonriendo, Dantzler se volvi hacia el campamento para ver cmo estaban reaccionando los otros. Una vez, cuando tenia nueve aos, se meti a hurtadillas en el desvn para hurgar en las cajas y bales, y encontr un viejo ejemplar de Los viajes de Gulliver encuadernado en piel. Le haban enseado a considerar que los libros viejos eran un tesoro, as que lo abri ansiosamente para ver las ilustraciones, y descubri que el centro de cada pgina haba sido rodo y que all, en pleno corazn del relato, haba un nido de larvas. Criaturas pulposas, horribles. Haba sido una visin espantosa, pero tambin fue una experiencia nica, y de no haber sido por la aparicin de su padre, Dantzler habra podido quedarse all sin moverse, estudiando durante un tiempo muy largo a esos fragmentos de vida que se arrastraban lentamente. Ahora tena ante l una imagen semejante, una imagen que le dej confuso y paralizado. Muertos. Todos estaban muertos. Tendra que habrselo imaginado; cuando dispar su rifle no haba pensado en ellos. Los proyectiles les golpearon cuando luchaban por levantarse de sus hamacas y, como resultado, colgaban medio dentro y medio fuera de ellas, los miembros flccidos, la sangre formando charcos bajo sus cuerpos. Los velos de niebla dorada les hacan parecer criaturas oscuras y misteriosas, seres deformados, como si fuesen monstruos a los que haban matado cuando emergan de sus capullos. Dantzler no lograba dejar de mirarles, pero apenas si poda creer lo que vea. No era culpa suya. Aquella idea se entrometa continuamente en el confuso flujo de otros pensamientos menos aceptables; y, si haba de ser sincero, deseaba que acabara imponindose a las dems ideas para aliviar el horror y el asco que empezaba a sentir. Cmo te llamas? pregunt a su espalda la voz de una chica. Estaba sentada en una piedra a unos seis metros de distancia. Su cabello era oro plido, su piel

un poco ms clara, y su vestido estaba hbilmente hecho de niebla. Slo sus ojos eran reales. Ojos castaos, medio velados por los prpados: los ojos no encajaban con el resto de su rostro, que tena la fresca y sencilla belleza de una adolescente norteamericana. No tengas miedo dijo la chica, y dio una palmadita en el suelo, invitndole a tomar asiento junto a ella. Dantzler reconoci los ojos, pero no importaba. Necesitaba desesperadamente todo el consuelo que la joven pudiese ofrecerle; fue hacia la piedra y tom asiento junto a la chica. sta dej que apoyara la cabeza sobre su muslo. Cmo te llamas? repiti. Dantzler dijo l. John Dantzler. Y despus aadi: Soy de Boston. Mi padre es... Hablarle de la antropologa sera demasiado difcil. Es maestro. Hay muchos soldados en Boston? La joven acarici su mejilla con un dedo dorado. La caricia hizo que Dantzler se sintiera muy feliz. Oh, no dijo. Apenas saben que hay una guerra. Es cierto eso? le pregunt ella con incredulidad. Bueno, saben que hay una guerra, pero para ellos no es ms que una noticia vista en la televisin. Tienen problemas ms acuciantes. Sus trabajos, sus familias. Cuando vuelvas a casa, les hars saber que hay una guerra? pregunt ella. Querrs hacer eso por m? Dantzler haba perdido toda esperanza de volver a su hogar o de sobrevivir, y el que ella diese por sentado que conseguira las dos cosas le hizo sentir una viva gratitud. S dijo fervorosamente. Lo har. Debes darte prisa apremi ella. Si te quedas demasiado tiempo en el ayahuamaco nunca saldrs de l. Tienes que buscar el camino que lleva al exterior. Es un sendero que no tiene direcciones ni rutas, sino acontecimientos. Y dnde puedo encontrarlo? pregunt Dantzler, repentinamente consciente de que haba dado por supuestas demasiadas cosas. La chica apart la pierna y si no se hubiera apoyado en la piedra Dantzler habra acabado por caer al suelo. Cuando alz los ojos la chica se haba desvanecido. Dantzler se qued algo sorprendido al ver lo poco que le afectaba su desaparicin; los reflejos le hicieron romper un par de ampollas pero, tras habrselo pensado un momento, decidi no utilizarlas. Volver a meterlas en el aparato protector de su casco para utilizarlas despus. Sin embargo, dudaba de que fuera a necesitarlas. Ahora ya no tenia miedo: volva a sentirse fuerte y competente, dispuesto a enfrentarse con cualquier cosa. Dantzler avanz cautelosamente por entre las hamacas, evitando rozarlas; quiz fuera su imaginacin pero le pareca que ahora estaban un poco ms cadas que antes, como si la muerte pesara ms que la vida, y aquel peso flotaba en la atmsfera, oprimindole. La niebla brotaba de los cadveres como si fuera un vapor dorado, pero aquel espectculo ya no le afectaba, quiz porque la niebla creaba la ilusin de ser sus almas. Cogi un rifle y un cargador y se dirigi hacia la jungla. Las puntas de las hojas doradas tenan un filo muy agudo y Dantzler tuvo que andar con cuidado para que no le cortasen; pero ahora se encontraba en su mejor forma, movindose con gestos llenos de gracia, y los obstculos apenas si lograban frenarle. Ni tan siquiera estaba preocupado por el aviso que le haba dado la chica; no tena prisa, y estaba seguro de que el camino no tardara en aparecer ante l. Y en cuanto hubieron pasado un par de minutos oy voces, y unos

segundos despus lleg a un claro hendido por un arroyo, cuyas aguas eran tan claras que sus orillas parecan encerrar una cua de niebla dorada. Moody estaba acuclillado en la orilla izquierda del arroyo, contemplando la hoja de su cuchillo de reglamento y canturreando en voz baja: una meloda sin palabras que posea el ritmo errtico de una mosca atrapada. Junto a l yaca Jerry LeDoux, con el cuello cortado de oreja a oreja. DT estaba sentado en la otra orilla del arroyo; haba recibido un disparo justo encima de la rodilla, y aunque haba hecho pedazos su camisa para vendarse y se haba puesto un torniquete en la pierna, no se encontraba demasiado bien. Toda la escena posea la extraa vitalidad de algo materializado en el interior de un espejo mgico, una burbuja de realidad encerrada dentro de un marco dorado. DT oy las pisadas de Dantzler y alz la vista. Crgatelo! grit hacindole una sea a Moody. Moody sigui contemplando su cuchillo. No dijo, como si estuviera hablando con alguien cuya imagen estaba encerrada en el metal. Crgatelo, to! grit DT. Mat a LeDoux! Por favor... le dijo Moody al cuchillo. No quiero hacerlo. Su rostro estaba cubierto de sangre seca, y en las hojas de pltano que asomaban de su casco haba ms sangre. Mataste a Jerry? pregunt Dantzler; aunque su pregunta estaba dirigida a Moody no le hablaba como si fuera un individuo, sino tan slo como parte de un plan cuyo mensaje deba comprender. Cristo! Crgatelo! DT, irritado, golpe el suelo con el puo. De acuerdo dijo Moody. Y, con una mirada de disculpa, se levant de un salto y se lanz contra Moody, haciendo oscilar su cuchillo. Dantzler, sin sentir ni la ms mnima emocin, dibuj una lnea de fuego sobre el pecho de Moody; Moody se derrumb entre los arbustos y rod por la pendiente. Qu demonios estabas esperando? DT intent levantarse, pero torci el gesto y volvi a caer al suelo. Maldita sea! No s si podr caminar. Tmate unas cuantas ampollas le sugiri Dantzler amablemente. S. Buena idea, to. DT busc a tientas su aparato. Dantzler examin los arbustos para ver dnde estaba Moody. No senta nada, y eso le complaca. Estaba harto de sentir. DT sac una ampolla del aparato, la alz entre sus dedos como si estuviera haciendo un brindis y la inhal. Eh, to, no vas a tomarte unas cuantas? No las necesito dijo Dantzler. Me encuentro estupendamente. El arroyo haba despertado su inters; no reflejaba la niebla, como haba supuesto en un principio, sino que l mismo estaba hecho de niebla. Cuntos crees que haba? pregunt DT. Cuntos qu? Frijoleros, to! Me cargu a tres o cuatro despus de que nos dispararan, pero no sabra decir cuntos eran.

Dantzler empez a pensar en lo que haba dicho. Teniendo en cuenta su propia interpretacin de los acontecimientos y la conversacin de Moody con el cuchillo, sus palabras posean cierto sentido. S, el sentido propio de Santa Ana. No tengo ni idea dijo. Pero supongo que ahora hay unos cuntos menos de los que haba antes. DT lanz un bufido. Puedes apostar a que s! logr ponerse en pie y avanz cojeando hasta la orilla. Venga, aydame a cruzar. Dantzler fue hacia DT, pero en vez de cogerle la mano agarr su mueca y tir de l, hacindole perder el equilibrio. DT se tambale sobre su pierna sana y un instante despus se derrumb, desvanecindose entre la niebla. Dantzler haba esperado no volverle a ver, pero DT emergi a la superficie un segundo despus, con jirones de niebla aferrndose a su piel. Claro pens Dantzler; su cuerpo tiene que morir antes de que su espritu pueda quedar libre. Qu ests haciendo, to? DT pareca sentir ms incredulidad que rabia. Dantzler puso un pie sobre su espalda y le empuj hasta que su cabeza qued sumergida. DT se debati, arandole el pie, y logr apoyar las manos y las rodillas en el fondo. La niebla resbalaba de sus ojos y su nariz. ... Matar, logr decir en un jadeo ahogado. Dantzler volvi a empujarle hacia abajo; le empuj y le dej salir, una y otra vez. No era por torturarle. No, realmente no era eso. Era porque de repente haba comprendido la naturaleza de las leyes del ayahuamaco, que tenan un cierto parecido perverso con las leyes normales, y ahora comprenda que sus acciones deban parecerse a las de quien mete la llave en una cerradura e intenta abrirla. DT era la llave de salida y Dantzler estaba movindole, asegurndose de que todos los dientes del mecanismo quedaran en su posicin adecuada. Algunos vasos sanguneos de los ojos de DT haban reventado, y tena el blanco cubierto por pelculas de sangre. Cuando intentaba hablar, hilillos de niebla brotaban de su boca. Sus convulsiones se fueron haciendo gradualmente ms dbiles; ara surcos en el reluciente polvo amarillo de la orilla y se estremeci. Sus hombros eran nudos de tierra negra hundindose en un mar mstico. Dantzler se qued inmvil junto a la orilla durante bastante tiempo despus de que DT hubiera desaparecido, no muy seguro de lo que faltaba por hacer e incapaz de recordar una leccin que le haban enseado. Finalmente se ech el rifle al hombro y se alej del claro. Amaneca: la niebla estaba disolvindose y la jungla haba recobrado su coloracin habitual. Pero Dantzler apenas si se fij en aquellos cambios, pues segua preocupado por sus fallos de memoria. Un rato despus decidi que lo mejor era no atormentarse: tarde o temprano todo se aclarara. Le alegraba estar vivo, eso era todo. Unos minutos despus empez a dar patadas a las piedras mientras caminaba y balance su rifle despreocupadamente, golpeando las hierbas con l. Cuando el Primero de Infantera atraves la frontera de Nicaragua y cay sobre Len, Dantzler estaba descansando en el hospital militar de Ann Arbor, Michigan; y en el instante exacto en que el boletn de noticias fue difundido por toda la nacin estaba sentado en la sala, viendo el partido de la Liga Norteamericana entre el Detroit y el Texas. Algunos de los pacientes protestaron ante la interrupcin, pero la gran mayora les hizo callar a gritos, pues quera enterarse de los detalles. Dantzler no reaccion de ninguna manera. Su nica preocupacin era ser un paciente modelo; pero al darse cuenta de que un miembro del personal sanitario le estaba observando aadi su peso al bando de los partidarios del bisbol. No quera parecer demasiado tenso y controlado. Los mdicos se mostraban tan suspicaces ante esa clase de conducta como ante la conducta contraria. Pero lo gracioso al menos, a Dantzler le resultaba gracioso, es que su fingido disgusto ante el boletn de noticias era una prueba ejemplar de su control, su capacidad para moverse a travs de la vida igual que se haba movido por entre las doradas hojas de la jungla. Cautelosamente, con gracia y eficiencia. Sin tocar nada y sin que nada le tocara. Esa era la leccin que haba aprendido: ser una imitacin de hombre tan perfecta como el ayahuamaco lo haba sido de la tierra; adoptar toda la gama de posiciones y aspectos de un

hombre y, aun as, gracias a su alejamiento de todo lo humano, estar mucho ms preparado para la llegada de una crisis o una llamada a la accin. No le pareca que aquel comportamiento tuviese nada de aberrante; incluso los doctores admitan que los hombres eran poco ms que un cmulo de pretensiones y disimulos organizados. Si Dantzler era distinto de los dems hombres, la diferencia estaba nicamente en que posea una conciencia ms profunda de los principios sobre los cuales se basaba su personalidad. Cuando empez la batalla de Managua, Dantzler estaba viviendo en casa. Sus padres le haban insistido mucho en que se tomara con calma el reajustamiento a la vida de civil, pero Dantzler haba conseguido inmediatamente un trabajo en un banco. Cada maana iba en coche al trabajo, y pasaba en l ocho horas de silenciosa y controlada tranquilidad; por las noches vea la televisin con su madre, y antes de irse a la cama suba al desvn e inspeccionaba el bal que contena sus recuerdos de guerra: casco, uniforme, cuchillo, botas. Los mdicos haban insistido en que deba enfrentarse a sus experiencias, y este ritual era su forma de seguir las instrucciones que le haban dado. Lo cierto es que Dantzler estaba bastante complacido de sus progresos, pero segua teniendo problemas. No haba logrado reunir el valor suficiente para salir de noche, pues recordaba demasiado bien la oscuridad de la jungla, y haba rechazado a sus amigos, negndose a verles y no respondiendo a sus llamadas: la idea de la amistad le pareca peligrosa y le inquietaba. Adems, pese a que enfocaba la vida metdicamente, tena tendencia a sufrir ataques de nerviosa preocupacin y le pareca que haba dejado algo por hacer. Una noche su madre entr en su habitacin y le dijo que su viejo amigo Phil Curry estaba al telfono. Johnny, por favor, habla con l dijo. Le han reclutado y creo que tiene un poco de miedo. La palabra reclutado hizo sonar un leve acorde de simpata en el alma de Dantzler y, tras una breve discusin consigo mismo, baj la escalera y cogi el auricular. Eh dijo Phil. Qu pasa, hombre? Tres meses y no me has llamado ni una sola vez. Lo siento dijo Dantzler. No me he encontrado demasiado bien. Ya, lo comprendo. Phil se qued callado durante un momento. Oye, to... Me marcho. Ya lo sabes, no?, y estamos celebrando una gran fiesta en Sparky's. La cosa est que arde. Por qu no vienes? No s si... To, Jeanine est aqu. Sabes que sigue loca por ti? Se pasa la vida hablando de ti. No sale con nadie. A Dantzler no se le ocurri qu responder. Mira dijo Phil, la verdad es que toda esta mierda de ser soldado me tiene bastante nervioso. He odo contar que las cosas andan bastante mal por ah abajo. Si puedes decirme algo sobre cmo es todo eso..., bueno, to, te estara muy agradecido. Dantzler poda comprender la preocupacin de Phil, su deseo de conseguir alguna pequea ventaja y, adems, le pareci que ir all sera lo ms adecuado. Si, era lo mejor. Tomara algunas precauciones contra la oscuridad. No tardar en llegar dijo. Haca una noche bastante fea y nevaba, pero el aparcamiento de Sparky's estaba abarrotado. La mente de Dantzler estaba tan abarrotada como el aparcamiento y las ideas revoloteaban por ella como copos de nieve: los pensamientos giraban y giraban intentando ocupar alguna posicin, pero todos acababan derritindose. Dese que su madre no se quedara levantada hasta su regreso, se pregunt si Jeanine seguira llevando el cabello largo, estaba preocupado porque las palmas de sus manos ardan con un calor nada natural. Incluso con las ventanillas del coche subidas poda or la msica que sonaba dentro del club. Por encima de la puerta se vean las

palabras SPARKY'S ROCK CITY encendindose una a una en neones rojos, y cuando las palabras haban quedado completas las letras empezaban a parpadear y una explosin de neones dorados floreca a su alrededor. Despus del estallido todo el letrero se oscureca durante una fraccin de segundo y el edificio pareca volverse ms grande, confundindose con el negro cielo. Dantzler pens que el edificio estaba observndole y se estremeci: uno de esos repentinos vahdos que te hacen sentir igual que si cayeras hacia adelante, como los que se tienen antes de quedarse dormido. Sabia que quienes estaban dentro del edificio no tenan ninguna intencin de hacerle dao, pero saba tambin que los lugares pueden alterar las intenciones de la gente, y no quera que le pillasen desprevenido. Sparky's poda ser justo uno de esos lugares, poda ser una inmensa presencia negra camuflada de nen, y su autntica sustancia quiz fuera la misma que formaba el abismo del cielo, o los copos de nieve fosforescentes que se agitaban en la luz de sus faros mientras que el viento gema por la rejilla de ventilacin. Nada le habra gustado ms que volver a casa y olvidarse de la promesa que le haba hecho a Phil, pero tena la sensacin de que su responsabilidad era explicarles algo sobre la guerra. No, era ms que una responsabilidad, era un anhelo casi evanglico. Les hablara del chico cayendo del helicptero, de la nia con el cabello blanco que haba visto en Tecolutla, del vaco. Dios, s! De cmo ibas all abajo lleno de pensamientos corrientes y sueos norteamericanos, recuerdos de haber fumado marihuana, perseguir chicas, salir de noche y volar por la autopista con una lata de algo fro en la mano, y de cmo regresabas a casa metiendo de contrabando por la frontera un recipiente con forma humana repleto de puro vaco salvadoreo. De primera clase. Metido de contrabando en la tierra de la seda y el dinero, los juegos de video que te joden la mente y los partidos de tenis donde las chicas ensean los pechos, y las soluciones al problema de la nutricin basadas en la comida rpida. Bastara con probar un poco de El Salvador para barrer todas aquellas obsesiones triviales. Slo un poquito. Sera fcil de explicar. Por supuesto, haba algunas cosas que estaban suplicando ser explicadas. Se agach para colocar mejor el cuchillo de supervivencia en su bota, de tal forma que la empuadura no le rozase la pantorrilla. Sac del bolsillo de su chaqueta las dos ampollas que haba guardado en su casco esa noche de la jungla, haca ya tanto tiempo. La explosin de neones volvi a encenderse e irisaciones de oro corrieron por encima de sus relucientes superficies. Dantzler no crea que fuera a necesitarlas; tena la mano firme y sus propsitos estaban muy claros. Pero, por si acaso, rompi las dos ampollas.

Cmo habl el viento en Madaket

1
Suavemente, al amanecer, hojas muertas en los aleros del tejado, que hacen repiquetear los cables de la antena de televisin contra la pared de chilla, deslizndose por entre la hierba de la playa, retorciendo los tallos de un arbusto para hacer que araen la puerta del cobertizo donde se guardan las herramientas, que arrancan juguetonamente una pinza de tender la ropa de la cuerda, que olisquean la basura y destrozan las bolsas de plstico, creando un miliar de nerviosos aleteos, otro millar de murmullos temblorosos, que despus aumentan de potencia, gimen en las rendijas de la ventana y hacen que los cristales se muevan, derribando un tabln que estaba apoyado en el montn de lea, hinchndose hasta el vendaval por encima del mar abierto, su aullido articulado por gargantas de calles angostas y dientes de casas vacas, hasta que empiezas a imaginarte un enorme animal invisible que echa hacia atrs su cabeza y ruge, y la casita cruje igual que el maderamen de algn viejo navo...

2
Peter Ramey despert con la primera luz del alba y se qued en la cama un rato, escuchando el viento; despus, preparndose para soportar la mordedura del fro, apart las sbanas y se puso a toda prisa los tejanos, las zapatillas de tenis y una camisa de franela, y fue a la sala para encender un fuego en la estufa de lea. En el exterior los rboles se recortaban contra un teln de nubes color pizarra, pero el cielo todava no estaba lo bastante iluminado para proyectar la sombra de la ventana sobre la mesita que haba debajo; el resto del mobiliario tres sillas de mimbre bastante maltrechas y un sof medio hundido, se agazapaban en sus oscuros rincones. La llama prendi en las astillas, y el fuego no tard en crujir y chasquear dentro de la estufa. Peter, que segua teniendo fro, se golpe los hombros con los brazos y salt primero sobre un pie y luego sobre el otro, haciendo que platos y cajones tintinearan. Era un hombre corpulento, de tez plida, que tena treinta y tres aos, con barba y una revuelta cabellera negra, tan alto que necesitaba agacharse para pasar bajo los dinteles de la casita; el tamao de la casa hizo que nunca llegara a considerarla realmente como su hogar: tena la sensacin de ser un vagabundo que se haba apropiado de la casita que un nio haba construido en lo alto de un rbol, utilizndola para pasar el invierno. La cocina estaba en una habitacioncita pegada a la sala y, despus de haber logrado entrar un poco en calor, el rostro algo sudoroso, encendi el hornillo de gas y empez a preparar el desayuno. Hizo un agujero en una barra de pan, la puso en la sartn y despus rompi un huevo, derramndolo dentro del agujero (normalmente se limitaba a abrir latas y cajas de cereales preparados o a calentar comida congelada, pero Sara Tappinger, su amante actual, le haba enseado a preparar los huevos de esa manera, y ponerla en prctica le haca sentirse como un soltern competente). Se tom el pan y el huevo mirando hacia la ventana de la cocina, viendo cmo las grisceas casas de chilla que haba al otro lado de la calle iban apareciendo como si se derritieran de entre la oscuridad, masas sombras que se convertan en setos de laureles y moras, una hilera de pinos japoneses detrs de ellas. El viento haba cesado y daba la impresin de que las nubes no pensaban marcharse, lo cual a Peter le iba estupendamente. Despus de alquilar aquella casita en Madaket, haca ocho meses, descubri que la falta de sol le sentaba bien, que los das nublados y grisceos alimentaban su imaginacin. Ya haba terminado una novela aqu y tena planeado quedarse hasta haber acabado con la segunda. Y quiz con una tercera. Qu diablos, volver a California no tena mucho sentido. Abri el grifo para lavar los platos, pero el pensar en Los Angeles le haba hecho perder las ganas de ser ordenado y competente. A la mierda! Dejemos prosperar a las cucarachas. Se puso un suter, meti un cuaderno de notas en su bolsillo y sali de la casa, al fro y las nubes. Una rfaga de viento dobl la esquina de la casa y le dej el rostro entumecido, igual que si le

hubiera estado aguardando. Peter peg el mentn al pecho y empez a caminar, torciendo a la izquierda por la avenida Tennessee y dirigindose hacia Punta Smith, dejando atrs ms casas de tablones grises con pequeos letreros de madera encima de las puertas, letreros donde haba escritos nombres tirando ms bien a cursis; nombres como Albergue Marinero o Los Acres del Diente (la casa donde pasaba las vacaciones un dentista de Nueva Jersey). Cuando lleg a Nantucket le divirti bastante comprobar que casi todos los edificios de la isla, incluido el almacn de Sears-Roebuck, estaban hechos con madera de chilla griscea, y le haba escrito a su ex mujer una larga y bienhumorada carta del tipo sigamos-siendo-amigos, hablndole de esas maderas y de todos los personajes raros y lo pintoresco que era aquel sitio. Su ex mujer no le haba contestado y Peter no poda culparla, no despus de lo que haba hecho. La soledad era la razn que daba siempre para justificar su marcha a Madaket, pero, aunque era una razn superficialmente cierta, habra sido ms preciso decir que escapaba a las ruinas de su vida. Peter haba llevado una existencia tranquila, satisfecho de su matrimonio y escribiendo guiones para un programa infantil cuando, de repente, se enamor como un loco de otra mujer, que tambin estaba casada. Hicieron planes, intercambiaron promesas y, como resultado de ello, Peter abandon a su esposa; pero entonces, en una repentina inversin de papeles, la mujer de la que se haba enamorado que jamas haba expresado hacia su esposo ningn sentimiento que no fuese el aburrimiento y el odio, haba decidido ser fiel a sus votos, y abandon a Peter hacindole sentir que era un villano y un condenado imbcil. Peter, desesperado, luch por recuperarla, fracas, intent odiarla, fracas de nuevo y, finalmente, esperando que un cambio de geografa provocara un cambio de sentimientos en l o en ella, se march a Madaket. Eso ocurri en septiembre, justo despus del xodo de los turistas veraniegos; ahora estaban en mayo, y aunque segua haciendo fro los turistas estaban empezando a regresar. Pero los sentimientos no haban cambiado. Veinte minutos de rpido caminar le llevaron hasta la cima de una duna que dominaba Punta Smith, un promontorio de arena que penetraba unos cien metros en el agua, con tres islitas esparcidas ms all de l; la ms cercana de las tres haba quedado separada del promontorio durante un huracn y, si la isla hubiera seguido unida a ste, sus contornos, aadidos a los de Punta Anguila, que se encontraba a un kilometro aproximado de distancia, habran hecho que el extremo occidental de la masa de tierra pareciera una pinza de cangrejo. Un rayo de sol se abri paso por entre las nubes que cubran el mar y golpe el agua con tal potencia que fue como si sta hubiese quedado cubierta por una capa de pintura blanca. Las gaviotas trazaban curvas en el cielo, planeando lentamente y arrojando moluscos a los guijarros de la playa para romper sus conchas: despus bajaban en picado para comerse la carne. Las melanclicas rfagas del viento llenaban la atmsfera de una fina arenilla. Peter se instal en la pendiente de la duna, escogiendo un sitio desde el que poda ver el ocano por entre los tallos verde plido de la hierba, y abri su cuaderno de notas. En el reverso de la tapa haba escrito las palabras CMO HABL EL VIENTO EN MADAKET. No se haca ninguna ilusin de que los editores conservaran ese ttulo; lo cambiaran por El gemido del viento o El jadeo y el resuello, le pondran una cubierta chillona y acabaran metindolo en las estanteras de los supermercados junto a El cosquilleante tormento del amor, de Wanda LaFontaine. Pero nada de eso importaba mientras que las palabras fuesen buenas, y lo eran, aunque al principio la novela no haba ido demasiado bien, no hasta que cogi la costumbre de ir cada maana a Punta Smith y escribir a mano. Entonces todo se haba vuelto claro y perfectamente enfocado. Comprendi que deseaba narrar su historia la mujer, su soledad, sus destellos de percepcin, la decisin de su personaje, y envolverlo todo en la extraa metfora del viento; las palabras haban fluido con tal facilidad que daba la impresin de que el viento colaboraba en el libro, murmurando en su odo y guiando su mano a travs de la pgina. Pas las hojas y se fij en un prrafo que resultaba demasiado rgido, un prrafo que debera fraccionar para irlo repartiendo a lo largo de la historia: Sadler haba pasado gran parte de su vida en Los Angeles, donde los sonidos de la naturaleza se hallaban oscurecidos, y para su mente lo ms notable de Nantucket era que siempre hiciese viento. El viento flua por la isla desde la maana a la noche, dndole la sensacin de que viva

en el fondo de un ocano de aire, abofeteado por corrientes que brotaban de rincones exticos del globo terrestre. Era un alma solitaria y el viento serva para articular su soledad, para indicar la inmensidad del mundo en el cual haba quedado aislado; a lo largo de los meses haba acabado sintiendo cierta afinidad con l, considerndolo un compaero de viaje a travs del vaco y el tiempo. Casi crea que los vagos sonidos parecidos a palabras que produca de vez en cuando eran justamente eso, la voz de un orculo que an no haba desarrollado por completo el don del haba, y el escucharlos le haca sentir que pronto ocurrira algo muy extrao. Y le pareca que esa impresin tena su fundamento, porque hasta donde llegaba su memoria poda recordar otras impresiones similares, y todas haban nacido de la realidad. No se trataba de ningn gran poder proftico, ningn presentimiento de terremotos o asesinatos; era ms bien una habilidad psquica de poca categora: destellos de visin que venan acompaados bastante a menudo por sensaciones de malestar fsico y dolores de cabeza. Algunas veces poda tocar un objeto y saber algo sobre su propiedad, otras poda distinguir el vago contorno de un acontecimiento futuro. Pero aquellas premoniciones nunca eran lo bastante claras como para servirle de algo, para evitar romperse un brazo o como haba descubierto en los ltimos tiempos para salvarle de la catstrofe emocional. Sin embargo, segua prestndoles atencin. Y ahora pensaba que quiz el viento estuviera intentando decirle algo sobre su futuro, sobre un nuevo factor que iba a complicar su existencia, pues cada vez que iba a la duna de Punta Smith senta... Piel de gallina, nauseas, algo que giraba en un torbellino detrs de su frente como si sus pensamientos se agitaran incontroladamente. Peter apoy la cabeza en las rodillas y respir profundamente hasta que la sensacin se fue calmando. Era algo que le suceda cada vez con mayor frecuencia, y aunque lo ms probable es que fuera un producto de la autosugestin, un efecto colateral de estar escribiendo una historia de naturaleza tan personal, no lograba quitarse de la cabeza la idea de que se haba visto metido en alguna irona tpica de la Dimensin Desconocida, que la historia se estaba haciendo realidad a medida que la escriba. Aunque tena la esperanza de que no fuera as: la historia no iba a ser demasiado agradable. En cuanto los ltimos restos de su nausea se hubieron desvanecido sac un rotulador azul, busc una pgina en blanco y empez a describir detalladamente todas aquellas sensaciones tan desagradables. Dos horas y quince pginas despus, con las manos rgidas de fro, oy una voz que le llamaba. Sara Tappinger luchaba por trepar a la duna subiendo desde la carretera, resbalando en la arena. Era una mujer condenadamente bonita, pens Peter con una cierta autosatisfaccin. Treinta y pocos aos; largo cabello pelirrojo y hermosos pmulos; afectada por lo que una de las amistades que Peter haba hecho en la isla llamaba Problemas del Gran Pecho. Ese mismo conocido le felicit por haber logrado dar en el blanco con Sara, dicindole que despus de su divorcio Sara haba vuelto locos a la mitad de los hombres de la isla y que Peter era un hijo de perra muy afortunado. Peter supona que s lo era: Sara era lista, brillante y no dependa de nadie (diriga la escuela Montessori local), y haban descubierto que su compatibilidad era absoluta. Sin embargo, no se trataba de ninguna pasin enloquecida. Aunque estar con ella no haca sino recalcar todava ms que Peter era, bsicamente, un solitario, haba acabado dependiendo de la relacin y le preocupaba el hecho de que eso sealase una reduccin general de lo que esperaba obtener en la vida, y que a su vez eso indicaba la llegada de la mediana edad, un estado para el cual no estaba preparado. Hola dijo Sara, dejndose caer junto a l y depositando un beso sobre su mejilla. Quieres jugar? Por qu no ests en la escuela? Es viernes. Te lo dije, recuerdas? Las reuniones entre padres y profesores. Le cogi la mano. Ests fro como el hielo! Cunto tiempo llevas aqu? Un par de horas. Ests loco. Se ri, encantada ante su locura. Te observ durante un rato antes de llamarte. Tenas todo el cabello revuelto por el viento y parecas un bolchevique enloquecido preparando algn complot.

Lo cierto dijo l, adoptando un acento ruso, es que he venido aqu para entrar en contacto con nuestros submarinos. Oh. Qu se cuece? Una invasin? No exactamente. Vers, en Rusia carecemos de muchas cosas. Cereales, alta tecnologa, tejanos. Pero el alma rusa sabe volar como un guila por encima de tales penurias materiales. Sin embargo, hay una cosa que nos falta, un problema que debemos resolver inmediatamente, y sa es la razn de que te haya atrado hasta aqu. Sara fingi sorpresa y confusin. Necesitis directoras de escuela? No, no. Es algo mucho ms serio. Creo que la palabra norteamericana para definirlo es... La cogi por los hombros e hizo que se tumbase en la arena, atrapndola bajo su peso. Darse un buen revolcn. No podemos pasar sin eso. La sonrisa de Sara se volvi un poco vacilante, y un instante despus se desvaneci para quedar sustituida por una expresin de emocionada espera. Peter la bes. Sinti la suavidad de sus pechos a travs de la tela. El viento le revolvi el cabello, y Peter pens que aqul estaba inclinndose por encima de su hombro, espindoles; dej de besar a Sara. Volva a encontrarse mal. Mareado. Ests sudando dijo ella, limpindole la frente con su mano enguantada. Qu pasa, otro de esos malos ratos? Peter asinti y se recost en la duna. Qu ves? Sara sigui secndole la frente, un fruncimiento de preocupacin esculpiendo delicadas lneas en las comisuras de sus labios. Nada dijo l. Pero vea algo. Algo que reluca bajo una superficie nebulosa. Algo que le atraa pero que, al mismo tiempo, le asustaba. Algo que saba iba a estar muy pronto a su alcance. Aunque en aquel entonces no hubo nadie que lo comprendiera, el primer aviso del problema fue dado por la desaparicin de Ellen Borchard, de trece aos, la tarde del martes 19 de mayo: un acontecimiento que Peter haba descrito en su libro justo antes de que Sara fuera a visitarle la maana del viernes; pero para l las cosas no empezaron realmente hasta la noche del viernes, cuando estaba tomando una copa en el Caf Atlntico, en el pueblo de Nantucket. Haba ido all con Sara para cenar y dado que el restaurante se encontraba abarrotado optaron por comer un bocadillo en el bar. Apenas se haban instalado en sus taburetes cuando Jerry Highsmith un joven rubio que serva de gua a los turistas que visitaban la isla en bicicleta (... El Que La Tiene Ms Gorda, por autoproclamacin, as le describa Sara), cay sobre Peter; era uno de los habituales del caf y aspiraba a ser escritor, y aprovechaba todas las oportunidades posibles para pedirle consejo a Peter. Como siempre, Peter intent darle nimos, pero tena la sensacin de que quien gustara de tomar copas en el Caf Atlntico no poda ser capaz de ofrecerle gran cosa al pblico lector: el lugar era una tpica trampa para turistas de Nueva Inglaterra, decorado con barmetros de estao y viejos salvavidas, y estaba especialmente dirigido a la juventud que acuda a la isla en verano, gran parte de la cual puesta en evidencia por sus bronceados de las Bahamas, se agolparon alrededor de la barra. Jerry no tard en marcharse para perseguir a una pelirroja que ola a madreselva, un miembro de su ultimo grupo turstico, y su taburete fue ocupado por Mills Lindstrom, pescador jubilado y vecino de Peter. Ese maldito viento de ah fuera es lo bastante afilado como para tallar un hueso dijo Mills a modo de saludo, y pidi un whisky.

Era un hombretn de rostro rojizo, embutido en un mono y una chaqueta Levi's; por debajo de su gorra se desparramaban abundantes rizos canosos y sus mejillas estaban recorridas por un fino encaje de venillas rotas. El encaje destacaba ms de lo habitual porque Mills ya llevaba encima una buena dosis de alcohol. Qu ests haciendo aqu? pregunt Peter, sorprendido al ver que Mills haba puesto los pies en el caf; mantena la conviccin de que el turismo era una contaminacin letal, y sitios como el Caf Atlntico eran las excrecencias mutantes que provocaba. He salido con el bote. La primera vez en dos meses. Mills tom de un trago la mitad de su whisky. Pens que podra tender unas cuantas redes, pero me encontr con esa cosa de Punta Smith... Ya no tengo ganas de pescar, Vaci su vaso e hizo seas de que se lo volvieran a llenar. Carl Keating ya me haba dicho que llevaba cierto tiempo formndose. Supongo que se me olvid. Qu cosa? pregunt Peter. Mills tom unos sorbos de su segundo whisky. Un agregado de polucin costera dijo con expresin ceuda. se es el nombre cientfico, pero bsicamente es un montn de basuras. Por lo menos hay un kilmetro cuadrado de agua cubierto de basura y desperdicios. Aceite, botellas de plstico, madera. Se van juntando cuando no hay marea, pero normalmente no estn tan cerca de la costa. Ahora se encuentra a menos de veinticinco kilmetros de Punta Smith. Peter estaba intrigado. Ests hablando de algo parecido al mar de los Sargazos, no? Supongo que s, salvo que no es tan grande y no tiene algas. Y esas cosas son permanentes? Esta de Punta Smith es nueva. Pero a unos cincuenta kilmetros de Martha's Vineyard hay una que lleva varios aos all. Una gran tormenta puede dispersarla, pero siempre acaba volvindose a formar. Mills empez a darse palmaditas en los bolsillos, buscando infructuosamente su pipa. El ocano se est convirtiendo en una charca estancada. Vete hacia un sitio donde puedas tirar la red y lo ms probable es que saques una bota vieja en lugar de un pez. Me acuerdo de hace veinte aos, cuando venan los bancos de caballa: haba tantos peces que el agua se volva negra durante kilmetros enteros. Ahora ves un poco de agua negra, y puedes tener la seguridad de que algn maldito petrolero se ha cagado en ella! Sara, que haba estado hablando mientras con un amigo, pas el brazo alrededor del hombro de Peter y pregunt qu ocurra; despus de que Peter se lo hubiera explicado se estremeci de forma ms bien teatral y dijo: Pues a m me da bastante miedo. Puso un tono de voz sepulcral. Extraas zonas magnticas que atraen a los marineros hacia su perdicin. Miedo! se burl Mills. Venga, Sara, t eres una chica inteligente... Miedo! Cuanto mas pensaba en el comentario que haba hecho ms se enfureca. Se puso en pie y agit la mano, derramando la bebida de un joven universitario muy bronceado que tena detrs; ignor la queja del chico y clav los ojos en Sara. Quiz pienses que este sitio da miedo. Es exactamente igual, maldita sea! Un vertedero de basura! Salvo que aqu la basura anda y habla volvi sus ojos hacia el chico, y cree que todo el maldito mundo es suyo! Mierda dijo Peter viendo cmo Mills se abra paso a codazos por entre la multitud. Iba a pedirle que me llevara hasta all para echarle un vistazo. Pdeselo maana dijo Sara. Aunque no se me ocurre ninguna razn para que quieras verlo. Sonri y alz las manos para impedirle que diera ninguna explicacin. Lo siento. Deb darme cuenta de que una persona capaz de pasarse todo el da contemplando a las gaviotas tiene que encontrar altamente ertico un kilmetro cuadrado de basura.

