Francisco de Terrazas, Poeta Toscano y Latino
Francisco de Terrazas, Poeta Toscano y Latino
Francisco de Terrazas, Poeta Toscano y Latino
Se considera a Francisco de Terrazas el primer poeta petrarquista de Nueva Espaa. La temprana fecha de su muerte (1580) no fue obstculo para una madura asimilacin del imaginario petrarquista, a travs de la llamada escuela sevillana. En estas pginas se sugiere su relacin con la poesa neolatina del licenciado Francisco Pacheco y con la lrica amorosa de Juan de la Cueva a quien debi de conocer en Nueva Espaa.
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
Francisco de Terrazas Licenciado Francisco Pacheco Juan de la Cueva petrarquismo escuela sevillana
KEY WORDS
ABSTRACT
Francisco de Terrazas is considered the first petrarquist poet of New Spain. The early date of his death (1580) did not impede a madure assimilation of the petrarquist imagery, through the so-called seville school. These pages suggest Terrazas relationship with the neolatin poetry of the Licenciado Francisco Pacheco as well as with the amorous poetry of Juan de la Cueva, whom he could have known in New Spain.
Francisco de Terrazas Licenciado Francisco Pacheco Juan de la Cueva petrarquism seville school
Las pocas noticias que tenemos acerca de Francisco de Terrazas, el primer petrarquista de Nueva Espaa, nos han llegado insertas en la Sumaria relacin de las casas de la Nueva Espaa, una crnica miscelnea escrita por Bartolom Dorantes de Carranza entre 1601 y 16041. El cronista, adems de espigar una serie de fragmentos de Nuevo Mundo y Conquista, el poema pico inconcluso del mexicano, facilita algunas noticias sobre la familia de Terrazas, a quien llama excelentsimo poeta toscano, latino y castellano; este aserto ha hecho fortuna entre los historiadores de la literatura hispanoamericana, que lo citan sin poder atestiguar su veracidad,
1 Cito por la moderna pero centenaria edicin: Bartolom Dorantes de Carranza: Sumaria relacin de la Nueva Espaa con noticia individual de los descendientes legtimos de los conquistadores y los primeros pobladores espaoles (Mxico: Imprenta del Museo Nacional, 1902), pp. 178 y ss.
ISSN: 0212-2952
dada la escasez de textos de nuestro autor2. Igualmente se suele dar por vlida la fecha de 1600 para la muerte del mexicano: la Sumaria relacin se habra empezado a escribir con la noticia de su muerte todava reciente; sin embargo Georges Baudor demostr con pruebas documentales3 que Terrazas ya haba muerto en 1580. Que Cervantes lo cite en el Canto a Calope (ca. 1585) no prueba que viviera, como tambin se ha venido repitiendo: demuestra ms bien que conoca su obra y que no tena noticia de su muerte. La fecha ad quem de 1580 me interesa por cuanto supone, por parte de nuestro autor, un conocimiento del petrarquismo (y veremos qu tipo de petrarquismo) mucho ms temprano y maduro de lo que creemos, acostumbrados al tpico de que la literatura peninsular llega al otro lado del Atlntico con un siglo de retraso. No se ha hecho todava un estudio sistemtico de las fuentes, influencias y referencias literarias que maneja Terrazas4. Sin embargo, es posible ahora sealar una serie de relaciones muy interesantes que pueden aportar nueva luz. El soneto IX5 puede servir como punto de partida:
La diosa que fue en Francia celebrada de quien su gran ciudad se llama ahora, y el hombre que de mano matadora primero padeci la muerte airada formaron de sus nombres el que agrada al alma, que la de l quiere y adora. Natura lo emple luego a la hora en la que de ninguna fue igualada. En parte lo emple, que es el traslado de la beldad del cielo propiamente,
2 Antonio Castro Leal reuni en una vieja edicin de 1941 (Mxico: Libros de Porra Hermanos, Biblioteca mexicana) los fragmentos picos, la epstola en tercetos y los nueve sonetos petrarquistas de Terrazas. Ms accesible resulta la edicin de Guillermo Daz Plaja en su Antologa Mayor de la literatura Hispanoamericana (Madrid: Labor, 1969), vol. I, pp. 763-769. En 1997 el investigador Pedro Lasarte edit parte del manuscrito Spanish 56 de la Universidad de Pennsylvania, donde se recoge un nuevo soneto de Terrazas el dcimo as como diversas lecturas divergentes de las ya conocidas: Francisco de Terrazas, Pedro de Ledesma y Jos de Arrzola: algunos poemas novohispnicos inditos, Nueva Revista de Filologa Hispnica, 45 (1997), pp. 45-48. Las variantes y las nuevas fuentes manejadas recomiendan una nueva edicin de la sugerente lrica petrarquista de nuestro autor. 3 Georges Baudor: Lupercio Leonardo de Argensola continuador de Francisco de Terrazas. Nuevos datos y documentos, Nueva Revista de Filologa Hispnica, 36 (1988), vol. 2, pp. 1083-1091. 4 Resulta modlico, en este sentido, el trabajo de Luis igo Madrigal: Sobre el soneto de Terrazas Ay, basas de marfil, vivo edificio!, Anales de Literatura Hispanoamericana, (1996), pp. 105-122; Jos Lara Garrido comenta ese mismo soneto y otros de su tradicin literaria en Columnas de cristal: cdigos y discursividades entre un soneto de Lope y un famoso romance annimo, trabajo inserto en El cortejo de Afrodita (Mlaga: Analecta Malacitana, 1997), pp. 23-69, en particular p. 48 y ss. Tambin han sido estudiados los modelos del famoso soneto Dexad las hebras de oro ensortijado, especialmente por Arnulfo Herrera: Los modelos de un poeta novohispano. Francisco de Terrazas y el petrarquismo, Anales del Instituto de Investigaciones Estticas, 59 (1988), pp. 223-237. Pero ya Carolina Michalis de Vasconcelos (a la que Herrera no parece conocer) haba dicho lo esencial en sus Investigaes sobre sonetos e sonetistas portugueses e castelhanos, Revue hispanique, XXII (1910), pp. 509-614. 5 Cito a partir de ahora por la edicin de Castro Leal, ya mencionada; el soneto IX figura en p. 11.
