La Autobiografia Que Monsivais Quisiera Sepultar
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La Autobiografia Que Monsivais Quisiera Sepultar
La autobiografa que
quisiera sepultar
Seleccin de Patricia Vega
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arlos Monsivis es un nombre esencial para entender el mundo intelectual, literario, progresista y crtico del Mxico de las ltimas cinco dcadas. Monsi, como lo llaman con afecto sus amigos, ha estado presente una y otra vez en la vida pblica de este pas. Mexicano de excepcin con un sentido nico de la irona y autor de frases que slo l puede imaginar, cumple este domingo 4 de mayo sus primeros 70 aos de vida. A partir de hoy, tendremos Monsivis hasta para aventar: homenajes, coloquios, debates, etctera. Frases de Monsi en el Metro, Metrobs, espectaculares y carteles. De su obra se dir demasiado. Pero muy poco de su primer libro: una autobiografa escrita a los 28 aos de edad y publicada en 1966, inconseguible en libreras o bibliotecas de este pas. De esa obra, escrita gracias al impulso del crtico literario y editor Emmanuel Carballo, Monsi ha tratado de borrar todo rastro, a tal grado que ha pedido a todos los libreros de viejo que la saquen de circulacin cuando de casualidad les llegue. No se entiende el pudor del autor frente a esta muestra inicial del estilo antisolemne que con los aos le dara el renombre que hoy tiene. emeequis rescata algunos de los fragmentos de esa obra, de apenas 62 pginas, en los que habla de su niez, de su asistencia a la escuela evanglica, de su iniciacin en el activismo poltico de izquierda, de su llegada al mundo de los santones de la cultura, de la entonces vanguardista Zona Rosa y de otras cosas ms. Monsivis por s mismo.
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Captulo I
CAPTULO II
grass, las posibilidades de la stira, y me fascinaban las novelas de Martn Luis Guzmn y Rmulo Gallegos, los folletones de Eugenio Sue y Vicente Riva Palacio, las biografas de Ludwig y Zweig y Los Sertones de Euclides Da Cunha. P: Seguro no se est usted adornando? R: Ya que no tuve niez, djeme tener currculum [] las fuentes primordiales de mi infancia fueron la mitologa griega y la literatura policial [] Literatura siempre, a todas horas. Y oa con mayor precisin el Llamado de las Letras al comprobar mi sucesivo y reiterado desinters ante aquello que condujese a las matemticas, la medicina, la biologa, la qumica, la fsica, la jurisprudencia, la economa, la veterinaria, la arquitectura, las artes plsticas, la msica y el contrabando de ropa ntima. No me quedaba entonces sino la novelera y en ella me refugi con nimo ortodoxo []. Y mi
infancia es la sntesis y la acumulacin de libros, series de episodios (Oh Flash Gordon y Los Peligros de Mongo! Oh reloj de Dick Tracy! Oh Jova
la Ciudad perdida! Oh Calaveras del terror!), revanchas mexicanas del Charro Negro, coleccin Billiken, himnos y soledad.
CAPTULO III
En donde se describe la seccin izquierdista de una educacin sentimental, se aoran los folletos Cardenistas y se recogen firmas para la paz.
