Colussi Cuentosparaolvidar
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INDICE
1. Decisin 2. Dos amigos 3. Ganaron ellos? 4. La funcin debe continuar 5. Relaciones prohibidas 6. Secretos no revelados 7. Todo queda en familia 8. Diferencias 9. El licenciado 10. Juana 11. La venganza 12. Se hizo justicia 13. Telebasura! El show ms inaudito de la televisin 14. Ahora uso corbata 15. Carlitos inmortal 16. Cartas nunca enviadas 17. Correo electrnico 18. Cultura de paz 19. Historia de un mago 20. Historias paralelas 21. Il morto che parla
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22. Una de cow boy 23. Lazo de amor 24. La extraa historia de un alemn extrao 25. Un mal paso
DECISIN Mientras escuchaba la obertura Coriolano, de van Beethoven, tom la decisin. Haca tiempo que lo vena pensando, dndole interminables vueltas; a veces le pareca disparatado el slo hecho de planterselo. Muchas veces sonra con la ocurrencia, pero en realidad, en lo ms recndito, lo aterrorizaba; saba que lo atraa demasiado. La msica de fondo le pareci la ms adecuada para el caso. No querra llegar a esto, pero no le veo otra salida, se dijo mientras suba el volumen al reproductor de sonido. Esa obra siempre lo haba conmocionado; y ms an lo conmocion cuando conoci, luego de haberla escuchadas infinitas veces, la historia del personaje evocado: Coriolano, el joven patricio romano que lucha entre el deber para con la patria y sus sentimientos personales, pugna que acaba por conducirle al suicidio. Nunca haba ledo el drama homnimo de Shakespeare. Ahora viva solo; haba alquilado un pequeo apartamento en un barrio perifrico en la ciudad de Mxico. Con las colaboraciones periodsticas en varios medios, tanto en Mxico como en diarios de otros pases donde enviaba sus artculos va internet, se ganaba modestamente la vida. No le desagradaba estar solo. El rompimiento con Marta, su ltima pareja haba perdido el nmero de parejas que no prosperaron no le signific mucho. Con ella, en verdad, haba estado poco tiempo, no ms de un ao. Era slo una ms en la lista de los fracasos. Son fracasos? Por qu hay que llamarlos "fracasos"?, se preguntaba a veces. Entonces, los que no seguimos los modelos de xito somos simplemente "fracasados"? No lo convenca esa idea; lo haca sentir asqueado. No, no puede ser! La vida tiene que ser algo ms digno que ese vaco. Mario rondaba los cuarenta. No tena profesin oficial; haba comenzado varias carreras universitarias arquitectura, periodismo, antropologa sin terminar ninguna. Era un gran lector. Los golpes de la vida le haban modelado un carcter agrio; cada vez era ms reservado, y ms cido en sus comentarios. Lo que ms lo haba conmovido en su historial de "fracasos, prdidas y desilusiones", como gustaba decir no sin cierta mofa, era el hijo nacido muerto que tuvo en Nicaragua. Con apenas veinte aos cumplidos march en apoyo de la causa sandinista desde su Chile natal, cargado de esperanzas e ilusiones. Fue ah que conoci a Luciana, una cooperante italiana con la que desarroll el amor ms intenso de su vida. Si bien no era voluntad de ninguno de los dos procrear un hijo, el nio lleg. Luego de pensarlo mil veces, decidieron tenerlo. Pero naci muerto. Beethoven nunca tuvo hijos tampoco, pens mientras segua escuchando la obertura, opus 62, de una fuerza expresiva monumental, de una maestra tan lograda como pocas obras. Por supuesto! Cualquiera que escuche esto con atencin llegara a la misma conclusin. l, cuando comenz con su sordera, tambin lo pens. En su historia de decepciones poda mostrar muchas preseas, demasiadas: haba sido torturado por la dictadura pinochetista, con ninguna pareja estuvo ms de un ao, nunca haba tenido un trabajo regular. Hasta recordaba la maceta que alguna vez le cay desde un balcn de un segundo nivel abrindole la cabeza cuando pasaba casualmente por ah. Internaciones haba tenido cantidades: por el automvil que lo arroll en Santaf de Bogot, cuando la apendicitis viviendo en Nicaragua, ms dos complicaciones respiratorias en sus ltimos aos en Mxico. Todo lo que le suceda, o incluso lo que le estaba ligado indirectamente como la muerte de un hermano, tena algo de trgico, de fuera de lo comn (su hermano Alcibades haba cado de un avin en vuelo al abrirse por accidente una puerta del aparato).
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Schicksalsneurose, creo que se le dice en alemn, "neurosis de destino", segn ense Freud, reflexionaba mientras la obertura segua su transcurrir imponente. Este viejo cabrn se llama "Alegre" de nombre! Por qu no me pasara a m algo as?. Mario tena eternamente esta sensacin trgica de su vida como, aunque por diversos motivos, lo haba sido la de Coriolano. Senta que jams nada le sala bien. Era muy raro que sonriera; la risa le era algo desconocido. Slo la lectura y la msica lo entusiasmaban. Aunque no cualquier msica: msica sinfnica de van Beethoven y canto gregoriano era casi lo nico que escuchaba. No hay que rendirse! No hay que rendirse nunca!, trataba de animarse, aunque en lo ms ntimo saba que estaba rendido. "Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu cabeza", agreg citando versos de Almafuerte junto con los ltimos compases de la obertura, cuando los violonchelos cerraban la epopeya en piano e morendo. Con lgrimas en los ojos por la emocin de lo que estaba escuchando, por la decisin tomada se dijo: maana mismo me pongo a preparar todo. Ide varios escenarios; ninguno terminaba de convencerlo. Por supuesto que, fiel a lo que consideraba su diagnstico lapidario, pens no lograrlo. Hubo un momento en que estuvo a punto de abandonar la empresa. Pero sacando fuerza de flaquezas sigui adelante. "Que se rinda tu madre!", evoc en un momento. La cita lo trastorn; saba que la haba rememorado ms de una vez, pero no poda recordar de quin era. Es de un nicaragense pero quin? Carlos Fonseca?. La duda lo carcoma. Esa era otra de sus caractersticas: la obsesividad con ciertas cosas, con algn pequeo e insignificante detalle, o con la ortografa, poda llevarlo a situaciones de angustia insoportables. Ms de una vez le haba sucedido, como ahora, que por no recordar un nombre, una fecha, un dato colateral, fracasaba en algn proyecto. Busc en los libros que tena a mano, pero no pudo encontrar nada. "Que se rinda tu madre!, que se rinda tu madre!", saba que lo haba escuchado tantas veces en Nicaragua. Recordaba, incluso, las circunstancias en que haba sido formulada la frase de marras: acorralado por la guardia somocista, el poeta guerrillero en cuestin la haba proferido ante la orden de rendirse dada por el ejrcito cuando tenan cercada la casa donde se esconda. "Aqu no se rinde nadie, que se rinda tu madre!", y sigui combatiendo hasta caer abatido. Y por qu yo no puedo hacer algo as? Por qu tengo que rendirme? Decidi que enviara tarjetas de invitacin. Bastantes, unas trescientas, sabiendo que nunca asiste la totalidad de la gente invitada. Con que venga una tercera parte me doy por satisfecho. En un momento pens poner en el texto la frase del poeta nicaragense recordada el da anterior, aunque no tener presente el nombre de su autor lo hizo desistir de la idea. El evento sera en la Torre de los Ingleses. Eligi un sbado por la maana. Se dio un mes para toda la preparacin; quera atender cuidadosamente cada uno de los detalles, hasta lo ms mnimo. Deba decidir cmo estar vestido, qu decir, cmo responder a las preguntas que sin duda le formularan. Pens tambin si vala la pena invitar a la prensa; finalmente decidi no hacerlo, porque de todos modos, aunque no recibiera invitacin, de una u otra forma cubrira el suceso. Entre los elementos a tener en cuenta, consider tambin si era pertinente contar con msica. La idea lo exalt. Claro que s! Buensimo! Por una vez tengo una brillante ocurrencia!, se dijo exultante. Y pens inmediatamente en la obertura Coriolano. Tendra que alquilar un buen equipo de sonido. La msica elegida le pareci la ms adecuada para la ocasin. Qu habr sentido Beethoven cuando la compona?
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Sin prisa pero sin pausa fue ultimando cada uno de los detalles. Lo de contar con esa ambientacin musical le cambi el nimo; le pareci el broche de oro ms adecuado que hubiera podido concebir. En los das previos al evento se le fueron acumulando las dudas, cada vez ms, ms intensas, ms contundentes. Por qu rendirse de esa manera? No haba nada que an pudiera intentarse? Y los principios esgrimidos aos atrs? Uno a uno iba respondindose cada interrogante. Era como si una fuerza superior le impidiese pensar alternativas: la decisin tomada no pareca posible modificarse. A cada pregunta le encontraba una respuesta convincente que lo nico que lograba era reforzar la decisin. En ese clima de autoconvencimiento, de total certeza de haber elegido la opcin acertada, fue llegando la fecha establecida. Muchas de las personas que recibieron la invitacin no entendan de qu se trataba; a todos los que llamaban por telfono o le enviaban un correo electrnico pidiendo explicaciones, con delicadeza pero al mismo tiempo con firme conviccin, los segua manteniendo en ascuas. A todos, por igual, les insista en asistir el da fijado para sacarse la duda. Viviendo en Mxico desde haca ya varios aos, y dado que no era un tipo confrontativo, se haba ganado la amistad de mucha gente. En parte por eso, en parte por curiosidad, a lo que se sumaba el hecho de sus contactos con periodistas de varios medios, el sbado fijado para el acontecimiento asisti una cantidad inesperadamente alta de gente. En total eran ms de doscientas personas. Mario se sinti un poco sorprendido por este hecho, pero decidi que todo seguira adelante tal como estaba previsto. En realidad nadie entenda bien de qu se trataba: una broma?, una excentricidad?, un delirio? Algunos pensaron en una protesta original; hubo quien tambin imagin el inicio de alguna campaa de algo, poltica quiz, o la publicidad de un nuevo producto. Lo cierto es que el sbado 11 de julio el espacio verde en torno a la Torre de los Ingleses estaba colmado de gente, ansiosa, expectante, curiosa, entre invitados y pblico ocasional que se detena a ver de qu se trataba todo aquello. A la hora fijada las once de la maana apareci Mario en los balcones de la torre. Megfono en mano comenz a hablar, mientras tambin comenzaba a sonar la obertura Coriolano. Gracias por venir, amigas y amigos, pblico en general. Nunca he sido un gran orador, as que no habr de aburrirlos con un mal discurso. Solamente quera decirles que me rindo ante la vida. Quiero que todos ustedes sean testigos de mi decisin: las cosas terrenales son demasiado duras para m, no puedo con ellas. Nada me sale bien, vivo arruinando la vida de otros, as que los dejo. Perdonen si los salpico de sangre. Hasta aqu he llegado; me rindo, y gracias por todo. Dicho esto, inmediatamente corri hacia la escalerilla superior que conduca hasta el techo de la torre. Ya estaba listo para arrojarse al vaco cuando alguien luego se dijo que era un sacerdote espaol que viva en Mxico y que conoca a Mario de Nicaragua le grit con lo ms desesperado de sus fuerzas: Que se rinda tu madre! Ante esto, Mario dud. De quin es esa frase?, pregunt con rostro desencajado. De Leonel Rugama, contest iracundo su interlocutor. Los segundos que siguieron a ese breve intercambio fueron dramticos. Mientras segua sonando atronadora la obertura Coriolano, ms de quinientas personas que se haban agolpado a la base de la torre seguan en un silencio sepulcral cada movimiento del hombre encaramado en lo alto, aturdidos por la situacin y por la msica. Que se rinda tu madre!, grit ms fuerte an Mario. Aqu no se rinde nadie, que se rinda tu madre!, respondi con gritos ms atronadores an el sacerdote que en ese momento no vesta sus hbitos.
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Lentamente, primero uno, luego varios, luego muchos, los azorados testigos comenzaron a repetir en forma espontnea: Que se rinda tu madre!. El coro se hizo numerossimo; tanto, que opacaban la majestuosidad de la msica que segua sonando, sin que nadie se atreviera quitar. Mario, con lgrimas en los ojos, temblando, comenz a bajar. La noticia dio que hablar por varios das a toda la ciudad. Por supuesto que se dijeron las cosas ms diversas; entre otras, un diario se atrevi a titular el hecho con las heroicas palabras de Leonel Rugama. Hoy da Mario es editorialista de ese peridico, y su compaera con quien ya lleva ms de dos aos en pareja est esperando un hijo.
DOS AMIGOS Desde sus respectivos nacimientos estuvieron siempre juntos. Vieron el mundo con escasas dos semanas de diferencia, y sus vidas quedaron casi hermanadas desde un primer momento. Aunque no eran hermanos, lo parecan. Compartieron juegos infantiles, estudios primarios, penas y alegras de nios, nevadas y calores. Simn siempre fue algo gordo, caracterstica que se acentu en su adolescencia. Jrgen, por el contrario, fue siempre delgado, enjuto. Ambos eran altos. Se protegan mutuamente, en todo: con mentiras piadosas antes sus madres o maestros para apaar fechoras menores del otro; con puos y puntapis antes nios hostiles. Sus respectivos padres no tenan muy en cuenta la relacin; eran amiguitos, as de simple, buenos amiguitos, y ello no daba para abrir ninguna reflexin al respecto. La cuestin de la religin no contaba. En realidad, si bien ambas familias eran practicantes de sus respectivos credos, ninguna era particularmente devota. Seguan sus ritos como las tradiciones lo mandaban, pero no pasaban de all. Jrgen era catlico; Simn, judo. Los dos nios fueron formados en sus creencias, pero entre s nunca hablaban de ello. No era necesario; los una otra infinidad de cosas, y el tema religioso no contaba. Como tantos nios como todos? sus preocupaciones no iban por el lado teolgico; el mbito espiritual era una obligacin ms, pesada como todas las obligaciones, como lavarse los dientes o baarse cada sbado. Desde nio Simn evidenci una hermosa voz de bartono; ya jovencitos los dos participaban en el coro de la escuela, pero Jrgen no tena especial talento para el canto. De todos modos, a ambos les gustaba tomar parte en esa actividad, no tanto por su afeccin respecto a lo lrico sino porque les resultaban muy divertidos los ensayos. En realidad, ya de doce aos, a los dos amigos les interesaba el coro ms por los primeros juegos de seduccin en que tmidamente entraban con jovencitas de su edad que por una vocacin artstica. De todos modos el talento de Simn no era poco, y en muchas ocasiones fue tentado por su maestro de msica a tomar en serio el estudio vocal. Ni l ni sus padres lo consideraron. Siempre sigui cantando, y su voz ya adolescente gan en potencia y profundidad. Jrgen lo admiraba. Ya ms grandes cantaban juntos en las tabernas, cuando comenzaban sus salidas de quasi adultos. La familia Goldstein, a la que perteneca Simn era propietaria de una tienda de telas, una de las ms grandes de Munich. El padre, David, era un acaudalado comerciante que, pese a su origen judo, se haba sabido ganar la estima de amigos y enemigos. Era, en el ms cabal sentido de la palabra, una buena persona. Contrariamente a su hermano Isaac, igualmente conocido, pero no por su perfil humanista, jams habido prestado dinero. Su considerable fortuna la haba logrado no tanto por lo recibido en herencia de su padre, sino con el tesn de un avaro comerciante que trabajaba, y haca trabajar a sus empleados, diecisis horas diarias, jams se daba lujos y no se permita dilapidar siquiera un centavo en algo que no tuviera ya rgidamente presupuestado. El padre de Jrgen era uno de sus dependientes. Azares del destino, ambas familias eran vecinas. A lo largo de los aos en que la amistad de los dos muchachos fue tornndose ms estrecha, nunca tuvieron una pelea. Se entendan sin necesidad de hablar; era slo mirarse y automticamente el uno saba de los pensamientos, gustos, temores o malestares del otro. En general casi en todo, o en todo, vibraban al unsono con lo mismo, y se preocupaban de similares penas. Wilhelm Baltzer, el padre de Jrgen, viva de un magro salario con el que deba mantener esposa y cuatro hijos. Su profunda fe cristiana lo ayudaba mucho en esa empresa. Su relacin con David Goldstein, el dueo de la tienda, no era mala, pero tampoco daba para ms que un formal vnculo
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empleado-empleador. Ninguno de los dos hubiera siquiera hecho el esfuerzo por ir ms all. La honda amistad de sus respectivos hijos la cual no alimentaba ninguna de las dos familias no contaba mayormente, o no contaba para nada, en la relacin establecida. Seguidores tradicionalistas en su fe como eran los Goldstein y los Baltzer, ninguno de ellos polemizaba en asuntos religiosos; si bien el antisemitismo estaba extendido inmemorialmente por toda Europa, no era el caso para los padres de Jrgen. Y por supuesto, tampoco para l. En unas pocas ocasiones, con valor de sagrado secreto para llevarse a la tumba, los muchachos se permitan rer mutuamente de sus respectivos credos. Al escuchar uno los relatos del otro acerca de cmo eran las prcticas religiosas de sus familias a las que estaban obligados cada uno de ellos y que, aunque a regaadientes, deban cumplir los asaltaba un profundo sentimiento de hilaridad. El judo no poda entender cmo era posible que el vino fuese sangre, o que la hostia fuese el cuerpo sagrado; por otro lado, para Jrgen era desopilante el rito del sabbath, o absolutamente incomprensible aquello de la circunsicin: le dola de slo pensarlo. De todos modos, as se aceptaban; y de eso rean claro que en privado, y con el marco de una mutua complicidad que haca ms atractivo el secreto compartido. La adolescencia uni ms an la amistad de los amigos. Las visitas a los primeros burdeles, o las cervezas de las primeras tabernas, ratificaron que su relacin iba ms all de sus respectivas familias. A los dieciocho aos, con sus aspectos de adultos jvenes o de muchachones crecidos la vida pareca extendrseles por delante como un camino que invitaba a recorrerlo; nada se interpona ante ellos, y todo incitaba a mantener esa hermosa unin que los vinculaba. Las apuestas que hacan en las tabernas para ver quin tomaba ms cantidad de cerveza de un solo trago en general era Simn el ganador, o las correras amorosas compartidas luego en interminables conversaciones, por mencionar algunas cosas, eran elementos que solidificaban cada vez ms la amistad. Ello, de todos modos, no tena ninguna relacin con las historias vividas por sus respectivas familias. David Goldstein segua haciendo dinero y despotricando contra sus empleados, a quienes vea como una sarta de haraganes que slo queran perjudicarle en sus negocios. Su esposa, Rebeca, repeta los mismos argumentos. Por otro lado, Wilhelm Baltzer segua tan pobre como siempre, despotricando contra el "miserable judo" de su patrn, y orgulloso de su Jrgen, que haba decidido enrolarse en el ejrcito. Para el invierno de 1939 la situacin en toda Alemania estaba al rojo vivo; el nacionalsocialismo ganaba adeptos a pasos agigantados, y el antisemitismo desbordaba por todos lados. Los Goldstein vieron que algo grave iba a suceder, ante lo cual comenzaron a barajar la idea de abandonar el pas; un tanto en el aire porque no queran terminar de creer lo que estaban viviendo fueron concibiendo la idea de marcharse hacia Estados Unidos, donde tenan familiares. Pero no lograron concretarlo. En pocos meses se ampli la persecucin contra los judos, y ya no pudieron siquiera moverse de Munich. Simn tuvo que descartar sus planes de seguir estudios de abogaca en la universidad. La vida se les complicaba cada vez ms. Con veinte aos recin cumplidos, la vida de los otrora amigos haba tomado rumbos completamente diversos. Ya no haba salidas compartidas, ni tabernas ni historias amorosas. Ni siquiera se volvieron a ver. Jrgen, rebosante de alegra, no caba en su uniforme de lo agrandado que se senta. Jams hubiera pensado que la vida militar le sentara tan bien. No se separaba nunca de su arma, la que haba pasado a ser parte de su identidad. Su rostro fue endurecindose, su actitud se torn agresiva. Las continuas arengas que reciba le fueron moldeando una nueva personalidad, totalmente desconocida en l con anterioridad. Del muchacho bonachn, alegre, simple incluso, que se diverta sa6
namente y con espontneas risotadas, ya no quedaba nada. Ahora se senta un miembro de la "raza aria", la "raza superior", llamado a ocupar un lugar de privilegio en la historia. No importaba que no fuera l quien daba las rdenes; l las cumpla muy solcito, por cierto, pero en realidad as lo construa al menos esas rdenes que l ejecutaba eran parte de un plan mucho ms complejo, ms profundo. No eran simplemente la concrecin de lo dicho por el superior: eran la puesta en acto de un "destino superior", de "la superacin de todas las formas primitivas y atrasadas de vida". Jrgen era soldado raso, pero soaba con escalar. De hecho, el Conductor de la Nacin Teutona no era tampoco un oficial de alto rango: era un cabo, un soldado del pueblo, un "puro y no contaminado" luchador ario como l. No importaban tanto los grados como la "pureza racial", repeta enfervorizado. Sus padres ya no podan reconocerlo cuando se perda en estas divagaciones; de todos modos el avejentado Wilhelm Baltzer, de alguna manera orgulloso de su hijo, tambin repeta estos acalorados discursos, sin entender bien a dnde llevaban, pero dando as rienda suelta a su visceral odio contra su patrn, al que haba visto enriquecerse a costa de su propio trabajo. "S, los judos son la perdicin del mundo", afirmaban padre e hijo y tambin los dems miembros de la familia Baltzer. La diatriba iba con dedicatoria, ms an en lo que al padre de Jrgen tocaba. Recordando a su patrn, el judo de su vecino y padre de Simn, deca: "Goldstein De piedra de oro no tienen nada estos!", razonaba exaltado; "piedra de mierda!, en todo caso". Jrgen no se centraba slo en esta familia ya no recordaba a Simn, ya nunca volvieron a estar juntos como amigos; su odio era universal, contra todos los judos del mundo. "Todos deben morir!", conclua ofuscado. Los campos de concentracin para judos pasaron a ser una cruda realidad. Tambin la "solucin final". Mientras la guerra creca, se expanda por toda Europa, Simn Goldstein, como tantos miles y miles de judos, intentaba sobrevivir al holocausto en ciernes. Su gran amigo de infancia y juventud, Jrgen Baltzer, como tantos miles y miles de alemanes no judos, no poda hacer nada contra ese holocausto que se precipitaba a pasos agigantados. Por pura sobrevivencia, lo ms fcil era apoyarlo. No otra cosa hizo Jrgen. Con veintids aos, ya con ms de algn reconocimiento por su herosmo en combate, Jrgen fue asignado a la ciudad de Weimar, al campo de concentracin de Buchenwald. Llegar all al mando de un pelotn de diez soldados fue sentirse en la ms absoluta gloria. Al principio no lo pudo creer; prefiri pensar que era un error de sus sentidos. Sus miradas se encontraron y ambos quedaron paralizados. Pero fue Simn quien pudo mantenerla; pese al terror que lo envolva, su actitud no obstante lo precario de su situacin, de la miseria que envolva toda su figura fue desafiante. Esa mirada, lacnica y sin palabras, expresaba ms que todos los discursos del mundo. Jrgen tuvo que voltear su rostro. Casi de inmediato los ojos se le enrojecieron. Sigui caminando, ametralladora en mano, fingiendo no haberlo visto. Pero no pudo evitar darse vuelta unos pasos ms adelante. Y as segua Simn Goldstein, mirndolo petrificado y petrificndolo a l. Simn esboz una sonrisa, sin siquiera saber por qu lo haca. Jrgen no pudo evitar sonrer tambin; pero inmediatamente su rostro volvi al marmreo gesto que ya se le haba instalado. Ese fugaz encuentro lo golpe fuertemente. Aunque intentaba aparentar normalidad, su vida ya no fue igual. Esa misma noche, si bien no le corresponda hacerlo, Jrgen cambi un turno para salir a patrullar por las instalaciones. No saba ni tena forma de saber en qu barraca se hallaba Simn. Con
traviniendo las severas normas que regulaban la vida de los soldados, comenz a investigar en cada pabelln para ver si encontraba a su viejo ex amigo. De pronto lo atrajo una profunda voz de bartono que entonaba una cancin popular tradicional. No poda equivocarse, no poda ser otra voz que la de Simn. Cantar por las noches cuando ya se haba dado la orden de silencio estaba terminantemente prohibido. Ante esa infraccin, su obligacin era hacer callar, y tambin castigar, al cantor. Pero prefiri no hacer nada. Solamente se detuvo frente al lugar de donde provena el canto, y se qued extasiado escuchndolo. Una vez ms, las lgrimas asomaron a sus ojos. La cancin se fue extinguiendo lentamente, sin necesidad de su intervencin. La oscuridad y el fro envolvan todo el campo de concentracin. Sigui caminando solo casi hasta la medianoche, para regresar luego a su cuarto con el mayor sigilo para no ser visto por ningn superior. Esa noche no pudo dormir ni un instante. En los das siguientes no se volvieron a encontrar. Jrgen lo busc, pero no le fue posible hallarlo. Simn tambin albergaba la idea de poder volver a verlo. Sin saber cmo ni por qu, el hecho que ah estuviera su antiguo amigo le daba alguna luz de esperanza. Pens cada una de las palabras qu le dira cuando se vieran. Pero por ms de dos semanas no se cruzaron. Ambos esperaban ese encuentro, mucho, fervientemente. Ambos tenan ahora rostros de adultos, casi de viejos. Por motivos distintos, ambos parecan mucho ms grandes de lo que en realidad eran. El uno, Simn, no poda ocultar el terror que lo embargaba continuamente; arrugas y calvicie comenzaban a visitarlo. El otro, Jrgen, haba trocado su cara aniada por una mscara ptrea de rudeza. Ambos trasuntaban la tragedia de vidas sin salidas. Finalmente se encontraron, pero casi sin posibilidad de verse a los ojos, mucho menos de hablarse. Por otro lado, era imposible, absurdo, inconcebible que un custodio ario pudiera dignarse a hablar de igual a igual con un recluso judo. La nica relacin establecida era de subordinacin; nunca hablaban, slo eran rdenes, o vejaciones, donde siempre el judo haca de esclavo, y el alemn de amo. De haber hablado, tendran que haberlo hecho a escondidas. Y eso era casi imposible. Se cruzaron efmeramente en la enfermera; por motivos diversos los dos haban acudido ah un instante, y despachados cada uno, ya retornando a sus respectivos puestos, apenas si se vieron unos segundos. Suficientes, sin dudas, para que Jrgen tomara la decisin. Esa misma noche, an a riesgo de exponer su vida, desert del ejrcito alemn. Simn, como tantos judos, muri en Buchenwald. Jrgen, con un indecible sentimiento de culpa, torturado por los fantasmas de un pasado que cada vez se le haca ms ominoso, ms abominable, emigr de incgnito para Latinoamrica, donde aos despus, en algn pas del cono sur, acab suicidndose. Buchenwald, lo sabemos, pas a ser uno de los museos del horror de la humanidad. Esta historia la conserv alguno de sus sobrevivientes, judo originario de Munich liberado hacia el fin de la guerra por el Ejrcito Rojo.
GANARON ELLOS?
"Si te postran diez veces te levantas / Otras diez, otras cien, otras quinientas... / No han de ser tus cadas tan violentas / Ni tampoco, por ley, han de ser tantas", recitaba hasta el cansancio Graciela. Luego de interminables padecimientos haba encontrado que la repeticin de ese poema aprendido en la infancia le resultaba sedativo. Su vida, desde haca casi treinta aos, era un calvario. La Turca Graciela, como todos la conocan, era argentina. Descendiente de inmigrantes sirio-libaneses, a los ms de cincuenta aos de edad no senta races bien definidas. Desde haca dcadas no estaba en su tierra natal, a la que slo haba regresado en una ocasin y con motivo de una breve visita de orden laboral. No haba sido criada en una firme fe musulmana, aquella que profesaban sus abuelos paternos; el hecho de ser inmigrantes en un pas no islamita haba relajado sus creencias, por lo que a Graciela le lleg slo un barniz bastante superficial respecto al Islam. No haba sido circuncidada. Su madre era catlica, de ascendencia espaola. Lo de turca no era sino el mote comn usado en su pas para referirse a cualquier habitante del Oriente Medio, con bastante imprecisin por cierto. De hecho, no tena nada de turca. Y los distintos pases donde la haba llevado su exilio (Francia, Nicaragua, Mxico) o su trabajo (Ruanda, Chechenia, Estados Unidos, Guatemala) la convertan virtualmente en una ciudadana del mundo. Sola repetir gustosa la frase de Einstein: "el nacionalismo es la enfermedad infantil de la humanidad". Tena algo de cada lugar visitado, recuerdos y costumbres adoptadas en cada sitio donde haba vivido, pero era difcil decir ni ella misma lo saba de dnde se senta, dnde estaba su identidad ms profunda. Aunque muy en el fondo, si bien casi haba perdido el coloquial "che" cuando hablaba en espaol, le pesaba su historia de Argentina. Era eso, en definitiva, la causa de su calvario. Desde haca un buen tiempo trabajaba en una agencia de las Naciones Unidas; ahora, en Guatemala, era coordinadora de un proyecto de atencin a vctimas de la guerra, donde se prestaba asistencia psicolgica a la poblacin damnificada por el pasado conflicto armado interno. La Turca era psicloga; al salir de su pas de origen milagrosamente haba sido una de las pocas desaparecidas torturadas que reaparecieron con vida, pudiendo viajar luego al extranjero cursaba ms o menos la mitad de su carrera en la Universidad de Buenos Aires, por lo que debi terminar sus estudios en Pars, acogida como exiliada poltica. Formaba parte del Ejrcito Revolucionario del Pueblo (grupo guerrillero urbano de filiacin marxista), y con sus veintitrs aos de edad, al momento de su detencin, era uno de los cuadros universitarios ms comprometidos con la agrupacin. De todos era conocida su actitud frrea, su conviccin inquebrantable. En las torturas estuvo alojada en el campo de concentracin clandestino La Quinta de Funes no delat a uno slo de sus compaeros. Lo que ms le dola de aquello, del infierno que vivi por casi un ao y medio, fue el embarazo. Las violaciones reiteradas formaban parte de las torturas, por lo que nunca pudo saber de quin fue el nio. Y la otra cosa que le trastornaba la vida era el haber perdido el hijo; en el mismo momento del alumbramiento le quitaron el beb y nunca ms supo nada de l. Ni siquiera lleg a saber el sexo de su hijo. "No te des por vencido, ni aun vencido, / No te sientas esclavo, ni aun esclavo; / Trmulo de pavor, pinsate bravo, / Y arremete feroz, ya mal herido." La poesa de Almafuerte ("Siete sonetos medicinales", de Pedro Bonifacio Palacios, recordaba vagamente que eran el ttulo de la obra y el verdadero nombre del autor; adems le encantaba ese pseudnimo: Almafuerte o Almaviva: hablaba por s mismo) la haba recitado en pblico cuando tena diez aos. Jams la haba olvidado, y desde un tiempo el repetirla casi con carcter de salmo religioso constitua su mejor tratamiento psicoteraputico. Los dos psiclogos consultados en aos posteriores a la detencin,
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y una mdica psiquitrica, no haban logrado devolverle nunca la alegra. Aunque Graciela no tena enemigos personales directos, su talante general era de odio contra el mundo. Muy amable en el trato cotidiano, no obstante destilaba suero venenoso en cada palabra, cada gesto, cada acto. Aunque no lo mencionaba mucho en voz alta, la muerte jams dejaba de rondar en sus pensamientos. Con cincuenta y tres aos an mantena un aspecto juvenil; su sensual aire de ascendencia oriental se conservaba fresco, y tanto los enormes ojos como su cabello seguan teniendo el atractivo negro profundo de la juventud. No le gustaba que el dijeran Doctora Abdullah; prefera el trato campechano, sin formalismos. Su trabajo en instancias diplomticas no le haba cambiado nada sus formas espontneas, sencillas. Manejaba ella misma los automviles de su delegacin y no le gustaba hacerse llevar por su chofer. El toque de irreverencia de sus mocedades no lo haba perdido, y gustaba de mofarse de las cosas que consideraba risibles. "El trabajo de un consultor de organismo internacional consiste en cambiarle la fecha a los informes una vez por mes", deca a veces con acritud. En trminos profesionales era muy respetada; haber dirigido varios programas de importancia internacional siempre en el campo de la atencin a las vctimas de guerra le confera un aura de autoridad. La Turca incluso en la sede de New York la conocan con ese apodo era intachable en su conducta, y altamente apreciada por su capacidad y compromiso. Aunque "la procesin va por dentro", frecuentaba decir. Dura, de rostro en general serio, no se la vea sufrir; pero sufra, y mucho. Fuera del que tuviera durante su detencin, nunca ms concibi un hijo. Slo estuvo en pareja slida por un corto tiempo, en Estados Unidos: un marroqu, tambin funcionario de la ONU, con quien convivi por algo ms de un ao. Adems de esa relacin, no se le conocieron hombres. La violacin la marc de por vida: era anorgsmica. Los ocasionales contactos que mantuvo fueron todos, irremediablemente, un desastre. Nunca se atrevi a una relacin homosexual, pese a haberlo pensado muchas veces. La vez que tuvo la oportunidad no acept. En Guatemala fue donde tom la decisin. Vena pensndolo ya desde algn tiempo atrs, y en consecuencia haba ido estableciendo los contactos del caso. En New York hizo las primeras aproximaciones. El reavivarse de sus viejos fantasmas, la reaparicin del sentimiento de derrota, esa horrible sensacin fue lo que la llev a pensar realizar el sueo tantas veces postergado. El hecho concreto que hizo prender la llama del rencor, de la venganza, fue su participacin en un entierro colectivo de vctimas de una masacre y las palabras dadas por un funcionario estadounidense en la ocasin. La historia, en trminos generales, fue la misma para todos los pases de Latinoamrica; cortados igualmente por la misma tijera, slo difirieron en detalles puntuales. En Argentina la represin fue ms selectiva, no hubo genocidio; en Guatemala, con otra historia a sus espaldas, la Guerra Fra mediatizada por los dictadores locales de turno- se ensa con las poblaciones mayas, base del movimiento guerrillero. En la estrategia de "quitarle el agua al pez", tal como concibieron los idelogos de la guerra contrainsurgente, y montndose en un prejuicio racista espantoso de una sociedad profundamente excluyente, fueron doscientas mil personas las muertas en nombre de la guerra contra el comunismo internacional. Lo espantosamente curioso es que la casi totalidad de esa carnicera fueron indgenas mayas. Graciela senta la misma repugnancia por cualquier militar latinoamericano, no importndole el color de piel de sus amantes todos las tenan por docenas- o la bebida alcohlica con que se emborrachaban: vino en el Cono Sur, ron en Centroamrica, siempre whisky para homenajear a los asesores enviados por Washington. Cuando escuchaba las historias de horror que relataban los sobrevivientes de estas masacres en la profundidad de las montaas guatemaltecas, y ms an
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ante los relatos de las mujeres violadas, senta una profunda sensacin de nusea. En un par de oportunidades, incluso, tuvo que levantarse urgente para ir a vomitar. El proyecto a su cargo, financiado por la Embajada de Estados Unidos y administrado por el aparato administrativo de Naciones Unidas, consista en desarrollar las exhumaciones de los cuerpos de la poblacin civil masacrada a inicios de la dcada de los ochenta, cuando el momento ms lgido de la guerra civil en el pas centroamericano, enterrados en cementerios clandestinos. La iniciativa buscaba recuperar la identidad de los muertos, reconocerlos, y posteriormente darles una sepultura digna, enmarcada en el rito catlico o maya, o en ambos. Lo curioso que encontraba la Turca es que, luego de exhumados los cadveres que eran ya slo huesos- y debidamente identificados, sabindose con certeza que cada una de esas personas haba sido asesinada con alevosa, mutilada o vejada previamente, conocindose la causa de la muerte y pudindose inferir el autor que eran siempre las fuerzas armadas del Estado- nunca se proceda a continuar un proceso judicial en bsqueda de juicio y castigo a los culpables de las masacres. Pareca que todo se acababa en enterrar dignamente a los muertos. "Enterrar el pasado", era la conclusin sacada por Graciela; enterrarlo para no volver a tocarlo. Pensando esto, una vez ms volva a sentir la sensacin de derrota. "Ganaron ellos entonces?", se repeta una y otra vez. Por supuesto que la respuesta era afirmativa: "claro que ganaron!" Su calvario era una suma de derrotas: haber sufrido la violacin, el embarazo, el robo del hijo, haber perdido los sueos, ver que el mundo no se diriga imparable hacia el socialismo como haba credo en su juventud sino que se derechizaba cada vez ms, sentirse trabajando en programas que servan slo como pao fro pero no tocaban las causas de nada. Lo que ms la indign fue el discurso dado por el representante de la Agencia de Cooperacin de los Estados Unidos en el modesto cementerio de la aldea donde se estaban enterrando las osamentas de las ochenta y tres personas exhumadas. "Y con estou mi gobiernou da una contribucin al procesou de reconciliacin entre todos los guatemaltecous, buscandou dejar atrs tiempous horribles que han vividou ustedes, mirandou ahora hacia el futurou". La indignacin de Graciela fue mayscula; alguna lgrima le empa los ojos y la dureza de su rostro asust a ms de alguno. En ese momento, justamente escuchando ese discurso en un mal espaol bajo el sol del medioda en Chajul, uno de los puntos de mayor represin militar en dcadas pasadas, viendo cmo la poblacin mujeres mayormente- se resignaba a enterrar unas mseras cajas de madera conteniendo trozos de hueso mientras que nadie osaba pensar en juicio y castigo a los responsables ("tanto nos han derrotado?" se deca, "no podemos reaccionar?"), sinti que la sangre le herva y entendi que haba llegado el momento. Que muerda y vocifere vengadora, / Ya rodando en el polvo tu cabeza!", reson proverbial una vez ms Almafuerte. A partir de ese momento cada vez que reciba su cheque que para este proyecto superaba los cinco mil dlares mensuales- tena una sensacin de escozor, de vergenza. Pero en ningn momento pens en renunciar. Un buen trabajo hecho en Guatemala le abra la posibilidad de volver a la sede en New York, y con un cargo ms alto incluso. As fue, en efecto. El hecho de llevar un apellido rabe seguramente le sirvi. Su ex pareja, el marroqu, por cierto que sin saberlo, tambin influy. Gracias a sus contactos, ms los que la Turca haba ido forjando desde tiempo atrs, pudo llegar a los responsables de la clula. Sus buenos oficios, su capacidad de relacionamiento social y su encanto le permitieron ganarse la confianza de los encargados, y en unos meses de pertenencia a la red le fue asignada la tarea. Ahora viva en la Gran Manzana; alquil un suntuoso apartamento en Manhattan se trataba de no levantar ninguna sospecha-, habiendo logrado un importante cargo como responsable de programas para Amrica Latina con oficina en el vigsimo cuarto nivel del edificio de la orga11
nizacin. Sus contrapartes naturales, con quienes deba verse casi a diario, eran ministros latinoamericanos (de varias carteras: salud, educacin, asuntos agrarios, asistencia pblica) y altos funcionarios del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. Su papel era gestionar y poner en marcha proyectos de envergadura en el mbito gubernamental ligados al desarrollo integral; en ms de una ocasin comparti encuentros con el presidente estadounidense. En la clula nunca le exigieron un franco compromiso con la fe musulmana; en realidad eso casi no contaba. Si bien se presentaban como integristas islmicos o, al menos, as los presentaba la prensa- en la cotidianeidad lejos estaban de una prctica religiosa. Graciela se adecu rpidamente al talante general de sus compaeros. Era la nica mujer. Sus camaradas eran dos egipcios y un libans; entre s, los cuatro hablaban en ingls. Que muerda y vocifere vengadora, / Ya rodando en el polvo tu cabeza!" La frase pas a ser una letana repetida infinitamente, siempre en voz baja y en espaol, tal como la haba memorizado ms de cuarenta aos atrs. Le daba vida, energa, satisfaccin. A veces, sola, sonrea con placer diablico. La operacin se haba fijado para el mircoles 5 de julio, en una asamblea general del Banco Mundial donde llegara el vicepresidente estadounidense y estaran los ms altos directivos de la institucin crediticia. Asistiran tambin una treintena de presidentes, vicepresidentes y ministros de economa de varios pases de la OCDE (Francia, Alemania, Canad, Italia, Gran Bretaa, Japn), junto a algunos de naciones pobres del sur. Era un da despus de la conmemoracin patria en los Estados Unidos; las medidas de seguridad seran extremas, se saba, por lo que constitua un verdadero desafo ver cmo la Turca entrara los explosivos al lobby del hotel donde tendra lugar el encuentro. En la explosin, ciertamente, se inmolara. "Procede como Dios que nunca llora, / O como Lucifer, que nunca reza, / O como el robledal, cuya grandeza / Necesita del agua y no la implora. / Que muerda y vocifere vengadora, / Ya rodando en el polvo tu cabeza!" La repeticin entusiasta de la poesa tena ms fuerza que un salmo cornico. La cara de Graciela se haba iluminado ahora, como nunca, como haca ms de treinta aos no le ocurra. De no haber cambiado los planes la Turca, el atentado no se hubiera producido. Los servicios de inteligencia venan siguiendo a la clula, y a Graciela, desde no menos de tres meses. La maniobra consista en detenerla la noche del 4, horas antes de la reunin con el Banco Mundial. De esa forma se poda evitar una matanza, pero fundamentalmente se daba un golpe poltico: se mostraba la ferocidad del terrorismo islmico y la imperiosa necesidad de combatir ese flagelo, con lo que se reforzaba as la estrategia de guerras preventivas y militarizacin del mundo. Uno de los egipcios sera el delator. Nadie pudo explicarse cmo logr Graciela sortear todos los controles y entrar a la Casa Blanca el martes 4 de julio, cargada con veinte kilos de explosivo adosados al cuerpo, y volarse en medio de la celebracin patria junto a la plana mayor de Washington. Uno de los pocos sobrevivientes un mesero de origen mexicano que atenda la recepcin cont luego que, algo sorprendido, escuch a la Dra. Abdullah recitar un verso en espaol unos minutos antes del bombazo: "algo de venganza y cabezas rodando", explic an bajo los efectos del pnico. Los muertos fueron doscientos cuarenta y seis.
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Despus del accidente sala muy poco; aunque no quera reconocerlo, eso le haba cambiado la vida. Y mucho, ms de lo que l mismo se atreva a reconocer. Anteriormente el conde de Goncourt era una persona alegre, extrovertida; de todos era conocida su proverbial simpata, siempre dispuesto a cambiar un par de palabras con cualquiera, a jugar bromas. Sus ya pasados sesenta aos no le impedan ser un bon vivant, un sibarita de alta escuela: buena comida, una agitada vida sexual, deportes nuticos. Todava escalaba con maestra sus Alpes natales, de lo que se jactaba. Todo lo cual no le impeda dedicar iguales esfuerzos a sus negocios, lo que no le era necesario en realidad, pues el volumen de sus numerosas rentas le permita un holgado pasar. La trgica muerte de su esposa y sus tres hijos junto con una nuera y dos nietos en la cada del avin en Grecia, tres meses atrs, lo haba golpeado profundamente. No siendo ms que un ocasional practicante del catolicismo, su actual situacin lo haba llevado reiteradamente a la iglesia, sin duda como jams lo haba hecho en toda su vida. Pasaba la mayor parte de su tiempo silencioso y meditabundo. Incluso su aspecto personal, del que tanto se enorgulleca otrora sus canas le daban un toque an ms elegante, siempre bien arregladas, pulcras haba quedado ahora en el olvido. El circo lleg a la pequea comunidad de L., en el sur de Francia, donde el conde tena algunas de sus propiedades y el castillo, medieval legado de su familia y en el que ahora pasaba largas horas, a veces simplemente mirando distradamente los prados. Era un circo comn y corriente, sin nada en especial. "Gran Circo Europeo" se llamaba. No ofreca ms que cualquier otro espectculo del gnero. Gastn de Goncourt, sin saber bien por qu, decidi ir a verlo. Era salir de la rutina. A mitad de la funcin ya estaba aburrido y pensando en retirarse. Su cortesana urbanidad lo retuvo an un momento; no se atreva a levantar ante todos. De pronto la vio, y fue instantneo. Luego de la actuacin del payaso de quien se descubra que poda tener una formacin teatral considerable, quiz en mmica, o en arte escnico apareci la contorsionista. Era una joven de no ms de 20 aos, rubia resplandeciente. Transmita vida, mucha vida, muchsima energa, con una intensidad que no poda pasar inadvertida. Su acto consista en las mismas y consabidas contorsiones circenses de siempre; pero haba un toque de tanta gracia en lo que haca que inmediatamente arrancaba los aplausos. Gastn, como todos o quiz ms que todos qued fascinado. El saludo final de la joven en un spero francs denotaba su condicin de extranjera. "De dnde ser?", se pregunt el conde de Goncourt. No pudo evitarlo tampoco quiso, y al da siguiente volvi a otra funcin. El impacto fue similar al del da anterior, o incluso ms fuerte: la aparicin de . "cmo dijeron que se llamaba?", torn a causarle la misma emocin. Como algo nuevo, distinto a la vspera, fue la sensacin que le ocasion el payaso. Algo tena ese tipo que impactaba. Distinto a la contorsionista, sin dudas; pero igualmente creaba fascinacin. Y pese a que no habla casi en francs; o ms bien: no hablaba una palabra. Las veces que abra la boca que eran muy pocas por cierto slo pronunciaba palabras en alguna lengua no latina. "Igual que la muchacha", pens el conde de Goncourt. "Parecen de Europa del Este, quiz rumanos, o hngaros". Hubo un momento en que todos los asistentes, todos sin excepcin, nios y adultos, no pudieron evitar humedecer los ojos; la profundidad, la pasin con que actuaba el payaso no eran de un simple bufn. No haba cachetadas ni cadas grotescas; cada pequeo gesto transmita un
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universo cargado de sentido, ms all de las palabras que, por cierto, faltaban. La nica vez que se le escuch decir una frase relativamente larga de unas pocas palabras, por cierto fue para el agradecimiento final, en su lengua natal. La emocin que embargaba al pblico era tal que, luego de las lgrimas, se deshizo en un aplauso violento, furioso. No haban redo; eran otras los sentimientos. Gastn, por un momento, olvid a la muchacha. Pero rpidamente se recompuso. Y ah estaba de nuevo ella. "Mirna" escuch que la llamaban: "la escultural Mirna", presentada con esa voz siempre estentrea de los anunciadores de circo, voz monocorde, torpemente impostada. No era tanto el acto acrobtico lo que provocaba su atencin cara embobada, como la de cualquier nio; boca abierta, ojos desorbitados sino el aura que acompaaba a la joven. Sin dudas su cuerpo era fabuloso, bien contorneado. Haca pensar en esas atletas de los Juegos Olmpicos, siempre con una sonrisa estudiada, sin un gramo de ms, esculturas vivientes. El conde no poda salir de su fascinacin. No le fue difcil averiguar cmo hacerle llegar un majestuoso ramo de rosas rojas. Esa misma noche Mirna lo estaba recibiendo en su pobre casilla-rodante, luego de la ltima funcin. No se consideraban matrimonio, pero desde que haban salido de Hungra vivan juntos. Luego de algunas primeras infortunadas vueltas, fueron contratados por este circo. Ambos tenan mucho para ofrecer: l Gyrgy se llamaba haba tomado el perfil de payaso, aunque era obvio que era ms que eso. Sus doce aos de estudio en el Conservatorio Municipal de Budapest le posibilitaban un hondo manejo de la expresin corporal, que en este caso le permita vender sus servicios como clown. Con el violn, por ahora, no se ganaba la vida. Ambas habilidades, por cierto, las ejerca a la perfeccin. Mirna, tambin con aos de dursimo estudio en la Escuela Nacional de Ballet, estaba en condiciones de brindar presentaciones de la ms alta calidad. Sin dudas, los dos lo lograban. La vida no les era especialmente dulce. Nunca lo es la vida de los circos; pero menos an si se llega a ellos por absoluta necesidad, como haba sido en el caso de Mirna y Gyrgy. La cada del muro de Berln y los profundos cambios que, luego de eso, se suscitaron en su pas en los ltimos aos, decidieron su salida. Con una slida formacin en artes escnicos, y con un futuro que no se mostraba en absoluta prometedor en Hungra, haban optado por ir a recorrer el mundo. Un ingls elemental, un francs ms rstico an, una esmerada preparacin artstica y un horror a seguir siendo pobres, cada vez ms pobres, era cuanto se llevaban de su tierra natal; toda esa particular mezcla, justamente, los haba catapultado a las ms variadas suertes por varios pases de Europa. En un momento en Roma haba sido, aunque jams queran hablar del tema Mirna haba ejercido la prostitucin por un corto perodo; Gyrgy lo haba aceptado de buen grado. Constituan una muy singular pareja; si bien se presentaban como muy liberales y en un sentido sin dudas lo eran, se daba entre ellos una relacin nada habitual, liberal s, pero que tambin poda verse como lo absolutamente opuesto. Podan estar semanas sin tener relaciones sexuales, pero cuando las tenan, temblaba la tierra. Mirna coqueteaba muy provocativamente con cuanto varn se le cruzaba, siempre ante la presencia de tolerante de Gyrgy. Pero jams pasaba de esas subidas insinuaciones. Haba algo de morboso en esos juegos; ambos saban que en eso precisamente consista la travesura. Ms all, los dos se sentan al mismo tiempo posesin y poseedor del otro, con una fuerza volcnica, con una fidelidad a prueba de todo. Estando sola, sin la presencia de su compaero, Mirna jams se hubiera permitido cautivar a nadie. El muchacho jams haba osado pegarle. No era necesario: la dominacin que ejerca sobre ella era total; con un simple golpe de ojo bastaba. Cuando llegaron las flores, Gyrgy ri. La tarjeta slo deca "de un admirador". An con restos del maquillaje mal lavado, lo que le confera un aire algo espantoso, el joven dej caer al14
gunos ptalos de una rosa en su copa de vino. Lo comparti con Mirna, quien en principio no quiso beber; una mirada atemorizante de Gyrgy bast para que ella cambiara de parecer. "Nos bebemos a tu admirador Quin es?", pregunt. "No lo s", respondi la interrogada, con un tono que le quitaba toda importancia tanto a la pregunta como al obsequio. "Me gusta", agreg Gyrgy. "Se ve que todava hay romnticos en el mundo". "Debe ser algn viejo loco; esto no es de jvenes; alguno al que el gust". "Quiz tiene dinero". "Quiz", agreg Mirna, intentando cerrar el dilogo sin darle mayor importancia a lo que estaban hablando. "Pero vale la pena seguir el juego, no?", insisti Gyrgy, dispuesto a seguir profundizando el tema. "Te atreves?" "Me tiene sin cuidado", dijo indolente la muchacha. "Pero, te atreves? S o no?", volvi a preguntar con enrgica frialdad el payaso. "Por qu no?", aadi la joven, con una indescifrable sonrisa y aire angelicalmente satnico. Cuatro das despus, coincidiendo con aquel en que no haba funcin, estaba cenando en una lujosa fonda del pueblo de L. con el conde de Goncourt. El lugar, si bien no ostentaba un especial lujo, no dejaba de tener aspiraciones de suntuosidad. El vino blanco que estaban tomando provena de los viedos de l, en las cercanas. Mirna era ms bien parca; no tanto por su pobre francs, sino por su actitud natural. Era Gastn quien pona sus mejores esfuerzos en amenizar la velada. Estilo para eso no le faltaba. Era la primera vez luego de la muerte de todos los miembros de su familia que volva a salir con una mujer. Esto ltimo, en s mismo, no era ninguna novedad; aunque casado y nunca oficialmente divorciado, sus relaciones extramatrimoniales eran legendarias. Lo novedoso consista en que ya pareca pasado el perodo de luto, y se permita volver a las andanzas hasta se haban hecho apuestas al respecto, y en general se pensaba que pasara ms tiempo. Tambin llamaba la atencin lo juvenil de su actual acompaante; aunque en realidad tampoco era tan inusual que se le viera con jvenes de la edad de su hija muerta recientemente en el accidente. La de esta ocasin Mirna sin dudas deslumbraba por su belleza, por su cabellera despampanante, por su porte sensual, quiz ms que otras. Pero fundamentalmente lo que resultaba algo inslito era la fascinacin, el embobamiento que se adverta en el conde. Tambin Mirna lo senta. Gastn no paraba de hablar, de cortejar a la joven, intentando hacerla sentir lo ms a sus anchas posible. Luego de la cena, con total naturalidad, terminaron haciendo el amor en el palacio. Ambos tenan mucho que aportar para el xito de la empresa: l, su aquilatada experiencia; ella, su arrebatada pasin. Prometieron volver a verse. Como en algn mediocre cuento de hadas, la muchacha fue conducida en un lujoso Peugeot color negro por el chofer de la casa hasta la entrada del circo. La escena tena algo de tragicmico, de grotesco. Estaba lloviendo cuando entr en su casilla-rodante. Gyrgy finga estar durmiendo; desde la cama, sin levantarse, pregunt: "Es conde de verdad?" "Parece. En la cmara nupcial tiene una obra de Pl Szinyei Merse." "Cul?" "Picnic en mayo." "No es esa la que se haban robado de la galera Magyar Nemzet la vez pasada? Un leo de 1875, creo." "1873."