hecha a su semejanza y por su mano. Quien fruto produci tan extremado, de ti decirse slo se consiente oh ms que venturoso hmedo llano!6
Se trata de un tpico canto a la hermosura de la amada, obra maestra de la Natura, con una nota neoplatnica (esa beldad del cielo con la que compite en belleza); el motivo es frecuente en los otros sonetos de nuestro autor: beldad que sola fue sobre Natura dice en el soneto VI. Tambin son muy del gusto de Terrazas las referencias al motivo primigenio de la Creacin, el momento en que de ninguna fue igualada en el verso 8, incluso con referencias al relato del Gnesis (hecha a su semejanza, fruto estremado de los versos 11 y 12). En el soneto VIII la hiprbole sacroprofana es ms clara, con el empleo de dos trminos tcnicos tomados del lenguaje teolgico; la dama ha recibido una pequea herida y el poeta afirma que para salud tan delicada/el precio de la sangre convena (jugando con el trmino salus, la salvacin obtenida por Cristo, que paga el precio de su sangre para redimir al hombre de la culpa de nuestros primeros padres). En el primer terceto, que sigue inmediatamente a los versos anteriores, mantiene hbilmente la hiprbole acudiendo una vez ms al vocabulario tcnico de los manuales de teologa: Mas yo pienso que es pena de pecado/el no dolelle as vuestra herida/de no doleros vos de mi cuidado. Hay que decir que este soneto IX resulta tosco, nada que ver con la mayor elaboracin y refinamiento de los dems. En particular, los dos cuartetos no son muy afortunados: la acumulacin inclusiva de oraciones de relativo dificulta su comprensin y alarga unos versos que parecen hermticos. El terceto final de este soneto IX tambin resulta algo oscuro; en realidad contiene otro motivo petrarquista: el de considerar el afortunado lugar donde naci la mujer (ese venturoso hmedo llano), como el nico lugar digno de revelar su nombre. Este cierre del soneto, con su referencia al nombre de la amada, retoma claramente el motivo principal elaborado en los difciles cuartetos: precisamente en ellos se nos dice expresamente el nombre de la dama cantada en el soneto.
6 Respeto el texto de Castro Leal; nicamente he empleado la forma moderna fue sin acento. El texto fue publicado por Pedro Henrquez Urea: Nuevas poesas atribuidas a Terrazas, Revista de Filologa Espaola, tomo V (1918), pp. 49-56. Don Pedro lo encontr, junto con la epstola y otros tres sonetos, en el cancionero manuscrito que recibi la signatura 19661 de la Biblioteca Nacional de Madrid. Posteriormente el manuscrito volvi a la Biblioteca Pblica de Toledo, de donde proceda (y donde se encuentra desde 1942, con la signatura ms. 506); este recorrido despist a algunos investigadores, que lo seguan citando por la signatura de la Biblioteca Nacional de Madrid. El manuscrito est descrito por Francisco Esteve Barba: Catlogo de la coleccin de manuscritos Borbn-Lorenzana (Madrid: Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arquelogos, 1942), pp. 400-429. A este pequeo escollo se une el hecho de que Daz-Plaja (cuya edicin, aunque se trate de una antologa, es la ms asequible sobre la obra de Terrazas) no lo edite, pese a conocer el artculo de Henrquez Urea. Como no da ninguna razn para reducir el corpus de sonetos entonces conocido (de nueve a ocho, G. Daz-Plaja, p. 762), pienso que se trata nicamente de un descuido.
No slo la sintaxis complica la interpretacin de los cuartetos; superada esa dificultad, nos encontramos con una nota erudita de cierta complejidad. De entrada, parece que en ese hombre que primero padeci la muerte airada hay una referencia a Abel, asesinado por su hermano Can (de mano matadora) segn el relato del Gnesis (y nuevamente nos movemos en ese momento primero de la creacin del hombre, tan caro a Terrazas). Pero quin es la diosa que fue en Francia celebrada y que da nombre a su gran ciudad? Obviamente la gran ciudad de Francia es Pars; podra pensarse ingenuamente que se refiere a Venus, la diosa elegida por Paris en el juicio mitolgico. Pero no es Venus la diosa que da nombre a la capital francesa. El referente no es otro que Isis, la diosa negra del Nilo, cuyo culto fue asumido por los soldados romanos, que lo difundieron hasta las fronteras del Imperio. Precisamente la etimologa de Pars nacera de la contraccin de Bar Isis (el Barco de Isis) en poca posrromana, en sustitucin del primitivo Lutetia. De hecho el escudo de Pars, con el barco navegando por aguas tempestuosas, es una reiteracin de la etimologa: alude a la primitiva corporacin de bateleros parisinos, pero tambin a la tutela de una diosa femenina (la vela en forma de tringulo invertido, las aguas turbulentas, el casco en forma de creciente lunar son smbolos inequvocos)7. Francisco de Terrazas conoca, por tanto, la etimologa difundida de Pars y acudi a ella para darnos el nombre de la dama que canta. En efecto, mediante el artificio de la contraccin de Isis+Abel el poeta revela a Isabel, la dama a la que dirige sus versos. Su nombre aparece, pues, con la fusin de las dos palabras en las que puede descomponerse. El poeta, como es habitual en los petrarquistas espaoles del XVI, canta a una dama, de nombre Isabel. Se da la circunstancia de que este es el nico poema de los conservados en el que aparece explcitamente su nombre. No creo que sea aventurado suponer, por un lado, que en el grupo de poemas no conservados de Terrazas aparecera Isabel y, por otro, que su nombre podra ser una pista importante de cara a identificar la autora del mexicano entre la multitud de sonetos annimos del siglo XVI. De dnde pudo tomar Terrazas este artificio? Con un ocano de por medio, el jerezano Francisco Pacheco (1539-1599) constituye la fuente clara del recurso retrico, pues lo emplea para el mismo nombre de mujer en su lrica amorosa8. Lo llamativo es que la poesa amorosa de Pacheco pertenece a la modalidad, tan poco cultivada en Espaa, de la poesa neolatina de inspiracin petrarquista9. En efecto, el erudito andaluz es autor de ocho poemas latinos dirigidos ad Isabellam, dama celebrada en todos ellos; su obra latina presenta una interesante adop-
