Libro de Concordia

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EL LIBRO DE CONCORDIA

EL LIBRO DE LAS CONFESIONES DE LA IGLESIA LUTERANA

TEXTO RECOPILADO, DIGITALIZADO Y REVISADO POR ANDRS SAN MARTN ARRIZAGA, FRUTO DE CINCO AOS DE TRABAJO, FINALIZADO EL SABADO 19 DE DICIEMBRE DE 2010, EN TEMUCO, CHILE

INDICE
Prefacio al Libro de Concordia de 15803 1- Los Tres Smbolos Principales...12 2- La Confesin de Augsburgo...17 3- Apologa de la Confesin de Augsburgo42 4- Los Artculos de Esmalcalda (1537)....184 5- Tratado Sobre el Poder y la Primaca del Papa (1537).207 6- Catecismo Menor de Martn Lutero (1529)..218 7- Catecismo Mayor de Martn Lutero (1529)..232 8- Frmula de Concordia (1577)..306

PREFACIO
Nosotros, los abajo nombrados electores, prncipes y estados del Sacro Imperio Romano Germnico, adherentes a la Confesin de Augsburgo, conforme a la condicin y dignidad de cada cual brindamos nuestro debido servicio, amistad, deferente saludo y buena voluntad, as como tambin nuestra ms respetuosa, humilde y voluntariosa disposicin a todos y cada uno de los que lean este escrito nuestro, y al mismo tiempo les hacemos saber: Es un sobresaliente favor de Dios que l en estos ltimos das de este mundo pasajero haya dispuesto, segn su inefable amor, gracia y misericordia, que la luz pura, inmutable y genuina de su evangelio y de su palabra, nicos medios que pueden traer salvacin hayan vuelto a aparecer e iluminar clara y puramente a nuestra amada patria, la nacin alemana, disipando la supersticin y las tinieblas papales. Y por esta razn se prepar una nueva confesin extrada de las Escrituras divinas, profticas y apostlicas. Fue presentada en alemn y en latn por nuestros muy piadosos y cristianos predecesores al entonces Emperador Carlos V, de grata memoria, en la dieta de Augsburgo en el ao 1530, en presencia de todos los estados del imperio, y publicada y promulgada en toda la cristiandad a lo largo y ancho del mundo. Subsecuentemente, muchas iglesias y escuelas aceptaron y defendieron esta confesin como el smbolo vigente en nuestros das de su fe en los principales artculos en controversia, en particular los referentes al papado y a toda ndole de sectas. Y sin controversia o duda se refirieron y remitieron a ella como a la interpretacin cristiana y unnime de todos ellos. Se refirieron y apelaron a la doctrina que ella contiene, pues saban que era respaldada por los firmes testimonios de la Sagrada Escritura, y aprobada por los antiguos y aceptados smbolos, reconociendo as la doctrina como el nico y perpetuo consenso en que la iglesia universal y ortodoxa se ha basado, que ha reafirmado repetidas veces, y por la cual ha luchado contra mltiples herejas y errores. Es por todos conocido que poco despus de la muerte del muy distinguido y piadoso Dr. Martn Lutero ocurrieron en nuestra tan querida patria alemana muchos acontecimientos peligrosos y disturbios penosos. En medio de esta angustiosa situacin, y en medio de la desorganizacin del gobierno constituido, el enemigo de la humanidad astutamente empez a sembrar las semillas de doctrina falsa y de la discordia y a causar divisiones destructoras y escandalosas en las iglesias y en las escuelas con el propsito de adulterar la doctrina pura de la palabra de Dios, destruir el lazo del amor y de la armona cristiana e impedir as y demorar sensiblemente el curso del santo evangelio. Todos tambin saben cmo los enemigos de la verdad divina aprovecharon esta circunstancia para desacreditar a nuestras escuelas y a nuestras iglesias para as encubrir sus propios errores, desviar a las pobres y errantes conciencias para que no conozcan la doctrina evanglica pura, hacerlas ms sumisas al yugo papal, e incluso hacerlas abrazar otras corrupciones que estn en pugna con la palabra de Dios. Nada ms grato podra haber acontecidoy as lo imploramos y pedimos al Todopoderosoque tanto nuestras iglesias como nuestras escuelas hubieran sido conservadas en la doctrina pura de la palabra de Dios y en la deseable y fortalecedora unanimidad de pensamiento, tal como exista en vida del Dr. Lutero. Sin embargo, as como pas en el tiempo en que estaban an vivos, a saber, que falsos profetas introdujeron falsas enseanzas en las iglesias en que los apstoles mismos haban sembrado la palabra pura de Dios, asimismo sucedi que falsos maestros se infiltraron en nuestras iglesias por causa de nuestros propios pecados y la impenitencia y el pecado de un mundo desagradecido. Conscientes de la tarea que Dios nos ha encomendado y que nosotros desempeamos, no hemos cesado de esforzarnos por combatir con diligencia las doctrinas falsas que han penetrado

en nuestras tierras y en nuestros territorios y que lo siguen haciendo con suma insistencia; hacemos esto a fin de que nuestros sbditos sean preservados de desviarse del camino recto de la verdad divina que antes haban aceptado y confesado. Teniendo en cuenta este propsito, nuestros dignos predecesores y tambin algunos de nosotros decidimos, a base del memorndum aceptado en Francfort del Meno en una reunin de los electores en el ao 1558, reunimos en asamblea general para discutir amplia y amigablemente diferentes asuntos que nuestros adversarios haban estado interpretando en detrimento nuestro y de nuestras iglesias y escuelas. Ms tarde nuestros venerables predecesores y algunos de nosotros nos reunimos en Naumburgo de Turingia. En esa ocasin consideramos repetidamente la Confesin de Augsburgo, la cual haba sido presentada a Carlos V en la gran asamblea imperial en Augsburgo en 1530, y otra vez nos suscribimos unnimemente a esa confesin cristiana, basada en el testimonio de la verdad infalible de las Sagradas Escrituras para legar de esta manera a nuestra posteridad una defensa contra toda doctrina impura, falsa y contraria a la palabra de Dios. Hicimos esto a fin de testificar y manifestar ante su excelentsima Majestad Imperial Romana y ante todo el mundo, que no era en modo alguno nuestra disposicin e intencin adoptar, defender o diseminar una doctrina diferente o nueva. Al contrario, nos propusimos defender, con la ayuda divina, la misma verdad profesada en la Confesin de Augsburgo en el ao 1530, abrigando as la esperanza de que los adversarios de nuestra doctrina evanglica pura se abstuvieran de formular cargos y acusaciones contra nosotros, y de que estimulara a otras personas sinceras a investigar con la mayor seriedad la verdad de la doctrina divina, como la nica que trae salvacin y eterna bienaventuranza al alma, sin necesidad de ms argumentos y disensiones. No obstante todo ello, para nuestro profundo pesar, se nos inform que esta declaracin nuestra y la repeticin de aquella confesin nuestra, muy poco fueron tomadas en cuenta por nuestros adversarios, y que ni nosotros ni nuestras iglesias nos libramos de las calumnias que se haban propagado. Adems, que las cosas que hemos hecho con la mejor intencin y el ms serio propsito, fueron recibidas por los adversarios de la verdadera religin de modo tal que nos inculpan de no estar seguros de la confesin de fe y de haberla alterado tanto que ni nosotros ni nuestros telogos saban qu versin de la Confesin de Augsburgo fue entregada originalmente al emperador. Debido a estas falsas acusaciones de los adversarios, muchos corazones piadosos fueron aterrorizados y alejados de nuestras iglesias y escuelas, de la doctrina, la fe y la confesin. Adems, a todas estas desventajas hay que aadir que bajo el manto de la Confesin de Augsburgo se introdujeron en nuestras iglesias y escuelas otras enseanzas que estaban en pugna con la institucin del santo sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo. Cuando algunos telogos piadosos, amantes de la paz y eruditos, se dieron cuenta de todo esto, concluyeron que para contrarrestar estas calumnias y disensiones religiosas, que constantemente seguan aumentando, no haba mejor manera que rechazarlas y condenarlas, basndose en la palabra de Dios, y exponer la verdad divina en la forma ms clara posible. De este modo se poda tapar la boca de los adversarios, mediante slido razonamiento, y brindar a los corazones simples y piadosos una clara y correcta explicacin y gua a fin de que supieran cmo deban conducirse en estas disensiones y, ayudados por la gracia divina, evitar en lo futuro estas corrupciones doctrinales. Al principio, dichos telogos comunicaron los unos a los otros clara y correctamente, en extensos escritos basados en la palabra de Dios, la manera cmo las antedichas diferencias ofensivas se podan resolver y dar por terminadas sin alteracin alguna de la verdad divina. De esta manera se poda abolir y hacer desaparecer el pretexto y fundamento que los adversarios buscaban. Por fin, consideraron los artculos en controversia, los examinaron, evaluaron y 4

explicaron en el temor de Dios y redactaron un documento en que expusieron cmo se deban resolver de una manera cristiana las diferencias que haban surgido. Cuando se nos inform del piadoso propsito de los telogos, no slo lo aprobamos sino que juzgamos que debamos estimularlo con el mayor fervor y celo por razn del oficio y el deber que Dios nos haba encomendado. Por consiguiente, nosotros, el elector de Sajonia, etc., con el consejo y respaldo de algunos de nuestros hermanos en la fe, convocamos a varios telogos prominentes, confiables, hbiles y doctos a que se reunieran en Torgau en el ao 1576 con el propsito de fomentar la armona entre los maestros de la iglesia. Con un espritu eminentemente cristiano, dichos telogos discutieron los unos con los otros los artculos en controversia que se acaban de mencionar. Por fin, despus de invocar al todopoderoso Dios, y para su alabanza y gloria, tras madura reflexin y diligentes esfuerzos, compilaron en forma ordenada, por la gracia singular del Espritu Santo, todo lo pertinente y necesario al fin que se persegua, y formaron este libro. Ms tarde fue enviado a un buen nmero de electores, prncipes y estados adherentes a la Confesin de Augsburgo con la solicitud de que ellos y sus principales telogos lo leyeran con toda seriedad y celo cristiano, lo estudiaran en todas sus fases, expresaran su pensar y sus crticas por escrito, y nos enviaran su concienzudo parecer sin reserva alguna en cuanto a los pormenores. Despus de recibidas las opiniones solicitadas, hallamos que ellas contenan muchas sugerencias cristianas, necesarias y tiles respecto de la manera cmo la autntica doctrina cristiana, expuesta en la explicacin que se les haba enviado, podra ser fortalecida por la palabra de Dios y protegida contra toda clase de malentendidos perniciosos a fin de que en lo futuro no se ocultara en ella ninguna doctrina incorrecta, y que en cambio se pudiera transmitir tambin a nuestra posteridad. A base de todas estas consideraciones, y como resultado final de las mismas, se compuso la Frmula de Concordia cristiana, tal como aqu la presentamos. Y por cuanto hasta esta fecha no todos nosotros hemos tenido la oportunidad de dar nuestro parecer por razn de ciertas circunstancias especiales, como sucedi tambin en otros estados fuera de los nuestros, algunos de nosotros hicimos que este documento se leyera artculo por artculo a cada telogo, ministro y burgomaestre en nuestras tierras y territorios, y que se considerara diligente y seriamente la doctrina que el mismo contiene. Habindose dado cuenta de que, en efecto, la explicacin de los artculos en controversia estaba en acuerdo total tanto con la palabra de Dios como con la Confesin de Augsburgo, las personas a quienes se les haba presentado en la forma que acaba de indicarse arriba, testificaron con gozo y con gratitud hacia Dios todopoderoso, espontneamente y con la debida consideracin, que aceptaban y aprobaban este Libro de Concordia y se suscriban al mismo como la correcta interpretacin de la Confesin de Augsburgo, cosa que afirmaron pblicamente con sus corazones, labios y manos. Por consiguiente, este acuerdo se llamar y por siempre ser la armoniosa y concordante confesin no slo de algunos de nuestros telogos en particular, sino en general de todos los que en nuestras tierras y territorios ejercen el ministerio y magisterio en las iglesias y escuelas. Sin embargo, el ya mencionado y bien intencionado consenso a que llegaron nuestros predecesores y nosotros mismos en Francfort del Meno y en Naumburgo no logr alcanzar el fin que se tena en vista con ese acuerdo cristiano. Ms an: algunos trataron de extraer de l la confirmacin de su doctrina falsa, aunque nunca pas por nuestros pensamientos y corazones el deseo de introducir, encubrir, apoyar o confirmar alguna doctrina nueva, falsa o errnea o alejarnos en lo ms mnimo de la Confesin de Augsburgo segn fue entregada en 1530. Los que participamos de las discusiones en Naumburgo nos reservamos el derecho, y as lo declaramos, de proporcionar detalles adicionales con respecto a nuestra Confesin en caso de ser atacada por 5

alguien, o si en cualquier momento se hiciere necesario hacerlo. De acuerdo con esto, expusimos y reiteramos en este Libro de Concordia nuestro consenso unnime y la declaracin definitiva de lo que creemos y confesamos. A ms de esto, para impedir que persona alguna quede perturbada por estos infundados alegatos de nuestros adversarios, a saber, de que aun nosotros carecemos de certeza acerca de cul es la verdadera y genuina Confesin de Augsburgo, y para que nuestros contemporneos y las generaciones venideras obtengan una informacin clara y concluyente en cuanto a qu confesin cristiana nos hemos adherido y remitido en forma permanente, nosotros y las iglesias y escuelas de nuestras tierras en lo que sigue nos proponemos atenernos entera y nicamente, en fidelidad a la pura e inmutable verdad de la palabra de Dios, a la primera Confesin de Augsburgo que fue presentada al Emperador Carlos V mismo en el ao 1530 en la gran Dieta Imperial en Augsburgo. Dicha confesin se halla en los archivos de nuestros piadosos predicadores, quienes personalmente la haban entregado al Emperador Carlos V en aquella dieta imperial. Ms tarde, la misma fue comparada con la mayor diligencia por personas capacitadas, con el ejemplar que se entreg al emperador y que permaneci bajo la custodia del Sacro Imperio, y de la cual tanto la edicin en latn como la edicin en alemn fueron de idntico contenido. Por la misma razn hemos solicitado que la Confesin de Augsburgo entregada en aquel entonces se incorporara en el Libro de Concordia que sigue a continuacin, a fin de que todos queden enterados de que hemos decidido no tolerar en nuestras tierras, iglesias y escuelas ninguna otra doctrina que la que fue aprobada en Augsburgo en 1530 por los electores, prncipes y estados del imperio. Procuramos, adems, con la ayuda de la Gracia de Dios, retener esta confesin hasta nuestro ltimo suspiro, y comparecer ante el tribunal de nuestro Seor Jesucristo con corazones y conciencias libres de temor y llenas de gozo. Tambin abrigamos la esperanza de que nuestros adversarios de aqu en adelante desistan de levantar contra nosotros y nuestras iglesias las ominosas acusaciones de que carecemos de certidumbre en lo que respecta a nuestra fe, y de que por esta razn estamos fraguando nuevas confesiones casi cada ao o cada mes. En cuanto a la segunda edicin de la Confesin de Augsburgo, de la que se hizo mencin en las discusiones en Naumburgo, nos consta a nosotros y a todos en general, y a nadie se le oculta, que con las palabras de esta otra edicin, algunos han tratado de encubrir su error respecto de la santa cena, al igual que alguna otra doctrina falsa, y en sus escritos pblicos han tratado de instilar estas falsedades en la mente de la gente sencilla, a pesar de que esta doctrina queda claramente rechazada en la confesin entregada en Augsburgo, con la cual de hecho se puede comprobar una doctrina muy diferente. Por lo tanto, hemos decidido con este documento testificar y afirmar pblicamente que ni antes ni ahora ni nunca jams deseamos defender, excusar o aprobar como concorde con la doctrina evanglica ninguna enseanza falsa y espuria que trate de cobijarse con la mencionada segunda edicin de la Confesin de Augsburgo, ya que nunca entendimos o aceptamos la segunda edicin en un sentido diferente del expresado en la primera Confesin de Augsburgo, tal como fue presentada. Por otra parte, tampoco es nuestra intencin rechazar o condenar ninguno de los dems escritos tiles del maestro Felipe Melanchton o de Brenz o de Urbano Rhegius o de Juan Bugenhagen de Pomerania y otros, siempre que estn de acuerdo con la norma que se ha expuesto en el Libro de Concordia. Consta que algunos telogos, y entre ellos Lutero mismo, al tratar el tema de la santa cena, contra su propia voluntad se vieron envueltos por los adversarios en una discusin acerca de la unin personal de las dos naturalezas en Cristo. Frente a este hecho, nuestros telogos testifican en el Libro de Concordia y conforme a la norma de la santa doctrina que dicho Libro contiene, que tanto segn nuestra constante conviccin como segn la conviccin expresada por el libro, los cristianos deben ser conducidos a tratar la santa cena a base de un nico fundamento, 6

a saber, las palabras de la institucin del testamento de Cristo. sta es la manera ms segura y constructiva de hacerlo en cuanto a lo que atae al laico comn, pues ste no puede entender esta discusin. Pero cuando los adversarios atacan nuestra simple fe o las claras palabras del testamento de Cristo y las consideran impas, como si ellas contradijeran los artculos de nuestro credo cristiano, particularmente los que se refieren a la encarnacin del Hijo de Dios, a su ascensin y a su sentarse a la diestra de la omnipotencia y majestad de Dios, y por ende las tildan de falsas e incorrectas, debemos demostrar e indicar mediante una explicacin correcta de los artculos de nuestro credo cristiano que nuestro entendimiento de las palabras de Cristo segn se describen arriba no contradice estos artculos. Con respecto a las frases y el modo de hablar que se emplea con referencia a la majestad de la naturaleza humana en la persona de Cristo y su exaltacin, y con el objeto de hacer desaparecer todo malentendido y escndalo, ya que el trmino abstracto ha sido usado con acepciones diversas por quienes ensean en las escuelas y en las iglesias, nuestros telogos declaran con palabras expresas y sencillas lo siguiente: Esta majestad divina no se atribuye en modo alguno a la naturaleza humana de Cristo fuera de la unin personal, ni tampoco se afirma ni por asomo que en la unin personal se halle esta majestad intrnseca, esencial, formal, habitual y subjetivamente (para usar los trminos escolsticos), como si en algn lugar o tiempo se enseara que la naturaleza divina y la humana, juntamente con sus respectivas propiedades, estn mezcladas, y la naturaleza humana segn su esencia y sus propiedades est al nivel de la naturaleza divina y as quede anulada por completo. Al contrario, segn los maestros de la iglesia antigua, todo ocurre por razn de la unin personal, lo cual es un misterio inescrutable. Con respecto a las condenaciones, censuras y rechazos de doctrina falsa, en particular la relacionada con el artculo que trata de la santa cena: Todo esto tiene que ser expuesto en forma explcita y clara en esta explicacin y concertacin de los artculos en controversia, a fin de que todos sepan que deben precaverse de estas doctrinas falsas. Hay tambin muchas otras razones por las cuales estas condenaciones de ningn modo se pueden pasar por alto. Sin embargo, no es nuestro propsito ni nuestra intencin condenar a aquellas personas que yerran por su falta de entendimiento ni a las que, aunque equivocadas, no blasfeman de la verdad de la palabra divina, ni mucho menos a iglesias enteras dentro del Sacro Imperio Romano Germnico o fuera de l. Antes bien, nuestras expresiones de crtica y condenacin van dirigidas slo contra las doctrinas falsas y engaosas y sus obstinados y blasfemos proponentes. A stos de ningn modo deseamos tolerar en nuestros territorios, iglesias y escuelas, ya que estas enseanzas son contrarias a la clara palabra de Dios y no pueden coexistir con ella. Es necesario, adems, que las personas piadosas sean puestas sobre aviso respecto a tales enseanzas. Pues no hay la menor duda de que aun en las iglesias que hasta ahora no han estado de acuerdo con nosotros, se hallan muchas personas piadosas y sinceras. Estas personas siguen su propio camino en la simplicidad de sus corazones, no entienden estos asuntos ni tampoco se gozan en las blasfemias vertidas contra la santa cena, tal como sta se celebra en nuestras iglesias conforme a la institucin de Cristo y segn nosotros la enseamos de comn acuerdo fundndonos en las palabras de su testamento mismo. Tambin abrigamos la esperanza de que cuando estas personas reciban la correcta instruccin en esta doctrina, arriben, con la ayuda del Espritu Santo, a la verdad infalible de la palabra de Dios y se unirn a nosotros y a nuestras iglesias y escuelas. En consecuencia, es la responsabilidad de todos los telogos y ministros de la iglesia alertar que su alma corre serio peligro, para evitar as que un ciego induzca al error a otro ciego. Por consiguiente, mediante este escrito nuestro deseamos testificar ante el todopoderoso Dios y toda la iglesia que estamos muy lejos de querer ocasionar, por este acuerdo nuestro, molestias y persecuciones a pobres y atribulados cristianos. Pues as como el amor cristiano nos lleva a compadecernos de ellos, asimismo detestamos en lo ms 7

hondo de nuestro corazn el furor de sus perseguidores. No queremos en modo alguno tener parte en este derramamiento de sangre. No hay duda alguna de que habrn de dar cuenta de sus actos. Como queda dicho, en estos asuntos nuestra intencin siempre apunt a que en nuestras tierras, territorios, escuelas e iglesias no se proclame ni se exponga sino la doctrina que est fundada en la palabra de Dios y contenida en la Confesin de Augsburgo y su Apologa, debidamente entendidas, y a que no se le permita la entrada a doctrina contraria a stas. Con este propsito se inici, se propuso y se llev a cabo el actual acuerdo. Por lo tanto, ante el todopoderoso Dios y toda la cristiandad declaramos y testificamos una vez ms que con la explicacin de los artculos en controversia que aqu presentamos y repetimos no hemos hecho ninguna confesin diferente de la que previamente fue entregada en Augsburgo en el ao 1530 al Emperador Carlos V, de grata memoria. Al contrario, hemos dirigido nuestras iglesias y escuelas a las Sagradas Escrituras y a los credos, y despus a la ya mencionada Confesin de Augsburgo. Especialmente es nuestro ardiente deseo que los jvenes que estn siendo formados para servir en las iglesias y en las escuelas sean instruidos fiel y diligentemente a fin de que la doctrina pura y la confesin de fe puedan ser propagadas entre nuestra posteridad con la ayuda del Espritu Santo hasta el glorioso advenimiento de nuestro nico Redentor y Salvador Jesucristo. Y ya que tal es el caso, y ya que por gracia del Espritu Santo, en nuestro corazn y nuestra conciencia de cristianos estamos seguros de nuestra confesin y fe basadas en el fundamento de las Escrituras divinas, profticas y apostlicas, la ms aguda y urgente necesidad exige que, ante la invasin de tantos errores, tantos escndalos irritantes y disensiones y cismas de largos aos, se produzca una explicacin y conciliacin cristiana de todas las disputas que han surgido. Tal explicacin debe estar fundada enteramente en la palabra de Dios para que la doctrina pura se pueda reconocer y distinguir de la doctrina adulterada y as se les ponga freno a las personas de espritu agitado y tendencioso que no quieren someterse a ninguna norma de doctrina pura en su insano afn de promover controversias escandalosas y de establecer y defender errores horribles, lo que no puede llevar sino a que por fin la doctrina correcta sea enteramente obscurecida y echada a perder, y slo se transmitan a la posteridad opiniones inciertas y dudosas e imaginaciones y puntos de vista disputables. A todo esto hay que agregar el hecho de que, en conformidad con el mandato que Dios nos ha dado y por razn del cargo que desempeamos, y considerando el bienestar temporal nuestro y de nuestros sbditos, debemos hacer y seguir haciendo todo lo que sea til y provechoso al crecimiento y extensin de la alabanza y gloria de Dios y a la extensin de su palabra nica, que pueda traer salvacin, para la tranquilidad y paz de nuestras escuelas e iglesias cristianas y para el necesario consuelo e instruccin de las pobres y mal aconsejadas conciencias. Estamos plenamente convencidos, adems, de que muchas personas sinceras, de todas las clases sociales, estn ansiosas de que se realice esta saludable obra del acuerdo cristiano. Y por cuanto ya desde el principio de nuestras tentativas por llegar a un acuerdo cristiano, nuestra inclinacin o intencin no fue, ni tampoco lo es actualmente, mantener oculta esta empresa de la concordia, lejos de la vista de todos, o poner la luz de la verdad divina debajo de un almud o de una mesa, no debemos suspender o posponer por ms tiempo su impresin y publicacin. No abrigamos la menor duda de que todas las personas piadosas que tienen un amor sincero por la verdad divina y por un acuerdo cristiano y agradable a Dios, su unirn a nosotros en este muy saludable y necesario esfuerzo cristiano, y no permitirn interferencia alguna en esta causa en favor de la gloria de Dios y el bienestar de todos, tanto eterno como temporal. Y por fin, deseamos repetir una vez ms que no es nuestra intencin fabricar algo nuevo por medio de este acuerdo ni alejarnos en modo alguno, ya sea en cuanto a contenido como forma, de la verdad divina que nuestros predecesores y nosotros hemos aceptado y confesado en 8

lo pasado, pues nuestro acuerdo se basa en las Escrituras profticas y apostlicas y est condensado en los tres credos, como tambin en la Confesin de Augsburgo, entregada en el ao 1530 al Emperador Carlos V, de muy grata memoria, en la subsiguiente Apologa, en los Artculos de Esmalcalda y en los Catecismos Mayor y Menor del ilustrsimo Dr. Lutero. Al contrario, nuestro propsito es permanecer unnimes, por la gracia del Espritu Santo, en esta confesin de fe y examinar todas las controversias religiosas y sus explicaciones por medio de ella. Adems, es nuestra intencin llevar una vida de genuina paz y armona con los dems electores y estados del Sacro Imperio Romano Germnico y tambin con otros potentados cristianos, segn los estatutos que rigen en este imperio y los tratados especiales que hemos concertado con ellos, y brindar a todos el correspondiente afecto, servicio y amistad. Asimismo estamos dispuestos a cooperar en lo futuro los unos con los otros en la prosecucin de este esfuerzo por establecer la concordia en nuestros territorios, visitando diligentemente las iglesias y escuelas, supervisando las publicaciones y otros medios saludables. Si las controversias actuales acerca de nuestra religin continan o se presentan otras, nos ocuparemos en que se resuelvan en forma debida antes de que se extiendan peligrosamente, para que as se prevenga toda clase de escndalo. En testimonio de ello, unnimemente y de todo corazn firmamos este documento y adherimos nuestros sellos personales.

Luis, Conde palatino del Rin, elector, Augusto, Duque de Sajonia, elector Juan Jorge, Margrave de Brandeburgo, elector Joaqun Federico, Margrave de Brandeburgo, administrador del arzobispado de Magdeburgo Juan, Obispo de Meissen Eberhard, Obispo de Lbeck, administrador del arzobispado de Verden Felipe Luis, Conde palatino Federico Guillermo, Duque, firma su tutor Juan de Sajonia, Duque, firma su tutor Juan Casimiro, Duque, firma su tutor Juan Ernesto, Duque, firma su tutor Jorge Federico, Margrave de Brandeburgo Julio, Duque de Brunswick y Lneburgo Otto, Duque de Brunswick y Lneburgo Enrique, el Joven, Duque de Brunswick y Lneburgo Guillermo, el Joven, Duque de Brunswick y Lneburgo Wolf, Duque de Brunswick y Lneburgo Ulrico, Duque de Mecklenburgo Juan y Sigismundo Augusto, Duques de Mecklenburgo, firman sus tutores Luis, Duque de Wurtemberg Ernesto y Santiago, Margraves de Badn, firma su tutor Jorge Ernesto, Conde y Seor de Henneberg Federico, Conde de Wurtemberg y Monbliard Juan Gnther, Conde de Schwarzburgo Guillermo, Conde de Schwarzburgo Alberto, Conde de Schwarzburgo Emich, Conde de Leiningen Felipe, Conde de Hanau 9

Godofredo, Conde de Oettingen Jorge, Conde y Seor de Castel Enrique, Conde y Seor de Castel Juan Hoyer, Conde de Mansfeld Bruno, Conde de Mansfeld Hoyer Cristbal, Conde de Mansfeld Pedro Ernesto, el Joven, Conde de Mansfeld Cristbal, Conde de Mansfeld Otto, Conde de Hoya y Berghausen Juan, Conde de Oldenburgo y Delmenhorst Alberto Jorge, Conde de Stolberg Wolf Ernesto, Conde de Stolberg Luis, Conde de Gleichen Carlos, Conde de Gleichen Ernesto, Conde de Reinstein Bodo, Conde de Reinstein Luis, Conde de Lwenstein Enrique, Barn de Limpburg, Semperfrei Jorge, Barn de Schnburg Wolf, Barn de Schnburg Anarck Federico, Barn de Wildenfels Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lbeck Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Mnster en San Georgental El Concejo de la ciudad de Goslar Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Ulm Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Esslingen El Concejo de la ciudad de Reutlingen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Nrdlingen Burgomaestre y Concejo de Rothenbur del Tauber Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Schwbisch-Hall Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Heilbronn Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hemmingen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lindau Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Schweinfurt El Concejo de la ciudad de Donawerda Tesorero y Concejo de la ciudad de Regensburgo (Ratisbona) Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Wimpfen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Giengen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Bopfingen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Aalen Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Kaufbeuren Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Issna Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Kempten El Concejo de la ciudad de Hamburgo El Concejo de la ciudad de Gotinga El Concejo de la ciudad de Brunswick Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Lneburgo 10

Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Leutkirch Toda la Administracin de la ciudad de Hildesheim Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hamelin Burgomaestre y Concejo de la ciudad de Hannover El Concejo de Mhlhausen El Concejo de Erfurt El Concejo de la ciudad de Einbeck El Concejo de la ciudad de Northeim

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El Credo Apostlico
Creo en dios Padre, Todo Poderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su nico Hijo, nuestro Seor, que fue concebido por obra del Espritu Santo; naci de la virgen Mara; padeci bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendi a los infiernos, al tercer da resucit de entre los muertos; subi a los cielos, y est sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso, y desde all ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espritu Santo; la santa iglesia cristiana; la comunin de los santos; la remisin de los pecados; la resurreccin de la carne; y la vida perdurable. Amn.

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El Credo Niceno
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra y de todo lo visible e invisible. Y creo en un solo Seor Jesucristo, Hijo unignito de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado y no hecho, consubstancial al Padre, y por quien todas las cosas fueron hechas; el cual, por amor de nosotros y por nuestra salvacin, descendi del cielo y, encarnado en la virgen Mara por el Espritu Santo, fue hecho hombre; y fue crucificado tambin por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato. Padeci y fue sepultado, y resucit al tercer da segn las Escrituras; y ascendi a los cielos, y est sentado a la diestra del Padre y vendr otra vez en gloria a juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendr fin. Y creo en el Espritu Santo, Seor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorificado, que habl por medio de los profetas. Y creo en una santa iglesia cristiana y apostlica. Confieso que hay un solo bautismo para la remisin de los pecados; y espero la resurreccin de los muertos y la vida del mundo venidero. Amn.

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El Credo De Atanasio Escrito Contra Los Arranos


Todo el que quiere ser salvo, antes que todo es necesario que tenga la verdadera fe cristiana. Y si alguno no la guardare ntegra e inviolada, es indudable que perecer eternamente. Y la verdadera fe cristiana es sta, que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; no confundiendo las personas, ni dividiendo la sustancia. Una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espritu Santo. Pero una sola es la divinidad del Padre, y del Hijo, y del Espritu Santo; igual es la gloria, y coeterna la majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espritu Santo. El Padre es inmenso, el Hijo es inmenso, el Espritu Santo es inmenso. El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espritu Santo es eterno. Sin embargo, no son tres eternos, sino un eterno. Como tampoco son tres increados, ni tres inmensos, sino un increado y un inmenso. Igualmente, el Padre es todopoderoso, el Hijo es todopoderoso, el Espritu Santo es todopoderoso. Sin embargo, no son tres todopoderosos, sino un todopoderoso. As que el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espritu Santo es Dios. Sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios. Asimismo, el Padre es Seor, el Hijo es Seor, el Espritu Santo es Seor. Sin embargo, no son tres seores, sino un solo Seor. Porque, as como somos compelidos por la verdad cristiana a confesar a cada una de las tres personas, por s misma, Dios y Seor: As nos prohbe la religin cristiana decir que son tres dioses y tres seores. El Padre no fue hecho por nadie, ni creado, ni engendrado. El Hijo es del Padre solamente; ni hecho, ni creado, sino engendrado.

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El Espritu Santo es del Padre y del Hijo; ni hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. As que es un Padre, no tres padres; un Hijo, no tres hijos; un Espritu Santo, no tres espritus santos. Y en esta Trinidad ninguno es primero o postrero; ninguno mayor o menor; sino que todas las tres personas son coeternas juntamente y coiguales; As que en todas las cosas, como queda dicho, debe ser venerada la Trinidad en la unidad, y la unidad en la Trinidad. Quien, pues, quiere ser salvo, debe pensar as de la Trinidad. Adems, es necesario para la salvacin que se crea tambin fielmente la encarnacin de nuestro Seor Jesucristo. Esta es, pues, la fe verdadera, que creamos y confesemos que nuestro Seor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y hombre; Dios de la sustancia del Padre, engendrado antes de los siglos; y hombre de la sustancia de su madre, nacido en el tiempo; Perfecto Dios y perfecto hombre, subsistiendo de alma racional y de carne humana; Igual al Padre segn la divinidad, menor que el Padre segn la humanidad; Quien, aunque es Dios y hombre, sin embargo no son dos, sino un solo Cristo; Uno, empero, no por la conversin de la divinidad en carne, sino por la asuncin de la humanidad en Dios; Absolutamente uno, no por la confusin de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque como el alma racional y la carne es un hombre, as Dios y el hombre es un Cristo; Quien padeci por nuestra salvacin; descendi al infierno, al tercer da

resucit de los muertos; Subi al cielo; est sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso; De donde ha de venir para juzgar a los vivos y a los muertos; En cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos; y han de dar cuenta de sus propias obras. Los que hicieron bien, irn a la vida eterna; pero los que hicieron mal, al fuego eterno.

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Esta es la verdadera fe cristiana; que si alguno no la creyere firme y fielmente, no podr ser salvo.

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LA CONFESION DE FE DE AUGSBURGO 1530


Prefacio al Emperador Carlos V

A nuestro muy invencible Emperador, Cesar Augusto, seor clemente y misericordioso. Como Vuestra Majestad ha convocado una Dieta del Imperio aqu en Augsburgo para deliberar sobre las medidas que se deben tomar contra los Turcos, el enemigo ms antiguo y atroz de la religin y el nombre de los cristianos, y en que manera contestar y contraponer su furor y asaltos por medio de una provisin militar fuerte y definitiva; asimismo deliberar sobre las disensiones en lo concerniente a nuestra santa religin y fe cristiana, de manera tal que las opiniones y juicios de las partes puedan ser odas en la mutua presencia. De esta manera, consideradas y sopesadas entre nosotros en mutua caridad y respeto, podamos, luego de haber removido y corregido las cosas que hemos tratado y entendido diversamente, volver a la nica verdad y concordia cristiana y de esta manera abrazar y mantener la nica y pura religin, estando bajo el nico Cristo y presentar batalla bajo El, de manera que podamos tambin vivir en unidad y concordia en la nica Iglesia Cristiana. Y ya que nosotros, el subscrito Elector y Prncipe, con otros que se nos han unido, hemos sido convocados a la dicha Dieta, como tambin otros electores, prncipes y estados, en obediencia del Imperial mandato, hemos prontamente acudido a Augsburgo y sin querer jactarnos por ello hemos estado entre los primeros en llegar. Acordemente, tambin aqu en Augsburgo al principio mismo de la Dieta, Vuestra Majestad Imperial propuso a los Electores, Prncipes y otros estados del Imperio, entre otras cosas, que varios estados del Imperio, debieran presentar sus opiniones y juicios en idioma germano y latino. El mircoles fue dada contestacin a Vuestra Majestad diciendo que para el siguiente mircoles, ofreceramos los artculos de nuestra confesin. Por lo tanto, obedeciendo los deseos imperiales, presentamos en esta cuestin sobre la religin, la Confesin de nuestros predicadores y la nuestra, mostrando qu doctrina de las Sagradas Escrituras y la pura Palabra de Dios ha sido enseada en nuestras tierras, ducados y dominios y ciudades y enseada en nuestras iglesias. Y si los otros Electores, Prncipes y estados del Imperio presentan, siguiendo la dicha proposicin Imperial, escritos similares en latn y alemn, dando sus opiniones en materia de religin, nosotros, juntos con los dichos prncipes y amigos, estamos preparados para conferir amigablemente delante de ti nuestro Seor y Majestad Imperial, acerca de los caminos y medios para llegar a la unidad, tanto como pueda honorablemente hacerse. De esta manera, discutiendo pacficamente sin controversias ofensivas, podamos alejar con la ayuda de Dios la disensin y ser devueltos a la nica religin verdadera. Puesto que todos estamos bajo un solo Cristo y damos batalla por El, deberamos confesar al nico Cristo segn el tenor del edicto de Vuestra Majestad Imperial y todo debe conducirse de acuerdo a la verdad de Dios; y esto es lo que con fervientes oraciones pedimos a Dios. Sin embargo, en relacin al resto de los Electores, Prncipes y Estados, que constituyen la otra parte, si ningn progreso se llegara a hacer, o algn resultado se obtuviera por medio de este dilogo en la causa de la religin, siguiendo la manera en que Vuestra Majestad Imperial ha sabiamente dispuesto, es decir mediante la presentacin de escritos y discutiendo pacficamente entre nosotros, dejamos al menos claro testimonio que de ninguna manera nos estamos oponiendo

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a ninguna cosa que pudiera traer la concordia cristiana tal como puede realizarse con Dios y por medio de una buena conciencia como tambin Vuestra Majestad Imperial y los otros Electores y Estados del Imperio y todos los que estuvieran movidos por un sincero celo y amor por la religin y que tuvieran una visin imparcial sobre el tema, podrn graciosamente dignarse a tomar nota y entender esto por medio de esta Confesin nuestra y de nuestros asociados. Vuestra Majestad Imperial, no una vez, sino frecuentemente ha graciosamente hecho saber a los Electores, Prncipes y Estados del Imperio y en la dieta de Espira celebrada el ao del Seor de 1526, de acuerdo a la forma de vuestra instruccin y comisin Imperial dada y proclamada all, que V. M. en tratar con este asunto de la religin, por ciertas razones que fueron alegadas en nombre de V. M., no estaba dispuesto a decidir y no poda determinar nada por si, sino que V. M. usara de su oficio para con el Romano Pontfice para convocar un Concilio General. El mismo asunto fue hecho pblico ms extensivamente hace una ao en la ltima Dieta que se reuni es Espira. All Vuestra Majestad Imperial, a travs de su Excelencia Fernando, Rey de Bohemia y Hungra, nuestro amigo y Seor, como tambin a travs del Orador y los Comisarios Imperiales, hizo saber que V. M. haba tomado nota y ponderado la resolucin del representante de V. M. en el Imperio y del presidente y consejeros Imperiales y los legados de otros estados reunidos en Ratisbona, concerniente a la convocacin de un Concilio, y que V. M. haba tambin juzgado ser necesario convocar un Concilio y que tambin V.M. no dudaba que el Romano Pontfice podra ser inducido a celebrar el Concilio General porque los asuntos que deban acomodarse entre V.M. y el Romano Pontfice estaban llegando a un acuerdo y cristiana reconciliacin. Por lo tanto V.M. por s mismo expres que buscara asegurarse el consentimiento del Pontfice para convocar dicho Concilio General tan pronto como fuera posible, mediante cartas que deberan ser enviadas. Por lo tanto, si el resultado de nuestro encuentro fuera tal, que las diferencias entre nosotros y las otras partes en lo concerniente a la religin, no pudiera ser enmendado caritativamente y amigablemente, entonces aqu, ante Vuestra Majestad Imperial, nos ofrecemos en toda obediencia, adems de lo que ya hemos hecho, que nos haremos presentes en dicho Concilio Cristiano libre para defender nuestra causa de acuerdo a la concordia que siempre ha habido de votos en todas la Dietas Imperiales celebradas durante el Reino de V. M. por parte de los Electores, Prncipes y otros estados del Imperio. A la asamblea de este Concilio General y al mismo tiempo a Vuestra Majestad Imperial, nos hemos dirigido, an antes de esta Dieta y en manera propia y forma legal, y hecho demanda sobre este asunto, lejos el ms importante y el ms grave. A esta demanda, dirigida tanto a V.M. como al Concilio seguimos adhiriendo; no sera posible, ni estara en nuestra intencin dejarla de lado por medio de este u otro cualquier documento, a menos que el asunto entre nosotros y la otra parte, de acuerdo al tenor de la ltima citacin Imperial, fuera amigable y caritativamente solucionado y trado a cristiana concordia. Con respecto a esto ltimo nosotros solemnemente y pblicamente damos fe.

Artculo I: Dios Nuestras Iglesias ensean, en perfecta unanimidad la doctrina proclamada por el Concilio de Nicea: a saber, que hay un solo Ser Divino que llamamos y que es realmente Dios. Asimismo que hay en el tres personas, igualmente poderosas y eternas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espritu Santo; todos los tres un solo ser divino, eterno, indivisible, infinito, todopoderoso, infinitamente sabio y bueno, creador y conservador de todas las cosas visibles e invisibles. Por el

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trmino de Persona no designamos una parte ni una cualidad inherente a un ser, sino lo que subsiste por si mismo. Es as que los padres de la Iglesia han entendido este trmino. Rechazamos pues, todas las herejas contrarias a este artculo: condenamos a los Maniqueos que han establecido a dos dioses uno bueno y uno malo; a los Valentinianos, los Arrianos, los Eunomianos, los Mahometanos y otros. Condenamos asimismo a los Samosatienses antiguos y modernos que no admiten mas que una sola persona y que, usando sofismas impos y sutiles, pretenden que el Verbo y el Espritu Santo no son dos personas distintas sino que el "Verbo" significara una palabra o una voz y que el "Espritu Santo" no sera otra cosa que un movimiento producido en las criaturas.

Artculo II: El Pecado original Enseamos que a consecuencia de la cada de Adn, todos los hombres nacidos de manera natural son concebidos y nacidos en el pecado. Esto es, sin temor de Dios, sin confianza en Dios y con la concupiscencia. Este pecado hereditario y esta corrupcin innata y contagiosa es un pecado real que lleva a la condenacin y a la clera eterna de Dios a todos los que no son regenerados por el Bautismo y por el Espritu Santo. Por consiguiente rechazamos a los Pelagianos y otros que han menospreciado los mritos de la pasin de Cristo haciendo buena la naturaleza humana por su propias fuerzas naturales y que sostienen que el pecado original no es un pecado.

Artculo 3: El Hijo de Dios Enseamos tambin que Dios el Hijo asumi la naturaleza humana en el seno de la Virgen Mara, de manera que hay dos naturalezas, la divina y la humana, inseparablemente unidas en una Persona, un Cristo, Dios verdadero y verdaderamente hombre, que naci de la Virgen Mara, verdaderamente sufri, fue crucificado, muerto y enterrado, para reconciliarnos con el Padre y ser sacrificio, no solamente por el pecado original, sino tambin por todos los pecados actuales de los hombres. Tambin descendi a los infiernos y verdaderamente resucit al tercer da, luego subi a los cielos para sentarse a la derecha del Padre y reinar para siempre y tener dominio sobre todas la criaturas y santificar a aquellos que creen en El, mandando al Espritu Santo a sus corazones, para reinar, consolar y purificarlos y defenderlos contra el demonio y el poder del pecado. El mismo Cristo vendr visiblemente de nuevo para juzgar a los vivos y a los muertos, etc. segn el Credo de los Apstoles.

Artculo IV: La Justificacin Enseamos tambin que no podemos obtener el perdn de los pecados y la justicia delante de Dios por nuestro propio mrito, por nuestras obras o por nuestra propia fuerza, sino que obtenemos el perdn de los pecados y la justificacin por pura gracia por medio de Jesucristo y la fe. Pues creemos que Jesucristo ha sufrido por nosotros y que gracias a l nos son dadas la Justicia y la vida eterna. Dios quiere que esta fe nos sea imputada por justicia delante de l como lo explica Pablo en los captulos 3 y 4 de la carta a los Romanos.

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Artculo V: El ministerio de la Palabra Para obtener esta fe, Dios ha instituido el Ministerio de la palabra y nos ha dado el Evangelio y los Sacramentos. Por estos medios recibimos el Espritu Santo que produce en nosotros la fe donde y cuando Dios quiere en aquellos que escuchan el Evangelio. Este Evangelio ensea que tenemos, por la fe, un Dios que nos justifica, no por nuestros mritos, sino por el mrito de Cristo. Condenamos pues a los Anabaptistas y otras sectas similares que piensan que el Espritu Santo llega a los hombres sin la instrumentalidad de la Palabra exterior del Evangelio, sino por medio de sus propios esfuerzos, por la meditacin y por las obras.

Artculo 6: La nueva obediencia Enseamos tambin que esta fe debe producir frutos y las buenas obras mandados por Dios por amor de El, pero que no debemos apoyarnos en estas obras para merecer la justificacin. Porque la remisin de los pecados y la justificacin nos vienen por la fe en Cristo, como l mismo dice "Cuando hayis hecho todo lo que os fue mandado, decir: Somos siervos intiles; hemos hecho lo que debamos hacer." Luc. 17, 10. Lo mismo es enseado por los padres. San Ambrosio dice: "Esta ordenado por Dios que quien crea en Cristo ser salvo, no por las obras, sino por la fe sola, recibiendo as la remisin de los pecados gratuitamente y sin mrito". Artculo VII: La Iglesia Enseamos tambin que hay una Iglesia Santa y que ha de subsistir eternamente. Ella es la asamblea de todos los creyentes en medio de los cuales el evangelio es enseado puramente y donde los sacramentos son administrados conforme al Evangelio. Para que haya una verdadera unidad de la Iglesia Cristiana, es suficiente que todos estn de acuerdo con la enseanza de la doctrina correcta del Evangelio y con la administracin de los sacramentos en conformidad con la Palabra divina. Sin embargo para la verdadera unidad de la Iglesia Cristiana no es indispensable que uno observe en todos lados los mismos ritos y ceremonias que son de institucin humana. Esto es lo que dice San Pablo: Sean un cuerpo y un espritu pues al ser llamados por Dios, se dio a todos la misma esperanza. Uno es el Seor, una la fe, uno el bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos, que est por encima de todos y que acta por todo y en todos. Ef. 4, 5-6.

Artculo VIII: Qu es la Iglesia Enseamos tambin que la Iglesia no es otra cosa que la congregacin de los santos y los verdaderos creyentes. Sin embargo en este mundo, muchos falsos cristianos e hipcritas y mismo pecadores manifiestos estn mezclados entre los fieles. Ahora bien, los sacramentos son eficaces, aun si son administrados por sacerdotes malos, como Cristo mismo ha dicho: Los escribas y los Fariseos se han sentado en la ctedra de Moiss etc. Mt. 23,2. Condenamos por lo tanto a los Donatistas y a todos los que ensean lo contrario. Artculo IX: El Bautismo Enseamos que el Bautismo es necesario para la salvacin y que por el Bautismo se nos da la gracia divina. Enseamos tambin que se deben Bautizar los nios y que por este Bautismo son ofrecidos a Dios y reciben la gracia de Dios Es por esto que condenamos a los Anabaptistas que rechazan el Bautismo de los nios. 20

Artculo 1X: La Santa Cena del Seor En cuanto a la Santa Cena del Seor, enseamos que el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo estn realmente presentes, distribuidas y recibidas en la Cena bajo las especies del pan y del vino. Rechazamos pues la doctrina contraria. Artculo XI: La Confesin Con respecto a la Confesin, enseamos que se debe mantener la absolucin privada en la Iglesia aunque no sea necesaria la enumeracin de todos los pecados, ya que esto es imposible como lo dice el Salmo 19,13: Quin conoce todos sus pecados? Artculo XII: El arrepentimiento En lo que concierne al arrepentimiento, enseamos que aquellos que han pecado despus del Bautismo pueden obtener el perdn de sus pecados todas las veces que se arrepientan y que la Iglesia no debe rechazar su absolucin. El verdadero arrepentimiento comprende en primer lugar la contricin, es decir el dolor y terror que uno siente a causa del pecado; en segundo lugar la fe en el Evangelio y en la absolucin, es decir, la certeza que los pecados nos son perdonados y que la gracia nos llega por los mritos de Jesucristo. Es esta fe la que consuela los corazones y que da paz a la conciencia. Luego de esto se debe enmendar la vida y renunciar al pecado. Ya que tales deben ser los frutos del arrepentimiento, como lo dijo Juan el Bautista (Mt. 2,8) Muestren los frutos de una sincera conversin. Condenamos pues a los Anabaptistas que niegan que los justificados puedan recibir el Espritu Santo. Igualmente a los que ensean que una vez convertido, el cristiano no puede volver a caer en el pecado. Condenamos tambin a los Novacianos que niegan la absolucin a los que pecaron despus del Bautismo. Finalmente rechazamos a los que ensean que se obtiene el perdn de los pecados, no por la fe, sino por nuestras satisfacciones.

Artculo XIII: Sobre el uso de los sacramentos Sobre los Sacramentos enseamos que no han sido instituidos solamente para ser signos visibles mediante los cuales se reconoce a los cristianos, sino tambin que son testimonios de la buena voluntad de Dios hacia nosotros, instituidos para despertar y afirmar nuestra fe. Por esto exigen la fe y solamente son empleados correctamente si uno los recibe con fe y para consolidar la fe. Condenamos pues a los que ensean que los sacramentos "ex opere aperator" justifican y no ensean la necesidad de la fe para recibirlos.

Artculo XIV: El orden en la Iglesia En cuanto al gobierno de la Iglesia, enseamos que nadie debe ensear o predicar pblicamente en la Iglesia, ni administrar los Sacramentos a menos que haya recibido una vocacin regular. Artculo XV: Sobre los ritos eclesisticos En cuanto a los ritos eclesisticos establecidos por hombres, enseamos que uno debe observar lo que pueda observar sin pecar y que contribuya a la paz y al buen orden en la Iglesia, como por ejemplo ciertas fiestas y otras solemnidades. Sin embargo, exhortamos a no cargar las conciencias, como si esta suerte de instituciones humanas fueran necesarias para la salvacin. 21

Antes bien enseamos que todas las ordenanzas y las tradiciones instituidas por los hombres para reconciliarse con Dios y merecer su gracia, son contrarias al Evangelio y a la doctrina de la salvacin por la fe en Cristo. He aqu por lo que tenemos por intiles y contrarias al Evangelio los votos monsticos y otras tradiciones que establecen diferencias entre alimentos, das, etc. por las cuales se piensa merecer la gracia y ofrecer satisfaccin por los pecados. Artculo XVI: El gobierno civil En lo que concierne al Estado y al gobierno temporal, enseamos que todas las autoridades en el mundo, los gobiernos y las leyes civiles que mantienen el orden pblico, son instituciones excelentes, creadas y establecidas por Dios. Un cristiano es libre de ejercer las funciones de magistrado, soberano o juez. Puede recurrir a los juicios basados en las leyes imperiales y las otras leyes en vigor, castigar a los malvados, emprender una guerra justa, ser soldado, hacer contratos legales, tener propiedad, hacer juramentos cuando le sean requeridos, casarse etc. Condenamos a los Anabaptistas que prohben todas estas cosas a los creyentes. Condenamos tambin a aquellos que ensean que la perfeccin cristiana consiste en renunciar a las cosas mencionadas mas arriba, mientras que la verdadera perfeccin consiste en el temor en Dios y la fe. El Evangelio no ensea una justicia temporal y exterior, sino que insiste en la vida interior, en la justicia del corazn que es eterna. No se opone al gobierno civil ni al estado, ni al matrimonio, sino que quiere que se observen todas esas cosas como instituciones divinas. Por lo tanto, los Cristianos estn necesariamente obligados a obedecer a sus magistrados y leyes, salvo en el caso de que estas lo conduzcan al pecado. En este caso deben obedecer a Dios antes que a los hombres cf. Hch 5, 29. Artculo XVII: Del retorno de Cristo para Juzgar Enseamos que Nuestro Seor Jesucristo aparecer en el ltimo da para juzgar a vivos y muertos. Resucitar a todos los muertos. A los justos les dar la vida eterna y la felicidad. A los impos y a los demonios los condenar al infierno y los tormentos eternos. Condenamos pues a los Anabaptistas que ensean que las penas de los condenados y los demonios tendrn un fin. Rechazamos asimismo algunas doctrinas judas que hoy en da algunos ensean, que dicen que antes de la resurreccin de los muertos, los justos dominarn la tierra y destruirn a los impos. Artculo XVIII: El libre albedro En lo que respecta al libre arbitrio, enseamos que el hombre posee una cierta libertad para elegir una vida exteriormente justa y que puede elegir entre las cosas accesibles a la razn. Pero sin la gracia, la asistencia y la operacin del Espritu Santo no le es posible al hombre agradar a Dios, arrepentirse sinceramente y poner en El su confianza y remover de su corazn la maldad innata que posee. Esto no es posible sino mediante el Espritu Santo que nos ha sido donado por la Palabra, ya que San Pablo dice en 1 Cor 2,14: El hombre natural no capta las cosas del Espritu de Dios. Esto es dicho de muchas maneras bien claras por San Agustn al hablar sobre el libre albedro en su libro Hipognosticon, L. 3: Confesamos que todos los hombre tienen un libre albedro, ya que todos tienen por naturaleza una razn y una inteligencia innatas. No es que sean libres en el sentido que sean capaces de relacionarse con Dios, como por ejemplo amarlo y temerle con todo el corazn; sino que lo son en el sentido de que pueden elegir entre el bien o el mal en las obras exteriores de esta vida. Por bien entiendo lo que la naturaleza humana es capaz de llevar a cabo: por ejemplo trabajar en un campo, comer, beber, visitar un amigo o no hacerlo, 22

vestirse o desvestirse, casarse, ejercer un oficio y hacer otras cosas parecidas que son buenas y tiles. Y sin embargo, todo esto no se hace sin Dios y no subsiste sin El, ya que de El y por El son todas las cosas. Por otra parte el hombre puede por su propia decisin elegir el mal, como por ejemplo adorar un dolo, cometer un asesinato, etc.. Condenamos pues a los Pelagianos y otros, que ensean que sin el Espritu Santo, por el poder propio de la naturaleza, el hombre puede amar a Dios sobre todas las cosas, cumplir sus mandamientos como tocando "la substancia del acto". Ya que, aunque la naturaleza puede ejercer un acto externo (por ejemplo puede impedir que las manos del ladrn se posen sobre lo que quiere robar o matar), sin embargo no puede producir mociones internas, como el temor de Dios, la confianza en Dios, la castidad, la paciencia, etc.

Artculo XIX: El origen del pecado Con respecto al origen del pecado, he aqu lo que enseamos: Dios ha creado y preserva a la naturaleza toda entera, sin embargo la causa del pecado es la voluntad de los malvados, esto es de los hombres impos que, sin la ayuda de Dios se apartan de Dios, como dice Cristo en Jn. 8, 44: cuando dice la mentira, dice lo que le sale de adentro.

Artculo XX: La fe y las obras Es falsa la acusacin que se nos hace de prohibir las buenas obras. Los escritos sobre los diez Mandamientos y otros por el estilo, dan testimonio de que hemos enseado todo los concerniente a las buenas obras de todos los estados de vida y lo que se necesita para agradar a Dios. Con respecto a estas cosas los predicadores ordinariamente ensean poco, exhortando a obrar cosas infantiles e innecesarias como la observancia de feriados, ayunos, hermandades, peregrinaciones, servicios en honor a los santos, rosarios, vida monstica etc. Como nuestros adversarios han sido amonestados sobre estas cosas, han comenzado ahora a dejarlas de lado y no predican sobre estas obras como antes. Han comenzado ahora a mencionar a la fe, de la cual anteriormente haba un admirable silencio. Ensean que no somos justificados solamente por las obras, sino por una unin de fe y obras. Dicen tambin que somos justificados por la fe y las obras. Esta doctrina es ms tolerable que la antigua y produce mayor consolacin que la anterior. As como la doctrina concerniente a la fe, que debera ser la mas importante en la Iglesia, ha sido tanto tiempo dejada de lado, como lo demuestra el casi total silencio en los sermones concerniente a la rectitud de la fe, mientras la doctrina de las obras era largamente expuesta, los nuestros han comenzado a instruir a los fieles de la siguiente manera: En primer lugar, que nuestras obras no tienen el poder de reconciliarnos con Dios o merecer el perdn de los pecados, la gracia o la justificacin, sino que esto se obra nicamente por la fe; ya que cuando creemos que nuestros pecados han sido perdonados a causa de Cristo que es el mediador para reconciliar al padre con nosotros (1 tim. 2,5). Aquel que se imagina que puede merecer la gracia, desprecia el mrito y la gracia de Cristo; busca un camino por s solo para llegar a Dios sin Cristo., cosa contraria al Evangelio. La doctrina concerniente a la fe es tratada abiertamente y claramente por San Pablo en muchos lugares de sus escritos, particularmente en la carta a los Efesios donde dice Han sido salvados por la gracia mediante la fe, y esto no viene de ustedes sino que es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se glore. (Ef. 2, 8). Y para que no se piense que damos aqu una nueva interpretacin de Pablo, podemos recurrir al testimonio de los Padres que tratan el tema de la misma manera. 23

San Agustn, en muchos de sus volmenes, habla de estas cosas, enseando tambin que es por medio de la fe en Cristo y no por las obras que obtenemos la gracia y la justicia delante de Dios. Similarmente San Ambrosio en el De Vocatione Gentium y en otros lados, ensea lo mismo. En el De Vocatione Gentium dice lo siguiente: "La redencin por la sangre de Cristo tendra poco valor, tampoco las obras del hombre estaran miradas desde la misericordia de Dios si la justificacin, que se obtiene por la gracia, fuera debida a los mritos del hombre, como si fuera, no el regalo del donador sino la recompensa del trabajador." Pero aunque esta doctrina sea menospreciada por los inexpertos, no obstante las conciencias temerosas de Dios encuentran por experiencia que trae una gran consolacin, porque las conciencias no pueden tranquilizarse a travs de ninguna obra sino solamente por la fe, cuando pisan el terreno firme de que por Cristo han sido reconciliados con Dios. Como ensea San Pablo en Rom. 5,1: "Habiendo pues, recibido de la fe nuestra justificacin, estamos en paz con Dios". Toda esta doctrina dice relacin al conflicto de la conciencia que busca la justificacin y no puede entenderse fuera de ese conflicto. Por lo tanto el hombre profano y sin experiencia juzga mal cuando suean que la justificacin cristiana no es otra cosa que la justicia civil y filosfica. Antiguamente las conciencias estaban plagadas con la doctrina de las obras, no escuchaban la consolacin del evangelio. Algunas personas eran conducidas por su conciencia al desierto, a los monasterios, esperando merecer all la gracia por ese gnero de vida. Algunos otros realizaban otras obras mediante las cuales buscar la satisfaccin de sus pecados. Haba por lo tanto mucha necesidad de renovar esta doctrina de la fe en Cristo para dar fin a las conciencias ansiosas, de manera que supieran, no sin consolacin, que la gracia y el perdn de los pecados y la justificacin se obtienen por medio de la fe en Cristo. Instruimos de esta manera a todo el mundo de que el trmino "fe" no significa aqu meramente el conocimiento de la historia como creen los demonios y los impos sino tambin en los efecto de esa historia, principalmente este artculo: el perdn de los pecados, es decir, que por medio de Cristo tenemos la gracia, la justicia y el perdn de los pecados. El que sabe que por Cristo tiene un Padre propio, conoce verdaderamente a Dios; sabe tambin que Dios cuida de el y que puede invocarlo y no est sin Dios como los gentiles. Puesto que los demonios y los impos no pueden creer este artculo: el perdn de los pecados. Por lo tanto odian a Dios como a un enemigo y no esperan ningn bien de El. Agustn tambin recuerda a sus lectores que la palabra "fe" en la Biblia se entiende no como conocimiento, sino como confianza que consuela y da coraje a las mentes atribuladas. Mas an, enseamos que es necesario hacer buenas obras, no porque esperamos merecer la gracia por medio de ellas, sino porque es la voluntad de Dios. Es solamente por medio de la fe que se obtiene el perdn de los pecados, y esto gratuitamente. Y porque por medio de la fe recibimos al Espritu Santo, los corazones se renuevan y llenan con nuevos sentimientos, de manera que dan lugar a que surjan buenas obras. Ambrosio dice en este sentido: "la fe es la madre de la buena voluntad y las obras justas". Ya que los hombre sin el Espritu Santo est lleno de afectos desordenados y es muy dbil para realizar obras buenas a los ojos de Dios. Adems estn bajo el poder del demonio que los empuja a diversos pecados, a opiniones impas, a crmenes alevosos. Esto lo podemos ver en los filsofos, que aunque buscaban vivir una vida honesta, no pudieron y estuvieron llenos de pecados y crmenes. Tal es la debilidad del hombre cuando est sin fe y sin el Espritu Santo y se gobierna a s mismo por sus solas fuerzas. Por lo tanto puede verse que esta doctrina no prohbe las buenas obras, mas bien las recomienda, porque muestra cmo se nos mueve a realizarlas. Ya que sin la fe la naturaleza humana no puede realizar las obras del primer o segundo Mandamiento. Sin la fe el hombre no 24

puede dirigirse a Dios ni esperar nada de El, ni llevar la cruz, sino que busca y se apoya en la ayuda del hombre. De esta manera cuando no hay fe ni confianza en Dios, todo tipo de concupiscencias y consejos meramente humanos rigen el corazn. Por eso dijo el Seor en Jn. 15,5: "Sin mi nada podis hacer". Y la Iglesia canta: Sin tu favor divino nada hay en el hombre Artculo XXI: Sobre el culto a los santos Con respecto al culto a los santos enseamos que se puede proponer la memoria de los santos a los fieles de manera que imitemos su fe y obras de acuerdo a la propia vocacin, como el Emperador puede seguir el ejemplo de David para hacer la guerra al turco y alejarlo de sus dominios, ya que los dos son reyes. Pero la Escritura no ensea que se deba invocar a los santos, pedir su ayuda e intercesin, ya que tenemos a Cristo como nico mediador, propiciador, Sumo Sacerdote e intercesor. El debe ser invocado y nos ha prometido escuchar nuestra oracin. Y este es el culto ms excelente de todos y consiste en buscar a Cristo e invocarlo del fondo del corazn con todas nuestras fuerzas y nuestros deseos. San Juan lo dice as: "Si alguno ha pecado, tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo el justo" 1 Jn. 2, 1.

Conclusin de la primera parte Esta es en resumen la doctrina que enseamos y predicamos en nuestras Iglesias. Como puede verse nada vara de las Escrituras ni de la Iglesia Catlica ni de la Iglesia de Roma como se la conoce por sus escritores. Si este fuera el caso, su juicio es errneo al juzgar a nuestros predicadores como herejes. Han sin embargo desacuerdo con los que respecta ciertos abusos que se han infiltrado en la Iglesia sin la debida autoridad. Pero an en stos, si hubiera alguna diferencia, debera haber indulgencia por parte de nuestros obispos en razn de la Confesin que hemos presentado ahora, porque ni siquiera los cnones son tan severos como para demandar los mismos ritos en todos los lados, ni tampoco en todo momento han sido los ritos de todas las Iglesias los mismos, aunque entre nosotros en su mayor parte, los ritos antiguos son diligentemente observados. Porque es falso y malicioso acusarnos de que todas las cosas instituidos antiguamente han sido suprimidas en nuestras Iglesias. Porque ha sido una queja comn que algunos de los abusos ms graves estaban en relacin con los ritos ordinarios. Estos, en la medida que no pudieran aprobarse delante de una conciencia recta, han sido en cierto sentido corregidos.

Artculo XXII: Sobre la comunin bajo las dos especies A los laicos se les da a comulgar bajo las dos especies en la Cena del Seor, ya que este uso proviene de un mandamiento del Seor en Mt. 26,27: "Tomad y bebed todos de de el". Cristo ha manifestado de esta manera su mandamiento concerniente a la copa de la cual todos deben beber. Y no se puede pensar que esto se refiere solamente a los sacerdotes. Pablo en 1 Cor. 11, 27 indica que toda la comunidad comulgaba bajo las dos especies. Y esto uso permaneci durante mucho tiempo en la Iglesia. No se sabe cuando ni bajo qu autoridad fue cambiado, aunque el 25

Cardenal Cusano menciona el tiempo en que fue aprobado. Cipriano da testimonio que la sangre era dada al pueblo. Lo miso atestigua Jernimo que dice: "Los sacerdotes administran la Eucarista y distribuyen la Sangre de Cristo al pueblo. De la misma manera el Papa Gelasio ordena que el sacramento no sea dividido (dis. II, De Consecratione, cap. Comperimus). Solamente la costumbre reciente dice lo contrario. Pero es evidente que la costumbre introducida contra los mandamientos de Dios no ha de ser admitida, como lo dicen los cnones (dis.III, cap. Veritate y los captulos siguientes). Adems esta costumbre va no solamente contra la Escritura, sino tambin contra los antiguos cnones y ejemplos de la Iglesia. Por lo tanto, si alguno prefiri el uso de las dos especies del Sacramento, no debera haber sido compelido con defensa a su conciencia a hacer lo contrario. Y porque la divisin del Sacramento se contradice con los Mandamientos de Cristo, acostumbramos omitir la procesin que hasta ahora ha estado en uso.

XXIII. EL MATRIMONIO DE LOS SACERDOTES Se ha hecho or en todo el mundo, entre toda clase de personas, ya de posicin elevada ya humilde, una muy fuerte queja con respecto a la gran inmoralidad y la vida desenfrenada de los sacerdotes que no podan permanecer continentes y que con sus vicios tan abominables haban llegado al colmo. Para evitar tanto y tan terrible escndalo, adulterio y otras formas de lascivia, algunos de nuestros sacerdotes han contrado matrimonio. Estos aducen como motivo que los impuls la gran angustia de su conciencia, ya que la Escritura afirma claramente que el matrimonio fue ordenado por Dios el Seor para evitar la impureza, como dice Pablo: A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer; asimismo: Mejor es casarse que quemarse. Y al decir Cristo en Mateo 19: 11: No todos reciben esta palabra, el mismo Cristo (y seguramente conoca la naturaleza humana) indica que pocos tienen el don de la continencia. Varn y hembra Dios los cre, Gn. 1: 27. La experiencia ha demostrado con sobrada claridad si el hombre, por sus propias fuerzas y facultades, sin don y gracia especiales de Dios, por propio empeo y voto, puede mejorar o cambiar la creacin de Dios, quien es la suprema majestad. Qu clase de vida buena, honesta y casta, qu conducta cristiana, honrosa y recta ha resultado de ello? Ha quedado de manifiesto que en la hora de la muerte muchos han sufrido en su conciencia horrible y espantosa inquietud y tormento, cosa que muchos de ellos mismos han admitido. Ya que la palabra y el mandamiento de Dios no pueden ser alterados por ningn voto o ley humana, los sacerdotes y otros clrigos se han casado movidos por stos y otros motivos y razones. Tambin se puede comprobar por los relatos y por los escritos de los Padres que en la iglesia cristiana de antao los sacerdotes y diconos acostumbraban casarse. Por eso dice Pablo en 1 Tim. 3: Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer. Y no fue sino hace apenas cuatrocientos aos que los sacerdotes en tierras germnicas fueron despojados con violencia del matrimonio y obligados a tomar el voto de castidad. Y fue tan generalizada y vehemente la oposicin que un arzobispo de Maguncia, el cual haba promulgado el nuevo edicto papal al respecto, por poco fue muerto en una insurreccin de todo el sacerdocio. La misma prohibicin desde el principio fue puesta en prctica tan precipitada y desmaadamente que el papa no slo prohibi a los sacerdotes el matrimonio futuro, sino que disolvi los matrimonios de quienes haban estado casados por mucho tiempo, lo cual no slo es contrario a todo derecho divino, natural y secular, sino que tambin es diametralmente opuesto a los cnones que los mismos papas haban formulado y a los concilios ms clebres. Asimismo, muchas personas encumbradas, piadosas y entendidas, han exteriorizado la opinin de que este celibato forzado y el despojamiento del matrimonio, que Dios mismo instituy y dej al arbitrio de cada uno, jams 26

ocasion nada bueno, sino al contrario ha dado origen a vicios graves y mucho escndalo. Tambin uno de los mismos papas, Po XII, como lo demuestra su biografa, dijo repetidas veces e hizo escribir que quizs haya razones que veden el matrimonio a los clrigos, pero hay muchas razones ms poderosas, importantes y categricas para permitirles nuevamente la libertad de casarse. No cabe duda que el papa Po, como hombre inteligente y sabio, hizo esta aseveracin tras mucha reflexin. Por lo tanto, en sumisin a Vuestra Majestad Imperial, estamos confiados de que Vuestra Majestad, como emperador cristiano e ilustre, se dignar tener presente que en estos das postreros de los cuales habla la Escritura, el mundo se vuelve peor y los hombres se hacen siempre ms dbiles y frgiles. Por consiguiente, es muy necesario, provechoso y cristiano comprender este hecho para que la prohibicin del matrimonio no ocasione la introduccin en tierras alemanas de inmoralidad y vicios ms vergonzosos. Nadie puede disponer ni modificar tales cosas con ms sapiencia o mejor que Dios mismo, quien instituy el matrimonio para prestar auxilio a la debilidad humana y evitar la inmoralidad. Tambin los antiguos cnones dicen que a veces es necesario suavizar y disminuir la dureza y el rigor, a causa de la debilidad humana para prevenir y evitar el escndalo. En este caso sera por cierto cristiano y necesario. Cmo puede ser una desventaja para toda la iglesia cristiana el matrimonio de los sacerdotes y religiosos, especialmente el matrimonio de los pastores y otros que deben servir a la iglesia? En lo futuro habr escasez de sacerdotes y pastores si esta dura prohibicin del matrimonio permanece en pie. El matrimonio de los sacerdotes y clrigos est fundamentado en la Palabra y el mandato divinos. Adems, la historia demuestra que los sacerdotes contrajeron matrimonio y que el voto de castidad ha ocasionado tanto escndalo espantoso y anticristiano, tanto adulterio, inmoralidad horrible y vicio abominable que hasta algunos hombres honrados entre el clero de catedral y algunos cortesanos de Roma lo han admitido con frecuencia y han aseverado quejosamente que el predominio abominable de tal vicio entre el clero provocara la clera de Dios. En vista de esto, es lamentable que el matrimonio cristiano no slo haya sido prohibido, sino que en algunos lugares se lo haya castigado muy precipitadamente, como si se tratara de un gran crimen, y todo esto a pesar de que en la Sagrada Escritura Dios orden tener en gran estima el matrimonio. El matrimonio tambin se ensalza en el derecho imperial y en todas las monarquas donde ha habido leyes y justicia. Slo en nuestra poca se empieza a martirizar a la gente inocente nicamente a causa del matrimonio, especialmente a los sacerdotes, con los cuales debiera guardarse ms consideracin que con otros. Esto acontece no solo contrariamente al derecho divino sino tambin al derecho cannigo. En 1 Ti. 4: 13 el apstol Pablo llama doctrina de demonios a la enseanza que prohbe el matrimonio. Cristo mismo dice en Juan 8: 44 que el diablo fue asesino desde el principio. Estos dos textos concuerdan bien, porque necesariamente es doctrina de demonios lo que prohbe el matrimonio y se atreve a mantener tal doctrina mediante el derramamiento de sangre. Pero as como ninguna ley humana puede abolir o alterar el mandamiento de Dios, tampoco ningn voto lo puede alterar. Por lo tanto, San Cipriano aconseja que se casen las mujeres que no guardan la castidad prometida; as dice en su epstola undcima: Pero si no quieren o no pueden conservar la castidad, es mejor casarse que caer en el fuego por causa de sus deseos, cuidndose muy bien de no hacer tropezar a los hermanos y hermanas. Adems, todos los cnones usan de mucha lenidad y equidad para con aquellos que en su juventud hicieron voto, y lo cierto es que la mayor parte de los sacerdotes y los monjes en su juventud ingresaron en ese estado por ignorancia. 27

XXIV. LA MISA Se acusa a los nuestros sin razn de haber abolido la misa. Es manifiesto (lo decimos sin jactancia) que la misa se celebra con mayor reverencia y seriedad entre nosotros que entre los oponentes. Asimismo, se instruye al pueblo con frecuencia y suma diligencia acerca del propsito de la institucin del santo sacramento y respecto a su uso; es decir, que debe usarse con el fin de consolar las conciencias angustiadas. As se atrae al pueblo a la comunin y a la misa. Al mismo tiempo, tambin se imparte instruccin en cuanto a otras doctrinas falsas acerca del sacramento. Adems, en las ceremonias pblicas de la misa no se ha introducido ningn cambio manifiesto, excepto que en algunas partes se entonen himnos alemanes, junto a los cnticos latinos, para instruir y aleccionar al pueblo, ya que el propsito principal de todas las ceremonias debe ser que el pueblo aprenda lo que necesite saber de Cristo. Se ha abusado de la misa de muchas maneras en tiempos pasados. Todo el mundo sabe que se ha hecho de la misa una especie de feria, que las misas se compraban y se vendan y se celebraban en todas las iglesias mayormente para lucrar. Estos abusos fueron criticados repetidas veces por hombres eruditos y piadosos, tambin antes de nuestra poca. Nuestros predicadores han hablado de estas cosas, y se ha recordado a los sacerdotes la grave responsabilidad que debe pesar sobre cada cristiano, es decir, que quien use del sacramento indignamente es culpable del cuerpo y de la sangre de Cristo. Por consiguiente, tales misas privadas y misas votivas, que hasta ahora se han celebrado por fuerza y con fines de lucro y por inters de las prebendas, han sido suspendidas en nuestras iglesias. Al mismo tiempo se ha repudiado el error abominable segn el cual se enseaba que nuestro Seor Cristo por su muerte hizo satisfaccin slo por el pecado original e instituy la misa como sacrificio por los dems pecados, estableciendo as la misa como sacrificio por los vivos y los muertos para quitar el pecado y aplacar a Dios. De ah se lleg a debatir si una misa celebrada por muchos vale tanto como una celebrada por un solo individuo. El gran nmero incontable de misas tienen su origen en el deseo de obtener de Dios por medio de esta obra todo lo que uno necesita, al paso que se ha echado al olvido la fe en Cristo y el verdadero culto a Dios. Por esta razn, como sin duda lo exiga la necesidad, se ha dado instruccin para que nuestro pueblo tuviera conocimiento del uso debido del sacramento. En primer lugar, la Escritura indica en muchos lugares que no hay sacrificio alguno por el pecado original y otros pecados fuera de la nica muerte de Cristo. Porque est escrito en la Epstola a los Hebreos que Cristo se santific a s mismo una sola vez y as hizo satisfaccin por todos los pecados (10: 10, 14). En realidad es una innovacin inaudita en la doctrina eclesistica que la muerte de Cristo expa nicamente el pecado original y no los dems pecados. Por lo tanto, es de esperarse que todos entendern que tal error no se ha reprobado sin causa justificada. En segundo lugar, San Pablo ensea que obtenemos la gracia ante Dios por la fe y no mediante las obras. Manifiestamente contrario a esta doctrina es el abuso de la misa segn el cual se supone que la gracia se consigue mediante esta obra. Adems, es bien sabido que se emplea la misa con el fin de borrar el pecado y obtener de Dios la gracia y toda suerte de beneficios. El sacerdote cree hacer esto no slo por s mismo, sino tambin por todo el mundo y por otros, tanto vivos como muertos. En tercer lugar, el santo sacramento no fue instituido para hacer de l un sacrificio por el pecado porque este sacrificio ya se ha realizado- sino con el fin de despertar nuestra fe y de consolar nuestras coincidencias, al darnos cuenta mediante el sacramento de que la gracia y el perdn del pecado nos han sido prometidos por Cristo. Por esta razn este sacramento exige fe y sin fe se usa en vano. Puesto que la misa no es un sacrificio para quitar los pecados de otros, 28

vivos o muertos, sino que debe ser una comunin en la cual el sacerdote y otros reciben el sacramento para s, nuestra costumbre es que en los das de fiesta y en otras ocasiones cuando hay comulgantes presentes, se celebra la misa, para que comulguen quienes lo deseen. De modo que la misa se conserva entre nosotros en su debido uso, de la misma manera como se celebr antiguamente en la iglesia y como se puede comprobar en la Primera Epstola de San Pablo a los Corintios, cap. 11: 20 ss., y en los escritos de muchos Padres. Por ejemplo, Crisstomo refiere cmo el sacerdote a diario estaba delante del altar, invitando a algunos a comulgar, pero prohibindoselo a otros. Los antiguos cnones indican que uno solo celebraba el oficio y daba la comunin a los sacerdotes y diconos, porque as rezan las palabras del canon de Nicea: Los diconos en su orden debern recibir, despus que los sacerdotes, el sacramento de manos del obispo o del sacerdote. De manera que no se ha introducido innovacin alguna que no existiera en la iglesia de antao, tampoco se ha hecho cambio alguno en las ceremonias pblicas de la misa, salvo que se han suprimido las misas innecesarias que se celebraban, quizs a manera de abuso, al lado de la misa parroquial. Por consiguiente, en toda justicia, esta manera de celebrar la misa no deber condenarse como hertica y anticristiana. Antiguamente, an en los templos grandes frecuentados por mucha gente, no se celebraban misas diarias ni en los das cuando concurra la gente, ya que la Historia Tripartita en el libro 9 indica que en Alejandra los mircoles y los viernes se lea y se interpretaba la Escritura, y por lo dems se celebraban todos los oficios sin la misa.

XXV. LA CONFESIN La confesin no ha sido abolida por parte de los predicadores de nuestro lado. Se conserva entre nosotros la costumbre de no ofrecer el sacramento a quienes con antelacin no hayan sido odos y absueltos. A la vez se ensea diligentemente al pueblo que la palabra de la absolucin es consoladora y que ha de tenerse en gran estima. No es la voz o la palabra del hombre que la pronuncia, sino la palabra de Dios, quien perdona el pecado, ya que la absolucin se pronuncia en lugar de Dios y por mandato de l. Se instruye con mucha diligencia que este mandato y poder de las llaves es muy consolador y necesario para las conciencias aterrorizadas. Tambin enseamos que Dios ordena creer en esta absolucin como si fuera su voz que resuena desde el cielo y que debemos consolarnos gozosamente en base de la absolucin, sabiendo que mediante tal fe obtenemos el perdn de los pecados. En pocas anteriores los predicadores que daban mucha instruccin sobre la confesin no mencionaban ni una sola palabra respecto a estas enseanzas necesarias; al contrario, slo martirizaban las conciencias exigiendo largas enumeraciones de pecados, satisfacciones, indulgencias, peregrinaciones y cosas similares. Muchos de nuestros adversarios mismos reconocen que nosotros hemos escrito y tratado el verdadero arrepentimiento cristiano de una manera ms conveniente que sola hacerse antes. Respecto a la confesin se ensea que no se ha de obligar a nadie a enumerar los pecados detalladamente. Tal cosa es imposible, como el salmo dice: Los errores, quin los entender?. Tambin Jeremas dice: El corazn del hombre es tan perverso que es imposible escudriarlo. La desgraciada naturaleza humana se ha sumido tan hondamente en los pecados que no los puede ver ni conocer todos. Si furamos absueltos solamente de aquellos pecados que podemos enumerar, poca ayuda recibiramos. Por este motivo no es necesario obligar a la gente a enumerar los pecados en forma detallada. Los Padres opinaron de la misma manera; por ejemplo, en Dist. I, De poenitentia se citan las palabras de Crisstomo: No digo que debas exponerte pblicamente ni que te denuncies ni admitas tu culpa en presencia de otro, sino obedece al profeta que dice: 29

Revela al Seor tu camino. Por tanto, en tu oracin confisate a Dios el Seor, el verdadero juez; no manifiestes tu pecado con la boca sino en tu conciencia. De estas palabras se desprende claramente que Crisstomo no obliga a enumerar los pecados en detalle. Tambin la nota marginal sobre De poenitentia, Dist. 5 ensea que la confesin no fue ordenada por la Escritura, sino instituida por la iglesia. No obstante, nuestros predicadores ensean diligentemente que por el consuelo de las conciencias angustiadas y por algunos otros motivos, debe retenerse la confesin a causa de la absolucin, la cual es el punto principal y la parte primordial de la confesin.

XXVI. LA DISTINCIN DE LAS COMIDAS Anteriormente se ense, se predic y se escribi que la distincin de las comidas y tradiciones similares instituidas por los hombres sirven para merecer la gracia y hacer satisfaccin por los pecados. Por este motivo se inventaron a diario nuevos ayunos, nuevas ceremonias, nuevas rdenes y cosas similares, insistiendo en ellas con vehemencia y severidad, como si tales asuntos constituyeran actos necesarios de culto, mediante los cuales, si se observan, se poda merecer la gracia, y que, de no observarlos, se incurrira en grave pecado. Esto ha dado origen a muchos errores perjudiciales en la iglesia. En primer lugar, as se oscurecieron la gracia de Cristo y la doctrina acerca de la fe, que el evangelio nos propone con mucha seriedad, insistiendo con firmeza que el mrito de Cristo se tenga en alta estima y que se sepa que la fe en Cristo ha de colocarse muy por encima de toda obra humana. Por esta razn, San Pablo combati enrgicamente contra la ley de Moiss y la tradicin humana, para que aprendamos que ante Dios no nos hacemos justos mediante nuestras obras, sino que slo por la fe en Cristo y que obtenemos la gracia por causa de l. Tal doctrina ha desaparecido casi del todo por haberse enseado que debemos ganarnos la gracia mediante ayunos prescriptos, la distincin entre las comidas, el uso de ciertas vestiduras, etc. En segundo lugar, tales tradiciones tambin han oscurecido el mandamiento de Dios, porque ellas se han colocado muy por encima del mandamiento divino. Se consideraba que la vida cristiana consista nicamente en lo siguiente: quien guardaba las fiestas, quien rezaba, quien ayunaba, quien se vesta de determinada manera, se supona que llevaba una vida espiritual y cristiana. Por otro lado, otras buenas obras necesarias se consideraban como profanas y no espirituales, es decir, las obras que cada cual est obligado a desempear segn su vocacin: por ejemplo, que el padre de familia trabaje para sostener a su esposa e hijos y educarlos en el temor de Dios, que la madre tenga hijos y los cuide, etc. Tales obras ordenadas por Dios, segn se alegaba, constituan una vida profana e imperfecta; pero las tradiciones tenan la reputacin aparatosa de que slo ellas constituan obras santas y perfectas. Por este motivo nunca se dej de inventar tales tradiciones. En tercer lugar, tales tradiciones han resultado una carga onerosa para las conciencias. No era posible guardar todas las tradiciones; y no obstante, el pueblo tena la opinin de que ellas constituan un culto necesario. Gerson escribe que debido a ello muchos cayeron en la desesperacin y que algunos hasta se suicidaron porque no oyeron nada del consuelo de la gracia de Cristo. Se observa cmo se confundieron las conciencias entre los sumistas y telogos, los cuales se propusieron coleccionar las tradiciones y buscar cierta mitigacin, para ayudar a las conciencias, y sin embargo, estuvieron tan ocupados en este asunto que entretanto qued marginada toda saludable doctrina cristiana acerca de cosas ms necesarias: por ejemplo, la fe, el consuelo en duras tensiones y cosas similares. Tambin muchas personas piadosas y eruditas se 30

quejaron con vehemencia de que tales tradiciones ocasionaran tantas rias en la iglesia que a la gente piadosa se le impeda llegar al conocimiento verdadero de Cristo. Gerson y algunos otros se quejaron amargamente sobre esto. En efecto tambin Agustn expres su desagrado porque se opriman las conciencias con tantas tradiciones. Por este motivo ense l que no se las debe considerar como cosas necesarias. Por lo tanto, los nuestros han aleccionado respecto de estos asuntos, no por frivolidad o desprecio del poder eclesistico, sino que una urgencia muy grande los ha impulsado a llamar la atencin sobre los susodichos errores, que han surgido por una interpretacin equivocada de la tradicin. El evangelio obliga a recalcar en la iglesia la doctrina de la fe, la cual sin embargo no puede entenderse cuando se opina que la gracia se merece mediante obras de eleccin propia. A este respecto se ha enseado que no es posible, mediante el cumplimiento de tradiciones inventadas por los hombres, merecer la gracia o reconciliar a Dios o hacer satisfaccin por el pecado; y por esta razn no se deber hacer de tales tradiciones un acto de culto necesario. Para ello, se citan al respecto pruebas de la escritura. En Mat. 15: 9 Cristo excusa a los apstoles cuando no observaron las tradiciones acostumbradas y dice al respecto: En vano me honran con mandamientos de hombres. Ya que Cristo lo llama un servicio vano, ste no puede ser necesario. Poco despus agrega: Lo que entra en la boca no contamina al hombre (15: 11). Tambin Pablo dice en Ro. 14: 17: El reino de los cielos no es comida ni bebida. En Col. 2: 16 dice: Nadie os juzgue respecto a comida, bebida, el sbado, etc.. En Hechos 15: 19 s. Dice Pedro: Por qu tentis a Dios, poniendo sobre el cerviz de los discpulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia de nuestro Seor Jesucristo seremos salvos, de igual modo que ellos. En este texto Pedro prohbe oprimir a las conciencias con ms ceremonias externas, ya sean de Moiss, o de otros. En 1 Ti. 4: 1, 3 las prohibiciones de comida, matrimonio, etc., se llaman doctrinas de demonios. Porque es diametralmente contrario al evangelio instituir o realizar tales obras con el fin de ganar el perdn del pecado, o como si nadie pudiese ser cristiano sin realizar tales actos de culto. A los nuestros se los acusa de prohibir, al igual que Joviniano, la mortificacin de la carne y la disciplina, pero se ver de sus escritos que es todo lo contrario; pues siempre han enseado que los cristianos tienen la obligacin de sufrir bajo la santa cruz, que es la verdadera y sincera mortificacin y no la fingida. Al mismo tiempo se ensea que toda persona est obligada a disciplinarse con ejercicios corporales como el ayuno y otras obras, de modo que no d lugar al pecado, pero no para merecer la gracia por medio de tales cosas. Estos ejercicios corporales no deben realizarse slo en ciertos das fijos, sino constantemente. De esto habla Cristo en Luc. 21: 34: Guardaos de que vuestros corazones no se carguen de glotonera. Tambin dice: Los demonios no son echados sino mediante ayuno y oracin. Pablo dice que castiga su cuerpo y lo sujeta a obediencia; as indica que la mortificacin no debe hacerse para merecer la gracia, sino para disciplinar al cuerpo de modo que no impida lo que cada cual est obligado a hacer segn su vocacin. As el ayuno no se rechaza; lo que s se reprueba es que se haya convertido en un acto de culto necesario, limitado a ciertos das y a ciertas comidas, con la consiguiente confusin de conciencias. Adems, nosotros celebramos muchas ceremonias y tradiciones, por ejemplo, el orden de la misa y otros cnticos, fiestas, etc., las cuales sirven para mantener el orden de la iglesia. Pero al mismo tiempo se instruye al pueblo en el sentido de que tal culto externo no hace que el hombre sea aceptable ante Dios, y que se debe actuar sin agobiar a la conciencia, de modo que si se omiten tales actos sin dar ofensas, no se incurre en pecado. Los Padres antiguos tambin sostuvieron esta libertad frente a las ceremonias externas. En el Oriente se celebraba la Pascua de Resurreccin en fecha distinta que en Roma. Cuando algunos 31

quisieron dar a esta diferencia el carcter de un cisma, otros les advirtieron que no es necesario mantener la uniformidad en tales costumbres. Irineo dice lo siguiente: La falta de uniformidad en los ayunos no destruye la unidad de la fe. Tambin en el Dist. 12 est escrito que dicha falta de uniformidad en las ordenanzas humanas no es contraria a la unidad de la cristiandad. La Historia Tripartita en el libro 9 recoge muchas costumbres eclesisticas dismiles y enuncia una sentencia cristiana muy til: La intencin de los apstoles no fue instituir das de fiesta, sino ensear la fe y el amor. XXVII. LOS VOTOS MONSTICOS Al hablar de los votos monsticos se hace necesario, en primer lugar, tener presente las condiciones de los monasterios y el hecho de que en ellos sucedan muchas cosas a diario, no slo contra la palabra de Dios, sino tambin contra el derecho papal. En el tiempo de San Agustn la vida monstica era voluntaria; despus, cuando se corrompieron la verdadera disciplina y la enseanza, se inventaron los votos monsticos y con ello se propuso establecer nuevamente la disciplina como por medio de una crcel. Adems de los votos se impusieron muchas otras exigencias, mediante tales lazos y cargas se oprimi a muchos an antes de que llegaran a una edad conveniente. Tambin muchas personas adoptaron la vida monstica por ignorancia, porque si bien no eran demasiado jvenes, no haban medido ni entendido suficientemente su capacidad. Todas ellas, habiendo sido enredadas de esta manera, fueron obligadas a permanecer en estas ataduras, a pesar de que an el derecho papal libera a muchos. La prctica fue ms estricta en los conventos de mujeres que en los de los hombres, an cuando debi haberse mostrado ms consideracin a las mujeres por pertenecer al sexo dbil. La misma severidad y rigidez desagrad a mucha gente piadosa en tiempos pasados, porque bien pudieron observar que se encerraba tanto a muchachos como a muchachas en los monasterios para lograr su manutencin corporal. Tambin pudieron advertir que tal procedimiento acarreaba malos resultados y ocasionaba mucho escndalo y muchas dificultades para las conciencias. Mucha gente se quej de que en un asunto tan importante los cnones ni siquiera fueran tomados en cuenta. Adems, se form un concepto tan exagerado de los votos monsticos que muchos monjes con un poco de entendimiento manifestaron su desagrado abiertamente. Porque se sostena que los votos monsticos eran iguales al bautismo y que mediante la vida monstica se mereca el perdn del pecado y la justificacin ante Dios. Adems de que se mereca la justicia y la piedad mediante la vida monstica, agregaban que por medio de tal vida se guardaban los preceptos y los consejos del evangelio, de modo que as se alababan los votos monsticos ms que el bautismo. Se sostena tambin que mediante la vida monstica se consegua ms mrito que por medio de todos los dems estados de vida ordenados por Dios, como los de pastor y predicador, de gobernador, prncipe, seor y de otros similares, todos los cuales sirven en su vocacin conforme al mandamiento, palabra y precepto de Dios y sin santidad inventada. Ninguna de estas cosas puede negarse, ya que se encuentran en sus propios libros. Adems, quien as queda atrapado al entrar en el monasterio aprende poco acerca de Cristo. Antao haba en los monasterios escuelas de Sagradas Escrituras y de otras artes tiles a la iglesia cristiana, para que de ellas salieran pastores y obispos. Pero ahora los monasterios tienen un aspecto muy diferente. En tiempos pasados la gente se congregaba en la vida monstica con el fin de aprender la Escritura. Ahora sostienen que la vida monstica es de tal ndole que mediante ella se obtiene la gracia de Dios y la justicia delante de l. De hecho dicen que es un estado de perfeccin. As la colocan muy por encima de los otros estados que Dios ha ordenado. Todo esto 32

se aduce sin ningn deseo de calumniar, para que se pueda percibir y entender mejor cmo los nuestros ensean y predican. En primer lugar, se ensea entre nosotros, respecto a quienes desean casarse que todos los que no estn preparados para la vida clibe tienen el poder y estn en todo su derecho de casarse, ya que los votos no pueden anular la ordenanza y el mandamiento divino. El mandamiento de Dios reza as en 1 Cor. 7:2: A causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una su propio marido. No slo el mandamiento divino, sino tambin la creacin y ordenanza divinas compelen e impulsan al matrimonio a todos los que no han recibido el carisma de la virginidad mediante una obra especial de Dios, conforme a esta palabra de Dios mismo en Gn. 2:18: No es bueno que el hombre est solo; le haremos ayuda idnea para l. Ahora bien, qu es lo que puede oponerse a esto? Por mucho que se alabe y ensalce el voto y la obligacin, no obstante es imposible lograr por fuerza que el mandamiento divino quede invalidado. Los eruditos dicen que los votos contrados contra el derecho papal son invlidos. Cunto menos deben obligar y tener vigencia y validez si se contraen en contra el mandamiento de Dios! Si la obligacin de los votos fuera tan rgida que no pudiese existir ningn motivo para anularlos, entonces los papas no habran podido conceder dispensaciones de los votos; porque ningn hombre tiene la facultad de anular la obligacin que tenga su origen en el derecho divino. Por eso, los papas han considerado acertadamente en el caso de tal obligacin que se debe usar de lenidad; y con frecuencia han concedido dispensas, como en el caso del rey de Aragn y en muchos otros. Si se han concedido dispensas para mantener intereses temporales, con mucha ms razn se deber dispensar por causa de la necesidad de las almas. Por consiguiente, por qu insiste la oposicin tan categricamente en que deben guardarse los votos, sin investigar de antemano si el voto ha conservado su ndole? Pues el voto debe abarcar lo que es posible, y ser voluntario y ajeno a su coaccin. Pero, bien se sabe hasta qu punto la castidad perpetua est dentro de la capacidad humana. Adems, han sido pocos, tanto hombres como mujeres, quienes por s mismos, voluntaria y deliberadamente, han hecho el voto monstico. Antes de que lleguen al uso debido de la razn, se les persuade a hacer el voto monstico, y a veces an se los obliga y fuerza. Por lo tanto, no es justo que se dispute sobre la obligacin del voto con tanta precipitacin y vehemencia, en vista de que todos reconocen que el contraer un voto involuntariamente y sin la debida deliberacin es contrario a la naturaleza misma del voto. Algunos cnones y el derecho papal invalidan el voto contrado antes de los quince aos. Consideran que antes de alcanzar esa edad una persona no posee suficiente comprensin como para decidir sobre el estado en que vivir durante toda su vida. Otro canon concede an ms aos a la debilidad humana, prohibiendo contraer el voto monstico antes de cumplir los dieciocho aos. As, pues, la mayora tiene razn y justificacin para salir de los monasterios, porque la mayor parte entr en ellos durante la niez, antes de llegar a tal edad. Por ltimo, an cuando se pudiera censurar el rompimiento del voto monstico, no se podra concluir de ello que debiera anularse el matrimonio de quienes lo rompieron. San Agustn dice en pregunta 27, captulo I de su escrito Nuptiarum que tal matrimonio no debe anularse. Ahora bien, la autoridad de San Agustn en la iglesia cristiana no es de poca monta, si bien es cierto que posteriormente otros opinaron de modo distinto que l. Aunque el mandamiento de Dios respecto al estado de matrimonio libra y exime a muchos de los votos monsticos, los nuestros aducen an ms motivos en favor de su nulidad e invalidez. Todo acto de culto instituido y elegido por los hombres sin mandato y precepto divinos para obtener la justicia y la gracia de Dios se opone a Dios, al santo evangelio y al precepto divino. Cristo mismo dice en Mat. 15:9: En vano me honran con mandamientos de hombres. Tambin 33

San Pablo ensea en todas partes que no se debe buscar la justicia en nuestros preceptos ni en actos de culto ideados por los hombres, sino que la justicia y la piedad ante Dios provienen de la fe y la confianza al creer que Dios nos recibe en su gracia por causa de su nico Hijo Jesucristo. Es evidente que los monjes han enseado y predicado que la espiritualidad inventada satisface por los pecados y obtiene la gracia y la justicia de Dios. Ahora bien, no significa esto minimizar la gloria y la magnitud de la gracia de Cristo y negar la justicia de la fe? De esto se sigue que tales votos acostumbrados eran actos de culto equivocados y falsos. Por lo tanto, no son obligatorios, porque un voto impo y contrado contra el mandato de Dios es nulo. Tambin los cnones ensean que el juramento no debe ser un lazo de pecado. San Pablo dice en Gal. 5:4: De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificis, de la gracia habis cado. Por consiguiente, los que desean justificarse mediante los votos tambin se han desligado de Cristo y caen de la gracia de Dios. Los tales despojan a Cristo de su honor, quien slo justifica, y se lo dan a sus votos y a su vida monstica. Tampoco se puede negar que los monjes han enseado y predicado que por medio de sus votos, su vida monstica y su conducta eran justificados y merecan el perdn de los pecados. En efecto, han inventado cosas an ms ineptas y absurdas, diciendo que hacan partcipes a otros de sus buenas obras. Si uno quisiera recalcar y censurar todo esto con aspereza, cuntas cosas podran traerse a colacin, cosas de las cuales los monjes mismos ahora se avergenzan y quisieran no haber hecho! Adems de todo esto, han persuadido al pueblo de que este inventado estado espiritual de las rdenes constituye la perfeccin cristiana. Esto es ciertamente alabar las obras con el fin de obtener la justificacin por ellas. Ahora bien, no es un leve escndalo en la iglesia cristiana proponer al pueblo tal acto de culto que los hombres han inventado sin el mandamiento de Dios y ensear que tal acto hace que los hombres aparezcan ante Dios como piadosos y justos. La noticia de la fe, la cual debe recalcarse ante todo en la iglesia cristiana, se oscurece cuando los ojos del pueblo son deslumbrados con esta extraa religiosidad angelical y con la afectacin falsa de la pobreza, la humildad y la castidad. Adems, se oscurecen los mandamientos de Dios y el verdadero culto de Dios cuando el pueblo oye que solamente los monjes se encuentran en estado de perfeccin. Pues la perfeccin cristiana consiste en temer a Dios de corazn y con sinceridad, y no obstante tener una ntima confianza y fe de que por causa de Cristo tenemos un Dios lleno de gracia y de misericordia, que podemos y debemos pedir a Dios lo que nos hace falta y esperar confiadamente de l ayuda en toda tribulacin, cada uno de acuerdo con su vocacin y condicin. Consiste tambin en que realicemos buenas obras diligentemente y en que atendamos a nuestro oficio. En esto consiste la verdadera perfeccin y el verdadero culto a Dios, y no en pedir limosna ni en usar capuchas de color negro o gris, etc. Pero El pueblo comn deduce una opinin mucho ms perjudicial de la falsa alabanza que se hace de la vida monstica, al or que se alaba desmesuradamente el estado clibe. De ello resulta que vive en el matrimonio con conciencia intranquila. Cuando el hombre comn oye que slo los mendigos deben ser contados como perfectos, no puede saber que se le permite tener posesiones y negociar con ellas sin pecado. Cuando el pueblo oye que no vengarse es solamente un consejo, resulta que algunos opinan que no es pecado vengarse fuera del ejercicio de su oficio. Algunos opinan que no corresponde a los cristianos, ni an al gobierno, castigar el mal. Se leen muchas cosas de hombres que abandonaron a esposa e hijos, e incluso su oficio civil, y se recluyeron en un monasterio. Segn dijeron, esto es huir del mundo y buscar una vida ms agradable a Dios que la de las otras personas. Y no podan tampoco saber que es necesario servir a Dios observando los mandamientos que l ha dado y no guardando los mandamientos inventados por los hombres. Un estado de vida bueno y perfecto es el que se apoya en el 34

mandamiento de Dios, pero es pernicioso el estado de vida que no tenga de su lado el mandamiento divino. Fue necesario impartir al pueblo instruccin apropiada respecto a tales asuntos. En otro tiempo Gerson tambin censur el error de los monjes respecto a la perfeccin, indicando que en esa poca era una novedad decir que la vida monstica constituyese un estado de perfeccin. Muchsimas opiniones y errores impos se relacionan con los votos monsticos: Se alega que nos hacen justos y piadosos ante Dios, que constituyen la perfeccin cristiana, que mediante la vida monstica se guardan tanto los consejos como los mandamientos del evangelio y que ella produce las buenas obras de supererogacin que no estamos obligados a rendir a Dios. Puesto que todo esto es falso, vano e inventado, los votos monsticos son nulos e invlidos. XXVIII. LA POTESTAD DE LOS OBISPOS En tiempos pasados se escribieron muchas y diversas cosas acerca del poder de los obispos. Algunos han confundido impropiamente el poder de los obispos y el poder de la espada temporal. Tal confusin catica trajo como consecuencia muy grandes guerras, tumultos e insurrecciones, porque los obispos, con el pretexto del poder otorgado por Cristo, no solamente han introducido nuevos actos de culto y mediante la reservacin de algunos casos y el empleo violento del entredicho han oprimido a las conciencias, sino que se han atrevido a poner y deponer, a su antojo, a emperadores y reyes. Desde hace mucho tiempo personas eruditas y temerosas de Dios dentro de la cristiandad han censurado tales desafueros. Por este motivo nuestros telogos, para consuelo de las conciencias, se han visto obligados a exponer la distincin entre el poder espiritual y el poder y la autoridad temporales. Los nuestros han enseado que a causa del mandamiento de Dios se deben honrar con toda reverencia ambos poderes y autoridades y que deben estimarse como los dones divinos ms nobles en este mundo. Nuestros telogos ensean que, de acuerdo con el evangelio, el poder de las llaves, o de los obispos es un poder y mandato divino de predicar el evangelio, de perdonar y retener los pecados y de distribuir y administrar los sacramentos, porque Cristo envi a los apstoles con el siguiente encargo: Como me envi el Padre, as tambin yo os envo. Recibid el Espritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos, Juan 20: 21-23. Este mismo poder de las llaves o de los obispos se practica y se realiza nicamente mediante la enseanza y la predicacin de la Palabra de Dios y la administracin de los sacramentos a muchas personas o individualmente, segn el encargo de cada uno. De esta manera no se otorgan cosas corporales sino cosas y bienes eternos, a saber, la justicia eterna, el Espritu Santo y la vida eterna. Estos bienes no pueden obtenerse sino por el ministerio de la predicacin y la administracin de los santos sacramentos, porque San Pablo dice: El evangelio es poder de Dios para salvacin a todo aquel que cree. Ya que el poder de la iglesia o de los obispos proporciona bienes eternos y se emplea y ejerce slo por el ministerio de la predicacin, de ninguna manera estorba al gobierno ni a la autoridad temporal. Esta tiene que ver con cosas muy distintas del evangelio; el poder temporal no protege el alma, sino que mediante la espada y penas temporales protege el cuerpo y los bienes contra la violencia externa. Por esta razn las dos autoridades, la espiritual y la temporal, no deben confundirse ni mezclarse pues el poder espiritual tiene su mandato de predicar el evangelio y de administrar los sacramentos. Por lo tanto no debe usurpar otras funciones; no debe poner ni deponer a los reyes, no debe anular o socavar la ley civil y la obediencia al gobierno; no debe hacer ni prescribir a la autoridad temporal leyes relacionadas con asuntos profanos, tal como Cristo mismo dijo: Mi 35

reino no es de este mundo; tambin: Quin me ha puesto sobre vosotros como juez? San Pablo dice en Filip. 3: 20: Nuestra ciudadana est en los cielos, y en 2 Cor. 10: 4-5 dice: Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destruccin de fortalezas y de toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios. De este modo nuestros telogos distinguen las funciones de las dos autoridades y poderes, mandando que se los estime como los ms altos dones de Dios en este mundo. En los casos en que los obispos tienen la autoridad temporal y el poder de la espada, no lo tienen como obispos por derecho divino, sino por derecho humano e imperial, otorgado por los emperadores romanos y los reyes para la administracin temporal de sus bienes, cosa que nada tiene que ver con el ministerio del evangelio. Por consiguiente, el ministerio de los obispos, segn el derecho divino, consiste en predicar el evangelio, perdonar los pecados, juzgar la doctrina contraria al evangelio y excluir de la congregacin cristiana a los impos cuya conducta impa sea manifiesta, sin usar del poder humano, sino slo por la palabra de Dios. Por esta razn, los prrocos y las iglesias tienen la obligacin de obedecer a los obispos, de acuerdo con la palabra de Cristo en Lucas 10: 16: El que a vosotros oye, a m me oye. Pero cuando los obispos enseen, ordenen o instituyan algo contrario al evangelio, en tales casos tenemos el mandamiento de Dios de no obedecerlos, en Mat. 7: 15: Guardaos de los falsos profetas. San Pablo dice en G. 1: 8: Mas si aun nosotros, o un ngel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Tambin dice en 2 Co. 13: 8: Nada podemos contra la verdad, sino por la verdad. Mas adelante dice: Conforme a la autoridad que el Seor me ha dado para edificacin, y no para destruccin. As tambin ordena el derecho eclesistico II, pregunta 7, en los captulos titulados Sacerdotes y Ovejas. Tambin San Agustn escribe en la epstola contra Petiliano que ni siquiera se debe seguir a los obispos debidamente elegidos cuando yerren o cuando enseen u ordenen algo contrario a la Escritura divina. Cualquier otro poder y autoridad judicial que tengan los obispos como, por ejemplo, en asuntos de matrimonio o de los diezmos, lo poseen por derecho humano. Pero cuando los ordinarios son negligentes en tal funcin, los prncipes estn obligados, ya sea voluntariamente, ya sea a regaadientes, a administrar la justicia a favor de sus sbditos por causa de la paz y para evitar la discordia y los disturbios en sus territorios. Adems, se disputa sobre si los obispos tienen la autoridad de introducir ceremonias en la iglesia y de establecer reglas concernientes a comidas, das de fiesta y las distintas rdenes de clrigos. Los que conceden esta autoridad a los obispos citan la palabra de Cristo en Juan 16: 1213: An tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podis sobrellevar. Pero cuando venga el Espritu de verdad, l os guiar a toda la verdad. Adems, citan el ejemplo de Hechos 15: 20, 29, en donde se prohibi la sangre y lo ahogado. Tambin se aduce el hecho de que el sbado se convirti en domingo en contra de los Diez Mandamientos, segn dicen. Ningn ejemplo se cita y recalca tanto como el de la mutacin del sbado, queriendo demostrar con ello que la autoridad de la iglesia es grande, ya que ha dispensado los Diez Mandamientos y ha alterado algo en ellos. Sobre esta cuestin los nuestros ensean que los obispos no tienen la autoridad de instituir y establecer nada contra el evangelio, como queda expuesto arriba y como el derecho eclesistico ensea a travs de toda la Distincin. Es manifiestamente contrario al mandamiento y la palabra de Dios convertir opiniones humanas en leyes o exigir que mediante tales leyes se haga satisfaccin por los pecados para conseguir la gracia, pues se denigra la gloria del mrito de Cristo cuando nos proponemos merecer la gracia mediante tales ordenanzas. Tambin es manifiesto que a causa de esta opinin dentro de la cristiandad, las ordenanzas 36

humanas se han multiplicado infinitamente, pero la doctrina sobre la fe y la justicia de la fe casi se ha suprimido. A diario se han prescrito nuevos das de fiesta y nuevos ayunos y se han instituido nuevas ceremonias y nuevos honores tributados a los santos, todo con el fin de merecer de Dios la gracia y todo bien. Quienes instituyen ordenanzas humanas tambin obran contra el mandamiento de Dios al hacer que el pecado sea cosa de comidas, ciertos das y cosas similares y al oprimir a la cristiandad con la esclavitud de la ley. Actan como si los cristianos para merecer la gracia, tuvieran que celebrar tales actos de culto como si fuesen iguales al culto levtico, arguyendo, segn escriben algunos, que Dios orden a los apstoles y a los obispos que los instituyeran. Es de suponer que algunos obispos fueron engaados con el ejemplo de la ley de Moiss. De ah surgieron innumerables ordenanzas. Por ejemplo: que es pecado mortal hacer trabajo manual en los das de fiesta, an sin dar ofensa a otros; que es pecado mortal dejar de rezar las siete horas cannicas; que algunas comidas manchan la conciencia; que el ayuno es una obra mediante la cual Dios es reconciliado; que no se puede perdonar el pecado en un caso reservado, a menos que lo conceda el que lo reserv, y esto a pesar de que el derecho eclesistico no habla de la reservacin de la culpa, sino slo de la reservacin de las penas eclesisticas. De dnde tienen los obispos el derecho y la autoridad para imponer a la cristiandad tales exigencias, enredando as a las conciencias? En Hechos 15: 10 San Pedro prohbe poner el yugo sobre la cerviz de los apstoles. Y San Pablo dice a los corintios que a ellos se les ha dado el poder de edificar y no de destruir. Por qu multiplican los pecados mediante tales exigencias? Pero hay textos claros de la Escritura divina que prohben estipular tales exigencias para merecer la gracia de Dios o como necesarias para la salvacin. Pablo dice en Col. 2: 15-17: Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a das de fiesta, luna nueva o sbados, todo lo cual es sombra de lo que va a venir; pero el cuerpo es de Cristo. Tambin: Pues si habis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, por qu, como si vivieseis en el mundo, os sometis a preceptos tales como: No toques esto, no comas ni bebas eso, no manejes aquello? Todas estas cosas se destruyen con el uso, con mandamientos y doctrinas de hombres y tienen una apariencia de sabidura. Tambin en Tito 1: 14 San Pablo claramente prohbe atender a fbulas judaicas y a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. En Mat. 15: 14 Cristo mismo dice de aquellos que urgen a los hombres a cumplir mandamientos humanos: Dejadlos; son ciegos guas de ciegos. El repudia semejante servicio divino y dice: Toda planta que no plant mi Padre celestial, ser desarraigada. (15: 13). Si, pues, los obispos tienen autoridad de oprimir a las iglesias con innumerables exigencias y de enredar las conciencias, por qu prohbe la Escritura divina tan a menudo el hacer y obedecer los reglamentos humanos? Por qu los llama doctrina de demonios? Habr hecho en vano el Espritu Santo toda esta amonestacin? Puesto que son contrarios al evangelio tales reglamentos, instituidos como necesarios para aplacar a Dios y merecer la gracia, de ninguna manera incumbe a los obispos imponer tales actos de culto. Es necesario retener en la cristiandad la doctrina de la libertad cristiana, es decir, que la servidumbre a la ley no es necesaria para la justificacin, como dice Pablo en Gl. 5: 1: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Pues es preciso preservar el artculo principal del evangelio, de que obtenemos la gracia de Dios por la fe en Cristo sin nuestro mrito y que no la merecemos mediante actos de culto establecidos por los hombres. Qu se ha de decir, pues, del domingo y de otras ordenanzas eclesisticas y ceremonias similares? Los nuestros contestan que los obispos o los pastores pueden establecer ritos para que todo se haga con orden en la iglesia, pero no con el fin de obtener la gracia divina no hacer satisfaccin por el pecado ni atar las conciencias con la idea de 37

que tales actos de culto sean necesarios y que sea pecado omitirlos cuando esto se hace sin dar ofensa. As, San Pablo, escribiendo a los corintios, orden que las mujeres cubrieran su cabeza en la asamblea, tambin que los predicadores no hablaran al mismo tiempo en la asamblea, sino en orden, uno por uno. Conviene a la congregacin cristiana ceirse a tales ordenanzas a causa del amor y la paz y en estos asuntos prestar obediencia a los obispos y pastores, retenindolas en cuanto se pueda sin dar ofensa al otro, para que no haya ningn desorden ni conducta desenfrenada en la iglesia. Pero esta obediencia debe prestarse de tal manera que no se oprima las conciencias, sosteniendo que tales cosas son necesarias para la salvacin y considerando que se comete pecado al omitirlas sin dar ofensa a los dems. Nadie dira, por ejemplo, que la mujer peca al salir descubierta, si con ello no ofende a los dems. Lo mismo sucede con la observancia del domingo, de la Pascua de Resurreccin, de Pentecosts y las dems fiestas y ritos. Estn muy equivocados quienes consideran que la observacin del domingo es institucin necesaria en lugar del sbado, ya que la Sagrada Escritura ha abolido el sbado y ensea que desde la revelacin del evangelio todas las ceremonias de la ley antigua pueden ser omitidas. Sin embargo, debido a la necesidad de estipular cierto da para que el pueblo sepa cundo congregarse, la iglesia cristiana ha designado el domingo para ese fin; y se ha complacido y agradado en introducir este cambio para dar al pueblo un ejemplo de la libertad cristiana y para que se sepa que no es necesaria la observancia del sbado ni la de ningn otro da. Hay muchas discusiones impropias acerca de la mutacin de la ley, de las ceremonias del Nuevo Testamento y del cambio del sbado, todas las cuales han surgido de la opinin errnea y equivocada de que en la cristiandad es necesario tener un culto igual al levtico o al judo, como si Cristo hubiese ordenado a los apstoles y obispos inventar nuevas ceremonias que fuesen necesarias para la salvacin. Estos errores se introdujeron en la cristiandad cuando ya no se enseaba la justicia de la fe ni se predicaba con claridad y pureza. Algunos disputan respecto al domingo, diciendo que es necesario observarlo, si bien no por derecho divino, sin embargo casi como si fuera de derecho divino. Prescriben qu clase y qu cantidad de trabajo se puede hacer en das de fiesta. Pero, qu son tales discusiones sino ataduras para las conciencias? Porque, an cuando se propongan mitigar y temperar las ordenanzas humanas, no puede haber mitigacin alguna mientras persista la idea de que son necesarias. Y esta opinin tiene que persistir mientras no se sepa nada de la justicia de la fe ni de la libertad cristiana. Los apstoles ordenaron abstenerse de sangre y de lo ahogado. Pero, quin lo cumple ahora? Sin embargo, los que no cumplen no cometen pecado, ya que los mismos apstoles no quisieron cargar a las conciencias con tal servidumbre, sino que decretaron tal prohibicin por un tiempo para evitar escndalo. En relacin a esta ordenanza es necesario fijarse en el artculo principal de la doctrina cristiana, el cual no es abrogado por este decreto. Casi ninguno de los antiguos cnones se observa al pie de la letra, y a diario desaparecen muchos de los mismos reglamentos, aun entre aquellos que con ms celo los guardan. No es posible aconsejar ni ayudar a las conciencias en los casos donde no se conceda esta mitigacin: que se reconozca que tales reglas no han de ser consideradas como necesarias y que su omisin no es perjudicial a las conciencias. Los obispos, no obstante, podran mantener fcilmente en pie la obediencia si no insistieran en la observancia de las reglas que no pueden regularse sin pecado. Pero ahora administran el santo sacramento bajo una especie y prohben la administracin de las dos especies. Tambin prohben el matrimonio a los clrigos y no aceptan para el ministerio a nadie a menos que jure con anterioridad no predicar esta doctrina, aunque no cabe duda de que est de 38

acuerdo con el santo evangelio. Nuestras iglesias no desean que los obispos restauren la paz y la unidad en menoscabo de su honra y dignidad, si bien es cierto que en casos de necesidad correspondera a los obispos hacerlo. Solamente piden que los obispos aflojen algunas cargas injustas, las cuales en tiempos pasados no existan en la iglesia y se aceptaron contra el uso de la iglesia cristiana universal. Quizs al principio hubo cierta razn para su introduccin, pero ya no se adaptan a nuestros tiempos. Es innegable que algunos reglamentos fueron aceptados debido a la falta de comprensin. Por lo tanto, los obispos deberan tener la bondad de mitigar dichas reglas, ya que tales cambios en nada perjudican el mantenimiento de la unidad de la iglesia cristiana. Muchas reglas inventadas por los hombres han cado en desuso con el correr del tiempo y ya no son obligatorias, como lo testifica el mismo derecho papal. Pero si no es posible lograr la concesin de mitigar y abolir aquellas reglas humanas que no pueden guardarse sin pecado, entonces nos vemos obligados a seguir la regla apostlica que nos ordena obedecer a Dios antes que a los hombres. San Pedro prohbe a los obispos ejercer el dominio, como si tuviesen la autoridad de obligar a las iglesias a cumplir su voluntad. Ahora no se trata de cmo se les puede restar a los obispos su autoridad, sino que pedimos y deseamos que no obliguen a nuestras conciencias a pecar. Pero si no quieren acceder a esto y desprecian nuestra peticin, que ellos vean cmo rendirn cuenta de ello Dios, ya que por su obstinacin dan ocasin a cisma y divisin, cosa que justamente deberan ayudar a evitar.

CONCLUSIN Estos son los artculos principales que se han considerado como controversiales. Aunque se hubieran podido aducir muchos ms abusos y errores, no obstante, para evitar la desprolijidad y ociosidad, hemos trado a colacin slo los principales. Los dems pueden juzgarse fcilmente a la luz de stos. En tiempos pasados hubo muchas quejas sobre las indulgencias, las peregrinaciones y el abuso de la excomunin. Tambin los prrocos sostuvieron innumerables rias con los monjes sobre el derecho de or las confesiones, sobre los entierros, las predicaciones en ocasiones especiales y otras innumerables. Hemos pasado por alto todo esto discretamente y por el bien comn, para que salieran a relucir an ms los asuntos principales en esta cuestin. No debe pensarse que nada se haya hablado o aducido por odio o por el deseo de injuriar. Slo se han enumerado los puntos que hemos considerado necesario aducir y traer a colacin, para que se pueda entender ms claramente que entre nosotros nada, ni en cuestin de doctrina ni de ceremonias, ha sido aceptado que est en pugna con la Sagrada Escritura o con la iglesia cristiana universal. Es evidente y manifiesto que con toda diligencia y con la ayuda de Dios (no queremos gloriarnos) nos hemos precavido de que ninguna doctrina nueva o impa nunca se introduzca e irrumpa en nuestras iglesias y gane la primaca entre ellas. De acuerdo con el edicto, hemos deseado entregar los susodichos artculos, haciendo constar cul es nuestra confesin y nuestra doctrina. Si alguien encontrara que falta algo en ellos, estamos listos para dar ms informacin con base en la Sagrada Escritura divina.

Somos los sbditos obedientes de Vuestra Majestad Imperial:

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Juan, Duque de Sajonia, Elector. Jorge, Margave de Brandenburgo. Ernesto, Duque de Luneburgo. Felipe, Langrave de Hesse. Juan Federico, Duque de Sajonia. Francisco, Duque de Luneburgo. Wolfgang, Prncipe de Anhalt. El burgomaestre y el consejo de Nuremberg. El burgomaestre y el consejo de Reutlingen.

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APOLOGIA DE LA CONFESION DE AUGSBURGO


Por Felipe Melanchton

Felipe Melanchton al lector: Salud.

1] Despus de haberse ledo en pblico la Confesin de nuestros Prncipes, elaboraron algunos telogos y monjes la Refutacin de nuestra obra. Habiendo dispuesto Su Majestad Imperial que se leyese asimismo en la asamblea de los prncipes, pidi a nuestros Prncipes que aprobasen dicha Refutacin. 2] Pese a ello, enterados los nuestros de que se haban rechazado muchos artculos de los que no podan abjurar sin agravio de su conciencia, solicitaron que se les mostrase un ejemplar de la Refutacin, para poder examinar lo que haban condenado los adversarios y rebatir sus argumentos. En asunto que toca a la religin y a la instruccin de las conciencias, suponan que los adversarios exhibiran su documento sin titubeos. Pero los nuestros no pudieron conseguirlo sino bajo unas condiciones peligrossimas que no podan aceptar. 3] Se iniciaron entonces negociaciones de paz, y en ellas se demostr que los nuestros no esquivaban ningn contratiempo, por penoso que fuera, que no agravara su conciencia. 4] Pero los adversarios insistan obstinadamente en que aprobramos abusos y errores manifiestos. Como nosotros no podamos hacerlo, Su Majestad Imperial pidi de nuevo a nuestros Prncipes que aceptaran la Refutacin. Nuestros Prncipes se negaron a ello. Cmo iban a dar su aprobacin en materia de religin sin haber examinado el documento? Habindose enterado de que algunos artculos se haban condenado, la conciencia limpia no poda admitir como justa la opinin de los adversarios. 5] Entre tanto, nos haban encomendado a m y a otros que preparsemos una Apologa de la Confesin, para exponer a Su Majestad Imperial las causas por las cuales no hablamos aceptado la Refutacin, y para rebatir las objeciones de los adversarios. 6] En efecto, mientras se lea la Refutacin, algunos de los nuestros haban tomado nota de los puntos principales de sus argumentos. 7] Finalmente, presentaron esta Apologa a Su Majestad Imperial, para que supiese que por razones de extrema importancia y gravedad nos era imposible aceptar la Refutacin. Pero Su Majestad Imperial no recibi el documento que se le ofreca. 8] Posteriormente, se public cierto decreto en el que se jactan los adversarios de haber refutado nuestra Confesin por medio de las Escrituras. 9] Aqu tienes, pues, lector, nuestra Apologa, en la cual vers lo que dictaminaron los adversarios (pues lo referimos de buena fe) y lejos de haber derribado nuestros argumentos por medio de las Escrituras, han condenado algunos artculos contra la clara Escritura del Espritu Santo.

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10] Aun cuando al principio emprendimos la Apologa deliberando unos con otros, aad yo algunas cosas mientras se imprima. Pongo, pues, mi nombre de manifiesto, para que nadie se lamente de que el libro ha sido publicado como annimo. 11] En estas controversias, siempre he tenido por costumbre conservar, en cuanto me fuera posible, las tradicionales frmulas doctrinales, para que haya mayor probabilidad de llegar a un acuerdo. No procedo ahora de manera muy distinta, aunque podra llevar rectamente a nuestros contemporneos muy lejos de las opiniones de los adversarios. 12] Sin embargo, nuestros adversarios proceden de tal manera, que parecen buscar ni la verdad ni la concordia, sino saciarse con nuestra propia sangre. 13] Ahora bien, he escrito con la mayor moderacin posible: si alguna expresin parece demasiado fuerte, advierto de antemano que pleiteo con los telogos y monjes que han redactado la Refutacin, y no con el Emperador o con los prncipes, a quienes venero como es debido. 14] Pero hace poco vi la Refutacin, y he advertido que est escrita tan insidiosa y calumniosamente, que podra en algunos lugares engaar aun a los lectores cautos. 15] Sin embargo, no he discutido todos sus sofismas porque sera un trabajo interminable; he reunido las materias principales, para que resalte ante todas las naciones nuestro testimonio, es decir, lo que recta y piadosamente pensamos del Evangelio de Cristo. 16] No nos agrada la discordia, ni permanecemos indiferentes ante nuestro peligro, porque nos damos buena cuenta de su extensin en la saa y el odio en que sabemos que arden nuestros adversarios. Pero no podemos abandonar la verdad manifiesta y necesaria para la iglesia. Creemos, pues, que debemos arrostrar dificultades y peligros por la gloria de Cristo y el bien de la iglesia. Esperamos que Dios aprobar nuestra conducta y mantenemos la esperanza de que sea justo el juicio de la posteridad sobre nosotros. 17] No puede negarse que muchos temas de la doctrina cristiana, cuya pervivencia en la iglesia es de la mayor importancia, han sido ya puestos de manifiesto e ilustrados por nuestros telogos; no hemos de recordar aqu cmo yacan enterrados bajo opiniones peligrosas en los escritos de los monjes, de los canonistas y de los telogos sofistas. 18] Tenemos las pblicas declaraciones de muchos hombres buenos, que dan gracias a Dios por el gran beneficio de haber sacado de que en muchos puntos necesarios las enseanzas de nuestra confesin son mejores que las que por doquier pueden leerse en las obras de nuestros adversarios. 19] Encomendaremos, pues, a Cristo nuestra causa, pues El ha de juzgar en su da estas controversias, y le pedimos que mire por las iglesias afligidas y dispersas, y las haga volver a una piadosa y perpetua concordia.

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Artculo I
De Dios 1] Nuestros adversarios aprueban el Artculo Primero de nuestra Confesin, en el que declaramos que creemos y enseamos que hay una esencia divina, indivisa, etc., y que, no obstante, son tres las personas distintas de esta misma esencia divina y coeterna, el Padre, el Hijo, y el Espritu Santo. 2] Siempre hemos enseado y defendido este artculo, y pensamos que tiene en las Escrituras Santas unas bases tan seguras y firmes, que no pueden derribarse. Afirmamos asimismo constantemente que quienes sienten de otro modo son idlatras, estn fuera de la Iglesia de Cristo, y hacen agravio a Dios.

Artculo II (I.)
Del Pecado Original. 1] Nuestros adversarios aprueban el Artculo Segundo, Del pecado original, pero de tal manera, que censuran la definicin de pecado original que incidentalmente damos. Y aqu mismo, en el umbral de la casa, se dar inmediatamente cuenta Su Majestad Imperial de que ha faltado, no slo juicio, sino buena fe, a quienes han escrito la Refutacin. Porque mientras nosotros quisimos, con sencillez de nimo, enumerar de paso los tpicos que comprende el pecado original, pervierten ellos con sus maas, valindose de una interpretacin acerba, una proposicin que nada tiene en s de inconveniente. Razonan as: "No tener temor de Dios, no tener fe, es culpa actual." Niegan, por tanto, que sea culpa original. 2] Est bastante claro que semejantes sutilezas han nacido en las escuelas, y no en el Consejo del Emperador. Pero aunque este sofisma puede refutarse con suma facilidad, pedimos que se examine primero la Confesin Alemana, para que sepan todos los hombres buenos que no hemos enseado ningn absurdo en este asunto, y se nos absuelva de la sospecha de novedad. Porque en ella, escrito est: Weiter wird gelehrt, dass nach dem Fall Adams alle Menschen, so naturerlich geboren werden, in Suenden empfangen und geboren werden, das ist, dass sie alle von Mutterleibe an voll boeser Lueste und Neigung sind, keine wahre Gottesfurcht, keinen wahren Glauben an Gott von Natur haben koennen. (Se ensea, adems, que desde la Cada de Adn, todos los hombres que naturalmente nacen, se conciben y nacen en pecado, es decir, que todos, desde el seno de la madre, estn llenos de malos deseos y de malas inclinaciones, y que por naturaleza no pueden tener verdadero temor de Dios, ni verdadera fe en Dios). 3] Este pasaje atestigua que, no slo el acto, sino la potencia o don del temor y confianza para con Dios se han anulado en quienes se propagan por naturaleza carnal. Porque decimos que los nacidos en estas circunstancias tienen concupiscencia, y no pueden realizar verdadero temor y verdadera confianza para con Dios. Qu hay de reprensible en esto? Parece que nos hemos justificado bastante a los ojos de los hombres buenos. Porque en este sentido la explicacin latina anula la potencia de la naturaleza hasta en los nios inocentes, es decir, el don y las fuerzas para tener temor y confianza en Dios, como la anula tambin en los adultos. As que, cuando

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nombramos la concupiscencia, no slo nos referimos a los actos o frutos, sino a la continua inclinacin de la naturaleza. 4] Sin embargo, ms adelante mostraremos con mayor prolijidad que nuestra explicacin est conforme con la definicin corriente y antigua. Debemos, en efecto, aclarar primero nuestro propsito al emplear precisamente estas palabras en este lugar. En sus escuelas, nuestros adversarios declaran que lo material, como ellos dicen, del pecado original es la concupiscencia. Por tanto, al redactar la definicin, no se deba omitir esto, sobre todo en tiempos en que muchos filosofan sobre este asunto con poco sentido religioso. 5] Algunos, en efecto, aseguran que el pecado original no es una depravacin o corrupcin de la naturaleza del hombre, sino tan slo una servidumbre o condicin de mortalidad que sufren los descendientes de Adn, no por depravacin propia, sino por culpa ajena. Aaden, adems, que a nadir no condenan muerte eterna por el pecado original, como a los siervos que nacen de la esclava y sufren esta condicin sin las faltas de la naturaleza, y slo por la calamidad de la madre. 6] Para manifestar que nos desagrada esta opinin impa, mencionamos la concupiscencia, y con la mejor intencin la calificamos de enfermedad, diciendo que la naturaleza humana nace depravada y viciosa. 7] Y no solo nos hemos servido del vocablo concupiscencia, sino que dijimos tambin: falta el temor de Dios y la fe. Y esto lo aadimos con el siguiente propsito: Los doctores escolsticos atenan el pecado original, porque no entienden lo suficiente la definicin del pecado original que recibieron de los Padres. Acerca del fomes, o mala inclinacin, dicen que es una cualidad del cuerpo, y como segn su costumbre son ineptos, se preguntan si esa inclinacin se contrajo por contagio de la fruta o el aliento de la serpiente, y si aumenta con las medicinas. 8] Con estas cuestiones, han escamoteado el asunto principal, y as, cuando hablan del pecado original, no mencionan las faltas ms graves de la naturaleza humana, a saber, no conocer a Dios, no temer a Dios ni confiar en El, odiar el juicio de Dios, huir del Dios que juzga, airarse con Dios, desesperar de la gracia, poner la confianza en las cosas presentes, etc. Estas enfermedades que tanto pugnan con la ley de Dios no las advierten los escolsticos. Es ms: conceden a la naturaleza humana potencia sin igual para amar a Dios sobre todas las cosas, y cumplir los mandamientos divinos, segn la substancia de los actos, y no ven que afirman cosas que se contradicen. 9] Porque, no es tener ya justificacin original el poder amar a Dios sobre todas las cosas, por sus propias fuerzas, y cumplir los mandamientos de Dios? 10] Si la naturaleza humana dispone de fuerzas tan grandes para amar a Dios sobre todas las cosas, como confiadamente afirman los escolsticos, en qu consistir el pecado original? A qu la gracia de Cristo, si podemos justificarnos con nuestra propia justicia? A qu el Espritu Santo, si las fuerzas humanas pueden, por s solas, amar a Dios sobre todas las cosas y cumplir los mandamientos divinos? 11] Quin no ve cuan torpemente razonan nuestros adversarios? Reconocen las enfermedades ms leves de la naturaleza del hombre, y no reconocen enfermedades mucho ms graves, que la Escritura menciona por doquier, y de que los profetas se lamentan continuamente, es decir, la indolencia de la carne, el desprecio de Dios, el odio hacia Dios y otros vicios semejantes que nacen con nosotros. 12] Despus de haber mezclado los escolsticos la filosofa de la perfeccin de la naturaleza con la doctrina cristiana, concediendo ms de lo razonable al libre albedro y a los actos que de l dimanan, y despus de haber afirmado que los hombres pueden justificarse con justicia civil o filosfica (aunque tambin nosotros pensamos que est sujeta a la razn, y en 45

alguna manera a nuestra potestad), ensearon asimismo que pueden justificarse delante de Dios. No pudieron ver la inmundicia inherente a la naturaleza de los hombres. 13] Y esto no puede verse sino con la Palabra de Dios, pero los escolsticos no tratan de ella muy a menudo en sus discusiones. 14] Estas fueron las razones por las cuales hicimos mencin de la concupiscencia en la descripcin del pecado original, y quitamos a las fuerzas naturales del hombre el temor y la confianza para con Dios. Porque quisimos dar a entender que el pecado original lleva tambin consigo estas enfermedades: la ignorancia de Dios, el desprecio de Dios, no temer a Dios ni confiar en El y no poder amar a Dios. Estos son los vicios principales de la humana naturaleza que pugnan sobre todo con la primera tabla del Declogo. 15] Tampoco hemos dicho con eso nada nuevo. Bien entendida, la antigua definicin dice precisamente lo mismo cuando declara que el pecado original es la carencia de justicia original. Y qu es la justicia? Los escolsticos pelean aqu sobre cuestiones dialcticas, pero no nos explican lo que es la justicia original. 16] Cierto que, en la Escritura, la justicia contiene, no slo la segunda tabla del Declogo, sino tambin la primera, que manda el temor de Dios, la fe, el amor de Dios. 17] As pues, la justicia original deba poseer, no slo un justo equilibrio entre las cualidades del cuerpo, sino tambin los dones siguientes: conocimiento ms seguro de Dios, temor de Dios, confianza en Dios, y seguramente la rectitud y el poder de hacer estas cosas. 18] Y esto lo asevera la Escritura cuando dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, Gen. 1,27. Qu significa esto sino que en el hombre han sido infundidas una sabidura y una justicia que aprehendan a Dios, y en las que Dios se reflejaba, es decir, que le fueron concedidos al hombre los siguientes doea: conocimiento de Dios, temor de Dios, confianza en Dios y otros semejantes? 19] Porque as interpretan esta semejanza con Dios Ireneo y Ambrosio, y este ltimo, no slo dice muchas cosas sobre el asunto, sino que declara especialmente: No est, pues, creada el alma a la imagen de Dios, si en ella no est Dios continuamente. Y Pablo, en sus Epstolas a los Efesios, 5, 9, y Colosenses, 3, 10, muestra que la imagen de Dios es conocimiento de Dios, justicia y verdad. 21] Y Longobardo no se ruboriza al decir que la justicia original es la semejanza misma de Dios, que fue grabada en el hombre por Dios. 22] Estamos citando opiniones de los antiguos que en nada menoscaban la interpretacin de Agustn sobre la imagen. 23] As pues, cuando la definicin antigua dice que el pecado es la carencia de la justicia, no slo quita la obediencia a las facultades inferiores del hombre, sino que le niega tambin el conocimiento de Dios, la confianza en Dios, el temor y el amor de Dios, y ciertamente el poder de hacer estas cosas. Los mismos telogos ensean en sus escuelas que estos afectos no se producen sino mediante ciertos dones, y con el auxilio de la gracia. Nosotros nombramos estos dones para que pueda entenderse el asunto: conocimiento de Dios, temor de Dios y confianza en Dios. De esto se deduce claramente que la antigua definicin dice exactamente lo que nosotros decimos, quitando el temor de Dios y la confianza en Dios, es decir, no slo los actos, sino los dones y la potencia para producirlos. 24] El mismo carcter tiene la definicin que se encuentra en las obras de Agustn, el cual suele definir el pecado original diciendo que es la concupiscencia. Porque quiere decir que, cuando la justicia se perdi, ocup su lugar la concupiscencia. Porque como la naturaleza enferma no puede temer a Dios ni amar a Dios, ni creer en Dios, busca y ama las cosas segn la

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carne. En cuanto al juicio de Dios, es seguro que lo desprecia o que lo odia aterrorizada. As es como Agustn incluye a la vez el defecto y el hbito vicioso que le sucedi. 25] Porque la concupiscencia no slo es una depravacin de las cualidades del cuerpo, sino una perversa conversin de las facultades superiores a las cosas carnales. No ven lo que dicen quienes atribuyen a la vez al hombre una concupiscencia que el Espritu Santo no ha destruido por completo y el amor a Dios sobre todas las cosas. 26] As pues, tenamos razn nosotros al exponer los dos aspectos del pecado original, es decir, primero la carencia: no poder creer en Dios, no poder temer a Dios ni amar a Dios, y asimismo tener una concupiscencia que persigue las cosas carnales contra la Palabra de Dios, esto es, que busca no slo los deleites del cuerpo, sino sabidura y justicia carnales, y confa en estos bienes despreciando a Dios. 27] Y no slo los antiguos, sino tambin los modernos, al menos los ms prudentes, ensean que todas estas cosas constituyen el verdadero pecado original: los defectos que he enumerado y la concupiscencia. Toms dice: El pecado original comprende la privacin de la justicia original, y con ello una disposicin desordenada de las partes del alma, por lo que no es slo privacin, sino hbito corrompido. 28] Y Buenaventura: Cuando se pregunta qu es pecado original, se contestar rectamente diciendo que es una concupiscencia inmoderada. Y se responder tambin diciendo que es carencia de la justicia debida. Porque en cada una de estas respuestas va incluida la otra. 29] Lo mismo piensa Hugo, cuando dice que el pecado original es ignorancia en la mente y concupiscencia en la carne. Porque quiere decir que, cuando nacemos, traemos con nosotros ignorancia de Dios, incredulidad, desconfianza, desprecio y odio hacia Dios. 30] Porque cuando menciona la ignorancia infiere todo lo dems. Y estas opiniones concuerdan tambin con la Escritura. Porque Pablo nombra a veces expresamente el defecto, como en 1 Cor. 2,14: Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espritu de Dios. Y en otro lugar, Rom. 7, 5, habla de la concupiscencia que obraba en nuestros miembros fructificando para muerte. 31] Podramos citar muchos pasajes referentes a los dos aspectos, pero en asunto tan claro ninguna necesidad hay de testimonios. Y el prudente lector podr juzgar con facilidad que el estar sin temor de Dios y sin fe son ms que culpas actuales. Son defectos incrustados en la naturaleza que no ha sido renovada. 32] As pues, nada pensamos acerca del pecado original que sea ajeno a la Escritura o a la Iglesia Catlica, sino que damos de nuevo lustre y sacamos a la luz gravsimas sentencias de la Escritura y de los Padres que yacan enterradas en las sofisticas polmicas de telogos modernos. Porque se deduce del asunto mismo que los telogos modernos no han advertido lo que quisieron dar a entender los Padres al hablar del defecto. 33] Pero el conocimiento del pecado original es necesario. Porque no puede comprenderse la magnitud de la gracia de Cristo sino despus de conocidas nuestras enfermedades. Toda la justicia del hombre es mera hipocresa delante de Dios, si no reconocemos que el corazn carece por naturaleza de amor, de temor y de confianza en Dios. 34] Por eso dice el profeta Jeremas, 31, 19: Despus que me conoc, her el muslo. Y tambin Sal. 116, 11: Y dije en mi apresuramiento: todo hombre es mentiroso, esto es, cuando no piensa rectamente acerca de Dios. 35] Nuestros adversarios flagelan tambin aqu a Lutero, porque escribi: El pecado original permanece despus del Bautismo. Y aaden que este artculo fue justamente condenado por Len X. Pero Su Majestad Imperial encontrar en este punto una calumnia manifiesta. Porque nuestros adversarios saben en qu sentido quiso Lutero que se entendiese su observacin de que 47

el pecado original permanece despus del Bautismo. Siempre escribi que el Bautismo quita la falta del pecado original, aunque lo material del pecado, como ellos dicen, la concupiscencia, permanezca. Aadi, adems, acerca de lo material, que el Espritu Santo dado a travs del Bautismo empieza a mortificar la concupiscencia, y crea nuevos movimientos en el hombre. 36] Del mismo modo habla Agustn cuando dice: El pecado se perdona en el Bautismo, no de modo que ya no exista, sino de modo que no sea imputado. Aqu confiesa abiertamente que existe el pecado, es decir, que permanece, aunque no se imputa. Y esta opinin agrad tanto a los que le sucedieron, que se recitaba en los decretos. Agustn dice asimismo contra Juliano: Esta ley, que est en los miembros, ha sido anulada por la regeneracin espiritual y permanece en la carne mortal. Ha sido anulada, porque la falta ha sido absuelta por el Sacramento, por el cual los fieles vuelven a nacer de nuevo; pero permanece porque obra deseos contra los cuales luchan los fieles. 37] Nuestros adversarios saben que as lo pensaba y enseaba Lutero, pero como no pueden rebatir el argumento pervierten sus palabras para oprimir con este artificio a un hombre inocente. 38] Afirman, sin embargo, que la concupiscencia es pena, y no pecado. Lutero insiste en que es pecado. Hemos dicho antes que Agustn define el pecado original diciendo que es concupiscencia. Si esta opinin tiene algn inconveniente, pdanle cuentas a Agustn. 39] Adems, Pablo dice, Rom. 7, 23: Tampoco conociera la concupiscencia, si la ley no dijera: no codiciars. Y asimismo: Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi espritu y que me lleva cautivo a la ley del pecado que est en mis miembros. 40] Ningn sofisma puede echar por tierra estos testimonios. Llaman claramente pecado a la concupiscencia, pero este pecado no se imputa a aquellos que estn en Cristo, aunque por naturaleza sea digno de muerte cuando no hay perdn. 41] As lo piensan los Padres, sin disputa alguna. Porque Agustn, en una larga discusin, rechaza la opinin de los que crean que la concupiscencia en el hombre no era vicio, , una cosa indiferente, del mismo modo que el color del cuerpo o la mala salud sino son . 42] Si nuestros adversarios insisten en que el fomes, o mala inclinacin, es o indiferente, se hallarn en completo desacuerdo, no slo con muchos pasajes de la Escritura, sino con toda la Iglesia. Porque aun cuando no se llegase a un perfecto acuerdo en estas materias, , o indiferentes, dudar de la ira de Dios, de la quien se atrevi jams a decir que son gracia de Dios, del Verbo de Dios, airarse contra los juicios de Dios, indignarse porque los impos tienen mejor fortuna que los buenos, dejarse llevar por la ira, la lujuria, la ambicin de gloria, de riquezas, etc.? 43] Sin embargo, estas cosas las reconocen en s mismos los hombres piadosos, como se ve en los Salmos y en los Profetas. Pero en sus escuelas, han sacado de la filosofa opiniones completamente contrarias, como la de que a causa de las pasiones no somos buenos ni malos, ni dignos de alabanza o de vituperio. Y tambin, que nada es pecado si no es voluntario. Estas opiniones se referan, entre los filsofos, no al juicio de Dios, sino al juicio civil. Aaden asimismo, con la misma imprudencia, otras opiniones, como la de que la naturaleza no es mala. Esto no lo censuramos cuando se dice oportunamente, pero no se debe torcer para desvirtuar el pecado original. Y, sin embargo, estas opiniones se leen entre los escolsticos, que mezclan inoportunamente la doctrina filosfica o civil referente a la tica con el Evangelio. 44] Y estas cosas prevalecan en las escuelas, y de las escuelas, como se acostumbra, se llevaban al pueblo. Estas convicciones reinaban y alentaban la confianza en las fuerzas humanas, e impedan el conocimiento de la gracia de Cristo.

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45] Por eso, queriendo Lutero aclarar la magnitud del pecado original y de la humana flaqueza, ense que las reliquias del pecado original no son por su naturaleza en el hombre, sino que necesitan de la gracia de Cristo, para que no sean imputadas, as como del Espritu Santo, para que sean mortificadas. 46] Aunque los escolsticos desvirtan ambas cosas, el pecado y la pena, cuando declaran que el hombre puede por sus propias fuerzas cumplir los mandamientos de Dios, en el libro del Gnesis se describe de modo distinto la pena impuesta por el pecado original. All se sujeta la naturaleza humana, no slo a la muerte y a otros males corporales, sino al reino del demonio. En Gen. 3, 15, se proclama esta terrible sentencia: Enemistad pondr entre ti y la mujer y entre tu simiente y la simiente suya. 47] Los defectos y la concupiscencia son penas y pecados: la muerte, los otros males corporales y la tirana del diablo son propiamente penas. Porque la naturaleza humana ha sido puesta en servidumbre y esclavizada por el diablo, y ste la enloquece con opiniones y errores, y la mueve a todo gnero de pecados. 48] Y as como el diablo no puede ser vencido sino con el auxilio de Cristo, as tampoco podemos, por nuestras propias fuerzas, librarnos de esta esclavitud. 49] La misma historia del mundo ros muestra cuan grande es el poder del reino del demonio. Lleno est el mundo de blasfemias contra Dios, y de opiniones impas, y con estos lazos tiene el demonio enredados a los que son sabios y justos segn el mundo. 50] En otros se manifiestan vicios aun ms perversos. As pues, como se nos ha dado a Cristo para que nos quite estos pecados y estas penas, y destruya el reino del diablo y la muerte, no podemos valorar los beneficios de Cristo si no comprendemos antes nuestros males. Por eso ensearon nuestros predicadores estas cosas con cuidado, y no trajeron nada nuevo, sino que pusieron por delante la Santa Escritura y los juicios de los Santos Padres. 51] Pensamos que lo dicho bastar para que Su Majestad Imperial se percate de los pueriles y fros sofismas con que nuestros adversarios han calumniado nuestro artculo. Porque sabemos que pensamos rectamente y que nos hallamos conformes con la catlica Iglesia de Cristo. Pero si nuestros adversarios renuevan esta controversia, no han de faltar entre nosotros quienes les respondan y patrocinan la verdad. Porque en una gran parte de este asunto nuestros adversarios no entienden lo que dicen. Declaran a menudo cosas contradictorias, y no exponen recta y dialcticamente lo que califican de formal en el pecado original y en los defectos. Pero nosotros no hemos querido en este lugar examinar sus discusiones con demasiada sutilidad. Pensamos que tan slo debamos exponer el sentir de los Santos Padres, que nosotros tambin seguimos, con palabras corrientes y conocidas de todos.

Art. III.
De Cristo 52] Nuestros adversarios aprueban el Artculo Tercero, en el que declaramos que hay dos naturalezas en Cristo, a saber, la naturaleza humana asumida por el Verbo en la unidad de Su persona, y que este mismo Cristo padeci y muri para reconciliarnos con el Padre, y que resucit para reinar, justificar y santificar a los creyentes, etc., de acuerdo con el Smbolo de los Apstoles y el Smbolo Niceno.

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Art. IV. (II.)


De La Justificacin. 1] Nuestros adversarios nos condenan en el Cuarto, Quinto, Sexto, y despus en el Artculo Vigsimo, porque enseamos que los hombres consiguen remisin de pecados, no por sus propios mritos, sino por gracia, por la fe en Cristo. Nos condenan a la vez, por negar que los hombres consiguen remisin de pecados por sus mritos propios, y por afirmar que son justificados por la fe en Cristo. 2] Como se plantea en esta controversia la cuestin principal de la doctrina cristiana, pues es la que esclarece y amplifica el honor de Cristo y lleva a las conciencias piadosas necesario y abundantsimo consuelo, pedimos a Su Majestad Imperial que nos escuche con clemencia en tan importantes materiales. 3] Y como nuestros adversarios no entienden lo que es la remisin de pecados, ni la fe, ni la gracia, ni la justificacin, pervierten miserablemente esta cuestin, obscurecen la gloria y los beneficios de Cristo y privan a las conciencias piadosas de los consuelos que se ofrecen en Cristo. 4] Y para poder confirmar la posicin de nuestra Confesin y deshacer los argumentos que nos oponen nuestros adversarios, deben tratarse primero ciertas cuestiones, con el fin de conocer las fuentes de uno y otro gnero de doctrina, es decir, la de nuestros adversarios y la nuestra propia. 5] Toda la Escritura debe dividirse en estas dos cuestiones principales: la ley y las promesas. En efecto, a veces, presenta la ley, y otras veces presenta la promesa referente a Cristo, a saber, cuando promete que Cristo ha de venir, y promete por mediacin suya remisin de pecados, justificacin y vida eterna, o cuando en el Evangelio, ya venido Cristo, promete remisin de pecados, justificacin y vida eterna. 6] Llamamos ley en esta controversia a los Diez Mandamientos del Declogo, dondequiera que se lean en la Escritura. Nada decimos de momento de las ceremonias y leyes judiciales de Moiss. 7] De estas dos partes, nuestros adversarios escogen la ley, porque la razn humana entiende por naturaleza la ley de alguna manera (pues tiene el mismo juicio por Dios en la mente), y por la ley buscan remisin de pecados y justificacin. 8] Mas el Declogo requiere, no slo las obras exteriores civiles, que la razn de algn modo puede hacer, sino que requiere tambin otras cosas puestas muy por encima de la razn, a saber, temer verdaderamente a Dios, amar a Dios verdaderamente, invocar a Dios verdaderamente, convencerse verdaderamente de que Dios nos oye, y esperar la ayuda de Dios en la muerte y en todas nuestras aflicciones. Finalmente, requiere obediencia a Dios, en la muerte y en nuestras aflicciones, para que no huyamos de ellas y las rechacemos cuando Dios nos las impone. 9] Siguiendo aqu a los filsofos, los escolsticos ensean que tan slo la justicia de la razn, sin el Espritu Santo, puede amar a Dios sobre todas las cosas. Porque mientras el nimo est tranquilo, y no siente la ira o el juicio de Dios, puede imaginar que desea amar a Dios, que desea hacer el bien por Dios. As es como ensean que los hombres consiguen remisin de pecados, haciendo lo que es debido, esto es, cuando la razn, dolindose del pecado, hace acto de amar a Dios, y obra el bien por Dios. 10] Y como esta creencia halaga por naturaleza a los hombres, origina e incrementa en la Iglesia muchos ritos, como los votos monsticos, los abusos de la Misa, y como consecuencia de esta creencia, unos y otros se han dedicado a inventar ritos y observancias. 11] Y para aumentar la confianza en semejantes obras han declarado que Dios, no por coaccin, sino por la inmutabilidad misma de sus leyes, concede necesariamente la gracia a quien as acta.