mismo compr todos los ejemplares y discretamente los regal. [] En esos aos de confusin primitiva, practiqu dos lecturas definitivas. No pasarn!, el relato de Upton Sinclair sobre la Guerra Civil espaola, y En lucha incierta, la novela de Steinbeck sobre una huelga de recolectores de manzanas. Le una y otra vez, con avidez, la saga de los radicales norteamericanos que mi-
En 1951, en mi segundo ao de secundaria se decide mi politizacin a travs de la inevitable va indirecta [] Acudo al local de Municipio Libre donde los henriquistas mantienen oficinas y consigo propaganda y engomados que afanosamente reparto y distribuyo El henriquismo me apasiona y los artculos de Pi Sandoval, las caricaturas de Arias Bernal, los poemas satricos de Renato Leduc me sealan otras rutas, que me absorben al contrastarlas con la invencible y muy nuestra del PRI. Oigo hablar del General Mjica, de Graciano Snchez, Genovevo de la O, Jaramillo, Muoz Cota; vivo gozoso los das de la campaa. Me indigna el asesinato de campesinos henriquistas, me subyuga la vitalidad de la Federacin del Pueblo. La derrota y la represin de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y el desencanto. Tambin en 1951, un maestro de Historia, al verme leyendo un folleto leninista, me invita a ingresar a un club [] De inmediato, me compro tres escuditos de la URSS y muchos folletos [] Del club Luis Carlos Prestes recibo mi primera encomienda poltica: participar en una brigada que consiga firmas para la Paz. Recorro San Juan de Letrn y la Avenida Jurez y llego al local ya tarde, orgulloso, hombre nuevo sovitico. He conseguido muchas firmas. Al revisarlas, el responsable del Club me mira compasivamente. Veo la lista y me avergenzo: contamos 4 Pedro Infante, 3 Sara Garca, 8 Jorge Negrete, 2 Mario Moreno y as hasta el fin. Slo diez de los autgrafos colectados parecen autnticos. Como parte de mis obligaciones deba vender un peridico en mi sector de trabajo. La primera vez yo
litaban en las Brigadas Internacionales y la descripcin de los activistas profesionales enfrentados a una burguesa hija de su. [] Despus John Reed y Los diez das que conmovieron al mundo; luego una Historia de las luchas sociales de Max Beer y ya est: un nuevo, decidido socialista sentimental. Como casi todos los pequeos burgueses que se radicalizan, mi proceso fue visceral, emotivo y no fue sino ms tarde cuando quise otorgarle bases tericas a tanta irritacin
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CAPTULO VII
La muerte de Hctor disip mis dudas sobre la militancia. Ingres al Comit Universitario pro-Libertad de los Presos Polticos
nuencia a sumarme a las acciones mayoritarias me redujeron a la condicin de simple testigo, durante varias noches hice guardia en C.U. por curiosidad. Mi sanchopragmatismo no vea la razn para esas vigilias ya que de seguro nadie invadira los acadmicos y autnomos dominios
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gases lacrimgenos, del Monumento a la Revolucin. Despus la segunda huelga y la represin increble o (segn quienes nada ms esperan de la Clase Encaramada actitudes consecuentes) totalmente crebles. Miles de presos en todo el pas y el Campo Militar Nmero Uno rebosante de ferrocarrileros y estudiantes. En Monterrey, un lder comunista, Romn Guerra Montemayor, fue asesinado y le pintaron los labios y las uas de las manos para simular un crimen de homosexuales. En ese instante, el gobierno hizo posible la creacin del Comit Pro-Libertad de los Presos Polticos. Mi inconsciencia deba ser absoluta puesto que no me atemorizaba ni, en el fondo, me enteraba bien a bien de lo ocurrido. Resenta las injusticias y eso era bastante. Un asesinato me modific: un gran amigo mo, Hctor Zelaya, lombardista acrrimo, muri fusilado en Nicaragua. Haba acudido como voluntario mexicano de las guerrillas antisomocistas y se le envi en grupo a recoger armas a una hacienda. El hacendado result ser delator; al llegar fueron recibidos por los soldados y all mismo se les ejecut. La muerte de Hctor disip mis dudas sobre la militancia. Ingres de inmediato al Comit Universitario pro-Libertad de los Presos Polticos y en 1960, el da de la inauguracin de cursos en la Universidad, delante del Presidente Lpez Mateos, se repartieron unos volantes donde Martn Reyes y yo exigamos la libertad de los ferrocarrileros. El acto, obviamente, careci de consecuencias. A partir de marzo se inici una labor de agitacin bastante modesta. Agitar, desde nuestro punto de vista, era abrumar las paredes con pintura roja, repartir volantes en las facultades, desfilar por la C.U. y complacernos