7 Desde el siglo XII, el culto a la Gran Diosa Negra del Nilo fue cristianizado; la Virgen Negra de Notre Dame, sera la heredera de ese culto ancestral. 8 Debo la referencia de Francisco Pacheco a la amabilidad del profesor lvaro Alonso; sus observaciones, siempre atinadas, estn en la base y en el desarrollo de este trabajo; tambin estoy en deuda con Ignacio Garca Pinilla, de la Universidad de Castilla la Mancha, que ley una primera versin de estas pginas. 9 El problema de la homonimia dificult el acceso a la obra del Licenciado Francisco Pacheco; su sobrino de igual nombre es el clebre pintor y erudito sevillano, autor del Libro de descripcin de verdaderos retratos de ilustres y
cin de los presupuestos italianistas, con una clara preferencia por los artificios ingeniosos. El poema que ahora nos interesa es el segundo, del que Francisco de Terrazas tom el juego de palabras entre Isis y Abel10:
[II] De nomine Isabellae Isis, Abel merito faciunt tibi nobile nomen: hic sacra diis, leges gentibus illa dedit. tu tibi sacra facis, mentesque incendis honestas, et cadit ante oculos uictima multa tuos; das alias leges, non quae scribuntur in aere, sed quibus alma pius corda coercet Amor. ignis Abelaeas adolebat coelitus aras, igne adolentur et hoc, quos, Isabella, uides. II Sobre el nombre de Isabel Isis y Abel hacen noble con razn tu nombre: ste proporcion sacrificios a los dioses y aqulla leyes a los pueblos; t haces sacrificios en tu honor prendiendo fuego a las almas honestas y haciendo sucumbir con tus ojos innumerables vctimas; leyes impones otras: no las que se escriben sobre bronce, sino aqullas con las que el Amor piadoso refrena los pechos divinos. El fuego que arda en las aras de Abel proceda del Cielo; en ese mismo fuego arden, Isabel, los que miras.
Pacheco presenta a Isis y a Abel ya en las dos primeras palabras del poema; todo l no es sino la acumulacin de ingeniosas comparaciones como es frecuente en los petrarquistas castellanos entre Isabel, la amada del poeta, y los trminos de comparacin que resultan de descomponer su nombre. Este tipo de alardes estilsticos, donde el ingenio es el elemento retrico fundamental, es muy frecuente en la poesa neolatina11. Pero no es esta la nica ocasin en que Terrazas acude a la lrica amorosa de Pacheco; en el primer poema de ste que sirve de presentacin a todo el conjunto, siguiendo el motivo petrarquista del poema prlogo encontramos el tpico de la mujer que rene en s lo mejor de la naturaleza; el poeta exige que Isabel devuelva a la naturaleza todo lo que le debe12:
memorables varones. Fue Juan Francisco Alcina el primero en estudiar su obra en Aproximacin a la poesa latina del Cannigo Francisco Pacheco, Boletn de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XXXVI (1975-76), pp. 211-263. El editor moderno de la lrica amorosa de Pacheco es Bartolom Pozuelo Calero: El licenciado Francsico Pacheco. Sermones sobre la instauracin de la libertad de espritu y lrica amorosa (Sevilla: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Cdiz, 1993). En otros trabajos Pozuelo se ha ocupado de su figura y su obra; entre ellos, Hacia un catlogo de las obras del Cannigo Francisco Pacheco, Excerpta Philologica, I. 2 (1991), pp. 649-687. Puede verse tambin el trabajo de Jos Sols de los Santos Francisco Pacheco (c. 1540-1599), un eximio humanista jerezano en la penumbra, Tierra de nadie, 2 (1999), pp. 5-15. Sobre la lrica petrarquista neolatina pueden verse las pp. 176 y ss. de Antonio Prieto en el captulo VI de La poesa espaola del siglo XVI (Madrid: Ctedra, 1991). Prieto destaca el cruce de clasicismo y petrarquismo que se da en los poemas que integran la Lrica a Isabel del Licenciado Pacheco. 10 Por su brevedad, recojo el poema completo, y su traduccin, de la ejemplar edicin de B. Pozuelo Calero: El licenciado Francisco Pacheco, pp. 210-211. 11 Pueden verse algunos ejemplos de este tipo de artificio retrico, tan grato a la poesa neolatina, en Jos Mara Maestre, Manierismos formales en la poesa latina humanista, Actas del II Congreso Andaluz de Estudios Clsicos (Mlaga: Delegacin de Mlaga de la Sociedad Espaola de Estudios Clsicos, 1987-1994), vol. III, pp. 145-157. 12 B. Pozuelo Calero, El licenciado Francisco Pacheco, pp. 206-209; copio los versos 4-8 del poema I y su traduccin.
[I] Ad pvlcherrimam et doctissimam heroinam Isabellam (...) crede mihi, formae dos aliena tuae est: redde rosae uernat rosea qui fronte ruborem, candorem niueum redde modesta niui; redde suas conchae gemmas, quibus ore renides, atque ostrum labias quo tibi tinxit Amor (...).
I A Isabel, bellsima y doctsima herona (...) creme, la belleza con que has sido dotada no te pertenece: devuelve a la rosa el rubor que florece en tu frente roscea; tu blancura de nieve, devulvela, modesta, a la nieve. Devuelve a las conchas las perlas que brillan en tu boca y la prpura con la que el Amor ha teido tus labios (...).
Este mismo tpico aparece en el soneto I de Terrazas (Dexad las hebras de oro ensortijado), el ms celebrado de los suyos. En efecto, el mexicano emplea el mismo motivo y se acoge al patrn sintctico del verbo en imperativo a lo largo de todo el soneto13:
Dexad las hebras de oro ensortijado que el nima me tienen enlazada, y bolued a la nieve no pisada lo blanco de esas rosas matizado. Dexad las perlas y el coral preciado de que esa boca est tan adornada, y al cielo, de quien sois tan cudiciada, bolued los soles que le auis robado. La gracia y discrecin, que muestra ha sido del gran saber del celestial maestro, boludselo a la anglica natura, y todo aquesto as restituido, ueris que lo que os queda es propio vuestro: ser spera, cruel, yngrata y dura.