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"Bueno, 1873, no recuerdo bien" "S, esa es." "Y ya te llev a la cama?", dijo Gyrgy con una mal trucada sonrisa. "S, parece que es conde. Dinero se ve que no le falta; la obra de Szinyei Merse era la original. Y eso debe costar mucho. El castillo me gust." Los ramos de rosa siguieron llegando al circo. Las tarjetas de dedicatoria eran cada vez ms sofisticadas, a veces con cierto toque ridculo: "para quien me devolvi las ganas de vivir", "para la rubia ms angelical que haya hollado la faz de la tierra", "para mi gitanita escultura." El xito del circo haba sido bastante grande; en general, en los pueblos pequeos, permaneca no ms de dos semanas. En L. ya llevaba tres. Sin embargo, ya se acercaba la hora de partir. Mirna le cont al conde a quien trataba a veces de "tu", a veces de "usted" que ya estaba cerca la partida. Ante ello, Gastn pareci quedarse reflexionando; con una parsimonia estudiada agreg: "Te acuerdas lo que me contabas las otras noches? Que te interesara cambiar tu vida, que ese loco de tu actual marido te aterroriza, que ya no querras seguir con l Pues, estuve pensando acerca de algo que quera proponerte." Aunque quera disimular la curiosidad, los ojos desmedidamente abiertos de Mirna dejaban ver que mora de ganar por saber de qu se trataba. Con forzada displicencia pregunt: "Y qu podras ofrecerme usted?" "T qu esperaras?" Qued dubitativa por un instante, algo sorprendida incluso. Con una sonrisa que buscaba la complicidad continu: "Ya lo sabes" "No, realmente no lo s Podra imaginarme muchas cosas, pero querra que t me lo digas." Mirna demoraba intencionalmente la respuesta, muy a su gusto. "Bueno digamos que usted tendra que hacer un sacrificio." "Quiz ni siquiera sea sacrificio para m", intent decir seductoramente Gastn. "No?" "Bueno, veamos de qu se trata." "Ayudarme a matar a Gyrgy." Gastn qued helado; tuvo que hacer un supremo esfuerzo para continuar con la conversacin. "Ests hablando en serio, Mirna?" "Por qu no lo hara? Me preguntaste cul era mi deseo; bueno, se es. O no se atreve?" El conde debi apelar a un largo trago de cognac para mantenerse en pie. Estaba lvido, sus manos sudaban. Por un momento sinti un gran miedo, y pens que ahora mismo la muchacha podra matarlo a l, ah mismo, en la estancia de su castillo. No encontraba qu decir. "Y si escucharas primero la propuesta que yo quera hacerte?", pudo articular al fin. "Bueno, veamos". Su frialdad era aterradora. De alguna manera, esa impasibilidad acentuaba al mismo tiempo su belleza. No mova un msculo; el azul de sus ojos era ms profundo y el brillo de sus cabellos pareca resaltado. "Es que yo quera proponerte no te vendras a vivir al castillo conmigo?" "No si Gyrgy est vivo. No podra. Me matara l de lo contrario". Su acento era fro, pero no faltaba tambin un toque de ingenuidad. Hablaba como una nia asustada. "Adems" comenz a agregar con miedo "l sabe que ahora estoy aqu, y sera capaz de cualquier cosa
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cuando regrese si no llevo alguna buena noticia del Szinyei Merse, si no consigo que me lo regales". "Te refieres al cuadro?", pregunt atnito Gastn. "S, claro. 'Picnic en mayo', ese que tienes en la recmara". El asombro del conde iba en aumento. Se maldeca el momento en que haba ido al circo y haba conocido a la escultural contorsionista. Del asombro iba pasando ahora, sin mayor solucin de continuidad, al terror. Se sinti acorralado. Un segundo trago lo anim a continuar. "Mirna: te propongo que te quedes aqu, ya ahora, de una vez, y presentamos una denuncia por malos tratos contra tu esposo." "No es mi esposo", agreg ella con un toque de inocencia. "Lo que sea, no importa!", no pudo contenerse a gritar el conde. "Te lo propongo, te lo ruego, te lo exijo." No saba qu tono de voz usar mejor para la ocasin. El circo parti finalmente, siguiendo la ruta sur de Francia, para dirigirse luego a Espaa. El Citron color plomo de Mirna que le haba regalado Gastn fue encontrado tres meses despus, abandonado, en un pequeo pueblito cerca de los Pirineos; del cuadro de Szinyei Merse no se supo ms nada, hasta dos aos despus en que se volvi a ver en una galera en Boston. Por cierto, la pareja ya no trabaja en el circo. Ahora Gyrgy da lecciones de violn en Nueva York, y Mirna al menos la ltima vez que se supo de ella maneja una pinacoteca en Mxico.
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RELACIONES PROHIBIDAS
El ingeniero en aludes don Vctor de Len y Menndez ya haba dejado atrs los sesenta. Autoridad como nadie en su materia, con varios libros publicados sobre desmoronamientos y derrumbes, por aos haba mantenido en secreto su bisexualidad. Era un reputado profesional, intachable docente y excelente padre de familia. Ms de una vez, incluso, se lo vea en misa de once los domingos, como siempre muy elegante y sin aparentar su verdadera edad. Fuera de su "amadsima esposa", como sola llamarla con quien desde haca ya ms de veinte aos no tena sexo, no se le conoca ninguna otra relacin amorosa. Nadie habra osado pensar que tena amantes varones. Comienzan con una nada: una pequea piedrecilla que empiece a rodar, y si las circunstancias lo favorecen, ah tenemos luego una despiadada avalancha que puede aplastar un pueblo completo, gustaba de explicar en palabras sencillas el inicio de un alud. En otros trminos: es slo cuestin de empezar. Esa era, en sntesis, la explicacin que daba a la vida; o a su vida al menos. Todo haba sido empezar. No recordaba con exactitud cundo fue su primer amor con un varn "yo era muy joven", sola recordar pero saba que le gust. Y desde all nunca ms quiso, o pudo, dejar de tener relaciones homosexuales. Luego vino el matrimonio heterosexual, claro, la prole, el triunfo profesional, y por supuesto: el brillo social. Sus dos hijos, varones ambos, estaban casados. "Por la iglesia, por supuesto", enfatizaba a menudo. Tena cuatro nietos. Tras aos de mantener una vida bisexual, tena calculado cada uno de sus pasos hasta los ms mnimos detalles a fin de no evidenciar esa caracterstica. Por supuesto que no le desagrada ser lo que era, pero prefera no reconocerlo. Es ms: hubiera muerto de la vergenza si se saba. Hasta incluso en ms de una ocasin se manifest en pblico no habra sabido decir por qu como contrario a la homosexualidad. "Eso es pecado. Lo dice la Biblia" sentenci admonitorio alguna vez. No obstante tena relaciones con varones bastante frecuentemente, mucho ms que con su esposa. Gracias, mi amorcito, gracias por el dato. Vamos a ver si me llego uno de estos das, respondi efusivo la llamada a su telfono mvil. Lo estaban invitando a un nuevo club nocturno para gays que acababa de inaugurar; quien lo invitaba era uno de sus mancebos joven veinteaero que bailaba en ese centro junto con otros ms, algunos tambin conocidos del ingeniero. Vctor se entusiasm; haca mucho que no frecuentaba un lugar de esos. En realidad lo haba hecho pocas veces en su vida, siempre de incgnito y con el miedo casi terror que le descubrieran. Con los jvenes con quienes haba tenido contacto se encontraba siempre fuera de estos mbitos; prefera un restaurante y luego pagar algn hotel. Su casa "era sagrada. Ah no". Decidi que ira el viernes. Con alguna aceptable excusa una reunin de trabajo de la Universidad se le ocurri decir dej todo arreglado en su casa. Marta, su esposa, jams preguntaba nada; prefera no enterarse. Y para Vctor era perfecto que as fuera. Como en tantos matrimonios, el silencio cmplice envolva toda la relacin. Acicalado como si fuera a la primera cita amorosa de su vida, y no sin cierta cuota de nerviosismo, alrededor de las diez de la noche llegaba a "Oro lquido", en pleno centro madrileo. Se asust un poco al verse en esa situacin; el trfico era abundante y haba muchsimos peatones. Y si alguien me reconoce?, le asalt la duda. Sin pensarlo mucho, entr. Casi al instante se encontr con quien lo haba invitado: Manuel, un joven que fue su alumno y con el que desde algunos meses atrs mantena una regular relacin. Luego de unos efusivos saludos se ubicaron lo ms cerca posible del escenario.
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En ambientes como se Vctor se senta a sus anchas; si bien jams reconoca pblicamente su inclinacin homosexual, estando entre iguales no se vea compelido a fingir. Eran, quiz, sus momentos ms felices. Y por cierto los gozaba al mximo. Al calor de algunas copas, y habindose quitado el saco y la corbata, su buen humor iba en aumento; el tierno cario inicial se fue transformando en pasin. Estaba muy excitado. Fue en ese momento que inici el espectculo. En un primer instante no lo poda creer. No, no, no es posible! Esto no est sucediendo! Manuel se sorprendi ante la reaccin de su pareja; en general el ingeniero era una persona tranquila, incluso cuando estaba excitada. Qu le estaba pasando ahora? La copa resbal de entre los dedos de Vctor cayendo sobre la mesa; aturdido, prendi un cigarrillo para apagarlo casi inmediatamente. Salgamos, salgamos de aqu fue lo nico que pudo balbucear. Manuel no sala de su asombro. Arriba del escenario hubo quien tambin qued tan estupefacto como el ingeniero; uno de los jvenes que bailaba en el show, el ms sensual por cierto, tambin result golpeado. No todos los das se encuentran abuelo y nieto en un club para homosexuales; y menos an, sin que el uno sepa de las preferencias sexuales del otro. El golpe fue grande. Javier, el nieto menor del reputado ingeniero, con sus flamantes dieciocho aos tena ya una conocida identidad homosexual en el medio madrileo. Su abuelo, por supuesto, no lo saba. As como tampoco Javier nada saba de las opciones de su abuelo. Encontrarse cara en esas circunstancias para ambos tuvo un valor definitorio en sus vidas. Pasados unos pocos das tanto abuelo como nieto tomaron drsticas decisiones. No se hablaron para ello habitualmente nunca lo hacan, ms que en alguna espordica reunin familiar. Javier decidi marcharse del pas. La justificacin dada oficialmente, incluso a su abuelo, fue una repentina decisin de desarrollar un voluntariado en una organizacin humanitaria en cualquier pas africano. Todos lo creyeron, y no falt quien lo felicitara incluso. Todos, excepto su abuelo. Para Vctor "el ingeniero de Len", dicho desde la otra faceta, la cara oficial, la correcta la decisin tomada por su nieto fue acertada; aunque prefiri no decir una palabra en pblico al respecto. Por el contrario, busc la manera de comunicarse con Javier en forma privada. El encuentro nunca se dio. Si bien Vctor hizo lo imposible por forzar la cita, no obstante todo eso finalmente recibi la noticia de la partida de Javier rumbo a Tanzania cuando ya estaba consumada. Lo supo dos das despus de producida, cosa que lo llen de angustia. No por no haberse podido despedir de su nieto, en absoluto; lo que lo dej en la ms profunda ansiedad fue el hecho de tener que permanecer con la incertidumbre de qu sucedera luego. Hablar este hijo de puta? Dnde se ir realmente? Las ideas se le arremolinaron sbitamente; como algo inusual en sus costumbres, bebi bastante, y por dos noches consecutivas no pudo conciliar el sueo. Debi apelar a somnferos en la tercera. Comenz as una desenfrenada investigacin familiar sobre el paradero del nieto. Su hijo mayor, el padre de Javier, tena la direccin; al parecer, por lo que pudo colegir, era cierto que se haba marchado a Tanzania. A la ciudad de Dodoma, para ms precisin. No poda ser de otra manera! Dodoma Suena a Sodoma, reflexion Vctor. Incluso averigu con la organizacin para la que haba emprendido el voluntariado "Siervos Sin Fronteras", la que le confirm la veracidad de los datos. Unos pocos das despus lleg donde su esposa con la noticia que se haban producido unos enormes desmoronamientos en Tanzania, y que exista riesgo de otros ms. Qu coincidencia! verdad? Justo al lugar donde acaba de irse Javiercito agreg como al pasar. Pues resulta que me han comisionado para ir all. La semana prxima parto.
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Su "amadsima esposa" no le crey, pero como otras tantas veces simul estar de acuerdo. Una semana ms tarde tomaba su avin para el Africa. Iba confiado en poder encontrar su presa. Para qu? no lo saba muy bien; era una reaccin visceral que lo llevaba a actuar as. Era el terror de pensar que su nieto divulgara su bisexualidad. Dios me va a ayudar, dios me va a ayudar, se repeta como salmo ritual. Con una ansiedad como nunca antes haba sentido en su vida, intuyendo que lo que estaba haciendo tena mucho de disparate pero, sin embargo, no queriendo, o no pudiendo dejar de hacerlo, luego de accidentados viajes lleg con un retraso de ms de un da, y en todas las peripecias perdi una de sus dos maletas se dirigi a la direccin que le haban dado. En una pintoresca casita de madera se encontraba la misin. Con nerviosismo llam a la puerta el timbre no funcionaba. Lo atendi un negro monumental, de ms de dos metros de alto, que hablaba un mal ingls. La actitud honesta de su respuesta negativa galvaniz a Vctor. Era evidente: ah no haba ningn Javier de Len, espaol, dieciocho aos, trabajador voluntario. Es un hijo de mil puta! fue todo lo que se le ocurri decir en el momento. Qued mudo, perplejo, sin saber qu hacer. Una vez ms se le arremolinaron los sentimientos; quera desaparecer a su nieto, quera desaparecerse l mismo. Hubiera pagado lo que le pidieran si alguien le deca dnde encontrar a Javier. Por nada del mundo quera volver a Espaa sin haber resuelto lo que l pensaba iba a resolver. Fundamentalmente se sinti burlado. Si pudo estafar a todos con su supuesto viaje al Africa, mucho ms an puede estafarme a m. Me chantajear? Cundo va comenzar a hacerlo? Pens quitarse la vida, pero no lo hizo. El terror que se apoder de toda su persona fue indecible. Ahora, luego de interminables incidentes, es hermano de caridad en un convento catlico en una remota regin de Kenya. Sigue escondiendo su bisexualidad, pero ya no tanto; no es el nico con esas preferencias dentro del convento. En Madrid poco, o nada, se supo de Javier por buen tiempo. Recin dos aos despus de su partida su padre recibi noticias. Golpeado todava por la desaparicin de su padre el abuelo de Javier, a quien oficialmente se termin dando por muerto, al menos en territorio espaol lleg una carta donde el joven comunicaba que estaba viviendo en pareja con un afroamericano en la ciudad de Nueva York, y que se encontraba muy bien. Ahora estaba estudiando decoracin de interiores. Mirad, lo peor de todo, lo peor de esta tragedia, es que es un negro, fue el agudo comentario de su abuela, la devota viuda de de Len.
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SECRETOS NO REVELADOS
Durante su infancia tuvo una educacin fuertemente catlica. Con el paso del tiempo, pero ms an por sus trabajos cientficos que lo fueron confrontando en forma creciente con sus creencias llevndole a hondos cuestionamientos teolgicos, perdi toda conviccin religiosa. Ahora, siendo segn l mismo se defina un "agnstico convencido", las circunstancias lo hacan volver a una bsqueda espiritual. Con sesenta y dos aos de edad y casi cuarenta de trabajo en investigacin bioqumica como empleado federal desde haca dos dcadas no tena enemigos personales. Le interesaba poco, o nada, la poltica partidaria. Ms joven votaba por el partido demcrata; ahora, desde por lo menos veinte aos, ya no crea en el sistema poltico de su pas. Lo nico que verdaderamente le interesaba, lo apasionaba, lo mantena vivo adems de sus tres hijos y siete nietos era la exploracin cientfica. El experimento haba comenzado ocho aos atrs, a inicios de la dcada de los setenta. Ni el mismo profesor O'Neil saba con precisin de qu se trataba. Como en varias ocasiones anteriores, l reciba slo parte de la informacin. Por razones de seguridad de Estado no conoca la totalidad del proceso; su funcin importantsima, sin dudas consista en proveer las pistas bsicas para generar nuevos microorganismos. En realidad l saba que se trataba de aplicaciones militares, pero prefera no enterarse. Al mismo tiempo, el curso de las investigaciones le permita adentrarse en lo que en verdad le quitaba el sueo: la posibilidad de generar vida artificial, por lo que buscaba sutiles mecanismos psicolgicos mediante dedicarse a esto, tratando de ignorar qu poda hacerse con parte de los resultados de sus desarrollos. Haba logrado as un aceptable balance que le permita tranquilidad interior: si se generaban armas letales con sus descubrimientos, no era su responsabilidad. Para l eso era slo un paso en la bsqueda de la vida artificial. Lo importante era legar al mundo la posibilidad de fabricar vida en un laboratorio, y la magnificencia de tal avance bien vala un uso no adecuado de alguno de sus investigaciones; era "un precio a pagar", razonaba. Tan convencido estaba de esto que ni siquiera se lo cuestionaba; en realidad la generacin de vida artificial lo tena obsesionado. El programa secreto para el que haba sido convocado como director cientfico general no le inquietaba en especial; era un trabajo ms, como otros anteriores. Aunque en verdad no era slo eso: era, quiz, la misin ms delicada que se le haba encomendado, y si bien O'Neil no saba con exactitud de qu se trataba, para la Casa Blanca haca parte de su estrategia ms ambiciosa y demonaca, por cierto. Imbuido como estaba con la manera de llegar a la produccin artificial de vida, cuando el Secretario de Estado en persona, junto a prominentes figuras del aparato de seguridad de Washington, lo convocaron, no dimension exactamente lo que se le estaba encargando. "El enemigo principal, profesor, no son tanto los rusos. Eso me imagino que ya lo habr usted descubierto. El enemigo que ms nos preocupa son los pobres. De ah puede venir el principal ataque". Las palabras del alto funcionario no dejaban lugar a dudas. Lo haba dicho con suficiencia, con claridad. Recin aos despus se percatara de ello O'Neil. Su obsesin por la bsqueda en que estaba empeado no le permita apreciar en todo su valor esa declaracin. El encargo era claro: haba que buscar un organismo muy cercano a lo que l estaba buscando, un organismo que, prcticamente, tuviera vida propia. En otros trminos: se trataba de desarrollar un ser mutante tan especializado que no fuera casi posible encontrarle antdoto; un ser lo suficientemente letal que pudiera matar poblaciones enteras en poco tiempo. Pero lo importante, lo definitorio, era que no deba parecer un arma bacteriolgica; se deba presentar como un agente patgeno, un provocador de alguna enfermedad hasta ahora desconocida que aterrorizara,
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y al mismo tiempo, matara todo lo que se necesitaba. Conseguido ese agente, la psicologa militar lase: manejo de los medios de comunicacin masiva completaran el cuadro. Al profesor O'Neil le pareci una brillante oportunidad; tena todos los recursos imaginables a su disposicin, proteccin y carta blanca para trabajar sobre lo que le interesaba. Qu ms poda pedir? Slo era cuestin de paciencia; con esfuerzo cosa que no le asustaba; estaba acostumbrado a trabajar como nadie y con resultados a largo plazo podra hacer realidad su sueo. Los funcionarios polticos, y mucho menos los militares, no se metan nunca en su actividad especfica. Cada tanto lo consultaban respecto a cmo iba en su proceso, siempre de un modo correcto, amable. Esa era, al menos, la faceta que el profesor conoca. En verdad era minuciosamente investigado siempre con la mayor discrecin dado que su trabajo haca parte vital de la estrategia de dominacin global del gobierno de Estados Unidos. O'Neil poda intuirlo, pero jams se tomaba el trabajo de reflexionar seriamente sobre el asunto. Mientras le dieran la oportunidad de seguir con su proyecto de bsqueda de vida artificial, lo dems no importaba. La geoestrategia buscada por Washington era, en sustancia, bastante sencilla. "Los pobres se multiplican mucho, demasiado, y hecha la perspectiva de ese crecimiento, en pocas dcadas, entrado ya el siglo XXI, sern tantos que su peso en la dinmica del mundo podra hacer peligrar el hiperconsumo estadounidense. Demasiada comida, demasiada agua, excesivo gasto de combustible La nica solucin ante esto es limitar su crecimiento." El profesor Edgard O'Neil era una buena persona; honesta, trabajadora. Sinceramente crea que el hecho de lograr generar vida en forma artificial podra ser un portentoso avance para toda la humanidad. Se resolveran as ancestrales problemas: se dara la posibilidad de producir todos los alimentos necesarios en forma sinttica, con lo que el hambre se extinguira de la faz de la Tierra. Igualmente se estara ante la posibilidad de producir cuanto medicamento fuese necesario, combatiendo as todas las enfermedades que hasta el momento han atacado al ser humano. "La puerta que se abrira entonces con estos progresos", pensaba el profesor, "sera sencillamente fabulosa". El proyecto que planeaba la dirigencia de la gran potencia americana era otro. No haba ah consideraciones humansticas; lo nico que contaba eran los intereses sectoriales que por nada del mundo pensaban perder algo de su supremaca. Ms all de existir las posibilidades de mejorar realmente las condiciones de vida de la poblacin mundial, en la estrategia de Washington slo contaba su posicin hegemnica. El fantasma era poder perderla, y todos los esfuerzos iban destinados a impedir que sucediera eso. Se trataba, entonces, de dos cosmovisiones. La de la gran empresa estadounidense, cuyos intereses eran representados frreamente por su aparato de gobierno basados slo en el lucro particular y la del profesor O'Neil, mucho ms humana, racional. Aunque, claro est, los primeros lo saban y tenan planes concretos al respecto; no as el segundo. Los experimentos desarrollados por el profesor tomaron cuatro aos; luego de ese primer perodo, todo su equipo (ocho personas) y l haban hecho grandes progresos en la ansiada bsqueda. Para ese entonces consiguieron desarrollar, a travs de complicados procesos de ingeniera gentica, un microorganismo capaz de mutar casi infinitamente. Faltaba muy poco para que se consiguiera la autogeneracin. Temporariamente llamaron "Tomy" al engendro obtenido. Debieron pasar otros dos aos de rigurosas pruebas para que la reciente "mascota" como la llamaban en el laboratorio obtuviera carta de ciudadana. Fue recin entonces cuando O'Neil intuy que su proyecto era cosa demasiado seria. Nunca recibi presiones en sentido estricto; en todo caso eran muestras de inters, de grandes expectativas por parte de todos los funcionarios de gobierno que, cada vez ms, se le acercaban para conocer cmo iba el proyecto. Eso, ms la forma estrictamente secreta con que se manejaba la operacin, le dio la pauta que se trataba de algo muy importante. Cuando trat de
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averiguar ms al respecto slo encontr muros infranqueables. De todos modos intua que no era una misin ms, un nuevo encargo como en ocasiones anteriores. Los efectos registrados en los animales de prueba donde se inoculara el germen creado lo comenzaron a aterrorizar. Pero ms an lo aterroriz lo que vio en los seres humanos de prueba. Oficialmente eso no exista todos deban tenerlo claro; pero eran esos los resultados ms convincentes. Se utilizaban indigentes, siempre desaparecidos y por los que nadie reclamaba. Los haba blancos tambin, pero en general eran hispanos y negros. El profesor O'Neil no estaba muy de acuerdo con esas pruebas, aunque trataba de convencerse que era en nombre de un bien superior, por lo que terminaba aceptndolo. Sin embargo, ahora, la situacin lo haba sobrepasado. Nadie saba con certeza cules seran las consecuencias que traera el nuevo organismo; lo nico que pareca estar claro es que incida sobre el sistema inmunolgico, por lo que los resultados terminaban siendo devastadores. Los cuadros clnicos que el profesor vio en algunos sujetos de prueba lo hicieron llorar, y ante uno, inclusive, no pudo evitar vomitar de la nusea que le produjera aunque, claro est, todo a escondidas. En algn momento pens desistir de todo, renunciar, incluso huir. Lo coment tmidamente con algn civil del Pentgono con quien haba entablado una buena relacin personal, pero viendo que la reaccin con que podra encontrarse sera terrible, abandon ese propsito. Se encontr perdido. Cuando quiso averiguar con mayor detalle en qu consista el proyecto no encontr eco; Mc Donaldson, el abogado del Departamento de Defensa con quien haba ido forjando esa amistad en los ltimos aos, no pudo o ni quiso aportarle mayores datos. De todos modos, a partir de frases cortas, hermticas, declaraciones mutiladas y oscuras que su amigo fue transmitindole, O'Neil pudo comenzar a armar el rompecabezas. El arma que se buscaba, y de la que l estaba aportando las revelaciones fundamentales, tena implicancias histricas; con ella no se iba a atacar directamente a enemigos comunistas. Estaba destinada a acabar grandes poblaciones empobrecidas, fundamentalmente africanas, que en los estudios de prospectiva futurolgica aparecan como los principales actores de desestabilizacin del orden mundial. "Menos bocas hambrientas, menos problemas que resolver", era la lgica despiadada. Por cierto que si los grmenes sobre los que se estaba trabajando actuaban en poblaciones tan empobrecidas, sin mayores posibilidades de reaccin por su falta de recursos como las del frica, los efectos seran demoledores, catastrficos. En realidad, era exactamente eso lo que se buscaba. Eso lo comprendi rpidamente el profesor. Cuando quiso tomar distancia, ya era demasiado tarde. El arma estaba construida. O'Neil no haba podido lograr sintetizar vida en el laboratorio se era su sueo, aunque en el gobierno nadie se lo peda, pero haba podido aislar un virus mutante del que terminara tan arrepentido que ni siquiera su vuelta a un catolicismo fantico pudo quitarle la culpa. Se suicid antes de tener conocimiento que Tomy, la mascota del laboratorio que tantas horas de sueo le haba quitado, en otros trminos, que el monstruo creado sin saberlo, sera conocido posteriormente como virus de inmunodeficiencia humana, VIH.
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Ricardito era el nico hijo de su primer matrimonio. Y segn don Antonio consideraba: su nico hijo, sin ms. Leticia, la hija con su segunda esposa, era otra cosa. La quera, sin dudas; pero no era lo mismo que con el varn. Era su hija, claro, pero jams se le hubiera ocurrido mezclarla con sus negocios como lo haca con el muchacho. Ricardo, con sus apenas cumplidos 28 aos, haca unos meses que haba regresado de Harvard, con su recin obtenida maestra en Administracin de Empresas. La reciente inclusin en los negocios paternos, o mejor dicho la forma en que su padre lo haba introducido nombrndolo, contra toda prediccin, gerente general en varios de los asuntos ms grandes era un regalo que no se lo esperaba. "Okey Mister Creelman. I see you later. Bye bye", se apresuraba a despedir por una lnea mientras ya reciba otra llamada en el celular. Desde el trigsimo sexto piso de la torre "Aurora", sede de las oficinas centrales del grupo Ortega-Granados, ocupadsimo con infinidad de asuntos por atender, Ricardo dominaba toda Caracas, lo cual era para l como dominar el mundo. "Susana, no voy a poder estar en la junta de esta tarde. De cualquier excusa, pero no voy a ir". "Y qu le digo a don Antonio?", acert a preguntar la secretaria. "Yo luego me arreglo con l, no se preocupe". Tras aos de acompaar a los gobiernos de turno, con algo de corrupcin y con una buena cuota de talento empresarial, don Antonio Ortega-Granados era la cabeza de uno de los grupos econmicos ms fuertes de Venezuela. A sus 53 aos de edad, vigoroso, imponente, sus decisiones influan mucho, quiz ms que las del presidente, en muchos aspectos de la vida nacional. Petrleo, caf, bancos, comunicaciones, negocios inmobiliarios .... la lista de inversiones y reas de inters del grupo era extensa; como lo eran tambin las ganancias obtenidas. "Que no va a venir le dijo? Bueno, tendr sus razones". Don Antonio no qued muy contento con la decisin de Ricardito, pero la respetaba. Senta por su hijo, desde el retorno ya con la maestra, una combinacin de emociones bastante ambigua, cosa que no le suceda con Leticia, la hija mujer: orgullo, confianza, admiracin. Y aunque no se atreva a reconocerlo era todo muy vago tambin un poco de envidia. El, a los 28 aos, no tena una Ferrari reluciente esperndolo a la vuelta de sus estudios de post grado. En realidad, nunca haba tenido estudios de post grado. Y por diversos motivos, nunca se haba atrevido a comprar el super auto deportivo. El Mercedes Benz blindado el ms apreciado de los tres vehculos que tena le pareca lo ms adecuado a su edad y reputacin. La Ferrari era para un joven. Admiraba la carrera meterica de Ricardito, su desenvoltura, su capacidad. Aunque tambin saba que su actual situacin se la deba a l estudios, su nueva posicin como gerente, una abultada cuenta bancaria jams se lo hubiera echado en cara. No se lo habra permitido, no lo quera hacer, no obstante tener claro que, en el fondo, fuera cierta esa dependencia, esa ayuda inicial. "Pero por qu hacerlo? Un padre no debe facilitarle las cosas a su hijo?". La relacin con Leticia era enteramente diversa. Vivan juntos, y con la madre de sta, la segunda esposa de don Antonio. Vivan opparamente, sin reparar en gastos de ningn tipo; de todos modos a don Antonio jams se le hubiera ocurrido para con su hija esa demostracin de confianza que evidenciara con Ricardito. Pensaba, incluso, que cuando se casara debera ser su esposo quien la mantuviera, y no esperar que de su fortuna saliera generosamente aporte alguno. "Por qu facilitarle las cosas a un extrao?" Tena una mezcla confusa de sentimientos, contradictoria: respetaba a Ricardo, pero igualmente lo envidiaba. Y ltimamente si bien no lo podra expresar en esos trminos haba
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comenzado a experimentar algo ms que respeto: era una suerte de fascinacin. Lo vea triunfador, exitoso, avasallador. No le haba cado muy en gracia la noticia recibida: que Ricardito no estara en la reunin de la tarde. Era, si no imprescindible, al menos muy importante su presencia. Se trataba de un posible contrato de importacin de vehculos alemanes, y si bien haba traductor contratado, nadie mejor que el mismo Ricardito para entenderse directamente en alemn con los representantes europeos. Incluso a don Antonio ese detalle se le antojaba de un peso casi definitorio. El no hablaba alemn (otro motivo para admirar a su hijo). Pero jams se hubiera permitido recriminarle a su hijo una inasistencia; incluso por un lado lo llenaba de orgullo: "Ricardito era un tipo tan importante y tena tantas ocupaciones que a veces no poda estar en algunas reuniones ...." Autoengao voluntario o no, don Antonio quedaba satisfecho con esas explicaciones.
A las primeras invitaciones Susana, la secretaria, no quiso aceptar. No saba bien por qu, pero senta que no deba hacerlo. Pruritos quiz. No era especialmente religiosa, y se consideraba una persona abierta, pero por dignidad? no poda aceptar; .... o no tan rpido al menos. Porque luego de algunas primeras negativas, termin aceptando. La relacin no tena nada de formal; ambos saban que no podan dejarse ver en pblico, por infinitas razones. Empezaron algunas cenas; luego, casi como consecuencia obligada, vino el motel. Al principio no fue nada especial: seguramente como tantas relaciones entre jefe y subordinada. Llevados en alguna medida por las circunstancias, respondiendo a lugares que los trascienden, tanto director como secretaria muchas veces terminan representando los papeles de amantes que se espera que ambos puedan jugar. Pero quin poda esperar algo distinto? Ni siquiera se lo plantearon; no tanto por contravenir los mitos sociales mejor no comprometerse en estos casos , sino ms bien atendiendo a lo que sus hormonas les dictaban, empez la relacin. Porque debe aclararse que en principio era eso: simplemente una relacin superficial. Luego vino el romance profundo. Ninguno de los dos lo busc; ambos saban y pretendan que todo no pasara de un juego bien manejado. En realidad las circunstancias estaban dadas para que as fuera: diferencias insalvables de posicin social, proyectos de vida muy distintos, expectativas diversas .... ninguno de los dos lo propuso. Vino solo, simplemente. Cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. Ambos, por distintos motivos, se sintieron muy asustados. Susana, excepcionalmente bonita en un par de ocasiones le haban propuesto presentarse para Miss Venezuela, cosa que jams acept con sus 32 aos cumplidos, soltera, saba que lo quera hondamente; no era slo la fascinacin para con su jefe. No, definitivamente. Si bien haba cdigos de vida muy distintos, se entendan a las mil maravillas, y no slo en la cama. Sin embargo le asustaba pensar en que todo fuera ms all. Y para l tambin todo esto tena el valor de un terremoto. Jams nadie hubiera pensado en una relacin profunda entre ellos; quiz s en un affaire sin mayores consecuencias. Eso es lo que, en todo caso, la recatada moral poda llegar a tolerar: que una secretaria sedujera al jefe (con las minifaldas que llevaba .... pobre varn!), que este respondiera (no le quedaba otra alternativa!), pero de ah no poda no deba! pasar. Cmo pensar en una genuina relacin que fuera ms all de un pasatiempo en una persona tan importante como l? Ni que fuera el argumento de una barata telenovela!, de esas de las que don Antonio era inversionista en uno de los canales del grupo y que a l mismo le parecan absurdas, aunque no dejaban de ser redituables comercialmente. La aparicin de Susana en su vida ms bien: la fuerza con que haba aparecido fue verdaderamente conmocionante. No era la primera vez que haba una mujer en situacin medio
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clandestina en su espacio; era, en todo caso, el mpetu con que esta vez se haba dado todo. El mpetu y la profundidad. El tambin se senta profundamente enamorado. Pero quiz lo ms conmocionante era la sensacin de solidez que se iba dando entre ellos. Para ambos haba miedo en la relacin, en la medida que saban era impresentable abiertamente. No porque simplemente se gustaran, se enamoraran contra todo pronstico. La cuestin radicaba en las posibilidades sociales de mostrar una tal pareja. Hubiera sido inaceptable. Ellos mismos no se atrevan a aceptarla. "Susana, por favor confirme la cita del jueves con el diputado Armendriz". Pblicamente se trataban de usted; no as en la intimidad. En realidad manejaban todo con tal cautela que nadie tena conocimiento de la historia que se iba tejiendo, ni los ms ntimos. Tanto don Antonio como Ricardo trataban de esa manera a Susana. Algo que llamaba un poco la atencin a los empleados en la oficina del Directorio era por qu padre e hijo compartan la misma secretaria ejecutiva. Obviamente no era por falta de recursos. En ms de alguna ocasin el hecho mova a comentarios burlescos, no exentos de doble intencin.
"Bueno, si no viene despus le contamos cmo estuvo todo. No se preocupe Susana". Don Antonio desde siempre haba sido un mujeriego empedernido. De su primera esposa la madre de Ricardo se separ, bsicamente, porque ella no toleraba ms sus correras. Con la actual la madre de Leticia las cosas no haban cambiado mucho. En todo caso la diferencia ahora resida en su mayor discrecin; "el recato ante todo", sola decir. Un poco porque su situacin se lo permita, pero ms an porque no entenda la vida de otro modo, su actitud para con las mujeres (y no slo para con ellas) era de perpetua conquista. Cosa que deseaba era cosa a ser conquistada. Con Susana haba comenzado as tambin, seis aos atrs, cuando ella recin llegaba a la empresa. Pero luego vino el romance. En realidad era l quien estaba ms hondamente enamorado, a punto que en varias oportunidades le haba propuesto tener un hijo. Ella, si bien haba aceptado la relacin inicialmente en buena medida presionada por la situacin, luego haba terminado por ir enamorndose. Incluso lo del hijo no lo haba descartado totalmente. "Slo a condicin que te separes", le insista Susana. "Pides mucho .... Djamelo pensar". De ah nunca haban pasado. A don Antonio le aterraba la idea de otra separacin, a su edad, y por una secretaria. Para l prejuicioso, machista, no muy distinto de los personajes de las telenovelas que financiaba ese tipo de formalidades contaba mucho. En realidad no le desagradaba la idea de otro hijo si fuera varn, mejor; hubiera demostrado que todava estaba en forma. Pero no se atreva por todo el costo social que eso poda implicarle. Susana, de una primera sensacin de miedo por el jefe un poderoso empresario cuya palabra contaba tanto haba ido evolucionando hacia un enamoramiento total, y posteriormente hacia una relacin calculada. Ahora la aparicin de Ricardo abra otros escenarios. Se vean habitualmente en el apartamento de ella, por razones de imagen. Muy raramente se los vea juntos fuera de la oficina. Susana, econmicamente haba ido acumulando de modo considerable con motivo de la relacin, pero sin llegar jams a la ostentacin. Ropa fina, joyas y el glamour de veladas nocturnas a toda pompa no eran sus objetivos; en todo caso, una robusta cuenta bancaria. Y por cierto no poda quejarse de la que actualmente tena.
Terminada la reunin con los alemanes, estaba prevista una cena con ellos si el negocio se concretaba. Todo sali como estaba programado: el grupo Ortega-Granados qued con la representacin de los BMW. Por tanto don Antonio invit a un lujoso restaurante. Pero Susana opt
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por no ir (ella, como secretaria ejecutiva de confianza, sola acompaarlo a este tipo de eventos, ms an que su esposa, lo cual, de todos modos, no causaba ninguna suspicacia.) La cena no se prolong mucho, por lo que don Antonio decidi pasar un momento por el apartamento de Susana antes de ir hacia su casa. Quiso creer que era una confusin, un error visual. Por otro lado, la de Ricardito no era la nica Ferrari que haba en Caracas. Y adems, si eventualmente fuese l quien sala de la casa justo un momento antes de su llegada, eso qu poda significar? Ricardo, contra toda previsin, haciendo algo que no acostumbraba, haba decidido pasar por casa de Susana, ms que nada para darle segn el crea una agradable sorpresa. Estuvo poco tiempo, sencillamente porque percibi que no era el mejor da para estar juntos. Faltaba empata esa vez. Decidi irse sin que ella se lo pidiera, as como igualmente hubiera podido buscar quedarse toda la noche. Fue casual que se retirara apenas unos minutos antes de la llegada de su padre. "Te noto algo nerviosa", dijo don Antonio sin mayor emocin una vez dentro. "No, no creo. Por qu habra de estarlo?" "No s .... quiz no me esperabas". "Es cierto, no me avisaste que hoy vendras", dijo Susana casi con tono de reproche. "Y tengo que avisarte cada vez que venga? Desde cundo eso?", agreg con cierto talante provocativo don Antonio. "Vienes con aire pleitista por lo que veo. Te pas algo en la cena con los alemanes?" "No, no ...." Prefiri, como otras tantas veces, no seguir la discusin. Con los aos los papeles haban ido invirtindose: de asustada secretaria-amante, Susana se haba erigido en el polo fuerte de la relacin. En todo. Sexualmente ella era quien tomaba la iniciativa. E incluso en muchas decisiones comerciales. De hecho, la conexin y manejo del contacto respecto al recin cerrado trato con la compaa alemana haba sido su obra. Don Antonio, como suceda ahora, prefera no encarar una pelea con ella. Le tema. En un par de ocasiones una, tras un episodio de impotencia, uno de los poqusimos en su vida Susana haba llegado a agredirlo fsicamente. "Tuve la impresin de ver el carro de Ricardito saliendo del parqueo ..... puede ser?", pregunt casi con miedo don Antonio. El silencio se hizo tenso. Fueron unos escasos segundos en que las respiraciones quedaron contenidas. Don Antonio lo entendi inmediatamente, pero quera escuchar la respuesta la excusa, ms bien. Susana opt por negarlo. No se hubiera atrevido a contrselo. Incluso a Ricardo no le haba hablado quera empezar a hacerlo pronto de la relacin que mantena con su padre. Era todo su gran secreto; en algn momento pens hacerse embarazar de Ricardo, dicindole luego a don Antonio que el hijo en camino era suyo; aunque luego descart la idea (nunca por completo). "Ricardito por aqu?!! No! Y a qu iba a venir!" La reaccin inmediata de don Antonio fue ambigua. Odio, un profundo odio; y al mismo tiempo resignacin. Sinti, casi como una bocanada que le golpeara la cara, una sensacin de derrota ante la que no poda hacer nada. "Bueno, es ms joven que yo.... Naci para triunfador". Era una mezcla extraa de sentimientos. De alguna manera, tambin, haba un cierto orgullo por el hijo. "Me destrona en todo", sabiendo secretamente que, aunque no lo dijera no se atreva a expresarlo en voz alta eso esperaba en definitiva. Era su producto, su herencia.
Ahora se le planteaba a don Antonio cmo encarar la situacin. Saba que su papel de gran patrn y temido seor feudal que lo ejerca a la perfeccin en ciertos contextos caa es27
trepitosamente ante Susana as como ante Ricardito. Respecto a ella, haca tiempo ya lo conoca. Con su hijo era una sensacin nueva. Se daba cuenta, por otro lado, que no poda, pero ms an: no quera, hacer nada en contra de ello. Susana empez a concebir la idea de contarle a Ricardo lo que supona saba don Antonio. Aunque no estaba muy segura de ello, por lo que tampoco vala la pena alborotarse demasiado. Prefiri, finalmente, ver cmo seguan los acontecimientos, y en virtud de ello reaccionar. Quien menos enterado estaba de todos estos juegos de clculos y suposiciones era Ricardo. Cuando, al da siguiente, casi ingenuamente salud de "usted" a Susana delante de su padre, se sorprendi por la reaccin de ste. "No necesitas estar fingiendo, hijo". Y como parte de un estudiado libreto de telenovela puso msica en su oficina, desentendindose de todos quienes estaban a su alrededor. El Aleluya del Oratorio El Mesas, de Haendel. Saba que eso era muy culto, muy civilizado (hasta haba un rey, no recordaba bien cul, que haba aplaudido emocionado tras escucharlo, antes que finalizara el oratorio, tradicin que se mantena a la fecha). "Y por favor no me interrumpan, que quiero escuchar esta sinfona". Ricardo estuvo tentado de decirle que no era una sinfona, pero le pareci demasiado cruel. Un rpido cruce de miradas con Susana le hizo entender que algo importante haba ocurrido. "Lo sabra? Se lo habra contado Susana?" No se decida con quin hablar primero: con su padre o con su novia? Pero no era posible en la oficina, obviamente. Pero no poda pasar todo el da sin saberlo. Hizo algo quiz infantil: escribi en una papel preguntando a Susana qu haba sucedido. En unos minutos tuvo en sus manos la respuesta. "Se enter de todo. Antes fui su amante, pero eso ya no cuenta. Solamente ests tu en mi vida". Para Ricardo eso pareca un barato guin de teleteatro por cierto los odiaba; l no participaba en su produccin. Qued estupefacto. Se senta burlado. Don Antonio, por su parte, adems de burlado se senta secretamente orgulloso de su hijo. Sensacin confusa por cierto. No le surga espontneamente ningn encono contra Ricardito. Pero s contra Susana. Tambin como en las telenovelas, la mujer era siempre la provocadora. "Todo queda en familia", fue lo que se le ocurri pensar a Susana; y tuvo la osada?, desgracia?, estupidez? de escribirlo en otro papelito que dej inadvertidamente sobre el escritorio de Ricardo. Mensaje que, no se sabe cmo, tambin lleg a manos de don Antonio.
Ni padre ni hijo fueron a los funerales de Susana, tres das ms tarde de la cena con los alemanes cosa que llam bastante la atencin. "Quedamos muy consternados con la forma en que ocurri su muerte, tanto que preferimos guardarnos un lindo recuerdo de ella y no verla as", dijo secamente don Antonio, tras sus lentes negros, cuando fue entrevistado por reporteros de un telenoticiero amarillista de uno de sus canales. La polica inici algunas pesquisas para aclarar el espantoso asesinato, pero no logr averiguar mucho. Las varias decenas de cuchillazos parecan obra de algn sicario, quiz actuando por encargo. La noche siguiente al entierro se vio a padre e hijo cenando en el mismo restaurante del encuentro con los germanos, muy animados, y bebiendo hasta la embriaguez. "Todo queda en familia".
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DIFERENCIAS
Lo le en algn lado; o lo escuch. No importa. S que sucedi. Y todava ahora, al recordarlo una vez ms, me parece increble. Fue en Inglaterra. O en Escocia? No importa; era un lugar de habla inglesa. Lo recuerdo por el nombre del esposo: Bryan, igual que el sicario que me dispar a quemarropa aqul da, y por quien perd el brazo izquierdo menos mal que el atentado no sali como tenan previsto. Ese tal Bryan hoy cumple su sentencia en ..... bueno, pero me estoy yendo del tema. El se llamaba Bryan, pero la esposa ... no recuerdo. Parece ser que era una tpica familia inglesa, decente y correcta. De esas que nunca piensan en la historia de su pas, o que no les interesa seguir pensando si empiezan a hacerlo. Y qu pensara yo si fuera ingls? Me dara vergenza pertenecer a un prepotente imperio? Quiz, no lo s, quiz no me preocupara mayor cosa .... Bueno: era una tpica familia inglesa, y prometo que no voy a hacer ms ninguna digresin rubiecitos ambos, rozagantes, bien vestidos. Ya tenan varios aos de casados; diez si no recuerdo mal. Pero no tenan hijos. A ambos les preocupaba bastante eso, quiz ms a ella que al tal Bryan. El, antes de casarse, haba tenido varias parejas noviazgos pasajeros. Ella, si bien eso no era lo ms comn en su generacin, haba llegado virgen al matrimonio. Ahora segua queriendo entraablemente a su esposo, quiz ms que l a ella. En algn momento haban pensado en adoptar un hijo. No les desagradaba la perspectiva (incluso se haban planteado que fuera de algn pas latinoamericano, donde es ms fcil la cuestin legal). Pero finalmente lo haban desechado; por varios motivos. Entre otros y quiz el fundamental por la oferta de un nuevo mtodo de inseminacin artificial, de origen italiano, que prometa ser casi infalible. No le dieron muchas vueltas al asunto; si bien era bastante caro, tenas algunos ahorros que les permita afrontar adecuadamente ese gasto. Fue as que se dirigieron al instituto que lo ofreca. No era italiano, aunque s lo era la tecnologa en cuestin. La atencin fue excelente. Rpida, concisa, muy profesional. El director del centro era un reputado gneco-obstetra de origen judo: Herzinsky. Calvo, algo gordo, sesentn; bastante arrogante tambin. En pocas palabras explic cmo deban proceder, asegurando varias veces que el xito del embarazo estaba casi descontado. Bryan estaba un poco escptico; Margaret ahora recuerdo su nombre era la ms esperanzada. No lo dud ni un instante; cuando el Dr. Herzinsky termin la ilustracin del posible escenario futuro, ella, sin siquiera consultarlo con su esposo, ya haba tomado la decisin. Obviamente: era s. En un par de das volvan a la clnica, donde un grupo de atentas y simpticas laboratoristas los atendan muy solcitamente. El semen de Bryan qued en un frasco esterilizado, color verdoso, con la etiqueta de identificacin JPL 100358. El embarazo transcurri casi sin sobresaltos. Con algunos kilos ms, satisfecha, desbordante de alegra, Margaret se preparaba para el gran da. Todos los controles fueron normales, y las dos ecografas realizadas no mostraron ningn problema. Bryan no era especialmente creyente, pero la prxima llegada de su hijo lo llev varias veces a la iglesia. Lo hizo, incluso, sin que su esposa lo supiera; era algo personal con dios, o con lo que l entenda por dios. Finalmente lleg el alumbramiento. Coincidi con el comienzo de otra guerra otra ms! en que Inglaterra participaba; guerra preventiva, segn se deca. Ni Bryan ni Margaret entendan mucho de estas cosas, ni les interesaba. Slo les preocupaba que, eventualmente, l pu29
diese ser movilizado, dado su trabajo: era especialista en comunicaciones navales. Pero no pareca ser el caso esta vez. Pues bien: un 4 de marzo creo que fue .... no importa. Pero sucedi. El nio nacido era negro. S: negro, negrito como los africanos. Se pueden imaginar? Yo muchas veces me pregunt qu les habr pasado por la cabeza a los padres en un momento as. Me puedo figurar me parece un poco mejor lo que debe haber pensado el varn: que se no era hijo suyo, que haba un negro en el tringulo. No s si Bryan lo habr pensado, pero es muy probable que le surgieran esas cosas. De la madre ni se me ocurre cmo puede haberlo tomado. Por supuesto que fue noticia! En todos lados, incluso fuera de su pas. Cosas como esas no ocurren a menudo. Fue todo bastante raro, por cierto. Pero no debe dejarse de tener en cuenta que las cosas raras llaman la atencin especialmente porque hay alguien a su pesar que hace las veces de "pato del festn". Caso contrario no conmocionan tanto; por ejemplo la guerra que tena lugar simultneamente. Seguro que fue noticia, no recuerdo ahora los detalles pero fue una guerra ms, como tantas donde participan los rubiecitos, y ya ni se sabe por qu. Esto fue distinto. Lo primero que todos pensamos los varones al menos; recuerdo haber compartido esa sensacin con otros muchachos, casi todos de mi edad fue algo as como: "negrito? ..... Mmmm, aqu hay gato encerrado". Usted me entiende, no? Para ser benevolentes, digamos que llama la atencin, y casi espontneamente surgen las sonrisas pcaras. Luego uno se pone a investigar. Y bueno, s: la noticia era as: que despus de interminables averiguaciones se haba constatado que se trataba de un error. Ni Margaret haba tenido su "escapadita" con alguno de piel oscura, ni haba antecedentes familiares por parte de ninguno de los dos. Esto ltimo era poco probable, pero se deca que haba casos en que luego de algunas generaciones poda retornar un rasgo externo olvidado genticamente. Pero no; nada de eso. Simplemente haba habido un error en la manipulacin en el laboratorio. Menudo error! Recuerdo que todo esto gener un gran debate; s, recuerdo que por televisin le destinaron horas al asunto, ms an que a la guerra en curso. Por cierto, al da de hoy no creo que nadie se apasione mucho hablando de ese conflicto (quiz es muy ampuloso hablar de guerra: son intervenciones armadas de los pases blancos, casi sin muertos para ellos, se entiende. Intervenciones desiguales, abusivas, donde las vctimas son siempre, justamente: negritos. O pases donde es fcil obtener un nio adoptado ..... para los rubiecitos, claro). S, s, de acuerdo, me estoy yendo nuevamente del tema. Bueno, pero no tanto; porque, pensndolo bien, una cosa se liga con la otra. Negritos, negritos .... es fcil hablar de la tolerancia, del racismo, de todas esas cosas, pero qu hacs si sos de un pas que se cans de explotar indios y negros y de invadir y de creer que tiene siempre razn, y tu hijo te nace negro? Lindo problema! no? Eso le pas a esta parejita. Por un error en el laboratorio, entonces, la inseminacin que le lleg a Margaret fue la de un padre negro. Curioso tambin: increble y tragicmicamente curioso el referido negro nunca se supo quin era. S, s, as es. Aunque no me lo crea. Inglaterra, o algn blanco pas desarrollado, de esos en que nadie deja de tener su tarjeta de crdito y las vacaciones del prximo ao ya organizadas. Tambin all, por lo que se ve, suceden a veces estas cosas tercermundistas. Como las de los pases donde se invade para poner orden .... Pero ah no termina lo raro; esto es el comienzo noms. Usted no sabe lo que sucedi despus!