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12] Hay en esta creencia muchos errores grandes y perniciosos que sera prolijo enumerar. Piense el prudente lector tan slo esto: si verdaderamente es sta la justicia cristiana, qu diferencia hay entre la filosofa y la doctrina de Cristo? Si conseguimos remisin de pecados por medio de actos espontneos, de qu provecho nos es Cristo? Si podemos justificarnos por nuestra razn, o por las obras de nuestra razn, qu necesidad tenemos de Cristo o de regeneracin? 13] A causa de estas opiniones la discusin ha llegado al extremo de que muchos hacen burla de nosotros, porque enseamos que es preciso buscar una justificacin distinta de la mera justificacin filosfica. 14] Nos hemos enterado de que algunos, dejando a un lado el Evangelio, han explicado la tica de Aristteles en vez del sermn. Y no iban muy equivocados, si es verdad lo que defienden nuestros adversarios. Como Aristteles ha escrito tan eruditamente en materia de tica, nada hay ya que indagar sobre ella. 15] Vemos que circulan libros en los que se comparan palabras de Cristo con sentencias de Scrates, de Zenn y de otros, como si Cristo hubiese venido al mundo a promulgar leyes por medio de las cuales pudiramos conseguir remisin de pecados, y no la tuvisemos por su gracia y por sus propios mritos. 16] Por tanto, si aceptamos la doctrina de nuestros adversarios segn la cual conseguimos remisin de pecados y justificacin por las obras de nuestra razn, no hay ninguna diferencia entre la justicia filosfica, ciertamente farisaica, y la justicia cristiana. 17] Si bien nuestros adversarios, para no olvidar del todo a Cristo, exigen el conocimiento de la historia de Cristo, y admiten que por su mrito se nos ha infundido cierto hbito, o como ellos dicen, prima gratia, una primera gracia, que consideran como una inclinacin a amar a Dios con ms fervor, conceden no obstante muy poco a este hbito, porque piensan que los actos de la voluntad siguen siendo de la misma especie antes y despus de recibir dicho hbito. Imaginan que la voluntad puede amar a Dios, pero que este hbito la mueve a hacerlo con ms fervor. Afirman que conseguimos primero este hbito por previos merecimientos, y que conseguimos despus por las obras de la ley un aumento de este hbito, y vida eterna. 18] As es como entierran a Cristo, para que los hombres no puedan beneficiarse de El como de un Mediador, seguros de que por su mediacin consiguen, por gracia, remisin de pecados y justificacin, y sueen al contrario que por medio de su propio cumplimiento de la ley merecen perdn de pecados, y que por medio de este mismo cumplimiento de la ley son justificados delante de Dios, siendo as que nunca se satisface a la ley cuando la razn ejecuta slo actos civiles, sin temer a Dios y sin creer que Dios se preocupa de ello. Por mucho que hablen de ese hbito, ni puede haber en los hombres amor de Dios sin la justicia de la fe, ni puede entenderse lo que es amor de Dios. 19] La distincin que inventan entre el meritum congrui, o mrito debido, y el meritum condigni, o mrito verdadero y completo, es tan slo una artimaa para no dar la impresin de que siguen a Pelagio. Porque si Dios concede la gracia necesariamente por el meritum congrui, o mrito debido, ya no es meritum congrui, sino meritum condigni, o mrito verdadero y completo. Pero no saben lo que dicen. Cuando ya existe ese hbito de amor, imaginan que el hombre puede conseguir mrito de condigne. Pero por otra parte quieren que dudemos de que haya hbito. Cmo sabrn pues si consiguen mrito de congruo o de condigno, es decir, en parte o por completo? 20] Pero todo esto ha sido inventado por hombres ociosos, que no saben cmo se consigue remisin de pecados, ni cmo se aleja de nosotros la confianza en nuestras obras cuando se trata del juicio de Dios o de los temores de nuestra conciencia. Hipcritas seguros de s mismos, piensan siempre que merecen de condigno, con mrito completo y verdadero, posean o no ese 51

hbito, porque los hombres confan por naturaleza en su propia conciencia, pero las conciencias atemorizadas vacilan y dudan, y buscan y acumulan obras distintas para tranquilizarse. Nunca creen que merecen de condigno, y caen en la desesperacin si no oyen que, adems de la doctrina de la ley, tienen el Evangelio de la remisin gratuita de los pecados y de la justicia de la fe. 21] As pues, nuestros adversarios no ensean ms que la justicia de la razn, que es ciertamente la justicia de la ley, y en ella se miran como se miraban los judos en la velada faz de Moiss, y esos hipcritas seguros de s mismos piensan satisfacer a la ley, y excitan la presuncin y la confianza vana en nuestras obras y el desprecio de la gracia de Cristo. Llevan a la desesperacin las conciencias atemorizadas, porque como obran en la duda nunca pueden hacer experiencia de lo que es la fe y de cuan grande es su eficacia, terminando as por desesperarse del todo. 22] En lo que a nosotros se refiere, nuestra opinin acerca de la justicia de la razn es como sigue: Dios la requiere, y por este mandamiento de Dios han de hacerse necesariamente las obras buenas que ordena el Declogo, como dice Pablo, Gal. 3,24: La ley es pedagogo; y asimismo, 1 Tim. 1,9; La ley es puesta para los injustos. Dios quiere sujetar a los hombres carnales a esa disciplina civil, y para mantenerla les ha dado leyes, letras, doctrina, magistrados y penas. 23] La razn puede conseguir esta justicia por sus propias fuerzas, si bien fracasa a menudo por su natural flaqueza, y el diablo la incita a cometer delitos manifiestos. 24] Tributamos de buena gana a esta justicia de la razn las alabanzas que merece; la naturaleza corrompida no tiene otro bien mayor que ste, y con razn dice Aristteles que: Ni el lucero vespertino ni el matutino es ms hermoso que la justicia. Dios la honra con recompensas corporales, pero no debe ensalzarse en perjuicio de Cristo. 25] Falso es, pues, que por nuestras obras conseguimos perdn de pecados. 26] Falso es, asimismo, que los hombres son justificados delante de Dios por la justicia de la razn. 27] Falso es tambin que la razn puede por sus propias fuerzas amar a Dios sobre todas las cosas y cumplir la ley de Dios, es decir, temer a Dios, creer verdaderamente que Dios escucha nuestra oracin, desea obedecer a Dios en la muerte y en cuanto dispone, no apetecer bienes ajenos, etc., aunque la razn puede cumplir las obras civiles. 28] Falso y ofensivo a Cristo es asimismo pretender que no pecan los hombres que cumplen los mandamientos de Dios sin haber conseguido la gracia. 29] Para confirmar nuestro sentir, tenemos testimonios, no slo en la Escritura, sino en los Padres. Agustn disputa muy largamente contra los pelagianos, insistiendo en que la gracia no se consigue por nuestros propios mritos. En su obra De la naturaleza y de la gracia, dice: Si la capacidad natural, por medio del libre albedro, es suficiente para saber cmo se ha de vivir, y para vivir rectamente, Cristo muri en vano, y resulta intil el escndalo de la Cruz. Cmo no voy a clamar aqu tambin? 30] Clamar, y con cristiano dolor los increpar, diciendo: Vacos sois de Cristo, pues os habis justificado por la naturaleza, y habis caldo de la gracia, Gal. 5, 4; cf. 2, 21. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la vuestra propia, no os sujetis a la justicia de Dios. Porque as como Cristo es el fin de la ley, as tambin Cristo es el Salvador de la viciosa naturaleza humana, para justificacin de todo aquel que cree, Rom. 10, 3,4. 31] Y asimismo, Juan, 8,36: Si el Hijo os libertare, seris verdaderamente libres. No podemos, pues, por la razn, libertarnos de nuestros pecados, ni conseguir perdn de pecados. Y en Juan, 3, 5, escrito est: El que no naciere otra vez de agua y del Espritu, no puede entrar en el

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reino de Dios. Luego si es necesario nacer otra vez del Espritu Santo, la justicia de la razn no nos justifica delante de Dios, y no cumple la ley. 32] Y en Rom. 3,23: Todos estn destituidos de la gloria de Dios, esto es, carecen de la sabidura y de la justicia de Dios, que conoce y glorifica a Dios. Asimismo, Rom. 8, 7, 8: Por cuanto la intencin de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. As que, los que estn en la carne no pueden agradar a Dios. 33] Estos testimonios son tan claros, que no necesitan, para decirlo con Agustn cuando trata del asunto, de un inteligente agudo, sino de un oyente atento. Si la intencin de la carne es enemistad contra Dios, es seguro que la carne no ama a Dios: si no puede sujetarse a la ley de Dios, no puede tampoco amar a Dios. Si la intencin de la carne es enemistad contra Dios, peca asimismo la carne cuando hacemos los actos civiles externos. Si no puede sujetarse a la ley de Dios, peca de seguro, aun cuando tenga en su haber obras excelentes y dignas de alabanza segn la opinin humana. 34] Nuestros adversarios consideran slo los preceptos de la segunda Tabla de la Ley, pues son los que se refieren a la justicia civil, que la razn entiende. Y contentndose con sta, piensan que cumplen la ley de Dios. No se fijan en la primera Tabla, que nos manda amar a Dios, estar profundamente convencidos de que Dios se enoja con el pecado, temer verdaderamente a Dios, estar verdaderamente seguros de que Dios escucha nuestra oracin. Pero el corazn humano sin el Espritu Santo desprecia el juicio de Dios, huye de Dios y odia a Dios cuando le castiga y le juzga. 35] Por tanto, no obedece a la primera Tabla. Y como el desprecio de Dios, la duda de la Palabra de Dios y de las amenazas y promesas de Dios estn hincados en la naturaleza humana, los hombres pecan verdaderamente, aunque hagan buenas obras sin el Espritu Santo, porque las hacen con el corazn impo, segn se lee en Rom. 14,23: Todo lo que no es de fe, es pecado. Porque los tales obran con desprecio de Dios, como Epicuro, que se niega a creer que Dios cuida de l, le mira y le escucha. Este desprecio adultera todas las obras que parecen virtuosas, porque Dios juzga los corazones. 36] Por ltimo, escriben nuestros adversarios, con muchsima imprudencia, que los hombres, dignos de eterna ira, consiguen remisin de pecados por un acto espontneo de amor, que procede de su propio espritu, siendo imposible amar a Dios si la remisin de pecados no se aprehende antes por la fe. Porque no puede el corazn humano, que verdaderamente sabe que Dios est enojado, amar a Dios, si Dios no se le manifiesta aplacado. Mientras nos llena de temor, y parece que nos arroja a la muerte eterna, no puede la naturaleza humana cobrar aliento, y amar al airado que juzga y castiga. 37] Es fcil para los hombres ociosos imaginar estos sueos de amor y pensar que un reo de pecado mortal puede amar a Dios sobre todas las cosas, porque no saben lo que es la ira o el juicio de Dios. Pero en su angustia y en sus luchas la conciencia experimenta la vanidad de esas especulaciones filosficas. 38] Pablo dice, Rom. 4, 15: Porque la ley obra ira. No dice que por la ley consiguen los hombres perdn de pecados. Porque la ley siempre acusa y llena de temor a las conciencias. Y as, no justifica, porque la conciencia, estremecida por el temor de la ley, huye del juicio de Dios. Yerran, pues, quienes esperan conseguir perdn de pecados por la ley y por las obras. 39] Basta lo dicho sobre la justicia de la razn o de la ley que ensean nuestros adversarios. Porque dentro de poco, cuando expongamos nuestro sentir sobre la justicia de la fe, el asunto mismo nos llevar a citar muchos testimonios que contribuirn tambin a deshacer los errores de nuestros adversarios que ha poco hemos examinado.

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40] Como los hombres no pueden por sus propias fuerzas cumplir la ley de Dios, estn sumidos en el pecado y son reos de eterna ira y muerte, no podemos libertarnos del pecado ni ser justificados por la ley, pero nos ha sido concedida la promesa de remisin de pecados y de justificacin por medio de Cristo, entregado por nosotros para expiar los pecados del mundo y elegido Mediador y Propiciador. 41] Y esta promesa no se sujeta a la condicin de nuestros mritos, sino que ofrece, por gracia, remisin de pecados y justificacin, como lo dice Pablo, Rom. 11,6: Si por las obras, ya no es gracia, y en otro lugar, Rom. 3,21: Sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, esto es, se ofrece de gracia remisin de pecados. Tampoco depende de nuestros mritos la reconciliacin. 42] Porque si la remisin de pecados dependiese de nuestros mritos, y la reconciliacin dependiese de la ley, el resultado sera intil. Porque como no cumplimos la ley, se seguira que la promesa de reconciliacin no podra cumplirse nunca para nosotros, As argumenta Pablo, Rom. 4,14: Porque si los que son de la ley son los herederos, vana es la fe, y anulada es la promesa. Porque si la promesa pidiese el requisito de nuestros mritos y de la ley, como no cumplimos nunca la ley, seguirase que la promesa es intil. 43] Pero como la justificacin se verifica gratuitamente, por la promesa, sguese que no podemos justificarnos a nosotros mismos. De otro modo, qu necesidad habra de promesa? Y como la promesa no puede aprehenderse sin la fe, el Evangelio, que es propiamente la promesa del perdn de pecados y de justificacin por medio de Cristo, proclama la justificacin por la fe, que la ley no ensea. Y tampoco es sta la justicia de la ley. 44] La ley requiere nuestras obras y nuestra perfeccin. Pero la promesa nos ofrece, por gracia, a los oprimidos por el pecado y la muerte reconciliacin por medio de Cristo, que se consigue, no por las obras, sino por la fe. Esta fe no ofrenda a Dios nuestra confianza en mritos propios, sino tan slo confianza en la promesa o en la misericordia prometida en Cristo. 45] As pues, esta fe especial, por la que cada uno cree que le son perdonados los pecados por medio de Cristo, y que Dios se ha aplacado y le es propicio por medio de Cristo, consigue remisin de pecados y le justifica. Y como en nuestro arrepentimiento, es decir, en nuestros terrores esta fe nos consuela y levanta nuestros corazones, tambin nos regenera y nos concede el Espritu Santo, para que podamos cumplir despus la ley de Dios, esto es, amar a Dios, temer verdaderamente a Dios, estar convencidos de que Dios escucha nuestra oracin, obedecer a Dios en todas nuestras aflicciones, mortificar nuestra concupiscencia, etc. 46] As pues, la fe que acepta gratuitamente el perdn de pecados, opone a la ira de Dios a Cristo, el Mediador y el Propiciador, y no le opone nuestros mritos o nuestro amor. Esta fe es un conocimiento verdadero de Cristo, saca provecho de los beneficios de Cristo, regenera los corazones y precede al cumplimiento de la ley. 47] Y, sin embargo, sobre esta fe no hay escrita ni una slaba en la doctrina de nuestros adversarios. Censuramos, por tanto, a nuestros adversarios, porque slo ensean la justicia de la ley, y no ensean la justicia del Evangelio, que proclama la justificacin por la fe en Cristo.

QUE ES UNA FE QUE JUSTIFICA? 48] Nuestros adversarios se imaginan que la fe es slo un conocimiento de la historia, y por eso ensean que puede coexistir con el pecado mortal. Pero la fe que justifica no es slo un conocimiento de la historia, sino aceptar la promesa de Dios de que, por gracia, por medio de Cristo, se consigue remisin de pecados y justificacin. Y para que nadie suponga que es slo un

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conocimiento, repetiremos de nuevo: desear y aceptar la promesa del perdn de pecados y de la justificacin. 49] Fcilmente puede verse la diferencia que existe entre esta fe y la justicia de la ley. La fe es una o servicio divino, que recibe de Dios beneficios prometidos: la justicia de la

ley es una o servicio divino, que presenta a Dios nuestros propios mritos. Por la fe, Dios quiere que se le adore de este modo: recibiendo de El todo cuanto nos ha prometido y nos ofrece. 50] Fe significa no slo conocimiento de la historia, sino esta otra fe que acepta la promesa, y claramente lo atestigua Pablo, cuando dice, Rom. 4, 16: Por tanto es por la fe, para que la promesa sea firme. Piensa, pues, que la promesa no puede aceptarse sin la fe. Y por eso pone en estrecha relacin y junta la promesa con la fe. 51] Aunque fcilmente se podr entender lo que es la fe si consideramos el Credo, donde consta el artculo de: La remisin de pecados. No es, pues, suficiente creer que Cristo naci, padeci, y resucit, sino que es preciso aadir el mencionado artculo, que constituye la causa final de la historia: La remisin de pecados. Y a este artculo hay que referir los dems, a saber, que por medio de Cristo, y no por nuestros mritos se nos concede perdn de pecados. 52] Qu necesidad haba de que Cristo fuera entregado por nuestros pecados si nuestros mritos son capaces de expiar nuestros pecados? 53] Cuantas veces, pues, hablamos de la fe que justifica, ha de entenderse que concurren en ella estos tres objetos: la promesa, que se hace gratuitamente, y los mritos de Cristo como precio y propiciacin. La promesa se recibe por la fe. El que sea hecha gratuitamente excluye nuestros mritos, y significa que tan slo por misericordia se ha ofrecido el beneficio. Los mritos de Cristo constituyen el precio, porque es menester que haya propiciacin por nuestros pecados. 54] La Escritura implora con frecuencia misericordia. Y los Santos Padres dicen muchas veces que somos salvos por misericordia. 55] Cuantas veces, pues, se hace mencin de la misericordia, ha de entenderse que se requiere la fe que acepta la promesa de misericordia. Repitmoslo: cuantas veces hablamos de la fe, queremos que se entienda su objeto, a saber, la misericordia prometida. 56] La fe no justifica o salva porque de por s sea una obra digna, sino tan slo porque acepta la misericordia prometida. 57] Y este culto, o servicio divino, esta se ensalza a cada paso en los Profetas y en los Salmos, aunque la ley no ensea la remisin gratuita de los pecados. Pero los padres conocan la promesa referente a Cristo, y saban que Dios deseaba perdonar los pecados por medio de Cristo. Y as, comprendiendo que Cristo era el precio que haba que pagar por nuestros pecados, saban que nuestras obras no eran precio para expiacin tan grande. Por eso aceptaban por la fe la misericordia gratuita y la remisin de pecados, como hacen los santos en el Nuevo Testamento. 58] A esto se refieren las frecuentes declaraciones acerca de la misericordia y de la fe en los Salmos y en los Profetas, como sta, Sal. 130, 3 sg: S mirares a los pecados, quin, oh Seor, podr mantenerse? Aqu confiesa David sus pecados, y no alega sus mritos. Y aade: Empero hay perdn cerca de ti. Aqu pone su confianza en la misericordia de Dios, y cita la promesa: En su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehov, es decir, como has prometido perdn de pecados, me sustento con esta tu promesa. 59] As pues, los Padres tambin eran justificados, no por la ley, sino por la promesa y la fe. Y es sorprendente que nuestros adversarios debiliten la fe de este modo, viendo que por

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doquier se la ensalza como si fuera el culto principal. As en Sal. 50, 15: Invcame en el da de la angustia: te librar. 60] As es como Dios quiere que se le conozca y que se le adore, y recibamos de El sus beneficios, y los recibamos por su misericordia, y no por nuestros mritos. Este es el mayor consuelo en todas las tribulaciones. Nuestros adversarios anulan estos consuelos cuando debilitan y vituperan a la fe, y ensean slo que los hombres tratan con Dios por medio de sus propias obras y sus propios mritos

QUE LA FE EN CRISTO JUSTIFICA 61] Primero, para que nadie piense que hablamos del vano conocimiento de la historia, diremos cmo nace la fe. Despus, mostraremos a la vez cmo justifica y cmo debemos entender esto, y rebatiremos los argumentos de nuestros adversarios. 62] En el captulo ltimo de Lucas, 24, 47, manda Cristo: que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisin de pecados. El Evangelio convence pues a todos los hombres de que estn bajo el pecado, de que todos son culpables y merecen eterna ira y muerte, y ofrece por medio de Cristo remisin de pecados y justificacin que se aceptan por la fe. La predicacin del arrepentimiento que nos lo proclama, estremece las conciencias con autnticos y graves temores. En estos temores, los corazones tienen que conseguir de nuevo el consuelo. Y lo consiguen si creen en la promesa de Cristo, a saber, que por su mediacin conseguimos perdn de pecados. Esta fe, que anima y consuela en estos terrores, consigue remisin de pecados, justifica y vivifica. Porque este consuelo es una vida nueva y espiritual. 63] Estas cosas son claras y manifiestas, y pueden ser entendidas por las personas piadosas, y las refuerzan los testimonios de la Iglesia. Nuestros adversarios no pueden decir en ningn lugar cmo se nos concede el Espritu Santo. Imaginan que los Sacramentos confieren el Espritu Santo ex opere operato, sin necesidad de un movimiento bueno por parte de quien los recibe, como si el don del Espritu Santo fuese una cosa vana. 64] Pero como hablamos de una fe que no es un vano pensamiento, sino que libra de la muerte y origina en los corazones una vida nueva, y es obra del Espritu Santo, no coexiste con el pecado mortal, sino que mientras se manifiesta lleva buenos frutos, como despus lo diremos. 65] Puede decirse nada ms claro y ms sencillo sobre la conversin del impo o el modo en que se efecta su regeneracin? Mustrennos un solo comentario en las Sentencias [de Pedro Lombardo] o en la muchedumbre de sus escritos que diga algo acerca del modo en que se efecta la regeneracin. 66] Cuando hablan del hbito de amor imaginan que los hombres lo consiguen por medio de sus obras, y no ensean que se consigue por la Palabra, como lo ensean precisamente ahora los anabaptistas. 67] Pero con Dios no se puede tratar, ni a Dios se le puede aprehender sino por la Palabra. Por tanto, la justificacin se hace por la Palabra, como lo dice Pablo, Rom. 1, 16: El Evangelio es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree. Y asimismo, Rom. 10, 17: La fe es por el or. Y de aqu puede inferirse la prueba de que la fe justifica, porque si la justificacin se efecta tan slo por la Palabra, y la Palabra tan slo por la fe se aprehende, sguese que la fe justifica. 68] Pero hay otras razones distintas y ms importantes. Nos hemos referido a stas hasta ahora para mostrar el modo en que se efecta la regeneracin, y para que pudiera entenderse la clase de fe de que hablamos.

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69] Demostraremos ahora que la fe justifica. En primer lugar, deben los lectores advertir aqu que, as como hay que mantener la afirmacin de que Cristo es Mediador, as tambin hay que mantener la de que la fe justifica. En efecto, cmo puede ser Cristo Mediador si en la justificacin no acudimos a El como Mediador, si no creemos que por medio de El somos Justificados? Pero creer es confiar en los mritos de Cristo y estar seguros de que por medio de El desea Dios reconciliarse con nosotros. 70] Y as como hay que sostener que, adems de la ley, es indispensable la promesa de Cristo, as tambin hay que sostener que la fe justifica. Porque la ley no puede cumplirse sin haber recibido antes el Espritu Santo. Es, pues, preciso sostener que la promesa de Cristo es indispensable. Pero sta no puede ser aceptada sino por la fe. Por tanto, quienes niegan que la fe justifica no ensean ms que la ley, y han anulado el Evangelio y anulado a Cristo. 71] Pero cuando se dice que la fe justifica, algunos entienden tal vez que se habla del principio, es decir, que la fe es el principio de la justificacin, o una preparacin para la justificacin, de modo que no es la fe lo que nos hace aceptos a Dios, sino las obras que la siguen, y suean que se alaba mucho a la fe porque se le considera como principio de la justificacin. Porque la fuerza del principio es grande, y como reza el comn , el principio es la mitad del todo, como si alguien dijera refrn, que la gramtica hace doctores en todas las artes, porque prepara para las otras artes, aunque cada arte confiere propiamente su experiencia al artfice. No pensamos esto nosotros acerca de la fe, sino que sostenemos que somos justificados o aceptos a Dios propia y verdaderamente por la fe misma, por medio de Cristo. 72] Porque ser justificados significa ser transformados de injustos en justos o regenerados, y significa por tanto ser declarados o considerados justos. De una y otra manera se expresa la Escritura. Por tanto, deseamos mostrar primero que la fe sola transforma al injusto en un justo, es decir, consigue remisin de pecados. 73] Molesta a algunos la palabra sola, aun cuando Pablo dice, Rom. 3,28: Concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras. Asimismo, Efe. 2, 8,9: Es don de Dios, no de vosotros, no por obras, para que nadie se glore. Y en Rom. 3,24: Justificados gratuitamente. Si no les agrada la palabra sola, quiten tambin de los pasajes de Pablo las palabras tan exclusivas: gratuitamente, no por obras, es don, etc. Porque tambin estos vocablos son exclusivos. Sin embargo, la idea de mrito es lo que rechazamos. No excluimos la Palabra o los Sacramentos, como lo pretenden falsamente nuestros adversarios. Ya hemos dicho que la fe se concibe por la Palabra, y que honramos mucho el ministerio de la Palabra. 74] Asimismo, el amor y las obras deben seguir a la fe. Por tanto, no las excluimos negando que deben seguir a la fe. Las excluimos tan slo como confianza en nuestro amor y en nuestras obras como mritos para nuestra justificacin. Y esto vamos a mostrarlo claramente.

QUE CONSEGUIMOS REMISIN DE PECADOS POR LA FE SOLA EN CRISTO. 75] Pensamos que hasta nuestros adversarios reconocen que en la justificacin es necesario primero el perdn de pecados. Porque todos estamos bajo el pecado. Y por eso razonamos as: 76] Conseguir remisin de pecados es ser justificados, de acuerdo con el Sal.32, 1: Bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas. 57

77] Por la fe sola en Cristo, no por amor, no por las obras del amor, conseguimos remisin de pecados, aunque el amor sigue a la fe. 78] Por tanto, somos justificados por la fe sola, entendiendo por justificacin la transformacin de un hombre injusto en un justo, es decir, ser regenerado. 79] Con mayor facilidad podr aclararse esto si sabemos cmo se consigue remisin de pecados. Nuestros adversarios disputan con gran indiferencia de si la remisin de pecados y la comunicacin de la gracia constituyen una sola transformacin. Como son hombres vanos, no tenan respuesta que dar. En la remisin de pecados es preciso vencer en nuestros corazones los terrores del pecado y de la muerte eterna, como lo afirma Pablo, 1 Cor. 15,56 sg: El aguijn de la muerte es el pecado y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Seor nuestro Jesucristo. Quiere decir: el pecado llena de terror las conciencias, y esto ocurre por causa de la ley, que nos muestra la ira de Dios contra el pecado, pero por Cristo seremos vencedores. De qu modo? Por la fe, cuando cobramos nimo por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo. 80] Y de este modo probamos la menor. La ira de Dios no puede aplacarse si le oponemos nuestras obras, porque Cristo nos ha sido propuesto como Propiciador, para que por su Mediacin sea reconciliado el Padre con nosotros. Pero no podemos aprehender a Cristo como Mediador sino por la fe. Por tanto, conseguimos remisin de pecados por la fe sola, cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo. 81] Asimismo, Pablo, Rom. 5,2, dice: Por el cual tambin tenemos entrada al Padre. Y aade: Por la fe. Luego somos reconciliados con el Padre, y conseguimos remisin de pecados, cuando levantamos nuestros corazones por nuestra confianza en la misericordia prometida por medio de Cristo. Nuestros adversarios entienden que Cristo es Mediador y Propiciador porque mereci el hbito de amor, pero ahora no dicen que debemos acudir a este Mediador, sino que despus de haber sepultado a Cristo por completo, imaginan que tenemos entrada al Padre por nuestras propias obras, que por ellas merecemos ese hbito de amor, y que por medio de ese amor nos acercamos despus a Dios No es esto, por ventura, sepultar a Cristo por completo y anular toda la doctrina de la fe? Por el contrario, Pablo ensea que tenemos entrada al Padre, esto es, reconciliacin por medio de Cristo. Y para mostrar cmo esto se verifica, aade que tenemos entrada al Padre por la fe. As pues, conseguimos remisin de pecados por la fe, por medio de Cristo. No podemos oponer a la ira de Dios nuestro amor y nuestras obras. 82] Segundo. Es cierto que los pecados son perdonados por medio de Cristo, el Propiciador, Rom. 3,25: Al cual Dios ha propuesto en propiciacin. Adems, Pablo aade: Por la fe. Nos beneficiamos, por tanto, de este Propiciador, cuando por la fe aprehendemos la misericordia prometida en El, y la oponemos a la ira y al juicio de Dios. Y con el mismo efecto, escrito est en Hebreos, 4, 14, 16: Por tanto, teniendo un gran Pontfice, etc., Llegumonos confiadamente. Nos manda, pues, el apstol que nos lleguemos a Dios, no confiados en nuestros mritos, sino poniendo nuestra confianza en Cristo, el Pontfice. El apstol requiere pues la fe. 83] Tercero. Pedro, en Hech. 10, 43: A ste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en l creyeren, recibirn perdn de pecados por su nombre. Pudo hablar con mayor claridad? Dice que recibimos perdn de pecados por su nombre, esto es, por medio de El. Luego no es por nuestros mritos, contricin, amor, culto u obras. Y aade: Todos los que en l creyeren. Requiere pues la fe. Porque no podemos aprehender el nombre de Cristo sino por la fe. Habla, adems, de la opinin unnime de todos los profetas. Esto es, en verdad, alegar la autoridad de la Iglesia. Mas de este tpico hemos de volver a tratar al hablar del arrepentimiento. 84] Cuarto. La remisin de pecados es cosa prometida por medio de Cristo. Por tanto, no puede ser recibida ms que por la fe sola. Porque la promesa no puede recibirse ms que por la fe 58

sola. Rom. 4, 16: Por tanto es por la fe, para que sea por gracia, para que la promesa sea firme. Como si dijera: si la cosa dependiese de nuestros mritos, la promesa sera incierta e intil, porque nunca podramos determinar cundo habamos merecido lo suficiente. Fcilmente pueden entender esto las conciencias experimentadas. Por eso dice Pablo, Gal. 3,22: Mas encerr todo bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe de Jesucristo. Aqu anula nuestro mrito, porque dice que somos todos reos, y encerrados bajo pecado, y aade despus que la promesa de remisin y justificacin es dada, y declara cmo puede ser recibida la promesa, es decir, por la fe. Este razonamiento, sacado de la naturaleza de una promesa, es para Pablo el ms importante, y se repite muchas veces. Y no puede inventarse o imaginarse razonamiento alguno por el que pueda derribarse este argumento de Pablo. 85] Por tanto, no consientan las buenas mentes que se les aparte de la creencia de que solamente por la fe conseguimos perdn, por medio de Cristo. En ella tienen consuelo seguro y firme contra los terrores del pecado, contra la muerte eterna y contra todas las puertas de los infiernos. 86] Por tanto, como por la fe sola conseguimos perdn de pecados y recibimos el Espritu Santo, la fe sola justifica, porque los reconciliados son justificados y transformados en hijos de Dios, no por su propia limpieza, sino por misericordia, por medio de Cristo, si aprehenden por la fe esta misericordia. Por eso declara la Escritura, Rom. 3, 26, que justifica al que es de la fe de Jess. Aadiremos asimismo los testimonios que dicen claramente que la fe es la justicia misma, por la cual somos justificados para con Dios, es decir, no porque sea obra digna de por s, sino porque recibe o acepta la promesa hecha por Dios de que por medio de Cristo desea ser propicio a quienes en El creen, y porque sabe que Cristo nos ha sido hecho por Dios sabidura y justificacin, y santificacin y redencin, I Cor. 1, 30. 87] En la Epstola a los Romanos, Pablo trata sobre todo este tema, y afirma que somos justificados gratuitamente por la fe, cuando creemos que Dios se ha reconciliado con nosotros por medio de Cristo. Y aduce, en el captulo tercero, esta proposicin, que encierra todos los aspectos de la discusin: As que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley, Rom. 3,28. Nuestros adversarios interpretan el pasaje como refirindose a las ceremonias Levticas. Pero Pablo no habla slo de las ceremonias, sino de toda la ley. Ms abajo, en efecto, Rom. 7, 7, cita el mandamiento del Declogo: No codiciars. Si las obras morales consiguen perdn de pecados y justificacin, no hay ninguna necesidad de Cristo, ni de la promesa, y caeran por tierra cuantos razonamientos hace Pablo sobre la promesa. Se equivocaba cuando escriba a los Efesios, 2, 8: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Asimismo, Rom. 4,1,6, Pablo se refiere a Abraham y se refiere a David. Pero estos haban recibido mandamiento de Dios acerca de la circuncisin. Por tanto, si justificaban ciertas obras, era menester que procediesen, para justificar, de un mandamiento de Dios. Agustn dice claramente que Pablo habla de toda la ley, cuando discute detalladamente la cuestin en su obra Del Espritu y de la Letra, y termina con estas palabras: Consideradas, pues, estas materias, y tratadas hasta donde nos lo han permitido las fuerzas que el Seor se ha dignado concedernos, deducimos que el hombre no se justifica por los preceptos de una vida buena, sino por la fe en Jesucristo. 88] Y para que no pensemos que sali temerariamente de Pablo la sentencia de que la fe justifica, la defiende y confirma en el captulo cuarto de la Epstola a los Romanos, y la repite despus en todas las dems epstolas. 89] Dice as, Rom. 4, 4, 5: Empero al que obra, no se le cuenta el salario por merced, sino por deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impo, la fe le es contada por justicia. Aqu dice claramente que la fe misma es contada por justicia. La fe es, pues, aquella cosa 59

que Dios declara ser justicia, y aade que se cuenta gratuitamente, y niega que pueda ser contada gratuitamente si se debe por salario de las obras. Por eso excluye tambin el mrito de las obras morales. Porque si a stas se debiese justificacin para con Dios, no sera contada por justicia la fe sin las obras. 90] Y despus, Rom. 4, 9: Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. 91] En el Captulo 5, 1, dice: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, esto es, tenemos conciencias que estn tranquilas y alegres delante de Dios. 92] Rom. 10, 10: Porque con el corazn se cree para justicia. Aqu declara que la fe es justicia del corazn. 93] Gal. 2,16: Nosotros tambin hemos credo en Jesucristo, para que fusemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley. Efe. 2, 8: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se glore. 94] Juan, 1,12: Diales potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre: los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varn, mas de Dios. 95] Juan, 3, 14,15: Y como Moiss levant la serpiente en el desierto, as es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en l creyere, no se pierda. 96] Lo mismo en el versculo 17: Porque no envi Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por l. El que en l cree no es condenado. 97] Hech. 13, 38,39: Sea os pues notorio, varones hermanos, que por ste os es anunciada remisin de pecados; Y de todo lo que por la ley de Moiss no pudisteis ser justificados, en ste es justificado todo aquel que creyere. Pudo hablarse con mayor claridad del oficio de Cristo y de la justificacin? La ley, dice, no justificaba. Por eso nos ha sido dado Cristo, para que creamos que somos justificados por El. Claramente le quita a la ley el poder de justificar. Luego somos justificados por medio de Cristo, cuando creemos que Dios se ha reconciliado con nosotros por medio de Cristo. 98] Hech. 4, 11, 12: Esta es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza de ngulo. Y en ningn otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Pero el nombre de Cristo se aprehende slo por la fe. Por tanto, somos salvos por la confianza en el nombre de Cristo, y no por la confianza en nuestras obras. Porque nombre aqu significa la causa que se alega, por la que se efecta nuestra salvacin. Y alegar el nombre de Cristo es confiar en el nombre de Cristo como en la causa o precio por el que somos salvos. 99] Hech. 15, 9: Purificando por la fe sus corazones. Por tanto, la fe de que hablan los apstoles no es un conocimiento vano, sino obra que recibe el Espritu Santo y que nos justifica. 100] Habac. 2,4: Mas el justo por su fe vivir. Aqu dice primero que los hombres son justos por la fe, mediante la cual creen que Dios les es propicio, y aade que esta misma fe vivifica, porque esta fe produce en el corazn paz, gozo y vida eterna. 101] Isa. 53,11: Por su conocimiento justificar mi siervo justo a muchos. Pero qu es conocer a Cristo, sino conocer los beneficios de Cristo y las promesas que ha derramado por el mundo en su Evangelio? Conocer estos beneficios es propia y verdaderamente creer en Cristo, creer que las promesas que ha hecho Dios por medio de Cristo las cumplir con toda seguridad. 102] Pero la Escritura est llena de testimonios semejantes, porque unas veces se refiere a la ley, y otras a las promesas acerca de Cristo, del perdn de pecados y de la remisin gratuita por medio de Cristo. 60

103] Tambin en los Padres se encuentran testimonios similares. Ambrosio dice en su Epstola a Ireneo: Adems el mundo fue sujetado a El por la ley, porque, segn prescripcin de la ley, todos son culpados, y sin embargo ninguno es justificado por las obras de la ley, es decir, porque el pecado se manifiesta por la ley, pero la culpa no se satisface. Pareca que la ley era injuriosa, pues nos haca a todos pecadores, pero cuando vino el Seor Jess nos perdon a todos el pecado que nadie poda evitar, y borr con la efusin de su sangre la escritura que nos condenaba. Esto es lo que se dice en Rom. 5,20: La ley empero entr para que el pecado creciese; mas cuando el pecado creci, sobrepuj la gracia. Porque cuando todo el mundo fue sometido, quit el pecado de todo el mundo, como lo atestigu Juan Bautista diciendo, Juan. 1,29: He aqu el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Por tanto, nadie se glore en las obras, porque nadie es justificado por sus hechos. Mas el que es justo ha recibido una ddiva, porque ha sido justificado despus del Bautismo. La fe es pues la que liberta por la sangre de Cristo, porque bienaventurado aquel cuyas iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados, Sal. 32, 1. 104] Estas son palabras de Ambrosio que claramente confirman nuestras creencias: separa la justificacin de las obras, y la concede a la fe que liberta por la sangre de Cristo. 105] Renanse en un montn todos los sentenciarios que se adornan con ttulos magnficos, pues a unos se les llama anglicos, a otros sutiles y a otros irrefutables. Ninguno de ellos, ledos y reledos, nos ayudarn a entender a Pablo lo que nos ayuda este nico prrafo de Ambrosio. 106] Con el mismo objeto, Agustn escribe muchas cosas contra los pelagianos. En su obra titulada Del Espritu y de la Letra, dice as: La justicia de la ley, a saber, que el que la cumple vive en ella, se explica diciendo que cuando un hombre ha reconocido su enfermedad, puede alcanzar y hacer lo mismo y vivir en ello concilindose al Justificador, no por su propia fuerza, o por la letra de la ley (lo que es imposible), sino por la fe. Con la excepcin del hombre justificado, no existe ninguna obra buena por la que pueda justificarse el que la hace. Pero la justificacin se alcanza por la fe. Aqu dice claramente que al Justificador se le aplaca por la fe, y que la justificacin se consigue por la fe. Y poco despus: Por la ley tememos a Dios; por la fe esperamos en Dios. Pero a los que temen el castigo la gracia se les esconde; y sufriendo el alma, etc., con este temor busca refugio el alma por la fe en la misericordia de Dios, para que El conceda lo que El ordene. Aqu ensea que los corazones se aterrorizan por la ley y consiguen consuelo por la fe, y nos ensea a que procuremos aprehender por la fe la misericordia antes que cumplir la ley. Citaremos pronto otros pasajes. 107] Es cosa verdaderamente extraa que nuestros adversarios no se sientan movidos por tantos pasajes de la Escritura, que atribuyen abiertamente la justificacin a la fe, negndosela claramente a las obras. 108] Piensan acaso que en vano se repite lo mismo tantas veces? Piensan acaso que se descuid el Espritu Santo sirvindose de estas expresiones a la ligera? 109] Tambin han inventado un sofisma con el que las soslayan. Dicen que estos pasajes se refieren a una fides frmala, es decir, que no atribuyen justificacin a la fe sino por medio del amor. Es ms: no atribuyen en absoluto justificacin a la fe, sino tan slo al amor, porque suean que la fe puede coexistir con el pecado mortal. 110] Hasta dnde se llega con esto sino hasta anular de nuevo la promesa y volver a la ley? Si la fe consigue remisin de pecados por medio del amor, siempre quedar en la incertidumbre el perdn de pecados, porque nunca amamos tanto cuanto debemos: es ms, no amamos sino cuando nuestros corazones se hallan firmemente convencidos de que nos ha sido concedida la remisin de pecados. Y as, cuando nuestros adversarios requieren la confianza en el propio amor para la remisin de pecados y la justificacin, anulan por completo el Evangelio de 61

la gratuita remisin de pecados, aunque ese amor ni lo dan ni lo entienden, a no ser que crean que la remisin de pecados se consigue gratuitamente. 111] Nosotros tambin decimos que el amor debe seguir ala fe, como lo declara Pablo, Gal. 5, 6: Porque en Cristo Jess ni la circuncisin vale algo, ni la incircuncisin, sino la fe que obra por la caridad. 112] Mas no por eso se ha de creer que la confianza en ese amor o que por medio de ese amor conseguimos perdn de pecados y reconciliacin, as como tampoco conseguimos perdn de pecados por las otras obras que le siguen, sino que por la fe sola, y por la fe propiamente dicha se consigue remisin de pecados, porque la promesa no puede recibirse sino por la fe. 113] Hay, en efecto, una fe propiamente dicha, y esta fe es la que acepta la promesa. Y de esta fe es de la que se nos habla en la Escritura. 114] Y como consigue remisin de pecados y nos reconcilia con Dios, somos hechos justos primero por esta fe, por medio de Cristo, antes de que amemos y de que cumplamos la ley, aunque necesariamente tiene que seguir el amor. 115] Y esta fe no es un conocimiento vano, ni puede coexistir con el pecado mortal, sino que es obra del Espritu Santo por la que somos libertados de la muerte y animadas y vivificadas las mentes atemorizadas. 116] Y como esta fe sola consigue remisin de pecados y nos hace aceptos a Dios, y nos concede el Espritu Santo, mejor podra llamarse gratia gratum faciens, gracia que le hace a uno acepto a Dios, y no el efecto que se sigue, es decir, el amor. 117] Hasta aqu hemos demostrado, con suficiente abundancia de testimonios de la Escritura, y argumentos sacados de la Escritura, para que nuestra discusin fuese ms clara, que por la fe sola somos justificados, esto es, que somos transformados de injustos en justos o regenerados. 118] Fcilmente, pues, puede juzgarse cuan necesario es el conocimiento de esta fe, porque slo en ella se manifiesta el oficio de Cristo, slo por ella conseguimos los beneficios de Cristo, slo ella da consuelo seguro y firme a las mentes piadosas. 119] Y es conveniente que en la Iglesia se mantenga viva una doctrina en la cual pueden fundar las personas piadosas una esperanza segura de salvacin. Porque nuestros adversarios aconsejan mal a los hombres cuando les mandan dudar de que pueden conseguir remisin de pecados. Cmo se sostendrn en la muerte quienes nada han odo de esta fe y creen que deben dudar de la remisin de pecados? 120] Por otra parte, es necesario mantener en la Iglesia el Evangelio de Cristo, es decir, la promesa de que gratuitamente, por medio de Cristo, los pecados son perdonados. Aniquilan por completo este Evangelio quienes nada dicen de esta fe de que hablamos. 121] Y los escolsticos precisamente no dicen ni una sola palabra de esta fe. A ellos siguen nuestros adversarios, y rechazan esta fe. Y no ven que, al rechazar esta fe, anulan por completo la promesa de la remisin gratuita de los pecados y de la justicia de Cristo.

Art. III.
Del Amor Y Del Cumplimiento De La Ley. 1] Nuestros adversarios nos objetan aqu: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos, Mat. 19, 17. Y tambin: Los hacedores de la ley sern justificados, Rom. 2, 13, y

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muchas cosas semejantes acerca de la ley y las obras, pero antes de contestar a estas objeciones tenemos que declarar lo que nosotros creemos acerca del amor y del cumplimiento de la ley. 2] Escrito est en el profeta Jeremas, 31, 33: Dar mi ley en sus entraas, y escribirla en sus corazones. Y en Rom. 3,31, dice Pablo: Luego deshacemos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley. Y Cristo dice, Mat. 19, 17: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Y asimismo, I Cor. 13, 3: Si no tengo caridad, de nada me sirve. 3] Estos pasajes, y otros semejantes, nos aseguran que conviene que la ley se empiece en nosotros y se cumpla cada vez mejor. Pero hablamos, no de ceremonias, sino de la ley que nos da mandamientos sobre los movimientos de nuestro corazn, esto es, del Declogo. 4] Porque como la fe recibe el Espritu Santo y origina nueva vida en nuestros corazones, produce necesariamente tambin movimientos espirituales en nuestros corazones. Lo que son estos movimientos nos lo muestra el profeta Jeremas, 31, 33, cuando dice: Dar mi ley en sus entraas. Por tanto, despus de haber sido justificados por la fe y haber nacido de nuevo en ella, empezamos a temer a Dios, amar, pedir y esperar de El su ayuda, dar gracias y alabanzas y obedecer en las aflicciones. Empezamos tambin a amar a nuestro prjimo, porque nuestros corazones tienen movimientos espirituales y santos. 5] Esto no puede verificarse sino despus de haber sido justificado por la fe, y nacido de nuevo, recibiendo el Espritu Santo. Primero, porque la ley no puede cumplirse sin Cristo, como tampoco puede cumplirse la ley sin el Espritu Santo. 6] Pero el Espritu Santo se consigue por la fe, segn la sentencia de Pablo, Gal. 3, 14: Para que por la fe recibamos la promesa del Espritu. 7] Por otra parte, cmo puede el corazn humano amar a Dios cuando Dios est muy airado y nos castiga con temporales y perpetuas calamidades? Porque la ley siempre nos acusa, siempre nos presenta a Dios airado. 8] No podemos amar a Dios sino cuando por la fe aprehendemos su misericordia. As es como al fin Dios se hace objeto de amor. 9] As pues, aunque las obras civiles, esto es, las obras exteriores de la ley pueden cumplirse hasta cierto lmite sin Cristo y sin el Espritu Santo, parece no obstante claro segn lo que tenemos dicho que las obras que pertenecen propiamente a la ley divina, es decir, los afectos del corazn para con Dios que se mandan en la primera Tabla del Declogo, no pueden hacerse sin el Espritu Santo. 10] Pero nuestros adversarios son telogos muy finos: consideran la segunda Tabla del Declogo y las obras civiles, y no se ocupan de la primera, como si en nada hiciera al caso. Dan motivo seguro para pensar que tan slo exigen observancias exteriores. No consideran para nada la ley que es eterna, y que est muy por encima del sentido y del entendimiento de todas las criaturas, Deut. 6, 5: Amars a Jehov tu Dios de todo tu corazn. 11] Pero Cristo nos ha sido dado precisamente para que por medio de El consigamos remisin de pecados y recibamos el Espritu Santo que origina en nosotros nueva y eterna vida y eterna justicia. Por lo cual la ley no puede cumplirse verdaderamente hasta que se ha recibido el Espritu Santo por la fe. Por eso dice Pablo, Rom. 3,31, que la ley se establece por la fe, y no se deshace. Porque la ley slo puede cumplirse cabalmente cuando interviene el Espritu Santo. 12] Y Pablo ensea, 2 Cor. 3,15, sg., que, El velo que cubra la faz de Moiss no puede quitarse sino por la fe en Cristo, por la cual se recibe el Espritu Santo. Dice as, en efecto: Y aun hasta el da de hoy, cuando Moiss es ledo, el velo est puesto sobre el corazn de ellos. Mas cuando se convirtieran al Seor, el velo se quitar. Porque el Seor es el Espritu; y donde est el Espritu del Seor, all hay libertad.

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13] El velo significa para Pablo la opinin humana acerca de toda la ley, el Declogo y las ceremonias, esto es, la opinin de los hipcritas, que piensan que las obras exteriores y civiles satisfacen a la ley de Dios, y que los sacrificios y cultos ex opere operato justifican delante de Dios. 14] Este velo se aparta de nuestra faz, es decir, se nos exime del temor, cuando Dios revela a nuestros corazones nuestra inmundicia y la magnitud de nuestro pecado. Y entonces vemos por primera vez cuan lejos estamos del cumplimiento de la ley. Entonces nos damos cuenta de que la carne, segura y ociosa, no teme a Dios, ni est convencida de que Dios nos mira, sino que piensa que los hombres nacen y mueren porque se es su destino. Entonces es cuando sabemos por experiencia que no creemos en realidad que Dios perdona y escucha. Pero cuando, enterados del Evangelio y de la remisin de pecados, somos consolados por la fe, recibimos el Espritu Santo, para que podamos ya verdaderamente creer en Dios, temerle, etc. De aqu se deduce que la ley no puede cumplirse sin Cristo y sin el Espritu Santo. 15] As pues, declaramos que es necesario que la ley comience primero en nosotros, y que despus se vaya cumpliendo cada vez ms. Incluimos a la vez estas dos cosas: los movimientos espirituales y las buenas obras exteriores. Falsamente, pues, nos calumnian nuestros adversarios, cuando dicen que nuestros partidarios no ensean las buenas obras, siendo as que, no slo las exigen, sino que muestran cmo pueden hacerse. 16] El resultado mismo convence a los hipcritas, que tratan de cumplir la ley por sus propias fuerzas, de que no pueden llevar a cabo lo que pretenden. 17] Porque la naturaleza humana es demasiado dbil para resistir por sus fuerzas al diablo, que mantiene cautivos a cuantos no se liberan por la fe. 18] Contra el diablo se necesita la potencia de Cristo, y pues sabemos que por medio de Cristo se nos oye y tenemos promesa, debemos pedir que nos gobierne y defienda el Espritu Santo, para que no erremos engaados, ni hagamos nada impulsados contra la voluntad de Dios. As lo ensea el Sal. 68,18: Cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres. Porque Cristo venci al diablo, y nos dio la promesa y el Espritu Santo, para que con el auxilio divino venzamos tambin nosotros. Y en 1 Juan, 3, 8: Para esto apareci el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. 19] Repetimos que, no slo enseamos cmo puede cumplirse la ley, sino cmo se agrada a Dios si hacemos algo, es decir, no porque satisfacemos a la ley, sino porque estamos en Cristo, corno diremos poco despus. Conste, pues, que nosotros exigimos buenas obras. 20] Es ms: aadimos tambin que es imposible separar de la fe el amor de Dios, por pequeo que sea, porque por medio de Cristo se llega al Padre, y una vez aceptado el perdn de pecados, nos convencemos de que tenemos a Dios, es decir, de que Dios cuida de nosotros, le invocamos, damos gracias, le tememos y amamos, como nos lo ensea Juan en su primera Epstola, 4, 19: Nosotros le amamos a l por que l ros am primero, esto es, porque entreg por nosotros a su Hijo y nos perdon nuestros pecados. Esto es lo que significa que la fe precede y que el amor sigue. 21] Adems, la fe de que hablamos existe en el arrepentimiento, es decir, se concibe en los temores de la conciencia que siente la ira de Dios contra nuestros pecados, busca remisin de pecados y libertarse del pecado. Y esta fe debe crecer y fortalecerse en estos temores y en las dems aflicciones. 22] Por lo cual, no puede existir en quienes viven segn la carne, se deleitan en sus malos deseos y los obedecen. Por eso dice Pablo, Rom. 8, 1: Ahora pues, ninguna condenacin hay para los que estn en Cristo Jess, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espritu. Y tambin, versculos 12 y 13: Deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la 64

carne: porque si viviereis conforme a la carne, moriris; mas si por el Espritu mortificis las obras de la carne, viviris. 23] Por lo cual, la fe que acepta el perdn de pecados en un corazn atemorizado, y que huye del pecado, no puede permanecer en quienes siguen sus malos deseos, ni coexiste con el pecado mortal. 24] De estos efectos de la fe, nuestros adversarios toman uno, a saber, el amor, y ensean que el amor justifica. Por eso resulta evidente que tan slo ensean la ley. No ensean que se consigue primero remisin de pecados por la fe. No hablan de Cristo el Mediador, ni de que Dios nos es propicio por medio de Cristo, pero dicen que es por medio de nuestro amor. No explican, sin embargo, lo que es este amor, ni podran tampoco explicarlo. 25] Declaran que cumplen la ley, cuando esta gloria se debe a Cristo, y oponen al juicio de Dios la confianza en sus propias obras, pues afirman que de condigno merecen gloria y vida eterna. Esta confianza es absolutamente impa y vana. Porque en esta vida no podemos cumplir la ley, pues la naturaleza carnal no cesa de producir malos efectos, aunque a ellos resista el Espritu que est en nosotros. 26] Se nos preguntar, por ventura: Pues reconocemos que el amor es obra del Espritu Santo, y declaramos que es justicia, puesto que es cumplimiento de la ley, por qu no enseamos que justifica? A esto se ha de responder: Primero, que es seguro que no conseguimos perdn de pecados por amor, ni por medio de nuestro amor, sino por medio de Cristo, por la fe sola. 27] La fe sola, que se mira en la promesa, y sabe por eso que ha de creer que Dios perdona verdaderamente, porque Cristo no ha muerto en vano, etc., vence los temores del pecado y de la muerte. 28] Si alguno duda de que le son perdonados sus pecados, hace agravio a Cristo, pues imagina que su pecado es ms poderoso o eficaz que la muerte y la promesa de Cristo, porque como dice Pablo, Rom. 5, 20: Mas cuando el pecado creci, sobrepuj la gracia, es decir, la misericordia es ms grande que el pecado. 29] Si alguno piensa que por amor consigue perdn de pecados, hace agravio a Cristo, y ver en el juicio de Dios que la confianza en su propia justicia es impa y vana. Luego es necesario que la fe reconcilie y justifique. 30] Y as como no conseguimos remisin de pecados por otras virtudes de la ley, o por medio de ellas, a saber, por la paciencia, la castidad, la obediencia al magistrado, etc., y conviene no obstante practicar estas virtudes, as tampoco conseguimos remisin de pecados por nuestro amor hacia Dios, aun cuando es necesario que lo practiquemos. 31] Por otra parte, conocida es la costumbre del lenguaje en que a veces, con la misma palabra, comprendemos por sincdoque la causa y los efectos. As, en Luc. 7, 47, dice Cristo: Sus muchos pecados le son perdonados, porque am mucho. Y Cristo se explica a s mismo cuando aade, versculo 50: Tu fe te ha salvado. Cristo no quera decir, por tanto, que aquella mujer haba merecido, por su amor, remisin de pecados. Por eso dice claramente: Tu fe te ha salvado. 32] Pero la fe es la que aprehende la promesa gratuita de misericordia por la Palabra de Dios. Si alguno dice que esto no es fe, desconoce en absoluto lo que es la fe. 33] Y la narracin misma nos muestra en este lugar a qu se llama amor. La mujer vino con la creencia acerca de Cristo de que en El haba de buscar remisin de sus pecados. Este culto es el ms alto que pueda tributarse a Cristo. No pudo ella atribuir a Cristo nada ms grande. Esto era en verdad reconocer al Mesas, buscar en El remisin de pecados. Es cierto que, pensar as de Cristo, adorarle as, abrazarle as, es creer verdaderamente. Pero Cristo se sirvi de la palabra amor, no para la mujer, sino contra el fariseo, porque estaba contrastando la adoracin del fariseo con la adoracin de aquella mujer. Recrimina al fariseo, porque no reconoca al Mesas, aunque 65

le haba presentado la cortesa exterior debida a un husped y a un varn grande y santo. Ensalza a la mujerzuela y alaba el culto que sta le rinde, los ungentos, las lgrimas, etc., porque todas estas cosas eran seguras seales de fe y de arrepentimiento, es decir, porque buscaba en Cristo remisin de pecados. Gran ejemplo es ste, ciertamente, y no sin causa, conmueve a Cristo, hasta el punto de censurar al fariseo, varn sabio y honesto, pero no creyente. Le reprueba su impiedad, y le amonesta con el ejemplo de la mujerzuela, queriendo manifestarle cuan torpe es su conducta, pues la ignorante mujer cree en Dios, mientras que l, doctor de la ley, no cree, no reconoce al Mesas, no busca en El remisin de pecados, ni salvacin. 34] As pues, ensalza aqu una adoracin total, como se hace muchas veces en las Escrituras, en que con una palabra se abarcan muchas cosas, y lo diremos con mayor extensin ms adelante, tratando de pasajes semejantes, como Luc. 11,41; Dad limosna; y he aqu todo os ser limpio. No slo requiere limosna, sino tambin la justicia de la fe. Y as, dice aqu: Sus muchos pecados le son perdonados, porque am mucho, esto es, porque me ador verdaderamente con fe, con ejercicios y con seales de fe. Abarca, pues, aqu todo el culto. Y a la par, ensea que por la fe se consigue perdn de pecados, aunque el amor, la confesin y otros frutos buenos deben seguir a la fe. Porque no quiere que los frutos sean el precio, la propiciacin por la cual se consigue el perdn de pecados que nos reconcilia con Dios. 35] Estamos tratando un gran asunto: el honor de Cristo; dnde debe depositarse nuestra confianza, si en Cristo o en nuestras obras. 36] Porque si la depositamos en nuestras obras, quitamos a Cristo su honor de Mediador y Propiciador. Adems, veremos en el juicio de Dios que esta confianza es vana, y que con ella las conciencias caen en la desesperacin. Porque si la remisin de pecados y la reconciliacin no se consiguen gratuitamente, por medio de Cristo, sino por nuestro amor, ninguno conseguir remisin de pecados si no cumple toda la ley, porque la ley no justifica, sino que nos acusa. 37] Parece pues evidente que, siendo la justificacin una reconciliacin por medio de Cristo, somos justificados por la fe, porque es ciertsimo que por la fe sola conseguimos perdn de pecados. 38] Respondemos ahora a la objecin que antes mencionamos. Nuestros adversarios tienen razn al pensar que el amor, el cumplimiento de la ley y el acatamiento a la ley implican ciertamente justicia, pero se equivocan cuando piensan que somos justificados por la ley. Porque como no somos justificados por la ley, sino que conseguimos remisin de pecados y reconciliacin por la fe, por medio de Cristo, y no por medio del amor o del cumplimiento de la ley, se sigue necesariamente que somos justificados por la fe en Cristo. 39] Por otra parte, el cumplimiento de la ley, o acatamiento de la ley son de verdad justicia cuando son completos, pero en nosotros el cumplimiento y el acatamiento son insignificantes e inmundos. Por eso, ni pueden agradar ni ser aceptos por s solos. 40] Porque si es evidente, segn dejamos dicho, que la justificacin implica, no slo un principio de renovacin, sino una reconciliacin por la cual somos despus aceptos, podr verse con mayor claridad ahora que este comienzo de cumplimiento de la ley no justifica, porque tan slo es acepto por la fe. Ni se debe confiar tampoco en que por nuestra propia perfeccin y cumplimiento de la ley somos justificados para con Dios, y no por medio de Cristo. 41] En primer lugar, porque Cristo no deja de ser Mediador despus de que hemos sido renovados. Yerran quienes se figuran que El mereci tan slo la primera gracia, y que nosotros agradamos despus a Dios por nuestro cumplimiento de la ley, y merecemos vida eterna. 42] Cristo sigue siendo Mediador, y debemos creer siempre firmemente que por medio de El nos reconciliamos con Dios, aunque nosotros seamos indignos. Claramente lo ensea Pablo, 1 Cor. 4, 4, donde dice: Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado, 66

sino que piensa que por la fe es justificado, por medio de Cristo, segn el pasaje: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Sal. 32, 1; Rom. 4, 7. Porque este perdn se consigue siempre por la fe. Y del mismo modo, la imputacin de la justicia del Evangelio es por la promesa. Por tanto, siempre se recibe por la fe, y siempre se ha de creer firmemente que por la fe, por medio de Cristo, somos hechos justos. 43] Si los que han nacido de nuevo tuvieran despus que pensar que han de ser aceptos por medio del cumplimiento de la ley, cundo estara segura la conciencia de que agrada a Dios, pues nunca satisfacemos a la ley? 44] Por eso, siempre se ha de recurrir a la promesa, por ella se ha de sustentar nuestra flaqueza y se ha de creer que somos justificados por medio de Cristo, que est sentado a la diestra de Dios, el que tambin intercede por nosotros, Rom. 8, 34. A este Pontfice injuria quien se cree ya justo y acepto por su propio cumplimiento de la ley, y no por la promesa de Cristo. No puede concebirse cmo se justifica el hombre delante de Dios, si excluye a Cristo, el Mediador y el Propiciador. 45] Adems, qu necesidad hay de una larga discusin? Toda la Escritura, toda la Iglesia proclama que no se puede satisfacer la ley. Por tanto, no puede agradar el comienzo del cumplimiento de la ley por s misma, sino por medio de la fe en Cristo. 46] De otro modo, la ley siempre nos acusa. Porque quin puede amar o temer bastante a Dios? Quin puede llevar con bastante paciencia las aflicciones impuestas por Dios? Quin no se pregunta a veces si las cosas humanas acontecen por decreto divino o por casualidad? Quin no duda a veces de que Dios le oye? Quien no siente muchas veces amargura viendo que los impos gozan de mejor fortuna que los piadosos, y que los piadosos son oprimidos por los impos? Quin cumple plenamente con los deberes de su estado? Quin ama al prjimo como a s mismo? A quin no estimula la concupiscencia? 47] Por eso Pablo dice, Rom. 7,19: Porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, ste hago. Y asimismo, en el versculo 25: Con la mente sirvo a la ley de Dios; mas con la carne a la ley del pecado. Aqu proclama claramente que sirve a la ley del pecado. Y David dice, Sal. 143,2: Y no entres en el juicio con tu siervo, porque no se justificar delante de ti ningn viviente. Aqu hasta un siervo de Dios trata de evitar el juicio. Asimismo, Sal. 32,2: Bienaventurado el hombre a quien no imputa Jehov su iniquidad. As pues, siempre hay en nuestra flaqueza pecado que podra ser imputado, del que dice poco despus, versculo 6: Por eso orar a ti todo santo. Aqu muestra que conviene tambin que los santos pidan perdn de pecados. 48] Ms que ciegos son los que creen que los malos afectos de la carne no son pecado. De ellos dice Pablo, Gal. 5, 17: Porque la carne codicia contra el Espritu, y el Espritu contra la carne. 49] La carne desconfa de Dios y confa en las cosas presentes, busca auxilios humanos en la calamidad, aun contra la voluntad de Dios, huye de las aflicciones que debiera soportar por mandamiento de Dios, duda de la misericordia de Dios, etc. Contra estos afectos lucha el Espritu Santo en los corazones, para reprimirlos y mortificarlos, y para provocar nuevos movimientos espirituales. 50] Pero sobre este asunto aduciremos testimonios ms adelante, aunque por doquier son claros, no slo en las Escrituras, sino tambin en los Santos Padres. 51] Bien dice Agustn: Todos los mandamientos de Dios se cumplen cuando queda perdonado lo que no se ha hecho. Requiere pues la fe aun en las obras buenas, para que creamos que agradamos a Dios por medio de Cristo, y que las obras de por s no son dignas de agradar a Dios.

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52] Y Jernimo contra los pelagianos: Somos pues justos cuando nos confesamos pecadores, y nuestra justicia no se funda en nuestro mrito, sino en la misericordia de Dios. 53] Por consiguiente, es necesario que haya fe en ese principio de cumplimiento de la ley, que nos da certeza de que por medio de Cristo nos hemos reconciliado con Dios. Porque, como hemos dicho algunas veces anteriormente, la misericordia no puede ser aprehendida sino por la fe. 54] Por lo cual, cuando Pablo dice, Rom. 3,31: La ley se establece por la fe, no slo conviene entender que por la fe los que han nacido de nuevo reciben el Espritu Santo, y tienen movimientos conformes a la ley de Dios, sino que importa mucho ms aadir que estamos muy lejos de la perfeccin de la ley. 55] No podemos pues concluir que somos justificados delante de Dios por nuestro cumplimiento de la ley, sino que se ha de buscar justificacin en otra parte para que la conciencia encuentre sosiego. Porque no nos justificamos delante de Dios mientras huyendo del juicio de Dios le enojamos. 56] Se ha de creer, pues, que, nacidos de nuevo por la fe, por medio de Cristo, somos justificados, no por la ley o por nuestras obras, sino porque este comienzo de cumplimiento de la ley es acepto por la fe, y por esta fe nos es imputado lo que falta al cumplimiento de la ley, aunque la contemplacin de nuestra impureza nos llene de temor. Si la justificacin se ha de buscar en otra parte, entonces nuestro amor y nuestras obras no nos justifican. 57] Mucho ms all de nuestra pureza y muy por encima de la ley debe colocarse la pasin y la satisfaccin de Cristo que nos ha sido dada, para que creamos firmemente que tenemos a Dios propicio por medio de esa satisfaccin, y no por nuestro cumplimiento de la ley. 58] Esto ensea Pablo, Gal. 3, 13, cuando dice: Cristo nos redimi de la maldicin de la ley, hecho por nosotros maldicin, es decir, la ley condena a todos los hombres, pero Cristo, sufriendo sin pecado el castigo del pecado y siendo hecho vctima por nosotros, quit a la ley el derecho de acusar y condenar a los que creen en El, porque El es la propiciacin por la cual son ahora justificados. Pero una vez justificados, la ley no puede acusarlos o condenarlos, aun cuando en realidad no hayan satisfecho a la ley. En el mismo sentir, escribe a los Colosenses, 2, 10: En Cristo estis completos, como si dijera: aunque estis todava muy lejos de la perfeccin de la ley, no os condenan los restos del pecado, porque por medio de Cristo tenemos reconciliacin cierta y firme, si creis por la fe, aunque el pecado est adherido a vuestra carne. 59] Siempre debe tenerse presente la promesa de que Dios, por su promesa en Cristo, quiere ser propicio, quiere justificar, y no por medio de la ley o de nuestras obras. En esta promesa deben las conciencias temerosas buscar reconciliacin y justificacin, y con esta promesa deben sustentarse y creer firmemente que tienen a Dios propicio, por medio de Cristo, por medio de su promesa. As pues, nunca pueden las obras aplacar la conciencia, sino tan slo la promesa. 60] Por tanto, si adems del amor y de las obras ha de buscarse justificacin y paz de la conciencia, el amor y las obras no justifican, aunque son virtudes y justicias de la ley, en cuanto que son el cumplimiento de la ley. Pero esta justicia imperfecta de la ley no es acepta a Dios sino por la fe. Por lo cual, no justifica, esto es, no reconcilia, ni regenera, ni por s nos hace aceptos delante de Dios. 61] De todo esto se infiere que por la fe sola somos justificados delante de Dios, porque por la fe sola conseguimos perdn de pecados y reconciliacin, por medio de Cristo, pues la reconciliacin o la justificacin est prometida por medio de Cristo, y no por la ley. As pues, por la fe sola se recibe, aunque despus de habernos sido concedido el Espritu Santo se sigue el cumplimiento de la ley.

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RESPUESTA A LOS ARGUMENTOS DE NUESTROS ADVERSARIOS. 62] Conocidos los fundamentos de esta discusin, es decir, la diferencia que hay entre la ley, y las promesas o el Evangelio, ser fcil desvanecer los argumentos que nuestros adversarios nos oponen. Citan pasajes sobre la ley y las obras, pero omiten los pasajes que se refieren a las promesas. 63] Puede responderse de una vez a todos los pasajes sobre la ley, diciendo que la ley no se cumple sin Cristo, y que si se hacen obras civiles externas sin Cristo, stas no agradan a Dios. Por lo cual, cuando se recomiendan las obras, es preciso aadir que se requiere la fe, que por la fe se recomiendan y que son frutos y testimonios de la fe. 64] Las causas ambiguas y peligrosas originan numerosas y diversas soluciones. Es verdadero lo del antiguo poeta: Una causa injusta requiere, por su misma condicin enfermiza, remedios sabiamente aplicados. Pero en las causas buenas y firmes, una o dos explicaciones, sacadas de las fuentes, corrigen todo lo que parece ofensivo. Y esto es lo que ocurre en nuestra causa. Porque la regla que ha poco he citado explica todos los pasajes que se aducen sobre la ley y las obras. 65] Reconocemos, en efecto, que la Escritura habla unas veces de la ley, y otras del Evangelio o promesa gratuita de remisin de pecados por medio de Cristo. Pero nuestros adversarios desconocen por completo la promesa gratuita cuando niegan que la fe justifica, cuando ensean que por medio de nuestro amor y de nuestras obras conseguimos perdn de pecados y reconciliacin. 66] Si depende de la condicin de nuestras obras, la remisin de pecados ser absolutamente incierta. Quedar abolida la promesa. 67] Por eso llevamos las mentes piadosas a considerar las promesas, y enseamos lo que se debe saber acerca de la gratuita remisin de pecados, y de la reconciliacin que resulta de la fe en Cristo. Y despus aadimos tambin la doctrina de la ley. Y es preciso subdividir bien estas materias, como dice Pablo, 2 Tim. 2, 15. Tenemos que ver bien lo que la Escritura atribuye a la ley, y lo que atribuye a las promesas. Porque ensalza las obras de una manera que no anula la promesa gratuita. 68] Las obras deben hacerse por mandamiento de Dios para ejercitar la fe y para la confesin y accin de gracias. Por estas razones, necesariamente deben hacerse buenas obras, y aunque se hacen en la carne que no est todava absolutamente regenerada y retrasa los movimientos del Espritu Santo y les comunica su inmundicia, son no obstante obras santas por causa de la fe, y son divinas, sacrificios y actos que pertenecen al gobierno de Cristo, el cual manifiesta su reino a este mundo. Porque en ellas santifica los corazones y reprime al diablo, y para mantener el Evangelio entre los hombres, opone abiertamente al reino del diablo la confesin de los santos, y manifiesta su poder en nuestra flaqueza. 69] Los peligros y predicaciones del apstol Pablo, de Atanasio, de Agustn y de otros semejantes, que ensearon a las iglesias, son obras santas, son verdaderos sacrificios aceptos a Dios, batallas de Cristo con las cuales rechaza al diablo y le aleja de los que creyeron. 70] Los trabajos de David en sus guerras y en el gobierno de su pas, son obras santas, sacrificios verdaderos, batallas de Dios para defender al pueblo que posea la Palabra de Dios contra el diablo, para que no se extinguiese por completo en el mundo la Palabra de Dios. 71] Lo mismo pensamos de las buenas obras, as en las vocaciones ms humildes como en los negocios privados. Cristo vence al diablo por medio de ellas, como cuando los de Corinto

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daban limosnas, 1 Cor. 16,1, haciendo obra santa, y sacrificio, y batalla de Cristo contra el diablo, que trabaja para que nada se haga en alabanza de Dios. 72] Vituperar obras como la confesin de la doctrina, las aflicciones, los oficios de caridad, las mortificaciones de la carne, sera ciertamente vituperar el gobierno externo de Cristo entre los hombres. 73] Y en lo que a esto se refiere, hablamos asimismo de las recompensas y del mrito. Enseamos que han sido propuestas y prometidas recompensas a las obras de los fieles. Enseamos que las buenas obras son meritorias, no para conseguir remisin de pecados, la gracia o la justificacin (pues stas tan slo las conseguimos por la fe), sino para otras recompensas corporales y espirituales, en esta vida y despus de esta vida, porque Pablo dice, 1 Cor. 3, 8: Cada uno recibir su recompensa conforme a su labor. 74] A labores distintas, correspondern distintas recompensas. Pero el perdn de pecados es igual y semejante para todos, del mismo modo que Cristo es uno, y se ofrece gratuitamente a cuantos creen que les son perdonados sus pecados por medio de El. As pues, slo se consigue por la fe la remisin de pecados y la justificacin, y no por obra alguna, como se ve por los temores de la conciencia, pues no pueden oponerse a Dios obras nuestras de ningn gnero, como Pablo dice claramente, Rom. 5, 1: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Seor Jesucristo: por quien tambin tenemos entrada por la fe, etc. 75] Y como la fe hace hijos de Dios, nos hace tambin coherederos de Cristo. Porque como no conseguimos la justificacin por nuestras obras, pues por la justificacin somos hechos hijos de Dios y coherederos de Cristo, no conseguimos tampoco vida eterna por nuestras obras. Pero la fe la consigue, porque la fe justifica reconcilindonos con Dios. Se debe a los justificados, segn el pasaje de Rom. 8, 30: A los que justific, a stos tambin glorific. 76] Pablo, Efe. 6, 2 sg., nos recomienda el mandamiento de honrar a nuestros padres con la mencin de la recompensa que se aade a dicho mandamiento, pero no quiere decir que la obediencia a los padres nos justifica delante de Dios, sino que cuando se efecta en los que estn ya justificados consigue grandes recompensas. 77] Sin embargo, Dios prueba a los santos de varias maneras, y dilata muchas veces la recompensa a la justificacin por las obras, para que aprendan a no confiar en su justificacin y sepan asimismo buscar la voluntad de Dios, y no las recompensas, como se ve en Job, en Cristo y en otros santos. Esto nos ensean muchos Salmos, que nos consuelan de la felicidad de los impos, Sal. 37,1: No tengas envidia. Y Cristo dice, Mat. 5, 10: Bienaventurados los que padecen persecucin por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. 78] Estas alabanzas de las obras mueven sin duda a los fieles a obrar el bien. 79] Al mismo tiempo, se proclama la doctrina del arrepentimiento contra los impos que obran mal, y se manifiesta la ira con que Dios amenaza a cuantos no se arrepienten. 80] As pues, ensalzamos y requerimos las buenas obras, y aducimos muchas razones por las que deben hacerse. Pablo ensea lo mismo acerca de las obras, cuando dice, Rom. 4, 9 sg., que Abraham recibi la circuncisin, pero no para ser justificado por ella. Porque por la fe ya haba sido justificado. Se le aadi la circuncisin, para que tuviese en el cuerpo una seal, y advertido siempre por ella, ejercitase la fe, confesase su fe delante de los dems y moviese a otros a creer mediante su testimonio. 81] Por la fe Abel ofreci a Dios mayor sacrificio, Heb. 11,4. Y como era justo por su fe, agrad el sacrificio que haca, no para conseguir por medio de esta obra remisin de pecados y gracia, sino para ejercitar su propia fe y manifestarla a los dems, movindoles a creer tambin. 82] Aunque as es como deben las buenas obras seguir a la fe, de muy distinto modo se sirven de ellas los hombres que no pueden creer y tener la certeza en su corazn de que son 70

perdonados de gracia, por medio de Cristo, y que tienen gratuitamente propicio a Dios, por medio de Cristo. Al contemplar las obras de los santos, juzgan stos humanamente que los santos consiguieron la remisin de pecados y la gracia por medio de estas obras. Y por eso las imitan, y piensan que consiguen el perdn de pecados y la gracia por obras semejantes, y piensan que con estas obras aplacan la ira de Dios y logran justificarse. 83] Condenamos esta opinin impa acerca de la doctrina de las obras. Primero, porque obscurece la gloria de Cristo, por cuanto los hombres proponen a Dios estas obras como precio y propiciacin. Aqu el honor que slo a Cristo se debe se tributa a nuestras obras. En segundo lugar, las conciencias no encuentran tampoco paz en estas obras, sino que acumulando en sus temores obras y ms obras, terminan por desesperar, porque no hallan ninguna obra que sea sufucientemente pura. La ley siempre les acusa y les manifiesta su enojo. Y en tercer lugar, nunca alcanzan stos el conocimiento de Dios. Objetos de ira, huyen del Dios que les juzga y aflige, y nunca creen que se les atiende. 84] Pero la fe nos revela la presencia de Dios cuando nos pone de manifiesto que Dios perdona y escucha gratuitamente. 85] Siempre ha existido en el mundo esta opinin impa acerca de las obras. Los gentiles hacan sacrificios, y esta tradicin la haban recibido de sus padres. Imitaban sus obras, aunque no conservaban su fe, y pensaban que aquellas obras eran propiciacin y precio mediante los cuales Dios se reconciliara con ellos. 86] El pueblo de Israel imitaba los sacrificios en la opinin de que por medio de ellos aplacaban a Dios, por as decirlo, ex opere operato. Y aqu vemos la vehemencia con que increpan al pueblo los profetas. Sal. 50, 8: No te reprender sobre tus sacrificios, y Jer. 7, 22: Porgue no habl yo con vuestros padres acerca de holocaustos. Pasajes como estos, condenan, no ya las obras, que ciertamente haba ordenado Dios como ejercicios exteriores en aquel gobierno, sino que condenan el impo convencimiento que los hombres tenan de que por medio de aquellas obras aplacaban la ira de Dios, abandonando la fe. 87] Y como ninguna obra aquieta la conciencia, se inventan obras nuevas, fuera de los mandamientos de Dios. El pueblo de Israel haba visto a los profetas sacrificar en lugares elevados. Por otra parte, los ejemplos de los santos mueven en gran manera los nimos, con la esperanza de que tambin con obras semejantes han de conseguir la gracia, como aquellos santos la consiguieron. Por eso empez el pueblo con admirable celo a imitar esta obra, para conseguir por medio de ella la remisin de pecados, la gracia y la justicia. Pero los profetas no haban sacrificado en lugares elevados para conseguir mediante aquellas obras el perdn de pecados y la gracia, sino porque enseaban en aquellos lugares y daban por tanto desde all testimonio de su fe. 88] El pueblo haba odo que Abraham haba inmolado a su hijo. Por eso ellos quisieron aplacar a Dios por medio de la obra ms costosa y cruel, y mataron tambin a sus hijos. Pero Abraham no inmolaba a su hijo creyendo que su obra era precio y propiciacin para justificarse. 89] Y as, en la Iglesia, fue instituida la Cena del Seor, para que por el recuerdo de las promesas de Cristo, que se nos manifiestan en esta seal, se confirme en nosotros la fe, confesemos pblicamente nuestra fe y proclamemos los beneficios de Cristo, como dice Pablo, 1 Cor. 11,26: Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Seor anunciis hasta que l venga. Pero nuestros adversarios insisten en que la Misa es una obra que justifica ex opere operato, y quita el resto de la culpa y de la pena en aquellos para quienes se celebra. As lo escribe Gabriel. 90] Antonio, Bernardo, Domingo, Francisco, y otros Santos Padres, eligieron distintos gneros de vida, para dedicarse, ya al estudio, ya a otros ejercicios tiles. Pero no por eso dejaban 71

de creer que se justificaban por la fe, por medio de Cristo, y que no por medio de esos ejercicios tenan a Dios propicio. Pero la multitud imit despus, no la fe de estos Padres, sino sus ejemplos, sin la fe, para conseguir por medio de aquellas obras la remisin de pecados, la gracia y la justicia, y no crey que reciban gratuitamente estos-' beneficios, por medio de Cristo el Propiciador. 91] Eso piensa el mundo de todas las obras, que son propiciacin por la que se aplaca a Dios, y que constituyen el precio por el cual hemos de justificarnos. No cree que Cristo es el Propiciador, no cree que por la fe conseguimos gratuitamente ser justificados por medio de Cristo. Y como las obras no pueden sosegar la conciencia, se buscan despus otras, se establecen cultos nuevos, nuevos votos, nuevos monacatos, fuera de los mandamientos de Dios, para encontrar alguna obra que pueda oponerse a la ira y al juicio de Dios. 92] Estas opiniones impas acerca de las obras las defienden nuestros adversarios contra las Escrituras. Pero pensar que nuestras obras sean propiciacin, que consiguen la remisin de pecados y la gracia, y que por medio de ellas nos justificamos delante de Dios, qu es sino quitar a Cristo su honor de Mediador y Propiciador? 93] As pues, aunque sentimos y enseamos que las buenas obras tienen que hacerse necesariamente (pues debe seguir al comienzo de la fe el cumplimiento de la ley), tributamos a Cristo el honor que le es debido. Creemos y enseamos que por la fe, por medio de Cristo, somos justificados delante de Dios, que no somos justificados por nuestras obras, sino por medio de Cristo el Mediador, que no conseguimos la remisin de pecados, la gracia y la justicia por nuestras propias obras, que no podemos oponer nuestras obras a la ira y al juicio de Dios y que las obras no pueden vencer los temores del pecado, sino que por la fe sola vencemos los temores del pecado, y que tan slo por la fe debemos oponer a la ira y al juicio de Dios a nuestro Mediador Cristo. 94] Si alguno piensa de otro modo, no tributa a Cristo el honor que le pertenece, porque Cristo ha sido instituido Propiciador para que por El tengamos entrada al Padre. 95] Hablamos pues ahora de la justicia en nuestras relaciones con Dios, y no con los hombres, por la que conseguimos la gracia y la paz de la conciencia. 96] No puede sosegarse la conciencia delante de Dios sino por la fe sola, que nos da la certeza de que Dios nos es propicio por medio de Cristo, segn Rom. 5, 1: Justificados pues por la fe, tenemos paz, porque la justificacin es beneficio prometido slo gratuitamente, por la fe en Cristo, y por eso siempre se consigue delante de Dios por la fe sola. 97] Responderemos, pues, ahora a los pasajes citados por nuestros adversarios cuando quieren probar que somos justificados por el amor y por las obras. De 1 Cor. 13,2, citan: Si tuviese toda la fe, etc., y no tengo amor, nada soy. Aqu piensan que triunfan magnficamente. Dicen que Pablo proclama a toda la Iglesia que la fe sola no justifica. 98] Pero la respuesta es fcil, despus de haber mostrado nuestro sentir respecto del amor y de las obras. Este pasaje de Pablo exige el amor. Tambin nosotros lo exigimos. En efecto, hemos dicho antes que conviene que exista en nosotros la renovacin y un comienzo de cumplimiento de la ley, segn Jer. 31, 33: Dar mi ley en sus corazones. Si alguno rechaza el amor, aunque tenga gran fe no la conserva, porque no guarda el Espritu Santo. 99] Tampoco ensea Pablo en este pasaje el modo de la justificacin, sino que escribe a quienes, estando ya justificados, han de ser exhortados para que lleven buenos frutos y no pierdan el Espritu Santo. 100] Por otra parte, nuestros adversarios proceden muy aviesamente: citan este nico lugar en que Pablo se explica acerca de los frutos, pero omiten muchsimos otros pasajes en que trata ordenadamente del modo de la justificacin. Adems, en otros pasajes que hablan de la fe, 72

siempre aaden una correccin, diciendo que hay que interpretarlos como refirindose a la fides frmata. Pero no aaden la correccin de que se necesita la fe que cree que somos justificados por medio de Cristo el Propiciador. As es como nuestros adversarios excluyen a Cristo de la justificacin, y ensean slo la justicia de la ley. Pero volvamos a Pablo. 101] Nada puede deducirse de este texto sino que el amor es necesario. Y esto lo confesamos. As como que es necesario no robar. Pero no razonar bien nadie si se infiere lo siguiente: "Es necesario no robar, luego no robar justifica." Porque la justificacin no es la aprobacin de una obra particular, sino la aprobacin de toda la persona. Por consiguiente, ninguna mella nos hace este pasaje de Pablo. Son nuestros adversarios quienes no deben imaginar lo que les viene en gana. Porque Pablo no dice que el amor justifica, sino que dice: "nada soy," esto es, que la fe se extingue, aunque haya sido muy grande. No dice que el amor vence los temores del pecado y de la muerte, que podemos oponer nuestro amor al juicio y a la ira de Dios, que nuestro amor satisface a la ley de Dios, que sin Cristo el Propiciador tenemos entrada a Dios por nuestro amor, ni que por medio de nuestro amor conseguimos el prometido perdn de pecados. Nada de esto dice Pablo. No piensa, por tanto, que el amor justifica, porque tan slo somos justificados cuando aprehendemos a Cristo el Propiciador, y creemos que Dios nos es propicio por medio de Cristo. Ni soar podramos en la justificacin si dejamos a un lado a Cristo el Propiciador. 102] Si en verdad no necesitamos a Cristo, anulen nuestros adversarios la promesa de Cristo y deroguen el Evangelio, si podemos con nuestro amor vencer a la muerte y si con nuestro amor tenemos entrada a Dios sin Cristo el Propiciador. 103] Nuestros adversarios corrompen muchos pasajes, porque meten en estos pasajes sus propias opiniones y no siguen el sentido que por s tienen. Qu inconveniente hay en este texto si prescindimos de la interpretacin que en l entretejen nuestros adversarios, pues no entienden lo que es justificacin ni cmo se efecta? Antes de ser justificados, los Corintios haban recibido muchos dones excelentes. En los comienzos eran muy fervorosos, como es costumbre. Despus, empezaron a existir entre ellos enemistades encubiertas, como lo da a entender Pablo, y empezaron tambin a molestar a los maestros. Por eso los increpa Pablo, recordndoles los deberes del amor. Y aunque stos son necesarios, sera no obstante estpido soar que las obras de la segunda Tabla de los mandamientos de la ley, que se refieren a nuestros deberes para con los hombres, y no propiamente para con Dios, pueden justificarnos delante de Dios. Porque en la justificacin hay que tratar directamente con Dios, ha de aplacarse su ira, hay que sosegar la conciencia delante de Dios. Y ninguna de estas cosas se consigue por las obras de la segunda Tabla de los mandamientos. 104] Sin embargo, nos objetan que el amor debe anteponerse a la fe y a la esperanza. Porque Pablo dice, 1 Cor. 13,13: El mayor de ellos es el amor. Cierto que es lgico que la mxima y principal virtud justifique. 105] Aun cuando en este pasaje Pablo habla propiamente del amor al prjimo, y da a entender que el amor es la mayor de las virtudes, porque es la que ms frutos lleva. La fe y la esperanza tienen slo que ver con Dios. Y pues el amor exterior hacia los hombres tiene infinitos deberes, concedemos a nuestros adversarios que el amor de Dios y del prjimo es la virtud principal, ya que el primero y grande mandamiento dice, Mat. 22, 37: Amars al Seor tu Dios. Pero cmo se deduce de esto que el amor justifique? 106] La mayor de las virtudes, dicen, justifica. De ningn modo, porque as como no justifica la mayor ley, o la ley primera, as tampoco justifica la mayor de las virtudes de la ley. Justifica la virtud que aprehende a Cristo, la que nos comunica los mritos de Cristo, la que nos hace partcipes de la gracia y paz de Dios. Y esta virtud es precisamente la fe. Porque, como 73

muchas veces se ha dicho, la fe no es slo un conocimiento, sino mucho ms: querer y recibir o aprehender los beneficios que se ofrecen en la promesa relacionada con Cristo. 107] Esta obediencia a Dios, es decir, desear recibir la promesa ofrecida, no es menos un servicio divino, una que el amor. Dios quiere que creamos en El, que recibamos sus bendiciones, y eso es lo que El dice ser verdadero culto. 108] Por otra parte, nuestros adversarios atribuyen justificacin al amor, porque ensean por doquier y exigen la justificacin de la ley. Porque no podemos negar que el amor es la obra mayor de la ley. Y la sabidura humana contempla la ley y busca en ella la justicia. Por eso los doctores escolsticos, hombres grandes e ingeniosos, la consideran tambin como la obra mayor de la ley, y atribuyen a esta obra la justificacin. Mas engaados por la sabidura humana, no han visto descubierto el rostro de Moiss, sino velado, como los fariseos, los filsofos, los mahometanos. 109] Pero nosotros predicamos la locura del Evangelio, en el cual se nos ha revelado otra justificacin, a saber, que por medio de Cristo el Propiciador somos justificados, si creemos que Dios se reconcilia con nosotros por medio de Cristo. Y no ignoramos cunto se aparta esta doctrina del juicio de la razn y de la ley. Ni ignoramos que es mucho ms llamativa la doctrina de la ley acerca del amor. Porque es sabidura. Pero no nos avergenza la locura del Evangelio. Lo defenderemos por la gloria de Cristo, y pedimos a Cristo que nos ayude con su Espritu Santo para que podamos ilustrar y hacer bien patente esta defensa. 110] Nuestros adversarios citaron tambin en su Refutacin contra nosotros, Col. 3, 14: El amor es el vnculo perfecto. De aqu deducen que el amor justifica, porque hace a los hombres perfectos. Aunque podra responderse aqu de muchas maneras acerca de la perfeccin, nosotros expondremos simplemente el sentir de Pablo. Es cierto que Pablo habl del amor al prjimo. Y no se ha de pensar que Pablo atribuyera la justificacin o perfeccin delante de Dios a las obras de la segunda Tabla de los mandamientos antes que a las de la primera. Si el amor hace a los hombres perfectos, ninguna necesidad hay de Cristo el Propiciador. Porque la fe aprehende slo a Cristo el Propiciador. Esto dista muchsimo del sentir de Pablo, el cual no tolera nunca que sea excluido (de la Iglesia) el Propiciador. 111] Se refiere, por tanto, no a la perfeccin personal, sino a la integridad general de la Iglesia. Por eso dice que el amor es vnculo de unin, para significar que habla de unir y trabar entre s a los numerosos miembros de la Iglesia. Porque, as como es preciso mantenerla en todas las familias, as tambin se ha de mantener la concordia entre todas las naciones mediante mutuos deberes, y no puede conservarse la tranquilidad si los hombres no pasan por alto y se perdonan ciertas faltas. Y as, Pablo ordena que haya en la Iglesia un amor que mantenga la concordia, que tolere, si es necesario, la conducta desapacible de los hombres, y que se disimulen errores leves para que la Iglesia no se divida en cismas, y de los cismas surjan odios, facciones y herejas. 112] Es, en efecto, inevitable que se quebrante la concordia cuando los obispos imponen a su grey cargas demasiado duras, y no toman en cuenta la flaqueza de su rebao. Nacen discordias cuando los fieles juzgan con demasiada severidad la conducta de sus doctores, o desprecian a sus doctores por algunas faltas menos graves. Porque entonces se busca otro gnero de doctrina, y otros doctores. 113] Por el contrario, la perfeccin, esto es, la integridad de la Iglesia se conserva cuando los fuertes toleran a los dbiles, cuando la grey soporta algunos inconvenientes en la conducta de sus doctores, cuando los obispos perdonan algunas faltas a la flaqueza del pueblo cristiano. 114] De estos preceptos de equidad estn llenos los libros de todos los sabios, para que en el transcurso de esta vida nos perdonemos muchas faltas en bien de la comn tranquilidad. Y de

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estas cosas tambin habla Pablo, aqu y en otros pasajes. Por tanto, nuestros adversarios deducen con imprudencia del vocablo perfeccin que el amor justifica, siendo as que Pablo habla de la integridad y tranquilidad comn. Y Ambrosio interpreta as este pasaje: As como se dice que el edificio es perfecto o ntegro, cuando todas sus partes estn convenientemente trabadas entre s. 115] Vergenza debiera dar a nuestros adversarios proclamar con tanta insistencia un amor que nunca practican. Qu es lo que hacen ahora? Arrasan iglesias, escriben leyes con sangre y las proponen al Emperador, nuestro clementsimo prncipe, para que las promulgue, matan cruelmente sacerdotes y hombres buenos si manifiestan con suavidad que no aprueban algn abuso manifiesto. Esto no concuerda con sus panegricos del amor, porque si los tuviesen en cuenta nuestros adversarios, las iglesias estaran tranquilas y la nacin apaciguada. Y estos tumultos se acallaran si nuestros adversarios no insistiesen con tanta acrimonia en tradiciones intiles para la piedad, muchas de las cuales ni ellos observan, aunque las defienden con tanta vehemencia. A s mismos se perdonan fcilmente, pero no a los dems, como aquel de quien dijo el poeta: Yo a m mismo me perdono, dice Mevio. 116] Todo esto est muy lejos de los encomios del amor que nos citan de Pablo, y que ellos entienden lo que entienden las paredes del eco que devuelven. 117] De Pedro citan tambin este pasaje, 1 Ped. 4, 8: El amor cubrir multitud de pecados. Es evidente que tambin Pedro habla del amor al prjimo, porque acomoda este pasaje al mandamiento que ordena a los hombres amarse mutuamente. Porque no poda pasar por las mentes a ningn apstol que nuestro amor venza al pecado y a la muerte, que el amor sea propiciacin por medio de la cual nos reconciliemos con Dios dejando a un lado a Cristo el Mediador, ni que el amor sea justificacin sin Cristo el Mediador. Porque este amor, si alguno hubiera, sera justicia de la ley, y no del Evangelio que nos promete reconciliacin y justicia si creemos que por medio de Cristo el Mediador nos reconciliamos con el Padre y conseguimos los mritos de Cristo. 118] Por eso Pedro nos manda poco antes que nos acerquemos a Cristo, que seamos edificados en Cristo. Y aade, 1 Ped. 2, 4-6: Y el que creyere en El, no ser avergonzado. Nuestro amor no nos libra de la confusin cuando Dios nos juzga y convence de pecado. Pero la fe en Cristo nos liberta de estos temores, porque sabemos que por la fe, por medio de Cristo, somos perdonados. 119] Por otra parte, este pasaje acerca del amor est tomado de los Proverbios, 10, 12, donde la anttesis muestra claramente cmo debe entenderse: El odio despierta rencillas: mas la caridad cubrir todas las faltas. Declara precisamente lo mismo que el pasaje de Pablo sacado de los Colosenses, donde dice que si surgen disensiones, deben mitigarse y apaciguarse con equidad y dulzura. 120] Las disensiones, dice, acrecen los odios, y muchas veces vemos que de levsimas ofensas resultan las ms grandes tragedias. Leves disensiones hubo entre Csar y Pompeyo, y si hubiesen ambos cedido un poco, se hubiera evitado la guerra civil. Pero ambos se dejan llevar por su odio, y de una bagatela se siguen disturbios. 121] Muchas herejas surgieron en la Iglesia tan slo por odio a los doctores. Por tanto, no se refiere el pasaje a delitos propios sino a los ajenos cuando dice: El amor cubrir multitud de delitos. Se refiere a los ajenos, y esto entre los hombres, y quiere decir que si cometen errores, el amor disimula, perdona, cede, y no trata todas las cosas apelando a una justicia muy severa. Por tanto, lo que Pedro quiere decir no es que el amor consigue remisin de pecados delante de Dios, que es propiciacin con la exclusin de Cristo el Mediador, que regenera y justifica, sino que para con los hombres el amor no debe ser moroso, spero, intratable, antes debe disimular

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algunas faltas de los amigos, y echar a buena parte la conducta de los dems, aun la ms ruda, como lo ordena un refrn vulgar: La conducta del amigo conocers, pero no la odiars. 122] Y no sin causa hablaron tantas veces los apstoles sobre este deber del amor, que los filsofos llaman suavidad. Porque esta virtud es necesaria para conservar la concordia pblica, que no puede durar si los pastores y las iglesias no pasan por alto muchas cosas. 123] De Santiago, citan, 2, 24: Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Y piensan que es uno de los pasajes que ms se oponen a nuestra creencia. Pero la respuesta es llana y fcil. Si nuestros adversarios no zurcen con este pasaje sus opiniones sobre los mritos de las obras, las palabras de Santiago no presentan ninguna dificultad. Pero en cuanto se mencionan las obras, nuestros adversarios aaden sus opiniones impas, diciendo que por las buenas obras conseguimos remisin de pecados, que las buenas obras son la propiciacin y el precio por medio de los cuales Dios se reconcilia con nosotros, que las buenas obras vencen los temores del pecado y de la muerte, que las buenas obras son aceptas a Dios a causa de su bondad, y que no necesitan de la misericordia ni de Cristo el Propiciador. Nada de esto se le haba ocurrido a Santiago, aunque ahora lo defiendan tanto nuestros adversarios amparndose en el pasaje mencionado. 124] Por consiguiente, lo primero que tenemos que pensar es que este pasaje contradice ms a nuestros adversarios que a nosotros mismos. Porque nuestros adversarios declaran que el hombre se justifica por el amor y por las obras. Y nada dicen de la fe por la que aprehendemos a Cristo el Propiciador. Es ms: la condenan, y no slo la condenan en sus sentencias y en sus escritos, sino que se empean en borrarla de la Iglesia por el hierro y los tormentos. Cunto mejor lo hace Santiago, que no omite la fe, no antepone el amor a la fe, sino que mantiene la fe, para que Cristo el Propiciador no sea excluido de la justificacin! Lo mismo hace Pablo, cuando nos da la suma de la vida cristiana, incluyendo la fe y el amor, 1 Tim. 1,5: Pues el propsito de este mandamiento es el amor nacido de corazn limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida. 125] En segundo lugar, el asunto mismo declara que aqu se habla de las obras que siguen a la fe, y manifiestan que la fe no es muerta, sino viva y eficaz en el corazn. As pues, no piensa Santiago que por las buenas obras conseguimos perdn de pecados y la gracia. Porque habla de las obras de los justificados, que ya estn reconciliados y son aceptos, y han conseguido ya remisin de pecados. Por tanto, yerran nuestros adversarios cuando infieren que Santiago declara que conseguimos por las buenas obras el perdn de pecados y la gracia, y que por las buenas obras tenemos entrada a Dios sin Cristo el Propiciador. 126] En tercer lugar, hablando Santiago poco antes de la regeneracin, ha dicho que se efecta por el Evangelio. Porque dice as, 1, 18: El, de su voluntad, nos hizo nacer por apalabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Cuando dice que por el Evangelio nacemos de nuevo, infiere que hemos nacido de nuevo y hemos sido justificados por la fe. Porque la promesa de Cristo tan slo por la fe se aprehende, cuando la oponemos a los temores del pecado y de la muerte. Por tanto, Santiago no piensa que nacemos de nuevo por nuestras obras. 127] De esto se desprende que Santiago no nos contradice, pues cuando vitupera las mentes ociosas y seguras de s mismas, que soaban que tenan fe, no tenindola, hace una distincin entre la fe muerta y la fe viva. 128] Dice que es muerta la fe que no produce buenas obras, y dice que es viva la que produce buenas obras. Adems, nosotros hemos mostrado ya muchas veces a qu llamamos fe. Porque no hablamos del conocimiento vano, que tambin el diablo tiene, sino de la fe que resiste a los terrores de la conciencia, y que levanta y consuela a los corazones atemorizados. 129] Y una fe como sta no es cosa fcil de poseer, como lo declaran nuestros adversarios, porque no es un poder humano, sino una potencia divina por la que somos 76

vivificados, y por la que vencemos al diablo y a la muerte. Pablo dice a los Colosenses, 2,12, que la fe es eficaz por el poder de Dios, y que vence a la muerte: Resucitados con el, mediante la fe en el poder de Dios. Siendo esta fe nueva vida, produce necesariamente nuevos movimientos y obras nuevas. Por eso Santiago tiene razn al negar que somos justificados por una fe sin obras. 130] El que diga que somos justificados por la fe y por las obras no es ciertamente decir que nacemos de nuevo por las obras. Ni dice tampoco que Cristo es en parte Propiciador, dejando la otra parte de la propiciacin a las obras. Tampoco describe aqu el modo de la justificacin, sino que describe a los justos, una vez que han sido justificados y regenerados. 131] Y el ser justificado no significa aqu que de impo se ha transformado en justo, sino que se ha declarado justo segn el sentido jurdico, como Pablo en Rom. 2,13: Los hacedores de la ley sern justificados. Por tanto, as como no tienen nada en contra de nuestra creencia las palabras de Pablo: Los hacedores de la ley sern justificados, tampoco lo tienen las palabras de Santiago: El hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe, porque es verdad que son justificados los hombres que tienen fe y buenas obras. Porque, como hemos dicho, las buenas obras son justicia en los santos, y son aceptas por medio de la fe. Santiago tan slo recomienda las obras que hace la fe, como lo afirma al hablar de Abraham, 2,22: La fe obr con sus obras. Y en este sentido se dice: Los hacedores de la ley son justificados, esto es, son justificados los que de corazn creen en Dios, y llevan despus buenos frutos que son aceptos por medio de la fe, y son por tanto cumplimiento de la ley. 132] Estas cosas, dichas as sencillamente, nada tienen de malo, pero nuestros adversarios las tuercen y zurcen con ellas opiniones impas de su propia minerva. No se sigue, pues, de aqu que las obras consigan remisin de pecados, que las obras no necesiten de Cristo el Propiciador. Santiago no dice nada de esto, y sin embargo nuestros adversarios sacan todas estas deducciones de las palabras del apstol. 133] Se citan asimismo contra nosotros otros pasajes acerca de las obras. Luc. 6, 37: Perdonad, y seris perdonados. Isa. 58, 7, 9: Parte tu pan con el hambriento; entonces invocars y te oir Jehov. Dan. 4, 24: Redime tus iniquidades con misericordias. Mat. 5, 3: Bienaventurados los pobres en espritu: porque de ellos es el reino de los cielos. 134] Y asimismo el versculo 7: Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarn misericordia. Estos pasajes tampoco ofreceran dificultad alguna si nuestros adversarios nada les aadieran. Porque encierran dos enseanzas: una es la predicacin de la ley o del arrepentimiento, que acusa a quienes obran mal, y ordena hacer el bien; y la otra es la promesa que se aade a ella. Porque tampoco est escrito que los pecados se perdonan sin fe, o que las obras mismas son propiciacin. 135] Porque en la predicacin de la ley conviene que se entiendan siempre estas dos enseanzas, que la ley no puede cumplirse si no nacemos de nuevo por la fe en Cristo, como Cristo mismo dice, Juan, 15, 5: Sin m nada podis hacer. Y sobre todo, para que puedan hacerse algunas obras exteriores, se ha de tener presente esta sentencia universal: Sin fe es imposible agradar a Dios, se ha de mantener el Evangelio que proclama que por Cristo tenemos entrada al Padre, Web. 11,6; Rom. 5, 2. 136] Es pues evidente que no somos justificados por la ley. De lo contrario, si la predicacin de la ley fuese suficiente, qu necesidad tendramos de Cristo y del Evangelio? As pues, en la predicacin del arrepentimiento no es suficiente la predicacin de la ley, o de la Palabra que convence de pecado, porque la ley obra la ira, tan slo acusa, tan slo atemoriza las conciencias, porque las conciencias nunca se sosiegan si no oyen la voz de Dios prometindoles claramente perdn de pecados. Por eso es necesario aadir el Evangelio que proclama que por medio de Cristo son perdonados los pecados, y que por la fe en Cristo conseguimos remisin de 77

pecados. Si nuestros adversarios excluyen de la predicacin del arrepentimiento el Evangelio de Cristo, con razn hemos de juzgarles blasfemos contra Cristo. 137] As pues, cuando Isaas, 1, 16-18, predica el arrepentimiento: Dejad de hacer lo malo: Aprended a hacer bien; buscad juicio, restituid al agraviado, haced justicia al hurfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehov, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve sern emblanquecidos, el profeta nos mueve a arrepentimiento, y aade la promesa. Pero sera necio considerar tan slo en este pasaje las palabras: restituid al agraviado; haced justicia al hurfano. Porque dice al principio: Dejad de hacer lo malo, censurando la dureza de corazn y recomendando la fe. Tampoco dice el profeta que por estas obras: restituid al agraviado, haced justicia al hurfano, pueden conseguir remisin de pecados ex opere operato, sino que declara que estas obras son necesarias en la nueva vida. Y quiere decir, al mismo tiempo, que la remisin de pecados se consigue por la fe, y que, por tanto, se aade la promesa. 138] As es como hay que entender todos los pasajes semejantes. Cristo predica el arrepentimiento cuando dice: Perdonad, aadiendo la promesa: Y seris perdonados, Luc. 6, 37. Tampoco afirma que cuando perdonamos conseguimos remisin de pecados por nuestra obra, ex opere operato, como dicen, sino que exige una vida nueva, y sta es ciertamente necesaria. Y quiere decir, al mismo tiempo, que la remisin de pecados se consigue por la fe. Cuando Isaas dice, 58,7: Parte tupan con el hambriento, tambin exige vida nueva. Y el profeta no se refiere a una obra sola, sino a un arrepentimiento completo, como lo indica el texto, sino que quiere decir, al mismo tiempo, que la remisin de pecados se consigue por la fe. 139] Porque hay una verdad tan segura, que todas las puertas del infierno no prevalecern contra ella, y es que en la predicacin del arrepentimiento no basta la predicacin de la ley, porque la ley obra ira y acusa siempre. Hay que aadir la predicacin del Evangelio, que dice que conseguimos remisin de pecados por la fe si creemos que nuestros pecados nos son perdonados por medio de Cristo. De lo contrario, qu necesidad tenemos del Evangelio ni de Cristo? Esta verdad debe tenerse siempre presente, para oponerla a quienes, haciendo caso omiso de Cristo y de su Evangelio, tuercen torpemente las Escrituras con sus opiniones humanas, y proclaman que compramos la remisin de nuestros pecados con nuestras obras. 140] Asimismo, en el sermn de Daniel, 4, 24, 27, se exige la fe. Porque no quera Daniel que el rey tan slo diese limosna, sino que incluye todo el arrepentimiento cuando dice: Redime tus pecados con justicia, esto es, redime tus pecados por medio de un cambio en el corazn y en las obras. Pero tambin aqu se exige la fe. Y Daniel le explica muchas cosas sobre el culto del Dios nico de Israel, y convierte al rey movindole, no slo a dar limosnas, sino mucho ms a que tenga fe. Consta, en efecto, en la excelente confesin del rey acerca del Dios de Israel: No hay Dios que pueda librar como ste, Dan. 3, 29. As pues, hay dos partes en el sermn de Daniel. Una parte es la que da el mandamiento sobre la nueva vida y las obras de esta nueva vida. En la otra parte, Daniel promete al rey el perdn de los pecados. Y esta promesa de la remisin de pecados no es predicacin de la ley, sino una voz verdaderamente proftica y evanglica, la cual Daniel quera que se recibiese por la fe. 141] Porque Daniel saba que la remisin de pecados haba sido prometida, no slo a los israelitas, sino a todas las naciones. Si as no fuera, no hubiera podido ofrecer al rey el perdn de los pecados. Porque no est en la potestad del hombre dictaminar, sin una Palabra cierta de Dios, cundo Dios de su propia voluntad deja de permanecer airado. Y las palabras de Daniel se refieren claramente, en su lengua, a todo el arrepentimiento, y presentan expresamente la promesa: Redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades con misericordias para con los pobres. Estas palabras se refieren a todo el arrepentimiento. Mandan al rey que se justifique, y 78

despus que obre el bien, defendiendo a los pobres contra las iniquidades, como es el deber de un rey. 142] Pero la justicia es la fe en el corazn. Adems, los pecados son redimidos por arrepentimiento, es decir, quitando la obligacin o la culpa, porque Dios perdona a los que se arrepienten, como est escrito en Eze. 18, 21, 22. Y tampoco se ha de inferir de esto que Dios perdona a causa de las obras que se siguen, o a causa de las limosnas, sino que perdona por su promesa a quienes aprehenden la promesa. Y no la aprehenden sino quienes verdaderamente creen y vencen por la fe al pecado y a la muerte. Los que han nacido de nuevo deben llevar frutos dignos de arrepentimiento, como dice Juan Bautista en Mat. 3,8. Por tanto, se aade la promesa: Tal vez ser eso una prolongacin de tu tranquilidad, Dan. 4, 24,27. 143] Jernimo aade aqu una partcula dubitativa que cae fuera de la cuestin, y defiende con imprudencia en sus comentarios que la remisin de pecados es incierta. Pero nosotros recordamos que el Evangelio promete con seguridad la remisin de pecados. Y sera simplemente anular el Evangelio negar que debe prometerse con seguridad la remisin de pecados. Abandonemos, pues, a Jernimo en este pasaje. Porque hasta en la palabra redimir se manifiesta la promesa. Porque significa que el perdn de pecados es posible, que los pecados pueden redimirse, esto es, que puede quitarse la obligacin o la culpa, y aplacarse la ira de Dios. Pero nuestros adversarios, pasando siempre por alto las promesas, consideran tan slo los preceptos, y aaden la humana opinin de que por medio de las obras se consigue el perdn, aunque el texto no dice esto, sino que al contrario exige la fe. Porque dondequiera que hay promesa se exige la fe. La promesa no puede aceptarse sino por la fe. 144] En verdad que las obras se les entran a los hombres por los ojos. Por naturaleza, la razn humana las admira, y como tan slo percibe claramente las obras, ni entiende ni tiene en cuenta la fe, y suea por eso que las obras consiguen perdn de pecados y justifican. Esta opinin acerca de la ley se adhiere por naturaleza a los nimos de los hombres, y no pueden desecharla hasta que son divinamente enseados. 145] Pero debemos alejar de nuestra mente estas opiniones carnales y encaminarla a la Palabra de Dios. Vemos que se nos ha ofrecido el Evangelio y la promesa de Cristo. Por tanto, cuando se predica la ley, cuando se predican las obras, no debe rechazarse la promesa de Cristo. Al contrario, sta debe recibirse primero, para poder obrar el bien, para que nuestras obras puedan agradar a Dios, como lo dice Cristo, Juan, 15, 5: Sin mi nada podis hacer. Por tanto, si Daniel se hubiera servido de estas palabras: Redime tus pecados con justicia, nuestros adversarios habran pasado por alto este pasaje. Pero como expres al parecer este sentir con otras palabras, nuestros adversarios las tuercen en menoscabo de la doctrina de la gracia y de la fe, aunque Daniel tena mucho empeo en incluir la fe. 146] Por tanto, a la cita de las palabras de Daniel respondemos que, pues predica el arrepentimiento, no se refiere tan slo a las obras, sino tambin a la fe, como el relato mismo del texto lo confirma. En segundo lugar, como Daniel menciona claramente la promesa, infiere necesariamente la fe que cree que los pecados son perdonados gratuitamente por Dios. As pues, aunque en el arrepentimiento menciona las obras, no dice Daniel que por las obras conseguimos perdn de pecados. Porque Daniel no habla slo de la remisin de la culpa, pues en vano se busca la remisin de la pena si el corazn no ha conseguido primero la remisin de la culpa. 147] Por otra parte, si nuestros adversarios tan slo entienden que Daniel habla de la pena, nada hay en contra nuestra en este pasaje, porque ellos tendran que confesar necesariamente que viene primero la remisin gratuita de los pecados y la justificacin. Adems, tambin concedemos nosotros que las penas con que se nos castiga se mitigan con nuestras oraciones y 79

buenas obras, y al fin con nuestro arrepentimiento completo, segn I Cor. 11, 31: Si nos examinsemos a nosotros mismos, no seramos juzgados. Y Jer. 15, 19: Si te convirtieres, yo te responder. Y Zac. 1,3: Volveos a m, y yo me volver a vosotros. Y Sal. 50, 15: Invcame en el da de la angustia. 148] Mantengamos, por tanto, en todas nuestras alabanzas de las obras, y en la predicacin de la ley, esta regla: la ley no se cumple sin Cristo. Como El mismo dice: Sin m nada podis hacer. Mantengamos asimismo que: Sin fe es imposible agradar a Dios, Heb. 11, 6. Es pues ciertsimo que la doctrina de la ley no pretende suplantar el Evangelio, ni suplantar a Cristo el Propiciador. Y malditos sean los fariseos, adversarios nuestros, pues interpretan la ley de tal modo, que atribuyen a las obras la gloria de Cristo, a saber, que son propiciacin y que merecen remisin de pecados. Sguese, pues, que las obras deben siempre ser ensalzadas de esta manera, a saber, que son aceptas por la fe, porque las obras no son aceptas sin Cristo el Propiciador. Por el cual tenemos entrada a Dios, Rom. 5,2, y no por las obras sin Cristo el Mediador. 149] Luego cuando se dice, Mat. 19, 17: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos, debemos creer que los mandamientos no pueden guardarse sin Cristo, ni ser aceptos sin Cristo. As en el Declogo mismo, en el primer mandamiento, Ex. 20, 6: Y hago misericordia a millares, a los que me aman, y guardan mis mandamientos, se aade a la ley una promesa muy grande. Pero esta ley no se cumple sin Cristo. Porque siempre acusa a la conciencia, que no satisface a la ley, y huye atemorizada del juicio y del castigo de la ley. Porque la ley produce ira, Rom. 4,15. Pero cumple la ley cuando conoce que por medio de Cristo somos reconciliados con Dios, aun cuando no podemos satisfacer a la ley. Cuando por medio de esta fe se aprehende a Cristo el Mediador, el corazn se tranquiliza, y empieza a amar a Dios y a cumplir la ley, y sabe que ya agrada a Dios por medio de Cristo el Mediador, aun cuando este comienzo de cumplimiento de la ley est muy lejos de la perfeccin y sea todava muy impuro. 150] As tambin se ha de juzgar acerca de la predicacin del arrepentimiento. Porque si bien los escolsticos no dijeron absolutamente nada acerca de la fe en la predicacin del arrepentimiento, pensamos sin embargo que ninguno de nuestros adversarios estar tan loco que niegue que la absolucin es una llamada que el Evangelio hace a todos. La absolucin debe recibirse por fe, para que levante la conciencia atemorizada. 151] As pues, como la doctrina del arrepentimiento manda, no slo obras nuevas, sino que promete tambin remisin de pecados, infiere necesariamente la fe. Porque la remisin de pecados no se consigue sino por la fe. Por tanto, en estos pasajes acerca del arrepentimiento, debe siempre entenderse que se infieren, no slo la fe, sino las obras, como en ste de Mat. 6, 14: Si perdonareis a los hombres sus ofensas, os perdonar tambin a vosotros vuestro Padre celestial. Aqu se exige la obra y se aade la promesa de remisin de pecados, que no se consigue por medio de la obra, sino por medio de Cristo, por la fe. Y as en otros lugares lo afirma la Escritura con muchos pasajes. 152] Hech. 10, 43: De ste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en l creyeren, recibirn perdn de pecados por su nombre. Y I Juan, 2,12: Vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Efe. 1, 7: En el cual tenemos redencin por su sangre, el perdn de pecados segn las riquezas de su gracia. Pero, qu necesidad hay de enumerar testimonios? 153] La voz autntica y propia del Evangelio dice que por medio de Cristo, y no por nuestras obras, por la fe, conseguimos perdn de pecados. Esta es la voz del Evangelio que nuestros adversarios tratan de sofocar, interpretando malamente los pasajes que contienen la doctrina de la ley o de las obras. Es cierto que en la doctrina del arrepentimiento se requieren las

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obras, porque es cierto que se requiere nueva vida. Pero aqu nuestros adversarios aaden malamente que por medio de estas obras conseguimos perdn de pecados o justificacin. 154] Y, sin embargo, Cristo junta muchas veces la promesa del perdn de pecados con las buenas obras, pero no porque quiera dar a entender que las buenas obras sean propiciacin, pues siguen a la reconciliacin, sino por dos razones. Una es porque necesariamente han de seguir los buenos frutos. Por eso advierte que hay hipocresa y falso arrepentimiento si no siguen los buenos frutos. La otra razn es porque necesitamos seales de una promesa tan grande, porque una conciencia llena de mltiple temor necesita de mltiple consuelo. 155] As como el Bautismo y la Santa Cena son seales que continuamente amonestan y levantan las conciencias temerosas, para que con mayor firmeza crean que los pecados les son perdonados, as tambin est escrita y representada esta misma promesa en las buenas obras, para que seamos amonestados y creamos con, mayor firmeza. Los que no llevan buenos frutos, no sienten estmulo para creer, sino que desprecian las promesas. Los piadosos las abrazan, y se gozan teniendo seales y testimonios de una promesa tan grande. Por eso se ejercitan en esas seales y testimonios. Por tanto, as como la Cena del Seor no justifica ex opere operato, sin la fe, as tampoco justifican las limosnas sin la fe, ex opere operato. 156] As debe interpretarse el discurso de Tobas, 4, 11: La limosna libra de todo pecado y de la muerte. No diremos que es hiprbole, aunque as debiera entenderse, para no hacer agravio a las alabanzas que Cristo merece, pues suya es propiamente la prerrogativa de librar de la muerte y del pecado. Pero tenemos que volver a la ya mencionada regla de que la doctrina de la ley sin Cristo no aprovecha. 157] As pues, agradan a Dios las limosnas que siguen a la reconciliacin y justificacin, no las que preceden. Por tanto, libran del pecado y de la muerte, pero no ex opere operato. Y as como hemos dicho antes acerca del arrepentimiento que debemos incluir la fe y los frutos, as tambin aqu se ha de decir acerca de la limosna que la nueva vida, tomada en conjunto, salva. Las limosnas son tambin ejercicio de la fe que consigue perdn de pecados, que vence a la muerte mientras ms y ms se ejercita y cobra fuerzas con esos ejercicios. Concedemos tambin que las limosnas merecen muchos beneficios de Dios, mitigan las penas, merecen que seamos defendidos en los peligros del pecado y de la muerte, como hemos dicho antes acerca del arrepentimiento completo. 158] Examinando en conjunto el discurso de Tobas, 4,6, se ve que antes de las limosnas requiere la fe: Acurdate del Seor tu Dios todos los das de tu vida. Y despus, versculo 20; En todo tiempo bendice a Dios, y pdele que dirija tus caminos. Pero esto es propio de la fe de que hablamos, la cual cree que tiene a Dios propicio por medio de su misericordia, y quiere ser justificado, santificado y gobernado por Dios. 159] Pero nuestros adversarios, hombres amables, entresacan sentencias mutiladas para engaar a los ignorantes. Y despus les aaden sus propias opiniones. Por eso deben exigirse los pasajes ntegros, ya que, segn el vulgar precepto, no est bien cuando se nos propone una parte pequea de la ley, juzgar o replicar sin examinar por entero toda la ley. Porque hay pasajes que llevan consigo su propia interpretacin cuando se citan ntegros. 160] Se cita tambin mutilado este pasaje de Luc. 11, 41: Dad limosna; y entonces todo os ser limpio. En verdad que son sordos nuestros adversarios. Hemos dicho ya muchas veces que a la predicacin de la ley conviene que se aada el Evangelio de Cristo, por medio del cual son aceptas las buenas obras, pero ellos ensean por doquier, omitiendo a Cristo, que la justificacin se consigue por las obras de la ley. 161] Si se cita ntegro, este pasaje demostrar que se requiere la fe. Cristo increpa a los fariseos, que piensan que son puros delante de Dios, esto es, que son justificados por sus 81

frecuentes abluciones. As como un Papa, no s cul, que dice del agua rociada con sal que santifica al pueblo y lo limpia; y la glosa aade que lo limpia de los pecados veniales. Tales eran tambin las opiniones de los fariseos, a quienes reprende Cristo, y opone a esta fingida purgacin una doble limpieza, la interior y la exterior. Les manda que sean limpios por dentro, y aade esto acerca de la limpieza externa: Pero de lo que tenis, dad limosna; y entonces todo os ser limpio. 162] Nuestros adversarios no aplican rectamente la partcula universal todo, porque Cristo aade esta conclusin a uno y otro miembro de la frase: Todo os ser limpio si fuereis limpios por dentro y exteriormente diereis limosna. Quiere, pues, decir, que la limpieza exterior debe colocarse entre las obras mandadas por Dios, y no en las tradiciones humanas, como lo eran entonces aquellas abluciones y lo es ahora la diaria aspersin de agua, las vestiduras de los frailes, las diferencias en las comidas y otras pompas semejantes. Pero nuestros adversarios corrompen el pasaje trasladando sofsticamente la partcula universal a una sola parte: Todo os ser limpio si diereis limosnas. 163] Y, sin embargo, Pedro dice, Hech. 15, 9: Purificando con la fe sus corazones. Cuando se examina todo este pasaje, ofrece un sentido conforme con el resto de la Escritura: si los corazones estn limpios, y por aadidura se dan limosnas exteriormente, esto es, se hacen todas las obras de caridad, todos sern tambin limpios, y no slo por dentro, sino tambin por fuera. 164] Por qu, pues, no aaden este razonamiento al pasaje? Porque son muchas las partes de la reprensin: unas se refieren a la fe, y otras a las obras. Y no es propio de un lector sincero escoger slo los mandamientos acerca de las obras, omitiendo los que se refieren a la fe. 165] Hasta aqu hemos enumerado los pasajes principales que nuestros adversarios citan contra nosotros para demostrar que la fe no justifica y que conseguimos remisin de pecados y la gracia por nuestras obras. Pero confiamos haber convencido a las conciencias piadosas de que estos pasajes no se oponen a nuestro sentir, que nuestros adversarios tuercen las Escrituras para robustecer sus opiniones, que citan truncados muchos pasajes, que omitiendo textos clarsimos acerca de la fe, tan slo toman de las Escrituras textos acerca de las obras, y eso alterndolos, y que por doquier aaden opiniones humanas sin relacin con lo que las palabras de la Escritura ensean acerca de la ley, aniquilando de este modo el Evangelio de Cristo. 166] En efecto, toda la doctrina de nuestros adversarios est fundada en parte en la razn humana, y parte de ella es doctrina de la ley, y no del Evangelio. Presentan dos maneras de justificacin: una est fundada en la razn, y la otra en la ley, pero no en el Evangelio o en la promesa de Cristo. 167] La primera manera de justificarse consiste para ellos en ensear que los hombres consiguen la gracia ora de congruo, ora de condigno. Esta manera es doctrina de la razn, porque como la razn no ve la inmundicia del corazn, piensa que aplaca a Dios si obra bien, y por esta causa, como por natural consecuencia, han sido inventados por hombres que se hallaban en grandes peligros otros cultos, otras obras contra los terrores de la conciencia. Los gentiles y los israelitas sacrificaron vctimas humanas y aceptaron otras obras dursimas para aplacar la ira de Dios. Inventronse despus los monacatos, y stos compitieron entre s en la crueldad de sus observancias para luchar contra los terrores de la conciencia, y contra la ira de Dios; Como esta manera de justificacin es racional, y se funda toda ella en las obras externas, puede hasta cierto punto comprenderse y ponerse en prctica. A esta manera de justificacin encaminaron los canonistas las ordenanzas eclesisticas malamente entendidas que fueron establecidas por los Padres con propsito muy distinto, a saber, no para que por las obras procursemos conseguir la justificacin, sino para que hubiese en la Iglesia cierto orden y tranquilidad entre los hombres. A

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esta manera de justificacin encaminaron los Sacramentos, y principalmente la Misa, y por medio de ella buscan justicia, gracia y salvacin ex opere operato. 168] La otra manera de justificarse procede de los telogos escolsticos, cuando ensean que somos justificados por medio de un hbito, que nos ha sido dado por Dios, que es el amor, y que ayudados por este hbito, dentro y fuera de nosotros, cumplimos la ley de Dios, y que este cumplimiento de la ley consigue la gracia y la vida eterna. Esta doctrina es claramente doctrina de la ley. Porque es verdad que la ley dice, Deut. 6,5: Amars a Jehov tu Dios, y Lev. 19, 18: El amor es pues cumplimiento de la ley. 169] Pero es fcil al hombre cristiano juzgar de estas dos maneras de justificarse, porque como ambas excluyen a Cristo, deben por tanto rechazarse. En la primera se manifiesta la impiedad, pues ensea que nuestras obras son propiciacin por nuestros pecados. La segunda tiene muchos inconvenientes. No ensea que nos beneficiamos de Cristo cuando nacemos de nuevo. No ensea que la justificacin es el perdn de los pecados. No ensea que primero es conseguir remisin de pecados y luego que amemos, sino que imagina que hacemos una obra de amor y por medio de ella conseguimos perdn de pecados. No ensea, finalmente, que por la fe en Cristo se vence en los terrores del pecado y de la muerte. Imagina equivocadamente que los hombres se acercan a Dios por su propio cumplimiento de la ley, sin Cristo el Propiciador. Inventa despus que este mismo cumplimiento de la ley, sin Cristo el Propiciador, es justicia digna de gracia y de vida eterna, siendo as que aun en los santos se alcanza un cumplimiento de la ley defectuoso y dbil. 170] Pero si alguno piensa que el Evangelio no puede haber sido predicado al mundo en vano, que Cristo no puede haber sido prometido en vano, presentado, nacido, padecido, resucitado en vano, entender facilsimamente que no somos justificados por la razn o por la ley. Portante, nos vemos obligados, en esta cuestin, a disentir de nuestros adversarios. Porque el Evangelio nos presenta otra manera de justificacin. El Evangelio nos obliga a beneficiarnos de Cristo en la justificacin, nos ensea que por El tenemos entrada a Dios, por la fe, nos ensea que por la fe en Cristo se consiguen el perdn de pecados y la reconciliacin, y se vencen los terrores del pecado y de la muerte. 171] As tambin, Pablo dice que: No por la ley fue dada la promesa sino por la justicia de la fe, y en ella ha prometido el Padre que quiere perdonarnos, que quiere reconciliarse con nosotros por medio de Cristo. Pero esta promesa tan slo por la fe se recibe, como lo afirma Pablo, Rom. 4, 13. Esta fe sola consigue remisin de pecados, justifica y regenera. Y despus, siguen el amor y los otros frutos buenos. Por consiguiente, enseamos que el hombre es justificado, como hemos dicho antes, cuando la conciencia atemorizada por la predicacin del arrepentimiento, se levanta y confa en que Dios se ha aplacado por medio de Cristo. La fe le es contada por justicia ante Dios, Rom. 4, 3, 5. 172] Y cuando el corazn se levanta de esta manera, y se vivifica por la fe, recibe el Espritu Santo que nos renueva, para poder cumplir la ley, amar a Dios, amar la Palabra de Dios, obedecer a Dios en nuestras aflicciones, ser castos, amar al prjimo, etc. Y aunque estas obras todava distan mucho de la perfeccin de la ley, agradan sin embargo por la fe por la que somos justificados, porque creemos que por medio de Cristo tenemos propicio a Dios. Estas cosas son claras y estn conformes con el Evangelio, y las entienden quienes tienen su juicio cabal. 173] Partiendo de este fundamento, fcilmente puede comprenderse la razn por la cual atribuimos la justificacin a la fe, y no al amor, aunque el amor sigue a la fe, porque el amor es cumplimiento de la ley. Pero Pablo ensea que no somos justificados por la ley, sino por la promesa que slo por fe se acepta. Y tampoco tenemos entrada a Dios sino por medio de Cristo el Mediador, ni conseguimos perdn de pecados por nuestro amor, sino por medio de Cristo. 83

174] No podemos amar a Dios mientras est airado, y la ley nos acusa siempre, nos muestra siempre a Dios airado. Por tanto, es necesario que conozcamos primero la promesa por la fe, y sepamos que por medio de Cristo el Padre est aplacado y nos perdona. 175] Despus es cuando empezamos a cumplir la ley. Apartndose de la razn humana y apartndose de Moiss, nuestros ojos deben ponerse en Cristo, y creer que Cristo nos ha sido dado para que nos justifiquemos por su mediacin. Porque nunca satisfacemos a la ley en la carne. Por tanto, nos justificamos, no por medio de la ley, sino por medio de Cristo, porque sus mritos se nos conceden si creemos en El. 176] Si alguno considera, pues, estos fundamentos, que no somos justificados por la ley, pues la naturaleza humana no puede cumplir la ley de Dios, no puede amar a Dios, sino que somos justificados por la promesa de que por medio de Cristo nos ha sido anunciada la reconciliacin, la justicia y la vida eterna, el tal entender fcilmente que se ha de atribuir necesariamente la justificacin a la fe, creyendo que no en vano ha sido Cristo prometido, propuesto, y no en vano ha nacido, padecido, resucitado, si la promesa de la gracia en Cristo no es vana, porque se hizo sin contar con la ley y fuera de ella desde el principio del mundo, y creyendo que la promesa se acepta por la fe, como dice Juan en su primera Epstola, 5,10: El que no cree a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha credo en el testimonio, que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y ste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida est en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida: el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Y Cristo dice, Juan, 8, 36: S el Hijo os libertare, seris verdaderamente libres. Y Pablo, Rom. 5,2: Por quien tambin tenemos entrada a Dios, y aade, por la fe. As pues, por la fe en Cristo se recibe la promesa de remisin de pecados y la justicia. No somos justificados delante de Dios por la razn o por la ley. 177] Estas cosas son tan manifiestas y tan claras, que nos sorprende sea tanta la locura de nuestros adversarios que puedan ponerlas en duda. Manifiesta es la prueba de que, pues no somos justificados delante de Dios por la ley, sino por la promesa, necesariamente se ha de atribuir la justificacin a la fe. Qu puede oponerse a esta prueba, a no ser que se quiera anular al Evangelio y a Cristo por completo? 178] La gloria de Cristo brilla ms cuando enseamos que nos beneficiamos de El como Mediador y Propiciador. Las conciencias piadosas ven en esta doctrina que se les propone abundantsimo consuelo, es decir, que deben creer y estar firmemente seguras de que por medio de Cristo tienen aplacado al Padre, y no por nuestra propia justificacin, y que Cristo nos ayuda a cumplir la ley. 179] Nuestros adversarios le quitan a la Iglesia estos bienes tan grandes cuando ensean la justicia de la ley y se empean en suprimir la justicia de la fe. Cuiden, pues, las buenas mentes de no seguir los consejos impos de nuestros adversarios. En la doctrina de nuestros adversarios acerca de la justificacin, no se hace mencin de Cristo, ni de cmo debemos escudarnos en El contra la ira de Dios, como si nosotros pudisemos vencer la ira de Dios con nuestro propio amor, o amar a un Dios airado. 180] Adase que, de este modo, las conciencias permanecen en la incertidumbre. Porque si han de creer que tienen a Dios aplacado porque le aman, porque cumplen la ley, es inevitable que duden siempre si Dios estar aplacado, ya que, o no sienten ese amor, como confiesan nuestros adversarios, o piensan ciertamente que es demasiado pequeo, y saben que con frecuencia se enojan contra el juicio de Dios, que oprime la naturaleza humana con muchos males terribles, con las miserias de esta vida, con los temores de la ira eterna, etc. Cundo reposar, cundo se aquietar la conciencia? Cundo amar a Dios en medio de estas dudas y en medio de estos temores? Qu puede ser esta doctrina de la ley sino doctrina de desesperacin? 84

181] Mustrenos cualquiera de nuestros adversarios que ensean la doctrina de este amor, cmo ama l mismo a Dios. No entienden absolutamente nada de lo que dicen. Tan slo repiten la palabra amor sin comprender su sentido, como lo hacen las paredes con el eco. Tan confusa y obscura es su doctrina: no slo transfiere la gloria de Cristo a las obras humanas, sino que lleva a las conciencias a la presuncin o a la desesperacin. 182] Esperamos, sin embargo, que las mentes piadosas entendern fcilmente nuestra doctrina, y confiamos en que nuestra doctrina llevar a las conciencias atormentadas un piadoso y saludable consuelo. Porque si nuestros adversarios dicen engaosamente que muchos impos, y que hasta los demonios tambin creen, ya hemos dicho muchas veces que nos referimos a la fe en Cristo, esto es, a la fe en la remisin de pecados, a la fe que verdaderamente y de corazn recibe la promesa de la gracia. Y sta no se consigue sino con una lucha grande en los corazones humanos. Los hombres sanos pueden comprender fcilmente que una fe que proclama que Dios nos mira, que nos escucha, que nos perdona, es cosa sobrenatural, porque el espritu humano de por s nada semejante a esto puede pensar referente a Dios. Por tanto, esta fe de que hablamos no puede existir en los impos ni en los demonios. 183] Por otra parte, si algn sofista piensa que la justicia est en la voluntad, que no puede atribuirse a la fe, porque la fe est en el entendimiento, la respuesta es fcil, porque en sus escuelas ellos tambin reconocen que la voluntad manda al entendimiento que reciba la Palabra de Dios. Nosotros lo decimos con mayor claridad: as como los terrores del pecado y de la muerte no son tan slo pensamientos del entendimiento, sino tambin movimientos terribles de la voluntad, que huye del juicio de Dios, as tambin la fe no es slo noticia en el entendimiento, sino tambin confianza en la voluntad: es desear y recibir lo que se ofrece en la promesa, esto es, la reconciliacin y el perdn de pecados. 184] Porque ste es el sentido del vocablo fe en la Escritura, como se ve en este pasaje de Pablo, Rom. 5, 1: Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios. Pero justificar, en este lugar, significa, segn el uso forense, absolver al reo y declararlo justo, pero por medio de una justicia ajena, a saber, de Cristo, y esta justicia ajena se nos comunica por la fe. 185] As pues, del mismo modo que en este pasaje nuestra justificacin es la imputacin de una justicia ajena, es preciso hablar aqu de una manera distinta de la que se habla cuando buscamos la justicia de nuestra propia obra, en la filosofa o en el foro, y esta justicia reside ciertamente en la voluntad. Por eso dice Pablo, 1 Cor. 1,30: Mas por l estis vosotros en Cristo Jess, el cual nos ha sido hecho por Dios sabidura, justificacin, santificacin, y redencin. Y, 2 Cor. 5, 21: Al que no conoci pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fusemos hechos justicia de Dios en l. 186] Pero como la justicia de Cristo se nos concede por la fe, la fe es justicia en nosotros por imputacin, esto es, consiste en lo que nos justifica delante de Dios, por medio de la imputacin y del mandamiento de Dios, como lo dice Pablo, Rom. 4, 3, 5: La fe le es contada por justicia. 187] Pero a causa de ciertos espritus morosos, habremos de decir tcnicamente: La fe es verdaderamente justicia, porque es obediencia al Evangelio. Porque es evidente que la obediencia al mandamiento de un superior es verdaderamente una especie de justicia distributiva. Y esta obediencia al Evangelio es contada por justicia hasta el punto de que slo por ella, pues por ella aprehendemos a Cristo el Propiciador, son aceptas las buenas obras y obediencia a la ley. Porque tampoco a la ley satisfacemos, pero se nos perdona por medio de Cristo, como Pablo dice, Rom. 8, 1: Ahora, pues, ninguna condenacin hay para los que estn en Cristo Jess. Esta fe devuelve a Dios su honor, le devuelve lo que es suyo, porque obedece recibiendo las promesas. 85

188] Como dice tambin Pablo, Rom. 4, 20: Tampoco dud, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleci en fe, dando gloria a Dios. 189] Y as, el culto y el servicio divino, o Karpda, del Evangelio es recibir los bienes de Dios, y por el contrario el culto de la ley es ofrecer y presentar a Dios nuestros propios bienes. Pero nosotros no podemos ofrecer nada a Dios antes de habernos reconciliado con El, o antes de haber nacido de nuevo. Muy grande consuelo lleva consigo este pasaje, pues la principal adoracin del Evangelio es desear recibir el don de Dios, el perdn de pecados, la gracia y la justicia. De esta adoracin dice Cristo en Juan, 6, 40: Y sta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en l, tenga vida eterna. Y el Padre dice, Mat. 17,5: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a l od. 190] Nuestros adversarios hablan de la obediencia a la ley, pero no hablan de la obediencia al Evangelio, siendo as que no podemos obedecer a la ley si no nacemos antes de nuevo por el Evangelio, y que no podemos amar a Dios sin aceptar antes la remisin de nuestros pecados. 191] Porque mientras sentimos que Dios est enojado con nosotros, la naturaleza humana huye de la ira y del juicio de Dios. Supongamos que alguno pensara equivocadamente: Si la fe es la que desea los beneficios que se ofrecen en la promesa, parece que se confunden los afectos de la fe y de la esperanza, porque contempla las cosas prometidas. Responderamos que en realidad estos dos afectos no pueden separarse, como lo afirman en las escuelas con vanos pensamientos. Porque tambin en la Epstola a los Hebreos, 11, 1, se define la fe diciendo que es la certeza de las cosas que se esperan. Pero si a pesar de ello se quieren hacer distinciones, diremos que el objeto de la esperanza es propiamente el acontecimiento futuro, y que la fe se relaciona con las cosas presentes y futuras y recibe en el presente el perdn de pecados que se ofreci en la promesa. 192] Por todo lo dicho, esperamos que podr entenderse, no slo lo que es la fe, sino que por la fe somos justificados, reconciliados, regenerados, puesto que es la justicia del Evangelio y no la justicia de la ley la que queremos ensear. Porque quienes ensean que somos justificados por el amor, ensean la justicia de la ley, y no ensean que debemos beneficiarnos, en nuestra justificacin, de Cristo el Mediador. 193] Y es manifiesto que no por el amor, sino por la fe vencemos los temores del pecado y de la muerte, y que no podemos oponer a la ira de Dios nuestro amor, o nuestro cumplimiento de la ley, porque Pablo dice, Rom. 5,2: Por Cristo tenemos entrada a Dios por la fe. Citamos tantas veces este pasaje a causa de su claridad. Porque nos muestra nuestra situacin, y examinado con diligencia puede ensearnos mucho sobre toda esta cuestin, y consolar las mentes buenas. Por eso conviene tenerlo siempre a mano y a la vista, para oponerlo a la doctrina de nuestros adversarios, que ensean que no por la fe sino por el amor y por los mritos propios, sin Cristo el Mediador, se tiene entrada a Dios, y tambin para cobrar nimo en nuestros temores y ejercitar nuestra fe. 194] Queda claro tambin que sin ayuda de Cristo no podemos cumplir la ley, como El mismo lo dice en Juan, 15, 5: Sin m nada podis hacer. Por tanto, es necesario que los corazones nazcan de nuevo antes de cumplir la ley. 195] De aqu puede comprenderse tambin la razn por la cual rechazamos la doctrina de nuestros adversarios acerca del mrito de condigno. Es muy fcil juzgar su doctrina, porque ellos no hacen mencin de la fe, ni de que por la fe, por medio de Cristo, somos aceptos a Dios, sino que imaginan que las buenas obras se hacen por medio de ese hbito de amor, y que son de por s justicia digna de agradar a Dios y conseguir vida eterna, y que no necesitamos de Cristo el Mediador. 86

196] Qu es esto sino transferir a nuestras obras la gloria de Cristo y declarar que agradamos por medio de nuestras obras, y no por medio de Cristo? Pero esto es menguar tambin la gloria de Cristo el Mediador, y que por siempre ser Mediador, y no slo al principio de la justificacin. Y Pablo dice, Gal. 2,17, que si el justificado en Cristo tiene adems que buscar justicia en otra parte, infiere que Cristo es ministro de pecado, es decir, que no justifica plenamente. 197] Es absurdsimo lo que ensean nuestros adversarios, diciendo que las buenas obras merecen la gracia de condigno, como si despus de comenzada la justificacin, cuando la conciencia se atemoriza, como suele acontecer, la gracia tuviera que conseguirse por medio de una buena obra, y no por medio de Cristo. 198] Segundo. La doctrina de nuestros adversarios deja a las conciencias indecisas, de manera que nunca pueden tranquilizarse, porque la ley nos acusa siempre, aun en las buenas obras. Porque siempre el deseo de la carne es contra el Espritu, Gal. 5,17. Cmo podr entonces la conciencia tener paz sin la fe, si piensa que, no por medio de Cristo, sino por medio de la obra propia tiene ahora que agradar a Dios? Qu obra encontrar que la convenza de que es digna de vida eterna? En efecto, tan slo puede haber una esperanza puesta en los mritos. 199] Contra estas dudas, dice Pablo, Rom. 5, 1: Justificados pues por la fe tenemos paz, y ciertamente que debemos estar seguros de que por medio de Cristo se nos concede justicia y vida eterna. Y de Abraham, dice, Rom. 4, 18: El crey en esperanza contra esperanza. 200] Tercero. Cmo sabr la conciencia que ha obrado estimulada por ese hbito, y estar segura de que merece la gracia de condigno? Esta distincin tan slo se ha inventado para eludir las Escrituras, es decir, que los hombres merecen unas veces de congruo y otras de condigno, porque como hemos dicho antes la intencin del operante no distingue entre gneros de mritos, aunque los hipcritas confan por completo en la certeza de que sus obras son dignas, y de que por medio de ellas se justifican. Por el contrario, las conciencias atemorizadas dudan de todas las obras, y siempre estn buscando obras distintas. Porque merecer de congruo no es sino dudar y obrar sin fe hasta caer en la desesperacin. En una palabra: todo cuanto en esta materia ensean nuestros adversarios est lleno de errores y de peligros. 201] Toda la Iglesia declara que la vida eterna se consigue por misericordia. En su obra De la gracia y del Ubre albedro, Agustn dice precisamente al mencionar las obras de los santos hechas despus de la justificacin: Dios nos gua a la vida eterna, no por nuestros mritos, sino por su misericordia. Y en sus Confesiones, lib. IX, exclama: Ay de la vida de los hombres, por digna de alabanza que sea, si al juzgarla se omite la misericordia! Y Cipriano, en su tratado De la oracin dominical: Para que nadie se jacte a s mismo de inocente, y exaltndose a s mismo, perezca todava ms, se le instruye y ensea que peca todos los das, pues se le manda que ore todos los das por sus pecados. 202] Pero el asunto es conocido, y tiene muchos y muy claros testimonios en la Escritura y en los Padres de la Iglesia, los cuales a una voz nos declaran que aunque tengamos buenas obras necesitamos en ellas de misericordia. 203] Y al intuir esta misericordia, la fe nos anima y nos consuela. Por lo cual, malamente ensean nuestros adversarios, cuando as publican los mritos, y no aaden nada de la fe que aprehende la misericordia. Porque as como antes hemos dicho que la promesa y la fe son correlativas y no se aprehende la promesa sino por la fe, as tambin decimos ahora que la misericordia prometida requiere correlativamente la fe, y no puede aprehenderse sino por la fe. Por tanto, censuramos con razn la doctrina del mrito de condigno, pues nada ensea de la fe que justifica, y obscurece la gloria y el mrito de Cristo el Mediador.

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204] Y no debe pensarse que estamos enseando nada nuevo en esta materia, pues los Padres han enseado muy claramente en la iglesia que necesitamos tambin de misericordia en las buenas obras. 205] Y la Escritura repite lo mismo muchas veces. En el Sal. 143, 2: No entres enjuicio con tu siervo; porque no se justificar delante de ti ningn ser humano. Aqu se les quita por completo a todos la gloria de la justificacin, aun a los santos y siervos de Dios, si Dios no perdona y juzga y acusa a los corazones. Porque cuando en otros pasajes David se jacta de su justicia, es porque habla de la causa de Dios contra los perseguidores de la Palabra de Dios, y no habla de su pureza personal, sino que pide que se defienda la causa y la gloria de Dios, como en el Sal. 7, 8: Jzgame, oh Jehov, conforme a mi justicia y conforme a mi integridad. Y asimismo, Sal. 130, 3: Si mirares a los pecados, quin, oh Seor, podr mantenerse? Dice, pues, que nadie puede sostener el juicio de Dios, si Dios mira nuestros pecados. 206] Y Job, 9, 28: Me turban todos mis dolores, y, en el versculo 30: Aunque me lave con aguas de nieve, y limpie I mis manos con la misma limpieza, aun me hundirs en el hoyo. Y en Prov. 20, 9: Quin podr decir: Yo he limpiado mi corazn, limpio estoy de mi pecado? 207] Y en I Juan, 1,8: Si decimos que no tenemos pecado, nos engaamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Y en la Oracin Dominical, los santos piden remisin de pecados. 208] Por tanto, hasta los santos tienen pecados. En Nm. 14, 18: Ato tendr por inocente al culpable. Y en Deut. 4, 24: Porque Jehov tu Dios es fuego que consume. Y Zacaras dice tambin, 2,13: Calle toda carne delante de Jehov. E Isaas, 40, 6: Toda carne es hierba y toda su gloria como flor del campo: la hierba se seca y la flor se cae porque el viento de Jehov sopl en ella, es decir, la carne y la justicia de la carne no pueden sostener el juicio de Dios. 209] Y Jons dice, 2,8: Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan, esto es, toda confianza es vana, menos la confianza en la misericordia; la misericordia nos libera; no nos liberan nuestros propios mritos, nuestros propios esfuerzos. 210] Por eso dice orando Daniel, 9,18 sg., Porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Seor; oh Seor, perdona; presta odo, Seor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mo: porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo. As nos ensea Daniel a aprehender la misericordia orando, esto es, a confiar en la misericordia de Dios, y no en nuestros propios mritos delante, de Dios. 211] Nos preguntamos lo que hacen nuestros adversarios cuando oran, si es que hombres profanos pueden jams pedir algo a Dios. Si declaran que son dignos, porque tienen amor y buenas obras, y piden la gracia como cosa debida, oran como el fariseo en Luc. 18, 11, que dice: No soy como los otros hombres. Quien de este modo pide la gracia y no confa en la misericordia de Dios, hace agravio a Cristo, el Sumo Pontfice que intercede por nosotros. 212] La oracin se funda por tanto en la misericordia de Dios, cuando creemos que por medio de Cristo, nuestro Pontfice, somos escuchados, como El mismo lo dice en Juan, 14, 13: Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo har. Dice en mi nombre, porque sin este Pontfice no tenemos entrada al Padre. 213] Tambin aqu viene bien la sentencia de Cristo, Luc. 17,10: Cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos intiles somos. Estas palabras dicen claramente que Dios perdona por misericordia y por su promesa, y no que debe hacerlo por la dignidad de nuestras obras. 214] Pero nuestros adversarios juegan aqu maravillosamente con las palabras de Cristo. Primero hacen una antistrofa y las vuelven contra nosotros. Con mucha ms razn, dicen ellos, 88

puede interpretarse: Si lo creyereis todo, decid: Siervos intiles somos. Y a continuacin aaden que las obras son intiles para Dios, pero que para nosotros no son intiles. 215] Ved cmo deleita a nuestros adversarios la pueril ocupacin del sofista. Aun cuando estas bagatelas son indignas de refutacin, contestaremos con pocas palabras. La antistrofa es defectuosa. 216] Primero, porque se engaan nuestros adversarios con la palabra fe, porque si para nosotros significara el conocimiento de la historia que tambin los impos tienen, as como el diablo, podran pensar nuestros adversarios que la fe es intil, cuando dicen: Si lo creyereis todo, decid: Siervos intiles somos. Pero nosotros no hablamos del conocimiento de la historia, sino de la confianza en la promesa y en la misericordia de Dios. Y esta misma confianza en la promesa es la que declara que somos siervos intiles. Es ms: esta confesin misma de que nuestras obras son indignas es la voz misma de la fe, como se deduce de este pasaje de Daniel, 9, 18, que poco antes hemos citado: Porque no elevamos nuestros ruegos ante ti, etc. 217] Por tanto, la fe salva porque aprehende la misericordia o promesa de gracia, aunque nuestras obras sean indignas. Y en este sentido, para nada nos molesta la antistrofa que hacen, diciendo: Si lo creyereis todo, decid: Siervos intiles somos, es decir, que nuestras obras son indignas, porque con toda la Iglesia enseamos que somos salvos por la fe. 218] Y si quisieran razonar por medio de una comparacin: "Cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, no confiis en las obras," y cambiarlo as: "Si lo creyereis todo, no confiis en la promesa divina," entonces no hay paridad. Porque los dos trminos no pueden ser ms dispares. Dispares las causas, dispares los objetos de la confianza en la primera proposicin y en la segunda. La confianza en la primera proposicin es la confianza en nuestras obras. La confianza en la segunda proposicin es la confianza en la promesa divina. Pero Cristo condena la confianza en nuestras obras, y no condena la confianza en su promesa. No quiere que desesperemos de la misericordia y de la gracia de Dios, rechaza nuestras obras como indignas, pero no rechaza la promesa que ofrece gratuitamente la misericordia. 219] Ambrosio dice preclaramente en este sentido: Ha de reconocerse la gracia, pero no ha de ignorarse la naturaleza. 220] Se ha de confiar en la promesa de la gracia, y no en nuestra naturaleza. Pero nuestros adversarios hacen lo que es su costumbre, torcer los pasajes que favorecen a la fe en contra de la doctrina de la fe. 221] Pero devolvamos a sus escuelas estas sutilezas. Claramente se ve que es pueril su interpretacin de la expresin siervos intiles, como si las obras, siendo intiles para Dios, fuesen tiles para nosotros. Pero Cristo habla de la utilidad que hace de Dios el deudor de la gracia para nosotros, aunque es impropio hablar en este lugar de lo til o de lo intil. Siervos intiles significa siervos insuficientes, porque nadie teme a Dios tanto, ama tanto a Dios, o cree tanto a Dios cuanto debiera. 222] Pero dejemos ya estas fras cavilaciones de nuestros adversarios, pues fcilmente pueden ver los hombres prudentes lo que hay que pensar de ellas cuando se sacan a relucir. Nuestros adversarios encuentran dificultades en palabras muy claras y evidentes. Pero nadie deja de ver que en este pasaje se reprueba la confianza en nuestras obras. 223] Mantengamos, pues, lo que la Iglesia declara, a saber, que somos salvos por misericordia. Y para que nadie piense que la esperanza ser incierta si hemos de ser salvos por misericordia, pues en quienes consiguen salvacin nada hay que les distinga de quienes no se salva, hemos de satisfacer a esta duda. Movidos .por este argumento, los escolsticos han inventado el mrito de condigno.