en trueque de mentadas con los reaccionarios de Comercio e Ingeniera. Un da result comisionado para repartir volantes en la Prepa dos, el nido tradicional de los pistoleros. A mis bizantinas objeciones y argumentos sobre la utilizacin ms conveniente de los intelectuales, se me respondi con el ejemplo de Louis Aragon, que venda folletos en la puerta del Louvre, y Aragon es mucho ms importante que t. Aunque me negu a creer en tamaa devocin, fui sin embargo a la Prepa. Para mi fortuna, un golpeador, el Pariente, me despoj de mis volantes y me dej marchar despavorido []. La experiencia de esos aos me fue definitiva, por ensearme de modo inobjetable el sentido de la expresin vivir peligrosamente. Y no porque yo hubiese puesto en riesgo nada, ni porque mi audacia fuese ms all de embadurnar, empavorecido, algunas paredes blancas a
mi alcance, sino porque me senta necesario y solidario y porque a la vez me entenda de algn modo lejano, incapaz de participar del jbilo comn. Pasbamos las noches discutiendo y mi posicin, tmidamente antisectaria, me haca asumir una actitud dizque prudente []. En 1961, alentado por la actitud de Jos Revueltas (uno de mis mayores estmulos, un gran escritor que a causa de su firmeza ideolgica ha ido dos veces a las Islas Maras, ha arriesgado crceles y enconos universales y ha vivido un anticonformismo ejemplar en medio del farisesmo ambiente), me anim a incorporarme a una huelga de hambre en apoyo de otra llevada a cabo en Lecumberri por los presos polticos. Tambin participaban Pitol, Carballo, Juan de la Cabada, Guerrero Galvn, Pacheco, los Lizalde, Gonzlez Rojo, Labastida. Se escogi la Academia de San Carlos como el lugar para la demostracin y durante famlicas 62 horas permanecimos al amparo de cobijas, agua electropura, demostraciones de afecto, escaso pblico, sanwiches arrojados por los provocadores y pancartas de adhesin. Por mi parte fui dbil: acept un chocolate de manos de las Hermanitas Galindo. En 1962, en una taquera frente al cine Insurgentes, me enter por la Extra del asesinato de Rubn Jaramillo, su mujer Epifania (embarazada) y sus tres hijos. Y de nuevo me di cuenta de mis limitaciones: no entenda nada en absoluto, ni una sola palabra. Un ao despus, intentando el homenaje a quien volvi a hacer posible el herosmo, trabaj en una suerte de documental a su memoria, que se exhibi en tres febriles ocasiones y desapareci para siempre. Ante estos hechos, el asesinato de Jaramillo, el asesinato de Enedino Montiel y su mujer; Vallejo, Campa, Lumbreras, Rojo Robles en Lecumberri, slo se me ocurrren reflexiones obvias, intiles: por qu ellos, por qu los mejores? Y mis dudas y torpezas se agravaron cuando Arturo Gmiz, Pablo Gmez y otros siete asaltaron el cuartel de ciudad Madera y murieron en el intento. Si tenan razn o no, y si la actividad guerrillera en Mxico concierne al delirio y no a la poltica, no es asunto que yo pueda discernir. (Despus de todo, sigo siendo cuquero pacifista y sigo siendo respetuoso de las leyes; cuando el Ejrcito entr a la Universidad de Morelia slo se me ocurri reaccionar con una frase: Han violado la Constitucin!). El hecho es que murieron por un ideal y la frase cobra un significado atroz en esos aos presupuestales, donde vivir y pensar en voz baja es la conducta idnea, la actitud ideal.
De izquierda a derecha, Carlos Monsivis, Jos Luis Cuevas, Fernando Bentez y Carlos Fuentes
CAPTULO VIII
co maestro que haba conocido me llev. Borges, Alfonso Reyes, Faulkner, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Nicholas Blake, Thomas Mann, Gide, Hemingway, Nathaniel West, E. M. Forster, sustituyeron de golpe a Hesse, Ehrenburg, los bienaventurados escritores espaoles y dems dolos de mi primera adolescencia. En la literatura norteamericana hall la viva conciencia de un pas en pleno movimiento, mucho ms all de su tiempo. Vea en Norteamrica el lugar donde la literatura
CAPTULO IX
disperso y siempre recin inaugurado donde participan Mara Flix y los chavos-banda, Dolores del Ro y los chavos-punk, las vedettes y los economistas, Juan Gabriel y la pareja en dancing, una Celia Montalbn que anima el hoyo fonqui y el pachuco que dirige a Mara Conesa. 5.- Entrada libre: crnicas de la sociedad que se organiza. Era, Mxico, 1987. Una serie de crisis en la ciudad de Mxico provocan una resistencia civil extraordinaria que ha sido documentada de manera paciente y persistente por Monsivis. 6.- Das de guardar. Editorial Era, Mxico, 1971. Das que son profundamente simblicos para los mexicanos como el ao nuevo, el da de la Constitucin, el da del amor y la amistad, el da del trabajo, el da de las madres. Sin embargo, destacan los das de observancia y las crnicas que corresponden al movimiento estudiantil de 1968 y que ya forman parte de la mayora de las antologas sobre el tema: La manifestacin del rector, La manifestacin del silencio y Da de Muertos. 7.- Los rituales del caos. Era/Profeco, Mxico, 1995. Rene un conjunto de crnicas urbanas sobre personajes y creencias que convocan a multitudes. Un muestrario diverso que admite la convivencia de Luis Miguel y el Nio Fidencio, de El Santo y Gloria Tevi, de Sting y los coleccionistas de pintura virreinal. Y el caos usa tambin