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Ya con el negrito nacido haba que hacer algo. Claro; al fin y al cabo el pobre beb no tena culpa de nada. Y aqu vienen los problemas, los verdaderos y profundos problemas. Si bien el nio era hijo de ambos, en un sentido ninguno de los dos padres lo quiso asumir como tal. Era su hijo, pero tambin, al mismo tiempo, no lo era. Qu problema ste de la paternidad!, no? Bueno, lo entiendo pero no lo justifico, claro. Para un ingls, que ha visto toda su vida un smbolo del atraso, de la barbarie, en alguien que no es como l, de pronto tener un hijo as, smbolo de todo eso, debe ser bastante difcil de digerir. Smbolo para l, por supuesto; yo no pienso as. Es como un amigo que tena antes, aos atrs, profundamente ateo; resulta que a este fulano una vez su hija le vino con que quera ser monja. Se imagina? Casi se muere el pobre .... S, s: una vez ms tiene razn. Me voy por las ramas. Aunque creo que la comparacin es vlida; me permite dar cuenta de esas cosas que uno tiene tan arraigadas que ni siquiera piensa, que ni siquiera ve cmo ni por qu deberan ser cuestionadas. Y s .... Tan credos de ser superiores que ni a su hijo negrito pudieron respetar. Bueno, no fue tan sencilla la cosa. Adems, mucho de lo que aqu le cuento en realidad lo deduzco, porque yo ni siquiera los conoc a estos tipos. Lo que s, todo esto me hace pensar, como le deca, en la paternidad. Se ve que no es cuestin de fabricar un hijo y listo; no, de ninguna manera. Yo no tuve hijos nunca, y la verdad es que no me arrepiento. Tuve dos perros, ya se murieron y no es lo mismo. Mire: si fuera tan instintivo por qu hay padres que abandonan a los hijos? No slo varones, sabe? Tambin mujeres, por supuesto. Cuntas veces mujeres han arrojado un beb recin nacido a la basura, o lo han abandonado en una canasta? De alguna manera, me parece, lo que hicieron estos dos blanquitos fue eso, ms o menos. Que qu hubiera hecho yo en una situacin as? Buena pregunta. No lo s, no lo pens. Por lo pronto, yo no tengo nada contra los negros. Si soy de un pas pobre, criado como pobre! Aunque en mi pas no hay negros, entiendo lo que debe ser vivir con esa cruz de ser un eterno marginado. "Trabajar como negro!" .... Claro, con qu derecho los no-negros los hicieron esclavos? Si uno se pone a pensar en esas cosas entiende por qu muchos se alegraron cuando cayeron los dos aviones sobre los edificios en New York vez pasada. A veces pienso que me hubiera gustado tener esa experiencia, de tener un hijo. No s si estoy en condiciones mentales de afrontar una responsabilidad as, no s. Pero, tomando su pregunta, creo que aceptara un hijo negrito. S. Sera como aceptar si una hija, como a mi amigo ateo, le dice de hacerse monja; o si viene mi hijo dicindome que es homosexual, o drogadicto. Qu voy a hacer? Matarlo? Claro, estos rubiecitos estoy casi seguro que eran de Escocia ahora que recuerdo, porque tengo presente que cuando lo supe asoci inmediatamente con whisky y castillos tuvieron reacciones distintas entre varn y mujer. Se supone quiz son puros estereotipos que la mujer es ms madre naturalmente que padre lo es un varn. Pero vea aqu: no fue as. Por lo pronto los dos, madre y padre, presentaron un juicio al instituto del Dr. Herzinsky. Ya ni recuerdo la figura legal: estafa? No s, no importa. La que haya sido, solamente demuestra la actitud de los tipos estos. Si fuera que le venden un alimento podrido en un supermercado, creo que se justifica una demanda, claro. Yo, en todo caso, buscara primero que me cambien la mercadera en mal estado sin hacer mayor alboroto. Pero pedir un cambio de mercadera con un nio .... no s, no? Bueno, lo cierto es que esta pareja as procedi. Y algo que me pareci, y me sigue pareciendo espantoso, es la reaccin de Margaret. Segn se supo luego, parece que hizo lo imposible porque el laboratorio le concediera un beb nuevo. Hoy, la pobrecita es correcto decirle as? vive dopada de clnica psiquitrica en clnica psiquitrica. Bryan padre vuelve a Escocia cada tantos meses, porque habindose metido fijo en la marina de guerra de su pas, eso lo tiene mucho tiempo en misiones de ultramar (creo que en el Africa fundamentalmente .... con negritos).
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Y Bryan hijo as le pusieron de nombre, como el padre .... bueno, no el padre, sino el que hace las veces de padre, o mejor dicho: el que iba a hacer las veces, porque el verdadero moreno que aport el semen nunca se supo quin fue, Bryan hijo est creciendo en un hogar de nios hurfanos. Ah, y el Dr. Herzinsky tuvo que pagar como cien mil libras de indemnizacin a la familia.
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EL LICENCIADO
Caa ya la noche en aquella capital centroamericana. La jornada no haba estado mala; no haba sido de las mejores, pero al menos tena para la racin diaria, tanto de comida como de alcohol. Dnde comer y dnde comprar su cuarto litro de ron barato no le inquietaban especialmente; coma cualquier porquera en cualquier cantina de mala muerte. Lo mismo era con la bebida. Dnde dormir le preocupaba algo ms. En las ltimas noches la polica haba estado fastidiando bastante: un par de amigos de similar condicin terminaron en la crcel, y hasta incluso tuvieron su paliza. "El trabajo tiene perodos peligrosos". Nadie conoca su verdadero nombre; nadie, al menos, de su crculo cotidiano: borrachos crnicos y mendigos del Mercado Central. Para todos era simplemente "el licenciado". A los promotores de la oficina de Pastoral Social de la parroquia de la zona, quienes asistan a estos grupos de indigentes, les llamaba la atencin. Especialmente a una jovencita, estudiante de sociologa, aguda y desconfiada. Sandra se llamaba. "'El licenciado' no es como todos.... Adems por qu lo llamaran as justamente?" Prefera no hablar con nadie. En realidad no estaba casi nunca en condiciones de hacerlo; borracho de caerse, sus dilogos eran monlogos incomprensibles. Haba que prestarle particular atencin para deshilvanarlos. Sandra se tomaba esa molestia. "Mir, compita: vos tens que procurar seguir estudiando, siempre, oste? Porque no hay otra alternativa posible, vlida y consistente, para salir de esta mierda. Y cuanto ms puedas capacitarte, mejor. Y si pods estudiar alemn, mejor todava, verstanden?", le deca alguna vez, en un raro momento de lucidez, o de no tanta embriaguez ms precisamente, con un penetrante aliento mezcla de alcohol y vmito. "Y por qu le dicen 'el licenciado' a usted?", se atrevi a preguntar. Fue evidente el golpe; algunas lgrimas asomaron a sus ojos, crnicamente enrojecidos. No hubo respuesta. "Ehh.... es, es difcil... no vas a entender, mejor.... cuntos aos tens?" Sandra tambin sinti ganas de llorar, aunque no lo hizo. Algo la cautiv; "el licenciado" no era como los otros.
Esa noche, visto que la situacin se estaba tornado algo molesta por las rondas policiales, busc un nuevo sitio para dormir, ms seguro, ms oculto. Conoca el mercado perfectamente, por lo que no le cost encontrar algn sucucho adecuado. Iba a pedirle a otro amigo que lo acompaara, "el Pescado"; pero no pudo encontrarlo por ningn lado. Por tanto decidi ir solo. Era en el ala norte, cerca de los puestos de flores. Le gustaba ese lugar porque siempre tena buen aroma. En el cruce de varios pequeos callejones haba un bao, abandonado desde ya un buen tiempo, que tena una puerta casi desconocida, semioculta por una mampara que se haba colocado recientemente. Era un punto ms de tantos en el mercado, otro recoveco. Pero para "el licenciado" tena un valor especial: ms de una vez se haba refugiado all ante circunstancias especiales, o cuando se senta particularmente mal. Cuando entr no dio mayor crdito a lo que vea: en realidad no le import. Slo pensaba en dormir. Estaba, como siempre, mareado, muy cansado, y no le interesaba ponerse a investigar en esas circunstancias. El portafolios que encontr en el bao le sirvi de almohada. Solamente a la maana siguiente se le ocurri ver qu contena.
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Cuando se dio cuenta del hallazgo casi muere de un sncope. No lo poda creer; las manos le temblaban, no le salan palabras. Todo el cuerpo trepidaba, por lo que no pudo seguir con el conteo de los billetes. Calcul, de acuerdo a lo que llevaba contado y a lo que todava le restaba, que deba haber ms cien mil dlares al menos. Prefera no enterarse. "No puede ser! Esto me lo puso el demonio.... No es posible". Qued estupefacto un momento, literalmente paralizado, con el portafolio apretado contra el pecho. No poda salir del asombro, pero al mismo tiempo lo increble de la situacin lo despert del sopor de la borrachera. "Y ahora qu hago?" Con el resto de lucidez que an conservaba pens que no era conveniente salir del escondrijo con la carga a cuestas. Recin en esos momentos, cuando intentaba ver qu hacer, vio manchas de sangre alrededor suyo, donde haba dormido la noche anterior. Un par de metros ms lejos, medio oculto tras una puerta cada, estaba el cadver. Reprimi el grito de espanto que le brot espontneamente. "Y esto?!" Su asombro iba en aumento, al igual que el terror. Si con el dinero estaba virtualmente paralizado, ahora con el nuevo hallazgo haba llegado al paroxismo. Fueron varios minutos en que no poda recobrar el aliento. Llor, primero suavemente, luego en forma desconsolada. "No tengo que hacer ruido, no", se dijo limpindose los mocos, como un nio atemorizado. Cuanto ms complicadas se tornaban las condiciones, ms despierto pareca ponerse "el licenciado". Vagamente comenz a atar algunos cabos: aunque no conoca bien los detalles, haba escuchado el comentario que la noche anterior tuvo lugar un tiroteo en el mercado, justamente por la zona de los puestos de flores. Balazos se escuchaban todos los das, por lo que no le prestaba especial atencin. Tampoco en este caso. Por otro lado, como viva perpetuamente en estado de ebriedad, nunca estaba en condiciones de discernir muy en detalle acerca de nada. "Claro, ayer andaban con la bulla de la balacera. Decan que unos tipos se corrieron por ah, y la polica, o el ejrcito no me acuerdo los andaba persiguiendo, y que se escaparon los pisados. De repente este es uno..... por Dios"! Y ahora?". Aunque no estaba muy claro todava, aparentemente un grupo de delincuentes se especulaba que eran narcotraficantes perseguidos por fuerzas de seguridad combinadas, haba huido por el mercado, llevando una gran cantidad de dinero. Se hablaba de unos doscientos mil dlares. Pero ni un billete se haba encontrado luego de la persecucin. Haba dos muertos y otros dos detenidos uno herido. Del quinto hombre no se supo ms nada. Se supona que podra haber escapado con los fondos; un da despus del hecho se teja todo tipo de teoras. Nadie haba pensado como de hecho haba sucedido que estuviera muerto en un bao abandonado, desangrado por los tres balazos recibidos. Y que el portafolios con la fortuna estuviera ahora en manos de un mendigo y borrachn que se mantena embriagado la mayor parte del tiempo. "Y qu hago? Sabrn que el pisto est ac? Me habrn visto entrar?" "El licenciado" se debata entre estas incertidumbres. El dinero, ms que una bendicin divina, lo senta como un maleficio que le quemaba las manos. Muchas veces haba fantaseado que, de encontrarse una fortuna como la que ahora le llegaba, invitara a todos los mendigos y marginales que convivan en el mercado a una parranda interminable de varios das, con trago pagado para todos, sin lmites. Pero ahora que la fantasa poda hacerse realidad, lo aterraba la idea. "Mierda! No hay nada ms siniestro que un deseo cumplido .... quin fue el que lo dijo? Nietzsche?"
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Pens en quedarse en el escondite un tiempo. Pero luego reflexion que eso podra ser peor. Tarde o temprano iran a buscar ah. Haba que hacer algo prctico, urgente. "Sandrita! Cundo vendr la patoja?" Rpidamente desech la idea. No saba cundo poda venir la gente de la iglesia; no tenan una fecha precisa para las visitas. Y adems no era ninguna garanta que lo pudieran ayudar. Por otro lado: quiz hubiera tenido que compartir el "botn". "Como siempre, me las voy a tener que arreglar solito, como en todo". Empez a tejer hiptesis: qu era ms conveniente?, cmo hacerlo?, para dnde ir? Confrontado a todas estas preguntas "el licenciado" vio lo solo, despiadadamente solo que estaba en el mundo. Nuevamente asomaron lgrimas a sus ojos. Sin embargo, ahora haba una mezcla ambigua: tristeza, desolacin por la patencia de su desamparo; aunque al mismo tiempo sensacin que no tena desde haca muchsimo una profunda alegra. Casi, aunque no lo reconociera en esos trminos, alegra de venganza. "La venganza es el placer de los dioses decan los griegos .... No eran estpidos estos griegos, no?"
Ya casi sobre la mitad de la maana decidi salir del bao. Meti prolijamente todos los billetes entre sus harapos, los calcetines, los destruidos zapatos. No en la mochila; eso hubiera sido demasiado tonto. Tuvo ocasin de revisar lo que llevaba en ella; justamente desde mucho tiempo no lo haca. Nada de valor: alguna muda de ropa tan o ms percudida que la que llevaba puesta , descoloridos papeles de remotos tiempos, un trozo de hilo. Se sorprendi cuando vio el Langenscheid de bolsillo, el maltrecho diccionario alemn-espaol. "Cunto har que est esto aqu?..... Wie lange liegt das hier? 'Liegt' o 'steht' en este caso? Puchis .... ya me lo olvid casi todo" Tambin se sorprendi que nadie osara mirarlo siquiera cuando sali de su "bunker". Esperaba una gran agitacin en el mercado, policas por todos lados. Pens inclusive en cmaras de televisin. La realidad lo decepcion. Seguramente los aguaceros nocturnos haban lavado la sangre del herido que busc refugio entre los puestos de flores. Haba algn agente de polica, no ms de lo que se vea habitualmente. Caminaba lentamente, mirando a todos lados, desconfiando de todos. Contrariamente a lo que hacia todas las maanas cuando despertaba, no corri por su cuota diaria de ron de segunda. Ese da era de muchsimo calor, ms de lo habitual. Se le ocurri tomar un jugo de naranja. "Cunto tiempo hace que no tomo algo natural? Inmediatamente se dio cuenta que no llevaba dinero, fuera de los dlares. No poda permitirse cometer el desliz, absurdo desliz de sacar un billete de cien dlares para pagar un jugo. Decidi, finalmente, no tomarlo. Su asombro iba en aumento al ver que no sala desesperado a buscar la racin de alcohol. Cuando vio a otros compaeros de vida del mercado, sucios y harapientos como l, con los efectos de los primeros tragos de la maana, sinti lstima. "Pobrecitos! Eso soy yo? .... Por Dios! Qu desastre!" De pronto sinti que no saba qu hacer, para dnde ir. Esta "tranquilidad" lo asombr, no era lo que se esperaba. En el medio de su resaca y desesperacin por el increble hallazgo haba preparado varios "planes de contingencia"; pero en ninguno estaba contemplado esto que le ocurra ahora. Nadie lo persegua, nadie vena a pedirle cuentas por el portafolios mgico; no haba bandas de mafiosos esperndolo, ni policas. Mucho menos cmaras de televisin.
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"Y si les digo que ah hay un cadver?" Por un momento estuvo tentado de hacerlo. Senta que no haba valido tanto desvelo, tanta angustia junto al muerto incluso lgrimas para que ahora todo fuera tan fcil. No saba en absoluto qu hacer. Decidi buscar a Sandra. No saba cmo. No quera preguntar a nadie. Prefera pasar lo ms inadvertido posible. Cuando unos nios vagabundos, parte de la poblacin habitual del mercado, lo saludaron efusivamente no sin cierta cuota de sorna apenas si contest. Cerca de la puerta de salida se le acerc "el Pescado", a quien haba estado buscando la noche anterior. "Qu pas licenciado? Vamos a echarnos un traguito?" "No puedo, hermanito. Tengo que hacer". "Pchica licenciado! Y qu pisados tens que hacer? Ni que fueras licenciado de verdad!" No supo muy bien qu decir. "Es que .... tengo que ir .... tengo que buscar a esos cuates de la iglesia, esos que nos visitan a veces". "Y para qu, vos? Si ellos siempre vienen". "Es que .... necesito unas medicinas". No saba cmo sacarse de encima a su molesto compaero. Su presencia empez a resultarle un estorbo. "Ser, licenciado? Hombre, te noto raro. Como que te ha pasado algo ..." En un momento pens que "el Pescado" lo saba todo y estaba buscando su confesin. Estuvo tentado de contrselo, de proponerle su silencio a cambio de una cantidad. Dudaba si deba hacerlo cuando aparecieron, providenciales salvadores, los jvenes de la parroquia. Pero no vena Sandra. "Y qu pas con la patoja, con Sandra quiero decir?", se apresur a preguntar "el licenciado", sin siquiera saludar a los que llegaban. "Ya no le toca ms a ella por ac; ahora atiende a los nios de la calle del parque Kennedy". Se qued sin palabras. No lo poda creer. Su nico contacto, la nica persona con la que poda hablar en el mundo, y ya no la iba a ver ms. "Vos patojo, y slo nios atiende ella por all?"
El parque Kennedy quedaba en la otra punta de la ciudad, a no menos de 8 kilmetros del Mercado Central. "Parque Kennedy! Encima hay que aguantar que le pongan sus nombres! No les es suficiente con todo lo que chingan?" Sin pensarlo mucho, se encamin hacia all. Despus de los primeros 500 metros vio que la empresa era ms dura de lo que se imaginaba. Calcul que le sera imposible. Dbil como estaba, seguramente poda morir en el intento. Opt por tomar un taxi. "Ya perd la cuenta de la ltima vez que tom uno de estos. Cundo fue?" El conductor desconfi un poco antes de subirlo. Un viejo harapiento, en su estado, llamaba la atencin al pedir un taxi. Una vez arriba del automvil cay en la cuenta que no tena dinero. Era absurdo usar los dlares; de todos modos, de alguna forma tena que pagar el viaje. "Si es mi dinero al fin y al cabo!", termin por convencerse. Y finalmente, pas lo que tema. Llegados al parque Kennedy no pudo impedir sacar un billete de 100 dlares, pese a no querer hacerlo. El chofer, en principio, desconfi. Luego, al verlo turbado, aprovech la ocasin para presionarlo, y ante su nerviosismo creciente, lo chantaje quitndole el dinero con la amenaza de llamar a la polica si deca algo.
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"El licenciado" prefiri perder esa cantidad nfima al fin y al cabo para evitarse problemas. Pero una vez descendido del taxi no saba qu hacer. "Buscara a Sandra", pens. Pero cmo?, dnde? Slo saba que iba a ese parque, segn lo que le haban dicho no le constaba, claro , para atender nios. Lo ms adecuado le pareci entonces dirigirse hacia esos nios. "Parias, otros pobrecitos parias igual que yo ... pero estos an son muy chiquitos. Hasta quiz se podran salvar todava .... Pero cmo?" No le cost mucho encontrarlos; en el parque vivan alrededor de cien de ellos. Sucios, harapientos, con los ojos tan rojos como los suyos, aparentemente alegres, pero trgicamente tristes tras sus gritos y bromas groseras, no le prestaron mayor atencin a su llegada. Era un viejo borracho ms que andaba por ah, como tantos otros parias. De todos modos los ms grandes notaron que no era habitual del lugar. Con la picarda propia de los de su condicin, picarda mezclada con desconfianza y osada, algunos se le acercaron. "Qu pas, viejo? Vos no sos de ac, no?, pregunt el que pareca ms astuto, jefe del grupo. "No, no. Acabo de venir". Como siempre en estas circunstancias, casi como reflejo de sobrevivencia, los nios se interesaron por el nuevo personaje recin llegado. En este caso no haba nada que pudieran obtener del espcimen en cuestin; nada evidente, al menos. Quiz divertirse a sus expensas. Y hacia eso comenzaron a apuntar los ms grandes. "No sers polica vos, no?. Qu chingados ests haciendo por ac? No sers un viejo maricn que est buscando chavitos?" "El licenciado" no saba bien cmo responder: defenderse?, hacerse el desentendido de lo que le decan?, explicar a qu haba ido? Esto ltimo le pareci lo ms correcto. De todos modos la estrategia elegida no aplac lo nimos provocadores. Aprovechndose del nmero varias docenas y de lo desvalido que se vea el recin llegado, el desenlace fue rpido: "el licenciado" termin golpeado, furiosamente golpeado por los nios. Y sin el dinero. Slo le qued algo unos mil dlares que se haba guardado, envueltos en un papel de diario, en el ano.
Las primeras gotas de la lluvia lo despertaron; ya estaba anocheciendo. Todo el cuerpo le dola por los golpes recibidos. Quiso correr a refugiarse del aguacero que se vena, pero no pudo. El dolor se lo impeda. En el medio de su dolor pens que despus de todo, pese a la paliza, las cosas no estaban tan mal. Tena an bastante dinero. Lentamente fue arrastrndose hacia una galera donde tambin haba unos cuantos nios. Se dijo que en esas circunstancias no le vendra mal un trago; pero, de todos modos, no fue en su bsqueda. Sinti, sbitamente, que poda vivir sin el alcohol. "Seguramente son stos los que me robaron. Espero que ya me dejen tranquilo". No obstante odiarlos en el momento y no querer saber nada de ellos, rpidamente tuvo la idea que tal vez podran ayudarlo. "Oigan, nios: ustedes conocen a una muchacha Sandra, que me dijeron que trabaja para la iglesia y viene por aqu a veces?" Los nios se miraron entre s, desconfiados. "A qu vena esa pregunta?" Una de las virtudes que tenan como grupo era su espritu de ayuda mutua. Ante un extrao eso se potenciaba. "Y por qu tanta pregunta, viejo? Qu onda con esa muchacha? Tens algo con ella acaso?"
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Inquirido de esa manera casi brutal por cierto "el licenciado" no supo bien cmo reaccionar. Se sinti acorralado, y balbuce lo primero que se le ocurri. "Si, es mi prometida". Las risotadas de los nios no se hicieron esperar. Secretamente, "el licenciado" tambin se mat de la risa. Aunque tambin, y sin que supiera por qu, le brotaron algunas lgrimas. "Homo homini lupus, no? Somos todos unos hijos de puta, sin dudas! Mir estos cabroncitos ... No tienen donde caerse muertos, y se ren de mi", pens amargamente.
Ya anocheca; deba resolver dnde pasar la noche. Recin en ese momento se dio cuenta que tena hambre, que no haba comido en todo el da. Tambin se dio cuenta, muy felizmente, que no haba probado una gota de alcohol. Y que no lo extraaba. Y se dio cuenta igualmente, por lo que se puso casi a temblar, que lo que haba dicho respecto de Sandra .... le hubiera gustado que fuese cierto. Pero prefiri desechar inmediatamente cualquier pensamiento ligado a eso. No teniendo dnde ir, ni conociendo a nadie en el parque Kennedy, decidi que lo mejor era quedarse ah, tratando de establecer buena relacin con sus recientes verdugos. Pens en la solidaridad de parias que seguramente encontrara con estos nios. Pero se equivoc. En la violacin sexual de que fue vctima, a manos de los ms grandes, le descubrieron el improvisado paquete con los dlares que an conservaba. Obviamente, lo perdi. No era tanto el dolor fsico lo que lo aquejaba, mientras dormitaba sobre unos sucios cartones ya hacia la medianoche, sino el espiritual. No encontraba explicaciones a lo que le haba pasado. "Por qu?, por qu?", no cesaba de repetirse. En lo nico que pensaba era en Sandra. Esa noche "el licenciado" tuvo pesadillas como haca tiempo no las tena. So cosas horribles, espantosas: vio un avin que caa, y escuchaba los gritos horrorizados de los pasajeros en la cada. So con un beb que se escapaba de los brazos de la madre para precipitarse en una catarata. Angustia, desesperacin por todos lados. Slo Sandra apareca como un oasis en ese desolado desierto. Finalmente lleg el alba; y los temores, si bien no se desvanecieron, al menos se mitigaron con la claridad. El primer pensamiento del da fue para ella. No pudo resistirlo, y volvi a preguntar si alguien la conoca, si saban darle alguna indicacin. Casi no fue tenido en cuenta por sus ocasionales acompaantes. Sin un centavo encima, mortificado, golpeado, no saba qu hacer. "Volver al mercado", pens "no era muy distinto de estar en este parque". Conoca ms gente all, quiz esa era la nica diferencia; porque por lo dems no era muy distinto: paria, marginal, ignorado. A veces se preguntaba sin tener respuesta cmo era posible encontrarse en ese estado. Cuando comenzaba a pensar en esto, lloraba, y slo el ron el barato y psimo ron con que se intoxicaba le permita sobrellevar esas angustias, y dejar de pensar. Doctorado en Filosofa en Friburgo, Alemania, gracias a una beca que le haba costado dos aos de sacrificio obtener, desde dos aos despus de su regreso a Centroamrica haba comenzado con la bebida. Se haban juntado varios factores: tambin la feroz represin poltica que se abata sobre el pas haba aportado su cuota. Debido a ella muchos de sus ms cercanos, incluido un hermano, haban desaparecido. "El licenciado", en forma casi providencial, haba salvado su vida en dos ocasiones. Pero fue demasiado, no lo resisti. Primero comenz a beber ms de lo socialmente tolerado; luego, paulatinamente, haba ido despreocupndose de sus cuidados elementales, dejndose
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vencer por el abandono. En poco tiempo ya no recordaba cunto termin viviendo en la calle; de ah a vagabundo slo fue un paso.
Pens en cmo la abordara cuando la viera. Ella en ms de una ocasin le haba preguntado por su historia; era ms que obvio que haba un cdigo compartido, una complicidad. El saba que ella se daba cuenta que no era slo un pordiosero; incluso varias veces le haba preguntado directamente acerca de su situacin. Como le desagradaba hondamente hablar de su pasado, "el licenciado" siempre encontraba la manera de escapar sutilmente o no tan sutilmente. Pero ahora decidi que le contara todo; pens que, adems, eso poda seducirla. La cuestin era encontrarla. Volvi a sentir deseos de beber; pero hizo lo imposible por abstenerse. Por otro lado no tena ni un centavo; al pensar en eso, sbitamente sinti hambre. La nica solucin a la vista era mendigar. Haca ya tiempo que viva de las limosnas; en un principio ello le provocaba vergenza, pero ese escrpulo haba quedado en el pasado. En la actualidad prcticamente no tena otra forma de obtener algn msero dinero sino a travs de la mendicidad. Trabajar era una perspectiva que desde haca eternidades no se le ocurra posible. "Die Arbeit ist das Wesen des Menschen", pens de pronto. "Pero si es cierto, por qu resulta tan molesto?" "Y si me pongo a dar clases de alemn?" ..... Ni pensarlo!" A veces, las pocas veces que no estaba embotado por los efectos de la bebida, pretenda reflexionar; y era una lucha atroz entre ideas antitticas que saln simultneamente. Nunca llegaba a nada finalmente. En esos inconducentes devaneos estaba cuando escuch entre los nios del parque la palabra mgica: "Muchachos, ah vienen los de la Iglesia. Ah viene la Sandra!" No lo poda creer: "Sandra aqu?". Era ms que un sueo. Cuando se vieron, ambos quedaron impactados; pero quien ms afectada pareci estar, fue ella. Vena en grupo, con tres compaeros ms. Era la nica mujer; joven, bonita, radiante en el medio de todos los varones. Pero de pronto, al toparse con "el licenciado", sbitamente cambi de cara. No supo qu decir. Tampoco a l le salan palabras. "Sabe una cosa, seo Sandra?", se apresur a decir uno de los ms desenvueltos del grupo de nios de la calle, jovencito de unos 15 aos. "Ayer apareci este viejo desgraciado por el parque, y se quiso pasar de listo con uno de nosotros. Por eso lo tuvimos que moronguear al cerote. Mire cmo qued por hacerse el loco". "El licenciado" qued estupefacto. Quera defenderse, decir algo .... pero las palabras no le venan. Los jovencitos siguieron el ataque. "Sabe lo que pasa, seo Sandra? Es un viejo degenerado ste. Nosotros no lo conocemos de antes; lleg aqu al Parque de buenas a primeras. Y ni bien lleg ya estaba provocando. Hasta andaba diciendo que nosotros le robamos un dinero, el muy cabrn". Sandra se senta entre dos fuegos. Hubiera querido defender al "licenciado" en forma incondicional, pero la situacin no se lo permita. Cmo justificarlo antes los nios? Saba, intua, podra haber jurado que todo lo que le decan no era cierto. Pero call esperando la reaccin del "licenciado", quien tambin permaneca mudo. Los acompaantes de Sandra intervinieron entonces. Con una forzada ecuanimidad trataron de investigar entre las partes en pugna. Sabiendo de lo manipuladores que podan ser en ciertas ocasiones los nios, con moderada cortesa se dirigieron al acusado:
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"Buenos das, seor. No nos conocemos, verdad? Es la primera vez que lo vemos por el parque Kennedy. Y cmo es esto que dicen los muchachos?", dijo uno de los recin llegados, con correccin pero no sin cierta firmeza en la voz. "El licenciado" no saba qu hacer; buscaba la mirada de Sandra, quien a su vez tampoco saba cmo reaccionar. El silencio se hizo tenso. "Entonces, es cierto lo que dicen los nios?", volvi a preguntar el inquisidor. Se le ocurri empezar a hablar en alemn; estuvo a punto de hacerlo incluso, aunque no saba por qu. Pero se abstuvo. Fue Sandra entonces quien intervino: "Muchachos, yo conozco a este seor. Me atrevo a poner las manos en el fuego por l. El no podra hacer nada malo, se los aseguro". Luego de decir eso, Sandra sinti una sensacin horrenda. Por qu lo haba hecho? A qu vena eso de defender a un mendigo presuntamente desconocido con esa conviccin? Y ms an: por qu esa pasin por alguien tan alejado de ella, tan de otro mbito, delante de su novio? (uno de los tres acompaantes del grupo de trabajo de la Pastoral era su prometido; en diciembre se casaban). Como el escndalo fue en aumento y los educadores populares de la Iglesia no pudieron manejar la situacin, un par de guardias de seguridad apostados en el parque se vio forzado a intervenir. No se sabe cmo, pero apareci una navaja entre los harapos del "licenciado", y un paquetito con crack. Fue all la primera vez que l intent una defensa de si mismo, negando todo lo que se le atribua. Tarde ya, seguramente. Las pruebas estaban a la vista, y aunque todo comenzaba a mostrar que era demasiado el peso de la crueldad del grupo contra un pobre diablo, ni los jvenes de la obra social ni los policas pudieron dar marcha atrs en la dinmica que se haba ido tejiendo. Uno de los muchachitos de la pandilla, adolescente ya, con un marcado perfil de conductor y conocedor de los vericuetos legales por su forzado paso por el lado amargo de esos desfiladeros present entonces la formal denuncia a los gritos. "El licenciado" era distribuidor de drogas.
Sandra fue quien pag la fianza. Su novio no lo poda creer; cuando se lo contaron sinti que se le paralizaba el corazn. Claudio Amaya, doctor en filosofa por la Universidad de Friburgo, 36 aos, hasta hace unos das bautizado con una mezcla de admiracin y saa "el licenciado", era ahora su nueva pareja. Unos meses ms tarde volvieron a encontrarse, Sandra y su ex novio. No se hablaron. Fue en un seminario sobre poblacin marginal y polticas de erradicacin de la pobreza, en un lujoso hotel de la zona cntrica. Ella estaba embarazada, y expuso con mucha soltura por cierto su experiencia en la nueva organizacin no gubernamental para recuperacin de alcohlicos y drogadictos "El Camino", de la que era director ... "el licenciado".
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JUANA
Cada tanto recordaba su origen: la imagen de la favela de San Pablo le retornaba insistente. Si bien eso haba sido mucho tiempo atrs con seis aos haba marchado con su familia a vivir en un barrio otorgado por el gobierno, en casa de ladrillos la historia de su infancia, y la de la violacin, era algo que nunca desapareca. Tampoco poda olvidar la histrica discriminacin que sufran los negros descendientes de esclavos africanos, tal era su caso. Haba pasado por ms de un tratamiento psicolgico, y en muy buena medida haba logrado procesar todo el espanto de esa pesadilla ya tan lejana. No obstante, ante circunstancias difciles como la actual, reaparecan los viejos fantasmas. Se encontraba en el despacho principal, y sus dos secretarias una morena, de Sudn, otra rubia, noruega esperaban ansiosas alguna respuesta. La reunin con la ms alta jerarqua haba sido por la maana; haban asistido representantes de todos los lugares donde la institucin tena presencia. Haba, por tanto, enviados de los cinco continentes, de ms de cien pases. El encuentro haba sido tenso; lo cual era comprensible: era la primera vez que la organizacin se hallaba en una disyuntiva tan apremiante. Las fuerzas chinas tenan ocupado prcticamente toda Asia, y su podero misilstico nuclear apuntaba tanto a los Estados Unidos como a Europa. El margen de maniobra era muy pequeo, y el tiempo se agotaba. Pekn haba sido categrico en la demanda: la Secretara General de las Naciones Unidas deba aprobar la invasin de los dos ltimos pases Arabia Saudita e Irn o comenzara el bombardeo impiadoso sobre las cinco principales ciudades de la costa oeste del pas americano, que a su vez haba tomado, con apoyo europeo, todo el Africa, incluido el norte islmico. Los chinos eran terminantes. Si haban dado un ultimtum, era de creerles. Y de temerles. Sus armas ya no eran como las de principios de siglo; ahora, en el 2045, gracias a una aceleracin infernal de su economa y de su desarrollo cientfico, haban puesto casi de rodillas a Washington. No ms de diez misiles intergalcticos con ojiva nuclear mltiple cargados con el nuevo material radioactivo trado de Marte disparados desde satlites estacionarios bastaban para terminar en pocos segundos con el pas americano. Y disponan de varios cientos. La Organizacin de Naciones Unidas, tan manoseada por aos, haba vuelto a tener cierto protagonismo en el panorama internacional; era por eso que se requera su intervencin bendiciendo la accin militar. Dado lo complejo del entretejido de los hechos, se haba pedido tambin la participacin de la Iglesia Catlica, que an detentaba algunas cuotas de poder. Pero no era fcil tomar una decisin. Justamente por eso, porque lo que se decidiera tendra consecuencias planetarias en el largo plazo, la junta de la maana haba sido larga y tensa. Nadie se atreva a plantear abiertamente una posicin belicista; pero todos saban que la institucin apoyaba, no tan en secreto, la toma del continente negro. Por tanto, de no hacer lugar a la peticin china se corra el riesgo muy alto por cierto de ser tambin considerada aliada de los yanquis y de los europeos. La respuesta militar por parte de Pekn era, por ello mismo, muy posible. Y las fuerzas armadas de la institucin eran muy modestas, absolutamente lejanas de poder dar una batalla con posibilidades de xito, aunque dispusiera de armamento nuclear. Ambas secretarias, en provocativas minifaldas, volvieron a entrar al despacho. El nerviosismo reinaba en el ambiente. Mara, la prdigamente dotada nrdica de lechosa piel, intent ser simptica con algn chiste, a modo de distender un tanto la situacin. Aunque era su preferida, y en otros momentos haba recibido muestras del ms enternecedor cario, ahora obtuvo por toda respuesta un pellizco en la nalga, por debajo de la falda roja. Por cierto el pellizco no pretenda ser tierno; haba sido, en todo caso, una descarada agresin fsica. Mara no respondi.
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En general no se comportaba as; su actitud dominante era la serenidad. Con sus cuarenta y ocho aos bien llevados y una muy buena condicin fsica haca dos horas diarias de gimnasia, aunque era persona pblica, internacionalmente pblica, lo cual abra la posibilidad de tener ms de un detractor, no contaba con enemigos a nivel personal. Afable, siempre con una sonrisa sincera, espontnea, su carisma era proverbialmente conocido. Nadie poda decir que alguna vez se hubiera sentido mal en su presencia. Pese a su condicin de persona negra, o justamente o por eso, era un paladn de la lucha antiracial. Una vez ms, como suceda en momentos difciles, se refugiaba en la lectura de Bartolomeo Sacchi en latn; su compleja obra "Historia de la vida de los papas" la conoca a la perfeccin, luego de innumerables recorridos. A partir de ella se haba inspirado para pintar La muerte de Juana, pattica y bien lograda obra donde se plasmaba el linchamiento y consecuente muerte a que haban sido sometidos en Roma, hacia fines del siglo IX, la papisa Juana y su recin nacido hijo. Ese hecho le pareca impresionante, tanto como su infantil violacin; eran de las pocas cosas, quiz las nicas, que retornaban cclicamente en su discurso. Su pintura hecha ms a ttulo de pasatiempo que con pretensiones estticas serias reflejaba un abanico de temas, y ni lo religioso ni lo truculento ocupaban un lugar de privilegio. Le interesaban por igual el amor, la niez, el sexo o la ecologa. Desde haca ya un par de dcadas en la Santa Sede se vena dando una serie de cambios para estar acorde a los tiempos; el aumento incontenible de las sectas evanglicas en Latinoamrica y de los grupos fundamentalistas musulmanes en Asia, Africa, Amrica del Norte y Oceana, as como un agnosticismo creciente en Europa y la fascinacin por la robtica, haban llevado a la religin catlica a una casi virtual desaparicin. De ah que la alta jerarqua vaticana introdujera osadas transformaciones en su estructura institucional, a fin de mantener con vida una tradicin ms que doblemente milenaria. No sin resistencias internas, en aos recin pasados se haba eliminado el celibato, se haba aceptado la presencia femenina en el curato las sacerdotisas, sin embargo, no podan quedar embarazadas, haba terminado por aceptarse la planificacin familiar y el aborto como prcticas normales, y se haba delineado una estrategia meditica que empalideca el mercadeo de pelculas realizado por los hindes, apelando a las ms sutiles y espantosas tcnicas de penetracin psicolgica. En esa lgica se haba aliado a la Coca-Cola International Company, siendo el joint venture de provecho para ambas instancias: los fabricantes de refrescos eran bendecidos por dios, y tenan asegurada publicidad gratuita en miles de iglesias en toda la faz del planeta. Y el Vaticano, a travs de un simptico y sonriente Jess en tres versiones: rubio, moreno y oriental apareca en millones y millones de envases. Dios toma Coca-Cola decan las etiquetas. Ante el pellizco, las dos secretarias optaron por retirarse sin abrir la boca. Saban que cuando se pona as era mejor no dirigirle la palabra; si bien su actitud era dulce, a veces poda adoptar un aire terriblemente agresivo. Tal era el caso ahora; y en esas circunstancias era mejor alejarse. Pas hacia la sala contigua al despacho principal; all tena instalado su taller de pintura. Trabajar ah, pintar un poco, cuando la tensin suba tanto como ahora, le haca sentir bien. Pens en una nueva versin del suplicio de Juana la papisa; desde mucho tiempo le interesaba hacer algo remedando la pintura primitivista que haba visto en Guatemala, en Centroamrica. El cuadro que haba producido ahora, dos aos atrs, cuando comenzaba su mandato, tena un aire renacentista con algn destello surrealista. Combinacin rara, por cierto; pero que no le incomodaba estilsticamente, y cuya utilizacin no dejaba de tener cierta aura atractiva. Pintar una violacin le pareca demasiado funesto; suficiente con haberla padecido. La lapidacin de este mtico personaje de la Iglesia Catlica le fascinaba. Le pareca arquetpico, smbolo absoluto de la hipocresa del mundo: una institucin que por milenios prohibi entre sus
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filas la presencia de mujeres y cuyos miembros masculinos hacan votos de castidad, mientras que se cansaban de tener hijos ilegtimos o relaciones homosexuales. Una institucin patriarcal y verticalista como ninguna otra, donde una mujer pudo llegar a ser su primer dignatario a costa de la transgresin, pero el da que dio a luz fue ajusticiada por una plebe manipulada, asustadiza y profundamente conservadora, producto todo ello de una jerarqua misgina y enfermiza. La figura de esta Juana le pareca un smbolo, si bien no tan evidentemente vlido en aos anteriores, ms que actual hacia mediados del siglo XXI. Juana y la transgresin: nuestro camino haba pensado que cabra mejor como ttulo del cuadro. Opt, finalmente, por el otro ms convencional. Hoy da ya no era prohibida la presencia de la mujer en la estructura del poder eclesial. Haba dejado de ser diablica; aunque ello era producto de un reacomodo forzado. Hondamente saba que la odiaban. La odiaban profundamente por ser mujer, por ser negra, y por su origen de pobre y marginal. A veces, pese a lo traumtico de sus primeros tiempos de vida, la enorgulleca venir de una favela. Sin tener muy arraigada una preocupacin por lo social, en trminos viscerales no se senta a gusto con los funcionarios que ella llamaba aristocrticos. Es decir, aquellos que no venan de historias de exclusin tan notorias, que estaban acostumbrados desde siempre a pertenecer al crculo de los afortunados, de los integrados al sistema mundial. El solo hecho que se hablara de inviables le pareca una falta de respeto en trminos humanos. Un favelado no es viable, rezaba el catecismo econmico de la economa de libre mercado; lo cual le pareca horrendo, inadmisible. Ella representaba a los eternamente hechos a un lado, a los inexistentes, a los que no cuentan. Se senta igual que Juana I: de campesina a papisa, titnico esfuerzo personal mediante. Igual que ella, era una marginal. Slo con un denodado arrojo haba podido llegar a estudiar, venciendo la marginacin crnica que la postergaba; su impresionante talento haba hecho el resto. Era, sin proponrselo de manera consciente, un smbolo de la irreverencia. Iconoclasta visceral, su vida misma era una invitacin a la heterodoxia, a la hereja. Repitiendo la mtica historia de Juana la inglesa, tambin ella haba tenido sus benefactoras, gracias a las cuales haba accedido al papado. No deba favores, en sentido estricto, porque con ambas haba sido amante en su momento, pero nada las una ahora. Con una de ellas, aunque ya de forma muy tenue, an se encontraba ocasionalmente; sin embargo eso no traa deudas: eran algunos encuentros inocentes, slo eso. Ahora su pasin estaba depositada en Mara, la sensual secretaria polglota con la que mantena una relacin fogosa oculta, por supuesto. Ya entraba la noche y Juana II tal era el nombre que haba adoptado para papisa, no sin discusiones, dado que muchos miembros del consejo cardenalicio no reconocan la existencia de la primera, un milenio atrs an no daba una respuesta. Mara desesperaba; cuando Su Santidad se pona as de caprichosa, de agresiva, era intratable. De amante ella lo saba, y lo padeca ms de una vez. Las llamadas se sucedan frenticas, y era ella quien tena que responder. A su vez, luego, el vocero papal se encargaba de presentar las cosas. Aunque no haba mucho para informar en realidad. De pronto Juana tuvo una repentina idea una revelacin se hubiera dicho en otros tiempos. Si era ella la elegida por el rey de reyes, el primer motor, el sumo dador de vida y dispensador de favores; si ella ocupaba la silla de San Pedro por designio divino, por qu no aprovechar todo ese poder para intentar algn cambio de verdad? A veces, muy en secreto con Mara, por lo comn luego de hacer el amor, le venan ganas de sincerarse y abrir una crtica feroz contra toda la institucin pensaba que era inadmisible que ellos, la Santa Madre Iglesia, siguieran pensando con criterios de ms de dos mil aos atrs; que al lado de los fenomenales problemas del mundo todava fueran tan ciegos. Le pareca abominable que la disposicin del papa anterior prohibiera a las sacerdotisas tener hijos. Si no se hubiera hecho la operacin de ligadura de trompas cuando andaba por los treinta aos, algn
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tiempo atrs se hubiera atrevido a buscar un embarazo. Aunque entenda que era un riesgo a cierta edad, lo hubiera hecho ms con espritu contestatario, de pura irreverencia. Soaba, incluso, con adoptar algn nio de su favela de origen. De papisa quin se lo impedira? De todos modos tambin se daba cuenta que no dispona de todo el poder que hubiera deseado. Se haba aceptado la entrada de la mujer en la carrera vaticana ms que nada porque los tiempos as lo exigan, pero muy en el fondo saba que el patriarcado no haba terminado. Pens entonces en hacer una jugada poltica bastante atrevida. Llam de urgencia a algunos de sus pocos asesores en quienes confiaban. El ms cercano era tambin un brasileo. Se le ocurra que esta era una buena circunstancia para intentar realizar un viejo sueo. Se poda negociar a dos puntas: reconocer la invasin china sobre los dos pases del golfo prsico y mirar para otro lado a cambio del apoyo de Pekn para el traslado del Vaticano a San Pablo, Brasil. Si los jerarcas chinos reciban un reconocimiento de la Santa Sede, lo cual era una virtual bendicin y tcita aceptacin de su poltica de expansin, se estableca un equilibrio: ellos en el Asia y Oceana, los rubios en Africa y Latinoamrica. y Dios con todos. Este reconocimiento diplomtico bajaba las tensiones y daba oxgeno; nadie tena que buscar entonces demostraciones de fuerza que, en este caso, podan implicar la muerte de cientos de millones de personas y prdidas econmicas inconmensurables. Occidente perda terreno, pero evitaba una carnicera, y una muy probable derrota. El Vaticano haca un juego mltiple, y con nadie quedaba mal; por lo cual, muy justificadamente entonces, poda pedir su recompensa. Juana II se senta pletrica. En realidad no lo haba pensado mucho, haba sido una respuesta inmediata, casi una inspiracin divina; en realidad lo que ms le preocupaba era la reaccin de la Coca-Cola International Company. Eran ellos, desde haca algn tiempo, los ms feroces defensores de la contencin de China. Y no sin motivos: los refrescos producidos en el pas oriental le haban quitado ya ms de un tercio de mercado a nivel global. Sin embargo la morena papisa era de la opinin que si no puedes contra ellos, pues entonces neteles. Aos de ignominia, transgresin e hipocresa la haban curtido. Todo vale, era su lema. Con eso no haca sino poner en palabras lo que era su cruda experiencia de vida. Los funcionarios con que se reuni eran, si bien no precisamente progresistas, al menos los menos misginos. No la respetaban tanto a ella era mujer, y ni qu decir si se hubiera sabido de sus tendencias homosexuales sino a su investidura. Despus de exponer detalladamente sus puntos de vista lo hizo en italiano; hablaba perfectamente siete idiomas todos quedaron callados por un buen rato. Nadie se atreva a tomar la palabra, hasta que un viejo cardenal de origen espaol lo hizo. El plan estaba bien urdido, sin embargo la fuerza de la tradicin tena un peso inimaginable. Cmo trasladar el Vaticano fuera de Roma? Imposible! El polaco Juan Pablo II, a fines del pasado siglo, haba inaugurado la tendencia de los pontfices a viajar fuera de la ciudad sagrada; pero trasladar la ciudad sagrada era otra cosa. Hereja, apostasa. Para algunos de los presentes era blasfemo, insoportablemente sacrlego el slo hecho de pensarlo. Juana vio que, una vez ms, estaba sola. Sola y desamparada, como en la favela. Incluso su consejero coterrneo no atin a defender la propuesta. El era bastante conservador; y adems, era rubio, de origen austraco. Una vez ms tambin pens Juana II que mejor ser varn. Con eso nada se arreglaba, pero la ratificaba en su desprecio por el patriarcado. Pekn esper dos das ms, y en vista que no reciba seales claras ni del Vaticano ni de las Naciones Unidas, atac. Nunca se supo con exactitud la cantidad de muertos, pero segn clculos bastante precisos se estim en alrededor de noventa y tres millones de desintegrados por la fisin termonuclear asistida de los tres misiles cados.
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La papisa Juana II intent dimitir, pero no se lo permitieron. Tuvo que soportar a pie firme el desarrollo de la nueva guerra. Finalmente la Santa Sede debi instalarse en otra ciudad, no tanto por la intencin de la pontfice, sino debido a la destruccin sufrida en Roma. En la nueva morada la austral Ushuaia, en Tierra del Fuego, una de las pocas regiones del planeta no contaminada con energa atmica vivi menos de un ao. Nunca qued claro el motivo de su muerte; algunos dicen que fue apualada por su secretaria noruega (fue la versin llammosle oficial). Otros, bien informados, dicen que se repitieron los hechos del ltimo papa italiano de la historia, Albino Luciani. De todos modos ninguna autopsia revel envenenamiento. Algo curioso fue el annimo descubierto al pie de su lecho de muerte nunca revelado, grotescamente burdo, escrito sobre papel negro, con semen: in sempiterna saecula saeculorum. Amen.
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LA VENGANZA
Los tres hermanos eran terribles; pero ms an lo era Zuca, el mayor. Decan por all que tanta crueldad era la venganza ante la muerte del menor, dos aos atrs Paulinho, con ocasin de la memorable huelga en la plantacin azucarera de su padre. Para ese entonces don Luis, viejo terrateniente que deca descender de marqueses portugueses, dueo de varios miles de hectreas de caa en el estado de Baha, ya casi no se ocupaba de los negocios debido a su precaria salud, habindolos dejado casi todos en manos de sus hijos, y de Zuca especialmente. La huelga se prolong por espacio de dos meses; luego de la muerte de Paulinho la cual nunca qued muy clara: parece ser que fue un balazo de los manifestantes una calurossima noche, en pleno febrero la familia Guimares da Silva se decidi a no negociar con los huelguistas y emprendi la contraofensiva de una manera brutal. Fue ah donde los tres hermanos ganaron su fama de despiadados; las muertes de los trabajadores se contaron por centenas, y el incipiente sindicato fue totalmente desarticulado. An hoy se dice que Zuca mat con sus propias manos y comi a ms de un campesino, lo cual le dio ese aura de monstruo sagrado, respetado, pero ms que nada, temido. Algunos, por supuesto en voz baja, lo llamaban el canbal. Desde siempre, pero ms an despus de la represin de la huelga, el clan Guimares fue famoso por su ferocidad. El viejo don Luis haba sido por aos la figura fuerte de Juazeiro, la ciudad donde sus ancestros se asentaron varias generaciones atrs. Sus cuatro hijos, todos varones, llevaron esa tradicin a niveles inauditos; luego de su muerte unos meses despus de la huelga, y quiz ante la ausencia de alguien que pudiera ponerle lmites los tres sobrevivientes se tornaron unos pedantes intolerables, violentos, desenfrenados. Era Zuca quien marcaba el ritmo. Solteros empedernidos, las mujeres de la localidad sentan un respeto reverencial por ellos; pero no admiracin. Era, en todo caso, una mezcla ambigua de fascinacin y terror. Aunque no haban reconocido a ninguno, los tres hermanos y especialmente Zucatrajeron al mundo alrededor de dos docenas de hijos. Jams se preocuparon por ellos, y nunca aportaron un centavo para su mantenimiento. Despreciaban visceralmente a los negros. Se deca sin que se pudiera precisar si era cierto o eso formaba parte del mito colectivo que se alimentaba cada da que los hermanos Guimares practicaban tiro con sus trabajadores de color, que eran la gran mayora por cierto. Todo esto haca que la poblacin de Juazeiro los odiara profundamente. Si bien siempre haba sido la familia dominante del lugar, motivo por lo que desde varias generaciones eran temidos, despus de la huelga tanto el miedo como el odio que inspiraban haba crecido notoriamente. La actual generacin era la versin corregida y aumentada de todas las atrocidades histricas del clan, de su racismo, de su desprecio. Aunque nadie se atreva a enfrentarlos, todo el mundo guardaba secretamente un espritu de venganza que se agigantaba con cada nueva tropela. Y de hecho, stas nunca faltaban. Para informarse acerca de una posible futura inversin en rboles de cacao, Zuca y Jair viajaron a San Salvador. En su estancia de no ms de una semana tuvieron ocasin de ir a una discoteca que los impresion fuertemente. Se trataba de la ms moderna y lujosa en su tipo, enclavada en una gruta natural en las afueras de la ciudad. Quienes la montaron no repararon en gastos, y hasta el ms mnimo detalle haba sido calculado: lujoso diseo de cada sector, luces, equipos sonoros, plataformas mviles. Todo era de primera calidad, bello, majestuoso. La impresin que produjo en los hermanos Guimares fue muy profunda. Tanto que inmediatamente pensaron repetir algo similar en Juazeiro.