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224] Porque esta razn puede influir mucho en la mente humana. Por tanto, hemos de responder brevemente. Precisamente porque existe una esperanza cierta, porque existe una diferencia anterior entre los que se salvan y los que no se salvan, es menester sostener que nos salvamos por misericordia. Esto, dicho as a secas, parece absurdo. Porque en el foro y en los juicios humanos lo seguro es lo que se refiere a la ley y a la deuda, y lo incierto la misericordia. Pero el caso es distinto cuando se trata del juicio de Dios. Porque aqu la misericordia se funda en una promesa cierta y clara, y en un mandamiento de Dios. Porque el Evangelio es propiamente el mandamiento que nos ordena creer que Dios nos es propicio por medio de Cristo. Porque no envi Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por l. El que en l cree, no es condenado, etc., Juan, 3,17,18. 225] Por tanto, cuantas veces se habla de misericordia hay que aadir la fe en la promesa. Y esta fe engendra una esperanza cierta, porque se funda en la Palabra y en el mandamiento de Dios. Si la esperanza se fundase en las obras, entonces s que sera incierta, porque las obras no pueden tranquilizar la conciencia, como se ha dicho muchas veces anteriormente. 226] Y esta fe es la que seala la diferencia entre los que son dignos de salvacin y los que no lo son, porque la vida eterna ha sido prometida a los justificados, y la fe es la que justifica. 227] Aqu van a clamar de nuevo nuestros adversarios, diciendo que ninguna necesidad hay de obras buenas si no consiguen la vida eterna. Pero ya hemos refutado antes estas calumnias. Es evidente que debemos obrar bien. Decimos que a los justificados les ha sido prometida la vida eterna. Pero los que caminan segn la carne no guardan ni la fe ni la justicia. Somos justificados para que, siendo justos, empecemos a obrar el bien y a obedecer la ley de Dios. 228] Somos regenerados y recibimos el Espritu Santo para que la nueva vida lleve buenos frutos, nuevos afectos, temor, amor de Dios, odio de la concupiscencia, etc. 229] Esta fe de que hablamos existe en el arrepentimiento y en las buenas obras, y debe confirmarse y crecer en las tentaciones y en los peligros, para estar ms seguros de que, por medio de Cristo, Dios nos mira, nos perdona, nos escucha. Estas cosas no se aprenden sino con grandes y continuas luchas. Cuntas veces nos sacude la conciencia, cuntas veces nos sume en la desesperacin al contemplar los pecados, viejos o nuevos, o la inmundicia de nuestra naturaleza! Esta escritura no se borra sin una lucha grande, en la que nuestra experiencia nos manifiesta cuan difcil cosa es la fe. 230] Cuando en nuestros temores se nos infunde aliento y recibimos consuelo, crecen a la par otros movimientos espirituales, el conocimiento de Dios, el temor de Dios, la esperanza y el amor de Dios, y somos renovados, como dice Pablo, Col. 3,10, y 2 Cor. 3,18, por el conocimiento, y mirando la gloria del Seor somos transformados en la misma semejanza, es decir, recibimos el verdadero conocimiento de Dios para temerle verdaderamente, creer verdaderamente que nos mira y nos escucha. 231] Esta regeneracin es casi el principio de la vida eterna, como dice Pablo, Rom. 8, 10: Pero si Cristo est en vosotros, el cuerpo en verdad est muerto mas el espritu vive, etc. 232] Y 2 Cor. 5, 2, 3: Seremos revestidos, pues as seremos hallados vestidos, y no desnudos. De esto puede deducir el lector de buena fe que nosotros exigimos en gran manera las obras buenas, pues enseamos que esta fe existe en el arrepentimiento, y debe por consiguiente crecer en el arrepentimiento. La perfeccin cristiana consiste para nosotros en que crezcan a la vez el arrepentimiento y la fe en el arrepentimiento. Esto pueden entenderlo las mentes piadosas mejor que lo que ensean nuestros adversarios sobre la contemplacin o la perfeccin. 233] Porque as como la justificacin se relaciona con la fe, as tambin se relaciona con la fe la vida eterna. Y Pedro dice, en 1 Ped. 1, 9: Obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salud 90

de vuestras almas. En efecto, nuestros adversarios confiesan que los justificados son hijos de Dios y coherederos de Cristo. 234] Despus vienen las obras, porque agradan a Dios por la fe, y merecen otros premios corporales y espirituales. Porque habr diferencias en la gloria de los santos. 235] Aqu replican nuestros adversarios que la vida eterna se considera como recompensa, y que por tanto es necesario que sea merecida de condigno, por las buenas obras. Responderemos breve y claramente. Pablo, Rom. 6,23, llama ddiva a la vida eterna, porque concedida la justicia por medio de Cristo, somos hechos a la vez hijos de Dios y coherederos de Cristo, como dice Juan, 3,36: El que cree en el Hijo, tiene la vida eterna. Y Agustn, seguido de otros muchos, dice: Dios corona sus dones en nosotros. Y en otro pasaje, Luc. 6,23, escrito est: Vuestro galardn es grande en los cielos. Si les parece a nuestros adversarios que estos pasajes se contradicen, explquenlos como puedan. 236] Pero no son jueces equitativos, porque omiten la palabra ddiva, y las fuentes de toda esta materia, y toman la palabra ddiva y la interpretan de un modo acerbsimo, no slo en contra de la Escritura, sino en contra de las leyes del lenguaje. De aqu deducen que, pues se dice ddiva, nuestras obras son de tal suerte que deben constituir el precio por el que se nos ha de conceder vida eterna. Son por tanto dignas de la gracia y de la vida eterna, y no necesitan de misericordia o de Cristo el Mediador, o de la fe. 237] Cierto que es sta una lgica nueva. Omos la palabra ddiva, y hemos de inferir que de nada nos sirven Cristo el Mediador, o la fe que tiene entrada a Dios, por medio de Cristo, y no por medio de nuestras obras. 238] Quin no ve que en estas proposiciones no hay ms que anacolutos? Nosotros no disputamos acerca de la palabra ddiva. Disputamos sobre si las buenas obras son de por s dignas de la gracia y de la vida eterna, o son aceptas tan slo por la fe que aprehende a Cristo el Mediador. 239] Nuestros adversarios no slo consideran a las obras dignas de la gracia y de la vida eterna, sino que imaginan tambin que los mritos se bastan a s mismos, que pueden conferirlos a otros y justificar a otros, como cuando los frailes venden a otros los mritos de sus rdenes. Estas maravillas se amontonan como suceda con Crisipo, en cuanto oyen la palabra ddiva. Merced se llama, piensan, por tanto tenemos obras que son el precio por el que se nos debe la ddiva: por consiguiente, las obras son aceptas por s solas, y no por medio de Cristo el Mediador, y como uno tiene ms mritos que otro, a algunos les tienen por fuerza que sobrar los mritos. Y estos mritos, quienes los merecen pueden transferirlos a otros. 240] Espera, lector: an no tienes el argumento llamado sorites. Es preciso aadir todava los sacramentos de esta donacin, la cogulla se coloca sobre los muertos, etc. Con tales aadiduras, el beneficio de Cristo y la justicia de la fe se han desvanecido. 241] No movemos una vana logomaquia sobre la palabra ddiva. Si nuestros adversarios nos conceden que por la fe, por medio de Cristo, somos justificados, y que las buenas obras son aceptas a Dios por la fe, no pelearemos mucho ms sobre este vocablo. Nosotros declaramos que la vida eterna es ddiva, porque es algo debido a causa de una promesa, y no por nuestros mritos. Porque la justificacin ha sido prometida, y ya hemos demostrado antes que es propiamente un don de Dios. Y que a este don va unida la promesa de la vida eterna, segn Rom. 8,30: Ya los que justific, a stos tambin glorific. 242] Aqu viene bien lo que dice Pablo, 2 Tim. 4,8: Me est guardada la corona de justicia, la cual me dar el Seor, juez justo. Se debe, pues, la corona a los justificados a causa de la promesa.

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243] Y conviene que los santos conozcan esta promesa, no para que trabajen en provecho propio, porque deben trabajar para la gloria de Dios; y para no desesperar en las aflicciones, conviene que conozcan la voluntad de Dios, el cual quiere ayudarles, libertarles y guardarles. Aunque los perfectos oyen de ua manera, y los dbiles de otra manera la mencin de las penas y de los premios, porque los dbiles trabajan mirando su propio inters. 244] Y sin embargo, la predicacin de los castigos y de las recompensas es necesaria. En la predicacin de los castigos se muestra la ira de Dios, y se relaciona por tanto con la predicacin del arrepentimiento. En la predicacin de las recompensas se manifiesta la gracia de Dios. Y as como en la Escritura se incluye muchas veces la fe en la mencin de las buenas obras, pues quiere unir la justicia del corazn con los buenos frutos, as a veces, junto con otros premios se ofrece tambin la gracia, como en Isa. 58, 8, sg., y con mucha frecuencia en los Profetas. 245] Reconocemos asimismo lo que muy a menudo hemos afirmado, a saber, que si bien la justificacin y la vida eterna se relacionan con la fe, las buenas obras merecen otras recompensas corporales y espirituales, y distintas especies de recompensas, segn I Cor. 3, 8: Cada uno recibir su recompensa conforme a su labor. Porque la justicia del Evangelio, que es la que tiene que ver con la promesa de la gracia, recibe gratuitamente la justificacin y la regeneracin. Pero el cumplimiento de la ley, que sigue a la fe, tiene que ver con la ley, en la que se ofrece y se debe la recompensa, no gratuitamente, sino por nuestras obras. Pero los que consiguen esto, han sido justificados antes de cumplir la ley. As pues, han sido primero trasladados al reino de su amado Hijo, como dice Pablo, Col. 1,13 y Rom. 8,17, y hechos coherederos de Cristo. 246] Pero en cuanto se habla del mrito, nuestros adversarios trasladan al punto el objeto de otras recompensas a la justificacin, siendo as que el Evangelio ofrece gratuitamente la justificacin por medio de los mritos de Cristo, y no por medio de nuestros mritos, y los mritos de Cristo se nos comunican por la fe. Por otra parte, las obras y las aflicciones merecen, no la justificacin, sino otras recompensas distintas, como se ve en los pasajes en que se ofrece ddiva a las obras: El que siembra escasamente, tambin segar escasamente, y el que siembra generosamente, generosamente tambin segar, 2 Cor. 9, 6. Aqu el modo de recompensar se relaciona claramente con la manera de obrar. Honra a tu padre y a tu madre para que tus das se alarguen en la tierra, Ex. 20, 12. Aqu tambin ofrece la ley una recompensa concreta a una obra concreta. 247] Por tanto, aunque el cumplimiento de la ley merece recompensa, porque la recompensa corresponde propiamente a la ley, conviene sin embargo que recordemos que el Evangelio ofrece gratuitamente la justificacin por medio de Cristo. No cumplimos ni podemos cumplir la ley antes de haber sido reconciliados con Dios, justificados y nacidos de nuevo. Y este cumplimiento de la ley no agradara a Dios si no fusemos aceptos por la fe. Y como los hombres son aceptos por la fe, este comienzo de cumplimiento de la ley agrada y recibe recompensa en esta vida y en la otra. 248] De la palabra ddiva podra decirse aqu muchas cosas con respecto de la ley y su naturaleza, pero por ser muy extensas habrn de explicarse en otro lugar. 249] Sin embargo, nuestros adversarios persisten en declarar que las buenas obras merecen propiamente la vida eterna, pues Pablo dice, Rom. 2.6: El cual pagar a cada uno conforme a sus obras. Y, asimismo, en el versculo 10: Pero gloria, y honra y paz a todo el que hace lo bueno. Juan 5, 29: Y los que hicieron lo bueno saldrn a resurreccin de vida. Mat. 25,35: Porque tuve hambre y me disteis de comer, etc.

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250] En todos estos pasajes, y en todos los semejantes, en que se ensalzan las obras en las Escrituras, es necesario entender, no slo las obras exteriores, sino tambin la fe del corazn, porque la Escritura no habla de la hipocresa, sino de la justicia del corazn con sus frutos. 251] Cuantas veces se hace mencin de la ley y de las obras, debe tenerse presente que no se puede excluir a Cristo el Mediador. Porque El es el fin de la ley, y dice, en Juan, 15,5: Sin m nada podis hacer. Y hemos dicho que todos los pasajes referentes a las obras deben examinarse de acuerdo con esta regla. Por tanto, cuando se concede vida eterna a las obras, se concede a los justificados, porque los hombres no pueden obrar el bien si no estn justificados, si no obran por medio del Espritu de Cristo, y las obras no son aceptas sin Cristo y la fe, segn Heb. 11,6: Sin fe es imposible agradar a Dios. 252] Cuando Pablo dice: Pagar a cada uno segn sus obras, deben entenderse, no slo las obras externas, sino la justicia o injusticia comprendiendo toda la persona. Y as: Gloria a todo el que hace lo bueno, es decir, al justificado. Me disteis de comer, se cita como testimonio de la justicia del corazn y de la fe. 253] De este modo, la Escritura junta a un tiempo la justicia del corazn con sus frutos. Y muchas veces nombra los frutos, para que los inexpertos lo entiendan mejor, y para significar que se exige nueva vida y regeneracin, y no hipocresa. Pero la regeneracin se consigue por la fe, en el arrepentimiento. 254] Ningn hombre en su juicio cabal puede juzgar de otra manera, ni propondramos aqu ninguna sutileza ociosa para separar los frutos y la justicia del corazn, si nuestros adversarios reconocieran tan slo que los frutos son aceptos por la fe, y por Cristo el Mediador, y que no son de por s dignos de gracia y de vida eterna. 255] Porque en la doctrina de nuestros adversarios, lo que censuramos es que por medio de estos pasajes de la Escritura interpretados al modo filosfico o judaico, anulan la justicia de la fe, y excluyen a Cristo el Mediador. De estos pasajes deducen que las obras merecen la gracia, unas veces de congruo y otras de condigno, es decir, cuando interviene nuestro amor, y que justifican, y que como son justicia, son dignas de vida eterna. Este error anula manifiestamente la justicia de la fe, la cual proclama que tenemos entrada a Dios por medio de Cristo, y no por nuestras buenas obras, y que por medio de Cristo, nuestro Pontfice y Mediador, nos llegamos al Padre y nos reconciliamos con el Padre, como ya lo hemos dicho anteriormente. 256] Y esta doctrina de la justicia de la fe no debe descuidarse en la Iglesia de Cristo, porque sin ella no puede comprenderse el oficio de Cristo, y lo que queda de la doctrina de justificacin es doctrina de la ley. Conviene, pues, que mantengamos el Evangelio y la doctrina de la promesa dada por medio de Cristo. 257] No es, por tanto, cosa deleznable la que nos mueve a pleitear en esta materia con nuestros adversarios. No buscamos vanas sutilezas cuando censuramos a quienes ensean que la vida eterna se consigue por las obras, dejando de lado a la fe que conoce a Cristo el Mediador. 258] Porque acerca de esta fe, que declara que el Padre nos es propicio por medio de Cristo, no se encuentra ni una slaba entre los escolsticos. Por doquier piensan que somos aceptos, justificados, por medio de nuestras obras, hechas por la razn o por inclinacin de ese amor de que nos hablan. 259] Tienen algunos dichos o mximas, por as decirlo, de los doctores antiguos, y los tuercen al interpretarlos. 260] Se jactan, en sus escuelas, de que las buenas obras son aceptas por gracia, y de que debemos confiar en la gracia de Dios. Pero interpretan la gracia como la costumbre de amar a Dios, como si en verdad los antiguos hubieran dicho que debemos confiar en nuestro amor, cuando sabemos por experiencia lo mezquino e inmundo que es. Y es lo extrao que mandan 93

confiar en el amor a la par que ensean que no saben si existe. Por qu no hablan aqu de la gracia, de la misericordia de Dios para con nosotros? Cuantas veces hablan de ella, debieran aadir la fe. Porque la promesa de misericordia, de reconciliacin, de amor de Dios para con nosotros no se conoce sino por la fe. Y en este sentido tendran razn al decir que se ha de confiar en la gracia, y que las buenas obras son aceptas por la gracia, puesto que la fe es la que aprehende la gracia. 261] Se jactan tambin en las escuelas de que las obras tienen valor por la virtud de la pasin de Cristo. Muy bien dicho. Pero, por qu no hablan tambin de la fe? Porque Cristo es propiciacin, como dice Pablo, Rom. 3,25, por la fe. Cuando por la fe se animan las conciencias temerosas, y se dan cuenta de que los pecados han sido borrados por la muerte de Cristo, y de que Dios est reconciliado con nosotros por la pasin de Cristo, entonces es cuando de verdad nos es provechosa la pasin de Cristo. Pero si se omite la fe, en vano dirn que las obras valen por la virtud de la pasin de Cristo. 262] Corrompen tambin otras muchas sentencias en sus escuelas, porque no ensean la justicia de la fe, y entienden tan slo por fe el conocimiento de la historia o de los dogmas, y no comprenden que esta virtud es precisamente la que conoce la promesa de gracia y de justicia, que vivifica los corazones en los temores del pecado y de la muerte. 263] Cuando Pablo dice, Rom. 10, 10: Porque con el corazn se cree para justicia; pero con la boca se confiesa para salvacin, pensamos que nuestros adversarios reconocern en este pasaje que la confesin no justifica ex opere operato, sino tan slo por medio de la fe del corazn. Pablo dice que la confesin salva, para mostrar qu clase de fe consigue vida eterna, es decir, cual es la fe firme y eficaz. 264] Porque no es firme la fe que no se manifiesta en la confesin. Y as, las buenas obras son aceptas por la fe, como cuando las oraciones de la Iglesia piden que todas las cosas sean aceptas por medio de Cristo. Tambin lo piden todo por medio de Cristo, pues es evidente que al final de las oraciones siempre se aade: por nuestro Seor Jesucristo. 265] Sacamos por tanto la conclusin de que por fe somos justificados delante de Dios, y reconciliados y regenerados, por una fe que conoce en el arrepentimiento la promesa de gracia, y vivifica verdaderamente a la mente atemorizada, y se convence de que Dios est reconciliado con nosotros, y nos es propicio por medio de Cristo. Por esta fe, dice Pedro, 1 Ped. 1, 5: somos guardados para alcanzar la salvacin que est preparada para ser manifestada. 266] El conocimiento de esta fe es necesario a los cristianos, y lleva consigo consuelo abundantsimo en todas las aflicciones, y nos muestra el oficio de Cristo, porque quienes niegan que los hombres son justificados por la fe, niegan que Cristo es Mediador y Propiciador, y niegan la promesa de la gracia y el Evangelio. Tan slo ensean, sobre la justificacin, la doctrina de la razn o de la ley. 267] Nosotros mostramos lo mejor que hemos podido el origen de esta controversia y explicado las objeciones de nuestros adversarios. Por todo lo cual, cuando se cita un pasaje sobre el amor o sobre las obras, los hombres buenos que piensan por s mismos podrn juzgar fcilmente que la ley no se cumple sin Cristo, ni que somos justificados por la ley, sino por el Evangelio, es decir, por la promesa de gracia que se nos hace por medio de Cristo. 268] Y esperamos que esta disputa, aunque breve, ha de ser til a los hombres buenos para confirmar la fe y para ensear y consolar la conciencia. Porque sabemos que lo que hemos dicho est conforme con las escrituras profticas y apostlicas, con los Santos Padres Ambrosio, Agustn y otros muchos, y con la Iglesia universal de Cristo, la cual proclama sin ninguna duda que Cristo es el Propiciador y el Justificador.

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269] Tampoco se ha de pensar precipitadamente que la Iglesia Romana est conforme con todo lo que el Papa, los cardenales, los obispos, algunos telogos o los frailes aprueban. Porque consta que los Pontfices se interesan ms en su propio podero que en el Evangelio de Cristo. Y es cosa sabida que muchos son manifiestamente epicreos. Y consta tambin que los telogos han mezclado ms filosofa con la doctrina de Cristo de la que era menester. 270] La autoridad de stos no debe parecer tan grande que no sea lcito disentir de sus opiniones, pues se encuentran entre ellos manifiestos errores, como el que podemos por nuestras fuerzas naturales solas amar a Dios sobre todas las cosas. Este dogma ocasiona otros muchos errores, puesto que es manifiestamente falso. 271] Por doquier se oponen a l las Escrituras, los Santos Padres y el sentir de todos los hombres piadosos. Por lo cual, aunque en la Iglesia los Pontfices y no pocos telogos y frailes ensearon a buscar remisin de pecados, la gracia y la justicia por medio de nuestras obras y de cultos nuevos que encubrieron el oficio de Cristo, y de Cristo hicieron slo un Legislador, y no un Propiciador y Justificador, perdur siempre sin embargo entre algunas personas piadosas el conocimiento de Cristo. 272] Adems, la Escritura anunci que la justicia de la fe quedara oculta de este modo por las tradiciones humanas y la doctrina de las obras. Pablo se lamenta muchas veces (Gal. 4, 9; 5, 7; Col. 2, 8; 16, sg; I Tim. 4,2 sg., etc.) de que hasta en su tiempo haba quienes enseaban acerca de la justicia de la fe que por sus propias obras y cultos propios, y no por la fe, por medio de Cristo, se reconciliaban los hombres con Dios y eran justificados. Porque naturalmente los hombres piensan que Dios se ha de aplacar por las obras. 273] La razn no ve otra justicia que la justicia de la ley civilmente entendida. Por eso ha habido siempre en el mundo quienes han enseado slo esta justicia carnal, excluyendo la justicia de la fe, y siempre habr maestros semejantes. 274] Lo mismo aconteci en el pueblo de Israel. La mayor parte del pueblo crea que por sus obras consegua perdn de pecados, y acumulaba sacrificios y cultos. Pero los profetas condenaban esta opinin, y enseaban la justicia de la fe. Y lo que haba ocurrido en el pueblo de Israel era ejemplo de lo que haba de suceder en la Iglesia. 275] No perturbe, por tanto, a las mentes piadosas esta caterva de adversarios que condenan nuestra doctrina. Con facilidad puede juzgarse el espritu de stos: han rechazado en algunos artculos una verdad tan clara y tan patente, que su impiedad se ha manifestado abiertamente. 276] Asimismo, la bula de Len X (Exurge Domine, 15 de junio de 1520) conden un artculo muy necesario, que todos los cristianos debieran sostener y declarar, a saber, que debemos creer que somos absueltos, no por nuestro arrepentimiento, sino por la palabra de Cristo en Mat. 16, 19: Y todo lo que atares, etc. 277] Y ahora, en esta asamblea, los autores de la Refutacin han condenado con palabras muy claras el que hayamos dicho que la fe es parte del arrepentimiento, y que por ella conseguimos remisin de pecados, vencemos los temores del pecado y se tranquiliza la conciencia. Quin no ve, sin embargo, que este artculo, que proclama que por la fe conseguimos remisin de pecados es muy verdadero y muy cierto, y muy necesario a todos los cristianos? Quin, ante la posteridad toda, al enterarse de que esta doctrina ha sido condenada, podr pensar que los autores de esta condena tuvieron conocimiento alguno de Cristo? 278] Puede asimismo juzgarse el espritu de nuestros adversarios por la crueldad inaudita que consta han manifestado hace poco contra muchos hombres buenos. Hemos odo en esta asamblea que cierto padre reverendo, cuando se estaban exponiendo opiniones acerca de nuestra Confesin, dijo en el Senado del Imperio que ninguna determinacin le pareca ms til que el 95

que se volviese a escribir con sangre la Confesin que nosotros habamos presentado escrita con tinta. Hubiera podido decir mejor Falaris? Por eso muchos prncipes pensaron que semejante manera de expresarse era indigna de aquella asamblea. 279] Por lo cual, aunque nuestros adversarios reivindican para s mismos el nombre de Iglesia, nosotros sabemos que la Iglesia de Cristo se halla entre los que ensean el Evangelio de Cristo, y no entre los que defienden opiniones depravadas en contra del Evangelio, como lo dice el Seor en Juan, 10, 27: Mis ovejas oyen mi voz. Y Agustn dice: Se trata de saber dnde est la Iglesia. Qu podemos hacer? Hemos de buscarla en nuestras palabras, o en las palabras de su Cabeza, nuestro Seor Jesucristo? Pienso que debemos buscarla en las palabras de Aquel que es la Verdad y conoce mejor su cuerpo. No nos preocupen, por tanto, los juicios de nuestros adversarios, pues defienden opiniones humanas contra el Evangelio, contra la autoridad de los Santos Padres que escribieron en la Iglesia y contra el testimonio de las mentes piadosas.

Art. VII, VIII, (IV.)


De La Iglesia. 1] Examinaron asimismo el Artculo Sptimo de nuestra Confesin, en el que dijimos que la Iglesia es la congregacin de los santos. Aadieron una larga declamacin, diciendo que los malos no han de ser separados de la Iglesia, pues Juan Bautista compar la Iglesia a una era en la que van juntos el trigo y la paja, Mat. 3,12, y Cristo la compar a la red, que echada en el mar, coge de toda clase de peces, Mat. 13, 47, etc. 2] En verdad que es cierto lo que se dice, que no hay remedio contra el mordisco del calumniador. Nada puede decirse de manera tan circunspecta que pueda evitar la calumnia. 3] Por esta razn aadimos nosotros el Artculo Octavo, para que nadie pensara que separbamos a los malos e hipcritas de la comunidad exterior de la Iglesia, o que anulbamos la eficacia de los Sacramentos administrados por hombres malos o hipcritas. Por eso no hay necesidad aqu de larga defensa contra esta calumnia. El Artculo Octavo basta para disculparnos. Concedemos, en efecto, que los hipcritas y los malos se hallan mezclados en esta vida en la Iglesia, y son miembros de ella, segn la comunidad exterior de las seales de la Iglesia, es decir, de la Palabra, de la Profesin y de los Sacramentos, sobre todo si no han sido excomulgados. Y que los Sacramentos no dejan de ser eficaces porque sean administrados por hombres malos: es ms, podemos recibir rectamente los Sacramentos administrados por hombres malos. 4] Porque tambin Pablo declara, 2 Tes. 2, 4, que el Anticristo se sentar en el templo de Dios, esto es, gobernar la Iglesia y desempear cargos en ella. 5] Pero la Iglesia no es slo una comunidad de objetos externos y de ritos, como otros gobiernos, sino que es sobre todo la comunidad de la fe y del Espritu Santo en los corazones, aunque posee seales exteriores para que se la pueda conocer: la pura doctrina del Evangelio y la administracin de los Sacramentos conforme al Evangelio de Cristo. Y a esta Iglesia sola se le llama cuerpo de Cristo, pues Cristo la renueva con su Espritu, y lo santifica y gobierna, como dice Pablo, Efe. 1, 22, sg., cuando declara: Y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la Iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. 6] Por tanto, aquellos en quienes nada obra Cristo, no son miembros de Cristo. Y aun nuestros adversarios reconocen que los malos son miembros muertos de la Iglesia. Nos maravilla, por tanto, que rechacen la descripcin nuestra, que habla de los miembros vivos.

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7] Pero nada nuevo habamos dicho. Pablo defini precisamente la Iglesia de la misma manera, Efe. 5,25 sg., diciendo que debe ser purificada, para que sea santa. Y aade las seales externas: la Palabra y los Sacramentos. Porque dice as: Cristo am a la iglesia, y se entreg a s mismo por ella, para santificarla limpindola en el lavacro del agua por la palabra, para presentrsela gloriosa para s, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha. Nosotros pusimos este texto en la Confesin casi palabra por palabra. As define tambin la iglesia el artculo del Smbolo que nos manda creer que es una Iglesia santa y universal. 8] Pero los impos no son Iglesia santa. Y lo que sigue: la comunin de los santos, parece aadido para explicar lo que significa la Iglesia, a saber, la congregacin de los santos que tienen entre s la comunidad de un mismo Evangelio o doctrina, y de un mismo Espritu Santo que renueva sus corazones, los santifica y los gobierna. 9] Este artculo fue propuesto por un motivo ineludible. Vemos peligros infinitos que amenazan de ruina a la Iglesia. Y en la misma Iglesia infinita es la muchedumbre de impos que la oprimen. Por lo cual, para que no desesperemos, sino que sepamos que a pesar de ello la Iglesia ha de perdurar, y para que sepamos tambin que por infinita que sea la multitud de impos, la Iglesia existe y Cristo le concede lo que le prometi: perdonar sus pecados, escucharla, concederle el Espritu Santo. Todas estas consolaciones nos declara el artculo del Smbolo. 10] Y dice: Iglesia universal para que entendamos que la Iglesia no es una repblica exterior como los gobiernos de las naciones, sino que consta de los hombres esparcidos por todo el mundo que estn conformes con el Evangelio y poseen el mismo Cristo, y el mismo Espritu Santo, y los mismos Sacramentos, ora tengan las mismas tradiciones humanas, ora las tengan distintas. 11] Y la glosa de los Decretos dice que la Iglesia en un sentido amplio abarca a buenos y malos, tambin que los malos estn tan slo de nombre en la Iglesia, no en realidad, pero que los buenos estn de nombre y en realidad. Y a este efecto se leen muchos pasajes en los Padres. Porque Jernimo dice: Luego el pecador que est manchado con alguna inmundicia, no puede ser llamado miembro de la Iglesia de Cristo, ni considerado como sujeto a Cristo. 12] As pues, aunque hombres hipcritas y malos sean miembros de esta Iglesia verdadera segn los ritos externos, cuando se define la Iglesia es necesario sin embargo sealar en la descripcin que de ella se hace que es el cuerpo vivo de Cristo, y tambin que es Iglesia de nombre y de hecho. Las causas son muchas. 13] Porque es menester ante todo saber lo que nos hace miembros y miembros vivos de la Iglesia. Si definimos la Iglesia tan slo como una asociacin externa de hombres buenos y malos, no entendern los hombres que el reino de Cristo es la justicia del corazn y la ddiva del Espritu Santo, sino que pensarn que es tan slo una observancia externa de cultos y de ritos. 14] Adems, qu diferencia habra entre el pueblo de la ley, y la Iglesia, si esta ltima es slo una asociacin externa? Pero Pablo distingue la Iglesia del pueblo de la ley, diciendo que la Iglesia es un pueblo espiritual, es decir, un pueblo distinto de los gentiles, no por sus ritos civiles, sino porque es el verdadero pueblo de Dios regenerado por el Espritu Santo. En el pueblo de la ley, aparte de las promesas de Cristo, la descendencia carnal tena tambin promesas de beneficios corporales, del reino, etc. Y por estas promesas los malos se llamaban tambin pueblo de Dios, porque Dios haba separado esta semilla carnal de las otras naciones por ciertas ordenanzas y promesas exteriores, y, no obstante, aquellos malos seguan ofendiendo a Dios. 15] Pero el Evangelio no nos brinda la sombra de las cosas eternas, sino las cosas eternas mismas, el Espritu Santo y la justicia por la que somos justificados delante de Dios.

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16] Por tanto, segn el Evangelio, tan slo son pueblo de Dios quienes reciben esta promesa del Espritu. Adems, la Iglesia es el reino de Cristo en oposicin al reino del diablo. Es verdad que los impos estn bajo la potestad del demonio y son miembros de su reino, como lo ensea Pablo, Efe. 2, 2, cuando dice que el demonio ahora obra en los hijos de desobediencia. Y Cristo dice a los fariseos, que estaban ciertamente unidos exteriormente a la Iglesia, es decir, a los santos del pueblo de la ley, pues desempeaban funciones, sacrificaban y enseaban: Vosotros de vuestro padre el diablo sois, Juan, 8. Por tanto, la Iglesia que verdaderamente es reino de Cristo, es propiamente la congregacin de los santos. Porque los impos son gobernados por el diablo, son cautivos suyos y no son gobernados por el Espritu de Cristo. 17] Pero, qu necesidad hay de palabras en cosa tan manifiesta? Si la Iglesia que en verdad es reino de Cristo se distingue del reino del diablo, se sigue necesariamente que los impos, como estn en el reino del diablo, no son la Iglesia, aunque en esta vida estn mezclados a la Iglesia y desempeen cargos en la Iglesia, pues todava no se ha manifestado el reino de Cristo. 18] Y los impos no son el reino de Cristo porque la manifestacin de este reino no se haya hecho todava. Porque el reino de Cristo es siempre el que vivifica con su Espritu, ora sea revelado, ora est cubierto por la Cruz. As como el Cristo que ahora es glorificado es el mismo que antes era afligido. 19] Y aqu vienen bien las comparaciones de Cristo, que dice claramente, Mat. 13, 38: La buena semilla son los hijos del reino, y la cizaa son los hijos del malo. El campo, dice, es el mundo, y no la Iglesia. Juan Bautista habla tambin de toda la raza juda, y anuncia que la verdadera Iglesia ser separada de aquel pueblo. Por tanto, este pasaje va ms contra nuestros adversarios que en su favor, porque manifiesta que el pueblo verdadero y espiritual ser separado del pueblo carnal. Y Cristo habla de la apariencia exterior de la Iglesia cuando dice, Mat. 13,47: El reino de los cielos es semejante a una red, y tambin a las diez vrgenes, y ensea que la Iglesia est cubierta de multitud de males, para que este escndalo no ofenda a los piadosos, y adems para que sepamos que la Palabra y los Sacramentos son eficaces aunque sean administrados por los malos. Y a la par ensea que el que los impos tengan la comunin de las seales exteriores de la Iglesia no significa que sean el verdadero reino de Cristo, ni miembros de Cristo. 20] Porque son miembros del reino del diablo. Y no es que nosotros soemos en una repblica platnica, como algunos impamente se imaginan, sino que decimos que la Iglesia existe, y que la constituyen los verdaderos creyentes esparcidos por todo el orbe. Y aadimos sus seales: la pura doctrina del Evangelio y los Sacramentos. Y esta Iglesia es propiamente columna de la verdad, 1 Tim. 3,15. Guarda, en efecto, el Evangelio puro y, como Pablo dice, 1 Cor. 3, 12, el fundamento, esto es, el verdadero conocimiento de Cristo y la fe. Y aunque hay entre ellos muchos ilusos que sobre el fundamento edifican hojarasca perecedera, esto es, opiniones intiles, como stas no derriban el fundamento se les perdona y se les enmienda. 21] Y los escritos de los Santos Padres dan testimonio de que a veces aun ellos mismos edificaron hojarasca sobre el fundamento, aunque no destruyeron del todo su fe por eso. Pero las ms de las opiniones que nuestros adversarios defienden arruinan la fe, como cuando condenan el artculo sobre el perdn de pecados, en el que decimos que por fe se consigue remisin de pecados. Asimismo cometen nuestros adversarios un error manifiesto al ensear que los hombres consiguen perdn de pecados por amor hacia Dios, y no gratuitamente. Porque tambin esto es quitar el fundamento, a saber, Cristo. Adems, qu necesidad hay de la fe, si los Sacramentos justifican ex opere operato, sin movimiento bueno de quien los recibe?

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22] Mas as como la Iglesia tiene la promesa de que siempre ha de recibir el Espritu Santo, as tambin tiene las advertencias de que siempre, habr impos doctores y lobos. En verdad que la Iglesia es la que propiamente tiene el Espritu Santo. Aunque los lobos y los malos doctores medren en la Iglesia, no constituyen el reino de Cristo. Lira lo afirma tambin cuando dice: La Iglesia no consiste en los hombres por razn de la potestad eclesistica o secular, porque muchos prncipes y sumos pontfices y otros inferiores ha habido que apostataron de la fe. Por lo cual, la Iglesia consiste en aquellas personas en que existe un conocimiento verdadero y la confesin de la fe y de la verdad. Hemos dicho nosotros en nuestra Confesin algo distinto de lo que aqu dice Lira? 23] Pero tal vez desean nuestros adversarios que se defina la Iglesia diciendo que: es la suprema monarqua externa de todo el orbe, en la que conviene que el Romano Pontfice tenga una potestad indiscutible, que nadie pueda disputar o juzgar, de confeccionar artculos de fe, suprimir las Escrituras a su antojo, instituir cultos y sacrificios, promulgar leyes tambin a su antojo, dispensar y desatar a su antojo de cuantas leyes quiera, divinas, cannicas y civiles, y que conviene asimismo que el Emperador y los reyes todos reciban de l potestad y el derecho de sostener los reinos segn el mandato de Cristo, porque como el Padre ha sujetado a Cristo todas las cosas, es preciso entender que este derecho se ha transferido al Papa. Por consiguiente, que es necesario que el Papa sea dueo de todo el orbe, de todos los reinos del mundo, de todas las cosas privadas y pblicas, y que tenga plenitud de la potestad en las cosas espirituales y temporales, y ambas espadas, la espiritual y la temporal. 24] Y est definicin, no de la Iglesia de Cristo, sino del reino del pontfice, tiene por autores, no slo a los canonistas, sino tambin a Daniel, 11, 36 sg. 25] Si definiramos la Iglesia de este modo acaso tuviramos jueces ms equitativos. Porque muchas cosas hay escritas inmoderada e impamente acerca de la potestad del Romano Pontfice por las cuales nadie fue nunca declarado culpable. Slo a nosotros se nos condena, porque predicamos el beneficio de Cristo, y declaramos que por la fe en Cristo conseguimos perdn de pecados, y no por los ritos inventados por el Pontfice. 26] Adems, Cristo, los profetas y los apstoles definen la Iglesia de Cristo de un modo muy distinto al reino del Pontfice. 27] Y no debemos transferir a los Pontfices lo que pertenece a la verdadera Iglesia, diciendo que son columnas de la verdad y que no pueden errar. Cuntos se preocupan del Evangelio o lo juzgan digno de leerse? Muchos se mofan tambin abiertamente de todas las religiones, y si aprueban algo, aprueban aquellas cosas que se acomodan a la razn humana, y piensan que las dems son fabulosas y semejantes a las tragedias de los poetas. 28] Por eso pensamos nosotros, de acuerdo con las Escrituras, que la Iglesia propiamente dicha es la congregacin de los santos que verdaderamente creen el Evangelio de Cristo y tienen el Espritu Santo. Y confesamos, sin embargo, que mezclados con stos, en la vida presente, tienen la comunin de las seales exteriores muchos hipcritas y malos, que son miembros de la Iglesia segn esta misma comunin de seales exteriores, y desempean por esta razn cargos en la Iglesia. Y que no quita eficacia a los Sacramentos el que sean administrados por hombres indignos, porque representan la persona de Cristo por la vocacin de la Iglesia, y no representan sus propias personas, como lo atestigua Cristo, Luc. 10,16: El que a vosotros oye, a m oye. Portante, cuando administran la Palabra de Cristo y los Sacramentos, lo hacen en substitucin y lugar de Cristo. Y estas palabras de Cristo nos ensean que no debemos escandalizarnos con la indignidad de los ministros. 29] Sobre este asunto hablamos con suficiente claridad en la Confesin cuando condenamos a los Donatistas y Wyclifitas, quienes pensaban que pecaban los hombres al recibir 99

los Sacramentos de manos de hombres indignos en la Iglesia. Estas cosas nos parecan bastar por ahora para la defensa de la definicin de la Iglesia que hemos presentado. Y no vemos, pues se llama a la Iglesia propiamente dicha cuerpo de Cristo, como pueda ser definida de modo distinto del que nosotros la definimos. Porque consta que los impos pertenecen al cuerpo del diablo, pues el diablo mueve y tiene cautivos a los impos. Estas cosas son ms claras que el sol en el meridiano, pero si nuestros adversarios siguen calumniando no vacilaremos en contestar con ms argumentos. 30] Tambin condenan nuestros adversarios la parte del Artculo Sptimo en que dijimos que para la verdadera unidad de la Iglesia basta con estar conformes con el Evangelio y la administracin de los Sacramentos, y que no es necesario que en todas partes haya las mismas tradiciones humanas, o ritos, o ceremonias instituidas por los hombres. Aqu hacen distincin entre los ritos universales y los particulares, y aprueban nuestro artculo si se refiere a los ritos particulares pero no lo aprueban si se refiere a los ritos universales. 31] No entendemos bastante lo que quieren decir nuestros adversarios. Nosotros hablamos de la verdadera, es decir, de la unidad espiritual, sin la cual no puede existir fe en el corazn o justicia del corazn delante de Dios. Y para sta, decimos que no es necesaria la igualdad de ritos humanos, universales o particulares, porque la justicia de la fe no es una justicia supeditada a tradiciones, como lo estaba la justicia de la ley a las ceremonias judaicas, porque la justicia del corazn es potencia que vivifica los corazones. A esta regeneracin nada aportan las tradiciones humanas, universales o particulares, que no son tampoco efectos del Espritu Santo, como lo son la castidad, la paciencia, el temor de Dios, el amor al prjimo y las obras del amor. 32] Y no fueron tampoco leves las causas por las cuales pusimos este artculo. Porque consta que muchas opiniones necias se han deslizado en la Iglesia. Algunos han pensado que las tradiciones humanas son ritos necesarios para conseguir la justificacin. Y despus han discutido sobre la gran variedad de ritos con que se adora a Dios, como si esas observancias fuesen ritos, y no tan slo ordenanzas externas y polticas, que para nada tienen que ver con la justicia del corazn o culto a Dios, y que cambian segn las circunstancias, y por ciertos motivos, a veces de una manera y otras veces de otra manera. Tambin por causa de estas tradiciones unas iglesias han excomulgado a otras, como la observancia de la Pascua, las pinturas y otras cosas semejantes. Y los inexpertos han pensado que la fe o la justicia del corazn no podan existir delante de Dios sin estas observancias. Por ah andan muchos escritos ineptos de sumistas y de otros sobre esta materia. 33] Pero as como el que los das y las noches sean ms o menos largos no daa a la unidad de la Iglesia, as tambin pensamos que no daan a la unidad de la Iglesia ritos dispares establecidos por los hombres. Aunque nos agrada que se conserven los ritos universales en aras de la tranquilidad. Y as nosotros observamos de buena voluntad en las iglesias el orden de la Misa, el da del Seor y otros das festivos ms conocidos. Y con nimo gratsimo incluimos las ordenanzas antiguas y tiles, sobre todo cuando contienen una disciplina que aprovecha al pueblo y ensea y acostumbra bien a los inexpertos. 34] Pero no discutimos ahora acerca de si conviene guardar estas prcticas en aras de la tranquilidad o de la utilidad corporal. Se trata de otra cosa. Se trata, en efecto, de saber si las observancias de las tradiciones humanas son ritos necesarios para justificarse delante de Dios. Esto es lo que hay que discutir en nuestra controversia, y una vez discutido, decidir si es necesario para la verdadera unidad de la Iglesia el que en todas partes haya tradiciones humanas iguales. Porque si las tradiciones humanas no son ritos necesarios para conseguir la justificacin delante de Dios, sguese que puede haber justos e hijos de Dios aunque no guarden tradiciones que han sido aceptadas en otro lugar. Como la forma del vestido alemn no es necesaria al culto 100

de Dios para justificarse delante de Dios, sguese que puede haber hombres justos e hijos de Dios, y que puede haber una Iglesia de Cristo, aunque no se lleve vestido alemn, sino francs. 35] Esto lo ensea Pablo claramente, Col. 2, 16, 17: Por tanto, nadie os juzgue en comida, o en bebida, o en cuanto a das de fiesta, luna nueva, o de sbados: lo cual es sombra de lo por venir; mas el cuerpo es de Cristo. Asimismo, versculo 20 y sg: Pues si sois muertos con Cristo cuanto a los rudimentos del mundo, por qu como si vivieseis al mundo, os sometis a ordenanzas, tales como, No manejes, ni gustes, ni aun toques, (las cuales cosas son todas para destruccin en el uso mismo), en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputacin de sabidura en culto voluntario y humildad. 36] Quiere, pues, decir que siendo la justicia del corazn cosa espiritual que vivifica los corazones, y siendo cosa cierta que las tradiciones humanas no vivifican los corazones, ni son efectos del Espritu Santo, como el amor del prjimo, la castidad, etc., no son instrumentos por medio de los cuales Dios mueve los corazones a creer, como la Palabra y los Sacramentos divinamente establecidos, sino que son uso de cosas que en nada tocan el corazn, y que perecen por el uso mismo, y no se les ha de considerar necesarias para justificarse delante de Dios. Y en el mismo sentido dice, Rom. 14,17: El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espritu Santo. 37] Pero no hay necesidad de citar muchos pasajes, pues por doquier son evidentes en la Escritura, y en los artculos posteriores de nuestra Confesin hemos reunido muchos. Y habr que repetir poco despus lo que se discute en esta controversia, a saber, si las tradiciones humanas son ritos necesarios a la justificacin delante de Dios. Entonces trataremos ms copiosamente esta materia. 38] Nuestros adversarios dicen que las tradiciones universales deben guardarse porque piensan que fueron transmitidas por los apstoles. Oh hombres religiosos! Quieren conservar los ritos tomados de los apstoles y no quieren guardar la doctrina de los apstoles! 39] Sobre estos ritos hemos de pensar lo que pensaron los apstoles mismos en sus escritos. Porque los apstoles no queran que nosotros pensramos que somos justificados por esos ritos, ni que esos ritos son obligatorios para justificarse delante de Dios. Los apstoles no quisieron imponer semejante carga a las conciencias. No quisieron colocar la justicia y el pecado en observancias de das, comidas y otras cosas semejantes. 40] Es ms: Pablo califica estas opiniones de doctrinas de demonios, 1 Tim. 4,1. As pues, debemos buscar en los escritos de los apstoles su deseo y su consejo: no es suficiente alegar su ejemplo. Guardaban ciertos das, pero no porque esta observancia fuera obligatoria para la justificacin, sino para que el pueblo supiera cundo haba de reunirse. Observaban tambin otros ritos, y el orden de las lecciones, cuando se congregaban. El pueblo, como acontece, conservaba algunas cosas de las costumbres de los Padres, las cuales acomodaron los apstoles, un tanto modificadas, a la historia del Evangelio, como la Pascua y Pentecosts, para transmitir a la posteridad, no slo la enseanza, sino con estos ejemplos la memoria de las materias ms importantes. 41] Si estas cosas fueron transmitidas como una obligacin necesaria para la justificacin, por qu introdujeron despus en ellas los obispos tantos cambios? Si eran de derecho divino no era lcito cambiarlas por autoridad humana. 42] Antes del Concilio de Nicea, celebraban algunos la Pascua en fechas distintas. Y esta falta de uniformidad no da a la fe. Despus, se adopt la idea de que nuestra Pascua no deba coincidir con la Pascua juda. Y, sin embargo, los apstoles haban ordenado que las iglesias guardaran la Pascua con los hermanos convertidos del judasmo. Por eso, despus del Concilio de Nicea, algunas naciones siguieron conservando pertinazmente la costumbre de guardar las fechas 101

judaicas. Pero los apstoles no quisieron con aquel mandato imponer a las iglesias una obligacin, como las mismas palabras del decreto lo acreditan. Manda, en efecto, que nadie se preocupe si los hermanos no calculan bien el tiempo al observar la Pascua. Las palabras del decreto se encuentran en Epifanio: No calculis, pero celebradla cuando lo hagan vuestros hermanos de la circuncisin; celebradla a un mismo tiempo con ellos, y aunque pudieran haberse equivocado, no sea ello un motivo de preocupacin para vosotros. Epifanio escribe que stas son palabras de los apstoles en un decreto acerca de la Pascua, en las cuales el prudente lector fcilmente puede juzgar que los apstoles quisieron apartar del pueblo la opinin necia de la necesidad de tener un tiempo determinado, puesto que prohben preocuparse si hay error en el clculo. 43] Por otra parte, hubo algunos en Oriente, llamados Andianos, segn el nombre del autor del dogma, que declararon por este decreto de los apstoles que la Pascua deba celebrarse con los judos. Al refutarlos, Epifanio alaba el decreto, y dice que nada contiene que difiere de la fe o regla eclesistica, y reprende a los Andianos porque no entienden rectamente la expresin, e interpreta, como nosotros interpretamos, que no quisieron los apstoles imponer la fecha en que deba observarse la Pascua, sino que como algunos hermanos principales de entre los judos se haban convertido y guardaban su costumbre, desearon los dems seguir su ejemplo en aras de la concordia. 44] Y los apstoles advirtieron sabiamente al lector que ellos no supriman la libertad evanglica, ni imponan obligacin a sus conciencias, pues aaden que no hay que preocuparse aunque se yerre al calcular. 45] Muchas cosas de este gnero pueden deducirse de las historias, en que se muestra que la disparidad de observancias no daa a la unidad de la fe. Pero, qu necesidad hay de discutir? Nuestros adversarios no entienden en absoluto lo que es la justicia de la fe si piensan que es necesaria la igualdad de las observancias en las comidas, das, vestido y cosas semejantes, pues no se relacionan con ningn mandamiento de Dios. 46] Pero ved a estos hombres religiosos adversarios nuestros. Exigen, para la unidad de la Iglesia, igualdad en las tradiciones humanas, cuando ellos mismos han cambiado la ordenacin de Cristo en el uso de la Santa Cena, que fue ciertamente al principio una ordenacin universal. Si las ordenanzas universales son tan necesarias, por qu cambian ellos la ordenacin de la Cena de Cristo, que no es humana, sino divina? Ms adelante habremos de tratar con alguna frecuencia de toda esta controversia. 47] Fue aprobado todo el Artculo Octavo, en el que declaramos que los hipcritas y los malos estn mezclados en la Iglesia, y que los Sacramentos son eficaces aunque sean dispensados por ministros indignos, porque los ministros actan en substitucin de Cristo, y no representan su propia persona, segn Luc. 10,16: El que a vosotros oye, a m oye. 48] Hemos de rechazar a los doctores impos, pues stos ya no actan en substitucin de Cristo, sino que son anticristos. Y Cristo dice, Mat. 7, 15: Guardaos de los falsos profetas. Y Pablo, Gal. 1, 9: Si alguno os anunciare otro evangelio, sea anatema. 49] Por otra parte, Cristo nos advirti en sus parbolas sobre la Iglesia que no provocramos cismas, escandalizados por los vicios privados de los sacerdotes o del pueblo, como lo hicieron criminalmente los Donatistas. 50] A quienes han movido cismas, porque negaban que fuese lcito a los sacerdotes tener posesiones o propiedad, los juzgamos francamente sediciosos. Porque tener cosa propia es disposicin civil. Y es lcito a los cristianos usar de las disposiciones civiles, como usan del aire, de la luz, de la comida y de la bebida. Porque as como la naturaleza de las cosas y la de los movimientos fijos de los astros son verdaderamente disposiciones de Dios, y son conservadas por 102

Dios, as tambin los legtimos gobiernos son verdaderamente disposiciones de Dios, y son defendidos y conservados por Dios contra el diablo.

Art. IX
Del Bautismo 51] Fue aprobado el Artculo Noveno, en el que declaramos que el Bautismo es necesario para la salvacin, que los nios han de ser bautizados y que el Bautismo de los nios no es vano, sino necesario y eficaz para la salvacin. 52] Y como entre nosotros el Evangelio se predica pura y diligentemente, hemos recibido tambin por beneficio de Dios el fruto de que en nuestras iglesias no ha habido Anabaptistas, porque nuestro pueblo ha sido fortificado por la Palabra de Dios contra la impa y sediciosa faccin de esos ladrones. Y as como condenamos muchos errores de los Anabaptistas, as tambin condenamos el que consiste en afirmar que el Bautismo de los nios es intil. Porque es ciertsimo que la promesa de salvacin abarca tambin a los nios. Mas no abarca a quienes estn fuera de la Iglesia de Cristo, donde no existen la Palabra ni los Sacramentos, porque el reino de Cristo tan slo existe con la Palabra y los Sacramentos. Por tanto, es necesario bautizar a los nios, para que se les aplique la promesa de salvacin, conforme al mandato de Cristo, Mat. 28,19: Bautizad a todas las naciones. Y as como se ofrece a todos la salvacin, as tambin se ofrece a todos el Bautismo, a los varones, a las mujeres, a los nios, a los pequeos. Sguese, pues, claramente que los pequeos han de ser bautizados, porque por el Bautismo se ofrece la salvacin. 53] En segundo lugar, es evidente que Dios aprueba el Bautismo de los nios. Por tanto, los Anabaptistas piensan perversamente cuando condenan el Bautismo de los nios. Que Dios aprueba el Bautismo de los nios lo muestra el que Dios da el Espritu Santo a los as bautizados. Porque si este Bautismo fuese vano, a ninguno sera dado el Espritu Santo, ninguno sera salvo y finalmente no existira ninguna Iglesia. Esta sola razn puede confirmar suficientemente las mentes buenas y piadosas contra las impas y fanticas opiniones de los Anabaptistas.

Art. X.
De La Santa Cena. 54] Aprobaron el Artculo Dcimo, en el que declaramos que creemos que en la Cena del Seor estn verdadera y substancialmente presentes el cuerpo y la sangre de Cristo, y que verdaderamente se ofrecen con las especies visibles del pan y del vino a quienes reciben el Sacramento. Defendemos constantemente esta posicin despus de haber investigado y discutido esta creencia con toda diligencia. Porque, al decir Pablo, 1 Cor. 10,16, que el pan es la Comunin del cuerpo de Cristo, etc., seguirase que el pan no es comunin del cuerpo, sino tan slo del espritu de Cristo, si no estuviera verdaderamente presente en el pan el cuerpo del Seor. 55] Y hemos comprobado que, no slo la Iglesia Romana afirma la presencia corporal de Cristo, sino que tambin cree ahora lo mismo, y lo crey antiguamente la Iglesia Griega. Lo demuestra entre ellos el Canon de la Misa, en el que claramente ora el sacerdote pidiendo que, al

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transformarse el pan, se transforme en el cuerpo de Cristo. Y el escritor Vulgario [Teofilacto Bulgario], ningn inexperto en nuestra opinin, dice claramente que el pan no es tan slo figura, sino que verdaderamente se transforma en carne. 56] Y extensa es la exposicin de Cirilo sobre Juan, cap. 15, en la que ensea que Cristo se nos ofrece corporalmente en la Cena. Porque dice as: Sin embargo, no negamos que somos unidos espiritualmente a Cristo por una fe recta y sincera. Pero que nosotros no tengamos comunicacin con El segn la carne lo negamos rotundamente. Y decimos que esto es absolutamente ajeno a las divinas Escrituras. Porque, quin ha dudado de que Cristo es de este modo una vid, y nosotros los sarmientos, sacando vida para nosotros? Oye a Pablo cuando dice, 1 Cor. 10,17, y Gal. 3, 28, que todos somos un cuerpo en Cristo, porque aunque somos muchos, somos no obstante uno en El. Pues todos participamos de un solapan. Piensa acaso que es desconocida para nosotros la virtud de la mstica bendicin? Y pues est en nosotros, no hace tambin que Cristo habite en nosotros corporalmente por medio de la comunicacin de la carne de Cristo? Y poco despus: De donde se ha de considerar que, no slo por el estado que llamamos caridad est Cristo en nosotros, sino tambin por participacin natural, etc. 57] Citamos estos pasajes, no para entablar una discusin sobre el asunto, pues no desaprueba este artculo Su Majestad Imperial, sino para que con mayor claridad vean cuantos leyeren estas cosas que nosotros defendemos el sentir aceptado en toda la Iglesia, de que en la Cena del Seor estn presentes verdadera y substancialmente el cuerpo y la sangre de Cristo y se manifiestan verdaderamente en las especies del pan y del vino. Y hablamos de la presencia de Cristo vivo: Sabiendo que la muerte no se enseorea ms de l, Rom. 6, 9.

Art. XI.
De La Confesin. 58] Aprobaron el Artculo Undcimo, en el que declaramos que la absolucin debe conservarse en la Iglesia. Pero en lo tocante a la confesin, aaden una correccin, a saber, que ha de observarse la regla titulada Omnis utriusque, que prescribe que se haga confesin todos los aos y que, si bien no pueden enumerarse todos los pecados, se ha de tratar con diligencia de recordarlos, para confesar los que consigue recordar la memoria. De todo este artculo hablaremos ms detenidamente despus, al explicar nuestro sentir acerca de la penitencia. 59] Consta que nosotros hemos aclarado y explicado de tal modo el beneficio de la absolucin y de la potestad de las llaves, que muchas conciencias afligidas han alcanzado consuelo por nuestra doctrina, al enterarse de que es mandamiento de Dios, y hasta la voz misma del Evangelio el que creamos en la absolucin y estemos seguros de que por medio de Cristo se nos concede gratuitamente perdn de pecados, y sintamos que por esta fe nos reconciliamos verdaderamente con Dios. Esta doctrina ha dado nimo a muchas mentes piadosas, y constituy al principio una gran recomendacin en favor de Lutero por parte de todos los hombres buenos, por cuanto revela un consuelo seguro y firme para las conciencias, ya que anteriormente todo el poder de la absolucin haba estado oprimido por las doctrinas de las obras, y los sofistas y los frailes nada enseaban de la fe ni del perdn gratuito. 60] Por otra parte, en lo referente al tiempo, es cierto que en nuestras iglesias hay muchos que usan de los Sacramentos de la absolucin y de la Cena del Seor muchas veces al ao. Y los que explican la dignidad y frutos de los Sacramentos hablan de tal modo, que invitan al pueblo a que usen de los Sacramentos con mucha frecuencia. Hay pues sobre esta materia muchas cosas

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escritas por los nuestros, de modo que si entre nuestros adversarios se encuentran varones buenos, las han de aprobar y alabar sin duda. 61] Se fulmina asimismo excomunin contra los disolutos y los que desprecian los Sacramentos. Y esto se hace as de acuerdo con el Evangelio y segn los antiguos Cnones. 62] Pero no se prescribe un tiempo determinado, porque no todos se hallan igualmente preparados para una misma ocasin. Es ms: si acuden todos al mismo tiempo, no pueden los hombres ser escuchados ni instruidos con orden. Ni los Cnones antiguos ni los Padres prescriben un tiempo determinado. Tan slo dice as el Canon: Si entran algunos en la Iglesia de Dios y se advierte que no comulgan nunca, se les exhortar a que si no comulgan se arrepientan. Si comulgan, no se les rechace. Si no lo hicieren, deben ser apartados. Cristo dice, por medio de Pablo, 1 Cor. 11,29: Comen su juicio para s quienes comen indignamente. Por eso no obligan los pastores a los que no estn preparados a que usen de los Sacramentos. 63] De la enumeracin de los pecados en la confesin, se instruye a los hombres para no oprimir sus conciencias. Aunque es til acostumbrar a los inexpertos a que enumeren algunas preocupaciones, para poder instruirlos con mayor facilidad, lo que ahora discutimos es si esto es de derecho divino. No deban pues nuestros adversarios recordarnos la regla Omnis utriusque, que no nos es desconocida, sino demostrar que la enumeracin de los pecados para conseguir perdn es de derecho divino. 64] La Iglesia conoce por toda Europa los lazos que impuso a las conciencias la parte de la regla que manda confesar todos los pecados. Y no tiene en texto en s tanto inconveniente como el que le aadieron los sumistas, incluyendo tambin las circunstancias de los pecados. Qu laberintos y torturas para las mentes mejores! Porque a los licenciosos y profanos les eran del todo indiferentes estos instrumentos de terror. 65] Considrense asimismo las cuestiones que la confesin haba de suscitar entre pastores y hermanos, que de ningn modo eran ya hermanos, pues peleaban sobre la jurisdiccin de las confusiones. Por eso pensamos nosotros que la enumeracin de los pecados no es obligatoria por derecho divino. Y en esto estn conformen el Panormita y otros muchos eruditos jurisconsultos. No queremos imponer obligacin a las conciencias por causa de la regla Omnis utriusque, pues pensamos de ella lo que pensamos de las dems tradiciones humanas, que no son cultos obligatorios para conseguir la justificacin. Esta regla precepta una cosa imposible, y es que confesemos todos nuestros pecados. Porque es evidente que ni recordamos ni entendemos la mayor parte de nuestros pecados, y as se dice en el Sal. 19, 12: Los errores, quin los entender? 66] Si hay buenos pastores, ellos vern el mejor modo de examinar a los inexpertos, pero no queremos confirmar la crueldad de los sumistas, que podra ser menos intolerable si aadieran una sola palabra sobre la fe que consuela y anima a las conciencias. Pero sobre esta fe, que consigue perdn de pecados, no hay una sola slaba en esa mole de constituciones, glosas, sumas y confesionarios. Nunca se lee a Cristo all. Tan slo se leen listas de pecados. Y la mayor parte se refiere a pecados contra las tradiciones humanas, y es la parte ms vana. 67] Esta doctrina ha llevado a muchas mentes piadosas a la desesperacin, al no poder tranquilizarse, pues pensaban que por ley divina era obligatoria una enumeracin de pecados, aun sabiendo por experiencia que semejante enumeracin es imposible. Pero existen otros defectos no menores en la doctrina de nuestros adversarios, y vamos a enumerarlos ahora al tratar del arrepentimiento.

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Art.XII.(V.)
Del Arrepentimiento 1] Del Artculo Duodcimo aprueban la primera parte, en la que declaramos que los que han cometido faltas despus del Bautismo pueden conseguir perdn de pecados en cualquier circunstancia, siempre que se conviertan. Condenan, sin embargo, la segunda parte, en la que decimos que las partes del arrepentimiento son la contricin y la fe. Niegan que la fe sea la segunda parte del arrepentimiento. 2] Qu haremos aqu, oh Carlos, Csar invictsimo? La voz misma del Evangelio proclama que por la fe conseguimos perdn de pecados. Y esta voz del Evangelio la condenan los escritores de la Refutacin. Por lo cual, nosotros no podemos de ningn modo estar de acuerdo con esta Refutacin. No podemos condenar la voz del Evangelio, salubrrima y llena de consuelo. No niegan que por la fe conseguimos perdn de pecados, haciendo as agravio a la sangre y a la muerte de Cristo? 3] Te suplicamos, pues, oh Carlos, Csar invictsimo, que nos oigas y examines esta materia con paciencia y diligencia, pues es la ms importante que encierra el verdadero conocimiento de Cristo, el verdadero culto a Dios, y el asunto de mayor importancia en el Evangelio. Porque todos los hombres reconocern que sobre todo en este asunto enseamos cosas verdaderas, piadosas, saludables y necesarias a la Iglesia universal. Comprobarn que en los escritos de los nuestros se ha derramado mucha luz sobre el Evangelio, y se han enmendado muchos errores perniciosos, que velaban antes la doctrina del arrepentimiento con las opiniones de escolsticos y canonistas. 4] Antes de llegar a la defensa de nuestra posicin es preciso proclamar esto primero: Todos los hombres buenos, de todo rango, incluyendo el orden teolgico, reconocen sin duda alguna, que antes de los escritos de Lutero la doctrina del arrepentimiento era en extremo confusa. 5] A la vista estn los libros de los sentenciarios, donde se encuentran infinitas cuestiones que ningn telogo pudo jams explicar satisfactoriamente. El pueblo no poda abarcar la totalidad del asunto, ni ver lo que se necesitaba especialmente en el arrepentimiento, pues en l haba que buscar la paz de la conciencia. 6] Venga aqu cualquiera de nuestros adversarios, y dganos cundo se efecta el perdn de los pecados. Oh buen Dios, cuntas tinieblas hay! Dudan de si es en la contricin o en la atricin donde se efecta el perdn de los pecados. Si se consigue por la contricin, qu necesidad hay de absolucin, qu hacer de la potestad de las llaves si el pecado est perdonado? Aqu sudan tambin mucho, y debilitan impamente la potestad de las llaves. 7] Otros suean que por la potestad de las llaves no se perdona la culpa, sino que se cambian las penas eternas en temporales. Y as, esta salubrrima potestad sera ministerio, no de la vida y del Espritu, sino tan slo de la ira y del castigo. Otros, sobre todo los ms cautos, imaginan que por la potestad de las llaves los pecados son perdonados delante de la Iglesia, y no delante de Dios. Pero tambin ste es un error pernicioso. Porque si la potestad de las llaves no nos consuela delante de Dios, qu es lo que podr al fin sosegar la conciencia? Lo que sigue es todava ms complejo. 8] Ensean que por la contricin conseguimos la gracia. Si acerca de esto preguntara alguno por qu Sal, Judas y otros semejantes no consiguen la gracia, aun cuando se hallaban terriblemente contritos, habra que responder, con la fe y el Evangelio, que Judas no crey ni se apoy en la promesa de Cristo ni en el Evangelio. Porque la fe muestra la diferencia que hay

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entre la contricin de Judas y la de Pedro. Pero nuestros adversarios responden, con la ley, que Judas no am a Dios, sino que temi el castigo. 9] Cundo, sin embargo, podr una conciencia aterrorizada, sobre todo en los temores verdaderamente serios y graves que se describen en los Salmos y en los Profetas y que prueban los que de verdad se convierten, juzgar si teme a Dios por Dios mismo o si le teme porque est huyendo de las penas eternas? Estas grandes emociones pueden distinguirse con letras y vocablos, pero en la realidad no se distinguen del modo que suean nuestros sofistas. 10] Apelamos aqu al dictamen de todos los hombres buenos y sabios. Reconocern sin duda que estas discusiones que existen entre nuestros adversarios son muy confusas e intrincadas. Y, no obstante, se trata del asunto ms grave, de la materia principal del Evangelio: del perdn de los pecados. Toda la doctrina acerca de estas cuestiones, que hemos recordado, se halla en los escritos de nuestros adversarios llena de errores y de hipocresa, y obscurece el beneficio de Cristo, la potestad de las llaves y la justicia de la fe. 11] Esto es lo que ocurre en la primera etapa. Pero, qu cuando se llega a confesar? Cunto trabajo en esa infinita enumeracin de los pecados, que se limita, en su mayor parte, a pecados contra tradiciones humanas! Y para que puedan atormentarse ms las mentes buenas, imaginan que esta enumeracin es de derecho divino. 12] Y mientras exigen esta enumeracin so pretexto de que es de derecho divino, hablan con indiferencia de la absolucin, la cual es ciertamente de derecho divino. Inventan que el Sacramento mismo confiere la gracia ex opere operato, sin el movimiento bueno del que lo usa, y no hacen mencin alguna de la fe que aprehende la absolucin y consuela la conciencia. Esto es, en verdad, como reza el comn refrn: separarse antes de celebrar los misterios. 13] Resta la tercera etapa sobre las satisfacciones. Pero sta contiene discusiones muy confusas. Imaginan que las penas eternas se transforman en penas del purgatorio, y declaran que parte de ellas se perdonan por la potestad de las llaves y parte ha de redimirse por las satisfacciones. 14] Aaden, adems, que conviene que las satisfacciones sean obrar de supererogacin, y hacen consistir stas en las observancias ms necias, como peregrinaciones, rosarios y otras prcticas semejantes que no proceden de un mandamiento de Dios. 15] Despus, as como redimen del purgatorio con satisfacciones, as tambin se ha inventado un arte de redimirse de las satisfacciones que ha resultado muy lucrativo. Porque venden indulgencias, y las explican diciendo que son remisiones de las satisfacciones. Esta ganancia se consigue no slo con los vivos, sino que es mucho ms provechosa con los muertos. Y no slo con las indulgencias, sino con el sacrificio de la Misa redimen las satisfacciones de los muertos. 16] Finalmente, el asunto de las satisfacciones es infinito. Y entre estos escndalos (pues no podemos enumerarlos todos) y estas doctrinas de demonios, yace enterrada la justicia de la fe en Cristo y del beneficio de Cristo. Por eso entienden todos los hombres buenos que la doctrina de los sofistas y de los canonistas sobre el arrepentimiento ha sido censurada por motivos tiles y piadosos. Porque los dogmas que a continuacin enumeramos son evidentemente falsos, y ajenos, no slo a las Santas Escrituras, sino tambin a los Padres de la Iglesia. 17] I. Que por las buenas obras, hechas fuera de la gracia, conseguimos la gracia por pacto divino. 18] II. Que conseguimos la gracia por atricin. 19] III. Que para borrar el pecado basta con el odio al delito. 20] IV. Que por medio de la contricin, y no por la fe en Cristo conseguimos remisin de pecados. 107

21] V. Que la potestad de las llaves es eficaz para conseguir remisin de pecados, no delante de Dios, sino delante de la Iglesia. 22] VI. Que por la potestad de las llaves no se perdonan los pecados delante de Dios, sino que la potestad de las llaves ha sido establecida para cambiar las penas eternas en penas temporales, para imponer ciertas satisfacciones a las conciencias y para instituir nuevos cultos y someter las conciencias a estas satisfacciones y cultos. 23] VII Que la enumeracin de los pecados en la confesin, tal como la interpretan nuestros adversarios, es obligatoria por derecho divino. 24] VIII. Que las satisfacciones cannicas son obligatorias para redimir la pena del purgatorio, o aprovechan como compensacin para borrar la culpa. Pues as lo entienden los inexpertos. 25] IX. Que recibir el Sacramento del arrepentimiento ex opere operato, sin movimiento bueno del que lo recibe, esto es, sin la fe en Cristo, consigue la gracia. 26] X. Que con la potestad de las llaves se libera a las almas del purgatorio por medio de indulgencias. 27] XI. Que en la reservacin de los casos, no slo la pena cannica, sino tambin la culpa debe reservarse en el que se ha convertido de verdad. 28] As pues, nosotros, para sacar a las conciencias piadosas de estos laberintos de los sofistas, hemos sealado dos partes en el arrepentimiento, a saber, la contricin y la fe. Si alguno quiere aadir como tercera parte los frutos de arrepentimiento, es decir, el cambio de toda la vida y costumbres para mejor, no nos comprendemos a ellos. 29] De la contricin apartamos esas ociosas e infinitas disputas, sobre cundo nos arrepentimos por amor de Dios, y cundo por temor al castigo. Pero decimos que la contricin consiste en los temores verdaderos de la conciencia, al sentir que Dios est enojado por el pecado y la conciencia se arrepiente de haber pecado. Y esta contricin se verifica cuando los pecados se reprueban por la Palabra de Dios, porque la suma de la predicacin del Evangelio consiste en convencer de pecado y ofrecer remisin de pecados y justificacin por medio de Cristo, y el Espritu Santo y la vida eterna para que como hombres nacidos de nuevo hagamos el bien. 30] Cristo explic la suma del Evangelio cuando dijo en el ltimo captulo de Lucas, versculo 47: Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdn de pecados en todas las naciones. 31] Y de estos temores habla la Escritura, Sal. 38, 4, 8: Porgue mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza, como carga pesada se han agravado sobre m... Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmocin de mi corazn. Y Sal. 6, 2, 3: Ten misericordia de m, oh Jehov, porque estoy enfermo; Sname, oh Jehov, porque mis huesos se estremecen. Mi alma tambin est muy turbada; Y t, Jehov, hasta cundo? Asimismo, Isa. 38,10,13: Yo dije: En medio de mis das ir a las puertas del Seol; Privado soy del resto de mis aos... Contaba yo hasta la maana. Como un len moli todos mis huesos. 32] En estos temores, la conciencia siente la ira de Dios contra el pecado, ignorada por los hombres que viven seguros segn la carne. Contempla la bajeza del pecado y se arrepiente en serio de haber pecado; mientras tanto, huye de la ira de Dios, porque la naturaleza humana no la puede arrostrar si no la sostiene la Palabra de Dios. 33] Pablo dice as, Gal. 2,19: Por la ley soy muerto a la ley. 34] Porque la ley tan slo acusa y atemoriza las conciencias. En estos temores, nuestros adversarios nada dicen acerca de la fe: slo presentan la palabra que convence de pecado. Cuando se insiste slo en este aspecto, es doctrina de la ley, y no del Evangelio. Dicen que por estos dolores y estos temores los hombres consiguen la gracia si aman a Dios. Pero, cmo amarn a 108

Dios los hombres en los verdaderos temores, cuando sienten la terrible e inexplicable ira de Dios, con la palabra humana? Qu pueden ensear sino la desesperacin quienes en estos temores tan slo presentan la ley? 35] Por tanto, nosotros aadimos como segunda parte del arrepentimiento, la fe en Cristo, que en estos temores debe proponerse a las conciencias el Evangelio de Cristo, en el que se promete gratuitamente remisin de pecados por medio de Cristo. Deben, pues, creer que por medio de Cristo sus pecados les son perdonados gratuitamente. 36] Esta fe levanta, sustenta y vivifica a los contritos, segn Rom. 5,1: Justificados pues por la fe tenemos paz. Esta fe muestra la diferencia que hay entre la contricin de Judas y la de Pedro, la de Sal y la de David. 36] No aprovecha la contricin a Judas ni a Sal, porque no va con ella la fe que aprehende el perdn de pecados, ofrecido por medio de Cristo. Por tanto, la contricin de David y la de Pedro aprovecha, porque a ella va unida la fe que aprehende el perdn de pecados ofrecido por medio de Cristo. 37] Y el amor no se manifiesta hasta que se hace la reconciliacin por la fe. Porque la ley no se cumple sin Cristo, segn Rom. 5, 2: Por Cristo tenemos entrada a Dios. Y esta fe crece poco a poco, y lucha durante toda la vida con el pecado, para vencer al pecado y a la muerte. Pero a la fe sigue el amor, como antes hemos dicho. 38] Y as puede definirse claramente el temor filial, un pavor que va unido a la fe, esto es, donde la fe consuela y sustenta al corazn temeroso. 39] Por otra parte, la potestad de las llaves administra y presenta el Evangelio por medio de la absolucin, que es la verdadera voz del Evangelio. Y as, incluimos tambin la absolucin cuando hablamos de la fe, porque la fe es por el or, como dice Pablo, Rom. 10,17. Porque una vez odo el Evangelio y oda la absolucin, la conciencia se anima y recibe consuelo. 40] Y como Dios vivifica verdaderamente por la Palabra, las llaves perdonan verdaderamente los pecados delante de Dios, segn Luc. 10,16: El que a vosotros oye, a m oye. Por eso se ha de creer que la voz del que absuelve es como una voz que resuena desde el cielo. 41] Y la absolucin puede llamarse propiamente Sacramento del arrepentimiento, como lo dicen tambin los telogos escolsticos ms eruditos. 42] Mientras tanto, la fe se nutre de muchas maneras en las tentaciones con las declaraciones del Evangelio y con el uso de los Sacramentos. Porque son seales del Nuevo Testamento, es decir, seales de remisin de pecados. Porque ofrecen remisin de pecados, como claramente lo dicen las palabras de la Cena del Seor, Mat. 26, 26, 28: Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros... Esto es mi sangre del nuevo pacto, etc. Y as, la fe se concibe y confirma por la absolucin, oyendo el Evangelio, y por el uso de los Sacramentos, para que no sucumba mientras lucha con los temores del pecado y de la muerte. 43] Esta manera de arrepentimiento es clara y evidente, aumenta la dignidad de la potestad de las llaves y de los Sacramentos, ilumina el beneficio de Cristo, y nos ensea a acudir a Cristo el Mediador y el Propiciador. 44] Pero como la Refutacin nos condena por haber puesto estas dos partes en el arrepentimiento, es preciso demostrar que tambin la Escritura pone estas dos partes principales en el arrepentimiento o conversin del impo. Porque Cristo dice, Mat. 11, 28: Venid a m todos los que estis trabajados y cargados, que yo os har descansar. Aqu hay dos partes. El trabajo y la carga significan la contricin, los temores del pecado y de la muerte. Venir a Cristo es creer que por medio de Cristo son perdonados los pecados; cuando creemos, son vivificados los corazones por el Espritu Santo, por medio de la Palabra de Cristo.

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45] Aqu estn, pues, las dos partes principales: la contricin y la fe. Y en Mar. 1,15, dice Cristo: Arrepentos y creed el Evangelio, y aqu vemos que en la primera clusula convence de pecado, y en la ltima nos consuela y nos muestra la remisin de pecados. Porque creer el Evangelio no consiste en esa fe general que tambin tienen los diablos, sino que consiste propiamente en creer en la remisin de pecados por medio de Cristo. Esto es lo que se revela en el Evangelio. Y veis que tambin aqu se unen las dos partes, la contricin cuando se convence de pecado, y la fe cuando se dice: Creed el Evangelio. Y si alguno dice que Cristo incluye tambin aqu los frutos del arrepentimiento, o de toda una vida nueva, estaremos conformes. Porque basta con que se nos nombren como partes principales la contricin y la fe. 46] Cuando describe la conversin o renovacin, Pablo menciona casi siempre estas dos partes: la mortificacin y la vivificacin, como en Col. 2, 11: En el cual tambin sois circuncidados de circuncisin no hecha con manos, esto es, quitando de la carne el cuerpo de los pecados. Y despus, versculo 12: En el cual tambin resucitasteis con l por la fe de la operacin de Dios. Aqu hay dos partes. Una es la expoliacin del cuerpo de los pecados, la otra es la resurreccin por la fe. Y estas palabras: mortificacin, vivificacin, expoliacin del cuerpo de los pecados, resurreccin, no han de entenderse platnicamente, como una fingida mutacin, sino que la mortificacin significa los temores verdaderos, cuales son los de los que mueren, los cuales la naturaleza no podra soportar si no fuese fortalecida por la fe. Y as, aqu se llama expoliacin del cuerpo de los pecados a lo que nosotros llamamos contricin, porque en esos dolores se purifica la natural concupiscencia. Y la vivificacin debe entenderse, no como una imaginacin platnica, sino como consolacin que de verdad sustenta a la vida que huye en la contricin. 47] Hay aqu, pues, dos partes: la contricin y la fe. Y como la conciencia no puede sosegarse sino por la fe, por eso la fe sola vivifica, segn Hab. 2, 4, y Rom. 1, 17: El justo por su fe vivir. 48] Y despus, en Col. 2, 14, se refiere a Cristo: Rayando la cdula de los ritos que nos era contraria. Aqu tambin estn las dos partes: la cdula y la anulacin de la cdula. Porque esta cdula es la conciencia, que nos acusa y nos condena. Ciertamente que la ley es palabra que acusa y condena los pecados. Por tanto, la voz que clama: Pequ contra Jehov, como dice David, Sal. 2, 12, 13, es la cdula. Y esta queja, los hombres impos y pretenciosos no la lanzan en serio. Porque no ven, no leen escrita en el corazn esta sentencia de la ley. Esta sentencia se percibe en los dolores y temores verdaderos. Es, pues, la cdula la contricin misma que nos condena. Raer la cdula es quitar la sentencia por la que declaramos que vamos a ser condenados, y grabar la sentencia en la que declaramos que hemos sido librados de la condenacin. Pero la fe es una sentencia nueva que anula la primera sentencia y devuelve al corazn la paz y la vida. 49] Sin embargo, qu necesidad hay de citar muchos testimonios cuando tan claros los hay por doquier en la Escritura? Sal. 118,18: Me castig gravemente JAH: Mas no me entreg a la muerte. Sal. 119, 28: Se deshace mi alma de ansiedad: Sustntame segn tu palabra. Aqu, en el primer miembro, se muestra la contricin, y en el segundo se describe claramente el modo en que se nos hace revivir en la contricin, a saber, por la Palabra de Dios que ofrece la gracia. 50] Esto sustenta y vivifica los corazones. 2 Reyes, 2 [I Sam. 2,6]: Jehov mata, y l da vida: El hace descender al Sel, y hace subir. De estos pasajes, una parte muestra la contricin, y la otra significa la fe. 51] Isa. 28,21: Jehov se enojar para hacer su obra, su extraa obra, y para hacer su operacin, su extraa operacin. Llama extraa la obra de Dios cuando se llena de temor, porque la obra propia de Dios es vivificar y consolar. Pero dice que atemoriza para dar lugar al consuelo

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y a la vivificacin, porque los corazones seguros de s mismos y que no experimentan la ira de Dios sienten repugnancia a la consolacin. 52] De este modo suele la Escritura unir estas dos partes, los temores y la consolacin, para mostrar que dos miembros existen en el arrepentimiento, a saber, la contricin y la fe que consuela y justifica. No vemos cmo puede explicarse la naturaleza del arrepentimiento con mayor claridad y sencillez. 53] Estas son, pues, las dos obras principales de Dios en los hombres: atemorizar, y justificar y vivificar a los atemorizados. En estas dos obras se abarca toda la Escritura. Una parte es la ley, que revela, reprueba, y condena los pecados. La otra parte es el Evangelio, esto es, la promesa de gracia fundada en Cristo, y esta promesa se repite constantemente en toda la Escritura, concedindola primero a Adn, y luego a los patriarcas, aclarndola ms tarde por los profetas, predicndola y manifestndola al fin Cristo entre los judos, y derramndola los apstoles por todo el mundo. 54] Porque por la fe en esta promesa fueron justificados todos los santos, y no por sus atriciones o contriciones. 55] Y los ejemplos revelan igualmente estas dos partes. Adn es reprobado despus del pecado y se llena de temor: sta fue la contricin. Despus, le promete Dios la gracia, y le habla de la simiente futura que destruir el reino del diablo, la muerte y el pecado: en ella le ofrece remisin de pecados. Y esto es lo principal. Porque aun cuando despus se aade la pena, esta pena no consigue remisin de pecados. Poco despus hablaremos sobre esta clase de penas. 56] Asimismo David es reprobado por Natn, y atemorizado, dice, 2 Sam. 12, 13: Pequ contra Jehov. Esta es la contricin. Despus escucha la absolucin: Tambin Jehov ha remitido .tu pecado: no morirs. Esta voz alienta a David, y por la fe le sustenta, y justifica y vivifica. Se aade tambin aqu un castigo, pero este castigo no consigue remisin de pecados. 57] No siempre se aaden penas especiales, pero debemos encontrar siempre estas dos partes: contricin y fe, como en Luc. 7, 37, 38. La mujer pecadora viene a Cristo llorando. En estas lgrimas se reconoce la contricin. Despus escucha la absolucin: Los pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado, ve en paz. Esta es la segunda parte del arrepentimiento: la fe que la levanta y la sustenta. 58] De todo esto pueden inferir los piadosos lectores que nosotros ponemos en el arrepentimiento lo que es propio de la conversin o regeneracin y remisin del pecado. Los frutos dignos de arrepentimiento y las penas, siguen a la regeneracin y remisin del pecado. Por eso mencionamos estas dos partes, para que pudiera verse mejor la fe que requerimos en el arrepentimiento. Puede entenderse mejor lo que es la fe que predica el Evangelio cuando se la contrapone a la contricin y a la mortificacin. 59] Pero como nuestros adversarios nos condenan expresamente cuando decimos que los hombres consiguen remisin de pecados por la fe, aadiremos algunas pruebas por las que podr entenderse que la remisin de pecados se consigue, no ex opere operato por medio de la contricin, sino por esa fe especial por la que todo hombre cree que le son perdonados los pecados individualmente. Porque en la lucha con nuestros adversarios, este artculo es importantsimo, y pensamos que su conocimiento es en gran manera necesario a todos los cristianos. Pero como al tratar antes de la justificacin sobre este mismo asunto parece que hemos dicho lo suficiente, seremos aqu ms breves. Muy estrechamente relacionados estn en efecto estos dos tpicos: la doctrina del arrepentimiento y la doctrina de la justificacin. 60] Cuando nuestros adversarios hablan de la fe y dicen que la fe precede al arrepentimiento, no entienden la fe que justifica, sino esa clase de fe que en general cree que existe Dios, que se amenaza de castigo a los impos, etc. Pero adems de esta clase de fe, 111

nosotros pedimos que todo hombre crea que le han sido perdonados los pecados. De esta fe especial es de la que discutimos, y la oponemos a la opinin que manda confiar, no en la promesa de Cristo, sino en el opus operatum de la contricin, confesin, satisfacciones, etc. Esta fe sigue a los temores de tal modo, que los vence y deja apaciguada a la conciencia. A esta fe atribuimos justificacin y regeneracin, pues libra de los temores y lleva al corazn, no slo paz y gozo, sino vida nueva. Sostenemos que esta fe es verdaderamente necesaria para la remisin de pecados, y por eso la ponemos entre las partes del arrepentimiento. La Iglesia de Cristo no piensa de otro modo, aunque lo nieguen nuestros adversarios. 61] Preguntamos a nuestros adversarios si recibir la absolucin es o no parte del arrepentimiento. Si la separan de la confesin, como son sutiles para distinguir, no vemos que aproveche la confesin, sin la absolucin. Si no separan de la confesin la absolucin, han de creer necesariamente que la fe es parte del arrepentimiento, pues la absolucin no se recibe sino por la fe. Y que la absolucin no se recibe sino por la fe puede probarse con Pablo, que ensea, Rom. 4,16, que la promesa no puede ser recibida sino por la fe. Pero la absolucin es la promesa de remisin de pecados. 62] Requiere, por tanto, necesariamente la fe. No vemos tampoco cmo puede afirmarse que recibe la absolucin quien no la aprueba. Qu es no aprobar la absolucin sino acusar a Dios de falsedad? Si el corazn duda, es porque piensa que las cosas que Dios promete son inciertas y vanas. Por eso est escrito en 1 Juan, 5,10: El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha credo en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. 63] En segundo lugar, pensamos que nuestros adversarios reconocen que la remisin es parte o fin, o para hablar como ellos, terminus ad quem del arrepentimiento. Luego aquello por lo que se recibe remisin de pecados est bien aadido a las partes del arrepentimiento. Porque es ciertsimo, aunque nos contradigan todas las puertas de los infiernos, que la remisin de pecados no puede conseguirse sino por la fe que cree que los pecados son perdonados por medio de Cristo, segn Rom. 3,25: A quien Dios puso como propiciacin por medio de la fe en su sangre. Asimismo, Rom. 5, 2: Por quien tambin tenemos entrada por la fe a esta gracia, etc. 64] Porque una conciencia atemorizada no puede oponer a la ira de Dios nuestras obras o nuestro amor, sino que se tranquiliza cuando conoce a Cristo el Mediador, y cree en las promesas concedidas por medio de El. Quienes suean que los corazones se sosiegan sin la fe en Cristo no entienden lo que es remisin de pecados ni cmo se consigue. 65] Pedro, I Ep. 2, 6, cita a Isaas, 49, 23, y 28,16: Y el que creyere en El, no ser avergonzado. Es, pues, necesario que sean confundidos los hipcritas, pues creen que pueden conseguir remisin de pecados por sus obras, y no por medio de Cristo. Y Pedro dice, Hech. 10, 43: De ste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en l creyeren, recibirn perdn de pecados por su nombre. No pudo hablar con mayor claridad cuando dice: por su nombre, y aade: todos los que en l creyeren. Por tanto, slo recibimos perdn de pecados por el nombre de Cristo, esto es, por medio de Cristo, y no por nuestros mritos y obras. Y esto ocurre cuando creemos que se nos perdonan nuestros pecados por medio de Cristo. 66] Nuestros adversarios vociferan diciendo que son la Iglesia, y que ellos siguen el unnime sentir de la Iglesia. Pero Pedro, en esta nuestra causa, alega tambin el unnime sentir de la Iglesia cuando dice: De ste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en l creyeren, recibirn perdn de pecados por su nombre, etc. No cabe duda de que hay que considerar el unnime sentir de los profetas como unnime sentir de la Iglesia universal. Y no concedemos al Papa ni a la Iglesia el poder de decretar contra este unnime sentir de los profetas. 67] Pero la bula de Len condena este artculo De la remisin de pecados, y nuestros adversarios lo condenan tambin en su Refutacin. En lo cual se ve lo que hay que pensar de la 112

Iglesia de unos hombres que, no slo censuran con decretos la doctrina de que conseguimos remisin de pecados por la fe, y no por nuestras obras, sino por medio de Cristo, sino que mandan asimismo destruirla por la fuerza y por la espada, para aniquilar con todo gnero de crueldad a los hombres buenos que la siguen. 68] Pero tienen autores de gran renombre, Escoto, Gabriel y otros semejantes, sentencias de los Padres, que citan truncadas en sus decretos. Infinita es la caterva de escritores frvolos que comentan las Sentencias, y que como conjurados defienden esas ficciones sobre el mrito de la atricin, de las obras y de otras cosas que hemos enumerado antes. 69] Pero para que nadie se deje engaar por esta muchedumbre de citas, diremos que no pesan mucho los testimonios de los escritores posteriores, pues no escribieron cosas originales, sino que plagiando tan slo a los escritores antiguos, trasladaron estas opiniones de unos libros a otros. No han aportado ninguna opinin propia, sino que como jueces pedneos, han ratificado en silencio los errores de los escritores antiguos que no entendieron. 70] As que, no vacilemos nosotros en oponerles la voz de Pedro, que alega el consentimiento de los profetas, y a todas las legiones de sentenciarios. 71] A este sermn de Pedro se aade asimismo el testimonio del Espritu Santo. Porque el texto dice as, Hech. 10, 44: Estando an hablando Pedro estas palabras, el Espritu Santo cay sobre todos los que oan el sermn. 72] Sepan por tanto las conciencias piadosas que el mandamiento de Dios es que crean que consiguen perdn gratuitamente, por medio de Cristo, y no por nuestras obras. Y con este mandamiento de Dios mantnganse firmes contra la desesperacin y contra los temores del pecado y de la muerte. 73] Y sepan que esta creencia existi entre los santos desde el principio del mundo. Porque Pedro alega claramente el sentimiento unnime de los profetas, y los escritos de los apstoles atestiguan que pensaban lo mismo. Y no faltan tampoco testimonios de los Padres. Bernardo dice lo mismo con palabras en verdad no obscuras: Es menester creer ante todo que no puedes conseguir perdn de pecados sino por la indulgencia de Dios, pero aade todava que tambin creas esto, que por El te son perdonados los pecados. Este es el testimonio que revela el Espritu Santo diciendo en tu corazn: perdonados te son tus pecados. Porque el Apstol piensa que el hombre es justificado gratuitamente por la fe. 74] Estas palabras de Bernardo ilustran maravillosamente nuestra causa, porque no slo pide que creamos en general que los pecados se perdonan por la misericordia, sino que manda aadir una fe especial, por la que debemos creer que nos son perdonados los pecados, y ensea cmo estamos seguros de la remisin de pecados cuando los corazones cobran aliento por la fe, y se sosiegan por el Espritu Santo. Qu ms quieren nuestros adversarios? Acaso se atreven todava a negar que por la fe conseguimos perdn de pecados, o que la fe es parte del arrepentimiento? 75] En tercer lugar, nuestros adversarios dicen que el pecado se perdona porque el hombre atrito o contrito hace acto de amar a Dios, y que por este acto merece perdn de pecados. Esto no es sino ensear la ley y nuestras obras, porque la ley exige el amor. Adems, ensean a creer que conseguimos perdn de pecados por medio de la contricin y del amor. Qu es esto, sino poner la confianza en nuestras obras, y no en la Palabra y en la promesa de Dios en Cristo? Porque si la ley es suficiente para conseguir perdn de pecados, qu necesidad hay del Evangelio, qu necesidad de Cristo, si conseguimos con nuestra obra remisin de pecados? 76] Nosotros, por el contrario, apartamos a las conciencias de la ley y las llevamos al Evangelio, y de la confianza en sus propias obras les llevamos a la confianza en la promesa y en 113

Cristo, porque el Evangelio nos propone a Cristo y nos promete gratuitamente perdn de pecados por medio de Cristo. Por esta promesa nos manda creer que por medio de Cristo nos reconciliamos con el Padre, y no por medio de nuestra contricin o de nuestro amor. Porque no hay ms Mediador o Propiciador que Cristo. No podemos cumplir la ley sin ser primero reconciliados por Cristo. Y si algo se cumpliera a pesar de todo, se ha de creer que no por estas obras, sino por medio de Cristo, Mediador y Propiciador, conseguimos perdn de pecados. 77] Cierto que es ofensa a Cristo y abrogacin del Evangelio pensar que conseguimos remisin de pecados por medio de la ley o de otro modo, y no por la fe en Cristo. Esta cuestin la tratamos ya al hablar de la justificacin, cuando dijimos la razn por la cual creemos que los hombres son justificados por la fe, y no por el amor. 78] As pues, cuando nuestros adversarios ensean que los hombres por su contricin y su amor consiguen perdn de pecados y les instan a que confen en esta contricin y en este amor, su doctrina es slo doctrina de la ley, ciertamente no entendida, como cuando los judos contemplaban la faz velada de Moiss. Imaginemos que hay amor, imaginemos que hay obras: ni el amor ni las obras pueden ser propiciacin por el pecado, ni pueden tampoco oponerse a la ira y al juicio de Dios, segn Sal. 143, 2: Y no entres enjuicio con tu siervo; porque no se justificar delante de ti ningn ser humano. No debe transferirse a nuestras obras el honor de Cristo. 79] Por estas razones sostiene Pablo que no somos justificados por la ley, y opone a la ley la promesa del perdn de los pecados, por medio de Cristo, y ensea que gratuitamente, por la fe, por medio de Cristo conseguimos perdn de pecados. Pablo nos lleva de la ley a esta promesa. Nos manda considerar esta promesa, que resultara vana si somos justificados por la ley antes que por la promesa, o si por medio de nuestra propia justicia conseguimos perdn de pecados. 80] Pero es seguro que la promesa nos ha sido dada y que Cristo ha sido entregado por nosotros porque no podemos cumplir la ley. Por lo cual es necesario ser reconciliados por la promesa antes de cumplir la ley. Pero la promesa tan slo por la fe se recibe. Por tanto, es necesario que los contritos conozcan por la fe la promesa de remisin de pecados ofrecida por medio de Cristo, y estn seguros de que gratuitamente, por medio de Cristo se han reconciliado con el Padre. 81] Este es el sentido del pasaje de Pablo, Rom. 4,16: Por tanto es por fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme. Y Gal. 3, 22: Mas la Escritura encerr todo bajo pecado, para que la promesa por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes, es decir, todos estn bajo el pecado, y no pueden librarse si por la fe aprehenden la promesa del perdn de los pecados. 82] As pues, conviene primero que consigamos por la fe remisin de pecados antes de que cumplamos la ley, aunque como antes se dijo, a la fe sigue el amor, porque los que han nacido de nuevo reciben el Espritu Santo y empiezan por eso a cumplir la ley. 83] Citaramos otros muchos testimonios si no estuviesen claros en las Escrituras para cualquier piadoso lector. No deseamos ser demasiado prolijos para que ms fcilmente pueda verse esta causa. 84] Y no hay tampoco duda de que defendemos el sentir de Pablo, a saber, que por la fe conseguimos perdn de pecados, por medio de Cristo, que por la fe debemos contrarrestar la ira de Dios con Cristo el Mediador, y no con nuestras obras. No se turben las mentes piadosas si nuestros adversarios encuentran faltas en las sentencias de Pablo. Nada se dice de una manera tan sencilla que no pueda torcerse con una falsa argumentacin. Nosotros sabemos que la interpretacin que defendemos es la verdadera y genuina interpretacin de Pablo, y sabemos que esta interpretacin nuestra proporciona a las conciencias piadosas un gran consuelo, sin el cual nadie puede sentirse firme ante el juicio de Dios.

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85] Hay que rechazar, por tanto, las opiniones farisaicas de nuestros adversarios cuando dicen que no conseguimos por la fe el perdn de los pecados, sino que es necesario conseguirlo por nuestro amor y nuestras obras, y que debemos contrarrestar la ira de Dios con nuestro amor y nuestras obras. Es doctrina de la ley, y no del Evangelio la que imagina que el hombre se justifica por la ley antes de haber sido reconciliado con Dios por Cristo, pues Cristo dice, Juan, 15, 5: Sin m nada podis hacer, y adems: Yo soy la vid, vosotros los pmpanos. 86] Nuestros adversarios se imaginan que somos pmpanos, no de Cristo, sino de Moiss. Porque quieren ser justificados por la ley, y ofrecer nuestro amor y nuestras obras a Dios antes de ser reconciliados con Dios por Cristo, antes de ser pmpanos de Cristo. Pablo, por el contrario, sostiene que la ley no puede cumplirse sin Cristo. Por eso la promesa ha de recibirse primero, para que por la fe seamos reconciliados con Dios por medio de Cristo, antes de que podamos cumplir la ley. 87] Pensamos que estas cosas son bastante claras para las conciencias piadosas. Y por todo esto comprendern la causa por la cual hemos declarado que los hombres son justificados por la fe, y no por el amor, porque conviene que nosotros opongamos a la ira de Dios, no nuestro amor o nuestras obras, o que confiemos en nuestro amor o en nuestras obras, sino en Cristo el Mediador. Es preciso conocer la promesa del perdn de pecados antes de poder cumplir la ley. 88] Por ltimo, cundo estar tranquila la conciencia si conseguimos perdn de pecados porque amamos o cumplimos la ley? La ley siempre nos acusar, porque nunca satisfacemos a la ley de Dios. Como lo dice Pablo, Rom. 4, 15: La ley obra ira. Refirindose al arrepentimiento, Crisstomo se pregunta cmo podemos estar seguros de que los pecados nos han sido perdonados. Nuestros adversarios buscan en sus Sentencias la misma respuesta. Pero esto no puede explicarse, no pueden las conciencias tranquilizarse si no saben que el mandamiento de Dios y el Evangelio mismo consiste precisamente en que se sientan seguras de que gratuitamente, por medio de Cristo, los pecados son perdonados, y en que no duden nunca de que los pecados se les perdonan. Si alguno duda, como dice Juan, I Ep. 5, 10, acusa de mentirosa la promesa divina. Nosotros enseamos que esta certeza de la fe se incluye en el Evangelio. Nuestros adversarios dejan a las conciencias inciertas y dudosas. 89] Porque las conciencias no pueden hacer nada por la fe si dudan continuamente de que consiguen remisin de pecados. Cmo pueden en esta duda invocar a Dios, o sentirse seguras de que Dios las oye? La vida entera se encuentra as sin Dios y sin verdadero culto a Dios. Y esto es lo que Pablo dice, Rom. 14,23: Todo lo que no es de fe, es pecado. Y como siempre estn en esta duda, nunca conocen las conciencias lo que es la fe. Y sucede que acaban por caer en la desesperacin. Tal es la doctrina de nuestros adversarios, doctrina de la ley, abrogacin del Evangelio, doctrina de la desesperacin. 90] Referimos gustosos ahora a todos los hombres buenos el dictamen acerca de este asunto del arrepentimiento, pues nada tiene de obscuro, para que decidan si somos nosotros o nuestros adversarios quienes instruyen las conciencias con mayor piedad y utilidad. Ciertamente que no nos agradan estas disputas en la Iglesia, y si no tuviramos razones graves y obligatorias para disentir de nuestros adversarios, de muy buena gana permaneceramos silenciosos. Pero como condenan una verdad tan manifiesta, no est bien que abandonemos una causa que no es propiamente la nuestra, sino la de Cristo y la de la Iglesia. 91] Hemos presentado las razones por las cuales sealamos dos partes en el arrepentimiento: contricin y fe. Y esto lo hemos hecho con la mejor intencin, porque en torno a este asunto giran muchas sentencias sobre el arrepentimiento que se citan truncadas de los Padres, y que nuestros adversarios tuercen para obscurecer la fe. Tales son: Arrepentimiento es llorar los males pasados, y no cometer nada nuevo que haya que lamentar. Y asimismo: Arrepentimiento es 115

cierta venganza del doliente, que castiga en s lo que le pesa haber cometido. En estas sentencias no se hace mencin alguna de la fe. Y cuando se interpretan en las escuelas, tampoco se aade nada sobre la fe. Por eso la ponemos nosotros en las partes del arrepentimiento, para que pueda comprenderse mejor la doctrina de la fe. 2] Porque las sentencias que se refieren a la contricin o a las obras buenas y no hacen mencin alguna de la fe que justifica son peligrosas, y lo demuestra la experiencia misma. 93] Con razn podemos tachar de imprudentes a quienes han amontonado estos centones de sentencias y decretos. Porque mientras los Padres hablan en algn pasaje de una de las partes, y en otro pasaje de otra de las partes del arrepentimiento, debieran nuestros adversarios haber seleccionado y combinado sus opiniones no slo con respecto de una parte, sino de ambas, es decir, de la contricin y de la fe. 94] Porque Tertuliano habla egregiamente de la fe, comentando el juramento que se encuentra en el profeta Ezequiel, 33,11: Vivo yo, dice Jehov el Seor, que no quiero la muerte del impo, sino que se vuelva el impo de su camino, y que viva. Y as como Dios jura que no quiere la muerte del impo, muestra que se exige la fe, para que creamos al que jura y estemos convencidos de que nos perdona. Para nosotros debiera ser muy grande la autoridad de las divinas promesas. Adems, esta promesa ha sido confirmada por un juramento. Por tanto, si alguno no est convencido de que se le perdona, niega que Dios jur con verdad, y no puede imaginarse blasfemia ms atroz. Porque Tertuliano dice as: Invita con premio a la salvacin, y hasta conjuramento. Y al decir "Vivo," desea que se le crea. Bienaventurados nosotros, por quienes Dios hace juramento! Desdichados de nosotros, si no creemos al Seor ni aun cuando jura! 95] Y es de observar aqu que esta fe debe creer que Dios nos perdona gratuitamente, por medio de Cristo, por su promesa, y no por nuestras obras, contricin, confesin o satisfacciones. Si la fe se funda en estas obras, se vuelve al punto incierta, porque la conciencia temerosa ve que estas obras son indignas. 96] Por eso dice de excelente manera Ambrosio refirindose al arrepentimiento: Luego nos conviene creer que ha de haber arrepentimiento y que se ha de conceder perdn, pero de manera que esperemos el perdn por la fe, que lo consigue como por escritura firmada. Y asimismo: La fe es la que cubre nuestros pecados. Por tanto, hay en los Padres sentencias, no slo acerca de la contricin y de las obras, sino tambin acerca de la fe. Pero como nuestros adversarios no entienden la naturaleza del arrepentimiento, ni el lenguaje de los Padres, seleccionan pasajes sobre un aspecto del arrepentimiento, es decir, la parte de las obras, pero ignoran lo dicho en otros.

Art. VI.
De La Confesin Y Satisfaccin. 1] Los hombres buenos pueden fcilmente imaginar lo importante que es guardar la verdadera doctrina acerca de las ya mencionadas partes del arrepentimiento, esto es, la contricin y la fe. Por eso hemos procurado siempre aclarar ms estos asuntos, pero no hemos discutido nada todava acerca de la confesin y de las satisfacciones. 2] Porque tambin nosotros conservamos la confesin, sobre todo a causa de la absolucin, pues es Palabra de Dios la que por divina autoridad anuncia a todos la potestad de las llaves.

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3] Por eso sera impo quitar de la Iglesia la absolucin privada. 4] Y tampoco entienden lo que es perdn de pecados o la potestad de las llaves quienes desprecian la absolucin privada. 5] Por otra parte, refirindonos a la enumeracin de los pecados, hemos dicho antes que en la confesin no pensamos que es obligatoria por ley divina. 6] Porque lo que objetan algunos de que el juez debe conocer la causa antes de pronunciar la sentencia no hace aqu al caso, porque el ministerio de la absolucin es beneficio o gracia, y no juicio o ley. 7] Por tanto, los ministros en la Iglesia tienen la orden de perdonar los pecados, pero no tienen la de conocer los pecados ocultos. 8] Y en realidad absuelven de pecados que no recordamos, por lo cual la absolucin, que es voz del Evangelio perdonando pecados y consolando a las conciencias, no requiere el conocimiento judicial. 9] Es ridculo relacionar con este asunto la sentencia de Salomn, Prov. 27, 23: Considera atentamente el aspecto de tus ovejas. Porque nada dice Salomn acerca de la confesin, sino que da un mandamiento econmico al padre de familia, para que se sirva de lo suyo y se abstenga de lo ajeno, y le manda mirar por sus cosas con diligencia, pero de manera, que ocupado el nimo con el deseo de aumentar sus riquezas, no descuide el temor de Dios, o la fe, o la Palabra de Dios. Pero nuestros adversarios, por medio de una maravillosa metamorfosis, dan a los pasajes de la Escritura el sentido que se les antoja. Aqu, considerar significa para ellos escuchar confesiones, el aspecto no es la vida exterior, sino los arcanos de la conciencia, y las ovejas representan los hombres. Cierto que es clara esta interpretacin, y digna de estos despreciadores del objeto de la elocuencia. Pero si alguno desea trasladar, por comparacin, el precepto que se da a un padre de familia en precepto que se da al pastor de una iglesia, es seguro que debe interpretar el aspecto como refirindose a la vida exterior. La semejanza ser as ms evidente. 10] Pero omitamos estas cosas. En los Salmos se menciona varias veces la confesin. Sal. 32, 5: Confesar, dije, contra m mis rebeliones a Jehov; Y t perdonaste la maldad de mi pecado. Esta confesin del pecado, que se hace a Dios, es la contricin misma. Porque cuando se hace una confesin a Dios, es necesario que se haga de corazn, y no de palabra, como ocurre en la escena con los comediantes. Por lo cual, esta confesin es contricin, en la que sintiendo la ira de Dios, confesamos que Dios est justamente enojado, y no puede ser aplacado por nuestras obras, pero que buscamos misericordia a causa de la promesa de Dios. 11] Lo mismo se observa en esta confesin, Sal. 51,4: Contra ti, contra ti solo he pecado, para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio, esto es, confieso que soy pecador y merezco eterna ira, y que no puedo oponer a tu ira mis justificaciones o mis mritos, y por eso declaro que eres justo cuando nos condenas y castigas. Declaro que t vences cuando te juzgan los hipcritas diciendo que eres injusto, que t los castigas, o condenas a los que lo han merecido. Es ms: nuestros mritos no pueden oponerse a tu juicio, pero seremos justificados cuando t justifiques, si nos justificas por tu misericordia. 12] Tal vez alguno cite asimismo a Santiago, 5,16: Confesaos vuestras faltas unos a otros. Pero aqu no se habla de la confesin que se ha de hacer a los sacerdotes, sino que se habla en general de la reconciliacin de los hermanos entre s. Porque manda que la confesin sea mutua. 13] Nuestros adversarios condenarn de nuevo a muchos doctores estimadsimos, si arguyen que la enumeracin de los pecados es necesaria en la confesin por ley divina. Porque aun cuando aprobamos la confesin y juzgamos que cierto examen es til para que pueda guiarse mejor a los hombres, el asunto ha de tratarse con tal moderacin, que no se enrede a la conciencia

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con lazos, porque no estar nunca tranquila pensando que no puede conseguir perdn de pecados si no hace esa escrupulosa enumeracin. 14] Muy falso ciertamente es lo que pusieron nuestros adversarios en su Refutacin al decir que una confesin ntegra es necesaria para la salvacin. Porque esto es imposible. Y que redes les echan a las conciencias cuando requieren una confesin ntegra! Porque, cundo estar segura la conciencia de que su confesin es ntegra? 15] En los escritores de la Iglesia se menciona la confesin, pero ellos no hablan de esta enumeracin de los delitos ocultos, sino del rito del arrepentimiento pblico. Y como los simples culpables o los pecadores notorios no eran aceptos sin ciertas satisfacciones, hacan su confesin ante los ancianos, para que segn sus delitos les fuesen prescritas las satisfacciones. Pero toda esta materia nada tena que ver con la enumeracin de que nosotros discutimos. Aquella confesin se haca, no porque sin ella no pudiera haber perdn de pecados delante de Dios, sino porque no podan prescribirse las satisfacciones sin conocer primero el gnero del delito. Porque a delitos distintos correspondan distintos cnones. 16] Y de aquel rito de arrepentimiento pblico nos ha quedado el vocablo satisfaccin. No queran los Santos Padres recibir a los simples culpables o a los pecadores notorios sin que antes fuese conocido y visto previamente su arrepentimiento en cuanto esto fuese posible. Y es de creer que para ello hubo muchos motivos. Porque era conveniente castigar a los lapsos para dar ejemplo, como lo advierte la Glossa in Decretis, y era indecoroso admitir inmediatamente en la comunin a pecadores notorios. Pero hace ya mucho tiempo que estas costumbres se consideran anticuadas. Y no hay por qu restaurarlas, pues no son necesarias para conseguir perdn de pecados delante de Dios. 17] Tampoco creyeron los Padres que los hombres consiguen perdn de pecados por medio de costumbres u obras semejantes, aunque esas ceremonias suelen llevar a los inexpertos a pensar que consiguen por medio de ellas remisin de pecados delante de Dios. Y en verdad que si alguno as lo cree, tiene la fe del judo o del gentil. Porque tambin los gentiles tuvieron ciertas expiaciones de los delitos por medio de las cuales pensaban reconciliarse con Dios. 18] Pero ahora, de aquella costumbre anticuada nos queda el vocablo satisfaccin, y un resto de la costumbre de prescribir en la confesin ciertas satisfacciones que califican de obras no debidas. Nosotros las llamamos satisfacciones cannicas. 19] De ellas creemos, as como de la enumeracin, que las satisfacciones cannicas no son necesarias por ley divina para el perdn de pecados, y tampoco creemos que las ceremonias antiguas de las satisfacciones en el arrepentimiento pblico eran necesarias por ley divina para la remisin de pecados. Se ha de conservar pues la doctrina de la fe, y declarar que por la fe se consigue remisin de pecados, por medio de Cristo, y no por obras nuestras que preceden o que siguen. Nosotros disputamos sobre todo acerca de las satisfacciones, para que no se desvanezca la justificacin por la fe al someterse a ellas, y no piensen los hombres que por medio de estas obras consiguen remisin de pecados. 20] Mantienen este error las muchas sentencias que discuten en las escuelas, como la de afirmar, en la definicin de la satisfaccin, que se hace para aplacar la ofensa divina. 21] Sin embargo, nuestros adversarios reconocen que las satisfacciones no aprovechan para el perdn de la culpa. Pero imaginan que las satisfacciones aprovechan para redimir de las penas del purgatorio o de otras penas distintas. Y as, ensean que en la remisin del pecado Dios perdona la culpa, y que sin embargo, como incumbe a la justicia divina castigar el pecado, muda la pena eterna en pena temporal. Aaden luego que parte de esta pena temporal se perdona por la potestad de las llaves, y que el resto se redime por las satisfacciones. Pero no puede saberse de qu penas se perdona una parte por la potestad de las llaves, a no ser que digan que se perdona la 118

parte de las penas del purgatorio, en cuyo caso seguirase que las satisfacciones tan slo son penas que redimen del purgatorio. Y dicen que estas satisfacciones tienen valor aunque sean hechas por los que estn en pecado mortal, como si la ofensa divina pudiera atenuarse por los que estn en pecado mortal. 22] Todo esto es ficcin amaada recientemente sin la autoridad de la Escritura y de los antiguos escritores de la Iglesia. Ni siquiera Lombardo habla de este modo de las satisfacciones. 23] Los escolsticos vieron que en la Iglesia existan las satisfacciones. No advirtieron que aquellas ceremonias exteriores haban sido establecidas, ya para dar ejemplo, ya para probar a quienes deseaban ser aceptados por la Iglesia. No vieron, en suma, que era cuestin de disciplina y materia absolutamente secular. Por eso imaginaron supersticiosamente que no slo tenan valor para la disciplina de la Iglesia, sino para reconciliarse con Dios. Y as como en otros lugares mezclaron muchas veces con gran ineptitud las cosas espirituales con las civiles, as tambin ocurri lo mismo con las satisfacciones. 24] Pero la glosa de los cnones atestigua en algunos lugares que estas observancias fueron establecidas para bien de la disciplina de la Iglesia. 25] Ved, sin embargo, en la Refutacin que presuntuosamente se atrevieron a presentar a Su Majestad Imperial, cmo prueban stas sus ficciones. Citan muchos pasajes de las Escrituras para engaar a los inexpertos, como si una cuestin que aun en tiempo de Lombardo era desconocida pudiera fundarse en la autoridad de las Escrituras. Estas son las sentencias que alegan: Haced pues frutos dignos de arrepentimiento, Mat. 3, 8; Mar. 1, 15. Y asimismo: Presentad vuestros miembros a servir a la justicia, Rom. 6, 19. Alegan tambin que Cristo predica el arrepentimiento, Mat. 4, 17: Arrepentos. Y asimismo, que Cristo, Luc. 24, 47, manda a los apstoles, se predicase en su nombre el arrepentimiento, y que Pedro predica el arrepentimiento, Hech. 2, 38. Citan despus ciertos pasajes de los Padres y de los cnones, y concluyen diciendo que no se deben abolir en las iglesias las satisfacciones, contra lo que expresamente dicen el Evangelio y los decretos de los Concilios y de los Padres, y que aun los absueltos por el sacerdote deben cumplir la penitencia impuesta, segn la declaracin de Pablo a Tito, 2,14: Que se dio a s mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para s un pueblo propio, celoso de buenas obras. 26] Dios confunda a estos sofistas impos, que tan perversamente tuercen la Palabra de Dios para confirmar con ella sus vansimos sueos! Qu hombre bueno no se conmover ante semejante indignidad? Cristo dijo: Arrepentos, y los apstoles predicaron arrepentimiento, luego las penas eternas se compensan con las penas del purgatorio, luego las satisfacciones redimen de las penas del purgatorio, luego las llaves tienen poder para perdonar parte de las penas del purgatorio. Quin ense a estos asnos semejante lgica? Esto no es lgica, ni sofistica, sino arte de engaar. Alegan el pasaje: Arrepentos, para que al orlo citado, los inexpertos conciban contra nosotros la opinin de que negamos todo arrepentimiento. Con estas artimaas se empean en desviar los nimos e inflamar los odios, para que los inexpertos vociferen contra nosotros, y digan que se debe quitar de en medio a unos herejes tan apestosos que rechazan el arrepentimiento. 27] Pero esperamos que estas calumnias les han de aprovechar poco ante los hombres buenos. Dios no soportar mucho tiempo esta desvergenza y tanta malicia. Tampoco ha cuidado mucho de su dignidad el Pontfice Romano que de tales patronos se sirve, pues encomienda una cuestin de la mayor importancia al juicio de estos sofistas. Porque si nosotros hemos incluido en nuestra Confesin casi toda la doctrina cristiana, debieron haberse nombrado jueces para sentenciar sobre materias y asuntos tan grandes y tan variados cuya fe y cuya doctrina fuese ms probada que la de los sofistas que han escrito la Refutacin. 119

28] En ti estaba, Campegio, el que stos no escribiesen en asuntos tan importantes nada que pudiera en nuestros tiempos o en los venideros menoscabar el prestigio de la Sede Romana. Si la Sede Romana cree que es justo que la reconozcan todas las naciones por maestra de la fe, debe poner especial empeo en que sean hombres doctos e ntegros quienes dictaminen en materia de religin. Qu pensar el mundo si se publica alguna vez el escrito de nuestros adversarios? Qu pensar la posteridad de estos juicios calumniosos? 29] Sabes, Campegio, que son stos los tiempos ltimos en los que ha anunciado Cristo que correra gran peligro la religin. T que, por as decirlo, debieras sentarte en el faro y gobernar los asuntos religiosos, debes usar en estos tiempos de especial prudencia y diligencia. Son muchas las seales que anuncian grandes alteraciones en el estado Romano si no las remediis. 30] Te equivocas, si piensas que las iglesias pueden protegerse tan slo por la fuerza y por las armas. Los hombres quieren que se les gue en materia de religin. Cuntos crees que hay, no slo en Alemania, sino tambin en Inglaterra, en Espaa, en Francia, en Italia, y finalmente en la misma ciudad de Roma, que empiezan a dudar y se indignan en silencio, porque ven que surgen controversias sobre asuntos importantsimos; ven que os negis a examinar y juzgar debidamente asuntos de tanto peso; que no liberis las conciencias vacilantes; que tan slo peds que se nos oprima y aniquile por las armas? 31] Son muchos los hombres buenos para quienes esta duda es ms cruel que la muerte. No te das cuenta suficiente de la importancia que tiene la religin si piensas que los hombres buenos se preocupan sin motivo, cuando empiezan a dudar de algn dogma. Y esta duda no puede menos de producir el odio ms acerbo contra quienes debiendo sanar las conciencias se entremeten para oponerse a toda aclaracin. 32] No decimos aqu que debis temer el juicio de Dios. Los Pontfices piensan que esto debe preocuparles poco, ya que pueden, cuando lo desean, abrir el cielo para s mismos, puesto que guardan sus llaves. Hablamos de los juicios de los hombres y de los deseos silenciosos de todas las naciones, que piden en nuestro tiempo que se examinen estas materias y se resuelvan de manera que las buenas mentes sean sanadas y libertadas de la duda. Lo que ocurrir si se alzan estos odios contra vosotros, ya lo puedes imaginar fcilmente con tu sabidura. Por este beneficio puedes congraciarte con todas las naciones, porque todos los hombres buenos y sanos piensan que el beneficio ms importante y el mayor es sanar las mentes que dudan. 33] Esto no lo decimos porque dudemos de nuestra Confesin. Sabemos que es verdadera, buena y til para las conciencias piadosas. Pero es de creer que hay muchos en diversos lugares que dudan en asuntos deleznables y no tienen sin embargo doctores que puedan aliviar sus conciencias. 34] Pero volvamos a nuestro propsito. Las Escrituras citadas por vuestros adversarios no se refieren absolutamente para nada a las satisfacciones cannicas y a las opiniones de los escolsticos, porque es evidente que stas nacieron hace poco. Por tanto, es mera ofensa torcer las Escrituras para favorecer sus opiniones. Nosotros decimos que al arrepentimiento, esto es, a la conversin o regeneracin, deben seguir frutos dignos y buenas obras y no puede ser verdadera la conversin o la contricin si no siguen mortificaciones de la carne y buenos frutos. Los verdaderos temores y dolores del alma no toleran que el cuerpo se consagre a los placeres sensuales y la verdadera fe no es ingrata para con Dios, ni desprecia los mandamientos de Dios. Finalmente, no existe arrepentimiento interior si no se manifiesta tambin exteriormente con mortificaciones de la carne. 35] Y declaramos que ste es el sentir de Juan cuando dice, Mat. 3,8: Haced pues frutos dignos de arrepentimiento, y el d Pablo, Rom. 6,19: Presentad vuestros miembros a servir a la 120

justicia, y en otro pasaje, Rom. 12,1: Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo, etc. Y cuando Cristo dice, Mat. 4,17: Arrepentos, es seguro que se refiere a todo el arrepentimiento, a toda la novedad de la vida y de sus frutos; no habla de esas satisfacciones hipcritas que imaginan los escolsticos tienen tambin valor para compensar la pena del purgatorio y otras penas, cuando se hace por quienes estn en pecado mortal. 36] Y pueden reunirse muchos argumentos para mostrar que estos pasajes de la Escritura no tienen nada que ver con las satisfacciones escolsticas. Piensan ellos que las satisfacciones no son obras obligatorias, pero la Escritura requiere en estos pasajes obras obligatorias. Porque la palabra de Cristo: Arrepentos, es palabra de mandamiento. 37] Tambin escriben nuestros adversarios que si el que confiesa se niega a recibir las satisfacciones, no peca sino que ha de pagar estas penas en el purgatorio. Pero los pasajes siguientes son mandamientos que se refieren sin disputa a esta vida: Arrepentos; Haced pues frutos dignos de arrepentimiento; Presentad vuestros miembros a servir a la justicia. Por eso no pueden referirse a las satisfacciones, ya que se permite rechazarlas. Porque no se pueden rechazar los mandamientos de Dios. 38] En tercer lugar, las indulgencias tienen perdn para esas satisfacciones, como lo ensea el capitulo De la penitencia y remisin [Decret. Grat. lib. V, Tit, 38, cap. 14] que empieza Quum ex eo, etc. Pero las indulgencias no nos libran de los mandamientos: Arrepentos; Haced pues frutos dignos de arrepentimiento. Por tanto, est claro que tuercen con malicia estos pasajes de la Escritura para confirmar las satisfacciones cannicas. 39] Pero atended a lo que sigue. Si las penas del purgatorio son satisfacciones o satisfacciones [sufrimientos suficientes], o si las satisfacciones son redencin de las penas del purgatorio, ordenan acaso tambin estos pasajes que se castigue a las almas en el purgatorio? Siendo inevitable inferir esto de las opiniones de nuestros adversarios, habr que interpretar estos pasajes de este otro modo: Haced pues frutos dignos de arrepentimiento; Arrepentos, querr decir: sufrid las penas del purgatorio despus de esta vida. 40] Pero nos duele tener que refutar estas inepcias de nuestros adversarios con ms argumentos. Porque es evidente que la Escritura habla de obras debidas, de toda la novedad de la vida, y no de estas observancias de obras no debidas a que se refieren nuestros adversarios. Y, sin embargo, con estas imaginaciones defienden las rdenes monsticas, la venta de Misas e infinitas observancias, obras que satisfacen, si no por la culpa, por la pena. 41] Como las Escrituras citadas no dicen que las penas eternas han de compensarse por obras no debidas, temerariamente afirman nuestros adversarios que con estas penas se compensan las satisfacciones cannicas. Las llaves no tienen poder para conmutar pena alguna, ni tampoco para perdonar parte de las penas. Dnde se leen estas cosas en la Escritura? Cristo habla de la remisin del pecado cuando dice, Mat. 18, 18: Todo lo que desatareis, etc., esto es, perdonado el pecado, se destruye la muerte eterna y se consigue vida eterna. Aqu no se habla de imponer penas: Todo lo que ligareis, etc., sino de retener los pecados de los que no se convierten. 42] Por otra parte, la declaracin de Lombardo sobre la parte de las penas que ha de ser perdonada, est tomada de las penas cannicas, porque los pastores perdonan parte de stas. Por tanto, aunque pensamos que el arrepentimiento debe producir buenos frutos para la gloria y el mandamiento de Dios, y los buenos frutos tienen mandamiento de Dios, ayunos verdaderos, oraciones verdaderas, limosnas verdaderas, etc., nunca encontraremos, sin embargo, en las Santas Escrituras que las penas eternas no se perdonan sino por la pena del purgatorio o por satisfacciones cannicas, esto es, por medio de obras no debidas, o que la potestad de las llaves tiene el mandamiento de conmutar las penas o de perdonar parte de ellas. Esto era lo que tenan que demostrar nuestros adversarios. 121

43] Adems, la muerte de Cristo no es slo satisfaccin por la culpa, sino tambin por la muerte eterna, segn Ose. 13, 14: Oh, muerte, yo ser tu muerte. Monstruosa es pues afirmar que la satisfaccin de Cristo redime de la culpa, y que nuestras penas redimen de la muerte, puesto que la expresin: Ser tu muerte se referira entonces, no a Cristo, sino a nuestras obras, y ciertamente no a las obras ordenadas por Dios, sino a las fras observancias inventadas por los hombres. Y de stas se dice que destruyen la muerte, aunque se hagan estando en pecado mortal. 44] No puede imaginarse el dolor con que enumeramos estos absurdos de nuestros adversarios, que no pueden menos de despertar en quien los considera indignacin contra estas doctrinas de demonios que el diablo ha derramado en la Iglesia para oprimir el conocimiento de la ley y del Evangelio, del arrepentimiento, de la regeneracin y de los beneficios de Cristo. 45] Porque acerca de la ley dicen as: "Condescendiendo Dios con nuestra debilidad, concedi al hombre la medida de las cosas a las que est sujeto por necesidad, y sta es la observancia de los preceptos, para que con lo dems, esto es, con las obras de supererogacin pueda satisfacer las ofensas cometidas. Aqu se imaginan los hombres que pueden cumplir la ley de manera que les es dado hacer ms de lo que la ley exige. Pero la Escritura proclama por doquier que estamos muy lejos de la perfeccin que la ley exige. Y, sin embargo, estos hombres piensan que la ley de Dios no pasa de los lmites de la justificacin externa y civil, y no ven que exige un verdadero amor a Dios de todo tu corazn, etc., y que condena toda la concupiscencia en la naturaleza. Por lo cual nadie hace todo lo que la ley requiere. Es, pues, ridculo pensar que nosotros podemos hacer ms. Porque si bien podemos hacer obras externas no ordenadas por la ley de Dios, es no obstante vana e impa la creencia de que se ha satisfecho a la ley de Dios. 46] Y las verdaderas oraciones, las verdaderas limosnas, los verdaderos ayunos, tienen mandamiento de Dios; y como tienen mandamiento de Dios, no pueden omitirse sin pecado. Pero las obras que no son ordenadas por la ley de Dios, sino que adquieren forma fija por humana prescripcin, son obras de las tradiciones humanas, y Cristo dice de ellas, Mat. 15, 9: Max en vano me honran, enseando doctrinas y mandamientos de hombres, como ciertos ayunos instituidos, no para refrenar la carne, sino para honrar a Dios por esta obra, como lo dice Escoto, y sea compensada la muerte eterna. Asimismo, el nmero fijo de oraciones, la medida fija de limosnas, cuando se hacen de modo que sean culto ex opere operato, en que se honra a Dios y se compensa la muerte eterna. Atribuyen a estas obras satisfaccin ex opere operato, porque ensean que tienen eficacia aun en los que estn en pecado mortal. 47] Y hay obras que se apartan todava ms de los mandamientos de Dios, como las peregrinaciones, de que hay gran variedad, porque uno hace el viaje revestido de cota y malla, y otro camina con los pies desnudos. A estas obras las llama Cristo honras vanas, y por tanto no sirven para aplacar el enojo de Dios, como lo dicen nuestros adversarios. Y, sin embargo, a estas obras se les honra con ttulos magnficos, se les llama obras de supererogacin, se les tributa el honor de ser el precio que se paga por la muerte eterna. 48] De este modo se las prefiere a las obras ordenadas por Dios. De este modo se obscurece la ley de Dios, primero porque se piensa haber satisfecho a la ley con obras externas y civiles, y segundo porque se aaden tradiciones humanas cuyas obras se prefieren a las obras de la ley divina. 49] Se obscurecen, adems, el arrepentimiento y la gracia. Porque la muerte eterna no se evita con la compensacin de las obras: es ociosa y no tiene sabor a muerte en la vida presente. Otra cosa se ha de oponer a la muerte cuando nos tienta. Porque as como la ira de Dios se vence por la fe en Cristo, as tambin se vence a la muerte por la fe en Cristo. Como dice Pablo, 1 Cor. 15,57: Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Seor nuestro Jesucristo. No dice: Que nos da la victoria si a la muerte le oponemos nuestras satisfacciones. 122

50] Nuestros adversarios tratan en sus vanas especulaciones del perdn de la culpa, y no ven cmo en la remisin de la culpa se libera el corazn de la ira de Dios y de la muerte eterna por la fe en Cristo. Siendo, pues, la muerte de Cristo satisfaccin por la muerte eterna, y confesando nuestros adversarios que las obras de las satisfacciones son obras no debidas, sino obras de tradiciones humanas de las que dice Cristo, Mat. 15, 9, que son honras vanas, podemos afirmar con seguridad que las satisfacciones cannicas no son por ley divina necesarias para la remisin de la culpa, de la pena eterna o de la pena del purgatorio. 51] Pero nos objetan nuestros adversarios que la venganza o la pena es necesaria para el arrepentimiento, porque Agustn dice que el arrepentimiento es venganza que castiga, etc. Concedemos que la venganza o pena es necesaria para el arrepentimiento, pero no como mrito o precio, como nuestros adversarios imaginan que son las satisfacciones, sino que la venganza est formalmente en el arrepentimiento, esto es, que la misma regeneracin se hace con una perpetua mortificacin de lo viejo en el hombre. Y as, Escoto dice hermosamente que se llama poenitentia porque, por as decirlo, mantienen el castigo, poenae tenentia. Pero a qu pena, a qu venganza se refiere Agustn? Ciertamente a la pena verdadera, a la venganza verdadera, a saber, a la contricin, a los temores verdaderos. Y no excluimos aqu las mortificaciones externas del cuerpo que siguen a los verdaderos dolores del alma. 52] Mucho se equivocan nuestros adversarios si juzgan ms verdadera la pena que reside en las satisfacciones cannicas que la que reside en los verdaderos temores del corazn. Gran necedad es desvirtuar la palabra pena, atribuyndola a fras satisfacciones, y no a los terribles temores de la conciencia, de los que dice David, Sal. 18, 5; 2 Sam. 22,5: Dolores del sepulcro me rodearon, etc. Quin no prefiere, revestido de cota y malla ir en busca del templo de Santiago, de la Baslica de Pedro, etc.,... a sostener la inefable violencia de un dolor que tambin se da en personas corrientes si su arrepentimiento es verdadero? 53] Pero nos dicen que incumbe a la justicia de Dios castigar el pecado. Es cierto que castiga en la contricin, cuando manifiesta su ira en esos temores de la conciencia, como lo afirma David, cuando ora diciendo, Sal. 6, 1: Jehov, no me reprendas en tu furor, y Jeremas, 10, 24: Castgame, oh Jehov, mas con juicio; no con tu furor, para que no me aniquiles. Aqu se habla ciertamente de acerbsimas penas. Y confiesan nuestros adversarios que la contricin puede ser tan grande que no se necesita satisfaccin. Por tanto, la contricin es pena ms verdadera que la satisfaccin. 54] Adems, los santos estn sujetos a la muerte y a todas las aflicciones humanas comunes, como dice Pedro, 1 Ep. 4,17: Porque es tiempo de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por nosotros, qu ser el fin de aquellos que no obedecen al Evangelio de Dios? Y aunque estas aflicciones son muchas veces castigo del pecado, tienen no obstante en los piadosos un fin mejor: ejercitarlos para que en medio de las tentaciones aprendan a buscar el auxilio de Dios, y reconozcan que deben desconfiar de sus corazones, etc., como Pablo dice de s mismo, 2 Cor. 1, 9: Mas nosotros tuvimos en nosotros mismos respuesta de muerte, para que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que levanta los muertos. Asimismo Isaas dice, 26, 16: Derramaron oracin cuando los castigaste, esto es, las aflicciones son disciplina con la que Dios ejercita a los santos. 55] Adems, las aflicciones nos son impuestas por el pecado presente, porque en los santos mortifican y extinguen la concupiscencia, para que puedan ser renovados por el Espritu, como dice Pablo, Rom. 8, 10: El cuerpo est muerto a causa del pecado, esto es, mortificado por causa del pecado presente que todava queda en la carne. 56] Y la muerte misma sirve para aniquilar esta carne de pecado, y para que resucitemos renovados por completo. Como ha vencido por la fe los temores de la muerte, ya no hay en la 123

muerte del creyente el aguijn y la impresin de ira de que habla Pablo, 1 Cor. 15,56: El aguijn de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Esa potencia del pecado, esa impresin de ira son castigo verdadero mientras existen: sin esa impresin de ira, la muerte no es propiamente castigo. 57] Es cierto que las satisfacciones cannicas no pertenecen a este gnero de penas, porque nuestros adversarios dicen que por la potestad de las llaves se perdona parte de las penas. Adems, segn estos mismos hombres, perdonan las satisfacciones y los castigos por los cuales se practican las satisfacciones. Pero es evidente que las aflicciones comunes no se quitan con la potestad de las llaves. Y si quieren que se les entienda cuando hablan de estas penas, por qu aaden que la satisfaccin es necesaria en el purgatorio? 58] Nos mencionan el ejemplo de Adn, y tambin el de David que fue castigado por su adulterio. De estos ejemplos sacan la regla universal de que los pecados temporales particulares corresponden, en la remisin de pecados, a pecados individuales. 59] Ya se ha dicho antes que los santos sufren castigos que son obras de Dios; sufren la contricin o los temores, y sufren tambin otras aflicciones comunes, por ejemplo, algunas penas propias, impuestas por Dios. Y estas penas nada tienen que ver con las llaves, porque las llaves no pueden imponerlas, sino que es Dios, sin el ministerio de las llaves, quien las impone y las perdona. Y no se sigue de ello una regla universal: a David le fue impuesta una pena particular y por consiguiente, adems de las penas comunes hay otra pena de purgatorio en la que a cada uno de los pecados corresponde su propio grado. 60] Dnde ensea la Escritura que nosotros no podemos ser librados de la muerte eterna sino por la compensacin de penas que estn fuera de las aflicciones comunes? Ensea, por lo contrario, muchsimas veces, que la remisin de pecados se consigue gratuitamente, por medio de Cristo, y que Cristo es el vencedor del pecado y de la muerte. Por lo cual, no debe zurcirse con esto el mrito de la satisfaccin. Aunque quedan todava aflicciones, la Escritura las considera como mortificaciones del pecado presente, y no como compensaciones por la muerte eterna, o como precio por la muerte eterna. 61] Se hace excepcin de Job, porque no fue afligido a causa de males pasados. Por tanto, las aflicciones no siempre son penas o seales de ira. Es ms: las conciencias timoratas deben saber que los fines de las aflicciones son ms altos, para que no crean que Dios las rechaza al no ver en las aflicciones ms que el castigo y la ira de Dios. Hay que considerar otros fines ms importantes, como el de que Dios hace obra extraa, para poder proseguir con su operacin, etc., como lo ensea en un largo sermn Isaas, 28, 21. 62] Y cuando los discpulos, sanando el ciego, preguntan a Jess que quin ha pecado, Juan 9, 2, 3, responde Cristo que la causa de su ceguedad no es el pecado, sino para que las obras de Dios se manifiesten en l. Y en Jeremas, 49,12, se dice: Los que no estaban condenados a beber del cliz, bebern ciertamente, etc. Y ello explica la muerte de los profetas, y la de Juan el Bautista y otros muchos santos. 63] Por lo cual, las aflicciones no siempre son penas por hechos pasados, sino que son obras de Dios destinadas a nuestra utilidad, y para que el poder de Dios se manifieste en nuestra debilidad. Pablo dice, 2 Cor. 12, 5,9: La potencia de Dios en la debilidad se perfecciona. Por tanto, nuestros cuerpos deben ser sacrificios en aras de la voluntad de Dios, para declarar nuestra obediencia, y no para compensar la muerte eterna, para la que Dios tiene otro precio, a saber, la muerte de su Hijo. 64] En este sentido interpreta Gregorio hasta el mismo castigo de David, cuando dice: Si Dios, por causa de aquel pecado hubiera amenazado que sera humillado por su hijo, por qu 124

cumpli su amenaza cuando el pecado haba sido perdonado? La respuesta es que aquel perdn del pecado se concedi con el fin de que no hubiera obstculo para que el hombre alcance vida eterna, pero que sigui el ejemplo de la amenaza para que la piedad del hombre aun en esta humildad se ejercitase y se probase. Asimismo, Dios impuso al hombre la muerte del cuerpo por causa del pecado, y no la quit despus del perdn de los pecados, par a hacer su justicia, esto es, para que se ejercite y pruebe la justificacin de los que son santificados. 65] Pero tampoco se quitan las calamidades comunes propiamente hablando con esas obras de las satisfacciones cannicas, es decir, con las obras de las tradiciones humanas, las cuales, segn nos dicen, tienen tal poder ex opere operato, que redimen de las penas aunque se hagan en pecado mortal. 66] Y cuando se nos cita el pasaje de Pablo, 1 Cor. 11, 31: Que si nos examinsemos a nosotros mismos, cierto no seramos juzgados, la palabra juzgar debe entenderse de todo el arrepentimiento y frutos debidos, y no de las obras no debidas. Nuestros adversarios reciben su castigo por despreciar la gramtica cuando entienden que juzgar es lo mismo que ir revestido de la armadura en peregrinacin al templo de Santiago o hacer otras obras semejantes. Juzgar significa todo el arrepentimiento; significa condenar los pecados. 67] Esta condenacin ocurre en verdad en la contricin y cambio de vida. Todo el arrepentimiento, la contricin, la fe, los buenos frutos, requieren con insistencia y consiguen que se mitiguen las penas y calamidades pblicas y privadas, como lo afirma Isaas, I, 17-19: Dejad de hacer lo malo: Aprended a hacer bien, etc. Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve sern emblanquecidos: si fueren rojos como el carmes, vendrn a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeris el bien de la tierra. 68] Tampoco debiera el sentido tan importante y tan saludable de un arrepentimiento completo, y de las obras debidas o mandadas por Dios, transferirse a satisfacciones y obras de las tradiciones humanas. Y es bueno y til ensear que se mitigan los males comunes por nuestro arrepentimiento y por los frutos verdaderos del arrepentimiento, y por las buenas obras hechas con fe, y no como estos hombres se figuran, hechas en pecado mortal. 69] Aqu viene el ejemplo de los Ninivitas, Jons, 3, 10, que por su arrepentimiento [hablamos de un arrepentimiento completo] fueron reconciliados con Dios y alcanzaron con sus splicas que no fuese destruida la ciudad. 70] Por otra parte, el hecho de que los Padres mencionen la satisfaccin y los concilios hayan promulgado cnones, indica, como hemos dicho antes, que se trataba de disciplina eclesistica, establecida para tener una norma ejemplar. Pero no pensaban que esta disciplina era necesaria para el perdn de la culpa o de la pena. Porque si algunos hacen mencin del purgatorio en estas materias, lo interpretan no como compensacin de la pena eterna, o como la satisfaccin, sino como purificacin de las almas imperfectas. Agustn dice que los pecados veniales se consumen, es decir, que se mortifican la confianza en Dios y otros afectos semejantes. 71] Algunas veces los escritores toman el vocablo satisfaccin del rito o ceremonia, para dar a entender la verdadera mortificacin. Agustn dice: Verdadera satisfaccin es quitar las causas del pecado, esto es, mortificar la carne y refrenar tambin la carne, no para compensar penas eternas, sino para que la carne no nos mueva a pecar. 72] As, Gregorio dice, refirindose a la restitucin, que es falso el arrepentimiento si no satisface a aquellos a quienes hemos robado su propiedad. Porque no est verdaderamente arrepentido de haber robado o hurtado el que contina robando. Por tanto, sigue siendo salteador o ladrn mientras es injusto poseedor del bien ajeno. La satisfaccin civil es necesaria, porque est escrito, Efe. 4, 28: El que hurtaba, no hurte ms.

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73] Y tambin Crisstomo dice: En el corazn, contricin; en la boca, confesin; en la obra, humildad completa. Estos pasajes no nos contradicen en nada. Las obras buenas deben seguir al arrepentimiento, y el arrepentimiento debe ser, no la simulacin, sino el cambio completo de la vida para mejor. 74] Adems, los Padres escriben que basta con que se haga una vez en la vida esa penitencia pblica o ceremonia, sobre la cual se promulgaron los cnones acerca de las satisfacciones. Por tanto, no puede entenderse que pensaban que eran necesarios aquellos cnones para la remisin de pecados. Porque aparte de aquella penitencia solemne, quieren muchas veces que se haga otra penitencia en la que no se requeran los cnones de las satisfacciones. 75] Los arquitectos de la Refutacin escriben que no tolerarn que se quiten las satisfacciones, contrarias al puro Evangelio. Nosotros hemos venido mostrando hasta aqu que las satisfacciones cannicas, esto es, las obras no debidas que se han de hacer en compensacin de la pena, no tienen mandamiento del Evangelio. 76] El asunto mismo lo demuestra. Si las obras de las satisfacciones son obras no debidas, por qu alegan el puro Evangelio? Porque si el Evangelio mandase que las penas fuesen compensadas por esas obras, seran entonces obras debidas. Pero hablan as para engaar a los inexpertos, y alegan testimonios que hablan de obras debidas, siendo as que ellos en sus satisfacciones prescriben obras no debidas. Es ms: ellos mismos conceden en sus escuelas que las satisfacciones pueden rechazarse sin pecado. Por tanto, escriben falsamente aqu que estamos obligados a aceptar esas satisfacciones cannicas, segn el puro Evangelio. 77] Pero nosotros hemos declarado muchas veces que el arrepentimiento debe llevar buenos frutos, y los mandamientos nos dicen de qu frutos se trata: invocacin, accin de gracias, confesin del Evangelio, enseanza del Evangelio, obediencia a los padres y magistrados, servicio de la vocacin, no matar, no guardar rencor, perdonar, dar a los necesitados cuanto podamos de acuerdo con nuestros bienes, no andar con meretrices, no fornicar, contener, refrenar, castigar la carne no para compensar la pena eterna, sino para que no obedezca al diablo, para que no ofenda al Espritu Santo, y tambin decir la verdad. Estos frutos tienen mandamiento de Dios, y deben hacerse por la gloria y el mandamiento de Dios, as como tambin tienen sus recompensas. Pero que no sean perdonadas las penas eternas sino por compensacin de ciertas tradiciones o del purgatorio, esto no lo ensea la Escritura. 78] Las indulgencias eran en tiempos antiguos remisiones de las observancias pblicas, para que los hombres no fueran demasiado gravados. Pero si por humana autoridad pueden ser perdonadas las satisfacciones y las penas, no es necesaria la compensacin por ley divina, porque la autoridad humana no puede anular la ley divina. Adems, como esa costumbre ha quedado anticuada, y a la verdad los obispos la han pasado por alto, no hay necesidad de esas remisiones. Pero nos ha quedado la palabra indulgencias. Y del mismo modo que se han transferido las satisfacciones de la disciplina externa a la compensacin de la pena, as tambin las indulgencias se han interpretado mal, pensando que liberan a las almas del purgatorio. 79] Pero las llaves no tienen potestad de ligar y de absolver sino en la tierra, segn Mat. 16, 19: Todo lo que ligares en la tierra ser ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra ser desatado en los cielos. Aunque como hemos dicho antes, las llaves tienen la potestad, no de imponer penas o de establecer cultos, sino slo el mandato de perdonar los pecados a los que se convierten, y de acusar y excomulgar a los que no quieren convertirse. Porque, as como desatar significa perdonar los pecados, as tambin ligar significa no perdonar los pecados. Porque Cristo habla de un reino espiritual. Y el mandamiento de Dios es que los ministros del Evangelio absuelvan a los que se convierten, segn 2 Cor. 10,8: Nos dio potestad para edificacin. Portante, la reservacin de los casos es asunto jurdico. 126

80] Porque es la reservacin de la pena cannica, y no la reservacin de la culpa delante de Dios en los que verdaderamente se convierten. Por tanto, juzgan rectamente nuestros adversarios cuando declaran que en artculo de muerte esa reservacin de los casos no debe impedir la absolucin. Hemos expuesto la suma de nuestra doctrina sobre el arrepentimiento, y sabemos con seguridad que es piadosa y saludable para las mentes buenas. Y si los hombres buenos comparan nuestra doctrina con las muy confusas discusiones de nuestros adversarios, vern que stos han omitido la doctrina de la fe que justifica y consuela a los corazones piadosos. Vern que nuestros adversarios inventan tambin muchas cosas acerca de los mritos de la atricin, de la interminable enumeracin de pecados, de las satisfacciones, diciendo cosas que nada tienen que ver con la tierra ni con el cielo, y que ni ellos mismos pueden explicar satisfactoriamente.

Art. XIII. (VII) Del Nmero Y Uso De Los Sacramentos.


1] En el Artculo Trece nos aprueban nuestros adversarios cuando decimos que los Sacramentos no son slo seales de profesin entre los hombres, como algunos lo imaginan, sino ms bien seales y testimonios de la voluntad de Dios para con nosotros, por los cuales Dios mueve los corazones a creer en El. 2] Pero aqu nos mandan tambin que contemos siete Sacramentos. Nosotros creemos que se debe insistir en que no se descuiden las materias y ceremonias instituidas en la Escritura, cualquiera que sea su nmero. Y pensamos que no importa mucho que otros, con el propsito de ensear, cuenten de otro modo, con tal de que guarden rectamente las materias que se mandan en la Escritura. Tampoco los antiguos contaron del mismo modo. 3] Si llamamos Sacramentos a los ritos que tienen mandamiento de Dios y a los que se ha aadido la promesa de gracia, es fcil determinar lo que es propiamente un Sacramento. Porque los ritos establecidos por los hombres no sern de este modo Sacramentos propiamente dichos. No incumbe, en efecto, a la autoridad humana prometer la gracia. Por tanto, los signos establecidos sin mandamiento de Dios no son signos seguros de gracia, aun cuando tal vez instruyen a los inexpertos y les representan alguna realidad. 4] As pues, los verdaderos Sacramentos son el Bautismo, la Cena del Seor, y la Absolucin, que es el Sacramento del arrepentimiento. Porque estos ritos tienen mandamiento de Dios y la promesa de gracia que es propia del Nuevo Testamento. Porque cuando somos bautizados, cuando comemos el cuerpo del Seor, cuando somos absueltos, nuestros corazones deben estar firmemente convencidos de que Dios verdaderamente nos perdona por medio de Cristo. 5] Y Dios mueve al mismo tiempo los corazones por la Palabra y el rito a que crean y tengan fe, como dice Pablo, Rom. 10, 17: La fe es por el or. Y as como la Palabra entra por los odos para mover los corazones, as tambin el rito entra por los ojos para mover los corazones. El efecto de la Palabra y el del rito es el mismo, y as dijo muy bien Agustn que el Sacramento es palabra visible, porque el rito se recibe por los ojos, y es como representacin grfica de la Palabra, y significa lo mismo que la Palabra. Y por eso el efecto de ambos es el mismo.

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6] La Confirmacin y la Extrema Uncin son ritos recibidos de los Padres, pero ni siquiera la Iglesia los considera necesarios para la salvacin, pues no tienen mandamiento de Dios. Por tanto, no es intil distinguir estos ritos de los precedentes, que tienen mandamiento expreso de Dios y una clara promesa de gracia. 7] Nuestros adversarios consideran el Sacerdocio, no como ministerio de la Palabra y administracin de los Sacramentos a los dems, sino que lo consideran como sacrificio; como si fuera necesario que hubiese en el. Nuevo Testamento, .un sacerdocio semejante al Levtico, que sacrifique por el pueblo y consiga para los dems remisin de pecados. 8] Nosotros enseamos que el sacrificio de Cristo muriendo en la Cruz ha sido suficiente para los pecados de todo el mundo, y que no hay necesidad de otros sacrificios, como si aqul no hubiera bastado para nuestros pecados. Y por esto, los hombres son justificados, no por otros sacrificios, sino por medio de este nico sacrificio de Cristo, si creen que por este sacrificio han sido redimidos. 9] Por tanto, se llaman sacerdotes, no para hacer sacrificios por el pueblo, como en la ley, a fin de conseguir con ellos para el pueblo remisin de pecados, sino que son llamados para ensear el Evangelio y administrar los Sacramentos al pueblo. 10] No tenemos ningn otro sacerdocio semejante al Levtico, como lo ensea con claridad suficiente la Epstola a los Hebreos. 11] Si, pues, la ordenacin se entiende como refirindose al ministerio de la Palabra, no nos disgusta llamar Sacramento al orden. Porque el ministerio de la Palabra tiene mandamiento de Dios y tiene tambin magnficas promesas, Rom. 1,16: El Evangelio es potencia de Dios para salud a todo aquel que cree. Y asimismo Isa. 55,11: As ser mi palabra que sale de mi boca: no volver a m vaca, antes har lo que yo quiero. 12] Si el orden se entiende de este modo, tampoco nos disgustar que se llame Sacramento a la imposicin de las manos. Porque la Iglesia tiene el mandamiento de ordenar ministros, lo que debe ser gratsimo para nosotros, pues sabemos que Dios aprueba este ministerio y se manifiesta en el ministerio. 13] Y es til honrar el ministerio de la Palabra en cuanto sea posible contra los hombres fanticos que suean que se comunica el Espritu Santo, no por la Palabra sino por medio de ciertos requisitos suyos, como cuando se sientan ociosos, callados, en lugares obscuros, esperando la iluminacin, al modo que antiguamente enseaban los Entusiastas, y ahora ensean los Anabaptistas. 14] El Matrimonio no se instituy por primera vez en el Nuevo Testamento, sino inmediatamente despus de creado el gnero humano. Pero tiene mandamiento de Dios, y tiene tambin promesas que no pertenecen propiamente al Nuevo Testamento, sino ms bien a la vida corporal. Por tanto, si alguno quiere llamarlo Sacramento debe distinguirlo de los dos primeros Sacramentos, que son propiamente signos del Nuevo Testamento y testimonios de gracia y del perdn de los pecados. 15] Porque si al Matrimonio se le califica de Sacramento porque tiene mandamiento de Dios, tambin podrn llamarse entonces Sacramentos otros estados u oficios que tienen mandamiento de Dios, como por ejemplo el magistrado. 16] Por ltimo si hay que contar entre los Sacramentos todas las cosas que tienen mandamiento de Dios, y a las que han sido aadidas promesas, por qu no incluimos la oracin, que puede llamarse ciertsimamente Sacramento? Tiene, en efecto, mandamiento de Dios, y muchsimas promesas, y colocada entre los Sacramentos, aunque en lugar ms preferente, invita a los hombres a orar.

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17] Podran contarse aqu tambin las limosnas, as como las aflicciones, que tambin son signos a los cuales aadi Dios promesas. Pero omitamos estas cosas. Porque ningn varn prudente disputar con empeo acerca del nmero, o el nombre, si no se guardan las cosas que tienen el mandamiento de Dios y sus promesas. 18] Es ms necesario comprender cmo han de usarse los Sacramentos. Y aqu condenamos a toda la caterva de escolsticos doctores que ensean que los Sacramentos confieren la gracia ex opere operato, sin la buena disposicin del que los usa, con tal de que no ponga obstculo. Opinin absolutamente judaica es pensar que somos justificados por una ceremonia, sin la buena disposicin del corazn, esto es, sin la fe. Y, no obstante, esta opinin impa y perniciosa se ensea con gran autoridad por todo el reino pontificio. 19] Pablo, Rom. 4,9 sg., niega que Abraham fuese justificado por la circuncisin, pero afirma que la circuncisin era una seal dispuesta para ejercitar la fe. Y as, nosotros enseamos que en el uso de los Sacramentos debe intervenir la fe que cree las promesas y recibe las cosas prometidas que se presentan en el Sacramento. 20] La razn es clara y solidsima. La promesa es intil s no se recibe por la fe. Pero los Sacramentos son las seales de las promesas. Por eso debe aadirse la fe cuando se usa de ellos, para que si alguno usa de la Cena del Seor, lo haga as. Y pues ste es un Sacramento del Nuevo Testamento, como Cristo lo dice claramente, Luc. 22, 20, debe creer que se le concede lo prometido en el Nuevo Testamento, a saber, el perdn gratuito de los pecados. Reciba, pues, este beneficio con fe, levante su conciencia alarmada, y crea que estos testimonios no son falaces, sino tan ciertos como si Dios desde el cielo con un nuevo milagro le declarase que quiere perdonar. Qu aprovecharan estos milagros y promesas a quien no cree? 21] Hablamos aqu de una fe que cree en la promesa presente, y no de la que cree slo que existe Dios, sino de la que cree que se ofrece perdn de pecados. 22] Este uso del Sacramento consuela las mentes piadosas y timoratas. 23] Por otra parte, nadie podra expresar con palabras la lagnitud de los abusos que en la Iglesia ha originado la opinin fantica del opus operatum, segn la cual no es necesaria una buena disposicin en quien recibe los Sacramentos. De aqu viene esa infinita profanacin de las Misas; pero de esto hablaremos ms adelante. De los escritores antiguos ni una sola letra puede citarse que favorezca a los escolsticos en este asunto. Al contrario: Agustn dice que la fe en el Sacramento es la que justifica, y no el Sacramento. Y es conocida la sentencia de Pablo, Rom. 10,10: Con el corazn se cree para justicia.

Art.XIV. Del Orden Eclesistico.