Peter fingi alargar la mano hacia sus pechos. Ya te ensear yo lo que es erotismo! Sara ri, cogindole la mano y, con un brusco cambio de humor, se llev los nudillos a los labios. Ensamelo ms tarde dijo. Tomaron unas cuantas copas ms, hablaron sobre el trabajo de Peter, y el de Sara, y discutieron la idea de pasar un fin de semana juntos en Nueva York. Peter estaba empezando a sentirse animado. En parte era cosa de las copas, pero se dio cuenta de que tambin era cosa de Sara. Aunque haba conocido a otras mujeres despus de abandonar a la suya, apenas si se fij en ellas: haba intentado ser honesto y les haba explicado que estaba enamorado de otra persona, pero descubri que eso era sencillamente una forma astuta de ser deshonesto, que cuando te vas a la cama con alguien no importa lo franco que hayas sido sobre tu estado emocional, ese alguien se niega a creer que existe algn impedimento al compromiso emocional que su amor no pueda acabar venciendo; y lo cierto es que haba acabado utilizando a esas mujeres. Pero Sara era distinta: perciba su presencia, le gustaba y no le haba dicho nada acerca de aquel asunto con la mujer de Los Angeles; hubo un tiempo en el que pens que eso era mentir, pero ahora empezaba a sospechar que era seal de que su pasin por ella haba terminado. Llevaba tanto tiempo enamorado de una mujer ausente que quiz haba acabado creyendo que la ausencia era una condicin preliminar de la intensidad emocional, y tal vez aquello estaba hacindole pasar por alto el nacimiento de una pasin mucho ms realista pero igualmente intensa, una pasin que estaba muy cerca de l. Observ el rostro de Sara mientras ella hablaba de Nueva York. Hermoso. El tipo de belleza que te coge por sorpresa, pues habas dado por sentado que consista meramente en una serie de rasgos bonitos. Pero entonces, al darte cuenta de que sus labios eran un poco demasiado gruesos, llegabas a la decisin de que era guapa e interesante; y despus, al fijarte en la energa del rostro, en cmo abra los ojos cuando hablaba, en lo expresiva que era su boca, eras llevado rasgo a rasgo hasta alcanzar una percepcin total de su belleza. Oh, claro que se fijaba en ella. El problema era que durante aquellos meses de soledad (Meses? Cristo, haba sido ms de un ao!) haba acabado distancindose de sus emociones; haba instalado sistemas de vigilancia dentro de su alma y cada vez que empezaba a moverse en una u otra direccin no llegaba a completar el acto: lo analizaba, y consegua abortarlo. Dudaba de que algn da pudiera volver a ser capaz de comprometerse como antes. Sara mir con expresin interrogativa a una persona que estaba detrs de l. Hugh Weldon, el jefe de polica. Hugh les salud con un gesto de cabeza y se instal en un taburete. Sara dijo. Seor Ramey... Me alegra verles. Weldon siempre produca en Peter la impresin de hallarse ante el nativo arquetpico de Nueva Inglaterra. Flaco, curtido por la intemperie, ceudo. Su expresin bsica era tan lgubre y seria que uno daba por sentado que su recortado cabello gris deba de ser un acto de penitencia. Tena cincuenta y pocos aos, pero su costumbre de chuparse los dientes haca que pareciese diez aos ms viejo. Normalmente Peter le encontraba divertido; pero en esta ocasin sinti una oleada de nauseas y una cierta inquietud, algo que reconoci inmediatamente como las seales indicadoras de uno de sus episodios. Weldon se volvi hacia Peter despus de haber intercambiado unas cuantas cortesas con Sara. Seor Ramey, no quiero que me malinterprete. Pero tengo que preguntarle dnde estaba el martes pasado, alrededor de las seis. Las sensaciones estaban hacindose ms fuertes, evolucionando hasta convertirse en un lento y perezoso pnico que se agitaba dentro de Peter igual que los efectos de una mala dosis de droga. El martes dijo. Cuando desapareci la chica de los Borchard, no? Dios mo, Hugh dijo Sara con cierta irritacin. Qu es todo esto? Lancmonos sobre el forastero barbudo cada vez que la nia de alguien decide escaparse? Y sabes condenadamente

bien que eso es lo que hizo Ellen. Si Ethan Borchard fuera mi padre yo tambin me escapara. Quiz. Weldon contempl a Peter con una impasible expresin de neutralidad. Seor Ramey, vio a Ellen el martes pasado? Estaba en casa dijo Peter, casi incapaz de hablar. Su frente y todo su cuerpo estaban cubrndose de sudor, y saba que su rostro deba hacerle parecer el perfecto culpable; pero eso no importaba, porque casi poda ver lo que iba a suceder. Estaba sentado en algn sitio y bajo l, all donde no poda tocarlo, haba algo reluciente. Entonces tiene que haberla visto dijo Weldon. Segn los testigos, la chica estuvo rondando su leera durante casi una hora. Vesta de amarillo. Tuvo que verla. No dijo Peter. Estaba intentando llegar a ese destello aunque saba que las cosas iban a ponerse feas, realmente muy feas, pero si llegaba a tocarlo todo ira an peor, y no lograba contenerse. Pero eso no tiene sentido dijo Weldon desde muy lejos. Esa casita suya es tan pequea que estoy seguro de que cualquiera se hubiera fijado en si haba una chica junto a su leera cuando iba y vena por la habitacin, no? Las seis es la hora de cenar para casi todo el mundo y desde la ventana de su cocina se tiene una excelente visin de la leera. No la vi. Las sensaciones estaban empezando a desvanecerse y Peter se encontraba terriblemente mareado. Pues no entiendo cmo es posible. Weldon se chup los dientes y aquel sonido lquido hizo que el estmago de Peter diera un lento salto mortal sobre s mismo. Hugh dijo Sara, muy enfadada, te has parado a pensar en la posibilidad de que quiz estuviera ocupado? Sara, si sabes algo sobre este asunto, por qu no lo dices sin rodeos? El martes pasado yo estaba con l. Y Peter se mova, cierto, pero no estaba mirando por ninguna ventana. Te ha quedado suficientemente claro? Weldon volvi a chuparse los dientes. Sospecho que s. Ests segura de eso? Sara lanz una carcajada sarcstica. Qu pasa, me lo quieres inspeccionar? No hay razn para que te pongas as, Sara. No estoy haciendo eso por gusto. Weldon se puso en pie y contempl a Peter desde su mayor altura. Tiene usted mala cara, seor Ramey. Espero que no haya comido algo que le sentara mal. Sostuvo su mirada clavada en l durante un segundo ms y se march, abrindose paso por entre el gento. Dios, Peter! Sara le tom la cara entre las manos. Tiene un aspecto horrible! Estoy mareado dijo l, buscando a tientas su cartera; arroj algunos billetes sobre el mostrador. Vamos, necesito un poco de aire. Con Sara guindole, logr llegar hasta la puerta principal y se apoy en la capota de un coche aparcado, con la cabeza gacha, tragando grandes bocanadas de aire fresco. El brazo con que Sara le rodeaba los hombros era un peso agradable que le ayud a calmarse, y pasados unos cuantos segundos se sinti algo ms fuerte, capaz de levantar la cabeza. La calle con sus adoquines, sus rboles recin cubiertos de brotes, los anticuados faroles y las pequeas

tiendas pareca un modelo de los que se utilizan en los trenes elctricos. El viento azotaba las aceras, haciendo girar los vasos de cartn y moviendo los letreros. Una fuerte rfaga le hizo estremecerse y le devolvi un fugaz destello del mareo y la visin. Iba una vez ms hacia ese resplandor, slo que ahora se encontraba muy cerca, tan cerca que sus energas le hacan cosquillas en las yemas de los dedos, tirando de l, y si tan slo pudiese alargar la mano tres o cuatro centmetros ms... El mareo le domino. Se apoy en la capota del coche; su brazo cedi y Peter se derrumb hacia adelante, sintiendo el fro metal en su mejilla. Sara llamaba a alguien, peda auxilio, y Peter quera tranquilizarla, decirle que se pondra bien en un minuto, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta y sigui tendido donde estaba, viendo cmo el mundo giraba y oscilaba, hasta que alguien con brazos ms fuertes que los de Sara le alz y dijo: Eh, amigo! Ser mejor que deje de darle a la bebida o quiz yo sienta la tentacin de quitarle a su novia. La luz de la calle trazaba un rectngulo de claridad amarilla sobre el pie de la cama de Sara, iluminando sus piernas cubiertas por las medias y la mitad del bulto que era Peter, bajo sus sbanas. Sara encendi un cigarrillo y lo aplast un instante despus, enfurecida por haber cedido nuevamente al hbito; se dio la vuelta y se qued inmvil contemplando el subir y bajar del pecho de Peter. Muerto para el mundo. Por qu me gustan tanto los tipos que han sufrido heridas? Se ri de si misma; conoca la respuesta. Quera ser quien les hiciera olvidar lo que les haba hecho dao, fuera lo que fuese, normalmente otra mujer. Una combinacin de la enfermera Florence Nightingale y una terapeuta sexual, sa era ella, y jamas poda resistir un nuevo desafo. Aunque Peter no haba hablado de ello Sara poda sentir que algn fantasma de LA posea la mitad de su corazn. Peter presentaba todos los sntomas. Silencios repentinos, miradas distradas, la forma en que se lanzaba hacia el buzn tan pronto como llegaba el cartero y, sin embargo, siempre pareca decepcionado ante lo que haba recibido. Sara crea que era propietaria de la otra mitad de su corazn, pero cada vez que Peter empezaba a conseguirlo, olvidando el pasado y sumergindose en el aqu y el ahora el fantasma se alzaba de nuevo y Peter creaba una pequea distancia. su forma de hacer el amor, por ejemplo. Empezaba con una amable suavidad y de repente, justo cuando se encontraban al borde de lograr un nuevo nivel de intimidad, retroceda, haciendo una broma o portndose de una forma algo grosera como cuando se lanz sobre ella aquella maana, en la playa, y Sara tena entonces la sensacin de ser una ramera barata. Algunas veces pensaba que lo mejor sera decirle que saliera de su vida, que volviese a verla cuando tuviese la cabeza ms clara. Pero saba que no iba a hacerlo. Peter posea algo ms que la mitad del corazn de Sara. Sali de la cama, teniendo cuidado de no despertarle, y se quit la ropa. Una rama ara la ventana, sobresaltndola, y Sara alz la blusa para cubrirse los pechos. Oh, claro! Un mirn en una ventana del tercer piso. Puede que en Nueva York s, pero no en Nantucket. Arroj la blusa al cesto de la ropa sucia y se vio reflejada en el espejo de cuerpo entero que haba en la puerta del armario. La penumbra haca que el reflejo pareciese poco familiar, ms largo de lo normal, y tuvo la sensacin de que la mujer fantasma de Peter estaba observndola desde el otro lado del continente, desde otro espejo. Casi poda verla. Alta, piernas largas, una expresin melanclica. Sara no necesitaba verla para saber que la mujer siempre haba estado triste: las mujeres tristes eran las peores, las que realmente destrozaban el corazn, y los hombres cuyos corazones haban roto se parecan a huellas fsiles de cmo eran aquellas mujeres. Ofrecan su tristeza para ser curadas, pero en realidad no deseaban una cura, slo otra razn para la tristeza, un poco de especias que mezclar con el estofado que haba estado removiendo durante todas sus vidas. Sara se acerc un poco ms al espejo y la ilusin de la otra mujer fue sustituida por los contornos de su propio cuerpo. Eso es lo que voy a hacer contigo, amiga murmur. Te borrar del mapa. Las palabras sonaron huecas y falsas. Fue hacia la cama y se desliz junto a Peter. Este emiti un ruido ahogado, y Sara vio reflejos

de las luces de la calle en sus ojos. Siento lo de antes dijo. No ha sido nada respondi ella con jovialidad. Ped a Bob Frazier y a Jerry Highsmith que me ayudaran a llevarte a casa. Lo recuerdas? Vagamente. Me sorprende que Jerry lograra apartarse de su pelirroja. l y su dulce Ginger! Alz el brazo para que Sara pudiera pegarse a su hombro. Supongo que tu reputacin habr quedado arruinada. No tengo ni idea, pero desde luego esta relacin nuestra cada vez resulta ms extica. Peter se ri. Peter? dijo ella. Si? Estoy preocupado por esos ataques tuyos. Porque lo que te ocurri fue un ataque, no? S Peter guard silencio durante un momento. Yo tambin estoy preocupado. He estado tenindolos dos o tres veces al da y eso es algo que nunca me haba ocurrido antes. Pero no puedo hacer nada al respecto, salvo intentar no pensar en ellos. Puedes ver lo que va a ocurrir? No, realmente no, e intentar averiguarlo resulta intil. Ni tan siquiera puedo utilizar lo que veo. Lo que va a suceder, sucede, y eso es todo, y despus comprendo que eso es lo que he visto en mi premonicin. Es un don bastante intil. Sara se peg un poco ms a su cuerpo, pasando las piernas por encima de su cadera. Por qu no vamos al cabo maana? Pensaba echarle una mirada al basurero de Mills. De acuerdo. Podemos hacer eso por la maana y an tendremos tiempo de coger la embarcacin de las tres. Puede que te siente bien salir de la isla durante un par de das. De acuerdo. Tal vez sea buena idea. Sara movi la pierna y se dio cuenta de que Peter tena una ereccin. Desliz su mano bajo las sbanas para tocarle, y Peter se dio la vuelta para permitirle un mejor acceso. Su aliento se hizo ms rpido y la bes besos suaves que iba derramando sobre sus labios, su garganta, sus ojos, y sus caderas se movieron en un contrapunto al ritmo de su mano, al principio lentamente, despus con insistencia, de forma convulsiva, hasta que su cuerpo empez a golpear el muslo de Sara, y entonces ella apart la mano y le dej resbalar entre sus piernas, abrindolas. Sus pensamientos se estaban disolviendo en un medio apremiante, su conciencia se reduca a percibir el calor y las sombras. Pero cuando Peter se coloc sobre ella esa breve separacin rompi el hechizo y de repente pudo or los inquietos sonidos del viento, pudo ver los detalles de su rostro y la lmpara que haba en el techo, detrs de l. Sus rasgos parecieron agudizarse, como si se pusiera alerta, y Peter abri la boca para hablar. Sara le puso un dedo en los labios. Por favor, Peter! Nada de bromas. Esto es serio. Le mand aquellos pensamientos que quiz lograran llegar al blanco. Su rostro se fue aflojando y cuando le gui al sitio adecuado gimi, un sonido desesperado como el que podra haber emitido un fantasma al final de su estancia sobre la Tierra; y un instante despus Sara se encontr araando su espalda, guindole ms adentro, y hablndole no con palabras sino simplemente con el sonido de su aliento, con suspiros y murmullos que, sin embargo, posean significados que l comprendera.

3
Esa misma noche, mientras Sara y Peter dorman, Sally McColl conduca su jeep por la

carretera que llevaba hasta Punta Smith, Estaba borracha y le importaba un cuerno adnde acabara llegando: conduca en una interminable S, mandando las luces de los faros hacia las suaves lomas cubiertas de brezo y los rboles retorcidos. Una de sus manos aferraba una pinta de aguardiente de cerezas, su tercera pinta de la noche. Sconset Sally, as la llamaban. Sally la Loca. Setenta y cuatro aos y todava era capaz de abrir las conchas y remar mejor que casi todos los hombres de la isla. Iba envuelta en un par de vestidos del Ejrcito de Salvacin, dos suteres rodos por la polilla, una chaqueta de pana con los codos destrozados y, en general, pareca una vagabunda recin salida del infierno, con mechas de cabello canoso asomando bajo un maltrecho sombrero de pescador. La esttica chisporroteaba en la radio y Sally iba acompandola con murmullos, maldiciones y vagos estallidos de meloda, un fiel eco del desorden que reinaba en sus pensamientos. Aparc all donde terminaba la carretera, sali tambalendose del jeep y avanz por la blanda arena hasta lo alto de una duna. Una vez all se balance durante un momento, mareada por el sbito asalto del viento y la oscuridad que slo rompan unas cuantas estrellas del horizonte. Uuh, uuh!, grazn; el viento absorbi su grito y lo aadi a sus sonidos. Sally dio un paso hacia adelante, resbal y baj rodando por la duna. Acab sentndose con la lengua llena de arena, escupi y descubri que, sin saber cmo, haba logrado conservar la botella, y que el tapn segua en su sitio a pesar de que apenas lo haba enroscado. Un breve destello de paranoia hizo que moviera la cabeza rpidamente de un lado para otro. No quera ser espiada por nadie, no quera que contaran todava ms historias sobre la vieja Sally, la borracha. Las que contaban ya eran bastante malas. La mitad era mentira y el resto haba sido deformado para hacerla quedar como una loca..., como esa historia sobre cuando pidi un marido por correo y el marido se escap dos semanas despus, escondido en un bote, muerto de miedo, y de cmo ella cruz todo Nantucket a lomos de caballo con la esperanza de hacerle volver. Un hombrecillo moreno. Italiano, no anglosajn, y cuando estaba en la cama no tena ni idea de qu deba hacer. Mejor apartelas t sola que aguantar a semejante enanito. Lo nico que deseaba recuperar eran los malditos pantalones que le haba regalado, y los que contaron la historia la haban hecho aparecer como una vieja desesperada. Bastardos! Condenado montn de... Los pensamientos de Sally entraron en un tnel y se qued inmvil, contemplando el cielo con expresin absorta. Hacia mucho fro, y tambin viento. Tom un trago de aguardiente; cuando lleg al fondo de su estmago sinti que la temperatura suba diez grados. Otro trago hizo que sus piernas recobraran las fuerzas y empez a caminar por la playa, alejndose de Punta Smith, buscando un sitio solitario por donde no fuera a pasar nadie. Eso era lo que deseaba. Sentarse, beber y sentir la noche sobre su piel. Hoy en da resultaba muy difcil encontrar esa clase de sitio, porque del continente llegaban flotando grandes cantidades de basura, esos maricas vestidos de Gucci-Pucci y las putillas veloces ansiosas de ponerse en la postura adecuada y ensearle el trasero al primer traje de quinientos dlares que mostrara inters por ellas, probablemente algn ejecutivo gordito que nunca sera capaz de tenerla tiesa y que se casara con ellas slo por el privilegio de ser humillado cada noche... Sus pensamientos empezaron a caer en una rpida espiral y Sally los sigui, girando y girando. Se sent en el suelo con un golpe sordo. Solt una risita, el sonido le gusto y se ri con ms fuerza. Tom un sorbo de aguardiente, deseando haberse trado otra botella, dejando que sus pensamientos se fueran calmando en un chisporroteo de recuerdos e imgenes a medio formar, algo que pareca haberle sido impuesto por el frentico agitarse del viento. Cuando sus ojos fueron nuevamente capaces de ver distingui un par de casas acurrucadas contra la negrura del cielo. Casas de veraneo, casas vacas. No, espera! Esas casas eran comosellame. Condominios. Qu haba dicho Ramey de ellas? Minio con un condn encima de cada una. Vidas profilcticas. Ese Peter era un buen chico. La primera persona con el don que haba encontrado en un montn de aos, y el don que haba en su interior era fuerte, ms que el de Sally, que no servia para mucho aparte de para adivinar qu tiempo hara, y ahora era tan vieja que sus huesos podan adivinarlo igual de bien. Le haba contado cmo algunas personas de California hicieron volar los edificios para proteger la belleza de su costa, y a Sally le pareci una idea excelente. Pensar en condominios alzndose en la isla le hizo sentir deseos de llorar y, con un ebrio estallido de nostalgia, record qu maravilloso haba sido el mar cuando era joven. Limpio, puro, repleto de espritus. Haba sido

capaz de sentir aquellos espritus... Ruidos y crujidos en algn punto de las dunas. Sally se levant con dificultad, aguzando el odo. Ms ruidos de algo rompindose. Se dirigi hacia ellos, hacia los condominios. Quiz fueran algunos chicos haciendo gamberradas. De ser as, les animara a seguir. Pero cuando logr llegar a lo alto de la duna siguiente los sonidos se apagaron. Y un instante despus el viento empez a soplar, no con un rugido o un aullido, sino con un extrao ulular, casi una meloda, como si estuviera fluyendo por los agujeros de una flauta enorme. Sally sinti un cosquilleo en la nuca y un fro gusano de miedo se desliz por su columna vertebral. Estaba lo bastante cerca de los condominios para ver el perfil de sus tejados recortndose contra el cielo, pero no poda ver nada ms. El nico sonido audible era la extraa msica del viento, repitiendo una y otra vez el mismo pasaje de cinco notas. Y, un instante despus, incluso el viento muri. Sally tom un trago de aguardiente, hizo acopio de valor y se puso de nuevo en movimiento; la hierba de la playa ondulaba hacindole cosquillas en las manos y el cosquilleo acab extendindose a sus brazos, ponindole la piel de gallina. Se detuvo a unos seis metros del primer condominio, con el corazn latindole enloquecidamente. El miedo convirti el aguardiente en una agria masa que le pesaba en el estmago. Qu hay ah, a qu debo tenerle miedo? El viento? Mierda! Tom otro trago de aguardiente y sigui avanzando. Estaba tan oscuro que no le qued ms remedio que ir siguiendo el contorno de la pared, y cuando encontr un agujero en mitad de ella se llev un buen susto. El agujero era mayor que una maldita puerta, desde luego. Su contorno estaba delimitado por tablones astillados y maderas rotas. Como si un puo gigante se hubiera abierto paso a travs de la pared. Tena la misma sensacin que si la boca se le hubiera llenado de algodn, pero aun as entr en el agujero. Hurg en sus bolsillos, sac una caja de fsforos de madera, encendi uno y lo protegi con sus manos hasta que la llama hubo prendido. La habitacin careca de mobiliario: no haba ms que moqueta y la toma del telfono, peridicos manchados de pintura y algunos trapos. En la pared de enfrente haba una doble puerta corredera de costal, pero la mayor parte del cristal estaba roto, crujiendo bajo sus pies; se acerc un poco ms a ella y un fragmento con forma de carmbano que colgaba del marco capt el reflejo del fsforo y durante un segundo qued perfilado en la oscuridad como si fuera un colmillo llameante. El fsforo le quem los dedos. Lo dej caer, encendi otro y pas a la habitacin contigua. Ms agujeros y una pesadez en la atmsfera, como si la casa estuviera conteniendo el aliento. Nervios, pens. Unos malditos nervios de vieja. Quiz fuera cosa de chicos, chicos borrachos que se haban dedicado a lanzar un coche contra las paredes de la casa. Una brisa surgi de alguna parte y apag el fsforo. Encendi otro, el tercero. La brisa lo apag tambin, y Sally comprendi que aquel estropicio no era cosa de unos chicos borrachos, porque esta vez la brisa no muri; sigui soplando a su alrededor, agitando su ropa y su cabello, enredndose por entre sus piernas, tocndola y acaricindola por todas partes, y en la brisa haba una sensacin extraa, un conocimiento que convirti sus huesos en astillas de hilo negro. Algo haba surgido del mar, algo maligno que tena el viento por cuerpo haba hecho agujeros en las paredes para interpretar su fea msica, sus acordes que helaban el alma, y ahora estaba rodendola, jugando con ella, preparndose para llevarla al infierno y hacerla desaparecer. La cosa era fra y pegajosa, ola a rancio, y ese olor qued pegado a su piel all por donde la haba tocado. Sally retrocedi hacia la primera habitacin, deseando gritar, pero no logr emitir ms que un dbil graznido. El viento fue tras ella, agitando los peridicos y lanzndolos contra su cuerpo igual que si fueran crujientes murcilagos blancos, pegndolos a su cara y a su pecho. Y entonces Sally grit. Se lanz hacia el agujero de la pared y empez a correr como si se hubiera vuelto loca, tropez, cay y luch por volver a levantarse, agitando los brazos y chillando. Y el viento sali de la casa, persiguindola, rugiendo, y Sally se imagin que tomaba la forma de una silueta inmensa, un demonio negro que se rea de ella, dejndole creer que podra escapar antes de hacerla caer al suelo y despedazarla. Baj rodando por la pendiente de la ultima duna y, con el aliento convertido en un sollozo, ara salvajemente la manecilla que abra la puerta del jeep; meti la llave en el encendido, rezando hasta que el motor se puso en marcha y despus con el cambio de marchas rechinando, se lanz por la carretera de Nantucket.

Estaba a medio camino de Sconset antes de haber recobrado la calma suficiente para pensar en qu deba hacer, y su primera decisin fue que deba seguir en lnea recta hasta Nantucket y contrselo todo a Hugh Weldon. Aunque slo Dios saba lo que l poda hacer. O lo que dira. Aquel maldito hombre que pareca una estaca...! Era muy probable que se le riera en la cara y se marchase para compartir la ultima historia de Sconset Sally con sus amigotes. No, se dijo. No habra ms historias sobre la vieja Sally borracha como una cuba, que vea fantasmas y contaba tonteras acerca del viento. No la creeran, as que lo mejor sera dejar que lo atribuyesen todo a los chicos. Un pequeo sol maligno se alz por entre sus pensamientos, quemando las sombras de su miedo y calentando su sangre an ms de prisa de lo que podra hacerlo un trago de aguardiente de cerezas. S, mejor dejar que pase, sea lo que sea: despus contara su historia, despus dira que poda haberles advertido pero que la habran llamado loca. Oh, no! Esta vez no iba a ser el hazmerrer de sus chistes. Les dejara descubrir por s mismos que el mar haba engendrado a un nuevo demonio.

4
El bote de Mills Lindstrom era un ballenero de Boston, unos seis metros de rechoncho casco azulado con un par de asientos, una barra de timn y un motor fuera borda de cincuenta caballos en la popa. Sara tuvo que sentarse en el regazo de Peter y aunque no le habra importado, fueran cuales fuesen las circunstancias, lo cierto es que en este caso Peter agradeci el calor extra que eso le proporcionaba. Aunque el mar estaba tranquilo y apenas si haba olas, una gruesa capa de nubes y un frente fro se haban aposentado sobre la isla; a lo lejos se vea brillar el sol, pero a su alrededor espesos bancos de niebla blanquecina se cernan por encima de las aguas. Pese a todo, Peter estaba de tan buen humor que el mal tiempo no poda afectarle; prevea pasar un agradable fin de semana con Sara y apenas si pensaba en el destino hacia el que se dirigan, pues no paraba de hablar. Mills, por su parte, se encontraba meditabundo y sombro, y cuando pudieron ver los lmites de la masa de polucin, una sucia mancha amarronada que se extenda centenares de metros por encima del agua, sac su pipa de las profundidades del impermeable y empez a mordisquearla como para contener un apasionado chorro de palabras. Peter tom prestados los binoculares de Mills y examin lo que tena delante. La superficie de aquella masa estaba atravesada por miles de objetos blancos; a esa distancia parecan huesos emergiendo de una delgada capa de tierra. Hilachas de niebla brotaban de la masa principal y el permetro se mova lentamente, como una gorra obscena deslizndose sobre la cpula de una ola. La masa era una tierra de nadie, una mancha horrible, y cuando se acercaron a ella fue hacindose ms y ms fea. La mayor parte de los objetos blancos eran botellas de Clorox, como las que usaban los Pescadores para indicar los contornos de sus redes; haba tambin gran cantidad de fluorescentes y otras clases de plsticos, jirones de tela y pedazos de madera, todo ello atrapado en una gelatina marrn formada por aceite y petrleo en descomposicin. Era un Glgota del mundo inorgnico, una llanura de la ms irreversible enfermedad espiritual, de la entropa triunfante y Peter pens que quiz algn da todo el planeta acabara parecindose a eso. El olor que desprenda, una especie de rancia podredumbre salada, le puso la piel de gallina. Dios dijo Sara cuando empezaron a seguir sus confines; abri la boca para decir algo ms, pero no logr encontrar las palabras adecuadas. Ahora comprendo por qu tenas tantas ganas de beber anoche le dijo Peter a Mills, quien se limit a menear la cabeza y soltar un gruido. Podemos meternos ah dentro? pregunt Sara. Todas esas redes rotas atascaran la hlice. Mills la mir de soslayo. No resulta ya bastante horrible desde aqu? Podemos sacar el motor del agua y entrar remando sugiri Peter. Venga, Mills... Ser como posarse en la luna.

Y lo cierto es que a medida que se adentraban en el agregado, abrindose paso por entre aquella sustancia marrn claro, Peter tuvo la sensacin de que haban cruzado alguna frontera intangible y estaban en un territorio inexplorado. La atmsfera pareca ms pesada, llena de una energa contenida, y el silencio pareca ms profundo; el nico sonido audible era el chapoteo de los remos. Mills le haba dicho a Peter que la mancha tena una forma de espiral debido a las acciones de corrientes opuestas, y aquello intensificaba su sensacin de haber penetrado en lo desconocido; imaginaba que eran personajes de una novela fantstica movindose por un dibujo incrustado en el suelo de un templo abandonado. Los desperdicios chocaban suavemente contra el casco. La sustancia marrn tena la consistencia de una plastilina a medio moldear, y cuando Peter meti la mano en ella unas cuantas partculas esfricas se le pegaron a los dedos. Algunas de las texturas visibles en la superficie posean una belleza horrible y casi orgnica: los plidos zarcillos de una red atrapada en aquel fango, parecidos a gusanos, hicieron que Peter pensara en los excrementos de algn animal enfermo; pedazos de madera con forma de larvas flotaban en un lecho de celofn reluciente; una tapa de plstico azul en la que se vea el rostro bronceado de una chica se haba empotrado en una gran masa de hebras que recordaban a los espagueti. Cuando vean alguna de aquellas rarezas se la iban indicando unos a otros pero, por lo dems, nadie tena muchas ganas de hablar. La desolacin del agregado resultaba opresiva, y ni tan siquiera un rayo de luz que acarici sbitamente el bote, como si un reflector les estuviera siguiendo desde el mundo real, logr hacer un poco menos deprimente aquel espectculo. Entonces, cuando haban penetrado unos doscientos metros en la masa de basuras, Peter vio algo que reluca dentro de un recipiente de plstico opaco. Alarg la mano y lo cogi. Nada ms subirlo a bordo comprendi que ste era el objeto sobre el que haba tenido la premonicin, y sinti el impulso de arrojarlo nuevamente al agua; pero la atraccin que despertaba en l era tan poderosa que en vez de ello abri el recipiente y sac de l un par de peinetas de plata, como las que llevan las espaolas en el cabello. Al tocarlas tuvo la vvida imagen mental de una joven; un rostro plido y tenso que podra haber sido hermoso pero que estaba enflaquecido por el hambre y gastado por la pena. Gabriela. El nombre se filtr en su conciencia igual que una huella grabada en el suelo helado va hacindose visible durante el deshielo al derretirse la nieve. Gabriela Pa..., Pasco..., Pascual. Su dedo fue siguiendo el dibujo de las peinetas y cada giro de ste le hizo sentir un poco ms claramente su personalidad. Tristeza, soledad y, por encima de todo, terror. Haba estado asustada durante mucho, mucho tiempo. Sara pidi que se las dejara ver, cogi las peinetas y su fantasmagrica impresin de cmo era la vida de Gabriela Pascual se esfum igual que una criatura de espuma, dejndole algo desorientado. Son preciosas dijo Sara. Y deben ser realmente antiguas. Parecen hechas en Mxico dijo Mills. Humm. Qu tenemos aqu? Movi su remo, intentando coger algo con l; lo atrajo hacia el bote y Sara tom el objeto que haba atrapado con la madera: un harapo cubierto por una capa de aquella sustancia fangosa, a travs de la cual se vean brillar reflejos amarillos. Es una blusa. Sara le dio vueltas entre sus dedos, arrugando la nariz al tocar la sustancia fangosa; de repente dej de examinarla y mir fijamente a Peter. Oh, Dios! Es de Ellen Borchard. Peter la cogi. Bajo la etiqueta del fabricante se vea otra, ms pequea, con el nombre de Ellen Borchard bordado. Cerr los ojos, esperando sacar de ella alguna impresin, tal y como haba ocurrido con las peinetas de plata. Nada. Su don le haba abandonado. Pero tena la desagradable sensacin de saber exactamente qu le haba ocurrido a la chica. Ser mejor que se lo demos a Hugh Weldon dijo Mills. Quiz... No lleg a completar la frase y sus ojos vagaron por encima del agregado. Al principio Peter no supo qu haba llamado la atencin de Mills; un instante despus se dio cuenta de que estaba empezando a hacer viento. Era un viento de lo ms peculiar. Se mova lentamente alrededor del bote, a unos quince metros de distancia de l, y la ruta que segua

resultaba evidente por la agitacin de los desperdicios sobre los que pasaba; murmuraba y suspiraba, y un par de botellas de Clorox salieron disparadas del agregado y giraron por el aire con un sonido de succin. Cada vez que el viento completaba un circuito del bote pareca haberse hecho un poco ms fuerte. Qu demonios...! El rostro de Mills haba perdido todo su color, y la telaraa de venillas rotas que surcaba sus mejillas resaltaba igual que un brillante tatuaje rojizo. Sara clav las uas en el brazo de Peter y ste se sinti abrumado por la repentina seguridad de que el viento era aquello contra lo cual haba sido advertido. Aterrorizado, apart a Sara de un empujn, fue rpidamente hacia la popa y meti el motor en el agua. Las redes... empez a decir Mills. A la mierda las redes! Largumonos de aqu! El viento estaba gimiendo y toda la superficie del agregado empezaba a moverse espasmdicamente. Agazapado en la popa, Peter volvi a sorprenderse ante lo mucho que se pareca a un cementerio con huesos asomando de la tierra, slo que ahora todos los huesos se estaban agitando, liberndose. Unas cuantas botellas de Clorox se movan perezosamente, saltando por el aire cuando se encontraban con algn obstculo. La imagen le dej paralizado durante un momento, pero cuando Mills puso en marcha el motor volvi casi arrastrndose a su asiento y atrajo a Sara hacia l. Mills hizo girar el bote ponindolo con la proa hacia Madaket. El agregado chasqueaba sordamente contra el casco, y pequeas olas marrones se estrellaron contra el parabrisas, deslizndose lentamente por l. A cada segundo que pasaba el viento se hacia ms fuerte y ms ruidoso, acabando en un aullido que ahog el sonido del motor. Un fluorescente pas girando por los aires junto a ellos igual que el bastn de una majorette; botellas, celofn y salpicaduras de aceite salan disparadas hacia ellos desde todas las direcciones. Sara escondi la cara en el hombro de Peter y ste la abraz con todas sus fuerzas, rezando para que la hlice no se enredara en nada. Mills hizo girar el bote para evitar un trozo de madera que pas velozmente junto a la proa, y un instante despus se encontraron en aguas limpias, fuera del viento aunque todava podan or su rabioso zumbido, deslizndose por encima de una gran ola. Aliviado, Peter acarici el cabello de Sara y dej escapar un largo y tembloroso suspiro; pero cuando mir hacia atrs todo el alivio que haba sentido se esfum. Miles y miles de Clorox, fluorescentes y otros desperdicios estaban girando en el aire por encima del agregado, un mvil enloquecido recortndose contra el cielo grisceo, y all donde terminaba el permetro se vea todo un enrejado de olitas, como si un cuchillo de viento estuviera yendo y viniendo por el agua, no muy seguro de si deba seguirles o regresar a su hogar. Hugh Weldon haba estado investigando los actos de vandalismo cometidos en los condominios y en cuanto recibi la llamada de radio slo le hicieron falta unos pocos minutos para llegar a la casita de Peter. Tom asiento junto a Mills, escuch su historia y, desde el sof donde estaba sentado Peter, que rodeaba a Sara con los brazos, el jefe de polica presentaba una angulosa silueta parecida a la de una mantis; el parloteo de la radio policial que llegaba del exterior pareca parte de su persona, una radiacin que emanara de l. Cuando hubieron terminado de contrselo todo se puso en pie, fue hacia la estufa de lea, levant la tapa y escupi en el interior; la estufa chisporrote y le devolvi una pequea chispa multicolor. Si slo fueran ustedes dos les metera en la crcel y averiguara qu han estado fumando le dijo a Peter y Sara. Pero Mills no tiene la imaginacin necesaria para inventarse esta clase de tonteras y... Bueno, supongo que no tengo ms remedio que creerles. Dej caer la tapa de la estufa con un chasquido metlico y mir a Peter con los ojos entrecerrados. Me ha dicho que escribi algo sobre Ellen Borchard en su libro. Qu era? Peter se inclin hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

Ellen fue a Punta Smith un poco despus del anochecer. Estaba enfadada con sus padres y quera darles un susto, as que se quit la blusa (llevaba ropa de sobra, pues haba planeado escaparse), y se dispona a romperla en pedazos para hacerles creer que la haban asesinado cuando el viento la mat. Bueno, y cmo lo hizo? pregunt Weldon. En el libro el viento era una especie de elemental. Cruel, caprichoso. Jug con ella. La tir al suelo y la hizo rodar de un lado a otro de la playa. De vez en cuando dejaba que se levantase y volva a derribarla. Ellen gritaba y estaba sangrando a causa de las heridas que se haba hecho con las conchas. Finalmente, el viento la levant por los aires y se la llev hacia el mar. Peter baj la vista hacia sus manos; el interior de su cabeza pareca estar recubierto de algo slido y muy pesado, como si su cerebro estuviese hecho de mercurio. Cristo! dijo Weldon. Qu opina usted de eso, Mills? No era ningn viento normal dijo Mills. Eso es todo lo que s. Cristo! repiti Weldon; se frot la nuca y mir fijamente a Peter. Llevo veinte aos en este trabajo y he odo unas cuantas historias bastante raras. Pero esto... Qu dijo que era? Un elemental? Si, pero realmente no estoy seguro de eso. Quiz si pudiera tocar nuevamente esas peinetas me resultara posible descubrir algo ms al respecto. Peter... Sara puso la mano sobre su brazo; tena el ceo fruncido. Por qu no dejamos que Hugh se ocupe del asunto? Weldon pareca divertido. No, Sara. Deja que el seor Ramey vea lo que puede hacer. Solt una risita. Quiz pueda decirme qu tal van a jugar los Medias Rojas este ao. Mientras Mills y yo podemos echarle otro vistazo a ese montn de basura que hay cerca de Punta Smith. El cuello de Mills pareci ocultarse entre sus hombros. No pienso volver ah, Hugh. Y si quieres saber mi opinin, haras bien en no acercarte a ese sitio. Mills, maldita sea... Weldon se golpe la cadera con la palma de la mano. No pienso suplicrtelo, pero puedes estar condenadamente seguro de que me ahorraras unos cuantos problemas. Necesitar una hora para conseguir que los chicos de la Guardia Costera salgan de sus refugios. Espera un momento! Se volvi hacia Peter. Quiz tuvieran alucinaciones. Ese montn de basuras deba emitir toda clase de vapores qumicos perniciosos. Quiz respiraran algo que les sent mal. Oyeron un chirrido de frenos, el golpe de una portezuela al cerrarse y unos segundos despus la harapienta figura de Sally McColl pas ante la ventana y llam a la puerta. En nombre de Dios, qu quiere sa? dijo Weldon. Peter abri la puerta, y Sally le obsequi con una sonrisa en la que faltaban unos cuantos dientes. Buenos das, Peter dijo. Llevaba un impermeable lleno de manchas por encima de su habitual surtido de suteres y vestidos, y como pauelo luca una abigarrada corbata masculina. Tienes dentro a ese viejo presuntuoso que se llama Hugh Weldon? Sally, hoy no tengo tiempo para escuchar tus tonteras grit Weldon. Sally entr en la casita, pasando junto a Peter. Buenos das, Sara. Mills... He odo comentar que una de tus perras acaba de tener una camada dijo Mills.