Terrazas ley a Pacheco para la elaboracin de este soneto, pero probablemente no fue la nica fuente que manej. El soneto est muy relacionado con el que le sigue en el cancionero Flores de varia poesa; se trata de Boluedle la blancura al aucena (122 de Flores), atribuido a Figueroa, que parece el molde claro sobre el que Terrazas construye su soneto. Sabemos tambin, siguiendo a Carolina Michalis, que hay un soneto atribuido errneamente a Cames14 que imita el de Figueroa; se trata de Tornai essa brancura alva auena. De este modo, el
13 El soneto aparece inserto en el cancionero Flores de varia poesa, compilado en Mxico con fecha de 1577. Este cancionero constituye, adems, la fuente nica para cinco sonetos de Terrazas. Fue editado por Margarita Pea en 1980. Manejo la reimpresin de 1987: Flores de varia poesa (Mxico: Quinto Centenario, 1987), n. 120, pp. 211212. 14 C. Michalis, pp. 540 y ss. Las razones lingsticas de la estudiosa portuguesa para negar la paternidad de Cames son incontestables: se tratara de uno de los sonetos con los que el editor Faria y Sousa trat de ampliar el corpus camoniano imitando su estilo; o propio Faria, que se empenha pela autoria de Cames, confessa que
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soneto castellano de Figueroa15 habra inspirado tanto la imitacin portuguesa, como el soneto del mexicano, como el poema neolatino de Francisco Pacheco16. Lo cierto es que la composicin de Francisco de Terrazas se distancia claramente de Figueroa en un punto: prescinde, con muy buen tino, del elemento mitolgico un tanto retrico del primer terceto del poema de Figueroa; en efecto, ste dice en la versin de Flores: A Venus le bolued la gentileza;/a Marte el pelear de que es ms diestro;/bolu el uelo a Diana, casta diosa. Terrazas, en un indudable acierto estilstico, se separa de su fuente castellana con gran habilidad. Probablemente esto se debe a que conociera directamente la fuente italiana, que puede considerarse el modelo de todo este sugerente grupo de sonetos: el poema Rendete al ciel le sue bellezze sole17, que igualmente prescinde de esa elaboracin mitolgica, salvo en una ocasional referencia al dios Amor (que por cierto tambin figura en el poema de Pacheco, quien probablemente ley tambin la antologa italiana de 1548). A nadie le puede sorprender que el poeta mexicano maneje varias imitaciones espaolas, al tiempo que la fuente princeps italiana, pues era esa una prctica muy frecuente entre los petrarquistas espaoles, que lean los textos de sus contemporneos al trasluz de sus diversas fuentes18. No creo, sin embargo, que Terrazas llegara a leer a Petrarca, cuyo soneto CCXX en el que se da la relacin entre los atributos de la dama y los de la naturaleza s tuvo que conocer Francisco de Figueroa, como observa acertadamente Mercedes Lpez Surez, su editora moderna19. La situacin de los versos terracinos en este panorama de imitaciones petrarquistas nos obliga a reconocer la validez del aserto de Dorantes de Carranza con el que inicibamos estas pginas: si no podemos afirmar dada la ausencia de textos que lo prueben que escribi en
auena, sirena no so realmente vozes portuguesas, mas castelhanas (p. 541). Por eso no se entiende que siga considerndose a la imitacin portuguesa el modelo de Terrazas (como hacen Castro Leal, Arnulfo Herrera, e incluso Fucilla en una desafortunada nota de sus Estudios sobre el petrarquismo [Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, 1960], p. 96, n. 4); las usurpaciones de Faria y Sousa son todas del siglo XVII. Con todo, debemos al acierto de Fucilla la identificacin de la fuente primera italiana (Molza) y de otra imitacin, tambin italiana (Tomitano), que tradujo nada menos que Fernando de Herrera (en J. Fucilla, pp. 113 y ss., y 151). 15 Juan de Vadillo, amigo de Cetina, es el otro poeta al que se ha atribuido el soneto Boluedle la blancura al azucena; as aparece en el apndice que Hazaas y la Ra aade a su edicin Obras de Gutierre de Cetina (Sevilla: Imprenta de Francisco de P. Daz, 1895). Cito por la reimpresin moderna, con prlogo de Margarita Pea (Mxico: Porra, 1990), p. 265. 16 Ya lo sugiere el propio J. F. Alcina, p. 257, que no lo atribuye a Figueroa sino a Vadillo. 17 Fue Fucilla, como he dicho, el que identific la fuente primera: con anterioridad a las versiones hispanoportuguesas el tema ya se halla en la poesa italiana, en Delle Rime di Diversi Nobili Huomi et Eccellenti Poeti nella Lingua Thoscana. Libro Secondo. Vinegia. 1548, 133. En este tomo el soneto es annimo, pero en Rime Inedite del Cinquecento (ed. L. Frati), Bologna, 1918, pg. 18, est atribuido a Francesco Maria Molza (J. Fucilla, p. 114). Por lo dems, el desconocimiento de las fuentes manejadas por Terrazas puede llevar a atribuirle a l lo que ya estaba en la fuente italiana; vase, a este respecto, el artculo de Gonzalo Celorio: Silencio y pudor en la poesa novohispana. Francisco de Terrazas y Sor Juana Ins de la Cruz, Casa de las Amricas, 36, n 201 (1995), pp. 15-21. 18 Tomo la expresin de lvaro Alonso: La poesa italianista (Madrid: Laberinto, 2002), p. 45. 19 Francisco de Figueroa: Poesa (Madrid: Ctedra, 1989), pp. 370-371. Puede verse tambin el soneto CCXX de Petrarca (Onde tolse Amor loro, et di qual vena) en la ejemplar edicin bilinge del Cancionero de Jacobo Cortines (Madrid: Ctedra, 1989), II, pp. 682-683.