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A su retorno ya tenan concebida una serie de alternativas; convencer a Antonio fue cuestin de horas. Al da siguiente del reencuentro familiar el plan de instalacin de una discoteca en su ciudad ya estaba en marcha. En las cercanas de Juazeiro, a escasos dos kilmetros, se encontraba el lugar ideal (ideal segn los hermanos, claro): la cueva de Queiroz. Era una gruta que desde haca no ms de un ao haba sido convertida, junto con un predio de un centenar de hectreas, en rea protegida federal. De momento no estaba explotada tursticamente, pero la idea del Ministerio a cargo era poder llegar a ese objetivo en un corto tiempo. Como de momento todo eso eran slo planes, la reserva propiamente dicha no contaba con ninguna proteccin policial. La cueva era un santuario de murcilagos, en cuyo interior corra un ro subterrneo de belleza incomparable, enclavada en una regin de exuberante bosque tropical. Con su pequeo ejrcito de guardaespaldas armados hasta los dientes, los hermanos Guimares da Silva no demoraron mucho en apropiarse del lugar. La impunidad con que acostumbraban manejarse se revel una vez ms, y en poco tiempo la cueva comenz a convertirse en una febril obra en construccin. Excavadoras, camiones, trabajadores con cartuchos de dinamita irrumpieron en el tranquilo paisaje de Juazeiro. Tambin los guardias con fusiles de asalto pasaron a ser comunes en la regin. Los miles de murcilagos muertos fueron sacados en no menos de cien bolsas; parece ser que utilizaron veneno para su exterminio. La reaccin popular no tard en aparecer. Aunque con temor, dada la negra historia de la familia como personajes intocables en la regin, todo el mundo se sinti hondamente indignado por esta nueva muestra de impunidad. Primero en voz baja, luego en forma abierta, el malestar se fue transformando en clamor. El poder del clan de hacendados era enorme; de hecho influan sin miramientos en las autoridades locales: alcalde, jefe de polica y cura prroco deban tener la bendicin de don Luis y desde su muerte, de Zuca para ejercer sus cargos. El grupo de matones armados de los Guimares custodiaba sus intereses mejor que el ms preparado ejrcito. De hecho, era un verdadero ejrcito: lo conformaban unos cincuenta hombres, todos dispuestos a matar cuando fuera necesario y amparados en la seguridad que les daba el saberse protegidos por el seor feudal de la regin. El exterminio masivo de los murcilagos en realidad fue el detonante; a la poblacin de Juazeiro no era eso, en definitiva, lo que ms le importaba. Constitua un detalle ms, otra prueba de lo que era el ejercicio del poder llevado a sus grados extremos, ilimitado. Lo que realmente ofenda era el abuso. De todos modos las primeras reacciones vinieron justamente desde el mbito medioambientalista. Desde la apertura del rea protegida en las cercanas de la ciudad, el tema de la defensa ecolgica haba pasado a ser algo ms o menos cotidiano entre su poblacin. Aunque la municipalidad no tomaba mayores cartas en el asunto, dos organizaciones no gubernamentales haban comenzado a desarrollar su trabajo de sensibilizacin al respecto. Una de ellas, con sede en San Pablo, tena incluso un ambicioso proyecto institucional que iba ms all de la defensa de los recursos naturales, poniendo el nfasis fundamental en la organizacin y participacin de las comunidades. La incidencia de ambas instancias se comenz a hacer sentir. Tambin se sinti la respuesta de los Guimares. Se dieron un par de escaramuzas bastante fuertes por las que, en el lapso de una semana, ambas organizaciones ambientalistas decidieron salir de Juazeiro. En un caso un trabajador de una de ellas un joven que vena a la comunidad desde San Salvador y se estaba empezando a integrar al medio local sufri una brutal paliza que lo dej hospitalizado por un par de das. Las autoridades no dijeron ni una palabra al respecto. Una semana despus de la retirada de "Vida Silvestre" tal era el nombre de la segunda institucin en marcharse el escndalo se difundi ms all de la pequea ciudad. Incluso llega47
ron medios de Brasilia, de San Pablo. La estrategia de Zuca porque era l quien en verdad manejaba todo fue oportuna. Luego de una cena entre el alcalde, el jefe de la polica, el cura y los tres hermanos, se organiz un foro municipal donde estuvieron las "fuerzas vivas" de la localidad, o sea, aquellas tres personas y los hermanos, ms un "representante" de la poblacin: un trabajador de la hacienda (el negro Tancredo, analfabeto, desdentado, con un respeto/terror reverencial por sus amos). La presentacin tuvo forma de conferencia de prensa; el poder detentado localmente y la habilidad en los contactos por parte de los Guimares, o la gravedad de la situacin, o ambas cosas, hicieron que llegara la artillera pesada de la prensa nacional; e incluso, de la internacional (corresponsales de Estados Unidos y de Alemania). Fue tragicmico. Durante la comparencia quien siempre puso las condiciones fue Zuca; Tancredo balbuceaba torpemente el guin que se le haba dado, y otro tanto haca el alcalde, para mostrar que "el progreso haba llegado a Juazeiro", y que la construccin de la discoteca que tendra por nombre nada ms y nada menos que "El murcilago" "es un importante aporte al comercio local". Tan nervioso estaba el trabajador de la hacienda ante las preguntas de los periodistas que, sudoroso, casi al borde del llanto, en un momento dijo: "yo no s mucho de todo esto. Mejor pregntenle al amito Zuca, que fue el que me trajo ac", lo cual despert ternura en algunos, pero indignacin en los ms. Los hermanos se amparaban en un vericueto legal por el que el rea protegida, que an no era parque nacional, en estos momentos, y dada una irregularidad administrativa involuntaria del personal tcnico que llevaba el expediente, estaba ahora en un limbo normativo. En sntesis: no era de nadie. Aprovechando esa circunstancia, y con la justificacin de promover el turismo hasta llegaron a hablar de turismo responsable y sostenible, para estar acorde a los lenguajes en boga se lanzaron a este proyecto de "desarrollo local". El discurso oficial con que se present el hecho ya consumado no dejaba muchos resquicios; quedaba abierta la posibilidad de emprender la batalla legal, pero quin se atreva a hacerlo? Escudados en los tecnicismos leguleyos, pero mucho ms an en los fusiles de sus guardaespaldas, los tres hermanos siguieron adelante con su obra. Que, dicho sea de paso, no era el nico negocio; adems de la histrica plantacin azucarera tenan tambin un obraje maderero, dos de las cuatro gasolineras de la ciudad de Juazeiro, y ahora ese haba sido el motivo original del viaje a San Salvador el mes pasado incursionaban en las plantaciones de cacao. Lo de la discoteca era algo adicional. Pero por diversas razones (era un toque de modernidad, tena un perfil seductor) los haba apasionado desde un principio y no estaban dispuestos a abandonar el proyecto por nada del mundo. La muerte de un curioso unos das despus de la conferencia de prensa lo dej ms que claro. Mientras la obra segua adelante, tambin creca la indignacin de la poblacin. En dos meses la discoteca estuvo lista, y tambin la denuncia preparada por un colectivo de vecinos asesorados por un bufete de abogados de la Universidad estatal de San Pablo. Una semana antes de su inauguracin fue presentada en el Juzgado de Delitos contra el Medio Ambiente en San Salvador, Baha. Entre otras cosas, pero justamente poniendo un especial nfasis en esto, se alertaba sobre el inminente peligro que representaba utilizar una cueva como la de Queiroz para implementar una discoteca. Las razones tcnicas que se esgriman para vetar su funcionamiento eran variadas, y todas de peso: el lugar era altamente peligroso para desarrollar una actividad del gnero que se prevea, no haba la ventilacin adecuada, y en especial destacaban las reverberaciones de las
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potentes ondas sonoras de los equipos de msica que, segn el peritaje presentado, constituan un severo peligro potencial como posible causa de derrumbes. Cuando los hermanos Guimares da Silva conocieron el tenor de la denuncia presentada, adems de enfurecerse, rieron. Fundamentalmente rieron porque la encontraron insustancial; segn los dos ingenieros y el arquitecto contratados, nada de eso poda suceder. Faltando tres das para la apertura, recibieron la comunicacin del juez de San Salvador: no innovar, deca la medida. Es decir, todo quedaba en suspenso hasta que las investigaciones pertinentes decidieran si corresponda, o no, inaugurar la discoteca. La discusin en torno a si deban seguir adelante con el plan o acatar la medida legal no les tom ms de quince minutos a los tres hermanos, asesorados por su abogado. Nadie se los impedira fue la consigna. Dado que ya estaba en marcha la propaganda desde haca dos semanas, optaron por continuar con el proyecto trazado. No retiraron un solo cartel, no quitaron las cuas ni radiales ni televisivas. Ese da era un viernes se ofreca entrada gratuita para las mujeres y a mitad de precio para los varones; en todos los casos la empresa obsequiaba un trago como cortesa de bienvenida. En el medio de la indignacin popular de Juazeiro y de otros lugares, visto que el asunto haba trascendido lo local lleg el momento de la inauguracin. Nunca se supo si la orden enviada al comisario Figueira no le lleg y en ese caso por qu o, sencillamente, no la acat. La directiva era clara: deba constituirse en el centro de diversin y no permitir el ingreso de nadie. Pero ese viernes no hubo ni un polica. El nico personal que prest seguridad fueron los ya conocidos guardaespaldas de la familia; esa noche estrenaron todos floridas camisas cariocas, bajo las cuales lucan sus sempiternas pistolas. Como negocio fue exitoso. Llegaron varios cientos de jvenes; muchos de Juazeiro, pero una gran mayora de San Salvador; incluso haba turistas extranjeros. Hubo un grupo de vecinos que intent disuadir de asistir a los jvenes, pero no tuvieron mayor eco. Dos horas despus de abiertas las puertas, la gruta estaba colmada de gente. Y las recomendaciones presentadas en la denuncia se demostraron ciertas: el nivel de decibeles de la msica fue tan alto que sobrevino el derrumbe. Los muertos superaron las cien personas, pero la gravedad del accidente no fue slo eso sino la angustia por rescatar a los sobrevivientes dado la dificultad de trabajar en la gruta. No se supo de dnde aparecieron las armas hasta una granada de fragmentacin hubo pero lo cierto es que el pueblo enardecido acometi contra la casona de la familia Guimares da Silva. De los guardaespaldas, al ver la ira incontenible de la poblacin que portaba armas tan potentes como las suyas, algunos dieron batalla fueron los siete muertos que se contabilizaron luego esparcidos en el jardn, pero la gran mayora prefiri huir. Los cadveres de los tres hermanos fueron paseados por las calles de Juazeiro antes de ser quemados. Fui difcil reconocer posteriormente cul era cada uno; el ms destrozado fue Zuca. Manos annimas pintaron en algn muro, en espaol: Fuenteovejuna, seor; Fuenteovejuna lo hizo.
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SE HIZO JUSTICIA. Bueno, en realidad yo no lo vi directamente sino que me lo contaron. Pero quien me lo cont, te lo aseguro, es alguien a quien le puedo creer totalmente, por eso ahora te lo cuento dndolo por cierto, aunque no lo haya visto. Me permito contrtelo, adems, porque somos colegas, y lo hago slo en el mbito de la discrecin profesional. Para ese entonces yo ya viva en otro pas; estaba en Suecia, en el exilio. Fue duro!, muy duro! Pero ms an debe haberlo sido para los que no pudieron salir. Yo conoca a la muchacha, pero slo de vista. Ella estaba un ao adelante mo en la carrera de medicina; le faltaba un ao para terminar. Era hermosa; recuerdo que todos los varones estbamos embobados con ella. Era hermosa, y adems muy inteligente. Directamente con ella nunca habl tengo que confesar que me daba cierta vergenza; siempre pens que yo hubiera sido demasiado poco para ella. Pero mir cmo es la vida, no? Yo ahora soy el director del hospital donde ella fue a atenderse, y si bien no llev su caso mdico, me toc conocerlo tangencialmente. Bueno, vamos al grano: para esa poca arreci la represin. Los militares acababan de dar el golpe de estado, en marzo del 76, y la cosa estaba muy difcil. De recordarlo, creme, se me pone la piel de gallina. Todava siento el miedo que daba todo aquello: los controles de la polica y del ejrcito, los autos sin patente En la facultad estaba lleno de delatores, te lo juro. A Marta as se llamaba ella la delataron. Con un grupo de amigos creo que, ms o menos, sabemos quin fue; no estbamos seguros, si no, creme que lo hacamos cagar. Pero, bueno ella fue una ms de tantas, como tanta gente, como tanta juventud. Qu hubiera sido si ganbamos? En fin no quiero ni pensar en eso. Lo cierto es que no ganamos; yo tuve que rajar, y mir esta mina cmo termin. Parece ser, segn lo que me contaron, que cuando yo ya me haba ido, a mediados de 1976, a ella la agarraron. Fue una noche; no s bien cmo fueron los detalles. Ella estaba bien metida era montonera, y con un cargo alto y me imagino que tendra muy bien aceitados todos los mecanismos de seguridad. Pero la dictadura era terrible, se las saban todas. Bueno, la agarraron, y la desaparecieron. Cmo? Que dnde lo supe? En Suecia. Con los compaeros de la organizacin mantenamos contacto fluido, y todo se saba rpidamente. Adems, ahora, mucho de eso est en su anamnesis. Te repito: aunque yo no era su terapeuta por fuerza tuve que conocer algunos aspectos de su caso. En realidad Marta era su pseudnimo; su nombre real nunca lo supe, y la vez que poda leerlo en el Informe sobre la Tortura, aos despus, no me interes. Qu ms da el nombre? Y en el hospital en Suecia creme que ni siquiera quise buscarlo. La agarraron, entonces, y la esfumaron. Fue en Rosario, la ciudad donde los dos estudibamos y militbamos. Ninguno de los dos era de ah, pero ah nos habamos instalado. Todava me acuerdo y me da un poco de risa, te lo aseguro el Monumento a la Bandera. Segn le por ah, es la nica ciudad del mundo que tiene un monumento al pabelln nacional tan inmenso. Es una cosa de locos: es ms grande que la municipalidad, o que la casa de gobierno en Buenos Aires! Mide como dos cuadras de largo, y tiene casi 100 metros de alto. Es increble! Es tan grande como grande era nuestra esperanza Bueno, me corrijo: como sigue siendo, che; porque la historia no ha terminado. Yo sigo teniendo esperanzas, y lo que perdimos fue slo una batalla. Pero volvamos al relato: cuando te agarraban estos cabrones no se saba qu iba a pasar. Seguro que nada bueno, por supuesto. Pero haba varias posibilidades: si tenas suerte y eras legal, podas llegar a aparecer con vida en general, previa tortura, claro. Si no, olvidate Eras un desaparecido ms, y te poda pasar cualquier cosa: te mataban, te tiraban por ah, te tiraban al mar, podas pasar por varias crceles clandestinas. En fin, era una lotera. Lo que s, siempre, siempre en todos los casos, haba tortura. Yo zaf, viste? A veces pienso, no sin cierto remordimiento, que fui
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un cobarde escapndome. Pero no haba otra alternativa. Qu hubiera hecho si me quedaba? Resistir? No, eso es mentira. Nadie poda resistir. Hoy da, te lo juro, aunque a veces siento un cachito de culpa, creo que lo mejor fue poder escapar de ese infierno. Por lo menos no me torturaron, y eso ya es mucho. A Marta s la torturaron. En general nunca se saben bien los detalles de esas cosas. Por las declaraciones que hacen los que sobrevivieron se ve que ms o menos hay patrones comunes en todas las torturas. Despus, haciendo ya una lectura ms terica del fenmeno, leyndola en trminos de investigacin sociopoltica, te pods dar cuenta que la tortura que hubo en toda Latinoamrica fue similar, que se buscaba lo mismo, que los manuales con que se entrenaban los torturadores eran los mismos. Entonces pods llegar a la conclusin que eso era una tctica de guerra; no lo hacan locos perdidos. No, de ninguna manera. Algo escribi Eduardo Galeano por ah, no recuerdo bien dnde, sobre los torturadores, que son empleados, simples empleados bien preparados que cumplen con sus ocho horas de trabajo. Ellos son los guardaespaldas, slo eso. El enemigo no son ellos, o no lo son directamente, aunque sean unos hijos de puta. Para qu prepararon a los militares en Latinoamrica sino para eso? Eso es lo que te hace ver que nuestros ejrcitos ni son nacionales, ni son ejrcitos. Son guardaespaldas de los ricos. Y de los yankees. Perdoname tanta disquisicin, hermano: es que estos temas me apasionan, y no puedo dejar de decir todo lo que pienso cuando hablo de esto. Pero volviendo a Marta, por lo que supe ella estuvo en un chupadero en las afueras de Rosario, y despus la pasaron a una base en Crdoba. Fue ah donde ms estuvo: como un ao. Mir, no es necesario que te lo cuente, pero es bastante obvio: a todas las mujeres las violaban. Tambin pas con algunos varones, pero ms raramente. Con las minas, a todas, sistemticamente, las violaban. Incluso varias quedaron embarazadas, y los hijos que nacieron en cautiverio se los robaron. A Marta me imagino que tambin le toc eso de la violacin. En Crdoba, en un lugar que ahora no recuerdo exactamente cmo se llamaba, fue donde ella conoci a este hijo de puta. El tipo era oficial del ejrcito. Era porteo. En general no haba una nica persona asignada para las torturas, pero a veces tambin se daba el caso que uno tena un solo torturador "oficial", llammoslo as. Y eso fue lo que sucedi con Marta y con este teniente, que se llamaba Marcelo Quiroga. No vienen a cuento los detalles para qu ms morbo?, pero por lo que pude saber este tal Quiroga era de los peores: desalmado, fro, totalmente convencido de lo que estaba haciendo. Esos son los peores: los que no dudan. No es la primera vez que se escucha de algo as, que una mujer torturada termina en pareja con su agresor. Que si conozco ms casos? Claro, s. Bueno, no directamente, como el de Marta; pero los hay, y estn registrados. De hecho, aunque no soy psiclogo, s que el fenmeno est bien estudiado. Son mecanismos de sobrevivencia, dicen los que saben de estos asuntos. O sea, formas con que uno trata de buscar adecuarse a las situaciones lmites. Yo no s qu hara en una situacin as, creme. Ms an si fuera mujer. Y con todo respeto lo digo: si hay gente que se quiebra en la tortura, que canta, que se pasa al bando contrario, lo entiendo. No lo aplaudo, por supuesto; pero lo entiendo en trminos humanos. Quin tiene el aguante sobrehumano de salir indemne de algo as? No s cmo habr sido lo de Marta, pero despus de un tiempo empez a vivir con este tipo. Nunca tuvieron hijos; no te puedo decir si porque as lo decidieron, o porque simplemente no pudieron. De pronto a ella la jodieron con las torturas.
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Vivieron varios aos en Buenos Aires. Toda la dictadura, hasta despus de la guerra de las Malvinas. Por las noticias que reciba yo en ese entonces, supe que el hijo de puta le daba mala vida: la golpeaba, la maltrataba. Y lo mismo est registrado en su historia clnica en Estocolmo. Mir, no me preguntes por qu se qued ella con l todo ese tiempo. No lo s, no tengo la ms plida idea de por qu. Se podra pensar que ella se dobleg, que fue una traidora, no s, lo que vos quieras. Pero por algo la historia termin de la forma en que termin. Cmo? Que no sabs cmo termin? Bueno, escuch. Como te deca, el militarote ste le daba muy malos tratos. Supe que, adems de pegarle, la humillaba en pblico. Me imagino, por lo que escuch insisto: me imagino yo, no s si habr sido efectivamente as que este Quiroga siempre le debe haber estado recordando su pasado de militancia en un movimiento armado. Yo no s si l habr tenido que ver directamente con que no la mataran. Es probable. Por eso, tal vez, por esa deuda entre comillas es que vivieron todos esos aos en esa relacin patolgica. Porque creo yo y sin ser psiclogo, insisto, yo soy mdico cirujano que sa es una relacin enferma, no te parece? Hasta pienso no s, es una especulacin ma que todava deben haber jugado a las escenas de tortura estando en pareja. Te imagins qu locura? Pero bueno, para hacrtele corta: aos despus, sin haber tenido hijos, ya para el retorno de la democracia democracia!, bueno mejor no toquemos ese tema, aos despus, entonces, y sin que hubiera especiales motivos en ese momento, una noche la compaera Marta produjo su venganza histrica. Igual que aos despus hiciera en Estados Unidos la ecuatoriana Lorena Bobbit con su esposo tambin un militar, cuchillo en mano le cort el pene mientras el cabrn dorma. Me imagino que se debe haber muerto desangrado; lo cierto es que Marta sali del pas. No me preguntes los detalles, pero la cuestin es que lleg a Suecia. Fue ah que recibi tratamiento psicolgico en el hospital donde yo trabajo. Su caso no se hizo tan popular como el de la Bobbit, claro en Estados Unidos todo es negocio, todo, hasta un pene cercenado. Supiste que despus el infante de marina que se llamaba John Wayne nada menos fue sometido a una operacin, y con pija nueva hasta film pelculas pornogrficas? Qu desastre estos yankees! La cuestin es que Marta ya no volvi a la Argentina, ni creo que lo vaya a hacer. Qu quers que te diga? A mi me produjo placer saber cmo termin su historia de torturada. Ser venganza, no lo dudo, pero acaso no es la venganza el placer de los dioses, decan los griegos? Me hace rer cuando escucho por ah hablar de reconciliacin. Cmo alguien que fue torturado, ultrajado, humillado, cmo alguien as va a perdonar a su verdugo? Por qu habra de hacerlo? Dios, si es que existe, podr perdonar. Los humanos no somos dioses. En vez de perdn, hermano, lo que hace falta es justicia, as de simple: jus-ti-cia!
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Mir por la ventana hacia el patio del canal y vio que la nieve acumulada era mucha. La temperatura haba bajado ms de lo esperado: treinta grados bajo cero. Ese invierno estaba siendo especialmente inclemente, tanto como lo era l con los invitados a su programa. Volvi a echar una mirada sobre los posibles candidatos para la prxima emisin; cada martes por la noche una muy buena parte de la poblacin moscovita, y tambin de la Federacin Rusa, esperaba ansiosa el programa que Mijal Kozunov haba ideado haca no ms de diez meses, y que en poco tiempo haba logrado cautivar la atencin de un pblico vido de novedades occidentales. No era fcil elegir, cada semana, el personaje ms adecuado. Se deba ser muy cuidadoso: haba que transmitir algo triste, que llamara a la compasin, pero al mismo tiempo con un toque de ligereza. Lo ms importante era no establecer ningn contacto entre lo que se mostraba con la realidad; los personajes deban parecer ficticios, imaginarios. Algo de humor negro no vena nada mal. Desahuciados varios, monstruos, mujeres violadas, hurfanos abandonados, alcohlicos recuperados y otras rarezas de la marginalidad componan esta galera del terror-humor. Esta mezcla nada fcil, presentando una faceta totalmente nueva en relacin a la insufrible pesantez de los programas "oficiales" que Mijal produca aos atrs, antes de la cada del rgimen socialista cuando era director del departamento de divulgacin del partido en Mosc, haba calado hondo en una poblacin desacostumbrada a rerse de lo que vea por televisin. El problema estaba ahora en que se haba llegado al otro extremo: de una solemnidad forzada se haba ido a una desfachatez perversa. Lo peor de la televisin occidental estaba ah, en versin corregida y aumentada. Mientras encenda un cigarrillo ms fumaba ms de dos paquetes diarios revisaba las historias de vida y las fotos que su asistente le haba dejado sobre el escritorio. Media hora atrs haba terminado el programa de ese martes xito total: haba presentado a un enano que pas seis aos en alguna crcel de Siberia acusado de ser agente de un servicio de espionaje extranjero, mutilado de un ojo y tartamudo, luego rehabilitado y ya se encontraba ahora, nueve y media de la noche, trabajando para las semanas prximas. Estaban aseguradas las futuras dos entregas: una ex monja catlica violada por un obispo, ahora lesbiana y dirigente de una organizacin pro derechos sexuales, y un pescador del Bltico que perdi las dos piernas en lucha con un tiburn, ex miembro del Partido Comunista. No se daba descanso en su tarea; as como se haba dedicado con total entrega a la labor revolucionaria cuando era camarada, aos atrs, con el mismo ahnco, con igual pasin se entregaba ahora a su nuevo perfil. Trabajaba no menos de doce horas diarias. Lentamente el programa haba ido evolucionando de una presentacin ms o menos seria de personajes inslitos a una mordaz stira, donde no se esconda mucho la mofa que se haca de cada invitado. La audiencia no paraba de crecer, por lo que Mijal, as como los directivos del canal de televisin, privatizado ahora, no reparaban en cuestiones ticas al momento de seleccionar los candidatos. En los diez meses de vida del programa ya haba cambiado tres veces el nombre, sin menoscabo de la cantidad de seguidores; arranc llamndose Vidas inslitas, pasando a ser, en pocos meses, El show de lo increble, para terminar ahora con su actual nombre: Telebasura: el show ms inaudito de la televisin. Mijal saba que lo que produca era una basura; pero de eso se trataba justamente. La gente quiere basura, reflexionaba. Tenan todo servido por el Estado y no lo quisieron. Si prefieren esta mierda pues dmosela. Ante s tena tres fotos con sus correspondientes anotaciones: un campesino de mediana edad que haba nacido como siams y estaba separado ahora de su hermano, quien haba fallecido
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aos atrs de muerte natural. Cojeaba un poco, pero eso no era tan atractivo. El otro personaje era un adolescente que haba llegado a ser campen nacional de ajedrez, y dado su talento prometa poder acercarse a un futuro cetro mundial; pero a los diecisis aos haba tenido un brote psictico, por lo que se haba interrumpido su carrera. Ahora, a veces, jugaba informalmente en el manicomio donde estaba internado. Interesante, pens Mijal pero est controlado en el hospital, y en esas condiciones no puede despertar mucho la atencin; adems, de loco que es, puede decir cualquier cosa, y no conviene. Cuando la vio era la tercera historia que revisaba no pudo evitar derramar la taza de te del impacto. En el papel escrito por Ana su asistente y amante deca: "Nadezhka, cincuenta y ocho aos, mujer. Pas ms de cuarenta aos buscando a su familia, a quien an no pudo hallar. En la actualidad est ciega". Mujer? Pero si tiene cara de hombre! Hasta bigote tiene! No poda sacarle los ojos de encima a esa foto; sin pensarlo mucho, como reaccin impulsiva, sin pensarlo ms, la eligi para el programa de tres semanas despus. Esta tiene que ser, sin dudas! Hasta el nombre va bien: Nadezhka, como la compaera del camarada Ulianov. Seguro que va a impactar. Sigui mirando atentamente la foto sin terminar de saber qu cosa lo atraa tanto. Pero no puedo creer que sea mujer. Esa cara, esa cara yo la conozco. No pudo evitar llamarla a esa hora; la quera como amante, pero ms an la estimaba profesionalmente. En ambos campos era de lo ms competente. Ana, ya dormida viva con su hijo adolescente, que no era de Mijal, desperezndose un poco le coment que no tena mucha ms informacin que la que haba dejado escrita. Recordaba, sin embargo, que los colaboradores que la haban detectado contaron que estaba un poco loca, y que insista continuamente en sus hermanitos, que ella saba que estaban vivos y que no perda la esperanza de encontrar. Eran, deca, un hombre y una mujer, a quienes haba dejado de ver dcadas atrs. En medio de sus delirios hablaba tambin de historias raras, pecaminosas. Le pareci perfecto. Una vieja demente, ciega, contando historias escandalosas, con cuyo nombre se poda jugar socarronamente, en una bsqueda imposible. Era pattico, pero al mismo tiempo se poda presentar como un abnegado aporte social: el show ms inaudito de la televisin al servicio de la comunidad, buscando acercar a algn miembro de la familia de una desdichada viejecita Enternecedor!, pens, mientras una sonrisa mefistoflica le deformaba la cara. Hay que acompaar el programa con la msica apropiada: Erbarme dich, mein Gott, de la Pasin segn San Mateo! se le ocurri inmediatamente, la misma que escuchaba casi a diario desde que haba recibido los resultados de la prueba. Tambin apareci alguna lgrima, pero un nuevo cigarrillo ya lo alejaba de estas sensaciones. Hubiera querido contactar a la candidata esa misma noche, pero por razones obvias era ya demasiado tarde ni siquiera lo intent. Maana sera. El primer acercamiento fue telefnico. Su voz le pareci muy adecuada: en realidad era de lo ms desagradable, chillona, destemplada. Pero eso poda ser un elemento que atraa si se saba manejar convenientemente. Hubo un par de cosas en la conversacin que le quitaron el aliento, pero prefiri pensar que no las haba escuchado, o que haban sido un error. Est reloca esta vieja De dnde habr sacado eso? Amores prohibidos Por favor! Fueron ms las dudas que le quedaron que las que se le despejaron. Hizo un listado de preguntas que quera formularle en el prximo encuentro. Acordaron que Mijal ira a su casa el jueves, ya para preparar todo con vistas al prximo programa. Los mseros rublos que a cambio recibira Nadezhka no le vendran nada mal; haca cuatro meses que no cobraba su jubilacin.
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Ya en el apartamento de la candidata junto a Ana y otro asistente: Boris, un inteligente joven veinteaero Mijal se sinti inusualmente mal. Ni bien la vio tuvo una impresin desagradable. Es una bruja! se dijo. Siempre se manejaba con la ms absoluta suficiencia con sus invitados, con osada incluso. La forma de mofarse de ellos era sutil, y jams alguno le haba provocado lo que ahora senta ante esta frgil mujer, ciega, mal vestida, casi repugnante en todo su aspecto. Tuvo miedo. Ana lo advirti de inmediato. Se dio cuenta que no poda tomar la iniciativa en las preguntas; era la mujer quien manejaba la situacin, igual a como lo haca Mijal en los programas de Telebasura. Por primera vez en la vida vea a su amante perder la compostura. Fue Boris quien condujo el interrogatorio. La historia se mostraba interesante, intrigante: Nadezhka no era ninguna tonta. Su memoria era impresionante; relataba con lujo de detalle escenas de su infancia con tal conviccin que nadie poda atreverse a poner en duda lo que deca. Por razones que no terminaban de quedar claras, cuando era una jovencita su familia se desintegr. Por dos aos cri, prcticamente sola, a su hermano menor, llamado Fiodor; de su hermana menor Valeshka no tuvo ms noticias desde alrededor de veinte aos atrs. Curiosa coincidencia, verdad?, dijo en un momento. Siempre me intrigaron las coincidencias. Les tengo que confesar algo: hace muchos aos, cuando viva en una granja y ya haba perdido a mi familia, tuve intuiciones, cosas raras, no s. Senta que mi hermano, Fiodor, estaba bien; saba, sin que nadie me lo hubiera dicho, que le iba bien en la vida, y que le iba a ir siempre bien, hasta que en algn momento apareceran nubarrones en su destino. Nadie me lo crea, decan que era una bruja. Pero yo estaba segura que as era. Mijal sinti que se desmayaba; tuvo que aferrarse muy firme de una silla para no caer. No obstante el fro que haca, su cara y sus manos estaban empapadas de sudor. Nadezhka, con los ojos perdidos en cualquier punto de la habitacin, blancos por sus cataratas, se volte hacia Mijal, casi como si lo estuviera viendo, y tomndole una mano le pregunt qu le suceda. Nada, nada. Estoy bien, gracias. Luego de este primer encuentro hubo dos sesiones ms; Mijal fue slo a una. Quien tom un papel ms protagnico entonces fue Ana. Ella, al igual que su amante, tena este aire casi perverso para el trato con la gente; fue por eso que pudo mantener en todo momento una prudente distancia de Nadezhka. Sin embargo tambin ella sinti algo inexplicable, algo que no le permita estar bien. Eso de "amores prohibidos" dicho por la anciana la inquietaba. Qu retrgrada esta bruja! Y qu hay de malo en tener amante? Seguro que la pobre nunca tuvo pareja en toda su vida, por eso habla as. Lleg el martes, da de la emisin del programa, que por cierto era en vivo. Ese da, por la maana, de una manera totalmente casual deba firmar los contratos de seguro de salud de todo el personal del programa, y tuvo ante s los expedientes de cada uno Mijal descubri que Ana, en realidad, se llamaba Valeshka. Telebasuraaaaa: el show ms inaudito de la televisin! les da una vez ms la bienvenida, atac Kozunov con estudiado aire de suficiencia, avasallador. Luego de las presentaciones de rigor apareci la canosa mujer, sentada en un aparatoso silln. La cmara no se cansaba de hacer primeros planos de sus ojos y sus manos. Cambi la msica; de la impertinente balada con que abra el programa machacona meloda con trompetas y mucha percusin pasaron al fragmento de Bach que haba elegido Mijal. Las luces mermaron; se cre un clima de intimidad. Ana tema que se volviera a repetir lo de la vez pasada en casa de Nadezhka; intua problemas. Saba que su amante era muy desenvuelto, que manejaba a la perfeccin las situaciones ms difciles. Pero en este caso senta que algo raro pasaba, algo que se le poda ir de las manos. Mijal tena un modo muy peculiar de dirigir el programa: dejaba que sus invitados hablaran pri55
mero y luego, con frialdad de torturador, comenzaba a golpear muy sutilmente siempre en los puntos ms problemticos de lo que haban dicho. Se trataba, en cierta forma, de remover heridas, de daar. Eso es lo que quiere el pblico. De solidaridad, ni mierda!, se justificaba. Invariablemente los participantes lloraban en algn momento; Mijal se consideraba un experto en lograrlo. En esta ocasin, por el contrario, la vieja pareca un glaciar. Responda a cada pregunta con largusimas explicaciones plagadas de detalles, relatos minuciosos, historias interminables. Lentamente el conductor iba perdiendo la paciencia. En un corte comercial le dijo a su entrevistada que tena que ser ms dramtica, no hablar tanto y llorar ms. Y por qu?, inquiri con ingenuidad Nadezhka. Pues porque eso quiere la gente. Ah s? Tan mala es la gente? Ms de lo que usted piensa, mucho ms, esput con mirada desafiante Mijal. Pero yo no quiero llorar, mi querido. Ya llor mucho toda mi vida; adems, si es para llorar, mejor me voy, agreg con ternura. No, no!, que ya salimos al aire de nuevo!, tron descontrolado. El nuevo segmento dej ms descolocado an al presentador. La mujer fue tomando un rictus desconocido, inesperado. Su sonrisa glida, casi diablica era muy parecida a la que sola mostrar Mijal. Repentinamente cambi su tono. Ahora me doy cuenta. S, la intuicin no me falla. Te acuerdas lo que te deca los otros das, cuando me entrevistaste en casa, sin cmaras ni luces. Tena la visin que a ti te conoca, de mucho tiempo atrs. De verdad, t no eres originario de Stepanchikovo? Y qu le hace pensar eso? Tienes el mismo lunar en la mueca que tena mi desaparecido hermanito; lo toqu los otros das cuando me diste la mano al caerte. Y tienes tambin el mismo tono de voz. Quiz se equivoca, mi querida. Por la forma en que tratas de evadirte, dira que al contrario: veo que estoy cada vez ms en lo cierto. Pero si usted no ve. No veo con los ojos, pero veo con el corazn. S, t eres t eres Mijal Fiodorovich Kozunov, a quien dej de ver hace cuarenta aos. Mi hermano! En verdad no me alegra reencontrarte, porque no puedo verte. Pero ms an, porque ests muy mal, porque algo terrible te est sucediendo, y no quera volver a toparme contigo para sentirte sufriendo de esta manera, dijo Nadezhka con la ms reposada tranquilidad. Los asistentes del canal no se esperaban un programa tan bien montado, un show tan "inaudito" y sensiblero como el que estaban presenciando. Algunos no pudieron evitar comenzar a rer. Ana, fuera de cmara, se morda los labios. S, as es la vida, mi pobrecito Mijal. Nacemos para sufrir, continu hablando la mujer con un aire maternal. Se compadeca del presentador que, con rostro desencajado, no pronunciaba palabra. La msica de Bach sonaba ininterrumpidamente, grave, pattica: Erbarme dich, mein Gott! Y qu piensas hacer ahora?, lo acribill de pronto con una pregunta que nadie se esperaba. T qu me aconsejaras?, pudo balbucear con voz entrecortada Mijal. No lo s. Resignarte quiz De pronto, ante la sorpresa de todos los tcnicos del canal, prorrumpi en un llanto desconsolado. Nadie saba bien qu hacer, si eso era parte del show, o qu suceda en verdad. De inaudito, tal como pretenda el ttulo, tena mucho. Dime, Nadezhka: cmo supiste lo del examen?
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Ana estaba pasmada; hubiera querido intervenir, dar orden de cortar la transmisin, pero no tena fuerzas para hacerlo. Al mismo tiempo le pareca fascinante lo que estaba sucediendo, era el show del absurdo llevado a su expresin ms inimaginable. Seguro que la audiencia debe estar anonadada pens. Qu examen?, dijo con ingenuidad Nadezhka. Pues la prueba de VIH que acabo de hacerme, el mes pasado. Y cmo saliste, hermanito? No!, no me lo digas. Ya lo intuyo. Ahora el llanto de Mijal era imparable. Las llamadas al canal comenzaron a ser imparables tambin. Alguien dijo: "es el mejor programa que he visto en mi vida". Ana no pudo resistir ms y corri hacia Nadezhka para zamarrearla de un brazo, mientras miraba con ojos centellantes a su amante. T, hipcrita, no me habas dicho nada que eras seropositivo! Me lo transmitiste entonces, miserable, perro! Y t, vieja bruja: de dnde sacas eso de amores prohibidos?! Qu quieres decir con eso?! Su rostro era un infierno. Nadezhka, volteando la cabeza hacia su iracunda interlocutora, con toda dulzura agreg: Entonces t eres Valeshka. Hermana! El balazo que se peg en el paladar con un revlver calibre veintids que extrajo de su chaleco no era de utilera. Recin en ese momento el director de cmaras opt por cortar la transmisin. Las llamadas no cesaron toda la noche. "El mejor programa que he visto en mi vida. Felicitaciones!"
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AHORA USO CORBATA El chofer detuvo el vehculo y corri rpidamente a abrirle la puerta. Lo esperaban ansiosos en la lujosa oficina, con el aire acondicionado al mximo. Haca demasiado calor para usar corbata, pero las circunstancias lo aconsejaban o as lo crea l al menos. Y una vez ms volvi a tener la sensacin. La reunin con el grupo rebelde haba sido tensa, aunque no muy larga. En realidad Claudio o, como lo llamaban ahora: el Licenciado Garca Peralta no tena mucho para decirle a los armados. Slo que "pona sus mejores deseos y toda su voluntad en la resolucin pacfica de la situacin". Pero hondamente eso no le importaba mucho; quera, eso s, que su actuacin fuese buena, independientemente de los resultados. Hacer un buen papel podra significarle salir de Camern y, muy probablemente, su ansiado traslado a alguna capital europea. En la sede de las Naciones Unidas, en la residencial zona diplomtica de Yaund donde no se cortaba la luz, o donde se cortaba menos que en otros sitios, desde haca ya ms de una hora lo aguardaban dos ministros de Estado con sus respectivos asistentes, y una veintena de empleados de la misin. Haba nerviosismo. El ultimtum del grupo haba sido claro y conciso: el gobierno deba retirar todas las tropas de las zonas donde operaba la guerrilla, dejar en manos del movimiento armado la produccin agrcola permitiendo las cooperativas populares, y establecer una administracin compartida de los territorios, con supervisin de la ONU. Claudio el Licenciado Garca Peralta haca las veces de puente. No era l precisamente quien tomaba las decisiones finales. Cosa que no le importaba, en realidad. Su objetivo no era el protagonismo: quera vivir en Europa, de preferencia en una zona de habla francesa (hablaba mejor el francs que el ingls, se senta ms cmodo). Quiz lo nico que lo preocupaba lo inquietaba ms precisamente era esa sensacin recurrente que desde haca ya algn tiempo (cunto?, ya no lo recordaba) lo vena acompaando. Esa mezcla de alegra reprimida, de triunfo y de culpa. Cada vez que se pona una corbata y por cierto tena muchas, variadas y de las mejores marcas no poda dejar de sentirlo. Ahora, volviendo del campo, luego de algunas horas de polvorientos caminos y mucho calor, nadie esperara verlo con corbata. Pero l pensaba que llevarla daba una imagen de equilibrio, de imparcialidad. Ya lo haba planeado antes de salir de su casa, temprano por la maana. Y la haba elegido cuidadosamente una azul, lisa llevndola en el maletn previendo retornar a la sede de la misin alrededor de media tarde, tal como efectivamente estaba sucediendo. Ni el chofer Antoine, negro, reservado y muy servicial ni su asistente Jean-Pierre, blanco, joven dinmico entendan bien aquello de las corbatas. Saban, eso s, que Claudio el Licenciado Garca Peralta les haba hablado de vagos deseos de retornar, unos aos ms adelante, a su Uruguay natal. Claro que ahora haba que resolver lo mejor posible las actuales circunstancias, esa era la prioridad. En realidad lo que ms le pesaba a Claudio eran los relatos maternos, oscuros y ya muy distantes. De su padre tena una imprecisa visin, fundamentalmente a travs de lo que esas historias le haban dejado. Y como siempre, el paso del tiempo lo deforma todo; lo agranda o lo empequeece, segn se lo quiera ver. Incluso la visin de su to, el comisario Tabar Peralta, era algo tambin lejano, nebuloso. Ms de una vez se haba encontrado pensando en l, en la importancia que este sombro personaje haba tenido en su vida, o que segua teniendo an. De alguna manera no lo saba bien, lo intua en todo caso l era el responsable de su historia.
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Habiendo estacionado el vehculo el solcito Antoine, Claudio el Licenciado Garca Peralta volvi a adoptar su pose de hombre neutro y mesurado que la situacin requera, lo que se dira "polticamente correcto". En el camino se haba permitido hablar algo sobre las mujeres de Camern haba una empleada en la misin, negra, veinteaera, que lo tena loco. Pero no haba ido tan lejos con sus acompaantes como para atreverse a contarlo. Ya con la corbata azul, adecuada al momento por cierto, luego de saludar a los presentes en la oficina, present un informe oral acerca de cmo estaba la situacin. Hbil orador como era (todava recordaba, a veces, sus intervenciones en las asambleas universitarias, donde sola provocar la admiracin de quienes lo escuchaban, aunque no dijese nada en concreto) present una detallada relacin de lo hablado con los dirigentes del movimiento rebelde. Quiz siempre en la lnea de hablar elegantemente sin decir mucho como en sus pasados aos juveniles, como era en sus cargos en los organismos internacionales dej abierta una serie de posibilidades y problemas a las que se deba responder. Cuando hablaba, cuando explicaba el contenido de su visita, volvi a tener la sensacin. En cierta forma los alzados en armas haban depositado en Claudio el Licenciado Garca Peralta una cuota de esperanza. En tanto representante de un organismo internacional, neutro y mesurado, se poda confiar. Al menos su respuesta no seran caonazos, como lo eran habitualmente las del gobierno. Y a qu ciudad lo destinaran? Alguien le haba comentado de la posibilidad de Ginebra. Prefera otra, de ser posible. Ginebra le resultaba demasiado cosmopolita. Lyon quiz, o Bruselas? Montevideo estaba definitivamente descartada; eso sera dentro de algunos aos, ya tal vez fuera de la organizacin. Para disfrutar la jubilacin? Cuando pensaba esto tomaba conciencia de su edad, y se amargaba. Cincuenta y dos aos. No era mucho, claro; todava corra una media hora diaria. Dos matrimonios, ningn hijo. Muchos pases por los que haba pasado. Bastantes mujeres ocasionales (se le dara la posibilidad con esta veinteaera? Ccile se llamaba, y era por cierto muy atractiva). Desde haca 18 aos empleado de las Naciones Unidas; pero con pasaporte diplomtico haca unos diez aproximadamente. Y ahora, en Camern, por primera vez representante de la organizacin. Tarea difcil; "y justo ahora ese movimiento poltico. Por qu no habra sido otro pas ms tranquilo?" El segundo del grupo, Comandante K-7 le resultaba simptico el nombre de guerra con quien haba mantenido el encuentro por la maana, le pareca un hombre honesto, de convicciones. Esas cosas se ven en los ojos, en la transparencia de la mirada. A Claudio no le gustaba mirarse en espejos; las corbatas se las pona mecnicamente, sin necesidad de verse. Ya saba de memoria cmo le quedara cada una. Cuando se vea a los ojos cosa que usualmente evitaba le tornaba indefectiblemente la sensacin. De su to Tabar recordaba, aunque muy nebulosamente, que no poda mirarlo a los ojos. Y que igualmente su to rehusaba siempre cruzarle la mirada. Saba, o ms bien intua a partir de los fragmentarios relatos de su madre, que durante la huelga histrica de 1961, cuando su padre maestro de profesin y uno de los dirigentes nacionales de la movilizacin, que luego de dos meses ya haba dejado de ser una reivindicacin del magisterio pasando a ser un movimiento nacional fue el encargado de presentar el petitorio con los puntos a discutir, quien lo recibi por esas raras ironas del destino result ser el comisario Peralta, su cuado. Y que tratndose de usted en pblico, cosa que no hacan en privado, ste ltimo le haba prometido trasladarlo a las personas pertinentes buscndose una rpida y amigable solucin al conflicto creado. "Coincidencias de la vida", pens Claudio el Licenciado Garca Peralta "algo parecido a lo que me ocurri esta maana". Hizo un esfuerzo por dominar la sensacin, por
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evitar el nudo en la garganta con que a veces se manifestaba. Pero el escenario actual era distinto, no caban dudas se esforzaba en dejar claro Claudio repitindoselo insistentemente. "Por otro lado, yo no estoy comprometido con todo esto, yo soy neutro y lo nico que quiero es dejar lo mejor arregladito todo. Ginebra me espera, o Bruselas". Los funcionarios jerrquicamente ms altos, no as los asistentes, y Claudio ms que nunca el Licenciado Garca Peralta siguieron la reunin hacindose servir whisky con hielo, mucho hielo. Para Claudio no era tanto una forma de combatir el calor, que por otro lado el potente aire acondicionado central ayudaba muy bien a olvidar. Era la sensacin, esa horrible, repugnante sensacin, que deba hacer desaparecer. Convenientemente informados los representantes del gobierno entre ellos estaba el Ministro de Defensa, militar con el pecho totalmente condecorado y de enigmtica sonrisa el Licenciado Garca Peralta entenda que ahora eran ellos quienes deban tomar la iniciativa. El ya haba cumplido su parte: haba trasladado a las personas pertinentes la situacin buscando una rpida y amigable solucin al conflicto creado. Por aos se lo conoci simplemente como Claudio; en la universidad, en su paso por el movimiento poltico semi clandestino, en el exilio. Incluso los primeros aos trabajando en los organismos de solidaridad para con el Tercer Mundo y derechos humanos, en Francia. Fue desde la designacin para hacerse cargo de la misin a Camern cuando apareci el doble apellido y el "Licenciado". Incluso l mismo se sorprendi (pero si en Uruguay no se usa el doble apellido), aunque no dejaba de gustarle la idea. Era, salvando las distancias, como lo de las corbatas. Cuando su padre muri, en la represin de la histrica huelga, l era an muy pequeo y no recordaba bien los detalles. Si bien siempre fue un secreto casi vergonzante en la familia, pudo ir reconstruyendo no sin cierta dosis de aporte personal la historia oculta. El to, el comisario Tabar Peralta, quiz a su pesar y sin que se supiera bien por qu motivo, termin siendo un puente entre los huelguistas y el gobierno. Le faltaban pocos meses para la jubilacin, y era esto en lo nico que pensaba. Haca planes para ver cmo se instalara en la nueva casa que haba terminado de construir, preparada casi exclusivamente para pasar ese tiempo tan anhelado. Poco, o nada, le importaba en realidad la situacin de la huelga. Pero el deber se impona. Luego del tercer whisky, Claudio cada vez ms seriamente Licenciado Garca Peralta se senta algo ms relajado, pero la enigmtica, casi prfida sonrisa del Ministro de Defensa, le anunciaba nubarrones negros en el horizonte. Finalmente habl era negro, muy grande y de manotas enormes, con numerosos anillos de oro: "Y si ... por error, digamos, se bombardeara la zona en poder de los rebeldes, qu hara Naciones Unidas?" Ms de una vez Claudio haba reflexionado sobre estas cuestiones: un pasaporte diplomtico, bastantes miles de dlares al ao, el vehculo con chofer siempre a su disposicin, todo eso tena un precio. Mientras todo iba tranquilo, no haba de qu preocuparse y as vala a pena, claro. Ni siquiera apareca la temida sensacin. El problema comenzaba cuando haba que fijar posicin clara sobre algo; en tanto hubiera ambigedad, no se inquietaba. La cuestin planteada por el Ministro Bordieu exiga definiciones: qu hara Naciones Unidas? Si ya estuviera en Bruselas (o en Lyon, o de nuevo en Pars por qu no?) no tendra ante s esa disyuntiva. Quiz otro whisky lo ayudara. Algo haba que hacer, claro ... y si no? Curiosamente, cuando estaba nervioso, su francs flua con ms propiedad, con ms elegancia que nunca (no era as con el ingls, y tampoco con su espaol materno, que a veces se le iba mezclando con los otros idiomas). Con desenvoltura, con cortesa dijo que l no poda dar ninguna respuesta en nombre de la organizacin, que sus comentarios deban ser tomados a ttulo personal, que los lderes del movimiento no tenan malas intenciones, que Monsieur Bordieu le pareca muy simptico, que entenda los denodados esfuerzos que el gobierno estaba haciendo para resolver positivamente la situacin, que todo deba arreglarse en armona, que Ccile se
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atrevi a decirlo era muy guapa y constitua uno de los motivos por los que se senta atado a Camern, que la guerra no es buena para nadie, que Lyon era la ciudad europea que ms le gustaba y no saba cmo haba llegado hasta ah que tena un to polica en Uruguay que se llamaba Tabar, ya fallecido. Saba que no haba respondido claramente, pero estaba seguro que haba dejado muy en claro su desaprobacin por la violencia. Lo haba dicho: "la violencia no nos lleva a ningn lado, y por otro lado la Declaracin Universal de Derechos Humanos no la avala". Ya no poda hacer nada si las partes no lo escuchaban. El haba puesto "sus mejores deseos y toda su voluntad en la resolucin pacfica de la situacin". Por otro lado, en Bruselas estas cosas no pasaban .... Dos das ms tarde el ejrcito bombarde las posiciones rebeldes, al parecer con la anuencia de la Embajada de Estados Unidos. Y Ccile desapareci (despus se enter que perteneca al grupo rebelde). Nunca supo si el traslado a Montreal fue un premio o un castigo.
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CARLITOS INMORTAL
Mirndose al espejo hasta el cansancio, ensayando infinitas veces cul era la mejor expresin, opt por aquella que le pareca la ms "tanguera". En realidad le desagradaba fumar, le produca una tos horrible; pero deba hacerlo as: era parte de la imagen. Cmo Carlitos iba a estar sin un cigarrillo? Decidi que lo mantendra entre los labios todo el tiempo, un poco hacia la derecha, sin tocarlo con las manos. Claro que en el trabajo no podra fumar; o no mucho, al menos. Slo cuando estaba por terminar el recorrido, las ltimas cuadras antes de llegar a la parada. -Un cigarrito ah, no pasa nada, loco-, explicaba grandilocuente. Desde haca aos ya, ningn colectivero decoraba de ese modo su unidad; pero en realidad tampoco estaba prohibido hacerlo. En todo caso, eso era una moda de tiempos idos; muchos jvenes se sorprendan al ver un mnibus con esa suma de "mamarrachos", como le haba dicho su sobrino: la foto de Gardel, la de Juan Domingo Pern, la de Boca Juniors, imgenes de engalanadas rosas rojas, de la difunta Correa, filigranas imitacin oro, lucecitas multicolores que se prendan cuando frenaba. Sin dudas resultaba simptico, aunque un tanto sobrecargado.
Varias veces haba cantado ante sus compaeros de la empresa; lo haca ocasionalmente, en alguna fiesta, y siempre al calor de algunos tragos. No era desafinado, pero nunca se haba tomado muy en serio sus dotes artsticas. De hecho, no saba nada de msica. Era pura intuicin. Un poco en tren de broma, un poco porque vean que tena alguna capacidad con el canto, lo fueron entusiasmando para que se presentara a un concurso de intrpretes aficionados organizado por el Canal 7. En principio lo desestim categricamente; luego comenz a interesarse por la idea. Por ltimo, para aceptar en forma pblica y ya sintindose toda una primera figura de la cancin, hasta puso condiciones: -nadie me tiene que volver a llamar Hctor, de acuerdo? Ahora soy Carlitos, che. En el bondi o actuando en un escenario. Carlitos!, no se olviden-. La mutacin fue dndose a pasos agigantados. En realidad se llamaba Carlos, pero de segundo nombre. Como suele suceder en la mayora de los casos, jams lo usaba. Ahora era el momento de empezar a tomarse en serio eso. -Por algo me lo habrn puesto los jovie, no?-. Comenz a ver la vida con otra ptica, sintindose en verdad "Carlitos". Tena algo de pintoresco, de bizarro incluso. Con cuarenta aos cumplidos llevaba una anodina soltera que no le molestaba. Era sumamente ahorrativo, aunque no tena ningn plan especfico con los dineros que mes a mes depositaba en una caja de ahorros. Ahora sinti que haba llegado el momento de utilizarlos: en dos semanas se mand a hacer, con un sastre del barrio, cuatro trajes, compr tres pares de zapatos color negro -uno de charol-, seis corbatas, un "funghi" marrn, y tuvo que hacerse confeccionar, dado que no poda conseguir por ningn lado en todo Buenos Aires, un par de polainas. -Como el morocho del Abasto, pibe-. Sus compaeros de trabajo, con quienes ms se vea -viva solo en un cuarto alquilado en Avellaneda, y a su familia la trataba bastante poco-, no terminaban de entender bien la metamorfosis. En s mismo, no tena nada de especial: Hctor siempre haba sido un amante del tango, y no era infrecuente que, contraviniendo las disposiciones de trnsito, fuera escuchando algn disco, incluido Gardel, arriba del colectivo en horas de trabajo. Pero la transformacin que ahora estaba teniendo lugar no dejaba de llamar la atencin.
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Incluso haba comenzado a peinarse con gomina -bueno, con gel, porque gomina ya no se consegua ms. En principio, los cambios se vean fuera del mnibus; pero en poco tiempo tambin comenzaron a tener lugar cuando manejaba. Quiz lo ms notorio fue la forma de hablar. Por lo pronto una de las primeras seales de la mutacin fue el cambio de las "n" por "r". -Como el zorzal criollo, pibe, como Carlitos-. Alguna vez -esto fue, seguramente, el punto que demostr que la cosa ya no era broma-, comiendo en una fonda de mala muerte en La Boca, pregunt: -Mozo, el huevo marcha?-, ante lo que, un tanto sorprendido, el interpelado camarero contest que s, que ya estaba por salir de la cocina. -No, no. Digo si marcha, si ersucia la ropa-. En general, dentro de la empresa, a todos los choferes les gustaba el tango; pero lo de Carlitos iba ms all. Terminado su turno, ninguno hubiera osado irse vestido con traje con chaleco y sombrero estilo aos 40. En todo caso esa indumentaria ms pareca adecuada para un baile de disfraces. Pero para Hctor -es decir: Carlitos- era lo ms importante de la vida. Si alguien se hubiese atrevido siquiera en forma tangencial a hacerle algn comentario sobre su actual actitud, lo menos que hubiera recibido podra haber sido un insulto. Por el modo de sonrer, de actuar, y por supuesto de cantar, cada da se pareca ms a la figura del legendario cantautor. Para cada situacin -simptica o complicada, angustiante, pintoresca o trgica- tena a mano la cita de alguna cancin de Gardel. Sin dudas conoca todo su repertorio como el ms erudito experto en la materia. Lleg un momento en que poda decirse que nuestro hroe era un cantor de tangos, imitacin del otro legendario cantor, que en ciertos ratos del da se dedicaba a manejar un transporte pblico. Su identidad haba ido cambiando a tal punto que ni siquiera llevando la camisa azul del uniforme de colectivero poda ocultar su otra personalidad. Hctor haba dado paso a Carlitos.