Aj. Seis pequeos bastardos gruones. Sally se limpi la nariz con el dorso de la mano y le ech una mirada para ver qu haba obtenido. Quieres alguno? Quiz me pase por all para echarles una mirada dijo Mills. Dobermans o pastores alemanes? Dobermans. Van a ser feroces. Bueno, Sally, qu te ronda por la cabeza? pregunt Weldon, colocndose entre los dos. Tengo que confesar algo. Weldon se ri. Qu has hecho ahora? Estoy seguro de que no habr sido robar en una tienda de ropas... Un fruncimiento de ceo hizo an ms profundas las arrugas que surcaban el rostro de Sally. Estpido hijo de puta... dijo con voz tona. Estoy segura de que cuando Dios te cre no tena a mano nada salvo mierda de caballo. Oye, vieja... Tendras que machacarte las pelotas y usarlas de cerebro sigui diciendo Sally. Tendras que... Sally! Peter les apart y cogi a la anciana por los hombros. Al mirarle sus ojos perdieron el brillo vidrioso que haban adquirido. Un instante despus Sally se encogi de hombros, librndose de sus manos, y se dio unas palmaditas en el cabello: un gesto peculiarmente femenino para una persona tan poco atildada como ella. Tendra que habrtelo contado antes le dijo a Weldon, pero estaba harta de que te burlaras de m. Acab decidiendo que poda ser importante y que correra el riesgo de or tus relinchos de pollino, as que voy a contrtelo. Mir por la ventana. S quin le hizo eso a los condominios. Fue el viento. Contempl a Weldon con ojos llenos de odio. Y no estoy loca! Peter sinti como se le aflojaban las rodillas. Estaban rodeados de problemas; era algo que flotaba en el aire igual que en Punta Smith, pero con ms fuerza, como si estuviera empezando a volverse cada vez ms sensible a esa presencia. El viento dijo Weldon, poniendo cara de sorpresa. Eso es dijo Sally con expresin desafiante. Hizo agujeros en esos condenados edificios y se dedic a silbar por ellos igual que si estuviera tocando msica. Le mir fijamente. No me crees? Te cree dijo Peter. Creemos que el viento mat a Ellen Borchard. Eh, no vayas contando eso por ah! No estamos seguros! dijo Weldon desesperadamente, aferrndose a la incredulidad. Sally cruz la habitacin hacia donde estaba Peter. Lo que has dicho sobre la chica de los Borchard es cierto, verdad? Creo que s dijo l. Y esa cosa que la mat se encuentra aqu, en Madaket. Lo notas, no es as? Peter movi la cabeza en un gesto de asentimiento. S. Sally fue hacia la puerta.

Adnde vas? le pregunt Weldon. Sally farfull algo y sali de la casita; Peter la vio ir y venir por delante de la ventana. Est ms loca que un murcilago chalado concluy Weldon. Puede que s dijo Mills. Pero no deberas tratarla de esa forma despus de todo lo que ha hecho. Qu ha hecho? pregunt Peter. Sally sola vivir en Madaket, cerca de las lomas dijo Mills. Y cada vez que un barco encallaba en Dry Shoals o en algn otro arrecife, Sally se diriga hacia el naufragio en ese viejo bote que tiene para pescar langostas. La mayor parte de las veces llegaba antes que la Guardia Costera. En todos esos aos debe haber salvado como a cincuenta o sesenta personas, navegando contra la peor clase de tiempo que puedas imaginarte. Mills! dijo Weldon con repentina decisin. Llvame a ese vertedero de basuras tuyo. Mills se puso en pie y se subi los pantalones. Hugh, es que no has estado escuchndoles? Peter y Sally dicen que esa cosa ronda por aqu. Weldon era la viva imagen de la frustracin. Se chup los dientes y todos sus rasgos se agitaron nerviosamente. Cogi el recipiente que contena las peinetas, mir a Peter y volvi a dejarlo. Quiere que intente sacarles alguna otra cosa? pregunt Peter. Weldon se encogi de hombros. Supongo que eso no nos har ningn dao. Mir por la ventana, como si el asunto hubiera dejado de interesarle. Peter cogi el recipiente y tom asiento junto a Sara. Espera dijo ella. No lo entiendo. Si esa cosa est cerca, no deberamos marcharnos de aqu? Nadie le respondi. El recipiente de plstico estaba fro y cuando Peter le quit la tapa el fro brot de su interior, lanzndose hacia l. El fro era tan intenso que resultaba doloroso, como si hubiese abierto la puerta de una cmara frigorfica. Sally entr en la habitacin y seal hacia el recipiente. Qu es eso? Unas peinetas viejas dijo Peter. Cuando las encontr no sent esto. No era tan fuerte. Qu sinti? pregunt Weldon; cada nuevo misterio pareca ponerle un poco ms nervioso y Peter sospechaba que si los misterios no eran aclarados pronto el jefe de polica empezara a no creer en ellos por una pura razn de conveniencia prctica. Sally se acerc a Peter y examin el recipiente. Dame una dijo, extendiendo su mugrienta mano. Weldon y Mills se pusieron detrs de ella, como dos viejos soldados flanqueando a su enloquecida reina. Peter cogi de mala gana una de las peinetas. Su frialdad fluy por el interior de su brazo y su cabeza, y por un instante se encontr en el centro de un mar agitado por la tormenta, aterrorizado, con las olas saltando sobre la borda de un bote de pesca y el viento cantando a su alrededor. Dej caer la peineta. Le temblaban las manos y su corazn bailoteaba locamente, golpeando las paredes de su caja torcica. Oh, mierda dijo, sin dirigirse a nadie en particular. No estoy muy seguro de que quiera

hacer esto. Sara le cedi a Sally su puesto al lado de Peter y se dedic a morderse nerviosamente las uas mientras que ellos dos manejaban las peinetas, soltndolas cada uno o dos minutos para informarles de lo que haban descubierto. Poda comprender perfectamente la frustracin de Hugh Weldon; verse obligado a quedarse sentado y mirar era horrible. Cada vez que Peter y Sally tocaban las peinetas su respiracin se volva ms rpida y ronca y sus pupilas quedaban tapadas por los prpados, y cuando las soltaban parecan exhaustos, asustados. Gabriela Pascual era de Miami dijo Peter. No puedo precisar cuando sucedi, pero ocurri hace aos..., porque en la imagen que tengo de ella sus ropas parecen algo anticuadas. Quiz hace diez o quince aos. Algo as. De todas formas, haba tenido problemas, algn tipo de jaleo emocional, y su hermano no quera dejarla sola, as que se la llev en un viaje de pesca. Se dedicaba a vender artculos de pesca. Gabriela tena el don dijo Sally. Por eso hay tanto de ella en las peinetas. Por eso, y porque se mat y muri sostenindolas entre los dedos. Y por qu se mat? pregunt Weldon. Miedo dijo Peter. Soledad. Aunque parezca una locura, el viento la tena prisionera. Creo que acab perdiendo la cabeza por estar sola en una embarcacin a la deriva con slo esa criatura, el elemental, como nica compaa. Sola? dijo Weldon. Qu fue de su hermano? Muri. La voz de Sally sonaba temblorosa y frgil. El viento les mat a todos salvo a Gabriela. La deseaba. Y a medida que iban contando la historia rfagas de viento empezaron a hacer temblar la casita, y Sara intent no preocuparse de si eran o no un fenmeno natural. Apart sus ojos de la ventana, desvindolos de los rboles y los matorrales que se sacudan, y se concentr en lo que le estaban diciendo; pero en s mismo todo aquello era tan extrao que no lograba calmarse y daba un salto cada vez que los vidrios de la ventana tintineaban. Gabriela Pascual, dijo Peter, se haba mareado frecuentemente durante el crucero; tena miedo de la tripulacin, y la mayor parte de sta pensaba que Gabriela les haba trado mala suerte, y estaba dominada por la sensacin de que pronto ocurrira un desastre. Y, aadi Sally, esa premonicin acab cumplindose. Un da tranquilo y sin nubes el elemental surgi del cielo y les mat a todos. A todos salvo a Gabriela. Hizo girar por los aires a la tripulacin y a su hermano, estrellndoles contra los mamparos, dejndoles caer sobre la cubierta. Gabriela esperaba morir igual que ellos, pero el viento pareci interesarse por ella. La acarici y jug con su cuerpo, tirndola al suelo y hacindola rodar; y de noche sopl por los pasillos y las ventanas rotas, creando una msica aterradora que Gabriela acab medio comprendiendo a medida que pasaban los das y la embarcacin derivaba hacia el norte. No pensaba en l como si fuera un espritu dijo Peter. Para ella el viento no tena nada de mstico. Le pareca que era una especie de... Un animal le interrumpi Sally. Un animal grande y estpido. Era peligroso, pero no maligno. Al menos, a ella no se lo pareca. Gabriela, sigui contando Peter, jamas haba estado segura de qu pretenda el viento..., quiz le bastara con su mera presencia. La mayor parte del tiempo la dejaba sola. Y entonces, de repente, brotaba de la nada para hacer malabarismos con fragmentos de cristal o para perseguirla de un lado a otro. En una ocasin el barco se acerc bastante a la orilla y cuando Gabriela intent saltar por la borda el viento la golpe y la arroj a la cubierta inferior. Aunque al principio haba controlado la deriva del barco fue perdiendo gradualmente el inters por ello y la embarcacin estuvo a punto de hundirse varias veces. Finalmente, y puesto que no deseaba posponer por ms tiempo lo inevitable, Gabriela se cort las venas y muri agarrando el recipiente que contena

sus posesiones ms preciadas, las peinetas de plata de su abuela, con el viento aullando en sus odos. Peter se apoy en la pared, con los ojos cerrados, y Sally suspir y se dio unas palmaditas en el pecho. Todos guardaron silencio durante un largo instante. Me pregunto por qu anda rondando ese vertedero de basuras... dijo Mills. Quiz no haya ninguna razn dijo Peter con voz cansada. O puede que le atraigan las mareas bajas, o algn estado atmosfrico. No lo entiendo dijo Weldon. Qu diablos es? No puede ser un animal. Por qu no? Peter se puso en pie, se tambale y logr recuperar el equilibrio. De todas formas, qu es el viento? Iones con carga elctrica, masas de aire que se mueven. Quin puede asegurar que alguna forma estable de los iones no se aproxime a la vida? No sera posible que en el corazn de cada tormenta haya uno de ellos, y que siempre hayan sido tornados por espritus, dndoseles un carcter antropomrfico? Como Ariel. Solt una risa desconsolada. Desde luego, no es ningn espritu bondadoso. Los ojos de Sally parecan brillar con una luz antinatural, como joyas acuosas engastadas en su marchito rostro. Son engendrados por el mar dijo con firmeza, como si eso bastara para explicar cualquier fenmeno extrao. El libro de Peter estaba en lo cierto dijo Sara. Es un elemental. Eso es lo que t describas, al menos. Una criatura violenta e inhumana, en parte espritu y en parte animal. Se ri y su risa son un poco demasiado aguda, casi cerca de la histeria. Es difcil de creer. Desde luego! dijo Weldon. Condenadamente difcil! Tengo aqu delante a una vieja loca y a un tipo que no conozco de nada asegurndome que...

5
Escucha! dijo Mills; fue hacia la puerta y la abri. Sara necesit un segundo para percibir el sonido, pero en seguida se dio cuenta de que el viento haba cesado, que en un momento haba pasado de fuertes rfagas a una leve brisa y, a lo lejos, viniendo del mar, o ms cerca, quiz incluso en la avenida Tennessee, oy un rugido. Unos momentos antes Jerry Highsmith haba estado ganndose la vida y, al mismo tiempo, esperando pasar una noche de placeres exticos en los brazos de Ginger McCurdy. Se encontraba de pie ante una de las casas de la avenida Tennessee, una casa en cuyo letrero de madera se lea AHAB-ITAT y a cada lado de la puerta haba colocada una coleccin de viejos arpones y huesos de ballena; su bicicleta se hallaba apoyada en una valla detrs de l y a su alrededor, montando las suyas, vestidos con chndals y camisetas de todos los colores, haba veintisis miembros del Club de Ciclistas Vagabundos Peach State. Diez hombres y diecisis mujeres. Las mujeres estaban todas en bastante buena forma, pero la mayora haba superado ya los treinta aos, lo cual las haca un tanto maduras para los gustos de Jerry. Pero Ginger estaba en su punto. Veintitrs o veinticuatro aos, con una cabellera roja que le llegaba hasta el trasero y un cuerpo que no desmereca de ese pelo. Se haba quitado el chndal y estaba soberbia con su camiseta y unos pantalones tan cortos que cada vez que desmontaba del silln poda ver hasta las Puertas de Madreperla. Y Ginger saba lo que estaba haciendo: cada agitarse de aquellos dos mellizos tena como objetivo la ingle de Jerry. Se haba colocado en primera fila del grupo y estaba escuchando su discurso sobre los das de los balleneros. Oh, s! Ginger estaba lista. Un par de langostas, un poco de vino, un paseo a lo largo del rompeolas y por Dios que Jerry iba a meterle dentro tanta Experiencia de Nantucket que cuando se abriera de piernas parecera una montaa nevada. Pensaba volverla loca!

Bueno, tos... empez a decir. Todos se rieron; les gustaba que imitara su forma de hablar. Jerry sonri humildemente, como si no se hubiera dado cuenta de lo que haca. Debe ser contagioso dijo. Bueno, supongo que nadie ha tenido ocasin de visitar el Museo de la Ballena, verdad? Un coro de negativas. Bueno, pues entonces voy a daros un pequeo curso sobre arpones. Seal hacia la pared del AHAB-ITAT. Ese de arriba, el que tiene un solo garfio saliendo del lado, es el tipo que se usaba con mayor frecuencia en la era de los balleneros. El mango est hecho de fresno. Era la mejor madera y la que preferan. Aguanta bien la intemperie y clav los ojos en Ginger, no se dobla bajo la presin. Ginger intent contener una sonrisa. Bueno, ese de ah sigui diciendo, sin perderla de vista, el que tiene la punta como una flecha y ningn otro saliente, era el utilizado por algunos balleneros que consideraban permita una penetracin superior. Y el que tiene dos salientes? pregunt alguien. Jerry examin el grupo de cabezas y vio que quien haba preguntado era la segunda opcin de su lista. Selena Persons. Una morenita de treinta y pocos aos, con poco pecho pero con unas piernas realmente increbles. Pese al hecho de que Jerry andaba claramente detrs de Ginger, Selena no haba perdido el inters en l. Quin sabe? Quiz fuera posible hacer una sesin doble. Ese se utiliz al final de la era de los balleneros dijo. Pero normalmente los arpones dobles no se consideraban tan efectivos como los de una sola punta. La verdad es que no s exactamente por qu... Quiz fuera slo pura tozudez por parte de los balleneros. Resistencia al cambio. Saban que la vieja punta solitaria era capaz de satisfacer sus necesidades. Selena Persons busc sus ojos con una leve sonrisa en los labios. Naturalmente sigui diciendo Jerry, dirigindose a todos los Ciclistas Vagabundos, ahora la punta lleva una carga que estalla dentro de la ballena. Le gui el ojo a Ginger y, sotto voce, aadi: Debe ser demasiado. Ginger se tap la boca con la mano. Bien, amigos! Jerry cogi su bicicleta. Montemos y partiremos hacia la siguiente atraccin del programa. Los Ciclistas Vagabundos empezaron a montar en sus bicicletas, mientras rean y hablaban, pero en ese mismo instante una poderosa rfaga de viento barrio la avenida Tennessee, provocando chillidos y llevndose sombreros. Varios de los que ya haban montado perdieron el equilibrio y se cayeron, y unos cuantos ms estuvieron a punto de hacerlo. Ginger se tambale hacia adelante y se agarr a Jerry, dndole un buen masaje pecho-a-pecho. Buena mano dijo, contonendose un poquito mientras se apartaba de l. Ha sido un placer replic l. Ginger sonri, pero la sonrisa se desvaneci para ser sustituida por una expresin de perplejidad. Qu es eso? Jerry se dio la vuelta. Una columna de hojas que giraban velozmente acababa de formarse a unos veinte metros de ellos, sobre el asfalto; era delgada y apenas si tendra uno o dos metros de alto y aunque nunca haba visto nada similar no le pareci ms alarmante que aquella extraa rfaga de viento. Pero en apenas unos segundos la columna creci hasta llegar a los cinco metros de altura; ahora estaba aspirando ramitas, tallos y grava y hacia un ruido semejante al de un tornado en miniatura. Alguien grit. Ginger se aferr a l, realmente asustada. En el aire

haba un olor spero y penetrante, y Jerry sinti aumentar la presin en sus odos. No poda estar seguro porque la columna giraba muy rpidamente, pero le pareci que estaba asumiendo una silueta toscamente humana, una figura verde oscuro hecha de piedras y fragmentos de vegetacin. Tena la boca seca y contuvo el impulso de apartar bruscamente a Ginger y echar a correr. Vamos! grit. Un par de los Ciclistas Vagabundos lograron montar en sus bicicletas, pero el viento se haba hecho ms fuerte y les hizo caer al suelo con un rugido. Los dems se pegaron unos a otros, con las cabelleras revueltas, y contemplaron aquella especie de gran figura drudica que estaba cobrando forma y se balanceaba sobre ellos, tan alta como las copas de los rboles. Las tejas salan despedidas de las casas, alzndose hacia el cielo y eran absorbidas por la figura; y cuando Jerry intent gritar, dominando el viento y dicindoles a los Ciclistas Vagabundos que se tumbaran en el suelo, vio cmo los huesos de ballena y los arpones eran arrancados de la pared del AHAB-ITAT. Las ventanas de la casa estallaron hacia el exterior. Un hombre se sujet el pliegue sanguinolento en que se haba convertido su mejilla, hendida por una astilla de cristal; una mujer se agarr la parte posterior de la rodilla y cay al suelo. Jerry grit un ultimo aviso y tir de Ginger, arrastrndola con l hacia la cuneta. Ginger luch y se debati, presa del pnico, pero Jerry la oblig a bajar la cabeza y la mantuvo bien sujeta. La figura se haba vuelto mucho ms alta que los rboles y, aunque segua oscilando, sus contornos parecan haberse estabilizado. Ahora tena un rostro: una muerta sonrisa de maderas grisceas y dos masas circulares de piedra por ojos; una mirada terriblemente vaca que pareca ser la responsable de que la presin atmosfrica siguiera creciendo. El corazn de Jerry empez a retumbar en sus tmpanos, y tuvo la sensacin de que su sangre se haba vuelto pur. La figura sigui hinchndose y creciendo; el rugido estaba convirtindose en un zumbido oscilatorio que hacia temblar el suelo. Piedras y hojas estaban empezando a salir despedidas de la figura. Jerry saba lo que iba a suceder, lo saba y no pudo apartar la vista. Vio como uno de los arpones volaba por el aire entre un revoloteo de hojas, empalando a una mujer que intentaba levantarse. La fuerza del impacto hizo que la mujer desapareciera del campo visual de Jerry. Y un instante despus la gran figura hizo explosin. Jerry apret los prpados tan fuerte como pudo. Ramas y pelotas de tierra y grava golpearon su cuerpo. Ginger dio un salto convulsivo y se derrumb sobre l, arandole la cadera. Jerry esper a que ocurriese algo todava peor, pero no pas nada. Ests bien? le pregunt, cogiendo a Ginger por los hombros. No lo estaba. De su frente sobresalan cuatro centmetros de hueso de ballena. Jerry solt un grito de repugnancia y logr apartarla, ponindose a cuatro patas. Un gemido. Uno de los hombres se arrastraba hacia l, su rostro convertido en una mascara de sangre, un agujero irregular all donde haba estado su ojo derecho; su ojo sano pareca tan vidrioso e inexpresivo como el de una mueca. Horrorizado, y sin saber qu hacer, Jerry se puso en pie y retrocedi. Vio que todos los arpones haban encontrado blancos. La mayor parte de los Ciclistas Vagabundos yacan inmviles, su sangre manchando el asfalto; los dems estaban incorporndose, aturdidos y sangrando. El taln de Jerry choc con algo y gir en redondo. El letrero del AHAB-ITAT haba atravesado a Selena Persons como si fuera una vampira, clavndola al suelo; la madera haba sido hundida a tal profundidad que slo la letra A era visible por encima de los jirones de su chndal, como si Selena fuera una prueba a presentar en un juzgado. Jerry empez a temblar y las lgrimas brotaron de sus ojos. Una brisa le agit el cabello. Alguien gimi, hacindole salir de su estupor. Debera estar llamando al hospital, a la polica. Pero dnde haba un telfono? La mayor parte de las casas estaban vacas, esperando a sus inquilinos veraniegos, y los telfonos no funcionaran. Pero alguien tena que haber visto lo ocurrido. Tendra que hacer cuanto estuviera en su mano hasta que llegase ayuda. Intent

calmarse y fue hacia el hombre que haba perdido un ojo; pero antes de que hubiese podido dar ms de unos pocos pasos una feroz rfaga de viento le golpe por la espalda, hacindole caer de bruces al suelo. Esta vez el rugido le rodeaba por todas partes y la presin era tan intensa que tuvo la misma sensacin que si una aguja al rojo blanco le hubiera atravesado de oreja a oreja. Cerr los ojos y se llev las manos a los odos, intentando amortiguar el dolor. Y entonces se sinti alzado por los aires. Al principio no poda creerlo. Ni tan siquiera cuando abri los ojos y vio que era llevado en volandas, movindose en un lento girar: no tena sentido. No poda or nada, y el silencio aument todava ms su sensacin de que todo aquello no era real; y, para colmo, un instante despus vio pasar junto a l una bicicleta sin ciclista. El aire estaba lleno de ramas, hojas y guijarros, una cortina a medio deshilachar que colgaba entre l y el mundo, y Jerry se imagin subiendo por la garganta de aquella espantosa silueta oscura. Ginger McCurdy estaba volando a unos seis metros de l, su roja cabellera movindose lentamente, sus brazos flotando como en una lnguida danza. Giraba ms de prisa que l, y un instante despus se dio cuenta de que su velocidad de rotacin tambin estaba aumentando. Comprendi lo que iba a suceder: subas y subas, yendo cada vez ms y ms de prisa, hasta que salas disparado de all, lanzado hacia el pueblo. Su mente se rebel ante la perspectiva de la muerte e intent moverse en contra del viento, agitando las manos y los pies, enloquecido por el miedo. Pero a medida que se vea impulsado ms arriba, girando sin parar, la respiracin y el pensamiento se fueron volviendo cada vez ms difciles, y el mareo se hizo demasiado fuerte como para que pudiera seguir preocupndose por aquello. Otra mujer pas junto a l, a unos dos o tres metros de distancia. Tena la boca abierta, el rostro contorsionado; la sangre goteaba de su cuero cabelludo. Agit las manos hacia l, y Jerry intent alargar el brazo hasta tocarla, sin saber por qu se molestaba en hacerlo. Les falt una fraccin de centmetro para conseguirlo. Los pensamientos llegaban muy despacio, uno a uno. Quiz cayera en el agua. SOBREVIVE MILAGROSAMENTE A UN EXTRAO TORNADO. Quiz volase a travs de la isla y acabara posndose suavemente en la copa de un rbol de Nantucket. Una pierna rota, uno o dos cardenales. Beberan a su salud en el Caf Atlntico. Quiz Connie Keating acabara dejndose convencer, reconociendo finalmente el milagroso potencial oculto en Jerry Highsmith. Quiz. Ahora estaba cayendo, sus miembros agitndose locamente, y dej de pensar en nada. Fugaces destellos de las casas que tena debajo, de los otros bailarines del viento, movindose con espasmdico abandono. De repente se vio impulsado hacia atrs por una violenta corriente de aire, y sinti un agudo dolor en lo ms hondo de su cuerpo, un chirriar y luego una dislocacin en algn rgano vital que le liber del dolor. Oh, Cristo! Oh, Dios! Relmpagos cegadores explotaron detrs de sus ojos. Algo azul brillante pas revoloteando junto a l, y Jerry Highsmith muri.

6
La columna de ramas y hojas que naca de la avenida Tennesse acab desvanecindose y, en cuanto el rugir del viento se hubo extinguido, Hugh Weldon fue corriendo hacia su coche de patrulla con Peter y Sara pisndole los talones. Frunci el ceo cuando les vio meterse en l, pero no protest y Peter pens que probablemente eso era una seal de que haba dejado de intentar hallarle una explicacin racional a los acontecimientos, que haba aceptado el viento como una fuerza a la que no podan aplicarse los procedimientos normales. Conect la sirena, y partieron a toda velocidad. Pero Weldon pis violentamente el freno cuando apenas si estaban a cincuenta metros de la casita. En el rbol que haba junto al camino colgaba una mujer con un viejo arpn atravesndole el pecho. Bastaba verla para darse cuenta de que estaba muerta. La mayor parte de sus huesos estaban obviamente rotos y su cuerpo estaba pintado de sangre desde la cabeza a los pies, hacindola parecer una horrible mueca africana colocada all como un aviso para los intrusos. Welson puso la radio. Un cadver en Madaket dijo. Mandad una ambulancia.

Quiz necesite ms de una dijo Sara; y seal hacia tres manchas de color situadas carretera adelante. Sara estaba muy plida y apretaba la mano de Peter con tanta fuerza que dej huellas blancas sobre su piel. Durante los siguientes veinticinco minutos encontraron dieciocho cuerpos: hechos pedazos, mutilados, varios de ellos atravesados por arpones o fragmentos de hueso. Peter jamas habra credo que la forma humana pudiese ser reducida a manifestaciones tan grotescas, y aunque estaba horrorizado y senta nauseas, lo que vea acab produciendo en l una creciente insensibilidad. Su cerebro se llen de ideas extraas, y la ms insistente de ellas era que esa violencia haba sido llevada a cabo parcialmente en beneficio suyo. Era una idea horrible y repugnante, e intent hacer caso omiso de ella; pero pasados unos minutos empez a examinarla relacionndola con otras ideas que se le haban ocurrido ltimamente, ideas que parecan haber surgido de la nada. El manuscrito de Cmo habl el viento en Madaket, por ejemplo. Por improbable que pareciese, resultaba difcil escapar a la conclusin de que el viento haba estado transmitiendo todo aquello a su cerebro. No quera creerlo y sin embargo ah estaba, tan creble como cualquier otra cosa de las que haban sucedido. Y, admitiendo eso, acaso su idea ms reciente resultaba menos creble? Estaba empezando a comprender la progresin de los acontecimientos, a entenderla con la misma y repentina claridad que le haba ayudado a solucionar los problemas de su libro, y su mayor deseo era que le hubiese sido posible obedecer a la premonicin y no haber tocado las peinetas. Hasta entonces el ser elemental no haba estado demasiado seguro de l; haba husmeado a su alrededor como si correspondiera exactamente a la descripcin que Sally haba hecho de l, como si fuera un animal grande y estpido que perciba en Peter la presencia de algo familiar, pero era incapaz de recordar en qu consista. Y cuando encontr las peinetas, cuando abri el recipiente, entonces debi cerrarse alguna clase de circuito, un arco de energa salt uniendo su poder y el de Gabriela Pascual, y el ser elemental haba establecido una conexin entre ellos. Record lo excitado que pareca estar, mientras iba y vena por los confines del agregado. Weldon volvi a poner la radio cuando entraron en la avenida Tennessee, donde un pequeo grupo de gentes del pueblo estaban cubriendo cadveres con mantas, y el ruido interrumpi la cadena de razonamientos de Peter. Dnde diablos estn las ambulancias? gru. Las mandamos hace media hora se le contest. Ya tendran que estar ah. Weldon se volvi hacia Peter y Sara con el ceo fruncido. Prueba a hablarles por radio le dijo al agente. Y unos cuantos minutos despus les lleg el informe de que ninguna radio de las ambulancias responda. Weldon le dijo a su gente que no hiciera nada, que l mismo se encargara de averiguar lo que haba sucedido. Cuando dejaron la avenida Tennessee para entrar en la carretera de Nantucket el sol se abri paso por entre las nubes e inund el paisaje con una dbil claridad amarillenta, calentando el interior del coche. La luz pareci revelar las debilidades de Peter, hacindole comprender lo tenso que estaba, hasta qu punto le dolan los msculos por los venenos de la adrenalina y la fatiga. Sara se apoy en l, con los ojos cerrados, y la presin de su cuerpo tuvo como efecto animarle un poco y proporcionarle una inyeccin de vitalidad. Weldon mantuvo el coche a unos cincuenta kilmetros por hora, mirando hacia derecha e izquierda, pero no haba nada que se saliese de lo habitual. Calles desiertas, casas con ventanas cerradas que les conferan un aire de abandono. Muchos de los edificios de Madaket estaban vacos, y quienes ocupaban la gran parte de los restantes se encontraban en el trabajo o de compras. Vieron las ambulancias a unos tres kilmetros de la ciudad, tras coronar una pequea loma situada justo ms all del vertedero. Weldon detuvo el coche junto a la cuneta, dej el motor en punto muerto, y contempl el espectculo. En la carretera, a cien metros de distancia, haba cuatro ambulancias que formaban una autntica barricada. Una de ellas haba volcado y reposaba sobre el techo como un insecto muerto de color blanco; otra se haba estrellado contra

un poste de alta tensin y estaba cubierta de cables elctricos cuyas puntas asomaban por la ventanilla del conductor, crujiendo, agitndose y emitiendo chispazos. Las otras dos haban chocado la una con la otra y estaban ardiendo; lenguas de llamas transparentes deformaban el aire por encima de sus ennegrecidas armazones. Pero el estado de las ambulancias no era la razn de que Weldon se hubiese detenido tan lejos de ellas, el motivo de que estuviera inmvil, tan callado y con aquella desesperacin en el rostro. A la derecha de la carretera haba un campo repleto de maleza, un campo que pareca una pintura de Andrew Wyeth, reluciendo bajo el plido sol con un resplandor amarillo, delimitado por unos cuantos robles achaparrados y extendindose hasta una colina que dominaba el mar, donde tres casas grises se recortaban contra un cielo azul plido. Aunque all donde estaba parado el coche patrulla slo soplaba una leve brisa ocasional, el campo revelaba el continuo ir y venir de unos fuertes vendavales; la hierba ondulaba, agitndose, doblndose y bailoteando en varias direcciones distintas, como si miles de pequeos animales estuvieran correteando por entre sus tallos, y esa agitacin era tan constante, tan furiosa, que daba la impresin de que las sombras de las nubes que se movan por el cielo estaban inmviles y era la tierra lo que flua. El viento silbaba con un sonido melanclico. Peter estaba como en trance. La escena posea un extrao poder que le oprima con su peso, y descubri que le costaba respirar. Vmonos dijo Sara con voz temblorosa. Vmonos... Sus ojos contemplaron algo que estaba ms all de Peter, y sus rasgos se iluminaron con una temerosa comprensin. El viento haba empezado a rugir. Un retazo de hierba qued bruscamente aplastado a menos de diez metros de ellos, y un hombre que vesta el traje blanco de un enfermero subi lentamente por el aire, girando despacio sobre s mismo. Como si estuviera hecho de paja, su cabeza colgaba en un ngulo ridculo, y la parte delantera de su uniforme estaba manchada de sangre. El coche se estremeci, azotado por la turbulencia. Sara chill y se agarr a Peter. Weldon intent poner la marcha atrs, no lo consigui y el motor se cal. Hizo girar la llave del encendido. El motor tosi espasmdicamente y se qued en silencio. El enfermero sigui subiendo y adopt una posicin vertical. Empez a girar cada vez ms de prisa, su silueta volvindose borrosa como la de un patinador sobre hielo preparndose para un gran final de nmero y, al mismo tiempo, se fue acercando al coche. Sara gritaba y Peter dese tambin gritar, poder hacer algo para aliviar la tensin de su pecho. El motor se puso en marcha. Pero antes de que Weldon pudiera poner el coche en movimiento el viento se calm bruscamente y el enfermero cay sobre la capota. Gotas de sangre rociaron el parabrisas. El cuerpo del enfermero qued inmvil por un instante, sus miembros extendidos, sus muertos ojos contemplndoles. Despus, con la obscena lentitud de un caracol retirando su pie, resbal hacia la carretera, y dej una mancha roja a travs de la blancura del metal. Weldon apoy la cabeza en el volante, tragando hondas bocanadas de aire. Peter acun a Sara en sus brazos. Un segundo despus Weldon se irgui, cogi el micrfono de la radio y accion el interruptor de transmisin. Jack dijo. Aqu Hugh, me recibes? Alto y claro, jefe. Tenemos un problema en Madaket. Weldon trag saliva con un esfuerzo y movi levemente la cabeza. Quiero que bloqueis la carretera a unos ocho kilmetros del pueblo. No ms cerca. Y no dejis pasar a nadie, entendido? Jefe, qu est pasando ah? Alice Cuddy llam hace poco y dijo algo sobre un viento muy raro, pero la conexin se cort y no he conseguido volver a hablar con ella. S, tenemos algo de viento. Weldon intercambi una breve mirada con Peter. Pero el problema principal es una fuga de sustancias qumicas. Por el momento la cosa est controlada, pero tenis que mantener a todo el mundo lejos de aqu. Madaket se encuentra en cuarentena. Necesita ayuda?