24] Aceptan el Artculo Catorce, en el que decimos que a nadie que no sea debidamente llamado debe concederse, en la Iglesia, la administracin de los Sacramentos y de la Palabra si usamos del orden cannico. Sobre esta cuestin, hemos declarado muchas veces en esta asamblea que deseamos con la mejor voluntad conservar la disciplina eclesistica y los grados en la Iglesia, aunque han sido establecidos por la autoridad humana. Porque sabemos que la disciplina eclesistica fue instituida por los Padres con intencin til y buena, al modo que la describen los antiguos cnones.

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25] Pero los obispos obligan a nuestros sacerdotes a abandonar y condenar esta doctrina que hemos proclamado, o con nueva e inaudita crueldad matan a los pobres inocentes. Estas razones impiden que nuestros sacerdotes reconozcan a obispos semejantes. Y as, la crueldad de los obispos es causa de que en algunos lugares se haya disuelto el gobierno cannico que nosotros desebamos conservar con gran empeo. Ellos vern cmo dan cuenta a Dios por desparramar as la Iglesia. 26] Nuestras conciencias no corren peligro en este asunto, porque como sabemos que nuestra Confesin es verdadera, piadosa y catlica, no debemos aprobar la crueldad de los que persiguen esta doctrina. 27] Y sabemos que la Iglesia est donde se ensea rectamente la Palabra de Dios y se administran rectamente los Sacramentos, y no entre quienes se esfuerzan en anular la Palabra de Dios con edictos, y martirizan a los que ensean lo recto y lo verdadero, para los cuales los mismos cnones son ms benignos aunque algo se peque contra ellos. 28] Adems, queremos declarar aqu de nuevo que nosotros conservamos la disciplina eclesistica y cannica si los obispos dejan de ensaarse contra nuestras iglesias. Esta buena voluntad nuestra nos disculpar ante Dios y ante todas las naciones para toda la posteridad, y no se nos podr reprochar el que haya sufrido menoscabo la autoridad de los obispos, cuando los hombres lean y oigan que, protestando nosotros contra la injusta saa de los obispos, no pudimos conseguir que se nos hiciera justicia.

Art. XV. De Las Tradiciones Humanas En La Iglesia.


1] Del Artculo Quince, aceptan la primera parte, en la que decimos que deben observarse los ritos eclesisticos que pueden observarse sin pecado y son tiles en la Iglesia para la tranquilidad y buen orden. Condenan en absoluto la segunda parte, en la que decimos que las tradiciones humanas instituidas para aplacar a Dios, para conseguir la gracia y satisfacer por los pecados son contrarias al Evangelio. 2] Aunque en la Confesin misma, al tratar de la distincin de las comidas, hemos hablado bastante sobre las tradiciones, debemos repetir aqu algunas cosas. 3] Aunque suponamos que nuestros adversarios defenderan las tradiciones humanas por otras razones, no esperbamos que condenaran este artculo, es decir, que no conseguimos perdn de pecados o la gracia por la observancia de las tradiciones humanas. Pero como han condenado este articulo, tenemos un pleito fcil y llano. 4] Aqu judazan abiertamente nuestros adversarios, y anulan simplemente el Evangelio con doctrinas de demonios. Porque la Escritura, 1 Tim. 4, 1-3, llama doctrinas de demonios a las tradiciones, cuando se dice que son ritos tiles para conseguir remisin de pecados y la gracia. Porque entonces obscurecen el beneficio de Cristo y la justicia de la fe. 5] El Evangelio ensea que por la fe, por medio de Cristo, conseguimos gratuitamente perdn de pecados y somos reconciliados con Dios. Nuestros adversarios, por el contrario, establecen otro mediador, a saber, las tradiciones. Por medio de ellas quieren conseguir perdn de pecados y a travs de ellas pretenden aplacar la ira de Dios. Pero Cristo dice abiertamente, Mat. 15,9: Mas en vano me honran, enseando doctrinas y mandamientos de hombres.

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6] Ya hemos discutido largamente que los hombres son justificados por la fe, cuando creen que tienen a Dios aplacado, no por nuestras obras, sino gratuitamente, por medio de Cristo. Y es seguro que sta es doctrina del Evangelio, porque Pablo dice claramente, Efe. 2, 8,9: Por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por las obras. 7] Y ahora dicen stos que los hombres consiguen remisin de pecados por medio de observancias humanas. Qu es sino establecer, apartando a Cristo, a otro mediador y justificador? 8] Pablo dice, Gal. 5, 4: Vacos sois de Cristo los que por la ley os justificis, esto es, si creis que por la ley merecis ser justificados delante de Dios, nada os aprovechar Cristo, porque, qu necesidad tienen de Cristo quienes piensan que se justifican por la observancia de la ley? 9] Dios envi a Cristo con la promesa de que por este Mediador, y no a causa de nuestra propia justificacin, desea sernos propicio. Pero ellos creen que Dios se aplaca y nos es propicio por medio de las tradiciones, y no por medio de Cristo. Arrebatan, pues, a Cristo la honra de ser Mediador. 10] Y en lo que a este asunto se refiere, tampoco hay diferencia entre nuestras tradiciones y las ceremonias mosaicas. Pablo condena las ceremonias mosaicas y las tradiciones, porque se pensaba que eran obras que conseguan justicia delante de Dios. Y as se obscureca el oficio de Cristo y la justicia de la fe. Por lo cual, rechazada la ley y apartadas las tradiciones, proclama que, no por medio de nuestras obras, sino por medio de Cristo, gratuitamente, nos ha sido prometido el perdn de pecados siempre que lo recibamos por la fe. Porque la promesa no se recibe sino por la fe. 11] Y como por la fe conseguimos perdn de pecados y por la fe nos es propicio Dios por medio de Cristo, es error e impiedad afirmar que por medio de estas observancias conseguimos remisin de pecados. 12] Si alguno dice aqu que no conseguimos remisin de pecados, sino que por medio de las tradiciones alcanzan la gracia los ya justificados, Pablo le contesta de nuevo, Gal. 2,17, que Cristo sera ministro de pecado si es preciso creer que despus de la justificacin no somos reputados justos por medio de Cristo, sino que tenemos que conseguir primero justificacin por medio de otras observancias. Y asimismo, Gal. 3, 15: Aunque un pacto sea de hombre, nadie lo cancela, o le aade. Luego tampoco al pacto de Dios, que promete que por medio de Cristo quiere sernos propicio, debe aadrsele que tenemos que conseguir primero ser aceptos y justos por medio de estas observancias. 13] Pero, qu necesidad hay de una larga discusin? Ninguna tradicin ha sido establecida por los santos Padres con el propsito de conseguir perdn de pecados o justificacin, sino que fueron establecidas para el buen orden de la Iglesia y para la tranquilidad. 14] Y si alguno quiere establecer obras para conseguir remisin de pecados o justificacin, cmo sabr que esas obras agradan a Dios, no teniendo el testimonio de la Palabra de Dios? Cmo dar certeza a los hombres acerca de la voluntad de Dios sin el mandamiento de la Palabra de Dios? Acaso no prohbe Dios por doquier en los profetas establecer cultos especiales sin su mandamiento? Escrito est en Eze. 20, 18, 19: No andis en las ordenanzas de vuestros padres, ni guardis sus leyes, ni os contaminis en sus dolos. Yo soy Jehov vuestro Dios; andad en mis ordenanzas, y guardad mis derechos, y ponedlos por obra. 15] Si es lcito a los hombres establecer ritos y conseguir la gracia por medio de estos ritos, debieran ser aprobados los ritos de toda la gentilidad, y los ritos establecidos por Jeroboam, 1 Rey. 12,26 sg., as como otros ritos que estn fuera de la ley. Qu diferencia hay? Si nos es

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lcito establecer ritos tiles para conseguir la gracia y la justicia, por qu no haba de ser lcito tambin a los israelitas y a los gentiles? 16] Precisamente por eso se rechazaron los ritos de los israelitas y los de los gentiles, porque pensaban que por medio de ellos conseguan perdn de pecados y justicia, y no conocan la justicia de la fe. 17] Por ltimo, cmo estar seguros de que los ritos establecidos por los hombres justifican sin mandamiento de Dios, puesto que acerca de la voluntad do Dios nada puede afirmarse sin la Palabra de Dios? Qu suceder si Dios no aprueba estos ritos? Y as, cmo afirman nuestros adversarios que justifican? Sin la Palabra o testimonio de Dios esto no puede afirmarse. Y Pablo dice, Rom. 14, 23: Todo lo que no es de fe, es pecado. Como estos ritos no tienen testimonio alguno de la Palabra de Dios, es inevitable que la conciencia dude de si agradan a Dios. 18] Qu necesidad hay de palabras en asunto tan claro? Si nuestros adversarios defienden estos ritos humanos pensando que consiguen la justificacin, la gracia, el perdn de pecados, lo que hacen es simplemente fundar el reino del Anticristo. Porque el reino del Anticristo es un nuevo culto a Dios, inventado por la autoridad humana, y que rechaza a Cristo, como el reino de Mahoma tiene sus ritos, y tiene sus obras por las que pretende justificarse delante de Dios, y no cree que los hombres se justifican gratuitamente delante de Dios por la fe, por medio de Cristo. Del mismo modo, el papado formar parte del reino del Anticristo si defiende ritos humanos que justifican. Porque despojan a Cristo de su honor cuando ensean que, no por medio de Cristo, gratuitamente, por la fe, somos justificados, sino por esos ritos, y mayormente cuando ensean que esos ritos, no slo son tiles para la justificacin, sino tambin necesarios, como lo declaran anteriormente en el Artculo Octavo, [Art. VII], cuando nos condenan porque dijimos que no es necesario para la verdadera unidad de la Iglesia que haya en todas partes ritos idnticos establecidos por los hombres. 19] Daniel, 11, 38, indica que los nuevos ritos humanos tendran la constitucin y la forma misma del reino del Anticristo. Porque dice as: Mas honrar en su lugar al dios Mauzim, dios que sus padres no conocieron: honrralo con oro, y plata, y piedras preciosas. Aqu describe los ritos nuevos, pues dice que se adorar a un dios que sus padres no conocieron. 20] Porque si los santos padres tenan tambin ritos y tradiciones, no crean que fuesen tiles o necesarios para la justificacin, y no obscurecan la gloria de Cristo y su oficio, sino que enseaban que somos justificados por la fe, por medio de Cristo, y no por medio de esos ritos humanos. Por otra parte, observaban aquellos ritos humanos para la utilidad corporal, para que el pueblo supiese cundo haba de congregarse, para que todas las cosas se hiciesen en los templos con gravedad y orden, para dar ejemplo, y finalmente para que el pueblo tuviera tambin alguna enseanza. Porque las diferencias de los tiempos y la variedad de los ritos tienen valor y enseanza para el pueblo. 21] Estas eran las razones que los padres tenan para guardar los ritos, y por estas razones nosotros tambin pensamos que pueden conservarse rectamente las tradiciones. Nos sorprende sobremanera que nuestros adversarios defiendan en las tradiciones un motivo distinto, a saber, que con ellas se consigue remisin de pecados y justificacin. Qu es esto, sino adorar a Dios con oro, y plata, y piedras preciosas, es decir, pensar que Dios nos es propicio por diferencias en el vestir, en los ornamentos y en ritos semejantes, que son infinitos en las tradiciones humanas? 22] Pablo escribe a los Colosenses, 2, 23, que las tradiciones tienen reputacin de sabidura. Y la tienen en verdad. Porque este buen orden est muy bien en la Iglesia, y por eso es muy necesario. Pero como la razn humana no entiende la justicia de la fe, imagina por naturaleza que semejantes obras justifican a los hombres, que los reconcilian con Dios, etc. 132

23] As lo crea el pueblo entre los israelitas, y con esta opinin aumentaban las ceremonias, del modo que entre nosotros han aumentado en los monasterios. 24] Lo mismo piensa la razn humana de los ejercicios del cuerpo, y de los ayunos, y aunque su objeto es dominar la carne, la razn les aade el objeto distinto de que son ritos que justifican. Toms lo expresa as: El ayuno vale para borrar y suprimir la culpa. Estas son palabras de Toms. Y as, la reputacin de sabidura y de justicia engaa a los hombres en esas obras. Se aaden los ejemplos de los santos, y cuando los hombres desean imitarlos, imitan con frecuencia los ejercicios exteriores, pero no imitan su fe. 25] Y cuando los hombres se han engaado con esta reputacin de sabidura, se derivan infinitos inconvenientes, se obscurece el Evangelio de la fe en Cristo, y se sigue una confianza vana en las obras. Despus se obscurecen los preceptos de Dios, se arroga a estas obras el ttulo de vida perfecta y espiritual, y se prefieren inmensamente a las obras de los mandamientos de Dios, como las obras de la vocacin individual, el gobierno del estado, la administracin de la familia, la vida conyugal, la educacin de los hijos. 26] Comparadas con aquellas ceremonias, estas obras se consideran profanas, de modo que muchas conciencias las cumplen con dudas. Porque consta que muchos han abandonado la administracin de la repblica y la vida matrimonial para abrazar esas observancias, que juzgan mejores y ms santas. 27] Y no es todo. Cuando se apodera de loa nimos la conviccin de que esas observancias son necesarias para la salvacin y la justificacin, las conciencias caen en angustiosa ansiedad, porque no pueden cumplir con exactitud esas observancias. Porque, quin puede enumerarlas todas? Hay libros enormes, y hasta bibliotecas enteras que no contienen ni una slaba de Cristo, de la fe en Cristo, de las buenas obras, del estado de cada hombre, sino que tan slo amontonan tradiciones y las interpretaciones con que las hacen a veces rigurosas y otras veces relajadas. 28] Cmo se atormenta Gerson, un hombre tan bueno, cuando investiga los grados y latitudes de los preceptos! Y, sin embargo, es incapaz de encontrar consuelo alguno. Lamenta profundamente los peligros que corren las conciencias piadosas con esta rgida interpretacin de las tradiciones. 29] Protejmonos, pues, nosotros con la Palabra de Dios contra esa reputacin de sabidura y de justicia de los ritos humanos que engaa a los hombres, y sepamos primero que no consiguen justificacin delante de Dios, ni son tampoco necesarios para la justificacin. 30] Ya citamos antes algunos testimonios. Pablo est lleno de ellos. Col. 2, 16, 17, dice claramente: Nadie os juzgue en comida, o en bebida, o en parte de da de fiesta, o de nueva luna, o de sbados: lo cuales sombra de lo por venir; mas el cuerpo es de Cristo. Comprende, pues, aqu a la vez la ley de Moiss y las tradiciones humanas, para que nuestros adversarios no puedan, como acostumbran, pasar por alto estos testimonios, diciendo que Pablo habla tan slo de la ley de Moiss. Porque aqu afirma claramente que se refiere a las tradiciones humanas. Nuestros adversarios no ven lo que dicen: si el Evangelio proclama que no justifican las ceremonias de Moiss, instituidas por Dios, cunto menos justificarn las tradiciones humanas! 31] Los obispos no tienen tampoco potestad para establecer ritos, como si estos ritos justificaran o fueran necesarios para la justificacin. Es ms: los apstoles dicen, Hech. 15, 10: Por qu tentis a Dios poniendo un yugo?, etc., y Pedro considera gran pecado este propsito de gravar a la Iglesia. Y Pablo, Gal. 5, 1, prohbe ser presos en el yugo de servidumbre. 32] Quieren, pues, los apstoles que perdure en la Iglesia la libertad de no considerar necesarios ritos de la ley o tradiciones, al modo que en la ley hubo ceremonias necesarias, para

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que no se desvanezca la justicia de la fe, pensando los hombres que esos ritos consiguen justificacin o son necesarios para la justificacin. 33] Muchos buscan en las tradiciones consuelos distintos para sanar las conciencias, y sin embargo no encuentran modo alguno de liberar a las conciencias de estas cadenas. 34] Pero as como Alejandro desat el nudo gordiano que no poda deshacer cortndolo de un tajo con su espada, as tambin los apstoles libertan a las conciencias de un solo golpe cortando las tradiciones, sobre todo si pretenden conseguir justificacin. Los apstoles nos obligan a oponernos a esta doctrina con su enseanza y sus ejemplos. Nos obligan a ensear que las tradiciones no justifican, que no son necesarias para la justificacin, que nadie debe fabricar o aceptar tradiciones con la opinin de que consiguen justificacin. 35] Por tanto, si alguno las conserva, hgalo sin supersticin, como costumbres de gobierno, como sin supersticin se visten de una manera los soldados y de otra los escolares. 36] Los apstoles quebrantan las tradiciones y son perdonados por Cristo. Haba que dar ejemplo a los fariseos y mostrar que aquellos ritos eran intiles. 37] Si los nuestros omiten ahora algunas tradiciones, bastante disculpados estn, pues esas tradiciones se defienden como si consiguiesen justificacin. Porque semejante opinin sobre las tradiciones es impa. 38] Sin embargo, mantenemos gustosos las tradiciones antiguas establecidas en la Iglesia para utilidad y tranquilidad; y las interpretamos con moderacin, rechazando la opinin de que justifican. 39] Nuestros enemigos nos acusan perversamente, diciendo que destrozamos las ordenanzas y la disciplina de la Iglesia. Pero podemos proclamar con toda verdad que la estructura pblica de las iglesias es ms honesta entre nosotros que entre nuestros adversarios. Y si alguno desea examinarlo honradamente, ver que observamos los cnones con ms rectitud que nuestros adversarios. 40] Entre nuestros adversarios, celebran Misas sacerdotes obligados y movidos por la remuneracin, y muchas veces slo por la remuneracin. Cantan salmos, pero no para aprender a orar, sino porque lo requiere el culto, como si semejante obra fuera un culto, o porque tienen remuneracin. Entre nosotros, muchos toman la Cena del Seor todos los domingos, pero despus de haber sido enseados, examinados y absueltos. Los nios cantan salmos para aprenderlos. Canta tambin el pueblo para aprender o para orar. 41] Entre nuestros adversarios no existe en absoluto la catequesis de los nios, aunque hasta los cnones la ordenan. Entre nosotros, los pastores y ministros de las iglesias estn obligados a instruir pblicamente a los nios y a escuchar a la niez, y esta ceremonia produce los mejores frutos. 42] Entre nuestros adversarios, en muchas regiones, no hay predicacin alguna en todo el ao, si se excepta la Cuaresma. Pero el principal culto a Dios es ensear el Evangelio. Cuando nuestros adversarios predican, hablan de las tradiciones humanas, del culto de los santos y de otras bagatelas que con razn fastidian al pueblo, y por eso se quedan solos en cuanto se ha recitado el texto del Evangelio. Algunos, los mejores, empiezan ahora a hablar de las buenas obras, pero nada dicen de la justicia de la fe, de la fe en Cristo, del consuelo de las conciencias. Es ms: hieren con ultrajes esta parte salubrrima del Evangelio. 43] Por el contrario, en nuestras iglesias todos los sermones tratan a fondo de estas materias: arrepentimiento, temor de Dios, fe en Cristo, justicia de la fe, consuelo de las conciencias por la fe, ejercicios de la fe, la oracin y su eficacia para que sea oda, la Cruz, la dignidad de los magistrados y de las ordenanzas civiles, la diferencia del reino de Cristo o reino

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espiritual y los asuntos civiles, el matrimonio, la educacin e instruccin de los nios, la castidad, los oficios o deberes de la caridad. 44] Por este estado de nuestras iglesias puede juzgarse que nosotros conservamos con diligencia las ceremonias piadosas, la disciplina y las buenas costumbres eclesisticas. 45] Sobre la mortificacin de la carne y la disciplina del cuerpo, enseamos, como lo declara nuestra Confesin, que la verdadera y no fingida mortificacin se verifica por la Cruz, y por las aflicciones con las que Dios nos prueba. En ellas se ha de acatar la voluntad de Dios, como lo dice Pablo, Rom. 12, 1: Presentad vuestros cuerpos en sacrificio. Estos son los ejercicios espirituales del temor y de la fe. 46] Pero adems de esta mortificacin que se hace por la Cruz, es tambin necesario cierto gnero de ejercicio voluntario, del que Cristo dice, Luc. 21,34: Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonera y embriaguez. Y Pablo, 1 Cor. 9, 27: Antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, etc. 47] Han de considerarse estos ejercicios no como ritos que justifican, sino como ritos que someten la carne, para que la molicie no se apodere de nosotros y nos haga seguros y ociosos, condescendiendo as con los afectos de la carne y obedeciendo a los hombres. Y esta diligencia debe ser perpetua, porque tiene mandamiento perpetuo de Dios. 48] Pero la manera de ellos de prescribir alimentos y tiempos nada hace para someter la carne. Porque la carne es ms delicada y suntuosa que todas las fiestas, y nuestros adversarios no siguen en los ejercicios la forma prescrita en los cnones. 49] Esta cuestin de las tradiciones encierra muchas y difciles controversias, y nosotros hemos experimentado que las tradiciones son en verdad redes de las conciencias. Cuando se exigen como necesarias, atormentan las conciencias de manera extraordinaria, pues siempre piensan que pueden omitir alguna observancia. Y tambin la abrogacin tiene sus inconvenientes, sus cuestiones. 50] Pero nosotros tenemos el pleito fcil, pues nuestros adversarios nos condenan porque enseamos que las tradiciones humanas no consiguen remisin de pecados. Tambin exigen las tradiciones que llaman universales, y que consideran necesarias para la justificacin. Pero aqu tenemos a Pablo, campen constante, pues declara por doquier que estas observancias ni justifican ni son necesarias adems de la justicia y de la fe. 51] Y, sin embargo, enseamos que el uso de la libertad ha de ser moderado, para que los inexpertos no se escandalicen y por el abuso de libertad se enemisten con la verdadera doctrina evanglica. Enseamos tambin que no se cambie nada en las costumbres rituales sin causa razonable, sino que se guarden para fomentar la concordia los usos antiguos que pueden conservarse sin pecado o sin inconveniente grave. 52] Y en esta misma asamblea, nosotros hemos demostrado bastante que estamos dispuestos, por amor, a coincidir en asuntos neutrales, aunque tengan algn inconveniente, porque pensamos que se ha de preferir la pblica armona que puede conseguirse sin ofensa de las conciencias a toda otra ventaja. Pero de todo este asunto hablaremos ms adelante, cuando discutamos acerca de los votos y de la potestad eclesistica.

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Art. XVI. Del Orden Poltico.


53] Nuestros adversarios aprueban el Artculo Diecisis sin excepcin alguna. En l se declara que es lcito al Cristiano desempear la magistratura, celebrar juicios por las leyes imperiales u otras leyes vigentes, establecer penas justas, hacer guerra justa, militar, hacer contratos legales, tener propiedad, hacer juramento cuando los magistrados lo requieren, contraer matrimonio, y finalmente que las ordenanzas civiles legtimas son creaciones buenas de Dios, y ordenaciones divinas de que con seguridad un cristiano puede usar. 54] Todo el asunto sobre la diferencia entre el reino de Cristo y el reino poltico ha sido aclarado ltimamente en los escritos de los nuestros, diciendo que el reino de Cristo es espiritual, esto es, que siembra en el corazn el conocimiento de Dios, el temor y la fe en Dios, la justicia y la vida eterna, y que mientras tanto nos permite usar en lo exterior de las ordenanzas polticas legtimas de las naciones en que vivimos, como nos permite usar de la medicina, arquitectura, comida, bebida, aire, etc. 55] El Evangelio no da nuevas leyes civiles, sino que manda que se obedezcan las leyes vigentes, establecidas por los gentiles o por otros, y que en esta obediencia debemos ejercer la caridad. Deliraba, pues, Carlostadio cuando nos impona las leyes judiciales de Moiss. 56] Sobre estas materias han escrito los nuestros abundantemente, porque los frailes han derramado por la Iglesia muchas opiniones perniciosas. Han llamado sociedad evanglica a la comunidad de bienes, y han dicho que son consejos evanglicos no tener propiedad, no recurrir a la ley para defenderse, etc. Y estas opiniones obscurecen mucho el Evangelio, y el reino espiritual, y son peligrosas para la comunidad. 57] Porque el Evangelio no destruye la sociedad ni la familia, sino que al contrario las aprueba; no slo por temor a un castigo, sino en bien de la conciencia nos manda que obedezcamos a estas instituciones como a una ordenanza divina. 58] Juliano el Apstata, Celso y otros muchos han objetado a los cristianos que el Evangelio arruina los estados, porque prohbe la defensa y ensea otras cosas poco propias para una sociedad civil. Y estas cuestiones inspiraron admirablemente a Orgenes, a Nacianceno y a otros, aunque pueden explicarse con suma facilidad si sabemos que el Evangelio no da leyes sobre el estado civil, sino que es remisin de pecados y principio de vida eterna en los corazones de los creyentes, y que por otra parte aprueba los gobiernos polticos y nos somete a ellos, Rom. 13,1, as como estamos sujetos a las leyes de los tiempos y a las vicisitudes del invierno y del verano, como a ordenanzas divinas. 59] El Evangelio prohbe la venganza privada, y esto nos lo inculca Cristo tantas veces para que los apstoles no pensaran que deban arrebatar el gobierno a quienes lo ejercitaban de un modo distinto, como soaban los judos con el reino del Mesas, sino para que supiesen que deban hablar del reino espiritual, y no que deban cambiar el estado civil. Por eso no se prohbe la venganza privada por consejo, sino por mandamiento, Mat. 5, 39, y Rom. 12, 19. La venganza pblica que se ejecuta por el oficio del magistrado no se prohbe, sino que se precepta, y es obra de Dios, segn Pablo, Rom. 13, 1 sg. Las diferentes clases de venganza pblica son los juicios, las penas capitales, las guerras, la milicia. 60] De lo mal que han juzgado de estas cosas muchos escritores hay que culpar el error en que estuvieron pensando que el Evangelio es una estructura externa de gobierno, forma nueva,

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monstica, y no vieron que el Evangelio lleva a los corazones la justicia eterna, aunque externamente aprueba el estado civil. 61] Vansima es la ilusin de que la perfeccin cristiana consiste en no tener propiedad. Porque la perfeccin cristiana no se funda en el desprecio de las ordenanzas civiles, sino en los movimientos del corazn, en un gran temor de Dios, en una fe grande, como la de Abraham, la de David, la de Daniel, los cuales con su gran riqueza y podero no eran menos perfectos que cualquier ermitao. 62] Pero los frailes esparcieron esa hipocresa exterior ante los ojos de los hombres, para que no pueda verse en qu consiste la perfeccin verdadera. Con qu alabanzas no han ensalzado la comunidad de bienes, como si fuera evanglica! 63] Estas alabanzas llevan consigo mucho peligro, sobre todo porque disienten en gran manera de las Escrituras. Porque la Escritura no manda que las cosas sean comunes, sino que la ley del Declogo dice, xodo 20, 5: No hurtars, y distingue los derechos de propiedad, y manda a cada cual tener lo suyo. Francamente loco estaba Wiclef cuando negaba ser lcito a los sacerdotes tener propiedad. 64] Hay infinitas controversias acerca de los contratos, sobre los cuales nunca pueden quedar satisfechas las conciencias si no conocen la regla de que al cristiano le es lcito usar de las ordenanzas y leyes civiles. Esta regla defiende a las conciencias al ensear que los contratos son lcitos ante Dios en cuanto los aprueban los magistrados o las leyes. 65] Toda esta cuestin de los asuntos civiles ha sido aclarada por los nuestros de tal modo, que muchos hombres buenos que se ocupan en las cosas del estado y en los negocios, han declarado que les ha sido de gran ayuda, porque atormentados antes por las opiniones de los frailes, se preguntaban si el Evangelio les permita ocuparse en aquellos estados o negocios. Recordamos estas cosas para que los de fuera entiendan tambin que con este gnero de doctrina que nosotros seguimos no sufre menoscabo, antes se fortifica mucho ms la autoridad de los magistrados y la dignidad de todas las ordenanzas civiles, y que la importancia de estas materias fue anteriormente obscurecida en gran manera por las fatuas opiniones monsticas, que preferan mucho ms inmensamente la hipocresa de la pobreza y de la humildad al estado y a la familia, siendo as que tienen mandamiento de Dios mientras que esa comunidad platnica no tiene mandamiento de Dios.

Art. XVII. De La Segunda Venida De Cristo Para El Juicio.


66] Nuestros adversarios aceptan sin excepcin el Artculo Diecisiete, en el cual declaramos que en la consumacin del mundo Cristo ha de venir y ha de resucitar a todos los muertos, y a los piadosos ha de conceder vida eterna y gozo eterno, pero que ha de condenar a los impos para que con el demonio sean atormentados eternamente.

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Art. XVIII. Del Libre Albedro.


67] Aprueban nuestros adversarios el Artculo Dieciocho, Del Libre Albedro, pero le agregan algunos testimonios poco adaptados al asunto. Aaden tambin una declaracin, diciendo que no se ha de conceder demasiado al libre albedro, como hacen los pelagianos, ni se le ha de quitar toda libertad, como sucede con los maniquesos. 68] Muy bien dicho, en verdad, pero qu diferencia hay entre los pelagianos y nuestros adversarios, siendo as que unos y otros piensan que sin el Espritu Santo los hombres pueden amar a Dios y cumplir los mandamientos de Dios en cuanto a la substancia de los actos, y conseguir la gracia y la justificacin por obras que la razn ejecuta sin el Espritu Santo? 69] Cuntos absurdos se siguen de estas opiniones pelagianas que se ensean en las escuelas con gran autoridad! Siguiendo a Pablo, Agustn las refuta con gran denuedo. Recordamos anteriormente el sentir de Pablo en el artculo De la justificacin. 70] Nosotros no le quitamos libertad a la voluntad humana. Porque la voluntad humana tiene libertad para elegir entre obras y objetos que la razn comprende de por s. Puede, dentro de ciertos lmites, administrarla justicia civil, o justicia de las obras, puede hablar de Dios, presentar a Dios cierta adoracin con la obra externa, obedecer a los magistrados, a los padres, y al elegir la obra humana externa, puede contener la mano del crimen, del adulterio, del hurto. Habiendo quedado en la naturaleza del hombre la razn y el juicio de los objetos sometidos a los sentidos, ha quedado tambin la posibilidad de elegir entre estas cosas, y la libertad y facultad de practicar la justicia civil. A esto llama la Escritura justicia de la carne, que ejecuta la naturaleza carnal, esto es, la razn, por s misma, sin el Espritu Santo. 71] Pero es tanta la fuerza de la concupiscencia, que los hombres obedecen con ms frecuencia a los malos afectos que al recto juicio. Y el diablo, que es conforme a la condicin de este mundo, como dice Pablo, Efe. 2,2, no deja de incitar a esta naturaleza enferma a cometer distintas ofensas. Estas son las causas por las cuales aun la justicia civil es rara entre los hombres, y as vemos que, ni aun los mismos filsofos, que con tanto anhelo la buscaban, pudieron conseguirla. 72] Pero es falso decir que el hombre no peca cundo hace las obras de los mandamientos fuera de la gracia. Y aaden que esas obras consiguen tambin de congruo remisin de pecados y justificacin. Porque los corazones humanos sin el Espritu Santo estn llenos de vanidad, sin temor de Dios, sin confianza en Dios, y no creen que se les oye ni se les perdona, ni que Dios les ayuda y protege. Por lo tanto, son impos. Pero no puede el rbol maleado llevar buenos frutos, Mat. 7, 18. Y adems, sin fe es imposible agradar a Dios, Heb. 11,6. 73] As pues, aun cuando concedemos al libre albedro la facultad de hacer las obras externas de la ley, sin embargo no atribuimos al libre albedro la de hacer las obras espirituales, es decir, temer verdaderamente a Dios, creer verdaderamente a Dios, estar seguros y sentir que Dios nos mira, nos oye y nos perdona, etc. Estas son las obras autnticas de la primera Tabla, y el corazn humano no puede hacerlas sin el Espritu Santo, como dice Pablo, 1 Cor. 2, 14: El hombre animal, es decir, el hombre que slo usa las fuerzas naturales, no percibe las cosas que son del Espritu de Dios. 74] Y esto puede comprenderse si los hombres consideran lo que sienten en sus corazones acerca de la voluntad de Dios, y se preguntan si por ventura llegan a estar seguros de que Dios los mira y los escucha. Esta fe que aun a los santos es difcil conseguir tiene que ser mucho ms

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difcil de encontrar en los impos. Pero se recibe, como hemos dicho antes, cuando los corazones atemorizados oyen el Evangelio y reciben consolacin. 75] Es pues provechosa la distincin que atribuye la justicia civil al libre albedro y la justicia espiritual a la direccin del Espritu Santo en los que han nacido de nuevo. As se conserva la disciplina exterior, porque todos los hombres deben saber que Dios exige esta justicia civil y que en cierto modo podemos acatarla. Y as se manifiesta tambin la diferencia que hay entre la justicia humana y la espiritual, entre la filosofa y la doctrina del Espritu Santo, y se comprende la necesidad que tenemos de recibir el Espritu Santo. 76] Esta distincin no ha sido inventada por nosotros sino que la ensea la Escritura con toda claridad. Tambin trata de ella Agustn, y la ha estudiado egregiamente hace poco Guillermo de Pars, pero ha sido perversamente enterrada por quienes suean que los hombres pueden cumplir la ley de Dios sin el Espritu Santo, y que el Espritu Santo se concede por aadidura con carcter meritorio.

Art.XIX. De La Causa Del Pecado.


77] Aceptan nuestros adversarios el Artculo Diecinueve, en el que declaramos que si bien Dios solo ha creado toda la naturaleza y conserva todo lo que existe, la causa del pecado es la voluntad en los hombres de apartarse de Dios, segn lo dicho por Cristo acerca del diablo, Juan, 8, 44: Cuando habla mentira, de suyo habla.

Art. XX. De Las Buenas Obras.


78] En el Artculo Veinte dicen claramente nuestros adversarios que rechazan y reprueban nuestro sentir cuando declaramos que los hombres no consiguen remisin de pecados por las buenas obras. Proclaman abiertamente que niegan y condenan este artculo. Qu puede decirse en asunto tan claro? 79] Aqu nos muestran con evidencia los arquitectos de la Refutacin el espritu que les anima. Porque, qu puede haber ms cierto en la Iglesia sino que la remisin de pecados se consigue gratuitamente por medio de Cristo, y que Cristo, y no nuestras obras, es la propiciacin por nuestros pecados, como lo dice Pedro, Hech. 10, 43: A ste dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en l creyeren, recibirn perdn de pecados por su nombre. Sigamos pues a esta Iglesia de los profetas, y no a estos perdidos escritores de la Refutacin, que blasfeman de Cristo con tanta impudencia. 80] Porque si bien ha habido escritores que han credo que despus de la remisin de pecados los hombres se justifican delante de Dios, no por la fe, sino por las obras mismas, no han llegado sin embargo a creer que la remisin misma de pecados se consigue por nuestras obras, y no gratuitamente, por medio de Cristo.

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81] No debe tolerarse por tanto la blasfemia que atribuye a nuestras obras el honor debido a Cristo. Nada avergenza ya a estos telogos si se atreven a introducir en la Iglesia semejante opinin. Y no dudamos tampoco de que ni nuestro excelentsimo Emperador ni muchos de los Prncipes habran permitido de ningn modo que quedase este pasaje en la Refutacin si se lo hubieran sealado. 82] Podramos citar aqu infinitos testimonios de la Escritura y de los Padres. Pero anteriormente hemos dicho muchas cosas acerca de este asunto. Y ninguna necesidad hay de testimonios para quien sabe para qu nos ha sido dado Cristo, y sabe que Cristo es propiciacin por nuestros pecados. Isaas, 53, 6, dice: Jehov carg en l el pecado de todos nosotros. Nuestros adversarios ensean, por el contrario, que Dios carga nuestras iniquidades, no en Cristo, sino en nuestras obras. Y no queremos decir aqu qu obras ensean. 83] Un decreto terrible se est preparando contra nosotros, y nos espantara si estuvisemos defendiendo cosas de poca monta o ambiguas. Pero como nuestras conciencias piensan que nuestros adversarios han condenado una verdad manifiesta, y que su defensa es necesaria a la Iglesia y aumenta la gloria de Cristo, podemos despreciar fcilmente los terrores del mundo, y sufrir con buen nimo lo que haya que sufrir por la gloria de Cristo y la utilidad de la Iglesia. 84] Quin no se gozar si muere confesando estos artculos, y diciendo que conseguimos gratuitamente remisin de pecados por la fe, por medio de Cristo, y no la conseguimos por nuestras obras? 85] No tendrn las conciencias de los piadosos ningn consuelo bastante firme contra los terrores de la muerte y del pecado, y contra el diablo que incita a la desesperacin, si no han aprendido a creer firmemente que consiguen perdn de pecados por medio de Cristo. Esta es la fe que sustenta y vivifica los corazones en la lucha dursima de la desesperacin. 86] Se trata pues de una causa digna y por ella debemos desechar todo peligro. "No cedas a los malos, sigue adelante con ms audacia," si ests conforme con nuestra Confesin, porque nuestros adversarios estn empeados en quitarte con terrores, torturas y castigos un consuelo tan grande como el que ha sido presentado en este nuestro artculo a la Iglesia universal. 87] No faltarn testimonios a quien los busque para confirmar su posicin. Porque Pablo, con todas sus fuerzas, como suele decirse, clama muy alto, diciendo, Rom. 3,24 sg., y 4,16, que somos justificados gratuitamente en Cristo Jess. Y por eso dice que es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme. Y quiere decir que si la promesa dependiese de nuestras obras, no seria firme. Si la remisin de pecados se consiguiese por nuestras obras, cundo sabramos que la habamos alcanzado, cundo encontrara la conciencia atemorizada una obra que se considerara suficiente para aplacar la ira de Dios? Pero ya hemos hablado anteriormente de todo este asunto. 88] Tome de all el lector los testimonios. Porque la indignidad de nuestros adversarios en tratar esta materia nos ha movido, no a la controversia, sino a lamentarnos de que en esta cuestin dijeran claramente que desaprueban nuestro artculo, pues afirma que conseguimos remisin de pecados, no por nuestras obras, sino por la fe, gratuitamente, por medio de Cristo. 89] Nuestros adversarios aaden testimonios que les condenan. Y vale la pena examinar algunos. Citan a Pedro, 2 Ep. 1, 10: Procurad hacer firme vuestra vocacin, etc. Ya ves, lector, que nuestros adversarios no han malgastado su tiempo aprendiendo dialctica, sino que poseen el arte de inferir directamente de las Escrituras cuanto se les antoja. Procurad hacer firme vuestra vocacin por buenas obras. Luego las obras consiguen remisin de pecados. Cierto que sera una argumentacin bien ordenada si se razonase as tratndose de un condenado a la pena capital al

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que se le indultase la pena: el magistrado te manda que en lo sucesivo te abstengas de robar. Has alcanzado perdn de tu pena porque en lo sucesivo te vas a abstener de robar. 90] Argumentar as es encontrar una causa donde no la hay. Porque Pedro habla de obras que siguen a la remisin de pecados, y declara el motivo por el cual han de hacerse, es decir, para que no se aparten de su vocacin pecando de nuevo. Haced buenas obras, para perseverar en la vocacin y no perdis los dones de la vocacin que habis alcanzado, no por las obras que han de seguir, porque ya estas obras se hacen por la fe, pues la fe no permanece en quienes abandonan el Espritu Santo, y se apartan del arrepentimiento, al modo que hemos dicho que la fe existe en el arrepentimiento. 91] Aaden otros testimonios que no estn mejor relacionados. Por ltimo, dicen que esta opinin fue condenada mil aos antes de Agustn. Lo que tambin es muy falso. Porque la Iglesia de Cristo crey siempre que la remisin de pecados se consigue gratuitamente. Es ms: los pelagianos fueron condenados porque declaraban que la gracia se conceda por nuestras obras. Por otra parte, ya manifestamos antes bastante que creemos que las buenas obras deben seguir en la fe. Porque no deshacemos lo ley,.dice Pablo, Rom. 3, 31, antes establecemos la ley. Porque cuando por la fe recibimos el Espritu Santo, se sigue necesariamente el cumplimiento de la ley, y con l aumentan el amor, la paciencia, la castidad y otros frutos del Espritu.

Art. XXI. De La Invocacin De Los Santos.


1] Condenan en absoluto el Artculo Veintiuno, porque no admitimos la invocacin de los santos. Y de ningn asunto discurren ms prolijamente que de ste. Pero no vienen a decir sino que es menester honrar a los santos, y que los santos que an viven oran por los otros hombres, como si de ello se siguiese que sea necesaria la invocacin de los santos que ya murieron. 2] Alegan a Cipriano, porque le pidi al Papa Cornelio, todava en vida, que rogase por los hermanos cuando muriese. Y con este ejemplo prueban la invocacin a los muertos. Citan tambin a Jernimo contra Vigilando. En esta arena, dicen, hace mil cien aos que Jernimo venci a Vigilancio. As triunfan nuestros adversarios, como si ya estuviese terminada la guerra. No ven estos asnos que en Jernimo contra Vigilancio no hay ni una slaba que hable de la invocacin. 3] Tampoco los dems escritores antiguos anteriores a Gregorio hacen mencin de esta invocacin. Y es seguro que esta invocacin, con las opiniones que ensean ahora nuestros adversarios sobre la aplicacin de los mritos, no se funda en testimonios de los escritores antiguos. 4] Nuestra Confesin aprueba que se honre a los santos. Y aqu hay que aprobar un honor que tiene tres aspectos. El primero es la accin de gracias. Debemos dar gracias a Dios porque nos ha mostrado ejemplos de misericordia, porque nos ha manifestado que quiere salvar a los hombres, porque ha concedido a la Iglesia doctores y otros dones. Y todos estos dones, como son los ms grandes, hacen que deba alabarse y ensalzarse a los santos que usaron de ellos con fidelidad, como alaba Cristo a los buenos negociantes, Mat. 25, 21, 23. 5] El segundo aspecto es la confirmacin de nuestra fe. Cuando vemos que a Pedro se le perdona el haber negado a Cristo, nos sentimos estimulados tambin nosotros a creer con ms ahnco que cuando el pecado crece, sobrepuja la gracia, Rom. 5, 20. El tercer aspecto de este

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honor es la imitacin, primero de la fe, y despus de las otras virtudes de los santos, las cuales cada uno debe seguir de acuerdo con su vocacin. 7] Estos honores verdaderos no los requieren nuestros adversarios. Tan slo disputan acerca de la invocacin, y aunque sta no encierra peligro alguno, es completamente innecesaria. 8] Por otra parte, y tambin lo concedemos, los ngeles oran por nosotros. Porque ah est el testimonio de Zacaras, 1,12, donde un ngel ora diciendo: Oh Jehov de los ejrcitos, hasta cuando no tendrs piedad de Jerusaln? etc. 9] Pero acerca de los santos, concedemos que, as como mientras viven, oran por la Iglesia en general, as tambin oran en los cielos por la Iglesia en general, aunque ningn testimonio hay en la Escritura de muertos que oren, excepto el sueo tomado del Segundo Libro de los Macabeos, 15,14. 10] Pero aun suponiendo que los santos oren por la Iglesia, no se sigue que deban ser invocados. Nuestra Confesin tan slo afirma que la Escritura no ensea la invocacin de los santos, o que debamos pedirles ayuda. Y como no puede aducirse mandamiento, ni promesa, ni ejemplo en las Escrituras sobre la invocacin de los santos, se sigue que la conciencia no puede tener ninguna certeza referente a esta invocacin. Y pues debe hacerse la oracin por la fe, cmo sabremos que Dios aprueba esa invocacin? De dnde sacamos, sin el testimonio de la Escritura, que los santos escuchan las oraciones de cada cual? 11] Algunos conceden simplemente divinidad a los santos, es decir, que creen que los santos perciben los ocultos pensamientos de nuestras mentes. Disputan acerca del conocimiento matutino o vespertino, acaso porque se preguntan si nos oyen por la maana o por la tarde. Inventan cosas, no para honrar a los santos, sino para defender cultos lucrativos. 12] Nada pueden aducir nuestros adversarios contra el argumento de que, no teniendo la invocacin de los santos testimonio alguno en la Palabra de Dios, no es posible afirmar que los santos comprenden nuestra invocacin, y en el caso de que la entiendan, que Dios la apruebe. 13] Por lo cual, nuestros adversarios no debieran obligarnos a creer una cosa tan incierta, porque una oracin sin fe no es oracin. Porque cuando alegan el ejemplo de la Iglesia, es evidente que se trata de una nueva costumbre en la Iglesia, pues las oraciones antiguas, si bien mencionan a los santos, no invocan a los santos, aunque tambin esta nueva invocacin de la Iglesia es distinta de la invocacin individual. 14] Adems, no slo requieren nuestros adversarios la invocacin en el culto de los santos, sino que tambin transfieren a otros los mritos de los santos, y hacen de los santos no slo intercesores sino propiciadores. Y esto no puede tolerarse de ningn modo, porque se confiere a los santos un honor que tan slo pertenece a Cristo. Los hacen mediadores y propiciadores, y aunque distinguen entre mediadores de intercesin y mediadores de redencin, hacen sin embargo claramente de los santos mediadores de redencin. 15] Y tambin dicen, sin el testimonio de la Escritura, que son mediadores de intercesin, lo cual, digmoslo con gran rubor, obscurece el oficio de Cristo, y transfiere a los santos la confianza debida a la misericordia de Cristo. Porque los hombres imaginan as que Cristo es ms severo, y los santos ms fciles de aplacar, y confan ms en la misericordia de los santos que en la de Cristo, y huyendo de Cristo buscan a los santos. As es como hacen de ellos en realidad mediadores de redencin. 16] Por tanto, lo que tenemos que demostrar es que hacen realmente de los santos, no slo intercesores, sino propiciadores, esto es, mediadores de redencin. Y no nos referimos aqu todava a los abusos del vulgo. Hablamos de las opiniones de los doctores. Lo dems, hasta los inexpertos pueden comprenderlo.

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17] Concurren en un propiciador estas dos caractersticas. Primero, es necesario que exista una Palabra de Dios, por la que sepamos con certeza que Dios quiere compadecerse y escuchar a los que le invocan por medio de este propiciador. Y sta es precisamente la promesa que existe acerca de Cristo, Juan, 16, 23: Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dar. Pero acerca de los santos no existe tal promesa. No pueden pues las conciencias estar seguras de que somos escuchados con la invocacin de los santos. Por tanto, esa invocacin no se hace por la fe. 18] Adems, tenemos el mandamiento de invocar a Cristo, segn Mat. 11, 28: Venid a m todos los que estis trabajados, y esto se nos dice tambin a nosotros. Isaas 11,10, dice: Y acontecer en aquel tiempo que la raz de Isai, la cual estar puesta por pendn a los pueblos, ser buscada de las gentes. Y Sal. 25, 12: Implorarn tu favor los ricos del pueblo. Y Sal. 72, 11,15: Todos los reyes se postrarn delante de l, y poco despus, Y orarase por l continuamente. Y en Juan, 5,23, dice Cristo: Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Y Pablo, 2 Tes. 2, 16,17, orando, dice: Y el mismo Seor nuestro Jesucristo, y Dios y Padre nuestro,. . . consuele vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra. Pero de la invocacin de los santos, qu mandamiento, qu ejemplo de las Escrituras pueden aducir nuestros adversarios? 19] La otra caracterstica de un propiciador es que sus mritos se ofrecen para satisfacer por los dems, y son concedidos a los dems por imputacin divina, para que por ellos, como por mritos propios, sean justificados. Como cuando un amigo paga una deuda por otro amigo, el deudor se libra de ella por el mrito ajeno, como si fuera el suyo propio. Del mismo modo, los mritos de Cristo se nos ofrecen para que seamos justificados por nuestra confianza en estos mritos de Cristo, cuando creemos en El, como si tuviramos mritos propios. 20] Y de estas dos caractersticas, a saber, la promesa y la donacin de los mritos, nace nuestra confianza en la misericordia. Esta confianza en la promesa divina y en los mritos de Cristo debe correr pareja con nuestra oracin. Porque debemos estar absolutamente seguros de que por medio de Cristo se nos oye y de que por sus mritos nos reconciliamos con el Padre. 21] Aqu nuestros adversarios nos mandan primero invocar a los santos, no teniendo promesa de Dios ni mandamiento ni ejemplo en la Escritura. Y contribuyen sin embargo a que se tenga mayor confianza en la misericordia de los santos que en la de Cristo, siendo as que Cristo nos orden ir a El, y no a los santos. 22] En segundo lugar, aplican los mritos de los santos, como los mritos de Cristo, a otros hombres, y mandan que se confe en los mritos de los santos como si pudiramos justificarnos por los mritos de los santos, y no nos justificsemos por los mritos de Cristo. Nada inventamos aqu. 23] En las indulgencias, dicen que aplican el mrito de los santos. Y Gabriel, el intrprete del Canon de la Misa, declara, confiado: De acuerdo con la orden establecida por Dios, debemos acogernos a los auxilios de los santos, para que seamos salvos por sus mritos y votos. Estas son palabras de Gabriel. Y, sin embargo, en los libros y sermones de nuestros adversarios se leen por doquier cosas aun ms absurdas. Qu es hacer propiciadores, si esto no lo es? Los santos se igualan por completo a Cristo, si hemos de creer que somos salvos por sus mritos. 24] Dnde ha instituido Dios la orden a que ste se refiere, de que debemos acudir a los auxilios de los santos? Mustrennos un ejemplo o un mandamiento en la Escritura. Acaso les han inspirado esta orden los palacios de los reyes, en donde es menester aprovecharse de amigos intercesores. Pero si un rey nombra a un intercesor determinado, no querr que se le lleven a otros los litigios. Y as, pues Cristo ha sido instituido Intercesor y Pontfice, por qu buscamos a otros? 25] Se usa indistintamente de esta frmula de intercesin: La pasin de nuestro Seor Jesucristo, los mritos de la beatsima Virgen Mara y de todos los santos sean para ti en remisin 143

de pecados. Aqu se pronuncia una absolucin en que, no slo por los mritos de Cristo, sino por los mritos de otros santos, somos reconciliados y justificados. 26] Los nuestros vieron una vez a un doctor en teologa que estaba moribundo. Para confortarle, haban llamado a un fraile telogo, y ste no repeta al enfermo ms que esta splica: Madre de gracia, lbranos del enemigo, recbenos en la hora de la muerte. 27] Aun concediendo que la bienaventurada Virgen Mara ore por la Iglesia, recibe ella acaso a las almas en la muerte, vence acaso a la muerte, nos concede acaso la vida? Aunque es digna de los ms grandes honores, no pretende ser igual a Cristo, sino que desea que nosotros consideremos y sigamos su ejemplo. 28] Pero el asunto mismo nos muestra que en la opinin pblica la bienaventurada Virgen ha suplantado por completo a Cristo. Los hombres la invocan, confan en su misericordia, quieren reconciliarse con Cristo por medio de ella, como si Cristo no fuese un Propiciador, sino tan slo un juez temible y vengativo. 29] Pero nosotros pensamos que no hay que creer que los mritos de los santos pueden aplicrsenos a nosotros, ni que por medio de ellos Dios se aplaca con nosotros, nos justifica o nos salva. Tan slo por los mritos de Cristo conseguimos remisin de pecados, cuando creemos en El. De los otros santos se dice en 1 Cor. 3,8: Cada uno recibir su recompensa segn su labor, es decir, que ellos no pueden concederse mutuamente sus mritos, al modo que los frailes venden los mritos de sus respectivas rdenes. 30] Hilario dice de las vrgenes fatuas: Y como no pueden las fatuas salir al encuentro del esposo con sus lmparas extinguidas, suplican a las prudentes que les presten aceite, y stas les responden que no pueden drselo, no sea que no haya bastante para todas, es decir, que nadie puede ser auxiliado por mritos y obras de otros, porque es necesario que cada uno compre aceite para su propia lmpara. 31] Por tanto, como nuestros adversarios ensean a poner la confianza en la invocacin de los santos, aunque sta no tiene Palabra de Dios ni ejemplo en la Escritura, como aplican a otros hombres los mritos de los santos y transfieren a los santos los mritos de Cristo y un honor que tan slo a Cristo pertenece, no podemos aceptar sus opiniones sobre el culto de los santos ni la costumbre de invocarlos. Porque sabemos que la confianza se ha de poner en la intercesin de Cristo, y que ella sola tiene promesa de Dios. Sabemos que los mritos de solo Cristo son propiciacin por nosotros. Por medio de los mritos de Cristo nos justificamos cuando creemos en El, como dice el texto, Rom. 9,33; cf. 1 Ped. 2,6, Isa. 28,16: Y aquel que creyere en El, no ser avergonzado. No debemos creer que somos justificados por los mritos de la bienaventurada Virgen o de los otros santos. 32] Adese entre los doctos el error de que a cada santo le han sido encomendadas determinadas funciones: Ana proporciona riquezas, Sebastin ahuyenta la peste, Valentn cura la epilepsia, Jorge defiende a los caballeros. Y estas funciones tienen su fuente manifiesta en los ejemplos paganos. Porque entre los romanos se crea del mismo modo que uno enriqueca, Fiebre alejaba la calentura, Castor y Plux protegan a los caballeros, etc. 33] Y aun suponiendo que la invocacin de los santos se explicase con la mayor prudencia, para qu defenderla, siendo un ejemplo muy peligroso, que no tiene mandamiento ni testimonio en la Palabra de Dios? Es ms: ni siquiera tiene el testimonio de los escritores antiguos. 34] Primero, porque, como antes dije, cuando se buscan otros mediadores adems de Cristo, se coloca nuestra confianza en ellos, y queda obscurecido todo el conocimiento de Cristo. Y esto lo demuestra la realidad. Al principio, parece que la mencin de los santos, tal como se encuentra en las antiguas oraciones, se admiti con tolerable propsito. Sigui despus la 144

invocacin, y a la invocacin siguieron abusos prodigiosos y ms que paganos. De la invocacin se pas a las imgenes, y se las adoraba tambin, y se crea que haba en ellas cierta virtud, al modo que los magos suponen que hay virtud en las imgenes de los cuerpos celestes esculpidas en determinadas pocas. Hemos visto en cierto monasterio una estatua de la bienaventurada Virgen, que se mova automticamente por medio de un artificio, para que pareciese que se opona o favoreca a quienes le hacan peticiones. 35] Y aun superan las historias fabulosas de los santos, que se ensean con gran autoridad, a las fbulas maravillosas de las estatuas y pinturas. En el tormento, Brbara pide como recompensa que nadie que la invoque muera sin la Eucarista. Otro recita cada da el salterio completo mantenindose sobre un solo pie. Un prudente varn pint a Cristbal, queriendo significar, por alegora, que necesitan tener gran valor los que llevan a Cristo, es decir, los que ensean o confiesan el Evangelio, pues han de arrostrar grandes peligros. Entonces los frailes estpidos ensearon al pueblo a invocar a Cristbal, como si semejante Polifemo hubiera existido alguna vez. 36] Y aunque los santos han hecho grandes cosas, tiles a la repblica y que encierran ejemplos privados cuyo recuerdo contribuira mucho a confirmar la fe o a imitarlos en la administracin de los negocios pblicos, nadie ha buscado estos ejemplos con diligencia en las historias verdaderas. Y sin embargo, es muy til saber cmo los santos varones han administrado a las repblicas, conocer las calamidades y peligros que han pasado, y cmo estos Varones santos, en circunstancias muy graves, han sido auxilio para los reyes, han enseado el Evangelio y librado combates contra los herejes. Son tiles tambin los ejemplos de misericordia, como cuando vemos que a Pedro se le perdona su negacin, y que se perdona a Cipriano por haber sigo mago, y vemos que Agustn, probado en la enfermedad, declara constantemente la potencia de la fe, afirmando que Dios escucha siempre las oraciones de los creyentes. Hubiera sido til enumerar ejemplos de este gnero, que encierran fe, temor, o buena administracin de la repblica. 37] Pero los histriones, destituidos de ciencia, de fe, y del arte de gobernar las repblicas, han inventado fbulas, a imitacin de los poemas paganos, y tan slo hay en ellas ejemplos supersticiosos sobre determinadas oraciones, determinados ayunos y otras aadiduras que hacen para lucrarse. De esta clase son los milagros inventados sobre los rosarios y otras ceremonias semejantes. Y no hay necesidad de enumerar aqu ejemplos. Porque hay leyendas, como las llaman, y espejos de ejemplos, y rosarios en que se hallan muchas cosas parecidas a las verdaderas narraciones de Luciano. 38] A estas fbulas prodigiosas e impas aplauden los obispos, telogos y frailes, porque les ayudan a ganar el pan cotidiano, pero a nosotros no nos toleran porque no admitimos la invocacin de los santos, y censuramos los abusos en el culto de los santos, para-que el honor y el beneficio de Cristo pueda ser ms apreciado. 39] Y aunque por todas partes los hombres buenos, para corregir estos abusos, imploraban la autoridad de los obispos o la diligencia de los predicadores, nuestros adversarios pasan por alto en su Refutacin estas faltas manifiestas, como si quisieran obligarnos, al aprobar su refutacin, a aprobar abusos aun ms patentes. 40] Con esta misma insidia ha sido escrita la Refutacin, no slo en este asunto, sino en casi todos los dems. En ningn lugar han hecho distincin entre sus abusos manifiestos y sus dogmas. Y, sin embargo, los ms juiciosos de entre ellos confiesan que en la doctrina de los escolsticos y de los canonistas se han introducido muchas creencias falsas, y que muchos abusos se han deslizado adems en la Iglesia a causa de la gran ignorancia y negligencia de sus pastores. 41] Tampoco ha sido Lutero el primero en quejarse de estos abusos pblicos. Muchos 145

hombres doctos y excelentes haban deplorado mucho antes los abusos de la Misa, la confianza en las observancias monsticas, los cultos lucrativos de los santos, la confusin en la doctrina del arrepentimiento aun cuando convena que estuviese muy claramente explicada en la Iglesia. Nosotros mismos hemos odo que telogos excelentes deseaban moderacin en la doctrina escolstica, pues encierra ms materia para controversias que para la piedad. Entre ellos, los ms antiguos estn ms cerca de la Escritura que los ms modernos. Y as, la teologa de stos ha ido degenerando cada vez ms. No ha sido otro el motivo de que al principio muchos hombres buenos empezaran a amar a Lutero, al verlo libertar las mentes de los hombres, sacndolas de esos laberintos y de esas confusas e infinitas controversias que existen entre los telogos escolsticos y canonistas, y al verle ensear cosas tiles a la piedad. 42] No han procedido, pues, de buena fe nuestros adversarios cuando han disimulado los abusos y han querido que asintisemos a la Refutacin. Y si desean el bien de la Iglesia, sobre todo en este y asunto y en esta ocasin, deberan aconsejar a nuestro Excelente emperador a que tome la determinacin de corregir estos abusos, pues nos consta que quiere sanar y establecer slidamente la Iglesia. Pero nuestros adversarios no hacen lo que deben para ayudar a la santsima y honestsima voluntad del Emperador, sino todo cuanto pueden para oprimirnos. 43] Hay muchas seales evidentes de que se cuidan poco del estado de la Iglesia. No se toman la molestia de dar al pueblo un resumen de los dogmas de la Iglesia. Defienden abusos manifiestos con nueva e inaudita crueldad. No toleran en las iglesias a ningn maestro experimentado. Los hombres buenos pueden ver adonde nos lleva todo esto. Pero por este camino no favorecen su autoridad, ni favorecen a la Iglesia. Porque dando muerte a los buenos doctores y oprimiendo la sana doctrina vendrn despus espritus fanticos que no podrn dominar nuestros adversarios, y que perturbarn a la Iglesia con dogmas impos, y aniquilarn toda la disciplina eclesistica que nosotros tenemos tanto empeo en conservar. 44] Por lo cual te pedimos, oh Excelente Emperador Carlos, por la gloria de Cristo, la cual estamos seguros deseas honrar y aumentar, que no te avengas con los violentos propsitos de nuestros adversarios, sino que busques otros caminos honestos para establecer la concordia, de modo que las conciencias piadosas no sean gravadas ni se ejerza crueldad alguna contra hombres inocentes, como hemos visto que se hace desde algn tiempo, ni se oprima en la Iglesia la sana doctrina. Este servicio debes a Dios ante todo: conservar y transmitir a la posteridad la sana doctrina y defender a los que ensean lo recto. Porque Dios lo pide cuando honra a los reyes con su nombre, y los llama dioses, Sal. 82,6: Yo dije: Vosotros sois dioses, para que procuren conservar y transmitir en la tierra las cosas divinas, esto es, el Evangelio de Cristo, y defiendan, como vicarios de Dios, la vida y la salud de los inocentes.

Art. XXII. (X.) De Las Dos Especies En La Cena Del Seor.


1] No puede dudarse de que sea piadoso y conforme con la institucin de Cristo y las palabras de Pablo usar de una y otra especie en la Cena del Seor. Porque Cristo instituy ambas especies, y las instituy, no para una parte de la Iglesia, sino para toda la Iglesia. Porque, no slo los presbteros, sino toda la Iglesia usa del Sacramento por autoridad de Cristo, y no por autoridad humana, y suponemos que esto lo reconocen nuestros adversarios. 2] Ahora bien, si Cristo instituy el Sacramento para toda la Iglesia, por qu se le priva de una especie a parte de la Iglesia? Por qu se le prohbe el uso de una especie? Por qu se cambia la ordenanza de Cristo, si se tiene sobre todo en cuenta que El la llama Su testamento? Si 146

no es lcito rescindir el testamento de un hombre, mucho menos lo ser rescindir el testamento de Cristo. 3] Y Pablo dice, 1 Cor. II, 23 sg., que l recibi del Seor lo que tambin nos ha enseado. Pero haba enseado el uso de ambas especies, como claramente muestra el texto, 1 Cor. 11: Haced esto, dice primero refirindose al cuerpo, y despus repite las mismas palabras refirindose a la copa. Y a continuacin: Prubese cada uno a s mismo, y coma as de aquel pan, y beba de aquella copa. Estas son las palabras del que ha instituido el Sacramento. Y en verdad dice antes que los que se acercan a la Cena del Seor deben usar de ambas especies. 4] Por tanto, es evidente que el Sacramento fue instituido para toda la Iglesia. Y este uso perdura todava en las iglesias Griegas y durante algn tiempo existi tambin en las iglesias Latinas, como Cipriano y Jernimo lo atestiguan. Porque Jernimo dice as en su comentario sobre Sofonas: Los sacerdotes que administran la Eucarista, y distribuyen la sangre del Seor a su pueblo, etc. Lo mismo declara el Concilio Toledano. Y no sera difcil reunir gran nmero de testimonios. 5] Aqu nada exageramos; tan slo dejamos al prudente lector que determine lo que se ha de creer acerca de la ordenanza divina. 6] Nuestros adversarios no tratan de confortar a la porcin de la Iglesia que han privado de una especie del Sacramento. Esto habra sido propio de varones buenos y religiosos. Porque debiera haberse buscado una razn slida para confortar a la Iglesia, y explicar a las conciencias el motivo por el cual no pueden recibir sino parte del Sacramento. Ahora declaran que est bien prohibida la otra parte, y no quieren conceder el uso de ambas especies. 7] Primero inventan que en los comienzos de la Iglesia hubo costumbre en algunos lugares de administrar slo una parte. Pero no pueden aducir ningn ejemplo antiguo para confirmar su aserto. Y, sin embargo, alegan pasajes en los que se hace mencin del pan, como Luc. 24,35, donde est escrito que Cristo haba sido reconocido por los discpulos al partir el pan. Citan tambin otros pasajes, Hech. 2, 42, 46, acerca de la fraccin del pan. Pero aunque no nos oponemos mucho a que se refieran estos pasajes del Sacramento, no se sigue de ello que tan slo una especie se distribuyera, porque cuando se nombra una parte se infiere tambin la otra, segn la manera corriente de expresarse. 8] Refirindose asimismo a la comunin de los laicos, aaden que no se usaba en ella tan slo de una especie, sino de ambas; y que si alguna vez se mandaba a los sacerdotes usar de la comunin de los laicos, quera decir que haban sido destituidos del ministerio de la consagracin. Esto lo saben nuestros adversarios, pero abusan de la ignorancia de los inexpertos, quienes al or hablar de la comunin de los laicos, piensan en la costumbre de nuestro tiempo, en que se da a los laicos tan slo parte del Sacramento. 9] Y ved qu impudencia! Entre los motivos por los cuales se ofrecen ambas especies, Gabriel cita el de que haba que establecer una diferencia entre los laicos y los presbteros. Y es de creer que sea sta la causa principal de la prohibicin de una especie, esto es, para ensalzar mucho ms la dignidad del orden con un rito religioso. Declaramos, por no decirlo con mayor severidad, que se trata de un propsito humano, y fcilmente se ve hasta dnde puede llegar. 10] En la Refutacin se refieren tambin a los hijos de Eli, los cuales, despus de perdido el sumo sacerdocio, pedan que les concedieran algn ministerio, 1 Sam. 2,36. Dicen que aqu estaba representado el uso de especie. Y aaden: As pues, nuestros laicos deben contentarse con una parte sacerdotal, con una especie. Pero nuestros adversarios estn usando de una treta cuando relacionan con el Sacramento la historia de los descendientes de Eli. En el pasaje se describe el castigo de Eli. Por qu no dice tambin que a los laicos se les priva de castigo de la otra parte del Sacramento? El Sacramento ha sido instituido para consolar y animar a las conciencias 147

atemorizadas, cuando creen que la carne de Cristo, entregada para la vida del mundo, es comida, y cuando creen que unidos a Cristo son vivificados. Pero nuestros adversarios arguyen que a los laicos se les aparte de una especie de castigo. Deben, nos dicen, estar contentos. 11] Razn digna de un dspota. Y por qu han de estar contentos? No hay que preguntar la razn, sino acatar la ley, como todo cuanto dicen los telogos. Estas son heces de Eck. Reconocemos, en efecto, estas palabras vanidosas, y si quisiramos criticarlas no nos faltaran argumentos. Veis, pues, la impudencia. Manda como un tirano en las tragedias: Quiranlo o no, deben estar contentos. 12] Acaso estas razones que cita excusarn en el juicio de Dios a quienes prohben parte del. Sacramento y se ensean contra los hombres buenos que usan del Sacramento ntegro? 13] Si lo prohben para que haya una seal distintiva del orden, esta misma razn debe impulsarnos a no estar conformes con nuestros adversarios, aunque estuvisemos dispuestos por otros motivos a conservar su costumbre. Hay otras diferencias en el orden de los sacerdotes y el pueblo, pero no es difcil adivinar el propsito que tienen para defender con tanto empeo esta distincin. Sin embargo, para que no parezca que menoscabamos la verdadera dignidad del orden, no diremos mucho acerca de este astuto propsito. 14] Alegan tambin el peligro del derramamiento y otras cosas semejantes que no tienen tanta fuerza como para cambiar la ordenanza de Cristo. 15] Supongamos que seamos de verdad libres de usar de una o de ambas especies, cmo puede defenderse la prohibicin? Pero la Iglesia no se toma la libertad de hacer de las ordenanzas de Cristo materias indiferentes. 16] Nosotros en verdad consolamos a la Iglesia que ha sufrido el agravio de no poder recibir ambas especies, pero no a los autores que pretenden que el uso del Sacramento ntegro est bien prohibido, y que no slo lo prohben ahora, sino que excomulgan y persiguen con violencia a quienes usan del Sacramento. Ellos vern cmo dan a Dios cuenta de sus propsitos. 17] Y no se ha de pensar inmediatamente que la Iglesia establece o aprueba todo lo que establecen y aprueban los Pontfices, sobre todo cuando la Escritura profetiza sobre obispos y pastores en el sentido de Ezequiel, 7, 26, diciendo: la ley perecer del sacerdote.

Art. XXIII. (XI) Del Matrimonio De Los Sacerdotes.


1] A pesar de la gran infamia de su mancillado celibato, se atreven nuestros adversarios, no slo a defender la ley pontificia con el impo y falso pretexto del nombre divino, sino tambin a aconsejar al Csar y a los Prncipes, para ignomia del Imperio Romano, que no toleren el matrimonio de los sacerdotes. Porque as es como hablan. 2] Qu desvergenza mayor que la de nuestros adversarios se ha ledo jams en la historia? Despus analizaremos los argumentos que emplean. Considere ahora el lector la desfachatez de estos hombres que de nada sirven, que dicen que el matrimonio origina infamia e ignominia en el gobierno, como si a la verdad honrara mucho a la Iglesia esta pblica impudencia de vergonzosas liviandades que relucen entre unos padres santos que se fingen unos Curios y viven en continuas bacanales. Y no puede decirse con pudor mucho de lo que hacen. 3] Y quieren que defiendas, oh Csar Carlos, con tu santsima diestra, stas sus impurezas, t a quien antiguos vaticinios llaman rey de pdica faz, segn el proverbio que a ti se refiere, diciendo: El pdico de rostro reinar en todas partes [Orculos sibilinos]. Piden, contra la ley divina, contra el derecho de gentes, contra los Cnones de los Concilios, que disuelvas los 148

matrimonios, ordenes suplicios atroces contra hombres inocentes tan slo por causa del matrimonio, mandes matar a sacerdotes a los que aun los brbaros perdonan con reverencia, enves al destierro a mujeres atemorizadas, y conviertas a los nios en hurfanos. Estas son las leyes que te proponen, ptimo y castsimo Emperador, t que no puedes aceptar ninguna barbarie por inhumana y fiera que sea. 4] Pero como no entra en tus costumbres fealdad ni crueldad ninguna, esperamos que en este pleito tengas clemencia con nosotros, sobre todo cuando sepas que tenemos gravsimas razones para confirmar nuestro sentir sacadas de la Palabra de Dios, a la que nuestros adversarios oponen estpidos y vanos argumentos. 5] Y con todo eso no defienden seriamente el celibato. Porque no ignoran cuntos quebrantan la castidad, y disimulan una especie de apariencia religiosa para seguir dominando y piensen las gentes que el celibato es til, pero tambin que comprendamos cuan rectamente nos advirti Pedro, 2 Ep. 2,1, que habra falsos profetas que introduciran encubiertamente herejas de perdicin. Porque, en toda esta cuestin, nada dicen con verdad, sencillez y candidez, ni escriben ni hacen nada nuestros adversarios, sino que en realidad pelean para seguir dominando, pues creen ver peligrar su poder y se empean en defenderlo con impo pretexto de piedad. 6] Nosotros no podemos aprobar esta ley del celibato, que defienden nuestros adversarios, porque est en pugna con la ley divina y humana, y se aparta de los mismos Cnones de los Concilios. Consta que es supersticiosa y llena de peligro. Ocasiona escndalos infinitos, pecados y corrupcin en las pblicas costumbres. Otras controversias nuestras necesitan de la discusin entre doctores: en sta, el asunto es tan claro para uno y otro bando, que no requiere discusin alguna. Tan slo requiere un juez que sea un hombre bueno y que tenga temor de Dios. Y aunque defendemos una verdad tan manifiesta, nuestros adversarios han inventado calumnias para falsear nuestros argumentos. 7] Primero, el texto del Gen. 1, 28, ensea que los hombres han sido creados para ser fecundos, y que de una manera natural, el sexo atrae al sexo contrario. Porque hablamos, no de la concupiscencia, que es pecado, sino del apetito que haba de existir en la naturaleza ntegra, y que llaman amor fsico. Y este amor de un sexo a otro es verdaderamente una ordenanza divina, pero como esta ordenanza de Dios no puede anularse sin una obra sobrenatural del mismo Dios, sguese que el derecho de contraer matrimonio no puede quebrantarse con estatutos ni votos. 8] Estas razones las falsean nuestros adversarios, diciendo que al principio existi esta ordenanza para que la tierra se poblase, pero que ahora, llena ya la tierra, no se requiere el matrimonio. Ved con qu sabidura juzgan! La naturaleza del hombre fue creada por la Palabra de Dios para que fuese fecunda, no slo al principio de la creacin, sino mientras perdure la naturaleza de nuestro cuerpo; de la misma manera que la tierra se hace fecunda con esta palabra, Gen. 1, 11: Produzca la tierra hierba verde. Por esta ordenanza, no slo al principio comenz la tierra a producir plantas, sino que mientras exista esta misma naturaleza, todos los aos se vestir la tierra con los campos. Por tanto, as como la naturaleza de la tierra no puede cambiarse con leyes humanas, tampoco con votos ni con una ley humana puede cambiarse la naturaleza del hombre sin una intervencin extraordinaria de Dios. 9] Segundo. Como esta creacin u ordenanza divina es en el hombre de derecho natural, sabia y rectamente han dicho los jurisconsultos que la unin del varn y de la hembra es de derecho natural. Y pues el derecho natural es inmutable, tiene que perdurar siempre el derecho de contraer matrimonio. Porque cuando la naturaleza no cambia, tiene que perdurar necesariamente la ordenanza que Dios puso en la naturaleza, y no puede anularse con leyes humanas. 10] Es, pues, ridculo lo que dicen neciamente nuestros adversarios, de que al principio fue ordenado el matrimonio y que ahora ya no lo es. Como si dijeran: los hombres traan antes al 149

nacer consigo el sexo, pero ahora ya no lo traen. Antes traan consigo el derecho natural, pero ahora ya no lo traen. Ningn artesano pudo pensar cosa ms artificiosa que estas inepcias, inventadas para eludir el derecho natural. 11] Quede, pues, bien claro esto en nuestra discusin: la Escritura ensea y el jurista sabiamente dice que la unin del varn y de la hembra es de derecho natural. 12] Adems, el derecho natural es ciertamente divino, porque es una ordenanza divina incluida en la naturaleza. Y como este derecho no puede cambiarse sin una intervencin extraordinaria de Dios, ha de perdurar necesariamente el derecho de contraer matrimonio, porque el apetito natural es ordenanza de Dios en la atraccin del sexo por el sexo. Si as no fuera, por qu fueron creados ambos sexos? 13] Hablamos, como se ha dicho anteriormente, no de la concupiscencia, que es pecado, sino del apetito natural, que llaman amor fsico, que la concupiscencia no ha anulado en la naturaleza. Pero la concupiscencia lo enciende de tal manera, que ahora necesita ms del remedio, y as, el matrimonio no slo es necesario para la procreacin, sino que es tambin remedio contra el pecado. Estas cosas son tan claras y estn tan firmemente establecidas que no pueden quebrantarse de ninguna manera. 14] Tercero. Pablo dice, 1 Cor. 7, 2: Mas a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer. Esto ya es un mandato expreso para cuantos no son aptos para el celibato. 15] Nuestros adversarios exigen que se les muestre un precepto que ordene a los sacerdotes casarse, como si los sacerdotes no fuesen hombres. Nosotros pensamos que lo que estamos discutiendo acerca de la naturaleza de los hombres en general se refiere tambin a los sacerdotes. 16] Acaso no manda aqu Pablo que se casen quienes no tienen don de continencia? Porque Pablo se interpreta a s mismo, poco despus, en el versculo 9, cuando dice: Mejor es casarse que quemarse. Y Cristo dice claramente, Mat. 19, 11: No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado. Porque desde que el hombre ha pecado, van juntos la concupiscencia y el apetito natural, de modo que el matrimonio es ms necesario ahora que cuando la naturaleza estaba todava libre de pecado, y por eso Pablo habla del matrimonio como de un remedio y recomienda el matrimonio para no quemarse. Y esta expresin: Mejor es casarse que quemarse no puede anularla autoridad humana alguna, porque nada de esto quebranta la naturaleza o la concupiscencia. 17] Por tanto, tienen derecho a casarse cuantos pueden quemarse. El mandamiento de Pablo se refiere a cuantos sea verdaderamente imposible guardar continencia: Mas a causa de. las fornicaciones, cada uno tenga su mujer, asunto del que toca juzgar a la conciencia de cada uno. 18] Quienes as nos mandan aqu pedir a Dios la continencia y fatigar el cuerpo con el trabajo y las abstinencias, por qu no cantan para s mismos estos magnficos preceptos? Pero, como ya hemos dicho, nuestros adversarios tan slo bromean: no hacen nada con seriedad. 19] Si la continencia fuese posible a todos, no requerira un don especial. Pero Cristo nos ensea que necesita un don especial, y que por eso no la tienen todos. Dios quiere que los dems sigan la ley comn de la naturaleza, que El mismo ha establecido. Porque Dios no quiere que se desprecien sus ordenanzas ni sus creaciones. Y as, desea que los hombres sean castos, y que usen del remedio propuesto por ordenanza divina, del mismo modo que desea que conservemos nuestro cuerpo y nuestra vida, usando de la comida y de la bebida. 20] Gerson dice que ha habido muchos hombres buenos que se empearon en domar el cuerpo, y que sin embargo muy pocos lo han conseguido. Por eso dice bien Ambrosio: La virginidad puede aconsejarse, pero no imponerse: es ms cuestin de deseo que de precepto.

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21] Si alguno objeta que Cristo alaba a quienes se hicieron a s mismos eunucos por causa del reino de los cielos, Mat. 19, 12, considere el tal tambin que Cristo alaba a quienes tienen el don de continencia, y que por eso aade: el que pueda ser capaz de eso, salo. 22] No agrada, en efecto, a Cristo la continencia inmunda. Tambin nosotros alabamos la verdadera continencia. Pero ahora estamos tratando de la ley y de quienes no tienen don de continencia. Este asunto debiera dejarse libre, y no poner trabas a los dbiles por medio de esta ley. 23] Cuarto. La ley pontificia se aparta tambin de los Cnones de los Concilios. Porque los antiguos Cnones no prohben el matrimonio, ni disuelven los matrimonios contrados, aunque apartan del ministerio a quienes lo contraen estando en el ministerio. Y en aquellos tiempos, esta medida era ms bien un favor. Pero los Cnones nuevos, que no han sido establecidos en los Concilios, sino por privada determinacin de los Pontfices, a la vez prohben contraer matrimonio y disuelven los ya contrados, y esto es proceder abiertamente contra el mandamiento de Cristo, Mat. 19, 6: Lo que Dios junt, no lo aparte el hombre. 24] Nuestros adversarios vociferan en la Refutacin diciendo que el celibato fue preceptuado por los Concilios. Nosotros no acusamos los decretos de los Concilios, porque stos permiten el matrimonio en ciertas circunstancias, pero acusamos las leyes que han establecido los Romanos Pontfices desde los Concilios antiguos, y en contra de la autoridad de estos Concilios. De modo que los Pontfices desprecian la autoridad de los Concilios, pero desean que los dems la tengan por sacrosanta. 25] Esta ley del celibato perpetuo es pues propia del nuevo despotismo pontificio. Y no sin razn. Daniel, 11, 37, atribuye esta seal, es decir, el desprecio de las mujeres, al reino del Anticristo. 26] Quinto. Aunque nuestros adversarios no defienden la ley por supersticin, como ven que no suele observarse, siembran so pretexto de religin opiniones supersticiosas. Declaran que exigen el celibato porque es pureza, como si el matrimonio fuera inmundicia o pecado, o como si el celibato mereciese ms consideracin que el matrimonio. 27] Y aqu alegan las ceremonias de la ley mosaica, diciendo que, pues en la ley los sacerdotes se separaban de sus esposas en el tiempo del ministerio, as tambin, pues el sacerdote debe orar siempre, debe siempre ser continente. Esta comparacin inepta se alega como prueba que obliga a los sacerdotes al celibato perpetuo, siendo as que en esta comparacin se supone el matrimonio y que tan slo se prohbe al tiempo de ejercer el ministerio. Adems, una cosa es orar, y otra ministrar. Los santos oraban tambin cuando no ejercan pblico ministerio, y la relacin conyugal no les impeda orar. 28] Pero responderemos por orden a estas ficciones. En primer lugar, nuestros adversarios tienen que reconocer por fuerza que el matrimonio es limpio en los creyentes, porque es santificado por la Palabra de Dios, esto es, lcito y aprobado por la Palabra de Dios, como abundantemente lo atestigua la Escritura. 29] Porque Cristo llama al matrimonio unin divina al decir, Mat. 19, 6: Lo que Dios junt. 30] Y en 1 Tim. 4, 5, Pablo dice del matrimonio, las comidas y otras cosas semejantes: Porque por la palabra de Dios y por la oracin es santificado, esto es, por la Palabra por la que la conciencia tiene la seguridad de que Dios aprueba; y por la oracin, es decir, por la fe, que con la accin de gracias lo usa como don de Dios. 31] Adems, 1 Cor. 7, 14: El marido infiel es santificado en la mujer, etc., esto es, el uso conyugal es lcito y santo por causa de la fe en Cristo, como es lcito usar de la comida, etc.

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32] Tambin, 1 Tim. 2,15: Empero se salvar la mujer engendrando hijos, etc. Si nuestros adversarios pudiesen presentar un pasaje semejante acerca del celibato, conseguiran en verdad un triunfo maravilloso. Pablo dice que la mujer se salva engendrando hijos. Qu poda decirse de ms honroso contra la hipocresa del celibato, que el que la mujer se salva por las mismas obras conyugales, por el uso del matrimonio, por dar a luz y por los dems deberes conyugales? Qu quiere pues decir Pablo? Observe el lector que se aade la fe, y que no se alaban estos deberes si no hay fe: si permanecieren, dice, en la fe. Habla, en efecto, de todas las madres en general. Y as, requiere sobre todo la fe, por la cual la mujer consigue remisin de pecados y justificacin. Despus agrega la obra de su determinada vocacin. Y esta obra agrada a Dios por causa de la fe. Y as, los deberes de la mujer agradan a Dios, por causa de la fe, y se salva la mujer fiel que sirve piadosamente en estos deberes de su vocacin. 33] Estos testimonios ensean que el matrimonio es lcito. Y si la pureza significa lo que delante de Dios es limpio y probado, los matrimonios son puros, porque son aprobados por la Palabra de Dios. 34] Pablo dice acerca de las cosas lcitas, Tit. 1,15: Todas las cosas son limpias a los limpios, esto es, a aquellos que creen en Cristo y son justificados por la fe. Por tanto, as como la virginidad en los impos es inmunda, as tambin el matrimonio en los piadosos es puro, por la Palabra de Dios y por la fe. 35] Otros. Si la pureza se contrapone propiamente a la concupiscencia, significa limpieza de corazn, es decir, concupiscencia mortificada, porque la ley no prohbe el matrimonio, sino la concupiscencia, el adulterio, la prostitucin. Por tanto, el celibato no es pureza. Porque puede haber mayor pureza en un casado, como en Abraham y Jacob, que en muchos que son verdaderamente continentes. 36] Finalmente. Si entienden que el celibato es pureza porque consigue justificacin mejor que el matrimonio, nos oponemos en absoluto a esa opinin, porque somos justificados, no por la virginidad o el matrimonio, sino gratuitamente, por medio de Cristo, cuando creemos que tenemos a Dios propicio por medio de Cristo. 37] Aqu exclamarn tal vez que equiparamos el matrimonio con la virginidad, segn la idea de Joviniano. Pero no abandonaremos por esos clamores la verdad de la justicia de la fe que antes hemos explicado. 38] Y tampoco equiparamos el matrimonio con la virginidad. Porque as como un don aventaja a otro don, la profeca aventaja a la elocuencia, la ciencia de la estrategia aventaja a la agricultura y la elocuencia aventaja a la arquitectura, as tambin la virginidad es un don ms excelente que el matrimonio. 39] Sin embargo, as como el orador no es ms justo delante de Dios por la elocuencia que el arquitecto por la arquitectura, tampoco merece una persona virgen la justificacin por su virginidad ms que el cnyuge por sus deberes y oficios conyugales, sino que cada uno en su propio don debe servir con fidelidad y sentir que por la fe, por medio de Cristo, consigue remisin de pecados, y por la fe se justifica delante de Dios. 40] Ni Cristo ni Pablo ensalzan la virginidad porque justifica, sino porque es ms expedita y se distrae menos con las ocupaciones domsticas cuando se ora, ensea y sirve a Dios. Por eso dice Pablo, 1 Cor. 7,32: El soltero tiene cuidado de las cosas que son del Seor. A la virginidad se la ensalza pues por causa de la meditacin y del estudio. Y as, Cristo no alaba simplemente a quienes se hicieron a s mismos eunucos, sino que aade, por causa del reino de los cielos, esto es, porque se encuentran ms libres para aprender y ensear el Evangelio. No dice que la virginidad consigue remisin de pecados o salvacin.

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41] A los ejemplos que nos citan de los sacerdotes levticos, hemos respondido que no constituyen prueba de la que se pueda deducir que sea necesario imponer a los sacerdotes celibato perpetuo. Adems, no deben transferirse a nosotros las impurezas levticas. Las relaciones que se mantenan en contra de la ley eran entonces impurezas. Pero ahora no lo son, porque Pablo dice, Tit. 1,15: Tedas las cosas son limpias a los limpios. El Evangelio nos libra por tanto de las impurezas levticas. 42] Y si alguno defiende el celibato con el propsito de gravar las conciencias con esas observancias levticas, debemos oponernos a l como los apstoles, Hech. 15, 10 sg., se opusieron a quienes exigan la circuncisin y se empeaban en imponer a los cristianos la ley de Moiss. 43] Sin embargo, los buenos sabrn moderar el uso del matrimonio, sobre todo si desempean cargos pblicos, porque stos preocupan tanto a veces a los hombres buenos, que alejan de sus nimos todo pensamiento domstico. Los buenos saben que Pablo, 1 Tes. 4, 4, manda tener su vaso en santificacin y honor. Y saben tambin que a veces hay que separarse para consagrarse a la oracin, aunque Pablo no infiere que esto ha de ser continuo, 1 Cor. 7, 5. 44] Porque esa continencia es fcil para los que son buenos y estn ocupados. Pero la gran caterva de sacerdotes ociosos que se encuentra en las rdenes, no puede observar, en semejantes delicias, ni siquiera la continencia levtica, como la realidad lo demuestra. Conocido es el refrn: El nio acostumbrado a la desidia odia a los que trabajan. 45] Muchos herejes, entendiendo mal la ley de Moiss, han tratado con injuria el matrimonio a la par que han admirado mucho el celibato. Y Epifanio se queja de que, con esta admiracin, los Encratitas captaron las mentes de los inexpertos. Se abstenan del vino, aun en la Cena del Seor, y se abstenan de la carne de todos los animales, en lo que superaban a los hermanos dominicos, que se alimentan de pescado. Se abstenan tambin del matrimonio, y esto fue lo que despert general admiracin. Crean que estas obras y estos ritos conseguan mejor la gracia que el uso del vino y de la carne y que el matrimonio, tenido por impuro y poco agradable a Dios, aun cuando no lo condenan del todo. 46] Pablo a los Colosenses, 2, 18, discrepa inmensamente de estas formas anglicas de adoracin. Debilitan el conocimiento de Cristo cuando los hombres creen que son puros y justos por medio de semejante hipocresa, y debilitan tambin el conocimiento de los dones y preceptos de Dios. Porque Dios quiere que usemos piadosamente de sus dones. 47] Y nosotros podemos recordar ejemplos que muestran cmo han sido grandemente perturbadas algunas conciencias piadosas a causa del legitimo uso del matrimonio. Este dao habla nacido en las opiniones de los frailes, que alaban supersticiosamente el celibato. 48] Y no es que vituperemos la templanza o la continencia, sino que como antes hemos dicho, pensarnos que son necesarios los ejercicios y mortificaciones del cuerpo. Pero negamos que deba ponerse la confianza de la justificacin en esas observancias. 49] Epifanio dice con elegancia que esas observancias son buenas para domar el cuerpo o en aras de la moral pblica, del mismo modo que ciertos ritos se han establecido para aviso de los inexpertos, y no porque sean ritos que justifican. 50] Pero nuestros adversarios no exigen el celibato por supersticin, pues saben que la castidad no suele guardarse. Inventan opiniones supersticiosas para engaar a los inexpertos. Por tanto, son ms dignos de reprobacin que los Encratitas, que erraban porque crean ser ms religiosos. Pero estos sardanpalos abusan deliberadamente del pretexto de la religin. 51] Sexto. Aun cuando hay tantas razones para no aprobar la ley del celibato perpetuo, se aaden adems peligros para las almas y escndalos pblicos que debieran amedrentar a los

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hombres buenos aunque no se tratase de una ley injusta, y convencerles de que no pueden aprobar una carga que ha perdido a innumerables almas. 52] Durante mucho tiempo, todos los hombres buenos se han quejado de esta carga, ya por motivos propios o por motivos ajenos, pues vean peligrar a otras personas, pero estas quejas no las escucha ningn pontfice. Y no es difcil imaginar lo daosa que es esta ley, cuan peligrosa para las costumbres pblicas, y los vicios y licencias vergonzosas que ha originado. Se conservan antiguas stiras romanas. En ellas todava lee y reconoce Roma sus propias costumbres. 53] As venga Dios el desprecio de su don y de su ordenanza en quienes prohben el matrimonio. Si ha habido costumbre de cambiar leyes cuando lo aconsejaba una evidente utilidad, por qu no se hace lo mismo con esta ley ya que concurren tantas razones de peso, sobre todo en estos ltimos tiempos, por las cuales debiera cambiarse? La naturaleza envejece y se debilita paulatinamente, los vicios aumentan, y por eso debieran emplearse ms los remedios que Dios nos ha dado. 54] Vemos que Dios condena el vicio ya antes del diluvio y que lo censura antes del incendio de las cinco ciudades. Vicios semejantes precedieron a la ruina de otras muchas ciudades, como Sbaris y Roma. En ellas se nos muestra una imagen de los tiempos que anunciarn el fin del mundo. 55] Convendra por eso, sobre todo en nuestros tiempos, defender el matrimonio con leyes y ejemplos seversimos, e invitar a los hombres a que se casen. Esto toca a los magistrados, que deben defender la disciplina pblica. Mientras tanto, los doctores del Evangelio deben hacer estas dos cosas: aconsejar el matrimonio a los incontinentes, y exhortar a los dems a que no desprecien el don de continencia. 56] Los Pontfices conceden dispensas todos los das, cambian todos los das leyes buensimas, y tan slo se mantienen inexorables en esta ley del celibato, cuando consta con toda seguridad que esta ley es de derecho humano. 57] Y ahora exacerban esta ley de muchas maneras. El Canon ordena suspender a los sacerdotes que pecan: estos intrpretes, poco amistosos, los suspenden, no del oficio, sino de los rboles. Matan cruelmente a muchos hombres buenos, tan slo por causa del matrimonio. 58] Y estos mismos parricidios muestran que esta ley es doctrina de demonios. Porque siendo el diablo homicida, defiende su ley con estos parricidas. 59] Sabemos que hay agravio en un cisma, y se piensa que nos hemos separado de los obispos establecidos segn la ley eclesistica. Pero nuestras conciencias estn segursimas, porque sabemos que por mucho inters que tengamos en restablecer la concordia, no podemos dar gusto a nuestros adversarios sin rechazar la verdad manifiesta, y ponernos despus de acuerdo con estos hombres defendiendo esta ley injusta, disolviendo matrimonios contrados, matando a los sacerdotes que no se someten y enviando al destierro a mujeres miserables y nios hurfanos. Pero como es seguro que esta situacin no es del agrado de Dios, no nos arrepentimos de no mantener alianza con la caterva de parricidas que hay entre nuestros adversarios. 60] Hemos expuesto las razones por las cuales no podemos, en buena conciencia, estar conformes con nuestros adversarios, pues defienden la ley pontificia del celibato perpetuo, que pugna con el derecho natural, se aparta de los mismos Cnones, es supersticiosa y llena de peligro, y finalmente es toda ella invencin forjada por los hombres. Porque esta ley no se impone por motivos religiosos, sino con objeto de dominar, y a esto ltimo se le mezcla impamente la religin. 61] Y nada puede aducirse por hombres sanos contra estas, nuestras solidsimas razones. El Evangelio permite el matrimonio a quienes lo necesitan. No obliga al matrimonio a quienes desean ser continentes, siempre que en verdad practiquen continencia. Y pensamos que esta 154

libertad debe concederse tambin a los sacerdotes, pues no queremos que a nadie se le obligue por la fuerza al celibato, ni que se disuelvan los matrimonios contrados. 62] Hemos insistido tambin incidentalmente, al enumerar nuestros argumentos en cmo los falsifican ac y acull nuestros adversarios con sus sofismas, y hemos deshecho sus calumnias. Ahora recordaremos muy brevemente las graves razones con las cuales defienden esta ley. 63] Primero, dicen que ha sido revelada por Dios. Ved la extrema impudencia de estos charlatanes. Se atreven a afirmar que la ley del celibato perpetuo ha sido revelada por Dios, siendo as que se opone a los testimonios manifiestos de la Escritura, que ordena que cada uno tenga su mujer a causa de las fornicaciones, 1 Cor. 7, 2, y que prohbe asimismo disolver el matrimonio, cf. Mat. 5, 32; 19, 6; 1 Cor. 7, 27. Pablo nos revela qu clase de autor habra de tener esta ley cuando la llama doctrina de demonios, 1 Tim. 4, 1. Los frutos sealan al autor: las torpezas monstruosas y los parricidios que se cometen ahora al amparo de semejante ley. 64] El segundo argumento de nuestros adversarios es el de que los sacerdotes deben ser limpios, segn Isaas, 52, 11: Limpiaos los que llevis los vasos de Jehov. Y en torno a este pasaje nos citan muchas cosas. Hemos rebatido ya, por engaoso, este argumento que nos oponen. Porque hemos dicho que la virginidad sin la fe no es limpieza delante de Dios, y que el matrimonio con la fe es limpio, segn Tit. 1,15: Todas las cosas son limpias a los limpios. Tambin hemos dicho que la pureza exterior y las ceremonias de la ley no deben transferirse a este asunto, porque el Evangelio requiere limpieza de corazn, pero no requiere las ceremonias de la ley. Y puede ocurrir que el corazn de un marido como Abraham y Jacob, que fueron polgamos, sea ms limpio y arda menos en deseos lascivos que el de muchas vrgenes que sean verdaderamente continentes. Las palabras de Isaas: Limpiaos los que llevis los vasos de Jehov, deben relacionarse con la limpieza de corazn y con todo el arrepentimiento. 65] Por otra parte, los santos sabrn, en el ejercicio del matrimonio, cundo han de moderar su uso, y como dice Pablo, 1 Tes. 4,4, tener su vaso en santificacin y honor. 66] Por ltimo, siendo limpio el matrimonio, con razn se aconseja que se casen a quienes no guardan continencia en el celibato, para que sean limpios. As pues, la misma ley: Limpiaos los que llevis los vasos de Jehov manda que los clibes inmundos se conviertan en cnyuges limpios. 67] El tercer argumento es horrible, pues afirma que el matrimonio de los sacerdotes es la hereja de Joviniano. Magnficas palabras! El que el matrimonio sea hereja es un crimen nuevo. En la poca de Joviniano el mundo no conoca todava la ley del celibato perpetuo. Es pues mentira desvergonzada afirmar que el matrimonio de los sacerdotes es la hereja de Joviniano, o que este matrimonio fuese entonces condenado por la Iglesia. 68] En pasajes como ste es donde se descubren los propsitos que tenan nuestros adversarios al escribir la Refutacin. Pensaron que fcilmente se atraeran a los inexpertos hacindoles escuchar con frecuencia el reproche de hereja, y fingiendo que nuestra causa haba sido derribada y condenada por muchas decisiones anteriores de la Iglesia. Por eso alegan tantas veces con falsedad el dictamen de la Iglesia. Y como lo saben, no han querido ensearnos un ejemplar de su obra, para que no pudisemos rebatir su vanidad y sus calumnias. 69] Pero ya hemos dado nuestro parecer sobre el caso de Joviniano, y sobre la comparacin entre la virginidad y el matrimonio, porque no equiparamos la virginidad al matrimonio, aunque ni la virginidad ni el matrimonio consiguen la justificacin delante de Dios. 70] Con tan vanos argumentos defienden una ley impa y perniciosa para las buenas costumbres. Con razones semejantes confirman el nimo de los Pontfices contra el juicio de Dios, en el cual Dios mismo les dar cuenta, por haber anulado el matrimonio, por haber 155

martirizado y por haber matado sacerdotes. No dudis, pues, de que as como la sangre de Abel clamaba, Gen. 4, 10, as tambin clama la sangre de muchos hombres buenos a quienes injustamente se ha tratado con crueldad. Pero Dios vengar esta saa, y entonces veris lo vanas que son las razones de nuestros adversarios, y que en el juicio de Dios ninguna calumnia contra la Palabra de Dios ha de quedar en pie, como lo dice Isaas, 40, 6: Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. 71] Pase lo que pase, nuestros prncipes podrn consolarse pensando que estos nuestros consejos son rectos, porque aun suponiendo que hubiesen hecho algo malo los sacerdotes al contraer matrimonio, la anulacin de matrimonios, las proscripciones y la crueldad se oponen manifiestamente a la voluntad y a la Palabra de Dios. Tampoco agrada a nuestros prncipes la novedad o la discordia, pero en un asunto que no ofrece duda haba que recurrir ante todo a la Palabra de Dios con preferencia a cualquier otra autoridad.

Art. XXIV. (XII.) De La Misa.


1] Queremos proclamar de nuevo al empezar que nosotros no abolimos la Misa, sino que la conservamos y defendemos religiosamente. Porque entre nosotros se celebran Misas los domingos y otras fiestas, y se administra en ellas el Sacramento a quienes lo desean recibir, despus de haber sido examinados y absueltos. Se conservan asimismo las acostumbradas ceremonias pblicas, el orden de las lecciones, las oraciones, las vestiduras y otras cosas semejantes. 2] Nuestros adversarios hacen una larga declamacin acerca del uso de la lengua latina en la Misa, en la que dicen suaves inepcias sobre lo mucho que aprovecha al oyente, indocto en la fe de la Iglesia, or una Misa que no entiende. Es evidente que imaginan que el mero hecho de or es ya un culto, que aprovecha sin que se entienda. 3] No queremos agitar estas cuestiones con malicia, sino que las dejamos al juicio del lector. Tan slo las mencionamos para advertirle de paso que tambin entre nosotros se conservan lecciones y oraciones latinas. Pero como las ceremonias deben observarse para que los hombres aprendan la Escritura y para que avisados por la Palabra de Dios conciban fe y temor, y oren tambin, pues ste es el fin de las ceremonias, conservamos la lengua latina a causa de los que aprenden latn, y mezclamos canciones alemanas para que el pueblo retenga tambin lo que se le ensea y lo que despierta su fe y su temor de Dios. 4] Esta costumbre ha existido siempre en la Iglesia. Porque aun cuando unas veces con mayor y otras con menor frecuencia introducan algunos canciones alemanas, el pueblo cantaba en casi todas partes algo en su lengua. 5] Pero nunca se escribi o represent nada para inferir que aprovecha a los hombres el mero hecho de or lecciones no entendidas, o que aprovechan las ceremonias, no porque amonesten o enseen, sino ex opere operato, porque as se celebran, porque as se contemplan. Fuera con estas opiniones farisaicas! 6] El hecho de que entre nosotros se celebra Misa Pblica Comn nada implica contra la Iglesia Catlica. Porque en las parroquias Griegas ni siquiera hoy se celebran Misas privadas, sino que se celebra una Misa pblica y esto tan slo los domingos o das festivos. En los monasterios se celebra la Misa todos los das, pero tan slo hay una pblica. Estas cosas son vestigios de costumbres antiguas. Porque nunca los escritores antiguos anteriores a Gregorio hacen mencin de Misas privadas. 156

7] No hablamos ahora de los orgenes. Es evidente que cuando los frailes mendicantes empezaron a reinar, aumentaron de tal modo por medio de convicciones muy falsas y movidos por el lucro, que todos los hombres buenos deseaban desde haca ya mucho tiempo que se fijara un lmite a esta cuestin. San Francisco quiso rectamente poner remedio a esta situacin, y estableci que cada convento se contentase con una Misa comn todos los das. Pero esto se cambi despus, por supersticin o por lucro. 8] As cambian esos cuando les conviene las cosas establecidas por los antepasados, y luego nos alegan la autoridad de los antepasados. Epifanio escribe que en el Asia se celebraba la Comunin tres veces por semana y que no haba Misas diarias. Y afirma a la verdad que esta costumbre se remontaba hasta los apstoles. Porque dice as: Los apstoles congregaban las asambleas para celebrar la Comunin el cuarto da, la vspera del sbado y el da del Seor. 9] Adems, aunque nuestros adversarios acumulan sobre este asunto muchos testimonios para probar que la Misa es un sacrificio, todo ese gran tumulto de palabras enmudecer cuando se pronuncie la nica respuesta diciendo que esta aglomeracin de razones, por larga que sea, estos testimonios, no demuestran que la Misa confiera la gracia ex opere operato, o que transferida a otros les conceda remisin de los pecados veniales y morales, de la culpa y de la pena. Esta sola respuesta echa por tierra cuanto nuestros adversarios nos objetan, no slo en esta Refutacin, sino en cuantos escritos han publicado acerca de la Misa. 10] Y ste es el estado del pleito en el cual hemos de amonestar a nuestros lectores, del modo que Esquines amonestaba a los jueces, que as como los atletas peleaban entre s para sacar ventaja, as tambin combatiesen ellos con el adversario sobre este aspecto de la controversia, sin consentir que ste se les deslizase fuera del asunto principal de la discusin. Del mismo modo tenemos que obligar a nuestros adversarios a que no se nos deslicen y traten del asunto planteado. Conocido el estado de la controversia, ser facilsimo juzgar los argumentos de ambas partes. 11] Porque nosotros hemos demostrado en nuestra Confesin que la Cena del Seor no confiere la gracia ex opere operato, y que transferida a otros, vivos o muertos, tampoco les confiere ex opere operato remisin de pecados, de la culpa o de la pena. 12] Y la prueba firme y clara de esta posicin consiste en que es imposible conseguir remisin de pecados por medio de una obra nuestra ex opere operato, sino que por la fe hay que vencer los temores del pecado y de la muerte, levantando nuestros corazones con el conocimiento de Cristo, y creyendo que se nos perdona por medio de Cristo y que se nos conceden los mritos y la justicia de Cristo, Rom. 5, 1: Justificados pues por la fe tenemos paz. Estas cosas son tan ciertas y tan seguras que pueden resistir a pie firme contra todas las puertas de los infiernos. 13] Si tan slo hubiramos de mencionar lo estrictamente necesario, ya estara juzgada nuestra causa. Porque nadie que est en su cabal juicio puede aprobar esa opinin farisaica y pagana del opus operatum. Sin embargo, esta opinin est metida en el pueblo, y aumenta hasta el infinito el nmero de Misas. Porque se celebran Misas para aplacar la ira de Dios, y con esta obra se pretende conseguir el perdn de la culpa y de la pena, quieren alcanzar todo lo necesario en la vida y hasta pretenden librar a los muertos. Esta opinin farisaica, los frailes y los sofistas la estn enseando en la Iglesia. 14] Pero aunque nuestra causa est ya juzgada, como nuestros adversarios pervierten sin habilidad muchos pasajes de la Escritura para defender sus errores, aadiremos algunas cosas sobre este asunto. Muy extensos han sido en su Refutacin al tratar del sacrificio, aunque en nuestra Confesin nosotros evitamos a propsito esta palabra a causa de su ambigedad. Hemos declarado lo que ellos piensan del sacrificio, y hemos dicho que condenamos sus abusos. Y ahora, para enderezar los pasajes de la Escritura que ellos han torcido torpemente, tenemos que empezar explicando lo que es sacrificio. 157

15] Durante todo un decenio, nuestros adversarios han publicado casi infinitos volmenes sobre el sacrificio, y hasta ahora ninguno de ellos nos ha dado una definicin del sacrificio. Lo nico que hacen es arrebatar a la Escritura o a los Padres la palabra sacrificio. Y despus la acomodan a sus sueos, como si sacrificio significara cuanto se les antoja.

QUE ES SACRIFICIO Y CUALES SON LAS ESPECIES DE SACRIFICIO.


16] Dice Scrates, en el Pedro de Platn, que es muy amante de las clasificaciones, porque sin ellas nada puede explicarse ni entenderse cuando se habla, y que si descubre a alguno que sepa clasificar bien, le servir y seguir sus huellas como si fuera un dios. Y ensea al que clasifica que corte los miembros por sus mismas articulaciones, para no hacer pedazos ningn miembro, como le ocurre al mal cocinero. Nuestros adversarios desprecian maravillosamente estos preceptos, y son en verdad, segn Platn, malos carniceros, que despedazan los miembros del sacrificio, como podr comprobarse cuando examinemos los miembros del sacrificio. 17] Los telogos acostumbran a distinguir entre Sacramento y sacrificio. Sea, pues, el gnero que comprende ambos conceptos una ceremonia o una obra sagrada. 18] Un Sacramento es una ceremonia o una obra en la que Dios nos manifiesta que nos ofrece la promesa aneja a dicha ceremonia. El Bautismo no es obra que nosotros ofrecemos a Dios, sino obra en la que Dios nos bautiza por medio del ministro que le substituye, y en la que nos ofrece y nos muestra Dios el perdn de los pecados, etc., segn la promesa, Mar. 16,16: El que creyere y fuere bautizado, ser salvo. Por el contrario, un sacrificio es una ceremonia o una obra que nosotros tributamos a Dios para honrarle. 19] Son dos las especies prximas del sacrificio, y no hay ms. Una especie es el sacrificio propiciatorio, esto es, una obra satisfactoria por la culpa y la pena, a saber, que nos reconcilia con Dios, aplaca la ira de Dios o consigue para nosotros remisin de pecados. La otra especie es el sacrificio eucarstico, que no consigue remisin de pecados o reconciliacin, sino que se celebra por los reconciliados para dar gracias o manifestar gratitud por la remisin de pecados concedida, y por otros beneficios recibidos. 20] Es de suma importancia en esta controversia, y en otras muchas polmicas no perder de vista estas dos clases de sacrificios, y se ha de procurar con especial diligencia que no se confundan. Si los lmites de esta obra lo permitiesen, aadiramos las razones de esta clasificacin. Porque se funda en muchos testimonios de la Epstola a los Hebreos y otros lugares. 21] Y todos los sacrificios levticos pueden referirse a estos miembros como a sus propios domicilios o gneros. Porque en la ley se llamaban propiciatorios a ciertos sacrificios por su significado o por semejanza, y no porque consiguiesen remisin de pecados delante de Dios, sino porque la conseguan segn la justicia de la ley, para que aquellos por quienes se hacan no fuesen excluidos de la comunidad de Israel. Se llamaban pues propiciatorios por el pecado, y holocaustos por el delito. Pero los sacrificios eucarsticos eran ofrendas, libaciones, retribuciones, primicias, diezmos. 22] Pero de hecho tan slo ha habido en el mundo un sacrificio propiciatorio, a saber, la muerte de Cristo, como lo ensea la Epstola a los Hebreos, que dice, 10,4: Porque la sangre de los toros y de los machos cabros no puede quitar los pecados. Y poco despus, acerca de la voluntad de Cristo, versculo 10: En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.

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23] Isaas interpreta la ley, para que sepamos que la muerte de Cristo es verdaderamente una satisfaccin por nuestros pecados, o una expiacin, y no las ceremonias de la ley, y dice, 53,10: Cuando hubiere puesto su vida en expiacin por el pecado, ver linaje, vivir por largos das, etc. Porque el vocablo del empleado aqu, significa una vctima por transgresin, lo cual quera decir en la ley que haba de venir una vctima para satisfacer por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios, y para que los hombres supieran que, no por nuestra justicia, sino por los mritos de otro, a saber, de Cristo, quiere Dios reconciliarse con nosotros. Con esta misma palabra interpreta Pablo el pecado, Rom. 8, 3: A causa del pecado, conden el pecado, esto es, castig pecado con pecado, es decir, con una vctima por el pecado. El significado de la palabra puede entenderse con mayor facilidad por las costumbres de los gentiles que se transmitieron a causa de una mala interpretacin de las expresiones de los Padres. Los latinos llamaban piaculum a la hostia que se ofreca para aplacar la ira de Dios en las grandes calamidades en que Dios les pareca en extremo airado, y sacrificaron a veces vctimas humanas porque acaso haban odo decir que una vctima humana haba de reconciliar con Dios a todo el gnero humano. Los griegos hablaban a veces de vctimas expiatorias, y otras veces de reconciliaciones. As pues, Isaas y Pablo entienden que Cristo fue hecho vctima, esto es, piaculum, para que por sus mritos, y no por los nuestros, fusemos reconciliados con Dios. 24] Quede pues esto bien claro en nuestro pleito: slo la muerte de Cristo es verdaderamente sacrificio propiciatorio. Porque los sacrificios propiciatorios levticos tan slo se llamaban as para significar una expiacin futura. Y as, por cierta semejanza, eran satisfacciones que conseguan la justicia de la ley, para que no fuesen excluidos de la comunidad de Israel quienes haban pecado. Pero tenan que desaparecer una vez manifestado el Evangelio, y como tenan que desaparecer una vez revelado el Evangelio no eran verdaderamente propiciaciones, pues el Evangelio haba sido prometido precisamente para revelarnos la verdadera propiciacin. 25] Los dems son sacrificios eucarsticos, llamados sacrificios de alabanza, Lev. 3,15 sg., 7,11; Sal. 56,12 sg., es decir, la accin de gracias, la confesin, las aflicciones de los santos, y en verdad todas las obras buenas de los santos. Estos sacrificios no son satisfacciones que favorecen a quienes los celebran, o pueden transferir a otros hombres su virtud para que consigan ex opere operato remisin de pecados o reconciliacin. Porque son celebrados por los ya reconciliados. 26] Y stos son los sacrificios del Nuevo Testamento, como lo ensea Pedro, I Ep. 2,5: Sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales. Estos sacrificios espirituales forman contraste, no slo con los que se celebran con animales, sino tambin con las obras humanas ofrecidas ex opere operato, porque espirituales se refiere a los movimientos del Espritu Santo en nosotros. Y lo mismo ensea Pablo, Rom. 12, 1: Presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto. Pero culto racional significa un culto en el que se conoce a Dios, se le aprehende por la mente, como acontece en los movimientos de temor y confianza para con Dios. As pues, so opone, no slo al culto levtico, en el que se sacrificaban reses, sino tambin al culto en el que se piensa ofrecer una obra ex opere operato. Lo mismo ensea la Epstola a los Hebreos, 13,15: As que, ofrezcamos por medio de l a Dios siempre sacrificio de alabanza, y aade la interpretacin: el fruto de labios que confiesen a su nombre. Manda ofrecer alabanzas, (esto es, invocacin, accin de gracias, confesin y cosas semejantes. Y estos actos tienen su valor, no ex opere operato, sino por la fe. Esto es lo que advierte la clusula Ofrezcamos por medio de l, esto es, por la fe en Cristo. 27] En suma, el culto del Nuevo Testamento es espiritual, es decir, justicia de la fe en el corazn, y fruto de la fe. Y por eso anula los cultos levticos. Cristo dice, Juan, 4, 23, 24: Los verdaderos adoradores adorarn al Padre en espritu y verdad, porque tambin el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es espritu; y los que le adoran, en espritu y en verdad es 159

necesario que adoren. Esta sentencia condena claramente las opiniones acerca de los sacrificios que, como lo imaginan, tienen su valor ex opere operato, y ensea que es necesario adorar en espritu, esto es, con los movimientos del corazn, por la fe. 28] Por lo cual, tambin los profetas condenan en el Antiguo Testamento la opinin del pueblo acerca del opus operatum, y ensean la justicia y los sacrificios del espritu, Jeremas, 7, 22, 23: Porque no habl yo con vuestros padres, ni les mand el da que los saqu de la tierra de Egipto, acerca de holocaustos y de vctimas; Mas esto les mand, diciendo: Escuchad mi voz, y ser a vosotros por Dios, etc. Cmo pensamos que los judos recibieron esta predicacin, que parece pugnar abiertamente con Moiss? Porque era evidente que Dios haba ordenado a los padres acerca de holocaustos y de vctimas, pero Jeremas condena la opinin acerca de los sacrificios, porque Dios no haba implicado en su mandato que aquellos cultos lo aplacaran ex opere operato. Pero acerca de la fe, aade que Dios haba ordenado esto: Odme, es decir, creed que soy vuestro Dios, que quiero ser reconocido por tal, cuando me complazco y concedo ayuda, y no tengo necesidad de vuestras vctimas; confiad, que yo quiero ser Dios que justifica y salva, y no por las obras, sino por mi palabra y mi promesa; pedid en verdad y de corazn, y esperad de m la ayuda. 29] Condena asimismo la opinin del opus operatum el Salmo, 50, 13,15, que repudia las vctimas y requiere la invocacin: Tengo de comer yo carne de toros ? etc. Invcame en el da de la angustia: Te librar, y t me honrars. Confirma que ste es el verdadero servicio, el verdadero honor, si le invocamos de corazn. Asimismo, Sal. 40,6: Sacrificio y presente no te agrada; has abierto mis odos, esto es, me has dado tu Palabra, para que la oiga, y quieres que crea a tu Palabra y a tus promesas, y que deseas verdaderamente tener compasin, favorecerme, etc. Tambin, Sal. 51, 16, 17: Porque no quieres t sacrificio, que yo dara; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espritu quebrantado: al corazn contrito no despreciars t, oh Dios. Y Sal. 4, 5: Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehov. Nos manda tener esperanza, y dice que ste es sacrificio justo, infiriendo que los dems sacrificios no son sacrificios verdaderos y justos. Y Sal. 116,17: Te ofrecer sacrificio de alabanza, e invocar el nombre de Jehov. Llama a la invocacin un sacrificio de alabanza. 30] Pero la Escritura est llena de testimonios que ensean qu los sacrificios ex opere operato no aplacan a Dios. Y por eso, en el Nuevo Testamento, abrogados los cultos levticos, se ensea que han de celebrarse sacrificios nuevos y puros, a saber, la fe, la oracin, la accin de gracias, la confesin y predicacin del Evangelio, las aflicciones por causa del Evangelio, y otras cosas semejantes. 31] Y de estos sacrificios habla Malaquas, 1,11: Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las gentes; y en todo lugar se ofrece a mi nombre perfume, y presente limpio. Nuestros adversarios refieren con perversidad este pasaje a la Misa, e invocan la autoridad de los Padres. Pero la respuesta es fcil, porque aunque en l se hablase sobre todo de la Misa, no se seguira que la Misa justifica ex opere operato, o que transferida a otros hombres, consigue para ellos remisin de pecados, etc. Nada dice el profeta de lo que frailes y sofistas inventan sin pudor. 32] Adems, las mismas palabras del profeta nos dan su sentido. Porque primero declaran que el nombre del Seor ser grande. Y esto se verifica por la predicacin del Evangelio. Porque por medio de ella se da a conocer el nombre de Cristo, y se conoce la misericordia del Padre prometida en Cristo. La predicacin del Evangelio produce la fe en quienes aceptan el Evangelio. Y stos invocan a Dios, dan gracias a Dios, sufren las aflicciones en la confesin de su fe, obran bien para gloria de Cristo. As es como se hace grande el nombre del Seor entre las gentes. As pues, el perfume y el presente limpio no significan una ceremonia ex opere operato, sino todos 160

los sacrificios que engrandecen el nombre del Seor, a saber, la fe, la invocacin, la predicacin del Evangelio, la confesin, etc. 33] Y si alguno desea que se incluya aqu la ceremonia de la Misa, lo concederemos con gusto, siempre que no se entienda la ceremonia en s, ni se ensee que la ceremonia es til ex opere operato. Porque as como entre los sacrificios de alabanza, esto es, entre las alabanzas de Dios, incluimos la predicacin de la Palabra, as tambin puede ser alabanza o accin de gracias el hecho mismo de participar de la Cena del Seor, pero no puede justificar ex opere operato o aplicarse a otros para que les consiga remisin de pecados. Pero pronto diremos cmo hasta una ceremonia puede ser sacrificio. Sin embargo, como Malaquas habla de todos los cultos del Nuevo Testamento, y no slo de la Cena del Seor, y como no patrocina tampoco la opinin farisaica del opus operatum, no va contra nosotros en modo alguno, sino que ms bien nos ayuda. Porque requiere los cultos del corazn, por los cuales se engrandece verdaderamente el nombre del Seor. 34] Se cita tambin otro pasaje de Malaquas, 3, 3: Porque limpiar los hijos de Lev, los afinar como a oro y como a plata; y ofrecern a Jehov ofrenda con justicia. Este pasaje requiere abiertamente sacrificios de los justos, por lo cual no patrocina la opinin del opus operatum. Porque son los sacrificios de los hijos de Lev, esto es, de los que ensean en el Nuevo Testamento la predicacin del Evangelio y los buenos frutos de la predicacin, como lo dice Pablo, Rom. 15, 16: Ministrando el evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea agradable, santificada por el Espritu Santo, esto es, para que los gentiles hagan ofrendas agradables a Dios por la fe, etc. Porque en la ley, el sacrificio sangriento de las vctimas significaba tambin la muerte de Cristo y la predicacin del Evangelio, para mortificar esta ancianidad de la carne y empezar una vida nueva y eterna en nosotros. Pero nuestros adversarios aplican con perversidad por doquier la palabra sacrificio a la ceremonia sola. Omiten la predicacin del Evangelio, la fe, la invocacin y las otras cosas semejantes, siendo as que la ceremonia ha sido establecida precisamente por estas cosas, y en el Nuevo Testamento tiene que haber sacrificios del corazn, y no ceremoniales para el pecado al modo del sacerdocio levtico [Cf. xodo. 29,39 sg.; Dan. 8,11; 12, 11]. 35] Alegan tambin el sacrificio continuo, diciendo que as como en la ley existi el sacrificio diario, as tambin la Misa debe ser el sacrificio continuo del Nuevo Testamento. Buen xito tendrn nuestros adversarios si toleramos que se nos confunda con alegoras. Porque es evidente que las alegoras no constituyen pruebas firmes. Aunque a la verdad nosotros estamos dispuestos a aceptar que la Misa se entienda como un sacrificio continuo siempre que se incluya en ella la ceremonia completa, esto es, la predicacin del Evangelio, la fe, la accin de gracias. Porque todas estas cosas juntas constituyen el sacrificio continuo del Nuevo Testamento, ya que la ceremonia ha sido establecida precisamente por estas cosas y no debe excluirlas. Por eso dice Pablo, 1 Cor. 11,26: Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Seor anunciis hasta que venga. Pero de ningn modo se sigue de este tipo levtico que una ceremonia sea obra que justifica ex opere operato, o que haya que aplicarla a otros hombres para conseguir remisin de pecados, etc. 36] Y el tipo presenta propiamente, no slo la ceremonia, sino tambin la predicacin del Evangelio. En Nm. 28, 4 sg., se distinguen tres partes en este sacrificio diario: el holocausto del cordero, la libacin y la ofrenda de la harina. La ley tena pinturas o sombras de las cosas futuras. Por tanto, en este espectculo se representa a Cristo y todo el Nuevo Testamento. El holocausto del cordero significa la muerte de Cristo. La libacin significa que por la predicacin del Evangelio, en todas las partes del mundo, los creyentes son rociados con la sangre de Cristo, como dice Pedro, I Ep. 1, 2: En santificacin del Espritu, para obedecer y ser rociados con la 161

sangre de Jesucristo. La oblacin de la flor de harina significa la fe, la oracin y la accin de gracias en los corazones. 37] Por lo cual, as como en el Antiguo Testamento se percibe la imagen confusa, as se ha de buscar en el Nuevo la realidad significada, y no otro tipo considerado como suficiente para el sacrificio. 38] Y as, aunque la ceremonia es memorial de la muerte de Cristo, por s sola no es sacrificio continuo: la misma memoria es el sacrificio continuo, esto es, la predicacin y la fe que verdaderamente cree que somos reconciliados con Dios por la muerte de Cristo. Se requiere la libacin, esto es, el efecto de la predicacin, para que los rociados con la sangre de Cristo por medio del Evangelio seamos santificados, mortificados y vivificados. Se requieren tambin las obligaciones, esto es, acciones de gracias, confesiones y aflicciones. 39] Rechazada de este modo la farisaica opinin del opus operatum, entendamos que se ha de representar en la ceremonia el culto espiritual y el sacrificio continuo del corazn, porque en el Nuevo Testamento debe buscarse la substancia de las cosas buenas: el Espritu Santo, la mortificacin y la regeneracin. 40] De todo lo cual se infiere claramente que el tipo del sacrificio continuo nada implica contra nosotros, antes se inclina en nuestro favor, porque nosotros requerimos todas las partes que se representan en el Sacrificio continuo. Nuestros adversarios imaginan equivocadamente que slo se representa la ceremonia, y no tambin la predicacin del Evangelio, la mortificacin y la regeneracin del corazn, etc. 41] As pues, los hombres buenos podrn convencerse fcilmente ahora de lo falso que es el reproche que nos hacen de haber abolido el sacrificio continuo. La realidad muestra quines son en verdad los que tienen el poder en la Iglesia, quines so capa de religin se apoderan del reino del mundo, gobiernan abandonando el cuidado de la religin y la enseanza del Evangelio, guerrean como los reyes del mundo y establecen nuevos cultos en la Iglesia. 42] Porque nuestros adversarios slo retienen en la Misa la ceremonia y la transforman pblicamente en sacrlego lucro. Y despus suponen que esta obra aplicada a otros les alcanza la gracia y los otros bienes. 43] En los sermones no ensean el Evangelio, o consuelan las conciencias, no muestran que los pecados se perdonan gratuitamente, por medio de Cristo, sino que proponen el culto de los santos, satisfacciones humanas, tradiciones humanas, y afirman que con ellas los hombres se justifican delante de Dios. Y aun cuando algunas de estas tradiciones son manifiestamente impas, las defienden por la violencia. Si algunos predicadores quieren mostrarse ms doctos, ensean cuestiones filosficas que ni el pueblo ni los mismos que las proclaman las entienden. Por ltimo, los que son ms tolerables ensean la ley, pero nada dicen de la justicia de la fe. 44] Nuestros adversarios aparentan en la Refutacin mostrarse trgicamente sorprendidos por la desolacin de los templos, es decir, porque los altares estn sin adornos, sin luces, sin estatuas. Piensan que estas bagatelas constituyen el ornato de las iglesias. 45] Daniel experimentaba una desolacin distinta, 11, 31; 12, 11, pues lamentaba la ignorancia del Evangelio. Porque el pueblo, abrumado con la multitud y variedad de tradiciones y de opiniones, no poda de ningn modo abarcar la suma de la doctrina cristiana. 46] Y, en efecto, quin comprendi jams en el pueblo la doctrina del arrepentimiento tal como la ensean nuestros adversarios? Sin embargo, es el asunto principal de la doctrina cristiana. Se atormentaba a las conciencias con la enumeracin de los pecados y con satisfacciones. Sobre la fe por la que conseguimos gratuitamente remisin de pecados ni una palabra pronunciaban nuestros adversarios. Sobre los ejercicios de la fe que lucha con

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desesperacin, la remisin gratuita de los pecados por medio de Cristo, permanecan mudos todos los libros, mudas todas las predicaciones de nuestros adversarios. 47] Y a todo esto se aada la terrible profanacin de las Misas y de otros muchos cultos impos en los templos. Esta es la desolacin que describe Daniel. 48] Por el contrario, con el favor de Dios, entre nosotros los sacerdotes atienden al ministerio de la Palabra, ensean el Evangelio de los beneficios de Cristo, muestran que la remisin de pecados se consigue por gracia, por medio de Cristo. Y esta doctrina lleva a las conciencias un gran consuelo. Y se aade la doctrina de las buenas obras que Dios nos manda hacer. Se habla de la dignidad y del uso de los Sacramentos. 49] Aun suponiendo que el uso del Sacramento sea un sacrificio continuo, nosotros lo guardaramos mejor que nuestros adversarios, porque entre ellos los sacerdotes administran el Sacramento movidos por el salario que reciben. Entre nosotros se administra con mayor frecuencia y piedad. Porque el pueblo lo recibe, pero se le instruye y examina antes. Y acerca del verdadero uso del Sacramento se ensea a los hombres que ha sido establecido para ser el sello y el testimonio de la remisin gratuita de los pecados, y que por tanto debe advertir a las conciencias timoratas que se convenzan y crean que sus pecados son perdonados gratuitamente. Por lo cual, en cuanto retenemos la predicacin del Evangelio y el uso legtimo de los Sacramentos, el sacrificio continuo perdura entre nosotros. 50] Y si nos referimos a la apariencia exterior, entre nosotros la concurrencia en el templo es mayor que entre nuestros adversarios. Porque se mantienen los auditorios con sermones tiles y claros. Pero ni el pueblo ni los doctores han entendido nunca la doctrina de nuestros adversarios. 51] El verdadero ornato de las iglesias es una doctrina piadosa, til y clara, el uso reverente de los Sacramentos, la oracin fervorosa y otras cosas semejantes. Las luces, los vasos de oro y los adornos semejantes estn bien, pero no constituyen el ornato propio de la Iglesia. Y si nuestros adversarios cifran el culto en estos adornos, y no en la predicacin del Evangelio, en la fe y en las luchas de la fe, deben ser contados entre los que describe Daniel, adorando a su Dios con oro y plata. 52] Citan tambin de la Epstola a los Hebreos, 5,1: Porque todo pontfice tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios toca, para que ofrezca presentes y sacrificios por los pecados. De aqu infieren que, pues hay en el Nuevo Testamento pontfices y sacerdotes, existe tambin un sacrificio por los pecados. Este pasaje impresiona muy especialmente a los inexpertos, sobre todo cuando se derrama ante sus ojos la pompa del sacerdocio y de los sacrificios del Antiguo Testamento. Esta semejanza engaa a los indoctos y les lleva a pensar, siguiendo la misma costumbre, que debe existir entre nosotros un sacrificio ceremonial, aplicado a los pecados de los dems, como en el Antiguo Testamento. Y ese culto de las Misas, y todo lo dems del gobierno papal no es sino falso celo que procede del gobierno levtico mal entendido. 53] Y aunque nuestra creencia se funda en testimonios muy importantes de la Epstola a los Hebreos, nuestros adversarios pervierten en contra nuestra pasajes truncados de esa Epstola, como en este pasaje donde se dice que todo pontfice es constituido para que ofrezca sacrificios por los pecados. Pero la misma Escritura aade inmediatamente que el pontfice es Cristo, Heb. 5,5; 6,10. Las palabras precedentes se refieren al sacerdocio levtico y significan que el pontificado levtico era la imagen del pontificado de Cristo. Porque los sacrificios levticos no conseguan remisin de pecados delante de Dios; tan slo eran la imagen del sacrificio de Cristo, que haba de ser un sacrificio propiciatorio, como antes hemos dicho.

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54] As pues, la Epstola trata extensamente de este asunto, y declara que el antiguo pontificado y los sacrificios antiguos no fueron instituidos para conseguir remisin de pecados delante de Dios, o la reconciliacin, sino tan slo para anunciar el futuro sacrificio de Cristo. 55] Porque convena que los santos en el Antiguo Testamento fuesen justificados por la fe fundada en la promesa de remisin de pecados que haba de ser ofrecida por medio de Cristo, del mismo modo que son justificados los santos del Nuevo Testamento. Convena que todos los santos, desde el principio del mundo, creyesen que la ofrenda y la satisfaccin por los pecados haba de ser Cristo, segn haba sido prometido, como lo ensea Isaas, 53, 10: Cuando hubiere puesto su vida en expiacin por el pecado. 56] As pues, como los sacrificios del Antiguo Testamento no consiguen la reconciliacin sino por semejanza, pues conseguan la reconciliacin jurdica y significaban el sacrificio venidero, se sigue que es nico el sacrificio de Cristo aplicado a los pecados de los dems. Por tanto, ningn sacrificio ha quedado en el Nuevo Testamento que pueda aplicarse a los pecados de los dems fuera del nico sacrificio de Cristo en la Cruz. 57] Se equivocan por completo quienes imaginan que los sacrificios levticos conseguan remisin de pecados, y fundndose en este precedente buscan en el Nuevo Testamento sacrificios que puedan transferirse a los otros hombres fuera del sacrificio de Cristo. Esta imaginacin anula en absoluto el mrito de la pasin de Cristo y la justicia de la fe, corrompe la doctrina del Antiguo Testamento y en lugar de Cristo nos inventa otros mediadores y propiciadores con los pontfices y sacrificadores mezquinos que venden todos los das sus obras en los templos. 58] Por lo cual, si alguno infiere que conviene que exista en el Nuevo Testamento un pontfice que presente ofrendas por los pecados, tan slo se puede estar de acuerdo con l si ese pontfice es Cristo. Toda la Epstola a los Hebreos confirma esta explicacin. Y sera instituir mediadores fuera de Cristo el exigir, adems de la muerte de Cristo, una satisfaccin distinta para aplicarla a los pecados de otros y reconciliarlos con Dios. 59] Se sigue pues que el sacerdocio del Nuevo Testamento es ministerio del Espritu, como lo ensea Pablo, 2 Cor, 3,6, y slo tiene el nico sacrificio de Cristo, que es satisfactorio y puede transferirse a los pecados de los dems. Por otra parte, no tiene sacrificios semejantes a los levticos y que puedan aplicarse a otros ex opere operato, sino que ofrece a todos el Evangelio y los Sacramentos, para que por medio de ellos conciban la fe y el Espritu Santo, y sean mortificados y regenerados, porque el ministerio del Espritu pugna con la aplicacin de un opus operatum. Porque es un ministerio del Espritu, un ministerio por el cual el Espritu Santo es eficaz en los corazones. Y por eso este ministerio aprovecha a los dems cuando es eficaz en ellos y cuando los regenera y vivifica. Esto no ocurre cuando se transfiere a otros la virtud de una obra ajena ex opere operato. 60] Hemos demostrado pues la razn por la cual no justifica la Misa ex opere operato, ni aplicada a otros consigue perdn, porque ambas cosas pugnan con la justicia de la fe. Porque es imposible que haya remisin de pecados, que sean vencidos los temores de la muerte y del pecado por obra o cosa alguna que no sea la fe en Cristo, segn Pablo, Rom. 5, 1: Justificados pues por la fe tenemos paz. 61] Por otra parte, hemos demostrado que los pasajes de las Escrituras que se citan contra nosotros de ningn modo patrocinan la opinin impa del opus operatum. Y esto lo pueden juzgar todos los hombres buenos de todas las naciones. 62] Por tanto, hay que rechazar el error de Toms cuando escribi: El cuerpo del Seor ofrecido una vez en la Cruz por la deuda original, es ofrecido continuamente en el altar por los pecados cotidianos, con el fin de que la Iglesia tenga en esto un servicio para reconciliarse con Dios. 164

63] Han de rechazarse tambin los dems errores: que la Misa confiere la gracia al que la celebra ex opere operato, y tambin que aplicada a otros, aun injustos y con tal de que no pongan obstculo, les consigue la remisin de los pecados, de la culpa y de la pena. Estas cosas son todas falsas e impas, inventadas poco ha por frailes indoctos, y aniquilan la gloria de la pasin de Cristo y la justicia de la fe. 64] De estos errores han nacido otros infinitos, como el de que valen las Misas aplicadas de una vez a muchos lo que vale una aplicada a un solo individuo. Los sofistas tienen descritos los distintos grados de los mritos como los plateros los grados del peso en el oro o en la plata. Adems, venden la Misa a precio para impetrar lo que cada uno desea, a los mercaderes para que les resulte fructfero el negocio, a los cazadores para que sea abundante la caza, y otras cosas infinitas. Por ltimo, la transfieren tambin a los muertos, libran las almas por la aplicacin del Sacramento de las penas del purgatorio, siendo as que sin la fe ni a los vivos aprovecha la Misa. 65] Nuestros adversarios no pueden aducir ni una slaba de las Escrituras en defensa de estas fbulas que ensean con gran autoridad en la Iglesia, y no tienen tampoco los testimonios de la Iglesia antigua ni los de los Padres.

QUE PENSARON LOS SANTOS PADRES DEL SACRIFICIO. 66] As como hemos explicado los pasajes de la Escritura que se citan contra nosotros, tenemos que responder tambin con la opinin de los Padres. No ignoramos que los Padres llaman a la Misa un sacrificio, pero no quieren decir con ello que la Misa confiera la gracia ex opere operato, ni que aplicada a otros les consiga la remisin de los pecados, de la culpa y de la pena. En qu escritos de los Padres se leen semejantes monstruosidades? Lo que ellos proclaman abiertamente es que se refieren a una accin de gracias. Y por eso la llaman eucarista. 67] Pero ya hemos dicho antes que un sacrificio eucarstico no alcanza remisin de pecados, sino que se celebra por quienes ya estn reconciliados, del modo que las aflicciones no alcanzan remisin de pecados, sino que son sacrificios eucarsticos cuando las sufren los que han sido reconciliados. Y esta respuesta, en general, con la opinin de los Padres, nos protege lo suficiente contra nuestros adversarios. Porque es cierto que las imaginaciones sobre el mrito del opus operatum no se hallan en los escritos de los Padres, Pero para que se entienda mejor todo este asunto, declararemos cuanto se refiere al uso del Sacramento, del modo que concuerda a la vez con los Padres y con la Escritura.

DEL USO DEL SACRAMENTO Y DEL SACRIFICIO. 68] Algunos hombres inteligentes imaginan que la Cena del Seor fue establecida por dos causas. Primero, para ser una seal y testimonio de la profesin, como cierta forma de la cogulla es seal de determinada orden. Despus piensan que hay una seal que agrada especialmente a Cristo, a saber, el convite que significa mutua unin y amistad entre los cristianos, porque los convites son seales de alianzas y de amistad. Pero esta opinin es secular, y no muestra el objeto principal de las ddivas que Dios nos concede; habla tan slo de la caridad que se ha de ejercer, pero sta tambin la comprenden los hombres, por profanos que sean, y no habla de la fe, aunque muy pocos entienden lo que es. 69] Los Sacramentos son seales de la voluntad de Dios para con nosotros, y no slo seales de los hombres entre s, y declaran rectamente que en el Nuevo Testamento los 165

Sacramentos son seales de gracia. Y como en un Sacramento hay dos cosas, el signo y la palabra, la palabra en el Nuevo Testamento es la promesa de gracia aadida. La promesa del Nuevo Testamento es promesa de remisin de pecados, como dice el pasaje de Luc. 22, 19: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado. Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. 70] As pues, la Palabra ofrece remisin de pecados. Y la ceremonia es como una pintura de la Palabra, o un sello, como Pablo la llama, Rom. 4,11, que manifiesta la promesa. Luego, as como la promesa es intil si no es recibida por la fe, as tambin es intil la ceremonia si por la fe no se cree verdaderamente que all se ofrece remisin de pecados. Y esta fe anima a las mentes contritas. Y as como se ha dado esta Palabra para excitar esta fe, as tambin se ha instituido el Sacramento, para que al impresionar los ojos esta figura mueva los corazones para creer. Porque el Espritu Santo obra por medio de estas dos cosas: la Palabra y el Sacramento. 71] Y este uso del Sacramento en el que la fe vivifica los corazones atemorizados, es culto del Nuevo Testamento, porque el Nuevo Testamento requiere movimientos espirituales, mortificacin y vivificacin. Y para este uso lo estableci Cristo, pues ordena hacerlo en memoria de El. 72] Porque acordarse de Cristo no es la celebracin de un espectculo ocioso o establecido para dar ejemplo, como se celebra en las tragedias la memoria de Hrcules o de Ulises, sino que es recordar los beneficios de Cristo y recibirlos por la fe, para ser vivificados por ella. Por eso dice el Salmo, 111, 4, 5: Hizo memorables sus maravillas. Clemente y misericordioso es Jehov. Dio mantenimiento a los que le temen. Significa, pues, que la voluntad y la misericordia de Dios deben ser reconocidas en esa ceremonia. 73] Pero la fe que reconoce la misericordia es una fe que vivifica. Y ste es el uso principal del Sacramento, en el que se muestra quines estn preparados para recibirlo, a saber, las conciencias atemorizadas, y cmo deben usarlo. 74] Tambin se aade el sacrificio. Porque son muchos los fines de una sola cosa. Cuando la conciencia animada por la fe conoce los temores de que ha sido librada, da gracias verdaderamente por el beneficio y la pasin de Cristo, y usa de la ceremonia para alabanza de Dios y mostrar con esta obediencia su gratitud, y declarar que tiene en mucho las ddivas de Dios. As es como se convierte la ceremonia en un sacrificio de alabanza. 75] Los Padres hablan tambin de un doble efecto, de la consolacin de las conciencias y de la accin de gracias o alabanza. El primero de estos efectos pertenece a la naturaleza del Sacramento; el segundo al sacrificio. De la consolacin dice Ambrosio: Acercaos a El y sed perdonados, porque El es el perdn de los pecados. Preguntis quin es? Odle a El mismo cuando dice, Juan, 6,35: Yo soy el pan de vida: el que a m viene, nunca tendr hambre; y el que en m cree no tendr sed jams. Este pasaje atestigua que en el Sacramento se ofrece perdn de pecados. Atestigua tambin que debe recibirse por fe. En los Padres se leen infinitos testimonios en este sentido, todo lo cual encaminan perversamente nuestros adversarios hacia el opus operatum y hacia una obra que se puede aplicar a otros, siendo as que los Padres requieren la fe y hablan de la consolacin propia de cada uno, y no de una transferencia de la ceremonia. 76] Adems de estos testimonios, se leen tambin expresiones acerca de la accin de gracias, como la que emplea suavsimamente Cipriano refirindose a los que comulgan con piedad: La piedad, dice, distingue entre las cosas dadas y las perdonadas, y da gracias al dador de tan rico beneficio, esto es, la piedad mira con ojos penetrantes las cosas dadas y las perdonadas, es decir, compara entre s la magnitud de los beneficios de Dios y la magnitud de nuestros males, de la muerte y del pecado, y da gracias ... etc. Y de aqu vino el nombre de eucarista en la Iglesia. 166

77] Tampoco debe la ceremonia misma, la accin de gracias ex opere operato, aplicarse a otros, para alcanzarles remisin de pecados, etc., para salvar las almas de los difuntos. Estas cosas pugnan con la justicia de la fe, como si una ceremonia sin fe aprovechara al que la practica o a los dems.

DE LOS NOMBRES DE LA MISA. 78] Nuestros adversarios nos llevan tambin a la filologa. Sacan unos argumentos acerca de los nombres de la Misa que no necesitan de muy prolongada discusin. Porque aunque a la Misa se le llame sacrificio, no se sigue de ello que confiere la gracia ex opere operato, o que aplicada a otros les alcance remisin de pecados. 79] Dicen que liturgia significa un sacrificio, y que los griegos llaman liturgia a la Misa. Por qu omiten aqu el vocablo antiguo de synaxis, que muestra que la Misa fue antiguamente comunin de muchos? 80] Pero hablemos de la palabra liturgia. Esta palabra no significa propiamente sacrificio, sino ms bien ministerio pblico, y cuadra muy bien con nuestra creencia, a saber, que cuando un ministro consagra, muestra al pueblo el cuerpo y la sangre del Seor, al modo que cuando un ministro ensea, presenta al pueblo el Evangelio, como dice Pablo, 1 Cor. 4, 1: Tnganos los hombres por ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios, esto es, del Evangelio y de los Sacramentos. Y 2 Cor. 5, 20: As que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos, etc. 81] As es como la palabra liturgia conviene con lo que significa el ministerio. Porque es una palabra antigua, tomada de la administracin civil, y significa para los griegos las cargas pblicas, como el tributo, los tiempos de los romanos, como lo muestra el escrito de Pertinax, que trata de cuanto se refiere a los como lo atestigua el discurso de Demstenes oficios pblicos e inmunidades: esto es, Dir que algunos hombres indignos, encontrada una inmunidad, se han alejado de las cargas pblicas. Y as hablaron en los tiempos de los romanos, como lo muestra el rescrito de Aunque el Pertinax, nmero de hijos no libra a los padres de todas las cargas pblicas. Y el documento de Demstenes escribe que liturgia era un gnero de tributos qu incluan los impuestos sobre los juegos, la construccin de la flota, el gimnasio, y otros destinados a cosas semejantes. 82] Pablo emplea el vocablo en el sentido de suministracin, en 2 Cor. 9, 12. Esta suministracin no slo suple lo que falta a los santos, sino que les mueve tambin a dar gracias a Dios, etc. Y en Filipenses, 2, 25, llama a Epafrodito ministrador de sus necesidades, con el mismo vocablo, y es seguro que no significa aqu sacrificador mezquino. 83] Pero ninguna necesidad hay de muchos testimonios, puesto que quienes leen a los escritores griegos encuentran por doquier ejemplos claros, en los cuales se emplea la palabra liturgia refirindose a las pblicas cargas civiles o los ministerios. A causa del diptongo, los gramticos no lo derivan de: llaman pblicos. , de modo que que significa oraciones, sino de bienes pblicos, que significa, yo cuido, yo administro los bienes

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84] Ridcula es la deduccin que infieren de que en las Sagradas Letras se hace mencin del altar, y es por tanto necesario que la Misa sea un sacrificio, siendo as que Pablo se refiere a la figura del altar tan slo por comparacin. 85] Inventan que la Misa se llama as, del hebreo , un altar. A qu viene aqu una etimologa tan caprichosa, como no sea para mostrar su ciencia en la lengua hebrea? A qu ir a buscar tan lejos una etimologa, pues la palabra Misa est en el Deuteronomio, 16, 10, donde significa los tributos o ddivas del pueblo, y no la oblacin del sacerdote? Porque las personas que venan a celebrar la Pascua deban traer consigo alguna ddiva como retribucin del hospedaje. 86] Esta costumbre tambin la observaron al principio los cristianos. Los que llegaban traan consigo pan, vino y otras cosas, como lo confirman los Cnones de los apstoles. De aqu se tomaba la parte que haban de consagrar, y el resto se distribua entre los pobres. Y por esta costumbre se conserv tambin el nombre de las contribuciones como Misa. Y a causa de estas contribuciones, se ve por doquier que la Misa era llamada , a no ser que alguno prefiera que se llamara as a causa del convite comn. 87] Pero omitamos estas bagatelas. Porque es ridculo que en asunto tan grave nuestros adversarios aduzcan conjeturas tan excesivamente leves. Aun cuando a la Misa se le llame oblacin, qu tiene que ver este vocablo con los sueos del opus operatum, y la aplicacin que imaginan de que consigue para otros la remisin de pecados? Puede llamarse oblacin, porque en ella se ofrecen oraciones, acciones de gracias y todo el culto, as como tambin se llama eucarista. Pero ni las ceremonias ni las oraciones aprovechan ex opere operato, sin la fe. Aunque nosotros no tratamos aqu de las oraciones, sino propiamente de la Cena del Seor. 88] El Canon griego dice tambin muchas cosas acerca de la oblacin, pero muestra con claridad que no habla propiamente del cuerpo y de la sangre del Seor, sino de todo el culto, de las oraciones y acciones de gracias. Porque dice as:

Cuando se entiende bien esto, no ofende en nada. Porque ora pidiendo que seamos dignos de ofrecer oraciones, splicas y sacrificios incruentos. Hasta a las oraciones las llama sacrificios incruen Ofrecemos, dice, este culto razonable e incruento. Y explican mal esto quienes lo interpretan como un sacrificio razonable, refirindolo al cuerpo mismo de Cristo, aunque el Canon lo relaciona con todo el culto, y oponindose al opus operatum, Pablo ha hablado de culto razonable, es decir, de la adoracin de la mente, del temor, de la fe, de la oracin, de la accin de gracias, etc. DE LA MISA POR LOS DIFUNTOS 89] Nuestros adversarios no tienen testimonio ni mandamiento de la Escritura en que fundarse para demostrar que la aplicacin de la ceremonia libera las almas de los difuntos, aunque con esta creencia sacan infinita ganancia. Y no es pequeo pecado establecer en la Iglesia

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semejantes cultos sin el mandamiento de Dios y sin el ejemplo de la Escritura, y transferir a los muertos la Cena del Seor, instituida para recuerdo y predicacin entre los vivos. Esto es abusar del nombre de Dios contra el segundo mandamiento. Primero, porque es hacer agravio al Evangelio creer que una ceremonia sin fe, ex opere operato, es un sacrificio que aplaca a Dios y satisface por los pecados. Es horrible afirmar que se atribuye lo mismo a la obra del sacerdote que a la muerte de Cristo. Adems, el pecado y la muerte no pueden ser vencidos ms que por la fe en Cristo, como lo ensea Pablo, Rom. 5, 1: Justificados pues por la fe tenemos paz, y por tanto no puede ser vencida la pena del purgatorio con la aplicacin de una obra ajena. 90] Omitiremos por ahora los testimonios que presentan nuestros adversarios acerca del purgatorio, lo que piensan que son penas del purgatorio y las bases que tiene la doctrina de las satisfacciones, vansima, como lo hemos mostrado antes. Tan slo les respondemos esto: es seguro que la Cena del Seor fue instituida para la remisin de la culpa. Porque ofrece remisin de pecados, donde es necesario que la culpa se entienda de verdad. Y, sin embargo, no satisface por la culpa, porque de otro modo la Misa sera igual a la muerte de Cristo. Pero el perdn de la culpa no se consigue sino por la fe. Y as, la Misa no es satisfaccin, sino promesa y Sacramento que requiere fe. 91] Y ciertamente es inevitable que los buenos sientan un dolor muy amargo al pensar que la Misa ha sido aplicada en gran parte a los muertos y a las satisfacciones por las penas. Esto es quitar de la Iglesia el sacrificio continuo, esto es, el reino de Antoco, que traslad las promesas ms salutferas sobre la remisin de la culpa y sobre la fe a las opiniones ms vanas sobre las satisfacciones; esto es contaminar el Evangelio y corromper el uso de los Sacramentos. Estas son las personas que Pablo, 1 Cor. 11, 27, califica de culpados del cuerpo y de la sangre del Seor, que han anulado la doctrina de la fe y la remisin de la culpa y han consagrado el cuerpo y la sangre del Seor a un lucro sacrlego so pretexto de satisfacciones. Algn da pagarn con el castigo este sacrilegio. Por eso debemos nosotros y cuantos tengan una conciencia piadosa poner mucho cuidado en no aprobar los abusos de nuestros adversarios. 92] Pero volvamos a nuestro asunto. No siendo la Misa satisfaccin ni por la pena ni por la culpa, sguese que su aplicacin a los muertos es intil. Y aqu no hay necesidad de ms prolongada discusin. Porque es evidente que esas aplicaciones a los muertos no tienen fundamento alguno en las Escrituras. Y no es prudente establecer cultos en la Iglesia sin la autoridad de las Escrituras. Si alguna vez se presenta la necesidad, hablaremos con ms detalle de toda esta cuestin. A qu pelear ahora con nuestros adversarios pues no saben lo que es un sacrificio, ni un Sacramento, ni el perdn de pecados, ni la fe? 93] Y tampoco el Canon griego aplica la oblacin a los muertos como una satisfaccin, porque la aplica por igual a todos los bienaventurados patriarcas, profetas y apstoles. As, pues, est claro que los griegos entienden la ofrenda como una accin de gracias, y no la aplican como satisfaccin por las penas, aunque hablan tambin, no slo de la ofrenda del cuerpo y de la sangre del Seor, sino de las otras partes de la Misa, esto es, de las oraciones y acciones de gracias. Porque despus de la consagracin, piden orando que sirva a los que participan de ella, y no hablan de los otros. Y entonces aaden: Adems, os ofrecemos este culto razonable para los que han muerto en la fe, los antepasados, los padres, los patriarcas, los profetas, los apstoles, etc. Pero culto razonable no significa la ofrenda misma, sino las oraciones y todas las dems cosas que all se hacen. 94] En cuanto a lo que alegan nuestros adversarios citando a los Padres sobre la oblacin por los muertos, sabemos que los antiguos hablan de Ja oracin por Ion muertos, pero nosotros no la rechazamos, sino que desaprobamos la aplicacin de la Cena del Seor a los muertos ex opere 169

operato. Y aunque traen sobre todo testimonios de Gregorio y de los ms modernos, nosotros les oponemos pasajes clarsimos y ciertsimos de las Escrituras. 95] Adems, existe gran disparidad de opinin entre los Padres. Eran hombres y podan caer y engaarse. Si resucitasen hoy y viesen que sus sentencias eran pretexto para esas esplndidas mentiras que ensean nuestros adversarios sobre el opus operatum se interpretaran a s mismos de un modo muy distinto. 96] Nuestros adversarios tambin citan falsamente contra nosotros en caso de Aerio, de quien cuentan que fue condenado porque haba negado que en la Misa se hace oblacin por los vivos y los muertos. Es una triquiuela de que se sirven a menudo; alegan herejas antiguas, y relacionan con ellas perversamente nuestra causa para abrumarnos con la comparacin. Epifanio atestigua que Aerio pensaba que las oraciones por los muertos son intiles. Y se lo reprocha. Nosotros no patrocinamos a Aerio, pero no nos levantamos contra vosotros, porque defendis manifiestamente una hereja impa que pugna con los profetas, los apstoles y los Santos Padres, a saber, que la Misa justifica ex opere operato, y que consigue remisin de culpa y pena aun a los injustos a quienes se aplica, si no ponen obstculo. Censuramos estos errores perniciosos porque menoscaban la gloria de la pasin de Cristo, y entierran por completo la doctrina de la justicia de la fe. 97] Hubo en la ley una conviccin semejante entre los impos, pues pensaban que conseguan remisin de pecados, no gratuitamente, por la fe, sino por sacrificios ex opere operato. Y as, aumentaban aquellos cultos y sacrificios, instituan el culto a Baal en Israel, y hasta sacrificaban en los bosques de Jud. Por eso condenan los profetas esa impa creencia, y pelean no slo con los adoradores de Baal, sino con otros sacerdotes que celebran los sacrificios ordenados por Dios siguiendo esa opinin. Es verdad que est hincada en el mundo y lo estar siempre la creencia de que los cultos y los sacrificios son propiciaciones. No sufren los hombres carnales que se atribuye al solo sacrificio de Cristo el honor de ser propiciacin, porque no entienden la justicia de la fe, y por eso atribuyen igual honor a otros cultos y sacrificios. 98] Por tanto, as como en Jud se mantuvo por los pontfices impos la falsa creencia de los sacrificios, y as como perduraron en Israel los cultos de Baal, aunque all estaba la Iglesia de Dios que desaprobaba estos cultos impos, as tambin perdura en el reino pontificio el culto de Baal, esto es, el abuso de la Misa, que aplican a los injustos para conseguir por medio de ella la remisin de la culpa y de la pena. Y parece que este culto de Baal ha de durar lo que dure el reino pontificio, hasta que venga Cristo a juzgarlo, y con la gloria de su venida destruya el reino del Anticristo. Mientras tanto, todos los que creen el Evangelio deben rechazar esos cultos impos, inventados contra el mandamiento de Dios para obscurecer la gloria de Cristo y la justicia de la fe. 99] Hemos referido brevemente estas cosas de la Misa, para que los hombres buenos de todo el mundo comprendan que nosotros defendemos la dignidad de la Misa con el mayor celo, enseamos su verdadero uso y tenemos causas justsimas para disentir de nuestros adversarios. Y deseamos advertir a todos los hombres buenos que no ayuden a nuestros adversarios, que defienden la profanacin de la Misa, para que no se carguen con la complicidad del pecado ajeno. Esta es una gran causa, un pleito grave, no inferior al del profeta Elas, que condenaba el culto de Baal. Nosotros hemos presentado con la mayor moderacin este asunto tan importante, y ahora hemos contestado sin reproche. Pero si nuestros adversarios nos obligan a enumerar todas las clases de abusos de la Misa, el asunto no podr llevarse con tanta clemencia.