Cuando fue a hacerse la prueba al canal de televisin para el concurso de cantores amateurs casi muere de la sorpresa, o ms an, de la indignacin: no pas la seleccin. No sin cierta expresin burlona le dijeron que ah buscaban cantores, y no imitadores. Que se presentara, no obstante, en otro programa -"Atrvase y venga", de los jueves por la noche-, donde se requeran nuevos talentos, novedosos en lo posible: imitadores, actores, nmeros inslitos. Carlitos se sinti morir. -Etequee no ertiendo. Pero qu bicho les pic?, manga de giles, otarios A m que soy un rana y se las bato de querusa, que la juno lunga, qu me vienen con estas macanas? Quin es el boncha que les lav el mate con todas estas boludeces? Ma va via, bepi!Viendo que de nada poda servir insistir, casi de inmediato cambi la actitud: -Y como tergo que hacer para ersayar con estos giles?-
Dos semanas ms tarde Carlitos sala al aire; el programa se haba filmado el da anterior a la emisin, y todos en el canal haban quedado encantados con el personaje. Lo presentaron, con algo de sorna, como "un nuevo Carlitos, que ratifica que el dolo no est muerto y que cada da canta mejor". El tango elegido para la ocasin fue "Mi Buenos Aires querido". La mimetizacin con Carlitos, con el verdadero Carlitos, el inmortal, fue total. Su profunda voz de bartono -la de Hctor- lograba exactamente similares modulaciones que la de Carlitos, el de verdad. Todo haca pensar en el talento de un muy buen imitador.
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Y de hecho, eso era nuestro personaje, aunque sin saberlo. Pero su realidad comenz a ser otra: se senta Carlitos, era Carlitos. No una imitacin, sino Carlitos en persona. Con la atencin con que se escucha a un imitador, sabiendo que es una copia, mejor o peor lograda -y cuanto mejor, ah radica su mayor xito por cierto-, pero con la expectativa limitada de saber que se est ante una imitacin y no ante el original, as fue recibido nuestro chofer-cantor. Pero sin dudas impact. Y mucho, por cierto. El mismo da en que fue emitida su intervencin en el canal, se recibi una andanada de llamadas de felicitacin. Un productor que lo vio -Simn Kerkowsky, importante accionista de varios de los ms prestigios medios audiovisuales del pas- decidi inmediatamente que ah haba un potencial al que no se poda dejar de explotar. Sin demoras, busc comunicarse con Carlitos. -Usted dir, don Simn-, respondi Carlitos desde su celular cuando iba manejando por el Tigre. La sorpresa ante la propuesta que le ofreci casi lo hace chocar, adems de recibir algn insulto de varios pasajeros. Dos das despus, sin consultarlo mucho con nadie, y apenas habiendo hablado slo una vez ms por telfono con el productor, presentaba su renuncia en "la 60". Compaeros de trabajo y autoridades de la empresa no lo podan creer. Lo haban visto en la televisin, encantados por supuesto, pero nadie pensaba que la tramoya pasara de ah. Algunos, incluso, le dijeron que lo pensara con frialdad, que no se precipitara. Pero la decisin ya estaba tomada. -Lo lamento, chochamu. Pero para que no se siertan tristes, les dedico este tangazo como despedida-, y sin mediar palabra se despach completo, a capella, "Adis muchachos". El convencimiento con que hablaba Carlitos no dejaba lugar a dudas: se haba compenetrado tanto con el personaje que representaba -al menos as opinaban todos cuanto lo vean- que la imitacin poda pasar por perfecta. Quien primero sospech de la gravedad del hecho fue su productor, el "ruso" Kerkowsky. -Dgame, don Carlos- pregunt el empresario con algo de irona. -Usted dnde naci?-Etequee en Toulouse, Francia. Pero vine muy de jopende al ispa, por eso cuando chamuyo ya ni se me nota el acento franchute La sal del tiempo me oxid la cara, vio?-. Para Kerkowsky estaba totalmente claro: el pobre Carlitos, el imitador, estaba ms loco que una cabra. De todos modos eso no contaba; incluso poda ser favorable para el proyecto en marcha. Cuanto ms se pareciera al inmortal, mejor. Eso gustara ms an a la gente. Qu diferencia poda haber entre un loco y una imitacin casi perfecta? Ninguna. Y si actuaba con tanta conviccin, convenca ms.
Dado el xito que empez a tener, inesperado an para Kerkowsky, se fue armando una agenda de presentaciones bastante apretada. Rpidamente vino la idea del disco. Aunque con eso haba que andar con mucha cautela. -Una cosa es un show de imitacin en vivo, un espectculo casi cmico. Otra cosa muy distinta es sacar un disco. Cmo promocionarlo? Carlitos II? Mmmh no s. Querra pensarlo bien-, reflexionaba el productor, viejo zorro de los negocios del espectculo. En San Telmo ya tena asegurado un lugar de xito; de hecho, era la delicia de fanticos del tango no argentinos. A sus coterrneos les gustaba, pero sin pasar del nivel de la imitacin. Hubo quien le pidi imitaciones de otros personajes: Palito Ortega, Sandro, Charly Garca Carlitos sonrea con forzado respeto -y honda amargura- ante esas propuestas. Jams se le hubiera podido ocurrir que lo suyo era una bufonada. -Pero si yo soy Carlitos!64
Le armaron una gira por la Patagonia, del lado argentino como as tambin del lado chileno. Cuando estaba en Comodoro Rivadavia tuvo la idea. Desde all deba transportarse, por avin, hasta Ushuaia, punto sur culminante del viaje. -Algo como lo de Medelln, pero sin amasijarme. Dobolu no soy-. Pens en promover algn desorden arriba del avin para hacer angustiante el aterrizaje. Algo que, sin ponerlo en peligro, hiciera que lo disparara en primera plana. Claro que Ushuaia no era lo mismo que Medelln. Y adems, no era Carlitos. El incidente no fue poca cosa. Nadie pudo darse cuenta cmo, pero logr subir una navaja a bordo con la que amenaz a una azafata. En un descuido, un par de corpulentos vecinos de asiento luego se supo que eran jugadores de la seleccin nacional de rugby en viaje turstico al sur- pudo reducirlo. Los gritos desesperados explicando que era Gardel lo nico que provocaron fue risa. -S, s. Y yo soy el ratn Mickey, pelotudo-. Ya detenido en la comisara de Ushuaia, los tres msicos que lo acompaaban no supieron explicar en detalle quin era este inslito personaje peinado con gel y con polainas en los zapatos. Viendo que la situacin se tornaba complicada para ellos, en un desesperado arrebato de sobrevivencia lo desconocieron. Fue as que Carlitos qued librado a su suerte. Y por supuesto, en Argentina todos pueden ser Gardel a veces, pero en verdad Gardel hay uno solo. Por eso fue que Hctor Carlos Figueroa, 40 aos, soltero, de oficio desconocido, y de quien no se pudo establecer cmo y por qu estaba a bordo de un vuelo de cabotaje con destino a la ciudad ms austral del planeta, fue declarado insano por el psiquiatra forense que lo evalu. Ahora, en el neuropsiquitrico de Bariloche donde fue internado -con pronstico nada prometedor: psicosis esquizofrnica, sin familiares a cargo- a veces ameniza las eventuales veladas que se realizan para solaz de los pacientes, y se resign a cantar cuando le piden que imite a Carlitos. Rezongando, insistiendo en que no es un imitador, su tango preferido es "Mi noche triste".
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Mboto Kumbawa, de Tanzania, 38 aos, separado, saba que iba a morirse. Eso no lo tena particularmente preocupado; lo aceptaba como una ms de las tantas cosas de la vida. Lo que ms le preocupaba era qu sucedera con su obra literaria nunca publicada. Aunque en realidad era un tanto exagerado decir "obra literaria". Verdaderamente nunca haba publicado, salvo un cuento uno slo que alguna vez se atrevi a enviar a la ahora desaparecida revista cultural "Adelante", editada aos atrs en Dar es Salam. Le gustaba jugar a repetir la historia de Kafka, y sola decir que igual que el clebre checo pedira a su albacea destruir todos sus materiales a su muerte. Pequeo detalle: no haba un Max Brod en su vida, y sus escritos eran un misterio. Siempre hablaba de ellos, pero jams los enseaba. Nadie lo tomaba muy en serio. Funcionario menor en el Ministerio de Educacin, cuando muri de cncer de garganta lo lloraron su ex esposa y sus cuatro hijos, pero no hubo grandes pompas funerarias ni discursos de despedida. Nadie lo homenaje como "escritor"; en todo caso sera recordado como maestro, el trabajo de casi toda su vida. Quiso el destino que unos pocos meses luego de su deceso, encontraran en la oficina del Ministerio unos papeles que se vea no eran informes de trabajo. Alguien se tom el trabajo de desempolvarlos y darles una ojeada. Era una coleccin de cartas, de las ms variadas que se pudiera pensar por supuesto, nunca enviadas. Aqu presentamos slo algunas, las ms significativas. Carta para exigir compensacin al Fondo Monetario Internacional Sres. Fondo Monetario Internacional: Es para m una obligacin moral hacerles llegar esta carta. Se preguntarn ustedes quin soy. Pues nada ms y nada menos que un ciudadano, uno ms de los tantos que nos vemos perjudicados por su accionar. El motivo de la presente es un pedido; me atrevera a decir que ms que un pedido: si ustedes quieren, tambin una splica, pero fundamentalmente una exigencia. Seores funcionarios: dejen ya de presionarnos con sus requerimientos! No les pagaremos ni un centavo! No slo levanto la voz para hacerles saber de este reclamo; les presento tambin los motivos que me llevan a ello, que no son en modo alguno caprichosos ni desubicados. Cada africano nace con una deuda de dos mil trescientos setenta y siete dlares. Cmo es eso? Quin contrajo esa deuda? Es absolutamente inmoral, indigno, injustificable, que una persona nazca y ya tenga hipotecado su porvenir. En nombre de qu esa deuda, seores? Qu beneficio recibimos cada uno de nosotros, los deudores, por esta deuda? Ninguno! Siendo as, entonces, pueden explicarme por qu esa prepotencia, esa arrogancia de parte de ustedes para con nosotros? Quiero aclararles que esto no es nada personal, por supuesto; yo no les conozco siquiera. Para m son slo un nombre, una etiqueta de un impreciso ente que tiene su oficina muy lejos de mi tierra, donde viven hermanos de sangre que siglos atrs fueron arrancados del Africa para ser llevados como esclavos. Pero fuera de saber que ustedes estn por all, s porque lo experimento en carne propia que por su intervencin nosotros estamos en la ruina, y sus crditos, ms que ayudarnos, contribuyen a seguir hundindonos. Dganme con toda honestidad: nosotros le pedimos acaso un centavo de su dinero? Yo jams les solicit algo; ni siquiera los conozco. Jams de los jamases los llam para pedirle di66
nero. Por qu ahora les debo dos mil trescientos setenta y siete dlares? Y ustedes quieren cobrar ese suma. Ese es su trabajo, sin dudas. Entienden entonces lo que quiero transmitirles? Todo esto es un engao, seores. Esperando que la explicacin haya sido lo suficientemente clara como para no dejar ningn lugar a malentendidos, les ruego recapaciten sobre lo que les acabo de decir. No tengo nada que agregar sino repetir una vez ms que no me siento deudor de nada, por lo que les solicito encarecidamente dejen de reclamar algo que no corresponde. En nombre de mi pueblo del que me siento en la obligacin de representar y del mo propio les solicitamos dejen de chantajearnos. Si as no lo hicieren, me veo precisado a decirles que deberemos pasar entonces a medidas de fuerza, lo cual imagino no habr de ser de su agrado. Evitemos el uso de la violencia. Por favor abstnganse de seguir reclamando. Esperando que a partir de esta misiva se clarifiquen y faciliten los trminos de la relacin entre nosotros establecida, no dir que tengo el gusto de saludarles sino que basta ya, por favor! Mboto Kumbawa Carta a mi ex esposa Querida Patricia: Qu nos pas? Qu fue lo que deterior de ese modo la relacin? Te digo "querida" porque, pese a todo lo transcurrido, no tengo motivo para odiarte. No te quiero pasionalmente, por supuesto; ya no. Te quise locamente en otro momento, y lo sabes. Estuve dispuesto a dar todo por ti, pero lamentablemente las cosas luego cambiaron. Pero de todos modos no podra dejar de decirte "querida Patricia" porque sigues siendo alguien muy importante para m. Contigo mi vida cambi. En realidad, si bien no fuiste mi primera mujer, fuiste la persona con quien ms llegu a unirme, y eso t lo sabes bien. Te quise, nos quisimos, juntos hicimos cosas hermosas, crecimos. Por qu tuvo que terminarse? Algn tiempo atrs me haca esta pregunta, y no encontrndole respuesta, me desconsolaba. Tampoco ahora encuentro respuesta, pero al menos lo tomo con ms tranquilidad. "Son cosas de la vida", me digo; y con eso me reconforto. O al menos no me deprimo como antes. S, Patricia: son cosas de la vida. La vida est hecha de una suma infinita de retazos; la alegra, el bienestar, la satisfaccin son partea veces. Pero tambin hacen parte de esta difcil aventura de vivir los problemas, las insatisfacciones, los tropiezos. Haciendo el balance, creo que hay ms espinas que rosas. T eres una buena persona, de verdad. No tengo nada que reprocharte. Si quisiera ver por qu llegamos a separarnos creo lo digo con toda sinceridad que tengo yo ms responsabilidad que t. Siempre trataste de moderar las cosas; aguantabas mis gritos, mis ataques de irascibilidad. Me doy cuenta que, para ti, vivir en esas condiciones debe haber sido un infierno. Si vale decirlo ahora: lo siento! Lo siento muy hondamente, porque de no haber sido yo as, ahora seguramente podramos seguir juntos. Pero no es el caso. Para qu te escribo ahora?, t te preguntars. No lo s con exactitud. Tena ganas de hacerlo, o quiz necesidad. Yo tambin me hago la misma pregunta: para qu te escribo? Lo nuestro se termin, y estamos claro de ello. Se termin y sera imposible volver a plantearnos algo en comn. Fuera de los hijos, con cuya tenencia hemos logrado un buen equilibrio, ya nada nos une. Mejor que as sean las cosas: no nos guardemos rencor.
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Es ms: deseo que te vaya bien en tu vida, sinceramente te lo digo. Si intentara concluir algo de toda nuestra relacin dira que el amor es difcil, que las relaciones humanas son difciles, que los seres humanos estamos condenados a sufrir, que el amor eterno no existe. A lo que agregara adems que yo, dicho con la ms absoluta objetividad, con mesura y equilibrada ponderacin, yo soy un tipo problemtico que no sirve para establecer relaciones duraderas. Te agradezco haberme aguantado tanto tiempo, y que los dioses del bosque te protejan y te hagan feliz. Mboto Carta para leer cuando reciba el Nobel de Literatura Como no s mucho de formalidades ni pretendo saberlo saludo y agradezco por igual a todas y todos los presentes. Es para m un honor estar hoy aqu, delante de tanta gente distinguida, sabiendo que el mundo entero est viendo esta ceremonia. Espero, por tanto, no defraudar a nadie con estas humildes y breves palabras que, por fuerza, debo pronunciar. Si defraudo, espero que no sea demasiado. Y en el peor de los casos, si defraudo demasiado, espero sepan perdonarme. Por ltimo, el Premio est ya otorgado, y eso demostrara que fue un error concedrmelo, como yo efectivamente pienso. No s si en verdad me merezco tan alto galardn. En lo personal, creo que no. Me atrevo a pensar, incluso, que efectivamente fue una equivocacin. Yo, como tantas veces lo he dicho, no soy un escritor; muchos menos, un escritor genial que se merezca esta distincin. Quiero empezar mi discurso excusndome si no puedo expresarme con toda la soltura y belleza que se esperara lo haga un Premio Nobel de Literatura. Sucede que mi lengua materna no es el ingls, sino el suahili, idioma que habl toda mi vida con mucha mayor propiedad, desde mi aldea natal en la selva hasta el da de hoy. Si he escrito en la lengua de Shakespeare con todo el perdn de los clsicos puristas britnicos eso se debe a la herencia que la Reina de los Mares nos legara, a partir de la intromisin que tuvo en nuestro continente. Ustedes se imaginan a la Reina de Inglaterra o al Presidente de la Cmara de los Lores hablando suahili? Yo, realmente, no. Y por qu yo tengo que hablar en ingls? Por qu hoy tengo que llevar este perdnenme por el epteto estpido traje negro y este para mi gusto al menos ridculo moo? Usara el Primer Ministro britnico nuestros trajes tpicos para alguna de nuestras ceremonias? De todos modos, no quiero insistir con esta cuestin de las presentaciones: hablo en ingls, pobremente quiz, y uso un traje que me resulta incmodo. Pero no deseo extenderme en este aspecto sino excusarme, en segundo trmino, por mi falta de informacin. No podra, ni remotamente, lucirme con una parafernalia de datos sobre la historia y la situacin actual de mi pas: Jamhuri ya Muungano wa Tanzania mi raza, mi continente como lo hiciera en una ceremonia similar mi me provoca cierto nerviosismo pronunciar la palabra "colega", el tambin galardonado con este premio, el latinoamericano Garca Mrquez. En ocasin de recibir su premio, aqu mismo, hace ya aos, asombr a todos con una pieza oratoria tan llena de datos, tan rica en informacin, que creo le podra valer, ella misma, otro premio. No, yo no dispongo de todo ese saber. S que vengo de un lugar pobre, uno de los lugares ms pobres del planeta, con ms hambre que otra cosa, pero no podra abundar en precisiones al respecto. Ah estn los informes de Naciones Unidas para eso. Cranme: no soy escritor, no me tengo por tal. Fui en mis aos juveniles, igual que otro colega, tambin ganador del Nobel Saramago, el vate portugus cerrajero. Si fuera un lrico,
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un exquisito maestro de las letras como lo es l, podra decir que ese juvenil oficio me permiti, aos despus, abrir los cerrojos del espritu humano. Pero no, los defraudo. Creo que sigo siendo, de alma, ms cerrajero y mecnico de automviles, y maestro rural, como tambin lo he sido que escritor. Llegu a la literatura casi fortuitamente, nunca me prepar para eso. No estudi formalmente nunca nada ligado a las bellas artes, no asist a taller literario alguno. Lamento decepcionarlos si esperaban otra cosa. Empec a escribir casi como una necesidad visceral: no poda quedarme callado ante las calamidades que a diario vea en mi pas, la miseria, la injusticia. Era tan horripilante todo eso y sigue sindolo, sin dudas que me pareci necesario dejar constancia ante la historia de tanta monstruosidad. Por qu los negros sufrimos tanto? Como no tena cmara fotogrfica, y mucho menos como no poda plasmarlo en una pelcula, pens que tena que escribir sobre esa realidad. De haber tenido habilidades plsticas, se los aseguro, hubiera pintado; de ms est decir que no las tengo. Como ven, entonces, no soy un inspirado por las Musas. Los sigo defraudando? Simplemente me limit a poner en un papel les aclaro que jams he usado una computadora para escribir lo que senta sobre lo que vea a diario. Ustedes saben lo que es comer cada dos das con buena suerte, claro? No pretendo en absoluto ser melodramtico y contarles las infamias ms grandes que se puedan imaginar buscando conmoverlos y hacerles derramar una lgrima. Creo que eso es una inmoral pornografa de la miseria. Si quieren conmoverse, visiten los lugares de donde yo vengo, y que me inspiraron a escribir aquello por lo que hoy me premian. Insisto: no s si soy merecedor de esta tan distinguida presea. No soy un escritor bello no estoy hablando de "mi" belleza; me considero ms bien feo, de verdad. No soy un estilista, un sutil y delicado rapsoda, un mago de las palabras. Hay muchsimos que as han entendido la literatura y yo tambin, en definitiva, creo que eso es el arte literario. Pero yo no soy de esos. Soy ms bien rstico, torpe incluso. No pinto bellezas; hablo, simplemente, de la sufrida vida de mi gente, de mi sufrida vida. Intuyo que se me confiere ahora este premio con un valor simblico: un negro un negro! de uno de los pases ms pobres que hay. No se trata de una compensacin, una forma de resarcimiento? Los que han ledo mi obra que por cierto no son muchos saben que no soy un elegante maestro del lenguaje. Por qu, entonces, este galardn? Lo agradezco, claro, no dejo de estar contento; creo que es importante aceptarlo, justamente porque soy un negro de un pas extremadamente pobre. Pero no es un poco tardo el reconocimiento? Les aseguro que no soy un resentido contra los blancos. Aunque no les interese saberlo nadie me lo est preguntando uno de mis mejores amigos en mi pas es un blanco. Ustedes, los aqu presentes, la reina de Suecia, toda esta gente importante y acostumbrada a llevar estos trajes que a mi me parecen camisas de fuerza pero que, para ustedes, son algo de lo ms cotidiano, todos ustedes no son los responsables directos de nuestras infinitas penurias, como negros y como pobres. O si? Quin es el culpable, entonces? En lo que hoy da es Tanzania se sabe que apareci el primer ser humano de la historia, hace varios millones de aos. Por qu quedamos tan atrasados? Por qu hemos debido sufrir tantas tropelas? Ustedes se imaginan Europa repartida desde un escritorio, o debajo de un rbol, en una reunin de los jefes africanos? La Conferencia de Berln no fue un chiste, un invento, una quimera. Ah repartieron mi continente, mi gente, mis recursos, como nios que reparten un pastel. Lo saban, verdad? El 26 de febrero de 1885, en Berln, Alemania, 14 varones representantes de otros tantos pases ninguno africano, valga aclarar, y presididos por el canciller teutn von Bismarck, sentados frente a un mapa del frica jugaron a repartirse el continente.
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Ustedes, se los digo con todo corazn, ustedes no son los responsables. Ustedes heredaron esa historia. Ustedes son blancos, ricos, que no saben nada de lo que es el hambre, y que hoy qu bueno que as sea! pueden tener un poco de conciencia, de vergenza mejor dicho, y pensar en promover un smbolo como lo que en estos momentos se est consumando en esta sala: reconocer la monstruosidad que sus antepasados cometieron premiando, quiz inmerecidamente, a un negro, con un preciado trofeo internacional. Yo se los agradezco, muy hondamente, con toda mi alma. Pero vuelvo a decirles lo mismo: quiz no soy merecedor a esto en tanto escritor. Quiz, s, en tanto negro, en tanto pobre. Hasta ahora he sobrevivido muy magramente, con trabajitos informales o con sueldos del Estado. Ya se imaginan entonces cmo puedo haber sobrevivido. Nunca viv como escritor. Quiz ahora, devenido Premio Nobel, mi suerte cambie. No me atrevera a decir: mi prxima "buena suerte"; simplemente una suerte distinta. Quiz, como dijo otro colega ya le perd el miedo a esta palabra, ya empez a gustarme, el igualmente laureado con el Nobel, sobreviviente a los campos de concentracin, y smbolo tambin, el hngaro Kertsz, una vez obtenido ese galardn conoci la tercera dictadura, luego de la nazi y la bolchevique: la dictadura del dinero la menos incmoda, se apresur a aclarar. Tal vez eso me suceda: ahora llegarn los laureles, los reflectores de la prensa, los amigos que son como sombras: aquellos que lo siguen a uno solamente porque hay sol. Tal vez yo dira que casi con seguridad as suceder me atosiguen con conferencias y presentaciones pblicas. Yo, un modesto cerrajero y maestro de escuela! No es un poco desproporcionado todo esto? Qu podra transmitirles yo? Probablemente ustedes esperaban un brillante intelectual, un experto en cuestiones literarias, un profundo pensador. Pues no. Djenme decirles que no soy eso; aunque quisiera, no podra serlo y sigo decepcionndolos. Por otro lado aclaracin importante no quiero serlo tampoco. Ahora ocupo un cargo medio en el Ministerio de Educacin de Tanzania. No s si realmente hago bien lo que hago, pero al menos creo mucho en lo que llevo a cabo. En mi pas alrededor del 30 por ciento de la poblacin no sabe leer ni escribir eso se ve mucho ms an en las mujeres. Por eso, les deca, desde el Ministerio tenemos tanto que hacer por delante. Imagnense: en un pas de analfabetos, donde llegar a la escuela secundaria ya es muy difcil, y la Universidad es casi un lujo inaudito, a quin le pueden importar unos cuantos cuentos sobre la miseria diaria? All la miseria se vive da a da, hora a hora, no es necesario leerla en un libro. Por todo eso creo que es algo desmedido estar recibiendo el Premio Nobel hoy aqu. Podra no aceptarlo, como en su momento hizo Sartre. Pero, en realidad, no me parece lo mejor proceder as. Lo acepto, siempre con la idea que no lo merezco, que hay mejores escritores que yo y lo digo muy sinceramente; yo soy un simple juglar popular que habla de las cosas cotidianas, de la miseria cotidiana. Pero lo acepto justamente por el valor de smbolo que entiendo conlleva. Lo acepto, con una condicin: que los aqu presentes tomen todos yo ya lo tom el genuino compromiso de revertir la situacin que vive el frica. S, as como oyen. Los decepciono? No se esperaban esto? Bueno, perdonen, pero creo que no estoy pidiendo nada fuera de lugar. En nombre de qu derecho mi poblacin, mis hermanos, fueron convertidos en esclavos? Con qu derecho nos han saqueado histricamente como lo han hecho las potencias occidentales? Por qu estamos condenados a ser los vencidos, los olvidados, los marginales, los miserables? Por qu tenemos que vivir de las infames limosnas de la caridad internacional, siempre deficientes, siempre a destiempo? Con qu derecho se nos quiere hacer pagar una inmoral, insoportable y nefasta deuda externa que ningn habitante del frica ha contrado directamente? Cmo olvidar los siglos de explotacin, de ignominia, de degradacin que nos toc soportar, solo por ser negros? Por qu estamos condenados a soportar una enfermedad como el sida, guerras fratricidas que nos inventan desde fuera de nuestras
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fronteras, saqueo inmisericorde de nuestros recursos? Y si fuera cierto que pedimos que, a partir de ahora, la monarca del Reino Unido de Gran Bretaa y la Irlanda del Norte y por qu no tambin sus sbditos hablen idioma suahili? Y por qu tenemos que aceptar tomar Coca Cola y comer Mc Donald's? Acaso no tenemos comidas decentes en nuestros pueblos? Con qu derecho se considera que "la cultura" debe tener por smbolo un partenn griego como es la representacin de la UNESCO y no, por ejemplo, uno de nuestros bohos? Quin nos ha hecho creer que los blancos son ms "cultos" que los negros? Por qu los negros estamos condenados, si bien nos va, a ser deportistas profesionales? los gladiadores modernos para el circo contemporneo. Acaso los negros no podemos ser ms que delincuentes cuando habitamos en el mundo de los blancos? Es ese nuestro destino? Inmigrantes ilegales, ladrones, barrios marginales? Acepto su blanco premio, seoras y seores, slo a condicin que ustedes reconozcan en pblico, aqu, delante de todas estas cmaras de televisin, que con un Premio Nobel dado a un negrito no se est resarciendo una mierda la infamia histrica, el despojo descomunal y la injusticia infinita que se ha cometido en contra de nuestros pueblos. Acepto este blanco premio, no dir manchado de sangre, pero s condicionado por sus asquerosos billetes de bancos occidentales, slo a condicin que quede claro que esto es un inicio algo payasesco por cierto de un proceso de reparacin que debe llevar aos, siglos quiz. Quin nos va a devolver los bosques desaparecidos? Quin, cmo y cundo va a pedirnos perdn por la esclavitud a que nos forzaron? Creen ustedes, por casualidad, que este premio remedia algo? Ni mierda! Pero lo acepto de todos modos. Muchas gracias. Carta para ser leda el da despus de mi muerte Yace ante nosotros Mboto Kumbawa. Segn l mismo repeta siempre: un hombre ms, un comn ser humano de a pie, del montn. Uno ms de la serie; y justamente ah, en esa caracterstica, resida su grandeza. Nunca quiso Mboto sentirse ms que nadie; por supuesto, tampoco menos. Su prdica insistente fue siempre cabal, franca, honesta: todos somos iguales. Hizo de ello un lema en toda su vida, una filosofa. Lo crey, trabaj denodadamente por ello, muri con esa conviccin. Su vida podra resumirse muy sintticamente diciendo que fue una interminable lucha por la igualdad. Despedimos hoy a un incansable luchador por la justicia. Desde el llano, en forma silenciosa, paso a paso como laboriosa hormiga, fue Mboto un tenaz defensor de los derechos inalienables de su pueblo. Nunca busc la gloria personal, la figuracin, las cmaras de televisin. Muy por el contrario, su vida fue una exaltacin de la humildad, del compromiso. Habiendo tenido en reiteradas ocasiones la oportunidad de dejarse arrastrar por el estrellato, por la fama y el proyecto de salvacin personal, opt sin embargo por la lucha desde el anonimato. Su ejemplo debe iluminar a generaciones venideras respecto a lo que significa verdaderamente el sacrificio, la opcin por la humildad. Fue Mboto un alma inquieta, curiosa, siempre en bsqueda de novedades. Desde pequeo fue seducido por la pesquisa sin condiciones de la verdad. Actitud, por cierto, que habra de acompaarlo durante toda su vida. Bsqueda preciso es decirlo que en ms de una oportunidad habra de meterlo en dificultades. Su espritu investigativo lo llevaba continuamente a escudriar todo, a no detenerse ante ningn interrogante. De esa cuenta incursion en los ms variados campos, siempre como autodidacta: fue un incansable lector, prolfico escritor, defensor de los derechos sindicales, luchador por causas populares, investigador de las honduras del alma humana, historiador de su pas, pensador universal.
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Ante nosotros tenemos el fiel ejemplo de lo que significa la dignidad; yace aqu un hombre inquebrantable, incorruptible, que jams acept negociar sus principios. Despedimos hoy a alguien que nos lega una enseanza inconmensurable: ms all de sus escritos siempre profundos, pero no por ello menos amenos Mboto Kumbawa nos deja un espejo donde mirarnos. Si hubiera muchos como l, el mundo sera distinto! Siempre es difcil dar las palabras finales a un ser que se va; pero en el caso de este noble varn se hace ms difcil todava. Qu decir de un ser tan enorme, tan rico espiritualmente, tan amplio, y al mismo tiempo tan humilde lo cual refuerza ms an su grandeza que no se haya dicho con antelacin? Cmo despedirnos de una alma tan noble, tan honesta, tan pura?, si sabemos que Mboto, en realidad, no se va. No se va ahora, aunque su cuerpo yazga inmvil, ni se ir nunca, pues su enseanza y el camino que nos abri estarn inclumes por siempre, alumbrndonos, convocndonos a seguirles, a buscar ser cada da mejores. Mboto: en unos instantes tu cuerpo estar sepultado bajo la tierra que te vio nacer, crecer, volverte viejo y, cerrando el ciclo obligado, tambin te vio morir. Pero t no te irs nunca. Tus escritos permanecern por siempre, no slo en tu Tanzania natal sino en el planeta todo. Este mundo que, aunque de momento no te rinde todo el homenaje que en realidad tu obra merece, pone en mis palabras el honor de despedirte, y espero que cada vez ms te honre como t verdaderamente te lo mereces. Mboto: con todo el dolor del alma por saber que ya no vas a estar con nosotros, pero al mismo tiempo reconfortado al saber que los sufrimientos de la horrible enfermedad que te lleva a la tumba han terminado, no puedo ocultar mi emocin en este momento. Por azares del destino he sido yo el elegido para pronunciar estas palabras; no s si me lo merezca. S que nadie podr nunca decir en un momento como el presente todo lo que la situacin significa. Yo solamente quiero decirte que la muerte fsica nos aleja, pero tu obra no muere. S que tu obra crecer cada da ms, que el mundo te debe an un reconocimiento a la verdadera altura de tu herencia. La historia no te olvidar. Compaero Mboto Kumbawa: haciendo mas las palabras de otro grande, igualmente luchador incansable, que quiso el destino tambin hollara suelo africano en su bsqueda de la justicia universal, me permito citarlo y con ello cerrar mi despedida. Como dijera el Comandante Ernesto Guevara, querido Mboto: hasta la victoria siempre!
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CORREO ELECTRNICO
Luego del fatdico golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973, miles de ciudadanos chilenos se vieron forzados a marchar al exilio. Entre ellos Elvira y Guillermo. l, de Santiago, miembro de una clula del movimiento armado, nunca conoci en su pas natal a ella, abogada y docente universitaria de Valparaso. Cuando huyeron ella tena treinta y dos aos, y treinta l. Sus vidas siguieron recorridos muy diversos. A Elvira, con una profesin en la mano, se le hizo relativamente ms fcil ubicarse. Fue para Espaa, y dada su ascendencia ibrica (sus abuelos haban llegado a Chile a principios del siglo XX), en no mucho tiempo se encontr trabajando en Madrid con todas las condiciones legales requeridas. Luego vino la residencia, y posteriormente la ciudadana. Para Guillermo la situacin fue ms difcil. Estudiante de periodismo todava cuando debi dejar su tierra, con pocos casi ningn recurso econmico con que afrontar la nueva vida, tuvo que deambular por Europa contando slo con la ayuda de algunos grupos solidarios para con los exiliados polticos. Estuvo en Francia, Italia y Noruega. Con una noruega se cas, y fue con ella con quien aprendi esa complicada lengua escandinava. Con ella tambin viaj a Nicaragua en 1980, luego del triunfo de la Revolucin Sandinista. Mientras l haca su aporte a un proceso popular en el trpico, compensando as lo que no haba podido lograr en su pas de origen, Elvira fue alejndose gradualmente de la militancia. El ejercicio de la abogaca fue absorbindola cada vez ms, y en unos pocos aos lleg a tener cierto prestigio en Madrid. No fue ajeno a esta evolucin un to lejano, a quien no conoca previamente y que los avatares del destino le acercaron. Ni Guillermo ni Elvira haban tenido en Chile, durante sus aos de formacin, acceso al mundo de la informtica. Sus generaciones vean an la computadora como algo lejano, propio de una tecnologa desconocida tenida como rareza en el Sur. Su contacto con ese mbito ocurri, en ambos casos, despus de los treinta. A ambos les cal fuerte. En poco tiempo se familiarizaron con la computacin, y los dos fueron armando sus estilos de vida de tal modo que era imposible concebirlos sin un ordenador. Elvira, sin haber abandonado sus ideales juveniles, fue volvindose cada vez ms cerrada en s misma, ms introvertida, alejndose as de toda militancia poltica. Despus de algunos aos de prctica profesional liberal fue volcndose al tema del feminismo. Para inicios de los noventa fund una revista electrnica dedicada a temas de reivindicacin de mujeres. "Nosotras" la llam. En muy buena medida su vida se centraba en torno a la computadora: casi todos los casos jurdicos as como la revista los manejaba desde su casa y tras una pantalla. Haba das en que estaba hasta doce horas con su ordenador. Salvo un par de parejas que no se consolidaron, los hombres no fueron su principal preocupacin, y para cuando comenz con el proyecto de la revista era ya una "soltera por conviccin", como gustaba definirse. Guillermo, por su lado, haba ido adentrndose en el mundo de la cooperacin internacional. Luego de la separacin de la noruega, su primera esposa, sigui ligado a una organizacin escandinava de solidaridad con el Tercer Mundo. De Nicaragua volvi un tiempo para Europa, y posteriormente sigui trabajando en Centroamrica. Honduras, El Salvador y Guatemala fueron sus destinos. Dado que lleg a hablar con mucha solvencia el noruego y el sueco, pas a ser representante de una importante agencia sueca de apoyo al desarrollo. Ese trabajo, y por otro lado un puro inters personal, tambin hicieron de l un archiconsumidor de informtica. Igual que Elvira, su vida transcurra sobre un teclado y tras una pantalla, dedicndole a veces doce o catorce horas diarias a esos menesteres.
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Alguna vez, buscando informaciones diversas, Guillermo dio por casualidad con la direccin de "Nosotras". vido lector como era, se intern en su contenido. Le llam la atencin la nota biogrfica de la autora: "una chilena en el exilio". Fue eso, y no tanto la publicacin en s misma, lo que lo impuls a comunicarse. No saba bien qu esperaba que le respondieran; era, ms que nada, la novedad de encontrarse con alguien similar lo que lo entusiasm. El correo electrnico enviado fue casi balbuceante, escrito con nerviosismo, con ansiedad incluso. Elvira reciba decenas, cuando no cientos de mensajes diarios. Muchos los desechaba sin siquiera abrirlos. El de Guillermo la intrig por el ttulo que llevaba: "de chileno a chilena". Lo respondi ms por formalidad que por real inters; lo hizo en forma lacnica, sin esmerarse mayormente. S, yo tambin sal hace mucho tiempo e hice mi vida sin pensar en volver. El regreso de la democracia, aos despus, no me motiv el retorno. Ya mucha agua haba corrido bajo el puente y no sent que tuviera mayor cosa que hacer en Chile. Con esas palabras cerraba su respuesta, con la secreta esperanza de no volver a recibir algo que le recordaba tiempos idos que no deseaba revivir. Pero recibi. El mensaje de respuesta de Guillermo fue kilomtrico, y apasionado. Buen escritor como era publicaba artculos en varias revistas electrnicas, una de ellas tambin sobre derechos femeninos le dedic un mensaje de varias pginas. Prcticamente le contaba toda su vida, con lujo de detalles, desde la salida de Chile. Para l era muy importante, muy gratificante poder entablar esa comunicacin. Para Elvira fue algo desconcertante. No se lo esperaba, y un primer momento dud si contestara. No sin cierto desgano, finalmente lo hizo. Comenz as un intercambio que ninguno de los dos hubiera podido imaginar en un principio. Haba infinidad de temas comunes: la nacionalidad, un pasado compartido, el exilio, gustos literarios, puntos de vista varios. Hasta incluso ambos eran seguidores del Colo Colo. Todo eso los fue uniendo. Inadvertidamente, sin proponrselos, ambos fueron entrando en una relacin de mutua dependencia. Al cabo de un mes de producido el primer contacto no haba da en que no se escribieran; en ciertas ocasiones lo hacan ms de una vez diaria. Tambin chatearon, pero luego de un par de intercambios vieron que no era se el medio que ms los una. Sin dudas preferan el correo electrnico. Fue establecindose as una relacin peculiar que ya no tuvo retroceso. Comenzaron a comunicarse con ms emocin, a contarse cosas ntimas, problemas, deseos. No era una relacin solamente ertica; de hecho, haba un clima romntico, pero eso slo no defina el contacto creado. Haba ms. Fue dndose, en un muy corto perodo, una gran compenetracin. Ambos pasaron a ser uno respecto del otro un sinnmero de cosas, siempre en trminos virtuales: confidentes, consejeros, grandes amigos, psiclogos empricos, amantes. Fue Guillermo quien comenz a provocar con eso: "mi querida amante virtual" sola encabezar sus mensajes. Para ese entonces l viva en Guatemala y estaba en pareja con una muchacha oriunda del pas maya quich, mientras segua trabajando para la agencia sueca. Elvira resida en Madrid, sin pareja, y se reparta entre la abogaca y la publicacin feminista. Ambos intuan que la relacin era ms que un simple juego literario, un inocente intercambio epistolar. Pero qu era entonces? No lo saban. Tampoco queran ponerle nombre a eso que estaban viviendo. Era una cosa especial, rara. Los dos se sentan atrados por el mbito que se haba ido creando, a tal punto que se resentan si un da, por algn motivo, uno no reciba mensaje del otro. No se trataban como pareja ms all del encabezado picaresco propuesto por Guillermo, pero era obvio que no eran colegas, compaeros de trabajo o conocidos a partir de una relacin neutral. Haba mucha pasin en las cartas.
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I Fue Elvira quien lo insinu por primera vez: deban conocerse personalmente. No era fcil concretar la idea, pero tampoco imposible. Con no poca carga de vergenza, con oculta picarda, de parte de ambos fue surgiendo la propuesta de darle forma a esa ocurrencia. Dos meses ms tarde lo materializaban. Decidieron que sera en el balneario mexicano de Cancn. Elvira no tena grandes inconvenientes personales con que lidiar; era slo cuestin de acomodar sus actividades cotidianas no poca cosa, sin dudas, pero que no implicaba dar mayores explicaciones a nadie. En el caso de Guillermo estaba su actual pareja de por medio, con quien se encontraba a gusto. De todos modos, la fuerza de la curiosidad, de la transgresin que su relacin con Elvira le significaba, pudo ms. Diciendo que iba a un seminario internacional surgido bastante repentinamente, march rumbo a su encuentro. Ninguno tena una clara percepcin de lo que podra significar esa cita. Para ambos era no ms que eso podan decir una tentadora invitacin a no se saba qu. Un paso al vaco, pero un vaco que seduca, que fascinaba. No iban con ninguna idea preconcebida; era slo abandonarse a un sueo, a un acuciante llamado del deseo. No fue tanto el encanto fsico de uno y otro lo que los atrap. En realidad, si bien los dos estaban bastante bien conservados, sus cincuenta y cuarenta y ocho aos no les permita precisamente la gracia de la juventud. El hechizo lo produjo otra cosa. Al poco tiempo de encontrarse no les fue difcil reconocerse ya haban entrado en un clima de profunda intimidad. En un bar cercano al hotel que haba alquilado Elvira Guillermo no tena habitacin reservada pasaron interminables horas de conversacin. Para ambos la sensacin fue similar: dejarse llevar por lo primero que les iba saliendo, hablar, contar todo, sincerarse. As, conversando animadamente, los sorprendi la madrugada. Estaban cansados por los respectivos viajes en avin, por las horas robadas al sueo, por la tensin de la situacin. De todos modos, poda ms el deseo de seguir la pltica. Inadvertidamente se tocaron las manos. Podran haberlas soltado, pero ambos prefirieron no hacerlo. A los dos les pareca todo demasiado precipitado, aunque ninguno quera dar marcha atrs en lo que estaban viviendo. No lo podan creer, y al mismo tiempo era lo que queran. Esa primera noche, pese a que hubieran podido hacerlo, no durmieron juntos. Pero s la segunda. Aunque, en realidad, no durmieron en sentido estricto. Se hicieron el amor hasta quedar exhaustos, muchas veces, como recuperando todo el tiempo que en que haban estado separados. Todo, absolutamente todo lo que hacan les sala con la precisin de quienes se conocen de toda una vida. Adems siguieron hablando. Daba la sensacin que toda una eternidad no les alcanzara para ponerse al tanto de cunto tenan para contarse. Y comenzaron a hacer planes. Tanto Elvira como Guillermo tenan la sensacin que decan ms de lo que queran, que las palabras hablaban solas. Cmo hacerse promesas de amor si haca apenas un da que se conocan? No obstante, las promesas salan con un facilidad que los extraaba. Y ambos tenan la certeza que no mentan, que todo lo que se decan era absolutamente cierto. Efectivamente, lo era. Tres meses despus de ese encuentro en Cancn, ambos estaban viviendo juntos en el apartamento de Elvira en Madrid, y coeditaban la revista "Nosotras". Y por primera vez en sus vidas ambos fueron padres: adoptaron un niito de Senegal. Cosa curiosa: nunca ms volvieron a mandarse un correo electrnico entre ellos.
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II Fue Guillermo quien lo insinu por primera vez: deban conocerse personalmente. l estaba totalmente convencido; Elvira dudaba un poco. Guillermo, en toda la relacin virtual mantenida hasta entonces, se haba mostrado siempre ms osado, ms provocativo. Ella, aunque fascinada por la relacin que se haba ido tejiendo, no se senta an en condiciones de materializar un encuentro real. Ante la propuesta qued un tanto desarmada. La insistencia de Guillermo fue lo que termin por convencerla; aunque fue un convencimiento bastante superficial. En lo ms profundo de s, no se atreva. No obstante, aunque sin saber a ciencia cierta por qu, no pudo decir que no. La relacin por correo electrnico la haba golpeado hondamente, ms de lo que poda haberse imaginado. Fue casi un desafo personal: aunque haba perdido las expectativas de tener pareja haca ya ms de ocho aos de su ltima relacin con un hombre haba algo en ese desconocido compatriota que la atraa fatalmente. Aunque sin pasin, acept. El encuentro tuvo lugar en el balneario mexicano de Cancn. Ella no conoca el lugar, lo cual le fascinaba ms an. Varias veces haba planeado viajar ah, pero hasta ahora nunca lo haba concretado. Buscaron hacer coincidir sus vuelos lo ms posible. Guillermo lleg alrededor de las dos de la tarde, habiendo convenido que la esperara en el bar principal del aeropuerto. Elvira deba arribar casi dos horas ms tarde. Fue bajar del avin y aparecerle el aluvin de dudas. Ambos tenan seas bastante precisas uno del otro, por lo que no les hubiera costado mucho reconocerse. Guillermo estuvo tentado de acercarse a quien pens poda ser Elvira (alta, delgada, cabello negro, de lentes), pero no teniendo la total certeza, y ante la actitud de indiferencia de parte de ella, prefiri esperar. Ella, absolutamente segura que se trataba de su enamorado virtual (de barba y bigotes, ropa sport, lentes negros), tom la decisin en forma inmediata. Le asalt una confusa suma de cuestionamientos. Qu estaba haciendo ah?, para qu todo esto?. Sin pensarlo mucho opt por hacer lo que ya vena pensando en su vuelo: aprovechara el viaje y conocera, sola, Cancn. Haca aos que lo deseaba hacer. El nico correo electrnico que envi Guillermo unos das despus, ya de regreso en Guatemala, nunca fue contestado por Elvira. Nunca ms volvieron a escribirse. III El tono de los mensajes comenz a ser cada vez no slo ms personal, sino ms ertico. Los dos fueron advirtindolo, y tambin los dos, casi al unsono, quedaron sorprendidos por ello. Ambos, con subterfugios, se lo comenzaron a preguntar uno al otro: qu hacemos con esta relacin? Hasta dnde queremos llegar?. Por motivos diversos, pero que finalmente convergan en lo mismo, se asustaron del giro que iba tomando el intercambio. Ya no era un amistoso envo de mensajes, y ninguno de los dos quera siquiera pensar en algo ms all. De todos modos la relacin era demasiado hermosa como para cortarla. Comenzaron a indagar con un aire casi filosfico qu era todo eso que estaban viviendo. En realidad no llegaron a saber con precisin qu los haba unido de esa manera, qu los haba acercado tan ntimamente. Pensaron y seguramente no se equivocaban que era una suma de cosas: reencontrarse con sus propias races era quiz lo ms significativo. Cayeron en la cuenta que, pese a la distancia fsica que los separaba y al cortsimo tiempo en que se haban empezado a vincular, la fuerza de la ligazn establecida pareca indestructible. Pasaron a ser confidentes uno
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del otro, y no podan dejar de escribirse a diario para contarse infinidad de cosas, desde reflexiones sobre la inmortalidad hasta lo que haban desayunado. Se hicieron entonces una promesa: buscaran que la relacin nunca se cortara, pero al mismo tiempo establecan que jams se conoceran personalmente. Llegaron a decirse, incluso, que si las circunstancias de la vida hacan que por alguna razn algn da se encontraban en un mismo espacio fsico, respetaran la promesa de no intentar conocerse. Eso aada un toque de mayor encanto an a su singular relacin. Mantuvieron la promesa. En alguna ocasin, unos meses despus, Guillermo tuvo que viajar a Madrid con ocasin de un foro internacional sobre derechos de la niez, y pese a tener la oportunidad de buscar a Elvira, no lo hizo. Ella, sin dudas, no lo hubiera recibido. As sigui su vinculacin, manteniendo el contacto epistolar en forma diaria. Un par de aos despus del inicio de la misma estrecharon ms an su amistad: disearon un manual virtual para manejo del correo electrnico. Hoy, habiendo sido esa empresa un relativo xito comercial, mantienen una comunicacin cada vez ms fluida, compartiendo no slo intimidades, penas y sueos, sino tambin una cuenta bancaria. De todos modos nunca faltaron a la palabra empeada; ni siquiera una sola vez se hablaron por telfono. Su relacin sigue siendo exclusivamente por correo electrnico.