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toscano y latino, s parece evidente que en sus versos queda constancia de su conocimiento de esas lenguas, como muestran las imitaciones de sus sonetos I y IX; imitaciones tanto ms meritorias cuanto que superan barreras temporales, geogrficas todo un ocano de por medio y lingsticas. Por todo esto, pienso que Francisco de Terrazas no era un vulgar escribidor de versos al uso: encontramos en l una refinada elaboracin de los tpicos petrarquistas y una originalidad temtica y estilstica, compatible con un preciso manejo de las fuentes. La pregunta inmediata es de dnde recibe Terrazas el caudal potico del petrarquismo? O, ms concretamente, cmo le llegaron los versos latinos de Francisco Pacheco? No hay que olvidar que la lrica amorosa de Pacheco fue obra de juventud y que, con toda probabilidad segn conjetura su editor moderno debi de ser una actividad privada, conocida slo por unos pocos; muy pronto el incipiente petrarquista jerezano se volc en la carrera eclesistica y opt por el camino de la erudicin, sin que tengamos constancia de otras composiciones amatorias20. Su lrica petrarquista neolatina debe fecharse presumiblemente en la dcada de 1560; la nica composicin castellana que conservamos data de 1569; es la Stira contra la mala poesa, escrita en defensa de su amigo Dueas jerezano como l21, que muestra a las claras el enfrentamiento abierto mucho antes de las Anotaciones de Herrera entre los crticos y los poetas sevillanos del momento22. Suele considerarse a Gutierre de Cetina el responsable primero de la llegada de la lrica italianista a Nueva Espaa en la dcada de 1550, pues muri hacia 1554 en Puebla de los ngeles23. Con todo, pienso que la prctica potica de Francisco de Terrazas y las influen-
20 El mejor acercamiento a la biografa del futuro cannigo sevillano lo encontramos en la edicin de B. Pozuelo Calero, El licenciado Francisco Pacheco, en particular el epgrafe Vida de Pacheco. Nacido en 1539, se gradu como Bachiller en Artes y Filosofa en 1563. Ya en 1568 era capelln de la Capilla de San Pedro, en la catedral hispalense, a la que permaneci vinculado toda su vida. 21 Buena parte de la poesa conocida del Licenciado Dueas aparece igualmente en el cancionero Flores de varia poesa. 22 Rodrguez Marn la edit en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Tercera poca, X (1907), pp. 1-25 y 433454. Actualmente prepara una edicin Juan Montero, de la Universidad de Sevilla, que la ha estudiado ya: La Stira contra la mala poesa del cannigo Pacheco: consideraciones acerca de su naturaleza literaria, Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro. Actas del II Congreso Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro (Salamanca: Universidad de Salamanca, 1993), II, pp. 711-718. Sobre el polmico panorama de los crticos y poetas sevillanos del momento puede verse el trabajo de Stanko B. Vranich Crticos, critiquillos y criticones, inserto en sus Ensayos sevillanos del Siglo de Oro (Valencia: Albatros Hispanfila, 1981), pp. 13-28. Puede verse tambin el divertido testimonio del Licenciado Porras de la Cmara, editado parcialmente por Bartolom Jos Gallardo, en Pedro Sinz Rodrguez (ed.): Obras escogidas de don Bartolom Jos Gallardo (Madrid: Compaa Ibero-Americana de publicaciones, 1928), I, pp. 161-164. Las pginas de Antonio Prieto, como siempre, enmarcan muy bien el contexto literario en el que nace la Stira y su relacin con la potica cultista del naciente grupo de Herrera, al que perteneca el cannigo Pacheco (La poesa espaola del siglo XVI, II, pp. 413 y ss.). 23 Es un aserto comn en los manuales de historia de la literatura. Pueden verse, por ejemplo, las pginas que dedica a la cuestin Celsa-Carmen Garca Valds en Felipe Pedraza (ed): Manual de literatura hispanoamericana. Vol I. poca colonial, (Madrid: Castalia, 1991), pp. 243 y ss. ltimamente ha vuelto sobre la cuestin, con alguna imprecisin, Margarita Pea: Nuevos datos sobre Gutierre de Cetina y otros poetas espaoles en Puebla. Siglo XVI, Anuario de Letras, XXV (1997), pp. 509-527.
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cias que recibe de Pacheco deben ser puestas en relacin con la figura de Juan de la Cueva (1543-1612), el clebre dramaturgo y poeta, que tambin cruz el Atlntico. Este poeta, de biografa tan apasionante como aventurera, lleg a Nueva Espaa en 1574, junto con su hermano Claudio; parece que precisamente la compilacin de Flores de varia poesa, el importantsimo cancionero petrarquista novohispano, debe mucho a Cueva (suyas son 32 composiciones incluidas en l); en efecto, el cancionero annimo lleva fecha de 1577, ao en que Juan de la Cueva regresa a la pennsula. Sabemos, por una anotacin manuscrita en la tercera hoja de la guarda, que el cancionero estaba en Sevilla en posesin de un tal Andrs Faxardo en 1612. No est de ms indicar que se es precisamente el ao de la muerte de Juan de la Cueva24. En Flores de varia poesa aparecen, por primera vez, poemas de autores nacidos en Mxico: Martn Corts hijo del conquistador, Carlos de Smano y nuestro Francisco de Terrazas, el mejor representado de los tres, con cinco sonetos25. De los peninsulares Cetina es el autor ms representado, con 84 poemas. Obviamente no pudo ser el compilador material del cancionero dado que haba muerto veinte aos antes, pero alguna mano annima o el mismo Juan de la Cueva, como creo, debi de tener acceso a sus papeles tras su muerte; entre esos papeles seleccionara un buen nmero de composiciones, que ingresaron as en Flores. El mismo Cueva aumentara el caudal de poemas con los que llev consigo a Nueva Espaa, tanto propios como ajenos26. La prueba de esto es que Terrazas conoca la lrica neolatina de Pacheco, que se contara entre los papeles trados por Cueva a Nueva Espaa. En general, parece claro que la huella de Cueva en Nueva Espaa result mucho ms notable, habida cuenta de su participacin en Flores, que la de Cetina, pese a la menor duracin de su estancia (apenas tres aos); de hecho, el soneto Naturaleza estava deseosa en el que Pea se apoya para demostrar la huella de Cetina entre los poetas mexicanos de Puebla, no es de Cetina; Begoa Lpez Bueno, su editora moderna, desestim esta atribucin con una prueba incontestable: aparecen en ese soneto
24 No tenemos todava la prometida edicin crtica de Juan de la Cueva, pese al cuidado que el poeta sevillano puso en preparar la edicin antolgica de su obra en varios manuscritos autgrafos fechados en 1603 y 1604, despus de la edicin impresa de 1582. El mejor acercamiento a su poesa lo encontramos en Jos Mara Reyes Cano: La poesa de Juan de la Cueva. Anlisis de la edicin de las Obras (1582) (Sevilla: Publicaciones de la Excelentsima Diputacin Provincial de Sevilla, 1980) que ampla su artculo anterior Juan de la Cueva, poeta lrico: un aspecto prcticamente indito, Archivo Hispalense, 186 (1978), pp. 119-128. Sobre los avatares del viaje de Cueva a Nueva Espaa puede verse ahora el documentado libro de Jos Cebrin: Juan de la Cueva y Nueva Espaa (Kassel: Reichenberger, 2001). Este estudioso ha abordado su obra en otros trabajos, en particular: Cueva en Flores de baria poesa, incluido en su volumen En la Edad de Oro. Estudios de ecdtica y crtica literaria (Mxico: El Colegio de Mxico, 1999), pp. 179-219; edita ah todas las composiciones de Cueva incluidas en el cancionero mexicano. En su recopilacin Estudios sobre Juan de la Cueva (Sevilla: Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1991) aporta datos de inters sobre su agitada biografa y otras aspectos de su obra. 25 Pueden verse algunos datos sobre estos y otros poetas del cancionero y la discusin sobre la autora del compilador en la edicin de Pea: Flores de varia poesa, pp. 16 y ss. Pea sigue a Renato Rosaldo, el primero en llamar la atencin sobre este cancionero, en su artculo Flores de baria poesa. Un cancionero indito mexicano de 1577, bside (1957), pp. 68 y ss. Incluye una breve antologa de poemas. 26 Ya lo aventur A. Prieto, La poesa espaola del siglo XVI, II, p. 505.