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Art. XXVII. (XIII.) De Los Votos Monsticos.


1] En la ciudad de Eisenach, en Turingia, viva hace treinta aos un fraile franciscano, llamado Juan Hilten, que fue arrojado a un calabozo por su orden, porque haba reprendido abusos muy notorios. Hemos visto sus escritos, y por ellos puede verse fcilmente en qu consista su doctrina. Los que lo conocieron afirman que era un anciano apacible y grave, sin impertinencia o mal humor. 2] Anunci muchas cosas que en parte han ocurrido poco tiempo ha, y otras que ya se ven venir, pero que no queremos referir para que nadie piense que las narramos por odio o para favorecer a alguno. Al fin, cuando enferm por la edad o por la tristeza de la crcel, mand por el guardin, para notificarle el estado de su salud. Como el guardin, encendido en odio farisaico, empezara a recriminar duramente al hombre, reprochndole una doctrina que pareca perjudicar a la cocina, ste omiti la mencin de su enfermedad, y dijo que por causa de Cristo toleraba con nimo tranquilo semejantes injurias, porque l no haba escrito o enseado nada que pudiera menoscabar el estado de los frailes, sino que tan slo haba reprendido algunos abusos manifiestos. 3] Pero, dijo, vendr otro, el ao del Seor de 1516, que os destruir, y no le podris resistir. Esta misma creencia en la ruina del reino de los frailes, y en el nmero de aos, la encontraron tambin despus escrita sus amigos en los comentarios suyos, entre las anotaciones que haba dejado en determinados pasajes del libro de Daniel. 4] Pero aunque el resultado ha de mostrar la importancia que debe atribuirse a esta declaracin, se manifiestan otras seales, no menos ciertas que los orculos, que amenazan al reino de los frailes con una gran alteracin. Porque consta la hipocresa, la ambicin y la avaricia que hay en los monasterios, la ignorancia y la crueldad de los indoctos, la vanidad de los sermones y la invencin constante de los nuevos modos de conseguir dinero. Y hay tambin otros vicios que no queremos recordar. 5] Habiendo sido en tiempos antiguos escuelas de instruccin cristiana, han degenerado ahora como del oro al hierro, o como del cubo platnico a las armonas malas que, segn Platn, acarrean la ruina. Los monasterios ms ricos tan slo mantienen a una ociosa turba que so pretexto de religin devora las limosnas pblicas de la Iglesia. 6] Pero Cristo advierte, Mat. 5, 13, que la sal desavenida ser echada fuera y hollada. Por lo cual, con semejantes costumbres, los frailes mismos estn pregonando su propio destino. 7] Y ahora se manifiesta otro sntoma, porque en muchos lugares los frailes son los instigadores de la muerte de hombres buenos. No hay duda de que Dios vengar en breve estas matanzas. 8] Pero no acusamos a todos, porque pensamos que existen aqu y all algunos hombres buenos que creen moderadamente en los cultos humanos y artificiosos, como los llaman algunos escritores, y no aprueban la crueldad que entre ellos practican los hipcritas. 9] Pero discutimos ahora del gnero de doctrina que defienden nuestros adversarios, y no de si han de observarse los votos. Porque creemos que deben observarse los votos lcitos, pero discutimos ahora las cuestiones siguientes: si esos cultos consiguen remisin de pecados y justificacin; si son satisfacciones por los pecados; si son iguales al bautismo; si son observancia de preceptos y consejos; si son la perfeccin evanglica; si tienen mritos de supererogacin; si esos mritos aplicados a otros los salvan; si son lcitos los votos hechos con estas opiniones; si son lcitos los votos que so pretexto de religin se hacen tan slo por el estmago y la holganza;

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si son votos verdaderos los que han sido arrancados por la fuerza, o los de quienes por su edad no pueden juzgar todava de ese gnero de vida, y los encierran sus padres o sus amigos en los monasterios para que sean mantenidos por el pblico, sin gravamen del patrimonio privado; si son lcitos los votos que tienden abiertamente a un mal resultado, ya porque por debilidad no se guardan, ya porque quienes estn en esas comunidades se ven obligados a aprobar y ayudar en los abusos de la Misa, del culto impo de los santos y de los propsitos de ensaarse contra los hombres buenos. Y aun cuando en nuestra Confesin nosotros hemos dicho muchas cosas acerca de esta clase de votos, nuestros adversarios nos mandan rechazar todas las cosas que manifestamos. Estas han sido, en efecto, sus palabras. 10] Y vale la pena or cmo falsean nuestras razones y lo que nos traen para robustecer su pleito. Por eso repasaremos brevemente algunos argumentos nuestros y desharemos de paso con ellos los sofismas de nuestros adversarios. Pero como todo este pleito ha sido tratado diligente y copiosamente por Lutero en un libro que titul De votis monasticis, queremos dar aqu por repetido ese libro. 11] Primero, es muy cierto que no es lcito el voto de quien al hacerlo piensa que consigue remisin de pecados delante de Dios, o que est satisfaciendo por los pecados delante de Dios. Porque esta opinin es agravio manifiesto al Evangelio, que ensea que a nosotros se nos concede gratuitamente la remisin de pecados, por medio de Cristo, como tantas veces se ha dicho anteriormente. Por tanto, hemos citado rectamente las palabras de Pablo a los Glatas, 5,4: Vacos sois de Cristo los que por la ley os justificis; de la gracia habis cado. Los que buscan perdn de pecados, no por la fe en Cristo, sino por la obras monsticas, menoscaban el honor de Cristo y crucifican a Cristo de nuevo. Pero od, od como se deslizan aqu los arquitectos de la Refutacin. 12] Explican el pasaje de Pablo relacionndolo slo con Moiss, y aaden que los frailes se esfuerzan por vivir ms cerca del Evangelio, y observan todas las cosas por Cristo, para alcanzar vida eterna. Y aaden un horrible eplogo con estas palabras: Por lo cual son impas las cosas que aqu se alegan contra el monacato. 13] Oh Cristo, hasta cundo tolerars estas injurias, con las que afrentan tu Evangelio nuestros enemigos? Hemos dicho en nuestra Confesin que el perdn de pecados se consigue gratuitamente por la fe, por medio de Cristo. Si sta no es la voz misma del Evangelio, si no es sentencia del Padre eterno que T, que ests en el seno del Padre, has revelado al mundo, entonces se nos censura con derecho. Pero Tu muerte es testigo, Tu resurreccin es testigo, el Espritu Santo es testigo, y toda Tu Iglesia es testigo de que ciertamente la sentencia del Evangelio es que conseguimos perdn de pecados, no por nuestros mritos, sino por medio de Ti, por la fe. 14] Cuando Pablo niega que los hombres consiguen perdn de pecados por la ley de Moiss, arrebata mucho ms esta alabanza a las tradiciones humanas, y esto lo atestigua abiertamente a los Colosenses, 2, 16. Si la ley de Moiss, que haba sido revelada por Dios, no consegua remisin de pecados, cunto menos esas fatuas observancias, contrarias a las costumbres naturales y legales de la vida, podrn alcanzar remisin de pecados! 15] Nuestros adversarios imaginan que Pablo declara abolida la ley de Moiss, y que Cristo viene, pero de modo que no concede gratuitamente perdn de pecados, y que se consigue por otras leyes que acaso haya que inventar ahora. 16] Con esta impa y fantica opinin, entierran el beneficio de Cristo. Y despus inventan que entre los que observan esta ley de Cristo los frailes la observan mejor que los dems, por la hipocresa de la pobreza, obediencia y castidad, siendo as que todas estas cosas estn llenas de simulaciones. Se jactan de pobreza en medio de la mayor abundancia de todas las 172

cosas. Se jactan de obediencia cuando ninguna clase de hombres tiene mayor libertad que los frailes. Del celibato no nos gusta hablar; Gerson indica lo puro que es esto en muchos que procuran ser continentes. Pero, cuntos hay que desean o procuran ser continentes? 17] Por supuesto que con semejan te simulacin los frailes viven ms cerca del Evangelio. Cristo no vino despus de Moiss para perdonarnos los pecados por nuestras obras, sino para oponer a la ira de Dios en favor nuestro sus mritos y su propiciacin, para que gratuitamente seamos perdonados. Por tanto, el que opone a la ira de Dios sus mritos propios, fuera de la propiciacin de Cristo, y se empea en conseguir perdn de pecados por medio de sus propios mritos, ya presente las obras de la ley de Moiss, o Declogo, o las de la regla de San Benito, o las de la regla de Agustn, o las de otras reglas, el tal anula la promesa de Cristo, rechaza a Cristo y cae de la gracia. Esta es la sentencia de Pablo. 18] Mira, Carlos, Csar, Emperador clementsimo, mirad Prncipes, mirad, Ordenes del Imperio, la impudencia de nuestros adversarios! Habiendo citado nosotros el pasaje de Pablo en este sentido, escriben ellos sin embargo: Son impas las cosas que aqu se alegan contra el monacato. 19] Qu cosa puede haber ms segura sino que los hombres consiguen perdn de pecados por la fe, por medio de Cristo? Y esta creencia se atreven a llamarla impa esos charlatanes. No cabe duda de que, si se os hubiera sealado este prrafo, habrais procurado sacar de la Refutacin semejante blasfemia. 20] Pero como antes hemos demostrado abundantemente que es opinin impa declarar que conseguimos perdn de pecados por nuestras obras, seremos ms breves en este lugar. Porque fcilmente podr el lector deducir de aqu que no conseguimos perdn de pecados por medio de las obras monsticas. Y as, tampoco se ha de tolerar la blasfemia que se lee en Toms: la profesin monstica es igual al Bautismo. Es una locura equiparar una tradicin humana, que no tiene mandamiento de Dios, ni promesa, con una ordenanza de Cristo, que tiene mandamiento y promesa de Dios, y que contiene pacto de gracia y de vida eterna. 21] Segundo. La obediencia, la pobreza y el celibato, siempre que no sea impuro, son ejercicios indiferentes, y por tanto los santos pueden usar de ellos sin impiedad, como lo hicieron Bernardo, Francisco y otros santos varones. Y stos los usaron por su utilidad corporal, para estar ms expeditos para ensear y para otros oficios piadosos, y no porque esas mismas obras de por s sean cultos que justifican o consiguen vida eterna. Finalmente, pertenecen al gnero del que Pablo dice, I Tim. 4, 8: El ejercicio corporal para poco es provechoso. 22] Y es de creer que en algn lugar habr tambin ahora en los monasterios hombres buenos, que sirven el ministerio de la Palabra, y que siguen esas observancias sin opiniones impas. 23] Pero pensar que esas observancias son cultos por medio de los cuales son justificados delante de Dios y consiguen vida eterna pugna con el Evangelio de la justicia de la fe, que ensea que por medio de Cristo se nos concede justicia y vida eterna. Pugna tambin con la sentencia de Cristo, Mat. 15, 9: Mas en vano me honran, enseando doctrinas y mandamientos de hombres. Pugna asimismo con esta sentencia de Rom. 14, 23] Todo lo que no es de fe, es pecado. Cmo pues pueden afirmar que son cultos que Dios aprueba como justicia delante de El, no teniendo ningn testimonio de la Palabra de Dios? 24] Pero, ved la impudencia de nuestros adversarios. No slo ensean que esas observancias son cultos que justifican, sino que aaden que son los cultos ms perfectos, esto es, que consiguen remisin de pecados y justificacin mejor que cualquier otro gnero de vida. Y aqu concurren muchas falsas y perniciosas opiniones. Fingen guardar los mandamientos y los consejos. Y despus, estos hombres liberales, como suean que tienen mritos de supererogacin, se los venden a otros. Todas estas cosas estn llenas de farisaica vanidad. 173

25] Porque impiedad extrema es creer que satisfacen al Declogo de tal manera, que les sobran mritos, siendo as que estos preceptos acusan a todos los santos: cantars a Jehov tu Dios de todo tu corazn, Deut. 6,5. Y tambin: No codiciars, Rom. 7, 7. El profeta dice en el Salmo, 116, 11: Todo hombre es mentiroso, esto es, no piensa rectamente en Dios, no le teme lo suficiente, no cree a Dios lo suficiente. Por tanto, falsamente se jactan los frailes, en la observacin de la vida monstica, de satisfacer los preceptos, y de hacer ms de lo que implican los preceptos. 26] Adems, tambin es falso que las observancias monsticas sean obras de los consejos del Evangelio. Porque el Evangelio no da consejos sobre la diferencia en las vestiduras, las comidas, la renunciacin a la propiedad. Estas son tradiciones humanas, de todas las cuales se ha dicho, I Cor. 8, 8: La vianda no nos hace ms aceptos a Dios. Por lo cual, ni son cultos que justifican, ni son perfeccin, sino que al contrario cuando se presentan cubiertos con estos ttulos, son meras doctrinas de demonios. 27] Se aconseja la virginidad, pero a quienes tienen don de continencia, como antes se ha dicho. Pero es error muy pernicioso creer que la perfeccin evanglica se encuentra en las tradiciones humanas. Porque entonces hasta los frailes de los mahometanos podran jactarse de conseguir la perfeccin evanglica. Ni se encuentra tampoco en la observancia de las otras cosas que se califican de indiferentes, sino que siendo el reino de Dios justicia y paz en los corazones, Rom. 14, 17; la perfeccin consiste en que crezca el temor de Dios, la confianza en la misericordia prometida en Cristo, y el cuidado de obedecer a la vocacin, como dice Pablo al describir la perfeccin, 2 Cor. 3,18: Somos transformados de gloria en gloria, como por el Espritu del Seor. No dice: Estamos recibiendo continuamente otra cogulla, otras sandalias y otros cngulos. Da compasin que en la Iglesia se lean y oigan expresiones farisaicas y hasta mahometanas, a saber, que la perfeccin del Evangelio, del reino de Cristo, que es vida eterna, se haga consistir en estas observancias ineptas de vestiduras y bagatelas semejantes. 28] Escuchad ahora a nuestros Areopagitas y la gran indignidad que han puesto en su Refutacin. Dicen as: En las Sagradas Letras se declara expresamente que la vida monstica guardada con la debida observacin, y sta puede guardarla por la gracia de Dios cualquier fraile, consigue vida eterna, y Cristo la prometi en verdad ms abundante, Mat. 19, 29, a quienes dejaron la casa, los hermanos, etc. 29] Estas son palabras de nuestros adversarios en las que se dice primero con gran impudencia que en las Sagradas Escrituras se declara que la vida monstica consigue vida eterna. En dnde hablan las Sagradas Escrituras de la vida monstica? As es como discuten el asunto nuestros adversarios, as citan las Escrituras estos hombres de poca monta. Aunque nadie ignora que el monacato se ha inventado hace poco, alegan la autoridad de la Escritura y aaden que ste es un decreto claramente expresado en las Escrituras. 30] Adems, injurian a Cristo al decir que los hombres consiguen vida eterna por medio del monacato. Ni a su propia ley ha concedido Dios el honor de conseguir vida eterna, como claramente dice Ezequiel, 20, 25: Por eso yo tambin les di ordenanzas no buenas, y derechos por los cuales no viviesen. 31] Primero, es seguro que la vida monstica no consigue remisin de pecados, sino que la conseguimos por la fe, gratuitamente, como anteriormente dejamos dicho. 32] En segundo lugar, la vida eterna se concede por medio de Cristo y por misericordia a quienes por la fe reciben el perdn y no oponen sus propios mritos al juicio de Dios, como lo dice tambin Bernardo con mucha vehemencia: Es necesario, lo primero de todo, creer que no puedes conseguir perdn de pecados sino por la indulgencia de Dios. Despus, que no puedes en absoluto tener ninguna buena obra si no te la concede tambin Dios. Por ltimo, que no puedes 174

conseguir la vida eterna por obras si no se te concede tambin. Las otras cosas que siguen las hemos citado antes. Y al fin Bernardo agrega: Nadie se engae, porque, si quiere pensar bien, no hay duda de que se dar cuenta de que ni con diez mil podr salir al encuentro del que viene con veinte mil. 33] Por tanto, como ni por las obras de la ley divina conseguimos vida eterna o remisin de pecados, sino que es necesario buscar la misericordia prometida en Cristo, mucho menos se habr de conceder este honor a las observancias monsticas, pensando que consiguen remisin de pecados o vida eterna, pues son meras tradiciones humanas. 34] As es simplemente como entierran el Evangelio de la gratuita remisin de pecados y de la misericordia que debe aprehenderse por la promesa en Cristo quienes ensean que la vida monstica consigue remisin de pecados o vida eterna y transfieren la confianza debida a Cristo a esas necias observancias. En vez de drselo a Cristo, dan culto a sus cogullas y a sus inmundicias. Teniendo ellos mismos mucha necesidad de misericordia, obran impamente inventando mritos de supererogacin y vendindoselos a otros. 35] Hablamos de estas cosas con mayor brevedad, porque de lo que hemos dicho antes acerca de la justificacin, del arrepentimiento y de las tradiciones humanas ya consta lo suficiente que la vida monstica no es el precio que hay que pagar para conseguir remisin de pecados y vida eterna. Como Cristo llama a las tradiciones cultos intiles, no pueden de ningn modo constituir la perfeccin evanglica. 36] Pero nuestros adversarios quieren aparecer astutamente como que moderan la vulgar opinin acerca de la perfeccin. Niegan que la vida monstica sea perfeccin, y dicen que es un estado para adquirir la perfeccin. Bien dicho est eso! Recordamos que esta correccin se encuentra en Gerson. Porque parece que los hombres prudentes, ofendidos por las desmedidas alabanzas de la vida monstica y no atrevindose a quitarla del todo la honra de la perfeccin, aadieron esta correccin, diciendo que es un estado para adquirir la perfeccin. 37] Si seguimos esto, la vida monstica no ser mejor estado de perfeccin que la vida del labrador o del artesano. Porque tambin stos son estados para adquirir la perfeccin. Porque todos los hombres, cualquiera que sea su vocacin, deben ambicionar la perfeccin, esto es, crecer en el temor de Dios, en la fe, en el amor al prjimo, y en semejantes virtudes espirituales. 38] Se hallan en las historias de los ermitaos los ejemplos de Antonio y otros, que nivelan o igualan los diversos estados de la vida. Est escrito que cuando Antonio pidi a Dios que le mostrara el adelanto que haca en su manera de vivir, se le indic en un sueo a un zapatero de la ciudad de Alejandra, para que se comparase con l. Al da siguiente, Antonio lleg a la ciudad y se acerc al zapatero, para contemplar sus ejercicios y dones. Hablando con el hombre, no oy otra cosa sino que por la maana oraba brevemente por la ciudad y que despus se dedicaba a su oficio. Y de aqu aprendi Antonio que no deba atribuirse la justificacin al gnero de vida que l haba tomado. 39] Pero aunque nuestros adversarios moderan hoy sus alabanzas a la perfeccin monstica, no piensan en realidad de otro modo. Porque venden los mritos, y los aplican a otros so pretexto de que observan los mandamientos y los consejos: por tanto, piensan en realidad que les sobran mritos. Si esto no es arrogarse la perfeccin, qu lo ser? Adems, se ha escrito en la Refutacin que los frailes declaran que viven ms cerca del Evangelio. Por tanto, se atribuye la perfeccin a las tradiciones humanas, pues dicen que los frailes viven ms cerca del Evangelio porque no tienen propiedad, son clibes, obedecen a la regla en las vestiduras, comidas y otras bagatelas semejantes. 40] Por otra parte, la Refutacin dice que los frailes merecen vida eterna ms abundante, y alega la Escritura, Mat. 19, 29: Y cualquiera que dejare casas, etc. Por tanto, tambin aqu 175

atribuye perfeccin a los ritos facticios. Pero este pasaje de la Escritura nada tiene que ver con la vida monstica. Porque Cristo no quiere que el abandonar a los padres, al cnyuge y a los hermanos sea una obra que deba hacerse para conseguir remisin de pecados y vida eterna. Es ms: se maldice ese abandono. Porque se hace con agravio de Cristo, si se tiene el propsito de conseguir con esa obra remisin de pecados y vida eterna. 41] Hay, sin embargo, dos clases de renuncia.-Una se hace sin vocacin, sin mandamiento de Dios, y sta no la aprueba Cristo, Mat. 15,9. Porque las obras elegidas por nosotros son cultos intiles. Pero se ve claramente en este pasaje que Cristo no aprueba esta huida, porque habla de abandonar a la esposa y a los hijos. Porque sabemos que el mandamiento de Dios prohbe abandonar a la esposa y a los hijos. La otra renuncia es la que se hace por mandamiento de Dios, a saber, cuando el poder o la tirana nos obliga a herir o a negar el Evangelio. Aqu tenemos el mandamiento de soportar la injuria, de sufrir que se nos despoje, no slo de nuestros bienes, del cnyuge, de los hijos, sino tambin de la vida. Cristo aprueba esta renuncia, y por eso aade, Mar. 10,29: Por causa del Evangelio, para dar a entender que habla, no de quienes hacen agravio a la esposa y a los hijos, sino de quienes sufren la injuria a causa de la confesin del Evangelio. 42] Y hasta a nuestro cuerpo debemos renunciar por el Evangelio. Sera ridculo creer aqu que es culto a Dios matarse a s mismo, y renunciar al cuerpo sin mandamiento de Dios. Pero tambin es ridculo creer que es culto a Dios renunciar a los bienes, a los amigos, a la esposa, a los hijos, sin mandamiento de Dios. 43] As pues, es evidente que se tuerce perversamente la palabra de Cristo en favor de la vida monstica. A no ser que venga bien aqu lo de que en esta vida se llevan el ciento por uno. Porque muchos se hacen frailes, no por el Evangelio, sino por el estmago y el ocio, y en lugar de pequeos patrimonios encuentran grandes riquezas. 44] Pero como todo este asunto monstico est lleno de simulacin, citan con falsos pretextos testimonios de la Escritura para pecar doblemente, esto es, para engaar a los hombres y engaarlos escudndose en el nombre divino. 45] Se cita tambin acerca de la perfeccin el pasaje de Mar. 19, 21: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y ven, sgueme. Este texto ha impresionado a muchos de los que equivocadamente creyeron que era perfeccin renunciar a la posesin y dominio de las cosas. 46] Dejemos a los filsofos ensalzar a Aristipo, que arroj al mar una gran cantidad de oro. Porque ejemplos semejantes nada tienen que ver con la perfeccin cristiana. La distribucin, el dominio y la posesin de la propiedad son ordenanzas civiles, aprobadas por la Palabra de Dios en el mandamiento del xodo, 20, 15: No hurtars. La renuncia a los bienes no tiene en la Escritura mandamiento ni consejo. Porque la pobreza evanglica no consiste en el abandono de las cosas, sino en no ser avaro, en no confiar en las riquezas, y as era pobre David, en un reino riqusimo. 47] Por tanto, siendo la renuncia de los bienes meramente una tradicin humana, es un culto intil. Y son desmedidos los encomios de la Extravagante, que dice que la renuncia a la propiedad de todas las cosas por causa de Dios es meritoria y santa, y un camino de perfeccin. Es peligrossimo ensalzar con estas alabanzas desmedidas una cosa que pugna con el orden poltico. 48] Pero Cristo habla aqu de la perfeccin cristiana. Es ms: hacen injuria al pasaje quienes lo citan truncado. La perfeccin est en que Cristo aade: Sgueme. 49] Se muestra aqu el ejemplo de obediencia a un llamamiento. Y como los llamamientos no son iguales, este llamamiento no es para todos, sino que afecta propiamente a la persona con la que Cristo est hablando, del mismo modo que el llamamiento de David para reinar y el que 176

recibe Abraham de matar a su hijo no son para que nosotros los imitemos. Las vocaciones son personales, as como los negocios cambian tambin segn los tiempos y las personas, pero el ejemplo de obediencia es para todos. 50] La perfeccin la habra conseguido aquel joven si hubiera credo y obedecido a este llamamiento. Y as, la perfeccin para nosotros consiste en que cada uno obedezca con verdadera fe a su vocacin. 51] Tercero. En los votos monsticos se promete la castidad. Sin embargo, hemos dicho anteriormente, refirindonos al matrimonio de los sacerdotes, que no puede quitarse a los hombres la ley de naturaleza por medio de votos o de leyes. Y como no todos tienen el don de continencia, muchos se contienen sin resultado a causa de su debilidad. Tampoco hay votos o leyes que puedan abolir el mandamiento del Espritu Santo, I Cor. 7, 2: Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su mujer. Por lo cual el voto no es lcito en quienes no tienen don de continencia, y por debilidad se corrompen. 52] De todo este asunto se ha hablado ya lo bastante, y es en verdad sorprendente que estando a la vista los peligros y los escndalos que encierra, defiendan nuestros adversarios sus tradiciones contra un precepto manifiesto de Dios. Ni siquiera les conmueve la voz de Cristo cuando condena a los fariseos, Mat. 23, 13 sg., por haber establecido tradiciones contra el mandamiento de Dios. 53] Cuarto. Loa que viven en los monasterios se libran de sus votos con ceremonias impas, como la profanacin de la Misa ofrecida por los muertos para lucrarse, la adoracin de los santos, en que la falta es doble, porque se invoca y adora a los santos con impiedad, como lo han hecho los dominicanos inventando el rosario de la bienaventurada Virgen, que es una chochez no menos necia que impa y que alienta una vansima presuncin. Adems, todas estas impiedades tan slo van encaminadas a la ganancia. 54] Por otra parte, ni oyen ni ensean el Evangelio de la remisin gratuita de los pecados, por medio de Cristo, de la justicia de la fe, del verdadero arrepentimiento, de las obras que tienen mandamiento de Dios. Pero se dedican a discusiones filosficas y se fundan en ceremonias tradicionales que obscurecen a Cristo. 55] No hablaremos aqu de todo ese servicio de ceremonias, de lecciones, del canto y otras cosas semejantes, que podran tolerarse si se tuviesen por ejercicios, como las lecciones en las escuelas, cuyo fin es ensear a los oyentes, y mientras se les ensea se les mueve al temor y a la fe. Imaginan ahora que esas ceremonias son cultos de Dios que consiguen perdn de pecados para ellos mismos y para los dems. Y como consecuencia van aumentando estas ceremonias. Si tomasen, para ensear y exhortar a los oyentes, lecciones breves y escogidas, aprovecharan ms que esas infinitas chocheces. 56] Y as, toda la vida monstica est llena de hipocresa y de falsas opiniones. Y a todas estas cosas se aade el peligro de que quienes estn en esas comunidades tienen por fuerza que estar conformes con que se persiga a la verdad. Son pues muchas y muy graves las razones que libran a los hombres buenos de ese gnero de vida. 57] Por ltimo, los mismos Cnones libran a muchos que han sido arrastrados por las artimaas de los frailes y han pronunciado sus votos sin juicio, o a muchos que los han pronunciado obligados por los amigos. De semejantes votos, ni los Cnones a la verdad dicen que lo sean. Y de todo esto se deduce que son muchas las causas que muestran que los votos monsticos, tal como se han hecho hasta hace poco, no son votos, y se puede ciertamente abandonar un gnero de vida que est lleno de hipocresa y de falsas opiniones. 58] Aqu nos presentan una objecin sacada de la ley de los Nazaritas, Nm. 6, 2 sg. Pero stos no hacan sus votos con las opiniones que poco ha dijimos que censuramos en los votos de 177

los frailes. El rito de los Nazaritas era un ejercicio y profesin de fe delante de los hombres que no consegua perdn de pecados delante de Dios, ni justificaba delante de Dios. Adems, as como hoy la circuncisin y el sacrificio de vctimas no sera considerado como un culto, sino que sera juzgado indiferente, as tampoco el rito de los Nazaritas debe presentarse hoy como un culto. No es recto comparar el monacato que no tiene palabra de Dios, inventado para que sea un culto que consiga remisin de pecados y justificacin, con el rito, de los Nazaritas, que tena palabra de Dios y no haba sido establecido para conseguir perdn de pecados, sino para que fuese un ejercicio externo, como las dems ceremonias de la ley. Lo mismo podra decirse de las dems ceremonias prescritas en la ley. 59] Alegan tambin a los Rechabitas, que ni tenan posesin alguna, ni beban vino, como lo escribe Jeremas, 35, 6 sg. Pues s que cuadra el ejemplo de los Rechabitas con nuestros frailes, cuyos monasterios superan a los palacios de los reyes, pues viven en la mayor suntuosidad! Adems, aun cuando los Rechabitas carecan de todo, eran casados. Nuestros frailes nadan en las delicias y profesan el celibato. 60] Por otra parte, los ejemplos deben interpretarse de acuerdo con la regla, es decir, con pasajes seguros y claros de la Escritura, y no en contra de la regla, es decir, en contra de las Escrituras. 61] Pero es ciertsimo que nuestras observancias no consiguen remisin de pecados o justificacin. Por lo cual, cuando se alaba a los Rechabitas es inevitable sacar la conclusin de que stos no guardaban su manera de vivir porque creyeran que por medio de ella conseguan remisin de pecados, o porque esa obra era culto que justificaba y les permita alcanzar vida eterna, y no la consiguiesen por medio de la misericordia de Dios, por medio de la simiente prometida. Como cumplieron el mandamiento de sus padres, se alaba su obediencia, porque acerca de ella est el mandamiento de Dios: Honra a tu padre y a tu madre. 62] Adems, esta costumbre tena un fin propio: como eran extranjeros y no israelitas, parece que su padre haba querido distinguirlos con ciertas seales de sus otros paisanos, para que no cayeran en la impiedad de sus paisanos. Con estas seales, quera aconsejarles en la doctrina de la fe y de la inmortalidad. 63] Y ese objeto era lcito. Pero los fines que se atribuyen al monacato son muy distintos. Inventan que las obras del monacato son cultos, y que por medio de ellos se consigue remisin de pecados y justificacin. Es pues distinto el objeto del monacato y el de los Rechabitas y eso que omitimos aqu otros inconvenientes que lleva consigo el monacato en los tiempos presentes. 64] Citan tambin 1 Tim. 5, 11 sg., acerca de las viudas que, sirviendo a la Iglesia, se mantenan a expensas del pblico, donde dice: Porque despus de hacerse licenciosas contra Cristo, quieren casarse. 65] Primero, supongamos que el apstol habla aqu de votos; ni aun as patrocinar este pasaje los votos monsticos que se hacen sobre cultos impos y con la creencia de conseguir remisin de pecados y justificacin. Porque Pablo condena en atronadora voz todos los cultos, todas las leyes, todas las obras, si se hacen para conseguir remisin de pecados y vida eterna por medio de ellas, y no por medio de Cristo, por misericordia. Por eso es inevitable que los votos de las viudas, si los haba, fuesen distintos de los votos monsticos. 66] Adems, si nuestros adversarios no dejan de torcer el pasaje en favor de los votos, tambin debe torcerse este otro pasaje de 1 Tim. 5, 9, que prohbe se elija viuda si tiene menos de sesenta aos. De modo que los votos hechos antes de esa edad sern nulos. 67] Pero la Iglesia no conoca todava estos votos. Por tanto, Pablo condena a las viudas, no porque se casan, pues manda casarse a las ms jvenes, sino porque, mantenidas con el dinero pblico, eran livianas y abandonaban por eso la fe. A eso llama primera fe, refirindose, no a un 178

voto monstico, sino al cristianismo. Y de este modo interpreta la fe en el mismo captulo, versculo 8: Y si alguno no tiene cuidado de los suyos, y mayormente de los de su casa, la fe neg. 68] Habla pues de la fe de distinto modo que los sofistas. No concede fe a quien est en pecado mortal. Por eso dice que abandonan la fe quienes no tienen cuidado de los suyos. Y del mismo modo dice que las mujercillas petulantes abandonaban la fe. 69] Hemos recorrido algunos de nuestros argumentos, desvaneciendo de paso las razones que nos objetan nuestros adversarios. Y estas materias las hemos reunido, no slo a causa de nuestros adversarios, sino mucho ms para las mentes piadosas, para que tengan a la vista las causas por las cuales deben rechazar la hipocresa y los fingidos cultos monsticos, que a la verdad anulan en su totalidad esta palabra de Cristo, al decir, Mat. 15, 9: Mas en vano me honran, enseando doctrinas y mandamientos de hombres. Por lo cual, los votos y observancias de las comidas, lecciones, cantos, vestiduras, calzados y cngulos son cultos intiles delante de Dios. Y sepan las mentes piadosas todas que es simplemente una opinin farisaica y condenada la de que esas observancias consiguen perdn de pecados, que por ellas somos justificados y que por ellas alcanzamos vida eterna, y no por misericordia, por medio de Cristo. 70] Y era inevitable que los santos varones que vivieron en estos gneros de vida se dieran cuenta, una vez abandonada la confianza en semejantes obras, de que conseguan remisin de pecados gratuitamente, por medio de Cristo, y que por medio de Cristo, por misericordia, haban de conseguir vida eterna, y no por medio de esos cultos, porque Dios tan slo aprueba los cultos instituidos por su Palabra, porque tienen su eficacia en la fe.

ART. XXVIII. (XIV.) De La Potestad Eclesistica.


1] Con vehemencia vociferan aqu los adversarios nuestros al tratar de los privilegios e inmunidades del estado eclesistico, y aaden en eplogo: Son nulas cuantas cosas se infieren en el presente artculo contra la inmunidad de las iglesias y de los sacerdotes. 2] Esto es una mera calumnia, porque nosotros en este artculo tratamos de otras cosas. Adems, hemos declarado muchas veces que nosotros no reprobamos las ordenanzas polticas y las donaciones y privilegios concedidos por los prncipes. 3] Ojala escucharan nuestros adversarios alguna vez que otra las quejas de las iglesias y de las mentes piadosas! Nuestros adversarios defienden con denuedo sus dignidades y riquezas, pero abandonan el estado de las iglesias, ni cuidan de ensear rectamente a las iglesias y de que sean debidamente administrados los Sacramentos. Admiten sin discriminacin en el sacerdocio a todo gnero de personas, y despus les imponen cargas intolerables, y como si se gozaran en la ruina de los dems, les piden que observen sus tradiciones con mayor celo que el Evangelio. 4] Hoy, en las cuestiones ms graves y ms difciles, en las que el pueblo desea con afn que se le instruya, para tener algo seguro que seguir, no habilitan las mentes que estn cruelmente atormentadas por la duda, sino que tan slo hacen un llamamiento a las armas. Adems, en cosas manifiestas, promulgan decretos escritos con sangre, que amenazan con horrendos suplicios a los hombres si no obran manifiestamente contra los mandamientos de Dios. 5] Convendra que vieseis aqu las lgrimas de los pobres, y oyeseis las quejas dignas de compasin de muchos hombres buenos, a los cuales Dios est sin duda mirando y escuchando, y al cual en su da habis de rendir cuenta de vuestro gobierno.

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6] Aunque en nuestra Confesin hemos abarcado en este artculo varios asuntos, nuestros adversarios no responden sino que los obispos tienen la potestad de gobierno y de correccin coercitiva, para dirigir a los fieles hacia la meta de la felicidad eterna, y que la potestad de gobernar requiere la potestad de juzgar, definir, discernir y establecer las cosas que ayudan y conducen a la meta deseada. Estas son las palabras de la Refutacin, con las que nuestros adversarios nos muestran que los obispos tienen autoridad para dar leyes tiles encaminadas a conseguir vida eterna. La controversia se funda en este artculo. 7] Pero en la Iglesia debemos conservar la doctrina de que conseguimos remisin de pecados gratuitamente, por medio de Cristo, por la fe. Conviene tambin conservar la doctrina de que las tradiciones humanas son cultos intiles, por lo cual ni el pecado ni la justicia deben colocarse en la comida, bebida, hbito y cosas semejantes, porque Cristo quiso dejarnos libertad en el uso de estas cosas cuando dijo, Mat. 15,11: No lo que entra en la boca contamina al hombre, y Pablo, Rom. 14, 17: El reino de Dios no es comida ni bebida. 8] As pues, ningn derecho tienen los obispos para fabricar tradiciones fuera del Evangelio con el fin de conseguir remisin de pecados, y hacerlas aprobar por Dios como si fueran cultos de justicia, que graven las conciencias de modo que sea pecado omitirlos. Todas estas cosas las ensea un pasaje de Hech. 15, 9 sg., donde dicen los apstoles: Purificando con la fe sus corazones. Y despus prohben imponer un yugo, mostrando cunto peligro existe en ello, y exageran el pecado de quienes cargan a la Iglesia. Por qu tentis a Dios?, dicen. Pero nuestros adversarios no temen nada este trueno, porque defienden por la fuerza tradiciones y opiniones impas. 9] Porque tambin antes condenaron el Artculo Quince, en el que declaramos que las tradiciones no consiguen remisin de pecados, y aqu dicen que las tradiciones llevan a la vida eterna. Consiguen por ventura remisin de pecados? Son por ventura cultos que aprueba Dios como justicia? Vivifican por ventura .los corazones? 10] Pablo a los Colosenses, 2, 20, sg. dice que no aprovechan las tradiciones para la justicia eterna y la vida eterna, porque la comida, la bebida, las vestiduras y otras cosas semejantes son cosas que perecen por el uso. Pero la vida eterna se instala en los corazones por cosas eternas, a saber, por la Palabra de Dios y el Espritu Santo. Expliquen, pues, nuestros adversarios cmo llevan las tradiciones a la vida eterna. 11] Pero como el Evangelio proclama expresamente que no deben imponerse a la Iglesia tradiciones que consigan remisin de pecados, sean cultos que Dios aprueba como justicia, o graven las conciencias de modo que el omitirlos sea pecado, nunca podrn nuestros adversarios demostrar que los obispos tienen potestad para establecer semejantes cultos. 12] Por otra parte, hemos dicho en la Confesin qu clase de potestad atribuye el Evangelio a los obispos. Los que hoy son obispos no cumplen con los deberes de los obispos segn el Evangelio, aunque ciertamente son obispos por derecho cannico, el cual no censuramos. Pero nosotros hablamos del obispo segn el Evangelio. 13] Y nos gusta la antigua divisin de la potestad en potestad de orden y potestad de jurisdiccin. As pues, el obispo tiene la potestad del orden, esto es, el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos, y tambin tiene la potestad de jurisdiccin, esto es, la autoridad de excomulgar a los que cometen crmenes pblicos, y de absolverlos de nuevo si convertidos piden la absolucin. 14] Pero no tienen potestad tirnica, es decir, sin ley segura, ni regia, a saber, que est sobre la ley, sino que tienen un mandamiento, una Palabra de Dios, segn la cual su deber es ensear y ejercer su jurisdiccin. Por lo cual, no se sigue del hecho que tengan alguna jurisdiccin el que puedan establecer cultos nuevos. Porque los cultos no tienen que ver con la 180

jurisdiccin. Los obispos tienen la Palabra de Dios y tienen el mandamiento en cuanto a su jurisdiccin, es decir, cuando alguno incurre en une falta, contra la Palabra que recibieron de Cristo. 15] Pero en nuestra Confesin aadimos tambin hasta qu punto les es lcito establecer tradiciones, a saber, no como cultos necesarios, sino para que haya orden en la Iglesia, por la tranquilidad. Y estas tradiciones no deben echar redes a las conciencias, mandndoles cultos intiles, como lo ensea Pablo cuando dice, Gal. 5, 1: Estad pues en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no volvis otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre. 16] As pues, conviene dejar libre el uso de esas ceremonias, siempre que se eviten los escndalos, para que no se tengan por cultos necesarios: los apstoles mismos ordenaron muchas cosas que cambiaron con el tiempo. Pero no nos las transmitieron de manera que no fuese lcito cambiarlas. Porque estas cosas no disentan de sus escritos, en los cuales procuran con gran empeo que no se oprima a la Iglesia con la creencia de que los ritos humanos son cultos necesarios. 17] Esta es la manera sencilla de interpretar las tradiciones, a saber, comprendiendo que no son cultos necesarios, pero que las observamos para evitar escndalos, cuando procede observarlas, y que ha de ser sin supersticin. 18] As lo pensaron muchos hombres grandes y doctos en la Iglesia. Y no vemos qu pueda oponerse a ello. Porque es cierto que el pasaje de Lucas, 10,16: El que a vosotros oye, a m oye, no habla de tradiciones, sino ms bien contra las tradiciones. Porque no es un mandatum cum libera, como dicen, o concesin de autoridad ilimitada, sino que es cautio de rato, prevencin sobre algo prescrito, sobre un mandamiento especial, esto es, un testimonio dado a los apstoles para que les creamos la palabra ajena y no la propia. Porque Cristo quiere asegurarnos, como era menester, que la palabra dada a los hombres es eficaz, y no debe buscarse otra palabra del cielo. 19] No puede entenderse de las tradiciones lo de: El que a vosotros oye, a m oye. Porque Cristo pide que enseen de tal modo, que se le crea a El, pues dice: A m oye. Desea pues que se oiga su propia voz, su propia Palabra, y no las tradiciones humanas. As es cmo un pasaje que obra sobre lodo en favor nuestro y contiene grandsimo consuelo y doctrina lo pervierten estos asnos para autorizar sus inepcias, como la diferencia en las comidas, en las vestiduras y otras cosas semejantes. 20] Tambin citan Heb. 13, 17: Obedeced a vuestros pastores. Este pasaje pide obediencia al Evangelio. Y no deben los obispos establecer tradiciones contra el Evangelio, o interpretar bus tradiciones contra el Evangelio. Cuando lo hacen, se prohbe la obediencia, como en Gal. 1,9: Si alguno os anunciare otro evangelio del que habis recibido, sea anatema. 21] Lo mismo respondemos al pasaje de Mat. 23, 3: Todo lo que os dijeren que guardis, guardadlo y hacedlo, porque es evidente que no se da aqu un precepto universal, pues en otro pasaje, Hech. 5,29, manda la Escritura obedecer a Dios antes que a los hombres. As pues, cuando mandan cosas impas, no se les debe escuchar. Porque es impiedad decir que las tradiciones humanas son cultos de Dios, cultos necesarios que consiguen remisin de pecados y vida eterna. 22] Nos reprochan tambin los escndalos pblicos y los movimientos que han surgido con el pretexto de nuestra doctrina. A esto respondemos brevemente. 23] Si se juntan todos los escndalos en uno solo, el artculo de la remisin de pecados, y de que gratuitamente, por medio de Cristo, conseguimos perdn de pecados por la fe, lleva consigo tanto bien, que compensa todos los dems inconvenientes.

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24] Este artculo concilio al principio a Lutero no slo nuestro favor, sino tambin el de muchos que ahora nos atacan,

Porque el favor recibido desaparece, Y los mortales son olvidadizos, segn dijo Pndaro. Pero nosotros no queremos abandonar una verdad necesaria a la Iglesia, ni podemos estar conformes con nuestros adversarios, que la condenan. Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres. Ellos darn cuenta del cisma que han suscitado, pues condenaron al principio una verdad tan manifiesta, y la persiguen ahora con crueldad. Adems, es que no hay escndalos entre nuestros adversarios ? No hay dao en la profanacin de la Misa reducida a la ganancia? No hay torpeza en el celibato? Pero omitamos la comparacin. Dejamos ahora al criterio de todas las personas piadosas decidir si tienen razn nuestros adversarios al jactarse de haber refutado, fundndose en la Escritura, nuestra Confesin.

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LOS ARTCULOS DE ESMALCALDA


Artculos de doctrina cristiana que debieron haber sido presentados por nuestros partidarios en el concilio de Mantua, o en cualquier otro lugar en que deba de reunirse el concilio, y que haban de indicar lo que podamos o no podamos ceder. Escrito por el Dr. Martn Lutero en el ao 1537.

Prlogo del Dr. Martn Lutero

1 Puesto que el Papa Pablo III convoc por escrito un concilio el ao pasado que tendra lugar en Mantua por Pentecosts y despus fue trasladado de lugar, no sabindose an dnde o si se pueda celebrarlo, y como nosotros por nuestra parte, debamos esperar que siendo invitados o no, furamos condenados, me fue confiado componer y reunir los artculos de nuestra doctrina, para que si se tratase de deliberaciones, se supiese dnde y en qu medida queremos o podemos hacer concesiones a los papistas y sobre qu puntos pensamos definitivamente perseverar y mantenernos. 2 En este sentido he compuesto estos artculos y los he entregado a los nuestros. Han sido aceptados tambin por los nuestros y confesados unnimemente, y se ha decidido que (si el Papa y los suyos alguna vez llegasen a ser tan valientes y serios, sin mentiras y engaos, para convocar un concilio verdaderamente libre, como es su deber) se deba presentarlos pblicamente como confesin de nuestra fe. 3 Pero la corte romana tiene un horrible temor ante un concilio libre y huye tan vergonzosamente de la luz, que ha llegado a arrebatar a los suyos la esperanza de que puedan soportar jams un concilio libre y mucho menos convocarlo por propia iniciativa. Estn, como es justo, muy enojados y se sienten bastante molestos por ello, como los que notan que el Papa quisiera ver perdida a toda la cristiandad y condenadas a todas las almas, antes que l y los suyos quisiesen reformarse algo y dejar que se ponga un lmite a su tirana. No obstante, yo he decidido hacer imprimir entretanto y publicar estos artculos para el caso en que yo muera antes de que un concilio se celebre (como lo aguardo y espero con toda certeza), ya que esos bribones que huyen de la luz y temen el da tienen que darse una miserable molestia en retardar e impedir el concilio. Con ello, los que vivan y subsistan despus de m, pueden presentar mi testimonio y confesin fuera de la confesin que he publicado anteriormente, la cual he permanecido fiel hasta ahora y a la cual espero permanecer fiel con la Gracia de Dios. 4 En efecto, Qu habra de decir?, De qu habra de quejarme? Estoy an en vida, escribo, predico, y dicto clases diariamente. No obstante, tales personas venenosas se encuentran no slo entre nuestros adversarios, sino que tambin hay falsos hermanos que quieren pertenecer a nuestro partido y que se atreven a citar directamente contra m mis escritos y mi doctrina y esto ante mis ojos y odos, aunque saben que enseo de otra manera. Quieren dar una bella apariencia a su veneno con mi trabajo y seducir a la pobre gente bajo mi nombre. Qu ser ms tarde despus de mi muerte?. 5 Hay una razn por qu yo deba responder a todo mientras viva?. Y, cmo podr yo solo cerrar los hocicos del diablo?. Y en particular a aquellos (todos ellos estn envenenados) que no

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quieren escuchar ni notar lo que escribimos, sino que se ocupan con todo afn en trastocar y corromper nuestras palabras en todas sus letras de la manera ms vergonzosa. Dejo responder al diablo tal cosa o finalmente a la ira de Dios, tal como merecen. 6 Pienso a menudo en el buen Gerson, que dudaba de si se deba publicar algo bueno. Si no se hace se abandonarn muchas almas que se podran salvar. Pero, si se le hace, ah estar el diablo con incontables hocicos venenosos y perversos que todo lo envenenan y trastocan, de modo que se impide el fruto. 7 Lo que ganan con ello, se ve claramente: Ya que han mentido tan vergonzosamente contra nosotros y han querido mantener en su partido a la gente con mentiras, Dios ha continuado su obra; hay disminuido siempre el partido de ellos y aumentado el nuestro, y a ellos con sus mentiras los ha avergonzado y los sigue avergonzando. 8 Tengo que contar una historia: Aqu en Wittenberg estuvo un doctor enviado de Francia, que dijo pblicamente ante nosotros que su rey estaba convencido y ms que convencido de que no haba entre nosotros ni iglesia, ni autoridad, ni estado matrimonial, sino que todo andaba como entre los animales, y que cada uno haca lo que le placa. 9 Ahora bien, te imaginas cmo nos miraran a la cara en el da del juicio y ante el trono de Cristo estos hombres que por sus escritos han hecho creer al rey y a otras autoridades como pura verdad tales groseras mentiras? Cristo, Seor y juez de todos nosotros, sabe muy bien que mienten y que han mentido. Tendrn que escuchar en su oportunidad el juicio; lo s ciertamente. En cuanto a los otros, slo ser su destino pena y dolor eternos. 10 Para volver a mi tema, deseo expresar que me agradara ver ciertamente que se celebrase un verdadero concilio, con el cual se ayudara a muchas cosas y personas. Nosotros no lo necesitamos, pues nuestras iglesias estn ahora iluminadas y provistas por la Gracia de Dios con la palabra pura y el recto uso del Sacramento, con el conocimiento de todos los estados, y las obras buenas, de tal modo que por nuestra parte no buscamos ningn concilio y en lo que se refiere a estas materias no podemos esperar ni estar a la expectativa de nada mejor del concilio. Pero ah vemos en todas partes en los obispados parroquias vacas y desiertas que el corazn se le parte a uno. Y, sin embargo, no se preguntan ni los obispos ni los cannigos cmo vive o muere la pobre gente, por la que, no obstante, muri Cristo, y a quien no quieren permitir que le oigan hablar con ellos como el buen pastor con sus ovejas. 11 Me atemoriza y aterroriza el pensar que alguna vez haga pasar sobre Alemania un concilio de ngeles que nos destruya a todos desde la raz, como Sodoma y Gomorra, puesto que nos burlamos tan insolentemente de El bajo el pretexto del concilio. 12 Adems de estos asuntos necesarios de la iglesia, habra tambin cosas innumerables y grandes que corregir en los estados seculares. Hay discordia entre los prncipes y los estados, la usura y la rapacidad se han desencadenado como un diluvio, y se han transformado en puro derecho, antojo, impudicia, extravagancia en el vestir, glotonera, el juego, ostentacin y los vicios de todas las clases, maldad, desobediencia de los sbditos, servidumbre y obreros, extorsin por parte de los artesanos y campesinos (y quin puede contar todo), se han extendido de tal forma que con diez concilios y veinte dietas no se podra restablecer el orden. 13 Si se llegase a tratar tales asuntos principales de estado eclesistico y secular, asuntos que son contrarios a Dios, habra tanto que hacer que se olvidaran puerilidades y bufoneras sobre el largo de las albas, sobre el dimetro de las tonsuras, el ancho de los cinturones, sobre las mitras de obispo y los capelos cardenalicios, los bculos y dems farsas. Si hubiramos realizado primeramente el mandamiento y la orden de Dios en el estado eclesistico y secular, tendramos suficiente tiempo para reformar las comidas, los vestidos, las tonsuras y casullas. Ms si

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pensamos tragarnos tales camellos y colar los mosquitos, o dejar las vigas y censurar la paja (Mt. 7:3-5), podemos contentarnos con el concilio. 14 Por eso he redactado pocos artculos. En efecto, ya de por s tenemos tantos encargos por parte de Dios para cumplir en la iglesia, en la autoridad, en lo domstico, que nunca podremos cumplirlos. Para qu o de qu sirve que por aadidura se hagan muchos decretos y ordenanzas en el concilio especialmente cuando estas cosas primarias ordenadas por Dios no son respetadas ni observadas?. Precisamente como si Dios debiese honrar nuestras bufoneras a cambio de que nosotros pisoteemos sus serios mandamientos. Sin embargo, nos agobian nuestros pecados y no permiten que Dios nos d de su Gracia, pues lejos de arrepentirnos, queremos defender todas las abominaciones que cometemos. 15 Oh, amado Seor Jesucristo, celebra T mismo un concilio y rescata a los tuyos mediante tu retorno glorioso! Con el Papa y los suyos todo est perdido. A Ti no te quieren. Socrrenos a nosotros pobres y miserables, que elevamos suspiros a Ti y te buscamos sinceramente, segn la Gracia que nos otorgaste por tu Espritu Santo, el cual, contigo y el Padre vive y gobierna alabado eternamente. Amn.

PRIMERA PARTE Concerniente a los altos artculos de la majestad divina

1 Que el Padre, el Hijo y el Espritu Santo, tres personas distintas en una sola esencia y naturaleza divinas, son un solo Dios que ha creado los cielos y la tierra, etc. 2 Que el Padre de nadie es nacido; el Hijo es nacido del Padre; el Espritu Santo procede del Padre y del Hijo. 3 Que el que se hizo hombre no es el Padre, ni el Espritu Santo, sino el Hijo. 4 El Hijo se hizo hombre de este modo: Fue concebido por obra del Espritu Santo, sin intervencin de un hombre, naci de la pura y santa Virgen Mara; despus padeci; muri y fue sepultado; descendi a los infiernos, resucit de entre los muertos; subi a los cielos, est sentado a la diestra de Dios, de donde vendr a juzgar a los vivos y a los muertos, etc.; como lo ensea el Credo Apostlico, el de Atanasio y el catecismo infantil usual. Dado que estos artculos no son motivo de discordia ni objeto de discusin, ya que nuestros adversarios y nosotros los creemos y confesamos, es innecesario que nos ocupemos ahora ms extensamente en ellos.

SEGUNDA PARTE Concierne a los artculos relativos al oficio y obra de Jesucristo o a nuestra redencin

ESTE ES EL ARTICULO PRIMERO Y PRINCIPAL

1 Que Jesucristo, nuestro Dios y Seor fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificacin (Ro. 4:25). 2 Slo l es el Cordero de Dios que quita el pecado del 186

mundo (Jn. 1:29), y Jehov carg en l el pecado de todos nosotros (Is. 53:6). 3 De la misma forma, todos pecaron, y estn destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por Su Gracia, mediante la redencin que es en Cristo Jess (Ro. 3:23-25). 4 Ya que esto es menester creerlo, sin que sea posible alcanzarlo o comprenderlo por medio de obras, leyes o mritos, es claro y seguro que slo tal fe nos justifica como dice San Pablo en Romanos 3:28: Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe, sin las obras de la Ley. Igualmente: A fin de que l sea el justo, y el que justifica al que es de la fe en Jess (Ro. 3:26). 5 Apartarse de este artculo o hacer concesiones no es posible, aunque se hundan el cielo y la tierra y todo cuanto es perecedero. Pues, No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hch. 4:12), dice San Pablo. Y por su llaga fuimos nosotros curados (Is. 53:5). Sobre este artculo reposa todo lo que enseamos y vivimos, en oposicin al Papa, al diablo y al mundo. Por eso, debemos estar muy seguros de l y no dudar; de lo contrario, est todo perdido y el Papa y el diablo y todos nuestros adversarios obtendrn contra nosotros la victoria y la razn.

ARTICULO SEGUNDO 1 Que la misa debe ser considerada la mayor y ms horrible abominacin del papado, pues ella se opone directa y violentamente a este artculo principal y es de todas las idolatras papistas la mayor y la ms bella pues se admite que el sacrificio o la obra que es la misa (aun celebrada por perversos indignos libra al hombre de los pecados, tanto aqu en la vida como en el purgatorio, lo cual no puede ni debe hacer sino el Cordero de Dios nicamente, como se ha dicho anteriormente. Respecto a este artculo no hay que apartarse ni hacer concesiones, ya que el primer artculo no lo permite. 2 Si hubiera papistas razonables, se podra hablar con ellos de la siguiente manera en forma amistosa: Por qu se aferran tanto a la misa? No es sino una invencin humana no ordenada por Dios y todas las invenciones humanas las podemos abandonar, como Cristo dice en Mateo 15: En vano me honran, enseando como doctrinas mandamientos de hombres (Mt. 15:9). 3 En segundo trmino la misa es una cosa innecesaria, de la cual se puede prescindir sin pecado y peligro. 4 En tercer trmino, el sacramento se puede recibir de modo mucho mejor y saludable, segn la institucin de Cristo, y ms an, este es el nico modo saludable. En efecto, por qu querer arrojar al mundo a la extrema miseria por causa de una cosa innecesaria e inventada siendo que hay una manera mejor y ms salutfera de obtenerlo?. 5 Que se predique a la gente pblicamente que la misa, como cosa humana, se puede abandonar sin pecado y que no puede ser condenado el que no la respete; podr ser salvo sin la misa de una manera mejor. No decaera entonces la misa por s misma, no slo entre el populacho loco, sino tambin entre todos los piadosos, cristianos razonables, temerosos de Dios? Mucho ms debera ocurrir cuando escucharan que la misa es una cosa peligrosa, imaginada e inventada sin la Palabra y la voluntad de Dios. 6 En cuarto lugar, ya que han surgido en todo el mundo tales incontables e indecibles abusos con la compra y venta de misas, se tendra razn en abandonarla solamente para evitar tales abusos, aun cuando tuviese en s misma algo de til y bueno. Cunto ms debera abandonrsele para prevenir abusos para siempre, ya que ella es completamente innecesaria, intil y peligrosa, en circunstancias que se puede obtener todo de una manera ms necesaria, ms til y ms cierta sin la misa. 187

7 En quinto lugar, dado que la misa no es ni puede ser otra cosa (como el Canon y todos los libros dicen) que una obra de los hombres (celebrada tambin por perversos indignos), una obra por la cual uno mismo, el hombre que la celebra, puede obtener por s mismo y por otros reconciliacin con Dios, adquirir y merecer el perdn de los pecados y la Gracia (as es, en efecto, cuando se celebra de la mejor manera; De lo contrario: Qu sera entonces?), se debe y es menester condenarla y reprobarla, pues esto est directamente contra el artculo principal que afirma que el que lleva nuestros pecados no es un oficiante de misa con su obra, sino el Cordero de Dios y el Hijo de Dios (Jn. 1:29). 8 Si alguien para justificar su proceder quisiera pretextar que para su propia edificacin se da la comunin a s mismo, ste no habla en serio, pues si quiere comulgar con seriedad, lo encontrar seguramente y de la mejor manera en el sacramento administrado segn la institucin de Cristo. Pero darse la comunin a s mismo es incierto e innecesario y adems prohibido. El que acta as no sabe lo que hace, porque sigue a falsas ilusiones e invenciones humanas sin la Palabra de Dios. 9 Tampoco es justo (aunque todo lo dems estuviese en orden) que un hombre quiera usar del sacramento comn de la iglesia segn su necesidad religiosa y con ello hacer un juego a su gusto sin la Palabra de Dios y al margen de la comunidad con la iglesia. 10 Este artculo de la misa ser el punto decisivo en el concilio. En efecto, aunque fuere posible que nos hicieran concesiones en todos los otros artculos, no pueden en este hacernos concesiones, como dijo Campegio en Augsburgo: se dejara hacer pedazos antes que abandonar la misa. Tambin yo prefiero, con ayuda de Dios, ser reducido a cenizas antes que permitir que un oficiante de misa, malo o bueno, y su obra sean iguales y mayores que mi Seor y Salvador Jesucristo. Por consiguiente, estamos y permanecemos eternamente divididos y opuestos. Bien lo sienten ellos: Si la misa cae, el papado sucumbe tambin. Antes que dejen que ocurra esto, nos matan a todos si tuviesen la posibilidad. 11 Adems de todo lo indicado, esa cola de dragn, la misa, ha engendrado muchos parsitos y ponzoas de idolatras de diversa clase. 12 En primer lugar: El purgatorio Misas para los difuntos, vigilias, servicios fnebres celebrados el sptimo da, el trigsimo, al cabo de un ao, la semana comn, el da de todos los muertos y el bao de las almas: todo esto se ha relacionado con el purgatorio, de modo que la misa se usa casi exclusivamente para los muertos, mientras Cristo instituy el sacramento slo para los vivos. Por eso hay que considerar el purgatorio con todas sus ceremonias, cultos y maquinaciones como un puro fantasma diablico, pues nuevamente est contra el artculo principal, segn el cual slo Cristo y no las obras del hombre pueden ayudar a las almas. Adems, nada se nos ha mandado u ordenado en relacin con los muertos; por ello, se hara bien si se dejase de lado todo esto, aun cuando no fuera error o idolatra. 13 Los papistas citan aqu a San Agustn y a ciertos padres que habran escrito sobre el purgatorio y piensan que no vemos para qu y con qu intencin ellos mencionan estas citas. San Agustn no dice que existe un purgatorio, ni tiene pasajes bblicos que lo obliguen a aceptarlo, sino que deja sin definir si existe o no. Dice que su madre ha deseado que se le recordase en el altar o en el sacramento. Todas estas no han sido sino expresiones de devocin humana por parte de algunas personas que no instituyen artculos de fe, lo cual slo le corresponde a Dios. 14 Pero nuestros papistas utilizan tales palabras humanas para que se deba creer en su vergonzoso, sacrlego, maldito mercado de misas que se ofrecen por los muertos, cuyas almas estn en el purgatorio, etc. Estn lejos de probar tales cosas por San Agustn. Cuando hayan abolido el mercado de misas por las almas del purgatorio sobre lo cual nunca so San Agustn-

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entonces podremos hablar con ellos sobre si las palabras de San Agustn sin la Escritura son aceptables y si los muertos deben ser conmemorados en el Sacramento. 15 No es vlido que de las obras o palabras de los santos padres se hagan artculos de fe; de lo contrario, tendran tambin que hacerse artculo de fe los alimentos, los vestidos, las casas, etc., que ellos tuvieron, como se ha hecho con las reliquias. Est escrito que la Palabra de Dios debe establecer artculos de fe y nadie ms, ni siquiera un ngel. 16 En segundo trmino, es una consecuencia que los malos espritus han realizado la perversidad de haber aparecido como almas humanas y exigido con mentiras indecibles y malignidad, misas, vigilias, peregrinaciones, 17 y otras limosnas que todos hemos estado obligados a aceptar como artculos de fe y a vivir de acuerdo con ellas. Tales cosas las ha confirmado el Papa, como tambin la misa y todas las otras abominaciones. En este punto tampoco es posible ceder o hacer concesiones. 18 En tercer lugar: las peregrinaciones. Aqu tambin se ha buscado misas, perdn de los pecados y Gracia de Dios, pues la misa lo ha gobernado todo. Es indudable que tales peregrinaciones, sin la Palabra de Dios no nos han sido mandadas, y tampoco son necesarias, porque podremos obtener la Gracia de Dios de una manera mejor, y nos podemos dispensar de ellas sin pecado ni peligro. Por qu razn se echa a un lado a la propia parroquia, la Palabra de Dios, la mujer y los hijos, etc., que son necesarios y mandados por Dios, por ir detrs de manejos diablicos innecesarios, inciertos, perjudiciales, solamente porque el diablo haya convencido al Papa de que los ensalce y confirme, para que la gente se aparte ms y ms de Cristo y confe en sus propias obras y se vuelva idlatra, lo que es peor?. 19 Pero, fuera de ser cosas innecesarias, no mandadas, ni aconsejadas e inciertas, son adems perjudiciales. 20 Por eso, en este punto no es tampoco posible ceder o hacer concesiones. Que se predique diciendo que las peregrinaciones son cosas innecesarias, y adems peligrosas, y luego veremos dnde quedan!. 21 En cuarto lugar, las cofradas. Aqu los conventos, los captulos y los vicarios se han comprometido por escrito (segn un contrato justo y honrado) a compartir todas las misas, buenas obras, etc., tanto por los vivos como por los muertos. Esto no es solamente una pura invencin humana, sin la Palabra de Dios, totalmente intil y no mandada, sino tambin en contra del artculo primero, sobre la redencin. Por ello, no podemos de ningn modo tolerarlo. 22 En quinto lugar, las reliquias. En esto se han inventado tan diversas mentiras y necedades manifiestas, tales como los huesos de perro y caballo, que por la misma razn de estas imposturas, de las que el diablo se rea, deberan estar condenadas desde hace mucho tiempo, aunque hubiera algo de bueno en ellas. Adems, sin la Palabra de Dios, no siendo prescriptas ni aconsejadas, son una cosa enteramente innecesaria e intil. 23 Pero lo peor es que se les considera como eficaces para la obtencin de indulgencias y el perdn de los pecados, como si fueran una buena obra o un culto divino, como la misa. 24 En sexto lugar, las queridas indulgencias que son concedidas a los vivos y a los muertos (pero a cambio de dinero). En las tales ese miserable Judas que es el papa, vende los mritos de Cristo al mismo tiempo que los mritos superabundantes de todos los santos y de la iglesia entera. Todo esto no podemos tolerarlo. No es solamente sin la Palabra de Dios, innecesario y no mandado, sino tambin en contra del primer artculo, pues los merecimientos de Cristo no son alcanzados mediante nuestras obras o dinero, sino mediante la fe por la Gracia; son ofrecidos con ausencia de todo dinero y merecimiento, no por la fuerza del papa, sino mediante la predicacin o la Palabra de Dios. 189

Sobre la Invocacin de los Santos 25 La invocacin de los santos es tambin uno de los abusos introducidos por el Anticristo, contradice el primer artculo principal y destruye el conocimiento de Cristo. Tampoco es mandada ni aconsejada, ni hay ejemplo de ello en la Escritura. Aunque fuese una cosa preciosa, lo que no lo es, tenemos todo mil veces mejor en Cristo. 26 Aun cuando los ngeles del cielo, lo mismo que los santos que estn sobre la tierra o quiz tambin los del cielo interceden por nosotros (como Cristo mismo lo hizo tambin), no se deduce por eso que debamos invocar y adorar a los ngeles, ayunar por ellos, celebrar fiestas y misas, ofrecerles sacrificios, fundar templos, levantar altares, crear cultos especiales para ellos y servirles de alguna otra manera ms, considerndolos como auxiliares atribuyndoles diversa clase de poderes ayudadores, a cada uno un poder especial, como ensean y hacen los papistas. Tal cosa es idolatra, pues tal honor slo le corresponde a Dios. 27 En efecto, en cuanto cristiano y en cuanto santo viviente sobre a tierra, puedes rogar por m, no slo en una determinada necesidad sino en todas. Pero, por tal motivo, no debo adorarte, invocarte, celebrar fiestas, ayunar, sacrificar, celebrar misa en tu honor y poner en ti mi fe para la salvacin. Bien te puedo honrar de otras maneras y amarte y agradecerte en Cristo. 28 Si se suprime tal honor idlatra de los ngeles y de los santos muertos, entonces, el otro honor no tendr efectos perjudiciales e incluso se olvidar pronto. Porque una vez que no hay esperanza de conseguir ayuda corporal y espiritual [de los santos], se dejar a los santos en paz, tanto en la tumba como en el cielo. Por mero desinters o por amor nadie se acordar mucho de ellos, ni los tendr en estima ni honrar. 29 En resumen, no podemos consentir y debemos condenar lo que es la misa, lo que de ella se deduce y lo que de ella depende para que se pueda conservar el Santo Sacramento en forma pura y segura, segn la institucin de Cristo, usado y recibido mediante la fe.

ARTICULO TERCERO 1 Que los captulos y los conventos, fundados antiguamente con la buena intencin de formar hombres instruidos y mujeres honestas, deben ser nuevamente ordenados a tal uso, a fin de que se pueda tener tambin pastores, predicadores y otros servidores de la iglesia, lo mismo que personas necesarias para el gobierno secular en las ciudades y en los pases, tambin jvenes muchachas bien educadas para llegar a ser madres de familia y amas de casa, etctera. 2 Si no quieren [los captulos y conventos] servir a esto, es mejor dejarlos yacer en ruinas y destruirlos, antes que verlos ser considerados, con su culto que es una ofensa a Dios y una invencin de los hombres, como superiores al estado comn de cristianos, a las funciones y rdenes que Dios ha fundado; porque todo est nuevamente contra el primero y principal artculo de la redencin realizada por Jesucristo. Adems (como toda invencin humana), no son mandados, ni necesarios, ni tiles, ms an, constituyen un fatigoso trabajo, peligroso y perjudicial y en vano, como dicen los profetas respecto a tales cultos divinos llamndolos aven, esto es, trabajo fatigoso. ARTICULO CUARTO 1 Que el Papa no es de iure divino, es decir, en virtud de la Palabra de Dios, la cabeza de toda la cristiandad (porque esto le corresponde solamente a Jesucristo), sino slo el obispo o el pastor de 190

la iglesia de [la ciudad] Roma o de todas aquellas que voluntariamente o por obediencia a una institucin humana (esto es la autoridad secular) se han supeditado a l, no bajo l como un seor, sino junto a l, hermanos y colegas, como cristianos, como lo demuestran los antiguos concilios y los tiempos de San Cipriano. 2 No obstante, ningn obispo, ni siquiera un rey o emperador se atreven a llamar al Papa hermano, como en aquellos tiempos, sino que tiene que nombrarlo muy clementsimo seor. Esto no lo queremos, no lo debemos y no lo podemos admitir en nuestra conciencia. El que lo quiera hacer, que lo haga sin nosotros. 3 De aqu se deduce que todo lo que el Papa ha realizado y emprendido basndose en tal falso, perverso, blasfemo, usurpado poder, no ha sido ni tampoco hoy da ms que cosas y negocios diablicos (salvo en lo que concierne al poder secular, donde Dios se sirve de un tirano o de un malvado para hacer el bien a un pueblo) para perdicin de toda la santa iglesia cristiana (en cuanto de l depende) y para destruir este primer artculo principal de la redencin por Jesucristo. 4 En efecto, todas sus bulas y libros estn ah, en los que semejante a un len, ruge (como lo representa el ngel del captulo 12 del Apocalipsis) que ningn cristiano puede ser salvo, si no es obediente y se somete a l en todas las cosas, en lo que quiera, en lo que diga, en lo que haga. Esto equivale a decir: Aunque creas en Cristo y tengas todo en l cuanto es necesario para la salvacin, ser en vano todo y de nada de ha de valer, sino me consideras como a tu Dios y no te sometes y me obedeces. Sin embargo es manifiesto que la santa iglesia estuvo sin Papa por lo menos quinientos aos y hasta hoy la iglesia griega y muchas otras iglesias que hablan otros idiomas no han estado nunca ni estn bajo el dominio del Papa. 5 Esto, como se ha dicho a menudo, es una invencin humana que no est basada sobre ningn mandamiento, es innecesaria y vana, pues la santa iglesia cristiana puede permanecer bien sin tal cabeza e incluso habra permanecido mejor, si tal cabeza no se le hubiera agregado por el diablo. Adems, el papado no es ninguna cosa til en la iglesia, ya que no ejerce ninguna funcin cristiana. 6 Por consiguiente, la iglesia debe permanecer y subsistir sin el Papa. 7 Pongo el caso de que el Papa renunciase a ser el jefe supremo por derecho divino o por mandato de Dios y que, en cambio para poder mantener mejor la unidad de la iglesia contra las sectas y las herejas, se debiese tener una cabeza, a la cual se atuviesen todos los dems. Tal cabeza sera, entonces, elegida por los hombres y estara en la eleccin y el poder humano modificar o destruir tal cabeza, como lo ha hecho exactamente en Constanza el concilio con los papas; destituyeron tres y eligieron un cuarto. Pongo el caso, pues que el Papa y la sede de Roma consintiesen y aceptasen tales cosas, lo cual es imposible, porque tendra que permitir que se cambiara y destruyera todo su gobierno y estado con todos sus derechos y libros. En resumen, no puede hacerlo. Sin embargo, con ello, no se ayudara en nada a la cristiandad y surgiran ms sectas que antes. 8 En efecto, puesto que no se tendra que estar sometido a una tal cabeza por orden de Dios, sino por la buena voluntad humana, sera pronto y fcilmente despreciada y finalmente no podra retener a ningn miembro [bajo su dominacin]. No debera estar en Roma o en otro lugar determinado, sino donde y en qu iglesia Dios hubiera dado un hombre tal que fuese capacitado para ello. Oh, qu estado de complicacin y desorden tendra que surgir!. 9 Por lo tanto, la iglesia nunca puede estar mejor gobernada y mejor conservada que cuando todos nosotros vivimos bajo una cabeza que es Cristo, y los obispos, todos iguales en cuanto a su funcin (aunque desiguales en cuanto a sus dones) se mantienen unnimes en cuanto a la doctrina, fe, sacramentos, oraciones y obras del amor, etc. De este modo escribe San Jernimo que los sacerdotes de Alejandra gobernaban en conjunto y en comn las iglesias, como los 191

apstoles lo haban hecho tambin y despus todos los obispos en la cristiandad entera, hasta que el Papa elev su cabeza por encima de todos. 10 Este hecho demuestra evidentemente que el Papa es el verdadero Anticristo, que se ha colocado encima de Cristo y contra l, puesto que no quiere que los cristianos lleguen a ser salvados sin su poder, a pesar de que no vale nada, porque no ha sido ordenado ni mandado por Dios. 11 Esto propiamente, como dice San Pablo, se opone y se levanta contra Dios (2Ts. 2:4). Los turcos y los trtaros no actan as, aunque sean muy enemigos de los cristianos; al contrario, dejan creer en Cristo al que quiera y no exigen de los cristianos sino el tributo y la obediencia corporales. 12 Pero el papa no quiere dejar creer [en Cristo], sino que se le debe obedecer para ser salvo. Eso no lo haremos, antes moriremos en el nombre de Dios. 13 Todo esto viene porque el papa ha exigido ser llamado de jure divino jefe de la iglesia cristiana. Por eso se tuvo que colocar a la par de Cristo y sobre Cristo, y ensalzarse como la cabeza y despus como el seor de la iglesia y finalmente tambin de todo el mundo y directamente un Dios terrenal, hasta a atreverse a dar rdenes a los ngeles en el Reino de los Cielos. 14 Y cuando se establece una distincin entre la doctrina del papa y la Sagrada Escritura o cuando se les confronta y se les compara, se encuentra que la doctrina del papa en su mejor parte est tomada del derecho imperial pagano, y ensea negocios y juicios mundanos, como lo atestiguan sus decretales. Trata en seguida [la doctrina papal] de las ceremonias eclesisticas, de las vestiduras, de los alimentos, de las personas y similares juegos pueriles, obras carnavalescas y necias, sin medida alguna, pero, en todas estas cosas, nada de Cristo, de la fe y de los mandamientos de Dios. Al fin y al cabo nadie sino el mismo diablo es quien con engao de las misas, el purgatorio, la vida conventual, realiza su propia obra y su propio culto (lo que es, en efecto, el verdadero papado), sobreponindose y oponindose a Dios, condenando, matando, y atormentando a todos los cristianos que no ensalzan y honran sobre todas las cosas tales horrores suyos. Por lo tanto, as como no podemos adorar al diablo mismo como un seor o un dios, tampoco podemos admitir como cabeza o seor en su gobierno a su apstol, el Papa o Anticristo. Pues su gobierno papal consiste propiamente en mentiras y asesinatos, en corromper eternamente las almas y los cuerpos, como ya he demostrado esto en muchos libros. 15 En estos cuatro captulos tendrn [los papistas] bastante materia para condenar en el concilio, ya que no pueden ni quieren concedernos ni un pice en los mismos. De esto debemos estar seguros y abrigar la esperanza de que Cristo, nuestro Seor, haya de atacar a sus adversarios y se impondr por medio de su Espritu como por medio de su venida. Amn. 16 En el concilio no estaremos delante del emperador o de una autoridad secular (como en Augsburgo, donde el emperador public un manifiesto tan clemente y con bondad permiti examinar las cosas). Al contrario, estaremos en presencia del Papa y del diablo mismo, que sin querer escuchar nada, va a querer sin vacilacin alguna condenar, asesinar, y obligar a la idolatra. Por lo tanto, no besaremos aqu sus pies o diremos: Sois nuestro clemente seor, sino que igual que en Zacaras (Zac. 3:2) el ngel dice al diablo: Jehov te reprenda, oh Satans.

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TERCERA PARTE Las partes o artculos que ahora siguen los podremos tratar con personas instruidas, razonables o entre nosotros mismos, ya que el Papa y su imperio no los tienen en gran estima, pues conscientia no existe entre ellos, sino dinero, honores y poder.

Sobre el Pecado 1 Tenemos que confesar aqu, como San Pablo lo hace en el captulo 5 de la Epstola a los Romanos, que el pecado ha entrado al mundo por un solo hombre, Adn, por cuya desobediencia todos los hombres han llegado a ser pecadores, sometidos a la muerte y al diablo. Esto es lo que se llama pecado original o capital. 2 Los frutos de este pecado son las obras malas que estn prohibidas en el Declogo como la incredulidad, la falsa fe, la idolatra, desconfianza frente a Dios, falta de temor a Dios, presuncin, desesperacin, ceguedad y en resumen: No conocer o despreciar a Dios. Despus viene el mentir, el jurar por el nombre de Dios, no orar, no invocar, despreciar la Palabra de Dios, la desobediencia a los padres, el asesinar, la impudicia, el robar, el engaar, etc. 3 Este pecado original es una corrupcin tan profunda y perniciosa de la naturaleza humana que ninguna razn la puede comprender, sino que tiene que ser creda basndose en la revelacin de la Escritura, como consta en el Salmo 50, en el captulo 5 de la Epstola a los Romanos, en el captulo 33 de xodo y en el captulo 3 de Gnesis. Por eso, no es ms que error y ceguedad lo que los telogos escolsticos han enseado en contra de este artculo: 4 1 A saber, que despus de la Cada original de Adn las fuerzas naturales del hombre quedaron ntegras e incorruptas y que el hombre, por naturaleza, tiene una razn recta y una buena voluntad, como lo ensean los filsofos. 5 2 Igualmente, que el hombre posee una voluntad libre para hacer el bien y para abstenerse del mal y a su vez para abstenerse del bien y para hacer el mal. 6 3 Del mismo modo que el hombre, por sus fuerzas naturales, puede cumplir y observar todos los mandamientos de Dios. 7 4 De la misma manera que puede, por sus fuerzas naturales, amar a Dios por encima de todas las cosas y a su prjimo como a s mismo. 8 5 Igualmente, que si el hombre hace todo lo que le es posible, Dios le otorga con toda certeza su Gracia. 9 6 Del mismo modo, que para participar del Sacramento no es necesario que el hombre tenga una buena intencin de hacer el bien, sino que basta que no tenga una mala intencin de cometer un pecado. Hasta tal punto es buena la naturaleza humana y eficaz el Sacramento. 10 7 Que no est basado en la Escritura que [para hacer] buenas obras es necesario el Espritu Santo con sus dones. 11 Esas y otras afirmaciones semejantes han sido la consecuencia de la incomprensin y de la ignorancia, tanto respecto del pecado como de Cristo nuestro Salvador. Son verdaderas doctrinas paganas que no podemos admitir. En efecto, si esta doctrina debe ser considerada correcta, entonces ha muerto en vano Cristo, porque no hay en el hombre ni dao ni pecado, por los cuales l habra tenido que morir, o habra muerto solamente por [nuestro] cuerpo, pero no por el alma, ya que el alma estara sana y slo el cuerpo sometido a la muerte.

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Sobre la Ley 1 Aqu consideramos que la Ley ha sido dada por Dios, en primer trmino, para colocar un freno al pecado con amenazas y por el temor al castigo y con promesas y ofrecimiento de otorgarnos su Gracia y todo bien. Pero, a causa de la maldad que el pecado ha causado en el hombre, todo esto ha quedado malogrado. 2 Algunos han llegado a ser peores y enemigos de la Ley, porque les prohbe lo que quisieran hacer con gusto y les manda lo que les disgusta hacer. Por eso, en la medida en que el castigo no lo impida, cometen trasgresin de la Ley, ms an que antes. Tales son las personas groseras y malvadas que hacen el mal cuando tiene ocasin y lugar. 3 Otros llegan a ser ciegos y presuntuosos; piensan que observan la Ley y que la pueden observar por sus propias fuerzas, como antes se ha dicho respecto a los telogos escolsticos. De aqu provienen los hipcritas y falsos santos. 4 La funcin principal o virtud de la Ley es revelar el pecado original con los frutos y todo lo dems y mostrar al hombre cun profunda y abismalmente a cado y est corrompida su naturaleza. Pues la Ley le debe decir que no tiene a Dios ni lo venera, o que adora a dioses extraos, lo cual antes y sin Ley no habra credo. Con ello el hombre se espanta, es humillado, se siente fracasado, desesperado; quisiera ser socorrido y no sabe dnde refugiarse; comienza a ser enemigo de Dios y a murmurar, etc. 5 Es lo que dice en el II captulo de la Epstola a los Romanos: La Ley excita la clera, y en el captulo 5 de la misma: El pecado se abunda por la Ley (Ro. 5:20).

Sobre el Arrepentimiento 1 Esta funcin de la Ley la mantiene y la practica el Nuevo Testamento. Es lo que hace Pablo cuando dice en el captulo 1 de Romanos: La ira de Dios se revela desde el cielo contra los hombres (Ro. 1:18); igualmente en el captulo 3. El mundo entero es culpable ante Dios y ningn hombre es justo ante l (Ro. 3:19 y 20); Cristo mismo dice en el captulo 16 de Juan que el Espritu Santo convencer al mundo de pecado (Jn. 16:8). 2 Esto es el rayo de Dios con el cual destruye en conjunto tanto a los pecadores manifiestos como a los falsos santos; a nadie deja ser justo, les infunde a todos el horror y la desesperacin. Es el martillo (como dice Jeremas): Mi palabra es como martillo que quebranta la piedra) (Jer. 23:29). Esto no es una activa contritio, una contricin que sera obra del hombre sino una pasiva contritio, el sincero dolor del corazn, el sufrimiento y el sentir la muerte. 3 Y es as como comienza el verdadero arrepentimiento, debiendo el hombre escuchar la siguiente sentencia: Vosotros todos nada valis; vosotros, ya seis pecadores manifiestos o santos, debis llegar a ser otros de lo que sois ahora, y obrar de manera distinta que ahora. Quienes y cuan grandes seis, sabios, poderosos y santos, y todo cuanto queris, aqu no hay nadie justo, etctera. 4 A esta funcin el Nuevo Testamento agrega inmediatamente la consoladora promesa de la Gracia, promesa dada por el Evangelio y en la cual hay que creer. Como Cristo dice en el captulo 1 de Marcos: Arrepentos y creed en el Evangelio (Mr. 1:15). Esto es, haceos otros y obrad de otra manera y creed mi promesa. 5 Y antes que l, Juan es llamado un predicador del arrepentimiento, pero para la remisin de los pecados. Esto es, [su misin] consista en castigar a todos los hombres y presentarlos como pecadores, para que supiesen lo que eran ante Dios y se reconociesen como hombres perdidos y 194

para que entonces estuviesen preparados para el Seor a recibir la Gracia, esperar y aceptar el perdn de los pecados. 6 Cristo mismo lo dice en el ltimo captulo de Lucas: Es necesario que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdn de pecado en todas las naciones (Lc. 24:47). 7 Sin embargo, cuando la Ley ejerce tal funcin sola, sin el apoyo del Evangelio, es la muerte, el infierno, y el hombre debe caer en desesperacin, como Sal y Judas, segn dice San Pablo: Porque sin la Ley el pecado est muerto (Ro. 7:10). 8 A su vez el Evangelio no da una sola clase de consuelo y perdn, sino que por la Palabra, por los Sacramentos y por otros medios semejantes, como lo explicaremos, de modo que la redencin sea tan abundante en Dios (como lo dice el Salmo 129 frente a la gran cautividad de los pecados. 9 Pero, ahora es necesario que comparemos el arrepentimiento verdadero con el arrepentimiento falso de los sofistas, de manera que ambos sean entendidos mejor. Sobre el Falso Arrepentimiento de los Papistas 10 Ha sido imposible para los papistas ensear correctamente acerca del arrepentimiento, ya que desconocen los verdaderos pecados. En efecto, como lo hemos dicho antes, captan mal el pecado original; por lo contrario, dicen que las fuerzas naturales del hombre han permanecido enteras e incorruptas; que la razn puede ensear correctamente y la voluntad cumplir correctamente lo que dicta la razn; que Dios da con toda certeza al hombre la Gracia cuando hace todo lo que le es posible segn su libre voluntad. 11 De esto necesariamente tena que seguir que no se arrepentan sino solamente de los pecados actuales, como los malos pensamientos a los cuales la voluntad del hombre no se haba resistido (pues los malos afectos, placeres, los deseos impuros, las malsanas excitaciones no eran considerados pecados), malas palabras, malas obras, cosas todas de las cuales podra haberse abstenido la libre voluntad. 12 En este arrepentimiento distinguan tres partes: Contricin, confesin y satisfaccin, agregando este consuelo y esta promesa; Si el hombre siente una contricin verdadera, se confiesa y da satisfaccin, entonces ha merecido con ello el perdn y ha pagado sus pecados ante Dios. Conducan de esta forma a los penitentes a confiar en sus propias obras. 13 De aqu viene la frmula que se pronunciaba desde el plpito en la confesin general al pueblo: Oh, Dios, prolonga mi vida hasta que yo haya hecho penitencia por mis pecados y haya mejorado mi vida. 14 Aqu no haba mencin alguna de Cristo o de la fe; por lo contrario, se esperaba por medio de las propias obras vencer los pecados y borrarlos ante Dios. Tambin nosotros hemos llegado a ser sacerdotes y monjes, porque queramos luchar nosotros mismos contra el pecado. 15 Con la contricin suceda lo siguiente: Como ningn hombre poda acordarse de todos sus pecados (en particular los cometidos durante un ao entero) encontraron entonces la siguiente escapatoria: al venir a la memoria los pecados olvidados, era preciso sentir contricin tambin de ellos, y confesarlos, etc.; mientras tanto estaban encomendados a la gracia divina. 16 Adems, como nadie saba cun grande deba ser la contricin, para que fuese satisfactoria ante Dios. daban el siguiente consuelo: El que no poda tener la contricin, deba tener atricin, o sea, lo que yo podra llamar una contricin a medias o el comienzo de una contricin, pues ellos mismos no han comprendido, ni saben lo que significan ambas cosas, lo mismo que yo. Tal attritio era contada como contritio en la confesin. 17 Si ocurra que alguien afirmaba que no poda sentir contricin o pesar por sus pecados lo que poda acontecer en trato amoroso con rameras o afn de venganza, etc.- se le preguntaba si 195

acaso no deseaba o quisiera gustosamente sentir contricin. Si responda s (en efecto, quin sino el diablo dira no?), consideraban esto entonces como contricin y le perdonaban los pecados en razn de esta su buena obra. Aqu citaban como ejemplo a San Bernardo, etctera. 18 Aqu se ve que la ciega razn anda a tientas en las cosas de Dios y busca consuelo en sus propias obras, segn su antojo, sin que pueda pensar en Cristo o en la fe. Si se examina esto a la luz del da, tal contricin es una idea fabricada e inventada por las propias fuerzas, sin fe y sin conocimiento de Cristo. En ello, a veces, el pobre pecador, si hubiera pensado en su placer o venganza, habra preferido rer que llorar, con excepcin de los que han sido tocados en lo ms ntimo por la Ley o atormentados en vano por el diablo con un espritu de tristeza. De lo contrario, con certeza, tal contricin ha sido pura hipocresa y no ha matado el deseo de pecado. En efecto, tuvieron que sentir contricin cuando habran preferido pecar si hubiesen tenido la libertad. 19 En relacin con la confesin las cosas estaban del modo siguiente: Cada cual deba relatar todos sus pecados (cosa completamente imposible), lo que era un gran tormento. Sin embargo, los que haba olvidado le eran perdonados bajo la condicin de que los confesara cuando los recordase. No poda saber jams si se haba confesado con bastante pureza o cuando alguna vez debera tener un fin la confesin. No obstante, era remitido a sus obras y se le deca que cuanto con mayor pureza se confiese un hombre y cuanto ms se avergence y humille ante el sacerdote, tanto ms pronto y mejor satisfar por sus pecados, pues tal humildad adquirir con certeza la Gracia de parte de Dios. 20 Aqu no haba tampoco ni fe ni Cristo y no se le anunciaba la virtud de la absolucin, sino que su consuelo consista en recuentos de pecados y avergonzarse. Pero no es aqu el lugar de relatar cuntas torturas, canalladas e idolatras ha producido tal clase de confesin. 21 La satisfaccin es cosa an ms compleja, pues ningn hombre poda saber cunto deba hacer por un solo pecado y mucho menos por todos. Imaginaron entonces un recurso, es decir, imponan escasas satisfacciones que se podan cumplir fcilmente, como cinco padrenuestros, un da de ayuno, etctera. El resto del arrepentimiento lo remitan al purgatorio. 22 Aqu no haba tampoco sino miseria y afliccin. Algunos pensaban que nunca saldran del purgatorio, porque de acuerdo con los antiguos cnones a un pecado mortal se le adjudicaban siete aos de penitencia. 23 Tambin aqu se depositaba la confianza en nuestras obras de la satisfaccin y si la satisfaccin hubiera podido ser perfecta, entonces la confianza se habra posado totalmente sobre ella y ni la fe ni Cristo habran sido tiles; pero tal satisfaccin perfecta era imposible. Aun cuando alguien hubiese practicado tal clase de arrepentimiento durante cien aos, no obstante, no habra sabido cundo habra llegado a un arrepentimiento completo. Esto significaba arrepentirse constantemente y nunca llegar al verdadero arrepentimiento. 24 Entonces vino a ayudar aqu la santa sede de Roma a la pobre iglesia e invent las indulgencias, por las cuales perdonaba y suprima la satisfaccin, primero por siete aos en casos particulares, despus por cien aos, etc.; y las reparta entre los cardenales y los obispos, de manera que uno poda dar cien aos, otro cien das de indulgencia. Sin embargo, la supresin de toda la satisfaccin la santa sede la reservaba para ella misma. 25 Dado que tal cosa comenz a ser fuente de dinero y el mercado de bulas era bueno, la santa sede invent el ao ureo y lo radic en Roma. Esto significaba perdn de todos los tormentos y culpas. Entonces acudi a la gente, pues cada uno quera verse librado de la tan pesada e insoportable carga. Esto significaba descubrir y poner a la luz los tesoros de la tierra. En seguida se apresur el Papa a establecer muchos aos ureos. Pero cuanto ms dinero engulla tanto ms 196

se le ensanchaba su gaznate. Por eso envi sus legados con estos aos ureos a los pases, hasta que cada iglesia y cada casa estuvieron llenas de aos de oro. 26 Finalmente irrumpi hasta en el purgatorio, entre los muertos, primero con fundaciones de misas y de vigilias, despus con su indulgencia con bulas y con su jubileo y por fin las almas bajaron tanto de precio que liberaba a una por un cntimo. 27 Aqu vemos que el falso arrepentimiento comenz con pura hipocresa y que termin con tan gran bajeza y maldad. Sin embargo, todo esto no sirvi de nada, pues aunque el Papa enseaba a la gente a depositar su confianza en tales indulgencias, por otra parte l mismo las tornaba inciertas, ya que deca en sus bulas: Quien quiera tener parte en las indulgencias o en los aos de oro, deber sentir contricin, confesarse y dar su dinero. Ya hemos escuchado arriba que tal contricin y confesin son inciertas entre ellas e hipocresa. Asimismo nadie saba qu alma estara en el purgatorio y si haba alguna, Quin saba cul haba sentido contricin y se haba confesado correctamente? Entonces tomaba el papa el dinero y remita consoladoramente a las almas al poder e indulgencias papales, y sin embargo, las encomendaba a las obras inciertas hechas por las almas mismas. Esto significaba la justa recompensa para el mundo por su falta de gratitud frente a Dios. 28 Sin embargo, haba algunos hombres que no se crean culpables de tales pecados reales con pensamientos, palabras y obras, como yo y mis compaeros que en los conventos y fundaciones queramos ser monjes y frailes y que con ayuno, vigilias, oraciones, celebraciones de misas, llevando vestimentas burdas y yaciendo sobre lechos duros, etc., luchbamos contra tales malos pensamientos y con seriedad y tenacidad queramos ser santos y, sin embargo, el mal hereditario e innato se manifestaba en el sueo (como San Agustn y Jernimo y otros ms lo confiesan), lo que es propio de la naturaleza del mal. De esta forma cada uno de entre nosotros, no obstante, deca, considerando al vecino, que algunos eran tan santos como nosotros lo ensebamos, los cuales eran sin pecados y llenos de buenas obras, de modo que podamos ceder y vender a otros nuestras obras, para nosotros superabundantes, para llegar al cielo. Esto es la pura verdad. Existen sellos, cartas y ejemplos al respecto. 29 Estos hombres no tenan necesidad del arrepentimiento. De qu, en efecto, tendran que sentir contricin, puesto que su voluntad no haba aprobado sus malos pensamientos? Qu tendran que confesar, puesto que haban evitado las malas palabras? Por qu tendran que dar satisfaccin si no haban cometido malas acciones, hasta el punto que podan vender su justicia superabundante a otros pobres pecadores? Los escribas y fariseos del tiempo de Cristo eran tambin santos de esta clase. 30 Aqu viene el ngel de fuego (Apo. 10:1), mencionado por San Juan, el predicador del verdadero arrepentimiento y con un solo golpe de trueno los destruye a todos en masa, diciendo: Arrepentos (Mt. 3:2). Algunos piensan: Nosotros ya nos hemos arrepentido. 31 Otros opinan: Nosotros no necesitamos arrepentirnos. 32 Juan afirma: Arrepentos los unos como los otros; pues vuestro arrepentimiento es falso y la santidad de stos tambin es falsa; necesitis los unos como los otros perdn de los pecados, ya que ni unos ni otros sabis lo que es realmente pecado y mucho menos que debis arrepentiros del pecado o evitarlo. Ninguno de vosotros es bueno; estis llenos de incredulidad; no comprendis ni conocis a Dios ni a su voluntad. Porque aqu est presente aqul de cuya plenitud debemos recibir todos gracia sobre gracia (Jn. 1:16) y ningn hombre puede ser justo ante Dios sin l. Por eso, si queris arrepentiros, hacedlo en forma correcta. Vuestro modo de arrepentirse de nada sirve. Y vosotros, hipcritas, que no requers arrepentimiento, raza de vboras (Mt. 3:7), quin os ha asegurado que escaparis a la ira venidera?.

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33 Del mismo modo predica San Pablo en el tercer captulo de la Epstola a los Romanos (3:1012) y afirma: No hay ninguno que entienda, ningn justo; no hay ninguno que respete a Dios, ninguno que haga el bien, ni siquiera uno solo; todos son incapaces y renegados. 34 Tambin se lee en los Hechos de los Apstoles: Dios ordena a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan (Hch. 17:30). Todos los hombres (dice l); no excepta a ningn ser humano. 35 Ese arrepentimiento nos ensea a conocer el pecado, es decir, que estamos perdidos, de modo que ni nuestra piel ni nuestros cabellos son buenos y que debemos ser enteramente renovados y llegar a ser hombres distintos. 36 Este arrepentimiento no es parcial y miserable como aqul que no expa sino los pecados actuales, y tampoco es incierto como aqul, pues no disputa lo que es pecado o no, sino que al contrario no hace diferencia y dice: En nosotros todo no es sino puro pecado. Para qu buscar, dividir o distinguir tanto?. Por eso, la contricin no es tampoco aqu incierta, pues no queda nada con que pudiramos inventar algo bueno para pagar los pecados, sino que nicamente permanece con certeza un despertar en todo lo que somos, pensamos, hablamos o hacemos, etctera. 37 Asimismo la confesin no puede ser falsa, incierta o parcial, pues quien confiesa que todo en l no es ms que puro pecado, incluye con ello a todos los pecados, no omite ni olvida alguno. 38 Tampoco la satisfaccin puede ser incierta, pues no es nuestra obra incierta y pecaminosa, sino el sufrimiento y la sangre del inocente Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn. 1:29). 39 Acerca de este arrepentimiento predica Juan y despus de l Cristo en el Evangelio y nosotros tambin. Con este arrepentimiento echamos por tierra al Papa y todo lo que est construido sobre nuestras buenas obras; pues todo est realizado sobre una base podrida y falsa, lo que se llama buenas obras o Ley, mientras que no existe obra buena alguna, sino nicamente obras malas. Nadie cumple la Ley, sino que todos la infringen (como Cristo lo dice en Juan 7:19). Por eso, el edificio no es ms que puras mentiras e hipocresas falsas, incluso donde se presenta como lo ms santo y bello. 40 Y este arrepentimiento perdura entre los cristianos hasta la muerte, pues lucha con los restantes pecados en la carne durante toda la vida, como San Pablo lo atestigua en Romanos 7:23; 8:2, que l lucha contra la Ley de sus miembros, etc., y esto no mediante propias fuerzas sino mediante el don del Espritu Santo, don que sigue a la remisin de los pecados. Este mismo don nos purifica y nos limpia diariamente de los restantes pecados y procura hacer rectamente puro y santo al hombre. 41 De estas cosas nada sabe el Papa, los telogos, los juristas ni hombre alguno; es una doctrina que viene del cielo, revelada por el Evangelio y que es considerada hereja por los santos impos. 42 Por otra parte, es posible que vinieran ciertos sectarios existen quizs algunos por ah y en el tiempo de la sedicin los tuve presentes ante mi propia vista- estimando que todos los que un da han recibido el Espritu o la remisin de los pecados o que han llegado a ser creyentes, permanecen, sin embargo, en la fe, aun cuando despus hayan cado en pecado, y sostienen que no les perjudica tal pecado. stos gritan as: Haz lo que quieras; si crees, todo el resto no es nada; la fe borra todos los pecados, etctera. Agregan que si alguien peca despus de haber recibido la fe y el Espritu, entonces nunca ha recibido en verdad el Espritu y la fe. Me he encontrado mucho con tales hombres insensatos y temo que an habite entre alguno de ellos un diablo semejante. 43 Por eso es necesario saber y ensear que si las personas santas, fuera de que tienen y sienten el pecado original, luchando y haciendo arrepentimiento diario por ello, caen en pecados manifiestos, como David en adulterio, asesinato y blasfemia, esto significa que la fe y el Espritu Santo estuvieron ausentes. 198

44 Pues el Espritu Santo no deja gobernar ni prevalecer al pecado hasta tal punto de que se concrete, sino que reprime y opone resistencia, de modo que no puede hacer lo que quiere. Si hace, no obstante, lo que quiere, entonces el Espritu Santo y la fe no estn presentes. 45 Porque se dice, como San Juan: Quien ha nacido de Dios, no peca ni puede pecar (1Jn. 3:9; 5:18). Y es tambin efectivamente la verdad (como el mismo San Juan escribe): Si decimos que no tenemos pecados, entonces mentimos y la verdad de Dios no est en nosotros (1Jn. 1:18).

Sobre el Evangelio Volvamos a tratar del Evangelio que nos ofrece consejo y ayuda no slo de una manera nica contra el pecado, pues Dios es superabundante en dar su Gracia. Primero, por la Palabra oral, en la cual es predicada la remisin de los pecados en todo el mundo, lo cual constituye el oficio propio del Evangelio. En segundo trmino, mediante el Bautismo. En tercer lugar, por medio del Santo Sacramento del Altar. En cuarto, por medio del poder de las Llaves y tambin por medio de la conversacin y consolacin mutua entre los hermanos, segn lo que se lee en el captulo 18 de Mateo: Donde dos estuviesen reunidos, etctera. (Mt. 18:20).

Sobre el Bautismo 1 El Bautismo no es otra cosa que la Palabra de Dios en el agua, ordenado por su institucin o, como dice Pablo: Lavacrum in verbo. o, 2 como dice tambin Agustn: Accedat verbum ad elementum et fit sacramentum. Por eso no estamos de acuerdo con Toms y los monjes predicadores que olvidan la Palabra (la institucin divina) y dicen que Dios ha colocado un poder espiritual en el agua que lava el pecado mediante el agua. 3 Tampoco estamos de acuerdo con Escoto, y los monjes descalzos que ensean que el Bautismo lava el pecado gracias a la asistencia de la voluntad divina, de manera que este lavado se lleva a efecto slo por la voluntad de Dios, en ningn caso por la Palabra o el agua.

Acerca del Bautismo de los Nios 4 Sostenemos que se debe bautizar a los nios, pues ellos pertenecen tambin a la redencin prometida, cumplida por Cristo, y la iglesia debe administrrselo cuando sea solicitado. Acerca del Sacramento del Altar 1 Sostenemos que el pan y el vino en la Santa Cena es el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo y es administrado y recibido no slo por los buenos cristianos sino tambin por los malos. 2 Tambin sostenemos que no se le debe dar nicamente bajo una especie; y no tenemos necesidad de una alta ciencia que nos enseen que bajo una especie hay tanto como bajo ambas, como afirman los sofistas y el concilio de Constanza. 3 Incluso si fuese cierto que bajo una especie hay tanto como bajo ambas, sin embargo, no constituye el orden completo y la institucin fundados y ordenados por Cristo. 199

4 Y especialmente condenamos y maldecimos en el nombre de Dios a aquellos que no solamente prescinden de ambas especies, sino que tambin lo prohben soberanamente, lo condenan, lo tratan como hereja y se colocan con ello contra y sobre Cristo, nuestro Seor y Dios, etctera. 5 En cuanto a la transubstanciacin, despreciamos las agudezas de la sofistera que ensean que el pan y el vino abandonan o pierden su esencia natural, no quedando sino slo la forma y el color del pan y no pan verdadero. Pues lo que est en mejor acuerdo con la Escritura es que el pan est presente y permanece, como San Pablo mismo lo designa: El pan que partimos. De la misma manera: De este modo como el pan (1Co. 10:16; 11:28). Sobre las Llaves 1 Las Llaves son un oficio y poder conferidos a la iglesia por Cristo para ligar y desligar los pecados, no solamente los pecados groseros y manifiestos, sino tambin los sutiles, ocultos, que Dios solo conoce, como est escrito: Quin sabe cuntos errores comete? (Sal. 19:12) y Pablo mismo se lamenta en el captulo sptimo de la Epstola a los Romanos de que l sirve con la carne a la ley del pecado (Ro. 7:23). 2 Pues no nos corresponde a nosotros, sino slo a Dios juzgar cules, cun grandes y cuntos son los pecados, como est escrito: No entres en juicio con tu servidor, pues para ti no hay hombre alguno vivo que sea justo (sal. 143:2). 3 Tambin dice Pablo en el captulo cuarto de la Primera Epstola a los Corintios: Yo no soy consciente de nada, pero no por eso soy justo (1Co. 4:4). Sobre la Confesin 1 Ya que la absolucin o poder de las Llaves, instituido por Cristo en el Evangelio, tambin constituye una ayuda y consuelo contra el pecado y la mala conciencia, as la Confesin o Absolucin no debe caer en desuso en la iglesia, especialmente por las conciencias dbiles y tambin por el pueblo joven e inculto para que sea examinado e instruido en la doctrina cristiana. 2 La enumeracin de los pecados, sin embargo, debe quedar librada a cada cual, es decir, lo que quiera contar o no. Pues mientras estemos en la carne, no mentiremos si decimos: Yo soy un pobre hombre lleno de pecados, como dice en Romanos 7: Yo siento otra Ley en mis miembros, etctera (Ro. 7:23). En efecto, ya que la Absolucin Privada tiene en su origen en el Oficio de las Llaves, no debe desprecirsela, sino tenerla en alta estima y valor como todos los otros oficios de la iglesia cristiana. 3 Y en estas cosas que conciernen a la Palabra oral, exterior, hay que mantenerse firmes en el sentido de que Dios no da a nadie su Gracia o su Espritu si no es con o por la Palabra previa y exterior, de modo que estemos prevenidos frente a los entusiastas, esto es, espritus fanticos que se jactan de tener el espritu sin y antes de la Palabra y despus juzgan, interpretan y entienden la Escritura o la Palabra externa segn su deseo, como lo hizo Mnzer y muchos ms lo hacen an hoy da, los cuales quieren ser jueces severos que distinguen entre el espritu y la Letra y no saben lo que dicen o ensean. 4 En efecto, el papado es tambin puro entusiasmo, en el cual el Papa se glora de que todos los derechos estn en el arca de su pecho y lo que l con su iglesia juzga y ordena, debe ser considerado como espritu y justo, aunque est sobre y contra la Escritura y la Palabra externa. 5 Todo esto es el diablo o la antigua serpiente que hizo a Adn y Eva entusiastas, que los llev de la Palabra externa de Dios a una falsa espiritualidad y a opiniones propias.

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6 No obstante, lo hizo, tambin mediante Palabras externas, pero de otra ndole, de la misma forma como nuestros entusiastas condenan la Palabra externa, pero ellos mismos no callan, sino que llenan el mundo entero de sus habladuras y escriben, precisamente como si el Espritu no pudiera venir mediante la Escritura o la Palabra externa de los apstoles, sino que debiese venir mediante los escritos y palabras de ellos. Por este motivo, por qu no se abstienen tampoco de predicar y escribir, puesto que ellos se jactan de que el Espritu ha venido hacia ellos sin la predicacin de la Escritura?. Pero no es el momento de continuar aqu esta discusin; ya hemos tratado suficientemente de ella. 7 Esos mismos que tienen la fe antes del Bautismo o en el momento del Bautismo, tienen la fe por la Palabra exterior y previa, como los adultos que han llegado a la edad de la razn y que deben haber escuchado antes que el que creyere y fuere bautizado, ser salvo (Mr. 16:16), no importa que primero sean incrdulos y que recin despus de diez aos reciban el Espritu y el Bautismo. 8 Cornelio, segn se lee en el captulo 10 de los Hechos de los Apstoles, haba escuchado mucho antes entre los judos sobre el Mesas venidero. En esta fe l fue justo ante Dios y sus oraciones y limosnas agradables (as como la llama Lucas justo y temeroso de Dios (Hch. 10:2 y 22); y sin tal palabra y escuchar previos no habra podido creer ni ser justo. Sin embargo, tuvo que revelarle San Pedro que el Mesas (en cuya venida futura l haba credo) haba llegado entonces y su fe en el Mesas futuro no lo tuvo cautivo entre los judos endurecidos e incrdulos; por lo contrario, saba que deba ser salvo por el Mesas presente, y no negarlo, ni perseguirlo con los judos, etctera. 9 En resumen: El entusiasmo reside en Adn y sus hijos desde el comienzo hasta el fin del mundo, infundido en ellos e inyectado como veneno por el viejo dragn (apo. 12:9) y constituye el origen, la fuerza y el poder de todas las herejas y tambin del papado y del islamismo. 10 Por eso, debemos y tenemos que perseverar con insistencia en que Dios slo quiere relacionarse con nosotros los hombres mediante su Palabra externa y por los Sacramentos nicamente. 11 Todo lo que se diga jactanciosamente del Espritu sin tal Palabra y Sacramentos, es del diablo. En efecto, Dios quiso aparecer a Moiss mediante la zarza ardiente y la Palabra oral (Ex. 3:2 y 4 y sgtes.) y ningn profeta, ni Elas ni Eliseo recibieron el Espritu fuera o sin los diez mandamientos. 12 Y Juan el Bautista no fue concebido sin la palabra previa de Gabriel (Lc. 1:13-20), ni salt en el seno de su madre sin la voz de Mara (Lc. 1:41-44). 13 Y San Pedro dice: los profetas no profetizaron por voluntad humana sino por el Espritu Santo, mas como santos hombres de Dios (2P. 1:21). Ahora bien, sin la Palabra externa no habran sido santos y mucho menos los habra impulsado el Espritu Santo a hablar cuando an no eran santos. En efecto, dice el apstol, eran santos en el momento en que el Espritu Santo hablaba a travs de ellos. Sobre la Excomunin La excomunin mayor, como el Papa la designa, no la admitimos, la consideramos como mera pena secular y no nos concierne a nosotros, siervos de la iglesia. Pero, la menor, esto es, la verdadera excomunin cristiana, consiste en que no se debe permitir a los pecadores manifiestos y obstinados acercarse al Sacramento o a otra comunin de la iglesia, hasta que se corrijan y eviten los pecados, y los predicadores no deben mezclar las penas civiles en este castigo espiritual o excomunin.

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De la Ordenacin y Vocacin 1 Si los obispos quisieran ser verdaderos obispos y tener preocupacin por la iglesia y el Evangelio, se podra permitir, en virtud del amor y de la unin pero no por necesidad, que ordenaran y confirmaran a nosotros y a nuestros predicadores, dejando, no obstante, todas las mascaradas y fantasmagoras cuya esencia y pompa no son cristianas. 2 Pero como no son ni quieren ser verdaderos obispos, sino seores y prncipes mundanos que ni predican ni ensean ni bautizan, ni dan la comunin ni quieren realizar ninguna obra o funcin de la iglesia y, adems, persiguen y condenan a aquellos que cumplen tal funcin en virtud de su llamado, la iglesia no debe quedar sin servidores por causa de ellos. Por eso, como los antiguos ejemplos de la iglesia y de los Padres nos ensean, deseamos y estamos obligados nosotros mismos a ordenar a las personas aptas para tal funcin. Y esto los obispos no tienen que prohibrnoslo, ni impedirlo, ni siquiera de acuerdo a su propio derecho. Pues su derecho dice que los que son ordenados por herejes, deben ser considerados como ordenados y permanecer como tales. De la misma manera San Jernimo escribe sobre la iglesia en Alejandra que en sus primeros tiempos careca de obispos y que era gobernada por sacerdotes y predicadores en comn. Sobre el Matrimonio de los Sacerdotes 1 Cuando han prohibido el matrimonio y han impuesto la carga de una castidad perpetua al estado divino de los sacerdotes, no han tenido ni la atribucin ni el derecho, sino que han actuado como perversos anticristianos, tirnicos y desesperados, dando con ellos motivo a toda clase de pecados horrorosos, 2 espantosos e incontables de impudicia y ah se encuentran hundidos an. Lo mismo que a nosotros como a ellos no nos ha sido dado poder de cambiar un hombre en mujer o una mujer en hombre o suprimir la diferencia de sexos, de la misma forma no han tenido poder para separar o prohibir a tales criaturas de Dios vivir honradamente en el estado matrimonial entre s. 3 Por eso no estamos dispuestos a consentir o soportar este su lamentable celibato, sino a dejar libre el matrimonio, como Dios lo ha ordenado e instituido y no queremos desgarrar ni obstaculizar su obra. En efecto, San Pablo dice que es una doctrina diablica. Sobre la Iglesia 1 No les concedemos que ellos sean la iglesia y tampoco lo son. 2 Y no queremos or lo que ellos mandan o prohben bajo el nombre de la iglesia. Pues gracias a Dios, un nio de siete aos sabe qu es la iglesia, es decir, los santos creyentes y el rebao que escucha la voz de su pastor (Jn. 10:3). 3 En efecto, los nios rezan de este modo: Yo creo en una santa iglesia cristiana. Esta santidad no consiste en sobrepellices, tonsuras, albas y en otras de sus ceremonias que han inventado sobrepasando por completo la Sagrada Escritura, sino en la Palabra de Dios y en la verdadera fe.

Cmo se es justificado ante Dios y sobre las buenas obras 1 Lo que he enseado hasta ahora y sin cesar sobre este tema no sabra cmo poder cambiarlo, es decir, que por la fe (como dice San Pedro en Hch. 15:9) recibimos un corazn distinto, nuevo, 202

puro y que Dios, por causa de Cristo, nuestro mediador, quiere considerarnos y nos considera completamente justos y santos. Aunque el pecado en la carne no est totalmente borrado ni ha perecido, sin embargo, Dios no quiere tenerlo en cuenta ni saber de l. 2 Y tal fe, renovacin y perdn de los pecados tienen como consecuencia las buenas obras y lo que en ellas haya de pecaminoso e imperfecto, no debe ser contado como pecado o imperfeccin, precisamente por causa del mismo Cristo: Por lo contrario, el hombre debe ser considerado y ser en su totalidad, tanto en su persona como en sus obras, justo y santo por la pura Gracia y Misericordia en Cristo, derramadas y extendidas abundantemente sobre nosotros. 3 Por eso no nos podemos gloriar de mucho merecimiento por nuestras obras cuando son consideradas sin la Gracia y la Misericordia; por lo contrario, como est escrito: El que se glora, glorese en el Seor (1 Co. 1:31; 2Co. 10:17), esto es, que tiene un Dios misericordioso. Entonces, todo saldr bien. Agreguemos, que si la fe no tiene como consecuencia buenas obras, es falsa y en ningn caso verdadera. Sobre los Votos Monsticos 1 Ya que los votos monsticos estn en directa oposicin al primer artculo principal, deben ser totalmente suprimidos. Sobre ellos dice Cristo en el captulo 24 de Mateo: Ego sum Christus, etctera (Mt. 24:5-Yo soy Cristo). En efecto, el que ha hecho votos de vivir en convento, cree que lleva una vida superior a la del cristiano comn y quiere ayudar con sus obras a llegar al cielo no slo a s mismo sino tambin a otros. Esto significa negar a Cristo, etctera. Y se jacta, basndose en Santo Toms, que los votos monsticos son iguales al bautismo, lo que es una blasfemia. Sobre las Ordenanzas Humanas 1 Cuando los papistas dicen que las ordenanzas humanas sirven para el perdn de los pecados o merecen la salvacin, esto es cosa no cristiana y condenada, como dice Cristo: En vano me sirven, pues ensean una tal doctrina que no es sino mandamiento de hombres (Mt. 15:9). Lo mismo leemos en el captulo de la Epstola a Tito: Aversantium veritatem. 2 Tampoco es correcto que digan que es pecado mortal quebrantar tales ordenanzas. 3 Estos son los artculos a los que me debo atener y me atendr hasta mi muerte, si Dios quiere, y no s qu pueda modificar o conceder en ellos. Si alguien quiere conceder algo, que lo haga segn su propia conciencia. 4 Finalmente, queda an el saco de malicias del Papa lleno de artculos insensatos e infantiles, como la dedicacin de iglesias, bautismo de campanas, bautismo de piedras de altares y pedir padrinos que dan dinero para eso, etc. Estos bautismos son una burla y un escarnio sal Santo Bautismo, lo cual no se debe tolerar. 5 Despus vienen la bendicin de candelas, palmas, especias, avenas, panes, cosas que no pueden llamarse o ser bendecidas, sino que son mera burla y engao.

Y estas bufonadas son incontables, cuya adoracin encomendamos a su dios y a ellos mismos, hasta que se cansen. Nosotros no queremos ser perturbados con ello.

Martn Lutero D., suscribi. Justus Jonas, D. Rector, suscribi con su propia mano. 203

Juan Bugenhagen, Doctor de Pomerania, suscribi. Caspar Creutziger, D., suscribi. Nicolas Amsdorff, de Magdeburgo, suscribi. Jorge Spalatin, de Altenburgo, suscribi.

Yo, Felipe Melanchton, considero tambin los artculos presentados como verdaderos y cristianos, pero sobre el Papa estimo que, si quisiese admitir el Evangelio, nosotros tambin le concederamos la superioridad sobre los obispos que l posee por derecho humano, haciendo esta concesin por la paz y la unidad general entre los cristianos que estn ahora bajo l y que quisieran estar en el futuro bajo l.

Joannes Agrcola, de Eisleben, suscribi. Gabriel Dydimus, suscribi. Yo, Urbano Rhegius D., superintendente de las iglesias en el ducado de Lneburgo, suscribo en mi propio nombre y en el de mis hermanos y en el de la iglesia de Hannover. Yo, Esteban Agrcola, eclesistico de la corte, suscribo. Y yo, Joannes Draconites, profesor y eclesistico en Marburgo, suscribo. Yo, Conrado Figenbocz, por la gloria de Dios suscribo que as he credo y an predico y creo firmemente como se indica arriba. Andreas Osiander, eclesistico de Nuremburg. M. Vito Dietrich, eclesistico de Nuremburg, suscribo. Erardo Schnepffius, predicador de Stuttgart, suscribo. Conrado ttinger de Pforzheim, predicador del duque Ulrico. Simon Schneeweiss, pastor de la iglesia de Kreilsheim. Juan Schlachinhauffen, pastor de la iglesia de Kthen, suscribo. Maestro Jorge Heltus de Forchheim. Maestro Adamus de Fulda, predicador de Essen. Maestro Antonio Corvinus. Yo, Dr. Juan Bugenhagen, de Pomerania, suscribo otra vez en nombre del maestro Juan Brenz, quien residiendo en Esmalcalda me mand en forma oral y por escrito, lo cual he mostrado a estos hermanos que han suscripto. Yo, Dionisio Melander, suscribo la Confesin, la Apologa y la Concordia en lo que se refiere a la eucarista. Pablo Rhodius, superintendente de Stettin. Gerardo Oemcken, superintendente de la iglesia de Minden.

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Yo, Brixius Northanus, ministro de la iglesia de Cristo que est en Soest, suscribo los artculos del reverendo padre Martn Lutero y confieso que he credo estas cosas hasta ahora y las he enseado y pienso que por el Espritu de Cristo de este modo las seguir creyendo y enseando. Miguel Caelius, predicador en Mansfeld, suscribe. Maestro Pedro Geltner, predicador en Frankfurt, suscribi. Maestro Wendal Faber, prroco de Seeburg en Mansfeld. Yo, Juan Aepinus, suscribo. De la misma forma yo, Juan msterdam, de Bremen. Yo, Federico Myconius, pastor de la iglesia en Gotha, Thuringia, suscribo en mi propio nombre y en el de Justo Mens, de Eisenach. Yo, Juan Langus, doctor y predicador de la iglesia en Erfurt, en mi propio nombre y en el de mis colaboradores en el Evangelio, es decir: Reverendo licenciado Luis Platz, de Melsungen. Reverendo maestro Segismundo Kirchner. Reverendo Wolfgang Kiswetter. Reverendo Melchor Weitman. Reverendo Juan Thall. Reverendo Juan Kilian. Reverendo Nicols Faber. Reverendo Andrs Menser (suscribo con mi mano). Y yo, Egidio Melcher, he suscripto con mi mano.

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TRATADO SOBRE EL PODER Y LA PRIMACA DEL PAPA


COMPILADO POR LOS TELOGOS REUNIDOS EN LA CIUDAD DE ESMALCALDA EN 1537

El pontfice romano se arroga a s mismo el ttulo de que por derecho divino est sobre todos los obispos y pastores. Luego tambin aade que por derecho divino tiene dos espadas, esto es, la autoridad de conferir y transferir reinos. Y en tercer lugar, dice, que es necesario creer esas cosas para salvarse." Y debido a estas razones, el obispo romano se llama a s mismo el vicario de Cristo en la tierra. Consideramos y confesamos que estos tres artculos son falsos, impos, tirnicos y perniciosos para la iglesia. A fin de que pueda ser entendida la causa de esta afirmacin nuestra, debemos definir primero qu quieren decir los papistas cuando afirman que el obispo romano est sobre todos los obispos por derecho divino. Ellos quieren decir que el papa es el obispo universal o, tal cual lo expresan, el obispo ecumnico. Esto es, todos los obispos y pastores por todo el mundo deben buscar de l la ordenacin y confirmacin, porque l tiene el derecho de elegir, ordenar, confirmar y deponer a todos los obispos.' Adems de esto, se arroga la autoridad de hacer leyes concernientes al culto," al cambio de los sacramentos y a la doctrina, y quiere que sus artculos, sus decretos, sus leyes sean considerados como artculos de fe o mandamientos de Dios, obligatorios para las conciencias de los seres humanos, porque sostiene que su poder es por derecho divino y ha de ser preferido aun a los mandamientos de Dios. Y aun ms horrible es que agrega que es necesario creer todas estas cosas para ser salvo.

TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS 1. Por eso, en primer lugar, demostremos del evangelio que el obispo romano no est por derecho divino sobre todos los dems obispos y pastores. En Lucas 22:24-27 Cristo expresamente prohbe seoro entre los apstoles. Porque sta era justamente la cuestin que los discpulos estaban disputando entre s cuando Cristo habl de su pasin: Quin deba ser el lder y, por decirlo as, el vicario de Cristo despus de su partida? Cristo reprob a los apstoles por este error y les ense que ninguno deba tener seoro o superioridad entre ellos, pero que los apstoles deban ser enviados como iguales y deban ejercer el ministerio del evangelio en comn. Por eso mismo dijo: Los reyes de las naciones se enseorean de ellas; mas no as vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el que sirve. La anttesis aqu demuestra que est desaprobado el seoro. Lo mismo es enseado por una parbola (Mt. 18:1-4), cuando Cristo, en una disputa similar concerniente al reino, pone un nio en medio de los discpulos para significar por medio de ello que no deba haber principado entre ministros, as como un nio no busca ni se apropia soberana para s. 2. De acuerdo a Juan 20:21 Cristo envi a sus discpulos como a iguales, sin discriminacin alguna," cuando dijo: Como me envi el Padre, as tambin yo os envo. Los enviaba

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individualmente de la misma manera, deca, como l mismo haba sido enviado. Por ello no conceda a nadie prerrogativa o seoro sobre el resto. 3. En Glatas 2:2,6 Pablo claramente afirma que no fue ni ordenado, ni confirmado por Pedro, y tampoco reconoce a Pedro como a uno de quien deba buscar confirmacin. De este hecho arguye que su llamamiento no depende de la autoridad de Pedro. Pero debiera haber reconocido a Pedro como a un superior de haber sido Pedro su superior por derecho divino. Sin embargo, dice que de inmediato predic el evangelio sin consultar con Pedro. Afirma: No me importa nada lo que hayan sido los que tenan reputacin de ser algo. Y sigue: A m los de reputacin nada nuevo me comunicaron (G. 2:6). Ya que Pablo claramente testifica que no deseaba buscar confirmacin de Pedro, aun despus que haba llegado a l, ensea que la autoridad del ministerio depende de la palabra de Dios, que Pedro no era superior a los otros apstoles y que no se requera que la ordenacin y la confirmacin se busquen solamente de Pedro. 4. En 1 Corintios 3:4-8 Pablo coloca a los ministros en igualdad y ensea que la iglesia est por encima de los ministros. Por eso no atribuye a Pedro superioridad o autoridad sobre la iglesia o sobre los otros ministros. Porque dice: Todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas (1 Co. 3:21-22). Esto quiere decir que ni Pedro, ni los otros ministros deben asumir seoro o autoridad sobre la iglesia, ni cargar a la iglesia con tradiciones, ni permitir que la autoridad de alguien valga ms que la palabra, ni oponer la autoridad de Cefas a la de los otros apstoles. Sin embargo, en ese entonces razonaban de esta manera: Cefas observa esto. l es un apstol de rango superior. Por eso, Pablo y los otros han de observar esto. Pablo priva a Pedro de este pretexto y niega que la autoridad de Pedro sea superior a la de otros de la iglesia. 1 Pedro 5:3: No teniendo seoro sobre el clero.

TESTIMONIO DE LA HISTORIA 5. El Concilio de Nicea decidi que el obispo de Alejandra deba administrar las iglesias en oriente y que el obispo de Roma deba administrar las iglesias suburbanas, esto es, las que estaban en las provincias romanas en el occidente. Por eso, originalmente la autoridad del obispo romano se origin de derecho humano, esto es, por una decisin de un concilio. Pues si el obispo de Roma tena su superioridad por derecho divino, no hubiera sido lcito para el concilio quitarle algn derecho y transferirlo al obispo de Alejandra. Ms an, todos los obispos de oriente para siempre debieran haber buscado la ordenacin y confirmacin del obispo romano. 6. Asimismo, el Concilio de Nicea determin que los obispos fueran elegidos por sus propias iglesias, en presencia de uno o ms obispos vecinos. Esto se observaba tambin en el occidente y en las iglesias latinas, tal cual lo testifican Cipriano y Agustn. Pues Cipriano declara en su cuarta epstola a Cornelio: Por eso, debes observar y practicar diligentemente, de acuerdo a la tradicin divina y al uso apostlico, lo que es observado por nosotros y en casi todas las provincias, es decir, que para la apropiada celebracin de la ordenacin se renan los obispos vecinos de la misma provincia con la gente para la cual ha de ser ordenado un superior y sea elegido un obispo en presencia del pueblo que conoce plenamente la vida de cada candidato, como hemos visto que fuera hecho entre nosotros, en la ordenacin de nuestro colego Sabino, a quien, por el voto de toda la hermandad y el juicio de los obispos reunidos en su presencia, le fue conferido el obispado y le fueron impuestas las manos. Cipriano llama a esta costumbre una tradicin divina y un uso apostlico, y asevera que era observada en casi todas las provincias. Por ende, ya que ni la ordenacin ni la confirmacin eran buscadas del obispo de Roma en la mayor parte del mundo,

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ya sea en iglesias griegas o latinas, es evidente que las iglesias en ese entonces no concedan superioridad y seoro al obispo romano. 7. Tal superioridad es imposible, porque no es posible para un obispo ser el supervisor de todas las iglesias en el mundo, o para iglesias ubicadas en lugares remotos buscar la ordenacin slo de l. Es evidente que el reino de Cristo est esparcido por toda la tierra y que hoy en da hay muchas iglesias en el oriente" que no buscan la ordenacin o confirmacin del obispo de Roma. En consecuencia, ya que tal superioridad es imposible y las iglesias en la mayor parte del mundo nunca la reconocieron o actuaron en consonancia con ella, es evidente que no fue instituida. 8. Muchos concilios antiguos fueron convocados y llevados a cabo en los cuales no presida el obispo de Roma, como el Concilio de Nicea y muchos otros. Esto tambin demuestra que la iglesia en ese entonces no reconoca la primaca o superioridad del obispo de Roma. 9. Jernimo dice: Si es autoridad lo que quieres, el mundo es ms grande que la ciudad. Dondequiera que haya un obispo, sea en Roma, o Gubbio, o Constantinopla, o Reggio, o Alejandra, l es de la misma dignidad y sacerdocio. Es el poder de las riquezas o la humildad de la pobreza, lo que hace superior o inferior a un obispo. 10. Gregorio, al escribir al patriarca de Alejandra, le prohbe llamarlo el obispo universal. Y en los registros declara que en el Concilio de Calcedonia la primaca fue ofrecida al obispo de Roma, pero no la acept. 11. Finalmente, cmo puede el papa estar sobre toda la iglesia por derecho divino, cuando la iglesia lo elige y gradualmente prevaleci la costumbre de que los obispos de Roma eran confirmados por los emperadores? Adems, cuando por mucho tiempo haba habido disputas entre los obispos de Roma y Constantinopla con respecto a la primaca, el emperador Focas finalmente decidi que la primaca deba ser asignada al obispo de Roma. Pero si la iglesia antigua hubiera reconocido la primaca del pontfice romano, esta disputa no podra haber ocurrido ni habra sido necesario un decreto del emperador.

REFUTACIN DE LOS ARGUMENTOS DE LOS ADVERSARIOS Aqu se citan algunos pasajes contra nosotros, tales como: T eres Pedro, y sobre esta roca edificar mi iglesia (Mt. 16:18). Tambin: A ti te dar las llaves (Mt. 16:19). Y: Apacienta mis ovejas (Jn. 21:17), y algunos otros pasajes. Ya que toda esta controversia ha sido tratada copiosa y precisamente en los libros de nuestros telogos y no se pueden reexaminar aqu otra vez todos los detalles, nos referimos a esos escritos y deseamos que sean considerados como reiterados. Sin embargo, responderemos brevemente a manera de interpretacin. En todos estos pasajes, Pedro es representante de (oda la compaa de los apstoles, tal cual es evidente del texto mismo, ya que Cristo no interrog slo a Pedro, sino que pregunt: Y vosotros, quin decs que soy yo? (Mt. 16:15). Y lo que se dice aqu en nmero singular: A ti te dar las llaves y lo que atares, en otras partes se dice en nmero plural: Todo lo que atis, etc. (Mt. 18:18). Y en Juan 20:23 tambin est escrito: A quienes remitiereis los pecados, etc. Estas palabras demuestran que las llaves fueron dadas de manera igual a todos los apstoles y que todos los apstoles fueron enviados como iguales. Adems, es necesario reconocer que las llaves no pertenecen a la persona de cierto individuo, sino a toda la iglesia, como es atestiguado por muchos argumentos claros y firmes. Pues Cristo, despus de hablar de las llaves en Mateo 18:19, dice: Si dos o tres de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra, etc. Por eso, confiere las llaves especial e inmediatamente a la iglesia, as como, por la misma razn, la iglesia 209

principalmente posee el derecho del llamamiento. A causa de ellos es necesario considerar a Pedro en estos pasajes como el representante de toda la compaa de apstoles y, debido a ello, estos pasajes no atribuyen a Pedro ninguna prerrogativa, superioridad o poder especiales. En cuanto a la declaracin: Sobre esta roca edificar mi iglesia (Mt. 16:18), es seguro que la iglesia no est edificada sobre la autoridad de un hombre, sino sobre el ministerio de la confesin que Pedro hizo, cuando declar que Jess era el Cristo, el Hijo de Dios. Por ello, Cristo tambin se dirige a Pedro como a un ministro y le dice: Sobre esta roca, esto es, sobre este ministerio. Adems, el ministerio del Nuevo Testamento no se limita a lugares y personas, como lo es el sacerdocio levtico, sino que est esparcido por todo el mundo y existe dondequiera que Dios da sus dones, apstoles, profetas, pastores, maestros. Tampoco es vlido este ministerio debido a alguna autoridad individual sino debido a la palabra dada por Cristo. La mayora de los santos padres, tales como Orgenes, Ambrosio, Cipriano, Hilario y Beda, interpretan la declaracin sobre esta roca de esta manera y no como refirindose a la persona o superioridad de Pedro. As declara Crisstomo que Cristo dice sobre esta roca y no sobre Pedro, porque edific su iglesia no sobre un hombre sino sobre la fe de Pedro; y cul era esta fe sino: T eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente? Hilario declara: El Padre revel a Pedro para que dijera: 'T eres el Hijo del Dios viviente'. Por ende, sobre esta roca de confesin est edificada la iglesia. Esta fe es el fundamento de la iglesia. En cuanto a lo que dicen los pasajes: Apacienta mis ovejas (Jn. 21:17) y: Me amas ms que stos? (Jn. 21:15), de ninguna manera se colige que ellos confieren una superioridad especial a Pedro, pues Cristo le manda apacentar las ovejas, esto es, predicar la palabra o gobernar la iglesia con la palabra. Esta comisin Pedro la tiene en comn con el resto de los apstoles. El segundo artculo es an ms claro que el primero, porque Cristo ha dado slo a los apstoles el poder espiritual, esto es, el mandato de predicar el evangelio, anunciar el perdn de los pecados, administrar los sacramentos y excomulgar a los impos sin violencia fsica. No les dio el poder de la espada o el derecho de establecer, ocupar o transferir los reinos del mundo. Pues Cristo dijo: Por tanto, id ... ensendoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mt. 28:19-20). Tambin: Como me envi el Padre, as tambin yo os envo (Jn. 20:21). Adems, es manifiesto que Cristo no fue enviado para llevar una espada o poseer un reino mundano, porque dijo: Mi reino no es de este mundo (Jn. 18:36). Pablo tambin dijo: No que nos enseoreemos de vuestra fe (2 Co. 1:24) y otra vez: Las armas de nuestra milicia no son carnales, etc. (2 Co. 10:4). Y de que Cristo en su pasin fuera coronado con espinas y conducido en un manto de prpura y as hecho objeto de burla, significaba que vendra el tiempo, una vez que su reino espiritual haya sido despreciado, esto es, despus que el evangelio haya sido suprimido, cuando otro reino terrenal se levantara con la apariencia de poder eclesistico. Por eso, son falsas e impas la constitucin de Bonifacio VIII, distincin 22 del captulo Omnes, y otras declaraciones similares que sostienen que el papa es por derecho divino seor de los reinos del mundo. Esta nocin ha causado que descendieran horribles tinieblas sobre la iglesia y que ms tarde se originaran grandes disturbios en Europa. El ministerio del Evangelio fue desatendido. El conocimiento de la fe y del reino espiritual se extinguieron. Se consideraba que la justicia cristiana se hallaba en el gobierno externo establecido por el papa. Luego los papas comenzaron a tomarse reinos para s, a transferir reinos y a acosar a los reyes de casi todas las naciones de Europa, pero especialmente a los emperadores de Alemania, con injustas excomuniones y guerras, con el propsito, algunas veces, de ocupar ciudades italianas, otras veces para sujetar a su poder a los obispos alemanes y privar a los emperadores del derecho de nombrar obispos. En verdad, hasta est escrito en las Clementinas: Cuando el trono imperial est vacante, el papa es 210

el legtimo sucesor. As el papa no slo usurp dominio en contra del mandamiento de Cristo (Mr. 10:42 y sigte.), sino que tirnicamente hasta se exalt a s mismo sobre todos los reyes. En este asunto no es tanto de deplorar el hecho mismo como es de censurar el pretexto de que por autoridad de Cristo pueda transferir las llaves de un reino mundano y de que pueda ligar la .salvacin a estas opiniones impas e inicuas sosteniendo que es necesario para la salvacin creer que tal dominio pertenece al papa por derecho divino. Ya que estos monstruosos errores obscurecen la fe y el reino de Cristo, dentro de ninguna circunstancia han de pasarse por alto. Las consecuencias demuestran que han sido grandes plagas en la iglesia. En cuanto al tercer artculo debe aadirse esto: Aunque el obispo de Roma tuviera primaca y superioridad por derecho divino, sin embargo, no se le debe obediencia a aquellos pontfices que defienden formas impas de culto, idolatra y doctrinas que pugnan con el evangelio. Al contrario, tales pontfices y tal gobierno han de considerarse malditos. As ensea claramente Pablo: Si un ngel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema (G. 1:8). Y en Los Hechos est escrito: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch. 5:29). Asimismo, los cnones claramente ensean que un papa hertico no ha de ser obedecido. El sumo sacerdote levtico era el pontfice supremo por derecho divino; sin embargo, no se deba obediencia a sumos sacerdotes impos. As Jeremas y otros profetas disentan de ellos, y los apstoles disentan de Caifs y no estaban obligados a obedecerle.

LAS SEALES DEL ANTICRISTO Pero es manifiesto que el pontfice romano y sus adherentes defienden doctrinas impas, y est claro que las seales del anticristo coinciden con las del reino del papa y de sus seguidores. Porque al describir San Pablo al anticristo en su Epstola a los Tesalonicenses, lo llama un adversario de Cristo que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, hacindose pasar por Dios (2 Ts. 2:34). Habla por tanto de uno que gobierna en la iglesia y no de reyes de naciones, y llama a ese hombre un adversario de Cristo, porque fabricar doctrinas en pugna con el evangelio y se arrogar autoridad divina. Por un lado, es manifiesto que el papa gobierna en la iglesia y ha constituido este reino para s mismo so pretexto de la autoridad de la iglesia y del ministerio. Pues usa como pretexto estas palabras: A ti te dar las llaves (Mt. 16:19). Por otro lado, la doctrina del papa en muchos sentidos est en pugna con el evangelio, y el papa se arroga autoridad divina de tres maneras. Primero, porque asume para s el derecho de cambiar la doctrina de Cristo y el culto instituido por Dios, y quiere que su propia doctrina y culto sean observados como divinos. Segundo, porque asume para s no slo el poder de atar y desatar en esta vida, sino tambin la jurisdiccin sobre las almas despus de esta vida. Tercero, porque el papa no permite ser juzgado por la iglesia o por cualquiera, y exalta su autoridad por sobre las decisiones de los concilios y toda la iglesia. Pero, no permitir ser juzgado por la iglesia o por cualquiera, equivale a hacerse a s mismo Dios. Finalmente, defiende con la mayor crueldad estos horribles errores y esta impiedad y ejecuta a los que disienten. Ya que sta es la situacin, todos los cristianos deben cuidarse de no llegar a ser partcipes de las impas doctrinas, blasfemias e injustas crueldades del papa. Antes bien, deben abandonar y detestar al papa y a sus adherentes como al reino del anticristo, tal cual lo orden Cristo: Guardaos de los falsos profetas (Mt. 7:15). Y Pablo manda que se debe evitar y abominar a los

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falsos predicadores como a cosa maldita (Tit. 3:10) y escribe en 2 Corintios 6:14: No os unis en yugo desigual con los incrdulos; porque qu comunin tiene la luz con las tinieblas? Es un asunto serio disentir del consenso de tantas naciones y ser llamados cismticos. Pero la autoridad divina ordena a todos a no asociarse con la impiedad y la crueldad injusta. En consecuencia, nuestras conciencias estn suficientemente excusadas de asociarse con ellas. Son manifiestos los errores del reinado papal, y las Escrituras unnimemente declaran que estos errores son doctrinas de demonios y del anticristo (1 Ti. 4:1). Es manifiesta la idolatra en la profanacin de las misas, porque, adems de otros abusos, se usan desvergonzadamente para conseguir ignominiosos beneficios. La doctrina del arrepentimiento ha sido corrompida completamente por el papa y sus seguidores, porque ensean que los pecados son perdonados debido al valor de nuestras obras. Luego nos mandan dudar si es que se obtuvo perdn. En ninguna parte ensean que los pecados son perdonados gratuitamente por la fe en Cristo y que por esta fe obtenemos la remisin de los pecados. De esta manera obscurecen la gloria de Cristo y despojan a las conciencias de una firme consolacin y abolen el verdadero culto, esto es, el ejercicio de la fe en su lucha contra la desesperacin. Han obscurecido la enseanza concerniente al pecado y han inventado una tradicin concerniente a la enumeracin de pecados, la cual ha producido muchos errores y desesperacin. Han inventado tambin satisfacciones, por medio de las cuales han obscurecido tambin los beneficios de Cristo. De stas surgieron las indulgencias, las cuales son puras mentiras, inventadas a causa de ganancia. Luego est la invocacin de santos, cuntos abusos y cuan horrible idolatra ha producido! Cuntos actos licenciosos han surgido de la tradicin del celibato! Cunta obscuridad ha desparramado sobre el evangelio la doctrina acerca de los votos! All han ideado que los votos producen justicia delante de Dios y merecen perdn de pecados. As han transferido a las tradiciones humanas el mrito de Cristo y han extinguid completamente la enseanza concerniente a la fe. Han ideado que las ms triviales tradiciones son servicios a Dios y la perfeccin y han preferido stas a obras que Dios requiere y orden a cada uno en su vocacin. Tales errores no deben considerarse como leves, porque disminuyen la gloria de Dios y acarrean destruccin a almas. Por consiguiente, no se pueden pasar por alto. Luego, a estos errores se aaden los grandes pecados. Primero, que el papa defienda estos errores con injusta crueldad y penas de muerte. Segundo, que el papa arrebate de la iglesia el juicio y no permita que controversias eclesisticas sean decididas del modo apropiado. De hecho, sostiene que est por encima de los concilios y que puede rescindir los decretos de concilios, tal cual algunas veces lo declaran impdicamente los cnones. Pero esto fue hecho con mucha mayor impudicia por los pontfices, como lo demuestran varios ejemplos. La novena cuestin del canon tercero declara: Nadie debe juzgar la suprema sede, porque el juez no es juzgado ni por el emperador, ni por toda la clereca, ni por reyes, ni por personas. As el papa ejerce una doble tirana: Defiende sus errores con fuerza y asesinatos y prohbe un examen judicial. La ltima ocasiona ms dao que cualquier suplicio, porque cuando ha sido eliminado el apropiado proceso judicial, entonces las iglesias ya no pueden remover enseanzas impas y formas de culto impas, e innumerables almas se pierden generacin tras generacin. Por eso, consideren los piadosos los enormes errores del reino del papa y su tirana, y piensen, primero, que se deben rechazar esos errores y abrazar la doctrina verdadera para la gloria de Dios y la salvacin de almas. Luego, en segundo lugar, piensen tambin cuan grande crimen es apoyar la injusta crueldad de matar a santos, cuya sangre, sin duda, Dios vengar. Pero especialmente conviene que los feligreses principales de la iglesia, reyes y prncipes, cuiden los intereses de la iglesia y vean que se quiten los errores y se sanen las conciencias, tal 212

cual Dios expresamente exhorta a reyes: Ahora, pues, o reyes, sed prudentes; admitid amonestacin, jueces de la tierra (Sal. 2:10). Porque la primera preocupacin de reyes debiera ser adelantar la gloria de Dios. Por lo cual sera muy vergonzoso para ellos, conceder su autoridad y poder para apoyar la idolatra e innumerables otros crmenes y para asesinar a los santos. Y aunque el papa celebrara snodos, cmo puede ser sanada la iglesia en tanto que el papa no permite que se decrete algo contrario a su voluntad y no concede a nadie el derecho de expresar una opinin, a excepcin de sus seguidores, a quienes at por medio de horrendos juramentos y maldiciones a la defensa de su tirana e iniquidad, sin consideracin alguna siquiera por la palabra de Dios? Ya que las decisiones de snodos son las decisiones de la iglesia y no de los pontfices, incumbe especialmente a los reyes reprimir la licencia de los pontfices y ver que la iglesia no se vea privada del poder de juzgar y de decidir segn la palabra de Dios. Y ya que los otros cristianos deben censurar todos los otros errores del papa, as tambin deben reprender al papa cuando elude y obstruye la verdadera comprensin y el verdadero juicio de parte de la iglesia. Por eso, aunque el obispo de Roma poseyera la primaca por derecho divino, sin embargo, no se le debe obediencia ya que defiende formas de culto impas y doctrinas que pugnan con el evangelio. Al contrario, es necesario resistirle como al anticristo. Los errores del papa son manifiestos y no son leves. Manifiesta es tambin la crueldad que emplea contra los piadosos. Y est claro que Dios ordena huir de la idolatra, doctrinas impas y crueldad injusta. Por ello, todos los piadosos tienen razones importantes, necesarias y manifiestas para no obedecer al papa. Y estas urgentes razones son un consuelo para los piadosos cuando, tal cual sucede muchas veces, se los reprocha de escndalos, cismas y discordias. Los que estn empero de acuerdo con el papa y defienden sus doctrinas y formas de culto, se contaminan de idolatra y opiniones blasfemas, se hacen culpables de la sangre de los piadosos perseguidos por el papa, disminuyen la gloria de Dios e impiden el bienestar de la iglesia, ya que confirman errores y crmenes para toda la posteridad.

EL PODER Y LA JURISDICCIN DE LOS OBISPOS En la Confesin y en la Apologa hemos detallado en trminos generales lo que hemos de decir acerca del poder eclesistico. El evangelio asigna a los que presiden sobre las iglesias el mandato de predicar el evangelio, de remitir pecados, de administrar los sacramentos y, adems, de ejercer jurisdiccin, esto es, el mandato de excomulgar a aquellos cuyos crmenes son conocidos y de absolver a los que se arrepienten. Y segn la confesin de todos, aun de nuestros adversarios, es evidente que este poder pertenece, por derecho divino, a todos los que presiden en las iglesias, ya sea que se llamen pastores, o ancianos, u obispos. Y por consiguiente, Jernimo ensea claramente que en las cartas apostlicas todos los que presiden sobre las iglesias son tanto obispos como ancianos, y cita de Tito: Por esta causa te dej en Creta, para que establecieses ancianos en cada ciudad, y luego aade: Es necesario que el obispo sea marido de una sola mujer (Tit. 1:5-7). Del mismo modo Pedro y Juan se llaman a s mismos ancianos. Y Jernimo agrega: Pero luego uno era elegido para ser puesto sobre los dems, para que sea como un remedio para cisma, no sea que uno u otro se atraiga seguidores y divida la iglesia de Cristo. Porque en Alejandra, desde el tiempo de Marcos, el evangelista, hasta el tiempo de los obispos Herclito y Dionisio, los ancianos siempre elegan a uno de entre ellos y lo ponan en un lugar ms elevado y lo llamaban obispo. Adems, del mismo modo como un ejrcito puede seleccionar un comandante, los 213

diconos pueden seleccionar a uno de entre ellos, conocido como activo, y llamarlo archidicono. Porque, aparte de la ordenacin, qu hace el obispo que no haga el anciano? De manera que Jernimo ensea que la distincin de grados entre obispo y anciano o pastor es de autoridad humana. La realidad misma lo atestigua, porque el poder es el mismo, como ya lo he declarado arriba. Pero despus una cosa hizo una distincin entre obispos y pastores, esto es la ordenacin, porque fue establecido que un obispo ordenara a los ministros en un nmero de iglesias. Pero ya que la distincin entre obispo y pastor no es de derecho divino, es manifiesto que la ordenacin administrada por un pastor en su propia iglesia, es vlida por derecho divino. En consecuencia, cuando los obispos regulares se vuelven enemigos del Evangelio y se niegan a administrar la ordenacin, las iglesias retienen el derecho de ordenar para ellas. Porque dondequiera existe la iglesia, all tambin existe el derecho de administrar el evangelio. Por lo cual, es necesario para la iglesia retener el derecho de llamar, elegir y ordenar ministros. Este derecho es un don dado exclusivamente a la iglesia, y ninguna autoridad humana puede quitrselo a la iglesia, como tambin Pablo lo testifica a los efesios cuando dice: Cuando l subi al cielo, dio dones a los hombres (Ef. 4:8, 11, 12). Y enumera a pastores y maestros entre los dones que especialmente pertenecen a la iglesia, y aade que son dados para la obra del ministerio y para la edificacin del cuerpo de Cristo. Por ende, dondequiera que hay una verdadera iglesia, all existe tambin necesariamente el derecho de elegir y ordenar ministros. Tal como en un caso de necesidad, hasta un lego absuelve y se vuelve ministro y pastor de otro; como la historia que narra Agustn acerca de dos cristianos en un barco, uno de los cuales bautiza al catecmeno, el cual, despus del bautismo, absuelve a aqul. Aqu corresponden las palabras de Cristo que testifican que las llaves han sido dadas a la iglesia y no meramente a algunas personas: Donde dos o tres estn congregados en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos (Mt. 18:20). Finalmente, esto lo confirma tambin la declaracin de Pedro: Vosotros sois real sacerdocio (1 P. 2:9). Estas palabras se aplican a la verdadera iglesia, la cual indudablemente tiene el derecho de elegir y ordenar ministros, ya que ella sola tiene el sacerdocio. Y esto lo atestigua tambin la costumbre ms general de la iglesia. Pues antes la gente elega pastores y obispos. Despus vena un obispo, ya sea de esa iglesia o de una vecina, quien confirmaba al electo por la imposicin de manos; y la ordenacin no era ms que tal ratificacin. Luego se aadieron nuevas ceremonias, muchas de las cuales describe Dionisio. Pero l es un autor reciente y ficticio, quienquiera que sea, as como tambin los escritos de Clemente son espurios. Despus, escritores ms recientes aadieron: Te doy el poder de sacrificar por los vivos y los muertos (Frmula introducida en el Siglo X). Pero ni siquiera eso se halla en Dionisio. De todos estos hechos es evidente que la iglesia retiene el derecho de elegir y ordenar ministros. Por lo cual, cuando los obispos o son herejes o no quieren impartir la ordenacin, las iglesias por derecho divino estn obligadas a ordenar pastores y ministros para ellas. Y la impiedad y tirana de los obispos es la que provee la ocasin para el cisma y la discordia, porque Pablo ordena que obispos que ensean y defienden una doctrina impa y una forma de culto impa sean considerados como malditos (G. 1:7-9). Hemos hablado de la ordenacin, lo cual es la nica cosa que distingue a los obispos del resto de los presbteros, segn lo declara Jernimo. No es necesario, por ello, discutir las otras funciones de los obispos. Tampoco, en verdad, es necesario hablar de la confirmacin, de la consagracin de campanas, las cuales son casi las nicas cosas que han retenido para ellos. Sin embargo, algo debe decirse concerniente a la jurisdiccin. Es cierto que la jurisdiccin comn de excomulgar a quienes son culpables de crmenes manifiestos, pertenece a todos los pastores. Esto los obispos lo han reservado tirnicamente slo 214

para ellos y lo han usado para ganancia. Pues es evidente que los oficiales, como se les llama, han ejercido una arbitrariedad intolerable y, ya sea a causa de avaricia o debido a otros perversos deseos, han atormentado a seres humanos y los han excomulgado sin el debido proceso legal. Qu tirana es que funcionarios civiles tengan el poder de excomulgar a seres humanos a su arbitrio, sin el debido proceso legal! Y en qu clase de asuntos han abusado ellos de este poder! Ciertamente no en castigar verdaderas ofensas, sino en relacin con la violacin de ayunos o festividades y similares bagatelas. Slo algunas veces castigaron a personas envueltas en adulterio, pero en este asunto muchas veces vejaban a hombres inocentes y sinceros. Adems, ya que esto es una ofensa muy seria, nadie debiera ser condenado sin el debido proceso legal. Por eso, ya que los obispos han reservado tirnicamente esta jurisdiccin slo para ellos, y la han abusado vergonzosamente, no es necesario obedecer a los obispos a causa de esta jurisdiccin. Y ya que tenemos buenas razones para no obedecer, es justo tambin que restauremos esta jurisdiccin a pastores piadosos y velemos que sea ejercida apropiadamente para la reforma de la moral y para la gloria de Dios. Queda an la jurisdiccin en aquellos casos que, de acuerdo a la ley cannica, conciernen a la corte eclesistica, como se le llama, especialmente los casos matrimoniales. Esto tambin lo tienen los obispos slo por derecho humano, y no lo tienen desde hace mucho, porque segn se ve del Codex y Novellae de Justiniano, las decisiones en casos matrimoniales antes haban pertenecido al magistrado. Por derecho divino, los magistrados temporales estn obligados a tomar estas decisiones si los obispos son negligentes. Esto lo conceden los cnones. Por lo cual tambin con respecto a esta jurisdiccin, no es necesario obedecer a los obispos. Y ya que han formulado ciertas leyes injustas concernientes a matrimonios y las observan en sus cortes, hay razones adicionales para establecer otras cortes. Porque son injustas las tradiciones concernientes al parentesco espiritual. Tambin es injusta la tradicin que le prohbe a una persona inocente casarse despus de divorciada. Tambin es injusta la ley que aprueba en general todos los compromisos clandestinos y engaosos, en violacin del derecho de los padres. Tambin es injusta la ley concerniente al celibato de los sacerdotes. Hay adems otros lazos de conciencia en sus leyes, pero no sera provechoso enumerarlos todos aqu. Es suficiente haber sealado que hay muchas leyes papales injustas en cuanto a cuestiones matrimoniales y que debido a ello los magistrados deben establecer otras cortes. Por eso, ya que los obispos que son adherentes al papa, defienden doctrinas y formas de culto impas y no ordenan maestros piadosos, sino ms bien apoyan la crueldad del papa; ya que, adems, han arrebatado la jurisdiccin de los pastores y la ejercen solos tirnicamente; y ya que, finalmente, observan leyes injustas en casos matrimoniales, hay razones suficientemente numerosas y apremiantes por qu las iglesias no deben reconocerlos como obispos. Ellos mismos debieran recordar qu riquezas han sido dadas a los obispos como limosnas para la administracin y el beneficio de las iglesias, como lo dice la regla: El beneficio es dado debido al oficio. Por lo cual, no pueden con buena conciencia poseer esas limosnas. Mientras tanto, defraudan a la iglesia, la cual tiene necesidad de estos medios para el apoyo de ministros, el fomento de la educacin, el cuidado de los pobres y el establecimiento de cortes, especialmente cortes para casos matrimoniales. Porque tan grande es la variedad y extensin de controversias matrimoniales (2 P. 2:13, 15) que requieren tribunales especiales para ellas, y para establecerlos se necesitan las dotaciones de la iglesia. Pedro predijo (2 P. 2:13,15) que en lo futuro habra obispos impos que abusaran de las limosnas de las iglesias para lujos, y desdearan el ministerio. Sepan los que defraudan a la iglesia que Dios les impondr el castigo de su crimen.