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CULTURA DE PAZ
Visitando el museo de Auschwitz tom la decisin. Tanto horror lo espantaba, no le pareca real. Su formacin y acendrada prctica catlicas lo obligaban a estar en contra de tanto espanto, y todo ello sinti que lo compela a hacer algo. Fue as que se alist como voluntario en la Comunidad Catlica de San Polomio. De hogar humilde, hijo de un obrero metalrgico que en sus aos juveniles haba formado parte de las fuerzas del Duce y que luego pas a la resistencia, Roberto siempre respir un clima catlico. Tanto que a los doce aos decidi convertirse en cura. Su experiencia de seminarista no fue muy larga; al cabo de un ao sinti que no era eso lo que quera. Cuando lleg el turno de la universidad, con grandes esfuerzos familiares ingres a estudiar teologa. No era especialmente inteligente, pero s muy constante, muy sistemtico. Combinando su estudio con los ms diversos trabajos de medio tiempo, con algn retraso en relacin a otros compaeros, finalmente pudo graduarse. Su colocacin laboral como profesor de filosofa y teologa no era, claro est, la situacin ms deseada por sus padres. Pero de todos modos no lo contradijeron. Roberto estaba en la cima de la felicidad; aunque para la segunda quincena de cada mes deba recurrir a la ayuda paterna para llegar al da treinta. Corriendo toda la jornada, combinando sus clases de tomismo y tica en varias escuelas secundarias de Torino con sus tareas de voluntario en la parroquia barrial, recibi cierto da la oferta de viajar a una misin en el extranjero. Roberto haba salido slo una vez fuera de Italia; el viaje a Alemania, concretamente para un encuentro de juventudes catlicas. La perspectiva de ir ahora a Hait le interesaba sobremanera. Con sus recin cumplidos treinta y un aos y una soltera que ya se mostraba slida, en realidad no lo pens mucho. La charla que mantuvo con el Obispo rpida, escueta lo termin de decidir. Dos meses ms tarde se encontraba en Puerto Prncipe. Proviniendo de una familia de trabajadores nunca haba estado cerca del lujo; sus hbitos estaban lejos del refinamiento, de la ostentacin, y por su tradicin catlica de abnegacin y voluntariado, el contacto con la pobreza extrema le era algo familiar. En Torino haba trabajado con pacientes cancerosos terminales, con prostitutas, con jvenes drogadictos. Ahora, en Hait, pensaba sentirse a sus anchas con actividades de ese tenor. Para l, trabajar de voluntario con poblacin pobre en el ms pobre de los pases latinoamericanos significaba compartir de igual a igual con los descendientes de esclavos, comer en la misma mesa, sufrir sus mismas penurias. Su sorpresa fue grande cuando vio las interioridades de la organizacin con la que estaba comprometido. La Comunidad de San Polomio era la avanzada social del Vaticano, con un carcter progresista incluso. Su misin era eso crea Roberto al menos enteramente pastoral. La poltica no contaba. No lo golpearon tanto los lmites extremos de la miseria que inmediatamente descubri la primera palabra que escuch de un haitiano fue un pedido, en ingls, con mano suplicante: "one dollar, please" sino la lujosa magnificencia que descubri en la institucin para la que iba a trabajar. Por lo pronto haba tres carros doble traccin a su disposicin. La casa que le correspondera habitar, junto con otros tres compaeros, se le antojaba de una pompa inconcebible: amplio jardn muy bien cuidado, varias lneas telefnicas, planta elctrica propia, alfombras, y un mobiliario de estilo tropical que lo conmocion. Roberto, sin ser precisamente un asceta, no era muy dado a los placeres materiales. La llegada al trpico, luego de un primer momento de impacto negativo, lo cambi. Despus de un
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ao de estancia en Hait le gust esa forma de ser voluntario; a tal punto que comenz a considerar la posibilidad de seguir en la organizacin, y buscar otros destinos. Bien relacionado como estaba con la iglesia, siendo una persona prolija que no dejaba nunca una mala impresin, y con unas ansias terribles de adentrarse ms en los vericuetos de la cooperacin internacional, descubri que el ejercicio pastoral entendido como compromiso poltico (si haba vehculos doble traccin y buenas casas equipadas, mejor) le sentaba a la perfeccin. Por lo que, entonces, enfil proa hacia ese puerto. Buscara hacer carrera en la Comunidad de San Polomio. Aunque no le fue fcil, tampoco le cost tanto; su buena relacin con el Obispo de Torino, Monseor Fellatini, facilit las cosas. Despus de un par de charlas privadas con el prelado "demasiado privadas", como dijeron luego lenguas viperinas consigui, dentro de la Comunidad, la direccin de un programa en Ruanda. Acababa de suceder el monstruoso genocidio en el pas africano, en 1994; sus consecuencias estaban an frescas. En ese contexto, con un milln de muertos todava calientes, resultaba en un todo pertinente un aporte para la paz, tan urgidamente necesitada en ese mar de violencia suprema. As apareci entonces el Proyecto Cultura de Paz. Roberto Malini "pura bondad", como dijera Monseor Fellatini, pese a un apellido que, coincidencias del destino, poda hacer pensar en algo distinto fue su director. Con la experiencia de Hait a cuestas, busc que lo que le tocara ahora en Ruanda fuera, como mnimo, similar a lo vivido en las Antillas. Por lo pronto haba negros y se hablaba en francs. Busc asegurar que no faltara tampoco la buena casa, la buena provisin de comida italiana en lo posible, el buen vino, y el jeep doble traccin. Roberto ya haba adquirido el conocimiento de lo que se deba y lo que no se deba decir en las lides de la cooperacin internacional. De voluntario a funcionario, el salto le haba cado perfecto. "No hay que criminalizar a nadie. Tanto hutus como tutsis son igualmente vctimas", explicaba ceremonioso Roberto el doctor Malini, como pas a ser conocido en el mbito semi diplomtico en el que comenz a moverse desde su llegada a Kigali "y lo peor es que no existe ninguna iniciativa oficial en favor de la reconciliacin". Bsicamente el proyecto que impulsaba la Comunidad de San Polomio haca nfasis en el trabajo contra el olvido y el negacionismo, manteniendo algunos lugares con funcin de recordatorio, como la iglesia de Nyamata y Murambi. El clima de violencia se haba instalado en la sociedad ruandesa; los enfrentamientos armados posteriores al genocidio ataques de milicias hutus contra las fuerzas tutsis ya instaladas en el poder tenan forma de asaltos guerrilleros, generalmente nocturnos y sorpresivos. La poblacin civil sigui sufriendo buena parte de las vctimas. Digerir toda la violencia de uno de los peores genocidios de la historia, con su cohorte de resentimientos, traumas, odios incurables, hacan muy oportuna la intervencin de la organizacin catlica: "se trata de promover la cultura de la paz", explicaban. Pero era difcil construir la paz en un pas tan golpeado, con tanta pobreza, con epidemia de sida, con una historia tan pesada a sus espaldas. Hasta poda sonar tragicmico hablar de "paz" en ese contexto. "Los dirigentes extranjeros no fueron capaces de actuar con efectividad; todava peor: reaccionaron con cortedad y retraso una vez iniciada la matanza", lea asustado Roberto en el Informe "No qued nadie para contarlo", duro documento donde se criticaba con acritud a las potencias occidentales y a la ONU. El buscaba ser polticamente correcto, en todo. Si visitaba una comunidad rural iba en pantaln vaquero y en botas; y aceptaba comer aunque le resultara intragable la magra comida tpica que le ofrecan. Si se encontraba con diplomticos en la sede de alguna embajada luca su
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mejor corbata y hablaba de los vinos tintos de Italia, y de la pesca deportiva del salmn con una suficiencia de la que l mismo quedaba sorprendido. Nunca un exabrupto, nunca una palabra de ms: no saba dnde ni cmo, pero se daba cuenta que haba aprendido a la perfeccin el arte del equilibrio, de la neutralidad, de las buenas maneras polticas. Rea cuando la ocasin lo requera, o se consternaba cuando todo indicaba que haba que mostrarse consternado. Muy raras veces Roberto se detena a pensar qu quera hondamente; pero la pregunta honesta era slo un hlito pasajero, demasiado pasajero. Haba que ser "correcto", eso era lo importante. Y no olvidar nunca la visibilidad de la Embajada Italiana y el logotipo de la organizacin; de eso dependa su futuro. "Monseor se va a poner muy contento cuando sepa que estoy bien", pens no sin cierta ingenuidad, con honestidad incluso. Con sus treinta y dos aos cumplidos, la soltera no era algo que le preocupara en especial. Fuera de la oscura relacin con el Obispo Fellatini que, por otro lado, la mantena porque no le pareca pertinente crearse un enemigo de ese calibre, "no sera correcto" no tena una clara orientacin sexual. En todo caso, ese era un tema que no le preocupaba. En muy contadas ocasiones dos veces, una de ellas con una prostituta, lo cual lo llen de culpa por un largo perodo haba tenido relaciones sexuales con mujeres. Poda vivir perfectamente sin eso "ahorrndose problemas", segn su particular punto de vista. Julie, la muchacha que haca la limpieza en su casa, haba sido vctima de violacin durante el genocidio. Por fortuna o "por desgracia", como ella sola decir estaba entre el treinta por ciento de mujeres violadas que no haban contrado el sida. De todos modos, si bien deba arrastrar esa carga en particular, pesada de por s, eran igualmente muchas las secuelas que la acompaaban desde haca ms de un ao. La ms importante, quiz, era el sufrimiento indecible que le provocaba la impunidad de sus violadores. Sabiendo quines eran, nada poda hacer para buscar justicia. Tanto ella como su hija, de dos aos de edad, eran blanco de la discriminacin y del escarnio por el hecho de haber sufrido esa afrenta. Tena veintids aos. Roberto era buen conversador, y justamente por su bsqueda casi obsesiva de la correccin poltica, para todos tena la palabra adecuada. Julie gustaba de hablar con l, se senta bien, se atreva a contar sus traumas. Inadvertidamente, a partir de la confianza establecida, termin por enamorarse del italiano. Pero la situacin no era recproca. Roberto hablaba continuamente de la no discriminacin, que la paz se construye con el respeto y aceptacin de todos, del amor incondicional. Aunque jams hubiera pensado que una muchacha negra pudiera ser su pareja. En todo caso, la idea lo espant (o quiz lo espant la idea de una muchacha o ambas cosas). Viva slo; a poca distancia de la oficina, en la zona residencial de Kigali; habitaba una casona excesivamente grande para sus necesidades, decorada con una mezcla de gustos inclasificable. Haba algunos toques de suntuosidad europea, funcionalismo estadounidense, elementos autctonos de Ruanda. Se haba hecho colocar una planta elctrica para tener garantizado el suministro de energa durante todo el da. As poda navegar en internet cuanto quisiera; su predileccin, adems del Corriere della Sera, eran las pginas pornogrficas. Por supuesto, jams lo deca; la reivindicacin de gnero con cierta moderacin, porque la Comunidad de San Polomio era catlica, claro era uno de sus discursos ms repetidos. Aunque en su casa jams, pero jams mova un dedo para cocinar, lavar o prepararse su ropa. Para eso estaba Julie. La joven provena de la aldea Gumbumba, masacrada un ao atrs durante el genocidio. Era corpulenta, de libidinosos movimientos y andar. Ahora viva con unos familiares en un barrio perifrico de la capital, y todos los das se enfrentaba al drama de la movilizacin dentro de la ciudad: o caminaba ms de cinco kilmetros o buscaba algn autobusito, de los pocos y destarta80
lados que, con buena suerte, llegaban hasta su destino, tarea repetidamente difcil. Eran ms las veces que optaba por caminar. Ese fue el motivo que le decidi a llevar la propuesta a Roberto. "Yo todos los das tengo que caminar varias horas para llegar ac, y a veces llego muy tarde a mi casa por la noche. Por eso le propongo quedarme a vivir aqu. Qu le parece?" "Bueno y no te preocupara vivir en la casa de un hombre solo?" La pregunta del italiano trasuntaba ms una angustia suya que una preocupacin por la muchacha. Fue ah que Julie se transform; dejando ver casi todo su muslo y con una sensual voz, dijo sonriendo: "Al contrario" Roberto enrojeci. Las ideas se le arremolinaron. Un varn no poda despreciar a una mujer (lo haba visto tantas veces en la televisin.!), pero tampoco era correcto que l, director de una organizacin catlica, aceptara una provocacin de su empleada. Adems, era negra. Julie hubiera querido hacer el amor en ese mismo momento. Senta mucho por Roberto: era una mezcla de admiracin, sensualidad, ternura. Ella era pura pasin, respuesta visceral; por el contrario, l era la reflexin personificada: todo lo vea en perspectiva de futuro. "Qu pensarn si hago esto?, cmo se tomar si saben que opino esto otro?, tendr consecuencias si me ven haciendo tal cosa? Lo importante es que se vea el logotipo del proyecto..." Ante la negativa del italiano, Julie no tuvo otra alternativa que replegarse. Pens tambin en violarlo, pero no se atrevi. Se dio cuenta que Roberto estaba casi temblando, aunque trataba de disimularlo. Haba pasado ese momento, pero la historia no estaba terminada. Ambos lo saban. El hubiera preferido que all se acabara todo, aunque tena la certeza que no iba a ser as. Para ella se le vea en la expresin pcara de su cara recin comenzaba el juego; saba que llevaba las de ganar. Roberto era dbil, y ambos lo saban. El da siguiente de la "declaracin" de Julie se cumpla el primer aniversario del genocidio; si bien con grandes resistencias por parte de las fuerzas gobernantes, muchos sectores haban conseguido hacerse el espacio necesario para conmemorar la masacre. Roberto Malini, junto al Embajador de Italia pas que estaba financiando el mayor esfuerzo que se llevaba a cabo en pro de la reconciliacin y la superacin de las heridas dejadas por el holocausto vivido eran parte principal de los actos recordatorios. Era Roberto el designado para cerrar la solemne ceremonia. La escena vivida con su empleada lo haba dejado sumamente golpeado; no se lo esperaba, y no saba cmo reaccionar. Pens en despedirla, en consultarlo con Monseor Fellatini, en proponerle a Julie sentarse a hablarlo. En ningn momento la vio como posible pareja; no le gustaba, y en modo alguno se le ocurri permitirse tener un encuentro sexual pasajero. Adems, cosa que no se hubiera jams permitido decir en voz alta pero le vena repetidamente siendo, quiz, lo que ms le insista, adems "era negra." Para el acto celebratorio, por cierto triste, muy emotivo, Roberto luca consternado. Desde ya quedaba muy bien; en una circunstancia como esa era polticamente muy correcto mostrarse compungido, trgico incluso. Nadie saba, sin embargo, cul era el verdadero motivo de su pesar. En un momento, por lo bajo, casi como un comentario confidencial, le dijo a su embajador Marcello Pescarolo que "haba contemplado la posibilidad de dejar Ruanda, porque era demasiada la frustracin que lo invada." En realidad era un primer ensayo para ver cmo reaccionaba la Embajada ante esa posible movida de su parte. "Qu pena, Malini! Qu pena! Sera una gran prdida para nosotros", opin con gesto preocupado el Embajador. "Y puedo permitirme preguntarle qu lo lleva a tomar esa decisin?"
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"En realidad todava no la he tomado, pero me siento muy triste por todo lo que veo aqu, y a veces pienso que fomentar la paz es como querer arar en el desierto", agreg con gesto grave Roberto, con algo de escnico. El Embajador lo escuch, pero no agreg nada ms. Sigui concentrado en el acto en el que se encontraban. Roberto qued con la duda terrible, que lo carcomi toda esa noche no dejndolo dormir sobre la actitud de Pescarolo: "Se preocupar de verdad si me voy? No habr quedado como 'poco catlico' dicindole lo que le dije? Qu informara entonces a Roma?" Los das siguientes trat de evitar todo lo posible a Julie. Pero la muchacha, sin dudas mucho ms vivaracha que l, no lo permiti. Para ella toda la situacin tena el significado de una broma, de un escenario de comedia, y no le desagrad la idea de jugar ese juego viendo hasta dnde llegaba. Comenz a provocarlo. "Para construir la paz hay que deponer rencores, enemistades. Hay que mirar hacia delante con nimo superador" As comenz Roberto su alocucin en el anfiteatro de la Universidad Nacional, con una sala atestada de gente, estudiantes fundamentalmente, donde lo que ms le preocupaba era que las banderas de Italia y de la Comunidad de San Polomio no tenan un lugar preferencial en el escenario y no se vean todo lo que el hubiera deseado. Tambin le importaba mucho haba hecho llamar a su secretaria tres veces en el mismo da para confirmarlo saber si llegara el ministro de educacin, para ir vestido en consecuencia. Una vez en el recinto no ocult su preocupacin en realidad era terror, aunque no permitiera que as se evidenciara respecto a si los grupos estudiantiles ms radicales iban a tomar la palabra. Por supuesto, el prefera que no, pero tena que decirlo de un modo "polticamente correcto" que no fuese confrontativo. Habl siguiendo su manual de recomendaciones; tena especificado, segn el interlocutor, qu deba decir o callar. Todo deba ser medido; criticar, s, pero no tanto. Un poco de autocrtica no vena mal. Temas sociales quedaban bien, pero tampoco era cuestin de exagerar. Era muy importante no olvidar ninguna de las palabras claves, las que estaban en la cresta de la ola de las tendencias de la cooperacin internacional: "equidad de gnero", "sustentabilidad", "solucin consensuada". Roberto saba que mucho de todo eso era mentira, pura cscara cosmtica; pero no poda ni quera dejar de seguir la corriente. Llegado el momento de las preguntas y respuestas, sucedi lo que tanto tema: haba interrogantes incmodos que no se podan sortear. Insistir con la paz y la reconciliacin no llevaba a ningn lado. Eso l lo saba, y era lo suficientemente despierto como para darse cuenta que no convena repetirlo. El auditorio daba muestras de descontento. En un principio no logr identificarla; tuvo que hacerse repetir la pregunta, porque la muchacha que haba hablado tena un tono de voz bastante bajo. Recin en la segunda intervencin de ella pudo darse cuenta: era Julie! No lo poda creer; adems de la tensin que le creaba el acoso de las preguntas de los estudiantes, ahora estaba esta otra provocacin, escandalosa para su gusto. "Y todo esto que nos dice, doctor Malini, no puede tomarse como la visin de un europeo que no entiende nada de lo que pasa en Africa? No puede considerarse como una solapada forma de violencia, ms all del ttulo de 'cultura de paz'?" Roberto qued estupefacto. No se esperaba una intervencin de ese gnero, y muchsimo menos an, de parte de su empleada. Aunque jams se hubiera permitido decirlo en voz alta, era un eurocentrista declarado; estaba convencido que los negros no estaban a la misma altura que los europeos. Y de las mujeres, aunque se llenara la boca hablando de la equidad de gnero, no tena una mejor opinin. De las religiones locales, claro que tambin en secreto, pensaba que eran brujeras, y rea de las distintas expresiones culturales que no poda entender. Ms de una vez haba pensado que si tuviese un hijo, por nada del mundo lo criara en el Africa. Aoraba su Italia natal.
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"Y desde cundo esta zaparrastrosa piensa?", se dijo para s mesndose la barbilla. Hubiera querido hacerla desaparecer, pero no deba perder la lnea. No saba si en su respuesta deba dar a entender que la conoca, o mejor guardar distancia y tratarla en consecuencia. Opt por esto ltimo. "Esteee bueno, me parece que la posicin de la compaera es un tanto excesiva. La Comunidad de San Polomio lo nico que desea es aportar un granito de arena", cuando fue interrumpido por la explosin de risas de todo el auditorio. En realidad, hablando en francs, haba confundido la palabra "sable" (arena) por la expresin popular "saffre" (glotn, sibarita). "Exactamente, de eso se trata!" vocifer Julie entre las risotadas. La decisin la tom esa misma noche. Estaba avergonzado como nunca se haba sentido en toda su vida. La ira la descargaba totalmente en su empleada; supuso que no volvera ms por su casa, por lo que urdi igualmente un plan alternativo por si ella ya no regresaba. De todos modos al da siguiente, lozana como siempre, Julie lleg temprano para cumplir con sus tareas en casa de Roberto. Ella se manej con total soltura, como si nada hubiera pasado el da anterior; por el contrario, l estaba parco, serio. Trat de hablarle lo mnimo indispensable. Al cabo de unos pocos minutos, con rostro sombro sali sin saludarla. Esa maana comenz a poner en marcha lo pensado acaloradamente en toda una noche de febriles devaneos. Habl con el embajador Pescarolo, con el director de su Comunidad en Roma el padre Bertini, con su mentor el Obispo Fellatini. Fue concreto: manifest que se senta descorazonado con el poco avance en el camino hacia la paz del pueblo ruands y que prefera volver a Italia. Todo lo expuso en forma mesurada, muy prudente, pero categrica. Era una decisin tomada. Ante la fuerza de los hechos, nadie os contradecirlo. Habl luego con algunas contrapartes nacionales algn funcionario del Ministerio de Educacin, con el Jefe de la Polica, con el director de una organizacin catlica local de accin pastoral con la que trabajan en conjunto para informarles de su futura partida. Asombr a todos, pero igualmente nadie cuestion la decisin. Finalmente era la parte ms importante del plan logr hacer contacto para entrevistarse esa misma tarde con dos mercenarios tutsis que haban participado en la masacre. Lo hizo fuera de su oficina. Julie era hutu; su sentimiento actual era una mezcla confusa de estados afectivos. A partir de la violacin sufrida despreciaba a todos los varones (Roberto era la excepcin). Haca esfuerzos por olvidar, por dejar atrs la tragedia sufrida, pero no le era fcil lograrlo. Senta una especial aversin por los tutsis. Eso lo saba Roberto. "Exactamente, de eso se trata!", se repeta regodendose, pensando en lo que estaba tramando. La reunin con los dos mercenarios, ms la persona que haca de enlace, fue rpida, concreta. En no ms de media hora, cervezas de por medio que pag Roberto, todo qued arreglado. La fecha se fijara en los prximos das, una vez confirmado su vuelo hacia Roma. Ellos deban facilitar el escenario, pero sera Roberto el violador. Se fij para el lunes de la semana siguiente, dado que el martes parta su avin. Se hara por la maana, en casa del italiano. Todo deba parecer un incidente de criminalidad comn. El saldra a la oficina con la naturalidad de cualquier da, quedando Julie en la casa preparando ya las ltimas cosas para la partida. Era la venganza ms cruel. Le haban sugerido matarla, pero l opt por no hacerlo. Con el ultraje de la violacin, de una nueva violacin a manos de dos tutsis ms un blanco era suficiente. Lo importante era que sufriera. El ira encapuchado, a efectos de no ser reconocido; incluso lo erotizaba la idea de verse desnudo y con un pasamontaas. De hecho, no fueron pocos los minutos que pas ante un espejo en los das previos vindose cmo luca as. Como no iba a hablar, no haba nada que lo pudiera delatar; su cuerpo no tena ninguna sea en particular que pudiera hacerlo identificable.
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Llegado el momento rez para que todo saliera como estaba previsto, y tambin por el alma de esta ignorante primitiva. El nico detalle que no funcion tuvo que ver justamente con su cuerpo: no tuvo ereccin. La violacin, por tanto, debi llevarla a cabo uno de los sicarios contratados Jean Paul, el ms feroz; incluso se excedi un poco en el uso de la fuerza, y la golpe con demasiada brutalidad en la cabeza. Ya en pleno vuelo, sentado en su cmodo asiento de primera clase y luego de una zona de turbulencia que lo hizo vomitar, Roberto tuvo una sensacin de triunfo y de fracaso: se haba cumplido la venganza, pero una vez ms apareca su impotencia sexual. Prefiri no seguir pensando, y hasta el aterrizaje durmi en paz.
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HISTORIA DE UN MAGO
Cada vez que abra el diario Clarn ofrecido por la aerolnea un rato antes del descenso en el aeropuerto de Ezeiza se prometa lo mismo: que se sera el retorno definitivo, que ya no ms viajes, que suficiente de andar por el mundo. Y siempre, irremediablemente siempre despus de las presentaciones y del ya rutinario paseo por el centro de la ciudad de Buenos Aires terminado el trabajo, siempre volva a salir al extranjero. Secretamente Eduardo saba que no se iba a quedar nunca en Argentina. Haca ya ms de veinte aos que viva fuera de su pas natal y la desconexin era demasiado grande. Adems, la fama y el xito cosechados fuera eran irrepetibles en su tierra. Aunque no se atreva a hacerlo manifiesto, eso era en definitiva lo que ms lo fascinaba. La ta solterona que tena en Avellaneda no era suficiente aliciente como para hacerlo retornar. Y su soltera era igualmente llevadera en cualquier parte del mundo. Cuando das atrs desde su casa en New York haba hablado por telfono con Alberto Berrini -el presentador televisivo ms famoso del momento en toda Argentina- para arreglar la entrevista, en forma discreta le sugiri que con alguna pregunta hiciera hincapi en ese "nuevo gran truco" que estaba preparando. La fama de Eduardo Barrera haba crecido estos ltimos tiempos en forma impresionante. Por tres aos consecutivos la Confederacin Internacional de Magos le haba conferido el premio al truco ms logrado. Sin dudas su magia era fascinante como ninguna. No abundaba en grandes despliegues tecnolgicos, al menos en apariencia. Su principal virtud consista en la espectacularidad "modesta", como sola decir. De hecho, contrariando lo que era comn entre casi todos los magos, trabaja con una simple camiseta blanca de mangas cortas, y en pantaln vaquero. Su magia estaba en la destreza fenomenal que mostraba, y en lo novedoso de cada truco. Desde haca aos, cuando ya haba logrado bastante fama en Estados Unidos, cuando ya venda videos en el mercado europeo e incluso en el chino, haba ido cambiando su imagen; ahora ya no necesitaba el saco de lentejuelas y el moito que siempre le haba parecido tan ridculo. Slo importaba la calidad de los trucos. Y en eso Mr. X -tal era su nombre artstico- era insuperable. Con su cara obstinadamente lampia, su humilde vestimenta de joven trabajador y su logrado aspecto juvenil pese a los 58 aos, dejaba atnitos a todos cuando, por ejemplo, se engulla una serpiente cascabel de un metro y medio de larga, viva, y luego iba sacando de la boca un elefante, tambin vivo. O cuando sacaba de su mano cerrada un helicptero con el motor en funcionamiento, que luego se iba volando (esto, por razones obvias, lo haca en escenarios sin techo, en general en estadios monumentales). A Eduardo -l mismo lo deca siempre- la prueba que ms lo fascinaba era la de los disparos. Cada vez le agregaba un toque de mayor espectacularidad, por eso mismo, a mucha gente la aterraba -y por eso mismo, tambin, a muchsimos fascinaba-. No era fcil conseguir el voluntario del pblico que se prestara a participar, y en varias ocasiones haba resultado que al momento mismo en que iba a comenzar el espectculo, los ocasionales colaboradores se horrorizaban y pedan a gritos detener el truco. No era para menos: todo consista en poner al partenaire contra una pared y fusilarlo, balearlo, matarlo lisa y llanamente. La primera vez que lo hizo -cuatro aos atrs- utiliz una pistola calibre 22; luego subi a 38, despus a 45. Las ltimas funciones lo haba hecho con un fusil-ametralladora de asalto, descargando media tolva sobre el fusilado. El efecto era impresionante: la sangre brotaba a chorros, y en ms de una ocasin deba utilizar una pala para recoger los rganos dispersos por el suelo. Todo junto: cadver sangrante y vsceras esparcidas, eran luego colocados en una bolsa, y despus de las palabras mgicas -que en todos
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los casos, invariablemente para cualquier truco, eran "winchi pirinchi"- el "muerto" recin baleado sala caminando muy campante. Cuando luego se le preguntaba a los voluntarios qu haban sentido, ninguno recordaba nada, ms all del miedo de verse apuntados por un arma de fuego. Si bien el alarde tecnolgico no era ostentoso, la espectacularidad conseguida dejaba entrever que haba un fenomenal apoyo en esa materia. De todos modos Mr. X pona todo el peso del xito no tanto en la presentacin y los efectos pomposos del espectculo, sino en lo incomparablemente bello que tena cada truco. No usaba juegos de luces, humo ni ningn otro artificio escnico. Slo haca acompaar cada presentacin con tangos de Astor Piazzola como nico fondo musical. Como dato interesante, cuando nio haba estudiado bandonen con el maestro argentino, de quien toda su vida fue ferviente admirador. La pulcritud en cada movimiento de manos, el hecho de jams cometer un error ante el pblico, lo electrizante de cada prueba presentada, todo ello se atribua a sofisticados mecanismos: hologramas, tecnologa lser, hipnosis colectiva. Tambin hizo decir en ms de un caso -haba quien deca que era parte del mercadeo de su imagen, pero otros lo crean- que su divina perfeccin, al igual que en el caso de Paganini, se deba a un pacto con el demonio.
La entrevista con Alberto Berrini se prepar un lunes por la tarde, para ser difundida el mircoles a la noche, en el momento de mayor audiencia. Mr. X, si bien haca aos que no viva en Argentina, era ampliamente conocido en su pas; haba ya pasado a ser un smbolo nacional, sin dudas no tan conocido como Gardel, como Maradona, como Borges, pero por cierto gozaba de un gran afecto popular. Con estudiado inters el presentador pregunt sobre el "nuevo gran truco" que se traa entre manos. Casi con desdn -seguramente, tambin estudiado- Eduardo dijo que eso era algo que estaba preparando desde haca algn tiempo, y que haba pensado estrenarlo en Buenos Aires, en un show en vivo en el Luna Park transmitido por televisin para varios pases del mundo. El presentador, en verdad, no saba de qu se trataba ese nuevo nmero, por lo que con ingenua curiosidad trat de indagar ms al respecto. Eduardo, sin dudas jugando con mucha sutileza a partir de las preguntas, no hizo sino acrecentar la expectativa. Dentro de dos meses sera la presentacin "si no muere antes el presidente", agreg. Ese pequeo agregado hizo subir por los cielos su popularidad. Pero ms an subi cuando dos semanas despus de la entrevista, el presidente Palmieri muri de un paro cardaco. Las conjeturas se sucedieron de forma imparable. De un mago de su talento -se deca- todo se puede esperar. No slo mago, sino tambin vidente. "El nuevo Nostradamus" lleg a titular algn peridico su primera pgina. De todos modos, la fecha no se movi. No falt en esferas oficiales quien albergara alguna duda sobre esa muerte, o ms an: sobre las declaraciones previas de quien a partir de ese momento fuera bautizado "el Brujo". No se poda concebir que la muerte del presidente fuera parte del montaje meditico, por lo que la prediccin demostraba un talento sobrenatural. La vida nacional sigui sin mayores sobresaltos de todos modos; el vicepresidente Juan Carlos Camarero asumi el cargo vacante, y luego de los correspondientes honores de Estado rendidos al muerto, nada cambi en lo sustancial. As las cosas, fue llegando el da de la esperada presentacin de Mr. X; claro que su fama, no slo en Argentina sino a nivel internacional, haba subido como nunca antes. Dada esta aura de "embrujamiento" con que se vena rodeando, Eduardo vio rpidamente en ello la posibilidad de un rdito inesperado. Un mago vidente no es algo comn, cosa de todos los das; y por cierto haba que explotar eso.
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Conocedor a la perfeccin de montajes escnicos, de climas hipnticos, Eduardo supo sacar provecho de esta coyuntura que se le presentaba. El da mismo de la funcin -un sbado de agosto, por la noche- el estadio estaba repleto, con todas las entradas agotadas y revendidas mil veces desde haca dos semanas. El nuevo presidente tambin asisti, y hasta se permiti hacer un chiste diciendo que esperaba que Mr. no le vaticinara ninguna tragedia. La campaa publicitaria con que se haba preparado la gala result muy efectiva; sencilla pero contundente: "Gran espectculo de magia. Mr. X desaparecer". La incgnita que abri produjo una curiosidad mayscula. Nadie saba que significaba esa "desaparicin", por lo que el recurso propagandstico funcion a la perfeccin. Todos queran verlo "desaparecer", aunque no supieran exactamente de qu se trataba. Igual que suceda en las presentaciones de Niccol Paganini, su sola presencia fascinaba. Pero ms an embelezaba el acto mismo, el violn para aqul, la destreza mgica en Eduardo. Siempre con la msica de Piazzola como fondo, comenz con algunos pequeos trucos para ir subiendo paulatinamente la emocin. Y lleg el momento. Todo el mundo quera verlo, pero ms an: todos esperaban ese famoso "gran nuevo truco" tan publicitado. Se haban tejido las ms diversas hiptesis al respecto, desde simpticas hasta truculentas. La expectativa era muy alta. Con una sonrisa cmplice y una guiada de ojo, present el nmero: -"Bueno, me imagino que muchos de ustedes esperaban esto, no? El nuevo gran truco! Pues bien, aqu est"-, dicho lo cual la asistente descorri un terciopelo negro dejando ver una caja fuerte. En pocas palabras explic en qu consista: se metera dentro, y de inmediato, pronunciadas las palabras mgicas "winchi pirinchi" por la secretaria -una despampanante rubia con pechos de silicona- desaparecera. En realidad eso no era muy novedoso. Infinidad de magos hacan algo por el estilo, desparecan, mostraban luego la caja vaca, y al momento volvan a aparecer. Dnde estaba la novedad entonces? Con "Adis Nonino" de fondo, entr en la caja fuerte. Jams le explicaba los trucos a sus asistentes; de hecho, no tena asistentes fijas, sino que para cada espectculo, o segn el pas donde actuaba, consegua una. Siempre llamativas, lo nico que esperaba de ellas era su presencia; a lo sumo les haca saber lo que iba a suceder, qu deban tomar, mostrar u ocultar, pero sin saber ms que eso. Este caso no fue la excepcin; Griselda -nombre artstico, por supuesto- deba limitarse a decir el pase mgico y luego abrir la puerta de la caja. Eduardo slo le haba explicado que desaparecera, y que para la continuidad del truco ella no deba preocuparse. Deba, luego, volver a cerrar la caja fuerte, y al cabo de un instante volver a abrirla. Sin importarle entonces mucho ms que eso, la exhuberante joven cumpli a cabalidad lo indicado. Pronunci las palabras con afectado encanto, y luego abri la puerta del receptculo donde haba entrado Mr. X. Naturalmente, el mago no estaba en su interior. Era espectacular, pero en cierta forma era lo esperable. La cuestin ahora era ver con qu disparatada genialidad se sala: aparecera flotando por el aire, o sentado en una butaca entre el pblico? Quiz con la piel negra? O transformado en sirena, mitad pez y mitad hombre? Pasados unos diez segundos, luego de pronunciar una vez ms la mgica frmula, Griselda volvi a abrir la puerta. Pero Eduardo no estaba ah. Como ella no saba con exactitud en qu consista exactamente la prueba, qued sorprendida. No supo qu deba hacer, por lo que se le ocurri sonrer y volver a repetir la operacin.
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En verdad nadie saba cmo era el truco. Desde haca ya varios aos, el mecanismo de cada prueba que realizaba era secretamente guardado. Jams nadie, ni siquiera la gente ms cercana de su entorno -ayudantes de escena, promotores empresariales- conoca con qu se iba a salir. La tecnologa que utilizaba jams requera de alguien a quien le compartiese secretos. Por eso fue que en este caso nadie saba cmo reaccionar. Ante el segundo intento, nuevamente la caja fuerte apareci vaca. Dado que Griselda no era nada tonta, rpidamente tom la palabra para salir de la embarazosa situacin: -"Como pueden ver, el gran Mr. X dijo que iba a desaparecer y desapareci. Ahora cuesta un poco volver a hacerlo aparecer, pero entre todos lo vamos a lograr. Les pido que todos juntos repitamos el pase mgico. Al nmero de tres, entonces, todos, con fuerza, digamos: "winchi pirinchi!"-. Eso despert ms expectativa an entre el pblico; todo pareca bien montado, era parte del mismo espectculo. Nadie dej de repetir a los gritos las famosas palabras. Y la puerta volvi a abrirse pero Mr. X no apareci. La asistente, sin perder la calma, volvi a repetir el recurso. -"Seoras y seores: el gran Mr. X desapareci tanto que ahora cuesta un poco volver a hacerlo aparecer. Pero si entre todos lo intentamos con ms fuerza, seguro lo lograremos. As que, entonces: uno, dos, tres"-, y miles de voces corearon al unsono el estribillo Pero nuevamente sin suerte. Algunos sonrean y vean en la caja vaca un toque de humor perfecto; despus de varios intentos infructuosos tendra que aparecer con algo espectacular: quiz partido por la mitad, las piernas por un lado y el cuerpo por otro para luego unirse, o alguna otra cosa igualmente impactante. El recurso de pedir la participacin al pblico, que en un par de oportunidades dio buen efecto, se agot a la tercera vez. Griselda ya no saba qu hacer. Intent no perder la calma, no dejar ver la angustia que la iba ganando. Con aire jocoso decidi llamarlo. Golpe varias veces la caja, preguntando con gracia: -"Est usted por ah, Mr. X? Bueno, ya puede aparecer". Por unos minutos estas primeras reacciones de la asistente lograron buen efecto; parecan parte del espectculo, e incluso resultaban simpticas. Pero luego de varios infructuosos intentos, la pobre muchacha empez a perder las formas. Mir con aire desesperado hacia los otros asistentes que permanecan junto al escenario buscando indicacin de qu hacer. El gesto de desconcierto de ellos la termin de vencer. Viendo que la situacin se sala de control, el presentador del Luna Park entr en escena. Micrfono en mano y con fingida tranquilidad trat de balbucear algo coherente para la ocasin. -"Damas y caballeros: una vez ms el gran, el fabuloso, el incomparable Mr. X nos deja estupefactos. Dijo que iba a desaparecer, y lo cumpli. Pero ahora no lo podemos hacer aparecer. De todos modos, estemos tranquilos: ya va a aparecer". Estas palabras fueron las necesarias para desencadenar la desesperacin entre el pblico. Era obvio que algo haba salido mal. Pero, cmo arreglarlo ahora? Nadie saba qu hacer. Algunos colaboradores corrieron hacia la caja fuerte para intentar actuar de algn modo. Cuando subieron tres bomberos al escenario, el pnico se apoder de ms de una persona. Era evidente que haba alto riesgo, que algo haba salido mal y que nadie saba cmo reaccionar. Luego de unas cuantas palabras del anunciador, inconexas, que transmitan ms terror que tranquilidad, tambin el pblico asistente fue entrando en una confusa situacin de miedo, asombro, sorpresa. Se dieron distintas reacciones: hubo quien ri; no falt quien pidi la devolucin del dinero de las entradas. Otro grupo comenz a corear canciones de apoyo: como dolo que era, Eduardo era amado y el trance actual lo reafirmaba. -"Mister quis, sal, te quremos aqu!"88
Pero Eduardo Barrera no apareca. Ni apareci. No hubo forma de incriminar judicialmente a nadie porque nadie fue el responsable de lo acontecido. Alguien habl de homicidio preterintencional por parte de los organizadores; pero no pas de algn comentario hecho a la pasada en algn canal de televisin. Nadie poda hacerse responsable del producto de un truco. Si bien fue obvio que la desaparicin del cuerpo se deba a algn error tcnico del que nadie poda dar cuenta y que slo el desaparecido conoca, las caractersticas del hecho no dejaron de envolverse en cierto mbito de esoterismo. O, al menos, as lo quiso la manipulacin de los medios de comunicacin, que tuvieron comidilla para varias semanas con el asunto. Pero ms la tuvieron con lo que se supo sucedi un mes ms tarde. Al da de hoy -ya pasaron siete aos del hecho- ni la polica de la provincia de Buenos Aires ni los investigadores de la empresa de seguros de Estados Unidos que llegaron a investigar, han podido saber qu sucedi con la desaparicin de Adelaida, la ta solterona que figuraba como la nica beneficiaria de la pliza por un milln de dlares que Eduardo haba tomado dos aos atrs en New York.
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HISTORIAS PARALELAS El encuentro comenzara el jueves por la maana. Se vieron el mircoles a la noche, junto a la piscina del lujoso hotel. Ambos eran muy extrovertidos, por lo que no les cost mucho establecer rpida comunicacin. Ambos, de igual modo, manejaban fluidamente el ingls, lengua en la que se comunicaron todo el tiempo que dur su contacto. Eduardo, vaso de whisky en mano, fue el primero en presentarse. Moreno, cuarentn, de buena contextura fsica y afinados bigotes, con estudiada sonrisa comenz el dilogo. Su esposa Vilma, hermosa mulata diez aos menor que l, era maestra de enseanza preescolar en su pas natal. Otro tanto suceda con Sofa, la esposa de Nicols, el rubio y plido gordito simptico que respondi solcito a las primeras formalidades lanzadas por Eduardo. "Me imagino que usted no es docente de niitos, verdad?" "No, no. Ni usted tampoco, no es cierto?", agreg Nicols con cierto rubor en sus mejillas, y con ojos algo enrojecidos que denotaban que la actual no era su primera copa. "No, claro". La expresin de Eduardo pretenda ser convincente, total. "En realidad estoy acompaando a mi esposa; ella s es maestra preescolar". Se detuvo un momento antes de continuar hablando, como pensando con profundidad lo que iba a decir. "Lindo oficio ese, verdad?" "Bueno, s. En realidad todos los oficios son bonitos, cuando uno los elige", agreg Nicols con un aire casi filosfico. "A propsito, usted de qu se ocupa?" La pregunta pareci turbar a Eduardo, quien no se esperaba una estocada de esa naturaleza. Algo repuesto, balbuce una respuesta precaria. "Este bueno, yo, en realidad slo estoy acompaando a mi esposa. Pero yo no trabajo como maestro, no, no. Y usted?" "Eh yo tampoco. Qu casualidad!, no?", se apur a comentar el rubio Nicols, buscando con toda velocidad torcer el curso de la conversacin. Fue obvio que los dos se rehusaban a hablar de sus ocupaciones, y ambos decidieron tcitamente no llevar la conversacin por ese lado. "Lindo este pas, verdad? Yo, en realidad, es la primera vez que lo visito. Y viviendo tan cerca!", aclar Eduardo con mirada penetrante, buscando ser seguido en algn tema que no resultara incmodo. "S, sin dudas. En realidad yo lo conozco poco, pero s que es muy bello. Aqu es donde se exili Trotsky, verdad?, pregunt Nicols con aire inocente. "Perdn, quin?" La sorpresa no pudo evitar un gesto de desaprobacin en el infantil rostro de Nicols. Tragando saliva continu: "Len Davidovitch Bronstein, o sea: Trotsky. Aqu se exili, y aqu muri. Al menos segn lo que tengo entendido". Sus palabras trataban de ser cautas, de no herir a su interlocutor, no ponerlo en dificultad. "Ah, s. Claro, Trotsky. Se refiere al ruso, no?" "S, s. A l. Bueno, claro que no podemos juzgar la belleza de Mxico por un extranjero que vino a cobijarse aqu. Extranjero, por otro lado -segn mi modesto parecer- que fue un traidor en su patria, y que por eso se busc la muerte. Pero, bueno eso es otra historia. De todos modos, bonita la tierra azteca, no? "Sin dudas, claro. Veo que usted conoce bastante de este pas." "No me atrevera a decir eso. Apenas si he ledo algo sobre l. Me interesa, claro. Alguna vez recib algunas clases de espaol; poco, muy poco. En realidad era ms importante que supiera otros idiomas, por eso me prepararon en ingls. Y en ruso, claro."
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"Ah, buena preparacin! Y quin lo mand a estudiar tanto? Sus padres?", interrog curioso Eduardo. "Bueno, no dira en sentido estricto que eran mis padres. Pero, casi. Se necesitaba que, por mi tipo de trabajo, manejara varios idiomas. Aunque en realidad no son tantos. Mire: conozco gente que habla a la perfeccin cinco, seis, siete lenguas. Yo no, qu va!" Eduardo se comenz a sentir empequeecido; hablaba bien ingls, producto de sus aos juveniles vividos como ilegal en California, pero no se consideraba en absoluto un intelectual, una persona preparada. Por el contrario, cada vez que se encontraba con alguien ms capacitado, senta una visceral repulsin. Su actual trabajo -con el que estaba muy a gusto- le reforzaba esa actitud. Esa sensacin de rechazo comenzaba a ir sintiendo ahora ante su compaero de charla; la nvea piel de Nicols, sus ojos azul profundo, el cabello rubio oro, todo eso amplificaba el odio. Trat de llevar la charla hacia otro campo. "Lo veo algo excedido de peso, verdad? No es peligroso a su edad?". Saba que sus palabras eran hirientes; en realidad, buscaba golpear. "Usted cree? Quiz tenga razn, s." "No se ofenda, pero creo que de verdad est un pocogordito, digamos." Eduardo trataba de ser simptico en la forma de decirlo, pero no por ello menos daino. Y logr su cometido. Nicols enrojeci. En el fondo era bastante tmido. "Bueno, s; debo reconocer que estoy algo pasadito de peso. Ya me lo dijeron en mi oficina. A veces, en realidad, me dificulta mi trabajo." Complacido por haber hecho trastabillar a su contrincante, Eduardo se sinti pletrico internamente. De todos modos no quiso manifestarlo, siguiendo la conversacin con cierto aire de ingenuidad. "Ah..., ya se lo dijeron. Bueno, me puedo quedar tranquilo: no soy el primer mal educado que acomete el tema. Pero, mire cmo me dijo que se llamaba? Nicols, s, eso es. Mire, Nicols: no s qu tipo de trabajo har, pero la obesidad nunca es recomendable. Trae problemas de salud, sabe?" "Claro, claro. Lo s. En mi trabajo lo noto a veces, se lo aseguro. Y en verdad que ya varias veces he pensado seriamente comenzar una dieta. Incluso me lo sugirieron en la oficina de manera gentil, por supuesto, pero esas sugerencias s lo que significan." "Perdone lo curioso -s que usted me lo pregunt hace un instante y no tuve la amabilidad de responderle con franqueza: yo trabajo para el Estado-, pero usted de qu trabaja, Nicols?" "Vea qu coincidencia! Yo tambin trabajo para el Estado." "Bueno, bueno. Somos de la misma raza entonces. Y puedo pedirle ms precisiones? Qu hace? Bombero, ministro, enfermero? Quiz empleado de correo?", se permiti bromear Eduardo. "Le dira que un poco de cada cosa. Es decir: ayudo a mi pas de muchas maneras. Tal vez ms bombero que otra cosa." "Pero es bombero entonces?" "En cierta forma, s. Creo que lo que ms hacemos es apagar incendios. No se imagina la cantidad de incendios que tenemos que combatir!", tambin pretendi bromear Nicols. "Y usted que hace, Eduardo?" "A ver para ser franco: no es muy distinto de lo que hace usted. Tambin apagamos incendios. Aunque dira que yo, adems de bombero, hago ms de empleado de correos. Es que llevo informacin, sabe? Mi trabajo consiste, en buena medida, en manejar informaciones, informarme y hacer circular lo que voy sabiendo." "El correo del zar"
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"Ah, tambin ruso, no? Como Trotsky." Podra haber pasado por una agudeza, pero no quedaba claro si era eso o una profunda torpeza. "Y su esposa qu dice de su trabajo?", acometi de pronto Eduardo. "Qu dice? No le entiendo; qu tendra que decir?", respondi un tanto sorprendido Nicols. "S, qu dice? Quiero decir: est de acuerdo?" "Y por qu no habra de estarlo?", respondi Nicols con cierta vehemencia. "Pues, mi esposa no est tan contenta. Vive pidindome que me busque otra cosa, algo ms tranquilo. Ella querra juntar unos centavitos e instalar una cmo decirlo en ingls?... una venta de 'chicharrones'. Conoce esa palabra en espaol?" "La grasa de cerdo, no?" "Exacto." "Pero, Eduardo: qu tiene de intranquilo su trabajo?" La cara del rubio denotaba una mezcla de candidez y estupor. "Mire: en mi pas no es fcil hacer de bombero, de 'correo del zar' y tener un esposa que es maestra de infantes. No es nada fcil. Nosotros estamos en virtual guerra, y el enemigo es listo, prfido. Hay que estar siempre alerta, preparado para todo. Ya van dos veces que estoy en tiroteos, y por suerte no tuve gran cosa; apenas este rasguo en la pantorrilla", dijo levantndose un poco el pantaln y enseando una cicatriz. "Le repito: no es fcil defender a la patria." "Puedo imaginarme en qu bando est usted", dijo con malicia Nicols. "De los buenos o de los malos?", volvi a bromear Eduardo. "Pues eso depende de cmo se mire. De los buenos quiz?", pregunt con cierta ingenuidad el rubio. "Yo dira que s, indudablemente. Nosotros no empezamos el ataque, sino que nos defendemos. Son los malos, los", call sbitamente el moreno. Fue, de pronto, percatarse que haba llegado muy lejos, que estaba hablando ms de la cuenta. Hizo un visible esfuerzo por mantener la sonrisa, para agregar luego con ficticia tranquilidad: "En verdad, en la guerra no hay ni buenos ni malos. Apretar un gatillo es siempre eso: apretar un gatillo. Y tanto el cuerpo que recibe la bala como quien dispar el arma, estn convencidos que su causa es la justa. Por supuesto que yo estoy convencido de tener la razn, y para eso me pagan adems. De todos modos, guerra es guerra, y estoy seguro que triunfaremos." "Le gusta matar?", vomit con frialdad Nicols. Por un momento Eduardo qued petrificado; las primeras palabras no le salieron. Tuvo que ayudarse con un trago para seguir hablando. "Usted es muy directo, verdad? Y si le dijera que s?, agreg con cierto temor el moreno. "Pues seramos dos. Yo tambin he tenido que matar, y no lo dud. Tambin estamos en guerra, y por supuesto estoy seguro que somos nosotros quienes tenemos la razn. Cuando se trata de defender la patria, hay que darlo todo". El aspecto que iba tomando Nicols aterrorizaba. "Aunque piensen que nos van a derrotar, no lo conseguirn. Jams! La patria se defiende con la propia vida si es necesario!". Algunas personas observaron curiosas al exaltado que estaba levantando la voz de aquella manera. Darse cuenta de esto pareci hacerlo volver a su tono mesurado. "Pues as es, mi amigo", continu ms reposado. "La guerra es la guerra, usted lo dijo. Y ah se permite todo." "Es como en el amor", agreg con picarda Eduardo. Este comentario pareci turbar a su rubio interlocutor; sus mejillas se ruborizaron y su acalorado discurso repentinamente ces. Qued desarmado.
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"S, guerra es guerra, tiene razn", retom Eduardo en vista del sbito silencio de su compaero y como para mantener viva la conversacin. "Podra permitirme preguntarle contra quines pelean?" "Pues contra contra el mal, me atrevera a decir", agreg Nicols levantando de nuevo el tono de voz. "El mal acecha por todos lados, corrompe, penetra. Nosotros, bomberos como somos, tenemos que apagar ese fuego corrupto. Mire, le voy a confesar algo: no es que me guste hacerlo, pero la vida me lo ha impuesto. A veces, cuando agarramos un enemigo, lo presionamos para que se corrija, y a veces tenemos que usar la fuerza bruta. No es bonito, pero no queda otra alternativa." "Si no entiendo mal, entonces torturan?", pregunt Eduardo con timidez. "Torturar? Bueno, no usara esa palabra Quiz mejor: convencer." "Pero convencen por la fuerza entonces? "S en verdad bueno, nuestro enemigo se empea en ensuciarnos diciendo que torturamos. Pero le aseguro, mi estimado Eduardo, no?, le aseguro que es por el bien de la patria. Qu otra alternativa tenemos?" "Lo entiendo, Nicols, lo entiendo perfectamente. A nosotros nos sucede lo mismo. Viven dicindonos que somos unos sanguinarios, unos asesinos, cuando en realidad los malvados son ellos. Y dgame, mi estimado amigo: cmo es su guerra? Tambin tienen presin internacional?" "Tambin. No s cmo ser la guerra de ustedes, pero la nuestra nos resulta muy desgastante. Tenemos que estar peleando en varios frentes a la vez: contra el imperio, contra la penetracin en suelo patrio, contra las tendencias desviacionistas. Es interminable! Y adems -quiz sea lo ms difcil- contra la propaganda sucia con que el enemigo nos ataca. Usted no se imagina todo lo que cuesta eso!" La actitud de Nicols era la de un buen maestro dando su clase. Eduardo lo escuchaba con atencin. De pronto fue Nicols quien sorprendi a su oyente. Con pasmosa tranquilidad pregunt: "Ustedes tambin torturan?" Antes de esperar la respuesta pidi otros dos whiskies al mesero que pasaba. "Bueno, ahora que ya estamos agarrando confianza y somos 'cuates', como dicen en este pas -tambin usara esa palabra Trotsky?- le voy a contar: s, por supuesto que lo hacemos! Es parte de nuestra lucha. Es la mejor manera de conseguir informacin. Y no slo eso. Tambin sirve para asustar al enemigo." "Coincidimos bastante". "Sin dudas", sonri Eduardo. "Vea: no s contra quines pelean ustedes", sigui diciendo con aire profesoral, "quiz sea el mismo enemigo que el nuestro, no s, pero est claro que hablamos el mismo lenguaje. Sabe una cosa? Usted me cae bien, me parece una buena persona." "Lo mismo usted", agreg Nicols con una sonrisa bonachona. "Y gana bien en su trabajo?", terci Eduardo buscando un punto de complicidad. Incluso gui un ojo cuando haca su pregunta. "Digamos que no mal. En realidad el sueldo no es muy bueno que digamos, pero uno siempre se ayuda con algunas otras cositas." Ambos sonrean pcaramente; no era necesario decir cosas que estaban sobreentendidas. Tratando de ser magnnimo, Eduardo agreg: "En realidad, le voy a contar, nosotros ganamos ms con las extras que con el salario de planta, sabe? Trabajitos para ayudarnos, entiende?" "Ah", dijo doctoralmente Nicols. "Bueno, igual nosotros. Y cules son sus extras?"
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"Usted s que sabe buscar la informacin, picarn. Bueno, se lo cuento si usted me lo cuenta primero." "No, as no vale. Hagamos otro trato: le cuento intimidades de mi trabajo si usted me dice cmo se llama su jefe." "Pero eso es muy fcil. Slo el nombre? Pues se lo digo ahora mismo: yo dependo orgnicamente" "No, no!", interrumpi Nicols. "No le pregunto por su superior inmediato. Me refiero al proyecto para el que trabaja, la razn ltima de sus actos." "Me imagino que ser Dios. El es la razn ltima de todo no?", dijo Eduardo con ingenuidad nada fingida. "No, tampoco! Quiero decir: no hay nadie entre usted y Dios? Quin es el ms poderoso en su pas?" "A dnde me quiere llevar con todo esto?", reaccion Eduardo con actitud de desconfianza. "O tambin conmigo quiere probar a interrogarme?" "Tranquilcese, hombre! Le quiero decir que, supongo, usted -al igual que yo- ha de trabajar para algn fin superior que, quiz, ni siquiera conoce bien. Yo, por ejemplo, trabajo para un Estado que defiende un determinado modo de vida, valores, principios. Y ms o menos, sin ser un especialista en la materia, los conozco. Usted para quien trabaja?" Eduardo se senta embarazado. Bebi de un sorbo lo que le quedaba en la copa y, rascndose una oreja, agreg con parsimonia: "Le tengo que confesar que no lo s." "Pero estn en guerra me dijo. No sabe contra quin pelea?" "Bueno, en cierta forma s. Pero sucede que antes que comenzara la guerra yo haca este mismo trabajo, y no cambi mucho. Desde hace como diez aos me dedico a hacer confesar a los que nos traen al departamento. Y no hay mucha diferencia entre los infelices que nos traan antes y los que llegan ahora. Todos gritan de la misma manera, lloran, se cagan, todos iguales, y todos son igualmente culpables. Pero, Nicols a usted no le pasa lo mismo en su trabajo?" "En realidad s. Yo se lo pregunto a usted, pero si me pongo a pensar en lo que me sucede, creo que estoy igual. Ms de una vez pens qu hara yo si estuviera en el lugar de esos tipos Bueno, ante todo, yo no estara ah, porque no me buscara esos problemas." "Y contra quin es su guerra entonces?" "Contra los imbciles que se buscan problemas", contest con conviccin Nicols. "La gente normal no se anda metiendo en los, no anda molestando por pequeeces. Pobrecitos! Al final uno ve que los manipula el enemigo." "No entiendo bien. Quin es el enemigo contra el que ustedes pelean entonces? Los que usted les toca cmo decirlo?... hacer recapacitar, son sus enemigos?, o son otros?", pregunt con cierto sarcasmo Eduardo. Antes de contestar, el rubio interrogado, con sus cachetes visiblemente enrojecidos y con la lengua ya algo estropajosa, orden dos copas ms. Luego, alzando su ndice admonitorio, respondi: "Es que... cualquiera puede ser el enemigo. Cualquiera que no comparta la doctrina correcta, vio? Ya que somos 'cuates' dijo que se deca, verdad?, bueno, ya que somos compinches, le confieso algo: una vez me toc trabajar contra un primo. Como era un familiar cercano ped no hacerlo yo mismo, y se me concedi. De todos modos no pude impedir que se lo interrogara. Y en realidad era por una estupidez suya: no estaba de acuerdo con una directiva que le haba dado el director de la escuela donde trabajaba -era maestro-. Mire qu estpido! Fue para el sesenta y ocho, cuando los disturbios de Praga, se acuerda?" Eduardo asinti con la cabeza, avergonzado de no saber de qu se trataba.