de esas fijezas en el tumulto que llamamos rituales. 8.- Salvador Novo: Lo marginal en el centro. Era, Mxico, 2000. Crnica biogrfica de Novo que permite un acercamiento muy documentado a uno de los escritores ms complejos y contradictorios del siglo XX en el mundo de habla hispana, una figura excepcional en su valenta personal y literaria y en su transformacin del cinismo y del descaro en la defensa inteligente de su derecho a la diferencia. 9.- Aires de familia: cultura y sociedad en Amrica Latina. Anagrama, Barcelona, 2000. Este ensayo es una aproximacin a cambios y permanencias de la cultura latinoamericana del siglo XX, en un panorama que va del culto a los hroes a la sociedad del espectculo, de las migraciones culturales a la influencia de Hollywood en las sociedades en penumbras, del canon literario al idioma televisivo, de la fe devocional en la revolucin a los proyectos democrticos. Con este libro, obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo. 10.-No sin nosotros. Los das del terremoto 1985-2005. Era, Mxico, 2005. La primera parte se dedica a la crnica de procesos primordiales de la sociedad civil en Mxico desde 1985. En la segunda se reproduce la crnica de Monsivis escrita en los das del terremoto, en esos meses de dolor, confianza y solidaridad de la comunidad.
CAPTULO X
uncida al rgimen imperante, la recuerdo siempre ligada a las generaciones anteriores en el empeo de ahorrarse trabajo, de disfrutar lo conquistado por otros. La veo inerte, envejecida de antemano, lista para checar y reinar. Aunque, desde luego, admito y admiro y trato cotidianamente a las excepciones, las gloriosas, inslitas, renovadoras excepciones. Me apasionan mis defectos: el exhibicionismo, la arbitrariedad, la incertidumbre, el snobismo, la condicin azarosa. No s si pueda llevar a cabo una obra siquiera regular, pero no sirvo para las finanzas o la poltica. Me aterra terminar. Tengo 28 aos y no conozco Europa.
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os Tres Huastecos. As llama Luis Prieto Reyes a la trinidad integrada por tres grandes amigos: Carlos Monsivis, Sergio Pitol y l mismo, mencionados de menor a mayor edad. Trinidad que encarnaba vitalmente una actitud satrica, burlndose siempre de las falsas glorias. Con una memoria prodigiosa, Luis recuerda: Conoc a Monsivis en abril de 1954, ya hace 54 aos. Cuando se fund la Sociedad de Amigos de Guatemala, en apoyo al gobierno legtimo encabezado por Jacobo Arbenz [depuesto por un golpe de Estado alentado por Estados Unidos]. Hubo la consigna de formar comits en todos lados: en la Universidad, en el Poli, en la Normal Y a Sergio y a m, que ramos estudiantes en la Escuela de Derecho, nos pidieron que furamos a hablar a la Escuela Nacional Preparatoria. Al ir a volantear y a hablar a la Prepa, en uno de los salones se encontraron con Carlos Monsivis, quien entonces tena 16 aos: Era chistossimo comenta Luis Prieto porque como era protestante andaba de corbata y saco. Pero luego luego, me di cuenta de que era inteligente: le brillaban los ojos y se ofreci a acompaarnos a otros salones a repartir volantes y a hablar. En el camino me di cuenta de que Monsivis ya era un tipo muy popular: lo queran muchos y otros lo trataban muy raro. Le gritaban pinche sabio, porque ya haba salido en un programa de radio que se llamaba Los nios catedrticos. Ya despus cuando empezamos a tratar a Monsi y fuimos alguna vez a su casa en la colonia Portales, tambin los peladillos le gritaban con su clsica entonacin pinche sbioooo. Mi relacin con Monsi fue fundamentalmente poltica, pero una de las cosas que siempre me llam la atencin fue su enorme capacidad de lectura. Lea como un loco, era un chamaco de 17 aos y ya se manejaba las literaturas americana e inglesa al dedillo. Por Monsivis conoc un documento extrasimo de Oscar Wilde, La vida en el socialismo, una utopa muy ingenua, con algunas cosas profticas, que se despega mucho de las frivolidades caractersticas de otras obras de Wilde.