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varias rimas agudas, recurso que Cetina jams emple en su obra27. Parece claro que la huella potica de Cetina en Nueva Espaa es bastante ms tenue que la de Juan de la Cueva. La amistad entre Juan de la Cueva y el licenciado Francisco Pacheco est fuera de duda. Ambos participaban asiduamente en las distintas academias y tertulias literarias establecidas en torno a la figura de Fernando de Herrera y los eruditos y poetas sevillanos del momento28: Francisco de Medina, Diego Girn, Baltasar del Alczar, etc. En la casa del propio cannigo hubo una tertulia literaria de la que tuvo que ser asiduo contertulio Cueva; de hecho el sobrino del cannigo, el pintor Francisco Pacheco (1564-1654), la debi de frecuentar en su juventud: en su Libro de retratos evoca a algunos de esos contertulios habituales de los ambientes cultos sevillanos. Conviene no olvidar que la celebridad del cannigo Francisco Pacheco y su liderazgo en las letras sevillanas eran incontestables; como recuerda su editor moderno29, a menudo se le cita en las enumeraciones por delante del propio Herrera. Bartolom Jos Gallardo30 edita un fragmento de la epstola en tercetos que Juan de la Cueva enva a don Fernando Pacheco de Guzmn; le describe el gnero de vida tranquilo y sencillo que lleva en su finca de Aracena; su tpica recomendacin de quietud y apartamiento resulta divertida y poco creble, dada su condicin aventurera. Para nuestro propsito interesan los tercetos finales, en los que enva saludos para los amigos sevillanos:
Encomendadme a todos los amigos Digo [a] los que sabis que estimo y quiero, Y a los que hago de mi fe testigos. Al maestro Girn sea el primero, El segundo a don Pedro de Cabrera, Y a don Fadrique Enrquez el tercero. A Pacheco y Felipe de Ribera, A Fernando de Cangas y a Toledo,
27 Gutierre de Cetina: Sonetos y madrigales completos (Madrid: Ctedra, 1991) pp. 65-66. El soneto figura en el ms. 506 de la Biblioteca Provincial de Toledo (muy cercano a Flores, como estamos viendo; lo seal J. M. Blecua en Sobre poesa de la Edad de Oro [Madrid: Gredos, 1970], p. 49); edit el soneto por primera vez Lucas de Torre: Algunas notas para la biografa de Gutierre de Cetina, seguida de varias composiciones suyas inditas, Boletn de la Real Academia Espaola, XI, XI (1924), pp. 388-407 y 601-626. Hay que aadir que en ese manuscrito aparece tachada la supuesta atribucin a Cetina (del dicho); en el margen figura a otra mano una anotacin: es de Vadillo, lo cual nos remite al probable autor. Pea (Nuevos datos..., p. 524) se muestra conforme con la errnea argumentacin de Guillermo Tovar de Teresa en El arte de los Lagarto, iluminadores novohispanos de los siglos XVI y XVII (Madrid: Turner Libros), 1988, pp. 42-43. 28 Pueden verse las pginas 194 y ss. de Jos Snchez en su obra Academias literarias del siglo de oro espaol (Madrid: Gredos, 1961). Encontramos interesantes referencias sobre las relaciones de Juan de la Cueva con las academias sevillanas e incluso con la academia del cannigo Cairasco de Figueroa en Canarias en el artculo de Carlos Brito Daz: Luz meridional: Cairasco de Figueroa y la escuela andaluza, Dicenda, 19 (2001), pp. 47-63, en particular pp. 48 y ss. 29 Pozuelo Calero: El licenciado Francisco Pacheco, p. 17 y ss. Son de gran inters las enumeraciones de poetas y eruditos realizadas por contemporneos prximos a Pacheco que recoge Pozuelo en su introduccin. 30 Ensayo de una biblioteca espaola de libros raros y curiosos (Madrid: Gredos, 1968), ed. facsmil, II, p. 646.
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Al doctor Pero Gmez y a Mosquera. A todos los dems que aqu no puedo, Por no ser ms prolijo, referiros, Me encomendad, y decildes cmo quedo.