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"En ese entonces mi primo -Eduardo se llamaba tambin- discuti innecesariamente con su jefe pretendiendo tener la razn. Creo, incluso, que quiso organizar a sus compaeros de trabajo para que lo siguieran. Estpido! Para qu meterse a discutir cuando no hay que discutir? Por supuesto, mi departamento de bomberos termin ponindolo en vereda. Claro, se excedieron, y el pobre muri. Pero, en fin son riesgos del trabajo." De un sorbo termin todo el whisky que le acababan de servir. Tena la frente baada de gotas de sudor. Eduardo escuchaba con los ojos desorbitadamente abiertos. "Se le han muerto muchos interrogados?", pregunt finalmente el moreno, con aire de consulta entre profesionales. "Muy pocos, muy pocos. Tenemos tcnicas muy efectivas. Y a usted?" "Mire, le voy a contar la verdad. Nosotros, a veces, buscamos deliberadamente que se nos muera en la 'sala de operaciones', como le decimos. Lo buscamos para que los secuaces de estos hijos de puta se den cuenta a todo lo que estamos dispuestos. Varias veces, incluso, me toc dar el tiro de gracias." Cuando deca esto, Eduardo se llev la mano maquinalmente a la cintura, encontrando que ahora no cargaba su pistola. "Bueno, es un tic profesional. Cada vez que hablo de estas cosas saco mi Panchita -como le digo yo a mi nueve milmetros- y la exhibo." "Nueve milmetros?", pregunt con inters Nicols. "Igual que nosotros!" "S, hombre! Cuntas coincidencias! Sabe una cosa? Me gustara conocer su pas. Parece que estn muy desarrollados." "Por qu no? De pronto podramos impulsar un seminario internacional como ste donde ahora estn nuestras esposas para hacer intercambio de experiencias. Yo, si me permite que le cuente, tengo una teora sobre el tema de los interrogatorios", coment con suficiencia Nicols. "Si? Y qu teora?" "Pues, yo opino que la mejor manera para lograr informacin es no precipitarse, hacer el papel de bueno, casi terminar siendo un amigo que convence. Eso, segn experiencia propia, da ms resultado que golpes y tormentos. Se lo aseguro, mi amigo." "Usted cree?", dijo incrdulo Eduardo. "Garantizado, compaero. Son aos de experiencia." "Quiz, quiz. Seguramente tendramos mucho para un seminario no? Yo le podra contar muchos secretos de cmo lo hacemos. Pero, en fin voy a plantearles a mis superiores esta idea de un encuentro de intercambio. Me gusta, me gusta la idea." En esos momentos llegaron Vilma y Sofa, alegres, habiendo comenzado a estrechar una ntima amistad. Sus respectivos maridos abandonaron la conversacin para zambullirse en otros temas vinculados al desarrollo del encuentro. Minutos despus los cuatro nadaban en la piscina del hotel. Dos das despus Eduardo y Vilma regresaban a su pas natal en Centroamrica, donde la represin anticomunista de la dictadura de turno no perdonaba ni un solo sospechoso, brutal, sanguinaria. Nicols y Sofa volaban, previo paso por Mosc, hacia su tierra de origen, pas del este europeo donde la polica secreta no perdonaba ni un solo sospechoso, brutal, sanguinaria. El seminario de intercambio del que haban comenzado a hablar al calor de las copas jams se realiz; Vilma muri en un accidente automovilstico seis meses despus de este encuentro, y Nicols es ahora director de su departamento con la categora de comisario general.
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Les aseguro que todo lo que le cuento es cierto, absolutamente cierto. Claro, ustedes podrn decir que son disparates de un loco. Y tienen razn: todo hara pensar que estas cosas no pueden suceder, que son un invento, una alucinacin. Pero permtanme decirles que no, que no es as. Para qu querra mentir a esta altura de mi vida? Bueno, de mi muerte mejor dicho. Reconozco que nunca fui un ejemplo de virtudes. Por el contrario, mi vida fue una pura mancha, un muestrario de lo que no se debe hacer. Pero bueno, ya estuvo. Ya viv, y ahora no puedo volver sobre lo vivido. Lo angustiante es que no puedo decir que todo eso me sirve como experiencia para el futuro. Tendr futuro? Como menor de edad nunca llegu a estar preso. Mi primer ingreso a una crcel fue a los diecinueve aos. Confieso que la primera vez me fue desagradable; casi dira que me avergonc. Despus, con los repetidos ingresos, uno va viendo las cosas de otro modo. Llega un momento incluso en que, al menos en el crculo de hampones donde me fui comenzando a desenvolver, estar preso era una marca de reputacin. Cuantos ms ingresos tienes, ms respetable eres. Qu absurdo, verdad? A propsito: algo que siempre me result incomprensible es el hecho de rendir culto a la muerte por parte de los homicidas. Cmo tatuarse una lgrima por muerto a su favor? Eso es una locura. Yo fui asesino, y lo que menos querra es enorgullecerme de eso. Al contrario: toda mi desgracia -bueno, no s si desgracia; lo que les voy a contar dira simplemente. Ustedes juzgarn si es desgracia, destino o castigo de dios-, toda mi desgracia, deca, arranca con un homicidio. Soy franco: yo no quise matar a mi hijo, no quise. Se lo aseguro. Les pido desde lo ms profundo de mi alma que me lo crean: yo no quera matar al nio. Y para probarlo vean lo que sucedi despus. Ca preso -creo que era la sptima vez- y con una condena larga: veinticinco aos. Cuando me fugu, cranme, no era slo por salir de la prisin: era la vergenza indecible que senta por lo que haba hecho. Cmo matar a mi propio hijo? Tan mal me senta que hu del pas. Fue as que dej Italia, y por vueltas de la vida llegu a Per. Ustedes se preguntarn por qu lo mat. Yo tambin me lo pregunto. A mi modo, de verdad, me considero creyente. Jams en la vida piso una iglesia, pero eso no obstante soy muy respetuoso, temeroso dira, de un ser superior. Tambin soy supersticioso, aunque eso prefiero no contarlo nunca. Ahora, ya de muerto, me voy a permitir decirlo: algo que siempre me dio pavor es escuchar la msica de rgano, esa de las iglesias. Creo que por eso, ms que nada, es que no visitaba jams un templo. Me daba miedo, y profundas ganas de llorar, cuando escuchaba la solemnidad de ese instrumento. Pero retomando, entonces: soy creyente, y ante los ojos de algn creador, algn ente superior que juega con nuestras vidas -porque no puede ser de otro modo si uno ve lo que sucede con los mortales- me sent hondamente avergonzado cuando mat a Piero. El no tena culpa de nada. Con tres aos qu iba a entender? Vivamos separados con su madre; pobrecita ella, Laura. Haba hecho lo imposible para que yo me corrigiera, para que dejara de delinquir, abandonara las drogas. Les aseguro que no era mala persona. Un poco ingenua quiz, pero de ningn modo mala. En realidad fue muy poco el tiempo que estuvimos juntos, un ao quiz. Ah naci el nio, y a los meses yo me desaparec. Reconozco que no fui un padre ejemplar; pocas veces vea a Piero. Menos an me haca cargo de su crianza. Con cuentagotas -qu canalla que fui!- pasaba algunos centavos para su mantenimiento. Lo cierto es que un da que discutimos con Laura, una discusin fuerte, peor que las que solamos tener, y drogado como estaba -ya ni recuerdo qu haba usado, creo que era coca- quise
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amedrentarla disparando un tiro al aire. Pero tuve tanta mala suerte que la vctima fue el pequeito. Qu horrible! Me senta tan mal que ni siquiera opuse resistencia cuando me detuvo la polica. Era un asesino!, un asesino, y no lo haba querido as. No lo poda creer. Pero, bueno cosas de la vida. Ahora ya no me podra pasar algo as. Cuando llegu a Per apenas si hablaba espaol. No quiero entrar en detalles, por lo que podra resumirles mis andanzas desde que sal de Italia como terribles. Cranme: francamente terribles. Estuve un tiempo en Albania, y de ah viaj con una marroqu a Mxico. Ella hablaba algo de espaol; yo no. Estuvimos juntos un tiempo; luego, cuando nos separamos, pas las aventuras ms indecibles. Pero para no cansarlos con el relato permtanme decirles que hice de todo: fui actor extra en una pelcula en Venezuela, asistente del director tcnico de la seleccin paraguaya de ftbol, guardaespaldas de un ministro en Bolivia. Ya ni recuerdo cmo fue que apareci la oportunidad de ir a trabajar a una estacin de estudios ecolgicos en el Amazonas peruano. Fui como asistente; era una paraje perdido en la foresta tropical a tres horas de navegacin de Iquitos. Justamente por eso, por ser un lugar desolado donde nadie me conoca, y donde tena que pasar slo casi la mayor parte del tiempo, fue que acept. Era mi expiacin. Bueno, eso cre. El lugar no era cmodo, aunque tena todo lo necesario para no pasarla mal. Recuerdo que me familiaric muy rpido con el manejo de las serpientes. Eso, creo, era lo que ms me interesaba. Llegu a cazar varias por semana para el serpentario que tenamos. De verdad que me senta bien con las viboritas. En ese lugar estuve un buen tiempo, como tres aos. Era una forma de desintoxicarme, de no pensar en lo sucedido. Pero veo que el peso de la historia fue demasiado fuerte; en lo ms recndito de mi persona la culpa segua carcomindome. Tanto, que un da -sin importarme mis serpientes, ni el incomparable silencio sonoro de la selva, ni esos amaneceres sobre el ro que ningn renacentista podra haber pintado- decid quitarme la vida. Lo cierto es que pens hacerlo no en el que haba pasado a ser mi mbito natural: el puesto en la jungla, donde me hubiera resultado mucho fcil, sino en la ciudad. Y en una gran ciudad. Decid hacerlo en Lima. Con cualquier excusa -ya ni recuerdo qu dije- logr el permiso necesario de mis superiores, y viaj a la capital. Para hacerlo pasar por un accidente y que nadie pudiera pensar en suicidio, busqu ser atropellado por un camin pesado. Si ustedes me preguntaran ahora por qu toda esa sofisticacin, por qu no me pegu un tiro, o me dej devorar por la selva, por qu no me ahogu en las aguas del Amazonas o me dej morder por una de mis pupilas venenosas, no lo sabra responder. No dejo de darme cuenta que fue algo raro toda esa historia de irme a Lima y hacerme arrollar. No s por qu, pero prefer hacerlo as. Qu suerte perra! Logr ser impactado por el bendito camin, pero no mor. Por el contrario: qued cuadrapljico. Eso jams me lo hubiera esperado. No se imaginan lo horrible que es. No s cmo sufr ms, si con el dolor moral que llevaba antes, o con esta prisin perpetua que significaba no poder moverse, estar postrado de por vida en una cama, pero lcido. Es decir: segua el dolor moral de antes, pero con el agravante de verme ahora absolutamente impedido. Solo como estaba, sin ningn contacto familiar, ni amigos, solamente con un precaria relacin laboral en un remoto paraje selvtico, desconocido total en Lima, fui a parar a un pabelln de desahuciados en el Hospital General. No poda mover ningn miembro, y para comer tenan que ayudarme. Ya ni se diga para ir al bao o para ducharme. Qu espantoso! Y ah empez el verdadero drama.
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Sin explicarme nada, sin consultarme, dado que estaba en total desamparo -fsicamente, sin dudas, pero adems solo, sin ningn apoyo de nadie, sin que nadie me conociera- pas a ser conejillo de indias para experimentacin. Mi nica manera de expresarme era con la mirada, o llorando - no poda hablar luego del accidente. Era pattico, puesto que continuaba estando completamente lcido, pero sin poder de defenderme. En realidad nunca entend bien de qu se trataba todo; a veces escuchaba hablar a la gente cerca de m -eran mdicos, enfermeras-. De ese primer momento tengo grabada la palabra "prueba". Recuerdo que la escuchaba con frecuencia. En realidad pona muchsima atencin a lo que decan. Yo me senta profundamente lcido, razonaba bien; pero no alcanzaba a darme cuenta qu pasaba. Slo escuchaba frases entrecortadas. Deduzco que estaban experimentando conmigo por las cosas que lograba descifrar. En realidad nunca sent nada especial: siempre postrado, siempre las mismas rutinas. Y lo que infiero deben haber sido los experimentos, en realidad no me produjeron jams nada especial, ni bueno ni malo. En realidad llegu a esa conclusin por lo que poda escuchar del personal que me atenda; en cuanto a mi comodidad general, de esa primera fase no tengo nada de que quejarme. Lo peor vino despus. Postrado como estaba no poda tener una cabal idea del tiempo que transcurra. De todos modos calculo que deben haber sido unos tres meses despus de mi ingreso al hospital cuando comenzaron a cambiar las cosas. Por lo pronto me trasladaron de cuarto. Me pusieron solo, y fue notorio el mejoramiento de la atencin. Repentinamente comenc a ser muy bien tratado. O mejor dicho: comenc a ser foco de mayor inters, que no es lo mismo. Y fue ah cuando comenc a escuchar que mis interlocutores hablaban bastante en ingls, lo cual no suceda en la fase anterior. Nunca habl ingls; siempre sent un profundo rechazo por ese idioma. No tanto por los britnicos sino por los americanos. Bueno, los mal llamados americanos: los estadounidenses, en realidad. Su arrogancia, su fanfarronera -peor que la de los franceses- hizo que nunca me interesara por esa lengua. Apenas conoc palabras sueltas. Lo cierto es que en ese nuevo estado en el que me empec a encontrar, escuchaba bastante hablar en ingls, y recuerdo que alguna de las palabras ms utilizadas eran test, death, drug, y Frankestein, que aunque es un nombre propio no ingls, me resultaba por dems de significativo. Haba pasado a ser un Frankestein? Recuerdo muy difusamente la vez que recib la primera descarga. Yo estaba aterrado por todo el movimiento que vea en la sala. Estaba lcido como nunca antes, y mantena los ojos semi cerrados para aparentar. Para aparentar qu?, me pregunto ahora. Pero, bueno me haca pasar por dormido, mientras abra un poco el ojo izquierdo, con disimulo, para ver qu estaba sucediendo. Haba mucha gente, no s: diez personas, quiz ms. Sin previo aviso -en realidad nunca me avisaban de nada- me acercaron no s qu cosa a la cabeza, me pusieron unos cables en los pies y otros en las manos, y de pronto sent un dolor indecible. Era como que algo se me meta por debajo de la piel y me rasgaba. Quise gritar, pero no poda articular palabra. De inmediato comenc a mover los dedos de pies y manos, los mismos que estaban paralizados desde el momento del accidente. No lo poda creer. Estaba curado? Y qu iba a venir ahora? Lo que vino, les aseguro, no fue una curacin precisamente. Repitieron la operacin de la descarga varias veces; cada una de las siguientes doli menos, y gradualmente not que poda comenzar a mover los miembros. Supongo que fue por eso que me mantenan amarrados brazos y piernas. En forma paulatina fui recuperando fuerza. Pero nunca me dejaron mover.
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Jams se dirigan a m en forma personal. Ni siquiera usaban mi nombre. Lo entiendo, claro: ni lo deben haber sabido. Incluso en la estacin cientfica en la selva haba dado un nombre falso. Con pasaporte italiano me haca pasar por un tal Marcello Togliatti - el documento lo haba conseguido como favor en la embajada de Bolivia. Ahora que caigo en la cuenta, hace aos que nadie me llama por mi verdadero nombre: Salvatore Bertrolezzi. Recuerdo que en el hospital se dirigan a m slo como "el sujeto". Pues bien, "el sujeto" les serva, por lo que me iba dando cuenta. Lo senta en la expresin de sus voces: estaban contentos. Y yo tambin. Por primera vez en mi vida senta que serva para algo. Claro que no era una posicin envidiable precisamente. Qu dira mi madre si se enterara? Se hubiera sentido orgullosa? Lo cierto es que estaba prestando un servicio a la ciencia, tal como lo haca cuando juntaba las serpientes venenosas en la selva. S, de verdad que s: aunque era a un costo algo alto, me senta bien. Creo que nunca me haba sentido tan bien. Not un cambio grande cuando me cambiaron la dieta. A partir de ese momento me comenzaron a alimentar mejor. Hubiera querido pedirles chocolate. Por supuesto que con mi jerigonza ininteligible, que era un inaudible murmullo, se los dije, pero por supuesto que no me entendieron. O, si me entendieron, no hicieron lugar a mi pedido. Lo comprendo: a un sujeto de pruebas medio muerto al que se lo hace revivir no se le conceden mayores gracias. Bueno, eso creo Les aseguro que al poco tiempo -unos das noms- de haber comenzado estas pruebas de las descargas, o lo que hayan sido, no importa el nombre tcnico, yo me senta bien, muy bien, ya en condiciones de poder moverme. Quera caminar, quera mover mis brazos, abrazar a quienes me atendan. No entenda an por qu me seguan manteniendo maniatado. Luego, tal vez recin ahora, fui cayendo en la cuenta. En un cierto momento entr en un soponcio prolongado; era grato, les aseguro. Senta una tibieza general en todo el cuerpo. Senta -esto era lo que ms me llamaba la atencin- una fortaleza inusual en mi musculatura, pero no me poda mover. Ya no s si lo senta, lo imaginaba, si estaba drogado, si era todo un sueo, pero recuerdo que empec a tener sensaciones raras. Nunca en mi vida, o en mi muerte, haba sentido algo as. Era como si me estuvieran masajeando todo el tiempo, como una suave y delicada electricidad me conmoviera todo el tiempo. Adems, vea -sin verlas en realidad- imgenes, o colores, no sabra cmo explicarlo, muy agradables. Senta incluso, por favor cranmelo, una fragancia hermosa, indescriptible. Era como un cierto olor a pino, a un bosque de pinos; y cuando senta eso, al mismo tiempo me pareca estar caminando sobre un colchn de hojas secas por algn camino boscoso, como cuando nio en mis montaas del Veneto. Bueno, todo eso empec a experimentar, hasta que vino lo peor. Me sacaron caminando, me hicieron subir a un automvil -no era una ambulancia, estoy seguroy me llevaron a un lugar muy raro. Era un gran saln muy iluminado, todo blanco. Me haca pensar en esas pelculas de ciencia ficcin, de viajes espaciales y del futuro, donde hay mquinas por todos lados, lucecitas de colores y gente vestida de forma muy particular, sin que se pueda saber si son varones o mujeres. Cuando despert sent que no tena piernas. Luego, dira que unos das despus, sent algo rarsimo en la cabeza. No era dolor precisamente, sino una sensacin de pesantez. Era como que no poda pensar lo que yo quera sino que escuchaba una voz -tampoco era una voz, era como una orden que me llegaba- que me indicaba cosas: "mover hacia arriba el brazo izquierdo", "abrir y cerrar dos veces el ojo derecho", "avanzar", "estarse quieto". No eran alucinaciones, cranme. Nunca tuve alucinaciones, pero s que no eran eso. Ms de una vez vi a los locos -psicticos creo que se llaman, no?- y esos s que alucinan: hablan solos, gri99
tan, ven visiones. Lo mo no era patolgico, de ninguna manera. O bueno, s lo era en un sentido; pero por todo lo que sucedi despus me doy cuenta que no eran cuentos. No s cmo ni por qu, pero ya no com ms. No lo necesitaba. Nunca ms sent hambre. Ni fro. Ni ganas de ir al bao. Una vez, simplemente por probar, quise cagarme encima. Ahora poda manejar un poco mi musculatura (digo un poco porque en realidad eran ellos, los que me daban las rdenes, quienes me manejaban); y prob hacer fuerza con los esfnteres. Pero nada. Para ser sincero: nunca ms volv a sentir ganas de evacuar. Todo eso me llamaba poderosamente la atencin: yo segua pensando un poco, por mi cuenta, pero eso no serva. Terminaba haciendo lo que esa voz, o ese estmulo -no sabra cmo llamarlome deca. Volv a la selva. Me llamaba la atencin la ropa que portaba. Era como lo de las pelculas de ciencia ficcin: color metalizado, casi brillante. Una vez quise tocarme la cara, pero la orden me dijo con tono imperativo y en forma impersonal: "no tocar. Nunca jams volver a probar tocar la cara". Tena algo de aterrador todo esto. Insisto: pareca una pelcula, pero no lo era. Yo senta ganas de llorar, pero no poda. Y si quera correr para irme de la escena, las piernas permanecan rgidas. No puedo explicar qu suceda, ni por qu, pero era como que yo ya no era yo. Quin era entonces? Volv a la selva, como les deca. Pero no era por donde haba estado, cerca de Iquitos. Ahora era Colombia, segn lo supe por boca de otros soldados. Bueno, dije "otros" soldados porque, yo tambin, y sin quererlo, era un soldado. Es difcil de explicar y mucho ms an debe ser difcil de creer: yo no era yo. Yo segua queriendo pensar como Salvatore Bertrolezzi, pero no poda. Saba que yo era Salvatore, italiano, convicto de la ley, asesino de mi hijo, mentiroso de profesin. Pero ahora todo eso no contaba. Yo era un ser sobrenatural que solo segua instrucciones que alguien me daba. Entiendo que debe ser increble escuchar todo esto, verdad? Quin me daba las rdenes? Pues, bueno esa voz, o ese impulso que me haca mover. Al principio slo estaba en la selva; era un soldado raro, no combata. De todos modos supongo que mi rostro debe haber tenido algo sobrehumano, de ah que no me lo permitan tocar. O quiz no slo mi rostro sino todo mi aspecto. Lo recuerdo bien porque mis propios compaeros, a quienes yo vea como soldados normales, con traje camuflajeado, con armas convencionales, colombianos todos ellos, tambin se sorprendan cuando me vean. O mejor dicho: cuando vean mi cara. Y ni qu decir de los enemigos. Recuerdo la primera vez que recib la orden: "quitarle los ojos a ese miserable guerrillero con las manos". Si nunca, nunca jams ponan un adjetivo, una nota de color en las rdenes que me daban, por qu ahora, cuando se trataba de un guerrillero, era "miserable"? Eso fue lo que me empez a hacer pensar que yo ya no slo no era Salvatore; yo ya no perteneca al reino de los vivos. Yo ya no era un ser humano. Lo que ms haca era eso: torturar. Por un lado, yo, Salvatore, senta repugnancia, miedo, vergenza de hacer eso. Pero por otro lado, la nueva cosa que haba pasado a ser, sa que slo se limitaba a cumplir rdenes, segua mecnicamente las instrucciones, y punto. Fue as que me especializaron en torturas. Varias veces reban penes de los "miserables guerrilleros" de una dentellada. Cranme, lo que ms espanto me produca era pensar que eso de andar besuqueando un pene era cosa de maricones. Y yo nunca fui maricn, ni de vivo ni de muerto! Cumpla mltiples funciones. Nunca empue un arma de percusin; lo que me hacan utilizar eran granadas. Y adems haca de todo con mis manos, con mi nueva fuerza. Corra entre las ba100
las, arrancaba rboles de cuajo con mi fuerza, transportaba pesos inimaginables - por ejemplo: diez lanzagranadas RPG 7, o municiones para una semana de combate para una docena de ametralladoras pesadas. En fin: me convirtieron en una mquina rara, espantosa sin dudas -nunca pude verme el rostro- y muy funcional. Adems, sala barato: no coma, nunca me enfermaba. Era una cosa, claro est, porque haba dejado de ser un humano. Recuerdo una vez que persiguiendo una columna guerrillera, al vadear un ro pis una mina. Por supuesto la pierna era la derecha- vol en mil pedazos. Curioso: no sent dolor. De inmediato me detuvieron la hemorragia, y al poco tiempo me evacuaron en un helicptero. Como si cambiaran una pieza de un vehculo, un chip de una computadora o un botn de una camisa, as me cambiaron mi piernita. Les soy franco: no sent nada. Pero nada de nada en ningn sentido: ni fsico, ni espiritual. Mi cuerpo ya no era mo; me daba lo mismo si me ponan ese repuesto nuevo o no, una pierna, o dos, una manguera, un destornillador o un lanzallamas. Ya estaba muerto. La historia termin de un modo previsible. Alguna vez hubo una incursin muy grande de varias columnas en forma simultnea en la regin del Caquet. Eran, segn se deca, como no menos de mil quinientos guerrilleros. Nos emboscaron y nos destruyeron a todos, absolutamente a todos. A m, seguramente al encontrarme tan raro, me machetearon la cara para quitarme esa inslita cosa que llevaba puesta. Fue ah donde, desoyendo todas las instrucciones, os tocarme el rostro, y pude sentir un aparato fro, como de metal. Como aqu no hay espejo, todava sigo sin saber cul es mi aspecto. Les agradezco que me hayan permitido expresarme ahora. Yo, se los aseguro, no soy soldado, no pertenezco a las fuerzas armadas colombianas, y menos an a las de Estados Unidos. Estuve en esta guerra porque circunstancias ajenas a mi voluntad me condujeron hasta este punto. Juro y perjuro que no tengo nada contra ustedes, y les agradezco el buen trato que me han dispensado. Espero que la letra con que escrib todo esto sea legible; y para terminar querra decirles que me parece entender ahora el por qu ciertas veces se dirigan a m llamndome soldado cuarenta y ocho. Saben qu significa eso en Italia?: "el muerto que habla".
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UNA DE COW BOY Eran pocos los aventureros que se atrevan a cruzar ese desierto, casi ninguno. "El desierto de la muerte" solan llamarlo. Se contaban historias escalofriantes sobre la suerte corrida por quienes lo haban intentado, y el misterio que acompaaba todos los relatos empaaba cualquier posibilidad de anlisis racional. Se deca tambin que haba riquezas incalculables; aunque no se saba bien cunto poda haber en ello de verdico, dado que nadie que lo intent haba vuelto para contarlo. Y si alguien se haba hecho millonario, jams nadie se enter. Las ltimas avanzadas del Ejrcito llegaban hasta unos pocos kilmetros antes de donde comenzaba el desierto. En el Fuerte Rackliff nadie quera hablar en voz alta de lo que se murmuraba subterrneamente. William Mc Donald, nacido en Boston en el seno de una humilde familia de inmigrantes irlandeses con diecisis hijos, ya desde muy joven haba salido a recorrer el mundo. A principios del 1800, y ms an para un herrero pobre de Boston, "el mundo" significaba el vasto territorio que iba ms all de la costa este de ese pujante pas que ya despuntaba como una futura gran potencia: los Estados Unidos de Amrica. Por tanto, cuando el hijo menor de la familia avis que sala al mundo avis que lo haca, no pidi permiso, el viejo herrero comprendi que la sed de aventura, y fundamentalmente de riqueza, haba penetrado en su descendiente. Y qu otra cosa poda hacer que desearle buena suerte? Un amanecer muy fro, con un muy elemental equipaje, su revlver Colt 45 y su Winchester bien aceitado, con diecisiete aos William dej su casa paterna. Obviamente, no se dedic a la herrera. Despus de casi dos aos de las ms variadas experiencias donde, as como gan mucho dinero, as tambin lo perdi sin saber de qu manera, llegando al ltimo poblado anterior al desierto de Mohave San Death supo de la historia de las riquezas, y tambin de los espantos. Esto ltimo no lo alter, pero s las historias sobre minas de oro y yacimientos de diamante. En el Fuerte Rackliff lleg como colonizador, como buscador de fortunas. En ese momento la poltica de penetracin hacia el oeste que impulsaba el gobierno federal permita y alentaba todo tipo de aventurero que pudiera ser funcional al proyecto expansionista. Mc Donald lleg como uno ms de tantos; aunque la diferencia era notoria: en los aos que llevaba el destacamento militar en esa zona, jams haba recibido un loco que quisiera aventurarse solo por esas tierras. Todos, soldados y oficiales, saban de las leyendas. Se hablaba incluso del fantasma de un dirigente indio muerto aos atrs cuando os hacer lo que ahora Mc Donald se propona: ir en bsqueda de los tesoros que guardaba el desierto. La osada del Gran Jefe Murcilago Vengador y los pocos hombres que llev en su expedicin fue pagada con una muerte horrenda; su fantasma decapitado, que apareca las noches ventosas, daba cuenta de ello. Al menos, as deca la tradicin. Claro que los oficiales un poco menos bestias que la tropa, pero slo un poco: a la hora de matar o violar indias eran iguales no lo crean totalmente. En todo caso, sonrean cuando escuchaban sobre ello. Los soldados simplemente cambiaban de color. De todos modos, ni unos ni otros se atrevan a internar en el desierto. "Usted no quiere or, Mc Donald, pero tiene que escuchar lo que le decimos. Abra sus odos y escchenos: mejor ni lo intente! Si se mete en problemas quin de nosotros va a ir en su rescate?" le advirti el teniente Bush. William no se inmut. Slo pidi que se le dejara reposar un par de das en el fuerte para, una vez bien preparado, emprender el viaje. As se hizo.
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Habiendo agregado al Colt y al Winchester una buena dotacin de comida seca y aguardiente, ms un pico y una pala junto a unos cartuchos de explosivo, un amanecer particularmente ventoso se encamin con direccin oeste. "De verdad que parece sordo, Mc Donald. Usted no sabe en la que se est metiendo" fueron las palabras de despedida del teniente Bush. No quiso mirarlo alejar, por lo que despus de unos metros de trote corto del joven aventurero, volte su cara y se intern en el fuerte. "Imbcil este muchacho! Imbcil o sordo" se dijo.
Cuando pasaba por la calle, los nios rean y se mofaban de l. "Imbcil o sordo" se decan. Los ms osados corran tras de su figura hacindole burla, gritndole improperios, remedando tocar el piano o el violn. Pero el maestro Ludwig segua imperturbable su marcha. En realidad, jams se enteraba que tras de l corra una docena de rapaces fieras rindose a costa suya. Su preocupacin se divida entre cmo ponerle msica a esa obra de Schiller, y la sordera. Lo primero no lo angustiaba; por el contrario, lo animaba cada vez ms. "Debe ser algo tan monumental que bien podra tornarse un himno para toda la Europa. Opera sinfnica o sinfona operstica? No s, poco interesa. Lo importante es que refleje la alegra, la profunda alegra de la vida. Ya me imagino el tema principal, en tonalidad mayor, por supuesto, con ritmo simple y binario: meloda sencilla y alegre, muy alegre. Tiene que ser un Allegro molto, naturalmente" elucubraba mientras caminaba. La otra preocupacin s lo atormentaba. De pronto de un carruaje que pasaba cay un tonel y le pareci escuchar el ruido del golpe; pero no ms que eso. Los relinchos del caballo que vena por detrs ya no los sinti. Sordo! Sordo! Me estoy quedando sordo y nadie me puede curar. Pero tengo que terminar esta obra ante todo! La Viena imperial de las primeras dcadas del siglo XIX era considerada en ese entonces el centro del mundo. Alguna vez, aos atrs cuando haba pasado serios aprietos econmicos, lleg a pensar que tal vez el Nuevo Mundo poda ofrecerle buenas posibilidades. Como msico no le sera difcil encontrar un espacio rpidamente. Pero en seguida desech la idea: Viena lo ofrece todo, aunque nadie me cure mi sordera.
Cabalg casi todo un da sin parar, siempre hacia el oeste buscando la cada del sol. La soledad sobrecogedora del paisaje lo dejaba sin palabras. Lo que ms le impact fue el silencio: nunca en su vida haba escuchado algo as, escuchar el ms completo silencio. La ventisca del amanecer haba pasado, y conforme avanzaba el da el cielo se pona ms azul, el sol quemaba ms, y el mundo pareca detenerse. En un momento sinti extraeza. No miedo; en realidad, temerario como era a sus dieciocho aos ya haba tenido cuatro duelos, venciendo siempre al primer disparo jams senta miedo. El paisaje y la sensacin de desaparicin de la vida eran extraos. Habiendo calmado totalmente el viento, con un silencio que nunca habido conocido antes, sinti la finitud. Cant en voz alta, con todas sus fuerzas; quera escuchar algo familiar, algo que no lo impresionara tanto. Pero su voz no le pareca propia. "Ser cierto lo del fantasma del jefe indio? Pamplinas! Cosas de indios!" Antes que comenzara a anochecer decidi dejar de avanzar por el desierto que se le abra ante sus ojos. Le daba lo mismo dirigirse hacia cualquier lado; no saba dnde podan esconderse los tesoros, as que en el lugar donde se haba detenido para acampar, ah comenzara a cavar al da siguiente. No haba ms que pobres arbustos para alimentar al caballo; pero eso no lo preocu103
paba tanto. Encendi una fogata y bebi una buena cantidad de aguardiente, suficiente como para hacerlo dormir toda la noche. O al menos, eso crea William. Pese a lo cansado que estaba y a la cantidad de licor bebida, no poda conciliar el sueo. El silencio comenz a espantarlo.
Merced a sus buenos contactos en la corte imperial, le recomendaron al mdico ms prestigioso de toda la ciudad de Viena, el doctor Flssig, que tambin haba atendido al Emperador en varias ocasiones. Con pompa un tanto excesiva y evidentemente estudiada, lo recibi dos das despus de pedida la cita. "Es un gusto para m poder atender a uno de nuestros ms grandes msicos! Usted dir, maestro en qu le puedo ayudar?" Van Beethoven no entendi lo que le deca su interlocutor, pero dedujo que lo invitaba a presentar el motivo de su visita. Con voz queda, entrecortada por la angustia que lo embargaba, habl en forma tan dbil que el mdico debi pedirle que repitiera lo que deca, tocndose el odo para dar a entender que no haba escuchado. "Este tambin es sordo entonces?", se pregunt despavorido. "Y estar en condiciones de ayudarme?" La cara bonachona del doctor Flssig lo estimul a contar nuevamente el problema, aunque sin mayor conviccin. La segunda vez habl con mayor reciedumbre. Entonces vino una andanada de preguntas por parte del galeno que, viendo que su paciente no poda contestarlas pues no las escuchaba opt al momento por escribirlas. Se sorprendi sobremanera cuando se enter que el consultante estaba musicalizando la "Oda a la Alegra". No lo poda creer, no le cuadraba la situacin: un sordo desahuciado alabando la alegra. "Increble!, realmente increble!", se dijo para s. "Y por qu decidi ese poema precisamente, maestro?", escribi casi con ingenuidad el doctor. "Acaso los sordos no tenemos derecho a sentirnos alegres tambin?" En ese instante quiso retirarse, pero una mnima consideracin por las reglas de urbanidad le dijo que sera mejor terminar la entrevista, aunque todo le haca suponer que no le servira de nada. Unos minutos despus, ya en la diligencia que lo transportaba de nuevo a su casa, rompi la receta. Qu imbcil! Como que un sordo no pudiera sentirse alegre! Qu imbcil! Y si l tambin es medio sordo
Cuando amaneci sinti un gran cansancio; haba dormido muy mal. No por las condiciones: de hecho, buena parte de las noches de su vida las haba pasado a la intemperie, en las montaas, persiguiendo "buscados por la justicia", durmiendo entre rocas y serpientes. Lo que le haba impedido dormir era esa sensacin de desasosiego que le iba calando cada vez ms hondamente. Por la maana no haba nada de viento, y una vez ms el silencio absoluto del desierto lo acongojaba. Para romper esa impresin intent silbar, cantar; incluso dispar un par de tiros con el revlver. El eco llev el ruido de las explosiones por las tonalidades ms increbles. Seguramente van Beethoven hubiera sentido envidia de esa composicin. Para William todo esto era lo ms lejano que pudiera imaginarse respecto a la alegra. Amaba la soledad, le fascinaba. De hecho, con sus dieciocho aos y su imagen de aventurero mercenario, haba decidido nunca en su vida criar hijos. El era un solitario por naturaleza. Pero lo que senta ahora le empezaba a hacer pensar en las palabras de advertencia del teniente Bush: "por qu no lo escuch?"
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Con un largo trago de aguardiente tom el valor necesario y comenz la tarea. Prolijamente busc el lugar que le pareca ms adecuado, coloc los explosivos y tendi unos cien metros de cuerda hasta el detonador en una suerte de pequea caverna formada por la unin de dos grandes piedras. All, debiendo entrar agachado, y supuestamente bien guarnecido de la explosin que iba a tener lugar en lo que esperaba fuera el primer punto donde comenzar la bsqueda de oro, oprimi el detonador. El ruido se expandi por todo el desierto. Se encontraba en un amplio valle, y las colinas rocosas que se extendan por todo alrededor funcionaron como monumental caja de resonancia. Algunas piedras pequeas llegaron hasta su improvisado refugio. Esparcido ya el polvo sali de la cueva y se sorprendi cuando vio a su caballo relinchando despavorido y no pudindolo escuchar. Lo haba dejado bien amarrado a unos cincuenta metros ms atrs de las piedras que eligi para protegerse; el animal se haba asustado con la explosin y trataba de liberarse de sus riendas. Con sus patas delanteras desafiantes relinchaba con todas sus fuerzas. Esto lo vea William, pero no poda escucharlo. En un primer momento pens que sera el efecto normal de un gran ruido: una sordera momentnea que pasara en unos pocos minutos. Pero no fue as. Corri hasta el hoyo que haba abierto y comenz su afanosa bsqueda; al principio ordenadamente, luego casi desesperado, iba arrojando los peascos esparcidos por la explosin. La sensacin fue ambigua: estaba que se mora de la alegra por el tamao de la pepita de oro encontrada nunca en su vida haba visto algo semejante, pero al mismo tiempo estaba aterrorizado, pues cantaba a todo pulmn para festejarlo y no se poda or. "Ya se me va a pasar. Se me tiene que pasar, esto es momentneo". Volvi a disparar al aire para comprobar si escuchaba. Pero el silencio ante el disparo se lo confirm en forma lapidaria: haba quedado sordo.
Haca tiempo que no daba conciertos ni diriga orquestas. No poda. Se haba dedicado por completo a la composicin; para esto no era necesario escuchar, bastaba la audicin interior. Le hubiera gustado seguir su carrera de intrprete, o incluso de director, con las cuales se senta muy a gusto. Pero las circunstancias de la vida lo haban obligado a adentrarse en este otro campo. Por supuesto que no le desagradaba componer; era una de sus pasiones, sin dudas. Lo que le atormentaba o al menos le atorment al inicio de la sordera era la imposibilidad de presentarse en pblico. Hablar con la gente no era algo que le inquietara. En realidad, durante toda su vida hasta los primeros sntomas de la hipoacusia, nunca haba sido muy sociable. Con la sordera, su actitud huraa se potenci en forma absoluta. Le preocupaba no poder ofrecer conciertos. Lo dems, no contaba. En el primer momento de la manifestacin de la enfermedad se sinti especialmente angustiado; el mundo se le vena abajo. Luego, en forma bastante rpida, lo fue superando. Se volvi ms taciturno que lo que haba sido hasta ese entonces, mucho menos conversador y de hecho ya lo era muy poco. A lo nico que se dedicaba ahora era a componer; y no ante el piano. Compona en cualquier lado, sentado a la mesa, caminando por algn parque, absorto en largos silencios y mirando el cielo. Haba comenzado con la msica para los versos de Schiller considerando, en una primera idea, que ese fuera el inicio de la sinfona; pero luego decidi dejarlos para el cuarto y ltimo movimiento. Segn pensaba, eso le dara ms magnificencia al conjunto de la obra. Tres movimientos que van preparando el final, y un final espectacular. Nunca haba usado coros para una
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obra sinfnica, y no era un experto operista. En realidad, no le gustaba cantar. S silbar. Y con la sordera suceda algo tragicmico: como no poda escuchar lo que silbaba, y por supuesto segua hacindolo, no poda graduar la intensidad del silbido. Por tanto, siempre silbaba en un fortissimo del que jams se enteraba. Ese era otro de los motivos que movan a la burla a los nios que le conocan. "El viejo loco y sordo que silba tan recio"; eso pas a ser van Beethoven. Cuando le hablaban, aunque no escuchaba pero igualmente viendo que le dirigan la palabra, prefera no contestar. No le preocupaba en lo ms mnimo pasar por un manitico. "Ante tanta estupidez de la gente a veces es ms alegre no escuchar nada. Me podra permitir decir 'viva la sordera!' o sera demasiado custico?". Esa pas a ser su "filosofa", o su actitud de resignacin ante lo inevitable.
Inmediatamente comprob que era inevitable: estaba sordo. Qu ms poda hacer que resignarse? De todos modos l se haba internado en el desierto para hacerse rico; y en sus manos tena la evidencia que lo haba conseguido. Lo dems no importaba. Busc en torno al enorme hoyo dejado por la explosin y el asombro cada vez era mayor: haba pepitas que llegaban a una libra de peso. En no ms de una hora de trabajo recolect una increble cantidad de oro con lo que llen las dos alforjas del caballo. Para poder llevar lo ms posible, las vaci completamente, dejando espacio slo para el oro. Lo nico que apart y guard en la chaqueta fue una botella de aguardiente. No caba en s de la alegra. Empezaba ya a pensar cmo gastara tanta fortuna, y cmo hara para sobrellevar la sordera. Y as, rebosante de alegra, emprendi el camino de regreso. Esta vez prefiri no cabalgar de prisa. Qu apuro tena? Lo que le haba tomado un da para internarse, ahora lo hara quiz en dos. Le faltaba una noche en el desierto, para lo cual tena slo la bebida. Decidi que cazara algo, si poda; si no, aguantara un poco de hambre. El Fuerte Rackliff no quedaba muy lejos. En verdad, si bien le preocupaba, no lo angustiaba tanto sentirse sordo. "Con dinero todo es sobrellevable", pensaba. Para realizar todo lo que se le iba ocurriendo que hara a partir de la fortuna encontrada, no era imprescindible or. "No me voy a dedicar a la msica precisamente". Durmi bien, no como la noche anterior. Cuando dorma al aire libre cosa que le era muy familiar estaba siempre muy vigilante de cualquier ruido. No fue este el caso en esta ltima noche en el desierto. "Quiz la ltima vez que duermo en el descampado. A partir de ahora: buena cama, buen trago, buenas mujeres. S seor." Esta vez durmi con placidez porque no lo preocupaban cercanas molestas, ni de animales ni de bandidos. "Quin va a ser el loco que se atrevera a internar en este infierno?" A media maana del viernes 7 de mayo de 1824 William Mc Donald regresaba al Fuerte Racliff ante la sorpresa, y al mismo tiempo la admiracin, de oficiales y soldados. "Cmo lo hizo?" fueron las primeras palabras de todos, que debieron serles transmitidas con gestos al sordo William dado que no saba leer. "No fui yo quien lo hizo, fue Dios", se limit a responder Mc Donald con calma glaciar.
La noche del viernes 7 de mayo de 1824 la Opera de Viena luca como nunca antes lo haba hecho, y como nunca ms en la historia volvera a lucir. Se haba dado cita ah lo ms rancio de la aristocracia del Imperio, as como embajadores y personajes del mundo poltico y cultural de toda Europa.
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Unos minutos antes de levantarse el teln van Beethoven entr en pnico y prefiri no salir al proscenio. Fueron necesarias las ms increbles splicas por supuesto, no verbalizadas para que finalmente se decidiera. Tembloroso como nunca antes se haba sentido en su dilatada vida sobre los escenarios, debi apelar a un largo trago de cognac para darse el valor suficiente. Sorprendiendo a un pblico que colmaba en su totalidad la sala, van Beethoven sali de espaldas y en ningn momento quiso mira hacia atrs. El silencio previo al inicio del Allegro inicial poda hacer pensar en la soledad absoluta del desierto. La parodia sali muy bien. No era l quien efectivamente diriga la orquesta slo gesticulaba sino su discpulo Hermann Ziegel, semi oculto al pblico pero visible a los msicos. Esto nadie lo supo hasta varios das despus del estreno. La obra sorprendi a todos. Era primera vez que se escuchaba una fuerza expresiva tal, con tanta magnificencia, con un volumen sonoro tan monumental que no poda creerse. Si los tres primeros movimientos impresionaron, el cuarto, con cuarteto de voces solistas y gran coro mixto, dej definitivamente atnitos a todos. La alegra que transmita la musicalizacin del poema de Schiller era euforia, era embriaguez, era la gloria triunfal. Alguna dama de la alta sociedad estuvo tentada de bailar esa meloda tan entradora, tan pegadiza aunque, por supuesto, se abstuvo de hacerlo las buenas costumbres lo desaconsejaban. Terminada la Novena Sinfona los aplausos se prolongaron por espacio de diecisiete minutos. Van Beethoven no quiso darse vuelta y mirar al pblico sino hasta que la splica con lgrimas en los ojos de la primera viola Anna Lautenbacher lo logr. Van Beethoven estaba baado, por la transpiracin producto de casi una hora de direccin efusiva, y por un llanto incontrolable que se prolong hasta la sala de recepcin. Alguien le escribi en un papel: "Maestro, cmo pudo escribir algo as?" "No fui yo quien lo hizo, fue Dios" se limit a decir.
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LAZO DE AMOR
Bajaron juntos en el elevador. La oficina del abogado que llevaba el juicio de divorcio estaba en el vigsimo piso de la torre Crisol, en la zona ms elegante de Santa Fe de Bogot, cerca de donde trabajaban ambos. Se preciaban de ser una pareja liberal, por lo que manejaban el asunto de la separacin con gran amplitud. Susana, de origen argentino, se quedara con los dos nios; Peter, holands con casi veinte aos de vivir en Latinoamrica, resenta un poco esa decisin, porque ante su proyecto de reinstalarse en Europa intua que se le hara muy difcil seguir viendo a sus hijos. Sin embargo compensaba esa prdida con sus ansias de volver a su tierra natal y dedicarse a la docencia universitaria. Se conocan desde haca dos dcadas; ambos trabajaban para organismos internacionales. Los ltimos cuatro aos los haban vivido en Colombia. Fue ah donde el matrimonio empez a hacer crisis. En realidad no hubo nada especfico que marcara el comienzo del fin; simplemente las cosas fueron dejando de funcionar, el amor se extingui, la rutina carcomi todo. Surgi entonces la idea de no continuar. Casi naturalmente, sin discusiones agrias, sin gritos, tomaron la decisin. Era lo ms racional. Ya fuera del edificio se separaron con un beso en la mejilla; Susana deba volver an a su oficina la delegacin nacional de UNICEF, donde ocupaba un alto puesto. Peter haba quedado en encontrarse con Camila una vez terminado el trmite con el abogado. Eran ya las cinco y media de la tarde, por lo que ella haba finalizado su jornada laboral. Trabajaba, al igual que l, en la representacin del FMI. No era su secretaria directa, sino que perteneca a otra unidad tcnica; de todos modos se vean continuamente. La diferencia de edad era grande: 46 y 22; no obstante se entendan muy bien. Ninguno de los dos tena pensado, en modo alguno, buscar ahora una relacin slida; ninguno lo tomaba ms en serio de lo que realmente era: algunas salidas, un poco de sexo, y quiz un grato recuerdo en el futuro. Para Peter era una ms de su larga lista; para Camila era simplemente una experiencia novedosa: un viejo que le doblaba la edad. Se encontraron en un pintoresco bar cercano a la oficina de UNICEF; Peter, si bien la separacin era ya un hecho an comparta la casa con Susana, aunque durmiendo en cuartos separados no quera que se lo viera con otra mujer, y mucho menos que lo viera su esposa. l mismo no poda explicar por qu, pero espontneamente as le surga: en su extenso inventario acumulado en los dos ltimos aos su pareja lo saba, y de comn acuerdo lo aceptaban no haba habido ninguna compaera que lo atrajera al punto de pensar seriamente entrar en una relacin seria. Camila tena algunas caractersticas especiales, nicas en relacin con todas las otras ocasionales acompaantes; por lo pronto era la ms joven. Eso, sin dudas, era una de las cosas que a Peter ms lo impactaba, en un doble sentido: por un lado le fascinaba verse con una mujer no mucho ms grande que su hijo mayor que tena 15 aos. Pero al mismo tiempo lo avergonzaba un poco. "Parece mi hija. Y por qu una niita quinceaera" como gustaba llamarla "querr estar conmigo? Ser que est preparando una investigacin para la universidad sobre la conducta sexual de los viejos?", se preguntaba con un dejo de sarcasmo. Camila era lo menos cercano a una niita quinceaera: con todo el atractivo de una joven bonita todos los hombres de la oficina le andaban atrs, y ms de alguna vez reciba flores de admiradores desconocidos tena un don de suficiencia, de compostura en la forma en que se manejaba que nadie hubiera pensado que era una secretaria poda pasar por una consultora y mucho menos que tena esa edad. Cuando llegaban las misiones tcnicas de Washington ella era, por su desenvoltura, por su perfecto manejo del ingls y del francs, por su solvencia en general,
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la encargada de atender los aspectos logsticos de los altos funcionarios, de acompaarlos, de apoyar a la oficina. Tareas todas que cumpla a la perfeccin. Por una suma de cosas Peter haba empezado a reparar en ella recientemente. Haca dos aos que compartan la oficina, y en ese tiempo no haban pasado de formales saludos, siempre tratndose de "usted". Para l apareca como una posible ms; casi a modo de distractor, para aturdirse cuando decidieron la separacin Susana le haba reconocido que estaba saliendo con un mexicano, de quien haba quedado embarazada y haba abortado, y que la relacin iba en serio haca tiempo que se estaba dando a la caza de cuanta mujer le agradaba, pero nunca pasando de algunas salidas, que habitualmente terminaban en la cama, y sin ms compromisos ulteriores. Camila apareca como el "blanco" actual: joven, bonita, liberal qu se perda probando? Camila era especial, en todo. No jugaba el consabido papel de la secretaria que espera temerosa las felicitaciones del jefe. Sin rayar jams en la grosera, se saba hacer respetar con una capacidad digna de asombro: era encantadora, seductora, y al mismo tiempo pona una distancia infranqueable. "Yo elijo a quin me cojo" sola decir. Algo que nadie saba en la oficina, y que por razones ms que obvias deba mantener secreto, es que era colaboradora del movimiento guerrillero FARC; era un cuadro universitario sin participacin en la lucha armada directa, pero muy importante dado el puesto que ocupaba. Quin mejor que ella para conocer planes y estrategias del FMI? Viva sola. Hasta dos meses atrs haba estado saliendo con un compaero de la universidad; estudiaba relaciones internacionales. Era una alumna brillante, e igualmente suceda en ese mbito: todos los varones la buscaban. Peter haba llegado a Latinoamrica recin graduado de economista en Rotterdam. Enviado a trabajar por la Cooperacin Holandesa al Desarrollo, haba pasado por diversos pases; en Chile haba conoci a Susana, un ao mayor que l, con quien inmediatamente qued cautivado. Raro en un universitario europeo, ella haba sido la primera mujer de su vida. Era un dato que jams quera contar, pero recin a los 26 aos de edad tuvo su primera relacin sexual, justamente con quien luego formara pareja por dos dcadas. De joven, en sus pocas estudiantiles, jams haba hecho no se lo permita, no poda lo que le sala con tanta naturalidad ahora: jugar al don Juan. Su matrimonio tuvo momentos muy gratos, que ahora vea ya como muy lejanos. A sus hijos los quera, pero no representaban tanto como su propia carrera profesional. Esa era la pasin de su vida. Siempre primorosamente vestido, con sobriedad pero al mismo tiempo con un encanto seductor, buena parte de su esfuerzo iba dedicado a la imagen. Coma en los lugares ms caros, dejaba generosas propinas, reparaba siempre en los detalles ms sutiles: sin llegar a la ostentacin tosca, nunca le faltaba un reloj de la mejor marca, un costoso regalo para cada compaero de trabajo en el da de sus cumpleaos, una foto con la persona polticamente conveniente. Su automvil era un Volvo negro; su reloj, un Rolex de oro. Nadaba mucho; tres veces por semana, o ms si poda, iba a una piscina donde pasaba no menos de una hora. Susana era distinta; si bien mantena un nivel salarial casi tan alto como el de Peter, era mucho ms campechana en sus gustos. No estaba en pose todo el tiempo. Peter, en buena medida, s. Eso haba sido no el nico, pero s uno de los motivos del distanciamiento. "Hola. Cmo anduvo la entrevista con el abogado?", pregunt Camila, quien ya haba llegado al bar y lo esperaba fumando tras su consuetudinario caf. "Bien, bien. Si todo va normalmente, en dos meses ms ya estar la sentencia." "Entonces despus nos casamos y me llevas a Holanda", dijo riendo. No cambi la sonrisa, pero interiormente qued helada por lo que se terminaba de escuchar decir. Era como si lo hubiera dicho otra persona, no poda ser ella la que haba hablado, no lo poda creer. Peter frunci una ceja, y se arregl la barba.