Necesito que hagis lo que os he dicho! Coge el altavoz y avisa a todos los que vivan entre el bloqueo y Madaket. Diles que se dirijan hacia Nantucket tan de prisa como puedan. Y dilo tambin por la radio. Y la gente que salga de Madaket? Les dejo pasar? No habr nadie que venga de esa direccin dijo Weldon. Silencio. Jefe, se encuentra bien? S, demonios! Weldon cort la conexin. Por qu no se lo ha contado? le pregunt Peter. No quiero que piensen que me he vuelto loco y echen a correr para ver lo que hago dijo Weldon. El que ellos tambin muriesen no servira de nada. Puso la marcha atrs. Voy a decirle a todo el mundo que se meta en sus stanos y espere hasta que este maldito asunto haya terminado. Quiz se nos ocurra alguna solucin. Pero antes os llevar a casa para que Sara descanse un poco. Me encuentro bien dijo ella, levantando la cabeza del pecho de Peter. Te sentirs mejor despus de un descanso dijo l, hacindole bajar nuevamente la cabeza: era un acto de ternura, pero tampoco quera que viese el campo. La sombra de las nubes cubra el campo de pequeas manchas y brillaba con una plida claridad; iluminado por una luz que deba tener algo distinto a la que caa sobre el coche patrulla; pareca encontrarse a una extraa distancia de la carretera, como si fuera mirador a un cosmos alternativo donde las cosas eran familiares pero no del todo iguales. La hierba oscilaba ms furiosamente que nunca, y de vez en cuando una columna de tallos amarillentos sala volando por el aire, girando rpidamente para dispersarse, como si un nio enorme estuviera corriendo a travs del campo, arrancando puados de hierba para celebrar su exuberancia. No tengo sueo protest Sara; todava no haba recuperado el color normal y uno de sus prpados estaba afectado por un tic nervioso. Peter tom asiento junto a ella, encima de la cama. No puedes hacer nada, as que, por qu no descansas? Y t, qu vas a hacer? Haba pensado probar suerte otra vez con las peinetas. Aquella idea la inquiet. Peter intent explicarle por qu deba hacerlo, pero en vez de ello se inclin y la bes en la frente. Te quiero dijo. Las palabras salieron de sus labios con tal facilidad que se qued asombrado. Haba pasado mucho tiempo desde que se las dijera a alguien que no fuera un simple recuerdo. No hace falta que me digas eso slo porque las cosas tienen mal aspecto exclam ella, frunciendo el ceo. Quiz sa sea la razn de que te lo est diciendo ahora replic l. Pero no creo que sea una mentira. Sara dej escapar una risa no muy alegre. No pareces estar muy seguro de eso. Peter pens durante unos segundos antes de contestar.

Estuve enamorado de una mujer dijo, y esa relacin cambi mi concepto del amor. Supongo que estaba convencido de que siempre deba ser igual. Una explosin atmica. Pero ahora empiezo a comprender que puede ser diferente, que puedes ir llegando despacio al ruido y a la furia. Me alegra orlo dijo Sara y, despus de un breve silencio, aadi: Pero sigues enamorado de ella, verdad? Sigo pensando en ella, pero... Mene la cabeza. Estoy intentando dejarlo atrs y quiz est consiguindolo. Esta maana so con ella. Sara enarc una ceja. Oh, s? No fue un sueo muy agradable dijo l. Me estaba contando cmo haba logrado olvidar lo que senta hacia mi. Cuanto queda es un pequeo punto duro en mi pecho, dijo. Y me cont que algunas veces ese punto se mova, que se agitaba, y me lo ense. Pude ver aquella maldita cosa saltando bajo su blusa, y cuando lo toque ella quera que lo tocase, era increblemente duro. Como si tuviera un guijarro debajo de la piel. Un corazn de piedra. Eso era cuanto quedaba de nuestra relacin. Slo aquel fragmento de dureza. Me sent tan irritado que de un empujn la tir al suelo. Entonces me despert. Se rasc la barba, algo incmodo por lo que acababa de confesar. Es la primera vez que he pensado en ella de una forma violenta. Sara le contempl con el rostro inexpresivo. No s si eso significa algo dijo l con dificultad. Pero me pareci que s. Sara sigui en silencio. Su mirada le hizo sentir culpable por haber tenido aquel sueo y lament haberle hablado de l. No sueo mucho con ella dijo. No importa dijo ella. Bien... Se puso en pie. Intenta dormir un poco, de acuerdo? Sara busc su mano. Peter... Si? Te quiero. Pero ya lo sabas, verdad? Le doli ver con cunta vacilacin lo haba dicho, porque saba que el nico culpable de aquella inseguridad era l mismo. Se inclin sobre ella y volvi a besarla. Duerme le dijo. Ya hablaremos de eso ms tarde. Cerr la puerta a su espalda sin hacer ruido. Mills estaba sentado a la mesa, contemplando a Sconset Sally, que iba y vena ante la casita, moviendo los labios y agitando los brazos como si discutiera con un compaero de juegos invisible. La pobre vieja ha perdido mucho en los ltimos aos dijo Mills. Antes tena una mente condenadamente aguda, pero ahora acta como si estuviera loca. No puedo culparla dijo Peter, tomando asiento delante de Mills. La verdad es que yo tambin tengo la impresin de haber enloquecido bastante. Ya. Mills meti tabaco en la cazoleta de su pipa. Bueno, tiene alguna idea de qu es esa cosa.7 Quiz sea el Diablo. Peter se apoy en la pared. Realmente no lo s, aunque estoy empezando a pensar que Gabriela Pascual tena razn cuando pensaba que era un animal.

Mills mordi su pipa y hurg en su bolsillo en busca de un encendedor. Cmo es eso? Ya le he dicho que realmente no estoy muy seguro, pero desde que encontr las peinetas me he ido haciendo cada vez ms sensible a su presencia. Al menos, eso parece. Como si la conexin que hay entre nosotros se estuviera haciendo ms fuerte... Peter vio que bajo su azucarero haba una carterita de cerillas y la hizo resbalar sobre la mesa en direccin a Mills. Estoy empezando a comprenderle un poco. Cuando estbamos en la carretera, hace un rato, tuve la sensacin de que actuaba como un animal. Marcando su territorio. Protegindolo de los invasores. Fjese en quines han sido atacados. Ambulancias, gente que iba en bicicleta. Personas que estaban entrando en su territorio. Nos atac cuando visitamos el agregado. Pero no nos mat dijo Mills. La respuesta lgica a lo que haba dicho Mills se abri paso por entre los pensamientos de Peter, pero no quera admitirla y la hizo a un lado. Quiz me equivoque dijo. Bueno, si es un animal entonces puede tragarse un anzuelo. Lo nico que debemos hacer es descubrir dnde est su boca. Mills solt una carcajada que son como un gruido, encendi su pipa y exhal una nube de humo azulado. Despus de llevar un par de semanas en el agua puedes sentir cundo hay algo extrao cerca..., incluso si no puedes verlo. No poseo poderes psquicos, pero tengo la impresin de que estuve cerca de esa cosa en una o dos ocasiones. Peter alz los ojos hacia l. Aunque Mills era una tpica criatura de bar, un viejo borrachn con una gran provisin de historias exticas que contar, de vez en cundo Peter perciba en l el mismo tipo de gravedad especfica que acaban poseyendo quines han pasado mucho tiempo en soledad. No parece tenerle miedo dijo. Oh, no? Mills se ri. Claro que tengo miedo. Lo nico que ocurre es que ya soy demasiado viejo para echar a correr en crculos gritando a pleno pulmn. La puerta se abri de golpe y Sally entr en la habitacin. Qu calor hace aqu dentro dijo; fue hacia la estufa y puso un dedo sobre ella. Humm! Debe ser toda esta mierda que llevo encima. Se dej caer junto a Mills, removindose hasta encontrar una posicin cmoda, y contempl a Peter con los ojos entrecerrados. Ese maldito viento no piensa contentarse conmigo dijo. Es a ti a quien quiere. Peter se sobresalt. De qu est hablando? Sally frunci los labios como si acabara de notar un sabor amargo. Si no estuvieras aqu se conformara conmigo, pero eres demasiado fuerte. No se me ocurre ninguna manera de engaarle. Deja en paz al chico dijo Mills. No puedo. Sally le mir fijamente. Tiene que hacerlo. Sabe de qu est hablando? le pregunt Mills a Peter. S, diablos! Lo sabe! Y si no lo sabe, cuanto debe hacer es hablar con el viento. Ya me entiendes, chico. Es a ti a quien quiere. Un fluido helado empez a deslizarse por la columna vertebral de Peter. Como a Gabriela dijo. Se refiere a eso? Adelante dijo Sally. Habla con l. Seal con un dedo huesudo hacia la puerta. Lo

nico que debes hacer es salir ah fuera y el viento vendr a ti. Detrs de la casita, separado de ella por dos pinos japoneses y el cobertizo de las herramientas, haba un campo que el inquilino anterior utilizaba como jardn. Peter no lo haba cuidado y ahora todo el lugar estaba repleto de malas hierbas y basura: latas de gasolina, clavos oxidados, un camioncito de plstico, una pelota a medio pudrir, trozos de cartn, todo eso y bastantes cosas ms descansando sobre un colchn de vegetacin reseca. Le record el agregado y por esa razn le pareci que era un sitio adecuado para entrar en comunin con el viento..., si es que tal comunin no era el producto de la imaginacin de Sconset Sally. Eso era lo que Peter esperaba, al menos. El atardecer se iba volviendo oscuro, y hacia ms fro. Los ltimos rayos plateados de la luz invernal delineaban las nubes grises y negras que flotaban sobre su cabeza, y el viento llegaba del mar, una brisa firme y constante. No pudo detectar presencia alguna en ella, y estaba empezando a sentirse como una idiota, pensando ya en volver adentro, cuando una rfaga de aire saturado de un olor amargo le roz la cara. Se envar. Volvi a sentirla: estaba actuando con independencia de la brisa marina, posando dedos delicados sobre sus labios, sus ojos, tocndole igual que hara un ciego si intentase averiguar cul era tu forma en lo ms hondo de su cerebro. Le revolvi el cabello y levant los pequeos faldones que cubran los bolsillos de su chaqueta del ejrcito, igual que un ratn amaestrado cuando busca queso; juguete con los cordones de sus zapatos y le acarici por entre las piernas, hacindole tensar la ingle y difundiendo una fra marea por todo el cuerpo. No logr entender del todo cmo le hablaba el viento, pero tuvo una imagen del proceso como algo similar a la forma en que un gato se frota contra tu mano y transmite una carga de electricidad esttica. La carga era real, un leve y crujiente aguijonazo. Y, de alguna forma, fue traducida a un conocimiento, indudablemente por medio de su don. El conocimiento era algo personificado, y Peter fue consciente de que cuanto saba por l era una transcripcin humana de impulsos inhumanos; pero, al mismo tiempo, estaba seguro de que era una transcripcin bastante precisa. Lo primero y ms importante era la soledad. El viento era el nico de su especie o, si haba otros, jamas los haba conocido. Peter no sinti ninguna simpata ante su soledad, porque la criatura tampoco senta simpata alguna hacia l. No le deseaba como amigo o compaero, sino como un mero testigo de su poder. Disfrutara pavonendose ante l, haciendo exhibiciones, frotndose contra su sensibilidad hacia l y obteniendo de eso algn insondable placer. Era muy poderoso. Aunque su contacto era suave y ligero, su vitalidad resultaba innegable y, cuando estaba encima del agua, era an ms fuerte. La tierra lo debilitaba y anhelaba volver al ocano, llevando consigo a Peter. Deslizndose juntos por los salvajes caones de las olas hacia un caos de oscuridad retumbante y espuma salada, viajando a travs del ms profundo de todos los desiertos, el cielo por encima del mar, y poniendo a prueba su poder en contra de los poderes de las tormentas, ms dbiles que l, atrapando a los peces voladores y haciendo malabarismos con ellos como si fueran cuchillos de plata, recogiendo masas de tesoros flotantes y jugando durante semanas con los cuerpos de los ahogados. Siempre jugando. O quiz jugar no era la palabra adecuada. Siempre empleada para expresar la caprichosa violencia que era su cualidad esencial. Gabriela Pascual quiz no hubiera acertado del todo al llamarle animal, pero con qu otro nombre se le poda llamar? Era algo que vena de la naturaleza, no de algn otro mundo. Era el yo desprovisto del pensamiento, el poder carente de toda moral, y senta hacia Peter lo mismo que un hombre puede sentir hacia un ingenioso juguete que es propiedad suya; algo que sera apreciado durante un tiempo y que despus sera olvidado, y abandonado. Y finalmente, tirado a la basura. Sara despert al anochecer de un sueo en el que se ahogaba. Se irgui bruscamente en el lecho, cubierta de sudor, el pecho subiendo y bajando con rapidez. Pasado un momento logr calmarse y puso los pies en el suelo; despus se qued inmvil, los ojos clavados en el vaco. La penumbra del cuarto hacia que el oscuro granulado de los tablones pareciese un complicado dibujo con rostros de animales emergiendo de la pared; por la ventana poda ver temblar los arbustos y masas de nubes que corran velozmente. Sintindose todava algo adormilada, sali del dormitorio con intencin de lavarse la cara; pero la puerta del cuarto de bao estaba cerrada

y Sconset Sally le grit algo desde el interior. Mills roncaba en el sof, y Hugh Weldon estaba sentado a la mesa, sorbiendo una taza de caf; un cigarrillo humeaba en el plato y eso le sorprendi: haba conocido a Hugh toda su vida y jamas le haba visto fumar. Dnde est Peter? pregunt. Fuera dijo l con expresin preocupada. Y si quieres saber mi opinin, me parece una estupidez. El qu? Weldon lanz una mezcla de carcajada y bufido. Sally dice que est hablando con el maldito viento. Sara not que el corazn se le encoga. Qu quieres decir? Que me cuelguen si lo s dijo Weldon. Ms tonteras de Sally, eso es todo. Pero cuando sus miradas se encontraron Sara pudo percibir su miedo y su falta de esperanzas. Corri hacia la puerta. Weldon la cogi por el brazo, pero Sara se solt y se dirigi hacia los pinos japoneses que haba detrs de la casita. Apart las ramas de un manotazo y se detuvo de golpe, muy asustada. El agitarse y oscilar de la hierba revelaba el lento movimiento circular del viento, como si el vientre de una gran bestia se arrastrara por encima de ella, y en el centro del campo estaba Peter, inmvil. Tena los ojos cerrados, la boca abierta, y mechones de pelo revoloteaban por encima de su cabeza igual que la cabellera de un ahogado. La imagen fue como una pualada en lo ms hondo y, olvidando su miedo, corri hacia l mientras gritaba su nombre. Haba cubierto la mitad de la distancia que les separaba cuando una rfaga de viento la tir al suelo. Intent ponerse en pie, confusa y desorientada, pero el viento volvi a derribarla, oprimindola contra la tierra hmeda. Y, como haba sucedido en el agregado, ahora la basura estaba empezando a brotar de entre los hierbajos. Pedazos de plstico, clavos oxidados, un peridico amarillento, trapos y, por encima de todo eso, un gran bloque de madera que an no haba sido convertido en lea para el fuego. Sara segua estando algo aturdida pero, aun as, vio con una peculiar claridad las grietas que haba en la parte inferior del bloque, y el moho blanquecino que la cubra. Estaba oscilando violentamente, como si la mano invisible que lo sostena apenas fuera capaz de contener su furia. Y, entonces, cuando Sara comprendi que estaba a punto de salir disparado hacia abajo para golpearla justo en los ojos y convertir su crneo en pulpa, Peter se lanz sobre ella. Su peso la dej sin aliento, pero oy cmo el trozo de madera golpeaba su nuca con un sonido ahogado; trag aire y le empuj, hacindole rodar sobre s mismo, y se puso de rodillas. Peter estaba plido como un muerto. Se encuentra bien? Era Mills, que iba hacia ella a travs del campo. Y detrs de l estaba Weldon, sujetando a Sconset Sally, que luchaba por escapar. Mills llevara recorrida quiz una tercera parte del camino cuando la basura, que haba vuelto a caer sobre las malas hierbas, se alz nuevamente por los aires, girando y agitndose y saliendo disparada hacia l cuando el viento hizo soplar una de sus poderosas rfagas. Durante un segundo se encontr rodeado por una tormenta de cartn y plstico; la tormenta se disip, y Mills dio un tambaleante paso hacia ella. Tena el rostro manchado por un sinfn de puntos negros. Al principio Sara pens que eran motas de suciedad. Un instante despus la sangre empez a rezumar de ellos. Eran clavos oxidados que atravesaban su frente, sus mejillas, clavndole el labio superior a la enca. Mills no emiti sonido alguno. Sus ojos se desorbitaron, se le doblaron las rodillas, su cuerpo se agit en una torpe pirueta y se derrumb entre los hierbajos. Sara, aturdida, vio como el viento revoloteaba sobre Hugh Weldon y Sally, hinchando sus ropas; les dej atrs, azotando las ramas de pino, y se desvaneci. Poda ver la curva del vientre

de Mills por entre los hierbajos. Una lgrima pareca estar tallando un fro surco en su mejilla. Hip y pens qu reaccin tan pattica ante la muerte era sa. Otro hipo, y otro. No poda parar. Cada uno de esos espasmos sucesivos la hizo debilitarse ms, y sentirse ms insegura, como si estuviera escupiendo minsculos fragmentos de su alma.

7
El viento fluy por las calles del pueblo con el anochecer, ensayando sus trucos con lo vivo, lo inanimado y los muertos. Careca de toda discriminacin, era el perfecto espritu libre dedicado a su misin y, con todo, en sus acciones quiz hubiera sido posible percibir cierta frustracin. Pas por encima de Warren's Landing convirtiendo a una gaviota en un harapo ensangrentado, y cerca de la boca del arroyo Hither llen el aire de ratones. Hizo que un neumtico bajara rodando por el centro de la avenida Tennesse y arranc tejas del AHAB-ITAT. Estuvo un rato vagando sin rumbo fijo; despus, aumentando su fuerza hasta llegar a la del tornado, arranc de raz un pino japons con tan slo un tirn, suspendiendo el tronco en el aire con las inmensas bolas negras de las races colgando de l, y despus lo arroj igual que a una lanza atravesando la pared de una casa situada al otro lado de la calle. Finalmente, empez a abrir agujeros en las paredes de algunas casas y se apoder de las criaturas que se agitaban dentro de ellas. Hizo salir volando la puerta del stano de la vieja Julia Stackpole y la mand contra los estantes llenos de conservas y tarros, detrs de los que se ocultaba; recogi los vidrios rotos formando un huracn de cuchillos que le cortaron los brazos, la cara y lo ms efectivo de todo, el cuello. Dio con George Coffin, que era an ms viejo que Juli (y que no pensaba esconderse, porque en su opinin Hugh Weldon era un redomado imbcil) de pie en su cocina, a la que acababa de entrar despus de haber encendido su barbacoa; se apoder de los carbones y se los lanz con una increble precisin. En media hora mat a veintiuna personas y arroj sus cadveres al csped de sus casas, dejndolos all para que se desangraran en plidas hemorragias bajo la creciente oscuridad. Y despus, una vez su furia se hubo aparentemente disipado, se convirti en una brisa y, deslizndose por entre los setos y las ramas de los pinos, volvi a la casita, donde algo que ahora deseaba le estaba aguardando delante de la puerta.

8
Sconset Sally estaba sentada encima de los leos, bebiendo una botella de cerveza que haba cogido de la nevera de Peter. Estaba tan enfurecida como una gallina clueca a la que le han quitado los polluelos, porque tena un plan un buen plan, y Hugh Weldon, aquel cabeza de chorlito, no quera ni or hablar de l, y se negaba a escuchar ni una maldita palabra de lo que dijera. S, estaba decidido a ser un hroe. El cielo se haba vuelto de color ndigo, y una gran luna de plata le haca guios por encima del tejado de la casita. Sentir el ojo del viento sobre ella no le gustaba nada, as que le escupi. El elemental pill el esputo al vuelo y lo agit en crculos por el aire, hacindolo relucir como si fuera una ostra. Criatura estpida! Medio monstruo y medio perro invisible, babeante y con ganas de jugar. Le recordaba a ese viejo macho suyo, Rommel, el grandulln. Se lanzaba al cuello del cartero y un instante despus estaba tumbado de espalda y agitaba las patas, pidiendo una golosina. Hundi su botella en la tierra para que no se volcara y cogi un trozo de madera. Toma dijo, y lo agit. Busca, cgelo. El elemental cogi el palo y lo estuvo moviendo durante unos segundos. Despus lo dej caer a sus pies. Sally lanz una risita. T y yo podramos llevarnos muy bien le dijo al aire. Sabes por qu? Porque no hay nada que nos importe una condenada mierda! La botella de cerveza se alz de la hierba. Sally intent cogerla y fracas. Maldita sea! grit. Devulveme eso! La botella subi hasta que qued a unos cuatro metros de altura y se lade bruscamente; la cerveza fluy por el gollete y se agrup en una docena de grandes goterones que fueron explotando uno a uno, empapndola. Sally se levant de un salto, farfullando maldiciones, y

empez a limpiarse la cara; pero el viento la hizo caer de espaldas. Empez a sentir un poco de miedo. La botella segua suspendida sobre su cabeza; un segundo despus Sally cay a la hierba y el elemental se enrosc a su alrededor, jugueteando con su cabello y el cuello de su jersey, deslizndose dentro de su impermeable; y se march de repente, como si alguna otra cosa hubiera atrado su atencin. Sally vio como la hierba se aplastaba cuando el viento pas sobre ella, dirigindose hacia la calle. Se apoy en el montn de madera y acab de limpiarse la cara; vio a Hugh Weldon por la ventana, que iba de un lado para otro, y volvi a sentir un estallido de ira. Se crea el amo de todo, eh? No saba una mierda sobre el elemental y ah estaba, rindose de su plan. Bueno, que le dieran por el culo! Weldon pronto descubrira que su plan no iba a funcionar, y que el nico plan razonable y a prueba de errores era el de Sally. Quiz ponerlo en prctica diera un poco de miedo, cierto, pero aun as era a prueba de errores.

9
Peter recuper el conocimiento cuando ya haba oscurecido del todo. Movi la cabeza y el repentino latido de dolor que sinti dentro de ella casi le hizo volver a desmayarse. Permaneci quieto, intentando orientarse. La luz de la luna entraba por la ventana del dormitorio y Sara estaba junto a ella, su blusa reluciendo con una fosforescencia blanca. A juzgar por la inclinacin de su cabeza estaba escuchando algn ruido, y Peter no tard en distinguir una meloda extraa en el viento: cinco notas seguidas por un rpido acorde que llevaba a la repeticin del pasaje. Era una msica potente y llena de irritacin, un retumbar ominoso que podra haber sido compuesto para indicar la inminente llegada del villano. Poco despus la meloda se rompi en un millar de notas dispersas, como si el viento estuviera vindose obligado a pasar por los agujeros de todo un coro de flautas. Despus vino otro pasaje, ste de siete notas, ms rpido pero igualmente ominoso. Peter se sinti invadido por una fra oleada de abatimiento, como si alguien le hubiese tapado con una sbana de la morgue. Aquella msica era para l. Aumentada de volumen, como si el viento anunciara su despertar y estaba seguro de que tal era el caso, como si volviese a estar nuevamente convencido de su presencia. El viento estaba impaciente y no esperara mucho tiempo ms. Cada nota transmita aquel mensaje. La idea de encontrarse a solas con l en pleno mar le aterrorizaba. Y, con todo, no tena eleccin. No haba forma alguna de combatirlo, y el viento no tena ms que seguir matando hasta que Peter le obedeciera. De no ser por los otros se negara a ir; preferira morir aqu antes que someterse a esa relacin absorbente y antinatural. O no era antinatural? De repente pens que la historia del viento y Gabriela Pascual tena mucho en comn con las historias de un sinfn de relaciones humanas. Desear; conseguir; descuidar; olvidar. Quiz el ser elemental fuera alguna especie de ncleo de la existencia, algo que yaca en el seno de cada relacin como un vaco aullante, una msica catica. Sara dijo, queriendo negar esa presencia. La luz de la luna pareci envolverla cuando se dio la vuelta. Fue hacia l y tom asiento a su lado. Qu tal te encuentras? Mareado. Seal hacia la ventana. Cunto tiempo lleva as? Acaba de empezar dijo ella. Ha hecho agujeros en un montn de casas. Hugh y Sally salieron hace un rato. Hay ms muertos. Se apart un mechn de cabellos de la frente. Pero... Pero qu? Tenemos un plan.

El viento estaba creando extraos grupos de tres notas, un inquieto silbar que le hizo sentir deseos de apretar los dientes. Ser mejor que sea bueno dijo. Es cosa de Hugh dijo ella. Cuando estaba en el campo se fij en algo. En cuanto me tocaste el viento se apart de nosotros. Si no lo hubiera hecho, si te hubiera arrojado ese trozo de madera en vez de limitarse a dejarlo caer, habras muerto. Y no quera que murieses..., al menos, eso es lo que dice Sally. Tiene razn. Te ha explicado lo que quiere de m? S. Sara apart la vista y sus ojos reflejaron la luna; estaban llenos de lgrimas. Bueno, creemos que el viento estaba confuso, que cuando estamos realmente cerca el uno del otro no puede distinguirnos bien. Y dado que no quiere haceros dao ni a ti ni a Sally, Hugh y yo estamos a salvo siempre que mantengamos la proximidad. Si Mills se hubiera quedado donde estaba... Mills? Sara se lo cont. Cul es el plan? le pregunt Peter despus de un momento, viendo todava en su mente el rostro de Mills, incrustado de clavos. Yo ir en el jeep con Sally y t irs con Hugh. Nos dirigiremos hacia Nantucket, y cuando lleguemos al vertedero... Conoces ese camino de tierra que lleva a los paramos, verdad? El que conduce a la Roca del Altar? S. En ese punto t saltars del jeep para reunirte con nosotros y nos dirigiremos hacia la roca. Hugh seguir hacia Nantucket. Dado que al parecer intenta dejar aislado este extremo de la isla, Hugh piensa que el viento le seguir y quiz podamos llegar a un sitio situado fuera de su alcance, y movindonos en dos direcciones distintas a la vez quiz podamos confundirlo lo bastante como para que no reaccione rpidamente, y l tambin podr escapar. Dijo todo aquello muy de prisa, en un chorro de palabras que le record a Peter la forma en que una adolescente intentara convencer a sus padres de que la dejaran volver tarde, soltndoles todas las buenas razones antes de que ellos pudieran hacer ninguna objecin. Quiz ests en lo cierto en eso de que no puede distinguirnos cuando estamos muy cerca dijo. Bien sabe Dios que percibe las cosas y eso me parece plausible. Pero el resto es una idiotez. No sabemos si su territorialidad se encuentra limitada a este extremo de la isla. Y si pierde mi pista y la de Sally? Qu har entonces? Esfumarse con un soplido? No s por qu, pero lo dudo. Quiz vaya hacia Nantucket y haga all lo mismo que ha hecho aqu. Sally dice que tiene un plan en reserva. Cristo, Sara! Se incorpor hasta quedar sentado en la cama. Sally est chiflada. No tiene ni idea de lo que puede ocurrir. Bien, qu otra eleccin tenemos? Su voz se quebr. No puedes marcharte con l. Crees que quiero hacerlo? Jesucristo! La puerta del dormitorio se abri y Weldon apareci silueteado en un borroso manchn de luz anaranjada que hiri los ojos de Peter. Listo para viajar? pregunt. Sconset Sally se encontraba detrs de l, y murmuraba, canturreando y produciendo una especie de esttica humana. Peter sac las piernas de la cama. Weldon, esto es una locura. Se puso en pie y se apoy en el hombro de Sara. Slo

conseguir que le mate. Seal hacia la ventana y la continua msica del viento. Cree que puede dejar atrs a eso en un coche patrulla? Quiz este plan no valga una mierda... empez a decir Weldon. Desde luego! dijo Peter. Si quiere confundir al viento, por qu no hacer que Sally y yo nos separemos? Uno va con usted y el otro con Sara. De esa forma al menos el plan tendr cierta lgica. Tal y como veo yo las cosas dijo Weldon subindose los pantalones, correr riesgos no es asunto tuyo. Soy yo quien debe correrlos. Si Sally viene conmigo..., tiene razn, eso le confundira. Pero esto que usted propone tambin puede confundirle. Tengo la impresin de que tiene las mismas ganas de mantener controlada a la gente normal que de largarse en compaa de fenmenos como usted y Sally. Qu...? Cllese! Weldon dio un paso hacia l. Si mi plan no funciona puede probar suerte con el suyo. Y si eso tampoco funciona, entonces puede marcharse de crucero con esa maldita cosa. Pero no tenemos ninguna clase de garantas sobre si dejar a alguien con vida, sin importar lo que usted haga o deje de hacer. No, pero... Nada de peros! Estamos en mi jurisdiccin y haremos lo que yo diga. Si no funciona..., bueno, entonces puede hacer lo que le parezca ms adecuado. Pero hasta que eso no ocurra... Hasta que eso no ocurra piensa seguir comportndose como un imbcil dijo Peter. Verdad que s? Amigo, lleva todo el da buscando una forma de imponer su jodida autoridad! Y en esta situacin no tiene ningn tipo de autoridad. Lo comprende? Weldon se acerc a l hasta que sus mandbulas casi se tocaron. De acuerdo dijo. Salga ah fuera, seor Ramey. Venga. Lo nico que debe hacer es salir ah fuera. Puede utilizar el bote de Mills o si quiere algo mayor, qu le parece el de Sally? Le lanz una rpida y feroz mirada a Sally. Te importa que lo coja, Sally? sta, que segua murmurando y canturreando, movi levemente la cabeza. Ah lo tiene! Weldon se volvi hacia Peter. No le importa. Bueno, venga, adelante. Aparte de nosotros a ese hijo de puta, si es que puede. Volvi a tirarse de los pantalones y exhal; su aliento ola igual que una taza de caf llena de colillas. Pero si estuviera en su sitio, antes probara con cualquier otra solucin. Peter tuvo la impresin de que sus pies haban echado races en el suelo. Se dio cuenta de que haba estado utilizando la ira para ocultar el miedo, y no saba si lograra tener el coraje suficiente para salir de la casita y reunirse con el viento, para alejarse navegando hacia el terror y la nada a los que se haba enfrentado Gabriela Pascual. Sara le puso la mano en el brazo. Peter, por favor dijo. Probarlo no nos har ningn dao. Weldon retrocedi un paso. Nadie le culpa por tener miedo, seor Ramey dijo. Yo tambin tengo miedo. Pero es la nica forma que se me ocurre de poder cumplir con mi trabajo. Va a morir. Peter tuvo ciertos problemas para tragar saliva. No puedo dejar que haga eso. No tiene nada que decir al respecto replic Weldon, porque no tiene ms autoridad que yo. A menos que pueda convencer a esa cosa para que nos deje en paz. Puede hacerlo? Los dedos de Sara se tensaron sobre el brazo de Peter, pero se relajaron cuando l dijo No. Entonces lo haremos a mi manera. Weldon se frot las manos en lo que a Peter le pareci

un gesto de animacin e impaciencia. Sally, tienes tus llaves? S dijo ella con voz irritada; fue hacia Peter y puso sobre su mueca una mano parecida a la pata de un pjaro. Peter, no te preocupes. Si esto no funciona tengo un as en la manga. Vamos a gastarle una buena jugarreta a ese diablo. Se ri y dej escapar un leve silbido, como un loro contemplando extasiado un trozo de fruta. Mientras conducan lentamente por las calles de Madaket el viento cantaba a travs de las casas medio derruidas, interpretando pasajes musicales que parecan tristes y dubitativos, como si los movimientos del jeep y el coche patrulla le tuvieran perplejo. La luna, a un cuarto de estar llena, iluminaba la destruccin; agujeros en las paredes, arbustos sin hojas, rboles derribados al suelo. Una de las casas haba adquirido una expresin de sorpresa, con la O de una boca donde haba estado la puerta y dos ventanas rotas flanqueando esa boca. Los jardines estaban cubiertos de basura. Libros de bolsillo con la pginas aleteando, ropa, muebles, comida, juguetes. Y cadveres. La luz plateada haca que su carne pareciera tan blanca como el queso suizo, y las heridas eran masas de oscuridad. No daban la impresin de ser reales; podran haber formado parte de un ambiente horrible creado por un escultor de vanguardia. Un cuchillo para cortar carne salt velozmente sobre el asfalto, y por un instante Peter pens que subira por los aires para lanzarse hacia l. Mir a Weldon para ver qu tal se estaba tomando todo aquello. El perfil de un indio de madera, los ojos clavados en el camino. Peter le envidi aquella perfecta pose del deber; ojal l tuviera un papel semejante que interpretar, algo que le diese coraje, porque cada variacin del viento le haca sentirse ms dbil e inquieto. Entraron en la carretera de Nantucket, y Weldon se irgui en su asiento. Mir por el espejo retrovisor, comprob que Sally y Sara les seguan, y mantuvo la velocidad en unos treinta kilmetros por hora. Bien dijo cuando estuvieron cerca del vertedero y el camino que llevaba a la Roca del Altar. No voy a parar el coche, as que cuando se lo indique empiece a moverse. De acuerdo dijo Peter; sujet la manecilla de la puerta y dej escapar un leve jadeo, intentando calmarse. Buena suerte. S. Weldon se chup los dientes. Lo mismo le digo. Buena suerte. El indicador de velocidad baj a veinte kilmetros, diez, cinco, y el paisaje iluminado por la luna desfil lentamente junto a ellos. Adelante! grit Weldon. Peter salt. Mientras corra hacia el jeep oy el chirriar de los neumticos del coche patrulla, acelerando bruscamente; Sara le ayud a subir por la parte trasera, y un instante despus se encontraron dando tumbos por el camino de tierra. Peter se agarr al respaldo del asiento de Sara, saltando arriba y abajo. La maleza que cubra los paramos estaba cada vez ms cerca del camino, y las ramas azotaban los flancos del jeep. Sally estaba encogida sobre el volante, conduciendo como una loca; les hizo volar sobre los baches, patin en las curvas ms cerradas y ascendi con un gruido las pequeas lomas. No haba tiempo para pensar, slo para agarrarse y tener miedo, para esperar la inevitable aparicin del elemental. El miedo era un sabor metlico en la boca de Peter; estaba en el destello blanco de los ojos de Sara cada vez que se volva a mirarle y en las manchas de luz lunar que corran sobre la capota; estaba en cada aspiracin de aire que haca, cada sombra temblorosa que vean sus pupilas. Pero cuando llegaron a la roca, despus de unos quince minutos de carrera, Peter empezaba a tener esperanzas, a medio creer que el plan de Weldon haba funcionado. La roca se encontraba casi en el centro de la isla, en su punto ms elevado. Era una colina sin vegetacin sobre la que se alzaba una piedra donde los indios haban practicado sacrificios humanos: un pequeo dato histrico que no le hizo ningn bien a los nervios de Peter. Desde la colina se podan ver kilmetros enteros de pramo, y el dibujo de arrugas formado por las