Estos y otros nombres aparecen tambin en las octavas del Viaje de Sannio, un texto que es preciso situar en la rbita de la solucin cultista de la poesa segn la atinada expresin de Lpez Bueno, que adoptaron algunos crculos sevillanos del ltimo cuarto de siglo; tal orientacin ya la esbozaba Pacheco en su Stira y la encontramos como uno de los rasgos distintivos de los poetas del entorno de Herrera31. Conviene precisar que las octavas correspondientes a la evocacin de los amigos sevillanos son un aadido al resto de la obra, cuyos cuatro primeros libros estaban terminados en 1585; el libro V, al que pertenecen, debi de escribirse hacia 160432. El cannigo Pacheco que haba muerto en 1599 es el segundo de todos los escritores mencionados (un total de veinticuatro); as dice la octava que Cueva le dedica33:
A quien el Cielo generosamente cuanto dar puede dio con larga mano, sin quedar arte o don que sea ecelente que no ilustre esse ingenio soberano, por quien Betis ir de gente en gente con gloria eterna ms quel Tibre ufano es Pacheco, el quel siglo aguarda solo para onor de las letras i de Apolo.
De la mayor parte de los escritores mencionados en el Viaje de Sannio se inserta algn tipo de referencia a sus obras; de acuerdo con Alcina y Pozuelo Calero, parece que la referencia al Betis de esta octava nos remite precisamente a una obra perdida de Pacheco escrita en castellano34; sera, segn conjetura de estos estudiosos, un poema pico al Betis. Para
31 Vase, a este respecto, el libro de Begoa Lpez Bueno La potica cultista de Herrera a Gngora (Sevilla: Alfar, 2000); especialmente las pp. 31-83, en donde encontramos certeras referencias tanto a Pacheco como a Cueva. El epgrafe Juan de la Cueva en el grupo sevillano en A. Prieto, pp. 501-508 sita a Cueva integrado en la llamada escuela sevillana; puede verse tambin su extenso captulo XII: La voluntad potica de Herrera (pp. 549-627). J. M. Reyes Cano (La poesa de Juan de la Cueva, 23-46) prefiere no hablar de escuela sevillana aunque parece indudable la existencia de un cierto sentido generacional (trmino empleado por Prieto) en composiciones de autores sevillanos: desde la Philosophia vulgar de Mal Lara, a las Anotaciones de Herrera, pasando por el Exemplar potico y El viaje de Sannio, as como la Stira de Pacheco. 32 As lo argumenta Jos Cebrin en su edicin crtica del Viaje de Sannio (Madrid: Miraguano, 1990), pp. XXIVXXVIII. 33 J. Cebrin: Viaje de Sannio (ed.), p. 135. Es la octava 55 del libro V. 34 J. F. Alcina: Aproximacin..., p. 213 y B. Pozuelo Calero: El Licenciado Francisco Pacheco, pp. 653 y 679. No olvidemos tampoco que Juan de la Cueva es autor de una Conquista de la Btica, para cuya publicacin solicit en 1600 la ayuda del cabildo catedralicio de Sevilla, que ya no contaba entre sus miembros a su amigo Pacheco, muerto el ao anterior.
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mi propsito de delimitar la relacin que pudieron mantener Pacheco y Cueva resulta de gran inters el testimonio del Doctor Juan de Torres Alarcn, autor de una Memoria de los Historiadores de Sevilla; ste cita35 como obra del Cannigo una Btica de Joan de la Cueba y del Lizco. Pacheco; no sabemos el grado de participacin de ambos en esa obra ni si hemos de identificarla con La Conquista de la Btica de Cueva, publicada en Sevilla en 1603. Lo que parece claro es que este testimonio prueba que trabajaron juntos de algn modo y que, desde luego, su relacin debi de ser muy amistosa. Encontramos igualmente una muestra de la amistad entre ambos escritores en el soneto que Cueva compuso En la sepoltura del licenciado Francisco Pacheco; figura en el fol. 178r del autgrafo De las Rimas de Juan de la Cueva, primera parte36. El hecho de que Francisco de Terrazas como tampoco otros poetas de Flores de varia poesa no aparezca mencionado entre los ingenios sevillanos del Viaje de Sannio (cuyo libro V no es sino un repaso de Cueva a las poticas y a los poetas del momento) no tiene que extraarnos37: Cueva escribe veinticinco aos despus de su periplo americano y no tiene por qu recordar a uno de los poetas mexicanos con los que trab contacto. Por lo dems, sabemos que el 8 de diciembre de 1874 tuvo lugar la imposicin del palio arzobispal al clebre arzobispo Moya de Contreras en la ciudad de Mxico; en ese da se represent en su honor uno de los coloquios de Fernn Gonzlez de Eslava otro literato peninsular en tierras novohispanas, gran amigo de nuestro Terrazas, que no debi de faltar. Resulta bastante plausible, como aventura Cebrin38, que los hermanos Juan y Claudio de la Cueva asistieran a las fiestas de entronizacin del nuevo arzobispo; en ese ambiente debi de producirse el contacto entre el poeta sevillano y el mexicano. No hay que perder de vista el elogio que por esas fechas Moya de Contreras dedica al propio Francisco de Terrazas, a quien llama hombre de calidad, seor de pueblos... gran poeta39. Con todo, creo que hay una buena prueba especficamente literaria que muestra la relacin entre Terrazas y el poeta andaluz. Se trata de varios ecos que encontramos en un soneto de la edicin que Juan de la Cueva hizo de su propia obra en 158240, es decir, cinco aos despus de la compilacin del cancionero novohispano. En efecto, en el soneto nmero 26 (fols. 32r-32v), creo encontrar un claro rastro del celebrado primer poema de Terrazas
Tomo el dato de B. Pozuelo Calero: Hacia un catlogo..., p. 653. Se encuentra en la Biblioteca Capitular de Sevilla, Ms. 56-3-4. Mucho le extraa a don Francisco de Icaza, quien no tena el dato de la tarda redaccin del libro V; en Sucesos reales que parecen imaginados de Gutierre de Cetina, Juan de la Cueva y Mateo Alemn (Madrid: Hernando, 1919). En general, las imprecisiones de Icaza, tanto en lo que se refiere a Cetina como en lo que toca a Cueva, han sido superadas y corregidas por la crtica posterior. 38 J. Cebrin: Juan de la Cueva y Nueva Espaa, pp. 36-37. 39 Tomo el dato de A. Castro Leal, p XI. 40 Obras de Juan de la Cueva dirigidas al Ilustrsimo Seor Don Juan Tllez de Girn, Marqus de Peafiel, (Sevilla: Imprenta de Andrea Pescioni, 1582). Se conservan cinco ejemplares, uno de ellos en la Biblioteca Nacional de Madrid (R-1566). Puede verse su descripcin en J. M. Reyes Cano, La poesa de Juan de la Cueva, p. 94. Dicenda. Cuadernos de Filologa Hispnica
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(Dexad las hebras de oro ensortijado), al que nos hemos referido en pginas anteriores. Copio el soneto de Juan de la Cueva41:
Ligadas hebras con la trenza de oro, Que en red envueltas os mostrais al cielo, Hermoseando aquel lustroso velo Con la prpura y nieve que yo adoro: Por qu, pues sois mi gloria y mi tesoro, no os descogeis a dar algn consuelo al alma, que de amor ardiente y celo se consume en la causa por que lloro? Dad lugar que las rosas dejen verse Con la vena del oro matizadas; No esteis en red estrecha recogidas: Contentos ya de ver en mi emprenderse Las llamas que lanzais; que aun enlazadas, Hacen el mesmo efecto que esparcidas.