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"Mmm y tu vendras?", contest sin mayor conviccin, slo como para seguir el hilo discursivo. "Slo si me regalas un molino de viento", agreg ya ms repuesta, sintiendo que era ella quien hablaba y no la otra persona que se le filtraba. "Un molino azul en medio de un campo de tulipanes negros." "Va a estar difcil, mi amor no tanto por los tulipanes, sino porque no me gusta el azul." "Bueno, me tendr que conformar con la propuesta de Riccardo, y me ir entonces a Italia", dijo aludiendo al director general de la oficina, un italiano soltero, mayor que Peter, que en ms de una ocasin no haba ocultado sus deseos por Camila era l uno de los que habitualmente le haca llegar flores. Conversando animadamente les dieron las diez de la noche; el tiempo haba volado sin que lo sintieran. Inadvertidamente se haban tomado las manos, y ya en la penumbra del bar se haban permitido algn fogoso beso. Camila le propuso que durmieran y no slo eso en su apartamento. Peter no acept; quera volver a su casa, con Susana y los hijos. No se senta bien, pese a estar separado, si no preparaba anticipadamente la situacin. Cada vez que sala con una ocasional pareja armaba algn escenario: una presunta reunin de trabajo, una fiesta con amigos. No quera reconocer ante s mismo que poda volver a enamorarse de alguien, que una mujer poda cautivarlo e ir ms lejos que un encuentro sexual. Quera pasar el rato y slo eso; un motel alcanzaba. Luego regresaba a su soledad disfrazada de matrimonio. Algo los una muy fuertemente, y no era slo la cama. Hablaban interminablemente. Peter dominaba el espaol a la perfeccin, tanto como el ingls y el francs. Camila tambin, por lo que dialogaban indistintamente en cualquiera de las tres lenguas. Ms de una vez, como en esta ocasin, haban pasado horas platicando sin reparar en la hora. Ella tena una facilidad de palabra notoria; convenca, transmita pasin. Otro tanto l, por lo que los encuentros con o sin sexo eran siempre prolongados. Camila tena convicciones polticas muy arraigadas; hija de un editor dueo de una pequea empresa familiar, desde nia haba estado en contacto con los libros, y con el espritu contestatario que se viva en su hogar, padre y madre de raigambre socialistas. Si bien haca parte orgnicamente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, nunca haba empuado un arma. Preferira no hacerlo, aunque si las circunstancias lo requeran, estaba segura que no lo rehuira. En su oficina jams mostraba su perfil de persona de izquierda; por el contrario, la misin encomendada era integrarse completamente con la institucin, mimetizarse, en la perspectiva de recoger la mayor cantidad de informacin posible. No poda decirse que fuera disfuncional a lo que se esperara de una secretaria del Fondo Monetario Internacional, pero haba algo de bellamente irreverente en su estilo que la haca distinta de las otras muchachas de similar condicin. Seguramente su jovialidad, su espontaneidad, su desenvoltura; lo cierto es que, aunque no jugaba el papel de muequita tan esperado entre sus compaeras de trabajo, nunca caa mal. Esa rara mezcla era lo que haba decidido a Peter a dirigirse a ella; y ahora senta que quera seguir profundizando. Por otro lado, Camila elega muy en detalle los tipos con los que se permita salir, que por cierto no haban sido tantos. De la oficina, ninguno. Las flores recibidas, y los cortejos no muy disfrazados del representante de la misin, no la inmutaban. Con maestra, como si se tratara de una experimentada cortesana, saba hacer pasar de largo lo que no le interesaba. Detestaba a los acartonados funcionarios de los organismos internacionales; los vea, en el fondo, algo ridculos. "Todo lo reducen a tener un Volvo, una tarjeta de crdito abultada y una buena imagen familiar, mientras andan persiguiendo a sus secretarias, y cogindoselas en el elevador si pueden. Por otro lado cumplen al pie de la letra las rdenes que le dan en el Norte,
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para no perder sus puestos. Puras mierdas! Y las mujeres, peor. Siempre jugando a ser muequitas. Qu asco!" Jams se le hubiera ocurrido que alguien as pudiera ser su pareja; a lo sumo podra llegar a aventura en la cama, y no ms. A veces haba comenzado a pensar por qu comenz a salir con Peter. En el fondo lo vea ingenuo, ms all de los lujosos trajes y elegantes corbatas, y los discursos plagados de palabras tcnicas pero vacos de contenido. Haba, sin embargo, un nivel de entendimiento muy bueno en lo sexual, y ms an en lo humano. Se queran. Aunque ninguno de los dos se atreva a reconocerlo. "Peter, nunca te ha dado un poco de vergenza saber que ests trabajando para el hambre de las mayoras?", esput Camila una noche, en ingls, mientras cenaban en un lujoso restaurante donde los meseros atendan con guantes blancos y las propinas no podan bajar de veinte dlares. Peter no supo qu responder. Fue ella la que, acaricindolo maternalmente, logr que siguieran el dilogo. Al pasarle la mano por el cuello, inadvertidamente hizo salir fuera del cuello de la camisa Vesace que llevaba blanca con finas lneas azules el lazo que ya le haba visto varias veces. Cuando se desnudaba se lo quitaba con mucha meticulosidad, y lo dejaba junto a los lentes, el reloj pulsera, el celular y la billetera. Evidentemente, era algo muy preciado para l. Se trataba de un tosco lazo, una artesana popular de las que se pueden conseguir en algn mercado de barrio. No era bonito ni refinado, y no concordaba con el aspecto general de Peter. Camila nunca haba conseguido que le dijera su procedencia. Lo llevaba siempre; debajo de la corbata ms fina que pudiera imaginarse, nunca faltaba. La relacin se iba tornando cada vez ms ntima. Sin saber por qu, ambos se confesaban cosas de las que jams hubieran pensado podan hablar. Ninguno senta vergenza ni temor al contarse todo eso. Peter, desde el momento en que decidi separarse, se haba dado a una busca casi frentica de mujeres, de todas las edades y condiciones. Haca ahora lo que le resultaba tan difcil patolgicamente traumtico incluso en sus aos juveniles; con la diferencia, claro est, que ya no era un joven. Ello no le impeda, sin embargo, sentirse lleno de energa, y acometer cosas que por aos ni siquiera pensaba. Haba llegado a salir con dos mujeres distintas en el mismo da. Llegado a un punto se haba sentido profundamente solo; siempre acompaado de mujeres, con las que casi siempre terminaba haciendo el amor, pero irremediablemente solo. Con Susana jams haba hablado de esto. No quera pensar en un nuevo matrimonio, para nada, pero anhelaba una relacin ms humana, que no estuviera decidida slo por un restaurante fino, un paseo en un carro de lujo y un buen momento en un motel. Senta que con Camila se daba el espacio para algo as. "S, Peter dmelo! Por qu usas siempre ese lazo?" "Y qu ganaras si te lo digo?" "No lo s, quiz nada. Quiz mucho Por qu te resistes tanto a hablar de ello?" Estaban en el apartamento de Camila, desnudos en la cama luego de haber hecho el amor con apasionada vehemencia, poseyndose uno al otro como si fuera la ltima vez en sus vidas que habran de hacerlo. Baados en sudor, mientras ella fumaba Peter haca ms de quince aos que no tocaba un cigarrillo y l jugaba con su negra cabellera, Camila volvi sobre el tema. "Seguro que te lo regal otra." "Y si fuera as?" "Te pedira que te lo quites y me lo regales." "Pero los regalos no se regalan." "Es una prueba de amor. Si realmente me quieres, si realmente te importo, dmelo."
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"Es que es muy poca cosa para ti, Camila. Mejor te regalo algo ms especial, ms acorde con lo que t eres", trataba de evadirse Peter. "Ms especial? No, mi amor. Tu sabes que a mi no se me cautiva con un Volvo o un perfume francs. Quieres cautivarme? Pues, deja ese espantoso trabajo donde ests ahora, y vaymonos a Holanda. Pero con tu lazo en mi cuello." "De acuerdo: vamos por parte", dijo Peter, como recuperndose de un golpe. "Empecemos con el lazo. Tmalo!", dijo mientras se lo sacaba de su cuello esa vez se lo haba dejado puesto y lo colocaba en el de Camila. "Y despus vendr todo lo otro?" "Mmm quiz." "No, no; dime cundo. Renuncia de una vez, y nos vamos juntos." "Djamelo pensar." Desde ese da el lazo comenz a lucirse en el cuello de Camila. Jams se lo quitaba, y por cierto que, aunque rstico, le luca exquisito. Abrieron una cuenta de correo electrnico conjunta, slo para comunicarse entre ellos, a la que llamaron "lazodeamor". La contrasea fue "molinoazul". Tal como haba dicho el abogado, en no ms de dos meses el trmite de divorcio estuvo terminado. Susana esperaba el tan ansiado traslado a Mxico, donde ira con sus hijos. Peter quedaba totalmente libre para decidir su vida futura. "Desde que empezamos a salir", dijo una vez en francs, idioma que a veces tambin utilizaban, "nunca ms volv a tener ganas de seguir jugando al don Juan, nunca. Y sabes por qu?" Camila escuchaba atentamente; estaban en el barcito cerca de UNICEF, que termin siendo el preferido de ambos. "Porque eres la primavera que estaba esperando. Sabes algo? Estos das le por ah, no recuerdo dnde, una frase que me impact: <podrn cortar todas las flores, pero no detendrn la primavera>. Me gust, y me hizo pensar mucho en ti. T eres de lo ms lindo que me ha pasado en mi vida, una primavera florida. No s exactamente qu tendr que ver esa frase contigo, pero me transmite esperanza, energa. Y tambin tengo que darte una noticia." Ella segua escuchando, muda, sorprendida, alegre. No le sala ninguna palabra. "Sabes qu voy a hacer? Lo pens y repens muchas veces, y tom la decisin: voy a renunciar a mi puesto en el FMI. Tienes razn en lo que tantas veces me has dicho: somos una bola de farsantes, y desde que te descubr como mujer, desde que entraste en mi vida, cada vez me siento ms avergonzado de tanta mentira en que me mantuve." No poda creer lo que escuchaba. Termin un cigarrillo e inmediatamente prendi otro; temblaba. Los ojos se le humedecieron, y sinti que no iba a poder controlar un llanto que le vena desde lo ms profundo. Al mismo tiempo quera darle un beso tierno, y tambin desnudarlo para hacer el amor ah mismo, sobre la mesa que ocupaban. En un entrecortado espaol pudo preguntar: "Y y por qu haces todo eso?" Peter, tranquilo, con una sonrisa casi infantil, orgulloso de escucharse decir lo que deca, continu: "Te acuerdas de esa cancin de Serrat?", y tarare: "<Porque te quiero a ti, porque te quiero, dej los montes y me vine al mar>"S, porque te quiero, Camila, simplemente por eso." "De verdad me quieres tanto?", logr articular ella, ya con el llanto que casi no la dejaba respirar. "An lo dudas?"
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La relacin de Camila con el movimiento armado era estrecha; por el tipo de tarea que tena asignada en la organizacin, no mantena un contacto excesivamente cercano con sus compaeros. De todos modos estaba muy comprometida. Diariamente cumpla con su reporte; su encargado directo de quien slo conoca el apodo la vea en los lugares ms inslitos. Era un varn, moreno, tambin joven. Su conducta revolucionaria o lo que ella entenda por tal hasta la fecha haba sido intachable. Nadie dentro de las FARC y fuera, tampoco saba de su relacin con Peter. Aunque no tenan nada que ocultar al respecto, todo se haba mantenido en un relativo secreto. Si bien no se escondan pblicamente, tampoco la ventilaban abiertamente. En la oficina nadie saba del noviazgo que se estaba dando. Peter no lo haba compartido con Susana, y Camila tampoco lo haba hecho con nadie, ni siquiera con algunas de sus poqusimas amigas ntimas. Alegndose a s misma razones de seguridad, nunca le haba hablado de su militancia a Peter. Esto comenzaba a pesarle. Finalmente, un da se lo confes. "Me lo esperaba por supuesto que me lo esperaba. Era imposible que alguien con esa posicin poltica no tuviera vnculos con un movimiento de protesta", coment con toda naturalidad Peter. "Y sabes algo? Ya tengo comprados los pasajes de avin." Al escuchar esto ltimo, Camila casi cae de espaldas. Su expresin era una confusa mezcla de terror y fascinacin. Lo nico que pudo articular fue: "y cundo nos vamos, mi amor?" Visitaban una pintoresca playa en el Mediterrneo un mes despus de su llegada a Europa; haban pasado ese tiempo viajando por varios pases. Ahora no haba Volvo, ni tampoco ropa de marca, ni restaurantes finos. Viajaban en tren, parando en albergues modestos, comiendo comida rpida en muchos casos. Con sus ahorros que no eran pocos, por cierto Peter haba comenzado a apoyar econmicamente a las FARC. El lugar era en el sur de Francia: un pequeo balneario casi desconocido, con un pblico fundamentalmente joven, estudiantes universitarios en su mayora. Camila no saba nadar, cosa que siempre se haba reprochado. En un momento, sin podrselo explicar, la corriente la comenz a arrastrar dentro del mar. Se desesperaba, pues ya no haca pie. Peter fue el primero en verla un instante antes haba salido del agua a encender un cigarrillo; haba vuelto a fumar luego de aos. Sin pensarlo dos veces corri hacia ella, nadando con energa sobrehumana. Cuando pareca que Camila ya no poda mantenerse ms a flote, Peter pudo asirla del lazo que llevaba en su cuello, el cual, providencialmente, soport toda la fuerza que hubo de hacer para arrastrarla hacia la orilla. Dos meses despus se instalaban en el modesto hotelito que acababan de comprar, junto al mar, en la misma playa del incidente, para dedicarse a atenderlo ellos mismos en persona. Lo rebautizaron Moulin Bleu, y la nota distintiva son los tulipanes que adornan las macetas del restaurante. La cuenta de correo electrnico la siguen teniendo, y contina llamndose "lazodeamor". Todava no han decidido el nombre del hijo que viene en camino.
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LA EXTRAA HISTORIA DE UN ALEMAN EXTRAO Era su tercer viaje a Centroamrica. Ya haba estado por ah, como turista la primera vez, unos diez aos atrs, y luego, trabajando con una organizacin de ayuda humanitaria, por espacio de dos aos ms. Todava recordaba cuando, no dominando del todo bien su espaol en el primer viaje, queriendo decir "tranquilo" haba dicho "tranculo". Recordaba tambin la vergenza infinita que sinti en ese momento. Era antroplogo. Con sus 32 aos, robusto, de casi 2 metros de altura, tena un aspecto ms bien aniado. Transmita ingenuidad con su cara imberbe y sus enormes lentes con marco de carey negro. No faltaban algunas pecas que reforzaban la imagen infantil. Stephan Lbeck, originario de Freiburg, era un amante de las tradiciones populares; de su pas, de las sureas fundamentalmente, de Bavaria. Pero ms an de las centroamericanas, regin que haba aprendido a querer. En las dos ocasiones en que ya haba estado en la zona, tuvo la oportunidad de viajar y conocer bastante en profundidad sus aspectos culturales. De ms est decir que lo tenan fascinado. Casi podra decirse que era un erudito en mitos y leyendas. De hecho, haba dado ms de una conferencia sobre el tema en un par de universidades en territorio americano: con los jesuitas en San Salvador, y en la antigua San Carlos Borromeo, en la colonial Antigua Guatemala, ex capital de la Capitana; adems de numerosas charlas en su Alemania natal. Pero ms all de su innegable erudicin, no dejaba de presentar cierto carcter bizarro. No se puede decir que fuera excntrico, precisamente, o extravagante. Era "extrao"; ese es el mejor calificativo. Muy formal, muy serio en todos sus modales tena, no obstante, algo de particular. Quiz una extraa mezcla entre viejo y empolvado erudito de museo, y nio inocente algo bobalicn. Su risa franca, espontnea denotaba este ltimo aspecto. Nunca se le haba conocido mujer hasta la fecha. La vez que en Nicaragua una osada joven le propuso que le hiciera un chelito, casi cae de espalda. Hablaba varios idiomas, todos con precisin. Incluso latn, del que haba tomado un curso audiovisual recientemente presentado por la Universidad Pontificia de Roma, slo con el afn de mejorarlo. Por un semestre haba estado hablando cotidianamente latn con seminaristas y sacerdotes. Como parte de la prctica, cantaba varias canciones en la lengua de los romanos, agradables por cierto lo cual, al mismo tiempo, no dejaba de remarcar su aire de extrao. Hermosos cantos de la iglesia catlica, pero l era ateo. Inslito, verdad? Todo en Stephan tena esta caracterstica de especial, de original. Cuando daba una conferencia, por ejemplo, tena la mala suerte slo a l le pasaba que se arruinara el equipo de sonido, por lo que deba gritar exageradamente para hacerse escuchar. O se daba cuenta, habiendo ya empezado a hablar, que llevaba un calcetn de cada color, por lo que pasaba todo el tiempo escondiendo los pies de una manera absurda, haciendo as ms notorio un detalle que, quiz, podra haber pasado desapercibido. Esas cosas extraas, no hay mejor modo de llamarlas le eran de suyo cotidianas. Con benevolencia se podran justificar como, de hecho, no faltaba quien as lo hiciera en tanto parte de su "genialidad". Un espritu profundo, siempre ensimismado en sus sesudas elucubraciones. No estaba mal si alguien se lo quera creer. Otros, sin embargo, sonrean y meneaban la cabeza. Este Stephan... Ms de una vez se acostaba sin cenar, porque se olvidaba de hacerlo. O pasaba una semana con la misma camisa. Obviamente, este tipo de cosas lo tenan sin mayor cuidado. Ahora volva a Centroamrica con un nuevo propsito. Haba estado preparando este tercer viaje por espacio de ms de un ao; luego de incontables trmites y pormenores que no vienen al caso ahora, haba conseguido un financiamiento de una fundacin de Berln que le permi114
tira desarrollar la misin que tena en mente: escribir un tratado sobre mitos populares de la regin. La llorona, el jinete sin cabeza, la ciguanaba, la carreta nahua, el sombrern, el caballo de Arrechavala, el sisimite, el cadejo, personajes que haban ganado para siempre su atencin, que ocupan buena parte de sus preocupaciones. Cuando hablaba con la poblacin local sobre todas estas cosas, su vista cobraba un brillo especial; pareca un nio deslumbrado con un juguete nuevo. Conoca en detalle mucho ms sobre toda la produccin de estas leyendas que sus mismos interlocutores centroamericanos. Cosa curiosa: jams rea de las historias; por el contrario, las tomaba con la ms profunda solemnidad. Cuando algn colega alemn le preguntaba sobre la actitud de la gente respecto a esos mitos, su rostro endureca, perda su ingenuidad infantil. Simplemente responda: hay que respetarlos. Lleg a Panam bajo un aguacero torrencial, un da de ms calor que el usual. El plan consista en estar seis meses en terreno, recabando toda la informacin necesaria; y luego, de nuevo en suelo alemn, darse a la tarea de sistematizar lo recogido. Luego de otros cuatro meses, con una eventual prrroga de dos ms, deba estar terminado el libro. Ya tena pensado el ttulo: "Mitos y leyendas en Centroamrica: entre la fantasa y la realidad". Recorrera toda el rea de sur a norte. Contaba ya con una buena cantidad de contactos establecidos; por otro lado, muchas visitas iran surgiendo sobre la marcha. Fundamentalmente estara en reas rurales. Volvera a ver viejos conocidos, que sin dudas le facilitaran las cosas. Luego de Panam pasara por Costa Rica, por Nicaragua esperando no volver a encontrarse con esa atrevida joven , de ah a El Salvador, despus a Honduras, desde all navegara hacia Belice, para terminar por fin en Guatemala, tierra maya cargada de relatos fabulosos. A los fines de la presente narracin no interesa mucho precisar dnde fue; importa decir que se trataba de algn paraje donde haba una laguna, extica y salvaje. Hermosa, por cierto. Laguna de origen volcnico, enclavada entre tropicales montaas de exuberante vegetacin, donde la bruma bajaba a diario produciendo un efecto fantasmagrico, que se realzaba con el olor a azufre proveniente de las fumarolas cercanas. Stephan qued extasiado con el lugar. Era la primera vez que lo vea; en sus viajes anteriores no haba estado por all, y nadie le haba hecho poner particular acento en el paraje. Lo conoca de nombre, sin haberse detenido nunca a averiguar ms en detalle; de la historia conoca algo muy vago, casi no estaba documentada. Ahora le pareca estar descubriendo el paraso soado. En cierta forma, este hallazgo le hizo variar los planes. No del todo, claro; tambin tena pensado, si las circunstancias se lo permitan, poner en prctica la prueba que haba concebido. En realidad, no se haba atrevido a hacerlo hasta el momento porque no haba dado con el lugar adecuado. Pero por fin, ah lo encontraba. Ahora nada se lo impeda. Ms que cambiar los planes, esto le daba la posibilidad de profundizar la investigacin. Decidi alterar un poco los tiempos; se quedara en la laguna un par de meses, o ms de ser necesario. El tiempo que "el experimento" le tomara. Mand a construir y l tambin ayud en la construccin una simptica cabaa de madera en sus riberas. Se lo desaconsejaron los lugareos, alegando lo desolado del paraje. Stephan, por el contrario, encontraba que eso justamente haca las cosas ms interesantes. Sencilla, ms bien humilde, en apenas un par de das estuvo terminada. Para Stephan era encantadora; para los vecinos de la zona, una locura. Venirse a vivir ah, solito. Cosas de gringos! No cont a nadie sobre el motivo de su viaje; simplemente dijo que el lugar lo haba cautivado, y deseaba instalarse ah. Habl, incluso, de planes a largo plazo. Pregunt quin era el dueo de esos terrenos, cmo conseguir una parcela; coment sobre la idea de desarrollar algn
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huerto, cultivar flores para la venta. Todo sonaba, si bien extrao, tambin congruente. Cosas de gringo, en definitiva. Mientras se asentaba, mientras iba entrando en confianza con los campesinos de la zona, no dejaba de preguntar con tacto sobre las historias y leyendas populares. Y por aqu sale la llorona? Al tiempo que se daba a conocer y construa una relacin de familiaridad con los pobladores cercanos que no eran muchos, ni tan cercanos dicho sea de paso: unos dos kilmetros el vecino ms prximo fue deslizando, con sutileza, la pregunta finamente calculada: Y qu sabe del monstruo de la laguna? Era evidente que todos evadan el tema. Por vergenza, por miedo, por desconfianza. Con quienes ms comenz a hablar sobre el asunto tambin esto haca parte de la estrategia fue con los nios. Eran ellos los que ms dialogaban. Claro que siempre con mucha suspicacia, con recelo. No slo porque el "gringo" como haba quedado bautizado era an desconocido; fundamentalmente, porque el tema llamaba al escrpulo. Stephan lo saba (esto es universal los nios, los borrachos y los locos son los nicos que dicen la verdad): con ellos se podra introducir con ms facilidad al asunto y, por qu no?, tambin azuzar el temor. Los adultos, en general, rehuan a hablar de esto. En realidad l saba que la historia exista: una laguna fascinante donde, a veces, sucedan cosas extraas. Su primera hiptesis compartida por varios estudiosos de este tipo de fenmenos con quienes haba intercambiado la inquietud en Alemania se encaminaba a considerar que poda tratarse de un campo electromagntico, tal como se deca que poda suceder en el Tringulo de las Bermudas. La otra idea, la de la presencia de algn animal prehistrico del jursico, para ms dato le pareca mucho menos plausible, ms bien descabellada. Algo similar se haba tejido en torno a la leyenda del lago Ness, en Escocia; pero, tal como la experiencia haba demostrado a partir de las minuciosas prospecciones realizadas con sonares de ltima generacin tecnolgica nada de eso era cierto. Tampoco poda serlo aqu, aunque el entorno invitara a pensarlo, desafiando la lgica. Quedaba, entonces, la ltima hiptesis: era eso justamente lo que quera ilustrar Stephan, y aqu tena servida en bandeja de plata la oportunidad: los mitos son construcciones simblicas, que explican lo inexplicable. En realidad ya casi lo tena escrito; esa sera la tesis con que abrira el libro responden a una humana necesidad donde se entremezcla el intento de elucidacin de un misterio con el deseo de perpetuar el misterio mismo. Segn su tesis, de la nada, con muy pocos elementos, si se dan las condiciones precisas, se puede crear un mito. La laguna era el laboratorio ideal para verificar su teora. La historia de este personaje raro, mitolgico, no era de las ms conocidas; no gozaba del mismo prestigio social que otras. Era, por otro lado, muy local; slo en torno a la laguna circulaba, y en algunos trabajos sobre cuentos populares que Stephan haba investigado ni siquiera apareca. Es un monstruo poco famoso, pens nuestro buen antroplogo. Esta "impopularidad", se dijo, poda deberse al tipo de historia que estaba en juego. No era slo el relato acerca de la finitud, de la forzosa sensacin de pequeez que siente el ser humano ante lo inconmensurable de la naturaleza, por ejemplo: la desproteccin que se puede tener en un bosque, en una montaa, en una noche sin luna. Esta historia del "monstruo de la laguna" remite a otro nivel de peligro. Seguramente no existe el dichoso monstruo hasta pens en bautizarlo, y se detuvo a buscarle nombre , pero sin dudas hay fenmenos reales inexplicables campos magnticos? que aterrorizan, y ah est la historia que trata de darles algn sentido.
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La hiptesis concebida por Stephan tena que ver con sutiles mecanismos psicolgicos que, siempre, en todo lugar y con cualquier ser humano, se disparan ante determinados estmulos. Monstruo, sin dudas, no hay, reflexionaba, pero qu tal si hacemos que surja? Qu sucedera? Se dio entonces a la tarea de "hacer aparecer el abominable ser encantado que puebla las profundidades de la laguna". La mejor manera la nica de darle vida, era hablar acerca de l. As las cosas, comenz una cruzada sobre el asunto. Indag todo lo que pudo acerca de esta leyenda fue un octogenario poblador, don Anselmo, quien ms datos le aport para luego, con la informacin recabada, poner en marcha el plan. Segn lo que supe, las noches de viento es cuando se lo escucha silbar, verdad?, lanzaba la provocacin. Las respuestas que obtena eran variadas: muchos no contestaban, evitaban el tema. Otros las mujeres en general devolvan la estocada con una sonrisa, diciendo que eran puras habladuras, que no haba nada cierto. Ninguno se atreva a decir que lo vio, pero nadie lo desmenta tampoco en forma categrica. Era un tab. Fue durante una borrachera que don Gilberto, a quien le faltaban tres dedos de la mano izquierda, le cont haberlo visto una noche, haca ya aos. Lloviznaba, haba mucha bruma. Yo iba a asegurar el cayuco que haba usado durante la tarde, por temor a que la correntada se lo llevara. Iba solo. La verdad que sent un poco de miedo, por todo lo que haba escuchado decir. Pero, ni modo: tena que asegurar el bote. De pronto, a unas cien varas de donde yo estaba, sent chapalear en el agua. Cuando me acerqu, lo nico que vi Ah se puso a lloriquear, y necesit del aliento de Stephan para continuar. Finalmente, con angustia, termin diciendo: Ah estaban las huellas enormes, como pisada de sapo, pero mucho ms grande. Sbitamente Stephan tuvo la idea. Por dos das desapareci de su cabaa, sin que nadie supiera dnde estaba. Alguien coment que lo haba visto agarrar por el camino hacia S., el pequeo pueblito vecino a la laguna, a unas dos horas de marcha. Dicen que lo vieron regresar la noche del segundo da con un enorme paquete bajo el brazo, y la mirada encendida. Haba estado en la herrera del poblado, ayudando y hacindose ayudar del maestro artesano, para confeccionar un raro aparato: una plancha de metal con forma oblonga, de unos 15 centmetros de espesor. Segn haba dicho, era para usar como matriz en los hoyos donde desarrollara un huerto hidropnico experimental palabra rara que inspiraba respeto. Pero en realidad constitua el inicio del plan: de unos 80 centmetros de longitud, pensaba dejar marcas de a tres por vez, remedando una huella de animal, quiz la pata de un batracio. Claro, un batracio gigante. Esa misma noche, bien tarde, dej las primeras trazas. La respuesta no se hizo esperar. A los dos das ya le llegaban alterados comentarios de sus vecinos. Son huellas enormes, como de dos metros. Con esas pisadas debe ser un tremendo animaln. Ser el monstruo de la laguna?, se atrevi a preguntar tmidamente una desdentada viejita. Lo mejor sera consultarte a don Gilberto, asegur Stephan. El lo vio alguna vez, y puede sacarnos de dudas. Pero lo mejor es mantenerse tran-qui-los (no se equivoc con la palabra en esta oportunidad). Preguntado el anciano, se sinti importante. Nunca haba sido tomado en consideracin como en ese momento. Por el placer de sentirse tenido en cuenta, por seguir el juego, o porque era cierto que las haba visto otrora?, lo cierto es que sin dudarlo un instante asegur reconocer esas pisadas. Las huellas continuaron apareciendo en los das siguientes. Tan grande fue el revuelo que hasta llegaron unos periodistas del principal diario capitalino. La guerra civil que aos anteriores
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se haba sufrido en el pas, y especialmente en la zona rural de hecho la laguna haba sido un vertedero de cadveres utilizado por el ejrcito en su campaa de desaparicin de personas no haba concitado tanta atencin como la actual noticia. Todos los habitantes de la regin queran opinar, todos tenan algo que decir. Bueno, s. No le voy a mentir, sabe? Yo no lo vi directamente, pero a veces, las noches cerradas, se escuchan los ruidos. Ustedes tienen que quedarse un par de noches; seguro que si se quedan despiertos todo el tiempo, hacia medianoche se lo escucha, y si uno no hace ningn ruido y se pone en sentido contrario al viento, lo puede ver. De lejos, claro. Si uno se acerca, rpidamente se mete de nuevo al agua. Las historias no cesaban de aparecer. Stephan desbordaba de alegra. Se lo digo porque yo lo vi. La otra noche, el jueves, yo estaba pescando; me haba quedado a propsito para verlo. Cuando de pronto, cerca de medianoche, como a unos diez metros de donde yo estaba, apareci! Todo verde, con cuernos; pareca como una culebra gigante. Y haca un ruido terrible. Yo pens que me iba a comer la cosa esa, pero no: pas al lado mo y ni se volte a verme. No falt quien dijo que lo haba fotografiado. Difcil, por cierto. Fundamentalmente porque en toda la zona, por dems de pobre, nadie tena cmara. Stephan, durante ese primer tiempo de novedosa sensacin, haba salido con mucho disimulo por las riberas de la laguna cercanas a su cabaa. Ahora, sabiendo que poda haber mucha gente esperando ver algo por la noche, y por lo tanto descubrirlo en sus andanzas, decidi alejarse ms. Para ello compr un pequeo bote, donde llevaba la matriz de metal. Lo vieron alejarse en un par de oportunidades por la noche, remando, y solo. Alguien le pregunt si no tena miedo, con toda esa neblina, que lo agarrara el monstruo. No! Mire, yo no creo realmente que haya nada de eso por aqu. Son historias, psicosis colectivas que se crean. Pero no me vengan con eso de monstruos Las pisadas ahora aparecieron por todas las costas de la laguna, a bastante distancia una de otras. La conmocin alcanzaba ya a la regin completa. Pasados tres meses de la desaparicin del "gringo" las huellas siguieron aflorando. Su bote recin comprado, sin Stephan y con esa extraa lmina metlica a bordo que nadie entenda qu cosa era y que finalmente fue a parar al fondo de la laguna , apareci flotando a la deriva. Del alemn nunca ms se volvi a saber nada. Su libro, dicho sea de paso, nunca se public. Y algo muy extrao que jams pudo develarse es por qu, si bien el ingenio generado por el alemn era de tres patas, las huellas en torno al lago tenan cuatro dedos.
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UN MAL PASO
Siempre haba sido algo raro para la media. No caa mal, en modo alguno; al contrario: justamente por sus excentricidades, por su talante fuera de lo comn, agradaba. O ms an: resultaba simptico. Era un rebelde visceral, pero con una rebelda casi inocente. Era rebelde en las formas pero no en los contenidos. Sin que l mismo pudiera explicar por qu, a los diecisiete aos opt por irse a vivir solo. Para sus padres -modestos exponentes de una clase media siempre endeudada y con ansias de grandeza, nunca alcanzada por cierto- eso signific un golpe duro. Hijo nico, criado con las relativas comodidades que su situacin les permita, no podan entender cmo Osvaldito tomaba una decisin as. Pero a los pocos meses, aunque a su pesar, ya lo haban terminado por procesar. Su partida del hogar paterno no signific un distanciamiento de sus progenitores. -Es un rebelde buenosola explicar su madre. Cuando el hambre arreciaba iba a comer donde ellos - y eso pasaba varias veces a la semana. Lo que Osvaldo quera, bsicamente, era experimentar cosas nuevas. Vivir solo era una puerta para ello. No abandon la escuela - cursaba el ltimo ao de estudios secundarios. Incluso no era mal alumno; para el rea numrica s, pero no obstante siempre encontraba los recursos con que poder aprobar. Ni l saba de qu manera, pero sin entender cmo, muchas veces resultaba siendo el primer promedio en matemticas. -Los s engaar- era su explicacin. Donde efectivamente s se senta a sus anchas era en el rea humanstica; tanto, que sus compaeros solan apodarlo "el filsofo". Lea con avidez. De todo, sin mtodo, desordenadamente. Esa era su verdadera pasin. Tambin escriba -algunos poemas, ocasionalmente algn cuento-, pero no se senta cmodo en ese oficio. -Todava tengo mucho que aprender; cuando haya ledo todo lo que me falta, recin ah me voy a atrever a escribir algo para mostrar- era su razonamiento. Para mantenerse deba trabajar; pero eso le desagradaba hondamente. -Me quita tiempo para leer. Sus bsquedas de novedades lo llevaron por el alcohol, por las drogas, por el sexo - tuvo algunas escaramuzas homosexuales que no lo sedujeron lo suficiente, y muchas pololas ocasionales. De todos modos era la lectura lo que ms le iba atrayendo. Lleg a preferir, incluso, no salir con alguna muchacha por terminar de leer algo que lo apasionaba. Haca algunos trabajos espordicos que le daban magramente para pagar el alquiler de un modesto cuarto. Viva siempre endeudado, pero eso no lo inquietaba en realidad. Lea a toda hora, en cualquier lugar, y lo que fuera; aunque, con el tiempo, fue perfilndose por ciertos temas. Prefera, en la medida que le era posible, ir a leer a la playa de su ciudad -Via del Mar- y dejarse seducir por el ruido de las olas del Pacfico. As se dorma muchas veces, libro en mano echado sobre la arena. Prefera tambin, si poda conseguir, poesa latinoamericana y filosofa oriental. La eleccin no obedeca a ningn plan intelectual; era lo que su siempre inquieta pasin por lo novedoso le iba sugiriendo. Pero tambin lea asistemticamente las ms variadas cosas: historia de Chile, historia universal, un tratado de armona y composicin musical, literatura rusa o semitica, un tratado sobre sismologa o una recopilacin de cuentos tradicionales nrdicos. No tena autores preferidos; todo poda interesarle. Cuando lleg el momento de ingresar a la universidad no lo pens dos veces: eligi la carrera de Letras. Sus padres se comprometieron a ayudarlo econmicamente en la medida de sus posibilidades. As transcurra su vida: algn pequeo trabajo, siempre mal remunerado por cierto -colaborar en un restaurante, ayudar a llevar maletas en algn hotel buscando la propina; lo mnimo indispen119
sable para paliar las necesidades bsicas-, algunas visitas a la casa paterna -ah coma bien, a veces dorma-, unas cuantas asignaturas en la universidad, y mucha, muchsima lectura. Los pocos meses en que se haba dedicado a experimentar novedades -pocos pero muy intensos, por ciertole haban bastado; ahora, con sus diecinueve aos recin cumplidos, pareca que el sexo opuesto, las fiestas o las discotecas ya no le llamaban especialmente la atencin. Era la lectura, por lejos, el centro de su pasin. Su rebelda se haba acentuado; pero no porque fuera tomando una clara actitud contestataria con contenido poltico, ideolgico. De hecho no le interesaba mayormente la prdica militante que lo invada a diario en la universidad. Sin llegar a renegar de ella, senta que l no era para eso. -S, est bien: el mundo es poltico pero yo prefiero seguir leyendo lo que me gusta por ahora-. Con esto pona una infranqueable barrera a todas las agrupaciones polticas que se le acercaban por encontrarlo brillante, sagaz, "un cuadro en potencia" como solan animarlo. Era talentoso, inteligente; pero esa natural picarda que lo caracterizaba, que por profunda le daba un toque de eterno rebelde inconformista, no buscaba en realidad ninguna transformacin de nada. Como l mismo deca: -Soy rebelde por puro haragn, para no afeitarme o no ponerme corbata-. Era rebelde hasta para la forma de pensar, para la lgica con que razonaba. No segua ningn ordenamiento; improvisaba siempre. Y si no poda completar alguna idea siguiendo el hilo lgico, nunca le faltaba algn contenido ledo con anterioridad para justificar o ejemplificar lo que quera decir. Tanto vala una explicacin de la semiologa como de la sismologa; su portentosa memoria contribua a aumentar el aura de inteligencia irreverente que lo caracterizaba. Era casi imposible discutir con Osvaldo; con los ms increbles, retorcidos y osados argumentos, siempre cargados de citas eruditas (de Platn a Galeano, de Confucio a Descartes, sin olvidar algn libro de arte culinario o un manual de vinos finos), terminaba humillando intelectualmente a su rival.
Recordaba que haba sido el jueves 22 de junio, porque esa fecha era la establecida para pagar la fianza equivalente a cien mil dlares que el juzgado le haba fijado al ex ministro G. en el caso que se le segua por presunta malversacin de diecisis millones de la misma moneda en un sonado desfalco que gan notoriedad pblica. El proceso haba sido escandaloso, pues sobraban las pruebas para inculpar al funcionario. Pero, vericuetos de la politiquera de por medio, ese jueves el imputado pag la fianza y el caso sirvi para alimentar, una vez ms, el descrdito de los polticos profesionales y la sobornabilidad del sistema de justicia. De ms est decir que el ahora nuevamente reputado Dr. G. qued libre de toda culpa y cargo. Sali altanero del tribunal en Santiago y se fue a festejar a su Via natal. Ese mismo jueves Osvaldo estaba especialmente obsesionado con unos versos de Rainer Mara Rilke; era un autor que haba ledo poco, y ahora quera profundizarlo. Un par de das antes, en la librera del Puerto, haba visto una recopilacin de sus obras ms importantes, en espaol. Edicin de lujo, con prlogo de un cataln que haba sido profesor del catedrtico chileno que en estos momentos era su dolo. No poda dejar de conseguir ese libro. El detalle que se lo impeda era, como siempre, el no tener ni un centavo. Nunca haba estado en una situacin igual. No era la primera vez que se encontraba sin una moneda, en sentido literal. Pero en cualquier otra ocasin haba alternativas: se poda caminar si no tena para el autobs, o ir a casa de sus padres si no tena para la comida. Comprar ropa, pagar la entrada de un espectculo o conseguir un buen perfume eran cosas que no caan en su mbito de inters. No era Osvaldo alguien a quien le importara especialmente lo material; al contrario. Su
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racin de marihuana o de vino no le resultaban un problema; haba infinitas posibilidades para agenciarse esto, y jams haba tenido que apelar al robo para conseguirlos. Pero ahora s se encontraba sin saber cmo hacer. Quin le iba a regalar un libro de Rilke? Claro que podra lograr eso merced a sus buenos oficios histrinicos, y obtenerlo de alguna muchacha en especial. Mas la urgencia lo apremiaba: quera leer ese libro ese mismo da, ese jueves, y no ver la posibilidad de resolverlo en lo inmediato comenzaba a desesperarlo. Movido por la ansiedad, sin pensar mucho lo que haca, lleg hasta la librera. Y ah estaba la obra en cuestin: "Obras escogidas", en lujosa encuadernacin, tentadora, invitando a que se la tomara. Cuando algn empleado se le acerc para ofrecerle ayuda, se puso nervioso. Saba que quera el libro, pero tambin saba que no tena un cntimo. Qu poda responderle al vendedor entonces? Dijo cualquier cosa, lo primero que se le ocurri para sacarse de encima esa presencia molesta. Habiendo quedado solo por un momento, no pudo resistir la fascinacin de hacerlo, y con un rpido movimiento tom el libro, saliendo precipitadamente del negocio. Pero al ser visto por un agente de seguridad de la librera, quien le dio orden de detenerse cuando ya atravesaba la puerta, sinti que el mundo se le vena encima. Solt el libro robado e intent salir corriendo. Con tanta mala suerte, sin embargo, que a los pocos metros de iniciar su carrera choc con un grupo de elegantes seores que pasaban caminando, risueos y arrogantes, por la misma acera del local. Al estrellarse contra ellos, cay al suelo; por otro lado, un par de estos caminantes vena armado, y ante los gritos del polica de la librera, procedieron a reducir a Osvaldo. Luego vino a enterarse que se era el ex ministro G., y quienes lo haban detenido eran sus guardaespaldas. Fue conducido a una comisara. Con una velocidad en el procedimiento judicial que le sorprendi, a los dos das entraba a la crcel de Santiago; la condena era de seis meses.
-Hijos de la gran puta!- fue todo lo que dijo cuando se encontr solo, con traje de presidiario, en el patio de la prisin. El terror lo invadi. No quera ser rebelde, pero eso estaba ms all de l; sin proponrselo, siempre resultaba un alternativo saltndose las normas. Nunca haba robado antes, ni le pareca una buena idea hacerlo. Le resultaba absurdo estar preso por un libro de poesas, mientras "el seor Punto G", tal como haba bautizado al ex funcionario y ahora su captor, andaba de parranda festejando su botn. La primera noche en la crcel no pudo dormir. Temblaba, no por verse detenido, no por sentirse ladrn, sino por lo que poda sucederle en un ambiente que presenta tan hostil. Comparta celda con tres personajes dismiles: un joven mapuche que casi no hablaba, un calvo repugnante de unos treinta aos con cara de violador -as lo supona Osvaldo- y un viejo que pareca Jacques Cousteau. Al da siguiente supo que el mapuche y el calvo eran los guardaespaldas del viejo, el virtual "jefe" de los encausados; apodado "el Sapo", decan que tena en su haber ms de una docena de muertos. Su rostro fro dejaba adivinar que eso no poda ser mentira. Cerraba el ojo izquierdo cuando hablaba, y le faltaban dos dedos en la mano derecha. Usaba, adems, polera negra y gorro de lana como el famoso oceangrafo francs. -T eres un cabro chico muy tiernito; no tendras que estar aqu-, fueron las primeras palabras del "Sapo" para con Osvaldo. Ri a carcajadas cuando supo que estaba preso por robarse un libro. Pero ri porque pensaba que eso era un chiste que le haca su interlocutor, el "cabro chico" simptico que todava no saba con quin estaba hablando. Cuando Osvaldo insisti, y hasta jur con los ojos enrojecidos por las primeras lgrimas que queran asomar, que esa era la verdadera causa de su detencin, lo mir casi con desprecio. -Ah, tu lees entonces?121
-S, don Sapo, quiero decir: seor Sapo. Le parece malo eso?-Y para qu lees?La pregunta del hampn dej descolocado a Osvaldo. En realidad nunca se haba planteado esa cuestin en esos trminos: para qu se lee? -Bueno porque me gusta-. No le encontraba ms explicaciones que esa; suficiente que algo guste para hacerlo. Inadvertidamente, sin saber por qu, ambos fueron relacionndose cada vez ms. No podra decirse que resultaron amigos; sus proyectos eran demasiado dismiles, demasiado incompatibles. Pero algo haba en lo humano que hizo establecer una relacin casi entraable. Para otros presos no se entenda bien el motivo, y lo ms lgico era dar por sobreentendido que el jovencito era el solaz sexual del viejo. Sin embargo, no era as. Osvaldo no era pendenciero en absoluto. Al contrario; trataba de tener una buena relacin con todos los compaeros del reclusorio pero, por supuesto, no faltaban los problemas. Varias veces fue provocado; y se saba que responder a una provocacin era para problemas. La muerte poda ser una de las consecuencias. Pero siempre apareca la figura del "Sapo" defendiendo a su pupilo, lo cual tena para el defendido un doble efecto: lo salvaba en la inmediatez pero acrecentaba el odio de muchos en un mediano plano. -Ests pendiente!- sola escuchar en algn oscuro rincn de la prisin. Saba, no sin terror, que esas cuentas siempre se cobran. La crcel contaba con biblioteca para los internos, por lo que en poco tiempo Osvaldo se las arregl para terminar siendo su encargado; eso le daba la posibilidad de estar entre libros buena parte del da. Eran muy pocos, escassimos, los presidiarios que iban a solicitar algn material, por lo que tena tiempo de sobra para leer. Claro que no era gran cosa lo que poda encontrarse en la pobre biblioteca. En dos meses ya haba ledo cuatro veces el manual de geografa de Chile para cuarto grado de escuela primaria, y tres veces "Platero y yo", de Juan Ramn Jimnez. Desde el mismo da de su llegada a la institucin, Osvaldo y "el Sapo" coincidieron que una cosa es ser ladrn de verdad, como ellos -bueno, Osvaldo no tanto-, y otra es ser ladrn de cuello blanco, como el bautizado "Punto G". Estos ltimos eran los ms peligrosos, reflexionaban juntos, pues la poblacin no tiene defensa ante sus fechoras. -De nosotros, de las mierdas que somos nosotros, la gente se defiende con los pacos- razonaba "el Sapo", -pero de estos cabrones no hay defensa-. Osvaldo asenta en un todo; no slo por congraciarse con el jefe -en realidad no necesitaba hacer eso; la relacin que se haba establecido permita que se hablaran con verdadera franqueza- sino porque efectivamente as lo crea. -Cuanto ms arriba ests, ms fcil es hacer lo que quieras- conclua. El odio que ambos fueron alimentando en torno al hecho de la impunidad creci en forma agigantada; por diversos motivos, los dos vean su enemigo natural no tanto en la polica sino en "los cogotudos a los que sirven". Para "el Sapo" era moralmente inadmisible este tipo de ladrones; delincuentes, segn su lgica, slo podan ser los de las barriadas pobres, los de los cerros, como l. Cmo iban a delinquir esos que todo lo tienen? Eso era de impostores. Para Osvaldo, con ingenuidad nada fingida, los ladrones de cuello blanco eran como un cncer: vienen a arruinar la sociedad- afirmaba con aire doctoral. -Por culpa de uno de ellos- deca convencido -yo ahora estoy detenido injustamente. Son una lacra, un tumor maligno-. Ese odio compartido fue acrecentndose, y unindolos. Pas a ser un tema de conversacin cotidiana entre ambos, y dado el respeto que infunda "el Sapo" -y poco ms tarde su protegido-, al ser algo siempre presente en los coloquios de los "dirigentes" del penal, pas a ser tambin argumento de todos los reclusos. Fue as que apareci el nimo vengativo. -Hay que matar a estas basuras!-, sentenci alguna vez "el Sapo".
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Bast esa frase admonitoria, mucho ms que la primera pregunta que le espetara el da de su ingreso respecto a por qu lea, para que Osvaldo lo decidiera: -hay que hacer justicia-. La idea comenz a rondarle por la cabeza con fuerza siempre creciente. Alguna vez se la comparti al "Sapo", quien sonri casi despectivo. Pero dos das despus fue el viejo quien retom el tema, con ms virulencia que el propio Osvaldo. -Y si lo matamos entre los dos?- pregunt "el Sapo" mientras orinaban. No respondi en el momento sino con una sonrisa; pero en el instante mismo en que se lo preguntara ya estaba tomando la decisin.
A Osvaldo le faltaba apenas un mes para cumplir su sentencia y salir libre. Al "Sapo" le quedaban no menos de ocho aos an; haca tiempo que vena contemplando la posibilidad de la fuga, pero no encontraba nada que efectivamente lo motivara; viva muy cmodo en la crcel. Ahora, sin embargo, s haba dado con algo vlido que la justificara. "Este cabro chico me da nimos. Si no fuera porque lee, hasta podra ser mi amigo." Una tarde de un caluroso jueves "el Sapo", como cosa inslita, lleg hasta la biblioteca; Osvaldo qued algo sorprendido por esa visita. Pero ms se sorprendi cuando le dijo con aire impositivo que deban huir en ese momento. No terminaba de entender qu le estaba proponiendo, cuando se encontr con una pistola calibre 38 en sus manos. -Dale, huevn! Ahora o nunca! Ya est todo arreglado-. Sin saber exactamente qu estaba haciendo, Osvaldo, entre confundido y aterrorizado, siguiendo a su gua, que casi lo llevaba a la rastra, sin saber siquiera por dnde haba escapado (era una puerta?, cmo haban hecho con las alambradas?, recordaba disparos), se encontr en un automvil camino a Santiago. -No es que te gustaban las experiencias fuertes? Pues ah tienes, guatn-, dijo con aire de suficiencia "el Sapo", quien le pidi que de ahora en adelante lo llamara Ren. Todo eso deba escribirlo, comenz a pensar Osvaldo. Era ms que un cuento fantstico. -Ni a Borges, ni a Bourroghs, ni a Kafka se le ocurrira algo as-. Esos das fum marihuana como nunca antes lo haba hecho. Estaban en una casa humilde en las afueras de la capital; modesta, pero bonita. Ah vivan ellos dos, ms una mujer que haca las veces de pareja del "Sapo", y tambin de mucama de ambos. La vivienda tena un pequeo jardn que le encantaba, bien cuidado. El nico detalle que le desagradaba era un enanito de terracota, de psimo gusto para Osvaldo. Pero eso era apenas una insignificancia; lo importante era que iban a matar a Punto G. Finalmente se consumara la venganza. Ren -ya no era ms "el Sapo"- se encargara de todos los detalles. Claro que haba algo previo que en el momento de la huda no fue posible aclarar: no tenan dinero y deban agenciarse de algo. Por eso, haba que ir a robar una gasolinera esa noche. Osvaldo no saba bien qu hacer; le preocupaba la propuesta, pero no tanto por una cuestin tica sino por el miedo que le daba saber que poda ser herido, o lo podan volver a detener, con lo aburrido que significaba estar en prisin. Finalmente acept, no sin antes poner una condicin: sera el nico delito en el que se involucrara. Luego deban ajusticiar al "perro" -como haban comenzado a nombrarlo- y basta de tropelas. Cada vez ms, para Osvaldo, ese ajusticiamiento tena el valor de un hito histrico. As lo presentara en el cuento -o novela?- que escribira al respecto. El atraco a la gasolinera result un xito; entre los dos, sin mayores contratiempos, robaron primero un automvil y luego el negocio elegido. El producto del botn no fue excesivamente alto, pero dio para gastar mucho en una primera noche en un club nocturno -ms de dos botellas de
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whisky y varias rondas erticas- y para sobrevivir comiendo bastante bien por una semana adems de algunas ropas nuevas. En esos das se le ocurri que con el dinero que ahora tenan pero que en realidad administraba Ren; l no haba tocado ni una moneda- podra comprarse, para leer mientras llegaba el da de la venganza, la antologa de Rilke. Planterselo a Ren y escuchar su respuesta fue todo lo necesario para entender lo que suceda: jams habra venganza estando con l. Haba pasado a ser su secuaz, y nada ms. Se vea que "el Sapo", ms all de declamaciones, no tena ningn inters en consumar el tan ansiado golpe. Eso era una va muerta, por lo que haba que buscar otros caminos. Fue esa misma noche, entonces, cuando lo decidi. Siempre con la expectativa de ajusticiar al "perro" como horizonte, haba que dar varios golpes previos para juntar algn dinero y crear las condiciones. Hasta el mismo Ren se sorprenda que Osvaldo hubiera aceptado las cosas con tanta facilidad. Los asaltos comenzaron a sucederse; pasaron a ser una banda, primero con cuatro, luego con seis, ms tarde con diez integrantes. El jefe indiscutido era Ren; Osvaldo era el segundo. Como pseudnimo comenz a hacerse llamar "Rilke". Rara vez hablaban del golpe importante, de la venganza, de la justicia contra este "cerdo de cuello blanco". Osvaldo, secretamente, comenz a averiguar ms sobre el nombrado Punto G. (el ex ministro y actual presidente de un bufete jurdico que daba asesora a varias empresas multinacionales, dueo tambin de ms de cuarenta apartamentos y de un hotel cinco estrellas en sociedad con varios accionistas, el doctor Ricardo Gutirrez de la Serna). Si bien trabajaba en Santiago, su residencia segua siendo en Via del Mar, en una lujosa mansin sobre la playa. Se mova siempre con uno o dos guardaespaldas en un Mercedes Benz blindado color negro. Toda esta informacin no la comparta con nadie. Dos meses despus de la fuga le coment a Ren lo que haba averiguado para el golpe. A su jefe no le cay muy bien la movida, pero simul aceptar de buen grado lo que le transmita Osvaldo como datos significativos para un plan importante. El tiempo comenz a hacerse lento, interminable. Cada da transcurrido era para Osvaldo una espera infinita, siempre al acecho de algo que no saba definir, pero que vea muy lejano. Alguna vez, fue de las muy pocas veces que lo hizo, pregunt a Ren: -y para cundo?-. -Ya, ya- fue toda la respuesta. Lo que no entenda era a qu se deba esa mutacin: -le dara miedo, o cambi de planes? O eran slo bravuconadas de la crcel?- No dej de sentirse un tanto decepcionado. A su modo, haba llegado a endiosar al "Sapo" - a Ren, no. En todo caso, comenzaba a odiarlo. En algn momento Osvaldo cay en la cuenta, sorprendindose sobremanera: ya llevaban casi tres meses de la fuga, y todo ese tiempo lo haban transcurrido viviendo juntos, en la misma casa, en una rarsima situacin que no distaba mucho de la cotidianeidad de la prisin. La diferencia es que ahora haba una mujer en la escena, pero slo para Ren. Lo nico que lo satisfaca era la posibilidad de leer casi continuamente (los libros l los encargaba y Ren los pagaba; alguien de la banda se encargaba de traerlos).
Una lluviosa maana, luego del ms audaz de los golpes dados hasta ese entonces -un supermercado, donde result herido un polica- una vez ms el cabro chico fue sorprendido por el viejo. -T, Rilke! Me ensearas a leer?-, pregunt secamente Ren, con aire imperativo. -Si matamos al "perro"-, no dud un instante Osvaldo. Por unos instantes, que se hicieron eternos, ambos quedaron en silencio. El ojo izquierdo del viejo tembl como nunca, y las uas se le comenzaban a marcar en la palma de sus manos apretadas con un vigor animal. Despus de unos segundos, Ren rugi con una voz que ms pareca un aullido de bestia encerrada:
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-T sabes quin es este cerdo, este perro asqueroso? Es mi hermanastro!Osvaldo qued perplejo. Hubiera podido imaginar cualquier cosa, menos eso. El plan de exterminio no lleg a concretarse nunca. Se supone que debe haber sido el mismo Osvaldo -o quiz pag a sicarios- quien bale al "Sapo". La banda se disolvi inmediatamente, y ninguno de sus miembros estuvo en el funeral de Ren; tampoco Osvaldo. Hay quien dice -aunque nadie lo ha comprobado- que ahora vive de las limosnas en Mendoza, Argentina; lo que todava no se ha podido constatar es quin es el autor de habla hispana que, sistemticamente, no deja de enviar algn cuento -tambin novelas cortas en varias ocasiones- a cuanto concurso literario hay por ah, siempre bajo el sobrenombre de "Rilke". Como nunca ha obtenido algn premio, no se sabe a ciencia cierta de qu tratan sus materiales; pero voces indiscretas han filtrado que son, siempre, escabrosos relatos de la crcel.
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