depresiones del terreno y las pequeas colinas tena el aspecto de un mar mgicamente transformado en hojas durante un momento de furia. La vegetacin iluminada por la luna moras silvestres y zarzales tena un polvoriento color verde plateado, y el viento soplaba intensamente, pero sin que en l pareciese haber ninguna fuerza sobrenatural. Sara y Peter bajaron del jeep, y Sally les sigui un segundo despus. Peter not que le temblaban las piernas y se apoy en la capota; Sara se coloc junto a l, rozndole con su cadera. Peter sinti el aroma de su cabello. Sally estaba mirando hacia Madaket. Segua murmurando algo, y Peter logr captar unas cuantas palabras. Estpido..., nunca quiso escucharme..., nunca quiso..., hijo de puta..., tendra que haberme callado... Sara le toc con el codo. Qu piensas? No podemos hacer ms que esperar dijo l. Todo saldr bien dijo ella con firmeza. Se frot los nudillos de la mano izquierda con el canto de la derecha. Pareca el tipo de gesto infantil que pretende dar buena suerte y le hizo sentir una gran ternura hacia ella. La atrajo hacia l, abrazndola. Y as, inmviles, sus ojos viendo los paramos ms all de su cabeza, tuvo una imagen de ellos como si fueran los tpicos amantes de la tapa de un libro barato, aferrndose el uno al otro en la cima de una colina solitaria, con todas las probabilidades del mundo desplegndose a su alrededor. Una forma bastante estpida de ver las cosas, pero aun as percibi la verdad que haba en ella, la embriagadora inmersin que se supona iba a sentir el amante de un libro barato. No era un sentimiento tan claro como el que haba tenido en el pasado, pero quiz la claridad fuese algo que ya no era posible para l. Quiz toda su claridad del pasado haba sido sencillamente un ejemplo de percepcin defectuosa, un destello de inmadurez, una mala comprensin adolescente de cuanto era posible. Pero tanto si era as como si no, el autoanlisis no lograra aclarar su confusin. Aquel tipo de pensamiento haca que no vieras bien el mundo, te haca sentir poca inclinacin a correr riesgos. Era algo similar a lo que les pasaba a los estudiosos, la forma en que llegaban a sentir tal compromiso con sus teoras que empezaban a rechazar todos los hechos que iban en contra de ellas, a volverse conservadores en sus juicios y a negar lo inexplicable, lo mgico. Si haba magia en el mundo y Peter estaba seguro de ello, la nica forma de acercarse a ella era abandonando las restricciones de la lgica y las lecciones aprendidas. Durante ms de un ao se haba olvidado de eso y haba construido defensas contra la magia; y ahora, en una sola noche, sus defensas haban sido destrozadas y, a un precio terrible, haba vuelto a ser capaz de correr riesgos, de tener esperanzas. Y entonces vio algo que acab con todas sus esperanzas. Otra voz se haba aadido al flujo natural del viento que llegaba del ocano, y en todas las direcciones visibles al ojo se notaba una agitacin de matorrales plateados por la luna, una agitacin que delataba la presencia de un viento muy superior al evidente en lo alto de la colina. Apart un poco a Sara. sta sigui la direccin de su mirada y se llev una mano a la boca. La inmensidad del elemental dej asombrado a Peter. Podran haber estado de pie sobre un arrecife en el centro de un mar embravecido, un mar que acababa confundindose con la oscuridad interestelar. Por primera vez, pese a su miedo, logr aprehender parte de la belleza del elemental, la intrincada precisin de su poder. En un momento dado poda ser un zarcillo de brisa, capaz de las ms delicadas manipulaciones, y al siguiente poda convertirse en una entidad tan grande como una urbe. Hojas y ramas que parecan motas de espacio negro surgan de la vegetacin, formando columnas. Seis de ellas, a intervalos regulares alrededor de la Roca del Altar, quiz a unos cien metros de distancia una de otra. El sonido del viento se convirti en un rugido a medida que las columnas iban aumentando de grosor y de altura. Y crecan rpidamente. En unos segundos el final de las columnas se perdi en la oscuridad. No tenan la achaparrada forma cnica de los tornados, y tampoco giraban y agitaban sus colas; se limitaban

a ondular de un lado para otro, esbeltas, grciles y amenazadoras. A la luz de la luna su rotacin resultaba casi indetectable y parecan estar hechas de bano reluciente, como seis enormes salvajes preparados para el ataque. Empezaron a moverse hacia la colina. Los arbustos convertidos en astillas salieron disparados hacia lo alto desde sus bases, y el rugido se hinch hasta volverse un acorde disonante; el sonido de cien armnicas tocadas al mismo tiempo. Slo que mucho ms potente. De pronto vio a Sconset Sally escabullndose hacia el jeep, lo que le hizo salir de su estupor; meti a Sara de un empujn en el asiento trasero y se instal junto a Sally. Aunque el motor estaba en marcha su ruido quedaba ahogado por el viento. Sally condujo todava con menos cautela que antes; la isla estaba recorrida por un enrejado de angostos senderos de tierra, y Peter tuvo la impresin de que estuvieron a punto de estrellarse en cada uno de ellos. Patinando de lado por entre un revoloteo de arbustos, volando sobre las crestas de las colinas, hundindose por abruptas pendientes. En bastantes sitios la vegetacin era demasiado alta para que pudiera ver gran cosa, pero la furia del viento les rodeaba por doquier y, en una ocasin, cuando pasaron por un sitio donde los arbustos haban sido quemados, vio fugazmente una columna de bano a unos cincuenta metros de distancia. Comprendi que se mova en lnea paralela a ellos, acosndoles, hacindoles correr de un lado para otro. Peter perdi toda idea de donde estaba y no lograba creer que Sally estuviera algo ms enterada. Intentaba hacer lo imposible, dejar atrs al viento, que se encontraba por todas partes, y sus labios estaban apretados en una mueca de miedo. De repente acababan de girar hacia el este, Sally pis los frenos. Sara sali despedida hacia el asiento delantero y, de no haber estado sujetndose con fuerza, Peter podra haber atravesado el parabrisas. Una de las columnas se haba inmovilizado en mitad del sendero, bloquendoles el paso. Peter pens que pareca Dios. Una torre de bano que llegaba de la tierra al cielo, esparciendo nubes de polvo y restos de vegetacin por su base. Y estaba movindose hacia ellos. Lentamente. Apenas un metro o dos por segundo. Pero no caba duda de que estaba movindose. El jeep temblaba y el rugido pareca venir del suelo que haba bajo ellos, del aire, del cuerpo de Peter, como si los tomos de todas las cosas estuvieran molindose unos a otros. Sally empez a luchar con el cambio de marchas, el rostro helado en una mueca inexpresiva. Sara grit, y Peter tampoco pudo contener un grito cuando el parabrisas fue aspirado de su marco y sali girando por los aires. Se agarr al salpicadero, pero sus brazos estaban muy dbiles y, con una oleada de vergenza, sinti cmo se le vaciaba la vejiga. La columna se encontraba a menos de treinta metros de distancia, un gran pilar de oscuridad rotatoria. Ahora poda ver como lo que haba dentro de ella se iba alineando bajo la forma de anillos muy apretados que parecan los segmentos de un gusano. El aire se haba vuelto espeso, difcil de respirar. Y, entonces, milagrosamente, se encontraron apartndose de aquello, alejndose del rugido, retrocediendo por el sendero. Doblaron un recodo y Sally puso el jeep en primera; les hizo subir chirriando por una colina ms grande... y fren de golpe. Y dej que su cabeza cayera sobre el volante en una actitud de desesperacin. Estaban de nuevo en la Roca del Altar. Y Hugh Weldon les estaba esperando. Estaba sentado con la cabeza apoyada en el peasco que daba su nombre al lugar. Tena los ojos llenos de sombras. Su boca estaba abierta y su pecho suba y bajaba. Una respiracin trabajosa, como si acabara de correr una larga distancia. No haba seal alguna del coche patrulla. Peter intent llamarle, pero tena la lengua pegada al paladar y lo nico que emiti fue un gruido ahogado. Volvi a intentarlo. Weldon! Sara empez a sollozar y Sally solt un jadeo. Peter no saba qu las haba asustado y tampoco le importaba; para l los procesos del pensamiento haban sido reducidos a seguir una sola idea cada vez. Baj del jeep y fue hacia el jefe de polica. Weldon repiti. Weldon suspir. Qu ha pasado?

Peter se arrodill junto a l y puso una mano sobre su hombro; oy un silbido y sinti como todo el cuerpo era recorrido por un temblor. El ojo derecho de Weldon empez a hincharse. Peter perdi el equilibrio y qued sentado con un golpe seco. Entonces el ojo salt de su rbita y cay al suelo. El viento y la sangre brotaron de la cuenca vaca con un agudo gemido. Peter empez a retroceder, araando la tierra en un esfuerzo por interponer alguna distancia entre l y Weldon. El cadver se derrumb sobre el costado, su cabeza vibrando mientras que el viento segua saliendo de l y haca hervir el polvo bajo la rbita vaca. Una mancha negra indicaba el punto de la roca donde haba descansado la cabeza. Peter se qued tendido hasta que su pulso fue hacindose ms lento, los ojos clavados en la luna, tan brillante y lejana como un deseo. Oy rugir el viento por todas partes, y comprendi que el rugir se estaba haciendo ms potente, pero no quera admitirlo. Finalmente se puso en pie y mir hacia los paramos. Era como si se encontrara en el centro de un templo inimaginablemente grande, un templo cuyo interior era un bosque formado por docenas de relucientes columnas negras que brotaban de un suelo verde oscuro. Las ms cercanas se encontraban a unos cien metros de distancia, y no se movan; pero mientras las observaba, las que estaban ms lejos empezaron a deslizarse por entre las que estaban quietas, movindose sinuosamente como cobras bailando. El aire estaba cargado de una extraa fiebre, un latir de calor y energa, y aquello, unido a lo extrao del espectculo, le dej extasiado, inmvil. Descubri que se encontraba ms all del miedo. Esconderse del elemental era tan imposible como esconderse de Dios. Le llevara al mar para que muriese, y su poder era tan irresistible que Peter casi reconoci su derecho a hacerlo. Subi al jeep. Sara pareca al borde del colapso. Sally le toc la pierna con una mano temblorosa. Puedes usar mi bote dijo. Durante el trayecto de regreso a Madaket Sara permaneci inmvil con las manos juntas en el regazo, exteriormente tranquila pero con un torbellino agitndose en su interior. Los pensamientos se movan tan rpidamente por su cerebro que slo dejaban impresiones parciales, e incluso stas eran borradas por cegadores ataques de terror. Quera decide algo a Peter, pero las palabras parecan inadecuadas para expresar cuanto estaba sintiendo. En un momento dado decidi ir con l, pero la decisin engendr un repentino resentimiento. No la amaba! Por qu deba sacrificarse por l? Despus, comprendiendo que Peter se sacrificaba por ella, que la amaba o que, al menos, aquel acto era un acto de amor, decidi que si le acompaaba eso hara que su acto careciese de sentido. Aquella decisin le hizo preguntarse si no estara utilizando el sacrificio de Peter para ocultar la autntica razn de que no le acompaase: su miedo. Y, qu decir de sus sentimientos hacia l? Acaso eran tan poco firmes que el miedo poda minarlos? En un estallido de irracionalidad, vio que l estaba presionndola para que le acompaara, para que le demostrase su amor, algo que ella jamas le haba pedido. Qu derecho tena a hacer eso? Con la mitad de su mente comprendi que todas aquellas ideas eran una locura pero, ni aun as, logr apartarlas de su cabeza. Tena la sensacin de que todas sus emociones se estaban desgastando, dejndola hueca..., como Hugh Weldon, con slo el viento dentro de l, mantenindole erguido, dndole una apariencia de vida. Lo grotesco de la imagen hizo que se encogiera an ms dentro de s misma, y sigui sentada, en silencio, sintindose invadida por un gran vaco. Anmate dijo Sally de repente, y dio una palmadita en la pierna de Peter. An nos queda algo por probar. Y despus, con lo que a Sara le pareci una alegra irracional, aadi: Pero si no funciona, el bote tiene aparejos de pesca y a bordo hay un par de cajas de aguardiente de cerezas. Ayer estaba demasiado borracha para bajarlas. Teniendo en cuenta el sitio adonde vas, el aguardiente de cerezas ser mejor que el agua. Peter no dijo nada. Cuando entraron en el pueblo el viento corri junto a ellos, y su paso agit la basura y dispers las hojas, lanzando objetos por el aire. Jugando, pens Sara. Estaba jugando. Correteaba como

un perrito feliz, como un nio mimado que se ha salido con la suya y ahora es todo sonrisas. Sinti un odio abrumador hacia el elemental y clav las uas en el acolchado del asiento, deseando tener una forma de hacerle dao. Entonces, cuando pasaban ante la casa de Julia Stackpole, el cadver de sta se irgui bruscamente. Su cabeza ensangrentada colgaba sobre el pecho, sus flacos brazos aleteaban. Todo el cuerpo pareca estar vibrando y un instante despus empez a rodar sobre s mismo con un movimiento horriblemente inarticulado, rodeado por un torbellino de papeles y basura, hasta que acab chocando con un silln roto. Sara se encogi en su asiento, su respiracin convertida en un ronco jadeo. Una nubecilla logr escapar de la luna y la luz de sta se hizo bastante ms fuerte, haciendo que el gris de las casas resultara inmaterial, como la niebla; pero los agujeros de sus paredes parecan muy reales, negros y cavernosos, como si muros, puertas y ventanas no hubieran sido ms que una fachada que ocultaba el vaco. Sally aparc junto al cobertizo situado a unos doscientos metros al norte de Punta Smith: una maltrecha estructura de madera que tena el tamao de un garaje. Ms all del cobertizo se vea un tranquilo retazo de aguas negras, acariciado por el resplandor de la luna. Tendrs que remar le dijo Sally a Peter. Los remos estn aqu dentro. Abri el cerrojo de la puerta y encendi una luz. El interior estaba en tan mal estado como la misma Sally. Tablones por desbastar; telaraas tendidas entre las latas de pintura, y las trampas para langosta medio rotas; un confuso montn de caballetes y postes. Sally empez a ir de un lado para otro, farfullando y dndole patadas a las cosas, buscando los remos; sus pisadas hicieron que la bombilla suspendida del techo empezara a oscilar y la luz bailote por las paredes igual que si fuera sucia agua amarillenta. Sara tena las piernas como de plomo. Moverse resultaba muy difcil, y pens que quiz aquello se debiera a que ya no le quedaba nada que hacer, ningn sitio adonde ir. Peter dio unos cuantos pasos hacia el centro del cobertizo y se detuvo; pareca perdido. Sus manos se agitaban levemente junto a sus costados. Sara pens que la expresin de Peter deba reflejar la de su propio rostro: rasgos flccidos, abatidos, con huellas violceas bajo los ojos. Y entonces se movi. El muro que haba estado conteniendo sus emociones se rompi y sus brazos rodearon a Peter, y se encontr dicindole que no poda dejarle ir solo, dicindole medias frases, palabras que no se relacionaban entre s. Sara dijo l. Cristo... La abraz muy fuerte. Pero un segundo despus Sara oy un sonido ahogado y Peter se derrumb contra ella, casi hacindola caer, y acab desplomndose en el suelo. Sally fue hacia l blandiendo un grueso madero y volvi a golpearle. Qu ests haciendo? grit Sara, y empez a luchar con Sally. Se agarraron de los brazos y estuvieron dando vueltas y vueltas durante unos segundos, con la bombilla oscilando locamente. Sally farfullaba palabras incomprensibles, hecha una furia; la saliva reluca en sus labios. Finalmente apart a Sara de un empujn, gruendo. Sara retrocedi tambalendose, tropez con Peter y cay junto a l. Escucha! Sally lade la cabeza y seal hacia el tejado con el madero. Maldita sea...! Funciona! Sara se levant cautelosamente. De qu ests hablando? Sally recogi su sombrero de pescador, que se le haba cado durante la lucha, y lo aplast sobre su cabeza de un manotazo. El viento, maldicin! Ya se lo dije a Hugh Weldon, ese estpido hijo de perra; pero, oh, no, no me escuch. l nunca escuchaba a nadie. El viento estaba subiendo y bajando de volumen, hacindolo con un ritmo tan regular que Sara tuvo la impresin de que una criatura hecha de viento corra frenticamente de un lado para otro. Algo se parti a lo lejos con un seco chasquido. No lo entiendo dijo Sara. Para l la inconsciencia es como el estar muerto dijo Sally; seal hacia Peter con el

madero. Saba que era as porque despus de haber acabado con Mills vino por m. Me toc de arriba abajo y entonces estuve segura de que se habra conformado conmigo. Pero ese condenado bastardo no quera escucharme. Tena que hacer las cosas a su modo! Te habra cogido? Sara baj la vista hacia Peter, que segua inmvil, sangrando por el cuero cabelludo. Quieres decir..., en vez de a Peter? Pues claro que eso es lo que quiero decir. Sally frunci el ceo. Que Peter se vaya es una estupidez. Un joven con todo un futuro por delante... En cambio yo... Tir de la solapa de su impermeable como si pretendiera arrojarse a s misma hacia adelante. Qu puedo perder? Un par de aos de soledad. No es algo que me apetezca demasiado, entiendes? Pero no hay ninguna otra solucin. Intent explicrselo a Hugh, pero estaba obsesionado con ser un maldito hroe. Sus brillantes ojos de pjaro relucan por entre la carne surcada de arrugas, y Sara tuvo una repentina imagen de ella que no haba tenido desde la infancia: el viejo espritu extravagante, medio loco, pero con un ojo clavado en algn rincn de la creacin que nadie ms poda ver. Record todas las historias. Sally intentando hacerle seales a la luna con una linterna de las que usaban en los huracanes; Sally remando a travs de una galerna del noroeste para recoger a seis marineros en los Arrecifes de las Ballenas; Sally desplomndose, borracha, durante la ceremonia que la Guardia Costera haba dado en su honor; Sally soltndole sus perros al entonces joven senador por Massachusetts cuando ste haba venido para entregarle una medalla. Sally la Loca. Y, de repente, Sara pens que Sally era algo precioso y lleno de valor. No puedes... empez a decir, pero se qued callada antes de terminar la frase y mir a Peter. No puedo hacer otra cosa dijo Sally, y chasque la lengua. Busca alguien para que se ocupe de mis perros. Sara asinti. Y ser mejor que le eches un vistazo a Peter dijo Sally. Espero no haberle dado demasiado fuerte. Sara se dispuso a obedecer sus instrucciones, pero una idea repentina la hizo detenerse. No crees que esta vez se dar cuenta? Peter ya perdi el conocimiento antes. No puede haber aprendido algo de eso? Supongo que puede aprender cosas dijo Sally. Pero es realmente muy estpido, y no creo que se haya dado cuenta de nada. Agit la mano sealando a Peter. Adelante. Comprueba que est bien. Cuando se arrodill junto a Peter, Sara sinti cmo se le erizaba el vello de la nuca y despus llegara a pensar que, en lo ms hondo de su mente, ya haba sabido lo que ocurrira. Pero, aun as, el golpe la pill por sorpresa.

10
Los mdicos no dejaron que Peter recibiese ninguna visita, aparte de la polica, hasta el atardecer del da siguiente. An sufra mareos y tena la visin algo borrosa y, mentalmente hablando, pasaba de perodos de alivio a fuertes depresiones. Vea en su mente los cadveres mutilados, los pilares negros que giraban. Se envaraba cuando el viento soplaba junto a las paredes del hospital. Tena la sensacin de estar separado de sus emociones por unos grandes muros, pero cuando Sara entr en la habitacin aquellos muros se derrumbaron. La atrajo hacia s y enterr el rostro en su cabellera. Se quedaron inmviles durante bastante tiempo, sin hablar, y finalmente fue Sara quien rompi el silencio. Te creen? le pregunt. Tengo la impresin de que a m no me han credo ni una palabra.

No tienen mucho donde escoger dijo l. Me parece que, sencillamente, no quieren creerlo. Vas a marcharte? le pregunt ella un momento despus. Se apart de ella. Jamas le haba parecido tan hermosa. Tena las pupilas dilatadas y sus labios estaban muy tensos, y todo lo que les haba ocurrido pareca haberle quitado medio kilo de carne de la cara, medio kilo que debera seguir ah. Eso depende de si vas a venir conmigo o no dijo l. No quiero quedarme aqu. Cada vez que el viento cambia de direccin todos los nervios de mi cuerpo empiezan a mandar seales de incursin area. Pero no pienso dejarte. Quiero casarme contigo. Su reaccin no fue la que haba esperado. Cerr los ojos y le bes en la frente: un beso maternal, lleno de comprensin; despus volvi a recostarse en la almohada y le contempl con expresin tranquila. Eso era una propuesta dijo l. Por si no lo habas captado... Matrimonio? Sara pareca algo perpleja ante la idea. Por qu no? Reunimos las cualificaciones adecuadas. Sonri. Los dos hemos sufrido contusiones. No s... dijo ella. Te amo, Peter, pero... Pero, no confas en m? Quiz eso sea parte del problema dijo ella, disgustada. No lo s. Mira... Peter le alis la cabellera. Sabes qu sucedi realmente en el cobertizo la noche pasada? No estoy segura de a qu te refieres. Te lo explicar. Lo que sucedi fue que una anciana dio su vida para qu t y yo tuviramos la oportunidad de conseguir algo. Sara se dispuso a decir algo, pero Peter la interrumpi. se es el meollo del asunto. Admito que la realidad es algo ms confusa. Slo Dios sabe por qu Sally hizo lo que hizo. Quiz salvar vidas era un reflejo de su locura, tal vez estaba cansada de vivir. Y en cuanto a nosotros no hemos sido exactamente Romeo y Julieta... He estado bastante confuso, y he logrado confundirte a ti. Y aparte de los problemas que podamos tener como pareja, tenemos un montn de cosas que olvidar. Hasta que entraste en la habitacin me senta igual que el superviviente de un bombardeo, y sa es una sensacin que probablemente me va a durar algn tiempo. Pero, como he dicho, el meollo del asunto es que Sally muri para darnos una oportunidad. No importan cules fueran sus motivos, o cul es nuestra circunstancia personal..., eso es lo que sucedi. Y seriamos unos idiotas si dejramos que esa oportunidad se nos escapara. Sigui el contorno de su mejilla con un dedo. Te quiero. Te quiero desde hace bastante tiempo y he intentado negar esa emocin, agarrarme a algo que estaba muerto. Pero todo eso se ha terminado. No podemos tomar esta clase de decisin ahora murmur ella. Por qu no? T mismo lo has dicho. Eres como el sobreviviente de un bombardeo. Y yo tambin. Y no estoy demasiado segura de cules son mis sentimientos hacia... todo esto. Todo esto? Te refieres a m? Sara emiti un ruidito imposible de interpretar, cerr los ojos y, despus, dijo: Necesito tiempo para pensar. En la experiencia de Peter, cuando las mujeres deca que necesitaban tiempo para pensar los

resultados de esa meditacin jamas haban sido buenos. Jess! dijo con irritacin. Es que siempre ha de ser igual? Una persona se aproxima y la otra esquiva, y despus cambian de papeles. Como insectos cuyos instintos de apareamiento han sido destrozados por la contaminacin... Se dio cuenta de lo que haba dicho y sinti un breve destello de horror. Vamos, Sara! Ya hemos dejado atrs esa clase de baile, verdad? No tiene por qu ser el matrimonio, pero aceptemos alguna clase de compromiso. Quiz acabemos convirtindolo en un desastre, o tal vez acabemos hartos el uno del otro. Pero intentmoslo. Quiz no nos haga falta el ms mnimo esfuerzo. La rodeo con sus brazos, la apret contra su cuerpo, y qued sumergido en un capullo de calor y debilidad. Comprendi que la amaba con una intensidad que se haba credo incapaz de reconquistar. Por una vez su boca haba sido ms lista que su cerebro..., o era eso o finalmente haba logrado convencerse a s mismo de lo que senta. Las razones no importaban. Sara, por el amor de Dios! dijo. Csate conmigo. Vive conmigo. Haz algo conmigo! Sara sigui en silencio; su mano izquierda se movi suavemente sobre su cabello. Caricias leves, como distradas. Colocando bien un mechn detrs de su oreja, jugueteando con su barba, alisndole el bigote. Como si le estuviera poniendo presentable. Record como aquella otra mujer de haca tanto tiempo se haba ido volviendo cada vez ms callada, distrada y amable justo los das anteriores al abandono final. Maldita sea! dijo con una creciente sensacin de impotencia. Respndeme!

11
La segunda noche en alta mar Sconset Sally vio parpadear una luz roja a babor. Alguna embarcacin. Pensar en su casa le hizo derramar una lgrima, pero se la limpi con el dorso de la mano y tom otro trago de aguardiente de cereza. El pequeo y abarrotado compartimiento del bote resultaba cmodo y relativamente caliente; ms all de l la llanura del mar, iluminada por la luna, suba y bajaba con un ligero oleaje. Sally pens que los timones, las quillas y las velas bastaban para animarte aunque no tuvieras ningn buen destino al que dirigirte. Ri. Especialmente si tenias un suministro de aguardiente. Tom otro trago. Una brisa se enrosc alrededor de su brazo y tir del cuello de la botella. Maldito seas! grazn. Lrgate! Le dio manotazos al aire como si pudiera asustar al elemental y protegi la botella contra su pecho. El viento desenroll una soga que haba en cubierta y un instante despus pudo orle gimiendo en el casco. Sally avanz tambalendose hasta la puerta del camarote. Uh-uu-uuuh! canturre, imitndole. No me vengas con esos horribles ruidos tuyos, so bastardo! Si quieres entretenerte con algo ve y mata a otro maldito pez. Djame en paz con mi bebida. Las olas se agitaron por el lado de babor. Olas grandes, como dientes negros. Sally casi dej caer la botella, sorprendida. Un instante despus vio que no eran realmente olas, sino el agua agitada por el viento. Ests perdiendo tus habilidades, gilipollas! grit. He visto cosas mejores en las pelculas! Se dej caer junto a la puerta, sujetando firmemente la botella. La palabra pelcula conjur en su mente fugaces imgenes de viejas cintas que haba visto y empez a cantar melodas de esas cintas. Canto Luna azul, mame con ternura y Cantando bajo la lluvia. Entre estrofa y estrofa iba bebiendo aguardiente, y cuando se sinti lo bastante entonada empez con su favorita. El sonido que escuchas grazn, es el sonido de Sally! Una alegra que se oir durante mil aos. Eruct. Las colinas viven con el sonido de Sally...1 No pudo recordar la lnea siguiente y el concierto se acab. El viento sopl a su alrededor, chillando hasta terminar en un aullido, y sus pensamientos se hundieron hasta un lugar donde no eran ms que tenues impulsos, zumbido de nervios y la sangre silbando en sus odos. Poco a poco fue saliendo de aquel lugar y descubri que su estado de nimo haba variado hacia la melancola y la nostalgia. No era ninguna nostalgia precisa.

Slo nostalgias generales. El general Nostalgias. Se lo imagin como un viejo lobo de mar con un blanco mostacho de morsa y uniforme sacado de una opereta de Gilbert y Sullivan. Llevaba unos galones tan grandes como un monopatn. No lograba sacarse la imagen de la cabeza, y se pregunt si no representara algo importante. De ser as, no lograba comprender el qu. Como aquella estrofa de su cancin favorita, se haba escurrido a travs de una de sus grietas. La vida se haba escurrido de la misma manera, y cuanto poda recordar de ella era una confusin de noches solitarias, perros enfermos, conchas y marineros medio ahogados. Y de esa confusin no sobresala nada importante. Ningn monumento a sus logros o sus romances. Ja! Nunca haba conocido al hombre capaz de hacer lo que los hombres decan que eran capaces de hacer. Los hombres ms razonables que haba conocido eran aquellos marineros naufragados, con sus ojos grandes y oscuros, como si hubieran contemplado alguna terrible tierra del abismo que les haba despojado de su orgullo y su estupidez. Su mente empez a girar, intentando concentrarse en la vida, inmovilizarla como a una mariposa muerta para as poder averiguar sus secretos, y Sally no tard en comprender que estaba girando, pero de una forma real. Despacio, pero acelerando. Logr levantarse, se agarr a la puerta del camarote, y mir por encima de la borda. El bote estaba girando en crculos, siguiendo el contorno de un cuenco de agua negra que tena varios centenares de metros de dimetro. Un remolino. La luna haca brillar sus flancos, pero no lograba llegar hasta el fondo. Su rugiente poder la asust, y se sinti dbil, como si se fuera a desmayar. Pero un instante despus venci ese miedo. As que esto era la muerte. Lo nico que haca era abrirse y tragarte de un bocado. De acuerdo. Por ella, estupendo. Se dej resbalar por la pared y tom un buen trago de aguardiente, escuchando el viento y la cancin de su sangre mientras se hunda, sin que eso le importara un comino. Desde luego, siempre era mejor que ir soltando la vida vmito a vmito en algn cuarto de hospital. Sigui tragando sorbos de aguardiente, apurando la botella, con el deseo de estar tan borracha como le fuera posible cuando llegase el momento. Pero el momento no lleg, y antes de que pasara mucho tiempo se dio cuenta de que el bote haba dejado de girar. El viento ya no soplaba, y el mar estaba tranquilo. Una brisa se enrosc alrededor de su cuello, deslizndose por su pecho, y empez a meterse por entre sus piernas, agitando su falda. Bastardo, hip Sally, demasiado borracha para moverse. El elemental revolote alrededor de sus rodillas, hinchando el vestido, y le acarici la ingle. Le haca cosquillas y Sally empez a darle intiles manotazos, como si fuera uno de sus perros y estuviera olisquendola. Pero un segundo despus el viento volvi a tocarla ah mismo, un poco ms fuerte que antes, movindose adelante y atrs, y Sally sinti un leve comienzo de excitacin. Aquello la sobresalt tanto que rod a travs de la cubierta, pero consigui no volcar la botella. El temblor sigui dentro de ella pese a todo, y por un instante un feroz anhelo domino el destrozado mosaico de sus pensamientos. Riendo, rascndose desenfrenadamente, se puso en pie y se apoy en la borda. El viento se encontraba a unos cincuenta metros por babor, dndose a s mismo la forma de un surtidor de agua, una columna iluminada por la luna que brotaba de la plcida superficie del mar. Eh! grit Sally, siguiendo la barandilla con paso vacilante. Vuelve aqu! Ya te ensear yo un truco nuevo! El surtidor se hizo ms alto, una reluciente serpiente negra que con un silbido atrajo el bote hacia ella; pero a Sally no le import. Se encontraba llena de una alegra demonaca y su mente chisporroteaba con relmpagos de la ms absoluta locura. Pens que haba logrado dar con la respuesta. Quiz hasta ahora nadie haba sentido un autntico inters hacia el elemental, y tal vez sa fuera la razn de que todos acabaran dejando de interesarle. Bien! Pues ella s estaba interesada. Aquella maldita criatura no poda ser ms estpida que algunos de sus doberman. Y estaba claro que olisquear entre sus piernas le gustaba tanto como a ellos. Le enseara a ponerse patas arriba, a suplicar y slo Dios saba qu ms. Treme ese pez le dira. Llvame hasta Hyannis, rompe el escaparate de la licorera y treme seis botellas de coac. Sally le enseara quin mandaba aqu. Y quiz algn da entrara en el puerto de Nantucket con la cosa sujeta de una correa. Sconset Sally y su tormenta amaestrada. El Azote de los Siete Mares.

El bote estaba empezando a oscilar violentamente, atrado por el surtidor, pero Sally apenas si se dio cuenta de ello. Eh! volvi a gritar, y se ri. Quiz podamos llegar a un acuerdo! Tal vez estamos hechos el uno para el otro! Tropez con un extremo de tabln medio suelto, y el brazo que sujetaba la botella se agit por encima de su cabeza. La luz de la luna pareci fluir hacia el interior de la botella, incendiando el aguardiente y hacindolo brillar como un elixir mgico, un rub rojo oscuro que emita destellos en su mano. La risa enloquecida de Sally retumb en los cielos. Vuelve aqu! le chill al elemental, llena de gozo ante las salvajes frecuencias de su vida, ante la idea de ella misma, Sally, aliada con aquel dios idiota. Y, sin preocuparse de cul era su autntica circunstancia actual, del tronar que la rodeaba y del minsculo bote que avanzaba hacia la espumeante base del surtidor, rugi: Vuelve aqu, maldita sea! Somos tal para cul! Somos pjaros del mismo plumaje! Te cantar nanas cada noche! Me servirs de cena! Ser tu vieja novia arrugada y, mientras dure, tendremos una luna de miel de todos los diablos!