Se trata de una invitacin a la dama a soltar sus cabellos para que las rosas dejen verse/con la vena del oro matizadas; recordemos aquellos otros versos de Terrazas en los que tambin interpela a su amada con trminos parecidos: volved a la nieve no pisada/lo blanco de esas rosas matizado. La similar construccin sintctica, la adjetivacin colorista que insiste en los rosas, los blancos y los dorados, y el vocabulario del soneto de Cueva parecen recibir la influencia de Terrazas, en particular de su primer cuarteto. Si en el mexicano tenemos la formulacin abstracta del lazo (el nima enlazada), en Cueva encontramos el trmino en su aplicacin concreta al cabello de la amada, motivo al que el sevillano dedica un buen nmero de composiciones. Pero lo que me inclina a confirmar la influencia es, en concreto, el primer verso; el verso que abre el poema I de Terrazas (Dexad las hebras de oro ensortijado) revela un gran parecido incluso prosdico, en el timbre de las vocales con el correspondiente de Juan de la Cueva y pudo sugerirle la imitacin de los motivos mencionados, que realizara el sevillano entre 1577 (fecha de la compilacin de Flores) y 1582 (fecha de publicacin de sus Obras). No es preciso que tuviera delante el soneto del americano, aunque cabe esa posibilidad; pienso ms bien que su lectura quedara en la memoria de Cueva, en particular el brillante primer cuarteto. Cabe suponer que fuera Juan de la Cueva quien influyera en Terrazas y no al revs. Me inclino a pensar que fue Terrazas el punto de partida porque su soneto parece ms cerrado y completo; la propia tradicin italiana (Tomitano y Molza42) en la que se enmarca el motivo del pro41 Sigo la ortografa de Reyes Cano, pero prefiero la puntuacin de la edicin de Gallardo, II, p. 680: el primero (La poesa de Juan de la Cueva, pp. 195-196) no lee la interrogacin que estructura el segundo cuarteto. 42 Pueden verse los sonetos italianos en la obra de Fucilla, en las pginas citadas atrs.
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gresivo despojamiento de la mujer parece conceder prioridad al soneto de Terrazas, del cual el sevillano espigara los elementos mencionados para aplicarlos al motivo que le interesa, el cabello de la amada. El hecho de que Juan de la Cueva tuviera presente el soneto de Terrazas revela un eco de singular inters: si ya era meritoria la madura asimilacin del petrarquismo por parte de Terrazas, todava lo es ms que su influencia tambin llegara al otro lado del Atlntico, aspecto que habr que estudiar con detenimiento a la vista de este indicio. Al tiempo, esta influencia supone una prueba ms de que Juan de la Cueva debi de participar activamente en la compilacin de los materiales contenidos en el cdice Flores de varia poesa, pues tuvo que tener acceso al poema del mexicano. Por lo dems, el motivo con el que inicibamos estas pginas, la descomposicin del nombre de la amada, es tambin muy del gusto de Cueva, si bien este no emplea el recurso de la etimologa, como hace Terrazas en su soneto IX (tomndolo de Pacheco). Juan de la Cueva, en cambio, canta a una dama llamada Felipa de la Paz, y lo revela en acrsticos insertados con maysculas en sus composiciones, con un vocabulario que ya conocemos43:
Dxome Amor en vindome enlazado entre las crespas hebras de oro puro, por quien el alma en dulce fuego apuro DONNAdie mereci verse abrasado. FE, muestras en tu pena i tu cuidado, i en la LId, coran firme, i seguro, por donde en tu PAssin te doi seguro, que sers DE LA PAZ galardonado.
Pienso que se hace necesario relacionar la cercana entre los presupuestos poticos de Terrazas y Cueva con el tipo de petrarquismo practicado por el mexicano. En efecto, ya he hecho notar la sorprendente madurez alcanzada por nuestro poeta (no olvidemos que muere en 1580) y no me parece exageracin vincularlo a la esttica manierista cultivada por los poetas del ltimo tercio del siglo XVI44: entre otros elementos, la adjetivacin abundante y colorista, las imgenes y tpicos sorprendentes (los sonetos IV y V son buena muestra de ello), la inclinacin hacia lo anecdtico (A una dama que despabil una vela con los dedos dice el ttulo del soneto III), la densa elaboracin de algunos poemas o el gusto por la aliteracin, son elementos que lo acercan ms a la intensificacin propia del imaginario potico de la llamada
43 Sigo la edicin de Reyes Cano, que aporta ms muestras de este recurso, La poesa de Juan de la Cueva, pp. 8485. Los que transcribo son los ocho primeros versos del soneto 4 de la edicin de 1582, que aparece tambin en el autgrafo de 1603 con el nmero 6. 44 Para una certera identificacin del manierismo entre los petrarquistas espaoles pueden verse los criterios manejados por A. Alonso, La poesa italianista, pp. 59-66.
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escuela sevillana que a los modos ortodoxos de Garcilaso y los primeros petrarquistas. Soy consciente de que no pueden realizarse muchas generalizaciones a partir de la exigua obra que hemos conservado del mexicano; pero creo, con todo, que las composiciones que han llegado hasta nosotros revelan una temprana recepcin del petrarquismo y que es preciso relacionar esa madurez con la huella del llamado grupo sevillano.
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