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LISTA DE LOS DOCTORES Y PREDICADORES QUE SUSCRIBIERON LA CONFESIN Y LA APOLOGA, 1537 De acuerdo con la orden de los ilustrsimos prncipes y de los estados y ciudades que profesan la doctrina del evangelio, hemos reledo los artculos de la Confesin presentados al emperador en la Dieta en Augsburgo. Por la gracia de Dios, todos los predicadores que haban estado presentes en esta asamblea en Esmalcalda, unnimemente declaran que ellos creen y ensean en sus iglesias de acuerdo con los artculos de la Confesin y la Apologa. Tambin declaran que aprueban el artculo concerniente a la primaca del papa y su poder, y la potestad y jurisdiccin de los obispos, presentado aqu a los prncipes en esta asamblea en Esmalcalda. En conformidad, suscriben sus nombres. Yo, Dr. Juan Bugenhagen, de Pomerania, suscribo los Artculos de la Confesin, la Apologa y el artculo presentado a los prncipes en Esmalcalda concerniente al papado. Yo tambin, Dr. Urbano Rhegius, superintendente de las iglesias en el ducado de Lneburgo, suscribo. Nicols Amsdorff, de Magdeburgo, suscribi. Jorge Spalatin, de Altenburgo, suscribi. Yo, Andrs Osiander, suscribo. Maestro Vito Dietrich, de Nuremberg, suscribo. Esteban Agrcola, predicador en la corte, suscribi con su propia mano. Juan Draconites, de Marburgo, suscribi. Conrado Figenbotz suscribe todo por completo. Martn Bucer. Yo, Erardo Schnepf, suscribo. Pablo Rhodius, predicador en Stettin. Gerardo Oemcken, ministro de la iglesia en Minden. Brixius Northanus, ministro en Soest. Simn Schneeweiss, pastor en Crailsheim. Yo, Pomerano (Juan Bugenhagen), suscribo otra vez en nombre del Maestro Juan Brenz, tal cual me orden. Felipe Melanchton suscribe con su propia mano. Antonio Corvinus suscribe con su propia mano, como tambin en el nombre de Adn de Fulda. Juan Schlaginhauffen suscribe con su propia mano. Maestro Jorge Helt, de Forchheim. Miguel Caelius, predicador en Mansfeld. Pedro Geltner, predicador en la iglesia en Frankfort. David Melander suscribi. Pablo Fagius, de Estrasburgo. Wendel Faber, pastor de Seeburg en Mansfeld. Conrado Oettinger, de Pforzheim, predicador de Ulrico, Duque de Wurtenberg. Bonifacio Wolfhart, ministro de la palabra en la iglesia en Augsburgo. Juan Aepinus, superintendente en Hamburgo, suscribi con su propia mano. Juan Amsterdam, de Bremen, hizo lo mismo. Juan Fontanus, superintendente de la Baja Hesse, suscribi. Federico Myconius suscribi por l mismo y por Justo Menius. Ambrosio Blaurer.

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CATECISMO BREVE PARA USO DE LOS PRROCOS Y PREDICADORES EN GENERAL


Martn Lutero 1529

PRLOGO

Martn Lutero a todos los prrocos y predicadores fieles y piadosos desea la gracia, la misericordia y la paz en Jesucristo, seor nuestro. El estado de miseria lamentable que he constatado ltimamente a travs del desempeo de mi funcin de inspector es lo que me ha impulsado y forzado a presentar este catecismo o doctrina cristiana de esta forma tan concisa y sencilla. Dios me ayude! De cuntas calamidades he tenido que ser testigo! El vulgo, sobre todo en las aldeas, no sabe nada de la doctrina cristiana, y muchos pastores, por desgracia, son muy torpes y estn incapacitados para ensearla. Todos se llaman cristianos, estn bautizados y disfrutan del santo sacramento, pero ignoran el padrenuestro, el credo y los diez mandamientos; viven despreocupados como el ganado, como cerdos irracionales. Ahora, cuando les ha llegado el evangelio, lo nico que han aprendido a la perfeccin ha sido a abusar como dueos y seores de todas las libertades. Ay de vosotros, los obispos! Qu responsabilidad tenis contrada ante Cristo por haber abandonado con tanta desvergenza al pueblo y por no haber cumplido nunca las exigencias de vuestro ministerio. A vosotros se debe esta calamidad. Ofrecis la comunin bajo una sola especie, andis imponiendo vuestros preceptos humanos, y ni se os ocurre preguntaros si la gente sabe el padrenuestro, el credo, los diez mandamientos o alguna palabra de Dios! Oh desdicha y ay de vosotros por toda la eternidad! Por tanto, os suplico a todos vosotros, mis queridos seores y hermanos, prrocos y predicadores, que por amor de Dios tomis en serio vuestro ministerio. Tened piedad del pueblo que se os ha confiado; ayudadnos a lograr que el catecismo penetre entre la gente, sobre todo entre la juventud. Los que no puedan hacer otra cosa, que recurran a estos carteles y formularios y los inculquen al pueblo palabra por palabra de la manera que sigue. En primer lugar, que el predicador se abstenga y se guarde de usar textos variados o redacciones diferentes de los diez mandamientos, del padrenuestro, del credo, de los sacramentos, etc. Que adopte, por el contrario, una frmula nica a la que atenerse, y la use de forma invariable ao tras ao. Porque se precisa ensear a los jvenes y a los sencillos a base de textos uniformes y fijos; de otra suerte, si hoy se ensea de una manera y al ao que viene de otra, como si se quisiera mejorar los textos, sera sembrar la confusin con la mayor facilidad; se habr malogrado la molestia y trabajado en vano. Los santos padres se dieron cuenta perfecta de ello, y por este motivo todos se sirvieron de la misma frmula del padrenuestro, del credo, de los diez mandamientos. Por lo mismo, tambin nosotros tenemos la precisin de ensear estos puntos a los jvenes y a los sencillos sin

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cambiar una sola slaba y sin modificar de un ao para otro nuestra forma de presentarlos. Escoge, por tanto, una frmula que te cuadre y consrvala siempre. Cuando prediques a sabios e inteligentes eres libre para airear tu ciencia y presentar estos temas de la manera ms profunda y variante y de tratarlos con toda la maestra que te venga en gana; mas para los jvenes, atente a una fija y siempre idntica. Ensales antes de nada a repetir literalmente y en conformidad con el texto los diez mandamientos, el credo, al padrenuestro, etc., hasta que lo hayan aprendido de memoria. A los que rehsen aprender estos puntos, hacedles saber que estn renegando de Cristo y que no son cristianos. No les admitis al sacramento ni les permitis que lleven un hijo a bautizar ni que usen ningn derecho de la libertad cristiana. Mejor es mandarles sencillamente al papa y a sus oficiales y al mismo diablo. Que los padres y amos, adems, les nieguen la comida y la bebida, y les digan que el prncipe echar del pas a los malos sujetos de su calaa, etc. Porque, aunque ni se pueda ni se deba obligar a nadie a creer, sin embargo es preciso instruir a la masa y guiar a la gente de manera que se enteren de lo que por bueno y por malo tienen aquellos en quienes esperan hallar cobijo, alimento y subsistencia. Quienquiera que desee vivir en una ciudad, est obligado a conocer y observar las leyes de quien espera beneficiarse, sin importar que lo crea de verdad o que, en el fondo de su corazn, sea un hipcrita y un bribn. En segundo lugar, y una vez que sepan bien los textos, hay que ensearles tambin su significado para que comprendan lo que las palabras quieren decir. Tambin en esto recurre a la explicacin que figura en estos cuadros o a otra corta y sencilla segn tus preferencias; pero no se te ocurra prescindir ni de una slaba, conforme a lo dicho al hablar del texto. Emplea el tiempo necesario en ello, ya que no es preciso explicar todos los puntos a la vez, sino uno tras otro. Cuando hayan comprendido a la perfeccin el primer mandamiento, pasa al segundo, y as sucesivamente; de otra forma se armarn tal lo, que no retendrn bien ninguno. En tercer lugar, cuando les hayas enseado este Catecismo breve, acude al Mayor, y ofrceles una explicacin ms amplia y desarrollada. Entonces exponles cada uno de los mandamientos, cada una de las peticiones, todos los artculos con sus diversas obras, utilidad, ventajas, riesgos y perjuicios, conforme lo encontrars expuesto abundantemente en tan numerosos tratados como sobre el particular se han escrito. Insiste de manera especial en los mandamientos y artculos que ms le urge al pueblo que te ha sido confiado, y de forma particular en los ms quebrantados por l. De esta suerte, en el sptimo mandamiento te es preciso insistir en lo concerniente al robo con los comerciantes, artesanos, con los campesinos y con los criados, ya que entre esta gente anda con frecuencia de por medio toda clase de robos y de abusos. De igual forma, es preciso machacar sobre el cuarto mandamiento ante muchachos y la gente comn, para que se mantengan tranquilos y sean fieles, obedientes y apacibles. Y no hay que cansarse de citar ejemplos numerosos, extrados de la Escritura, donde Dios castiga o bendice a estas personas. Exhorta tambin, ante todo, a los magistrados y a los padres a que gobiernen rectamente y a que lleven a los muchachos a la escuela. Advirteles que tienen la obligacin de hacerlo, y que, en caso contrario, cometen un pecado maldito, porque arruinan y devastan al mismo tiempo el reino de Dios y el terreno, y actan como los peores enemigos de Dios y de los hombres. Aclrales el perjuicio tremendo que se sigue si no colaboran en la educacin de los nios para que se conviertan en prrocos, predicadores, secretarios, etc., y diles que Dios ha de castigarlos terriblemente. Esto es lo que se necesita predicar aqu, porque los padres y magistrados pecan en la actualidad en este particular ms de lo que se pueda expresar, y el diablo persigue por este medio fines crueles. En fin, al haber sido abolida la tirana papal, la gente no quiere acudir al sacramento y le desprecia. Tambin en esto hay que insistir, aunque con prudencia para no constreir a nadie a 219

creer o a comulgar. Tampoco hay que establecer leyes, ni fijar tiempos y lugares determinados. Debemos predicar de manera que sean ellos mismos los que se obliguen, sin que nuestra ley les fuerce a hacerlo: que sean ellos precisamente los que nos fuercen a nosotros, los pastores, a administrar el sacramento. Para eso hay que decirles que muy bien se puede temer que est despreciando al sacramento y que no sea cristiano aquel que no desea y pide la comunin una o cuatro veces al ao, lo mismo que no es cristiano quien no crea en el evangelio o no lo escuche. Cristo, en efecto, no dice dejadlo o despreciadlo, sino haced esto siempre que bebis1, etc. Quiere por tanto, que lo hagas y no que lo descuides o menosprecies. Haced esto, dice. Si alguien no hace gran caso del sacramento, es seal de que para l no existe pecado, ni carne, ni demonio, ni muerte, ni peligro, ni infierno. Dicho de otra manera: no creen en nada de esto, aunque est en ello sumergido hasta las orejas; pertenece por doble motivo al diablo. Y, al contrario, no necesita la gracia, ni la vida, ni el paraso, ni el reino de los cielos, ni a Cristo, ni a Dios, ni bien de ninguna clase. Porque si creyese que tiene tantos males y que est necesitado de tantos bienes, no prescindira del sacramento, en el que encontramos remedio a tales necesidades y en el que se nos otorga tantos bienes. No hay que presionar con leyes para acercarse al sacramento; l mismo acudir a todo correr, animndose y presionndose a s mismo para que se le administre. No se te ocurra establecer leyes en esto como hace el papa. Al contrario, dedcate a explicar la utilidad y el dao, la necesidad y las ventajas, el peligro y la liberacin que entraa este sacramento. Entonces acudirn por propia iniciativa, sin que los fuerces a ello. Pero si no acuden, abandnalos a su suerte; diles que pertenecen al diablo, puesto que no son sensibles a su enorme miseria y no hacen ningn caso de la misericordiosa ayuda de Dios. Si no actas de esta forma, si tornas el sacramento en una ley y, por tanto, en un veneno, ser culpa tuya el que los otros le desprecien. Porque cmo van a mostrarse ellos diligentes si t duermes y te callas? Tened bien en cuenta, pastores y predicadores, que nuestro ministerio no es el mismo que el que se daba bajo el papado; se ha convertido en algo muy serio y salvador. Por eso tiene que costarnos mucha fatiga y mucho trabajo, muchos riesgos y muchas tentaciones. Por si fuera poco, ser escaso el salario y el reconocimiento mundano que nos proporcione. Pero Cristo mismo ser nuestro salario, con tal de que trabajemos con fidelidad. Que el padre de todas las gracias nos ayude. A l le sea rendida la alabanza y la gloria eternamente, por Jesucristo, nuestro seor, amn.

1 Cor 11, 25.

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CATECISMO BREVE O EDUCACION CRISTIANA

LOS MANDAMIENTOS

El primero: No tendrs otros dioses -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios ms que a todas las cosas, y confiar en l antes que en todo lo dems. El segundo: No tomars el nombre de tu Dios en vano -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios para que no usemos su nombre en imprecaciones, juramentos, hechiceras, engaos, falsedades; sino para invocarle en todas nuestras necesidades, para adorarle, alabarle y darle gracias. El tercero: Santificars el da de fiesta -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios para que no despreciemos la predicacin y su palabra, sino para respetarla piadosamente, para escucharla y aprenderla con gusto. El cuarto: Honrars a tu padre y a tu madre -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios, de forma que no despreciemos ni irritemos a nuestros padres y seores, sino que los honremos, sirvamos, obedezcamos y guardemos amor y respeto. El quinto: No matars -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios para no perjudicar a nuestro prjimo en su cuerpo, sino para socorrerle y ayudarle en todas sus necesidades materiales. El sexto: No cometers adulterio -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios para vivir casta y pdicamente en palabras y obras y para que todos amen y honren a su esposa. El sptimo: No robars -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios, de forma que no tomemos el dinero ni los bienes de nuestro prjimo, que no nos lo apropiemos por recursos malos o por tratos fraudulentos, sino que le ayudemos a mejorar y a conservar sus bienes y medios de subsistencia. El octavo: No levantars falso testimonio contra tu prjimo

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-Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios, de forma que no profiramos Mentiras contra nuestro prjimo, que no le traicionemos, le difamemos ni perjudiquemos en su buen nombre, sino que tenemos que excusarle, hablar bien de l echndolo todo a la mejor parte. El noveno: No codiciars la casa de tu prjimo -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios, de forma que no andemos buscando con artimaas hacernos con la herencia o la casa de nuestro prjimo, ni nos la apropiemos so apariencia de derecho, etc., sino que estemos dispuestos a ayudarle a conservar lo que posee. El dcimo: No codiciars la mujer de tu prjimo, ni a su siervo, ni a su criada, ni su ganado, ni cosa alguna que le pertenezca -Qu quiere decir? Respuesta: Debemos temer y amar a Dios, a fin de no separar, arrancar ni desviar de nuestro prjimo a su mujer, sus domsticos y su ganado, sino procurar retenerlos para que permanezcan con l y cumplan sus deberes. -Qu dice Dios a propsito de todos estos mandamientos? Respuesta: Yo, el seor tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la iniquidad de los padres en sus hijos hasta la tercera y la cuarta generacin de los que me aborrecen2; pero que me porto bien, hasta por mil generaciones, con los que me aman y guardan mis mandamientos. -Qu quiere decir? Respuesta: Dios amenaza con el castigo a todos los que quebrantan sus mandamientos, y por eso tenemos que temer su clera y no actuar contra sus preceptos. Y al contrario: promete su gracia y toda clase de bienes a los que los guardan. Por eso debemos amarle, confiar en el y obrar de buena gana conforme a sus mandamientos.

EL CREDO Artculo primero. De la creacin.

Creo en Dios, padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. -Qu quiere decir? Respuesta: Creo que Dios me ha creado, como a todas las creaturas. Me ha concedido y conserva un cuerpo y un alma, ojos, odos y todos mis miembros, la razn y todos los sentidos. Adems, me concede a diario y en abundancia vestido y calzado, la comida y la bebida, la casa y pertenencias, una mujer e hijos, campos, ganado y toda clase de bienes. Me provee abundantemente y a diario de todo lo necesario para la conservacin y alimento de este cuerpo y de esta vida. Me protege de todo peligro, me preserva y me guarda de todo mal. Hace todo esto por su divina bondad y su misericordia de padre, sin que yo lo merezca ni sea digno de ello. Debo
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Ex 20.

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estarle agradecido por todo ello y, a cambio, alabarle, servirle y obedecerle. Esto es verdadero con toda certeza.

Artculo segundo. De la redencin.

Y en Jesucristo, su nico hijo, nuestro seor, que fue concebido por el Espritu santo y naci de la virgen Mara. Padeci bajo Poncio Pilato. Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendi a los infiernos. Al tercer da resucit de entre los muertos. Subi al cielo. Est sentado a la derecha de Dios, padre todopoderoso, y vendr a juzgar a los vivos y a los muertos. -Qu quiere decir? Respuesta: Creo que Jesucristo, verdadero Dios nacido del padre desde la eternidad, y verdadero hombre nacido de la virgen Mara, es mi seor, que me ha resucitado, adquirido y ganado, siendo yo un hombre perdido y condenado, al librarme del pecado, de la muerte y del poder del demonio, no a precio de oro y plata, sino por su santa sangre preciosa, por su padecimiento y muerte inocentes, para que sea propiedad suya y viva bajo su seoro en su reino, a fin de servirle eternamente en la justicia, en la inocencia y en la felicidad, lo mismo que l mismo, al resucitar de entre los muertos, vive y reina por toda la eternidad. Esto es verdadero con toda certeza.

Artculo tercero. De la santificacin.

Creo en el Espritu santo, en una santa iglesia cristiana, en la comunidad de los santos, la remisin de los pecados, la resurreccin de la carne y en una vida eterna, amn. -Qu quiere decir? Respuesta: Creo que por mi razn y por mis fuerzas propias no soy capaz de creer en Jesucristo, mi seor, ni llegar a l. Sino que es el Espritu santo quien me ha llamado al evangelio, me ha iluminado con sus dones, me ha santificado y mantenido en la fe verdadera, al igual que llama, rene, ilumina, santifica a toda la cristiandad sobre la tierra y la conserva en la unidad de la verdadera fe en Jesucristo. El es quien, en esta cristiandad, me perdona a diario y plenamente todos mis pecados as como los de todos los creyentes. Es l quien, en el ltimo da, me resucitar, a m y a todos los muertos, y me dar una vida eterna, as como a todos los creyentes en Cristo. No hay duda de que esto es cierto.

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EL PADRENUESTRO, EN FORMA SENCILLA, TAL COMO UN PADRE DE FAMILIA DEBE EXPONRSELO A LOS SUYOS

(Padre nuestro, que ests en los cielos -Qu quiere decir? Respuesta: Con ello Dios nos est invitando a que creamos que de verdad l es nuestro padre y nosotros hijos suyos verdaderos, para que, sin temor y con toda la confianza y como hijos queridos, le pidamos a l, padre nuestro). Primera peticin: Santificado sea tu nombre -Qu quiere decir? Respuesta: Realmente el nombre de Dios es santo en si mismo, pero en esta peticin le suplicamos que tambin en nosotros sea santificado. -Cmo se realiza esto? Respuesta: Cuando se ensea pura y limpia la palabra de Dios, y, conforme a ella, vivimos santamente como hijos de Dios. Danos tu ayuda para lograrlo, padre querido que ests en los cielos. El que, por el contrario, ensea y vive de manera distinta a como lo ensea la palabra de Dios, est profanando entre nosotros el nombre divino. Padre celestial, presrvanos de hacerlo. Segunda peticin: Venga a nosotros tu reino. -Qu quiere decir? Respuesta: El reino de Dios llega con toda seguridad por virtud propia, independientemente de nuestra plegaria; pero aqu le pedimos que tambin venga a nosotros. -Cmo se cumple? Respuesta: Cuando el padre celestial nos da su Espritu santo, para que, por su gracia, creamos en su palabra santa y vivamos como Dios nos exige, ac abajo en el tiempo y all por toda la eternidad. Tercera peticin: Hgase tu voluntad as en la tierra como en el cielo. -Qu quiere decir? Respuesta: Que, independientemente de nuestra oracin, se ha de realizar la buena y misericordiosa voluntad de Dios; pero, en esta peticin, rogamos que tambin se cumpla en nosotros. -Cmo se cumple? Respuesta: Cuando Dios estorba y deshace todos los malos designios, las malas voluntades que nos impiden la santificacin de su nombre y se oponen a la venida de su reino, como son el demonio, el mundo y la voluntad de nuestra carne; y cuando nos da fuerza y nos mantiene firmes en su palabra y en la fe hasta el fin de nuestra vida. Esta es su voluntad buena y misericordiosa.

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Cuarta peticin: El pan nuestro de cada da dnosle hoy. -Que quiere decir? Respuesta: Dios da el pan de cada da a todos los hombres, aunque sean malos, con toda seguridad e independientemente de nuestra peticin; pero en esta plegaria le suplicamos nos haga reconocer este beneficio y recibir el pan de cada da con accin de gracias. -Qu se entiende por el pan nuestro de cada da? Respuesta: Todo lo que integra el alimento y manutencin del cuerpo, como la comida y la bebida, vestidos y calzado, la casa y sus comodidades, campos, ganado, dinero, bienes; una esposa piadosa, hijos buenos, buenos criados, magistrados pos y fieles, un buen gobierno; tiempo favorable, la paz, la salud, una buena conducta, honor, amigos buenos, vecinos leales y todo lo dems por el estilo. Quinta peticin: Perdnanos nuestras deudas, as como nosotros perdonamos a nuestros deudores. -Qu quiere decir? Respuesta: En esta peticin rogamos al padre celestial que se digne no tener en cuenta nuestros pecados ni rechazar por causa de ellos nuestra demanda. Porque no somos dignos de nada de lo que pedimos ni lo hemos merecido, pero que tenga a bien concedrnoslo todo graciosamente, ya que nosotros no hacemos ms que cometer grandes pecados cada da y no somos dignos sino de castigo. Por nuestra parte, tambin nosotros estamos dispuestos de verdad a perdonar de todo corazn y hacer el bien a los que nos han ofendido. Sexta peticin: No nos dejes caer en la tentacin -Qu quiere decir? Respuesta: Realmente, Dios no tienta a nadie; pero en esta peticin suplicamos a Dios que nos guarde y nos sostenga, para que el demonio, el mundo y nuestra carne no nos engaen y nos hagan caer en la incredulidad, en la desesperacin y en otros grandes vicios y vergonzosos desrdenes; y que si por ellos fuimos tentados, a pesar de todo logremos la victoria final. Sptima peticin: Mas lbranos de mal -Qu quiere decir? Respuesta: En esta oracin, resumen de nuestras peticiones, suplicamos al Padre celestial que nos libre de todos los males, de cualquier especie que sean, que puedan perjudicar nuestro cuerpo y alma, nuestros bienes y nuestro honor, y, en fin, que cuando llegue nuestra ltima hora nos conceda una muerte dichosa y nos lleve graciosamente de este valle de lgrimas. Amn. -Qu quiere decir? Respuesta: Que debo tener la seguridad de que el padre celestial acepta gustoso estas peticiones y que las atiende, ya que es l mismo quien nos manda pedir as y nos ha prometido escucharlas. Amn, amn quiere decir s, s, as ha de suceder.

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LOS SACRAMENTOS
El sacramento del bautismo, explicado de forma sencilla, como un padre de familia debe presentarlo a los suyos. 1. Qu es el bautismo? Respuesta: El bautismo no es agua sin ms, sino el agua mandada por Dios y unida a su palabra. -En qu consiste esta palabra de Dios? Respuesta: Se halla en el captulo final de san Mateo, donde nuestro seor Jesucristo dice: id por el mundo entero, ensead a todos los paganos y bautizadlos en nombre del Padre y del Hijo y del Espritu santo3. 2. Qu es lo que confiere el bautismo y para qu sirve? Respuesta: Opera la remisin de los pecados, libra de la muerte y del demonio y confiere la felicidad eterna a todos los que creen en las palabras y en las promesas de Dios. -Cules son estas palabras y promesas divinas? Respuesta: Lo dice nuestro seor Jesucristo en el captulo ltimo de san Marcos: El que crea y se bautice se salvar, pero quien no crea se condenar4. 3. Cmo puede el agua operar cosas tan extraordinarias? Respuesta: A decir verdad el agua no opera nada, sino que son la palabra de Dios contenida en el agua y la fe que se deposita en esta divina palabra aadida al agua. Porque si prescindimos de la palabra de Dios, el agua es agua pura y no un bautismo; pero con la palabra de Dios se trata de un bautismo, es decir, de un agua rica en gracias, vivificante, y un bao de regeneracin en el Espritu santo, como san Pablo dice (Tit 3): Por el bao de la regeneracin y de la renovacin del Espritu santo que ha sido derramado abundantemente sobre nosotros por Jesucristo, nuestro salvador, para que, justificados por su gracia, nos convirtamos en herederos de la vida eterna en esperanza5. Esto es verdadero sin lugar a dudas. 4. Qu significa este bautismo de agua? Respuesta: Significa que el viejo Adn que hay en nosotros debe ser ahogado en el arrepentimiento y en la penitencia de todos los das; que debe morir con todos los pecados y malas concupiscencias, y que, tambin a diario, debe emerger y resucitar un hombre nuevo que vive eternamente en la justicia y en la pureza a los ojos de Dios.

-Dnde consta esto? Respuesta: San Pablo dice en Romanos, cap. 6: Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del padre, tambin nosotros vivamos una vida nueva.

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Mt 28, 19. Mc 16, 16. 5 Tit 3, 5-8.

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El sacramento del altar, explicado de forma sencilla, como un padre de familia debe exponerlo a los suyos. -Qu es el sacramento del altar? Respuesta: Es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro seor Jesucristo, bajo el pan y el vino, instituido por Cristo mismo para ser (comido) y bebido por nosotros, los cristianos. -Dnde est escrito esto? Respuesta: Lo santos evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, y tambin san Pablo, escriben lo que sigue: Nuestro seor Jesucristo, la noche en que iba a ser traicionado, tom pan, dio gracias, lo parti y lo dio a sus discpulos diciendo: "tomad, comed, esto es mi cuerpo que se entrega para vosotros; haced esto en conmemoracin ma". Del mismo modo, despus de la cena, tom tambin el cliz, dio gracias y lo pas diciendo: "Tomad y bebed todos de l; este cliz es el nuevo testamento en mi sangre que se derrama para vosotros en remisin de los pecados; cuantas veces lo bebis hacedlo en memoria ma". -Para qu sirve esta accin de comer y de beber? Respuesta: Se encuentra indicado en las palabras entregado para vosotros y derramado en remisin de los pecados, es decir, que en el sacramento, y en virtud de estas palabras, se nos otorga la remisin de los pecados, la vida y la salvacin; porque donde hay remisin de los pecados, all est tambin la vida y la salvacin. -Cmo una accin corporal de comer y beber puede operar cosas tan grandes? Respuesta: No es la accin de comer y beber la que las opera, sino estas palabras concretas: Se entrega por vosotros, es derramado. Juntas, la accin de comer y de beber, constituyen la parte esencial del sacramento. El que cree en estas palabras obtiene lo que expresan, es decir, la remisin de los pecados). -Quin recibe dignamente este sacramento? Respuesta: Ayunar y prepararse corporalmente es, sin duda, una buena disciplina exterior; pero se encuentra bien preparado y es verdaderamente digno el que da fe a estas palabras: entregado por vosotros y derramado en remisin de los pecados. Quien no cree en estas palabras, o el que duda, es indigno y no est preparado; porque estas palabras, por vosotros, exigen sencillamente corazones creyentes. Forma en que un padre de familia debe ensear a los suyos a signarse por la maana y por la noche. Por la maana, al levantarte, te signars con la seal de la cruz y dirs: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu santo, amn. Despus, de rodillas o en pie, rezars el credo y el padrenuestro. Si quieres, podrs aadir esta oracin breve: Te doy gracias, padre mo del cielo, por Jesucristo tu hijo amado, por haberme guardado de todo mal y del peligro durante esta noche, y te ruego que me sigas protegiendo durante la jornada contra los pecados y contra todo mal, para que todos mis actos y mi vida resulten de tu agrado. A tus manos me encomiendo y en ellas pongo mi cuerpo, mi alma y todo. Que tu santo ngel me acompae, para que nada pueda contra m el enemigo, amn. Despus, entrgate con gozo a tu trabajo, y ojala le acompaes con un cntico como los Diez mandamientos o lo que tu piedad te inspire.

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Por la noche, al acostarte, te signars con la santa cruz diciendo: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu santo, amn. Despus, arrodillado o en pie, dirs el credo y el padrenuestro. Si te parece bien, podrs aadir la siguiente oracin breve: Te estoy agradecido, padre mo celestial, por Jesucristo, tu hijo amado, por haberme guardado graciosamente durante esta jornada. Te ruego tengas a bien perdonarme todos mis pecados con los que haya obrado injustamente y que me protejas por tu gracia durante esta noche. En tus manos me encomiendo y en ellas pongo mi cuerpo, mi alma y todo. Que tu santo ngel me acompae para que nada pueda contra m el enemigo, amn. Durmete despus enseguida y felices sueos. Forma en que un padre de familia tiene que ensear a los suyos la bendicin y la accin de gracias. Los nios y los criados deben acercarse a la mesa con decencia, y con las manos juntas decir: Los ojos de todos esperan en ti, Seor, y t les concedes su alimento oportunamente; abres tu mano y sacias de placer a todos los vivientes. Despus dirn el padrenuestro y la oracin siguiente: Seor Dios, padre celestial, bendcenos y bendice estos bienes tuyos, que hemos recibido de tu agradable bondad, por Jesucristo, nuestro seor, amn.

Accin de gracias
De igual forma, despus de la comida dirn con decencia y con las manos juntas: Dad gracias al Seor, porque es bueno y su bondad es eterna; proporciona alimento a toda carne, pastos al ganado y a las cras del cuervo cuando llaman; no le agrada el bro del caballo ni se complace en la fortaleza de piernas de los hombres; el Seor se complace en los que le temen y en los que esperan en su bondad. A continuacin, el padrenuestro y la siguiente oracin: Te damos gracias, seor, Dios padre, por Jesucristo nuestro seor, por todos tus beneficios, que vives y reinas por los siglos de los siglos, amn. Cuadro domstico de algunas sentencias apropiadas a todas las clases y estados, con el pasaje apropiado, para que sirva de exhortacin al desempeo de su funcin y oficio respectivos.

A los obispos, pastores y predicadores (1 Tim 4) Es necesario que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, temperante, modesto, hospitalario, apto para ensear; que no sea bebedor ni pendenciero, sino agradable, pacfico, desinteresado; que administre bien su propia casa, que mantenga sumisos a sus hijos con perfecta honestidad, que no sea un nefito, etc.6. (Deberes de los cristianos hacia sus obispos, etc.) Ha ordenado el Seor que los que anuncian el evangelio vivan de l (1 Cor 9). Que el discpulo haga partcipe de todos los bienes al que ensea; no os engais: de Dios nadie se re
6

1 Tim 3, 2-6.

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(Gal. 6). Que a los ancianos que presiden dignamente se les estime como merecedores de un doble honor, sobre todo a los que se fatigan por la palabra y la enseanza. La Escritura, en efecto, dice: "no pondrs bozal al buey que trilla" (Dt 25), y "el obrero es merecedor de su salario" (1 Tim 5). "Os rogamos, queridos hermanos, que tengis consideracin con todos los que trabajan entre vosotros, que os presiden en el Seor y os exhortan; tenedlos en mayor estima a causa de su quehacer y estad en paz con ellos" (Tes 5). "Obedeced a vuestros doctores y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de rendir cuenta de ellas, para que lo hagan con alegra y no con gemidos, ya que esto no sera bueno para vosotros") (Heb 13). De la autoridad temporal (Rom 13) Someteos todos a la autoridad, porque la autoridad, que existe en todos los sitios, ha sido instituida por Dios; por tanto, quien resiste a la autoridad, est resistiendo al orden establecido por Dios, y el que se rebela recibir su condena. Porque la autoridad no lleva la espada en vano; est al servicio de Dios para ejercer la represin vengadora sobre los que obran mal7. (Deberes de los sbditos con los que ejercen la autoridad) Dad al Csar lo que es del Csar y a Dios lo que es de Dios (Mt 22). Somtanse todos a la autoridad; por tanto, es preciso acatarla no slo por miedo al castigo, sino tambin por exigencias de la conciencia. Por eso precisamente pagis los impuestos: porque son servidores de Dios los que tienen que asegurar vuestra proteccin. Dad por ello a cada uno lo que le es debido: el impuesto a quien haya que drselo, el tributo a quien se le deba; el temor a quien haya de ser temido; el honor al que haya que tributrsele (Rom 13). Recomiendo ante todo que se eleven plegarias, oraciones, splicas y accin de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todas las autoridades, para que podamos vivir tranquilos y apaciblemente en toda piedad y honorabilidad (1 Tim 2). Recurdales que deben ser sumisos a los prncipes y a la autoridad, obedecerles y estar prestos a toda buena obra, etc. (Tim 3). Sed sumisos, a causa del Seor, a toda institucin humana, ya sea al rey en calidad de soberano, ya a los gobernantes como enviados suyos para castigar a los malhechores y alabar a los que obran el bien) (1 Pe 3).

A los maridos8
Y vosotros, los maridos, permaneced junto a vuestras mujeres con discrecin; tributad a la mujer, como ms frgil, su honor, como herederas que son con vosotros de la gracia de la vida, a fin de que vuestra oracin no se vea obstaculizada (1 Pe 3). Y no seis speros con ellas (Col 3).

A las casadas
Que las mujeres estn sumisas a sus maridos como al Seor (Ef 5), igual que Sara, que obedeci a Abrahn llamndole seor suyo; de ella os hacis hijas cuando obris bien, sin temor alguno (1 Pe 3).
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Rom 13, 1-2, 4. 1 Pe 3, 7; Col 3, 19.

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A los padres
Y vosotros, padres, no exasperis a vuestros hijos, para que no se desalienten (Col 3). Pero educadlos con correcciones y advertencias, segn el Seor (Ef 6). A los hijos (Ef 6) Y vosotros, obedeced a vuestros padres segn el Seor, porque es lo justo. "Honra a tu padre y a tu madre", tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: "para que seas feliz y vivas largo tiempo sobre la tierra". A los criados y criadas, a los jornaleros, a los obreros, etc. (Ef 6) Y vosotros, esclavos, obedeced a vuestros seores con temor y temblor, y con sencillez de corazn, segn la carne, como a Cristo mismo. No slo porque os vean, como si buscaseis agradar a los hombres, sino, esclavos de Cristo, cumplid la voluntad de Dios de todo corazn y de buena gana. Decid que servs al Seor y no a los hombres, conscientes de que cada uno recibir en proporcin con el bien realizado, ya sea esclavo, ya sea libre9. A los amos y amas (Ef 6) Y vosotros, amos, obrad de igual forma en relacin con ellos; dejad de lado las amenazas, conscientes de que tambin vosotros tenis un amo en el cielo y, de que, ante l, no hay acepcin de personas10. A la juventud en general (1 Pe 5) En cuanto a vosotros, jvenes, sed sumisos a los mayores y dad pruebas de humildad, porque "Dios resiste a los orgullosos, pero otorga su gracia a los humildes". Por tanto, humillaos bajo la poderosa mano de Dios y os ensalzar l cuando llegue la ocasin11.

A las viudas (1 Tim 5) Que la que es viuda de verdad y est sola ponga su esperanza en Dios y persevere, da y noche, en oracin. Pero la que vive en medio de placeres, aunque viva, est muerta12. A la comunidad13 Ama a tu prjimo como a ti mismo. En esta palabra se resumen todos los mandamientos (Rom 13). Que no se cese de orar por todos los hombres (1 Tim 2).
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Ef 6, 5-8. Ef 6, 9. 11 1 Pe 5, 5-6. 12 1 Tim 5, 5-6. 13 Rom 13, 9; 1 Tim 2, 1.


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En la casa todo ir mejor si todos aprenden la leccin.

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EL CATECISMO MAYOR
Dr. Martn Lutero

PREFACIO No es por insignificantes razones que tratemos el catecismo con tanta insistencia y que deseemos y reguemos que otros lo hagan igualmente, puesto que vemos que muchos predicadores y pastores son por desgracia muy negligentes en este sentido, despreciando tanto su oficio como esta doctrina. Algunos proceden de esa manera debido a su grande y alta erudicin, pero otros por mera pereza y preocupacin por el estmago, como si no debieran hacer otra cosa que aprovecharse de los bienes mientras vivieran, tal como acostumbraban a hacerlo bajo el papado. No obstante, todo lo que han de ensear y predicar lo tienen ahora a mano en forma sumamente clara y fcil en tantos libros saludables que son como se llamaban en tiempos anteriores los verdaderos Sermones per se loquentes, Dormi secure, Paratas, y Thesauros. Sin embargo, no son tan justos y probos para comprar tales libros o bien, si los poseen, no los miran ni los leen. Ah, todos son vergonzosos glotones y servidores de sus vientres que mejor estaran como cuidadores de cerdos o de perros en vez de directores de almas o pastores! Como quedaron libres de la intil y fastidiosa batologa de las siete horas, en su lugar bien podran leer en la maana, al medioda y en la noche, una hoja o dos del catecismo, del Librito de las oraciones, del Nuevo Testamento o de otra parte de la Biblia y rezar un Padre-nuestro para ellos mismos y para los de su grey. De este modo a su vez honraran el evangelio y mostraran su agradecimiento por haber quedado libres por l de tantas cargas y gravmenes, avergonzndose un tanto por no haber aprendido del evangelio ms que esa libertad ociosa, nociva, infamante y carnal, como si fuesen puercos y perros. Por desgracia, sin esto, el vulgo estima muy poco el evangelio y no conseguimos mucho, aunque nos afanemos con toda diligencia. Qu pasar, si somos negligentes y perezosos como lo hemos sido bajo el papado? A esto se suman el abyecto vicio y la mala y latente peste de la seguridad y de la saciedad, de modo que muchos consideran el catecismo doctrina sencilla y de poca monta. Despus de recorrerlo con una sola lectura, creen saberlo todo y arrojan el libro al rincn, como si se avergonzasen de releerlo. Incluso entre la nobleza hay algunos alcornoques y tacaos que pretextan que en adelante no se necesitan ni pastores ni predicadores por constar todo en libros donde uno mismo tambin aprenderlo por propia cuenta. Por ello, sin preocupacin alcana, dejan que decaigan y se arruinen las parroquias, y los prrocos y predicadores sufran gran miseria y hambre. Es as como proceden por orden natural los insanos alemanes; pues nosotros los alemanes tenemos un pueblo abyecto y hemos de soportarlo. Pero hablar de mi propia persona. Soy tambin doctor y predicador y tengo tanta erudicin y experiencia como los que muestran tanta arrogancia y seguridad. A pesar de ello, hago como un nio a quien se le ensea el catecismo. De maana y cuando tengo tiempo leo y recito el Padrenuestro palabra por palabra, los Diez Mandamientos, el Credo, algunos Salmos, etc. Todos los das tengo que leer y estudiar algo ms. Sin embargo, no puedo llegar a ser como

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quisiera y debo continuar siendo nio y alumno del catecismo y permanecer sindolo de buen grado. Y esos hombres delicados y engredos, con una .sola lectura pretenden ser en un instante ms que doctores, saberlo todo y no necesitar ms. Por cierto, esto es una indicacin clara de que desprecian tanto su oficio como las almas de la grey y hasta a Dios y su palabra. Ya no es menester que caigan; han cado horriblemente. Sera necesario que volviesen a ser nios y comenzasen a estudiar el abecedario, aunque les parezca ya muy trillado. Por ello, ruego a estos vientres haraganes y santos presuntuosos que por Dios se dejen persuadir y acepten que en verdad no son tan instruidos y doctores tan eruditos como ellos se lo imaginan; que jams opinen haber terminado de estudiar estos artculos o saberlo todo suficientemente por ms que se figuren conocerlo demasiado bien. Aun cuando lo supieran y lo dominaran de la mejor manera lo que en esta vida resulta imposible hay en eso, no obstante, mucho provecho y fruto, cuando uno lo lee todos los das y lo practica en pensamientos y discursos, puesto que en semejantes lecturas, discursos y reflexiones est presente el Espritu Santo que da siempre nueva y ms abundante luz y devocin para ello, de modo que cada vez nos gusta y nos penetra ms, como Cristo tambin lo promete en el captulo 18 de Mateo: "Donde estn dos o tres congregados en mi nombre, all estoy en medio de ellos". Adems, coadyuva poderosamente y sobremanera contra el diablo, el mundo, la carne y toda suerte de malos pensamientos que uno se ocupe en la palabra de Dios, hable de ella y reflexione sobre la misma, ya que tambin el primer Salmo llama bienaventurados a los que "meditan en la ley de Dios de da y de noche"14. Sin duda, no podrs usar incienso y otros sahumerios ms eficaces contra el diablo que familiarizarte con los mandamientos y palabras de Dios, hablar y cantar de ellos y meditar sobre los mismos. En realidad, es la verdadera agua bendita y el signo ante el cual huye y con que uno puede ahuyentarlo. Ya por esta sola razn deberas leer con agrado estos artculos, hablar, pensar y tratar, aunque de esto no tuvieses otro fruto y provecho que ahuyentar al diablo y a los malos pensamientos, puesto que no puede or ni soportar la palabra de Dios. Y sta no es como otras meras invenciones, por ejemplo, la de Dietrich de Bern, sino, como dice San Pablo en el primer captulo de la epstola a los Romanos: "un poder de Dios". Por cierto es un poder de Dios que causa terribles sufrimientos al diablo y que a nosotros nos fortalece, nos consuela y nos ayuda sin lmites. Y, para qu tengo que hablar ms? Si quisiera enumerar toda la utilidad y el fruto que obra la palabra de Dios, de dnde tomara el papel y el tiempo suficientes? Se dice que el diablo dispone de mil artes. Qu nombre daremos a la palabra de Dios capaz de ahuyentar a semejante encantador con todo su arte y su poder y de anonadarlo? Debe poseer ms de cien mil artes. Debemos desdear con tanta ligereza semejante potencia, utilidad, fuerza y fruto, mxime nosotros que queremos ser pastores y predicadores? No slo no deberan darnos de comer, sino echarnos tambin con perros y expulsarnos con bosta de caballo, porque no solamente necesitamos del catecismo todos los das como del pan cotidiano, sino que lo precisamos a cada momento contra las diarias e incesantes tentaciones y asechanzas del diablo de mil artimaas. Si esto no nos basta para leer el catecismo todos los das, habra de obligarnos suficientemente el solo mandamiento de Dios quien nos ordena con severidad en el captulo 6 del Deuteronomio: "Pensars siempre en su ley, estando sentado, andando por el camino, estando de pie o acostado, y cuando te levantes; y has de tenerla como una marca y un signo permanente en tus manos y frente a tus ojos". Sin duda, no ordenar esto en vano ni lo exigir con tanta rigurosidad, sino que, conociendo nuestros peligros y necesidades y, adems, las furiosas e incesantes tentaciones y ataques de los diablos, quiere prevenimos, armarnos y protegernos con
14

Salmo 1:2.

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buena "armadura" contra sus "dardos de fuego" y con buena medicina contra su venenosa y maligna peste y el contagio. Oh, qu dementes e insensatos necios somos! Siempre hemos de vivir o habitar entre semejantes enemigos poderosos, como son los diablos. Y, sin embargo, despreciamos nuestras armas y medios de defensa y somos perezosos para mirarlos y pensar en ellos. Qu hacen esos santos hartados y presuntuosos? No quieren ni les place leer y aprender el catecismo todos los das. Creen ser ms doctos que Dios mismo con todos sus santos ngeles, profetas, apstoles y todos los cristianos? Porque, si Dios mismo no se avergenza de instruirnos en ello todos los das, como si no supiera ensear nada mejor y siempre nos alecciona de la misma manera en esto, sin exponer algo nuevo ni cosa distinta y todos los santos no saben nada mejor que aprenderlo no obstante, no acabando jams de adoctrinarse si es as, no somos personas verdaderamente egregias, si nos imaginamos saberlo todo despus de leerlo y orlo una sola vez, sin necesidad de seguir leyndolo y aprendindolo? Nos parece que en una sola hora no somos capaces de aprender a la perfeccin lo que Dios mismo jams deja de ensear, puesto que no cesa de ensearlo desde el principio hasta el fin del mundo. Y todos los profetas con todos los santos tuvieron que aprender de ah sin cesar y, pese a ello, seguan siendo siempre discpulos y an lo son. Y esto es indubitable: quien tiene un conocimiento cabal de los Diez Mandamientos, ha de entender toda la Escritura para que en lodos los asuntos y situaciones pueda aconsejar, ayudar, consolar, u preciar y juzgar tanto sobre cosas espirituales como seculares, y ser juez en lo que concierne a todas las doctrinas, a los estados, los espritus, el derecho y lo que haya en el mundo. No consisto todo el Salterio en reflexionar meramente y en ejercitarse en el Primer Mandamiento? Estoy convencido de que esos haraganes y espritus presuntuosos no entienden ni un solo salmo y menos an toda la Sagrada Escritura. Sin embargo, pretenden conocer el catecismo y lo menosprecian, el cual es en verdad el compendio y el resumen de toda la Sagrada Escritura. Por lo tanto, vuelvo a rogar a todos los cristianos, sobre todo los pastores y predicadores, que no pretendan ser doctoras demasiada temprano y no se imaginen conocerlo todo. (La presuncin tita destinada a achicarse, como se encoge el pao estirado") Ms bien deben ejercitarse da tras da en l y practicarlo de continuo. Adems, ron lodo cuidado y empeo han de precaverse de la ponzoosa peste de tal seguridad o de semejantes maestros presumidos. Adems, siempre continuarn leyendo, enseando, aprendiendo, pensando y meditando y no cesarn hasta que se den cuenta y estn ciertos de haber aniquilado al diablo y de haber llegado a ser ms doctos que Dios mismo y todos sus santos. Si se empean de esta manera, les prometo que tambin ellos advertirn qu frutos lograrn y que Dios tiara de ellos personas excelentes. Con el tiempo ellos mismos confesarn espontneamente que, cuanto ms lugar y trabajo dedican al estudio del catecismo, tanto menos saben de l y tanto ms tienen que aprender. Como a gente hambrienta y sedienta, les gustar entonces ms que nunca lo que ahora por gran abundancia y hartazgo no pueden ver. Que Dios d su gracia para ello! Amn.

PRLOGO El presente escrito tiene por objeto en primer trmino adoctrinar a los nios y a las personas sencillas. Por tal motivo, desde la antigedad, segn la palabra griega, se llama catecismo, esto es, doctrina para nios, conteniendo lo que necesariamente debe saber todo cristiano. Porque quien ignora tales cosas no puede ser contado entre los cristianos, ni tampoco le 234

ser permitido disfrutar de los sacramentos. Sucede con esto como con el obrero que, si desconoce las reglas y costumbres de su oficio, es rechazado y considerado inepto. Por eso, se debe conducir a los jvenes a aprender bien y en forma completa las partes del Catecismo o sea de las doctrinas destinadas a nios y se los ejercitar y acostumbrar en ellos con celo. Por eso, cada padre de familia est obligado tambin a tomar a sus hijos y sirvientes, por lo menos una vez en la semana, para interrogarlos y examinarlos uno por uno en torno a lo que sepan o hayan aprendido del catecismo e insistir que lo aprendan con seriedad si no lo saben. Recuerdo yo aquellos tiempos aunque en verdad ocurre hoy tambin diariamente en los que haba gente sencilla y ya entrada en aos que no saban, ni saben an, nada de esto, y sin embargo, hacen uso del bautismo y del Sacramento y de todo, en fin, cuanto es propio de cristianos, en circunstancias que es preciso que quienes se acerquen al Sacramento deben saber ms y tener una comprensin ms completa de toda la doctrina cristiana que los nios y los aprendices nuevos. Siguiendo la antigua costumbre de la cristiandad aunque se ha enseado y practicado muy poco dividiremos la doctrina cristiana en tres partes para la gente comn, hasta que los jvenes como los ancianos que se llaman y quieren ser cristianos se ejerciten y familiaricen con ellas. stas son las siguientes: Primera: LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE DIOS 1. No tendrs otros dioses delante de m. 2. No tomars el nombre de tu Dios en vano. 3. Santificars el da de reposo. 4. Honra a tu padre y a tu madre. 5. No matars. 6. No cometers adulterio. 7. No hurtars. 8. No hablars falso testimonio contra tu prjimo. 9. No codiciars la casa de tu prjimo. 10. No codiciars su mujer, ni su siervo, criada o ganado, ni nada de lo que tenga. Segunda: LOS ARTCULOS PRINCIPALES DE NUESTRA FE "Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra: y en Jesucristo su nico Hijo, nuestro Seor; que fue concebido por el Espritu Santo, naci de la Virgen Mara; padeci bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendi a los infiernos; al tercer da resucit de entre los muertos, subi a los cielos y est sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, de donde ha de venir para juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espritu Santo, una santa iglesia cristiana; la comunin de los santos; el perdn de los pecados; la resurreccin de la carne y la vida eterna. Amn". Tercera: LA ORACIN O EL PADRENUESTRO, COMO CRISTO LO HA ENSEADO "Padre nuestro, que ests en los cielos: santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hgase tu voluntad, como en el cielo as tambin en la tierra. El pan nuestro de cada da dnoslo hoy. Y perdnanos nuestra deuda, as como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos induzcas en la tentacin, mas lbranos del mal. Amn". Estas tres partes son imprescindibles y habrn de aprenderse primeramente palabra por palabra para recitar. Se debe acostumbrar a los nios a recitarlas cada da al levantarse en la maana, al comer y al acostarse en la tarde. Y no se les debe dar de comer o beber antes de que hayan hecho su recitacin. Asimismo, el padre de familia har lo propio con sus sirvientes, no 235

consintindoles seguir en casa si no saben o no quieren aprenderlo. Porque no es tolerable que haya persona tan tosca y ruda que no lo aprenda, toda vez que en estas tres partes del catecismo se resume de manera breve, comprensible y sencillsima todo cuanto tenemos en la Escritura. Los queridos Padres o los Apstoles (quines hayan sido no importa)11 han resumido as la doctrina, vida, sabidura y erudicin de los cristianos, de lo cual han de hablar y tratar y ocuparse. Una vez aprendidas y entendidas estas tres partes, corresponde saber tambin qu hay que decir sobre los sacramentos que Cristo mismo ha instituido, o sea: El bautismo y el santo cuerpo y la sangre de Cristo. Se trata del texto bblico, segn relatado por Mateo y Marcos al final de su Evangelio, cuando Cristo se despidi de sus discpulos y los envi por el mundo. SOBRE EL BAUTISMO "Id y ensead a todos los pueblos, bautizndolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo. El que creyere y fuere bautizado ser salvo, mas el que no creyere, ser condenado"15 Para el hombre sencillo bastar conocer este pasaje de la Escritura sobre el bautismo. Tambin respecto al otro sacramento, ser suficiente que sepa algunas palabras breves y sencillas, como son las del: texto de San Pablo. SOBRE EL SACRAMENTO "Nuestro Seor Jesucristo, la noche en que fue entregado, tom y habiendo dado gracias, lo parti y lo dio a sus discpulos y dijo: Tomad y comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria ma". "Asimismo tom el cliz despus de la cena y dijo: Este cliz es un nuevo testamento en mi sangre, la cual es derramada por vosotros para la remisin de los pecados. Haced esto todas las veces que bebiereis en memoria ma". Se tendrn, por lo tanto, en total cinco partes de toda la doctrina cristiana y que debern ser practicadas siempre y exigidas e interrogadas palabra por palabra. No confes en que los nios y los jvenes lo aprendan y lo retengan nicamente a partir de la predicacin. Una vez conocidas a fondo estas partes, se pueden aadir tambin a ellas algunos salmos o himnos adecuados como complemento y refuerzo de aqullas y de este modo se introducir a la juventud en la Escritura y as ir progresando da a da. Pero, no es suficiente el mero hecho de que se puedan entender y recitar las palabras; antes bien, hay que enviar a los jvenes al sermn, especialmente en el tiempo prescripto para el catecismo, para que escuchen su aplicacin y para que aprendan a comprender lo que encierra cada parte. As tambin podrn repetirlo como lo oyeron y respondern debidamente cuando se los interrogue, de modo que no se predique sin provecho y fruto. Precisamente para que a la juventud se le inculque el catecismo, lo predicamos con asiduidad; no en forma difcil y sutil, sino breve y sencillsimamente, a fin de que penetre bien en ellos y lo retengan en la memoria. Guindonos por este objeto, trataremos a continuacin las partes indicadas, una tras otra, y diremos sobre ellas con toda claridad lo que sea menester.

PRIMER MANDAMIENTO "No tendrs otros dioses"

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Mt. 28:19; Mc. 16:16.

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Esto es, debers considerarme a m solo como a tu Dios. Qu significa esto y cmo se entiende? Qu significa tener un Dios o qu es Dios? Respuesta: Dios es aquel de quien debemos esperar todos los bienes y en quien debemos tener amparo en todas las necesidades. Por consiguiente, "tener un Dios" no es otra cosa que confiarse a l y creer en l de todo corazn, como ya lo he dicho repetidas veces. La confianza y la fe de corazn pueden hacer lo mismo a Dios que al dolo. Si son la fe y la confianza justas y verdaderas, entonces tu Dios tambin ser verdadero y justo. Por lo contrario, donde la confianza es errnea e injusta, entonces no est el verdadero Dios ah. La fe y Dios son inseparables. En aquello en que tengas tu corazn, digo, en aquello en que te confes, eso ser propiamente tu Dios. Por eso, es la intencin de este mandamiento exigir la verdadera fe y la confianza de corazn que alcanzan al verdadero y nico Dios y se adhieren solamente a l. Esto significa tanto como: Procura que slo yo tu Dios y no busques ningn otro. Es como si Dios dijera: Los bienes que te falten, espralos de m y bscalos en m. Y si sufrieses desdichas y angustias, ven a m, atente a m; yo mismo quiero darte todo lo suficiente que necesites y quiero ayudarte en toda desdicha. Pero no hagas depender tu corazn de nada, ni confes en nada que no sea yo. Esto tengo que explicarlo un poco ms claramente, de manera que te entienda y se capte por medio de algunos ejemplos cotidianos de la actitud contraria. Algunos piensan tener a Dios y a todas las cosas en abundancia, cuando poseen dinero y bienes. En esto se confan y se engren de tal modo, con tal firmeza y seguridad en lo que tienen que para ellos nada hay que valga la pena. Observad, tal persona tiene ya tambin un dios que se llama Mammn, esto es, el dinero y los bienes en que tal persona ha puesto su corazn. Por lo dems, este es el dolo ms comn en el mundo. Quien posee dinero y bienes, se contadera muy seguro; es alegre e intrpido, como si viviera en medio del paraso. Por lo contrario, el que no tiene de todo esto, est en dudas y se desespera, como si no conociese ningn dios. Pocos, muy pocos me encontrarn que tengan buen nimo y que estn sin afligirse, ni quejarse, cuando no tengan Mammn, pues lo opuesto est adherido y es inherente a la naturaleza humana hasta la tumba. Tambin tiene un dios el que se confa y se apoya en que tiene una gran erudicin, inteligencia, poder, merced, amistad y honor, pero tal dios no es el Dios nico y verdadero. As lo ves en la jactancia, la seguridad y el orgullo que se tiene sobre dichos bienes y, por lo contrario, el abatimiento, cuando se carece de ellos o se los pierde. Por lo tanto, repito: "tener un dios", significa, en correcta interpretacin, tener algo en lo que el corazn se confe por entero. Recurdese lo que en nuestra ceguedad hemos venido practicando y haciendo en los tiempos del papado. Contra el dolor de muelas, se ayunaba y celebraba en honor de Santa Apolonia14; para prevenirse do un incendio se apelaba a San Lorenzo; y si se tema ser atacado por la peste, se entregaba a San Sebastin o a San Roque. stos y semejantes horrores son incontables, porque cada cual se escoga su santo para adorarlo e invocarlo, de modo que fuera socorrido en toda necesidad. Tambin pertenecen a ese grupo aquellos que actan en forma muy grosera y llegan a pactar con el diablo para que les d dinero suficiente, les ayude en sus amoros o les preserve sus bestias o, en fin, para recuperar los bienes perdidos, etctera, etctera, como lo llevan a cabo los hechiceros y nigromantes. Pues todos stos colocan su corazn y su confianza en otro lugar que en el verdadero Dios; no esperan ningn bien de l, ni lo buscan tampoco en l. Comprenders ahora fcilmente, qu y cunto exige este mandamiento, esto es: todo el corazn del hombre, toda su confianza depositada nicamente en Dios y en ningn otro. Tambin comprenders que "tener un dios" no consiste en atraparlo con los dedos y retenerlo entre las manos, ni quiere decir que pueda guardrselo en una bolsa, o encerrrselo en un armario; sino "tener un dios", y retenerlo, es que el corazn lo atrape y se adhiera a l. Depender con el corazn de l no significa otra cosa, sino confiarse enteramente en l. Por ser esto as, Dios quiere 237

apartarnos de todo cuanto cae fuera de l y quiere tambin atraernos hacia s, puesto que l es el nico y eterno bien. Es, en fin, la confianza que has puesto en Mammn o en otras cosas, todo eso espralo de m, considerndome como aquel que quiere ampararte y colmarte con profusin de toda suerte de bienes. Por consiguiente, tenemos aqu en qu consiste el verdadero honor y servicio de Dios que le agrada y que, adems, lo ha mandado, so pena de sufrir su ira eterna. Es decir que no conocer tu corazn otro consuelo ni otra confianza, sino en Dios; no se dejar apartar de ello, sino que al contrario, se atrever y har pasar a segundo plano todo cuanto en el mundo existe. Te ser, por otra parte, fcil ver y juzgar que el mundo practica un culto divino falso y se entrega a la idolatra. En efecto, no ha habido jams un pueblo tan perverso como para no levantar y mantener un culto divino, pues cada uno ha erigido un dios particular, del cual se esperaban los bienes, la ayuda y el consuelo. Los paganos, por ejemplo, cuya confianza estaba puesta en el poder y en el dominio, erigieron a Jpiter como supremo dios. Otros hombres que buscaban la riqueza, la felicidad, el placer y das dichosos, erigieron por dios a Hrcules, Mercurio, a Venus y otros. A Diana y Lucna se acogan las mujeres encintas y as procedan. Cada uno endiosaba aquello hacia lo cual lo llevaba su corazn. Por eso, segn la opinin de todos los paganos, tener un dios consiste en confiar y creer. Pero su error est en que tal confiar es falso e incorrecto, porque no se colocaba sobre alguno ni en el cielo ni en la tierra17. As se explica que los paganos no hicieran ms que convertir su propia ficcin y sus fantasas sobre Dios en dolos y se confiasen en una pura nada. Igual es la idolatra en general. No consiste en erigir una figura cualquiera y adorarla, sino ante todo en el corazn que mira a otro lado y busca ayuda y consuelo en las criaturas, en los santos y en los demonios, sin acogerse a Dios, sin esperar que sea tan bondadoso como para que nos socorra, sin creer tampoco que todo bien que experimenta proviene de Dios. Hay, adems, otro culto errneo y la mayor idolatra que hemos practicado hasta ahora y que en el mundo sigue reinando; una idolatra sobre la cual se basan los diversos estados eclesisticos. Concierne dicha idolatra nicamente a la conciencia, en tanto sta busca ayuda, consuelo y salvacin en sus propias obras; pretende obtener de Dios el cielo por la fuerza y calcula cuntas donaciones, cuntos ayunos ha hecho, cuntas misas ha celebrado, etc. En esto se confa la conciencia y se glorifica, como queriendo no aceptar los regalos de Dios y lograrlo y merecerlo todo sobradamente por s mismo, exactamente como si Dios debiera estar a nuestro servicio y fuera deudor nuestro y nosotros seores suyos. No es esto, acaso, hacer de Dios un dolo, un "Dios de madera"? No es considerarse a s misino y erigirse como Dios? Pero esta es una cuestin demasiado espinosa para ser tratada ante la juventud. Sin embargo, sea esto dicho a las mentes sencillas a fin de que noten y retengan el sentido del presente mandamiento, o sea, que debemos confiar slo en Dios buscando en l todo bien y esperndolo todo de l, como siendo aquel del cual recibimos cuerpo y vida, comida y bebida, todo gnero de alimentos, salud, proteccin, paz y todos los bienes temporales y eternos que necesitamos. Adems, Dios nos preserva de la desdicha y nos auxilia y nos salva en toda adversidad que nos ocurra; de manera que nicamente Dios, como antes dijimos ampliamente, es aquel de quien se obtiene todo el bien y por quien se es librado de todo mal. Por eso precisamente, digo, nosotros los alemanes siempre hemos llamado a Dios Gott desde la antigedad (ms excelente y pertinentemente que en lengua alguna) de acuerdo a la palabrita gut (bueno), ya que Dios es fuente eterna, la cual se derrama sobre nosotros con pura bondad y de la cual mana todo lo que es y se llama bueno. Aunque de los hombres recibimos mucho bien, sin embargo, es de Dios que lo recibimos todo, por orden y mandatos suyos. Nuestros padres, todas las autoridades y, asimismo cada uno 238

de nosotros con relacin a nuestro prjimo, todos, en fin, tenemos orden de hacernos mutuamente el bien en todas las formas. Por tanto, lo que recibimos no previene de los hombres, sino mediante ellos de Dios, pues las criaturas son solamente la mano, el canal y el medio de que Dios se vale para donrnoslo todo. As provee Dios a la madre de pecho y leche para ofrecer al nio; grano y toda clase de productos de la tierra como alimento. Ninguna criatura puede por s misma producir tales bienes. Por consiguiente ningn hombre debe atreverse a tomar o entregar algo, a no ser que haya sido ordenado por Dios, para que, de ese modo, se lo reconozca como su don y se le d gracias como este mandamiento lo exige. Sin embargo, no se desecharn por eso tampoco los medios de recibir el bien por las criaturas, ni se tendr la osada de buscar otras maneras o caminos, sino los que Dios ha prescrito. Pues esto significara que no se recibe de Dios, sino que se ha buscado por s mismo. Examnese cada cual y vea si considera este mandamiento por encima de todo y si lo tiene en la mayor estima, sin asomos de burla. Pregunta y sondea tu corazn y as sabrs si est ligado nicamente a Dios o no. Si tienes un corazn que no sabe esperar de Dios sino el bien y especialmente en las necesidades y carencias y, adems, puede abandonar y dejar todo aquello que no es de Dios, entonces tendrs ciertamente al nico y verdadero Dios. Si, por lo contrario, tu corazn est puesto en otras cosas, de las cuales espera mayor bien y auxilio que de Dios y si no acude a l, sino que le rehye cuando sufre algn mal, entonces tendrs otro dios, un dolo. Por eso, para que se vea que Dios no ha pregonado su mandamiento en vano, sino que vigila severamente por su cumplimiento, ha unido a este mandamiento primeramente una horrible amenaza y, despus, una hermosa y consoladora promesa, lo cual se debe tambin practicar e inculcar a la juventud, para que lo tome en serio y no lo olvide. "Porque yo soy el SEOR tu Dios, fuerte y celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generacin a los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos"16. Si bien estas palabras se refieren a todos los mandamientos, como luego veremos, van unidas, sin embargo, al primero y principal, por ser de suma importancia para el hombre disponer, ante todo, de una cabeza correcta, pues si la cabeza es correcta, la vida entera ser tambin correcta y viceversa. Aprende, por lo tanto, de las palabras enunciadas, cuan grande se manifestar la ira de Dios contra quienes se confan en algo que no sea de l mismo; pero, al mismo tiempo aprenders cuan bondadoso y misericordioso es Dios con quienes de todo corazn solamente creen y se confan en l. La ira divina es tal que no cesa hasta la tercera y cuarta generacin o descendientes, mientras que sus favores y bondad se derraman sobre millares. En vista de esto, no habr que considerarse muy seguro y entregarse al azar, como hacen los corazones groseros que piensan que estas cosas no tienen importancia. l es un Dios tal que no deja sin castigo a quien se aparte de l, ni cede en su ira hasta aniquilar por completo, inclusive la cuarta generacin. Dios quiere que se le tema y no se le menosprecie. As lo demuestra l tambin en todos los acontecimientos de la historia, como la Escritura nos muestra abundantemente y de igual forma nos lo puede ensear la experiencia diaria. Ya desde el principio extermin Dios toda idolatra, y por culpa de la misma, aniquil tambin a los judos y los paganos, del mismo modo como echa por tierra en nuestros tiempos todo culto falso; y quienes continan practicndolo terminarn necesariamente pereciendo. Si, a pesar de esto, se encuentra hoy gentuza orgullosa, poderosa y rica que se aferra a su Mammn, sin cuidarse de la ira o del burlarse de Dios (porque se creen capaces de resistir a aqulla), no conseguirn, sin embargo, realizar su objetivo como piensan, sino que antes de que lo puedan prever, sucumbirn
16

Ex. 20: 5, 6; Dt. 5:9, 10.

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junto con todo lo que fue objeto de su confianza, como as se hundieron tambin todos los que se haban credo ms seguros y potentes. Por culpa de tales cabezas duras que piensan que por el hecho de que Dios los observa y los deja tranquilos, lo ignora o no se cuida de ello, Dios tiene que obrar con violencia y castigar, de tal modo que no est dispuesto a olvidar hasta los hijos de los hijos, de manera que cada uno choque con esto y vea que para Dios no es esto una broma. A estas personas se refiere Dios al decir: "los que me aborrecen", o sea: los que persisten en su terquedad y soberbia. Si se les predica o se les dice, no quieren escuchar; si se les censura, a fin de que se conozcan a s mismos y se corrijan, antes de que sobrevenga el castigo, se encolerizan y se vuelven an ms necios, hacindose as dignos de la ira, como estamos viendo ahora diariamente con los obispos y los prncipes. Sin embargo, el consuelo en la promesa es ms poderoso. Aunque aquellas palabras amenazadoras son terribles, los que solo en Dios se confan pueden estar seguros de que l se mostrar misericordioso con ellos, es decir, les manifestar toda su bondad y sus beneficio; pero no solamente en ellos, sino tambin en sus hijos durante millares de generaciones. Debiera esto conmovernos y llevarnos a elevar nuestro corazn con plena confianza a Dios, si anhelamos tener todo bien temporal y eterno en vista de que la excelsa Majestad do manera tan sublime se nos ofrece, tan cordialmente nos invita y tan generoso promesas nos hace. Por consiguiente, considrelo cada uno de nosotros seriamente Y no como si fuera algo dicho por un hombre; porque de ello depende que puedas obtener bendiciones, dicha y salvacin eternas a, por lo contrario, la ira, desgracias y pesares del corazn eternos. Qu quieres tener o apetecer ms que Dios te prometa tan amistosamente que quiere ser tuyo con todo genere de bienes y deseando protegerte y socorrerte en toda necesidad? La falta est en que el mundo, desgraciadamente, no cree nada de esto, ni lo considera como palabra divina, porque ve que aquellos que se confan, no en Mammn, sino en Dios, sufren penas y angustias y que el diablo se opone e impide que conserven riquezas, favores y honores y, adems, apenas logran salvar su vida. Mientras tanto, los servidores de Mammn disfrutan, ante los ojos del mundo, de poder, favores, honores, bienes y toda clase de seguridades. En vista de este hecho, ser menester retener las palabras establecidas precisamente contra tales apariencias, sabiendo que no mienten ni engaan, sino que han de ser verdaderas. Mira retrospectivamente o indaga y dime luego lo que han conseguido finalmente todos los que pusieron todas sus preocupaciones y todo su empeo en atesorar grandes bienes y riquezas, y descubrirs cmo sus afanes y trabajos se han perdido. Aunque lograron amontonar grandes riquezas, fueron desparramadas y, por ltimo, se malograron. Ellos mismos no llegaron a disfrutar con sana alegra sus bienes que, adems, no alcanzaron siquiera hasta la tercera generacin de sus herederos. Encontrars suficientes ejemplos en todas las historias o en personas de edad y de experiencia. No tienes ms que meditar y tenerlos en cuenta. Sal fue un gran rey, escogido por Dios y un hombro piadoso. Pero una vez establecido firmemente en su cargo, no puso su corazn en Dios, sino en su corona y en su poder y as tuvo que perecer y con l todo lo que posea, pues ni uno solo de sus hijos qued con vida. David era, al contrario, tan pobre y despreciado, tan perseguido y acosado que en ninguna parte estaba seguro de su vida. Sin embargo, permaneci ante Sal y lleg a ser rey. Pues estas palabras deban subsistir necesariamente y ser verdaderas, ya que Dios no puede mentir ni engaar. Deja, pues, al diablo y al mundo con sus apariencias que algn tiempo permanecen, pero que en definitiva no son nada la labor de engaarte. Por lo tanto, aprendamos bien el primer mandamiento, de manera que veamos que Dios no tolera la soberbia, ni tampoco que se ponga la confianza en lo que no sea slo l y no nos 240

exige otra cosa mayor que la cordial confianza en todo bien, de tal manera que andemos como es correcto y derecho y usemos todos los bienes que Dios nos ha dado, no de otra forma que como el zapatero usa la aguja, la lezna y el cabo para ejecutar su trabajo hasta que, concluido ste, las (herramientas) deja a un lado; o como husped que se acoge a la posada en busca de alimento y lecho, slo por las necesidades del momento; cada uno en su estado, segn la disposicin de Dios, no convirtiendo cosa alguna en su seor o su dolo. Baste lo expuesto acerca del primer mandamiento. Si lo hemos desarrollado extensamente ha sido porque es el ms importante. Pues, como ya indicamos, si el corazn humano guarda la debida relacin con Dios y si se cumple este mandamiento, lo mismo ocurrir con todos los dems. SEGUNDO MANDAMIENTO "No tomars el nombre de Dios en vano" Si el primer mandamiento instruye los corazones y ha enseado la fe, el segundo nos hace salir de nosotros mismos, dirigiendo nuestra boca y nuestra lengua hacia Dios; porque lo primero que sale del corazn y se manifiesta son las palabras. As como ense antes a responder a la pregunta sobre qu significa "tener un dios", de la misma forma es necesario tambin que aprendas t igualmente a captar el sentido de ste y todos los dems mandamientos y a decirlo por ti mismo. Si se pregunta ahora: "Cmo entiendes t el segundo mandamiento o qu significa tomar en vano o abusar del nombre de Dios?", responde muy brevemente del modo siguiente: "Abusar del nombre de Dios es cuando se llama a Dios, el SEOR, de un modo u otro, para mentir o faltar a la virtud". Por este motivo, ha sido ordenado que no apliquemos falsamente el nombre de Dios, ni lo pronunciemos de boca, en circunstancias que el corazn sabe bien o debera saberlo que las cosas son de otro modo, como, por ejemplo, al prestar juramento ante un tribunal de justicia, una parte engaa a la otra. No existe peor manera de usar el nombre de Dios que servirse de l para mentir y engaar. Toma esto como la explicacin ms clara y el sentido ms captable de este mandamiento. De lo que acabamos de exponer puede calcular cada cual cunto y con qu medios tan diversos se abusa del nombre de Dios. Aunque no es posible enumerar todos estos abusos, digamos escuetamente que todo abuso del nombre de Dios tiene lugar primeramente en las gestiones y cosas de este mundo que se refieren al dinero, a los bienes y al honor, las cuales se ventilan, ora pblicamente ante un tribunal, ora en el mercado u otro lugar cualquiera, donde se jura y hacen falsos juramentos, invocando el nombre de Dios o jurando una cosa por el alma. Es muy frecuente tal proceder en asuntos matrimoniales, donde ambos contrayentes se prestaron mutuamente el juramento y despus renegaron de ste. Pero donde dicho abuso se produce principalmente es en las cosas espirituales que conciernen a la conciencia, cuando surgen falsos predicadores que presentan sus invenciones mentirosas como la palabra de Dios. Mira, esto indica que los hombres tratan de engalanarse, cohonestar y disimular y tener razn bajo el nombre divino, trtese de asuntos vulgares del mundo o de las elevadas y sutiles cuestiones de la fe y de la doctrina. Entre los mentirosos debe contarse tambin a los calumniadores, pero no nicamente a los impdicos que cada uno conoce porque profanan desvergonzadamente el nombre de Dios (no tienen lugar en nuestra escuela, sino en la del verdugo), sino tambin a quienes blasfeman pblicamente de la verdad y de la palabra de Dios y la atribuyen al diablo. No es preciso que hablemos ms ahora de esto. Se trata ms bien de que aprendamos aqu y consideremos de todo corazn la suma importancia de este mandamiento, a fin de poder guardarnos con todo celo y huir de cualquier abuso del nombre sacrosanto, como del pecado ms grande, que se manifiesta hacia afuera. Pues 241

el mentir y el engaar son de por s grandes pecados de gravedad y su gravedad se acenta si se quiere an justificarlos y para confirmarlos se aplica el nombre de Dios, a modo de vergonzante tapadera, de tal manera que de una mentira se hacen dos y hasta una multitud de mentiras. Por esto, ha aadido tambin Dios a este mandamiento una seria amenaza que dice: "Porque no dar por inocente el SEOR al que tomare su nombre en vano". Esto es, no existir excepcin alguna y nadie podr librarse del castigo de Dios. Si no consiente que impunemente alejemos nuestro corazn de l, tampoco acceder a que se pronuncie su nombre para encubrir la mentira. Pero, lamentablemente es una plaga muy extendida en todo el mundo, de modo que son muy pocos los que no emplean el nombre divino para mentir y toda clase de maldad; muy pocos son los que confan de corazn solamente en Dios. En efecto, por naturaleza tenemos todos la bella virtud de, una vez cometida una mala accin, querer cubrir y engalanar con gusto la vergenza para que nadie la vea o conozca. No hay nadie tan audaz como para vanagloriarse ante alguien de la maldad que cometi; todos prefieren ocultarla antes de que se advierta. Pero si alguien es acusado, entonces se invoca a Dios, se apela a su nombre, volviendo as la fechora en un acto de piedad y la vergenza, en un honor. As es el curso acostumbrado del mundo que, como un gran diluvio, irrumpe en todos los pueblos. De aqu viene que recibamos la recompensa que buscamos y merecemos: epidemias, guerras, carestas, incendios, inundaciones; mujeres, hijos y servidores corrompidos y todo gnero de desrdenes. De lo contrario, de dnde vendra tanta miseria? Es ya una gran gracia el mero hecho de que la tierra nos soporte y alimente. Habr de cuidarse, por consiguiente, de que sobre todo los jvenes atiendan seriamente y se acostumbren de verdad a tener en alta estima el segundo mandamiento y los dems. Si lo infringiesen, castgueselos con la vara; hgase que tengan el mandamiento a la vista e inclqueselos siempre, a fin de que no slo sean educados bajo el castigo, sino tambin en el respeto y temor de Dios. Despus de lo dicho, entenders qu significa "abusar del nombre de Dios". En resumen, es emplearlo meramente para mentir O para afirmar bajo su nombre lo que no es o para maldecir, jurar, practicar la hechicera y, en suma, para cometer el mal de cualquier manera. Al mismo tiempo, aprenders a usar debidamente el nombre de Dios. Ya las palabras: "No tomars el nombre de tu Dios en vano", dan por sentado que deber ser usado debidamente. Porque este nombre ha sido revelado y dado precisamente para que se haga uso de el de manera beneficiosa. Por consiguiente, se deduce que, al estar prohibido hacer mencin del nombre de Dios para mentir y faltar, por otro lado ordena tambin usarlo en pro de la verdad y todo bien. As es, por ejemplo, cuando se jura correctamente, donde es necesario y de la misma forma ocurre, cuando se ensea correctamente, e igualmente, cuando se invoca el nombre divino en todo tipo de necesidad o, tambin, para alabar y dar gracias a Dios cuando a uno le va bien, etctera. As lo compendia y expone el Salmo 50: "Invcame un el tiempo de la angustia: te librar y t me glorificars". Pues todo esto es usar el nombre divino para la verdad y emplearlo para la salvacin y as es santificado tambin su nombre, como se ruega en el Padrenuestro. Con lo dicho, tenemos explicado un compendio de todo el segundo mandamiento. Esta manera de comprenderlo resuelve fcilmente la cuestin que a tantos maestros ha preocupado, acerca del motivo de la prohibicin de jurar en el Evangelio, a pesar de que Jesucristo, el apstol Pablo, y otros santos varones jurasen repetidas veces. Expliqumoslo brevemente. No debe prestarse juramento para hacer el mal, es decir, para mentir o cuando el jurar es innecesario e intil. Pero se debe jurar para hacer el bien y en beneficio del prjimo. Tal juramento es una muy buena obra, con la que Dios es alabado; la verdad y el derecho, confirmados; la mentira, refutada; la paz entre los hombres, restablecida; la obediencia, impuesta y la contienda pacificada. Y es 242

Dios mismo el que interviene para diferenciar entre lo justo e injusto, entre lo bueno y lo malo. Si una de las partes jura en falso, ella misma al hacerlo se dicta ya su propia sentencia y no escapar al castigo divino. Aunque se pueda postergar por un cierto tiempo, sin embargo, nada conseguirn. Antes bien, todo lo que ganen con ello, se ir de entre las manos y jams podrn gozarse felizmente. He conocido por la experiencia que quienes se retractaron de la promesa de matrimonio que haban hecho, despus no tuvieron ninguna hora buena, ni siquiera un da con salud y se arruinaron tanto en el cuerpo y en el alma como en sus bienes. Por eso, repito y amonesto como anteriormente, acostmbrese a tiempo a los nios (mediante advertencias, intimidaciones, prohibiciones y castigos) a temer la mentira y, sobre todo, a guardarse de decirla mencionando el nombre de Dios. Si, por el contrario, se deja a los hijos que procedan as, no resultar nada bueno. As, por ejemplo, tenemos ahora el mundo ante nuestros ojos peor que nunca. No hay gobierno, ni obediencia, ni lealtad, ni fe En su lugar, se alza una gente irrespetuosa e indomable, a la que ni enseanzas ni castigos la enmienda. Y todo esto es lo que resulta de la ira y el castigo divinos por este temerario desprecio del mandamiento. Por otro lado, y a la inversa, se los impulsar e incitar tambin a honrar el nombre de Dios e invocarlo en todo cuanto pueda sobrevenirles y presentrseles ante sus ojos; porque honrar el nombre de Dios es esperar de l todo consuelo e invocarlo para ello. El corazn ser, por lo tanto, el que por la fe rinda a Dios el debido honor y despus har lo mismo la boca por medio de la confesin. Invocar el nombre de Dios es una costumbre santa, beneficiosa y, adems, muy poderosa contra el diablo que nos rodea sin cesar, acechando la ocasin cmo podra arrastrarnos al pecado y a la ignominia, a calamidades y angustias. Pero escucha con mucho displacer y no puede permanecer mucho tiempo cuando de todo corazn se nombra e invoca el nombre de Dios. Si Dios no nos preservara, en virtud de la invocacin de su santo nombre, qu horribles y abominables desgracias sufriramos! Yo mismo he intentado y experimentado que, a veces, una gran desgracia que sobrevino de repente, se ha alejado y ha pasado ante dicha invocacin. Debiramos, digo, usar continuamente del nombre de Dios para hacer sufrir al diablo, de modo que no pueda causarnos dao, que es lo que quisiera con gusto. Tambin es altamente beneficioso acostumbrarse a encomendar diariamente a Dios alma y cuerpo, mujer e hijos y servidores y todo cuanto poseemos, para las necesidades que pudieran presentarse. As han comenzado y an permanecen el Benedicite, el Gratias y otras oraciones vespertinas y matutinas. De ah viene tambin la costumbre infantil de persignarse cuando se ve o escucha algo monstruoso o espantoso y decir, al mismo tiempo: "Protgeme, Dios y Seor!" o "Socrreme, amado Jesucristo!", o expresiones semejantes. Tambin cabe aqu la costumbre de que se diga: "Alabado sea Dios!", cuando nos acaece algo bueno inesperado, por poco que sea, o "esto me lo ha dado Dios". As en tiempos pasados se enseaba a los nios n rezar a San Nicols y a otros santos y ayunar en su honor. Todas estas cosas seran ms agradables y placenteras a Dios que la vida monstica y la santidad de los cartujos. De este modo ldico e infantil convendra educar a la Juventud, para que teman y honren a Dios, de manera que el primero y segundo mandamientos mantengan su vigor y permanente ejercicio. Es indudable que arraigara algo bueno, crecera y producira frutos, es decir, no desarrollara una generacin que podra ser gozo y alegra de todo el pas. Esta sera la manera ms correcta de educar a la Infancia, porque as se puede acostumbrarlos con bondad y placer. En efecto, lo que se tiene que obligar nicamente por la vara y los golpes, no puede dar buenos resultados. Y si se lograra mucho, la piedad as inculcada durar mientras la vara amenace sobre la nuca. Pero esto .se arraiga aqu en el corazn, de manera que se teme ms a Dios que a la vara y las correas. Lo digo sencillamente para la juventud con el objeto de que lo capte de una vez. 243

Porque si predicamos a los nios, debemos usar tambin su lenguaje. De esta manera hemos indicado cmo evitar el mal uso del nombre divino y hemos enseado su utilizacin correcta. Mas tal uso no se reducir nicamente a los lmites de la palabra, sino que deber tambin estar en prctica en la vida, de modo que se conozca que tal cosa agrada de corazn a Dios quien lo recompensar tan generosamente, como castigar severamente el abuso. TERCER MANDAMIENTO "Santifica el da de reposo" Decimos da de Reposo, atenindonos a la palabra hebrea sabbat, que significa festejar, descansar despus del trabajo. Por ello solemos decir Feierabend machen o heiligen Abend gebenn. Es esto Dios mismo en el Antiguo Testamento escogi el sptimo da y lo instituy como el da festivo, ordenando que este mismo fuera santificado, ms que todos los dems das. Por lo tanto, en lo que se refiere a este reposo exterior, este mandamiento ha sido impuesto nicamente a los judos. Estaban obligados a no ejecutar grandes faenas y a reposar, a fin de que los hombres y los animales de labor pudieran recobrar sus fuerzas, evitando de tal modo el debilitamiento por un trabajo continuo. Sin embargo, los mismos judos limitaron mucho el sentido del "sbado" y abusaron de l groseramente, de tal manera que llegaron tambin a escarnecer a Cristo y no podan soportar las obras que ellos mismos hacan en el sbado, como se lee en el Evangelio. Precisamente, como si con no realizar obra alguna exterior se debiese cumplir el mandamiento, lo que no era la intencin, sino por lo contrario que observaran esto: que deban santificar el da de fiesta o reposo, como lo escucharemos despus. Por consiguiente, no nos atae como cristianos el sentido verbal externo del presente mandamiento, pues se trata de una cosa totalmente externa, semejante a otros preceptos del Antiguo Testamento relacionados con costumbres, gentes, tiempos y lugares determinados. De todas estas cosas hemos sido librados por Jesucristo. Para poder llegar a una comprensin cristiana de lo que Dios exige en este mandamiento y que sea entendida por las personas sencillas, digamos en primer lugar que la celebracin de los das de reposo no es por causa de los cristianos inteligentes y eruditos (pues stos no lo necesitan), sino, en primer lugar por causa de nuestro cuerpo y por pura necesidad que la misma naturaleza ensea y exige que sea satisfecha por la generalidad, es decir, por los criados y criadas que durante la semana han venido ocupndose de sus faenas y labores y que, por tanto, tambin necesitan un da para descansar y reponerse. Sin embargo, lo esencial es en dicho da de reposo, disponer de la ocasin y el tiempo, que de otro modo no se ofrecen, para tomar parte en el culto a Dios, esto es, para juntarnos todos a escuchar y meditar la palabra de Dios y alabarlo, cantarle y orar. Pero, como digo, esto no est de por s sujeto a un tiempo determinado, como hacan los judos, debiendo ser este da o aquel otro, pues ningn da es en s mismo mejor que otro; por lo contrario, el culto divino debiera celebrarse diariamente. No obstante, la mayora se ve impedida de hacerlo y ha de escogerse, por lo tanto, por lo menos un da de la semana para ello. Siendo el domingo el da fijado desde la antigedad, conviene seguir celebrndolo para que exista un orden unnime y para que no se engendre desorden con intiles innovaciones. La intencin simple de este mandamiento es, por consiguiente, ya que de todas maneras hay das de fiesta, que se aprovechen tales feriados para instruirse en la palabra de Dios. Por lo tanto, la funcin que es propia a dicho da debe consistir en el ministerio de la predicacin, tanto por causa de la juventud como del pobre pueblo. Sin embargo, sera equivocado entender la celebracin del da de reposo tan estrechamente como para prohibir la ejecucin de algn trabajo casual. Si se te preguntase, qu significa "santificar el da de reposo"?, contestars as: "santificar el da de reposo es considerarlo santo". Y qu es, pues, considerarlo santo? No es otra 244

cosa que hablar, obrar y vivir santamente. El da de reposo en s no precisa de santificacin alguna, pues ya fue creado como da santo. Sin embargo, Dios desea que tal da sea santo tambin para ti. Por consiguiente, de ti depender que sea santo o no santo el da de reposo, segn t hagas cosas santas o no santas. Cmo tiene lugar ahora esta santificacin? No sentndonos detrs de la estufa o haciendo trabajos vulgares o colocndonos una corona sobre la cabeza o ponindonos el mejor vestido; sino, como antes se indic, para que nos ocupemos de la palabra de Dios y nos ejercitemos en ella. En verdad, los cristianos deberamos observar siempre tal da festivo, y hacer cosas santas, esto es, ocuparnos a diario de la palabra de Dios tenindola tanto en el corazn como en los labios. Pero, como se dijo, no todos disponemos del tiempo y del ocio, por eso debemos dedicar algunas horas de la semana a la juventud, o por lo menos un da entero para todo el pueblo, con objeto de preocuparse de esto slo y se estudien precisamente y mediten los Diez Mandamientos, el Credo y el Padrenuestro, dirigiendo as toda nuestra vida y ser por la palabra divina. Cualquiera sea el tiempo en que estas cosas estn en vigor y sean practicadas, se observa un verdadero da de reposo; en otro caso, no deber ser llamado da festivo cristiano. Porque quienes no son cristianos tambin saben festejar y descansar, igual que ese enjambre de nuestros clrigos que se pasan el da en la iglesia; cantan, tocan, pero jams santifican el da de reposo, pues ni predican, ni se ejercitan en la palabra de Dios, antes al contrario, ensean y viven en contra de la misma. En efecto, la palabra de Dios es la cosa ms santa de todas las cosas santas. Todava ms: ella es lo nico que los cristianos conocemos y poseemos. Si reunisemos todos los huesos y vestiduras santas y consagradas, de todos los santos, de nada nos ayudaran, pues son cosas muertas y que no pueden santificarnos. Pero la palabra de Dios es el tesoro que todo lo santifica y, tambin, lo que ha santificado a todos los santos. Ahora bien: las horas dedicadas a la palabra de Dios, ora predicndola, ora escuchndola, ora leyndola, ora meditndola, son una ocupacin que santifica a la persona, el da y la obra; mas no por la mera obra exterior, sino por la palabra de Dios que nos hace santos a todos. Por eso, digo sin cesar que toda nuestra vida y obra tienen que dirigirse por la palabra de Dios, si deben llamarse agradables a Dios o santas. Donde esto ocurre, este mandamiento se cumple en su fuerza y plenitud. Por lo contrario, toda cosa u obra que se dirige fuera de la palabra de Dios son ante Dios no santas, aunque aparezcan y resplandezcan como quiera y si bien se las recubre de santidad, como hacen los ficticios estados religiosos que no conocen la palabra de Dios y buscan la santificacin en sus obras. Ten en cuenta, pues, que la fuerza y el poder de este mandamiento no consiste en la celebracin, sino en la santificacin del da festivo de manera que este da tenga una santa actividad especial. Otras actividades y negocios no pueden calificarse propiamente de actividades santas, a no ser que el hombre que las ejecute sea ya de antemano santo; mientras que aqu se debe realizar una tal obra mediante la cual el hombre mismo se santifique, lo cual, como ya se dijo, sucede solamente en virtud de la palabra de Dios. Y para este fin se han instruido y determinado lugares, tiempos y personas, as como tambin todo el culto divino exterior, con el objeto de que estas cosas estn tambin en vigor pblicamente. Dado que la palabra de Dios es tan importante que sin ella no es posible ser santificado el da de reposo, debemos saber que Dios quiere que severamente se cumpla este mandamiento y castiga a todos los que menosprecian su palabra y no quieren orla y aprenderla, especialmente en el da fijado para esto. De aqu que no pequen contra este mandamiento nicamente quienes lo usen groseramente en indebida forma profanndolo como, por ejemplo, hacen los que se dispensan de escuchar la palabra divina por avaricia o por ligereza o estn en las tabernas locos y beodos como los puercos; sino que tambin quebrantan el mandamiento el sinnmero de personas 245

que oyen la palabra de Dios como una nadera cualquiera o que slo por costumbre asisten al sermn y entran y salen de la iglesia de tal modo que, al cabo del ao, saben tanto como al principio. En efecto, hasta ahora se ha pensado que se haba celebrado bien, si el domingo se acuda a la misa o a or la lectura del evangelio. Sin embargo, nadie se preocupaba por la palabra de Dios, como tampoco nadie la enseaba. Pero hoy que tenemos la palabra de Dios, tampoco se ha suprimido el mal uso de la misa. Sin cesar se nos predica y amonesta, pero lo escuchamos sin seriedad y preocupacin. Aprende, por lo tanto, que no se trata nicamente de or, sino sobre todo, de aprender y retener lo aprendido y no pienses tampoco que pueda depender de tu arbitrio o que no tenga gran importancia, antes bien, trtase del mandamiento de Dios que te exigir cmo escuchaste, aprendiste y honraste su palabra. Tambin ser preciso censurar a los espritus presumidos que, despus de haber odo uno o dos sermones, se hartan y estn saciados, como si ya lo supieran todo y no precisasen de maestro alguno. Se trata del pecado que hasta hoy figuraba entre los pecados mortales con el nombre de akida, palabra griega que significa pereza o saciedad, una peste odiosa y daina con la que el diablo embauca y engaa muchos corazones para sorprendernos y sustraernos secretamente la palabra de Dios. En efecto, considera esto como una afirmacin: aunque todo lo hiciramos de la mejor manera posible y fueras maestro de todas las cosas, no por eso dejas de morar diariamente en el reino del diablo. Este no descansa da y noche para acecharte y encender en ti la incredulidad y malos pensamientos contrarios a lo que aqu acabamos de exponer y a todos los mandamientos. Por eso es imprescindible que tengas en tu corazn, en todo momento, la palabra de Dios; en tus labios, en tus odos. Pero s tu corazn est ocioso y la palabra de Dios no suena, el diablo se abrir paso y te daar an antes de que puedas advertirlo. Por lo contrario, la palabra posee la fuerza cuando se la considera con seriedad, escucha y trata, de no pasar estril, sino tambin de despertar incesantemente una comprensin, un goce y una devocin nuevos, suscitando un corazn y pensamientos puros. Porque no es un conjunto de palabras ineficaces o muertas, sino activas y vivas. Y si no nos impulsara ningn otro provecho o necesidad, debera incitar a cualquiera el hecho de que el diablo mediante la palabra de Dios es espantado y ahuyentado, logrndose adems que se cumpla este mandamiento, agradando con ello a Dios ms que con todas las otras obras hipcritas que resplandecen. CUARTO MANDAMIENTO Hasta ahora hemos aprendido los tres mandamientos que estn dirigidos hacia Dios. Primero que nos confiemos en l, temindole y amndole de todo corazn durante toda nuestra vida. Segundo, que no abusemos de su nombre santo para mentir o para cualquier accin mala, sino en su alabanza, y para beneficio y salvacin del prjimo y de nosotros mismos. Tercero, que en el da de reposo o de fiesta nos preocupemos y practiquemos diligentemente la palabra de Dios, a fin de que todos nuestros actos y nuestra vida se guen por la misma. A estos mandamientos siguen siete que se refieren a nuestro prjimo. Entre los siete mandamientos es el primero y principal: "Honra a tu padre y a tu madre" Entre todos los estados que a Dios estn supeditados, ha recibido especial galardn el estado de padre y madre. Dios no ordena sencillamente que se ame a los padres, sino que se los honre. Respecto a nuestros hermanos, hermanas y a nuestro prjimo en general, no ordena una cosa ms alta sino que los amemos. De esta manera, pues, Dios ha separado a los padres y los ha distinguido entre todas las dems personas sobre la tierra y los coloca junto a s. Porque honrar una cosa es mucho ms que amarla, toda vez que el honrar incluye no solamente el amor, sino 246

tambin una disciplina, la humildad y el temor, como hacia una majestad que se oculta en ellos. Honrar no exige solamente que se les hable de una manera amistosa y con respeto, sino que principalmente se adopte una actitud de conjunto tanto del corazn como del cuerpo, mostrando que se les estima mucho y considerndolos como la ms alta autoridad despus de Dios. Porque cuando se honra a alguien de corazn, se le debe considerar alto y elevado. Es, pues, preciso inculcar a los jvenes que deben tener ante sus ojos a los padres en el lugar de Dios y pensar que, por modestos, pobres, dbiles y raros que sean, Dios, sin embargo, se los ha dado por padres. Su conducta o sus faltas no los privan de estos honores; porque no hay que atender a las personas como son, sino a la voluntad de Dios que est creando y arreglando todo en esta manera. Si bien para Dios todos somos iguales; no obstante, entre nosotros, las cosas no podran ser sin tal desigualdad y diferencia de rango. Por eso, Dios ha ordenado que se respeten tales diferencias; que t seas obediente hacia m, si soy tu padre y que yo tenga la autoridad. Conviene, por consiguiente, saber en primer lugar en qu consiste la honra hacia los padres, segn lo ordena el presente mandamiento. Se considerar a los padres ante todo en forma excelente y digna, como el mayor tesoro sobre la tierra. Luego a los padres se les hablar en forma disciplinada, sin irritacin ni terquedad, sin pedir explicaciones, sin malos modos; sino al contrario, callando y concedindoles la razn, aunque se extralimiten. Despus se los honrar con obras, esto es, con el cuerpo y bienes materiales, sirvindoles, ayudndoles y cuidndolos cuando sean ya ancianos, se encuentren enfermos, dbiles o pobres. Y no es suficiente hacerlo todo con gusto, sino al mismo tiempo con humildad y respeto, como si se hiciese en presencia de Dios mismo. El hijo que sabe cmo ha de tenerlos en su corazn, no consentir que sufran penurias o hambre, antes bien los pondr por encima de s mismo y junto a s, compartiendo con ellos lo que posee y cuanto puede dar. Mira y advierte, en segundo lugar, cuan grande bien y qu obra tan santa se propone aqu a los hijos, que desgraciadamente se desprecia mucho y se echa al viento, y nadie capta que Dios ha mandado estas cosas y que son una palabra y doctrina divinas y santas. De haberlo considerado as, pudiera haber deducido cualquiera que quienes vivieran conforme a este mandamiento habran de ser santos y no se habra necesitado la vida monacal o los estados religiosos. Cada hijo se habra atenido a este mandamiento y podra haber dirigido su conciencia hacia Dios diciendo: "Si es preciso que haga obras buenas y santas, no conozco ninguna mejor que el honrar y el obedecer a mis padres, porque Dios mismo lo ha ordenado. Pues lo que Dios ha ordenado debe ser mayor y ms digno que todo lo que nosotros mismos podamos imaginar. Y no pudiendo encontrar ni mejor ni mayor maestro que Dios, tampoco habr mejor doctrina que la que l da. Ahora bien, Dios ensea abundantemente lo que debe hacerse para realizar obras honradas y buenas y en el hecho de que las ordena demuestra que .se complace en ellas. Pero, si es Dios el que lo prescribe y si no puede presentar nada mejor, entonces yo no lo podr hacer mejor." Mira, de este modo se hubiera podido instruir bien a un hijo piadoso, educado para la salvacin y retenindolo en el hogar, obediente y servicial a sus padres, se habra visto en ello bien y alegra. Sin embargo, no se vio la necesidad de dar valor al mandamiento divino, sino que se le descuid, pasando rpidamente sobre l, de modo que no haba hijo capaz de reflexionar sobre el mismo; mientras tanto se ha admirado lo que nosotros mismos hemos instituido, sin haber pedido de ningn modo consejo de Dios sobre ello. Es preciso, pues, en nombre de Dios, que aprendamos la necesidad de que los jvenes aparten sus ojos de todo lo dems, para poner la mira ante todo en este mandamiento. Si quieren servir a Dios con obras verdaderamente buenas, que hagan lo que a sus padres o quienes los representan sea agradable. El hijo que as lo entienda y practique, tendr primeramente gran 247

consuelo en su corazn de que pueda decir alegremente y ensalzarse (en contra y a pesar de todos los que hacen uso de aquellas obras que ellos mismos han escogido) diciendo: "Mira, esta obra le agrada a mi Dios que est en el cielo; yo lo s en verdad". Deja que avancen y se glorifiquen todos en conjunto de sus obras numerosas, grandes, penosas, difciles. Ya veremos si han logrado realizar obra mayor y ms digna que la obediencia a los padres, que Dios ha impuesto y promulgado junto a la que l exige que se tenga para con su divina majestad. Por consiguiente, si la palabra de Dios y su voluntad se cumplen y son ejecutadas, nada debe tener ms valor despus que la palabra y voluntad paternales. No obstante, esta obediencia est supeditada a la debida a Dios y de ningn modo contradecir a los tres primeros mandamientos. Aqu debes alegrarte de corazn y mostrar gratitud a Dios por haberte escogido y hecho digno de realizar una obra de tal modo inapreciable y agradable a sus ojos. Considrala como obra grande y valiosa (aunque sea estimada como la menor y la ms despreciable de todas), mas no por nuestra dignidad, sino porque cabe dentro del tesoro y santuario, a saber la palabra y el mandamiento de Dios de los cuales deriva su vigor. Oh, cunto daran los cartujos, los monjes y las monjas, si con toda su vida espiritual pudieran presentarse delante de Dios mostrando una sola obra buena hecha conforme al mandamiento divino y si pudieran exclamar con corazn alegre ante sus ojos: "Yo s ahora que te complaces en esta obra"! Qu harn estos pobres y miserables el da que ante Dios y el mundo entero hayan de sonrojarse avergonzados por un nio que haya vivido segn el cuarto mandamiento y confesar que ellos, con toda su vida, no han sido dignos de mirar a ese nio a la cara? Pero, se lo tienen bien merecido, pues han trastornado las cosas diablicamente y han pisoteado as el mandamiento divino, tenindose que martirizar vanamente con obras que ellos mismos inventaron para obtener, adems, burlas y perjuicios como recompensa. El corazn debera brincar y rebosar de alegra cuando fuera al trabajo e hiciera lo que Dios le hubiera ordenado, pudiendo decir luego: "Esto es preferible a toda la santidad de los cartujos, aunque quienes la practiquen se maten ayunando y sin cesar recen de rodillas". Aqu tienes t un texto cierto y un testimonio divino de que l ha ordenado esto, pero ninguna palabra ha prescrito aquello [aquella vida]. Pero, la desgracia y lamentable ceguedad del mundo es que nadie quiere creer tal cosa. As nos ha embaucado el demonio con la falsa santidad y la apariencia que tienen las propias obras. Por esta razn, repito, deseara que anduvisemos ms alerta, tomando con todo corazn esto, a fin de que un da no seamos arrastrados de nuevo de la pura palabra de Dios a las mentiras del diablo. Resultara seguramente que tambin los padres tendran en el hogar ms alegra, amor, amistad y concordia y los hijos podran ganar todo el corazn de sus padres. Pero si en lugar de eso los hijos son tercos, no hacen lo que deben, a menos que se les obligue a ello con la vara, irritarn a Dios y a los padres y, con esto, perdern a la vez tal tesoro y tal alegra de su propia conciencia y no reunirn ms que desdichas. As ocurre ahora en el mundo, que cada uno se queja de que tanto los jvenes como los viejos se comporten salvaje y desenfrenadamente, sin temor ni respeto; no hacen nada, si no es a fuerza de golpes y uno a espaldas de los otros se calumnian y se denigran todo lo que pueden, De ah viene tambin que Dios castigue, de modo que caigan en toda clase de desgracias y miserias. Los padres mismos en general no saben nada; un tonto educa al otro. Como ellos mismos han vivido, as viven los hijos. Esto, repito, debe ser la primera y mayor cosa que tenga que impulsarnos a cumplir este mandamiento. Por lo cual, si no tuviramos padres, deberamos desear que Dios nos presentara un trozo de madera o piedras para que lo denominramos padre y madre. Cunto mayor debera ser, por tanto, nuestra satisfaccin, puesto que nos ha dado padres de carne y hueso a quienes podemos demostrar obediencia y honra? Porque, como sabemos, esto agrada a la divina majestad y a todos los ngeles, mientras que a todos los demonios le disgusta sobremanera. Adems, es la 248

obra ms grande que se puede hacer despus del culto supremo debido a Dios, comprendido en los mandamientos precedentes, de manera que obras como el dar limosnas y todas las otras semejantes en beneficio del prjimo no se le igualan, Dios mismo ha establecido el estado paternal en un lugar supremo, colocndolo en su representacin en la tierra. El hecho de conocer este respecto la voluntad y el agrado divinos, debiera ser motivo y estimulante suficientes para que hiciramos lo que pudiramos con voluntad y placer. Por otro lado, estamos obligados tambin ante el mundo de mostrarnos agradecidos por las bondades y todos los bienes que tenemos de nuestros padres. Pero aqu una vez ms impera el diablo en el mundo, de modo que los hijos olvidan a sus padres, as como nosotros todos olvidamos a Dios y nadie piensa que l sea quien nos alimenta, preserva y defiende y nos da tantos y tantos bienes en el cuerpo y en el alma. Es principalmente cuando nos sobreviene una hora mala que nos irritamos y murmuramos impacientes, como si estuviera perdido todo lo bueno que hemos recibido con toda nuestra vida. De la misma forma actuamos tambin con nuestros padres. No hay hijo capaz de reconocer y recapacitar lo que a sus padres debe, a no ser que le ilumine el Espritu Santo. Dios conoce bien esta mala naturaleza del mundo, por eso se lo recuerda y lo conduce mediante mandamientos, de modo que todo hijo piense en lo que sus padres han hecho por l. As descubrir que ha recibido de ellos el cuerpo y la vida, y, adems, que lo alimentaron y educaron tambin; que de no haberlo hecho de este modo el hijo hubiera perecido cien veces en su propia miseria. Por tal motivo decan bien y con razn los sabios de la antigedad: "Deo, parentibus et magistris non potest satis gratiae rependi", lo cual significa: "Nunca podr agradecerse y recompensar suficientemente a Dios, a los padres y a los maestros". Todo aquel que considere esto y reflexione, honrar sin que se lo obligue a sus padres y los llevar en palmitas, como siendo por ellos que le ha otorgado Dios todos los beneficios. Aparte de todo esto, debe existir un motivo grande para estimularnos aun ms, es decir, que Dios ha unido a este mandamiento una dulce promesa y dice: ''Con el fin de que t tengas una larga vida en la tierra donde habitas". T mismo ves qu importancia grande Dios da a este mandamiento; porque no expresa Dios solamente que esto le agrada y que en ello tiene alegra y placer, sino tambin que para nosotros las cosas deben tornarse favorables y desarrollarse para lo mejor, de tal manera que podamos llevar una vida pacfica y dulce, rodeada de toda clase de bienes. Por eso, el apstol Pablo en el captulo 6 de la epstola a los Efesios, pone mucho de relieve y ensalza esto cuando dice: "Este es el primer mandamiento que tiene una promesa para que goces de bienestar y vivas largos aos sobre la tierra". En efecto, aunque los otros mandamientos tienen contenida tambin su promesa, en ningn otro est puesta de un modo tan claro y expreso. Ah tienes t ahora el fruto y la recompensa: el que lo cumple, deber tener das dichosos, felicidad y bienestar. Por lo contrario, quien es desobediente tendr castigo, perecer ms pronto y vivir sin alegras. La Escritura entiende por "tener una larga vida", no slo alcanzar una edad avanzada, sino tambin tener todo lo que a una larga vida corresponde, como ser: salud, mujer e hijos, alimento, paz, buen gobierno, etc., en fin, cosas sin las cuales ni es posible disfrutar alegremente de la vida ni subsistir a la larga. No quieres obedecer a tus padres ni dejar que te eduquen?, entonces, obedece al verdugo. Y si no obedeces a ste, tendrs que acatar al que te har salir con los pies para adelante, es decir, la muerte. En resumen, pues, esto es lo que Dios quiere tener: o bien le obedeces, amas y sirves y te lo recompensar generosamente con toda clase de bienes; o bien, provocas su ira y entonces te enviar la muerte y el verdugo. Si no es por culpa de la desobediencia y de la resistencia a la educacin Con bondad, cmo se explica el sinnmero de malvados que diariamente tienen que acabar en la horca, bajo el hacha o el potro?

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Son ellos mismos quienes, al atraerse el castigo de Dios, llegan a tal fin que le ve su desdicha y su dolor. Estas personas depravadas mueren rara vez de muerte natural o cuando viene su hora. Los piadosos y obedientes, sin embargo, tienen la bendicin de que viven muchos aos en toda paz, y les es dado (como le ha dicho antes) ver hasta la tercera y cuarta generacin. Ensea la experiencia que donde hay familias antiguas y distinguidas que estn en la abundancia y cuentan con numerosos hijos, proceden de quienes, en su tiempo, fueron debidamente educados y siempre tienen a sus padres como ejemplo. Por lo contrario, dice el Salmo 109 acerca de los impos: "Sus descendientes deben ser exterminados y su nombre debe sucumbir en una generacin". Ten siempre en cuenta la gran importancia que Dios da a la obediencia, a la cual ha colocado en lugar alto; tiene el mismo en ella gran placer y la recompensa abundantemente y, adems, castiga tan severamente a los que hacen lo contrario. Digo todo esto a fin de que sea inculcado a la juventud, pues nadie cree en la necesidad de este mandamiento y tampoco fue estimado ni enseado mientras estbamos bajo el papado. Como se trata de palabras sencillas, cada cual piensa entender bien su sentido y por esto no se tiene singular atencin en ellas, sino que se pone la mira en otras cosas. No se advierte, ni se cree tampoco que al pasarlo por alto se provoca la ira de Dios ni que se realiza una obra tan preciosa y agradable cuando se adhiere a este mandamiento. Tambin comprende el cuarto mandamiento la obediencia en sus diversas clases, que se debe a los superiores que tienen que ordenar y gobernar. De la autoridad de los padres emana y se extiende todas la dems autoridad humana. Si un padre, por ejemplo, se ve inhabilitado de educar por s solo a su hijo, toma un maestro para instruirlo. Si el mismo padre estuviese muy dbil, se procura la ayuda de sus amigos y vecinos, y si muere, confa y transmite el gobierno y el poder a otros colocados para este propsito. Asimismo, el padre debe tener autoridad sobre la servidumbre, sirvientes y sirvientas, para el gobierno de la casa. De modo que todos los llamados "seores" representan a los padres de los cuales deben recibir la fuerza y el poder de gobernar. Por eso, segn la Escritura, se denomina "padres" como quienes en su gobierno tienen la funcin de padre, debiendo tener tambin un corazn paternal hacia los suyos. De igual modo, los romanos y otros pueblos solan llamar a los "seores" y "seoras" de la casa patres et matres familias o sea: "padres y madres de la casa". De aqu que a los prncipes y gobernadores se les llamara tambin Patres patriae, que significa: "padres de todo el pas", para vergenza de los que queremos ser cristianos, pues nosotros no les damos talas nombres a las autoridades o ni siquiera las estimamos y honramos corno padres. Los miembros pertenecientes a la casa deben tambin a los padres lo mismo que los hijos; es decir, los criados y criadas debern cuidar de ser no solamente obedientes a sus seores, sino que los honrarn cual si se tratase de sus propios padres y de la misma forma harn todo cuanto saben que de ellos se quiere tener, no por obligacin y en contra de su voluntad, sino con placer y alegra, precisamente por el motivo dicho antes, por ser mandamiento de Dios y por ser la obra que a Dios ms agrada que todas las dems. Aunque slo fuera esto, los criados deberan pagar aun a sus amos y estar satisfechos de poder tenerles, de poseer una conciencia feliz y de saber cmo hay que realizar las verdaderas obras de oro que hasta hoy se tenan por insignificantes y despreciables, mientras que cada cual en nombre del diablo se apresuraba a entrar en un convento, a hacer una larga peregrinacin o a comprar indulgencias, en perjuicio propio y con mala conciencia. Ah, si se pudiera grabar esto en la mente del pobre pueblo! Una sirvienta brincara de gozo, alabando y dando gracias a Dios y adquirira con su labor cuidadosa (por la cual recibe regularmente la comida y el salario) un verdadero tesoro que no tienen todos aquellos a quienes se considera como los mayores santos. No es, acaso, una excelente gloria poder saber y afirmar: 250

"si t cumples las faenas domsticas diarias, esto vale ms que la santidad y la vida austera de todos los monjes"? Adems, tienes la promesa de que todo te debe resultar con xito y para tu bienestar. Cmo podras hallarte ms apto para la salvacin y vivir ms santamente en lo que de las obras depende? Porque propiamente la fe santifica ante Dios y la fe sirve slo a Dios, mientras que las obras estn al servicio de los hombres. Por consiguiente, tienes toda clase de bienes, proteccin y defensa bajo el Seor, una conciencia alegre y adems un Dios misericordioso que te lo recompensar centplicamente, y si eres piadoso y obediente, puedes considerarte como un hidalgo. Pero, en caso contrario, no tienes primeramente ms que la ira y la inclemencia de Dios, ninguna paz en tu corazn y luego, todas las calamidades y desgracias. A quien no conmuevan y vuelvan piadoso las razones expuestas, tendremos que encomendarlo al verdugo y al que hace salir con los pies para adelante. Por eso, piense todo aqul que se quiere dejar instruir que Dios no es una broma. Debes saber que Dios habla contigo y exige obediencia. Si t le obedeces, entonces eres el hijo amado. Pero, si t desprecias estas cosas, entonces recibes como recompensa la deshonra, la miseria y el dolor. Lo mismo hay que decir respecto a la obediencia que se debe a la autoridad secular, la cual (como se dijo) est toda comprendida dentro del estado de paternidad y se extiende extremadamente lejos. Porque aqu no se trata de un padre en particular, sino de un padre que se multiplica en relacin con el nmero de habitantes, ciudadanos o sbditos del pas entero. Pues Dios, mediante ella, como mediante nuestros padres nos da y nos conserva nuestro alimento, nuestro hogar, nuestra hacienda y la proteccin y la seguridad. Es por el hecho de que la autoridad secular lleva nombre y ttulos tales, como su ms preciada loa con todos los honores, que estamos tambin obligados a honrarla y a estimarla en grado sumo, como si fuera el mayor tesoro y ms preciosa joya en este mundo. Quien aqu se muestra presto y servicial y hace con gusto todo lo que concierne al honor, sabe lo que agrada a Dios y que la alegra y felicidad sern su recompensa. Pero, si no quiere hacerlo con amor, sino despreciar y oponerse o hacer ruido, que sepa tambin, por lo contrario, que no tendr gracia ni bendicin divinas. El que piensa con ello ganar una onza, debe saber que luego perder diez veces ms por otro lado, o acabar en manos del verdugo o morir en la guerra, o en una peste, o por la inflacin, o no ver nada bueno en sus hijos o tendr que sufrir perjuicios, injusticias y violencias por parte de sus propios criados, de sus vecinos, de extraos y de tiranos, de manera que nos sea pagado lo que merecemos y que nos llegue lo que buscamos. Si a lo menos prestsemos odos una vez siquiera cuando se nos afirma que aquellas obras complacen a Dios y logran rica recompensa, entonces estaramos en la opulencia y tendramos lo que nuestro corazn desea. Sin embargo, dado que se desprecian la palabra y el mandamiento de Dios, como si hablase un charlatn cualquiera, veamos si eres el hombre capaz de hacerle frente. Qu difcil le sera a Dios recompensarte? Por eso, es preferible que vivas con la benevolencia de Dios, la paz y la felicidad, a estar expuesto a la inclemencia y a la desdicha. Por qu, crees t, que el mundo actualmente est lleno de deslealtad, vergenzas, miserias y crmenes, si no es porque cada cual quiere ser su propio seor, libre de toda autoridad, sin cuidarse poco ni mucho de los dems, y hacer lo que le plazca? De ah viene que Dios castigue a un perverso por medio de otro. O sea, engaas o menosprecias a tu seor, vendr otro que har lo o contigo, de modo que tengas que sufrir diez veces ms en tu o hogar, acaso por parte de tu mujer, tus hijos y tus criados. Sentirnos bien nuestra desdicha y murmuramos y nos quejamos contra la infidelidad, la agresin y la injusticia, pero no queremos ver que nosotros mismos somos unos perversos, que tenemos bien merecido el castigo sin que por l nos hayamos corregido de ninguna manera. No queremos aceptar la gracia, ni la dicha y de aqu proviene que no tengamos sino una desgracia tras otra como nos corresponde sin ninguna misericordia. Debe existir en alguna parte en el 251

mundo gente piadosa, ya que Dios nos deja tantos bienes. Que si de nosotros dependiera, no deberamos tener ningn cntimo en nuestra casa, ni una brizna de paja en el campo. He tenido que exponer ampliamente todo esto para que alguna vez alguien lo tome de corazn y para que seamos liberados de la ceguedad y las calamidades en que nos vemos profundamente sumidos y reconozcamos verdaderamente la palabra y la voluntad de Dios y las aceptemos con seriedad. Porque de eso aprenderamos cmo podramos tener bastante alegra, dicha y salvacin ahora y para siempre. Tres clases de padres hemos presentado en este mandamiento: los que son por la sangre, los que son en el hogar y los que son en el pas. Hay, adems, padres espirituales, pero no lo son los que tuvimos bajo el papado, es decir, aquellos que se hacan llamar as, aunque jams cumplieron la funcin paternal. Padres espirituales pueden denominarse nicamente aquellos que, mediante la palabra de Dios, nos dirigen y gobiernan. En este sentido se glorifica el apstol Pablo de ser un padre y dice: (en el captulo 4 de la primera epstola a los Corintios) "Yo os engendr en Cristo Jess por el Evangelio". Puesto que son padres, merecen que se les honre tambin y an antes que a todos los otros. No obstante, esto es lo que menos se practica. En efecto, el mundo los honra de tal manera que los expulsa del pas y les niega hasta un trozo de pan. En resumen, deben ser, como el apstol Pablo dice, "la escoria del mundo y el desecho de todos". Por tanto, es necesario inculcar al pueblo que los que quieren ser llamados cristianos, tienen el deber frente a Dios de estimar dignos de un doble honor a los que cuidan de sus almas, a obrar bien con ellos y a mantenerlos. Dios te dar tambin lo suficiente para ello y para que no pases necesidad. Pero el hecho es que todo el mundo se opone y se resiste, pues todos temen no poder satisfacer su estmago. Hoy mismo no son capaces de mantener un verdadero predicador, mientras que antes hartbamos diez vientres bien nutridos. Por ello, tenemos bien merecido que Dios nos prive de su palabra y de su bendicin y consienta que vuelvan los predicadores de la mentira" que nos conducen al diablo y absorben adems nuestro sudor y nuestra sangre. Empero los que tienen delante de sus ojos el mandamiento y la voluntad de Dios, poseen la promesa de que les ser recompensado en abundancia todo cuanto hagan en honor de los padres tanto carnales como espirituales. No ha prometido que deban tener pan, vestidos o dinero durante uno o dos aos, sino que tendrn una larga vida, alimento y paz, debiendo ser eternamente ricos y salvos. Por lo tanto, cumple slo tu deber y deja que Dios se cuide de alimentarte y de aprovisionarte con suficiencia. l lo ha prometido y hasta ahora nunca ha mentido; tampoco te mentir a ti. Esto debiera estimularnos y hacer un corazn capaz de fundirse en placer y amor frente a aquellos que tenemos el deber de honrar, de modo que, elevadas las manos, tendramos que dar gracias a Dios con gozo por habernos hecho tales promesas, segn las cuales deberamos recorrer hasta el fin del mundo. En efecto, aunque todo el mundo se uniera, no podra agregar una pequea hora de vida, ni hacer salir un grano de la tierra. Dios, sin embargo, puede y quiere darte con abundancia todo segn el deseo de tu corazn. Quien menosprecie tales cosas y las arroje al viento, no es digno de escuchar una palabra de Dios. Esto se ha dicho con abundancia a todos los que estn sometidos a este mandamiento. Tambin convendra predicar a los padres o a quienes desempean la funcin de ellos, sobre cmo deben comportarse con aquellos quienes se les han encomendado. Si bien estas cosas no figuran expresamente en los Diez Mandamientos, estn ordenadas abundantemente en muchos lugares de la Escritura. Dios quiere que estn incluidas precisamente en este mandamiento, cuando nombra al padre y a la madre, es decir, Dios no quiere que personas perversas o tiranos tengan esta funcin y este gobierno. Dios no les concede el honor, esto es, el poder y derecho de gobernar, para que se hagan adorar, sino para que sean conscientes de que ellos mismos estn bajo la obediencia a Dios y que ante todo estn obligados a ejercer sus funciones cordial y 252

fielmente. No basta slo con que procuren a sus hijos, criados o sbditos, alimentos y dems necesidades corporales, sino que sobre todo habrn de educarlos para alabanza y gloria de Dios. Por eso, no pienses que semejantes cosas dependan de tu gusto y de tu propio arbitrio, sino que es Dios quien las ha ordenado estrictamente e impuesto, delante del cual debers dar cuenta por ello. Repito que la desoladora calamidades que nadie entiende ni respeta estas cosas, sino que obran como si Dios nos hubiera dado los hijos para nuestro placer y diversin; los criados, como si fueran una vaca o un asno, solamente para utilizarlos para el trabajo o para vivir con los subordinados segn nuestro capricho. Los dejamos ir como si no nos incumbiera lo que aprenden o cmo viven. Nadie quiere ver que es una orden de la alta majestad, quien severamente exigir estas cosas y castigar a los que desobedecen. Del mismo se comprende cuan necesario es dedicarse a la juventud con toda seriedad. Pues si queremos tener gente capaz para el gobierno secular y espiritual, ser preciso verdaderamente que no economicemos empeo, fatigas y gastos con nuestros hijos para instruirles y educarles para que puedan servir a Dios y al mundo y no pensar nicamente cmo proporcionarles dinero y bienes, pues Dios ya los alimentar y enriquecer sin nosotros, como lo hace diariamente. Dios nos ha concedido y encomendado los hijos para que los eduquemos y gobernemos segn su voluntad; de lo contrario, Dios no necesitara de ningn modo de los padres. Por eso, sepa cada cual que su obligacin es so pena de perder la gracia de Dios educar a sus hijos ante todas las cosas en el temor y conocimiento de Dios. Y si los hijos fueran aptos, les har que aprendan y estudien tambin a fin de que se les pueda utilizar donde sea necesario. Si se hicieran tales cosas, Dios nos bendecir en abundancia y donar su gracia, de modo que sea posible educar hombres, de los cuales podran tener provecho el pas y sus habitantes y, adems, ciudadanos probos y pulcros, mujeres honestas y caseras que podran educar piadosamente en el futuro a sus hijos y criados. T mismo piensa si no ests cometiendo acaso un gravsimo perjuicio con tu negligencia y si no es culpa tuya que tu hijo no reciba una educacin provechosa y conveniente para su salvacin. Por otro lado, ests atrayendo sobre ti el pecado y la ira, mereciendo a causa de tus propios hijos el infierno, aunque fuera de ello seas piadoso y santo. Dios castiga tambin al mundo, porque se desprecian tales cosas de un modo tan espantoso que ya no hay disciplina, ni gobierno, ni paz. Todos nos quejamos de esto tambin, pero no vemos que es culpa nuestra. Porque, en efecto, como los educamos tendremos luego sbditos depravados y desobedientes. Que esto baste como amonestacin, pues desarrollar este tema con ms extensin pertenece a otra ocasin. QUINTO MANDAMIENTO "No matars" Hemos tratado aqu lo concerniente al gobierno espiritual y secular, o sea, lo relativo a la autoridad divina y paternal y a la obediencia que a ambas se debe. Salgamos ahora de nuestro hogar para dirigirnos u nuestros vecinos y para aprender cmo hemos de convivir mutuamente, es decir, cmo han de ser las relaciones de cada uno de nosotros con el prjimo. Por eso, en este mandamiento no estn comprendidos Dios y la autoridad, ni tampoco se les ha substrado el poder que tienen de matar. Dios ha encomendado su derecho de castigar al malhechor a las autoridades en representacin de los padres, los cuales (como se lee en Moiss)19 en otros tiempos deban presentar sus hijos ante el tribunal y condenarlos a muerte. Por eso, lo que aqu se prohbe atae a la relacin de un individuo con otro y no a la autoridad. Este mandamiento es de fcil comprensin y tratado repetidas veces, dado que cada ao se escucha el captulo 5 del evangelio de Mateo en que Cristo mismo lo explica y resume diciendo que no se debe matar ni con la mano, ni con el corazn, ni con la boca, ni con los signos, ni con 253

los gestos, ni con ayuda, ni consejo. Se colige de esto que en el quinto mandamiento se prohbe a todos encolerizarse, formando una excepcin (como se dijo) las personas que representan a Dios en la tierra, como son los padres y las autoridades. Porque slo a Dios y a quienes estn en un estado divino corresponde el encolerizarse, el amonestar y el castigar, precisamente por culpa de los transgresores del presente y los dems mandamientos. La causa y la necesidad de este mandamiento estn en que Dios sabe bien cuan malo es el mundo y que esta vida tiene muchas desgracias. De aqu que haya establecido ste y otros mandamientos para separar lo bueno de lo malo. Las diversas tentaciones que existen contra el cumplimiento de todos los mandamientos, no faltan tampoco en lo que se refiere al quinto; que estamos obligados a convivir con personas que nos daan, dndonos as motivo para serles hostiles. Por ejemplo, si tu vecino observa que tu casa y hacienda son mejores que las suyas y que t tienes mayores bienes y dichas de Dios, se siente contrariado, te odia y no habla nada bueno de ti. De esta manera, por las instigaciones del diablo tienes muchos enemigos que no quieren ningn bien para ti, ni corporal, ni espiritualmente. Pero, cuando vemos tales personas, nuestro corazn est presto a enfurecerse, a derramar sangre y a vengarse; de aqu se pasa a las maldiciones y contiendas, de las que finalmente proceden la desgracia y el asesinato. Entonces viene Dios como un padre carioso con anticipacin, interviene y desea que se corte la discordia, de modo que no resulte una desgracia y que uno no haga perecer al otro. En resumen: con el quinto mandamiento, Dios quiere proteger, liberar de persecuciones y poner en seguridad a toda persona frente a cualquier maldad y violencia de los dems, habindolo colocado como una muralla protectora, una fortaleza y un lugar de refugio en torno al prjimo, de modo que no se le haga ningn mal y perjuicio en su cuerpo. El objeto y fin de este mandamiento es, por consiguiente, no hacer mal a nadie a causa de una accin perversa, ni aun cuando se lo merezca muy bien. Al estar prohibido el asesinato, queda prohibido tambin todo motivo que pudiera originarlo; porque hay hombres que, aunque no matan, maldicen, sin embargo, y en sus deseos le mandan una peste encima como para que no salga corriendo ms. Dado que tal cosa es ingnita en cualquiera y dado que es cosa corriente que nadie quiera soportar al otro, Dios desea hacer desaparecer as el origen y la raz, por las cuales nuestro corazn est amargado con el prjimo. Dios quiere acostumbrarnos a tener presente siempre ante nuestros ojos este mandamiento y que nos miremos en l como en un espejo, que veamos en l la voluntad de Dios, que encomendemos a l con confianza, de corazn y bajo la invocacin de su nombre, la injusticia que suframos, dejando a aquellos que se enojen y encolericen y hagan lo que puedan. Que el hombre aprenda, pues, a calmar la ira y a tener un corazn paciente y manso, particularmente para quien le da motivo de ira, esto es, para los enemigos. Por ello (para inculcar de la manera ms clara a la gente simple lo que significa "no matar"), la suma entera de esto es: primeramente que no se har mal a nadie, en primer trmino, ni con la mano, ni con la accin. Despus, que no se use la lengua para causar dao al prjimo, hablando o dando consejos malignos. Adems, no se emplearn ni se consentirn medios o maneras de ninguna clase que pudieran ofender a alguien. Y, finalmente, que el corazn no sea enemigo de nadie ni desee el mal por ira o por odio, de tal modo que el cuerpo y el alma sean inocentes con respecto a cualquiera y especialmente con respecto a quien te desea o haga el mal, pues hacer el mal al que desea y hace el bien para ti, no es humano, sino diablico. En segundo lugar, no slo infringe el mandamiento quien hace el mu, sino quien pudiendo hacer el bien al prjimo al poder prevenirlo, protegerlo, defenderlo y salvarlo de cualquier dao y perjuicio corporales que pudieran sucederle, no lo hace. Porque, si dejas ir al desnudo, pudiendo cubrir su desnudez, lo has hecho morir de fro; si ves a alguien sufrir de hambre y no les das de comer, lo dejas morir de hambre. Del mismo modo, si ves a alguien 254

condenado a morir o en otra situacin igualmente extrema y no lo salvas, aunque supieras de los medios y caminos para hacerlo, t lo mataste. De nada te ayudar si usas como pretexto afirmando que no contribuiste con ayuda, ni consejos, ni obra a ello, porque le retiraste el amor, lo privaste del bien, mediante el cual pudiera haber quedado con vida. Con razn Dios llama asesinos a todos aquellos que no aconsejan ni ayudan en las calamidades y peligros corporales y de la vida en general. Y en el da del juicio pronunciar Dios horrible sentencia contra los mismos, como Cristo anuncia, diciendo: "Yo estuve hambriento y sediento, y vosotros no me disteis de comer ni de beber; fui husped, y no me albergasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; estuve enfermo y en prisin, y no me visitasteis"17, lo cual es como si dijera: Habis dejado que yo y los mos perecisemos de hambre, sed y fro; que las fieras nos desgarrasen; que nos pudriramos en una celda y fenecisemos en la miseria. Y no es esto igual que si nos tachase de asesinos y perros de presa? Aunque no hayas cometido esto con actos, sin embargo abandonaste a tu prjimo en la miseria y dejaste que pereciera en cuanto estuvo a tu alcance. Es igual que si yo viera a alguien debatindose en profundas aguas y esforzndose, o cado en el fuego, y pudiendo alargarle la mano para sacarlo y salvarlo, sin embargo, no lo hiciera. No estara ante el mundo como un asesino y malvado? Por consiguiente, la intencin propia de Dios es que no hagamos el mal a ningn hombre, sino que demostremos toda bondad y todo amor, y esto (como se ha dicho) se refiere especialmente a los que son nuestros enemigos. Porque, como dice Cristo en el captulo 5 de Mateo, que hagamos el bien a nuestros amigos es una virtud comn y pagana. Nos encontramos aqu una vez ms ante la palabra de Dios con la cual quiere estimularnos e inducirnos a obras verdaderas, nobles y elevadas, como son la mansedumbre, la paciencia y. en resumen, el amor y la bondad para con nuestros enemigos. Y nos quiere recordar siempre que pensemos en el primer mandamiento, que l es nuestro Dios, o sea, que nos quiere ayudar, asistir y proteger, a fin de que nuestro deseo de venganza sea apaciguado. Estas cosas deberan inculcarse y tratarse y as tendramos las manos llenas para hacer buenas obras. Pero esto por supuesto no sera una predicacin para los monjes; esto llevara mucho dao al estado religioso; esto lesionara la santidad de los cartujos y significara precisamente tener que prohibir las buenas obras y desalojar los conventos. De esta manera ocurrida que el estado cristiano ordinario tendra el mismo valor y an ms amplio y mayor. Adems, cada uno vera que se burlan y seducen al mundo con una apariencia falsa e hipcrita de santidad, porque ste y otros mandamientos los arrojan al viento y los consideran innecesarios, como si no se tratase de preceptos, sino de meros consejos. Adems de esto, han ensalzado y proclamado impdicamente su estado hipcrita y sus obras como la vida perfectsima, mientras que en verdad pensaban llevar una vida buena, dulce, sin cruz y sin paciencia. Y si han corrido a los conventos es para no tener necesidad de sufrir nada de nadie, ni hacer el bien a cualquier otro. Sin embargo, t debes saber que stas son las obras santas y divinas en las que Dios con todos sus ngeles se alegra, mientras que toda la santidad humana es cosa hedionda y suciedad que, adems, no merece otra cosa que la ira y la condenacin. SEXTO MANDAMIENTO "No cometers adulterio" Los mandamientos siguientes se entienden fcilmente por el anterior. En efecto, todos tienden a que nos guardemos de perjudicar de un modo u otro al prjimo. Han sido colocados en un orden excelente. Se hace referencia primeramente a la propia persona del prjimo y, despus,
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Mt. 25: 42 y sigs.

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a la persona o el bien ms cercanos, lo ms cercano despus de la propia vida, esto es, su cnyuge que es con l una sola carne y una sola sangre21, de manera que en ningn otro bien se le puede hacer daos mayores. De aqu que se prescriba con toda claridad que no se le debe escarnecer en su esposa. Se hace especial referencia al adulterio por el hecho de que en el pueblo judo estaba ordenado y prescrito que cada uno deba estar casado. Por eso, los jvenes haban de desposarse en edad temprana, de modo que el estado de virginidad nada vala; igualmente, no estaba permitida toda vida de prostitutas y perversos, como se consiente ahora. Por consiguiente, el adulterio fue entre ellos la ms extendida impudicia. Ahora bien, dado que entre nosotros hay una tan vergonzosa mezcla y escoria de todos los vicios y villanas, este mandamiento est establecido tambin contra toda impudicia, dsele el nombre que se quiera. Y no queda prohibido el acto puramente externo, sino tambin tuda clase de motivo, estmulo y medio, de modo que el corazn, la boca y el cuerpo entero sean castos, sin que quepa en ellos lugar a la impudicia, ni haya ayuda o consejo en su favor. Y no solamente esto, sino que tambin se defienda, se proteja y se salve all donde el peligro y la necesidad estn presentes y, al mismo tiempo, se ayude y se gue al mantenimiento de la honra del prjimo. Si descuidas estas cosas, pudiendo impedirlo o si lo miras a travs de los dedos, como si no te incumbiese, eres tan culpable como el mismo malhechor. En resumen: este mandamiento exige que cada cual viva honestamente y que ayude al prjimo a hacer lo mismo. De modo que en virtud de este mandamiento Dios ha querido tener protegido y preservado al cnyuge de cada uno con el objeto de que nadie pueda propasarse en estas cosas. Al referirse el mandamiento expresamente al estado matrimonial, dando motivos para hablar sobre el mismo, es necesario que captes y te fijes en los siguientes puntos: En primer lugar, cmo honra y ensalza Dios este estado en forma excelente, al confirmarlo y preservarlo mediante su mandamiento. Lo ha confirmado ya en el cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre", mientras que aqu (como se ha dicho) lo ha garantizado y protegido. Desprndese de esto, que Dios quiere que tambin nosotros lo honremos, lo consideremos y lo adoptemos como un estado divino y salvador, ya que fue instituido antes que todos los dems estados y para tal fin cre Dios al hombre y a la mujer distintos, como est a la vista; no para la villana, sino para que permanezcan unidos, se multipliquen, engendren hijos, los alimenten y los eduquen para la gloria de Dios. Tambin por esta razn lo ha bendecido Dios de la manera ms rica ante todos los dems estados; adems, le ha dirigido y conferido todo lo que hay en el mundo, de modo que este estado se encuentre siempre bien y ricamente provisto, de tal forma que la vida matrimonial no sea ninguna broma o curiosidad, sino una excelente cosa y de seriedad divina. Pues para Dios es de la mayor importancia que se eduquen, que sirvan al mundo y que ayuden al conocimiento de Dios, a una vida feliz y a todas las virtudes, para luchar contra la maldad y el diablo. Por eso he enseado siempre que este estado no debe ser menospreciado o tenido en menos, como hace el ciego mundo y los pseudo-sacerdotes que conocemos, sino que hay que considerarlo conforme a la palabra de Dios, con la cual se engalana y se santifica. Esto no solamente iguala el matrimonio a los dems estados, sino que lo coloca ante ellos y los supera, aunque sea de emperadores, prncipes u obispos o quien quiera. Pues tanto el estado religioso como el secular han de supeditarse y todos acogerse a este estado, como luego veremos. Se deduce de lo expuesto que no es un estado especial, sino el estado ms universal y ms noble que penetra toda la cristiandad y que se dirige y extiende por todo el mundo. En segundo lugar, debes saber que no solamente es un estado honorable, sino que tambin necesario y ordenado seriamente por Dios, de modo que en general en todos los estados se encuentran hombres y mujeres casados, a saber, los que son aptos para ello. No obstante, quedan excluidos algunos, si bien muy pocos, que Dios mismo ha separado particularmente y que o no 256

son aptos para el estado matrimonial o que ha liberado mediante un don grande y sobrenatural, de manera que sean capaces de guardar la castidad fuera del matrimonio. Pues, si la naturaleza humana sigue su curso tal como ha sido implantada por Dios, no es posible permanecer casto fuera del matrimonio; porque la carne y la sangre, permanecen carne y sangre y las inclinaciones y apetitos naturales actan irresistiblemente y sin que se pueda impedir, como cada uno lo ve y lo siente. A fin de que se evite de modo ms fcil y en cierta medida la impudicia, ha prescrito Dios el estado de matrimonio, dando a cada cual la parte modesta que le corresponde para que con ello se contente, aunque siempre la gracia de Dios es necesaria adems para que el corazn sea casto. De lo anterior puedes ver que la turba papista, curas, monjes, monjas se oponen al orden y mandamiento establecidos por Dios, pues menosprecian y prohben el estado matrimonial. Osan y juran guardar castidad eterna y engaan, adems, a los ingenuos con mentirosas palabras y con apariencias. Pues, nadie tiene menos amor y gusto por la castidad que aquellos que por gran santidad evitan el matrimonio y, o bien yacen pblicamente y sin pudor en la lujuria, o bien la practican secretamente de modo peor, de tal manera que no se puede decir, como es desgraciadamente demasiado sabido. Brevemente, aunque se abstengan de cometer tales actos, sin embargo, en su corazn estn llenos de pensamientos impdicos y de malos deseos, lo cual es un ardor perpetuo y un sufrir oculto que podra evitarse en la vida matrimonial. De aqu que mediante este mandamiento se condenen todos los votos de guardar castidad fuera del matrimonio y se los despida. Aun ms: este mandamiento prescribe a todas las pobres conciencias presas y engaadas por sus propios votos monsticos que salgan de tal estado impdico y entren en la vida matrimonial. Porque aunque la vida monstica fuera divina, no est en su poder guardar la castidad y si permanecen ah tendrn que pecar ms y ms contra este mandamiento. Si digo esto, es con el fin de exhortar a la juventud para que lleguen a tener gusto hacia el estado matrimonial y sepan que es un estado bueno y agradable a Dios. Creo que de este modo sera posible devolver al estado matrimonial, con el tiempo, sus honores y hacer menguar la vida indecente, disoluta y desordenada que se extiende actualmente por todas partes, con la prostitucin pblica y otros vicios vergonzosos, consecuencia todo del menosprecio de la vida matrimonial. Es por esto que aqu tambin los padres y las autoridades tienen el deber de supervisar a la juventud, de modo que se la eduque hacia la disciplina y probidad, y para que cuando sean adultos, se casen con honor y ante Dios. Adems, l les dara su bendicin y su gracia, de modo que se tendra placer y alegra en ello. De todo esto, digamos para terminar que este mandamiento no exige nicamente que cada uno viva castamente en sus obras, palabras y pensamientos en su estado, es decir, lo que es ms frecuente, en el estado matrimonial, sino que exige tambin que se ame y se aprecie al cnyuge que Dios nos ha dado. En efecto, para que una castidad conyugal sea mantenida, es necesario ante todo que el hombre y la mujer convivan en amor y concordia, amndose el uno al otro de todo corazn y con toda fidelidad. Esta es una de las condiciones ms esenciales que nos hacen amar y desear la castidad; y donde tal condicin impere, la castidad vendr por s sola, sin ningn mandamiento. De aqu que el apstol Pablo amonesta celosamente a los cnyuges a amarse y respetarse mutuamente. Aqu tienes de nuevo una obra preciosa, ms an, muchas y muy grandes obras, de las cuales puedes ensalzarte con gozo contra todos los estados religiosos escogidos sin la palabra y el mandamiento de Dios.