Coral negro
El joven barbudo al que nadie le importaba una mierda (o eso acababa de gritar..., y al orlo el hombre del mostrador agarr su cuchillo de limpiar pescado y dijo: Pues entonces ya puede irse largando a beber a otro sitio!), sali tambalendose del bar y se protegi los ojos contra el sol de la tarde. Imgenes residuales color violeta ardan y siseaban bajo sus prpados. Baj lentamente por la crujiente escalera, agarrndose a la barandilla, y se encontr en la calle, an parpadeando. Y, entonces, mientras intentaba acostumbrarse a la claridad, un hombre harapiento con la piel color cacao cubierta de manchas y la barba de un profeta apareci en su campo visual, tapando el sol. Mucho sol para andar por la calle, eh, seor Prince? Prince sinti que se atragantaba. Cristo! Aquel maldito ron de Santa Cecilia estaba hacindole agujeros en el estmago! Vacil. El ron subi por su cuello y el sol volvi a cegarle, pero entrecerr los ojos y logr distinguir al viejo Spurgeon James, sonriente, los dientes podridos torcindose en varios ngulos distintos como lpidas mal cuidadas, sosteniendo entre sus dedos una botella de Coca-Cola vaca cuyo gollete estaba invadido de moscas. Tengo que marcharme dijo Prince, y empez a caminar con paso vacilante. Tiene trabajo para m, seor Prince? Prince sigui caminando. El viejo Spurgeon se pasara todo el da apoyado en su pala, recordando los viejos tiempos y ofrecindole consejos (Eso podra ser ms sencillo con la carretilla, oiga) mientras que Prince sudaba como un asno y levantaba bloques de cemento. Trabajo! De todas formas, y aunque slo fuera por la diversin que poda proporcionar, vala ms que casi toda la basura negra de la isla. Y los ladinos...! (Los malditos espaoles!) sos trabajaran hasta tener el dinero suficiente para emborracharse, diran que estaban enfermos y luego se esfumaran con tus mejores herramientas. Prince vio a un gallo que estaba picoteando una corteza de mango junto a la cuneta, lo escogi como representante de la fuerza laboral islea y le lanz una patada; pero el gallo ech a volar, cacareando, se pos sobre una canoa volcada y emiti un canto lleno de seguridad en s mismo. Seor Prince, espere un momento! Prince apret el paso. Si Spurgeon lograba alcanzarle jamas se lo quitara de encima. Y el da de hoy, 18 de enero, marcaba el dcimo aniversario de su partida del Vietnam. No quera tener compaa. Las casas, maltrechos edificios colocados sobre pilares para protegerlos de las tormentas que venan con la marea, ondulaban en la misma calina que agitaba el polvo amarillento del camino, y pareca bailar sobre delgadas patas de goma. Sus tejados de estao se haban deformado, torcindose en todos los ngulos posibles, mostrando manchas de xido que parecan costras. Aquella, la que se aguantaba sobre unos pilones medio combados y tena un patio de tierra, la del postigo que colgaba de un solo gozne con una cortina hecha de un saco de harina grisceo metida hacia dentro, siempre le haca pensar en una vieja gallina irritable metida en su nido, intentando incubar con expresin ceuda un huevo inexistente. Haba visto una foto de la casa tomada setenta aos antes y en aquel entonces ya pareca tan abandonada y miserable como ahora. Bueno, casi. Entonces haba un zapotillo cubriendo el tejado. Le estoy dando un aviso, seor Prince! Ms le vale escucharme! Spurgeon, los harapos agitndose a causa de la brisa, avanz hacia l con paso tambaleante y estuvo a punto de caerse. Agit los brazos para recuperar el equilibrio, como una hormiga borracha, se derrumb hacia un lado y acab dando en el tronco de una palmera, abrazndose a l para no caer. Prince, sintiendo una aturdida simpata ante ese espectculo, retrocedi un poco y se apoy con las manos en los peldaos de una casucha, con lo que sus ojos quedaron por un

segundo al mismo nivel que los de Spurgeon. La boca del viejo estaba movindose lentamente, y un hilillo de saliva le moj la barba. Prince se apart de los peldaos. Estupidez! sa es la razn de que nada mejorase nunca en Guanoja Menor (un nombre derivado de las palabras castellanas gusano y hoja, una buena traduccin aproximada de las cuales a su idioma dara algo as como Pequea Mierda de Pjaro en Forma de Hoja). Por qu los borrachos sin trabajo te perseguan por la calle, por qu el ron te iba envenenando cuando lo bebas, por qu las casas caan de sus pilares con la ms leve tormenta. Una estupidez firme e inquebrantable! Los isleos construan sus casas sobre pilastras por encima de las aguas donde se baaban y pescaban salvajemente en aquellas orillas sin pensar ni por un instante en la conservacin de las especies, y despus se preguntaban por qu apestaban y se moran de hambre. Se cortaban los dedos para ganar apuestas en las que se jugaban que no seran capaces de cortrselos; fumaban coral negro e inhalaban vapores de gasolina para escapar de aquello; luchaban usando conchas, metiendo la mano por la curvatura interior de la concha de tal forma que sta encajaba en ella como un guante de boxeo cubierto de pinchos. Y cuando los ladinos, casi tan estpidos como ellos, llegaron del litoral de Honduras, consiguieron robarles y estafarles casi la mitad de la tierra que haba en la isla. Prince haba aprendido de su ejemplo. Seor Prince! Spurgeon de nuevo, siguindole con paso vacilante, su mano extendida hacia l. Prince, irritado, sac una moneda de su bolsillo y la arroj a sus pies. Qu amable, qu bondadoso por su parte! Spurgeon escupi en la moneda. Pero se inclin a recogerla y, al inclinarse, perdi el equilibrio y cay, rompiendo su botella de Coca-Cola contra una piedra. Ah se iban cincuenta centavos, dos vasos de ron. El anciano empez a rodar por el polvo de la calle, demasiado borracho para levantarse, manchndose de tierra amarillenta. Hasta los perros enfermos tienen dientes grazn. Acurdese bien de eso, seor Prince! Prince no pudo contener una carcajada. Meacham's Landing, el pueblo (una pintoresca aldea martima, repleta de leyendas sobre los piratas, pregonaba la gua turstica), segua la curva de una baha metida entre dos colinas cubiertas de matorrales y serva como capital de la isla. En el centro de la baha se alzaba el edificio del gobierno, una construccin de estuco blanco no muy alta con puertas correderas de cristal, como si fuera un motel barato. Tres hombres de prspera apariencia y ascendencia hispnica estaban sentados sobre barriles de petrleo a la sombra del edificio, hablando con un soldado que vesta uniforme azul. Cuando Prince pas ante ellos una rfaga de aire sopl de la costa y trajo con ella olores a coco podrido, papaya y creosota procedentes del muelle de la aduana, una tira de cemento que penetraba unos cien metros mar adentro en las relucientes aguas color cobalto. La escena posea un abandono y una cualidad letrgica que afectaban uniformemente a cada uno de sus elementos. Los cocoteros se inclinaban sobre los tejados de estao, con sus hojas mecindose lentamente; un perro sin dueo husmeaba una pinza de langosta seca que yaca en el polvo; cangrejos fantasmas correteaban bajo las pilastras. Prince tuvo la impresin de que la marea de los acontecimientos se haba retirado, y haba dejado al descubierto a quienes moraban en el fondo, creando una calma pasajera antes de alguna accin culminante. Y record cmo todo haba sido igual esas luminosas tardes de Saigon, cuando los paseantes se detenan y escuchaban el zumbido de algn cohete que se aproximaba, cmo los banderines de plstico de las Hondas aparcadas delante de los bares chasqueaban al viento, cmo el mono de una prostituta haba chillado dentro de su jaula al or el estrpito lejano y todo el mundo haba redo, lleno de alivio. El recordar haca que se sintiera menos irritable, ms reconciliado con la naturaleza conmemorativa del da. Ms all de las oficinas gubernamentales, despus de la minscula plaza pblica con sus acacias de hojas polvorientas, apoyada en la pared de cemento de la tienda de ultramarinos y

aferrndose a ella igual que un percebe multicolor, haba una casucha cuyas paredes haban sido pintadas de escarlata, azul brillante, rosa y un amarillo tan chilln como el de las banderas que indicaban una cuarentena. Una perezosa msica de reggae se filtraba a travs del postigo cerrado. Licores del Ghetto. Prince subi pesadamente los peldaos, dejndoles saber a quienes estaban dentro que la reina madre de todos los borrachos de la isla, Neal Su Condenada Majestad Prince, iba a integrarse en un pequeo paraso del arco iris, y entr en la oscura y calurosa habitacin. Servicio! grit, dando un puntapi al mostrador. Qu quieres? Rudy Bienvenidas se agit detrs del mostrador. Un afilado rayo de luz que penetraba por una grieta del techo arranc destellos a su crneo rasurado. Santa Cecilia! Prince se apoy en el mostrador, efectuando un rpido reconocimiento del local. Haba dos hombres sentados en una mesa de la parte trasera, el cabello recogido en rizos puntiagudos, espectros materializndose de la oscuridad. Las tinieblas eran penetradas por el resplandor prpura de las luces negras que iluminaban cuatro psters de Jimi Hendrix. Aunque de estirpe islea, Rudy haba nacido en Norteamrica y, como Prince, era un hijo de los sesenta y un veterano. Deca que esas luces y los psters le recordaban un burdel que haba en la calle Tu Do, donde haba ganado el dinero necesario para montar Licores del Ghetto; y Prince, recordando burdeles similares, haba descubierto que las luces proporcionaban un excelente marco de referencia para las etapas ms meditabundas de su borrachera, las que dedicaba a rememorar el pasado. La fantasmagrica luminosidad prpura que escapaba de los delgados cilindros negros pareca la expresin cristalizada de la guerra, y Prince imaginaba que se era el color emblemtico de las energas malignas y los perezosos demonios tropicales. As que ste es tu gran da para beber. Rudy empuj la botella de una pinta, hacindola resbalar a lo largo del mostrador y volvi a instalarse en su taburete. Pero ser mejor que no empieces a soltarme toda esa mierda de hemos-sido-compaeros-de-guerra. No estoy de humor para eso. Canastos, Rudy! Prince fingi un acento sureo. Ya sabes que jams he sido compaero de guerra de ningn negro. Rudy se envar un poco, pero no hizo nada ms; de sus labios brot un gruido de leve irritacin. Pues no s por qu no, to. T mismo podras pasar por negro. Tu pelo parece pura lana y tu piel se ha oscurecido. Ves? Puso su mano sobre la de Prince para comparar el color, pero Prince se la apart bruscamente y le clav la mirada, desafindole. Maldita sea! Parece que Clint Eastwood ha llegado al pueblo! Rudy mene la cabeza, disgustado, y fue a cambiar el disco. Los dos hombres sentados en la parte trasera cruzaron la habitacin y hablaron en susurros con l, mirando de soslayo a Prince. Prince gozaba de la tensin. Haca que su marco de referencia fuera ms slido. Confiando haber dejado bien clara su posicin de preeminencia, tom asiento a una mesa que haba junto al postigo, se relaj y empez a beber su ron. Una grieta de los tablones le permita ver a una chica que estaba colocando guirnaldas de luces multicolores en la casucha con la Fiesta de la Independencia, que siempre era celebrada el tercer viernes de enero. La plaza pblica se llenara de tenderetes que ofrecan tiras de tortuga asada y juegos de azar. Msicas dispares brotaran de los bares, luchando entre ellas: reggae y salsa. Prince disfrutaba viendo cmo los bailarines callejeros se extraviaban en aquella confusin de ritmos. Aquello subrayaba el hecho de que ni los de ascendencia hispana ni los isleos podan tolerar la presencia del otro grupo y, todava ms, recalcaba el que estaban celebrando dos acontecimientos diferentes: el da en que la reina

Victoria le concedi su libertad a las islas, los militares de Honduras pusieron proa hacia ellas y se apoderaron del gobierno. Ms estupidez. El ron estaba empezando a sentarle mejor. Prince se relaj un poco ms y se dej ir con las luces prpura, viendo en ellas negras ramas retorcidas, y la jungla crepuscular de Lang Biang, y oyendo el siseo de la radio y el murmullo teatral de Leon: Eh, Prince! He localizado una sombra rara en el trono de ese bombax.... Apunt con su mira telescpica hacia el rbol, siguiendo el rumbo de las ramas que serpenteaban a travs de aquella atmsfera granulosa que se iba volviendo color prpura. Y despus lleg el chasquido de las armas automticas, y pudo or los gritos de Leon en el aire transmitidos por la radio... Tengo algo para ayudarle a que celebre la fiesta, seor Prince. Un hombre delgado, con cara de halcn, que vesta unos harapientos pantalones cortos se dej caer en la silla que haba junto a l, sus rizos oscilando sobre los hombros. Era George Ebanks. Prince agarr la botella de ron, irritado, listo para golpear, pero George alarg hacia l un objeto anguloso y lleno de ramificaciones..., un pedazo de coral negro. El autntico, seor Prince dijo. Cargado con todos los secretos de la isla. Sac un cuchillo y empez a raspar la rama. Las cortezas negras cayeron sobre la mesa. Basta con quitarle el color y eso es lo que se fuma. La rama intrigaba a Prince; era de una negrura mortal, carente de todo brillo, y resultaba difcil decir dnde terminaba cada tallo y dnde empezaba la oscuridad de la habitacin. Haba odo las historias que contaban sobre el coral negro. El viejo Spurgeon deca que te volva loco. Y John Anderson McCrae, que todava era ms viejo, haba dicho: El coral es tan negro que cuando lo fumas el color se te mete en los ojos y te permite ver el mundo de los espritus. Y permite que ellos te vean a ti. Qu efecto tiene? pregunt, sintindose tentado a probarlo. Te hace ser ms parte de las cosas. Eso es todo, seor Prince. No se ponga nervioso. Vamos a fumarlo con usted. Rudy y el tercer hombre, Jubert Cox, bajito y nervudo, se colocaron silenciosamente detrs del hombro de George, y Rudy le gui el ojo a Prince. George coloc unas cuantas astillas negras sobre la hoja del cuchillo y las meti en una pipa de opio, apretndolas bien: despus la encendi, aspirando con fuerza hasta que los huecos de sus mejillas reflejaron el rojo violeta del ascua. Le pas la pipa, un hilillo de humo escapando por la sonrisa de sus labios apretados, y vio como Prince la tomaba. El humo saba horrible. Tena un sabor mohoso que Prince asoci mentalmente con los millares de plipos muertos (eran millares a cada bocanada, o solamente centenares?) que acababa de inhalar, pero estaba tan fro que dej de preocuparse del sabor y se fij nicamente en esa frialdad. Su garganta se cubri de una fra piedra negra. La frialdad se difundi a sus brazos y piernas, hacindolos caer con su peso, y Prince se la imagin abrindose paso por las venas y las arterias con zarcillos negros, encontrando pasajes secretos desconocidos incluso para su sangre. Una sustancia potente... y embriagadora. No estaba seguro de si sudaba o no, pero senta algo de nauseas. Y le pareca que ya no estaba inhalando. No, no realmente. El humo pareca estar brotando de la pipa como por voluntad propia, una cuerda sedosa, el fro cordn de un estrangulador atando un nudo laberntico por dentro de su cuerpo... Hace falta muy poquito, eh, seor Prince? Jubert se ri. Rudy tom la pipa de entre sus entumecidos dedos.

... y envolviendo las fisuras de su cerebro en un complicado dibujo, atando sus pensamientos en una estructura coralina. Las grietas de brillantez que haba entre los tablones se fueron haciendo ms pequeas, alejndose hasta no ser ms que briznas doradas vagando por entre la negrura, despus alfileres de oro y luego nada. Y aunque al principio aquel efecto de la droga le fascin, a medida que iba progresando Prince empez a preocuparse, pues pens que se estaba quedando ciego. Cu... Su lengua se negaba a funcionar. Su carne estaba saturada de polvo negro, separada de l por una gran distancia, y el frescor se haba hecho ms profundo, convirtindose en un fro intenso. Y a medida que una dbil radiacin fue insinundose en la oscuridad, Prince se imagin que el proceso de la droga haba sido invertido, que su cuerpo estaba fluyendo por la pipa hasta el corazn del ascua rojo violeta. Oh, s, seor Prince, es el autntico coral negro dijo George desde lejos. El que crece en la raz de la isla. Lechos de algas ondulantes aparecieron en la negrura, iluminados por una violenta claridad, y Prince vio que estaba pasando por encima de ellos una muralla borrosa (el arrecife?) en cuya base ardan millares y millares de fuegos, fuegos que parpadeaban y cuyos colores iban desde el ndigo hasta el blanco violceo, todos ellos aferrndose a los tallos y ramas del coral negro (lo vio al acercarse), una erizada jungla de coral con tallos que tenan seis y nueve metros de alto, e incluso ms. Los fuegos eran ms pequeos que la llama de una vela y no parecan ser tanto presencias como mirillas que daban a un horno fro situado ms all del arrecife. Quiz eran alguna especie de coppodo, bioluminiscente y medio vivo. Baj por entre los tallos, movindose a lo largo de los canales que haba entre ellos. Barracudas, delgados y veloces peces martillo... Ah! Un mero, por lo menos noventa kilos de peso, peces ngel y mantarrayas..., los huesos aparecan en negativo a travs de su carne fosforescente. Enjambres de peces ms pequeos se movan con velocidad como si fueran un solo animal, detenindose e iniciando de nuevo el movimiento, entraban y salan del ramaje negro. El lugar posea una extraa geometra cintica, como si fuera las entraas de una mquina orgnica cuyas criaturas ejecutaban sus funciones maniobrando de acuerdo con pautas muy precisas a travs de sus intersticios, y dentro de la cual los fuegos violeta tenan la misma funcin que las locas e incontenibles ideas encerradas en un cerebro de tinta. Precioso! La Tierra de Thomas de Quincey. Un bosque enjoyado, un paraso oculto. Y, entonces, alzndose por encima de l en la penumbra, un tallo inmenso, un sombro y siniestro rbol de Navidad cubierto de adornos parpadeantes. Los tiburones trazaban crculos alrededor de su cima, sus siluetas reveladas por el resplandor. Unos cuantos fuegos se soltaron de una rama y flotaron hacia l, deslizndose con lentitud de mariposas. Le estn vigilando, seor Prince, nada ms. No se preocupe. De dnde vena la voz de George? Sonaba justo dentro de su oreja. Oh, bueno... No estaba preocupado. Los fuegos eran extraamente hermosos. Uno de ellos se acerc hasta unos treinta centmetros de sus ojos y se qued suspendido ante ellos, con su aureola violeta movindose continuamente, no al azar, como una llama, sino con un movimiento fluido que segua una pauta, una compleja pulsacin; su centro era de un blanco iridiscente. No podan ser coppodos. Se acerc un poco ms. Muy hermoso. Una oleada de violeta fue difundindose hacia el interior del fuego y acab siendo absorbida por la blancura. El fuego toc su ojo izquierdo. Y Prince perdi el control de sus ojos. Tuvo un fugaz atisbo de los tiburones que montaban guardia en lo alto, una confusa impresin del enrejado formado por las sombras sobre la pared del arrecife, y despus todo fue oscuridad. Aquel fro contacto, pese a haber sido tan breve, apenas una fraccin de segundo, le haba quemado, congelndose, como si una hipodrmica

hubiese penetrado con un pequesimo pinchazo en el lquido de su globo ocular y lo hubiera inundado con un suero helado, dejndole indefenso, dominado por los temblores. Le han encontrado! George? Ah abajo hay que andarse con mucho cuidado, seor Prince. Jubert. El postigo se abri con un golpe seco y la luz del sol entr por l, brillante y dulce, dndole calor. Prince se dio cuenta de que haba cado al suelo. Sus piernas estaban enredadas en un objeto duro que deba de ser la silla. Ha tenido un pequeo ataque, amigo. Es algo que puede ocurrir la primera vez. En seguida se pondr bien. Le levantaron del suelo y le ayudaron a salir del local y a bajar por la escalera. Prince, dbil y borracho, tropez y baj de golpe los tres ltimos peldaos, todava temblando, aturdido por la luz del sol. Rudy le meti la botella de ron entre los dedos. Qudate un buen rato al sol, to. Recupera las fuerzas. Oh, seor Prince! Un flaco brazo negro le hizo seas desde la ventana de la caja multicolor sostenida por los zancos, y a sus odos llegaron risitas ahogadas. Tiene trabajo para mi, seor Prince? Haba que imponerles un severo castigo fsico! Nadie poda hacerle pasar un viaje tan malo como se y no recibir su merecido! Prince bebi, se calent al sol y plane su venganza sobre los peldaos del ruinoso Hotel Capitn Henry. (El hotel haba sacado su nombre de Henry Meachem, el pirata cuyos tripulantes se haban unido a mujeres caribeas y jamaicanas, dando origen a la poblacin de la isla, y cuyo tesoro era el punto focal de muchas fbulas.) Una perra muy flaca que acababa de tener cachorros le grua desde el umbral. Entre gruido y gruido se mordisqueaba las enrojecidas tetas con un desagradable ruido de succin que hizo que a Prince se le espesase la saliva, hacindole sentir un sabor desagradable en la boca. Le dio veinticinco centavos al viejo Mike, el botones del hotel, para que la echara de all, pero despus de hacerlo el viejo quiso ms dinero. Puedo ser peor que una perra, amigo! Te arrancar la sombra de la espalda! Empez a bailotear alrededor de Prince, lanzndole dbiles golpes de izquierda. Iba muy sucio y vesta harapos incoloros y una gorra de bisbol manchada de grasa, pedazos de yema de huevo seca claramente visibles en sus patillas gris hierro. Prince le arroj otra moneda y le observ mientras que Mike sala corriendo para enterrarla. Las historias decan que Mike haba sido un terrible avaro y que enloqueci al descubrir que todo su dinero haba sido rodo por los ratones e insectos. Pero segn Roblie Meachem, propietario del hotel, se present aqu una maana. No recordaba cul era su nombre, as que le llamamos Mike, por mi primo de Miami. Con todo, las historias haban perdurado. Era tpico de la isla. (Repite algo el tiempo suficiente y ser verdad.) Y quiz las historias haban tenido cierto efecto beneficioso sobre el viejo Mike, actuando como una psicoterapia primitiva y dndole una leyenda dentro de la que vivir. Mike volvi de su escondite y tom asiento junto a los peldaos, trazando crculos en el polvo con un dedo y borrndolos despus, farfullando, como si no lograra que le saliesen tan bien como quera. Prince arroj su botella vaca hacia el tejado de una casucha, sin importarle dnde pudiera caer. La claridad de sus pensamientos le disgustaba; el coral haba conseguido hacerle recobrar la sobriedad y necesitaba el impulso que haba perdido. Si Rita Steedly no estaba en casa, bueno, entonces se encontrara a un kilmetro de su propio bar, el Brisa Marina, pero si estaba... Su

esposo, un eclogo que trabajaba para el gobierno, estara fuera de la isla hasta el anochecer, y Prince estaba seguro de que una sesin con Rita volvera a orientarle en la direccin adecuada y pondra de nuevo en marcha el proceso de conseguir una feroz borrachera, que haba sido interrumpida por el coral. Los postes del muelle de Rita Steedly estaban llenos de buitres, y eso haca que parecieran columnas de bano tallado. No era un espectculo demasiado raro en la isla, pero s uno que Prince consideraba muy adecuado a la naturaleza de la propietaria, y an se lo pareci ms cuando el buitre de mayor tamao se alz del poste con un lento aleteo y aterriz con un crujido en la copa de una palmera que dominaba el solario donde estaba tendida. La casa, hecha de estuco azul, reposaba sobre pilastras de cemento situadas en un palmeral. Por entre los troncos se podan ver las aguas del arrecife, reluciendo con haces y volutas de aguamarina, lavanda y verde, segn la profundidad y la distancia a que estuviera el fondo. Uvas de mar crecan bastante cerca de la casa, y la punta de tierra situada ms all de ella acababa en una confusin de manglares. Prince subi la escalera y Rita se incorpor, apoyndose en los codos. Ech hacia atrs sus gafas de sol y murmur un dbil Neal, como si llamara a su amante para un ultimo abrazo en el lecho de muerte. Despus volvi a derrumbarse sobre la toalla con el movimiento agotado de un alga plida y muerta. Su cuerpo reluca a causa del aceite bronceador y el sudor, y la parte superior de su bikini estaba desabrochada y haba resbalado, dejando al descubierto parte de sus pechos. Prince se prepar un cctel de ron y zumo de papaya con las bebidas que haba en el carrito situado junto a la escalera. Acabo de fumar un poco de coral negro con los chicos de Licores del Ghetto. Se dio la vuelta, mirndola por encima del hombro, y sonri. Los espritus me han dicho que debo purificarme con el cuerpo de una mujer antes de que la luna est alta en el cielo. Ya me pareca que hoy tenas los ojos amarillos... No deberas hacer semejantes tonteras. Se irgui; la parte superior del bikini cay sobre sus brazos. Cogi un mechn de cabello que se le haba pegado al pecho y lo puso en su sitio, detrs de la oreja. En esta isla ya no queda nada bueno. Hasta la fruta est envenenada! Te he hablado de la fruta? Lo haba hecho. Prince siempre haba encontrado desagradable su voz de nia pequea pero, al mismo tiempo, su nerviosismo le resultaba divertido, atractivo por su misma perversidad. Su obsesin por la salud pareca ser un producto de los traumas sufridos, igual que lo era la violenta disposicin anmica del mismo Prince. Toda la experiencia consisti en lucecitas y un poco de mareo dijo Prince sentndose junto a ella. Claro que para esos negros idiotas un dolor de cabeza y algo de vrtigo es todo un gran viaje. Intentaron confundirme, pero... Se inclin sobre ella y la bes. Logr escapar de ellos y vine directamente hacia aqu. Jerry tambin dijo haber visto luces prpura. Un grajo que llevaba un cigarrillo en el pico se pos en el tejado y empez a moverse dando saltitos. Rita lo asust con un gesto de la mano. Jerry ha fumado eso? Lo fuma continuamente. Quera que lo probase pero no pienso envenenarme ms de lo que ya debo hacerlo viviendo en este..., este montn de basura. Examin sus ojos. Se te estn poniendo tan mal como los de todo el mundo. De todas formas, todava no estn tan mal como los de la gente de Arkansas. Eran tan amarillos que casi relucan en la oscuridad. Igual que orina fosforescente! Se estremeci, solt un suspiro teatral y contempl las palmeras con expresin lgubre. Dios, cmo odio este sitio! Prince tir de ella hasta hacer que su rostro quedase delante de sus ojos.

Ests chiflada dijo. No lo estoy! replic ella, enfadada, pero empez a desabrocharse los botones de la camisa mientras segua hablando. Aqu todo est contaminado. Todo agoniza. Y en Estados Unidos es peor. Si sabes dnde mirar, puedes ver claramente la muerte en los rostros de la gente. He intentado convencer a Jerry de que debemos marcharnos, pero dice que no puede. Quiz acabe abandonndole. Tal vez me vaya a Per. He odo contar cosas bastante buenas sobre ese pas. Tambin vers la muerte en sus caras dijo Prince. Los brazos de Rita se deslizaron por su espalda y sus ojos parpadearon, una y otra vez, ojos de una mueca cuya cabeza podas manipular. Casi sin verle, mirando alguna otra cosa en vez de su rostro, alguna mala seal o un feo rumor. Y antes de que sus propios ojos se cerraran, antes de que dejara de pensar, su mirada fue ms all de la cabeza de Rita hacia el mar reluciente de muchos colores y vio en el plido cielo que bordeaba el horizonte una fugaz imagen de cmo haba sido todo despus de un ataque con napalm; toda la inmensidad y el silencio del vuelo; la atmsfera clara e inocente que se cerna sobre los arrozales, y las palmeras ennegrecidas como fsforos; y cmo se haba movido a travs de la tierra muerta, aplastando bajo sus pies los frgiles tallos calcinados, sin sentir miedo alguno, porque todas las serpientes que haba en un radio de kilmetros estaban muertas, convertidas en una sombra entre las cenizas. El viejo John Anderson McCrae, el borracho, el ciego John, estaba contando historias en la Brisa Marina, y Prince se fue a la playa en busca de paz y silencio. El viento le trajo fragmentos de aquella voz cascada. ...esa cruz estaba cubierta de esmeraldas... y zafiros... La historia sobre la cruz de oro de Meachem (que se supona estaba enterrada al oeste de la isla) era la obra maestra de John, y slo la narraba cuando el pblico estaba dispuesto a hacer grandes gestos. Cont cmo el fantasma de Meachem se apareca cada vez que su tesoro estaba amenazado, enorme, una constelacin formada por las estrellas de la isla. ... y la punta de su pata de palo era la luna cada del cielo... Naturalmente, Meachem haba gozado de dos piernas perfectamente sanas, pero saber aquello no inquietaba a John en lo ms mnimo. El fantasma de un hombre puede sufrir las mismas heridas que el hombre, dira; y despus, para evitar cualquier otro posible desafo, aadira: Bueno, puede que a la historia le falte algo de verdad, pero captura el espritu de la verdad. Y se reira, rociando con su aliento que ola a ron el rostro de los turistas, y repetira su lugar comn. Y los turistas le pagaran ms dinero convencidos de que era un viejo encantador y pintoresco, y alguien que estaba muy por debajo de ellos. Cmulos blancos se hinchaban en el horizonte, y las estrellas ardan sobre su cabeza con una llama tan brillante y nerviosa que pareca latir al unsono con el traqueteo del generador que iluminaba el Brisa Marina. Las olas se estrellaban siseando contra el arrecife. Prince hundi su vaso en la arena y se apoy en el tronco de una palmera, colocndose en un ngulo que le permitiera ver el porche del bar. El porche contena mesas y bancos colocados alrededor de los troncos de cocoteros que crecan a travs del suelo; luces anaranjadas de plstico con forma de palmera estaban montadas en los troncos. No estaba mal: un sitio agradable para sentarse y contemplar el ocano. Pero el interior de la Brisa Marina casi rozaba lo monstruoso: lmparas hechas con peces globo de piel transparente con bombillas metidas en los estmagos; mapas del tesoro y camisetas en venta; una gramola gigantesca que reluca con luces rojizas y purpreas como las joyas de la corona dentro de una jaula protectora hecha con tablones; abigarrados murales de piratas pintados en las paredes; y estandartes con el crneo y las tibias cruzadas colgando del techo de paja. El mostrador haba sido construido y pintado para que imitara un cofre del tesoro con su tapa entreabierta. Tres crneos de indgenas caribes reposaban en unos estantes encima de las botellas, con bombillas rojas en la mandbula; las bombillas podan encenderse y apagarse para celebrar cumpleaos y otras fiestas. Era su templo a la estupidez de Guanoja Menor; y, siendo su primera adquisicin, serva como monumento al compromiso que le una al grotesco corazn del afn adquisitivo. Un estallido de risas, gritos de Cuidado! y Buena suerte! y el viejo John apareci en el

porche, avanzando a tientas hasta que encontr los peldaos y baj casi rodando hasta la playa. Una vez all se agit de un lado para otro, golpeando el aire con su bastn, y acab derrumbndose hecho un ovillo a los pies de Prince. Un reseco mueco marrn cubierto de harapos y arrojado por la borda. Un instante despus se irgui, ladeando su cabeza. Quin est ah? Las luces de Brisa Marina se reflejaban en sus cataratas; parecan pepitas de plata sin pulir incrustadas en su crneo. Soy yo, John. Es usted, seor Prince? Bien, que Dios le bendiga! John empez a dar palmaditas en la arena, buscando su bastn, acab encontrndolo y seal con l hacia el mar. Mire, seor Prince. All, donde el Miss Faye va a pescar tortugas en Orilla Chinchorro. Prince vio las luces de posicin que avanzaban hacia el horizonte, la luz color ndigo mecindose sobre el mstil, y un instante despus se pregunt cmo diablos... La luz color ndigo pareci lanzarse hacia adelante, cruzando kilmetros de viento y agua en un instante, y lleg hasta sus ojos. Su visin se inund de prpura para normalizarse en un segundo y volverse a inundar, como si aquella cosa fuera una luz de polica que girase y girase dentro de su cabeza. Y estaba fra. Un fro que desgarraba, que dejaba inmovilizado. Verdad que hace una noche soberbia, seor Prince? No importa lo ciego que llegue a estar un hombre, siempre puede reconocer una noche soberbia! Prince logr por fin hundir sus dedos en la arena al precio de un tremendo esfuerzo, pero el viejo John sigui hablando. Dicen que la isla se apodera de los hombres. Y su poder puede ser amable porque la isla no odia a quienes moran sobre ella siguiendo la ley. Pero el que intenta hacerse seor de la isla..., bueno, llega una noche en que se le ajustan las cuentas. Prince senta unos enormes deseos de gritar porque aquello quiz pudiese liberar el fro atrapado en su interior; pero ni tan siquiera poda intentarlo. El fro le posea. Todo su ser estaba pendiente de las palabras de John, no escuchndolas, sino intentando llegar hasta ellas con su deseo. Las palabras brotaban de la suave atmsfera tropical como los extremos de clidas cuerdas marrones colgando justo un poco ms all de donde podan llegar sus helados dedos. Esta isla es pobre! Y la gente que vive en ella es idiota! Pero s que usted ha odo el refrn: Hasta un perro enfermo tiene dientes. Bueno, esta isla tiene dientes que llegan hasta el centro de las cosas. Los caribes dicen que encerrado en la raz de la isla hay un espritu que naci antes del tiempo, y los baptistas dicen que la isla quiz sea un manantial del Espritu Santo. Pero no importa cul sea la verdad, a toda la gente de aqu se le ha concedido una porcin de ese espritu. Y ahora ese espritu es legin! La luz que haba tras los ojos de Prince giraba tan de prisa que ya no poda distinguir entre los perodos de visin normal, y todo cuanto vea estaba baado por una claridad purprea. Oa toda su agona como un minsculo sonido que le araaba el fondo de la garganta. Cay de costado y sus ojos viajaron por encima de la arena hasta una punta de tierra donde las palmeras, su silueta recortada contra un llameante cielo purpreo, agitaban sus hojas igual que danzarines africanos cubiertos de plumas, retorcindose hacia lo alto, dominadas por el xtasis. Ese espritu ech a los ingleses! Y un da echar tambin a los hijos de los espaoles! Es lento, pero seguro. Y sa es la razn de que celebremos esta noche... Porque en esta misma noche todos aquellos que no pertenecen al espritu y a la ley deben someterse al juicio. Los zapatos de John chirriaron sobre la arena. Bueno, seor Prince, tengo que irme. Que Dios le bendiga.

Prince fue incapaz de comprender lo ocurrido ni tan siquiera cuando se le hubo despejado la cabeza y el fro acab disipndose. Si Jerry Steedly fumaba continuamente esta sustancia, entonces es que l deba de estar sufriendo alguna reaccin anormal a ella. Un viaje fantasma. Lo ms indicado era vencer el poder de la droga con tranquilizantes. Pero, cmo era posible que el viejo John hubiese visto el bote tortuguero? Quiz nada de todo aquello haba llegado a suceder. Tal vez el coral se limitara a retorcer un poco la realidad, y todo lo sucedido desde su visita a Licores del Ghetto haba sido una fantasa de la vida real provista de una asombrosa exactitud. Termin su copa, se tom otra, se calm un poco y le hizo una seal al maltrecho microbs cuando iba de camino al pueblo, para que le llevara hacia donde estaban Rudy, Jubert y George. La venganza sera el mejor antdoto contra aquel negro sedimento que haba en su interior. Da de la Independencia. De las casuchas goteaban luces multicolores, y el polvo del camino reluca con un brillo anaranjado, recorrido una y otra vez por bailarines y borrachos que chocaban unos con otros y caan al suelo. Las flacas bajas negras yacan bajo las casuchas, su piel atravesada por las barras luminosas que penetraban las grietas de los tablones. Las chicas bailaban junto a las ventanas de los bares; las mujeres de mayor edad, gordas, el cabello cubierto con turbantes, permanecan inmviles con expresin ceuda junto a los cuencos con ensalada de langosta y las mesas cubiertas de pasteles y pan de coco. Era una noche ronca, chillona, estridente, repleta de ruidos. Todos los perros se haban escondido como consecuencia de aquella algaraba. Prince se atrac de comida, bebi y despus empez a ir de un bar a otro haciendo preguntas a hombres que intentaban sujetarle por la camisa, ponan los ojos en blanco y, como respuesta, acababan desmayndose. No logr encontrar rastro alguno de Rudy o George, pero acab localizando a Jubert en un bar miserable cuya nica sea de identidad como bar era un letrero de cartn clavado a una palmera que haba junto a la casucha donde se encontraba, un letrero que deca CLUB AMIZTOSO NO JALEOS. Prince le atrajo al exterior con la promesa de darle marihuana y Jubert, idiotizado por la borrachera, le sigui hasta un claro situado detrs del bar donde se cruzaban varios senderos de tierra, un retazo de suelo limitado por otras dos casuchas y unos cuantos plataneros. Prince le sonri con su mejor sonrisa de buena hermandad, le pate la ingle y el estmago y rompi la mandbula de Jubert con el canto de su mano. Los cortes pequeos son los que ms sangran dijo Prince. Una gran verdad. As aprenders a no gastarle bromas a la gente importante. Toc la mandbula de Jubert con la punta de su pie. Jubert gimi; la sangre brot de su boca, formando un charco negro bajo la luz de la luna. Si vuelves a hacerme algo parecido, te mato dijo Prince. Tom asiento junto a Jubert, con las piernas cruzadas. El claro estaba saturado de luna y las hojas de los pltanos parecan hechas de seda grisverdosa. Sus troncos relucan, blancos como el hueso. Una cortina de plstico que tapaba la ventana de una casucha brillaba con un dibujo de rosas msticas, iluminadas por la lmpara de aceite que haba dentro. El reggae de las gramolas cruja en la clida noche, risas lejanas... Dej que el claro fuera perfilndose a su alrededor. La luna se hizo ms clara, igual que si hubieran quitado la delgada pelcula que la cubra; la luz le hizo cosquillas en los hombros. Todo se fue haciendo ms preciso casuchas, meras, plataneros y arbustos, inclinndose sobre l, rodendole y oprimindole. Sinti ciertas ganas de rer al verse tal y como haba estado en la jungla de Lang Biang, locamente alerta a todo. Aquello conjuraba viejos tpicos del cine. Prince, el veterano enloquecido por los recuerdos y distanciado por el trauma de guerra, obligado a revivir sus pesadillas, teniendo que perseguir a los miserables delincuentes del pueblucho. La violenta leyenda norteamericana. El Prince del cine, desgarrado por la guerra. Finalmente s ri. Saba que su existencia estaba desprovista de semejante material temtico. Estaba libre de toda compulsin.

Millares de minsculos lagartos se deslizaban bajo las hojas de los plataneros, corriendo por el suelo arenoso sobre sus patas traseras. Prince poda ver la agitacin de los arbustos. Un matorral de hibiscos se mova detrs de una casucha, una trampa extica colgando en la oscuridad, y las sombras que haba bajo las palmeras eran muy profundas y no paraban de oscilar..., no eran como las sombras de Lang Biang, inmviles, verdes, suspendidas en la bveda de los rboles. Las historias decan que esos rboles estaban habitados por los espritus, criaturas demonacas con picos de hierro que masticaran tu alma hasta hacerla trizas. En una ocasin Prince mat a una. No era ms que un gran murcilago de la fruta que se haba vuelto loco (eso le dijeron), probablemente por culpa de algn producto qumico, un producto que le haba hecho lanzarse contra Prince en plena luz del da. Pero l haba visto un demonio con el pico de hierro que surga de una sombra verde, y dispar. Deba acertarle con casi todos los proyectiles, porque slo encontraron retazos de un ala ensangrentada que pareca hecha de cuero. Despus de aquello le llamaron Ojo-de-Lince y explicaron cmo haba hecho saltar al murcilago a travs del aire con rfagas de una increble precisin. No tena miedo de los espritus. Qu tal te va, Jube? pregunt Prince. Jubert estaba mirndole con los ojos muy abiertos. Las nubes pasaron rpidamente a travs de la luna. El claro se oscureci y volvi a iluminarse. Ah arriba hay buitres, Jube, buitres que vuelan delante de la luna y gritan tu nombre. Prince le tena cierto miedo a la droga, pero los isleos no le asustaban demasiado..., y desde luego, mucho menos de lo que l asustaba ahora a Jube. Prince haba tenido mucho ms miedo, haba gritado y se lo haba hecho encima, pero siempre haba vaciado su arma sobre las sombras y haba permanecido flipado y alerta durante once meses. Haba aprendido que el miedo posee su propia continuidad, hecha de las acciones correctas. Poda manejarlo. Jubert emiti un gorgoteo. Tienes alguna pregunta que hacerme, Jube? Prince se inclin sobre l, lleno de solicitud. Una repentina rfaga de viento hizo que una hoja muerta cayera al suelo y el sonido asust a Jubert. Intent levantar la cabeza y el dolor le hizo desmayarse. Escucha cmo canta ese chico! grit alguien. Oh, amigo, qu bueno es! y puso ms alta la gramola. La msica chillona alter bruscamente el estado anmico de Prince. Todo pareca disperso, fuera de lugar. La luz de la luna mostraba su mugre y el abandono del claro, los excrementos de gallina y los caparazones de los cangrejos vacos. Haba perdido casi todas las ganas de perseguir a Rudy y a George, y decidi dirigirse hacia el local de Maud Price, el Sueo Dorado. Tarde o temprano todo el mundo se pasaba por el Sueo. Era el centro de juego de la isla, y gracias a que sus dos salas estucadas iluminadas por bombillas desnudas le convertan en una excepcin a la norma general de las casuchas, beber all confera cierto prestigio. Pens en hablarles de Jubert pero decidi no hacerlo y le dej all para que algn otro le robara. Maud dej una botella sobre el mostrador y le dijo que Rudy y George no haban pasado por all. Nubes de moscas se alzaban zumbando de los charquitos de bebida derramada y orbitaban alrededor de ella como electrones enloquecidos. Despus volvi a lo que estaba haciendo: cortar cabezas de pescado, quitar escamas y salar. Monstruosamente gorda, negra como el azabache, manchas de sangre sobre su vestido blanco. El tocadiscos que haba junto a su codo emita deformadas melodas de Freddy Fender. Prince vio a Jerry Steddly (quien no pareci alegrarse mucho de ver a Prince) sentado a una mesa junto a la pared, fue hacia l y le habl del coral negro.

Todo el mundo ve las mismas cosas dijo Steedly, sin parecer interesado. El arrecife, los fuegos... Y qu hay de los viajes fantasma posteriores? Es algo tpico? Sucede a veces. Yo no me preocupara por ello. Steedly mir su reloj. Tena unos cuarenta aos, quince ms que Rita: un larguirucho de Arkansas cuyo cabello pelirrojo cortado al cepillo estaba empezando a volverse gris. No estoy preocupado dijo Prince. Fue soberbio salvo por los fuegos o lo que sean. Al principio pens que eran coppodos, pero supongo que eran slo parte del viaje. Los isleos creen que son espritus. Steedly mir hacia la puerta, nervioso, y despus mir a Prince, repentinamente muy serio, como si estuviera pensando hacerle una pregunta muy grave. Ech su silla hacia atrs y se apoy en la pared, medio sonriendo. Se haba decidido. Sabes qu creo yo que son? Aliengenas. Prince hizo toda una exhibicin de mirarle con los ojos bien abiertos, dej escapar una risa algo boba y bebi. No bromeo, Neal. Parsitos. A decir verdad, puede que lo de los coppodos no ande tan desencaminado... No son inteligentes. Son moradores de los arrecifes que hay en el universo contiguo. El coral abre las puertas de la percepcin o les deja ver las puertas que ya estn ah, y entonces... Pum! Se lanzan hacia ti. Provocan un bajo grado de telepata en el husped humano. Entre otras cosas. Steedly volvi a poner bien su silla y seal hacia la habitacin contigua, repleta de gente que gritaba agitando cartas y dinero, los perdedores amenazando a los ganadores. Tengo que perder un poco de dinero, Neal. Tmatelo con calma. Ests intentando liarme o qu? pregunt Prince con una leve incredulidad. Nada de eso. No es ms que una teora que tengo. Muestran una conducta colonial parecida a la de muchos pequeos crustceos. Pero quiz sean espritus. Puede que los espritus no sean ms que vagas criaturas animales que nos llegan de otro mundo y clavan sus ganchos en tu alma, infectndote, morando dentro de ti. Quin sabe? Pero yo no me preocupara por eso. Se march. Saluda a Rita de mi parte grit Prince. Steedly se dio la vuelta, luchando consigo mismo, pero sonri. Eh, Neal... dijo. La cosa no ha terminado. Prince bebi lentamente su ron, mirando de reojo hacia la puerta cada vez que entraba alguien (el lugar se estaba llenando rpidamente), y observ cmo Maud le iba sacando las tripas a los peces. Un sol formado por bombillas colgaba a unos centmetros por encima de su cabeza, y Prince se la imagin con un collar de esqueletos, metiendo la mano en un cubo lleno de hombrecillos cubiertos con escamas plateadas. El golpear de su cuchillo iba puntuando el parloteo que le rodeaba. Se estaba adormilando. Se dedic a escuchar distradamente la conversacin de tres hombres sentados a la mesa contigua, apoyando la cabeza en la pared. Si se quedaba dormido, Maud se encargara de despertarle. Ese hombre est loco, siempre cabreado, siempre chillando! Es un tipo duro, amigo! No se puede negar. Duro? Ese hombre es peor que duro. Mira, tal y como lo cuenta Arlie... Arlie? Se pregunt si estaran hablando de Arlie Brooks, que atenda el bar de Brisa Marina. ... esa Mary Ebanks se desangr hasta morir...

Dicen que la mancha de su sangre todava brilla por las noches en el suelo del Brisa Marina! Quiz fuera Arlie. Venga, hombre, eso son tonteras! Bueno, olvdate de eso! No fue l quien le dispar. Quien lo hizo fue Eusebio Conejo, del otro lado de la baha Sandy. Pero ese hombre entiende de heridas y podra haberle salvado si no hubiera salido corriendo en cuanto oy el dispar! No es quien le rob esa cruz de oro al viejo Byrum Waters? Justo! Le dijo que el oro se haba vuelto malo y que por eso estaba tan negra. Y Byrum, que no tiene ni idea del oro, no saba que slo haba perdido el lustre! se era el tesoro que perdi el viejo Meachem, no? Justo! Los caribes le vieron enterrarlo y cuando se fue lo llevaron a las colinas. Cuando Byrum lo encontr se lo dijo a su amigo norteamericano. Ja! Y ese amigo se convirti en un hombre rico, y el viejo Byrum se fue bajo tierra envuelto en una sbana! sa era su cruz! Estaban hablando de l! Ofendido, Prince sali de su estupor y abri los ojos. Y se qued muy quieto. La msica, los gritos que llegaban de la otra habitacin, las conversaciones..., todo haba cesado, haba sido eliminado sin dejar detrs ni el ms mnimo suspiro o tos, y la habitacin se volvi negra..., salvo el techo. Y el techo herva con un fuego purpreo; remolinos de ndigo, prpura y blanco violceo, una pauta similar a la de las aguas del arrecife, como si tambin ella indicara toda una variedad de profundidades y suelos distintos; pero con un aspecto de incandescencia, un rectngulo de violenta claridad que no paraba de alterarse, como el primer atisbo de cielo que puede tener un cadver cuando su atad es abierto en el infierno..., y estaba muy fro. Prince se agach, pensando que se lanzaran sobre l, que le dejaran clavado en aquella oscuridad helada. Pero no lo hicieron. Uno a uno, los fuegos se fueron separando del techo llameante y fluyeron por las paredes, aposentndose en los huecos y las grietas de las cosas, subrayndolas con puntos de parpadeante radiacin. Su desfilar pareca casi ordenado, majestuoso, y Prince pens en una congregacin que ocupaba los reclinatorios correspondientes a cada uno de sus miembros antes de alguna gran celebracin religiosa. Iluminaron las arrugas que haba en las camisas harapientas (y tambin los faldones rotos), y las que haba en los rostros. Resiguieron los contornos de vasos, botellas, mesas, telaraas, el ventilador elctrico, bombillas y cables. Ardieron como nebulosas en el licor, se convirtieron en las puntas chisporreantes de los cigarrillos, trazaron un mapa de las bebidas derramadas sobre el mostrador y las convirtieron en miniaturas de mares fosforescentes. Y cuando hubieron ocupado todos los sitios, su plan finalmente completado, Prince se encontr inmvil y atnito en el centro de una constelacin increblemente detallada, una constelacin compuesta de fantasmagricas estrellas purpreas recortadas contra un cielo de bano: la constelacin de un bar de trpico, del Sueo Dorado de Maud Price. Ri con una risa algo vacilante; una risa que son forzada incluso en sus propios odos. Se dio cuenta de que no haba ninguna puerta, ninguna ventana ribeteada de fuego prpura. Toc la pared que haba a su espalda buscando hallar algo seguro, algo que le tranquilizara, y apart la mano rpidamente; la pared estaba helada. Lo nico que se mova era el parpadeo de los fuegos, no se escuchaba sonido alguno. La negrura le mantuvo clavado en su asiento, como si bajo l hubiese un pantano dispuesto a tragarle. Me duele, to! Me duele dentro de la cabeza! Una voz cansada, a punto de quebrarse. La voz de Jubert! Amigo, yo tambin te hice dao y t me pasaste el coral negro!

Cierto, cierto! El hombre tena derecho a hacer algo! Otras voces empezaron a participar en la discusin, la mayor parte de ellas ebrias, confusas, voces que parecan brotar de escobas cubiertas de estrellas, de sillas y vasos. Muchas de ellas se pusieron de su lado en cuanto a lo de la paliza que le haba dado a Jubert: Prince comprendi que se era el tema a discutir. Y estaba ganando! Pero haba otras voces que seguan hablando, acusndole. Llev a ese gordo turista norteamericano con su cmara a donde estaba la seora Ebanks para que le tomara una foto, y la seora Ebanks pas mucha vergenza! No, hombre! No me avergonc! No hay que culparle de eso! Me pag tres barracudas y se llev las cinco! Cuando le dije que siempre andaba detrs de esa prima ma que vive en Ceiba me derrib al suelo de un puetazo! Me dio una paliza... Me tim... Me maldijo... Las voces empezaron a discutir sobre los detalles de los cargos y las circunstancias atenuantes, acusndose unas a otras de exagerar. Su lgica estaba llena de errores y estupideces. Pareca un malicioso cotilleo de borrachos, como si un grupo de isleos estuviera parado en alguna calle polvorienta y discutiera sobre la verdad o la mentira de una fbula. Pero en este caso lo que discutan era su fbula; pues aunque Prince no reconoci a todas las voces, s reconoci sus crmenes, los excesos de su orgullo, sus errores y sus mseras faltas. De no haber tenido tanto fro quiz incluso se hubiera divertido, pues la opinin general pareca que no era ni mejor ni peor que sus acusadores y, por lo tanto, no mereca ninguna sentencia rigurosa. Pero entonces habl una voz asmtica, la expresin de una vieja sensibilidad confusa y embotada. Encontr esa cruz de oro en una caverna, en el Risco del Ermitao... dijo. Prince sinti pnico, salt hacia la puerta, olvidando que no haba ninguna puerta, ara la ptrea superficie, cay y empez a reptar por el suelo, en busca de una salida. La voz de Byrum sigui hablando, acosndole. Y voy a verle y le digo: Seor Prince, tengo un terrible dolor en el pecho. No puede darme algo de dinero? S que todo su dinero viene de haber fundido la cruz de oro. Y l dice: Byrum, tu pecho me importa una mierda!. Y despus me seala la puerta! Prince se derrumb en un rincn, los ojos clavados en la gramola cubierta de estrellas de donde brotaba la voz del anciano. Nadie puso en duda lo dicho por Byrum, nadie protest. Cuando acab de hablar se hizo el silencio. El muy bastardo se ha estado acostando con mi mujer dijo una voz norteamericana. Jerry! chill Prince. Dnde ests? La fuente de la voz era una botella de ron tachonada de estrellas. Aqu mismo, hijo de... Nada de hablar con l antes de la sentencia! Eso es! Los espritus lo dicen bien claro! Esas malditas cosas no son espritus... Si no lo son, cmo es que esta noche tenemos a Byrum Waters en el Sueo? Este hombre no puede or las voces de los espritus porque l no es de la isla!

Byrum no est aqu! Os lo he repetido tantas veces que ya estoy harto de ello! Esas criaturas hacen que los seres humanos se vuelvan telpatas. Eso quiere decir que cada uno de vosotros puede or las mentes de los otros, que vuestros pensamientos crean ecos y amplifican los de los otros, quiz incluso llegan a una especie de inconsciente colectivo. As es como... Creo que alguien ha debido darle una pedrada en la cabeza! Este hombre est loco! El problema de los fuegos purpreos qued pospuesto, y las voces discutieron la relacin de Prince con Rita Steedly (No hay pruebas de que est enredado con tu mujer!), llegando por fin a un veredicto de culpable por mayora basado en lo que a Prince le parecieron unas pruebas muy poco slidas. El fro de la habitacin estaba empezando a afectarle y, aunque se dio cuenta de que unas voces nada familiares se haban unido al dilogo voces inglesas cuyas palabras estaban salpicadas de arcasmos, voces guturales de los caribes, no se pregunt quines podan ser. Estaba mucho ms preocupado por el temblor de sus msculos y el lento y vacilante latido de su corazn; se abraz las rodillas y hundi la cabeza en ellas, buscando calor. Y por eso apenas si se enter del veredicto anunciado por el cascado susurro de Byrum Water (La isla no le rechaza, seor Prince) y tampoco oy la discusin provocada por ese veredicto (Eso es cuanto vas a decirle? Tiene derecho a saber cul ser su destino!), salvo como una estpida cantinela hipntica que le aturdi todava ms y le hizo sentir ms fro, convirtindose despus en carcajadas fantasmales. Y tard bastante en darse cuenta de que haca menos fro, de que la luz que se filtraba por entre sus prpados era de color amarillo y de que la risa no era emitida por fuegos espectrales sino por borrachos harapientos que se agolpaban a su alrededor, sudorosos, aullando y derramando la bebida de sus vasos encima de sus pies. Sus bocas se abrieron ms y ms ante el confuso campo visual de Prince, revelando huecos y dientes medio rotos, como si estuviera cayendo en las fauces de viejos animales que haban pasado siglos enteros en su jungla, y que esperaban la llegada de alguien como l. Grandes mariposas revoloteaban en el aire a su alrededor. Prince se apoy en el suelo, casi sin fuerzas, e intent levantarse. Las carcajadas se hicieron ms potentes, y Prince sinti como sus propios labios se retorcan en una sonrisa, una reaccin involuntaria a todo el buen humor contenido en la habitacin. Oh, maldita sea! Maud golpe el mostrador con la palma de su mano, asustando a las moscas y consigui que el hipo de Freddy Fender se convirtiera en un gemido. Su sonrisa estaba llena de una salvaje malicia. Qu le parece eso, seor Prince? Ahora es uno de nosotros! Se haba desmayado, eso era. Deban haberle tirado a la calle igual que un saco lleno de estircol! Se levant agarrndose a la ventana, con la cabeza dndole vueltas; algo tintine dentro de su bolsillo al tocar la pared..., una botella de ron. Hurg en el bolsillo, la sac, trag un sorbo y sinti nauseas; pero not que el licor le daba algo de fuerza. El pueblo estaba muerto, oscuro y silencioso. Se apoy en la puerta del Sueo y vio las casuchas medio en ruinas oscilando bajo la veloz corriente de nubes iluminada por la luna. Sombras extraas y puntiagudas, sombreros de brujas, la aguda prominencia de unas negras alas dobladas. No lograba pensar con claridad. Mareado, avanz tambalendose por entre las casuchas y acab cayendo a cuatro patas junto al agua, mojndose la cabeza en las olitas que laman los tablones. Bajo sus manos haba cosas escurridizas. Imposible saber qu eran..., maldita sea, algas. Se dej caer sobre una pilastra y permiti que el viento le hiciera estremecerse, aclarndole un poco las ideas. Su casa. Mejor que luchar con esa perra rabiosa del Hotel Capitn Henry, mejor que volver a desmayarse all mismo. Unos cuantos kilmetros isla a travs, no ms de una hora incluso en su estado actual. Pero cuidado con los fuegos prpura! Se ri. El silencio engull su sonrisa. Si todo esto no era ms que la droga gastndole sus trucos... Dios! Se poda hacer una fortuna vendindola en Estados Unidos. Le quitas el color y eso es lo que te fumas canto con ritmo de calipso. Con el coral negro, bum-bum, slo hace falta una calada.

Volvi a reirse. Pero qu diablos eran esos fuegos prpura? Espritus? Aliengenas? Qu tal las almas prpura de los negros? Tom otro trago. Mas vale que lo raciones, peregrino le dijo al oscuro camino con su mejor estilo John Wayne. O nunca llegars al fuerte con vida! Y, como John Wayne, volvera, mordera la bala con sus dientes, se limpiara a s mismo con un cuchillo al rojo vivo y llenara de agujeros a los malos. Oh, s! Pero y suponiendo que fueran espritus? Aliengenas? Y si no eran alucinaciones? Y qu! Ahora soy uno de ellos! grit. Los primeros tres kilmetros fueron bastante fciles. El camino serpenteaba por entre colinas cubiertas de matorrales, y la pendiente no era demasiado fuerte. Las estrellas brillaban por el oeste, pero la luna se haba ocultado tras las nubes y la oscuridad era tan espesa como barro. Dese haberse trado la linterna... Eso era lo primero que le haba llamado la atencin de la isla; que la gente llevaba linternas para ver sus caminos por las colinas, a lo largo de las playas, incluso dentro de los pueblos cuando fallaban los generadores. Y cuando un extranjero, ignorante y desprovisto de linterna, se cruzaba con ellos, alumbraban el suelo desde sus pies a los tuyos y preguntaban: Qu tal la noche?. Preciosa, haba contestado l; o Excelente, sencillamente excelente. Y lo haba sido. Amaba cuanto haba en la isla..., las historias, las cadencias musicales del lenguaje isleo, los rboles de uvas marinas con sus extraas hojas redondeadas que parecan hechas de cuero y el brillante mar multicolor. Haba comprendido que la isla funcionaba segn un principio flexible e ingenioso, un principio capaz de acomodar en su seno a todos los contrarios y de acabar absorbindolos mediante un proceso de tranquila aceptacin. Haba envidiado las existencias pacficas y sin prisas que llevaban los isleos. Pero eso fue antes de Vietnam. Durante la guerra algo en su interior se haba vuelto irreversiblemente sobrio, fro como una piedra, acabando con su jovialidad natural, y cuando volvi sus existencias idlicas le parecieron despreciables, flccidas, una bacteria cultural que se retorca sobre la plaquita de vidrio del microscopio. De vez en cuando vea la punta de un techo silueteado contra las estrellas, tiras de alambre espinoso delimitando unos cuantos acres de matorrales y plataneros. Iba siguiendo el centro del camino, apartndose de las sombras ms densas, cantando viejos temas de Dylan y los Stones, impulsndose con tragos de ron. Volver haba sido una buena decisin, porque estaba muy claro que se incubaba una buena tormenta del norte. El viento soplaba sobre su rostro con fras rfagas, escupiendo lluvia. En esta poca del ao las tormentas llegaban con mucha rapidez, pero tendra tiempo de llegar a su casa y cerrarlo todo antes de que la lluvia alcanzara su mxima intensidad. Algo se agit entre los arbustos. Prince dio un salto, apartndose del sonido, mirando rpidamente a su alrededor en busca del peligro. La pequea elevacin del terreno que haba a su derecha mostr repentinamente dos cuernos iluminados por las estrellas y cargo sobre l, mugiendo, pasando tan cerca de su cuerpo que pudo or el aliento que brotaba de la roja garganta. Cristo! Haba parecido ms el mugido de un demonio que el de una vaca. Y era una vaca. Prince perdi el equilibrio y cay al suelo, temblando. La maldita bestia volvi a perderse de vista, abrindose paso ruidosamente por un matorral. Prince intent levantarse. Pero el ron, la adrenalina y todos los venenos de aquel da largo y agotador se removieron dentro de l y su estmago se vaci, soltando el licor, la ensalada de langosta y el pan de coco. Despus se sinti algo mejor: ms dbil, pero no al borde de caer en una debilidad tan grande como la de antes. Se arranc de un manotazo la camisa, sucia por el vmito, y la arroj hacia un arbusto. El arbusto era una llamarada de fuegos prpura.

Colgaban de las puntas de cada rama y de cada hoja y marcaban el retorcido trayecto de los tallos, delinendolos tal y como haba hecho en el bar de Maud. Pero en el centro de aquel encaje los fuegos se agrupaban formando un globo, un perverso sol blanco violceo del que brotaban filamentos parecidos a telaraas y que generaba una floracin de electricidad en forma de hojas picudas. Prince retrocedi. los fuegos parpadeaban en el arbusto, inmviles. Quiz la droga estaba llegando al final de su trayecto, tal vez ahora que haba quemado la mayor parte de esa sustancia los fuegos ya no podran afectarle como antes... Pero entonces sinti deslizarse por su columna vertebral un cosquilleo muy, muy fro, y supo, oh, Dios!, supo con toda seguridad que haba fuegos en su espalda, jugando al escondite all donde nunca podra encontrarlos. Empez a golpearse los omplatos, como un hombre que intenta apagar las llamas, y el fro se peg a las yemas de sus dedos. Se los puso delante de los ojos. Parpadeaban, yendo del ndigo al blanco violceo. Los sacudi con tal fuerza que sus articulaciones crujieron, pero los fuegos se extendieron por sus manos, encerrando sus antebrazos en un crdeno resplandor. Prince se apart del sendero, dominado por el pnico, cay, logr levantarse y ech a correr, manteniendo sus brazos relucientes rgidamente extendidos ante l. Baj tambalendose por una pendiente y aterriz de pie. Vio que los fuegos haban llegado hasta ms arriba de sus codos y sinti el fro subiendo centmetro a centmetro. Sus brazos iluminaron la espesura que le rodeaba, como si fueran los vacilantes rayos de dos linternas con el vidrio pintado. Las lianas brotaban de la oscuridad, anillos de una serpiente negra enroscada por todo el lugar, agitadas en un movimiento frentico por la luz purprea. Estaba tan asustado, tan vaco de nada que no fuese el miedo, que cuando vio ante si un tronco de palmera corri en lnea recta hacia l, rodendolo con sus brazos resplandecientes. Haba cosas duras en su boca, sangre, ms sangre fluyendo hacia sus ojos. Escupi y se examin la boca con la lengua, torciendo el gesto al notar las heridas de sus encas. Faltaban tres dientes, quiz cuatro. Se agarr al tronco de la palmera para incorporarse. Estaba en el bosquecillo que haba cerca de su casa! Por entre los troncos poda ver las luces del cayo San Marcos, mares blancos saltando por encima del arrecife. Logr llegar hasta el agua, apoyndose en los troncos de las palmeras. El viento cargado de lluvia azotaba la herida de su frente. Jess! Estaba tan hinchada como una cebolla! La arena hmeda se apoder de una de sus zapatillas de tenis; sin embargo, Prince no intent recuperarla. Se lav la boca y la frente con el agua salada, sintiendo su escozor, y despus fue hacia la casa, buscando su llave. Maldicin! La llevaba en la camisa. Pero no importaba. Haba construido la casa al estilo hawaiano, y las paredes estaban hechas con tablillas de madera que dejaban entrar la brisa; meterse dentro no le costara demasiado. Apenas si poda ver el extremo del tejado recortndose contra la turbulenta oscuridad de las palmeras y las colinas que haba tras ellas, y se golpe las espinillas con el final del porche. Un relmpago brill en la lejana; logr encontrar la escalera y vio la concha que reposaba sobre el ultimo peldao. Meti su mano dentro de ella, golpe las tablillas de la puerta hasta abrir un agujero tan grande como su cabeza, y se apoy en el marco, agotado por el esfuerzo. Estaba a punto de meter la mano por el agujero, en busca del pestillo, cuando la oscuridad del interior visible, por contraste con la menos intensa oscuridad de la noche, bajo la forma de una masa de vaco muerto, sin brill brot del orificio igual que pasta dentfrica negra e intent atraparle. Prince retrocedi, tambalendose por el porche, y aterriz sobre su costado; rept un par de metros, se detuvo y mir hacia la casa. La negrura estaba invadiendo la noche, enquistndole en un arbusto de ramas coralinas tan denso que slo poda ver por entre ellas breves destellos de los rayos que caan ms all del arrecife. Por favor, dijo, alzando la mano en un gesto de splica. Y algo se rompi dentro de l, alguna cosa dura e inflexible cuyo residuo estaba compuesto de lgrimas. El aullido del viento y el retumbar del arrecife llegaron hasta l como una sola vocal ominosa, rugiendo, subiendo de tono. La casa pareci inhalar la oscuridad, chuparla hacia el interior, y por un instante Prince pens

que todo haba terminado. Pero entonces rayos violeta brotaron de entre las tablillas de madera, como si dentro de la casa alguien acabara de poner al descubierto el llameante corazn de un reactor atmico. La playa se ilumin como bajo la claridad de un da lvido: una tierra de nadie cubierta de peces muertos, conchas medio enterradas, latas oxidadas y troncos arrastrados por la marea que parecan los miembros corrodos de estatuas de hierro. Palmeras hechas de tinta temblaban y se sacudan. Cocos podridos arrojaban sombras sobre la arena. Y entonces la luz sali de la casa, dispersndose en una mirada de astillas llameantes y posndose en las copas de las palmeras, en las quillas de los botes, en el arrecife, en los tejados de latn que haba por entre las palmeras, y en la uva marina y los anacardos, y all donde se posaron siguieron ardiendo; fantasmas de velas que iluminaban una orilla sagrada, bailando en el oscuro interior de una iglesia que tenia el viento por himno y el trueno por letana, y sobre cuyas paredes saltaban sombras emplumadas y reptaba el rayo. Prince se puso de rodillas, y observ, esperando, y lo cierto es que ya no tena miedo: se haba perdido dentro de l. Como un gorrin fascinado por la mirada de una serpiente, percibi todo lo que formaba a su devorador y supo con una gran claridad que aqul era el pueblo de la isla, todos los que haban vivido en ella, y que estaban posedos por alguna fuerza de otro mundo aunque no poda determinar si se trataba de un espritu, un aliengena o ambas cosas a la vez, y que haban ocupado sus lugares de costumbre, sus puestos rituales. Byrum Waters flotando sobre el anacardo que haba plantado de nio; John Anderson McCrae revoloteando sobre el arrecife donde l y su padre haban agitado linternas para atraer los barcos hacia las rocas; Maud Price como un fantasma sobre la tumba de su hijo, oculta en la maleza detrs de una casucha. Pero un instante despus dud de aquel conocimiento y se pregunt si no seran ellos quienes le estaban diciendo todo eso, hacindole participar del consenso general de la isla, pues oy el murmullo de una vasta conversacin que iba hacindose ms clara, dominando al viento. Se qued inmvil buscando una forma de escapar, sin tener ni la ms mnima esperanza de que hubiera alguna, pero decidiendo ejercitar una ultima opcin. All donde posaba sus ojos el mundo giraba y se agitaba como turbado ante su imagen, y lo nico que permaneca constante era el parpadeo de los fuegos prpura. Oh, Dios mo!, grit, casi cantando esas palabras en un xtasis de miedo, y comprendi que el momento para el cual se haban reunido todos acababa de llegar. Como uno solo, de todos los puntos de la costa, los fuegos se lanzaron hacia l. Antes de que el fro le abrumase, Prince oy voces de isleos dentro de su cabeza. Se burlaban (Veamos cmo te las apaas ahora con el espritu, desgraciado!). Daban instrucciones (Es mejor que no luches contra el espritu. De esa forma ser menos duro). Insultaban, parloteaban y construan razonamientos carentes de toda lgica. Pas unos cuantos segundos intentando seguir el hilo de su discurso, pensando que si lograba comprenderlo y hacerle caso quiz llegaran a callarse. Pero cuando no consigui entenderlo, lleno de frustracin, se ara el rostro. Las voces se alzaron formando un coro, convirtindose en una turba que aullaba, con cada uno de sus miembros intentando obtener su atencin, y despus aumentaron hasta ser un rugido superior al del viento, pero tan obtuso como ste, e igualmente decidido a conseguir su aniquilacin. Se dej caer a cuatro patas, percibiendo el comienzo de una aterradora disolucin, como si estuviera siendo derramado en un iridiscente cuenco rojo y violeta. Y vio la pelcula de fuego que cubra su pecho y sus brazos, vio su propio y horrendo resplandor reflejado en las conchas rotas y la arena embarrada, pasando del rojo violeta al blanco violeta y hacindose ms brillante, cada vez ms y ms blanco hasta que se convirti en una oscuridad blanca dentro de la que perdi todo rastro de la existencia. El viejo barbudo lleg a Meachem's Landing a primera hora del domingo por la maana, despus de la tormenta. Se par un rato junto al banco de piedra que haba en la plaza pblica, all donde el centinela, un hombre todava ms viejo que l, estaba apoyado en su rifle para cazar ciervos, durmiendo. Las voces burbujearon en sus pensamientos se imaginaba sus pensamientos como si fueran una sopa hirviendo de la que asomaban burbujas que acababan reventando, y las voces brotaban de cada burbuja rota, y empezaron a chillarle (No, no! No

es se! Sigue andando, viejo idiota!). Era un coro, un clamor que le hizo palpitar la cabeza; sigui andando. La calle estaba cubierta de ramas, hojas de palmera y botellas rotas enterradas en el fango, botellas de las que slo asomaban bordes relucientes. Las voces le advirtieron de que eran muy afilados y le cortaran (Te dolern tanto como esas heridas que tienes en la cara), y el viejo dio un rodeo para esquivarlas. Quera hacer lo que le indicaban porque..., bueno, pareca lo ms adecuado. El destello de un bache repleto de lluvia atrajo su atencin y se arrodill junto a l, contemplando su reflejo. Trozos de alga colgaban de su revuelto cabello canoso y se los fue quitando uno a uno, colocndolos cuidadosamente sobre el fango. El dibujo que formaban le pareci familiar. Traz un rectngulo a su alrededor con el dedo, y eso le pareci todava ms familiar, pero las voces le dijeron que lo olvidara y que siguiese andando. Una voz le aconsej que se lavara las heridas en el charco. Pero el agua ola mal y otras voces le aconsejaron que no lo hiciese. Fueron creciendo en nmero y volumen, impulsndole por la calle hasta que sigui sus instrucciones y tom asiento en los peldaos de una casucha pintada con todos los colores del arco iris. Unos pasos resonaron en el interior, y un hombre negro con la cabeza rasurada que vesta pantalones cortos sali de la casucha y se desperez. Maldita sea...! dijo. Mira lo que ha venido a visitarnos esta maana. Eh, Lizabeth! Una mujer bastante bonita vino hacia l, bostezando, y se qued a mitad del bostezo cuando vio al viejo. Oh, Seor! Pobre hombre! Entr en la casa y no tard en reaparecer llevando una toalla y una palangana. Se acuclill junto a l y empez a limpiarle las heridas. Ser tratado de aquella forma le pareci algo tan amable, tan bondadosamente humano, que el viejo bes sus dedos cubiertos de jabn. Eh, hay que tener cuidado con l! Lizabeth, bromeando, le dio un leve cachete en la mano. S por qu se encuentra aqu. Has visto cmo tiene la piel de la frente, ah...? Se lo habrn hecho con una concha cuando estaba pelendose por la mujer de otro hombre. Podra ser dijo el calvo. Qu hay de eso? Las mujeres te vuelven loco, eh? El viejo asinti. Oy un coro de afirmaciones (Oh, s, eso es! Fue de mujer en mujer hasta que se volvi medio loco, y entonces acab acostndose con quien no deba! Le habrn dado bien con una concha y le dejaron por muerto). Dios, s! dijo Lizabeth. Este hombre va a darles problemas a todas las mujeres, las perseguir con sus besos y sus abrazos... No puedes hablar? le pregunt el hombre calvo. El viejo estaba casi seguro de que s poda, pero haba tantas voces, tantas palabras de entre las que escoger..., quiz ms tarde. No. Bueno, supongo que ser mejor que te pongamos un nombre. Qu tal Bill? Un gran amigo mo que vive en Boston se llama Bill. Al viejo le pareci perfecto. Le gustaba que le asociaran con aquel gran amigo del hombre calvo. Te dir lo que haremos, Bill... El hombre calvo meti la mano por el umbral y le tendi una escoba. Barre los peldaos y ocpate de limpiar todo lo que est sucio, y dentro de un rato te daremos unas judas y un poco de pan. Qu te parece eso? Le pareci estupendo, y Bill empez a barrer de inmediato, ocupndose meticulosamente de cada peldao. Las voces bajaron de tono, convirtindose en un ronroneo que murmuraba en lo ms hondo de sus pensamientos. Sacudi la escoba contra las pilastras y el polvo cay sobre los tablones; sigui sacudindola hasta que ya no cay ms polvo. Le alegraba estar de nuevo entre la gente porque... (No pienses en el pasado, hombre! Todo eso ya no existe. Venga, Bill, t sigue limpiando. Vers como al final todo se arregla. Eso es, hombre! Vas a limpiar toda

esta ciudad antes de que hayas terminado de sufrir! No te metas con el pobre desgraciado! Est haciendo su trabajo!) Y desde luego que lo estaba haciendo! Limpi todo el lugar en un radio de diez metros alrededor de la casa y ech de all a un cangrejo fantasma, alisando las delicadas lneas que sus patas haban trazado sobre la arena. Despus de llevar media hora limpiando, Bill se encontraba tan a gusto, tan feliz y concentrado en aquel sitio y en su propsito, que cuando la vieja de la puerta contigua sali a tirar su agua sucia y sus basuras a la calle subi corriendo por su escalera, la rodeo con los brazos y le dio una gran beso en la boca. Despus se qued totalmente inmvil, sonriendo, en posicin de firmes con la escoba en ristre. La mujer, algo sorprendida, se puso las manos en las caderas y le mir de arriba abajo, meneando la cabeza como sin poder creer lo que vea. Dios mo dijo. Esto es lo mejor que podemos hacer por este pobre hombre? Esto es lo mejor que la isla puede sacar de s misma? Bill no la entendi. Las voces estaban parloteando, irritadas, pero no parecan enfadadas con l, y sigui sonriendo. La mujer volvi a menear la cabeza y suspir, pero unos pocos segundos despus la alegra de Bill le anim a devolverle la sonrisa. Bueno, supongo que si esto es lo peor ya vendr algo que no est tan mal dijo. Dio una palmadita en el hombro de Bill y se volvi hacia la puerta. Eh, odme todos! grit. Venid de prisa! Venid a ver esta alma de Dios que la tormenta ha dejado caer en la puerta de Rudy Bienvenidas!