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SPTIMO MANDAMIENTO "No hurtars" Despus de tu propia persona y de tu cnyuge, siguen como lo ms prximo los bienes temporales. Dios tambin los quiere proteger y ha ordenado que nadie arrebate o haga mermar lo que al prjimo pertenece; porque hurtar quiere decir: apropiarse de manera injusta los bienes del otro. O sea, dicho brevemente, hurtar es adquirir beneficios de toda clase en detrimento del prjimo con toda clase de negocios. El hurto es un vicio muy extendido y de carcter general, pero poco se lo considera y se le presta tan escasa atencin, que ha llegado a sobrepasar toda medida, de modo que si se fuera a colgar a todos los que son ladrones aunque no quieran recibir tal nombre el mundo quedara asolado y faltaran verdugos y horcas. Porque, repitmoslo, hurtar no consiste meramente en el hecho de vaciar cofres y bolsillos, sino que tambin es tomar lo que hay alrededor, en el mercado, en las tiendas, en los puestos de carne, en las bodegas de vino y cerveza, en los talleres, en fin, en todas las partes donde se comercia recibiendo o dando dinero a cambio de las mercancas o en pago de trabajo. Pongamos un ejemplo para explicar esto al vulgo de una manera tangible y para que se advierta hasta qu punto somos piadosos: Un criado o una criada que estn en casa no sirven fielmente y hacen daos o dejan que ocurra lo que podra evitarse muy bien, sea abandonando sus bienes o bien descuidndolos por pereza, displicencia o maldad (que no me refiero al perjuicio ocasionado impensadamente o sin intencin) para enojo y contratiempo del dueo o la duea, pudiendo ocurrir esto intencionalmente. As puedes sustraer treinta o cuarenta onzas y ms en un ao. Si otro hubiera tomado la misma cantidad a escondidas o robado, se le ahorcara. Pero en el otro caso puedes defenderle y protestar, sin que nadie se atreva a llamarte ladrn. Lo mismo digo de los artesanos, obreros, jornaleros que usan de su arbitrio y no saben cmo engaan a la gente, ejecutando adems su faena con negligencia y sin honradez. Estas personas son peores que aquellos que roban clandestinamente, a quienes se puede encarcelar o que, de ser sorprendidos, se los trata de tal manera que no vuelven a hacerlo. Nadie puede precaverse ante ellos, ni ponerles mala cara, ni acusarlos de algn robo. As es que se debiera preferir diez veces ms perder el dinero de la propia bolsa. Precisamente los vecinos, los buenos amigos, mis propios criados, de los cuales espero el bien, son los primeros en engaarme. Lo mismo, adems, sucede con ms fuerza e intensidad en el mercado y en los negocios comunes, donde uno trata de engaar al otro pblicamente, mediante mercancas, medidas, pesas y monedas falsas y con embustes y extraas astucias o malvolas tretas de explotar. Lo mismo ocurre en el comercio; aprovechndose segn su arbitrio, molestan, exigen precios altos y son una plaga. Quin es capaz de enumerar o figurarse tantas cosas en este terreno? En resumen, el burlo es el oficio ms extendido y el gremio mayor del mundo. Si se ve ahora el mundo a travs de todos sus estados, no es otra cosa que un establo grande, extenso, lleno de ladrones de gran talla. De aqu viene que se los llame "bandidos entronizados" o "salteadores del pas y de caminos", no a los que son desvalijadores de cofres o ladrones clandestinos que roban del peculio, sino a los que ocupan un alto sitial, son considerados grandes seores y burgueses, honrados y piadosos, y bajo la apariencia del derecho asaltan y roban. A este respecto sera preferible no mencionar siquiera a los ladrones aislados de poca importancia, sino que se debe atacar a los grandes ladrones y poderosos archiladrones, con los cuales los seores y los prncipes hacen causa comn, que estn robando a diario no a una o dos ciudades, sino a toda Alemania. Y cmo olvidar al cabecilla y soberano protector de todos los ladrones, esto es, la Santa Sede en Roma con todos sus accesorios? Pues con maa de ladrn se ha apropiado los bienes de todo el mundo y hasta hoy los retiene. En resumidas cuentas: sucede en este mundo que quien puede hurtar y expoliar abiertamente disfruta de la mayor libertad y 258

seguridad, nadie se atreve a castigarle y l mismo quiere, adems, que se le honre. Mientras tanto, los ladronzuelos que hurtaron a escondidas y acaso por primera vez en su vida, estn obligados a soportar la vergenza y el castigo, dando a los otros la apariencia de piedad y honorabilidad. No obstante, sepan aqullos que son los mayores ladrones a los ojos de Dios y que l los castigar segn su valor y como se merecen. En vista de lo mucho que este mandamiento abarca, como ahora se ha indicado, ser preciso exponerlo y desarrollarlo ante el vulgo de tal manera que no se deje andar libre y con seguridad, sino que siempre se les presente ante sus ojos y se les inculque la clera de Dios. No es a los cristianos a quienes hemos de predicar estas cosas, sino principalmente a los perversos y traviesos, cuyo mejor predicador seria el juez, el carcelero o el verdugo. Sepa, pues, cada cual que est obligado, so pena de privarse de la gracia de Dios, no slo a no daar al prjimo, ni a privarle de sus beneficios, ni a dar pruebas de alguna infidelidad o perfidia, tanto en el comercio como en cualquier clase de negociacin, sino que habr de proteger tambin fielmente sus bienes, asegurar y promover su provecho, sobre todo si recibe en cambio dinero, salario y alimentacin. Y quien desprecia con mala intencin estas cosas, que siga su camino y que se libre del verdugo, pero no escapar a la ira y castigo de Dios. Mas si persistiere largamente en su terquedad y orgullo, no pasar jams de ser un vagabundo y un mendigo y, adems, ser vctima de toda clase de calamidades y desgracias. Ahora, cuando deberas proteger los bienes de tus seores, slo piensas en llenar tu boca y tu vientre y adquieres tu salario como un ladrn y haces que adornas se te festeje como si fueras un hidalgo. Obras como tantos otros que se resisten a sus seores y no hacen nada con gusto para evitarles perjuicios por amor y buen servicio. Considera, sin embargo, lo que ganars con ello: cuando entres en posesin de tu bien y ests en tu casa (y, para tu desgracia, Dios te ayudar a ello), por una vuelta de las cosas, vendr el castigo merecido, y si has tomado un cntimo o cometido un perjuicio, debers pagar treinta veces ms. Igual suceder con artesanos y jornaleros, de cuyos caprichos insoportables hay que aguantar y escuchar hoy tantas cosas, como si fuesen seores en hacienda ajena y como si todo el mundo estuviese obligado a darles cunto quieren. Bien; ellos que abusen lo que puedan. Dios, por su parte, no olvidar su mandamiento y les dar el pago que han merecido; y no los colgar de una horca verde, sino seca, para que en toda su vida no logren prosperar, ni conseguir lo ms mnimo. Ciertamente si hubiera un gobierno justamente ordenado en el pas, se podra pronto reprimir y precaver ese caprichoso proceder, como suceda en otros tiempos en el Imperio Romano, ya que inmediatamente se colgaba de los cabellos a tal gente, de manera que constitua una advertencia para los dems. Asimismo les ocurrir a todos los dems que no hacen del mercado pblico y libre, sino una especie de timba y cueva de ladrones, donde se explota a los pobres diariamente, imponiendo nuevas cargas y subiendo los precios y cada cual sirvindose del mercado segn su antojo y, adems, provocantes y orgullosos, como si tuvieran atribucin y derecho de vender su mercanca tan cara como mejor es parezca, sin que nadie deba intervenir. Por cierto, veamos cmo hacen por robar, amontonar riquezas; pero confiemos en Dios que a pesar de esto har que aunque por mucho tiempo robes y afanosamente acumules riquezas, pronunciar su bendicin sobre ello, de modo que el grano se pudra en el granero, la cerveza en la bodega y el ganado en su establo. Y aunque slo hubieras engaado y explotado a los dems en una onza, lo que almacenares, ser corrodo y devorado, sin que jams te alegres de ello. Vemos y experimentamos ciertamente ante nuestros ojos cada da que los bienes alcanzados por el hurto o por procedimientos injustos no prosperan. Cuntas personas se afanan en acumular bienes da y noche, sin conseguir enriquecerse en lo ms mnimo! Y aunque amontonen mucho, deben soportar tantas calamidades y desgracias que ni lo pueden disfrutar con 259

gozo, ni legarlo a sus hijos. Pero, puesto que nadie presta atencin a estos hechos y cada uno sigue su camino como si no fueran de nuestra incumbencia, Dios se ve obligado a visitarnos de otra manera y a ensearnos mores, sea alivindonos un tributo tras otro o invitando como huspedes una compaa de legionarios, los cuales en una hora dejan limpios cofres y bolsas y no cesan hasta habernos exprimido el ltimo cntimo; y luego, como seal de su gratitud, prenden fuego a la casa y sus dependencias, lo saquean todo y violan y asesinan a nuestras mujeres y nuestros hijos. En resumen: si hurtas mucho, puedes contar con seguridad que sers robado dos veces la cantidad. Por otro lado, quien por la violencia y la injusticia hurta y se enriquece, deber soportar a otros que hagan lo mismo con l. Pues Dios conoce magistralmente el arte de castigar al ladrn mediante otro ladrn, cuando uno saquea y roba a otro. De no ser as, cmo sera posible hallar suficientes horcas y cuerdas? Quien se quiera dejar instruir, sepa que se trata de un mandamiento de Dios, y que l no quiere que se lo tome a broma. Pues, si nos desprecias, engaas, robas o saqueas, nos conformaremos y soportaremos y sufriremos tu orgullo y, segn el Padrenuestro, te perdonaremos y tendremos piedad de ti. Porque los justos poseen lo suficiente y lo que t haces ms te perjudica a ti mismo que a los dems. Empero, si la querida pobreza llamara a tu puerta, la pobreza, hoy tan extendida, la pobreza que debe comprar y comer del pan cotidiano, si se te presentara, digo, gurdate de comportarte entonces como si todos debieran depender de tus mercedes. No la maltrates, ni la despojes hasta la mdula, despidiendo adems con orgullo y necedad a quien tienes la obligacin de dar y regalar. Porque la pobreza proseguir su camino, msera y afligida. Y como no se puede quejar a nadie, gritar y clamar al cielo. Gurdate de esto, repito, como si fuese el mismsimo diablo. Que los suspiros y clamores de la pobreza no son una broma, sino que tienen un acento tan grave que t y el mundo entero sentiris su peso, pues llegarn hasta aqul que se compadece de los pobres y afligidos corazones y no dejar de vengarlos. Mas, si menosprecias esto y te resistes a aceptarlo, observa a quin tienes como carga sobre ti mismo. En caso contrario, esto es, si lograras salir triunfante y sin dao alguno, derecho tendrs entonces a tacharnos a Dios y a m de mendaces ante el mundo entero. Hemos amonestado, advertido y prevenido lo suficiente. Si alguien no nos quiere atender, que siga su camino hasta que obtenga sus experiencias. Sin embargo, hay que inculcar a la juventud estas cosas para que tenga cuidado y no imite a la multitud de gente indomable de antao; antes bien, tenga presente ante sus ojos el mandamiento divino, de modo que no caiga sobre ella la ira y el castigo de Dios. A nosotros no nos atae sino decir estas cosas y sancionarlas mediante la palabra de Dios. Porque el reprimir los abusos caprichosos pblicos corresponde al prncipe y a las autoridades que deberan tener los ojos y el valor suficientes para establecer y mantener en orden en toda clase de negocios y compras. De este modo se lograr que no se oprima y sobrecargue a los pobres y no lastrarse con los pecados ajenos. Baste lo aqu expuesto sobre lo que significa hurtar, en el sentido de que no debe limitarse estrechamente, sino extenderse a todos los terrenos en que nos relacionamos con el prjimo. Digamos ahora en breve resumen, como hicimos al tratar los anteriores mandamientos, lo siguiente: Primero: el sptimo mandamiento prohbe daar y hacer injusticia al prjimo (de cualquier modo imaginable que sea; perjudicando sus bienes y haberes, poniendo obstculos o privndolo de ellos); asimismo, aprobar o tolerar que tal suceda, en vez de oponerse o prevenirlo. Segundo: el sptimo mandamiento ordena que se favorezcan y se mejoren los bienes del prjimo, ayudndolo en la necesidad, compartindola con l y tendindole la mano, trtese de un amigo o de un enemigo. Quien busque y anhele buenas obras, aqu se le ofrece sobrada ocasin para hacerlas; obras buenas que desde el fondo del corazn son agradables a Dios y, adems, dotadas y colmadas de preciosa bendicin, debiendo ser as recompensado ricamente lo que hacemos en 260

beneficio y amistad de nuestro prjimo. Dice el rey Salomn: "Quien se compadece del pobre, presta al Seor que le devolver a pagar su salario". Tienes, por consiguiente, un Seor rico, con el cual ya posees ciertamente suficiente y l no dejar que pases necesidad o que ests desprovisto de cosa alguna. Y as, podrs disfrutar con la conciencia alegre cien veces ms de los bienes divinos que de lo adquirido infiel e injustamente. Si hay quien desprecie la bendicin, ya encontrar clera y desgracia suficientes. OCTAVO MANDAMIENTO "No hablars falso testimonio contra tu prjimo" Aparte de nuestro propio cuerpo, nuestro cnyuge y los bienes materiales, poseemos un tesoro del que no podemos prescindir: el honor y la buena fama. Pues importa vivir entre la gente sin ser deshonrado pblicamente y sufriendo el desprecio de todos. Por lo tanto, quiere Dios que no se sustraiga o se disminuya al prjimo su fama, su reputacin y su justicia, en la misma forma como tampoco los bienes o el dinero, a fin de que cada cual permanezca con su honor a los ojos de su mujer, sus hijos, su servidumbre y sus vecinos. En primer trmino, el sentido ms fcilmente comprensible de este mandamiento se refiere, como lo dicen las mismas palabras (no hablars falso testimonio), a un tribunal de justicia pblica, cuando se acusa a un pobre e inocente hombre y se le oprime mediante falsos testigos con la finalidad de que sea castigado en su cuerpo, en sus bienes o en su honor. Parece como si esto nos ataese poco en estos tiempos, pero entre los judos era una cosa extremadamente corriente. El pueblo judo estaba dentro de un rgimen excelente y ordenado y dondequiera que se d lo mismo no ha de faltar este pecado. La razn es sta: donde hay jueces, alcaldes y prncipes u otras autoridades, jams falta el falso testimonio y se sigue el curso del mundo, de modo que nadie quiere aparecer como ofensor sino que se prefiere ser hipcrita y se habla en consideracin de favores, dinero, esperanzas o amistad. Siendo esto as, el pobre siempre ser oprimido lo mismo que su causa, nunca tendr la razn y tendr que sufrir castigo. Es un verdadero azote general en el mundo que en los tribunales rara vez estn personas justas. Porque el juez debera ser ante todo, un hombre justo. Pero no slo esto, sino que tambin sabio y sagaz; an ms, valiente y resuelto. Adems, todo testigo habr de ser resuelto y, ms que nada, justo. Claro est que quien juzgue todas las cosas rectamente y deba imponer su juicio, enojar ms de una vez a sus buenos amigos, cuados y vecinos, a los ricos y a los poderosos, todos los cuales tanto pueden servirle como perjudicarle. Por eso, el juez habr de cerrar ojos y odos, excepto a lo que inmediatamente se le presente y segn ello pronunciar su juicio. En primer lugar, este mandamiento tiene como finalidad que cada uno ayude a su prjimo a obtener su derecho, no dejando que se dificulte o se tuerza, antes al contrario deber promover y vigilar por ello, ya sea como juez o como testigo, y trtese de lo que se trate. Y especialmente es asignada una meta a nuestros seores juristas: vigilar por tratar las cosas correcta y sinceramente, dejando en su derecho lo que es derecho y, a la inversa, no trastrocar, ni encubrir, ocultar o silenciar, sin considerar el dinero, los bienes, el honor o el podero. ste es un primer punto y el sentido ms simple de este mandamiento y que se refiere a todo cuanto ocurre en los tribunales. En segundo lugar, se extiende dicho significado mucho ms, cuando se lo lleva al tribunal o gobierno espiritual. Sucede as que cada uno levanta falso testimonio contra su prjimo, puesto que es un hecho innegable que donde hay predicadores y cristianos autnticos, son calificados, segn el juicio del mundo, de herejes y apostatas. An ms: se los tacha de malvados revolucionarios y desesperados. Adems, la palabra de Dios est obligada de la manera ms vergonzosa y daina a dejarse perseguir, blasfemar y acusar de falsedad, trastrocar y citar e 261

interpretar errneamente. Pero, que siga esto su camino, ya que es cualidad del mundo ciego condenar y perseguir a la verdad y a los hijos de Dios, sin considerarlo un pecado. En tercer lugar, y esto nos concierne a todos, se prohbe en este mandamiento todo pecado de la lengua mediante el cual se perjudica al prjimo o se le lastima. Pues, decir falso testimonio no es otra cosa que obra de la boca. Dios quiere prohibir todo aquello que se hace por esta obra de la boca contra el prjimo, ya se trate de falsos predicadores por sus doctrinas y blasfemias o falsos jueces y testigos con su juicio, o de otra forma, fuera de los lmites del tribunal por mentiras y maledicencias. Dentro de esto cabe especialmente el detestable y vergonzoso vicio de difamar o calumniar, con lo cual el diablo nos gobierna y sobre el cual mucho podra decirse. Porque es una calamidad general y perniciosa que cada uno prefiera or decir cosas malas que buenas del prjimo. No podemos or que se digan del prjimo las mejores cosas; aunque somos tan malos que no podemos soportar si alguien dice algo malo de nuestra persona, sino que cada cual quisiera con gusto que todo el mundo dijera lo mejor de l. Por tanto, conviene tener presente, para evitar dicho vicio, que ninguno de nosotros ha sido impuesto para juzgar y condenar al prjimo pblicamente, aunque sea notorio que ste haya pecado. Slo podremos juzgar y castigar, si as nos ha sido ordenado. Hay una gran diferencia entre estas dos cosas: juzgar el pecado y conocer el pecado. Bien puedes conocerlo, pero no debes juzgarlo. Puedo ver, claro est, y escuchar que el prjimo peca, pero no me ha sido ordenado comunicrselo a los dems. Si, a pesar de eso, me entrometo, juzgo y condeno, cometo un pecado mayor an que el del prjimo. Pero si sabes del pecado ajeno, haz de tus odos una tumba y cbrela hasta que se te ordene ser juez y entonces, como propio de tu funcin, podrs condenar. Difamadores son quienes no permanecen en el conocer, sino que Van ms lejos, anticipndose al enjuiciamiento. Tan pronto como conocen un detalle del prjimo, en seguida lo pregonan en todos los rincones, muestran verdadero placer y se alegran en hozar la suciedad del prjimo, como los puercos que se revuelcan en el cieno, revolvindolo con su hocico. Tales difamadores usurpan el juicio y el oficio que corresponden a Dios y, adems, enjuician y condenan de manera dursima. En efecto, ningn juez puede condenar ms severamente, ni ir ms lejos que diciendo: "Este hombre es un ladrn, un asesino, un traidor", etc. Por consiguiente, quien ose decir algo semejante del prjimo, interviene tan lejos como si fuese el emperador o las autoridades en general. Porque, si bien no dispones de la espada, sin embargo, usas tu lengua venenosa, en perjuicio y para vergenza del prjimo. As se explica que Dios no quiera que se permita que se hable mal del prjimo, aunque ste sea culpable o se sepa; mucho menos cuando no se sabe y slo se ha tomado de odas. Sin embargo, dirs: "No he de decirlo, siendo la verdad?" Respondo: "Por qu no lo llevas a los jueces competentes?" "No lo puedo atestiguar pblicamente; podran cerrarme la boca y despedirme de mala manera". Bien, amigo mo, es que vas oliendo ya el asado? Si no te atreves a presentarte ante personas autorizadas para responder por lo que dices, cierra la boca. Y si sabes algo, rtenlo para tus adentros y no se lo comuniques a nadie. Porque si lo propagas, aunque sea verdad, quedars como un mentiroso, puesto que no puedes demostrarlo; adems, actuars como un malvado. Pues a nadie debe privrsele de su honor y de su fama, a no ser que haya sido privado de ella de manera pblica. Se deduce, por tanto, que falso testimonio ser todo cuanto no se pueda probar como corresponda. Por eso, lo que no puede ser revelado con pruebas suficientes, no puede ser revelado, ni afirmado como verdad. En resumen, lo que sea un secreto debe permanecer como tal o condenado tambin en secreto, como en seguida veremos. Si algn charlatn se presentase delante de ti y te hablase mal del prjimo y lo calumniase, hblale frente a frente, de manera que se ponga rojo de vergenza; de esta manera, ms de alguno callar su boca; 262

de lo contrario arrojara sobre cualquier pobre hombre su habladura, de la cual difcilmente podra salir nuevamente. Pues el honor y la buena fama son fciles de quitar, pero difciles de reponer. Como ves, queda terminantemente prohibido hablar mal del prjimo. Una excepcin son, sin embargo, las autoridades seculares, los predicadores y los padres y las madres. Es decir, que este mandamiento tiene que ser entendido en el sentido de que la maldad no debe quedar impune. As como, segn el quinto mandamiento, no se debe daar a nadie corporalmente, con la nica excepcin del "maestro Juan", cuyo oficio no es hacer el bien, sino daar y hacer el mal, sin que por eso cometa pecado contra el mandamiento de Dios, porque es Dios mismo quien ha instituido dicho oficio en su nombre (pues Dios se reserva el derecho de castigar como mejor le parece, segn amenaza en el primer mandamiento). Lo mismo tambin cada cual, en cuanto a su persona se refiere, no debe juzgar y condenar a los dems. Aun si no lo hacen los que se les ha encomendado realizarlo, pecan en verdad, lo mismo que aquel que lo hiciera sin tener el cargo oficial para hacerlo. Porque aqu (el tribunal) exige la necesidad de que hablen del mal, acusen, declaren, interroguen y testifiquen contra el prjimo. Sucede lo mismo con el mdico que, a veces, tiene la obligacin de observar y proceder en lugares secretos del enfermo para curarlo. De aqu que, asimismo, resulta que las autoridades, los padres y aun los hermanos y hermanas y los buenos amigos entre s tienen el deber de condenar la maldad siempre que sea necesario y provechoso. Ahora bien, la manera correcta sera observar el orden prescripto en el evangelio, cuando Cristo dice (Mateo 19): "Si tu hermano pecare contra ti, ve y reprndelo entre ti y l solo". Aqu tienes una preciosa y excelente enseanza para dominar la lengua y que se dirige contra el lamentable abuso. Guate por ella y no denigres inmediatamente a tu prjimo hablando con otros, ni lo difames, sino amonstale en secreto a fin de que se corrija. Lo mismo tambin debe ser cuando alguien te cuente lo que ste o aqul han hecho. Ensale de manera que vaya y le condene en su misma cara, si es que lo vio, de lo contrario, que se calle la boca. Estas cosas las puedes aprender del rgimen cotidiano de cualquier hogar. Pues, as obra el seor en la casa, cuando observa que uno de sus criados no hace lo que debe; se lo dice l mismo, directamente. Pero, si en vez de hacerlo as, fuera tan necio como para dejar al criado sentado en su casa, saliendo a las calles para quejarse a sus vecinos, es seguro que le diran: "Necio, y qu nos importa a nosotros?, por qu no se lo dices a l mismo?" Mira, esto sera obrar fraternalmente, cuando se remedia el mal y se deja inclume el honor del prjimo. Como Cristo lo dice tambin: "...Si te oyere, has ganado a tu hermano...". Ah has hecho una obra grande y excelente. Pues, piensas que es una cosa insignificante ganar a un hermano? Que se presenten a una todos los monjes y todas las santas rdenes con todas sus obras reunidas y veremos si pueden gloriarse de haber ganado a un hermano! Ensea Cristo adems: "Mas si no te oyere, toma aun contigo uno o dos, para que toda cosa conste en boca de dos o tres testigos". Esto quiere decir que se debe tratar con la persona misma lo que le concierne, en vez de hablar mal a sus espaldas. Y si aun as no se obtuviere resultado alguno, entonces s se deber llevarlo pblicamente ante la comunidad, sea ante los tribunales seculares, sea ante los tribunales eclesisticos. Porque as no estars t solo, sino que tendrs aquellos testigos, con cuya ayuda te ser posible demostrar la culpa del acusado. Y basndose en esto, el juez podr dictar la sentencia e imponer la condena correspondiente. De esta forma es posible llegar con orden y justicia a precaverse y mejorar a los malos, mientras que pregonando la maldad ajena a voz en cuello por todos los rincones y removiendo as el cieno, no se corregir a nadie. Luego, cuando se deba dar razn y testimoniar, se quiere estar como si nada se hubiera dicho. Por eso, con justicia les ocurrir a tales charlatanes si se les hace perder el gusto para que sirva de advertencia a los 263

dems. Ah, si lo hicieras para correccin del prjimo y por amor a la verdad, no andaras dando rodeos en secreto, ni temeras el da o la luz! Todo lo dicho es nicamente de los pecados ocultos. Empero, si se tratase de alguien cuyo pecado es de tal modo manifiesto que no slo el juez sino tambin cualquiera lo conoce, podrs apartarte del tal, sin cometer por eso pecado alguno, y dejarlo como a quien se ha deshonrado a s mismo y, adems, testificar contra l pblicamente. Porque no hay maledicencia, ni enjuiciamiento falso, ni testimonio falso contra lo que ha sido demostrado pblicamente. Como, por ejemplo, condenamos ahora al papa y sus doctrinas, pues ya han sido expuestas pblicamente a la luz del da en libros y se ha divulgado por todo el mundo. Porque donde el pecado se comete abiertamente, la condena que sigue debe tener tambin el mismo carcter, con objeto de que cada uno pueda precaverse ante ello. Por consiguiente, tenemos ahora el resumen y el significado general de este mandamiento: que nadie perjudique con su lengua al prjimo, ya sea amigo o enemigo, ni diga mal de l (sea verdad o mentira), si no es en virtud de un mandato o para corregirle. Antes bien, usar y se servir de su lengua para hablar lo mejor de todos y para cubrir y disculpar sus pecados y faltas, palindolos y disimulndolos con su honor. Nuestro mvil debe ser principalmente lo que Cristo indica en el evangelio, con lo cual quiere resumir todos los mandamientos que se relacionan con el prjimo: "Todas las cosas que quisierais que los hombres deban hacer con vosotros, as tambin haced vosotros con ellos" (Mateo 7:2). Asimismo la naturaleza nos ensea esto en nuestro propio cuerpo, como el apstol Pablo dice en el captulo 12 de la primera epstola a los Corintios: "Los miembros del cuerpo que nos parecen ms flacos, son los ms necesarios y aquellos del cuerpo que estimamos ser los menos honorables, los rodeamos de mayor honor y los que en nosotros son indecentes, se los embellece ms". Nadie se cubre el rostro, los ojos, la nariz o la boca, porque estos rganos no lo necesitan, siendo ellos los ms honorables que poseemos. Pero cubrimos con cuidado los miembros ms frgiles, de los cuales nos avergonzamos; aqu es necesario que las manos, los ojos y todo el cuerpo nos ayuden a cubrirlos y a ocultarlos. Del mismo modo debemos recprocamente cubrir lo deshonroso y defectuoso de nuestro prjimo y con todos los medios que podamos, servir, ayudar y favorecer a su honor, mientras, inversamente, poner obstculo a todo cuanto pudiera contribuir a su deshonra. Es en particular una excelente y noble virtud poder explicar favorablemente e interpretar de la mejor manera todo cuanto se oye decir del prjimo (exceptuando lo manifiestamente malo) y cada vez que se pueda defenderlo en contra de los hocicos venenosos, siempre prestos a cuanto puedan descubrir y atrapar para reprender al prjimo, dar el comentario peor y falsear el sentido, como hoy en da sucede principalmente con la palabra de Dios y sus predicadores. Por consiguiente, este mandamiento tambin comprende un gran nmero de buenas obras que agradan sumamente a Dios y nos traen consigo bienes y bendiciones incontables. Si solamente el mundo ciego y los falsos santos las quisieran reconocer! Nada como la lengua posee el hombre externa e internamente que pueda procurar tanto bien o hacer tanto dao en lo espiritual como en lo mundano, aunque sea el miembro ms pequeo y dbil del cuerpo humano NOVENO Y DCIMO MANDAMIENTOS "No codiciars la casa de tu prjimo" "No codiciars la mujer de tu prjimo, ni su siervo, criada o ganado, ni nada de lo que tenga" Estos dos mandamientos fueron dados en sentido estricto a los judos, pero, en parte, tambin nos ataen a nosotros. Los judos no los interpretan como referentes a la impudicia y al hurto, porque sobre ello se haba prohibido suficientemente antes. Adems, si haban hecho o 264

dejado de hacer exteriormente sta o aquella obra, pensaban que haban cumplido todos los mandamientos. Por eso, Dios ha aadido estos dos mandamientos para que se considere como pecado y cosa prohibida el codiciar la mujer o los bienes del prjimo o aspirar a ellos en alguna forma y especialmente porque bajo el rgimen judo, los sirvientes y sirvientas no eran libres, como ahora, de servir por un salario tanto tiempo como quisiesen, sino que eran propiedad de su seor, con su cuerpo y todo lo que posean, como los animales y otros bienes. Adems, respecto a la mujer, cada uno tena derecho a repudiarla pblicamente mediante carta de divorcio y tomar otra. Por lo tanto exista entre ellos el peligro de que al querer un hombre la mujer del prjimo, buscase cualquier pretexto para desprenderse de la propia y procurase hacer a la otra extraa a su marido para convertirla, entonces, legalmente en esposa suya. Esto no era pecado entre ellos, ni una ignominia, como no lo es hoy tampoco en lo que concierne a la servidumbre que un seor despida a su criado o criada o conquiste para s la servidumbre del prjimo. Por eso, afirmo yo, los judos interpretaban correctamente este mandamiento (aunque se extiende ms y con mayor profundidad), considerndolo de tal manera que nadie piense y busque apropiarse los bienes del prjimo, sea su mujer, su servidumbre, su hogar, su hacienda, sus campos y prados, sus animales, aunque se hiciera con una bella apariencia y buen pretexto, pero, no obstante, en detrimento del prjimo. Si ya en el sptimo mandamiento est prohibido el vicio de arrebatar la propiedad ajena o retener su posesin al prjimo, para lo cual no se puede reclamar derecho alguno, aqu se quiere evitar el despojo de cualquier cosa del prjimo, aun cuando se pueda llegar a esto ante el mundo de una manera honorable, de modo tal que nadie se atreva a acusarte, ni a censurarte de haberlo adquirido injustamente. La naturaleza humana est hecha de forma tal que nadie le desea al otro tanto bien como a s mismo y que cada uno se apropia siempre tanto como pueda, quedando el otro como sea. Y queremos, adems, ser justos! Nos podemos ocultar de la manera ms elegante y esconder la maldad; buscar e inventar ardides astutos y artimaas prfidas (como se las imagina ahora diariamente de la mejor manera) como si fueran sacadas de la ley, y con atrevimiento audaz apelamos a ellas e insistimos y no queremos que tal cosa sea llamada maldad, sino sagacidad e inteligencia. Contribuyen a tal proceder los jurisconsultos y magistrados, torciendo y extendiendo el derecho, segn pueda servir a la causa, trastrocando el sentido de las palabras y valindose de ellas sin poner la mira en la equidad y necesidad del prjimo. Total, que el ms hbil y versado en estas cuestiones es a quien mejor ayuda el derecho, como ellos mismos dicen: Vigilantibus jura subveniunt ("al que anda alerta la ley lo aonara".) Por dichas razones, este ltimo mandamiento no ha sido establecido para perversos malvados a la vista del mundo, sino ms bien para los ms justos que quieren ser alabados y llamados probos y sinceros, como siendo los que no han quebrantado los mandamientos anteriores. Eran los judos sobre todo los que queran ser considerados como tales y en nuestro tiempo aun ms muchos nobles, seores y prncipes. Porque la generalidad, la masa, queda comprendida en el sptimo mandamiento, pues los que a ella pertenecen no se preocupan de si lo que ansan ha de ser adquirido honrada y legalmente o no. Esto ocurre con mayor frecuencia en los asuntos que son debatidos en los tribunales, donde se busca ganar o sustraerle al prjimo alguna cosa. Es lo que ocurre, para dar ejemplos, cuando se querella y se discuto por una gran herencia, bienes inmuebles, etc., se aduce y se toma como ayuda todo lo que pueda tener un aspecto de derecho; se lo exagera, se lo disfraza, de tal manera que el derecho tiene que inclinarse forzosamente a ese lado. Y se conserva la propiedad con tal ttulo, de modo que nadie tiene poder de acusacin, ni apelacin a ello. Idntica cosa sucede cuando alguien desea poseer un castillo, ciudad, condado o algo de importancia, sobornando por medio de sus amistades y de cuanto medio sea capaz, de manera que pueda 265

despojar a otro de ello y apropirselo para s, y confirmndolo, adems, con escrituras y legalizaciones, con objeto de que se considere adquirido honestamente y de forma legal. Lo mismo sucede en los negocios comerciales corrientes, en los que una de las partes hace escapar astutamente alguna cosa de las manos del otro, de modo que la otra parte se vea obligada a perder. Tambin suele suceder que una parte perjudique a la otra y la acose, viendo su propio provecho y beneficio, toda vez que la otra parte, quizs, ora por necesidad, ora por deudas, no puede mantener bienes, ni venderlos sin prdida. Y as ocurre que el primero quiere la mitad de los bienes n ms de la mitad como un regalo, y esto debe ser considerado, sin embargo, no como tomado ilcitamente o arrebatado, sino como comprado honestamente. Esto es "el primero, el mejor" y "cada cual aproveche su oportunidad" y el otro tenga lo que pueda. No hay quien sea tan inteligente como para figurarse cunto se puede lograr con talos bellas apariencias. El mundo considera injusto esto y no quiere ver que el prjimo sea perjudicado y se vea obligado a renunciar a aquello de que no se le puede privar sin dao, en ocasiones que nadie quisiera que se hiciese lo mismo con l. En esto se hace sentir que tal pretexto y tales apariencias son falsos. En otros tiempos sucedan semejantes cosas con las mujeres. Conocan entonces expedientes tales que cuando a uno le gustaba la mujer de otro, se arreglaba que mediante s o mediante otros (en efecto, caminos y medios de toda clase eran imaginables), el marido se enojara con su mujer o que ella se rebelase contra l y se comportase de tal forma que su marido se viese obligado a repudiarla y a dejarla al otro. Tales cosas, sin duda, han reinado abundantemente en la poca de la ley, como se lee tambin en el evangelio sobre el rey Herodes, que haba tomado por mujer a la de su hermano el cual an viva y que, segn da testimonio San Marcos, quera ser, a pesar de todo, un hombre honorable y justo. Sin embargo, espero que en nuestros tiempos no deban suceder tales ejemplos, puesto que el Nuevo Testamento27 prohbe a los esposos el divorcio, salvo que se tratara, quiz, del caso cuando un hombre arrebata a otro su prometida rica con astucia. Sin embargo, no es raro entre nosotros que uno atraiga y haga extraos al sirviente, a la criada de otro, o los conquiste de otra manera con buenas palabras. Que ocurra todo esto como fuere, nosotros debemos saber que Dios no quiere que se arrebate al prjimo algo de lo que le pertenece, de modo que sea privado y satisfagas tu avidez, aunque puedas mantenerlo ante los ojos del mundo con honor. Porque se trata de una maldad prfida y secreta y, como se ha dicho, hecha por la espalda, de manera que no se la nota. Si bien pasars como no habiendo hecho injusticia a nadie, sin embargo, has perjudicado a tu prjimo. Acaso no deba calificarse esto de hurto o engao; por lo menos, has codiciado los bienes de tu prjimo, es decir, has andado tras ellos y le has apartado de ellos contra su voluntad. En fin, no has querido que el prjimo posea lo que Dios mismo le ha obsequiado. Y aun cuando el juez, o quien quiera que sea, haya de concederte la razn, Dios te la negar, pues l conoce a fondo la maldad del corazn y las argucias del mundo, el cual, donde se da un dedo se toma la mano, de modo que la injusticia y violencia pblicas son una mera consecuencia de esto. Por consiguiente, dejemos estos mandamientos en su acepcin general: Primero: Que est prohibido desear el mal al prjimo y contribuir a dar lugar a dicho mal. Al contrario, hemos de alegrarnos y dejarle que posea lo suyo y, adems, contribuiremos a que prospere y se conserve todo aquello que pueda ocurrir para su servicio y beneficio, como queremos que se haga tambin con nosotros. En consecuencia, y de manera muy especial, dichos preceptos han sido establecidos contra la envidia y la lamentable codicia, con lo que Dios aparta la causa y raz de lo cual procede todo mediante lo que se daa al prjimo. De aqu que Dios haya implantado claramente estos mandamientos con estas palabras: "No codiciars..., etc.". Porque Dios desea que tengamos, ante todo, un corazn puro, si bien no podemos llegar a eso mientras vivamos en este mundo. Se

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deduce de ello que estos mandamientos son como todos los otros, una acusacin y una indicacin continuas del estado de nuestra justicia ante Dios. Para terminar, los Diez Mandamientos forman un compendio de doctrina divina, concerniente a lo que debemos hacer a fin de que toda nuestra vida agrade a Dios. Asimismo son los mandamientos la fuente y canal verdaderos por los que debe manar y encauzarse todo lo que deben ser buenas obras, de tal manera que fuera de los Diez Mandamientos no puede haber obras ni prcticas buenas y agradables a Dios, aunque puedan ser grandes y preciosas a los ojos del mundo. Veamos ahora qu gloria pueden hacerse los grandes santos de nuestros tiempos de sus rdenes religiosas y las grandes y difciles obras que ellos mismos se han inventado y han impuesto, mientras hacen caso omiso de los mandamientos, como si se tratase de cosas insignificantes o ya cumplidas desde hace mucho tiempo. Creo que habra mucho que hacer si se tuviera que observar esto: la dulzura, la paciencia y el amor para con los enemigos, la castidad, la beneficencia, etc., y todo cuanto ellas traen consigo. Sin embargo, estas obras no tienen valor ni lucimiento ante el mundo, porque no son raras y pomposas; no se atienen a tiempos especiales, lugares, costumbres y actos determinados, sino que son ms bien, obras caseras, cotidianas, comunes, que cada cual puede hacer con su propio vecino; por esto, no gozan de lucimiento. Aqullos, no obstante, atraen la atencin de los hombres sobre s, quienes contribuyen con una pompa grandiosa, con ostentacin y magnficas casas, hacindolo resaltar bellamente, de modo que todo debe bullir y resplandecer. Se inciensa, se canta, se hace msica, se encienden velas, se ponen luces, con lo cual es imposible ver y or otra cosa fuera de stas. Si un cura se muestra en su casulla urea o un laico cualquiera pasa el da entero arrodillado en el templo, esto se llama una obra excelente que nadie puede alabar suficientemente. Pero, si una sencilla sirvienta cuida de un pequeo y ejecuta con fidelidad todo cuanto le es ordenado, esto no debe valer nada. Si no es as, qu han de buscar entonces monjes y monjas en sus conventos? Pero, mira, no es acaso presuncin maldita la de esos santos desesperados que pretenden encontrar una vida o estado superiores y mejores que todo cuanto el Declogo ensea? Afirman, como se ha dicho, que esta ltima es una vida simple hecha para la gente sencilla pito que la de ellos es para los santos perfectos. No ve esta desdichada y ciega gente que no hay hombre que pueda llegar a cumplir uno solo de los Diez Mandamientos tal como es debido, sino que es necesario a la vez la ayuda del Credo y del Padrenuestro (como luego veremos) para buscar e implorar tal cumplimiento y obtenerlo sin cesar. Su jactancia es como si yo me vanagloriara diciendo: "Aunque no tengo un centavo para pagar, sin embargo, me confo en que puedo pagar diez escudos. Si digo y propago lo que acabamos de indicar es con la finalidad de liberar de ese lamentable abuso, ya tan profundamente arraigado e insito a cualquiera y para que se tome la costumbre en todos los estados de la tierra de mirar y preocuparse solamente de esto. Porque no se est cerca an de producir una doctrina o estados que igualen a los Diez Mandamientos, pues stos son tan elevados que nadie puede lograr su cumplimiento por fuerzas humanas. Y si alguien lo alcanzare, ser un hombre celestial y anglico que est por encima de toda la santidad de este mundo. Si los colocas delante de ti y haces la prueba de cumplirlos empleando todas tus fuerzas y todo tu poder, tendrs tanto que hacer que no buscars, ni considerars otra obra o santidad. Baste con lo dicho acerca de la primera parte, es decir, tanto para ensear como para amonestar. Mas, para concluir, debemos repetir el texto que ya hemos tratado antes, en la explicacin del primer mandamiento, para que se aprenda el cuidado que Dios quiere poner en que se aprenda bien a ensear y practicar los Diez Mandamientos.

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"Yo, el Seor, tu Dios, soy un Dios celoso que, en cuanto a los que me odian, visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y cuarta generacin, y que hago misericordia en millares a los que me aman y guardan mis mandamientos". Si bien esta adicin ha sido aadida ante todo al primer mandamiento, como ya indicamos, no est por ello colocada menos en vista de todos los mandamientos, porque todos en conjunto deben estar relacionados con ella y orientados hacia ella. Por ser esto as, afirm que se lo haga presente a la juventud y se lo inculque, a fin de que lo aprenda y lo retenga de modo que se vea lo que nos debe impulsar y, al mismo tiempo, obligar a cumplir los mandamientos. Y estas palabras deben ser consideradas como puestas en particular a cada uno de ellos, de modo que pasen en y a travs de todos. Ahora bien, se dijo ya que en dichas palabras est resumida una amenaza llena de clera y una amistosa promesa. Tienen por objetivo atemorizarnos y advertirnos y, adems, atraernos e incitarnos para que se acepte y aprecie en grado sumo su palabra en toda su seriedad divina. En efecto, Dios mismo expresa cunta importancia da a esto y con qu severidad quiere vigilar sobre ello, es decir, que castigando de manera atroz y horrible a quienes los menosprecien o infrinjan o, por lo contrario, recompensando con generosidad, beneficiando y dando toda clase de bienes ir quienes los honran y actan y viven con gusto segn ellos. Al hacerlo Dios as quiere exigir que sean obedecidos con un corazn tal que tema a Dios solamente y tenga la mirada sobre l y por tal temor se abstenga de todo lo que est contra la voluntad divina, de tal forma que no lo encolerice y, por lo contrario, confe slo en l y haga por amor a l lo que l quiera, porque se hace or amistosamente como un padre y nos ofrece toda la gracia y bienes-Tales son tambin el sentido y la justa interpretacin del primer y ms grande mandamiento del cual deben salir y manar todos los dems de modo que estas palabras: "No tendrs otros dioses..." no quieren decir, explicado de la manera ms simple, otra cosa que lo que se exige aqu: "T me debes tener como nico y verdadero Dios, amarme y colocar tu confianza en m". Pues donde hay un corazn as dispuesto hacia Dios, tal corazn cumple este mandamiento y todos los otros. Por lo contrario, quien en los cielos o en la tierra tema y ame otra cosa, ni cumplir el primer mandamiento, ni ninguno de los otros. De esta manera toda la Escritura ha predicado y enseado por todas partes este mandamiento, dirigiendo todo hacia estas dos cosas: el temor y la confianza en Dios. As lo hace constantemente el profeta David en el Salterio cuando dice: "Complcese el Seor en los que lo temen y en los que esperan de su bondad". Es como si con un solo versculo se interpretara todo el precepto y dijera: El Seor se complace en quienes no tienen otros dioses". El primer mandamiento, pues, iluminar todos los dems, dndoles su resplandor. Por eso, es necesario que comprendas estas palabras como pasando por todos los mandamientos, como el aro o crculo de una corona que sujeta el fin y el principio y los retiene juntos. Es, pues, imprescindible que se les repita sin cesar y no se les olvide. As, por ejemplo, en el segundo mandamiento, que ha de temerse a Dios, no haciendo uso indebido de su nombre, para maldecir, mentir, engaar u otras seducciones y maldades, sino que se emplee el nombre divino en forma justa y adecuada, al invocar, orar, alabar y dar gracias, lo que tiene su fuente en el amor y en la confianza, segn el primer mandamiento. Asimismo, este temor, este amor y esta confianza deben impulsar y obligar a no despreciar su palabra, sino a aprenderla, a escucharla con agrado, observarla y a honrarla como santa. Ocurre lo mismo con los dems mandamientos que se refieren al prjimo; o sea, todo es en virtud del primer mandamiento: el honrar, estar sometido y obedecer a los padres, a los amos y a todas las autoridades, pero no por ellos, sino por Dios. En efecto, no considerars, ni temers a tus padres, ni hars o evitars hacer cualquier cosa por complacerles. Antes bien, atiende a lo que Dios quiere de ti y te exige con seguridad, y si descuidas esto tendrs en l un juez airado; mas, de lo contrario, un padre misericordioso. 268

Tambin te guardars de daar, perjudicar o hacer violencia a tu prjimo y tampoco invadirs su terreno en manera alguna, trtese de su cuerpo o de su cnyuge, de sus bienes o de su honor y derechos, segn el orden sucesivo de los mandamientos, aunque tuvieras posibilidad y motivo para obrar as, sin que nadie te condene por ello. Tu deber es procurar hacer el bien a todos, ayudar y cooperar cmo y dnde puedas y esto nicamente por amor a Dios y por complacerle, teniendo la confianza de que te lo recompensar generosamente. Ves, pues, que el primer mandamiento es la cabeza y la fuente que corre a travs de todos los dems y a la inversa, todos se remiten a y dependen de l, de modo que el fin y el principio estn totalmente unidos y religados entre s. Repito que es necesario y provechoso que se haga presente siempre esto a la juventud, se le amoneste y recuerde, a fin de que no sean educados con golpes y con la violencia como se hace con los animales sino en el temor de Dios y para su gloria. Porque el saber y tomar de corazn no son un producto del ingenio humano, sino mandamientos de la alta majestad, que vigila severamente sobre ellos y que se encoleriza contra quienes los menosprecian y los castiga o, en el caso contrario, recompensa en forma superabundante a los que los observan; al saber esto, digo, nos sentiremos ms incitados e impulsados a ejecutar con gusto la voluntad de Dios. Por eso, no en vano se ordena en el Antiguo Testamento que se escriban los Diez Mandamientos en todas las paredes y rincones de la casa y hasta en los vestidos, mas no para que queden ah solamente escritos y para ostentarlos como lo hacan los judos, sino para tenerlos sin cesar a la vista y siempre en la memoria, para aplicarlos a todos nuestros actos y en nuestra existencia y, en fin, para que cada cual se ejercitara cotidianamente en ellos en toda clase de circunstancias, en todos los negocios o asuntos, como si figurasen escritos en todas partes donde uno vaya o se encuentre. En el hogar y en el trato con los vecinos se presentaran as ocasiones suficientes para poner en prctica los Diez Mandamientos, sin que nadie tenga necesidad de buscar ms lejos. Se ve por esto nuevamente cmo se deben realzar y alabar los Diez Mandamientos, colocndolos sobre todo otro estado, precepto y obra que por regla general son enseados y puestos en prctica. Por lo que a esto respecta, bien podemos afirmarnos y exclamar: Que vengan todos los sabios y santos y veamos si son capaces de crear una obra semejante a los Diez Mandamientos que Dios exige con una tal severidad y que ordena, so pena de atraerse su mayor ira y castigo; pero colocando, adems, la promesa de que nos colmar de toda clase de bienes y bendiciones. Por consiguiente, es preciso considerar los mandamientos como inapreciables y valiosos, antes que toda otra doctrina, como el tesoro mayor que Dios nos ha dado.

SEGUNDA PARTE SOBRE EL CREDO Hemos odo hasta ahora slo la primera parte de la doctrina cristiana y ya vimos todo lo que Dios quiere que hagamos y dejemos. Sigue ahora, como debe ser, el Credo, que nos presenta todo lo que debemos esperar y recibir de Dios y, para decirlo brevemente, para que aprendamos a conocerlo enteramente. Dicho conocimiento nos ha de servir para poder hacer las mismas cosas que los mandamientos nos ordenan. Porque, como indicamos, los mandamientos son tan excelsos que el poder de todos los hombres resulta demasiado insignificante para cumplirlos. De aqu la imprescindible necesidad de aprender esta segunda parte de la doctrina cristiana tan bien como la primera, para saber cmo se llega a dicho cumplimiento y de dnde y por qu medios se recibe tal fuerza. Si pudiramos cumplir loa mandamientos por nuestras propias fuerzas, tal como hay 269

que cumplirlos, de nada ms necesitaramos, ni del Credo, ni del Padrenuestro. Antes de pasar a exponer la necesidad y beneficios tales del Credo, bastar en primer trmino que la gente sencilla aprenda a captar y comprender el Credo por lo que l mismo explica. En primer lugar hasta ahora se ha dividido el Credo en doce artculos. Sin embargo, si se debiese tomar uno a uno todos los puntos contenidos en la Escritura y que pertenecen al Credo, resultaran mucho ms artculos y no todos podran ser expresados claramente con tan pocas palabras. Pero a fin de que se pueda captar estas cosas de la manera ms fcil y simple, cmo hay que ensear a los nios, compendiaremos brevemente todo el Credo en tres artculos principales, las tres personas de la divinidad, a las cuales est dirigido todo cuanto creemos. De este modo, el primer artculo, referente a Dios Padre, explica la creacin. El segundo artculo, referente al Hijo, explica la redencin. Y el tercer artculo, referente al Espritu Santo, explica la santificacin. Es como si el Credo estuviese compendiado con suma brevedad en las siguientes palabras: "Creo en Dios Padre que me ha creado; creo en Dios Hijo que me ha redimido; creo en el Espritu Santo que me santifica. Un Dios y un Credo, pero tres personas y, por lo tanto, tres artculos y tres confesiones. Tratemos brevemente estas palabras.

ARTCULO PRIMERO "Creo en Dios, el Padre Todopoderoso, CREADOR de los cielos y de la tierra" Con estas palabras quedan descriptos y expuestos lo que son el ser y la voluntad, la accin y la obra de Dios el Padre. Al indicar los Diez Mandamientos que nicamente se tendr un solo Dios, cabria preguntar: Y qu Dios es se? Qu hace? Cmo puede ensalzrsele, o de qu modo hemos de representrnoslo o describirlo, a fin de quo pueda conocrselo? Esto es precisamente lo que nos ensean ste y los dems artculos. Por lo tanto, el Credo no es ms que una contestacin y confesin del cristiano, basadas ambas en el primer mandamiento. Sera igual que si interrogsemos a un pequeuelo: "Querido, qu clase de Dios tienes? Qu sabes t de l?", y l pudiera decir: "Mi Dios es ante todo, el Padre, el que ha creado los cielos y la tierra. Y fuera de este nico Dios, yo no considero nada como Dios, porque nadie, ms que l podra crear los cielos y la tierra." Para los doctos, sin embargo, y para los que tienen cierta instruccin, se pueden tratar en detalle estos artculos, dividindolos en tantas partes como palabras contienen. Empero, ahora, tratndose de alumnos jvenes, bastar que indiquemos lo imprescindible, esto es, como se ha dicho, que este artculo atae a la creacin, basndonos en las palabras: "...Creador de los cielos y de la tierra". Qu significa ahora o qu quieres decir con estas palabras: "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador, etc....?" Respuesta: Digo y creo que soy criatura de Dios. Esto es, que Dios me ha donado y me conserva sin cesar mi cuerpo y alma y vida, mis miembros grandes y pequeos, todos mis sentidos, mi razn, mi inteligencia, etc., la comida y la bebida, vestidos y limentos, mujer e hijos, servidumbre, hogar, hacienda, etc. Adase a esto que Dios pone todo lo creado para servir al provecho y las necesidades de nuestra vida: el sol, la luna y las estrellas en el cielo, el da y la noche, el aire, el fuego y el agua, la tierra y todo cuanto ella lleva y puede producir: las aves, los peces, toda clase de animales, los cereales y toda clase de plantas y tambin los que son ms bien haberes corporales y temporales, un buen gobierno, paz y seguridad. De tal manera se aprende, pues, por este artculo que ninguno de nosotros es capaz de poseer o conservar por s mismo su vida y todo lo que acabamos de enumerar, y que podramos seguir enumerando, aunque fuera lo ms insignificante; porque todo est comprendido en la palabra CREADOR.

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Confesamos, adems, que no slo nos ha concedido el Dios Padre todo lo que poseemos y tenemos ante la vista, sino que asimismo nos guarda y protege a diario de todo mal y desgracia apartando de nosotros todo gnero de peligros y accidentes y todo esto por puro amor y bondad y sin que nos lo merezcamos; como un padre amante que se preocupa de que ningn dao nos ocurra. Pero, decir ms, forma parte de las otras dos partes del artculo donde se dice: "Padre Todopoderoso..." Se deduce de lo dicho como conclusin que, al otorgarnos, conservarnos y protegernos Dios diariamente todo cuanto tenemos, amn de lo que en los cielos y la tierra existe, estaremos obligados a amarlo siempre, a alabarle y a agradecerle y, en fin, a servirle enteramente segn l lo exige y ordena en los Diez Mandamientos. Habra mucho que decir, si se tuviera que exponer esto en detalle, cuan pocos son los que creen en este artculo. Porque todos pasamos por encima de l; lo omos y lo recitamos, pero ni vemos, ni reflexionamos sobre lo que estas palabras nos ensean. Porque, si lo creysemos de corazn, obraramos conforme a ello y no andaramos orgullosos, tercos y engredo, como si la vida, la riqueza, el poder y el honor, etc., procedieran de nosotros mismos. Hacemos, al fin como si hubiera de temrsenos y servrsenos; que as lo exige este mundo perdido y trastornado, que est sumido en su ceguedad, un mundo que abusa de todos los bienes y dones de Dios nicamente para su altanera, para su codicia, para su deleite y bienestar, sin parar mientes siquiera en Dios para agradecerle o reconocerle como Seor y Creador. De aqu que este artculo debiera humillarnos y horrorizarnos si lo creyramos. Porque pecamos a diario con los ojos y los odos, con las manos y con el cuerpo, con el alma, con el dinero y los bienes y, con todo cuanto tenemos. As hacen especialmente quienes, adems, luchan contra la palabra de Dios. La ventaja que los cristianos tienen sobre los dems hombres es que pueden reconocerse culpables y que, as, se sienten impulsados a servir y obedecer a Dios. Por la misma razn ser preciso que nos ejercitemos diariamente en la prctica de este artculo. Lo grabaremos en nuestra mente y lo recordaremos en todo cuanto se presente a nuestros ojos, as tambin como en las bondades que experimentemos. Y si nos visemos librados de angustias y peligros, siendo Dios quien da y hace todas estas cosas por nosotros debemos ver y sentir su paternal corazn y su amor superabundante frente a nosotros. Esto calentara y encendera nuestro corazn con el deseo de ser agradecidos y de usar todos estos bienes para honor y alabanza de Dios. ste sera, brevemente expuesto, el sentido del primer artculo, tal como es necesario que lo aprendan primeramente las almas sencillas: lo que recibimos y tenemos de Dios y tambin a lo que estamos obligados por ello. Tal conocimiento es grande y excelente pero, adems, un tesoro mayor an. Porque ah vemos cmo se nos ha entregado el Padre juntamente con todas las cosas creadas y cmo nos provee en suma abundancia en esta vida, amn tambin de colmarnos de bienes inefables y eternos por medio de su Hijo y del Espritu Santo, como en seguida veremos. ARTCULO SEGUNDO "... Y en Jesucristo, su nico Hijo, nuestro SEOR, que fue concebido por el Espritu Santo; naci de la Virgen Mara; padeci bajo Poncio Piloto; fue crucificado, muerto y sepultado; descendi a los infiernos; al tercer da resucit de entre los muertos; subi a los cielos; y est sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso, de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos". Aqu aprendemos a conocer la segunda persona de la divinidad, para que veamos lo que, aparte de los bienes temporales antes enumerados, tenemos de Dios, esto es, cmo se ha derramado enteramente y no ha retenido nada que no nos diera. Muy rico y extenso es este artculo. Pero, a fin de tratarlo con brevedad y sencillez, tomaremos una sola frase y captaremos 271

en ella la suma entera de este artculo, es decir, como ya se ha dicho, para que se aprenda cmo hemos sido redimidos. Sern estas palabras... "...En Jesucristo, nuestro SEOR". Si ahora se pregunta: Qu crees t en el segundo artculo sobre Jesucristo? Responde muy brevemente: Creo que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios ha llegado a ser mi Seor Y qu significa que ha llegado a ser tu Seor? Significa que me ha redimido del pecado, del diablo, de la muerte y de toda desdicha. Porque antes yo no tena ni seor, ni rey alguno, sino que estaba sujeto a la potestad del diablo, condenado a morir, retenido en los lazos del pecado y de la ceguedad. En efecto, despus de haber sido nosotros creados y una vez que habamos recibido diversos beneficios de Dios, el Padre, vino el diablo y nos llev a desobedecer, al pecado, a la muerte y a todas las desdichas, de modo que nos quedamos bajo la ira de Dios y privados de su gracia, condenados a la perdicin eterna, tal como nosotros mismos lo habamos merecido en justo pago a nuestras obras. Y nos falt todo consejo, auxilio y consuelo hasta que el Hijo nico y eterno de Dios se compadeci de nuestra calamidad y miseria con su insondable bondad y descendi de los cielos para socorrernos. Y, entonces, todos aquellos tiranos y carceleros fueron ahuyentados y en su lugar vino Jesucristo, un seor de vida y justicia, de todos los bienes y la salvacin, y nos ha arrancado pobres y perdidos hombres de las fauces del infierno, nos ha conquistado, nos ha liberado y devuelto a la clemencia y gracia del Padre, nos ha puesto bajo su tutela y amparo, como cosa suya, para gobernarnos con su justicia, su sabidura, su potestad, su vida y su bienaventuranza. El compendio de este segundo artculo es, pues, que: la palabrita SEOR significa muy sencillamente, redentor, esto es, l nos ha conducido del diablo a Dios, de la muerte a la vida, del pecado a la justicia y nos mantiene en ello. Las dems partes que siguen en este artculo no hacen otra cosa, sino explicar y expresar tal redencin, cmo y en virtud de qu medios fue realizada; lo que cost a Cristo y lo que l mismo hubo de poner a contribucin; lo que tuvo que aventurar para conquistarnos y ponernos bajo su seoro; o sea, se hizo hombre, fue concebido y naci del Espritu Santo y la Virgen sin pecado alguno, a fin de ser seor del pecado; adems, padeci, muri y fue sepultado, con el objeto de satisfacer por m y pagar mi deuda no con oro o plata sino con su propia y preciosa sangre. Y sucedi todo esto para que l fuera mi seor, pues no lo hizo para s mismo, ni siquiera lo necesitaba. Despus resucit subyugando y devorando as a la muerte. Y, por ltimo, subi a los cielos y ha tomado el poder a la diestra del Padre, de manera que tanto el diablo como todas las dems potencias tienen que someterse a l y estar por estrado de sus pies, hasta que en definitiva en el da del juicio final nos separe completamente y nos aparte del mundo malvado, del diablo, de la muerte y del pecado, etc. Pero explicar especialmente por separado cada una de las partes, no cabe dentro de los lmites de esta breve predicacin destinada a los nios, sino que corresponde a los sermones extensos que en el transcurso del ao se predican y, en particular, en las pocas prescriptas para esto, es decir, para exponer detenidamente cada parte: el nacimiento, la pasin, la resurreccin, la ascensin de Cristo, etc. Asimismo se basa todo el evangelio que predicamos en una recta comprensin de este artculo, ya que en l radica toda nuestra salvacin y bienaventuranza, el cual es tan rico y extenso que siempre tendremos que aprender suficientemente de l. ARTCULO TERCERO "Creo en el Espritu Santo; la santa iglesia cristiana; la comunin de los santos; la remisin de los pecados; la resurreccin de la carne; y la vida eterna. Amn." No podra yo titular mejor este artculo que denominndolo artculo de la santificacin, como antes indiqu; porque en l se expresa y presenta el Espritu Santo y su accin, o sea que 272

nos santifica. Por eso, debemos basarnos en la palabra "Espritu Santo", porque est tan brevemente expresado que no se puede tener otro trmino. En la Escritura se enumeran, adems, diversos espritus, como son el espritu del hombre, los celestiales y los de maldad. Mas slo el espritu de Dios recibe el nombre de Espritu Santo, es decir, el espritu que nos ha santificado y nos sigue santificando. As como se denomina al Padre: el Creador; y al Hijo: el Redentor, tambin al Espritu Santo debe denominrsele segn su obra, el Santo o el Santificador. De qu modo se realiza dicha santificacin? Respuesta: As como logra el Hijo la soberana en virtud de la cual nos conquist con su nacimiento, muerte y resurreccin, etc., as tambin el Espritu Santo realiza la santificacin igualmente por medio de lo que es indicado en seguida; por la comunin de los santos, o sea, la iglesia cristiana, por e1 perdn de los pecados, la resurreccin de la carne y la vida eterna. Es decir, el Espritu Santo nos lleva primero a su comunidad santa y nos pone en el seno de la iglesia, por la cual nos predica y nos conduce a Cristo. En efecto, ni t ni yo podramos saber jams algo de Cristo, ni creer en l, ni recibirlo como "nuestro Seor", si el Espritu Santo no nos ofreciese estas cosas por la predicacin del evangelio y las colocara en nuestro corazn como un don. La obra tuvo lugar y fue realizada, pues Cristo obtuvo y conquist para nosotros el tesoro con sus padecimientos, su muerte y su resurreccin, etc. Mas, si esta obra de Cristo permaneciese oculta y sin que nadie supiera de ella, todo habra sucedido en vano y habra que darlo por perdido. Ahora bien, a fin de evitar que el tesoro quedase sepultado y para que fuese colocado y aprovechado, Dios ha enviado y anunciado su palabra, dndonos con ella el Espritu Santo, para traernos y adjudicarnos tal tesoro y redencin. Por consiguiente, santificar no es otra cosa que conducir al SEOR Cristo, con el fin de recibir tales bienes que por nosotros mismos no podramos alcanzar. As, pues, aprende a entender este artculo de la manera ms clara posible. Si se pregunta: Qu quieres decir con las palabras: "Creo en el Espritu Santo"?, puedes responder: "Creo que el Espritu Santo me santifica, como su nombre ya indica". Pero, con qu realiza el Espritu Santo dicha santificacin o cul es su manera y de qu medios se sirve? Respuesta: "Por medio de la iglesia cristiana, la remisin de los pecados, la resurreccin de la carne y la vida eterna." El Espritu Santo dispone, ante todo, de una comunidad especial en este mundo, que es la madre, pues ella engendra y mantiene a todo cristiano mediante la palabra de Dios que l mismo revela y ensea, iluminando y encendiendo as los corazones, a fin de que la capten y la acepten, se acojan a ella y en ella permanezcan. En efecto, donde el Espritu Santo no hace predicar la palabra de Dios y la hace vivir en los corazones, para que la capten, entonces 'fiesta perdida, como ha ocurrido bajo el papado, que la fe estaba completamente escondida y nadie conoca a Cristo como Seor, ni al Espritu Santo como el Santificador. Es decir, nadie crea que Cristo fuese de ese modo nuestro Seor, quien sin nuestras obras y mritos nos ha conquistado este tesoro hacindonos agradables al Padre. En qu consista la falta? En la ausencia del Espritu Santo, el cual hubiera revelado y hecho predicar tales cosas. Pero, en su lugar, fueron hombres y malos espritus quienes nos enseaban que seramos salvos y lograramos la gracia divina mediante nuestras obras. Por eso no es la iglesia cristiana; porque donde no se predica a Cristo, tampoco existe el Espritu Santo que hace la iglesia cristiana, la llama y la congrega, fuera de la cual nadie puede venir al Seor Cristo. Baste lo dicho como compendio de este artculo. Sin embargo, puesto que los puntos que han sido enumerados no son muy claros para la gente simple, los repasaremos. El Credo denomina a la santa iglesia cristiana communionem sanctorum, "comunin de los santos". Se trata, pues, de dos expresiones que se relacionan con la misma cosa, pero no figuraba antes una de ellas. Por otro lado, es una traduccin inexacta e incomprensible en nuestra lengua alemana, si decimos "comunin de los santos". Para entregar claramente el sentido, sera 273

necesario decirlo de otra manera en alemn, pues la palabra ecclesia significa propiamente en alemn una "asamblea". Pero, nos hemos acostumbrado ya a la palabrita "iglesia" y el vulgo no entiende por la iglesia el conjunto de personas reunidas, sino la casa o edificio consagrados. Por lo dems debiera denominarse al edificio "iglesia", nicamente por ser el lugar donde el conjunto de personas se rene. Porque somos nosotros los reunidos, los que tomamos y escogemos un lugar especial y le damos un nombre segn la asamblea. Por lo tanto, la palabrita "iglesia" no significa otra cosa que "una asamblea general" y no es por su procedencia alemana, sino griega (lo mismo que la palabra ecclesia). En efecto, en su lengua deca Kyria, lo mismo que en latn se denomina curiam. Por consiguiente, en buen alemn y en nuestra lengua materna habra de decirse "comunidad cristiana" o "asamblea" o, lo que sera mejor y mus claro, "una santa cristiandad". Asimismo debiera traducirse el vocablo communio que se agrega no por "comunin", sino por "comunidad". No es otra cosa, sino una glosa o interpretacin donde alguien ha querido indicar lo que es la iglesia cristiana. Los nuestros, sin saber ni latn, ni alemn, colocaron en su lugar "comunin de los santos" que ni se dice en alemn, ni tampoco se entiende. Para hablar correcto alemn habra que decir "comunidad de los santos", esto es, una comunidad en la que hay puros santos o ms claramente an "una comunidad santa". Y digo esto para que se entiendan las palabras, pues han entrado tan profundamente en las costumbres que es difcil desarraigarlas. Y donde se cambia una palabra, tiene que calificarse inmediatamente de hereja. Este es el sentido y el contenido principales de esta adicin: Creo que existe en la tierra un santo grupo reducido y una santa comunidad que se compone de puros santos, bajo una cabeza nica que es Cristo, convocada por el Espritu Santo, en una misma fe, en el mismo sentido, y en la misma comprensin, con diferentes dones, pero estando unnimes en el amor, sin sectas, ni divisiones. Yo soy tambin parte y miembro de esta comunidad y participante y codisfrutante de todos los bienes que tiene, llevado a ello por el Espritu Santo e incorporado por el hecho de que escuch y contino escuchando la palabra de Dios, la cual es el comienzo para ingresar en ella. Pues, antes de haber sido introducidos a ella pertenecamos totalmente al diablo, como los que no han sabido nada de Dios, ni de Cristo. Por lo tanto, el Espritu Santo permanecer con la santa comunidad o cristiandad hasta el da del juicio final, por la cual nos buscar, y se servir de, ella para dirigir y practicar la palabra, mediante la cual hace y multiplica la santificacin, de modo que la cristiandad crezca y se fortalezca diariamente en la fe y sus frutos que l produce. A continuacin, creemos que en la cristiandad tenemos la remisin de los pecados, lo que ocurre mediante los santos sacramentos y la absolucin, as como tambin mediante mltiples palabras consolatorias de todo el evangelio. Por eso, cabe aqu la predicacin acerca de los sacramentos y, por decirlo brevemente, todo el evangelio y todas las funciones dentro de la cristiandad. Es necesario que estas cosas sean practicadas sin cesar, porque si bien la gracia de Dios ha sido adquirida por Cristo y la santificacin operada por el Espritu Santo mediante la palabra de Dios en la comunin de la iglesia cristiana, nosotros, a causa de la carne, jams somos sin pecado, pues la carne es algo que nos arrastra consigo. Por esta razn, en la cristiandad ha sido todo ordenado, de manera que se busque cada da pura y simplemente la remisin de los pecados por la palabra y los signos para consolar y animar nuestra conciencia mientras vivamos. As el Espritu Santo obra de modo que, aunque tengamos pecado, no nos puede daar, porque estamos en la cristiandad, donde no hay sino remisin de los pecados bajo dos formas: Dios nos perdona y nosotros nos perdonamos mutuamente, nos soportamos y auxiliamos. Sin embargo, fuera de la cristiandad, donde no existe el evangelio tampoco hay perdn alguno, lo mismo que no puede haber santificacin. Por eso, se han separado y excluido ellos mismos de la cristiandad,

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todos los que quieren buscar y merecer la santificacin no por el evangelio y la remisin de los pecados, sino por sus obras. Sin embargo, entretanto, ya que ha comenzado la santificacin y aumenta a diario, esperamos que nuestra carne sea matada y sepultada con toda su suciedad, resurja gloriosa y resucite para una santidad total y completa en una nueva vida eterna. Porque actualmente slo en parte somos puros y santos, a fin de que el Espritu Santo influya siempre en nosotros por la palabra y nos distribuya diariamente el perdn de los pecados, hasta aquella vida en que ya no habr ms perdn, sino hombres enteramente puros y santos, llenos de piedad y de justicia, sacados y libertados del pecado, la muerte y toda desdicha, en cuerpo nuevo, inmortal y transfigurado. Mira, todo debo ser la accin m y la obra del Espritu Santo. En este mundo comienza la santificacin y la hace crecer diariamente por dos los: la iglesia cristiana y el perdn de los pecados. Mas cuando nuestra carne se pudra, el Espritu Santo la acabar en un momento y la mantendr eternamente gracias a los dos ltimos medios. Pero, que aqu se diga "resurreccin de la carne" no constituye una buena expresin en nuestra lengua. En efecto, cuando escuchamos "carne" no pensamos nada ms sino en los negocios de carne. Por eso, convendra decirse en buen alemn "resurreccin del cuerpo o del cadver". Sin embargo, esto no tiene gran importancia, siempre que se comprendan bien estas palabras. Tal es, pues, el artculo que siempre debe estar en vigor y permanecer. Porque la creacin es para nosotros cosa ya hecha y lo mismo la redencin est realizada tambin. Pero el Espritu Santo proseguir su obra sin cesar hasta el da del juicio, instituyendo una comunidad en este mundo para eso, por la que l habla y hace todas las cosas; porque an no ha reunido a toda su cristiandad, ni tampoco ha distribuido enteramente el perdn. Por eso, creemos en l, que por medio de la palabra diariamente nos busca, nos dona la fe y, tambin mediante la misma palabra y el perdn de los pecados, la acrecienta y fortalece, de modo que cuando todas estas cosas hayan sido cumplidas y cuando habiendo permanecido firmes, estemos muertos para el mundo y libres de todo infortunio l nos vuelve definitiva, perfecta y eternamente santos, lo que esperamos ahora por la palabra en la fe. Mira, aqu tienes expuesto con gran arte y con las palabras muy breves, aunque ricas, la esencia, la voluntad y la obra enteras de Dios. En ello se condensa toda nuestra sabidura, que excede toda sabidura, sentido y razn del hombre, y triunfa. Porque, si bien el mundo entero se ha venido esforzando con todo ahnco por conocer lo que es Dios, lo que l quiere y lo que hace; nunca, sin embargo, ha llegado a ser capaz de lograr ninguna de estas cosas. No obstante, aqu tienes todo esto de la manera ms rica, ya que Dios mismo ha revelado y descubierto el abismo profundo de su paternal corazn y de su amor inefable en estos tres artculos. Pues Dios nos ha creado precisamente para redimirnos y santificarnos. Y, adems de habernos donado y concedido todo cuanto en la tierra y en los cielos existe, nos ha entregado a su Hijo y asimismo al Espritu Santo para atraernos por medio de ambos hacia s. Pues, nosotros, como se explic antes, jams podramos llegar a conocer la clemencia y la gracia del Padre a no ser por el SEOR Cristo que es un espejo del corazn del Padre, sin el cual slo veramos la imagen de un juez airado y terrible. Mas, por otra parte, nada podramos saber de Cristo, si el Espritu Santo no nos lo hubiera revelado. Por eso, estos artculos del Credo nos separan y nos ponen aparte a nosotros los cristianos de todos los dems hombres de la tierra, pues quienes estn fuera de la cristiandad, sean paganos o turcos, judos o falsos cristianos, o hipcritas, aunque crean y adoren a un solo dios verdadero, ignoran no obstante, los verdaderos propsitos de Dios frente a ellos y no pueden esperar de l ningn amor, ni bien, y, por lo tanto, permanecen bajo la ira y la condenacin eternas, pues no tienen a Cristo, el SEOR, y, adems no son iluminados y agraciados con ningn don por el Espritu Santo. 275

Por todo esto ves ahora que el Credo es una doctrina completamente distinta que la de los Diez Mandamientos. stos nos ensean lo que nosotros debemos hacer, pero el Credo nos indica aquello que Dios hace con nosotros y lo que nos da. Por otro lado, los Diez Mandamientos han sido ya escritos en todo corazn humano, mientras que el Credo no puede ser comprendido por ninguna sabidura humana y ha de ser enseado nicamente por el Espritu Santo. De aqu tambin que esa doctrina de los Diez Mandamientos tampoco hace a nadie cristiano; porque al no poder cumplir nosotros lo que Dios nos exige, permaneceremos siempre bajo la ira y privacin de su gracia. Pero sta, la doctrina del Credo, no aporta otra cosa, sino la gracia, nos hace justos y agradables a Dios. Pues por este conocimiento llegamos a tener placer y amor hacia todos los mandamientos de Dios, pues aqu vemos cmo Dios se da a nosotros enteramente con todo lo que tiene y puede con el fin de sostenernos y ayudarnos a cumplir los Diez Mandamientos. El Padre nos da todo lo creado; Cristo, todas sus obras; el Espritu Santo, todos sus dones. Lo que hemos dicho del Credo basta, por el momento, para formar una base para las almas sencillas sin que las sobrecargue. De modo que una vez que hayan entendido el resumen, puedan proseguir por s mismas sus esfuerzos de bsqueda y relacionen con esto todo lo que aprendan en la Escritura y as siempre aumentarn y crecern en una comprensin ms rica; pues, mientras vivamos aqu tenemos con ello para predicar y aprender diariamente.

TERCERA PARTE El Padrenuestro Hemos odo ahora qu se debe hacer y creer. En ello consiste la vida mejor y ms feliz. Sigue ahora la tercera parte: Cmo se debe orar? Puesto que estamos hechos de tal modo que nadie puede observar plenamente los Diez Mandamientos aunque haya empezado a creer y el diablo se oponga a ello con toda fuerza, como asimismo el mundo y nuestra propia carne por esto, no hay nada tan necesario como asediar de continuo a Dios, clamar y pedir que nos d, conserve y aumente la fe y el cumplimiento de los Diez Mandamientos y nos quite de en medio todo cuanto est en nuestro camino e impide. Mas para que sepamos qu y cmo debemos orar, nuestro SEOR Cristo mismo nos ense la manera y las palabras, como veremos. Antes de explicar por partes el Padrenuestro, ser muy necesario previamente exhortar a la gente y estimularla a orar, como lo hicieran tambin Cristo y los apstoles m. Hemos de saber primero que de Dios recibe el nombre de Espritu Santo, es decir, el espritu que estamos obligados a orar a causa del mandamiento de Dios. Hemos odo, en efecto, en el segundo mandamiento: "No tomars el nombre de tu Dios en vano". En este mandamiento se exige alabar el santo nombre e invocarlo u orar en todas las necesidades, puesto que invocar no es otra cosa que orar. Por consiguiente, orar es mandado severa y seriamente del mismo modo como todos los dems mandamientos: no tener otro dios, no matar, no hurtar, etc., para que nadie piense que es lo mismo orar o no orar, tal como creen las personas burdas que tienen la siguiente obcecacin e idea: "Para qu debo orar? Quin sabe si Dios atiende mi oracin o quiere orla? Si yo no oro, otro lo har". De esta manera adquieren la costumbre de no orar ya jams, pretextando que nosotros rechazamos oraciones falsas e hipcritas, como si ensesemos que no se debiera orar o que no fuera menester rezar. No obstante, en todo caso esto es cierto: las oraciones que se han hecho hasta ahora, salmodiadas y vociferadas en la iglesia, etc., no han sido en verdad oraciones, puesto que semejante cosa exterior, cuando est bien realizada, puede constituir un ejercicio para los nios, alumnos y las personas simples. Podrn llamarse cantos o lecciones, pero no son propiamente 276

oraciones. En cambio, tal como ensea el segundo mandamiento, orar es "invocar a Dios en todas las adversidades". Esto lo quiere Dios de nosotros y ello no depender de nuestro arbitrio. Por lo contrario, debemos orar y es necesario que lo hagamos, si queremos ser cristianos. Lo mismo que debemos obedecer y es necesario que lo hagamos a nuestro padre, a nuestra madre y a las autoridades. Con las oraciones e imploraciones se honra el nombre de Dios y se lo emplea tilmente. Ante todo, debes tener presente que con ello haces callar y repulsas los pensamientos que nos apartan y espantan de la oracin. En efecto, lo mismo que no vale que un hijo diga al padre: "Qu importa mi obediencia? Yo quiero ir y hacer lo que pueda. Lo mismo da". Al contrario, he aqu el mandamiento: Tienes el deber y la obligacin de hacerlo. Tampoco est aqu en mi voluntad el hacerlo o dejarlo de hacer, sino que debo orar y tengo la obligacin de hacerlo. Por ello, debes concluir y pensar: Como con toda insistencia se ha ordenado que oremos, de ninguna manera ha de menospreciar nadie su oracin, sino que la tendr en grande y suma estima. Toma t siempre el ejemplo de los dems mandamientos. De ningn modo un nio ha de despreciar la obediencia al padre y a la madre, sino que siempre debe pensar: "La obra es obra de obediencia y lo que hago no lo realizo con otra intencin, sino de que se efecte en la obediencia y segn el mandamiento de Dios. Sobre esto puedo fundamentarme y apoyarme y estimo mucho tal obra, no por mi dignidad, sino por el mandamiento". Lo mismo sucede tambin en este caso. Lo que pedimos y por lo cual pedimos a Dios, siempre hemos de considerarlo como algo exigido por Dios y realizado en obediencia y pensaremos: "En cuanto a m atae, no sera nada, pero deber valer, porque Dios lo ha mandado". As, cada cual debe presentarse siempre ante Dios cualquiera sea su peticin en la obediencia a este mandamiento. Pedimos y amonestamos diligentsimamente por ello a todos para que tomen estas cosas de corazn y que de modo alguno desprecien nuestra oracin. Pues hasta ahora se ha enseado en el nombre del diablo, de manera que nadie apreciaba tales cosas y se opinaba que bastaba con que la obra se llevase a cabo, sin que importe que Dios escuchara sus ruegos o no. Esto significa arriesgar la oracin al .azar y murmurarla a la buena ventura y, por ello, es una oracin perdida. Pues, nosotros nos dejamos detener y espantar por tales pensamientos. "No soy suficientemente santo, ni digno. Si fuese tan piadoso y santo como San Pedro o San Pablo rezara". Pero, alejemos tales ideas cuanto podamos, puesto que el mismo mandamiento que rega para San Pablo, tambin me atae a m. El segundo mandamiento tanto se ha establecido a causa ma como por l, de modo que no pueda jactarse de tener un mandamiento mejor ni ms santo. Por lo tanto, debers decir: "La oracin que yo hago es tan preciosa, santa y agradable a Dios como la de San Pablo y de los dems santos. La causa es la siguiente: con gusto admito que l sea ms santo en cuanto a su persona, pero no en lo que concierne al mandamiento, porque Dios no mira la oracin por la persona, sino a causa de su palabra y de la obediencia. Pues, en el mandamiento, en el cual fundamentan su oracin todos los santos, baso yo tambin la ma. Adems, rezo por lo mismo que todos ellos en conjunto piden y han pedido". Sea la parte primera y la ms necesaria que toda nuestra oracin se deba fundamentar y apoyar en la obediencia a Dios, sin que se mire nuestra persona, seamos pecadores o justos, dignos o indignos. Han de saber todos que Dios quiere que esto se tome en serio y que se airar y nos castigar si no pedimos, como fustiga toda desobediencia; luego, que no desea que nuestras preces sean en vano y perdidas. Si no quisiese atender tus ruegos no te habra ordenado orar y no lo habra impuesto por un mandamiento tan severo. Por otra parte, lo que nos debe incitar tanto ms y estimular es el hecho de que Dios agregara y confirmara tambin una promesa, concediendo que ha de ser seguro y cierto lo que pedimos en oracin, como dice en el Salmo 50: "Invcame en el da de la angustia: te librar"; lo mismo Cristo en el evangelio de Mateo: "Pedid y se os dar, etc., porque cualquiera que pide, recibe". Por cierto, esto debera despertar nuestro 277

corazn e inflamarlo para orar con gozo y amor, puesto que Dios con su palabra testimonia que nuestra oracin le agrada de corazn. Adems, con certeza ser atendida y concedida para que no la despreciemos, ni la arrojemos al viento, ni oremos al azar. Esto se lo puedes hacer presente diciendo: "Aqu vengo, amado Padre, y no pido por mi propsito, ni por dignidad propia, sino a causa de tu mandamiento y de tu promesa que no puede fallar ni mentirme". Quien no cree en tal promesa, ha de saber una vez ms que enoja a Dios como quien lo deshonra en sumo grado y lo trata de mentiroso. Adems, tambin nos incitar y nos atraer que, fuera del mandamiento y de la promisin, Dios se anticipe y nos ponga en la boca l mismo la palabra y el modo de cmo y qu hemos de orar, para que veamos cuan cordialmente se est ocupando de nuestra necesidad, para que de manera alguna dudemos que le agrade tal oracin y que de seguro es atendida. Esto es una gran ventaja sobre todas las dems oraciones que podramos excogitar nosotros, puesto que en este caso la conciencia siempre estara en dudas y dira: "He orado, mas, quin sabe cmo esto le agrada y si he encontrado la medida y el modo adecuados?" Por ello, no se puede encontrar en la tierra oracin ms noble, porque tiene este excelente testimonio de que a Dios le agrada cordialmente orla. Tan valiosa es que por ella no deberamos aceptar las riquezas del mundo entero. Y tambin ha sido prescripta de esta manera con el fin de que veamos y consideremos la necesidad que nos ha de impeler y obligar a orar continuamente. Pues quien quiere pedir, debe aportar, proponer y nombrar algo que desea. De otra forma no puede hablarse de oracin. En consecuencia, desechamos con razn las oraciones de los monjes y curas que allan terriblemente y murmuran da y noche, mas ninguno de ellos piensa en pedir siquiera una bagatela. Y si juntsemos todas las iglesias y sus clrigos, tendran que confesar que jams han orado de corazn ni por una gotita de obediencia a Dios y por la fe en la promesa; tampoco consideraban necesidad alguna, sino que no pensaban en otra cosa (cuando lo hacan en la forma mejor) que en realizar una buena obra para pagar as a Dios como gente que no quera recibir algo de l, sino nicamente darle. Sin embargo, all donde haya oracin verdadera es menester que sea cosa seria y que se sienta su necesidad y una necesidad tal que nos pese y nos impela a llamar y clamar. De este modo, la oracin surge espontneamente, como es que debe surgir. No precisa de enseanza alguna sobre cmo debe prepararse y conseguir la devocin. Mas la necesidad que ha de preocuparnos tanto por nosotros como por todos, la hallars con la suficiente abundancia en el Padrenuestro. Por ello, ste tambin servir para que nos acordemos de ella, la contemplemos y la tomemos de corazn, para que no nos cansemos de orar. En efecto, todos tenemos suficientemente cosas que nos faltan, pero la falla est en que no lo sentimos, ni vemos. Por eso, Dios quiere tambin que lamentes semejante adversidad y penuria y la menciones expresamente, no como si l no la conociera, sino para que t enciendas tu corazn a fin de desear ms y con ms fuerza y para que slo extiendas ampliamente el manto y lo abras para recibir mucho. Por eso, desde la puericia debemos acostumbrarnos a orar diariamente, cada cual por todas sus necesidades dondequiera que sienta algo que le atae, y tambin por las necesidades de otras personas entre las cuales vive, a saber, por los predicadores, las autoridades, los vecinos y la servidumbre, y siempre (como queda dicho) hemos de hacer presente a Dios, su mandamiento y su promesa, y saber que-no quiere que se desprecie la oracin. Lo digo, porque me gustara. volver a difundir entre los hombres que aprendiesen a orar rectamente, en lugar de andar tan rudos y fros, por lo cual se vuelven, cada vez ms torpes para orar. Esto lo quiere el diablo y contribuye a ello con todas sus fuerzas, puesto que bien siente el mal y el dao que se le hace, cuando la oracin se practica como es debido. 278

Hemos de saber que toda nuestra defensa y proteccin reside solamente en la oracin, puesto que somos demasiado dbiles frente al diablo, su poder y sus adictos. Si nos atacan, fcilmente podran pisotearnos. Por lo tanto, tenemos que pensar y tomar las armas con las que los cristianos deben estar preparados para mantenerse frente al diablo. Crees que hasta ahora se habran realizado cosas ta grandes, que se habran repelido, reprimido los consejos de nuestros enemigos, sus propsitos, homicidios y rebeliones por los cuales el diablo ha pensado destruirnos junto con el evangelio, si como un muro de hierro no se hubiesen interpuesto las preces de algunas personas piadosas a nuestro favor? Ellos mismos habran presenciado un juego completamente distinto, viendo que el diablo habra hecha perecer toda Alemania en su propia sangre. Mas, ahora podrn rerse y burlarse con tranquilidad. No obstante, frente a ellos y al diablo, por la sola oracin tendremos suficiente poder, con tal que continuemos diligentemente y no nos cansemos. Porque donde algn cristiano piadoso pide: "Amado Padre, hgase tu voluntad", l, en los cielos, dice: "S, hijo amado, por cierto ser y suceder as, pese al diablo y al mundo entero". Esto queda dicho a modo de exhortacin a fin de que se aprenda ante todo a considerar la oracin como una cosa grande y preciosa y para que se conozca la verdadera diferencia entre el parlotear y el pedir algo. De ninguna manera rechazamos la oracin, sino slo la mera batologa y el murmureo intiles, como tambin Cristo mismo reprueba y prohbe la palabrera larga. Ahora trataremos del Padrenuestro en la forma ms breve y ms clara. En l est comprendida, en una serie de siete artculos o peticiones, toda la necesidad que nos concierne sin cesar, y cada una es tan grande que nos debera impulsar a rogar por ella durante toda nuestra vida. La Primera Peticin Santificado sea Tu Nombre Es una expresin un tanto oscura y no est bien formulada en alemn, porque en nuestra lengua materna diramos: "Padre celestial, ayuda que slo tu nombre sea santo". Qu significa la oracin de que su nombre sea santificado? No es santo de por s? Respuesta: S, siempre es santo en su esencia, pero en nuestro uso no es santo. Se nos dio el nombre de Dios, porque hemos llegado a ser cristianos y fuimos bautizados, de modo que somos llamados hijos de Dios y tenemos los sacramentos, por los cuales nos une consigo mismo como en un cuerpo, de manera que todo lo que es de Dios deba servir para nuestro uso. Ah hay la gran necesidad por la cual hemos de procurarnos ms de que se honre su nombre y de que sea tenido por santo y venerable, como el ms precioso tesoro y santuario que tenemos y que, como hijos piadosos, pidamos que su nombre, santo de por s en el cielo, sea y quede santo tambin en la tierra entre nosotros y todo el mundo. Cmo es santificado entre nosotros? Responde en la forma ms clara en que es posible decirlo: cuando nuestra doctrina y nuestra vida son divinas y cristianas. Como en esta oracin llamamos a Dios nuestro padre, estamos obligados a comportarnos y conducirnos en todas partes como hijos piadosos, para que l por nuestra causa no tenga deshonor, sino honra y gloria. Ahora lo profanamos con palabras o con obras (pues lo que hacemos en la tierra ser o palabra u obra, discurso o accin). Primero, cuando uno predica, ensea y habla en el nombre de Dios lo que es falso y seductor, de modo que su nombre ha de cohonestar las mentiras y hacerlas aceptables. ste es el mayor oprobio y deshonor del divino nombre. Otro tanto es, tambin, cuando se usa groseramente el santo nombre como tapujo vergonzoso para perjurar, maldecir, hechizar, etc. Adems, tambin, con una vida y obras pblicas malas, cuando los que se llaman cristianos y pueblo de Dios son adlteros, borrachos, avaros, envidiosos y calumniadores; nuevamente, por causa nuestra, el nombre de Dios es ultrajado y blasfemado. Como para un padre carnal es una 279

vergenza y un deshonor el tener un hijo malo y degenerado que se le opone con palabras y obras, de modo que por su causa es menospreciado y vilipendiado; as tambin constituye una deshonra para Dios cuando nosotros que nos llamamos por su nombre y tenemos de l toda clase de bienes, enseamos, hablamos y vivimos de otra manera de la que corresponde a hijos piadosos y celestiales, de modo que telina que or que se dice de nosotros que no somos hijos de Dios, sino del diablo. Por lo tanto, ves que en este artculo pedimos precisamente lo que Dios exige en el segundo mandamiento, a saber, no abusar de su nombre para perjurar, maldecir, mentir, engaar, etc., sino usarlo provechosamente para alabanza y gloria de Dios. Quien usa el nombre de Dios para alguna maldad, profana y mancilla este santo nombre, como en tiempos pasados una iglesia se llamaba profanada cuando en ella se haba cometido un homicidio u otro crimen, o cuando se desdoraba una custodia o una reliquia, las cuales de por s eran santas, pero por el uso se profanaban. Por consiguiente, esta parte es simple y clara, con tal que uno entienda solamente el lenguaje, es decir, que "santificar" significa tanto, segn nuestra manera de decir, como "alabar, glorificar y honrar", sea con palabras como con obras. Mira, cuan altamente necesaria es semejante oracin! Porque, en efecto, vemos que el mundo est tan lleno de sectas y falsos doctores, los cuales llevan todos el santo nombre para cubrir y justificar su doctrina diablica; deberamos con razn sin cesar clamar y llamar contra todos los que errneamente predican y creen y contra cuanto ataca, persigue y quiere extinguir nuestro evangelio y nuestra doctrina pura, como los obispos, los tiranos y los fanticos, etc. Lo mismo ocurre tambin con nosotros los que tenemos la palabra de Dios, pero no estamos agradecidos ni vivimos de acuerdo con ella como deberamos. Si esto lo pides de corazn, puedes estar en la certeza de que a Dios le agrada, puesto que nada le placer tanto como or que su honra y gloria se anteponen a todas las cosas y que su palabra se ensea rectamente y se considera preciosa y de valor. La segunda peticin "Venga tu reino" Como hemos pedido en el primer artculo, el cual se refiere a la honra y al nombre de Dios, que Dios impida que el mundo cohoneste con ellos sus mentiras y su maldad, sino que los considere como venerables y santos, tanto con la doctrina como con la vida, con el fin de que sea alabado y glorificado en nosotros, as pedimos aqu que tambin venga su reino. Mas, como el nombre de Dios es santo en s y, no obstante, rogamos que sea santo entre nosotros, as tambin su reino viene de por s, sin nuestras peticiones. Sin embargo, pedimos que venga a nosotros, es decir que se establezca entre nosotros y con nosotros, de modo que tambin seamos una parte donde sea santificado su nombre y est en vigor su reino. Qu significa: reino de Dios? Respuesta: no es otra cosa que lo que antes omos en el Credo, que Dios mand a su hijo Cristo, nuestro SEOR, al mundo para que nos redimiera y liberara del poder del diablo y nos condujese hacia l y nos gobernase como rey de la justicia, de la vida y bienaventuranza, contra el pecado, la muerte y la mala conciencia; adems, nos dio tambin su Espritu Santo para que? nos hiciera presente esto por la palabra santa y para que nos iluminase por su poder en la fe y nos fortaleciese. En consecuencia, rogamos aqu, primero, que ella mantenga su poder entre nosotros y que su nombre se alabe de este modo por la santa palabra de Dios y una vida cristiana, para que nosotros que la hemos aceptado, permanezcamos en ella y aumentemos da por da, y para que entre otras personas obtenga aplauso y adhesin y se extienda poderosamente por el mundo, a fin de que muchos vengan al reino de gracia y sean partcipes de la redencin conducidos por el

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Espritu Santo, y para que todos nosotros quedemos eternamente en un reino que ha comenzado ahora. "La venida del reino de Dios hacia nosotros" se realiza de dos maneras: primero aqu, temporalmente, por la palabra y la fe; segundo, eternamente por la revelacin. Ahora pedimos ambas cosas, que venga a aquellos que an no estn en l y a nosotros que lo hemos alcanzado, por el incremento diario y para lo futuro en la vida eterna. Todo ello es como si dijramos: "Amado Padre, te pedimos que nos des primero tu palabra para que el evangelio sea predicado rectamente por todo el mundo; segundo, que tambin se acepte por la fe y acte y viva en nosotros, de manera que tu reino se ejerza entre nosotros por la palabra y el poder del Espritu Santo y se destruya el reino del diablo para que no tenga ningn derecho, ni fuerza sobre nosotros, hasta que finalmente quede aniquilado del todo, y el pecado, la muerte y el infierno sean extirpados para que vivamos eternamente en perfecta justicia y bienaventuranza". Por esto ves que no pedimos una limosna o un bien temporal y perecedero, sino un eterno tesoro superabundante, es decir, todo de lo que dispone Dios mismo. Esto es, por cierto, demasiado grande como para que ningn corazn humano pudiera tener el atrevimiento de proponerse a desear tanto, si l mismo no hubiese mandado pedirlo. Empero, como es Dios, quiere tener el honor de dar ms y ms abundantemente de lo que nadie alcance a comprender, como un cierno manantial inagotable. Cuanto ms fluye y desborda de l, lano ms da de s. Lo que ms exige de nosotros es que le pidamos unidlas y grandes cosas. Por otra parte, se encoleriza cuando no pedimos y reclamamos confiadamente. Sera lo mismo como si el emperador ms rico y ms poderoso ordenase a un pobre mendigo pedir lo que ste pudiera desear y el emperador estuviese dispuesto a darle un regalo imperial, y el necio slo mendigase por una sopa; con razn lo tendran por un sujeto abyecto y malvado que se burla y mofa de la orden de la majestad imperial y no sera digno de presentarse ante sus ojos. Lo mismo es gran oprobio y deshonra para Dios que nosotros, a quienes ofrece y promete tantos bienes inefables, los despreciemos o no nos animemos a recibirlos y apenas nos atrevamos a pedir un pedazo de pan. Todo ello se debe a la ignominiosa incredulidad que no espera tanto bienes de Dios como para recibir de l los alimentos para su estmago y menos an espera tales bienes eternos de Dios sin dudar de ello. Por lo tanto, hemos de fortalecernos contra ello y esto debe ser lo primero que pedimos. De este modo, por cierto, tendremos todo lo dems en abundancia, como ensea Cristo: "Buscad primeramente el reino de Dios y todas estas cosas sern aadidas". Cmo nos dejara carecer de bienes temporales o sufrir indigencia, mientras nos promete lo eterno e imperecedero? La tercera peticin "Que se haga tu voluntad, as en el cielo, como tambin en la tierra" Hasta ahora hemos orado por que su nombre sea honrado por nosotros y por que su reino se extienda entre nosotros. En estas dos cosas est totalmente comprendido lo que atae al honor de Dios y a nuestra salvacin, es decir, que recibamos como cosa propia a Dios con sus bienes. Pero, en este caso existe la gran necesidad de que firmemente retengamos estas cosas y que no nos dejemos apartar de ellas. Pues, as como un buen rgimen no debe hacer solamente hombres que edifiquen y gobiernen bien, sino tambin otros que defiendan, protejan y vigilen con diligencia; lo mismo sucede tambin aqu; habiendo pedido por lo ms necesario, es decir, el evangelio, la fe y el Espritu Santo para que nos dirija y nos libere del poder del diablo, tambin hemos de pedir que se haga su voluntad. Acontecer algo muy extrao si debemos permanecer en ello; o sea, tendremos que padecer muchos ataques y golpes por parte de todos aquellos que tratan de resistir y dificultar los dos artculos precedentes.

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Pues nadie cree que el diablo se oponga y se resista a ello. No puede tolerar que alguien ensee o crea rectamente. Le duele sobremanera que tenga que permitir que se revelen sus mentiras y abominaciones, honradas bajo la ms bella apariencia del nombre divino y que l se cubra de vergenza. Adems, ser expulsado del corazn y ha de admitir que se abra semejante brecha en su reino. Por esto, se agita y se enfurece como enemigo encolerizado con todo su poder y fuerza. Se ala de todo lo que est debajo de l, llamando en su ayuda al mundo entero y a nuestra propia carne, pues nuestra carne de por s es ruin y se inclina hacia lo malo, aunque hayamos aceptado la palabra de Dios y la fe. Pero el mundo es perverso y malo. El diablo azuza, instiga y atiza para impedirnos, repelernos, abatirnos y volver a someternos a su poder. Esta es toda su voluntad, su propsito y su pensamiento. Lo persigue da y noche sin darse descanso ni un instante, usando todas sus artimaas, su perfidia, sus modos y caminos que l siempre puede imaginar. En consecuencia, si queremos ser cristianos, hemos de prepararnos y acostumbrarnos a la idea de que tenemos por enemigo al diablo, con todos sus ngeles, y al mundo que nos infligen toda clase de desgracias y padecimientos. All donde la palabra de Dios es predicada, aceptada o creda y da frutos, no faltar la bienamada santa cruz. Nadie debe pensar que tendr paz, sino que ha de sacrificar cuanto posee en la tierra: bienes, honor, casa y hacienda, mujer e hijos, cuerpo y vida. Esto le duele a nuestra carne y al viejo Adn, puesto que la consigna es perseverar y con paciencia padecer los ataques y abandonar lo que nos quitan. Por lo tanto, es tan necesario, como en todos los dems artculos, que pidamos sin cesar: "Amado Padre, hgase tu voluntad; no la del diablo y la de nuestros enemigos y de todo lo que quiere perseguir y destruir tu santa palabra o impedir tu reino. Concdenos que soportemos con paciencia cuanto tenemos que sufrir por ello y lo sobrellevemos, para que nuestra pobre carne no ceda ni desfallezca por debilidad o pereza". Mira, de esta manera, en estos tres artculos tenemos, en la forma ms simple, la necesidad en cuanto concierne a Dios mismo. No obstante, lo que pedimos, es todo por causa nuestra, pues se trata solamente de nosotros, a saber, como queda dicho, que tambin se efecte en nosotros lo que de otro modo se debe efectuar fuera de nosotros. Como tambin sin nuestras peticiones, se santificar su nombre y vendr su reino, as se har tambin su voluntad y se impondr, aunque el diablo con todos sus adictos vociferen fuertemente contra ello, se encolericen y se agiten y traten de extirpar del todo el evangelio. Pero, por nosotros hemos de rogar que, pese al furor de ellos, la voluntad de Dios impere libremente entre nosotros para que nada puedan lograr y para que nosotros nos mantengamos firmes contra toda violencia y persecucin y nos sometamos a la voluntad de Dios. Esta oracin ser ahora nuestra proteccin y defensa para rebatir y desbaratar todo cuanto puedan tramar contra nuestro evangelio el diablo, los obispos, los tiranos y los herejes. Que todos se enojen y hagan el mayor esfuerzo, deliberen y resuelvan cmo destruirnos y extirparnos, para que contine y se mantenga su voluntad y su plan! Contra esto, un cristiano o dos, con slo este artculo, sern nuestra muralla para que contra ella arremetan y fracasen. Nos consolamos e insistimos en que la voluntad y el propsito del diablo y de todos nuestros enemigos tengan que perecer y deshacerse, aunque piensen estar orgullosos, seguros y poderosos. Si no se quebrantara y coartara su voluntad, el reino de Dios no podra permanecer en la tierra, ni santificarse su nombre. La Cuarta Peticin "El pan nuestro de cada da dnoslo hoy" En este caso pensamos en nuestra pobre panera y en las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestra vida temporal. Es una palabra breve y simple, pero abarca tambin muchsimo. 282

Cuando dices y pides "pan de cada da", pides por todo lo que es necesario para tener el pan cotidiano y disfrutar de l y, por otra parte, tambin te diriges contra todo lo que pueda ser impedimento para obtenerlo. Por lo tanto, debes abrir tus pensamientos y extenderlos no slo sobre el horno y el harinero, sino sobre el campo abierto y sobre toda la tierra que produce el pan de cada da y toda suerte de alimentos y nos los brinda. Si Dios no lo hiciera crecer, lo bendijera y lo conservara en el campo, jams sacaramos pan del horno, ni tendramos qu poner en la mesa. Para explicarlo brevemente, esta peticin comprende cuanto corresponde a toda esta vida en el mundo, porque slo por ella necesitamos el pan cotidiano. No solamente concierne a toda la vida en el mundo que nuestro cuerpo tenga el alimento y el vestido y otras cosas necesarias, sino tambin que en tranquilidad y paz nos entendamos con las personas entre las cuales vivimos y con quienes tenemos relaciones en el diario comercio y trato y en toda clase de cosas; en suma, todo lo que atae a las relaciones domsticas y vecinales o civiles y al gobierno. Donde son perturbadas estas dos cosas, de modo quo no pueden desenvolverse como corresponde, tambin se perturba satisfacer las necesidades de la vida, de tal forma que a la larga no se puede conservar. Por cierto, lo ms necesario es orar por las autoridades y el gobierno seculares, por los cuales principalmente Dios nos conserva el pan de cada da y todas las comodidades de esta vida. Aunque hayamos recibido de Dios la plenitud de todos los bienes, no podemos retener ninguno de ellos, ni usarlos seguros y alegres, si Dios no nos da un gobierno estable y pacfico. Donde hay discordias, reyertas y guerras, ya nos ha sido quitado el pan o, por lo menos, es difcil conseguirlo. Por ello, convendr poner en el escudo de armas de todo prncipe recto un pan en lugar de un len o cruz losangeada o estamparlo en la moneda en lugar del cuo, para recordar tanto a ellos como a los sbditos que debido a su ministerio, tenemos amparo y paz y sin ellos no podramos comer el buen pan, ni conservarlo. Por lo tanto, son dignos tambin de toda honra para que les demos cuanto debamos y podamos, puesto que por ellos podemos disfrutar en paz y tranquilidad de todo lo que tenemos. De otra manera no conservaramos cntimo alguno. En consecuencia, se debe orar por ellos, para que por su intermedio, Dios nos d tanta ms bendicin y bienes. Indicar y bosquejar brevsimamente hasta dnde esta oracin se extiende a travs de todos los asuntos terrenales. De ello alguien podra componer una plegaria larga enumerando con muchas palabras todas las cosas que entran en esto. Por ejemplo, suplicamos que Dios nos d bebida y comida, vestido, casa y hacienda y salud del cuerpo; adems, que haga crecer y prosperar los cereales y los frutos en el campo; que nos ayude a administrar bien la casa; que nos conceda una mujer, hijos y siervos fieles y los conserve; que haga prosperar y lleve a feliz trmino nuestro trabajo, oficio y cuanto tenemos que hacer; que nos otorgue vecinos fieles y buenos amigos, etc.; lo mismo que facilite sabidura, fuerza y suerte al emperador, al rey y a todas las clases, mxime al prncipe de nuestro pas, a todos los consejeros, prefectos y magistrados para gobernar bien y para obtener la victoria sobre los turcos y todos los enemigos; que infunda obediencia, paz y concordia a los sbditos y al pueblo comn para convivir el uno con el otro; que, por otra parte, nos preserve de todo dao del cuerpo y de los alimentos, de tempestades, granizo, incendios, inundaciones, veneno, peste, mortandad de ganado, guerra y derramamientos de sangre; de caresta, de animales dainos, de gente mala, etctera. Es bueno inculcar todo esto a las personas simples, que Dios nos debe dar esto y cosas parecidas y que hemos de pedirlas en oraciones. No obstante, ante todo, esta oracin se dirige tambin contra nuestro enemigo mximo, el diablo, puesto que toda su intencin y deseo es quitarnos todo lo que hemos recibido de Dios u 283

obstaculizarlo. No le es suficiente con obstaculizar y aniquilar el orden espiritual, al seducir y someter a su poder las almas por sus mentiras, sino que dificulta e impide tambin que subsista algn gobierno y orden honorable y pacfico de vida. Causa tanta contienda, homicidio, rebelin y guerra, como asimismo tempestad y granizo para arruinar los cereales y el ganado, envenenar el aire, etc. En suma, le duele que alguien tenga un bocado de pan de Dios y lo coma tranquilo. Si tuviese poder y si inmediatamente despus de Dios, nuestra plegaria no obstase, por cierto no tendramos ningn tallo en el campo, ningn cntimo en la casa y no viviramos ninguna hora de la vida, sobre todo los que tienen la palabra de Dios y quieren con gusto ser cristianos. Mira, de ese modo Dios quiere indicarnos que se preocupa de todas nuestras necesidades y nos provee tambin fielmente de nuestro alimento diario. Si bien lo da abundantemente y lo conserva tambin a los impos y malvados, quiere, no obstante, que lo pidamos para que reconozcamos que lo recibimos de su mano y en ello notemos su bondad paternal frente a nosotros. Porque, cuando retira su mano, estas cosas no pueden prosperar ni subsistir a la larga, como se ve bien todos los das y se siente. Qu plaga hay ahora en el mundo slo por la moneda falsa y por el gravamen diario y la usura en el comercio comn, en la compra y en el trabajo de aquellos que oprimen a los queridos pobres segn su albedro y les substraen el pan de cada da! Tenemos que soportarlo. Pero que ellos se cuiden de que no pierdan la intercesin de la iglesia y que se precavan que este pequeo artculo del Padrenuestro no se dirija contra ellos. La quinta peticin "Y perdnanos nuestras deudas, as como nosotros perdonamos a nuestros deudores" Este artculo se refiere a nuestra pobre y msera vida. Aunque tengamos la palabra de Dios, la creamos, hagamos su voluntad y la aguantemos y nos alimentemos de los dones y bendiciones de Dios, no podemos estar libres de pecado, de modo que an, da tras da, damos un traspi y nos excedemos, porque vivimos en el mundo entre los hombres que nos hacen sufrir mucho y dan motivos para impaciencia, ira, venganza, etc. Adems, tenemos detrs de nosotros al diablo que nos acosa de todos los lados y pugna, como acabamos de or, contra todos los artculos anteriores, de modo que no es posible mantenerse siempre firme en esta lucha continua. Por ello, es nuevamente muy necesario pedir y clamar: "Amado Padre, perdnanos nuestras deudas". No es que no nos remita el pecado sin y antes de nuestra peticin, por cuanto nos ha dado el evangelio, en el cual hay mero perdn antes de que lo hayamos pedido o jams pensado en l. Mas, se trata de que reconozcamos tal perdn y lo aceptemos. Porque la carne, en la cual cotidianamente vivimos, es de tal ndole que no confa, ni cree en Dios y siempre promueve malas concupiscencias e insidias, de manera que todos los das pecamos con palabras y obras, con acciones y omisiones, lo que lleva a perder la paz de la conciencia que teme la ira y la prdida de la gracia de Dios y de este modo pierde el consuelo y la confianza que otorga el evangelio. De esta forma, es necesario sin cesar acudir a la oracin y buscar consolacin para levantar nuevamente la conciencia. Pero esto contribuira a que Dios quebrante nuestro orgullo y nos mantenga en la humildad. Se reserv para s el privilegio: si alguien quisiera jactarse de su probidad y menospreciar a otros, ha de examinarse a s mismo y tener presente esta oracin. Se dar cuenta que no es ms justo que los dems. Frente a Dios, se debern caer las alas y estaremos contentos de alcanzar el perdn. Nadie se imagine que, mientras vivamos aqu, llegaremos al punto de no necesitar tal remisin de los pecados. En suma: si Dios no perdona incesantemente, estamos perdidos.

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El sentido de esta peticin es que Dios no quiera mirar nuestros pecados, ni considerar lo que diariamente merecemos, sino que nos trate con misericordia y nos perdone como ha prometido. De este modo nos conceder una conciencia alegre e intrpida para presentarnos ante l y dirigirle nuestras peticiones. Cuando el corazn no est en la recta relacin con Dios, ni puede lograr tal confianza, ni jams se atrever a orar. Semejante confianza y tal corazn feliz no pueden venir de ninguna parte, a menos que se sepa que nuestros pecados nos han sido perdonados. Pero, se ha aadido un complemento necesario y a la vez consolador: "As como nosotros perdonamos a nuestros deudores". l ha prometido y debemos estar seguros de ello que todo se nos ha perdonado y remitido, pero bajo la condicin de que tambin perdonemos a nuestro prjimo. Todos los das nos endeudamos mucho con Dios y, no obstante, nos remite todo por gracia. En la misma forma debemos perdonar siempre tambin a nuestro prjimo que nos inflige dao, violencia e injusticia y nos muestra una malignidad prfida, etc. Si t no perdonas, no pienses que Dios te perdonar. Mas, si perdonas, tendrs el consuelo y la seguridad de que te ser perdonado en el cielo. No ser por tu perdonar, puesto que Dios lo hace por completo gratuitamente, de mera gracia, por haberlo prometido, como ensea el evangelio; porque ha querido darnos esto para fortalecimiento y seguridad, como signo de verdad, al lado de la promesa que concuerda con esta oracin: "Perdonad y seris perdonados". Por ello, Cristo la repite tambin poco despus del Padrenuestro diciendo: "Porque si perdonareis a los hombres sus faltas os perdonar tambin a vosotros vuestro Padre celestial, etctera". Por lo tanto, a esta oracin se ha agregado tal signo para que al pedir recordemos la promisin pensando as: "Amado Padre, acudo a ti y te pido que me perdones, no porque yo pueda dar satisfaccin o lo merezca, sino porque t lo prometiste y pusiste tu sello, para que deba ser tan seguro como si yo tuviera una absolucin pronunciada por ti mismo". Tanto como obran el bautismo y el sacramento, puestos exteriormente como signos, tanto vale tambin este signo para fortificar nuestra conciencia y alegrarla, y se ha puesto antes de los dems signos para que podamos usarlo a toda hora y ejercerlo como algo que siempre tenemos entre nosotros. La sexta peticin "No nos dejes caer en la tentacin" Hemos odo bastante de cunto trabajo y fatiga se necesitan para retener todo lo que se pide y perseverar en ello, lo cual, no obstante, no se realiza sin fallas y tropiezos. Adems, aunque recibamos el perdn y una buena conciencia y seamos del todo absueltos, la vida esta hecha de tal modo que hoy est alguien de pie y maana caer. Por ello, aunque seamos justificados y nos presentemos con una buena conciencia ante Dios, nuevamente tenemos que pedir para que no nos deje recaer y ceder a la tribulacin o tentacin. Empero, la tentacin Bekrunge30 (como nuestros sajones la denominan desde antiguo) es triple: de la carne, del mundo y del diablo. En la carne habitamos y arrastramos con nosotros al viejo Adn, quien se mueve y diariamente nos excita a la impudicia, pereza, gula y borrachera, avaricia y fraude, y a engaar y aprovecharse del prjimo. En resumen, a toda clase de concupiscencias malas, insitas en nosotros por naturaleza, que se despiertan por la compaa con otros, por el ejemplo, el or y ver, y que tambin a menudo hieren e inflaman un corazn inocente. Adems, ah est el mundo que nos injuria con palabras y obras y nos impele a la clera y a la impaciencia. En suma, all hay slo odio y envidia, enemistad, violencia e injusticia, deslealtad, venganza, maldicin, injuria, maledicencia, altanera y soberbia con adornos superfinos, como son: el honor, la gloria y el poder. Nadie quiere ser el ltimo, sino sentarse en la cabecera de la mesa para que todos lo vean. A esto se agrega que viene el diablo, azuza y provoca por todas partes. Pero, principalmente se

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dedica a lo que concierne a la conciencia y a las cosas espirituales, es decir, que se arroje y se desprecie tanto la palabra como la obra de Dios. As trata de arrancarnos de la fe, de la esperanza y de la caridad, de llevarnos a la supersticin, falsa arrogancia y obstinacin o, por otra parte, a la desesperacin, a la renegacin y blasfemacin de Dios y a otras innumerables cosas aborrecibles. Son las sogas y redes, o ms bien, los verdaderos "dardos de fuego" lanzados al corazn no por la carne y la sangre, sino por el diablo en la forma ms ponzoosa. En todo caso, son grandes y graves peligros y tentaciones, aun cuando cada una de ellas existiese aisladamente, y las ha de soportar todo cristiano para que seamos impulsados siempre a invocar y pedir a toda hora, mientras estemos en esta vida infame donde de todas partes nos acosan, persiguen y oprimen, para que Dios no permita que desfallezcamos y nos cansemos y volvamos a caer en pecado, desdoro o incredulidad. De otra manera no es posible vencer ni la ms mnima tentacin. Esto significa "no inducir en tentacin", si l nos da fuerza y poder de resistir, sin que la tentacin se quite o se anule. Nadie puede evitar la tentacin y la incitacin, mientras que vivamos en la carne y tengamos al diablo alrededor de nosotros. No se puede cambiar, tenemos que soportar la tentacin y hasta estar metidos en ella. Pero, pedimos para no caer ni ahogarnos en ella. Por lo tanto, es muy distinto sentir tentacin y, por otra parte, acceder y dar nuestro asentimiento. Todos tenemos que sentirla, aunque no todos de la misma manera. Algunos la sentirn ms y con ms fuerza: la juventud, principalmente por la carne; despus, la edad madura y la ancianidad, por el mundo; mas los otros que se dedican a cosas espirituales, es decir, los cristianos fuertes, por el diablo. Sin embargo, este sentido no puede daar a nadie, mientras que se presenta contra nuestra voluntad y preferiramos estar libres de l. Si no lo sintisemos, no podra llamarse tentacin. Pero, consentir significa que uno afloja las riendas y no resiste ni ora. Por esta causa nosotros los cristianos debemos estar preparados y, siempre prestos para ser tentados continuamente a fin de que nadie ande tan seguro y despreocupado, como si el diablo estuviese lejos de nosotros. Al contrario, en todas partes hemos de estar dispuestos a esperar golpes y a atajarlos. Si ahora estoy casto, paciente y amable y en firme fe, en esta misma hora el diablo clavar una saeta en mi corazn, de modo que apenas pueda mantenerme. Porque es un enemigo tal, que jams se retira ni se cansa. Cuando una tentacin termina, surgen siempre otras nuevas. Por lo tanto, no hay ms consejo, ni consuelo que acudir y torear el Padrenuestro y de corazn hablar a Dios: "Amado Padre, t me mandaste orar; no me dejes recaer por la tentacin". De esta manera vers que la tentacin cesar y se dar por vencida. En cambio, si intentas ayudarte con tus pensamientos y tus propios consejos, lo empeorars y le dars ms oportunidad al diablo, pues tiene cabeza de vbora, que cuando halla un agujero donde introducirse, todo el cuerpo pasa despus sin dificultad. Pero la oracin puede oponrsele y repelerlo. La ltima Peticin "Ms lbranos del mal. Amn" En hebreo esta frase reza as: Redmenos o gurdanos del malo o del maligno", y se presenta como si precisamente hablara del diablo queriendo resumirlo todo, de modo que la suma de toda oracin se dirija contra ste nuestro enemigo principal. Porque es l quien entre nosotros dificulta todo cuanto pedimos: El nombre y la honra de Dios, su reino y su voluntad, el pan cotidiano, una buena conciencia alegre, etctera. Por ello, compendiando en definitiva esto, diremos: Amado Padre, aydanos para que quedemos libres de toda desgracia". Mas, no obstante, est incluido tambin lo que de malo pueda sucedemos bajo el reino del diablo: pobreza, deshonra, muerte; en resumen, toda la nefasta miseria y pena que abundan en la tierra. Pues, el diablo, ya que no slo es mentiroso, sino tambin homicida, atenta incesantemente contra 286

nuestra vida y se desahoga en clera contra nosotros, causndonos accidentes y daos corporales donde puede. De ah resulta que a algunos les rompa el pescuezo o les prive de la razn, a otros los ahogue en el agua y a muchos los impela a suicidarse, y a muchos otros a desgracias horribles. Por eso, no tenemos otra cosa que hacer en la tierra que pedir continuamente en contra de este enemigo principal. Si Dios no nos protegiese, no estaramos ni una hora seguros ante el diablo. Por esto, ves que Dios quiere que le reguemos tambin por todo lo que atae a nuestro cuerpo y que no busquemos ni esperemos auxilio alguno, sino en l. Pero puso esto en ltimo lugar. Si queremos ser guardados de todo mal y quedar libres de l, previamente debe santificarse su nombre en nosotros; ha de estar su reino entre nosotros y hacerse su voluntad. Despus, finalmente, nos preservar de pecados y deshonra y, adems, de todo lo que nos duele y nos daa. De esta manera, Dios nos expuso en forma brevsima toda la necesidad que jams pueda apremiarnos, a fin de que no tengamos excusa alguna para no orar. Mas, lo que importa es que aprendamos a agregar AMN, lo que significa: No dudar de que la oracin ser atendida con certeza y se cumplir. No es otra cosa que la palabra de una fe que no duda, que no ora a la buena ventura, sino que sabe que Dios no miente, porque ha prometido darlo. Donde no hay tal fe, no existe tampoco oracin verdadera. Por lo tanto, es un error nocivo el de algunos que oran, pero que no se atreven a agregar s de corazn, ni concluir con certeza que Dios atender sus oraciones, sino que permaneciendo en la duda, dicen: "Cmo podra ser yo el audaz de vanagloriarme de que Dios atender mi oracin? Soy un pobre pecador, etc.". Esto ocurre porque no reparan en la promisin de Dios, sino en sus obras y en su propia dignidad, con lo cual menosprecian a Dios y lo tratan de mentiroso. Por eso no recibirn nada tampoco, como dice San Santiago: "Quien ora, pida en fe y no dude; porque el que duda es semejante a la onda de mar que es movida por el viento y echada de una parte a la otra. No piense, pues, el tal hombre que recibir alguna cosa de Dios". Mira, tanto importa a Dios que debamos estar seguros de no pedir en vano y de ninguna manera debemos despreciar nuestras oraciones! CUARTA PARTE El Bautismo Hemos expuesto ahora los tres puntos principales de la doctrina cristiana general. Fuera de esto hay que hablar de nuestros dos sacramentos instituidos por Cristo. Todo cristiano recibir, cuanto menos, una enseanza breve y general sobre los mismos, ya que no es posible llamarse y ser cristiano sin ellos, aunque, por desgracia, hasta hoy nada se ha enseado sobre esto. Trataremos en primer lugar el bautismo, por medio del cual somos recibidos en la cristiandad. Para que se pueda comprender rectamente el mismo, lo expondremos por partes y detenindonos nicamente en aquello que es imprescindible conocer. En efecto, dejaremos a los sabios el cuidado de saber cmo se debe preservar y defender estas cosas contra los herticos y sectarios. En primer lugar, es preciso conocer ante todo las palabras, sobre las cuales el bautismo se funda y con las que se relaciona todo lo que hay que decir acerca del mismo, esto es, que el Seor Cristo dice en el ltimo captulo de Mateo: "Id por el mundo entero y adoctrinad a todos los gentiles, bautizndolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu". Tambin en el ltimo captulo de Marcos: "El que creyere y fuere bautizado ser salvo; mas, el que no creyere ser condenado". Debes tener en cuenta primeramente que en estas palabras estn contenidos el mandato y la institucin de Dios y que, por consecuencia, no ha de dudarse de que el bautismo es una cosa divina, no imaginada, ni inventada por los hombres. As como puedo afirmar que los Diez 287

Mandamientos, el Credo y el Padrenuestro, ningn hombre los ha sacado de su cabeza, sino que han sido revelados y dados por Dios mismo, tambin puedo proclamar con seguridad que el bautismo no es cosa humana, sino que ha sido instituido por Dios mismo que, adems ha ordenado seria y severamente que nos debemos bautizar; de lo contrario no seremos salvos. De manera que no se piense que es una cosa tan indiferente como ponerse un vestido rojo nuevo. Es, pues de suma importancia que se considere el bautismo como una cosa excelente, gloriosa e ilustre, ya que por esto combatimos y luchamos lo ms, ya que el mundo est lleno de sectas que claman que el bautismo es una cosa externa y que, por lo tanto, no es de ninguna utilidad. Pero, deja que el bautismo sea una cosa externa tanto como pueda; sin embargo, aqu est la palabra y el mandamiento de Dios que lo instituyen, fundan y confirman. Ahora bien, lo que Dios instituye y ordena, necesariamente no es una cosa vana, sino una cosa preciosa, aunque segn la apariencia tenga menos valor que una brizna de paja. Hasta ahora se tuvo en gran consideracin cuando el papa distribua indulgencias mediante cartas y bulas o cuando confirmaba altares o iglesias y esto basndose solamente en las cartas y sellos; en tanto mayor y preciosa estima deberamos tener el bautismo, por haber sido mandado por Dios y por realizarse en su nombre. Porque as dicen las palabras: "Id y bautizad", pero no "en vuestro nombre", sino "en nombre de Dios". Ser bautizado en nombre de Dios significa ser bautizado por Dios mismo y no por hombre. Por lo tanto, aun cuando el bautismo se realice por mano de hombre, se trata, en realidad, de una obra de Dios mismo. Y de aqu puede deducir cada cual que tal obra supera en mucho a cualquiera llevada a cabo por hombre o por santos. Porque, puede realizarse acaso una obra superior a la divina? Pero, el diablo halla aqu ocasin propicia para actuar, cegndonos con falsas apariencias y conducindonos de la obra divina a la nuestra propia. Las muchas obras difciles y grandes que un cartujo hace revisten una apariencia brillante; y todos nosotros estimamos superior lo que hacemos y merecemos nosotros mismos. Pero la Escritura ensea lo siguiente: si se reunieran todas las obras de todos los monjes, por muy brillante que pueda ser su resplandor, no seran tan nobles y buenas como la brizna de paja que Dios mismo recogiera del suelo. Por qu? Porque la persona que hace esto es ms noble y mejor. Aqu no se debe considerar la persona segn las obras, sino las otras segn la persona, de la cual deben recibir su carcter de nobleza. Pero, aqu la loca razn se entromete y puesto que el bautismo no resplandece como las obras que nosotros hacemos, entonces no debe tener ningn valor. A partir de esto, aprende a captar el recto significado y a responde a la pregunta: qu es el bautismo?; es decir, de la manera siguiente: no es una simple agua, sino un agua que tiene como fuente la palabra y el mandamiento de Dios y que por ello mismo es santificada, de tal manera que no es otra cosa que un agua de Dios; no que agua sea en olla misma ms noble que otra agua, sino porque la palabra y el mandamiento de Dios se le agregan. Es por ello que es una pura canallada y una burla del diablo cuando ahora nuestros nuevos espritus, para blasfemar el bautismo, dejan de lado la palabra y la institucin de Dios y consideran el agua bautismal lo mismo que la que mana de la fuente y pregunta despus torpemente: "Cmo va a ayudar al alma una porcin de agua?" Queridos amigos: ya sabemos que por lo que respecta a la diferencia entre un agua y otra, ambas son slo agua. Pero, cmo osas intervenir en la institucin de Dios y despojas al agua de su mejor joya, con la cual Dios la ha unido y ensartado, no queriendo que estn separados? Porque el ncleo en el agua es la palabra o el mandato de Dios y el nombre de Dios; esto es un tesoro ms grande y ms noble que los cielos y la tierra. As, pues, comprende la diferencia: el bautismo es una cosa muy distinta que cualquier agua, no por su condicin natural, sino porque aqu se agrega algo muy noble, pues Dios mismo ha puesto aqu su honor, su fuerza y su poder. Es por esto que no es solamente un agua natural, sino que un agua divina, celestial, santa, salvadora, y podra seguirse alabndola ms, todo por la 288

palabra que es una palabra celestial y santa que nadie podra glorificar suficientemente pues tiene y posee todo lo que es de Dios. De aqu tiene el bautismo su naturaleza, de tal manera que lo llama un sacramento, como San Agustn lo ha enseado tambin: Accedat verbum ad elementum et fit sacramentum, esto es, "cuando se une la palabra al elemento o a la materia natural se hace el sacramento", o sea una cosa y un signo santos y divinos. Por esta razn, nosotros siempre hemos enseado que no se deba considerar los sacramentos y todas las cosas externas, ordenados e instituidos por Dios conforme a su apariencia basta y externa, tal como se ve solamente la cscara de la nuez; sino que, al contrario, hay que ver cmo la palabra de Dios est encerrada en ellas. De la misma forma hablamos del estado paternal o maternal o de la autoridad secular; si se las quiere ver en cuanto tienen nariz, ojos, piel y cabellos, carne y huesos, entonces las vemos igual que los turcos y los paganos y alguien podra venir y decir: "Por qu se ha de considerar a stos ms que a los otros?" Porque se agrega un mandamiento que dice: "Honrars a tu padre y a tu madre" y, por esta razn, veo yo un hombre muy distinto, ornado y revestido con la majestad y la gloria de Dios. El mandamiento, digo yo, es la cadena de oro que lleva en su cuello; an ms, es la corona sobre su cabeza, que me indica cmo y por qu se debe honrar la carne y la sangre. Ahora bien, del mismo modo y mucho ms an debes honrar el bautismo y observarlo en toda su gloria, por causa de la palabra y como cosa que Dios mismo ha honrado de palabra y obra y confirmado, adems, desde el cielo con milagros. O piensas que fue una broma que Cristo se hiciera bautizar, el cielo se abriera y descendiera visiblemente el Espritu Santo, manifestndose as toda la gloria y majestad divinas. Por lo tanto, vuelvo a amonestar una vez ms para que no se disocien y separen de ninguna manera ambos componentes: la palabra y el agua. Porque, si se retira la palabra, el agua no ser otra cosa que aquella con la cual la criada cocina y se la podra llamar bien un bautismo de baadores. Pero, si est presente la palabra, como Dios lo ha ordenado, entonces ser un sacramento que se llama el bautismo de Cristo. Que esto sea el primer punto sobre la esencia y dignidad del bautismo. En segundo lugar, ya que sabemos lo que es el bautismo y cmo ha de ser considerado, debemos aprender por qu y para qu ha sido instituido, esto es, para qu sirve, qu da y qu realiza. Esto no se puede captar mejor que en las palabras de Cristo citadas antes: "El que creyere y fuere bautizado ser salvo". De aqu debes comprender de la manera ms sencilla, que la fuerza, obra, beneficio, fruto y fin del bautismo consisten en hacernos salvos. En efecto, cuando se bautiza a alguien no es para que se haga un prncipe, sino que segn las palabras, para que se haga salvo. Y se sabe bien que hacerse salvo no significa otra cosa, sino nicamente ser librado del pecado, de la muerte y del demonio; entrar en el reino de Cristo y vivir con l eternamente. Aqu ves la necesidad de considerar el bautismo como una cosa cara y valiosa, porque en l alcanzamos un tesoro inexpresable. Ello demuestra tambin que no puede ser una pura y simple agua, pues una pura agua no podr hacer tal cosa, pero la palabra lo hace, porque, corro se dijo antes, el nombre de Dios est contenido ah. Donde exista el nombre de Dios siempre habr vida y salvacin, y de aqu que, con razn, se llama a esta agua, divina, salvadora, fructfera y llena de gracia; pues, por la palabra recibe el poder de ser un bao de regeneracin, como lo denomina el apstol Pablo en el captulo tercero de la epstola a Tito 3: 5. En cuanto a quienes creen saber todo mejor que nadie, los nuevos espritus, objetan que slo la fe salva, mientras que las obras y todo elemento externo nada aportan a ello, responderemos que ciertamente es la fe la que en nosotros obra la salvacin, como todava lo escucharemos a continuacin. Sin embargo, esos guas ciegos no quieren ver que la fe necesita tener algo que pueda creer, esto es, algo a que atenerse y sobre lo cual fundarse y basarse. As, pues, la fe est religada y cree que ella es el bautismo que encierra en s pura salvacin y vida; pero, como antes se dijo suficientemente, no por el agua como tal, sino por el hecho de ir unida a 289

la palabra y al mandato divinos y porque su nombre est adherido a ella. Y cuando creo en esto, no creo yo, acaso, sino en Dios como aquel que ha dado e implantado su palabra en el bautismo y que nos propone esta cosa externa para que podamos captar ah tal tesoro? Ahora bien, son tan insensatos que separan una cosa de la otra, la fe y el objeto al cual est adherida y relacionada la fe, aunque sea algo externo. Debe y tiene necesariamente que ser externo, a fin de que se pueda captar y comprender con los sentidos y mediante ello entre en el corazn, as como tambin el evangelio entero es una predicacin exterior y oral. En resumen, lo que Dios hace y obra en nosotros quiere hacerlo valindose de tales medios externos por l instituidos. La fe ha de dirigirse a donde sea que Dios hable, cualquiera sea la manera o el medio por el que hable, y debe apoyarse en ello. Tenemos aqu las palabras: "El que creyere y fuere bautizado ser salvo"; a qu se refieren sino al bautismo, esto es al agua constituida por la orden de Dios? Por consiguiente, quien deseche el bautismo tambin desechar la palabra de Dios, la fe y a Cristo, que nos conduce y nos liga al bautismo. En tercer lugar, ya que ahora conocemos el gran beneficio y la fuerza del bautismo, veamos en seguida quin es la persona que recibe lo que el bautismo da y beneficia. Esto est expresado mejor y ms claramente en estas mismas palabra: "El que creyere y fuere bautizado ser salvo", o sea, la fe solamente hace a la persona digna de recibir con provecho el agua saludable y divina. En efecto, puesto que dichos beneficios son ofrecidos y prometidos aqu en estas palabras con el agua y unidos al agua, no podrn tampoco recibirse de otro modo que si lo creemos de sincero corazn. Sin la fe, el bautismo no nos sirve de nada, aunque en s no deje de ser un tesoro divino y superabundante. Por consiguiente, la sola palabra "el que creyere" basta para excluir y relegar todas las obras que podemos hacer con la intencin de obtener y merecer la salvacin. Esto es cosa segura: Lo que no sea fe no agrega nada ni recibe nada. Las personas suelen, sin embargo decir: el bautismo es de por s tambin una obra; no obstante, t afirmas que las obras nada valen para la salvacin, dnde queda entonces la fe? Respuesta: nuestras obras, en efecto, no aportan realmente nada para nuestra salvacin. Pero, el bautismo no es obra nuestra, sino de Dios. (Desde luego, tendrs que diferenciar, como se ha dicho, marcadamente entre l bautismo de Cristo y el de los llamados baadores). Las obras de Dios son saludables y necesarias para la salvacin y no excluyen, antes al contrario, exigen la fe, ya que sin la fe no sera posible captarlas. Por el mero hecho de dejarte derramar agua, ni recibes ni cumples el bautismo, de tal manera que te sea til, pero, s te beneficiar si te bautizas con la intencin que es por el mandato y orden de Dios y, adems, en nombre de Dios, con el objeto de que recibas en el agua la salvacin prometida. Ahora bien, ni la mano ni el cuerpo pueden lograr esto sino que el corazn lo debe creer. As ves claramente que aqu no hay ninguna obra realizada por nosotros, sino un tesoro que Dios nos concede y del que tal fe toma posesin, as como el SEOR Cristo en la cruz no es una obra, sino un tesoro que, contenido y ofrecido a nosotros en la palabra, es recibido por la fe. Por este motivo, nos hacen violencia cuando claman contra nosotros como si predicsemos contra la fe, en circunstancias que insistimos solamente sobre la fe, como siendo tan necesaria que sin ella no es posible recibir ni disfrutar nada. De esta manera, tenemos las tres partes que se deben saber de este sacramento y, sobre todo, que es una institucin de Dios que es menester honrar altamente. Esto ya de por s bastara, aunque se trate de una cosa meramente externa. Lo mismo ocurre con el mandamiento "honrars padre y madre", que solamente est establecido en relacin con una carne y sangre corporales; no obstante, no se considera la carne y la sangre, sino el mandamiento divino en que estn comprendidas y por el cual la carne recibe el nombre de "padre y madre". Del mismo modo, si no tuvisemos sino estas palabras: "Id y bautizad...", las deberamos aceptar y practicar como una institucin de Dios. Por otra parte, no slo estn el mandamiento y la orden, sino tambin la 290

promesa y, por esto, el bautismo es ms glorioso que todo lo que ha ordenado e instituido Dios. En resumen, est tan pleno de consuelo y gracia que ni en los cielos ni en la tierra se pueden abarcar. Sin embargo, se necesita gran arte para creerlo, porque la falta no est en el tesoro, sino en que no se lo comprende y retiene con firmeza. De aqu que todo cristiano tenga, mientras viva, suficiente que aprender y ejercitarse en el bautismo. Siempre tendr que hacer para creer firmemente lo que promete y aporta: la victoria sobre el demonio y la muerte, el perdn de los pecados, la gracia divina, el Cristo ntegro y el Espritu Santo con sus dones. En suma, esto es tan superabundante que al reflexionar sobre ello la torpe naturaleza humana, llegar a dudar de si acaso esto puede ser verdad. En efecto, piensa, si existiese algn mdico que conociese el medio para que la gente no muriese o, si se murieran, los hiciera revivir eternamente, cmo no nevara y llovera el mundo con dinero, de modo que fuera de los ricos, nadie podra tener acceso? Pues bien, aqu en el bautismo se ofrece gratuitamente a cada uno un tesoro delante de su puerta y una medicina que destruye la muerte y mantiene a todos los hombres en vida. As deberamos considerar el bautismo y aprovecharnos de l para que sea nuestra fortaleza y nuestro consuelo, cuando nuestros pecados o nuestra conciencia nos oprimen de modo que digamos: "Sin embargo yo estoy bautizado y, por estarlo, se me ha prometido que ser salvo y que mi cuerpo y alma tendrn vida eterna". Porque por ello ocurren en el bautismo estas dos cosas: es rociado el cuerpo que no puede tomar otra cosa sino agua y, adems, se pronuncia la palabra que el alma tambin puede captar. Y como ambas cosas constituyen un solo bautismo, el agua y la palabra, tambin el cuerpo y el alma sern salvos y vivirn eternamente; el alma en virtud de la palabra en que cree, y el cuerpo, porque est unido al alma y se posesiona del bautismo como puede. Por eso, no tenemos mayor joya en nuestro cuerpo y en nuestra alma, porque mediante el bautismo somos santos y salvos, lo cual no puede alcanzar ninguna vida y ninguna obra en este mundo. Se ha dicho lo suficiente sobre la esencia, la utilidad y el uso del bautismo en cuanto aqu cabe. Corresponde tratar ahora una cuestin con la que el diablo, mediante sus sectas, trae confuso al mundo. Se trata del bautismo infantil, esto es, de si los nios tambin creen o si es justo que sean bautizados. A esto digamos brevemente que las mentes sencillas se deben desentender de tal cuestin y remitirla al juicio de los doctos. Sin embargo si quieres responder t, contesta del siguiente modo: de la propia obra de Cristo se demuestra suficientemente que a l le complace el bautismo infantil, es decir, que Dios ha santificado a muchos de ellos que han sido bautizados de esta manera y les ha dado el Espritu Santo, y hoy mismo existen an muchos en los cuales se siente que tienen el Espritu Santo, tanto por su doctrina como por su vida. Por gracia de Dios nos ha sido concedido tambin a nosotros el poder interpretar la Escritura y conocer a Cristo, lo que no puede ocurrir sin el Espritu Santo. Ahora bien, si Dios no aceptase el bautismo infantil, tampoco otorgara a ninguno de ellos el Espritu Santo, ni siquiera algo del mismo. En resumen, desde tiempos remotsimos hasta nuestros das no habra existido en el mundo un solo hombre cristiano. Pero, por el hecho de que Dios ha confirmado el bautismo por la infusin de su Espritu Santo, como se advierte en diversos Padres de la iglesia, por ejemplo, San Bernardo, Gerson, Juan Hus y otros y no pereciendo la iglesia cristiana hasta el fin del mundo, es preciso reconocer que el bautismo infantil agrada a Dios: pues Dios no puede contradecirse, ni venir en ayuda de la mentira o de la picarda, ni dara su gracia y su Espritu para ello. Esta es la prueba mejor y ms fuerte para las personas sencillas y los incultos. Porque se nos arrebatar o derribar el artculo que dice: "Creo en una santa iglesia cristiana, la comunin de los santos, etctera". Prosiguiendo, diremos que lo que ms nos importa no es si el bautizado cree o no cree, pues por esto el bautismo no pierde su valor, sino que todo depende de la palabra de Dios y su 291

mandamiento. Desde luego, sta es una afirmacin algo tajante, pero se basa totalmente en lo que antes he dicho, o sea, en que el bautismo no es otra cosa que el agua y la palabra de Dios conjuntas y reunidas; es decir, cuando va la palabra con el agua, el bautismo es verdadero, aunque no se agregue la fe. En efecto, no es mi fe la que hace el bautismo, sino la que lo recibe. Ahora bien, si no se recibe o usa el bautismo debidamente, esto no merma el valor del mismo, puesto que, como se ha dicho, est ligado a la palabra, pero no a nuestra fe. Aunque hoy mismo viniera un judo, con perversidad y mala intencin, y nosotros lo bautizsemos con toda seriedad, no por ello, a pesar de todo, deberamos decir que este bautismo no es verdadero. Pues, ah estn el agua junto con la palabra de Dios, aunque l no lo recibiese como debe ser. Idntico es el caso de quienes indignamente se acercan al sacramento y reciben el verdadero sacramento aunque no crean. Por consiguiente, ves que la objecin de los sectarios carece de todo valor. Porque, como ya dijimos, aun cuando los nios no creyeran, lo cual no sucede (como hemos demostrado), su bautismo sera verdadero y nadie debera bautizarlos nuevamente. Es el mismo caso, si alguien se acerca al sacramento con mal propsito; el sacramento no perder con eso nada de su valor y de ningn modo se consentira que por haber abusado del sacramento lo tomase a la misma hora, como si antes no hubiese recibido verdaderamente el sacramento, pues esto sera blasfemar y escarnecer en grado sumo. Cmo llegamos a sostener entonces que la palabra y la institucin de Dios son inadecuadas y desprovistas de valor por el hecho de haber sido usadas de manera indebida? Digo, por lo tanto: si antes no has credo, cree ahora y di: "Mi bautismo fue un verdadero bautismo; pero, por desgracia, no lo recib como es debido". Porque, yo mismo y todos cuantos se hacen bautizar, debemos decir delante de Dios: "Yo vengo aqu con mi fe y tambin con la de los dems, pero no puedo basarme en el hecho de que yo crea y que mucha gente pida por m; antes bien, me baso sobre el hecho de que tales son tu palabra y tu orden". Del mismo modo, cuando me acerco al sacramento, no me baso en mi fe, sino en la palabra de Cristo; que yo sea fuerte o dbil, eso lo dejo decidir a Dios. Sin embargo, hay una cosa que s y es que Dios me ha ordenado que vaya a comer y a beber, etc., y que me da mi cuerpo y su sangre, lo que no me mentir, ni engaar. Lo misino hacemos con lo que se refiere al bautismo infantil. Llevamos al nio al bautismo, pensando y esperando que l crea y pedimos que Dios quiera concederle la fe. No obstante, no lo bautizamos por estas razones, sino nicamente porque as nos ha sido ordenado por Dios. Por qu esto? Porque sabemos que Dios no miente. Yo y mi prjimo, y todos los hombres, en fin, podramos equivocarnos y engaarnos, pero la palabra de Dios no puede fallar. Por esto, son espritus presuntuosos y groseros quienes deducen y concluyen que donde no haya fe, el bautismo tampoco ser verdadero. Porque es lo mismo que si yo sacara la siguiente conclusin: "Si yo no creo, Cristo de nada vale". Y si yo no soy obediente de nada valen tampoco mis padres carnales y las autoridades. Pero, sera sta una conclusin correcta que si alguien no hace lo que debe hacer, la cosa en s misma que es su deber no es, ni debe valer nada? Amigo mo, invierte los trminos y concluye ms bien as: precisamente el bautismo es algo que realmente vale y es, adems, verdadero, por muy indignamente que lo hayas recibido. Porque de no ser verdadero por s mismo, no se podra usar indebidamente de l, no podra pecarse contra l. Se dice, en efecto: Abusus non tollit sed confirmat substantiam..." ("el abuso no suprime la sustancia, antes bien la confirma"). El oro no pierde nada de oro, porque lo lleve una malvada con pecado y vergenza. Por consiguiente, podremos llegar a esta conclusin terminante: el bautismo permanece verdadero y en toda su esencia cuando un hombre es bautizado y aunque ste no crea verdaderamente; porque la institucin y la palabra de Dios no pueden cambiarse, ni modificarse 292

por los hombres. Sin embargo, "los entusiastas" estn de tal manera cegados que no ven la palabra y el mandamiento de Dios; en el bautismo no ven sino el agua de los arroyos y de los cntaros y en la autoridad, un hombre cualquiera. Y porque no ven ninguna fe y ninguna obediencia, estas cosas, segn ellos, no tienen valor por ellas mismas. Se encuentra aqu un diablo oculto y sedicioso que quisiera con gusto despojar a la autoridad de su corona para que despus se la pisotee y, al mismo tiempo, para trastornarnos y destruir toda obra y toda institucin de Dios. Es preciso, por tanto, que andemos vigilantes y armados, no dejndonos apartar de la palabra ni que se nos prive de ella, de modo que no hagamos del bautismo un mero signo, tal como ensean los entusiastas. Conviene saber, por ltimo, lo que significa el bautismo y por qu Dios ha instituido justamente tal signo o ceremonias externas para hacer el sacramento, en virtud del cual somos recibidos primeramente en la cristiandad. Este acto o ceremonia externa consiste en que se nos sumerge en el agua que nos cubre enteramente y despus se nos saca de nuevo. Estas dos cosas, es decir, la inmersin y la emersin del agua indican el poder y la obra del bautismo, que no son otras sino la muerte del viejo Adn y, seguidamente, la resurreccin del nuevo hombre. Ahora bien, ambas cosas han de suceder durante toda nuestra vida, de modo que la vida del cristiano no es sino un bautismo diario, comenzado una vez y continuado sin cesar. Pues tiene que hacerse sin cesar, de modo que se limpie lo que es del viejo Adn y surja lo perteneciente al nuevo. Qu es, pues, el viejo hombre? Es el hombre ingnito en nosotros desde Adn; un hombre airado, odioso, envidioso, impdico, avaro, perezoso, soberbio, incrdulo, lleno de toda clase de vicios y ajeno por naturaleza a toda bondad. Cuando entremos nosotros en el reino de Cristo, todas esas cosas habrn de disminuir diariamente, de forma tal que con el tiempo nos volvamos ms mansos, pacientes y suaves, destruyendo cada vez ms nuestra avaricia, odio, envidia, soberbia. Este es el uso verdadero del bautismo entre los cristianos, indicado por el bautismo del agua. Pero, cuando esto no tiene lugar y, por lo contrario, se da rienda suelta al viejo hombre, de modo que pueda hacerse ms fuerte, entonces no podr decirse que se ha usado del bautismo, sino todo lo contrario, que se ha luchado contra l. En efecto, quienes viven fuera de Cristo no pueden hacer otra cosa que volverse cada da peores, como dice el refrn, conforme a la verdad: "Siempre peores y cuanto ms tiempo transcurre, ms malvados son". Quien un ao atrs era un soberbio y un avaro, hoy lo ser todava ms. Es decir, los vicios crecen y aumentan con l desde su juventud. Un nio no tiene un vicio determinado en s, pero al crecer empieza a mostrarse impdico y lascivo; al llegar a su completa mayora de edad, comienzan los verdaderos vicios, los cuales aumentan con el correr del tiempo. Si no acta el poder defensor y apaciguador del bautismo, el hombre viejo en su naturaleza va gastndose; al contrario, entre los que han llegado a ser cristianos, disminuye diariamente hasta que sucumbe. Significa esto que se ha entrado verdaderamente en el bautismo y que tambin se sale diariamente de l. Por consiguiente, el signo exterior no est instituido solamente para que deba obrar con potencia, sino para significar algo. Donde existe la fe con sus frutos no hay un mero smbolo, sino que se agrega la obra. Pero, si la fe no existe permanece un mero signo infructfero. Aqu puedes ver que el bautismo, tanto por lo que respecta a su poder como a su significacin, comprende tambin el tercer sacramento llamado el arrepentimiento que, en realidad, no es sino el bautismo. Porque, no significa acaso el arrepentirse atacar seriamente al viejo hombre y entrar en una nueva vida? Por eso, cuando vives en arrepentimiento, vives en el bautismo, el cual no significa solamente dicha nueva vida, sino que la opera, la principia y la conduce, pues en l son dadas la gracia, el espritu y la fuerza para poder dominar al viejo hombre, a fin de que surja y se fortalezca el nuevo. De aqu que el bautismo subsista siempre y a 293

pesar de que se caiga y peque, siempre tenemos, sin embargo, un recurso ah para someter de nuevo al viejo hombre. Pero, no se necesita que se nos derrame ms el agua, pues aun cuando se sumergiese cien veces en el agua, no hay ms, no obstante, sino un bautismo; la obra y la significacin, sin embargo continan y permanecen. As, el arrepentimiento no es sino lo que se haba comenzado anteriormente y que despus se ha abandonado. Digo todo esto, a fin de que no se tenga la opinin errnea como la hemos tenido durante mucho tiempo al pensar, que el bautismo pierde su valor y no tenga utilidad despus de que hemos cado de nuevo en pecado. Esto se piensa, porque no se lo considera sino segn la obra que se ha realizado una vez. Esto procede, en realidad, de lo que San Jernimo ha escrito: "El arrepentimiento es la segunda tabla con la que debemos salir a flote y llegar a la orilla, despus que el barco haya naufragado". En l entramos y efectuamos la travesa guando llegamos a la cristiandad. Con ello, el bautismo es despojado de su uso, de modo que ya de nada aprovecha. Por esto, esta expresin no es justa. En efecto, el barco no naufraga, puesto que, como hemos dicho, el bautismo es una institucin de Dios y no es una cosa nuestra. Ciertamente ocurre que resbalamos y hasta caemos fuera del barco; pero, si alguien cae fuera del barco, que procure nadar hacia el barco y sujetarse a l, hasta llegar a bordo y permanecer como antes haba comenzado. As se ve qu cosa tan elevada y excelente es el bautismo que nos arranca del pescuezo del diablo, nos da en propiedad a Dios, amortigua y nos quita el pecado, fortalece diariamente al nuevo hombre, siempre queda y permanece hasta que pasemos de esta miseria hacia la gloria eterna. Por consiguiente, cada uno debe considerar el bautismo como su vestido cotidiano que deber revestir sin cesar con el fin de que se encuentre en todo tiempo en la fe y en sus frutos, de modo que apacige al viejo hombre y crezca en el nuevo. Porque si queremos ser cristianos, habremos de poner en prctica la obra por la cual somos cristianos. Y si alguien cayera fuera de ella, que regrese. As como el trono de gracia de Jesucristo no se aleja de nosotros, ni nos impide volver ante l, aun cuando pecamos, as tambin permanecen todos estos tesoros y dones suyos. As como recibimos una vez en el bautismo el perdn de los pecados, as tambin permanece todava diariamente mientras vivimos, o sea, mientras llevemos al cuello al viejo hombre. EL SACRAMENTO DEL ALTAR As como hemos tratado el santo bautismo, es necesario tambin que hablemos del segundo sacramento, es decir, de estos tres puntos: En qu consiste? Qu beneficios aporta? Quin puede recibirlo? Y todo esto basado en las palabras por las cuales fue instituido por Cristo, las que debe conocer cada uno que quiera ser cristiano y acercarse al sacramento. Porque no estamos dispuestos a admitir, ni a ofrecerlo a quienes ignoran lo que con ello buscan, ni por qu vienen. Ahora bien, las palabras son stas: "Nuestro SEOR Jesucristo, en la noche en que fue traicionado, tom el pan, dio gracias y lo parti y lo dio a sus discpulos y dijo: 'tomad y comed, esto es mi cuerpo que por vosotros es dado. Haced esto en memoria de m'. Asimismo tom tambin la copa, despus de haber cenado, dio gracias y se la dio a ellos y dijo: 'Tomad, bebed de ella todos, esta copa es el nuevo testamento en mi sangre, que es derramada por vosotros para perdn de los pecados. Haced esto todas las veces que bebiereis en memoria de m. No queremos aqu agarrarnos de los cabellos y combatir con los que blasfeman este sacramento y lo escarnecen; sino que aprendamos en primer lugar, lo ms importante (como tambin en el caso del bautismo), es decir, que la parte principal es la palabra y la institucin u orden de Dios. Pues este sacramento no ha sido inventado o establecido por hombre alguno, sino que fue instituido por Cristo, sin consejo ni reflexin humanos. Del mismo modo que los Diez 294

Mandamientos, el Padrenuestro y el Credo permanecen lo que son y conservan su dignidad, aunque t jams los observes, no ores ni los creas; de la misma manera tambin este venerable sacramento subsiste en su integridad, nada le es roto ni tomado, aunque lo usemos y lo tratemos indignamente. Piensas que Dios pregunta por lo que hacemos o creemos, de modo que, como consecuencia, deba variar lo que ha instituido? Aun en todas las cosas temporales todo permanece tal como Dios lo ha creado e instituido, sea cual fuere la manera en que lo usemos y lo tratemos. Es menester inculcar esto siempre, porque con ello se puede rechazar totalmente casi todas las charlataneras de todos los sectarios, los cuales consideraban los sacramentos fuera de la palabra de Dios como una cosa que nosotros hacemos. Qu es, pues, el sacramento del altar? Respuesta: es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro SEOR Jesucristo, en y bajo el pan y el vino, que la palabra de Cristo nos ha ordenado comer y beber a nosotros los cristianos. As como sobre el bautismo afirmamos que no es simple agua, tambin aqu, que el sacramento es pan y vino, pero no simple pan y simple vino, como los que se usan en la mesa, sino pan y vino comprendidos en la palabra de Dios y ligados a la misma. Digo que la palabra es aquello que constituye este sacramento y que lo distingue, de modo que no es ni se llama un simple pan y un simple vino, sino cuerpo y sangre de Cristo. Por eso se dice: "Accedat verbum ad elementum et fit sacramentum". O sea, "si la palabra se une a la cosa externa, hcese el sacramento". Esta afirmacin de San Agustn es tan pertinente y bien formulada que apenas ha enunciado alguna mejor. La palabra ha de hacer del elemento el sacramento. En caso contrario, permanece como un simple elemento. Ahora bien, esa palabra no es de un prncipe o de un emperador, sino que es palabra e institucin de la excelsa majestad ante la cual todas las criaturas deberan doblar sus rodillas y decir: s, que sea como l dice y nosotros lo acataremos con todo respeto, con temor y humildad. Por la palabra puedes fortalecer tu conciencia y decir: aunque cien mil demonios y todos los entusiastas exaltados vengan y pregunten, cmo pueden ser pan y vino el cuerpo y la sangre de Cristo, etc.? Yo, por m parte, s que todos los espritus y los sabios eruditos juntos no tienen tanta sabidura como la majestad divina la tiene en su dedo meique. He aqu las palabras de Cristo: "Tomad y comed; esto es mi cuerpo. Bebed de ella todos; esto es e1 nuevo testamento en mi sangre..." Y a esto nos atenemos nosotros; ya veremos lo que hacen quienes pretenden corregirlo y obran algo distinto a lo que l haba dicho. Ahora bien, es cierto que si retiras la palabra de ellos o si consideras el sacramento sin ella, no tendrs sino simple pan y vino. Pero, si permanecen unidos (como debe y es necesario que sea) son en virtud de las mismas palabras, el cuerpo y la sangre de Cristo. En efecto, como ha hablado y dicho la boca de Cristo, as es, pues no puede engaar ni mentir. Por esto, es fcil ahora responder a las diversas preguntas que son de tormento para nuestros das; por ejemplo, si un sacerdote perverso puede administrar el sacramento y repartirlo, y otras cosas del mismo gnero. Porque aqu sostenemos definitivamente y afirmamos: aunque sea un malvado quien tome o administre sacramento, toma, sin embargo, el verdadero sacramento, esto es, el cuerpo y la sangre de Cristo, lo mismo que quien use del sacramento con la mayor dignidad posible. Porque el sacramento no se funda en la santidad humana, sino en la palabra de Dios. Y as como no existe santo alguno en la tierra o ngel alguno en los cielos capaz de hacer del pan y el vino el cuerpo y la sangre de Cristo, tampoco podr nadie alterar o transformar el sacramento, aunque fuera usado indignamente. La palabra, en virtud de la cual se ha creado e instituido un sacramento, no ser falsa por la persona o la incredulidad. Cristo no ha dicho: si creis y sois dignos tendris mi carne y mi sangre; antes bien, dice Cristo: "Tomad, comed y bebed, esto es mi cuerpo y sangre". Adems, aade: "Haced esto..." (Es decir, lo que ahora estoy haciendo yo mismo, lo que instituyo en este momento, lo que os doy y os ordeno tomar, esto haced). Esto significa: seas digno o indigno, aqu tienes su cuerpo y su 295

sangre por la fuerza de las palabras que se juntan al pan y al vino. Pon atencin a esto y retenlo bien, pues sobre estas palabras se basa todo nuestro fundamento, proteccin y defensa contra los errores y las seducciones que siempre han ocurrido y que an vendrn. Hemos tratado el primer punto relativo a la esencia de este sacramento. Veamos ahora tambin el poder y el beneficio por los cuales, en el fondo, fue instituido el sacramento; en ello resido tambin el punto ms necesario, a fin de que se sepa lo que debemos buscar y extraer de ah. Esto resulta claro y fcil de las palabras mencionadas de Cristo: "Esto es mi cuerpo...; esto es mi sangre...; dado POR VOSOTROS...; derramada para la remisin de los pecados..." Esto quiere decir, en pocas palabras que nos acercamos al sacramento para recibir un tesoro, por el cual y en el cual obtenemos la remisin de nuestros pecados. Por qu esto? Porque las palabras estn ah y ellas nos lo otorgan. Porque Cristo nos ordena por eso que se le coma y se le beba, a fin de que ese tesoro me pertenezca y beneficie como una prenda y seal cierta; an ms, como el mismo bien dado por m, contra mis pecados, muerte y todas las desdichas. Con razn se denomina este sacramento un alimento del alma que nutre y fortifica al nuevo hombre. En primer lugar, mediante el bautismo somos nacidos de nuevo, pero junto a esto permanece, como dijimos, en el hombre "la antigua piel en la carne y en la sangre". Hay tantos tentculos y tentaciones del demonio y del mundo que con frecuencia nos fatigamos, desmayamos y, a veces, hasta llegamos a sucumbir. Pero, por eso nos ha sido dado como sustento y alimento cotidianos, con objeto de que nuestra fe se reponga y fortalezca para que, en vez de desfallecer en aquella lucha, se haga ms y ms fuerte. Pues la nueva vida ha de ser de modo tal que aumente y progrese sin cesar, sin interrupcin. Por lo contrario, sin embargo, no dejar de sufrir mucho. Pues el diablo es un enemigo furioso, que cuando ve que hay oposicin contra l y que se ataca al viejo hombre y que no puede sorprendernos con fuerza, se introduce subrepticiamente, rodea por todas partes, pone en juego todas sus artimaas y no ceja hasta finalmente agotarnos, de manera que o bien se abandona la fe, o bien nos desanimamos y nos volvemos enojados e impacientes. Para ello se nos da el consuelo, para que cuando el corazn sienta que tales cosas le van a ser muy difciles, busque aqu una nueva fuerza y alivio. En este punto se confunden una vez ms los espritus sabios en su propia sabidura e inteligencia y claman a voces: "Cmo es posible que el pan y el vino perdonen los pecados o fortalezcan la fe?" Sin embargo, escuchan y saben que nosotros no afirmamos cosa semejante acerca del pan y del vino por el mero hecho de serlo, sino que nos referimos nicamente al pan y vino que son el cuerpo y la sangre de Cristo y que van unidos a la palabra. Esto, decimos, y ninguna otra cosa es el tesoro mediante el cual se adquiere tal perdn de los pecados. Esto no nos es ofrecido y otorgado sino en las palabras: "...Por vosotros dado y derramada... En esto tienes dos cosas: el cuerpo y la sangre de Cristo y que ambos te pertenecen como un tesoro y don. Ahora bien, no puede ser que el cuerpo de Cristo sea algo infructfero y vano, que nada produzca y aproveche. Sin embargo, aunque el tesoro sea tan grande en s, es necesario que est comprendido en la palabra y que con ella nos sea ofrecido. De lo contrario, no podramos conocerlo, ni buscarlo. Por esta razn, tambin carece de validez que algunos digan: el cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena no se da ni se derrama por nosotros, y por lo tanto, no es posible obtener en el sacramento el perdn de los pecados. En efecto, si bien la obra ha sido ya cumplida en la cruz y se adquiri el perdn de los pecados, este perdn slo puede llegar a nosotros mediante la palabra. Porque, de otra manera, cmo sabramos nosotros mismos que tal cosa se ha cumplido o que debe sernos dado como regalo, si no se nos comunicara por la predicacin o por la palabra oral? Y si ellos no se afirman en la Escritura y en el evangelio y no los creen, entonces, de dnde podran ganar tal conocimiento y captar y apoderarse del perdn? Ahora el evangelio 296

entero y este articulo del Credo: "Creo en una santa iglesia cristiana, el perdn de los pecados, etctera..." han sido introducidos por la palabra en este sacramento y de este modo nos son presentados. Por qu debemos dejar arrancar tal tesoro del sacramento, cuando ellos mismos 68 estn obligados a reconocer que son las mismas palabras que escuchamos por todas partes en el evangelio y que ellos no pueden afirmar? Adems, no pueden afirmar que en el sacramento estas palabras no sirvan para nada, a menos que se atrevan a decir que fuera del sacramento el evangelio entero o la palabra de Dios no tienen ninguna utilidad. Tenemos, pues, ahora, todo el sacramento, a la vez lo que es en s, lo que procura y para qu sirve. Ahora es necesario que veamos cul es la persona que recibe este poder y este beneficio. Dicho con suma brevedad como antes con respecto al bautismo y otros puntos es esto: quien crea en estas cosas tal como las palabras lo expresan y procuran. Estas palabras no han sido dichas o anunciadas para las piedras o los rboles, sino a los hombres que las escuchan, a los cuales dice: "Tomad, comed..., etc.". Y dado que Cristo ofrece y promete el perdn de los pecados, no podr ser recibido sino mediante la fe. Cristo exige dicha fe en esta palabra, cuando dice: "POR VOSOTROS dado y derramada...". Es como si dijera yo doy esto y a la vez ordeno que lo comis y lo bebis, a fin de que lo podis aceptar y disfrutar. Quien tal cosa escuche creyendo que es verdad, ya lo posee. Pero, el que no crea, nada posee, porque se le presentan en vano estas cosas y no quiere gozar este saludable bien. El tesoro ha sido abierto y colocado delante de la puerta de cada hombre; an ms, encima de la mesa. Pero es menester que t te apropies de l y lo consideres con certeza como aquello que las palabras te dan. Esta es toda la preparacin cristiana para recibir este sacramento dignamente. En efecto, puesto que este tesoro es presentado totalmente en las palabras, no habr otro modo de captarlo y apropiarse de l con el corazn, pues no sera posible tomar tal regalo y tesoro eternos con el puo. El ayuno, la oracin, etc., son, sin duda, una preparacin externa y un ejercicio para los nios, de modo que el cuerpo se comporte y se mueva decente y respetuosamente ante el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero lo que en el sacramento y con l se da no puede ser tomado y apropiado slo fsicamente por el cuerpo. La fe del corazn, sin embargo, lo hace, de manera que reconoce el tesoro y anhela poseerlo. Que esto baste en cuanto es necesario como enseanza general sobre este sacramento. Podra decir an mucho mus sobre ello, pero es cuestin de tratarla en otra ocasin. Finalmente, ya que tenemos la recta comprensin y la verdadera doctrina del sacramento, se hacen necesarias tambin una exhortacin y una invitacin, a fin de que no se deje pasar en vano este gran tesoro que cada da se presenta y se distribuye entre los cristianos, o sen, los que quieran llamarse cristianos deben disponerse a recibir con frecuencia el muy venerable sacramento. En efecto, vemos la inercia y la negligencia que hoy existen en este respecto. Son una legin los que oyen el evangelio y, bajo el pretexto de que no existe el tinglado del papa y de que, por lo tanto, estamos liberados de su imposicin y mandamiento, dejan transcurrir un ao, dos o tres, o aun ms tiempo, sin acercarse al sacramento, como si fueran tan fuertes cristianos que no lo necesitaran. Otros, encuentran cierta dificultad y motivos de espanto, porque nosotros hemos enseado que nadie debe acercarse sin sentir el hambre y la sed que los impulse. Y otros, en fin, arguyen que el uso del sacramento es libre y no necesario, y que basta con tener fe. De esta forma, la mayora se endurece de corazn y, a la postre, acabarn por menospreciar el sacramento y la palabra de Dios. Es cierto: nosotros hemos dicho que no se debe impulsar y obligar de ninguna manera a nadie, de modo que no se restablezca una nueva masacre de almas. Pero, se debe saber, sin embargo, que quienes durante largo tiempo se alejan y retraen del sacramento no pueden ser considerados como cristianos, pues Cristo no lo ha instituido para que

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se lo trate como un espectculo entre muchos, sino que lo ha ordenado a sus cristianos para que coman y beban de l, hacindolo en su memoria. En verdad, los que son verdaderos cristianos y que consideran precioso y valioso el sacramento, se animarn y acercarn por s mismos. Sin embargo, diremos algunas palabras sobre este punto, a fin de que los simples y dbiles que desearan con gusto ser cristianos, se vean imputados con mayor fuerza a reflexionar acerca del motivo y la necesidad que debieran moverlos. Si en otras cuestiones que conciernen u la fe, al amor y a la paciencia, no es suficiente adoctrinar y ensear nicamente, sino exhortar diariamente, lo mismo aqu tambin es necesario exhortar por medio de la predicacin, de manera que no se llegue al cansancio o fastidio, porque sentimos y sabemos cmo el diablo se opone sin cesar a todo cristiano y, en cuanto puede, los ahuyenta y los hace huir de l. Disponemos, en primer lugar, del clarsimo pasaje en las palabras de Cristo: "HACED ESTO en memoria de m..." Estas palabras son para nosotros un precepto, una orden. Ellas imponen a quienes aspiran, a ser cristianos el deber de disfrutar del sacramento. Por lo tanto, quien quiera ser discpulo de Cristo, con los cuales habla aqu, reflexione sobre ello y que se atenga tambin a ellas, no por obligacin como impuesta por los hombres, sino por obedecer y complacer al Seor Cristo. Acaso objetes: Pero, tambin est escrito: "...cuantas veces lo hicieres", y ah no obliga a nadie, sino que lo deja al libre arbitrio. Respuesta: es cierto. Pero, no est escrito que no se debe hacer jams. An ms, puesto que precisamente pronuncia estas palabras: "Cuantas veces lo hiciereis", est implicado que deber hacerse con frecuencia. Adems, las aadi, porque su voluntad es que el sacramento est libre, no sujeto a fechas determinadas, como sucede con el cordero pascual de los judos, que no deban comerlo sino una vez al ao, el 14 del primer plenilunio por la noche, sin pasarse un solo da. Es como si quisiese decir con esto: "Instituyo para vosotros una pascua o cena que no celebraris una vez una noche determinada del ao, sino muchas veces cuando y donde querris; cada cual segn la ocasin y necesidad y; sin sujetarse a un lugar o fecha determinados". Claro est, el papa ha alterado esto despus y ha hecho de ello una fiesta juda. Ves, pues, que la libertad que se ha dejado, no es tal que se pueda despreciar el sacramento. En efecto, yo digo que se desprecia cuando durante largo tiempo se va sin jams desear el sacramento, aunque no se tenga ningn impedimento. Si quieres tener tal libertad, posela, pues, con mayor escala de tal modo que no seas cristiano y no necesites creer ni orar. Porque una cosa como la otra son tambin un mandamiento de Cristo. Pero, si quieres ser cristiano, habrs de satisfacer y obedecer este mandamiento de vez en cuando. Tal mandamiento debe impulsarte a volver sobre ti mismo y a pensar: Mira, qu cristiano soy yo? Si lo fuera, anhelara hacer algo de lo que mi Seor me ha mandado. En verdad, cuando nos mostramos tan rechazantes frente al sacramento, se siente qu clase de cristianos ramos cuando estbamos bajo el papado, cuando por pura obligacin y por temor a mandamientos humanos nos acercbamos al sacramento, pero sin gusto, sin amor alguno y sin atender jams al mandamiento de Cristo. Nosotros, sin embargo, no obligamos ni empujamos a nadie y nadie precisa; tampoco hacerlo para rendirnos un servicio o agradarnos. Ya el solo hecho de que Cristo quiere que sea as y le complace, debiera incitarte, an ms, debiera obligarte. Por los hombres no hay que dejarse obligar a creer o a realizar cualquier buena obra. No hacemos otra cosa, sino decir y exhortar lo que debes hacer, no por nuestro inters, sino por el tuyo. Cristo te atrae y te invita; si t lo quieres despreciar, toma t mismo la responsabilidad. Esto debe ser la primera cosa, especialmente para los fros y los negligentes, a fin de que puedan reflexionar y se despierten. Esto es ciertamente verdadero, como yo, por m mismo, he experimentado y cada cual lo puede descubrir tambin, si uno se mantiene alejado del sacramento 298

del altar, se llega da a da a ser ms terco y hasta se lo arroja al viento. De lo contrario, ser menester interrogarse a s mismo de corazn y de conciencia y comportarse como un hombre que quisiera estar con gusto en buena relacin con Dios. Cuanto ms se ejercite uno en esto, ms se calentar su corazn y ms arder, evitndose as que se hiele del todo. Acaso digas: "Qu hacer, si yo siento que no estoy preparado?" Respuesta: sa es tambin mi tentacin; procede especialmente de la vida que antes llev, cuando estaba sujeto al papa, en la que nos atormentbamos para ser puros, de modo que Dios no pudiese hallar en nosotros la falta ms insignificante. Por ello hemos llegado a ser tan temerosos que cada uno se horrorizaba y deca: "Ay, dolor, no eres digno!" Son la naturaleza y la razn las que empiezan a comparar nuestra indignidad con el grande y preciado bien; ste parece como un sol luminoso frente a una oscura lmpara; o como una piedra preciosa en comparacin con el estircol. Cuando ve esto, no quiere acercarse al sacramento y espera estar preparado, tanto tiempo que una semana sigue a la otra y un semestre al otro... Porque si quieres considerar cuan piadoso y puro eres y esperar en seguida que nada te inquiete, necesariamente no te acercars jams. Por consiguiente, se debe distinguir aqu entre unas y otras personas. Algunas son desvergonzadas y salvajes y ser preciso decirles que se abstengan, pues no estn preparadas para recibir el perdn de los pecados, dado que tampoco lo anhelan y no tienen gusto en querer ser piadosas. Las otras personas que no son de tal modo tercas y descuidadas y que con gusto seran piadosas, no se deben alejar del sacramento, a pesar de ser dbiles y frgiles. Como tambin ha dicho San Hilario: "Si un pecado no es de tal naturaleza que se pueda con razn excluir a alguno de la comunidad y considerarlo como un anticristiano, no se debe abstener del sacramento", a fin de no privarse de la vida. Pues nadie llegar tan lejos que no conserve faltas cotidianas en su carne y en su sangre. Por consiguiente, esta gente debe aprender que el mayor arte consiste en saber que nuestro sacramento no se funda en nuestra dignidad. En efecto, no nos bautizamos en cuanto somos dignos y santos, ni nos confesamos como si furamos puros y sin pecado; antes al contrario, como pobres y desdichados y precisamente porque somos indignos, excepto que haya alguien que no anse ninguna gracia y ninguna absolucin, ni pensara tampoco mejorarse. Pero, el que quisiere con gusto la gracia y el consuelo, deber impulsarse por s mismo, sin dejarse asustar por nadie y decir as: "Quisiera con gusto ser digno, empero sin fundarme en alguna dignidad, sino en tu palabra, porque t la has ordenado, vengo como el que con gusto deseara ser discpulo tuyo. Qudese mi dignidad donde pueda". Sin embargo, es difcil, ya que siempre hallamos algo en nuestro camino y nos obstaculiza y por eso miramos ms a nosotros mismos antes que a la palabra y a la boca de Cristo. La naturaleza humana prefiere obrar de tal manera que pueda con certeza apoyarse y fundarse sobre ella misma; donde esto no ocurre, ella se niega a avanzar. Que esto baste con respecto al primer punto. En segundo lugar, fuera del mandamiento hay tambin una promesa que, como se ha escuchado antes debe incitarnos e impulsarnos ms fuertemente. Ah se encuentran las amorosas, amistosas palabras: "Esto es mi cuerpo, POR VOSOTROS dado... Esto es mi sangre POR VOSOTROS derramada para remisin de los pecados". He dicho que tales palabras no han sido predicadas ni a los rboles, ni a las piedras, sino que a ti y a m. De no ser as Cristo hubiera preferido callar y no instituir ningn sacramento. Por lo tanto, piensa y colcate tambin bajo este "VOSOTROS", a fin de que no te hable en vano. Cristo nos ofrece en sus palabras todo el tesoro que nos trajo de los cielos y hacia el cual en otras ocasiones tambin nos atrae de la manera ms amistosa cuando dice: Mateo 11: "Venid a m todos los que estis fatigados y cargados, que yo os har reposar".