Los ojos de Solitario

Eusebio Kul, un curandero de la tribu patuca, y Claudio Portales, que era capitn de la milicia destacada en la provincia de Nueva Esperanza, tuvieron un da una violenta discusin en Puerto Morada, durante la estacin de las tormentas. Eusebio haba estado atendiendo a la esposa del capitn, Amelita, quien sufra ciertas molestias causadas por su embarazo; Amelita era india, y pese a estar casada con el capitn y vivir en la capital desde haca tres aos, no haba olvidado las tradiciones de su pueblo y, por ello, confiaba ms en los remedios de Eusebio que en los del doctor de la compaa frutera. A decir verdad, se rumoreaba que su apego a las costumbres indias haba sido la causa de que su esposo se marchara tan repentinamente de la capital: de lo contrario, por qu un hombre de tan buenas relaciones y linaje aristocrtico haba sido destinado a un remoto puesto de la jungla, un puesto donde las perspectivas de realizar servicios meritorios estaban limitadas a los raros incidentes de la actividad guerrillera; raros porque la jungla era demasiado pestilente para que en ella viviera nadie salvo el guerrillero ms endurecido? El capitn Portales alto y de tez plida, un modelo de puntillosidad con un exuberante bigote, botas bien pulidas y acento castellano destacaba terriblemente de entre sus soldados, que eran indios, de piernas algo torcidas y pieles cobrizas; beban mucho, se quedaban dormidos durante las guardias y solan desertar con bastante frecuencia. El poco nimo que mostraban sus soldados acab teniendo cierto efecto sobre el capitn Portales, quien empez a beber, pasndose el da entero en la acera del Hotel Circo del Mar, donde estaba instalado el caf, punto de observacin desde el que poda ver las idas y venidas de la gente del pueblo y, gracias a ello, conservar la ilusin de su autoridad. Su inactividad era completa, rota slo por la concienzuda persecucin de quienes esparcan rumores acerca de su esposa y las posteriores palizas que les propinaba; pero aunque las palizas eran administradas de forma bastante salvaje, nunca lleg a negar la veracidad de los rumores y stos siguieron proliferando. La gente murmuraba que Amelita tena la sala de su casa de la capital llena de cerdos, esparca paja sobre el suelo de la cocina, cantaba viejas canciones patuca cada domingo y se quedaba dormida durante los actos oficiales... esas costumbres estaban de acuerdo con la mejor tradicin

de su gente, pero resultaban totalmente inaceptables para la sociedad de la capital, y, sin duda, tenan como objetivo poner en ridculo al capitn e incomodarle, pues Amelita, que era una gran belleza, una cabeza ms alta de lo comn entre las mujeres patuca, con un cuerpo de estatura y el cabello negro como el ala de un cuervo, era caprichosa y tozuda y, aunque se haba mostrado ms que dispuesta a casarse con el capitn, lo hizo nicamente para conseguir los beneficios financieros de que ahora gozaban sus familiares de Truxillo; as pues, de qu forma poda tratar a un hombre que le haba resultado tan fcil de engatusar, un hombre que aguantara todos y cada uno de sus excesos siempre que pudiera gozar con los placeres de su cuerpo? De qu forma, salvo con el desprecio y la falta de respeto? Algunos de los notables del pueblo sugeran que semejante mujer estaba marcada para acabar teniendo un destino violento, y se dedicaban a observar atentamente la evolucin del ms insultante de todos los rumores: el de que Amelita y Eusebio haban estado haciendo bajar la hamaca, como dice la expresin patuca, expresin que aluda al hecho de que cuando soportan un peso doble habitual, las cuerdas de las hamacas tienen tendencia a ceder un poco, sobre todo cuando dicho peso se entrega a ejercicios algo violentos. La opinin general era que el capitn Portales, desanimado ante sus pobres perspectivas y el escaso espritu marcial de sus soldados, pasaba el tiempo hirviendo por dentro y acumulaba una rabia que terminara estallando, y Eusebio pareca ser la vctima ms probable de dicho estallido; pero nadie pens en aconsejarle a Eusebio que se andara con ms cautela o que hiciese algo que pudiera alterar el curso de los acontecimientos. Hacer algo podra agravar el problema y acarrear consecuencias procedentes de la capital. Tal y como estaban las cosas, el crimen pareca inevitable y el capitn acabara recibiendo su merecido, pues un crimen despierta ecos muy alejados del mero acto cometido, y tanto si su perpetrador es castigado finalmente por los tribunales como si no, el alma creada en el proceso del acto recorrer los senderos marcados por la sangre del asesino y cosechar su propia venganza, si no sobre l, sobre sus parientes y amigos... Al menos, as interpretaban los patuca la mala suerte que afliga a los asesinos y a sus familias, y Eusebio, de habrsele consultado, habra estado de acuerdo con tal interpretacin. El pueblo estaba situado en una baha rodeada por las selvticas laderas de los Picos Bonitos, verdes montaas que parecan hechas con pan de azcar y cuyas cimas estaban cubiertas de nubarrones en cada estacin del ao. Docenas de cabaas con el techo de paja puntuaban las pendientes que dominaban el pueblo, y cada cabaa estaba rodeada por campos de maz y plataneros; cada vez que llegaba un huracn del sur las cabaas eran levantadas del suelo como si fueran pjaros marrones y, destrozadas por el viento, acaban siendo arrojadas a las playas. Una hilera de edificios de oficinas construidos con cemento blanco perteneciente a la compaa frutera formaba un anillo alrededor de la baha, y un muelle de hormign extenda una rgida lengua que entraba en las aguas color verde jade; detrs de los edificios se encontraba un polvoriento enrejado de calles, en las que haba chozas y varios edificios de estuco que servan como cantinas y comercios. En las calles no haba mucho trfico: unos cuantos camiones baqueteados, nios que jugaban y gritaban, perros que se movan furtivamente por las esquinas... Un escritor de finales de siglo pasado mencion el pueblo en uno de sus libros de viajes, describindolo como un lugar tranquilo lleno de sombras, y as haba permanecido. Al pie de la ladera norte, junto a la baha y casi tocando el agua, haba una placita adoquinada con el estuco rosa del Hotel Circo del Mar en un extremo y una inmensa iglesia de piedra gris en el otro, iglesia flanqueada por dos imponentes campanarios que carecan de campanas. Su nombre era Santa Mara de la Onda, y en sus muros podan verse agujeros de bala, algunos de los cuales se enseaban a los pocos turistas que visitaban el pueblo, explicndoles que eran resultado de la ejecucin de un famoso aventurero norteamericano que haba tenido lugar all casi cien aos antes. De hacer caso a los historiadores es posible que la ejecucin nunca llegara a tener lugar, pero la gente del pueblo crea en ella, y su creencia estaba fundada en una verdad implcita oculta en la existencia del pueblo: que Puerto Morada era uno de esos rincones perdidos de la Tierra, donde pueden ocurrir cosas que no han ocurrido durante siglos, cosas que quiz nunca vuelvan a

suceder, un sitio donde las viejas leyes conservan un poder intermitente y, lo que pasaba por ser verdad en Puerto Morada, bien podra pasar por mentira o fantasa a veinticinco kilmetros de distancia, en Puerto Castillo, donde el puerto tena el calado suficiente para los grandes petroleros, y los buitres recorran las playas picoteando los pececillos transparentes varados por las mareas, donde las calles estaban iluminadas por el nen rojo de los burdeles y las putas dorman en sus hamacas con los pies fuera de la ventana hasta bien pasado el medioda. Eusebio viva un poco lejos del pueblo, en un palmeral de Punta Manabique, aquella ondulacin de tierra que formaba el lmite sur de la baha; su hogar era una choza de una sola habitacin, sostenida por pilastras de madera, y contena una estufa de carbn, una hamaca y montones de cuadernos que le haba proporcionado don Guillermo, su amigo norteamericano, quien se encargaba de conseguir los suministros de la compaa frutera. Era una casa sencilla incluso se la habra podido calificar de miserable, pero a Eusebio le gustaba. Mi vestbulo es la playa sola decir, y mi sala el mar; y se pasaba horas enteras sentado sobre la arena, observando las sombras de las algas, las pautas del oleaje y las montonas ocupaciones de las gaviotas. Eusebio estaba obsesionado por las pautas. Cada vez que haba tormenta coga uno de sus cuadernos y se acercaba lo ms posible a la orilla, intentando registrar los dibujos hechos por los rayos que caan ms all del arrecife. Estaba convencido de que los rayos escriban mensajes transmitidos por algn dios patuca, un dios que agonizaba con la esperanza de comunicarle aquella ultima sabidura a sus hijos de la Tierra. Don Guillermo no se tomaba demasiado en serio las ideas de Eusebio, y le deca que las tormentas no eran ms que fenmenos meteorolgicos, masas circulares de aire caliente que reaccionaban de aquella forma al toparse con las zonas ms fras, y Eusebio no se lo discuta. Todas las grandes verdades son complementarias, deca. Don Guillermo meneaba la cabeza apenado, pues senta un gran respeto hacia la inteligencia de Eusebio y se preguntaba cmo era posible que un hombre semejante perdiera el tiempo escribiendo lnea tras lnea y llenando una pgina tras otra de su cuaderno. Pero Eusebio tena otra obsesin, aparte de las pautas; los fenmenos y las rarezas le fascinaban tanto como las pautas y detrs de su casa haba un aprisco hecho con maderas trados por el mar, aprisco dentro del que tena encerrado a un toro enano, un cordero de cinco patas y un caballo ciego de nacimiento. Al toro le llamaba Imaginacin, al cordero Mgico y al caballo le haba llamado Solitario. El caballo era su favorito. Era un pequeo ruano que apenas si tendra doce palmos de altura, y sus ojos eran globos nacarados, tan luminosos y con tantas tonalidades distintas en su brillo como la ms fina de las perlas; si se los miraba de cerca se poda ver que estaban compuestos por muchas capas de filamentos y fibras relucientes, una infinidad de pautas distintas alojadas dentro de las rbitas. Los animales eran el tesoro de Eusebio. Haban venido de fuentes distintas: el toro y el cordero eran regalos de pacientes curados y se encontr al caballo, casi recin nacido, bajo un aguacate, abandonado all por algn granjero que no haba percibido su gran valor y que no posea ni el tiempo ni el dinero precisos para cuidarlo. Eusebio pensaba que le haban sido enviados por los dioses para reconocerle como su agente, para ratificar su sabidura al seguir las viejas costumbres, y por algn propsito... Pero ese propsito todava no estaba claro. Aunque Eusebio pensaba que los ojos de Solitario podan contener la pauta bsica de la cual derivaban todas las dems, sus conjeturas no le parecan demasiado acertadas; cada da examinaba los ojos de Solitario, dndole azcar para que no se pusiera nervioso, pero todava no haba logrado descubrir la respuesta. Pese a todo, no tena prisa: tarde o temprano el propsito se manifestara por s mismo, y entonces lo comprendera todo. Amelita apareca cada tarde a las cuatro en punto: vena del pueblo y caminaba por la playa sorteando gilmente el enrejado que formaban las algas, la cabeza cubierta con una paoleta bordada; podra haber venido en el jeep del capitn Portales, pero su madre haba caminado hasta el noveno mes de embarazo y Amelita respetaba la tradicin tanto en aquel asunto como en todos los dems.

Entraba sin llamar, saludando a Eusebio con una sonrisa resplandeciente, se desnudaba y se quedaba inmvil para ser examinada. Era hermosa incluso ahora, que ya estaba de siete meses. El sol que atravesaba las rendijas de los muros trazaba diagonales de oro sobre su cabello negro y su piel cobriza; tena los pechos grandes y ligeramente cados, y la penumbra haca que los pezones pareciesen oscuros e hinchados; su abdomen era una opulenta curva que sealaba la proximidad del parto con la misma certeza que el trazado de un ecuador; y tena el blanco del ojo tan luminoso, que ste pareca flotar en las sombras llanuras de su rostro. Cuando Eusebio se acercaba a ella, Amelita bajaba los prpados y colocaba las manos recatadamente sobre el mechn de su vello secreto. Eusebio le frotaba el vientre con hierbas y entonaba cnticos; se arrodillaba de cara a ella y escuchaba al nio, la oreja pegada a su tensa piel, y le cantaba, haciendo voluptuosos pases en el aire junto a las caderas de Amelita. De vez en cuando perda la concentracin, abrumado por el casi imperceptible olor de su carne, mezclado con el sudor y la colonia. Quera enterrar el rostro en su ingle y besar la curva de su abdomen, pero aun sabiendo que Amelita quiz acogiera sus atenciones con placer, comprenda que era una criatura de humores errticos y profundos que poda cambiar de ngel en un momento dado a demonio en el siguiente... Quin poda predecir lo que le dira a su esposo? Eusebio se contuvo y complet el tratamiento, cantndole suavemente al nio y hablndole del mundo en el que pronto debera entrar y de cmo sufrira y las cosas que debera aprender a soportar. Despus, como tenan por costumbre, le prepar una taza de caf solo en el que haba una pequea dosis de raz de sapodilla, y conversaron durante un rato. Amelita estaba sentada en la hamaca, sosteniendo el caf sobre sus rodillas, mientras que Eusebio permaneca en cuclillas, la espalda apoyada en la pared. Has odo los rumores que cuentan sobre nosotros? le pregunt ella, entornando los prpados y tomando un sorbo de caf. S. No tena la suficiente confianza en s mismo para decir algo ms que esa palabra, pues aunque no estaba enamorado de ella comprenda que slo hara falta el ms pequeo esfuerzo por su parte y la ms mnima invitacin por parte de Amelita para que acabara enamorndose. Le he dicho a Claudio que son mentiras. Le sonri por encima de la taza de caf. Pero, naturalmente, siente cierta suspicacia. Debes tener cuidado de no ofenderle en nada. Eusebio asinti. Despus hablaron de los parientes que Amelita tena en Truxillo y del nuevo sacerdote que haba venido a Puerto Morada, as como de otros asuntos sin importancia, y cuando fueron las seis Amelita se puso la paoleta y recorri nuevamente la playa, de regreso al pueblo. Esa noche Eusebio fue al cine. Dado que Amelita le pagaba con dinero y no con regalos y comida, como hacan la mayor parte de sus pacientes, poda permitirse el lujo ocasional de ver alguna pelcula. Le encantaba ver cmo las norteamericanas de senos opulentos y sus apuestos compaeros luchaban en naves espaciales y veloces automviles; sus vidas eran mucho ms emocionantes que la suya, y parecan tener tal importancia que resultara muy fcil tomarles por dioses que combatan contra el mal para despus relajarse cmodamente en sus elegantes y lujosos cielos. Pero la pelcula de esa noche no era de las que le gustaban: se trataba de un gran espectculo religioso y el pblico estaba compuesto, a partes iguales, por jvenes mestizos borrachos que hacan bromas crueles a expensas de la Virgen Mara, y abuelas devotas que lloraban mojando sus pauelos y que exclamaron Ay, Dios! cuando el rayo del ngel le toc el estmago. La pelcula logr deprimirle. Aunque senta una cierta reverencia hacia el mito cristiano, le preocupaba comprobar que aquella gente estuviera tan absorta en un dios muerto y extranjero, mientras que sus propios dioses sufran tormento y agonizaban junto al mar, ms all de los

relmpagos. Pronto estaran muertos, y entonces toda la Tierra quedara en manos de los comunistas o los imperialistas. A Eusebio no le importaba mucho cul de los dos bandos prevaleciera: para l no eran sino dos variedades de chacal que gruan y se peleaban por los huesos de una bestia cada. Cuando sali del cine vio al capitn Portales sentado bajo un viejo parasol a rayas en el caf de la acera: estaba solo. No haba ninguna otra mesa ocupada; cuando se encontraba en las ultimas y ms impredecibles etapas de su borrachera cotidiana, la gente siempre intentaba evitarle. Eusebio intent escabullirse, pero el capitn Portales le vio. Eusebio! grit. Ven aqu! Eusebio no tuvo ms remedio que ir hacia l y se detuvo a unos pocos pasos de la mesa. El capitn estaba muy borracho. Su rostro, baado por la luz amarillenta que brotaba de la ventana del hotel, estaba plido y sudoroso; sus ojos se movieron lentamente, intentando enfocarse en Eusebio, y llevaba la chaqueta medio desabrochada, dejando al descubierto enredados mechones de vello negro. Eusebio! dijo con una voz ronca y casi agnica, como si aquel nombre fuera la respuesta a una pregunta que le haba tenido obsesionado. Sac su revolver y lo agit vagamente ante Eusebio. Eusebio tena miedo, pero no ech a correr. Ver aquel negro can vaco que oscilaba ante l le hizo sentir sueo, como si su miedo fuera algo muy alejado de l. Por el rabillo del ojo vio que la multitud que acababa de salir de cine no se haba dispersado, sino que permaneca inmvil bajo la marquesina, observndolo todo en el ms absoluto silencio. Una burbujita de saliva revent en los labios de capitn. Eusebio sigui contemplando el arma con una estoica inmovilidad. De repente un rayo ilumin medio cielo con un resplandor anaranjado, atrayendo la atencin del capitn; movi la cabeza para contemplar el cielo y abri la boca, muy despacio. Uhhh, dijo, intentando apuntar nuevamente a Eusebio, pero un instante despus ech la cabeza hacia atrs y el arma cay sobre la mesa con un tintineo metlico. Eusebio senta un miedo tan grande que se qued donde estaba durante casi media hora, paralizado, pensando que el capitn finga estar inconsciente y que slo esperaba a que intentara marcharse para dispararle. Pero cuando las primeras gotas de lluvia cayeron del cielo ech a correr atravesando la plaza en un veloz zigzag, esperando recibir una bala en cualquier momento: una figura solitaria que entraba y sala de la sombra proyectada por Santa Mara de la Onda, cuyos dos campanarios alzaban su austera silueta recortada contra los destellos del rayo, tan intenso que parecan fuego de artillera. Cuando Amelita acudi a la visita de la tarde siguiente Eusebio vio que un morado le oscureca la mejilla y tena una comisura de los labios hinchada. Pareca distrada, ausente. Al entrar, ni tan siquiera le mir y, mientras se desnudaba, se ri varias veces con una risa quebradiza, como si estuviera recordando algo gracioso. Y despus, en lugar de colocarse recatadamente ante l, sac pecho y, en vez de taparse con las manos, las apoy en los salientes de su pelvis y alz los ojos hacia la techumbre de paja, sin prestarle ninguna atencin a sus cnticos y sus hierbas; y cuando se arrodill para cantarle al nio movi las caderas un par de centmetros hacia adelante, de tal forma que su vello pbico roz su boca. Eusebio no pudo resistirlo. El agridulce y hmedo secreto de Amelita le pareci un milagro, y el cobre caliente de su vientre, suspendido sobre l como una colina bruida, tambin tena algo de milagroso. Amelita le hizo ponerse en pie, tirndole del cabello, le bes y le condujo hasta la hamaca, donde se quedaron tendidos el uno junto al otro, prisioneros en el capullo de tosca tela. No puedes penetrarme o le haras dao al nio. Amelita habl con voz baja y ronca, los ojos medio cerrados. Pero puedes tocarme aqu..., de esta forma..., y aqu, y yo puedo hacer esto... Despus le hizo poner la mano en el vientre para que pudiera sentir los movimientos del nio. Ya no es hijo de Claudio dijo con ferocidad. Ahora es nuestro! Su padre eres t, y no

ese hombrecillo paliducho! Es un patuca! Hablas con tanto orgullo de los patuca... dijo Eusebio. Pero la verdad es que no somos ninguna raza. El hecho de poder probar su cuerpo y haber hecho el amor con ella haca que la viera bajo una nueva luz. Ya no era la diosa materializndose en la oscuridad de su choza; ahora era real. Haba tocado la negra raz india que permaneca oculta en la sangre de Amelita, la que la haca ser siempre variable; pero conocerla no disminuy su amor hacia ella. La nica grandeza real es la de los dioses dijo con tristeza, e incluso ellos estn muriendo. Pero Amelita no le oy, porque estaba llena a rebosar de odio viejo y pasin nueva, y atrajo otra vez a Eusebio hacia ella y l respondi a su llamada; pero cada vez que emerga por un segundo del calor y la confusin del amor, se deca: El capitn me matar. Amelita no le dir nada, pero l se enterar, y me matar!. Amelita no se fue hasta bien pasadas las seis, y cuando se hubo marchado, armada con una ftil mentira sobre el haber visitado a su familia en Truxillo, Eusebio fue hacia la playa. Estaba preocupado y tena miedo. El viento agitaba las hojas de palmera; el relmpago desgarr la aterciopelada oscuridad que haba ms all del arrecife. Eusebio no se molest en ir a buscar su cuaderno, sino que se acuclill en la arena y pas varias horas observando la tormenta. Los rayos agrietaron el cielo, cubrindolo de llamas, y Eusebio empez a tener la sensacin de que el rayo haca pasar su fuego por los circuitos de su cuerpo, encontrando el dibujo de sus nervios y dejando impreso su mensaje. Aturdido, medio hipnotizado, con el cerebro lleno de esa luz desgarradora, volvi tambalendose hacia el aprisco y cay de rodillas junto a la puerta. Imaginacin, el torito, negro y de cuerpo perfectamente formado pero algo ms pequeo que un novillo, le mir por entre los maderos de la empaladiza, y Eusebio vio que el ojo del toro encerraba la imagen de un rayo inmvil: en el centro de la pupila haba un rayo hendido en tres lneas, y la pa central era la ms corta de las tres, hacindole parecer el tridente del diablo. Un signo, una revelacin... Eusebio no estaba muy seguro de qu anunciaba, pero, siguiendo un impulso, deshizo el nudo de la cuerda que sujetaba la puerta y la hizo girar. El toro sali del aprisco, dej escapar un resoplido y sacudi la cabeza: despus empez a trotar decididamente por la playa hacia Puerto Morada, desvanecindose en la oscuridad. Y, de repente, los temores de Eusebio desaparecieron bajo una oleada de somnolencia y satisfaccin tan poderosa que ni tan siquiera tuvo fuerzas para regresar a la choza, y se qued dormido sobre la arena hmeda. Al da siguiente Amelita vino a su hora de costumbre y se estuvieron besando y acariciando en la hamaca hasta que la luna estuvo sobre las palmeras, y penetr por los tablones de cada pared, pintando tiras plateadas sobre sus pieles cobrizas. Amelita estaba alegre y le explic que su felicidad no se deba tan slo al placer que le daba Eusebio, sino a lo que le haba ocurrido al capitn Portales la noche anterior. Se haba despertado en plena noche, y gritaba algo sobre un enorme toro negro que le estaba haciendo pedazos, pisotendole en un charco de sangre y arena. Tendras que haberle visto dijo Amelita, disgustada. Haca ruidos estpidos y andaba a tientas por la casa mientras buscaba su pistola... Jams le haba visto tan asustado! Dijo que el capitn haba pasado todo el da obsesionado con la pesadilla, que no haba comido ni dormido y que no quera salir de la casa por miedo a encontrarse con el toro. Eusebio le cont su experiencia con la tormenta y cmo haba dejado libre al torito. Amelita se apoy en un codo y le contempl con expresin pensativa. Por fin has descubierto el propsito de esos animales. Han tomado la apariencia de sus nombres y ha llegado el momento de que los enves contra Claudio. La imagen del relmpago tena tres pas, no? Y acaso no hay tres animales? Esta noche debes mandarle el segundo! Sus argumentos eran bastante persuasivos, ya que venan reforzados por la presin de sus senos deslizndose sobre su pecho. Le roz los labios con sus hinchados pezones, oscilando sobre l, ahogndole en las cataratas de su cabello; ella misma pareca un animal mgico, y Eusebio prob el sabor de la luna que tea su piel, igual que una bestia lamiendo un hilillo de fra plata en mitad de un desierto cobrizo. Y as le persuadi, aunque no sin cierta reluctancia por parte de

Eusebio. No senta el irresistible anhelo de actuar que not cuando dej libre a Imaginacin, y no haba tormenta para guiarle, ningn rayo que pudiera grabar su sabidura en sus nervios. La atmsfera estaba muy quieta, y nubes parecidas a montaas se amontonaban en el horizonte. Esperar a que llegue la tormenta le dijo; pero Amelita no quiso ni or hablar de ello. Ahora le susurr, mientras que sus hbiles dedos trazaban seductores dibujos sobre su estmago. Destruye esta barrera que nos separa! Eusebio fue al aprisco y se qued quieto durante unos minutos contemplando a Mgico, el cordero de cinco patas; la quinta, corta y deforme, brotaba de su pecho, y sus sombros ojos no revelaban ms que estupidez. Tena bolitas de excremento seco pegadas al velln del trasero y cada vez que se mova las bolitas chocaban entre s con un ruido seco. Eusebio estaba seguro de que la pa central del rayo que haba en el ojo del toro era el smbolo de Mgico porque, como le dijo a Amelita, la magia ya no resultaba eficaz. Nombres y semejanzas, las secreciones de los enemigos y la simpata natural entre los objetos..., ya no se poda confiar en ninguno de los recursos de la magia. El poder de los dioses haba desaparecido del cuerpo de la Tierra, dejando un residuo mgico de dudosa potencia, que era muy difcil captar y controlar. Eusebio estuvo pensando en cul sera la mejor forma de utilizar al cordero de cinco patas, pero la inspiracin no vena. Al final decidi hacer lo que podra haber hecho su padre, que tambin fue curandero. Rez, cant y se prostern en el suelo; despus le cort el cuello a Mgico con un machete, recogi la sangre en una palangana, le cort la quinta pata, quitndole la piel, y la moj con sangre. Toma esto le dijo a Amelita. Haz un estofado con ella y dselo de comer a tu esposo. Amelita le bes, llena de felicidad, alz la pata ensangrentada hacia las estrellas y canto, expresando el odio que senta, pero Eusebio estaba triste y despus de que Amelita se marchara no logr dormir. Amelita no volvi al da siguiente. El crepsculo fue oscureciendo la playa, como si un impalpable polvo prpura se filtrara en ella, y dado que quienes pueden ver las verdades mgicas siempre encuentran ms fcil entenderlas en el crepsculo, Eusebio comprendi que matar a Mgico haba sido un tremendo error; y estuvo igualmente seguro de que la ausencia de Amelita indicaba la inminente llegada del capitn Portales. Pens huir, pero escapar le pareci bastante intil. Si no le encontraba, el capitn poda volverse contra Amelita y matarla... y, despus de todo, adnde poda ir? A las tierras altas de la jungla para vivir bajo la lluvia constante, como un animal anfibio, sin ningn refugio, con su comida sabiendo a moho y gusanos? Empez a pasear por la playa, desconsolado, limpiando la arena de los desperdicios trados por la marea, llevando las ramas y las botellas al aprisco donde estaba Solitario, con la cabeza apoyada en el primer madero, inmvil, sus ojos brillando con el resplandor rojizo del sol que se ocultaba en el oeste. Se hizo de noche; Eusebio se prepar una cena de judas y tortillas y comi lentamente, contemplando sus parcas posesiones: la estufa, la hamaca, una escoba, una radio rota, una foto arrugada que haba arrancado de una revista y que mostraba el palacio de Cenicienta, en Disneylandia. Siempre haba deseado verlo. Le asombraba pensar que en algn lugar del mundo haba un palacio como se, nuevo y lleno de abigarrados estandartes. Y pese a que Raimundo Esteves, el hijo del vendedor de electrodomsticos, que haba estado dos veces de vacaciones en Florida, le haba dicho que el palacio era una fachada no tena habitaciones, y lo nico que podas hacer era recorrer el gran tnel que haba dentro de l, Eusebio segua percibindolo como un testamento a la vitalidad de las viejas ideas. Inform a Raimundo de que el propsito de quienes construyeron el palacio quiz no fuese distinto al propsito general de todos los palacios, y que el mero hecho de que estuviese repleto de nios no menoscababa su concepcin como tal palacio. Ni l mismo estaba muy seguro de qu pretenda decir con aquello, pero ver la confusin de Raimundo le hizo sentirse superior. Don Guillermo apareci un poco despus del anochecer para advertirle de que se aproximaba una tormenta. Dijo que sera una de aquellas mortferas perturbaciones tropicales con nombres

de locas, como Fif o Diane, que hacen ondular sus faldas de lluvia y lanzan cuchillos de viento para mutilar la costa. Don Guillermo era un hombre canoso, alto y jovial, que haba sido famoso como atleta en Norteamrica, pero que ahora empezaba a engordar; se pasaba las noches escribiendo poesa y bebiendo whisky a la luz de una linterna sorda. En sus ojos castaos destellaban motitas de fuego color topacio, restos del hombre que haba sido. Eusebio le prepar caf y le asegur que estara a salvo; llevara a Solitario un poco ms arriba, sujetndole a una estaca entre las palmeras, y se dedicara a observar la tormenta. Don Guillermo le pregunt qu haba sido de Imaginacin y Mgico. Eusebio le cont que se haban escapado. Despus estuvieron sentados un rato en silencio, y don Guillermo acab frunciendo los labios, y suspir. Djame darte un poco de dinero dijo. Todo el mundo sabe lo que hay entre Amelita Portales y t. Si no te marchas, tarde o temprano su esposo acabar matndote. Eusebio se encogi de hombros. Cmo poda explicarle a un norteamericano hasta dnde llegaba el peso de su aceptacin? Su concepto de la existencia no comprenda la idea de huir. Nadie hua. Si conseguas esquivar una bala, esa bala acabara hiriendo a tu amigo o a tu amante, y el tormento que sufriras sera mucho peor que la muerte y la nada. Le dio las gracias a don Guillermo por su oferta, dijo que lo pensara, y le dese que pasara una buena noche. La tormenta lleg hacia las doce, y Eusebio fue al aprisco. La lluvia fra le azotaba el rostro, el viento aullaba partiendo los troncos de las palmeras que cubran la colina, y Eusebio se dio cuenta de que su choza no sobrevivira, que se alzara revoloteando por el cielo y caera sobre Puerto Morada convertida en un millar de fragmentos. Calm a Solitario, le dio algo de azcar y murmur palabras sin sentido en su oreja. Los rayos empezaron a caer sobre la costa, dejndole ciego y sordo, y Solitario se encabrit. Eusebio le agarr por el cuello, temiendo que intentara saltar la valla y se hiciese dao en la jungla, pero en ese instante un relmpago que pareca salido del infierno cay cerca de all y se pase sobre la arena; era como un palo blanco amarillento que golpeara la tierra con un potente chisporroteo, sin disiparse, bailando sobre la playa y atravesndola, como si el cielo y la tierra hubiesen quedado unidos por un circuito abierto. Solitario dej de agitarse y se qued inmvil, tembloroso, y en ese mismo instante, por pura casualidad, Eusebio vio su ojo izquierdo. El ojo, revelado por el rayo, reluca igual que una piedra cargada de magia, y dentro de l Eusebio vio profundidades que antes no existan. El ojo estaba lleno de rayos, una escritura de relmpagos que ahora poda descifrar! Bajo la primera capa de fibras relucientes, las hebras cartilaginosas teidas de azul lechoso y rosa plido, se encontraba un complicado nudo de hilos entretejidos, y su apretada trama describa una operacin esotrica centrada en ese preciso instante del tiempo. Ciertas pautas de los hilos le permitieron comprender las acciones de toda la gente del pueblo a la que conoca, y junto a ellas vio otras a las que ahora poda conocer gracias a sus firmas relucientes. Ah estaba Amelita..., su pauta era una secuencia de brillantes diagonales de plata que le recordaron las tiras de luna que cubrieron su piel la noche anterior; y all estaba aquel enredo de rayos, idntico a los mechones de vello negro que haba sobre el pecho del capitn Portales; y ah estaba la pauta de don Guillermo, la de Raimundo... Vio lo que algunos hombres podran llamar el pasado y el futuro, la historia de Puerto Morada, algo que para Eusebio no era ms que una pauta intemporal: el tiempo era un ingrediente del universo, s, pero no tan importante como las hebras que haba en el ojo de Solitario, sino tan slo algo que ayudaba a su composicin, algo que pareca retroceder de ese momento al futuro y lanzarse hacia el pasado, girando y girando en remolinos carentes de significado. Vio todo esto como se poda ver la totalidad de la historia desde lo alto de una montaa construida por un dios con el nico propsito de que subieses a ella y vieras, y aquella visin era, a la vez, una recompensa por su sabidura al haber seguido las viejas costumbres y un castigo por haber abusado de ellas bajo la influencia del amor. Y as, al haber desenredado la ultima hebra de verdad que formaba Puerto Morada, su complejo nudo formado de tiempo, magia, materia, espritu, bien y mal as estn anudadas todas nuestras vidas, y as debemos desenredarlas para ver, Eusebio no se qued demasiado sorprendido cuando dio la vuelta y se

encontr con el capitn Portales inmvil junto a la puerta del aprisco. Sus botas estaban cubiertas de polvo, llevaba el uniforme totalmente empapado y pegado a la piel, y un velo de lluvia caa de su gorra, haciendo que sus rasgos pareciesen una furiosa mascara de cera que se disolva revelando una expresin de labios contorsionados y dientes amarillentos. Eusebio peg su mejilla al hocico de Solitario y le dio un trocito de azcar, contemplando al capitn con un melanclico inters, pero sin miedo. Tener miedo ya no serva de nada; escapar a este final era tan imposible para l como para el capitn. Y entonces pens en su padre, que haba muerto expulsando a un espritu maligno de la aldea de Sayaxche, dominado por la fiebre, preguntndose si haba sufrido el mismo destino visionario que l; y pens tambin en Amelita, cuya carne de cobre haba servido para atraer los rayos de este momento. Lament no haber hecho una vez ms el amor con ella. Era tan hermosa! Amelita no le amaba..., o quiz su amor no fuese sino un residuo de impotencia dejado por una marea mgica que haba brotado de su cuerpo cuando se cas fuera de la tribu, por razones no tan virtuosas como el amor. Los recuerdos que tena de ella emprendieron el vuelo igual que una migracin de fragmentos brillantes y cruzaron su cielo interior, precedindole, indicndole la direccin del vuelo inevitable que deba realizar. El capitn Portales movi los labios, gritando una imprecacin inaudible entre el estruendo de la tormenta. Eusebio sonri. Aquel hombre era tan digno de compasin...! En cambio, l, Eusebio, haba sido afortunado. Pues quin deseaba las prolongadas agonas que iba a sufrir el capitn? Los abscesos espirituales, el tortuoso deterioro de la carne... Un rayo hendi el cielo, prendindole fuego a las copas de las palmeras como si fueran cirios votivos, fulminando la arena y hacindola llamear, pero ninguno de los dos se dio cuenta, pues estaban totalmente concentrados en hacer real la pauta enterrada en los ojos de Solitario. El capitn dio un paso hacia adelante, desenfund su pistola y apunt. Eusebio esperaba no sentir dolor. Pero cuando el ultimo rayo brot de la mano del capitn Portales, Eusebio no pudo evitar un leve encogimiento de miedo. Ciertamente el disparo haba resultado milagroso, deca la gente del pueblo mientras tomaban tazas de caf y copas de aguardiente. Inspirado por la furia asesina de la tormenta, el capitn Portales lleg al pinculo de sus poderes como hombre y, dando muestra de una puntera impecable, su bala atraves el ojo izquierdo de Eusebio, aquel donde resida su poder de hechicero. Pero eso no era lo milagroso! La bala atraves el crneo de Eusebio y penetr en el ojo de Solitario, matndoles a ambos en la misma fraccin de segundo. Semejante disparo, observ don Guillermo en una carta a Estados Unidos, poda ser considerado como fruto de los poderes celestiales, un delicado toque maestro que coronaba el crescendo final de la tormenta igual que una nota de trompeta alzndose sobre el resto de los instrumentos. La gente del pueblo llor a Eusebio: haba sido su amigo y su consejero, y les pareca que no haban querido lo bastante, lamentando no haberle invitado a esto o aquello, haberle hablado con dureza y no haberle pagado sus honorarios. Pero, decan, al menos su muerte haba servido a un propsito, o eso pareca: el acto asesino haba acabado con el capitn Portales y le haba arrebatado los ltimos restos de su capacidad de obrar. Ahora pasaba el da entero en el caf del Hotel Circo del Mar, bebiendo desde que abra hasta que cerraba, y descuidaba sus deberes, permitiendo que los poco frecuentes ataques guerrilleros quedaran sin castigo alguno. Cada vez que llenaba el vaso le temblaban los dedos, y las moscas se le paseaban por los nudillos sin temer sus lentas reacciones. Se rumoreaba que sufra pesadillas en las que era pisoteado por un inmenso toro negro, que digera mal los alimentos y ya no poda comer carne, y que senta una aversin especial hacia el cordero y la oveja. Su salud empeoraba y su piel se estaba volviendo de un gris amarillento, arrugndose como la de un manat. La gente del pueblo le mandaba remedios caseros con la esperanza de prolongar su vida, pues disfrutaban con la disipacin y la poca fuerza que pona en el ejercicio de su mando, y teman la llegada de un sustituto ms duro. S, por lo menos la muerte de Eusebio haba servido a un propsito.

Y adems, por supuesto, estaba lo que afirmaban algunas de las personas ms respetadas del pueblo, que la bala del capitn haba seguido un curso an ms certero del que ste podra haber previsto, y que haba dado en un blanco al cual ya haba acertado antes, slo que con un disparo distinto. Sealaban al hijo de Amelita, que haba nacido dos meses despus de la tormenta, mudo y ciego, sus ojos como globos nacarados que parecan dos enormes perlas: la viva imagen de los ojos de Solitario. Cataratas deca el doctor de la compaa frutera; imposible operarlas. Pero la gente del pueblo meneaba la cabeza, llena de dudas. No sera posible que la bala del capitn Portales hubiese tomado una vida y, sencillamente, la hubiera depositado en otra carne distinta? Una transmigracin tan bella y delicada encajaba muy bien con el retorcido carcter de los dioses patuca. Y a medida que pasaban los aos, la extraa conducta del nio hizo que esta idea fuera ganando cada vez ms crdito. Se le poda ver a menudo que tiraba de la mano de su madre durante la estacin de las tormentas, guindola sin vacilar por las calles de Puerto Morada pese a que estaba ciego, dejando atrs las oficinas de la compaa frutera, pasando ante el Hotel Circo del Mar donde estaba sentado el capitn, sumido en el estupor alcohlico, y llegando por fin al muro que haba tras la iglesia de Santa Mara de la Onda, lugar en el que permaneceran durante horas, mientras contemplaban cmo los rayos caan ms all del arrecife. Formaban una extraa pareja, recortados contra el teln de fondo de las oscuras nubes ribeteadas de plata y los cegadores relmpagos: el nio de ojos relucientes y la bella Amelita, hermosa todava pese a que en su cabello haba zigzagueantes hebras canosas y a que en su rostro se vean nuevas y ms hondas arrugas. Se haba acostumbrado a vestir de negro, pues aunque en realidad no haba amado a Eusebio tena la sensacin de que su muerte mereca cierto respeto y, adems, saba que ese luto formal haca an ms profundo el tormento del capitn. Permaneca inmvil, rodeando al chico con su brazo, sin preocuparse de la espuma que le mojaba las ropas, con todo el estoicismo propio de su gente; y algunas veces el nio volva los ojos hacia esos crpticos relmpagos, con las cataratas reflejando los valores expresados en esa puntas erizadas, y se soltaba de su abrazo para correr a lo largo del muro, volvindose hacia ella de vez en cuando, mientras gema y haca gestos que transmitan una aterrorizada frustracin, como si acabara de recibir el aviso de una tragedia distante, una inmensa culminacin de la que, en la Tierra, an no haba llegado ninguna noticia. ____________________________ 1. Lo que canta la protagonista es el tema principal de Sonrisas y Lagrimas, la pelcula de Robert Wise, aunque, evidentemente, algo arreglado. (N. del T.) 2. Kool y Quu suenan aproximadamente igual en ingles. (N. del T.)