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Ahora bien, constituye un pecado y un escarnio que mientras Cristo nos invita y exhorta cordial y fielmente hacia nuestro mayor y mejor bien, nosotros nos mostremos rechazantes y dejemos transcurrir el tiempo hasta que, enfriados y endurecidos, nos falte, por ltimo, el deseo y el amor para acudir al sacramento. No se debe considerar; el sacramento nunca como cosa perjudicial, que deba rehuirse, sino como medicina saludable y consoladora, que te ayudar y te vivificar tanto en el alma como en el cuerpo. Porque donde el alma est sanada tambin est socorrido el cuerpo. Por qu nos comportamos ante l como si se tratara de un veneno que si se absorbiera traera la muerte? Es cierto que aquellos que lo desprecian y no viven cristianamente si lo toman ser para perjuicio y condenacin. En efecto, paraos tales personas nada debe ser bueno, ni saludable, as como para el enfermo tampoco es conveniente comer y beber caprichosamente lo que el mdico le haya prohibido. Pero aquellos que se sientan dbiles y quieran verse con gusto libres de su debilidad y anhelen ayuda, no deben considerar y utilizar el sacramento, sino como un antdoto precioso contra el veneno que tienen consigo. Pues en el sacramento debes recibir por boca de Cristo el perdn de los pecados. Dicho perdn encierra en s y nos trae la gracia de Dios y el Espritu Santo con todos sus dones: defensa, amparo y poder contra la muerte, el diablo y todo gnero de calamidades. Tienes, pues, del lado de Dios el mandamiento y la promesa del Seor Cristo. Adems, por tu parte, tu propia miseria que llevas al cuello, debiera moverte, por causa de la cual tienen lugar tal mandamiento y tal invitacin y tal promesa. Cristo mismo dice: "Los fuertes no necesitan de mdico, sino los enfermos", esto es, los fatigados y sobrecargados con pecados, con temor a la muerte y con tentaciones de la carne y del diablo. Ests cargado o sientes debilidad?, entonces ve con gozo al sacramento y reposars, sers consolado y fortalecido. Quieres esperar hasta verte libre de tales cosas para acercarte pura y dignamente al sacramento? Entonces, siendo as, quedars alejado de l siempre. Es Cristo mismo quien pronuncia la sentencia y dice: "Si eres puro y piadoso, ni t me necesitas, ni tampoco te necesito yo a ti". Indignos sern, segn esto, slo quienes no sientan sus imperfecciones, ni quieren ser pecadores. Acaso opongas: "Y, qu debo hacer si no puedo sentir tal necesidad, ni tener tal hambre y sed del sacramento?" Respuesta: que no conozco mejor consejo para quienes se consideren en tal estado y no sienten lo que hemos indicado que descender en ellos mismos para ver que ellos tambin tienen carne y sangre. Pero, si encuentras tales cosas, entonces consulta para tu bien la epstola de San Pablo a los Calatas y oirs qu clase de frutito es tu carne: "Manifiestas son, dice l, las obras de la carne, como adulterio, fornicacin, inmundicia, disolucin, idolatra, hechiceras, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, sectas, odios, homicidios, borracheras, banquetees y cosas semejantes". Si, pues, como dices, nada sientes de estas cosas, cree en la Escritura que no te mentir, porque conoce tu carne mejor que t mismo. Adems, San Pablo en el captulo 7 de la epstola a los Romanos, concluye: "Y yo s que en m, esto es, en mi carne, no mora el bien...". Si el mismo San Pablo se atreve a hablar as de su propia carne, no pretenderemos nosotros ser mejores o ms santos? Si, a pesar de todo, seguimos sin sentir nada, tanto peor, pues es seal de que nuestra carne es carne leprosa, que no siente nada y que, sin embargo, ejerce su furia y corroe a su alrededor. Pero, como se ha dicho, aunque t estuvieras muerto en este sentido, entonces cree a la Escritura que pronuncia este juicio sobre ti. En resumen: cuanto menos sientas tu pecado y tus imperfecciones, tantos ms motivos tienes para acercarte al sacramento y. buscar el auxilio y la medicina que necesitas. En segundo lugar, echa una mirada en tu derredor para ver si ests en el mundo. Si no lo sabes, pregntaselo a tu vecino. Estando en el mundo, no pienses que han de faltar los pecados y las necesidades. En efecto, comienza ahora como si quisieses ser piadoso y atente al evangelio. 300

Mira si alguien no llega a ser tu enemigo, hacindote dao, injusticia o violencia, o si no se te da motivo y ocasin para pecar y enviciarte. Y si nada de esto has experimentado, atiende a lo que dice la Escritura que por todas partes da acerca del mundo tal "elogio" y testimonio. Adems, tambin tendrs al diablo continuamente alrededor de ti y no te ser posible subyugarlo del todo, pues ni siquiera nuestro SEOR Cristo pudo evitarlo. Qu es el diablo? El diablo es, como la escritura lo nombra: un mentiroso y un homicida. Un mentiroso que en forma seductora aleja tu corazn de la palabra de Dios y lo enceguece, de modo que no puedas sentir tu necesidad y acercarte a Cristo. Un asesino que no te deja gozar ni una sola hora de vida. Si debieras ver cuntos cuchillos, dardos y flechas son disparados por su parte contra ti a cada momento, te tendras que alegrar todas las veces que pudieses acercarte al sacramento. Que andemos tan seguros y descuidados, sin embargo, radica solamente en que ni pensamos ni creemos que vivimos en carne, en el mundo malo y bajo el; reino del diablo. Por lo tanto, ensaya eso, ejerctalo, reconcntrate en ti mismo o mira un poco alrededor de ti y atente nicamente a la Escritura. Si ni haciendo esto logras sentir algo, tanto mayor necesidad tendrs para lamentarte ante Dios y ante tu hermano. Deja aconsejarte y suplicar por ti y no cedas hasta que esta piedra sea sacada de tu corazn. Porque de este modo encontrars la necesidad y percibirs que ests sumido en ello doblemente ms que cualquier otro pobre pecador y que necesitas an ms del sacramento contra la miseria que desgraciadamente no ves, si es que Dios no te concede la gracia de sentirlo ms y de que tengas ms hambre del sacramento, sobre todo en vista de que el diablo te acecha y te persigue sin cesar para atraparte, para matar tu alma y tu cuerpo, de manera que ni siquiera una hora puedas estar seguro ante l. Cuando menos lo esperes podra precipitarte de repente en la miseria y la necesidad. Que estas cosas sean dichas a ttulo de exhortacin, no slo para los que somos de edad madura y adultos, sino tambin para la juventud que ha de ser educada en la doctrina y comprensin cristianas. Pues con ello se puede inculcar ms fcilmente a los jvenes los Diez Mandamientos, el Credo y el Padrenuestro, de modo que lo aprendan gustosos y con seriedad y se ejerciten y acostumbren ya edad temprana. En efecto, en cuanto a la gente madura, en regla general, es muy tarde ahora para que se pueda obtener de ella estas u otras cosas. Que se d, por consecuencia, a los que vendrn despus de nosotros y que asumirn nuestra funcin y nuestra obra una educacin tal que eduquen a sus hijos con provecho para que la palabra de Dios y la cristiandad sean conservadas. Sepa, por lo tanto, todo padre de familia que por orden y mandamiento de Dios est obligado a ensear o a hacer ensear a sus hijos lo que conviene que sepan. Pues, por el hecho de que han sido bautizados y recibidos en la cristiandad, habrn de gozar tambin de la comunin que ofrece el sacramento del altar, con objeto de que nos puedan servir y ser tiles, porque es necesario que todos nos ayuden a creer, a amar, a orar y a luchar contra el diablo. BREVE EXHORTACIN A LA CONFESIN Sobre la confesin siempre hemos enseado que debe ser libre y que ha de ser abolida la tirana del papa para que todos quedemos libres de su coaccin y del importante gravamen y carga impuestos a la cristiandad. Como todos hemos experimentado, no ha existido hasta ahora cosa ms ardua que la obligacin colocada a cada uno de confesar so pena del peor pecado mortal. Adems, se gravaba esto mucho, martirizando a las conciencias por la enumeracin de tantos pecados, de manera que nadie poda confesarse bastante puro, y lo peor era que no hubiera nadie que ensease ni supiese qu es la confesin y qu utilidad y cunto consuelo brinda. Por lo contrario, lo convertan todo en mera angustia y en suplicio de infierno, de modo que deba hacerse, aunque ninguna cosa fuese ms odiosa. Estas tres cosas nos han sido sacadas y regaladas 301

ahora, de modo que no hemos de hacerlas por coaccin ni miedo. Estamos descargados tambin del martirio de tener que relatar con tanta exactitud todos los pecados. Adems, tenemos la ventaja de saber cmo se debe usar en forma saludable para consuelo y fortalecimiento de nuestra conciencia. Pero, ahora estas cosas las sabe cualquiera. Por desgracia, lo aprendieron demasiado bien, de modo que hacen lo que quieren y estn usando de la libertad como si jams tuvieran el deber o la necesidad de confesar. Porque muy pronto captamos lo que nos agrada y donde el evangelio es suave y benigno penetra en nosotros con suma facilidad. Mas, como dije, semejantes puercos no deberan vivir bajo el evangelio, ni deberan tener parte en l, sino permanecer bajo el papado y ms que antes dejarse llevar y mortificar, de manera que tengan que confesar, ayunar, etc, ms que nunca. Quien no quiere creer en el evangelio, ni vivir de acuerdo con l, ni hacer lo que debe hacer un cristiano, tampoco debe disfrutar el evangelio. Qu ocurrira si t quisieses nicamente sacar provecho de alguna cosa, sin hacer ni aplicar nada de ti mismo? Por lo tanto, no queremos haber predicado a semejantes hombres, ni tenemos la voluntad de concederles algo de nuestra libertad, ni permitir que gocen de ella. Ms bien volveremos a entregarlos al papa y a sus adictos para que los fuercen, como bajo un verdadero tirano. Al populacho que no quiere obedecer al evangelio, no le corresponde sino tal torturador que es un diablo y un verdugo de Dios. Pero, a los dems que aceptan su palabra, hemos de predicar siempre y debemos animarlos, estimularlos y atraerlos para que no dejen pasar en vano un tesoro tan precioso y consolador, presentado a ellos por el evangelio. En consecuencia, diremos tambin algo sobre la confesin para ensear y exhortar a la gente sencilla. Primero dije que fuera de la confesin de que estamos hablando ahora, existen an dos confesiones ms que con mayor propiedad podran llamarse confesin comn de todos los cristianos, a saber, uno se confiesa con Dios slo o con el prjimo y pide perdn. Ambas estn comprendidas tambin en el Padrenuestro cuando decimos: "Perdnanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores, etc.". En verdad, todo el Padrenuestro no es otra cosa que semejante confesin. Qu es nuestra oracin, si no confesar lo que no tenemos ni hacemos, mientras estamos obligados a realizarlo y a ansiar la gracia y una conciencia alegre? Tal confesin tiene y debe ocurrir sin cesar mientras vivamos. En realidad, la vida cristiana consiste propiamente en reconocer que somos pecadores y en pedir gracia. De la misma manera la otra confesin que cada cual hace ante el prjimo, tambin est comprendida en el Padrenuestro. Nos confesamos entre nosotros nuestras faltas y las perdonamos antes de presentarnos delante de Dios para pedir el perdn. Todos somos deudores los unos de los otros. Por ello debemos y podemos confesarnos pblicamente ante cada cual y nadie ha de temer al otro. Sucede lo que dice el refrn: "Si uno es piadoso, lo son todos", y nadie se conduce frente a Dios y el prjimo como debera hacerlo. Mas fuera de la deuda comn hay tambin una especial: cuando uno ha irritado al otro y debe pedirle perdn. Por consiguiente, en el Padrenuestro tenemos dos absoluciones: se nos perdonan las culpas tanto contra Dios como contra el prjimo y nos reconciliamos con l. Fuera de semejante confesin pblica, cotidiana y necesaria, hay tambin esta confesin secreta que se hace a un hermano solo. Cuando nos preocupa o nos apremia algo peculiar que nos fastidia y nos remuerde, de modo que no podemos encontrar tranquilidad, ni hallarnos suficientemente firmes en la fe, esta confesin nos servir para lamentarnos de ello ante un hermano, en procura de consejo, consuelo y fortaleza, cuando y cuantas veces queremos. No est expresada por medio de un mandamiento como las dos anteriores, sino que queda a criterio de cualquiera que la precise, hacer uso de ella cuando la necesite. Proviene y ha sido ordenada del siguiente modo: Cristo mismo puso la absolucin en boca de su cristiandad y le mand remitirnos 302

los pecados. Cuando un corazn sintiere sus pecados y ansiare consolacin, tendr en esto un refugio seguro donde halla y oye la palabra de Dios, por medio de un hombre que lo libera y lo absuelve de los pecados. Atiende, pues, como a menudo he dicho, que la confesin consta de dos partes. La primera es nuestra obra y accin: lamento mi pecado y anhelo consuelo y confortacin para mi alma. La segunda es una obra que hace Dios: por la palabra puesta en la boca de un hombre me remite los pecados. Esto es lo principal y lo ms noble que hace que la confesin, sea tan grata y consoladora. Hasta ahora slo insistan en nuestra obra, nicamente consideraban la confesin cuando fuera lo ms perfecta posible. La otra parte, la ms necesaria, no la estimaban ni la predicaban, como si la confesin slo fuera buena obra con la cual se deba pagar a Dios. Opinaban que la absolucin no sera vlida, ni se remitira el pecado, si la confesin no fuese completa y no se hiciese con toda minuciosidad. Con ello llevaban a la gente tan lejos que tenan que desesperarse por confesarse con tanta pureza (lo cual, en efecto, no era posible). Ninguno poda estar tranquilo ni confiar en la absolucin. De esta manera no slo volvieron intil la amada confesin, sino tambin la hicieron dificultosa y amarga, con manifiesto dao y perdicin del alma. Por lo tanto, hemos de considerar la cuestin de la siguiente manera: debemos distinguir y separar las dos partes con toda claridad, teniendo en poco nuestra obra y estimando muy altamente la palabra de Dios. No procederemos como si quisiramos realizar una obra excelente y ofrecerle algo a Dios, sino que debemos tomar y recibir de l. No necesitas presentarte explicando cuan piadoso o cuan malo eres. Si eres cristiano, bien lo s sin esto; si no lo eres, ms an lo s. Pero se trata de esto: te lamentars de tu miseria y aceptars ser ayudado para obtener un corazn y una conciencia alegres. A esto no debe compulsarte nadie con mandamientos, sino decimos: quien es cristiano o quiere serlo tiene en ello un consejo que merece confianza, que vaya y busque el tesoro precioso. Si no eres cristiano ni anhelas tal consolacin, admitimos que otro te obligue. Con ello anulamos del todo la tirana, el mandamiento y la imposicin del papa, del cual no necesitamos si (como queda dicho) enseamos lo siguiente: quien no se confiesa de buen grado para obtener la absolucin, debe abstenerse de la confesin. Aun si uno va confiando en su obra por haberse confesado en forma impecable, no ha de hacerlo tampoco. No obstante, te exhortamos para que te confieses e indiques tu necesidad; no para hacerlo como obra, sino con el fin de or lo que Dios te manda decir. Pero, digo, has de respetar la palabra o la absolucin, tenerlas por grandes y preciosas, como un gran tesoro excelente y aceptarlas con todo honor y agradecimiento. Si uno expusiese esto extensamente, indicando a la vez la necesidad que debiera movernos e incitarnos, no se precisara mucha insistencia, ni obligacin. La propia conciencia impulsara a cada cual y lo asustara, de modo que estuviera contento y procediera como un pobre mendigo msero que se entera de que en algn lugar se distribuyen abundantes ddivas, dinero y vestimentas. Ni se necesitara de alguacil alguno para empujarlo y golpearlo. Por s mismo correra con todas las fuerzas de su cuerpo para no perder la oportunidad. Pero, si de ello se hiciese un mandato de que todos los mendigos debieran acudir sin indicar el motivo y sin enunciar lo que all pudieran buscar y obtener, no ocurrira sino que todos iran de mala gana no pensando en conseguir nada, excepto para demostrar cuan pobres y mseros son los mendigos. Esto no les brindara mucha alegra y consuelo, sino que los hara ser ms enemigos del mandato. De la misma forma, los predicadores del papa ocultaban estas preciosas limosnas abundantes y este inefable tesoro, impelindolos en masa con el nico fin de que se viese que ramos gente impura y abominable. En estas condiciones nadie poda ir gozoso a confesarse. Mas nosotros no decimos que se debe ver que t ests lleno de inmundicias, ni que ellos habrn de contemplarlas 303

como en un espejo. Ms bien te aconsejamos diciendo: si ests pobre y miserable, vete y usa del medicamento saludable. Quien sintiere su miseria y necesidad tendr anhelo tan fuerte que acudir con alegra. En cambio, abandonamos a los que no lo aprecian, ni vienen por s mismos. Que sepan, sin embargo, que no los tenemos por cristianos. Por consiguiente, enseamos que la confesin es algo excelente, precioso y consolador, y exhortamos a que en vista de nuestra gran miseria, no se desprecie un tan precioso bien. Si eres cristiano no necesitars en ninguna parte de mi imposicin ni del mandato del papa, sino t mismo te obligars y me rogars que te deje participar en la confesin. Pero, si la menosprecias y altanero llevas tu vida sin confesarte, dictamos la sentencia definitiva de que no eres cristiano y que no debes disfrutar del sacramento; pues t desprecias lo que no debe despreciar ningn cristiano y por ello haces que no puedas obtener la remisin del pecado, tambin es una seal cierta de que desprecias el evangelio. En resumen, desestimamos toda suerte de coaccin. Empero, si alguien no escuchare nuestra predicacin y exhortacin, ni las observare, no tendremos nada que ver con l y no deber participar en el evangelio. Si fueras cristiano, estaras contento y correras cien leguas para confesarte y no te haras constreir, sino que vendras a obligarnos a nosotros. El forzamiento ha de invertirse, de modo que nosotros tengamos el mandamiento y t la libertad. Nosotros no compelemos a nadie, ms bien soportamos que nos constrian, como nos fuerzan a predicar y a administrar el sacramento. En consecuencia, al exhortar a confesarse, no hago otra cosa que exhortar a ser cristianos. Si lograre esto contigo, tambin te habr inducido a confesar. Los que anhelan gustosos ser cristianos piadosos, verse librados del pecado y tener una conciencia alegre, ya tienen la verdadera hambre y la verdadera sed para apetecer el pan, como un siervo perseguido sufre del calor y de la sed, como se dice en el Salmo 42: "Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, as clama por ti, oh Dios, el alma ma". Esto significa: como aqul tiene su deseo doloroso y ansioso de llegar a los hontanares frescos, igualmente tengo yo un deseo angustioso y ansioso de la palabra de Dios o la absolucin y el sacramento, etc. Mira, si se ensease rectamente acerca de la confesin, se despertaran el deseo y el amor, de modo que la gente acudira y correra detrs de nosotros ms de lo que nos gustara. Dejemos que los papistas se martiricen y se torturen a s mismos como tambin a otros que no aprecian semejante tesoro y se privan de l a s mismos. Mas nosotros levantaremos las manos, alabaremos a Dios y le agradeceremos por haber llegado a tal conocimiento y gracia.

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FORMULA DE CONCORDIA
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Reexposicin y explicacin detallada, pura, correcta y final de varios artculos de la Confesin de Augsburgo, respecto de los cuales durante algn tiempo ha existido desacuerdo entre algunos de los telogos que se adhieren a esta Confesin, recibidos y conciliados de acuerdo a la gua de la Palabra de Dios y al breve resumen de nuestra enseanza cristiana.

PRIMERA PARTE EPTOME O compendio de los artculos en controversia entre los telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo. En la siguiente recapitulacin, estos artculos son expuestos y conciliados de una manera cristiana conforme a la gua de la palabra de Dios. LA BREVE REGLA Y NORMA SEGN LA CUAL DEBEN JUZGARSE TODAS LAS DOCTRINAS, Y EXPLICARSE Y ARREGLARSE DE UNA MANERA CRISTIANA TODAS LAS ENSEANZAS ERRNEAS QUE HAN SURGIDO. 1. Creemos, enseamos y confesamos que la nica regla y norma segn la cual deben valorarse y juzgarse todas las doctrinas, juntamente con quienes las ensean, es exclusivamente la Escritura proftica y apostlica del Antiguo y del Nuevo Testamento, como est escrito en el Salmo 119:105: Lmpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino; y como escribe el Apstol San Pablo en Glatas 1:8: Aunque un ngel del cielo os anunciare otro evangelio, sea anatema. Otros escritos empero de telogos antiguos o modernos, sea cual fuere el nombre que lleven, no deben considerarse iguales a la Sagrada Escritura, sino que todos ellos deben subordinarse a la misma, y no deben admitirse en otro carcter y alcance sino como testigos de ella, para demostrar de qu modo y en qu lugar fue conservada esta doctrina de los profetas y apstoles en los tiempos post apostlicos. 2. Y puesto que inmediatamente despus del tiempo de los apstoles, y aun en vida de ellos, surgieron falsos profetas y herejes, contra los cuales se redactaron en la iglesia cristiana primitiva ciertos smbolos, esto es, confesiones breves y categricas que se consideraron como la unnime y universal fe y confesin cristiana de la iglesia ortodoxa y verdadera, prometemos ser fieles a estos smbolos, tales como el Credo Apostlico, el Credo Niceno, el Credo de Atanasio, y con ello rechazamos todas las herejas y doctrinas que, en oposicin a ellos, se han introducido en la iglesia de Dios. 3. Pero en lo que respecta a cismas en materia de la fe que han ocurrido en la actualidad, consideramos como consenso y declaracin unnime de nuestra fe y confesin cristiana, especialmente en oposicin al papado y su culto, idolatra y supersticin, y en oposicin a otras sectas,'' el smbolo redactado en poca reciente, a saber; la primera e inalterada Confesin de Augsburgo, entregada a Carlos V con su Apologa, y los Artculos compuestos en Esmalcalda en el ao 1537, y suscriptos en aquel tiempo por los telogos ms eminentes.

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Y puesto que estas cuestiones ataen tambin a los laicos y a la salvacin de su alma, aceptamos adems como Biblia de los laicos el Catecismo Menor y el Mayor del Dr. Lutero, incluidos en las obras de ste, los cuales contienen en forma concisa todo lo que se trata ms extensamente en la Sagrada Escritura, y que el cristianismo necesita saber para su salvacin. A esta gua, como queda dicho, deben ajustarse todas las doctrinas, y lo que no est en conformidad con ellas, debe rechazarse y condenarse como contrario a la declaracin unnime de nuestra fe. De este modo se conserva la distincin entre la Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y cualesquiera otros escritos, y la Sagrada Escritura sola permanece el nico juez, regla y norma segn la cual, a manera de nica piedra de toque, han de ser discernidas y juzgadas todas las doctrinas para determinar si son buenas o malas, verdaderas o falsas. En cambio, los dems smbolos y escritos que acaban de mencionarse no son jueces, como lo es la Sagrada Escritura, sino nicamente testimonios y declaraciones de la fe, para demostrar cmo en las distintas pocas la Sagrada Escritura ha sido entendida y explicada en los artculos en controversia en la iglesia de Dios por aquellos que vivan en ese tiempo, y cmo las doctrinas contrarias fueron rechazadas y condenadas.

I. EL PECADO ORIGINAL EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en esta controversia es: Si el pecado original es esencialmente y sin distincin alguna la naturaleza, substancia y esencia del hombre, o antes bien la parte principal y mejor de su esencia, esto es, el alma racional misma en su ms elevado estado y facultades; o si, aun despus de la cada, hay alguna distincin entre la substancia, naturaleza, esencia, cuerpo y alma humanos por una parte, y el pecado original por la otra, de modo que la naturaleza humana misma sea una cosa, y otra cosa diferente el pecado original, que se adhiere a la naturaleza humana y la corrompe. AFIRMATIVA La doctrina, fe y confesin pura segn la norma ya mencionada y la declaracin breve 1. Creemos, enseamos y confesamos que hay una distincin entre la naturaleza del hombre, no slo segn fue creado originalmente por Dios, es decir, puro y santo y sin pecado, sino tambin segn tenemos esa naturaleza en la actualidad, despus de la cada; o sea, entre la naturaleza misma que aun despus de la cada es y permanece criatura de Dios, y el pecado original; y que esta distincin es tan grande como la que existe entre una obra de Dios y una obra del diablo. 2. Creemos, enseamos y confesamos adems que esta distincin debe mantenerse con el mayor cuidado, porque la doctrina que insiste en negar la distincin entre nuestra corrupta naturaleza humana y el pecado original est en pugna con los artculos principales de nuestra fe cristiana respecto de la creacin, la redencin, la santificacin y la resurreccin de la carne, y por ende no puede coexistir con ellos. Pues Dios cre no slo el cuerpo y el alma de Adn y Eva antes de la cada, sino tambin el cuerpo y el alma nuestros despus de la cada; y a pesar de que son corruptos, Dios los reconoce como obra suya, como est escrito en Job 10:8: Tus manos me hicieron y me formaron. (Dt. 32:6; Is. 45:9; 54:5; 64:8; Hch. 17:25-28; Sal. 100:3; 139:14; Ec. 12:1.)

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Adems, el Hijo de Dios ha asumido en la unidad de su persona esta naturaleza humana, pero sin pecado; no ha asumido una carne extraa, sino nuestra propia carne, y a causa de ello se ha hecho nuestro verdadero hermano, en Hebreos 2:14: Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, l tambin particip de lo mismo; y en Hebreos 2:16-17 y 4:15 se nos dice: Ciertamente no socorri a los ngeles, sino a la simiente de Abraham socorri. Por lo cual, deba ser en todo semejante a los hermanos. . . pero sin pecado. De igual modo, Cristo tambin ha redimido nuestra carne como obra suya, la santifica como obra suya, la resucita de entre los muertos y la ensalza gloriosamente como obra suya. El pecado original en cambio no lo ha creado ni asumido ni redimido ni santificado; ni tampoco lo resucitar ni lo ensalzar ni lo salvar en los escogidos, sino que en la gloriosa resurreccin ser destruido por completo. De modo que se puede discernir fcilmente la distincin entre la naturaleza corrupta y la corrupcin que infecta a la naturaleza y por la cual la naturaleza se torn corrupta. 3. Por otra parte empero creemos, enseamos y confesamos que el pecado original no es una corrupcin superficial, sino tan profunda de la naturaleza humana que nada saludable e incorrupto ha quedado en el cuerpo o alma del hombre, en sus facultades interiores o exteriores, sino segn lo expresa la iglesia en uno de sus himnos: Por la cada de Adn qued enteramente corrupta la naturaleza y esencia humana. Este dao es indecible y no puede entenderse por medio de la razn humana sino nicamente por medio de la palabra de Dios; por lo que sostenemos que nadie sino slo Dios puede separar la naturaleza humana de la corrupcin inherente en ella. Esto se realizar por completo mediante la muerte, en la gloriosa resurreccin. En esta ocasin la naturaleza que llevamos ahora resucitar y vivir eternamente sin el pecado original y totalmente separada de l, como se nos dice en Job 19:26-27: Ser vestido de esta mi piel, y en mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver por m mismo, y mis ojos lo vern.

NEGATIVA Rechazamiento de las doctrinas falsas 1. Por lo tanto rechazamos y condenamos la doctrina de que el pecado original es slo una deuda en que ha incurrido otro, y que nos ha sido legada sin causar ninguna corrupcin en nuestra naturaleza. 2. Rechazamos asimismo que los malos deseos no son pecado, sino propiedades concreadas y esenciales de la naturaleza, o que el antedicho defecto o dao no es realmente un pecado que somete a la ira divina al hombre no implantado en Cristo. 3. Igualmente rechazamos el error pelagiano de alegar que la naturaleza del hombre aun despus de la cada es incorrupta, y que ha permanecido enteramente buena e inclume en el ejercicio de sus facultades naturales, particularmente en lo que concierne a asuntos espirituales. 4. Rechazamos adems que el pecado original es slo una leve e insignificante mancha exterior, salpicada o soplada sobre la naturaleza, y que debajo de esa mancha la naturaleza ha mantenido sus buenas facultades aun en asuntos espirituales. 5. Asimismo, que el pecado original es slo un impedimento exterior a las buenas facultades espirituales, y no una privacin o carencia de las mismas; que es como el efecto que el jugo de ajo tiene en el imn, que no le hace perder su poder natural, sino que solamente lo neutraliza; o que la mancha del pecado puede ser borrada con la misma facilidad con que se borra una mancha en la cara o un borrn en la pared."

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6. Asimismo, que la naturaleza y esencia humanas no son enteramente corruptas, sino que el hombre todava tiene en s algo de bueno aun en asuntos espirituales, a saber, capacidad, destreza, aptitud o habilidad en asuntos espirituales, para empezar, realizar o ayudar a realizar algo bueno. 7. Por otra parte rechazamos tambin la doctrina falsa de los maniqueos, quienes ensean que el pecado original ha sido infundido por Satans en la naturaleza humana como algo esencial y substancial, y mezclado con ella as como se mezclan el veneno y el vino. 8. Asimismo, que no es el hombre natural el que peca, sino otra cosa, extraa al hombre, por lo que no es acusable la naturaleza humana, sino el pecado original que existe en esta naturaleza. 9. Tambin rechazamos y condenamos como error maniqueo la falsa doctrina de que el pecado original es esencialmente y sin distincin alguna la substancia, naturaleza y esencia misma del hombre corrupto, de modo que ni siquiera puede concebirse una distincin entre la naturaleza humana corrupta tal como es despus de la cada, y el pecado original, ni separar aqulla de ste aunque sea en pensamientos. 10. La verdad es que el Dr. Lutero llama el pecado original pecado natural, pecado personal, pecado esencial, pero no porque la naturaleza, persona y esencia del hombre sean de por s mismas, sin distincin alguna, pecado original, sino a fin de indicar mediante estas palabras la distincin que existe entre el pecado original, inherente en la naturaleza humana, y otros pecados que se llaman pecados actuales (o de comisin). 11. Pues el pecado original no es pecado que se comete, sino que es inherente en la naturaleza, substancia y esencia del hombre, de modo que si fuese posible que del corazn del hombre corrupto no surgiese jams un pensamiento malo, que el hombre jams pronunciase una palabra frvola o hiciese una obra impa, sin embargo, su naturaleza es corrupta por causa del pecado original que es innato en nosotros debido a la simiente pecaminosa, y es la fuente de todos los dems pecados actuales, tales como los malos pensamientos, palabras y obras, como est escrito en Mateo 15:19: Del corazn salen los malos pensamientos, y tambin en Gnesis 6:5; 8:21: El intento del corazn del hombre es malo desde su juventud. 12. Tambin conviene observar cuidadosamente los diversos significados de la palabra naturaleza, con los cuales los maniqueos encubren su error y engaan a mucha gente simple. Pues a veces significa la esencia misma del hombre, como cuando se dice: Dios cre la naturaleza del hombre. Pero otras veces significa la disposicin y la cualidad viciosa de una cosa, que es inherente en la naturaleza o esencia, como cuando se dice: La naturaleza de la serpiente es morder, y la naturaleza y disposicin del hombre es pecar, y es pecado. En ese sentido, la palabra naturaleza no significa la substancia del hombre, sino algo que es inherente en su naturaleza o esencia. 13. Pero en lo que se refiere a los vocablos latinos substantia y accidens, ya que no son trminos bblicos y adems son desconocidos para el hombre comn, no deben usarse en sermones destinados a oyentes sencillos e indoctos, pues se debe tomar en consideracin el entendimiento de estas personas. Pero en las altas escuelas, entre los doctos, deben seguir en uso estos vocablos en las discusiones sobre el pecado original, porque son trminos bien conocidos e inequvocos para expresar con exactitud la diferencia que existe entre la esencia de una cosa y lo que es adherente a ella de una manera accidental. Pues de este modo se puede explicar con la mayor claridad la distincin que existe entre la obra de Dios y la del diablo, porque el diablo no puede crear ninguna substancia, sino que slo puede, de una manera accidental y si Dios se lo permite, corromper la substancia creada por Dios.

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II. EL LIBRE ALBEDRO EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en esta controversia: La voluntad del hombre la encontramos en cuatro estados desemejantes, a saber: 1) antes de la cada, 2) desde la cada, 3) despus de la regeneracin, y 4) despus de la resurreccin de la carne. Aqu empero interesa considerar solamente la voluntad y capacidad del hombre en el segundo de estos estados, o sea, qu facultades en asuntos espirituales tiene el hombre de por s despus de que nuestros primeros padres cayeron en el pecado y antes de la regeneracin, y si mediante sus propias facultades, antes de haber sido regenerado por el Espritu de Dios, el hombre es capaz de aplicarse y prepararse a s mismo para recibir la gracia de Dios, y de aceptar o no la gracia que mediante el Espritu Santo se le ofrece en la palabra y en los sacramentos instituidos por Dios.

AFIRMATIVA La doctrina correcta respecto de este artculo, segn la palabra de Dios 1. Respecto a este asunto, nuestra doctrina, fe y confesin es la siguiente: En asuntos espirituales, el entendimiento y la razn del hombre son completamente ciegos, y por sus propias facultades no comprenden nada, como est escrito en 1 Corintios 2:14: El hombre natural no percibe las cosas que son del Espritu de Dios, porque le son locura, y le falta el entendimiento cuando se le examina acerca de cuestiones espirituales. 2. Asimismo creemos, enseamos y confesamos que la voluntad no regenerada del hombre no slo se ha alejado de Dios, sino que tambin se ha hecho enemiga de Dios, de modo que su inclinacin y deseo estn dirigidos nicamente hacia lo malo y lo que se opone a Dios, como est escrito en Gnesis 8:21: El intento del corazn del hombre es malo desde su juventud, y en Romanos 8:7: La intencin de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede. Ms an: As como el cuerpo muerto no es capaz de resucitarse a s mismo a una vida corporal y terrenal, as tampoco el hombre, quien por causa del pecado est muerto espiritualmente, es capaz de resucitarse a s mismo a una vida espiritual, como est escrito en Efesios 2:5: Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo, y en 2 Corintios 3:5: No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios. 3. Sin embargo, Dios el Espritu Santo no obra la conversin sin valerse de medios, sino que para convertir al hombre hace que sea predicada y oda la palabra de Dios, como est escrito en Romanos 1:16: El evangelio es poder de Dios para salvacin, y en Romanos 10:17: La fe viene por el or la palabra de Dios. Y es la voluntad de Dios que los hombres oigan su palabra y no se tapen los odos (Sal. 95:8). Con esta palabra est presente el Espritu Santo y abre el corazn de los creyentes, a fin de que stos, como aquella Lidia de que se nos habla en Hechos 16:14, oigan la palabra con atencin y as se conviertan por ese nico medio: La gracia y el poder del Espritu Santo, autor nico y exclusivo de la conversin del hombre. Pues sin la gracia del Espritu, y si l no concede el crecimiento, es intil todo nuestro desear y correr (Ro. 9:16), nuestro plantar, sembrar y regar, como dice Cristo en Juan 15:5: Sin m nada podis hacer. Con estas breves palabras Cristo niega que el libre albedro tenga facultades espirituales y atribuye todo a la gracia de Dios, para que nadie se glore delante de Dios (1 Co. 1:29; 2 Co. 12:5; Jer. 9:23).

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NEGATIVA Doctrinas falsas contrarias Por consiguiente, rechazamos y condenamos todos 1. La doctrina insensata de los filsofos llamados estoicos, como tambin la de los maniqueos, quienes enseaban que todo lo que sucede, tiene que suceder tal cual, sin posibilidad alguna de suceder de otro modo, y que todo lo que el hombre hace, aun en cuestiones externas, lo hace por compulsin, y que es obligado a cometer obras malas y desplegar actitudes malas, tales como lascivia, rapia, crimen, hurto y cosas similares. 2. Tambin rechazamos el craso error de los pelagianos, quienes ensean que el hombre tiene la capacidad, mediante sus propias facultades, sin la gracia del Espritu Santo, de convertirse a Dios, creer el evangelio, obedecer de corazn a la ley de Dios, y merecer as el perdn de los pecados y la vida eterna. 3. Tambin rechazamos el error de los semipelagianos, quienes ensean que mediante sus propias facultades el hombre es capaz de iniciar su conversin, pero que no puede completarla sin la gracia del Espritu Santo. 4. Rechazamos asimismo la enseanza de quienes admiten que por su libre albedro, antes de la regeneracin, el hombre es demasiado dbil para hacer ese comienzo y mediante sus propias facultades convertirse a Dios y obedecerle de corazn, sosteniendo sin embargo que si el Espritu Santo por la predicacin de la palabra ha hecho el comienzo, ofreciendo as su gracia, la voluntad del hombre puede, por medio de sus propias facultades, aadir algo, aunque en medida muy limitada y dbil, pudiendo de esta manera ayudar y cooperar, habilitarse y prepararse para la gracia, recibirla y aceptarla, y creer el evangelio. 5. Rechazamos que el hombre, despus de haber nacido de nuevo, pueda observar de manera perfecta la ley de Dios y cumplirla en todos sus detalles, y que este cumplimiento sea nuestra justicia delante de Dios, por la cual merecemos la vida eterna. 6. Tambin rechazamos y condenamos el error de los entusiastas o iluminados, quienes ensean que Dios, sin utilizar medios, sin que se oiga su palabra, y tambin sin el uso de los santos sacramentos, hace que los hombres se acerquen a l, los ilumina, justifica y salva. (Llamamos entusiastas o iluminados a los que esperan la iluminacin celestial por parte del Espritu sin la predicacin de la palabra de Dios.) 7. Rechazamos la enseanza de que en la conversin y regeneracin, Dios extermina por completo la substancia y esencia del Viejo Adn, y especialmente el alma racional, y en la conversin y regeneracin crea de la nada una nueva esencia espiritual. 8. Rechazamos tambin el empleo sin explicacin alguna de expresiones tales como: La voluntad del hombre antes de la conversin, durante la conversin y despus de la conversin resiste al Espritu Santo, y: El Espritu Santo es dado a aquellos que se oponen a l con toda intencin y persistencia; pues, como dice Agustn: Dios hace de personas involuntarias personas voluntarias y mora en stas. Con respecto a expresiones de telogos antiguos y modernos como stas: Dios atrae, pero slo atrae a los que quieren; y: En la conversin, la voluntad del hombre no es inactiva, sino que tambin hace algo, sostenemos que, por cuanto dichas expresiones se han usado para corroborar los errores respecto a las facultades del libre albedro natural en la conversin del hombre, en contra de la doctrina acerca de la gracia de Dios, ellas no concuerdan con la sana doctrina, y por consiguiente deben evitarse cuando hablamos de la conversin del hombre a Dios. En cambio, es correcto decir que en la conversin, Dios hace de personas obstinadas e involuntarias personas voluntarias, mediante el impulso del Espritu Santo, y que despus de tal 311

conversin, en el ejercicio diario del arrepentimiento, la voluntad regenerada del hombre no es inactiva, sino que tambin coopera en todas las obras del Espritu Santo, las cuales l efecta por medio de nosotros. 9. El Dr. Lutero escribi que en la conversin, la voluntad del hombre es puramente pasiva, es decir, que no hace absolutamente nada. Esto debe entenderse con respecto a la gracia divina y la obra que sta realiza de encender nuevos impulsos, o sea, cuando el Espritu de Dios, mediante el or la palabra o el usar los santos sacramentos, se apodera de la voluntad del hombre y efecta en el hombre el nuevo nacimiento y la conversin. Pero una vez que el Espritu Santo ha efectuado y realizado esto, y la voluntad del hombre ha sido transformada y renovada por el poder y la obra exclusiva de Dios, entonces tu nueva voluntad del hombre es instrumento y rgano del Espritu Santo, de modo que el hombre no slo acepta la gracia divina, sino que tambin coopera con el Espritu Santo en las obras subsecuentes. Por lo tanto, antes de la conversin del hombre, existen slo dos causas eficientes: El Espritu Santo, y la palabra de Dios. sta es usada por el Espritu Santo como instrumento para efectuar la conversin. Por supuesto, el hombre tiene que or la palabra de Dios; pero el creerla y aceptarla no se debe a las propias facultades del hombre, sino nicamente a la gracia y obra del Espritu Santo.

III. LA JUSTICIA ANTE DIOS QUE PROVIENE DE LA FE EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en esta controversia: Puesto que en nuestras iglesias se confiesa en forma unnime, de acuerdo con la palabra de Dios y lo expuesto en la Confesin de Augsburgo, que nosotros, pobres pecadores, somos justificados y salvados ante Dios nicamente por medio de la fe en Cristo, y que as, nuestra justicia es Cristo solo, quien es verdadero Dios y hombre, por cuanto en l estn unidas personalmente la naturaleza divina y la humana (Jer. 23:6; 1 Co. 1:30; 2 Co. 5:21), surgi la siguiente pregunta: Segn qu naturaleza es Cristo nuestra justicia?, y como consecuencia se originaron en nuestras iglesias dos errores opuestos entre s. Pues cierta faccin sostuvo que Cristo es nuestra justicia nicamente segn su divinidad, si l mora en nosotros por la fe. Comparados con esta divinidad que mora en nosotros por la fe, los pecados de todos los hombres han de considerarse como una gota de agua en comparacin con el gran ocano. La otra faccin, por el contrario, sostuvo que Cristo es nuestra justicia ante Dios nicamente segn su naturaleza humana.

AFIRMATIVA La doctrina pura de las iglesias cristianas, confrontada con los dos errores que acaban de mencionarse 1. En contra de los dos errores que acaban de mencionarse, creemos, enseamos y confesamos en forma unnime que Cristo es nuestra justicia no nicamente segn su naturaleza divina, ni tampoco segn su naturaleza humana nicamente. Antes bien, nuestra justicia es el Cristo entero segn las dos naturalezas, y lo es exclusivamente por su obediencia, la que l, como Dios y hombre, rindi al Padre hasta la muerte; y con esta obediencia l obtuvo para nosotros el perdn de los pecados y la vida eterna, como est escrito: As como por la desobediencia de un hombre

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los muchos fueron constituidos pecadores, as por la obediencia de uno los muchos sern constituidos justos, Romanos 5:19. 2. Por consiguiente, creemos, enseamos y confesamos que nuestra justicia ante Dios consiste en que Dios perdona nuestros pecados de pura gracia, sin ninguna obra, mrito o dignidad de parte nuestra, ya sean precedentes, presentes o subsecuentes; que l nos da y atribuye la justicia resultante de la obediencia de Cristo; y que por causa de esta justicia somos recibidos por Dios en la gracia y considerados justos. 3. Creemos, enseamos y confesamos que la fe sola es el medio o instrumento por el cual nos asimos de Cristo; y al asirnos de l, nos asimos de la justicia que vale ante Dios. As, pues, por causa de Cristo esta fe nos es contada por justicia, Romanos 4:5. 4. Creemos, enseamos y confesamos que esta fe no es un simple tener nocin de la historia de Cristo, sino que es un gran don de Dios, por medio del cual llegamos al correcto conocimiento de Cristo como nuestro Redentor, a base de lo que de l nos dice el evangelio, y a depositar en l la confianza de que nicamente por causa de su obediencia, por la gracia, tenemos el perdn de los pecados y somos considerados santos y justos por parte de Dios el Padre, y salvos eternamente. 5. Creemos, enseamos y confesamos que conforme al uso idiomtico de la Escritura, la palabra justificar significa en este artculo absolver, esto es, declarar libre de pecados. Proverbios 17:15: El que justifica al impo, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominacin a Jehov; y Romanos 8:33: Quin acusar a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. Y cuando en lugar de la palabra justificacin se emplean las palabras regeneracin y vivificacin, como en la Apologa, esto se hace en el mismo sentido. En otros contextos, en cambio, estos trminos hacen referencia a la renovacin del hombre, a diferencia de la justificacin por la fe. 6. Creemos, enseamos y confesamos, adems, que si bien los que profesan la fe genuina y han sido en verdad regenerados, se ven afectados an por muchas debilidades y defectos, hasta el momento mismo de su muerte, sin embargo, no por ello deben dudar de la justicia que se les ha imputado mediante la fe, ni de la salvacin de sus almas, sino que deben estar en la completa seguridad de que por causa de Cristo tienen un Dios misericordioso, pues as lo afirman la promesa y la palabra del santo evangelio. 7. Creemos, enseamos y confesamos que a fin de preservar la doctrina pura acerca de la justificacin por fe ante Dios, es necesario prestar atencin especial a las partculas excluyentes, esto es, a ciertas expresiones usadas por el apstol San Pablo, mediante las cuales se establece una separacin completa entre el mrito de Cristo y nuestras obras y se le da toda la gloria a Cristo. Estas partculas son las siguientes: De gracia, sin mrito, sin la ley, sin obras, no por obras. Todas estas expresiones significan una y la misma cosa: Que somos justificados y salvos slo por medio de la fe en Cristo29 (Ef. 2:8; Ro. 1:17; 3:24; 4:3 y sigtes.; G. 3:11; He. 11). 8. Creemos, enseamos y confesamos que si bien la contricin que precede a la fe, y las buenas obras que la siguen, no pertenecen al artculo de la justificacin ante Dios, sin embargo, nadie debe imaginarse una fe que i pueda existir y permanecer junto con y adems de una mala intencin de pecar y obrar en contra de la conciencia. Al contrario: Una vez que el hombre ha sido justificado por la fe, esta fe verdadera y viva obra por el amor, Glatas 5:6, de modo que as, la fe justificadora siempre va seguida y acompaada de buenas obras, si en realidad es una fe verdadera y viva; pues nunca existe sola, sino en unin con el amor y la esperanza.

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NEGATIVA Rechazamiento de las doctrinas contrarias Por lo tanto, rechazamos y condenamos todos los errores siguientes: 1. Que Cristo es nuestra justicia segn su naturaleza divina nicamente. 2. Que Cristo es nuestra justicia segn su naturaleza humana nicamente. 3. Que cuando en los escritos de los apstoles y profetas se habla de la justicia de la fe, las expresiones justificar y ser justificado no quieren decir declarar o ser declarado libre de pecados y obtener el perdn de los pecados, sino que en realidad quieren decir: Ser hecho justo ante Dios por causa del amor y la virtud infundidos por el Espritu Santo, y de las obras que de ellos emanan. 4. Que la fe tiene puesta su mira no slo en la obediencia de Cristo, sino en su naturaleza divina, en cuanto que sta habita y obra en nosotros; y que por esta inhabitacin del Espritu en el corazn son cubiertos nuestros pecados. 5. Que la fe es una confianza tal en la obediencia de Cristo que puede existir y permanecer en el hombre aun cuando ste carece de verdadero arrepentimiento y tampoco evidencia frutos del amor, sino que persiste en pecar aun en contra de su propia conciencia. 6. Que no es Dios mismo quien habita en los creyentes, sino slo los dones de Dios. 7. Que la razn por la cual la fe obra salvacin es el hecho de que por medio de ella comienza en nosotros la renovacin, que consiste en amor a Dios y al prjimo. 8. Que la fe ocupa el primer lugar en la justificacin, pero que tambin la renovacin y el amor pertenecen a la justicia ante Dios, en el sentido de que si bien esta renovacin y este amor no son la causa principal de nuestra justicia, sin ellos nuestra justicia ante Dios no es completa o perfecta. 9. Que la justificacin de los creyentes ante Dios, y su salvacin, se producen por la justicia imputada de Cristo en unin con la nueva obediencia empezada en ellos; en parte por la imputacin de la justicia de Cristo y en otra parte por la nueva obediencia empezada en ellos. 10. Que la promesa de gracia viene a ser nuestra mediante la fe que tenemos en el corazn, y mediante la confesin que hacemos con la boca, y mediante otras virtudes. 11. Que la fe no justifica sin las buenas obras, de modo que las buenas obras son absolutamente necesarias para recibir la justicia, y sin la presencia de ellas el hombre no puede ser justificado.

IV. LAS BUENAS OBRAS EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en la controversia respecto a las buenas obras: Respecto a la doctrina acerca de las buenas obras han surgido dos divisiones en algunas iglesias: 1. Primeramente se produjo una divergencia entre algunos telogos por cuanto cierta faccin se expres de este modo: Las buenas obras son necesarias para la salvacin; Es imposible salvarse sin las buenas obras; y Nadie se ha salvado jams sin las buenas obras, mientras que la otra faccin se expres de este otro modo: Las buenas obras son perjudiciales a la salvacin.

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2. Ms tarde surgi otro cisma entre algunos telogos respecto a las palabras necesaria y voluntario, ya que una faccin sostena que la palabra necesaria no debe emplearse en relacin con la nueva obediencia, la que, segn ellos, emana no de la necesidad y la coaccin, sino de un espritu voluntario. La otra faccin insista en que se retuviese la palabra necesaria, porque, segn ellos, esta obediencia no depende de nuestra opcin, sino que los regenerados estn obligados a prestar esta obediencia. De esta discusin acerca de las dos palabras surgi ms tarde otra controversia respecto al asunto mismo; pues una faccin sostena que entre los cristianos no se debe insistir en modo alguno en la ley, sino que los hombres deben ser exhortados a las buenas obras slo por medio del santo evangelio; la otra faccin se opona a este argumento.

AFIRMATIVA La doctrina pura de las iglesias cristianas respecto a esta controversia A fin de aclarar a fondo y componer esta controversia, presentamos a continuacin nuestra doctrina, fe y confesin: 1. Con toda certeza y sin ninguna duda, a la fe verdadera le siguen las buenas obras como frutos de un rbol bueno (si es que esta fe no es una fe muerta, sino viva). 2. Tambin creemos, enseamos y confesamos que las buenas obras deben ser excluidas por completo no slo de lo concerniente a la salvacin, sino tambin del artculo de la justificacin ante Dios; as lo atestigua el apstol con claras palabras al escribir: Tambin David habla de que la bienaventuranza es slo de aquel hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos a quienes no se les toma en cuenta su injusticia (Ro. 4:5 y sigtes.), y: Por gracia sois salvos; es don de Dios; no por obras, para que nadie se glore (Ef. 2:8-9). 3. Tambin creemos, enseamos y confesamos que todos los hombres, y en particular los que han sido regenerados y renovados por el Espritu Santo, deben hacer buenas obras. 4. En este sentido las expresiones necesaria, deben y tienen que se emplean correctamente y de una manera cristiana, tambin en lo que se refiere a los regenerados, y de ningn modo son contrarias a la norma del hablar con propiedad. 5. Sin embargo, si las palabras necesidad y necesaria se emplean en conexin con los regenerados, debe entenderse con ellas no una coaccin, sino aquella obediencia debida que los verdaderos creyentes prestan por cuanto son regenerados, pero no por coaccin o por compulsin de la ley, sino animados por un espritu voluntario; porque ya no estn bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14; 7:6; 8:14). 6. Por consiguiente, tambin creemos, enseamos y confesamos que cuando se dice que los regenerados hacen buenas obras animados por un espritu voluntario, esto no quiere decir que se deja al arbitrio del regenerado hacer lo bueno o no hacerlo cuando le plazca, y que l no obstante puede seguir conservando la fe aun cuando intencionalmente persevera en pecados. 7. En cambio, la nica forma correcta de entender esto es la que se desprende de las propias declaraciones de nuestro Seor Jesucristo y sus apstoles, esto es, que el espritu que ha sido hecho libre hace buenas obras, mas no por temor al castigo, como un esclavo, sino por amor a la justicia, como los hijos (Ro. 8:15). 8. Es verdad, sin embargo, que en los escogidos de Dios esta voluntariedad o libertad del espritu no es perfecta, sino que sobre ella pesa una gran debilidad, como lo deplora San Pablo en cuanto a s mismo en Romanos 7:14 25; Glatas 5:17. 315

9. No obstante, por causa del Seor Jesucristo, el Seor no responsabiliza a sus escogidos por esta debilidad, como est escrito: Ninguna condenacin hay para los que estn en Cristo Jess (Ro. 8:1). 10. Creemos, enseamos y confesamos adems que no son las obras las que conservan en nosotros la fe y la salvacin, sino nicamente el Espritu de Dios, por medio de la fe; y que las buenas obras son evidencias de la presencia e inhabitacin del Espritu en nosotros.

NEGATIVA Rechazamiento de las doctrinas falsas 1. Por consiguiente, rechazamos y condenamos el empleo en cualquier forma, ya sea hablado o escrito, de las siguientes expresiones: Las buenas obras son necesarias para la salvacin; nadie se ha salvado jams sin las buenas obras; es imposible salvarse sin las buenas obras. 2. Rechazamos y condenamos tambin que se diga sin ms ni ms: Las buenas obras son perjudiciales a la salvacin. Pues esta expresin es ofensiva y perniciosa para el correcto comportamiento del cristiano. Pues especialmente en estos ltimos tiempos, si bien es preciso advertir a los hombres acerca de que las obras no deben mezclarse en el artculo de la justificacin, sin embargo es no menos preciso exhortarlos a un comportamiento genuinamente cristiano y a las buenas obras, y recordarles cuan necesario es que practiquen las buenas obras como demostracin de su fe en Dios y su gratitud hacia l; porque los hombres pueden ser condenados no slo a raz de un engao epicreo respecto a la fe, sino tambin por depositar una confianza papista y farisaica en sus propias obras y en sus propios mritos. 3. Tambin rechazamos y condenamos la enseanza de que la fe y la inhabitacin del Espritu Santo en el creyente no se pierden cuando se peca a sabiendas, sino que los santos y escogidos siguen poseyendo el Espritu Santo aunque cometan adulterio y otros pecados y persistan en ellos.

V. LA LEY Y EL EVANGELIO EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en esta controversia: Se debate acerca de si la predicacin del santo evangelio es, en esencia, no slo una predicacin de la gracia para anunciar el perdn de los pecados, sino tambin una predicacin del arrepentimiento y la representacin para reprobar la incredulidad, la cual, segn se afirma, no se reprueba por medio de la ley sino nicamente por medio del evangelio.

AFIRMATIVA La doctrina pura de la palabra de Dios 1. Creemos, enseamos y confesamos que la diferenciacin entre la ley y el evangelio debe ser retenida en la iglesia con gran diligencia, como luz de extraordinario esplendor, pues segn la advertencia de San Pablo, slo de esta manera se logra dividir correctamente la palabra de Dios.

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2. Creemos, enseamos y confesamos que la ley es, propiamente, una doctrina divina que ensea lo que es recto y agradable ante Dios, y que reprueba todo lo que es pecaminoso y contrario a la voluntad divina. 3. Por esta razn, todo lo que reprueba el pecado es predicacin de la ley y pertenece a ella. 4. El evangelio en cambio es, propiamente, la doctrina que ensea qu debe creer el hombre que no ha observado la ley y por lo tanto es condenado por ella, a saber, que Cristo ha expiado todos los pecados y dado satisfaccin por ellos, y ha obtenido y adquirido para el pecado, sin ningn mrito por parte de ste, el perdn de los pecados, la justicia que vale ante Dios, y la vida eterna. 5. Pero ya que en la Sagrada Escritura el trmino evangelio no siempre se usa en un mismo sentido, motivo por el cual surgi originalmente esta controversia, creemos, enseamos y confesamos que si por el trmino evangelio se entiende toda la doctrina que Cristo expuso en su ministerio, y la que igualmente expusieron ms tarde sus apstoles (sentido en el cual se emplea en Mr. 1:15; Hch. 20:21), es correcto decir y escribir que el evangelio es una predicacin del arrepentimiento y del perdn de los pecados. 6. Pero si se establece un contraste entre la ley y el evangelio, as como tambin entre Moiss como maestro de la ley y Cristo como predicador del evangelio, creemos, enseamos y confesamos que el evangelio no es una predicacin del arrepentimiento y de la reprensin; antes bien, por su misma esencia no es otra cosa que una predicacin que proporciona consuelo, y un mensaje de gozo que no reprueba ni aterroriza, sino que conforta las conciencias acosadas por los terrores de la ley, las remite a los mritos exclusivos de Cristo, y las revivifica mediante la amorosa predicacin de la gracia y el amor de Dios, obtenidos por los mritos de Cristo. 7. En lo que se refiere a la revelacin del pecado, el asunto es el siguiente: El velo de Moiss empaa la vista de todos los hombres en tanto que oyen slo la predicacin de la ley y nada respecto a Cristo. Por consiguiente, por medio de la ley no aprenden a reconocer debidamente sus pecados, sino que se convierten en hipcritas presuntuosos, como los fariseos, o desesperan, como Judas. Por esta razn, Cristo toma la ley en sus manos y le da una interpretacin espiritual (Mt. 5:21 y sigtes.; Ro. 7:14). Y as se revela desde el cielo la magnitud de la ira de Dios contra todos los pecadores (Ro. 1:18). De tal modo, stos son dirigidos otra vez a la ley, y slo entonces aprenden de ella a reconocer debidamente sus pecadosconocimiento al que Moiss jams podra haberlos llevado por la fuerza. Por lo tanto, aunque la predicacin acerca de la pasin y muerte de Cristo, el Hijo de Dios, es una promulgacin severa y terrible y una declaracin de la ira de Dios, declaracin mediante la cual los hombres realmente son impulsados a prestar la debida atencin a la ley, despus de habrseles quitado el velo de Moiss, para que se den cuenta de las grandes exigencias que Dios nos plantea en su ley, de las cuales no podemos cumplir ninguna, y por ende debemos buscar nuestra justicia enteramente en Cristo: 8. No obstante, en tanto que todo esto (es decir, la pasin y muerte de Cristo) anuncia la ira de Dios y aterroriza al hombre, todava no es, propiamente hablando, predicacin del evangelio, sino predicacin de Moiss y de la ley, y por consiguiente, una obra extraa34 de Cristo, mediante la cual l llega a su oficio propio, esto es, predicar la gracia, consolar y alentar, en lo que consiste, propiamente, la predicacin del evangelio.

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NEGATIVA Rechazamiento de la doctrina falsa Por consiguiente, rechazamos y consideramos como falsa y perjudicial la enseanza de que el evangelio es esencialmente una predicacin del arrepentimiento y de la reprensin, y no nicamente una predicacin de la gracia de Dios. Pues tal enseanza convierte el evangelio nuevamente en una enseanza de la ley, obscurece los mritos de Cristo y la Sagrada Escritura, despoja a los cristianos del verdadero consuelo y vuelve a abrir las puertas del papado.

VI. EL TERCER USO DE LA LEY EL ASUNTO EN CONTROVERSIA El asunto principal en esta controversia: Es sabido que la ley fue dada a los hombres por tres razones: Primero, para que por medio de ella se mantenga una disciplina externa y as se repriman las manifestaciones de rudeza y desobediencia de los hombres; segundo, para que los hombres sean conducidos al verdadero conocimiento de sus pecados; tercero, para que los que han sido regenerados, y no obstante se ven afectados por la carne pecaminosa que an se les adhiere, tengan una regla fija que ha de servir como regulador y gua de toda su vida. Acerca de este tercer uso de la ley surgi una disensin entre unos pocos telogos, esto es, acerca de si se debe exigir o no que los regenerados observen la ley. Unos dicen que s, otros dicen que no.

AFIRMATIVA La verdadera doctrina cristiana respecto a esta controversia 1. Creemos, enseamos y confesamos: Si bien es cierto que los hombres verdaderamente creyentes en Cristo y convertidos a Dios han sido librados por Cristo de la maldicin y opresin de la ley y estn exentos de ellas, no por eso estn sin la ley, sino que han sido redimidos por el Hijo de Dios con el propsito de que se ejerciten en la ley de Dios da y noche (Sal. 1:2; 119:1). Pues aun nuestros primeros padres, antes de la cada en el pecado, no vivan sin la ley, ya que fueron creados a la imagen de Dios (Gn. 1:26 y sigtes.; 2:16 y sigtes.; 3:3). 2. Creemos, enseamos y confesamos que la ley debe ser predicada con diligencia no slo a los incrdulos e impenitentes, sino tambin a los verdaderos creyentes, a los que en realidad han sido convertidos, regenerados y justificados mediante la fe. 3. Pues a pesar de que han sido regenerados y renovados en el espritu de su mente, en la vida presente esta regeneracin y renovacin no es completa, sino que slo ha empezado; y con el espritu de su mente, los creyentes sostienen una lucha constante contra la carne, esto es, contra la naturaleza corrupta que est apegada a nosotros hasta la muerte. Por causa de este Viejo Adn que an subsiste en la mente, la voluntad y todas las facultades del hombre, es menester que la ley del Seor siempre los ilumine en su andar a fin de que las reflexiones humanas en materia de religin no los induzcan a instituir cultos arbitrarios y de propia eleccin, sino que sea subyugado contra su voluntad, no slo por medio de las advertencias y amenazas de la ley, sino tambin por medio de castigos e infortunios, de modo que siga al Espritu y se entregue cautivo a l (1 Co. 9:27; Ro. 6:12; G. 6:14; Sal. 119:1 y sigtes.; He. 13:21). 4. Respecto a la distincin entre las obras de la ley y los frutos del Espritu creemos, enseamos y confesamos que las obras hechas conforme a las exigencias de la ley son y se 318

llaman obras de la ley en tanto que le son arrancadas al hombre slo mediante la insistencia en el castigo y la amenaza con la ira divina. 5. Los frutos del Espritu empero son las obras que el Espritu de Dios, que mora en los creyentes, efecta por medio de los regenerados, y que son hechas por los creyentes por cuanto son regenerados. Estos frutos los producen como si no supieran de ningn mandato, amenaza o recompensa. De esta manera es como los hijos de Dios viven en la ley divina y andan segn ella, cosa que San Pablo en sus epstolas llama seguir la ley de Cristo y la ley de la mente, y no obstante estar no bajo la ley sino bajo la gracia (Ro. 7:25, 8:7, 8:2; G. 6:2). 6. De este modo la ley es y permanece una y la misma, tanto para los penitentes como para los impenitentes, tanto para los regenerados como para los no regenerados, a saber, la voluntad inmutable de Dios. La diferencia, en lo que concierne a la obediencia, radica en el hombre, por cuanto el que an no ha nacido de nuevo, hace por la fuerza y de mala voluntad lo que la ley exige (lo mismo hace segn la carne el renegado); pero el creyente, por cuanto ha nacido de nuevo, hace espontneamente y con nimo pronto lo que ninguna amenaza de la ley podra arrancarle por la fuerza.

NEGATIVA La doctrina falsa presentada en contra de esta verdad Por consiguiente, repudiamos como dogma pernicioso y falso, contrario a la disciplina cristiana y a la verdadera piedad, la enseanza de que la ley en el modo y la medida que acaban de describirse no se debe predicar a los cristianos y verdaderos creyentes, sino slo a los incrdulos, a los infieles y a los impenitentes.

VII. LA SANTA CENA DE CRISTO Aunque los telogos partidarios de Zwinglio no deben ser contados entre los telogos que aceptaron la Confesin de Augsburgo, ya que aqullos se separaron de stos ya en el tiempo en que esta confesin se estaba proponiendo; sin embargo, ante el hecho de que se estn introduciendo indebidamente en el otro grupo y estn tratando, bajo el nombre de esta confesin, de diseminar sus errores, creemos prudente informar a la iglesia de Cristo en cuanto a esta controversia. EL ASUNTO EN CONTROVERSIA La controversia principal entre la doctrina nuestra y la de los sacramentaras respecto a este artculo Se debate acerca de si en la santa cena el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Seor Jesucristo estn presentes real y esencialmente, se distribuyen con el pan y el vino, y son recibidos con la boca por todos los que participan de este sacramento, ya sean dignos o indignos, piadosos o impos, creyentes o incrdulos, pero de una manera tal que los creyentes reciben el sacramento para consuelo y para vida, los incrdulos en cambio para juicio. Los sacramentarios dicen que no; nosotros decimos que s. Para explicar esta controversia debe hacerse notar en primer lugar que existen dos clases de sacramntanos. Algunos son sacramntanos radicales, que afirman en trminos muy claros lo 319

que sienten en su corazn, a saber, que lo nico que en la santa cena se halla presente, se distribuye y se recibe con la boca, es pan y vino. Otros en cambio son sacramntanos sutiles, y en realidad, stos son los ms perjudiciales de todos, pues se expresan en una forma al parecer muy correcta, valindose de una terminologa semejante a la nuestra y aseverando que tambin ellos creen que en la santa cena, el cuerpo y la sangre de Cristo estn presentes realmente, de un modo verdadero, esencial y viviente; pero aaden que esto sucede de una manera espiritual por medio de la fe. Sin embargo, bajo estos trminos especiosos retienen precisamente el error de los otros sacramntanos, es decir, que en la santa cena no se halla presente ni se recibe con la boca otra cosa que pan y vino. Pues para ellos la expresin de una manera espiritual slo indica el Espritu presente de Cristo, o el poder del cuerpo ausente de Cristo y sus mritos; pero el cuerpo de Cristo, en opinin de ellos, no se encuentra presente en modo alguno, sino slo en lo ms alto del cielo, al cual debemos elevarnos mediante el pensamiento de nuestra fe, y all debemos buscar este cuerpo y sangre de Cristo, pero de ninguna manera en el pan y el vino de la santa cena. AFIRMATIVA La confesin de la doctrina pura respecto a la santa cena, en refutacin a los sacramntanos 1. Creemos, enseamos y confesamos que en la santa cena el cuerpo y la sangre de Cristo estn presentes real y esencialmente, y realmente se distribuyen y se reciben con el pan y el vino. 2. Creemos, enseamos y confesamos que las palabras del testamento de Cristo no deben entenderse de otro modo sino tal como estn escritas, de manera que el pan no significa el cuerpo de Cristo ni el vino la sangre ausente de Cristo, sino que, por causa de la unin sacramental, el pan y el vino son verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo. 3. Y en lo referente a la consagracin creemos, enseamos y confesamos que esta presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena no puede ser producida por ninguna obra del hombre, ni tampoco por las palabras que pronuncia el ministro oficiante, sino que debe atribuirse sola y nicamente al poder sin lmites de nuestro Seor Jesucristo. 4. Pero al mismo tiempo tambin creemos, enseamos y confesamos unnimemente que en la administracin de la santa cena no deben omitirse de ningn modo las palabras de la institucin de Cristo, sino que deben recitarse pblicamente, como est escrito en 1 Corintios 10:16: La copa de bendicin que bendecimos, etc. Esta bendicin se efecta mediante la recitacin de las palabras de Cristo. 5. Las razones empero sobre las cuales nos basamos en esta controversia con los sacramntanos son las que el Dr. Lutero ha establecido en su Confesin Mayor respecto a la santa cena. La primera es el siguiente artculo de nuestra fe cristiana: Jesucristo es el Dios y hombre verdadero, esencial, natural y perfecto, en una sola persona, indivisible e inseparable. La segunda: La diestra de Dios a la cual Cristo est puesto de hecho y en verdad segn su naturaleza humana, se halla en todo lugar, y as l rige y tiene en sus manos y debajo de sus pies todo lo que est en el cielo y en la tierra, como lo declara la Escritura (Ef. 1:21); y a esta diestra no ha sido puesto ningn humano ni ningn ngel, sino nicamente el Hijo de Mara; por este motivo l puede hacer todo esto que acaba de decirse. La tercera razn: La palabra de Dios no es falsa y no engaa. La cuarta: Dios tiene y conoce varios modos de estar presente en cualquier lugar, y no est limitado a aquel nico que los filsofos llaman local o circunscrito. 6. Creemos, enseamos y confesamos que el cuerpo y la sangre de Cristo se reciben con el pan y el vino, no slo de un modo espiritual, sino tambin con la boca; pero no de un modo 320

capernatico, sino sobrenatural o celestial, por causa de la unin sacramental, como lo demuestran claramente las palabras de Cristo, pues Cristo nos ordena tomar, comer y beber, cosa que tambin los apstoles hicieron, como est escrito, Marcos 14:23: Y bebieron de l todos. San Pablo dice por su parte en 1 Corintios 10:16: El pan que partimos, es la comunin del cuerpo de Cristo, o lo que es lo mismo: El que come este pan, come el cuerpo de Cristo. As tambin lo declaran unnimemente los principales Padres antiguos de la iglesia, tales como Cipriano, Len I, Gregorio, Ambrosio y Agustn. 7. Creemos, enseamos y confesamos que el verdadero cuerpo y sangre de Cristo los reciben no slo los verdaderos creyentes y los que son dignos, sino tambin los incrdulos e indignos; pero estos ltimos los reciben no para vida y consuelo, sino para juicio y condenacin, si no se convierten y se arrepienten (1 Co. 11:27, 29). Pues aunque rechazan a Cristo como Salvador, sin embargo tienen que admitirlo aun en contra de su voluntad como Juez severo. Y tal como el Cristo presente en la santa cena obra vida y consuelo en el corazn de los verdaderos creyentes y convidados dignos, as el Cristo presente ejerce y ejecuta el juicio en los convidados impenitentes. 8. Tambin creemos, enseamos y confesamos que existe una sola clase de convidados indignos: Los que no creen. De stos se nos dice (Jn. 3:18): El que no cree, ya ha sido condenado. Y a raz del uso indigno de la santa cena, este juicio se acumula, se agranda y se agrava (1 Co. 11:29). 9. Creemos, enseamos y confesamos que ningn creyente verdadero en tanto que retiene una fe viva, no importa cuan dbil sea esa fe, recibe la santa cena para su condenacin, pues la santa cena fue instituida especialmente para los que son dbiles en la fe, pero penitentes, para el consuelo y fortalecimiento de su dbil fe (Mt. 9:12; 11:5, 28). 10. Creemos, enseamos y confesamos que toda la dignidad de los convidados a esta fiesta celestial consiste y estriba nicamente en la santsima obediencia y el mrito perfecto de Cristo. Este mrito nos lo apropiamos mediante la verdadera fe y nos lo garantiza el sacramento, y no alguna virtud o preparacin interior y exterior de parte nuestra. NEGATIVA Rechazamiento de las doctrinas contrarias de los sacramentarlos Por otra parte, rechazamos y condenamos unnimemente todos los artculos falsos detallados a continuacin, pues se oponen y son contrarios a la doctrina que acabamos de presentar, a la fe sencilla y a la confesin pura respecto a la santa cena. 1. La transubstanciacin papista, o sea, la enseanza del papismo de que en la santa cena el pan y el vino pierden su substancia y su esencia natural, quedando as aniquilados; que estos elementos se transmutan en el cuerpo de Cristo, permaneciendo nicamente su forma exterior. 2. El sacrificio papista de la misa, que se ofrece por los pecados de los vivos y los muertos. 3. La prctica de dar a los laicos una sola parte del sacramento, y de negarles la copa, en oposicin a las claras palabras del testamento de Cristo, privndolos as de la sangre del Seor. 4. La enseanza de que las palabras del testamento de Cristo no deben entenderse o creerse en la forma como rezan, sino que son palabras obscuras, cuyo significado debe buscarse previamente en otros pasajes de la Escritura. 5. En la santa cena, al comer el pan no se recibe el cuerpo de Cristo empero slo se recibe espiritualmente por medio de la fe. 6. El pan y el vino de la santa cena no son otra cosa que seales por las cuales los cristianos se reconocen los unos a los otros. 321

7. El pan y el vino son slo figuras, semejanzas y representaciones del enteramente ausente cuerpo y sangre de Cristo. 8. El pan y el vino no son ms que una seal recordatoria, un sello de garanta y una prenda mediante los cuales se nos asegura que cuando la fe se eleva a s misma hasta el cielo, all se hace partcipe del cuerpo y de la sangre de Cristo de un modo tan cierto como es cierto el hecho de que en la santa cena comemos pan y bebemos vino. 9. El aseguramiento y la confirmacin de nuestra fe que se nos brindan en la santa cena se efectan slo por medio de las seales exteriores del pan y el vino, y no por medio de los elementos realmente presentes del verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo. 10. En la santa cena slo se dispensan el poder, la eficacia y los mritos del ausente cuerpo y sangre de Cristo. 11. El cuerpo de Cristo est tan encerrado en el cielo que de ningn modo puede estar a la misma vez y a un mismo tiempo en muchos o en todos los lugares de la tierra donde se celebra su santa cena. 12. Cristo no pudo prometer ni hacer efectiva la presencia esencial de su cuerpo y sangre en la santa cena porque el modo de ser y la propiedad de la naturaleza humana que asumi no puede soportar ni pensar tal cosa. 13. Pese a toda su omnipotencia (horrible es orlo), Dios no puede hacer que su cuerpo est esencialmente presente en ms de un lugar a un mismo tiempo. 14. No son las palabras omnipotentes del testamento de Cristo sino que es la fe lo que hace que el cuerpo y la sangre de Cristo estn presentes en la santa cena. 15. Los creyentes no deben buscar el cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y el vino de la santa cena, sino que deben elevar su vista del pan hacia el cielo y buscar all el cuerpo de Cristo. 16. Los cristianos incrdulos e impenitentes reciben en la santa cena no el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo, sino nicamente pan y vino. 17. La dignidad de los convidados a esta cena celestial no consiste nicamente en la verdadera fe en Cristo, sino tambin en la preparacin exterior de los hombres. 18. Aun los creyentes verdaderos, que tienen y retienen una fe genuina, viva y pura en Cristo, pueden recibir este sacramento para su condenacin, porque todava son imperfectos en su vida exterior. 19. Los elementos externos y visibles en el sacramento, o sea, el pan y el vino, deben ser adorados. 20. Dejarnos adems al justo juicio de Dios todas las preguntas hechas por presuntuosa curiosidad y con nimo burln y blasfemo (la decencia no permite mencionarlas) as como tambin las dems expresiones en sumo grado execrables y ofensivas que los sacramentarios promulgan de una manera tan grosera, carnal, capernatica y abominable respecto del misterio sobrenatural y celestial de este santo sacramento. 21. Por consiguiente, con lo dicho rechazamos y condenamos categricamente el comer capernatico del cuerpo de Cristo, o sea, la versin de que su carne es despedazada con los dientes y digerida como cualquier otro alimento, enseanza de que maliciosamente nos acusan los sacramentarios, contra el testimonio de su conciencia y a despecho de nuestras frecuentes protestas, creando as entre sus oyentes un odio contra nuestra doctrina. En cambio, sostenemos y creemos, de acuerdo con las claras palabras del testamento de Cristo, que se produce un comer verdadero, aunque sobrenatural, del cuerpo de Cristo, y asimismo un beber verdadero, aunque sobrenatural, de la sangre de Cristo. Esto no lo comprende la mente y la razn humana, sino que, como en todos los dems artculos de la fe, nuestra razn tiene que sujetarse a la obediencia hacia

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Cristo. Este misterio se ha revelado nicamente en la palabra de Dios y slo puede ser aceptado por medio de la fe.

VIII. LA PERSONA DE CRISTO De la controversia acerca de la santa cena surgi una disensin entre los telogos fieles de la Confesin de Augsburgo y los calvinistas (quienes confundieron a diversos otros telogos) respecto a la persona de Cristo, las dos naturalezas en Cristo, y las propiedades de stas. EL ASUNTO EN CONTROVERSIA La controversia principal en esta disensin La cuestin principal fue si por causa de la unin personal, la naturaleza divina y la humana as como tambin sus propiedades tienen, de hecho y verdad, comunin la una con la otra en la persona de Cristo, y hasta dnde se extiende esta comunin. Los sacramentarios afirmaron que la naturaleza divina y la humana en Cristo estn unidas personalmente de tal modo que en realidad y en verdad, ninguna tiene comunin con la otra en aquello que es peculiar a cada una, sino que la nica comunin que tienen es el nombre. Pues, segn ellos, la unin personal slo implica la comunin de los hombres, esto es, que a Dios se le llama hombre y que al hombre se le llama Dios, siempre con el entendimiento de que de hecho y en verdad, Dios no tiene comunin alguna con la humanidad, y la humanidad no tiene comunin alguna con la divinidad, su majestad y propiedades. El Dr. Lutero y sus partidarios sostuvieron lo contrario, en oposicin a los sacramentarios. AFIRMATIVA La doctrina que ensea la iglesia cristiana respecto a la persona de Cristo A fin de explicar esta controversia y componerla segn la analoga de nuestra fe cristiana, exponemos lo siguiente como declaracin de nuestra doctrina, fe y confesin: 1. La naturaleza divina y la humana de Cristo estn unidas personalmente, de modo que no existen dos Cristos, uno el Hijo de Dios y el otro el Hijo del hombre, sino uno solo que es el Hijo de Dios y del hombre (Lc. 1:35; Ro. 9:5). 2. Creemos, enseamos y confesamos que la naturaleza divina y la humana no estn mezcladas en una sola substancia, ni la una cambiada en la otra, sino que cada una retiene sus particulares atributos esenciales, que jams se hacen atributos de la otra. 3. La naturaleza divina tiene como atributos: Ser todopoderosa, eterna, infinita y, segn la propiedad de su naturaleza y su esencia natural, estar en aseidad presente en todo lugar, saber todas las cosas, etc. Estos atributos jams se hacen atributos de la naturaleza humana. 4. La naturaleza humana tiene como atributos: Ser una criatura corprea, ser carne y sangre, estar circunscrita temporaria y localmente, padecer, morir, ascender y descender, desplazarse de un lugar a otro, tener hambre, sed, fro, calor y cosas similares. Estos atributos jams se hacen atributos de la naturaleza divina. 5. Ya que las dos naturalezas estn unidas personalmente, esto es, en una sola persona, creemos, enseamos y confesamos que esta unin no constituye un enlace o conexin en el sentido de que personalmente, o sea, en virtud de esa unin personal, ninguna de las dos naturalezas tenga algo en comn con la otra, como cuando dos tablas estn unidas con cola sin que la una le comunique 323

o le quite nada a la otra. Antes bien, aqu tenemos la comunin suprema, comunin que Dios realmente tiene con el hombre, y de esta unin personal y de la comunin suprema e inefable que de ella resulta, emana todo lo humano que se puede enumerar y creer acerca de Dios, y todo lo divino que se puede enumerar y creer acerca de Cristo como hombre. Los antiguos Padres de la iglesia explicaron esta unin y comunin de las dos naturalezas mediante la ilustracin del hierro candente y tambin mediante la unin del cuerpo y del alma en el hombre. 6. Por consiguiente, creemos, enseamos y confesamos que Dios es hombre y el hombre es Dios, cosa que no podra ser si de hecho y en verdad la naturaleza divina y la humana no tuvieran entre s comunin alguna. Pues, cmo podra el hombre, el Hijo de Mara, en verdad ser llamado, o ser Dios o el Hijo del Altsimo, si su humanidad no estuviera unida personalmente al Hijo de Dios, y si por ende no tuviera en comn con l nada ms que el nombre de Dios? 7. Por esta razn creemos, enseamos y confesamos que la virgen Mara concibi y dio a luz no a un mero y simple hombre, sino al verdadero Hijo de Dios; y por esto se le llama tambin con toda razn madre de Dios, y en efecto, lo es. 8. Por lo mismo, tambin creemos, enseamos y confesamos que no fue un mero hombre el que por nosotros padeci, muri, fue sepultado, descendi a los infiernos, resucit de entre los muertos, subi a los cielos y fue elevado a la majestad y al poder del Dios omnipotente, sino un hombre cuya naturaleza humana tiene con el Hijo de Dios una unin y comunin tan profunda e inefable que se ha hecho una sola persona en l. 9. Por lo tanto, el Hijo de Dios realmente padeci por nosotros, pero lo hizo segn su naturaleza humana, que l asumi e hizo suya en su persona divina, a fin de poder padecer y ser nuestro Sumo Sacerdote para reconciliarnos con Dios, como est escrito en 1 Corintios-2:8: Crucificaron al Seor de gloria, y en Hechos 20:28: Hemos sido redimidos por la sangre de Dios. 10. Por consiguiente, creemos, enseamos y confesamos que el Hijo del hombre ha sido elevado de hecho y en verdad a la diestra de la omnipotente majestad y el poder de Dios segn su naturaleza humana; porque el hombre aquel fue asumido en Dios cuando fue concebido por la obra del Espritu Santo en el seno de su madre, y su naturaleza fue unida personalmente al Hijo del Altsimo. 11. A raz de la unin personal, Cristo posey esta majestad en todo momento, pero se abstuvo de usarla en su estado de humillacin, y as fue que realmente aument en edad, sabidura y gracia para con Dios y los hombres. Por lo tanto, no ejerci esa majestad permanentemente, sino cuando le plugo, hasta que despus de su resurreccin se despoj por completo de la forma de siervo, pero no de la naturaleza humana, y fue establecido en el uso, manifestacin y declaracin plenos de la majestad divina, y de este modo entr en su gloria (Fil. 2:6 y sigtes.). Y ahora no slo como Dios, sino tambin como hombre sabe todas las cosas, puede hacer todas las cosas, est presente en todas las criaturas, y tiene bajo sus pies y en sus manos todo cuanto existe en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, como lo declara l mismo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18; Jn. 13:3). Y San Pablo dice (Ef. 4:10): l subi por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. Y esta potestad la puede ejercer en todas partes, ya que est presente en todas; todo le es posible, todo lo sabe. 12. Por lo tanto, tambin puede, y con entera facilidad, hacer presentes en la santa cena su verdadero cuerpo y sangre y drnoslos, no conforme al modo y a la propiedad de la naturaleza humana, sino conforme al modo ya la propiedad de la diestra de Dios, como dice el Dr. Lutero en analoga con nuestro Credo cristiano. Esta presencia de Cristo en la santa cena no es terrenal

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ni capernatica; sin embargo, es verdadera y substancial, pues as lo expresan las palabras de su testamento: Esto es mi cuerpo (Mt. 26:26; Mr. 14:22; Lc. 22:19; 1 Co. 22:24). Mediante esta doctrina, fe y confesin nuestra no se divide la persona de Cristo, como lo haca Nestorio (que negaba la verdadera comunin de los atributos de las dos naturalezas en Cristo, dividiendo as la persona de Cristo, como lo explic Lutero en su libro Los Concilios y las iglesias). Ni tampoco se confunden entre s o se mezclan las dos naturalezas y sus propiedades para formar una sola esencia, como enseaba Eutiques errneamente; ni se niega o aniquila la naturaleza humana en la persona de Cristo, ni se cambia una naturaleza en la otra. Antes bien, Cristo es y permanece por toda la eternidad Dios y hombre en una sola persona indivisible. Confesamos que despus de la Santa Trinidad, esto constituye el mayor misterio que existe, como lo atestigua el apstol (en 1 Ti. 3:16); pero en este misterio se basa nuestra nica consolacin, nuestra vida y salvacin. NEGATIVA Doctrinas falsas respecto a la persona de Cristo Por consiguiente, rechazamos y condenamos como contrarias a la palabra de Dios y a nuestra sencilla fe cristiana todas las doctrinas falsas especificadas a continuacin: 1. Dios y hombre no son una sola persona en Cristo, sino que el Hijo de Dios es uno, y el Hijo del hombre es otro, segn la disparatada opinin de Nestorio. 2. La naturaleza divina y la humana se han mezclado la una con la otra en una sola esencia, y la naturaleza humana se ha cambiado en la divinidad, segn la hertica declaracin de Eutiques. 3. Cristo no es Dios verdadero, natural y eterno, segn la enseanza blasfema de Arrio. 4. Cristo no tuvo una verdadera naturaleza humana con cuerpo y alma, segn la idea que se form Marcin. 5. La nica comunin que la unin personal produce es la de los ttulos y los nombres. 6. Es slo una frase y un modo de hablar cuando se dice que Dios es hombre, y que el hombre es Dios, ya que de hecho, la divinidad no tiene nada en comn con la humanidad, ni la humanidad con la divinidad. 7. La comunicacin de las propiedades existe slo de palabra, esto es, que no son ms que palabras cuando se dice que el Hijo de Dios muri por los pecados del mundo, y que el Hijo del hombre se ha hecho todopoderoso. 8. La naturaleza humana de Cristo se ha hecho una esencia infinita de la misma manera que la divinidad; y por causa de este poder y propiedad esenciales, comunicados a ella, infundidos en ella y separados de Dios, esa naturaleza humana se halla presente en todo lugar de la misma manera que la naturaleza divina. 9. La naturaleza humana se ha hecho igual a la naturaleza divina en su substancia y esencia, o en sus propiedades esenciales. 10. La naturaleza humana de Cristo se extiende de un modo local a todos los lugares del cielo y de la tierra, cosa que ni siquiera debe atribuirse a la naturaleza divina. 11. A causa de la propiedad de su naturaleza humana le es imposible a Cristo estar al mismo tiempo con su cuerpo en ms de un lugar y mucho menos en todo lugar. 12. Solamente la humanidad de Cristo ha padecido por nosotros y nos ha redimido, pues durante la Pasin, el Hijo de Dios en realidad no tuvo comunin con la humanidad de Cristo, como si no hubiese tenido nada que ver con este asunto. 13. Cristo se halla presente con nosotros aqu en la tierra en la palabra de Dios, en los sacramentos y en todas nuestras necesidades, pero slo de acuerdo con su divinidad. Su 325

naturaleza humana no tiene que ver absolutamente nada con esa presencia; pues luego de habernos redimido mediante su Pasin y muerte, Cristo ya no tiene trato con nosotros aqu en la tierra en lo que a su naturaleza humana se refiere. 14. Despus de haber depuesto la forma de siervo, el Hijo de Dios que asumi la naturaleza humana (ya) no realiza en, por y con ella la totalidad de las obras vinculadas a su omnipotencia, sino solamente algunas, y slo all donde su naturaleza humana se halla circunscrita localmente. 15. Segn su naturaleza humana, Cristo es totalmente incapaz de poseer omnipotencia y otras propiedades de la naturaleza divina. Esto se dice en oposicin a la expresa aseveracin de Cristo en Mateo 28:18: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, y a lo que declara San Pablo en Colosenses 2:9: En l habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente. 16. A Cristo (segn su humanidad) se le ha dado un poder superior en el cielo y en la tierra, esto es, un poder mayor y ms amplio que el de todos los ngeles y dems criaturas: Pese a lo cual, l no tiene comunin con la omnipotencia de Dios, ni se le ha dado esa comunin. Por lo tanto hablan de un presunto poder intermedio, es decir, un poder entre la omnipotencia de Dios y el poder de otras criaturas, y aaden que este poder le fue dado a Cristo segn su humanidad mediante la exaltacin. Ese poder es menor que la omnipotencia de Dios, y mayor que el poder de otras criaturas. 17. Segn su mente humana, Cristo tiene cierto lmite respecto a cunto debe saber, y no sabe ms de lo que necesariamente le incumbe saber para la ejecucin de su oficio de juez. 18. Cristo an no tiene un conocimiento perfecto en cuanto a Dios y a todas sus obras. Sin embargo, se dice de l, en Colosenses 2:3: En l estn escondidos todos los tesoros de la sabidura y del conocimiento. 19. Segn su mente humana le es imposible a Cristo saber qu ha ocurrido desde la eternidad, qu est sucediendo actualmente en todo lugar, y qu ocurrir por toda la eternidad. 20. Rechazamos la enseanzaen cuyo apoyo se malinterpreta y tergiversa en forma blasfema el pasaje Mateo 28:18: Toda potestad me es dada etc.de que cuando Cristo resucit y subi a los cielos, le fue restituida a su naturaleza divina toda potestad en el cielo y en la tierra, como si en efecto, en su estado de humillacin se hubiese despojado de esta potestad y la hubiese abandonado tambin segn su divinidad. Mediante esta enseanza no slo se pervierten las palabras del testamento de Cristo, sino que tambin se prepara el camino para la maldita hereja arriana, y se terminar por negar la eterna divinidad de Cristo. Y de esta manera, Cristo mismo, y con l nuestra salvacin, se perderan por completo si no refutramos esta falsa doctrina basados en el inconmovible fundamento de la palabra divina y nuestra simple fe cristiana.

IX. EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS EL ASUNTO EN CONTROVERSIA La controversia principal respecto a este artculo: Tambin respecto a este artculo hubo disensiones entre algunos telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo. Se discuti acerca del tiempo y del modo en que nuestro Seor Jesucristo, segn nuestra simple fe cristiana, descendi a los infiernos: Si esto fue antes o despus de su muerte; adems, si esto sucedi segn su alma nicamente, o segn su divinidad nicamente, o con cuerpo y alma, en espritu o en el cuerpo; adems, si este artculo pertenece a la Pasin de Cristo o a su gloriosa victoria y triunfo. Pero ya que este artculo, al igual que el precedente, no puede ser comprendido por medio de los sentidos y la razn, sino que tiene que ser aceptado por la fe, es nuestra opinin unnime que no se le debe hacer objeto de discusiones, sino que sencillamente debemos creerlo y 326

ensearlo de la manera ms simple que podamos. En esto seguimos al Dr. Lutero, de honrosa memoria, quien en el sermn que predic en Torgau en 1553 explic este artculo de una manera muy cristiana, elimin de l toda cuestin intil e innecesaria, y exhort a todos los creyentes a observar la debida sencillez cristiana en materia de fe. Pues basta saber que Cristo descendi al infierno, lo dej completamente destruido para todos los creyentes, y libert a stos del poder de la muerte y del diablo, de la condenacin eterna y de las garras infernales. Pero cmo sucedi todo estosa es una pregunta que debemos dejar para el mundo venidero, donde se nos revelar no slo este arcano sino tambin muchos otros que aqu simplemente creemos, sin alcanzar a comprenderlos con nuestra ciega razn.

X. CEREMONIAS ECLESISTICAS QUE COMNMENTE SE LLAMAN COSAS INDIFERENTES (ADIAFORIA) Tambin respecto a las ceremonias religiosas que la palabra de Dios no ordena ni prohbe, pero que se han introducido en la iglesia a causa del buen orden y del decoro, surgi una controversia entre los telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo. EL ASUNTO EN CONTROVERSIA La controversia principal respecto a este artculo: La cuestin principal fue si en tiempos de persecucin y cuando hay que hacer confesin de la fe, (aun si los enemigos del evangelio no han llegado a un acuerdo con nosotros), algunas ceremonias ya abrogadas y de por s indiferentes, o sea, no ordenadas ni prohibidas por Dios, pueden ser restablecidas, a instancias y por exigencia de los adversarios, sin que por ello se violente la conciencia; y si de este modo podemos llegar a un acuerdo con ellos en tales ceremonias y cosas indiferentes. Algunos afirmaron que s, y otros que no. AFIRMATIVA La doctrina y confesin correcta y verdadera con respecto a este artculo 1. Para componer tambin esta controversia creemos, enseamos y confesamos unnimemente que las ceremonias eclesisticas que no son ordenadas ni prohibidas por la palabra de Dios, sino que slo han sido instituidas a causa del decoro y el buen orden, no son de por s culto divino ni siquiera forman parte de l (Mt. 15:9): En vano me honran con mandamientos de hombres. 2. Creemos, enseamos y confesamos que en todo lugar y en todo tiempo, la congregacin de Dios tiene el poder de cambiar esas ceremonias segn lo aconsejen las circunstancias, de manera tal que redunde en la mayor utilidad y edificacin de la congregacin de Dios. 3. Sin embargo, en todo esto debe evitarse cualquier ligereza y ofensa, y en especial debe observarse la mayor consideracin para con los dbiles en la fe (1 Co. 8:9 y sigtes.; Ro. 14:1, 13 y sigte.). 4. Creemos, enseamos y confesamos que en el tiempo de la persecucin, cuando se nos exige una confesin clara y firme de nuestra fe, no debemos ceder a los enemigos del evangelio en lo que se refiere a estas cosas indiferentes, conforme a las palabras del apstol en Glatas 5:1: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volvis otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre y en 2 Corintios 6:14: No os juntis en yugo desigual con los infieles; porque qu comunin tiene la luz con las tinieblas?; y adems en Glatas 2:5: Ni por una hora accedimos a someternos a los falsos hermanos, para que la verdad del evangelio 327

permaneciese con vosotros. Pues en tal caso ya no estn en juego cosas indiferentes, sino la verdad del evangelio; se trata de conservar la libertad cristiana y de evitar que se sancione la idolatra manifiesta y se cause ofensa a los dbiles en la fe. En todo esto no debemos ceder en absoluto, sino que debemos confesar con la mayor claridad, y padecer por causa de ello lo que Dios enva y lo que l permite que nos inflijan los enemigos de su palabra. 5. Tambin creemos, enseamos y confesamos que ninguna iglesia debe condenar a otra por tener menos o ms ceremonias no ordenadas por Dios que las otras, si es que por lo dems existe entre ellas unidad en la doctrina y en todos sus artculos de fe, como tambin en el uso correcto de los santos sacramentos, as lo expresa el bien conocido dicho: Un desacuerdo en el ayuno no destruye el acuerdo en la fe. NEGATIVA La doctrina falsa respecto a este artculo Por consiguiente, rechazamos y condenamos como falsas y contrarias a la palabra de Dios las siguientes doctrinas: 1. Las ordenanzas e instituciones humanas de la iglesia deben considerarse de por s como culto divino o parte de l. 2. La congregacin de Dios debe ser obligada por la fuerza a observar como necesarias tales ceremonias, ordenanzas e instituciones. Con esto se intenta contra la libertad cristiana que la congregacin tiene en cuanto a cosas externas. 3. En el tiempo de la persecucin y cuando se debe hacer una confesin clara de la fe, podemos ceder a los enemigos del evangelio o llegar a un acuerdo con ellos en cuanto a esas cosas indiferentes y ceremonias (todo lo cual va en detrimento de la verdad divina). 4. Tambin es contrario a la palabra de Dios abrogar estas ceremonias externas y cosas indiferentes, tal como si la congregacin de Dios no tuviese la libertad cristiana de emplear una o ms de ellas, segn su situacin particular, y en cualquier momento en que las estime de mayor utilidad para su edificacin.

XI. LA PREDESTINACIN Y ELECCIN ETERNA DE DIOS Respecto a este artculo no hubo controversia pblica entre los telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo. Pero ya que este artculo, correctamente interpretado, proporciona gran consuelo a los creyentes, y a fin de que en lo futuro no se entablen discusiones ofensivas en torno de l, ofrecemos aqu una explicacin del mismo. AFIRMATIVA La doctrina pura y verdadera respecto a este artculo 1. Ante todo, es necesario observar con exactitud la diferencia entre la presciencia divina y la predestinacin o la eleccin eterna de Dios. 2. Pues la presciencia divina no es otra cosa que el conocimiento que Dios tiene de todas las cosas antes de que stas acontezcan, como est escrito en Daniel 2:28: El Dios que est en los cielos puede revelar cosas ocultas, y l ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer al cabo de los das. 3. Esta presciencia divina se extiende por igual sobre los buenos y los malos, pero no es la causa del mal, ni del pecado, o sea, de las malas acciones (pues stas tienen su origen en el diablo y en 328

la voluntad mala y perversa del hombre), ni tampoco de la perdicin del hombre, de la cual es responsable el hombre mismo; sino que slo regulariza el mal y fija lmites a su duracin, con el fin de que todo esto, a pesar de ser de por s malo, sirva al eterno bien de sus escogidos. 4. En cambio, la predestinacin o la eleccin eterna de Dios abarca nicamente a los creyentes, los hijos amados de Dios, y es una causa de su salvacin. Tambin esta salvacin la provee Dios, quien asimismo dispone todo lo que atae a ella. Sobre esta predestinacin divina est cimentada nuestra salvacin con tal firmeza que ni aun las puertas del infierno pueden prevalecer contra ella (Mt. 16:18; Jn. 10:28). 5. Esta predestinacin divina no ha de ser escudriada en los arcanos de Dios, sino que ha de ser buscada en la palabra de Dios, donde tambin ha sido revelada. 6. La palabra de Dios empero nos conduce a Cristo, quien es el Libro de la Vida (Fil. 4:3) en el cual estn escritos y escogidos todos los que han de recibir la salvacin eterna, como est escrito en Efesios 1:4: Dios nos escogi en Cristo antes de la fundacin del mundo. 7. Este Cristo llama a todos los pecadores y les promete descanso, y es su serio deseo que todos los hombres vengan a l y que sean socorridos (Mt. 9:2, 9, 13, 22, 29, 35, 37). l mismo se ofrece a ellos en su palabra, los exhorta a orla y les dice que no cierren sus odos ante ella ni la desechen. Adems, les promete el poder efectivo del Espritu Santo y el socorro divino a fin de que perseveren en la fe y por ltimo obtengan la salvacin eterna. 8. Por lo tanto, esta eleccin para la vida eterna no la debemos juzgar ni a base de lo que dice la razn ni a base de la ley de Dios, pues esto nos conduce a una vida disoluta y epicrea o a la desesperacin. Tambin puede suscitar en el corazn del hombre pensamientos perniciosos, y por aadidura, prcticamente inevitables en tanto que uno se deja guiar por su razn; por ejemplo: Si Dios me ha escogido para la salvacin, no puedo ser condenado, no importa lo que haga; o bien este otro: Si no he sido escogido para la vida eterna, de nada me sirve el bien que haga; todos mis esfuerzos son intiles. 9. La apreciacin correcta de la predestinacin ha de aprenderse slo del santo evangelio que nos habla de Cristo. All se afirma con toda claridad que Dios sujet a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos, y que l no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento y crean en el Seor Jesucristo (Ro. 11:32; Ez. 18:23; 33:11; 1 Ti. 2:6; 2 P. 3:9; 1 Jn. 2:2).61 10. Esta doctrina acerca de la predestinacin divina es, pues, til y consoladora a aquella persona que se ocupa en la voluntad revelada de Dios y procede segn el orden que observ San Pablo en la Epstola a los Romanos, a saber: Primero dirige a los hombres al arrepentimiento, al conocimiento de sus pecados, a la fe en Cristo, y a la obediencia a la ley divina, y slo entonces les habla del misterio de la eleccin eterna de Dios. 11. Sin embargo, el hecho de que haya muchos llamados, y pocos 12 escogidos (Mt. 22:14), no quiere decir que Dios no desee salvar a todos. Antes bien, la causa es, por una parte, que muchos no oyen en modo alguno la palabra de Dios, sino que obstinadamente la menosprecian, tapan sus odos y endurecen su corazn, y as cierran al Espritu Santo el camino que l comnmente usa, impidiendo de esta manera que l realice su obra en ellos; por otra parte, tambin hay muchos que despus de haber odo la palabra, la tratan con indiferencia o no la obedecen. Pero la culpa de esto no la tiene Dios o su eleccin, sino la maldad de los hombres mismos (2 P. 2:1 y sigtes.; Lc. 11:49, 52; He. 12:25 y sigtes.). 12. Hasta este punto, pues, debe el cristiano ocuparse en meditar sobre 13 el artculo de la eterna eleccin divina, conforme nos ha sido revelada en la palabra de Dios. Esta palabra nos presenta a Cristo como el Libro de la Vida, abierto ante nosotros y revelado mediante la predicacin del santo evangelio, como se nos dice en Romanos 8:30: A los que predestin, a stos tambin 329

llam. En Cristo, pues, hemos de buscar la eleccin eterna del Padre, quien ha determinado en su consejo divino y eterno que slo han de ser salvos los que conocen a su Hijo Jesucristo y creen en l de verdad. Otros pensamientos deben desaparecer por completo de la mente del creyente, ya que no proceden de Dios, sino que son sugeridos por Satans. Con estos pensamientos el diablo trata de debilitar o de quitarnos por completo el glorioso consuelo que esta saludable doctrina nos brinda, es decir, que por medio de ella sabemos que de pura gracia, sin ningn mrito de nuestra parte, somos escogidos en Cristo para la vida eterna, y que nadie puede arrebatarnos de su mano. Y esta misericordiosa eleccin de Dios nos ha prometido no slo con meras palabras, sino que tambin la ha certificado con un juramento y sellado con los santos sacramentos, de los cuales podemos acordarnos en nuestras ms severas tentaciones, consolarnos en ellos, y apagar con ellos los dardos encendidos del Maligno. 13. Adems de esto debemos poner el mayor empeo en llevar una vida en conformidad con la voluntad divina, y en hacer firme nuestra vocacin, como nos exhorta San Pedro (2 P. 1:10). Por sobre todo debemos atenernos a la palabra revelada. sta no puede defraudarnos, y no nos defraudar. 14. Mediante esta breve explicacin de la eleccin divina se le otorga a Dios toda la gloria, por cuanto se ensea que l nos salva segn el propsito de su voluntad (Ef. 1:11), de pura misericordia, sin ningn mrito de nuestra parte. Adems no se da oportunidad a nadie para que se entregue al desnimo o a una vida disoluta. NEGATIVA La doctrina falsa respecto a este artculo Por consiguiente, creemos y confesamos lo siguiente: Quienes dan a la doctrina acerca de la misericordiosa eleccin de Dios para la vida eterna una interpretacin tal que los cristianos angustiados no pueden consolarse en ella, sino que por ella son conducidos al desnimo o a la desesperacin, o los incrdulos son confirmados en su vida disoluta: Los tales no estn tratando esta doctrina segn la palabra y la voluntad de Dios, sino segn la razn humana y la instigacin de Satans. Pues el apstol declara en Romanos 15:4: Las cosas que fueron escritas, para nuestra enseanza fueron escritas; para que por la paciencia y por la consolacin de las Escrituras, tengamos esperanza. Por lo tanto, rechazamos los siguientes errores: 1. Dios no quiere que todos los hombres se arrepientan y crean el evangelio. 2. Cuando Dios nos extiende su invitacin, no desea en serio que todos los hombres vengan a l. 3. Dios no quiere que todos se salven; antes bien, hay algunos que no por su (mayor) pecaminosidad sino por el mero consejo, propsito y voluntad de Dios, han sido predestinados a la condenacin, de modo que no pueden salvarse." 4. La causa de la eleccin divina no es slo la misericordia de Dios y el santsimo mrito de Cristo, sino tambin algo en nosotros por lo cual Dios nos ha escogido para la vida eterna. Todas estas doctrinas son blasfemas, horribles y falsas. Con ellas se quita a los cristianos todo el consuelo que el santo evangelio y el uso de los santos sacramentos les proporcionan, y por lo tanto no deben ser toleradas en la iglesia de Dios. Esta es la explicacin breve y sencilla de los artculos en controversia, que por un tiempo se han debatido y enseado en forma discrepante entre los telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo. Por consiguiente, todo cristiano, aun el humilde, guiado por la palabra de Dios y la clara enseanza del Catecismo, puede percibir lo que es correcto o falso, ya que no slo se ha

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expuesto la doctrina pura, sino que tambin se ha repudiado y rechazado la doctrina contraria, y as se han resuelto y compuesto las divisiones ofensivas que han surgido. Que el Dios todopoderoso y el Padre de nuestro Seor Jesucristo nos conceda la gracia de su Espritu Santo a fin de que todos seamos uno en l y permanezcamos constantes en esta unidad cristiana, para complacencia de l! Amn.

XII. OTRAS FACCIONES HERTICAS Y SECTAS QUE NUNCA ACEPTARON LA CONFESIN DE AUGSBURGO

Para evitar que se nos atribuyan tcitamente las enseanzas errneas de estos facciosos y sectarios, ya que en las explicaciones que preceden no las hemos mencionado expresamente, haremos en estos prrafos finales una simple exposicin de los artculos en que (los herejes actuales) se apartan de la verdad y ensean lo contrario a nuestra fe y confesin a que tantas veces nos hemos referido. Los errores de los anabaptistas Los anabaptistas se dividen entre s en muchas sectas, de las cuales unas sostienen un gran nmero de errores, y otras menos; pero todas ellas en general profesan doctrinas tales que ni en la iglesia ni en el estado ni en la vida domstica se pueden tolerar o permitir. Artculos que no se pueden tolerar en la iglesia 1. Cristo no recibi su cuerpo y sangre de la virgen Mara, sino que los trajo consigo desde el cielo. 2. Cristo no es verdadero Dios; nicamente posee ms dones del Espritu Santo que ningn otro hombre santo. 3. Nuestra justicia que vale ante Dios no consiste nicamente en el solo mrito de Cristo, sino tambin en la renovacin, y por ende, en nuestra propia santidad en que andamos. Dicha justicia (anabaptista) se basa en gran parte en una espiritualidad personal, peculiar, de propia eleccin, que en el fondo no es otra cosa que una nueva especie de monacato. 4. Los nios que no han sido bautizados, Dios no los considera pecadores sino justos e inocentes; y en su inocencia, por cuanto no han llegado an al uso de la razn, se salvan sin bautismo (que segn los anabaptistas no les hace falta). Esto quiere decir que los anabaptistas rechazan de plano la doctrina acerca del pecado original con todos sus detalles. 5. Los nios no deben ser bautizados antes de haber llegado al uso de la razn, y de estar en condiciones de poder confesar ellos mismos su fe. 6. Los hijos de padres cristianos, puesto que son hijos de creyentes, son santos e hijos de Dios aun sin el bautismo y antes de recibirlo. Por esta razn los anabaptistas ni dan mucha importancia al bautismo de nios ni lo apoyan, todo lo cual es contrario a las palabras expresas de la promesa divina que es slo para aquellos que guardan su pacto y no lo menosprecian (Gn. 17:4-8, 19:21 y sigtes.). 7. No es una congregacin verdaderamente cristiana aquella en que an se encuentran pecadores. 8. No se debe or ni presenciar ningn sermn dado en templos en que anteriormente se han celebrado y ledo misas pontificales.

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9. Ninguna persona piadosa debe tener trato alguno con aquellos ministros de la iglesia que predican el evangelio segn las enseanzas de la Confesin de Augsburgo y censuran los sermones y errores de los anabaptistas. Tampoco deben servirles o cooperar con ellos, sino huir de ellos y evitarlos como pervertidores de la palabra de Dios. Artculos que no se pueden tolerar respecto al estado 1. En el Nuevo Testamento la autoridad secular no es una institucin agradable a Dios. 2. El cristiano no puede ostentar o desempear un cargo gubernamental con una conciencia tranquila e inviolada. 3. El cristiano no puede, sin lesionar su conciencia, ejercer la magistratura en casos en que sea preciso contra los malhechores. Tampoco deben los sbditos invocar la proteccin y defensa del poder que las autoridades poseen y han recibido de Dios. 4. El cristiano no puede con buena conciencia prestar juramento ni jurar obediencia y fidelidad al jefe soberano de su pas. 5. En el Nuevo Testamento los magistrados no pueden, sin perjuicio para su conciencia, imponer la pena capital a los malhechores. Artculos que no se pueden tolerar respecto a la vida domstica. 1. El cristiano no puede con buena conciencia retener o poseer bienes, sino que es su deber entregarlos al patrimonio de la comunidad. 2. El cristiano no puede con buena conciencia ser ni fondista ni comerciante ni armero. 3. Un matrimonio puede divorciarse por motivos religiosos, y un cnyuge puede abandonar a otro y casarse con una persona que profese su misma fe. Los errores de Schwenckfeld y sus partidarios 1. Todos los que sostienen que Cristo segn la carne es una criatura, carecen del verdadero conocimiento acerca de Cristo como Rey soberano celestial. 2. Por causa de la exaltacin de Cristo, su carne asumi todas las propiedades divinas, de tal manera que Cristo como hombre es del todo igual al Padre y al Verbo en poder, fuerza, majestad y gloria, tanto en lo que al grado como a la posicin de su esencia, propiedad, voluntad y gloria de las dos naturalezas en Cristo. Adems, la sangre de Cristo pertenece a la esencia de la Santa Trinidad. 3. El ministerio de la palabra, esto es, la palabra predicada y oda, no es un medio por el cual Dios el Espritu Santo instruye a los hombres y obra en ellos el conocimiento salvador acerca de Cristo, la conversin, el arrepentimiento, la fe y la nueva obediencia. 4. El agua del bautismo no es un medio por el cual el Seor nos garantiza la adopcin como hijos de Dios, y por el cual obra la regeneracin. 5. El pan y el vino en la santa cena no son medios por los cuales Cristo distribuye su cuerpo y sangre. 6. El cristiano que ha sido verdaderamente regenerado por el Espritu de Dios es capaz de llevar su vida terrenal en perfecta observancia y cumplimiento de la ley de Dios. 7. No es una verdadera congregacin cristiana aquella en que no se practica la excomunin pblica o el procedimiento regular de la excomunin. 8. El ministro de la iglesia que por su parte no posee la verdadera renovacin, regeneracin, justicia y santidad, no puede instruir provechosamente a otros o distribuir sacramentos verdaderos y vlidos.

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El error de los neoarranos Cristo no es Dios verdadero, esencial y natural, de una sola esencia divina con Dios el Padre y el Espritu Santo, sino que slo ha sido provisto de majestad divina, majestad que l posee ahora junto con Dios el Padre, siendo sin embargo inferior a l. El error de los antitrinitarios Esta es una secta enteramente nueva, que antes no se conoca en la cristiandad. Sus partidarios creen, ensean y confiesan que no existe una esencia sola, eterna y divina del Padre, del Hijo y del Espritu Santo, sino que as como Dios Padre, Hijo y Espritu Santo son tres personas distintas, as tambin cada persona tiene su propia esencia distinta y separada de las otras personas de la Deidad. Estas tres personas, dicen algunos de ellos, son iguales en poder, sabidura, majestad y gloria, as como en otro orden de cosas podran serlo tres hombres distintos y separados entre s en su esencia. Otros en cambio dicen que las tres personas son desiguales entre s en esencia y propiedades, de modo que slo el Padre es verdadero Dios. Todos esos artculos y otros similares a ellos, as cmo tambin otros errores cualesquiera que dependan o se infieran de ellos, los rechazamos y condenamos como falsos, errneos, herticos y contrarios a la palabra de Dios, los tres Credos ecumnicos, la Confesin de Augsburgo y su Apologa, los Artculos de Esmalcalda y los Catecismos de Lutero. De estos errores deben cuidarse todos los fieles cristianos, ya sean de posicin encumbrada o humilde, por amor al bienestar y la salvacin de sus almas. Para firmar que esta es la doctrina, fe y confesin de todos nosotros, de la cual tendremos que dar cuenta en el da postrero ante el justo Juez, nuestro Seor Jesucristo; y para afirmar adems que ni en secreto ni en pblico diremos o escribiremos nada contra ella, sino que es nuestra intencin permanecer fieles a ella por la gracia de Dios; por tanto, despus de seria reflexin, en el verdadero temor de Dios e invocando su nombre, firmamos con nuestra propia mano. Berg, 29 de mayo de 1577 Iacobus Andreae D. Christophorus Cornerus D. Nicolaus Selneccerus D. David Chutraeus D. Andreas Musculus D. Martinus Chemnitius (o Kemnicius) D.

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SEGUNDA PARTE: DECLARACIN SLIDA


Repeticin y Declaracin Slida, Correcta y Clara de Algunos Artculos de La Confesin de Augsburgo

Respecto a Los Cuales, Por Algn Tiempo, Ha Habido Controversia Entre Algunos Telogos Que Aceptan la Confesin. Estos Artculos Han Sido Reconciliados y Decididos Mediante la Gua de la Palabra de Dios y el Compendio de Nuestra Doctrina Cristiana Cuando, por la gran bondad y misericordia del Todopoderoso, la doctrina respecto a los artculos principales de nuestra religin cristiana (oscurecida horriblemente bajo el papado mediante enseanzas y ordenanzas humanas) haba sido explicada y purificada otra vez por el Dr. Lutero, de grata memoria, segn la direccin y gua de la palabra de Dios, y haban sido reprobados los errores, abusos e idolatras papistas; y esta reforma pura fue, no obstante, considerada por los adversarios como introduccin de una nueva doctrina y acusada violentamente (aunque sin fundamento) de ser enteramente contraria a la palabra de Dios y las ordenanzas cristianas y, adems, cargada de calumnias y acusaciones infundadas, y sin fin, los ilustrsimos y en piedad religiosa prominentsimos electores y prncipes y los Estados del Imperio, que en ese tiempo haban aceptado la doctrina pura del santo evangelio y ordenado que se reformasen sus iglesias segn la palabra de Dios, mandaron que se preparase, extrada de la Sagrada Escritura, una confesin cristiana en la gran Dieta de Augsburgo de 1530 y que esta confesin cristiana se entregase al Emperador Carlos V. En ella expusieron de una manera clara y sencilla lo que se confesaba y enseaba en las iglesias evanglicas cristianas respecto a los artculos principales, en particular los que eran objeto de controversia entre ellos y los papistas; y aunque esta Confesin fue recibida desfavorablemente por los adversarios, hasta la fecha permanece, gracias a Dios, irrefutable e inamovible. A esta cristiana Confesin de Augsburgo, tan slidamente fundada en la palabra de Dios, pblica y solemnemente volvemos a suscribirnos de todo corazn; sostenemos su exposicin clara, sencilla y pura, segn lo expresan sus palabras, y consideramos esta Confesin como un smbolo puramente cristiano que, despus de la incomparable autoridad de la palabra de Dios, el corazn cristiano debe recibir, as como en tiempos pasados, cuando en la iglesia surgan ciertas serias controversias, se proponan smbolos y confesiones, a los que se suscriban de boca y corazn los fieles maestros y oidores de aquel tiempo. Tambin es nuestra intencin, por la gracia del Todopoderoso, ser fieles hasta el fin a esta doctrina de la Confesin de Augsburgo, segn fue entregada en 1530 al Emperador Carlos V. Tampoco deseamos, ni cu este ni en ningn otro documento, apartarnos en lo ms mnimo de esta memorable Confesin ni proponer una confesin diferente o nueva. Si bien es cierto que la mayor parte de la doctrina cristiana de esta Confesin no ha sido impugnada (a no ser por lo que han hecho los papistas), sin embargo, no puede negarse que algunos telogos se han apartado de ciertos artculos principales importantes de esta Confesin y, o no han logrado comprender el verdadero significado de su doctrina o no lo han retenido firmemente, y algunos, de vez en cuando, hasta han osado atribuirle un significado extrao, mientras que al mismo tiempo, desean ser considerados partidarios de la Confesin de Augsburgo y se gloran en ella. Todo esto ha ocasionado disensiones gravosas y perjudiciales en las iglesias evanglicas puras; as como aun en el tiempo de los santos apstoles sugieran horribles errores

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entre los que deseaban ser llamados cristianos y se gloriaban en la doctrina de Cristo. Pues algunos procuraban recibir la justificacin y la salvacin por medio de las obras de la ley (Hch. 15:1-29); otros negaban la resurreccin de los muertos (1 Co. 15:12); y aun otros no crean que Cristo era Dios eterno y verdadero18. Contra stos tuvieron que desencadenarse severamente los santos apstoles en sus predicaciones y escritos, aunque bien saban que tan fundamentales errores y serias controversias no podan ocurrir sin causar graves ofensas tanto entre los incrdulos como entre los dbiles en la fe. De un modo similar, nuestros adversarios, los papistas, en la actualidad se complacen en ver las disensiones que han surgido entre nosotros, y abrigan la impa y vana esperanza de que estas discordias por fin ocasionen la ruina de la doctrina pura. Mientras tanto, los dbiles en la fe se sienten muy ofendidos y perplejos, y algunos de ellos dudan de que, por causa de tales disensiones, se halla an entre nosotros la doctrina pura, y otros no saben por quines deben declararse respecto a los artculos en controversia. Pues las controversias que han ocurrido no son, como algunos tratan de considerarlas, meras incomprensiones o desavenencias respecto a palabras causadas porque una faccin no ha entendido suficientemente la opinin de la otra, consistiendo la dificultad en algunas palabras que son de gran importancia. Pero los asuntos en controversia son de tanta importancia y magnitud y de tal naturaleza, que la opinin de la faccin que se ha apartado de la verdad no puede ser tolerada en la iglesia, o mucho menos ser excusada o defendida. Por lo tanto, la necesidad requiere que expliquemos estos artculos en controversia segn la palabra de Dios y los escritos ya aprobados, a fin de que todo el que posee entendimiento cristiano pueda observar qu opinin respecto a los asuntos en controversia concuerda con la palabra de Dios y qu opinin no concuerda. Y los cristianos sinceros que guardan la verdad en su corazn puedan apartarse de los errores y corrupciones que han surgido, y evitarlos.

Exposicin Del Breve Fundamento, Regla y Norma Segn La Cual Todas Las Doctrinas Deben Ser Juzgadas y Todas Las Enseanzas que Han Surgido Deben Ser Decididas y Explicadas de Una Manera Cristiana.

Es evidente que para conseguir una unidad slida y permanente en la iglesia se necesita, ante todo, tener una breve exposicin y forma, unnimemente aprobada, en la que se establece, extrada de la palabra de Dios, la doctrina comn confesada por las iglesias de la verdadera religin cristiana. En esto seguimos el ejemplo de la iglesia primitiva, la que siempre tena para uso tal ciertos smbolos fijos. Adems, este compendio doctrinal no debe tener como fundamento escritos particulares, sino aquellos libros que han sido compuestos, aprobados y recibidos en nombre de las iglesias que confiesan una sola doctrina y religin. Por lo tanto, de boca y corazn hemos declarado mutuamente que no formaremos ni recibiremos una confesin diferente o nueva de nuestra fe, sino que confesaremos los escritos pblicos y comunes que siempre y en todo lugar se han usado como smbolos tales o confesiones comunes en todas las iglesias de la Confesin de Augsburgo, siempre que respecto a estos artculos haya habido entre los que los aceptan adhesin unnime a la doctrina pura de la palabra de Dios, segn la ha explicado el Dr. Lutero. 1. En primer lugar, recibimos y aceptamos de todo corazn las escrituras profticas y apostlicas del Antiguo y del Nuevo Testamento como la fuente pura y clara de Israel, las cuales
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Es posible que los autores de la FC hayan tenido en mente Jud. 4; 2 P. 2:1-10; Col. 1 y 2.

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forman la nica norma verdadera por la que han de ser juzgadas todas las doctrinas y los que las ensean. 2. Y ya que desde la antigedad la verdadera doctrina cristiana, en un sentido puro y sano, era extrada de la palabra de Dios y arreglada en artculos o captulos a fin de combatir la corrupcin de los herejes, aceptamos, en segundo lugar, los tres Credos Ecumnicos, esto es, el Apostlico, el Niceno y el de Atanasio, como confesiones gloriosas de la fe, breves, piadosas y bblicas, en las que se refutan clara y firmemente todas las herejas que en aquel tiempo surgieron en la iglesia cristiana. 3. En tercer lugar, ya que en estos ltimos tiempos, Dios, en suma clemencia, ha vuelto a sacar a luz de las tinieblas del papado la verdad de su palabra mediante la fiel obra realizada por el valioso hombre de Dios, el Dr. Martn Lutero, y puesto que esta doctrina ha sido" extrada de la palabra de Dios y formada en artculos y captulos en la Confesin de Augsburgo a fin de combatir la corrupcin del papado y tambin de otras sectas, aceptamos adems la Primera e Inalterada Confesin de Augsburgo como nuestro smbolo actual. Y la aceptamos, no porque fue compuesta por nuestros telogos, sino porque ha sido tomada de la palabra de Dios y tiene en ella su firme fundamento, exactamente en la misma forma en que fue escrita en 1530 y presentada al Emperador Carlos V por algunos electores, prncipes y estados cristianos del imperio romano como confesin comn de las iglesias reformadas. Mediante esta confesin, las iglesias evanglicas se distinguen de los papistas y otras sectas y herejas reprochables y condenables. En todo esto seguimos la costumbre de la iglesia primitiva, mediante la cual los concilios subsiguientes, los obispos y maestros cristianos apelaban al Credo Niceno y declaraban pblicamente que lo aceptaban. 4. En cuarto lugar, a fin de exponer el sentido verdadero y genuino de la muy citada Confesin de Augsburgo, se prepar e imprimi una extensa Apologa en 1531, despus de haber sido presentada la Confesin. Esto se hizo para poder explicarnos ms ampliamente y guardarnos de las calumnias de los papistas y prevenir que errores ya condenados se introdujeran en la iglesia de Dios bajo el nombre de la Confesin de Augsburgo o se atrevieran a esconderse tras ella. Tambin sta aceptamos unnimemente, porque en ella no slo se explica cuanto es necesario de la Confesin de Augsburgo y se protege a sta de las calumnias de los adversarios, sino que tambin se confirman sus enseanzas mediante testimonios claros e irrefutables de la Sagrada Escritura. 5. En quinto lugar, tambin aceptamos los Artculos de Esmalcalda que fueron compuestos, aprobados y recibidos en la muy concurrida asamblea de telogos celebrada en la ciudad de Esmalcalda en 1537. Estos artculos fueron primeramente formulados e impresos para ser presentados en el Concilio de Mantua, o dondequiera que se hubiese de celebrar, en nombre de los estados," electores y prncipes, como explicacin de la ya mencionada Confesin de Augsburgo, a la que por la gracia de Dios haban resuelto ser fieles. En estos Artculos se repite la doctrina de la Confesin de Augsburgo y se explican ms extensamente algunas enseanzas con pruebas alusivas de la palabra de Dios, y adems se indican, en cuanto es necesario, la causa y las razones por qu nos hemos apartado de los errores y las idolatras de los papistas y no podemos tener comunin con ellos, y tambin por qu en estas cosas no podemos en modo alguno estar de acuerdo con el papa. 6. Y por ltimo, en sexto lugar, ya que este importante asunto de la religin atae tambin al pueblo y a los laicos (como se les llama), quienes, por cuanto son cristianos, por causa de su salvacin tienen que discernir la doctrina pura de la falsa, aceptamos tambin el Catecismo Menor y el Mayor del Dr. Martn Lutero, segn fueron escritos por l e incorporados en sus obras. Pues estos Catecismos han sido aprobados y recibidos unnimemente por todas las iglesias 336

que aceptan la Confesin de Augsburgo y usados pblicamente en iglesias y escuelas y en instruccin particular. Adems, ellos contienen en forma muy correcta y sencilla la doctrina de la palabra de Dios, explicada con toda claridad para los laicos. En las iglesias y escuelas de la doctrina pura estos escritos pblicos y comunes se han considerado siempre como el resumen y modelo de la doctrina que el Dr. Lutero, de grata memoria, ha extrado maravillosamente de la palabra de Dios y establecido firmemente para combatir al papado y otras sectas. A sus sobresalientes explicaciones en sus escritos doctrinales y polmicos deseamos apelar, pero siguiendo la necesaria y cristiana advertencia que el Dr. Lutero mismo hace respecto a sus escritos en el prefacio latino de sus obras. l expone claramente la diferencia que existe entre los escritos divinos y los humanos al declarar que slo la palabra de Dios es la nica regla y norma de la doctrina y que ningn escrito humano debe ser considerado igual a la palabra, sino antes bien todo debe estar sujeto a ella. Pero por lo antedicho no ha de entenderse que se rechazan otros libros buenos y tiles, tales como comentarios de la Sagrada Escritura, refutaciones de errores y explicaciones de artculos doctrinales; pues en tanto que concuerdan con la clase de doctrina que acaba de mencionarse, se consideran como exposiciones y explicaciones tiles y pueden usarse con provecho. Lo que empero se ha dicho hasta ahora respecto al resumen de nuestra doctrina cristiana, slo se ha dicho con el siguiente fin: Debemos tener una forma de doctrina unnimemente aceptada, definida y comn, a la que se suscriban todas nuestras iglesias evanglicas, y segn la cual, por cuanto ha sido extrada de la palabra de Dios, deben juzgarse y regularse todos los dems escritos en lo que respecta a la aprobacin y aceptacin de stos. Incorporamos los antedichos escritos, esto es, la Confesin de Augsburgo, la Apologa, los Artculos de Esmalcalda y el Catecismo Menor y el Mayor de Lutero en el ya citado Resumen o Compendio de nuestra doctrina cristiana, porque estos escritos se han considerado siempre y en todo lugar como la expresin comn, aceptada unnimemente, de nuestras iglesias, y adems, porque fueron aprobados en aquel tiempo por los ms prominentes e ilustres telogos, y recibidos en todas las iglesias y escuelas evanglicas. A ms de esto, como queda dicho, fueron escritos y propagados antes de que surgieran las controversias entre los telogos de la Confesin de Augsburgo; por lo tanto, ya que se consideran imparciales y no pueden ni deben ser rechazados por la una o la otra faccin de los controversistas, y ya que ningn confesor sincero de la Confesin de Augsburgo se quejar de estos escritos, sino que con gusto los recibir y tolerar como testigos de la verdad, nadie debe culparnos por extraer de estos escritos la explicacin y decisin de los artculos en controversia. Tampoco debe culprsenos si al exponer como nico fundamento la palabra de Dios, la verdad eterna, producimos y citamos tambin estos escritos como testigos de la verdad y como el entendimiento unnime y correcto de nuestros antecesores, quienes han permanecido fieles y firmes a la doctrina pura.

Artculos en Controversia Respecto a la Anttesis o Doctrina Contraria A fin de conservar en la iglesia la doctrina pura y una unidad firme, slida, permanente y agradable a Dios, es necesario no slo exponer correctamente la doctrina sana, sino tambin reprobar a los adversarios que ensean lo contrario (1 Ti. 3:9; 2 Ti. 2:24, 3:16; Tit. 1:9). Pues los pastores fieles, como dice Lutero, deben hacer ambas cosas, esto es, apacentar los corderos y resistir a los lobos, a fin de que las ovejas huyan de las voces extraas (Jn. 10:12), y puedan separar lo precioso de lo vil (Jer. 15:19).

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Por lo tanto, respecto a este asunto hemos declarado los unos a los otros con el mayor cuidado y claridad lo siguiente: Es imprescindible hacer y observar una diferencia entre disputas innecesarias e intiles (mediante las cuales la iglesia no debe ser perturbada, ya que ellas destruyen ms que lo que pueden edificar), y la controversia necesaria, especialmente cuando tal controversia toca a los artculos de la fe o las partes principales de la doctrina cristiana, caso en que, a fin de defender la verdad, es necesario reprobar la doctrina falsa y contraria. Si bien es verdad que los antedichos escritos proporcionan al lector, que se goza en la verdad divina y la ama, informacin clara y correcta respecto de todos y cada uno de los artculos de nuestra fe cristiana sobre los cuales hay controversia, y respecto a qu debe aceptarse como correcto y verdadero segn la palabra de Dios, las Escrituras de los profetas y apstoles, y qu debe rechazarse y evitarse como incorrecto y falso; no obstante, a fin de que la verdad pueda conservarse tanto ms clara y distinta y distinguirse de todos los errores, sin que nada pueda esconderse bajo trminos generales, hemos declarado manifiesta y expresamente los unos a los otros, en lo que atae a los artculos ms importantes, considerados uno por uno, que actualmente son objeto de controversia, a fin de que haya un testimonio pblico y definido, no slo para la generacin presente, sino tambin para la venidera, qu es y debe permanecer el unnime entendimiento y juicio de nuestras iglesias respecto a los artculos en controversia, a saber: 1. Primero, rechazamos y condenamos todas las herejas y todos los errores que fueron rechazados y condenados en la iglesia primitiva, antigua y ortodoxa mediante el firme fundamento de la palabra de Dios. 2. Segundo, rechazamos y condenamos todas las sectas y herejas que fueron rechazadas en los escritos ya mencionados del breve resumen de la Confesin de nuestras iglesias. 3. Tercero, ya que en el espacio de veinticinco aos surgieron varias divisiones entre algunos telogos de la Confesin de Augsburgo por causa del nterin (de esta Confesin) y otras razones, nos hemos propuesto manifestar y declarar de la manera ms categrica, plena y expresa nuestra fe y confesin respecto a todas y cada una de estas tesis y anttesis, esto es, la doctrina correcta y la falsa. Hacemos esto para que el fundamento de la verdad divina se manifieste en todos los artculos y para que todas las doctrinas falsas, ambiguas, sospechosas y condenables sean claramente repudiadas, no importa dnde y en qu libros se encuentren y quin las haya escrito o aun ahora mismo est dispuesto a defenderlas. As deseamos que todos queden advertidos en cuanto a los errores que se promulgan aqu y all en los escritos de algunos telogos y que nadie sea engaado por la reputacin (autoridad) de ningn hombre. Mediante esta declaracin, el lector cristiano quedar informado en toda emergencia que se presente y podr comparar esa declaracin con los escritos mencionados y se dar cuenta exacta de que lo que confes al principio respecto a cada artculo en el breve resumen de nuestra religin y fe y lo que se expuso ms tarde en diferentes ocasiones y lo repetimos nosotros en este documento, no es en modo alguno contradictorio, sino la verdad pura, inmutable y perdurable; y que nosotros por lo tanto, no cambiamos de una doctrina a otra, sino que sinceramente deseamos permanecer fieles a la Confesin de Augsburgo que fue entregada una vez por todas y la explicacin cristiana que de sta ha sido unnimemente aceptada, y tambin, por la gracia de Dios, permanecer firmes y constantes en ella a fin de combatir todas las corrupciones que se han introducido.

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I. EL PECADO ORIGINAL En primer lugar, ha surgido una controversia entre algunos telogos de la Confesin de Augsburgo en lo que respecta al pecado original, y especficamente, en qu consiste verdadera y realmente este pecado. Pues un bando sostena que, puesto que desde la cada de Adn en el pecado la naturaleza y esencia del hombre se han corrompido por completo, la naturaleza, substancia y esencia del hombre corrupto, o al menos la parte principal y suprema de su esencia, esto es, el alma racional en su estado supremo o sus facultades principales, todo esto forma actualmente y desde la Cada, el pecado original. A esto se le ha llamado pecado de naturaleza o pecado de persona por el hecho de que no es un pensamiento, palabra u obra, sino la naturaleza humana misma, de la cual, como de una raz, nacen todos los otros pecados, y que por esta razn, ya que la naturaleza humana se ha corrompido por medio del pecado, no existe actualmente y desde la Cada, ninguna diferencia entre la naturaleza y la esencia del hombre y el pecado original. El otro bando, enseaba empero que el pecado original no es de por s la naturaleza, substancia o esencia del hombre, esto es, el cuerpo y el alma del hombre, los que actualmente y desde la Cada son y permanecen la obra y creacin de Dios en nosotros, sino que es algo en la naturaleza, cuerpo y alma del hombre y en todas sus facultades, es decir, una corrupcin horrible, profunda e inexplicable del cuerpo y del alma, de modo que el hombre se encuentra desprovisto de la justicia con la cual fue creado originalmente, y en asuntos espirituales est muerto a lo bueno y dispuesto a hacer lo malo; y que, por causa de esta corrupcin y pecado innato que se adhiere a su naturaleza, todos los pecados actuales emanan del corazn; por consiguiente: Es menester diferenciar entre la naturaleza y esencia del hombre corrupto, o su cuerpo y alma, que son obra y creacin de Dios en nosotros aun desde la Cada, y el pecado original, que es una obra del diablo por la cual se ha corrompido la naturaleza humana. Esta controversia respecto al pecado original no es una argumentacin innecesaria, sino que es algo de suma importancia. Pues si esta doctrina se presenta correctamente segn la enseanza de la palabra de Dios y se separa de todos los errores pelagianos y maniqueos, entonces (segn afirma la Apologa) se conocern y ensalzarn mejor los beneficios de Cristo y sus valiosos mritos y asimismo la misericordiosa obra del Espritu Santo. Adems, se le tributar a Dios su merecido honor si se diferencia correctamente su obra y creacin en el hombre de la obra del diablo, con lo cual se ha corrompido la naturaleza humana. Por lo tanto, a fin de explicar esta controversia de una manera cristiana y segn la enseanza de la palabra de Dios y mantener la doctrina correcta y pura acerca del pecado original, colegiremos en breves captulos de los escritos ya mencionados, la tesis y la anttesis, esto es, la doctrina correcta y la contraria. En primer lugar, es verdad que los cristianos deben considerar y reconocer como pecado no slo las transgresiones actuales cometidas contra los mandamientos de Dios, sino que tambin y ante todo deben considerar y reconocer como pecado real, aun ms, como el pecado mayor, que es la raz y fuente de todos los pecados actuales, la horrible y temible enfermedad hereditaria mediante la cual toda la naturaleza humana se ha corrompido (Ro. 7:18). El Dr. Lutero lo llama pecado de naturaleza o pecado de persona, dando a entender as que, aunque una persona no piense, diga, ni haga algo malo (cosa que en realidad es imposible en esta vida desde que nuestros primeros padres cayeron en el pecado), su naturaleza y persona son no obstante pecaminosas, esto es, completa y totalmente infestadas y corrompidas ante Dios mediante el pecado original, como por una lepra espiritual; y por causa de esta corrupcin y la cada del primer hombre, la naturaleza o persona es acusada y condenada por la ley de Dios, de modo que somos por

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naturaleza hijos de ira (Ef. 2:3), muerte y condenacin, a menos que seamos librados de esta condicin por los mritos de Cristo (Sal. 51:5). En segundo lugar, esto tambin es claro y evidente, segn lo ensea el Artculo Diecinueve de la Confesin de Augsburgo, que Dios no es el creador, autor o causa del pecado, sino que por la instigacin del diablo mediante un hombre, el pecado (que es una obra del diablo) entr en el mundo (Ro. 5:12; 1 Jn. 3:8). Y aun en la actualidad, en esta corrupcin de la naturaleza humana, Dios no crea ni hace el pecado en nosotros, sino que en la naturaleza que Dios sigue creando y haciendo en los hombres, el pecado original se propaga de una semilla pecaminosa mediante la concepcin y nacimiento carnales por parte de los padres. En tercer lugar, qu es este mal hereditario y hasta dnde se extiende en algo que ninguna razn humana sabe y entiende, sino que, como dicen los Artculos de Esmalcalda, tiene que aprenderse y creerse mediante la revelacin de la Escritura. Y en la Apologa esto se trata brevemente en las siguientes partes principales: Este mal hereditario es la culpa por la cual acontece que, por causa de la desobediencia de Adn y Eva, estamos bajo el desfavor divino y por naturaleza somos hijos de ira, segn afirma el apstol en Romanos 5:12 y sigte. y Efesios 2:3. En segundo lugar, es la completa carencia o privacin de la justicia hereditaria concreada en el Paraso, o de la imagen divina, segn la cual el hombre fue creado originalmente en la verdad, santidad y justicia; y, al mismo tiempo, es la incapacidad e ineptitud para hacer las cosas divinas o, como dicen las palabras latinas: La descripcin del pecado original quita (niega) a la naturaleza no renovada los dones, la facultad y toda iniciativa de empezar a hacer y realizar cosa alguna en asuntos espirituales. El pecado original (en la naturaleza humana) no consiste nicamente en la ausencia total de todo lo bueno en asuntos espirituales y divinos, sino que en vez de la imagen divina que el hombre perdi, ese pecado es al mismo tiempo tambin una corrupcin profunda, malvada, horrible, insondable, inescrutable e indecible de toda la naturaleza humana y sus facultades, especialmente de las facultades supremas y principales del alma en el entendimiento, corazn y voluntad, de modo que desde la Cada, el hombre hereda la disposicin malvada y la impureza impa del corazn, de los malos deseos y de las malas inclinaciones. As todos nosotros, por inclinacin y naturaleza, heredamos de Adn tal corazn, sentimiento y pensamiento que, segn sus supremas facultades y la luz de la razn, se oponen natural y diametralmente a Dios y sus supremos mandamientos; aun ms, son enemistad contra Dios, particularmente en lo que respecta a asuntos divinos y espirituales. Pues en otros asuntos, como en lo que atae a cosas naturales y externas, el hombre an posee, aunque en forma muy dbil, cierto grado de entendimiento, poder y capacidad. Pero todo esto ha sido tan infectado y contaminado por el pecado original, que delante de Dios no tiene ningn valor. El castigo que por causa del pecado original Dios ha impuesto sobre los hijos de Adn consiste en lo siguiente: La muerte, la condenacin eterna y tambin otras miserias fsicas y espirituales, temporales y eternas, y la tirana y el dominio de Satans, de modo que la naturaleza humana est sujeta al reino del diablo y ha sido entregada a su servidumbre. Satans fascina y seduce a muchos hombres importantes y eruditos en el mundo, mediante errores espantosos, herejas y otras conguedades, precipitndolos a toda clase de vicios ignominiosos. Este mal hereditario es tan grande y horrible, que slo por causa de Cristo puede ser cubierto y perdonado delante de Dios en aquellos que han sido bautizados y que han credo. Adems, la naturaleza humana, que por causa de ese mal es perversa y totalmente corrupta, no puede ser sanada sino por medio de la regeneracin y la renovacin del Espritu Santo, obra que slo tiene su comienzo en esta vida, pero que ser perfecta en la vida venidera. 340

Estos puntos que se han citado aqu slo a manera de resumen, se tratan ms ampliamente en los escritos ya mencionados de la confesin comn de nuestra doctrina cristiana. Es menester empero sostener y defender esta doctrina de tal modo que no se desve de su verdad y caiga en el error de los pelagianos o de los maniqueos. Por esta razn debe exponerse, aunque de la manera ms breve posible, la doctrina contraria respecto a este artculo que ha sido reprobada y rechazada en nuestras iglesias. 1. En primer lugar, para combatir a los pelagianos antiguos y modernos, se reprueban y se rechazan las siguientes doctrinas falsas, esto es, que el pecado no es ms que una culpa que recae en alguien por causa de la transgresin cometida por otro, sin que ello implique corrupcin alguna de nuestra naturaleza humana. 2. Asimismo, que los malos deseos no son pecados, sino condiciones o propiedades concreadas y esenciales de la naturaleza humana. 3. O como si ese defecto o mal en realidad no fuese pecado tal que delante de Dios el hombre desprovisto de Cristo sea un hijo de ira y de la condenacin y se halle bajo el dominio y el poder de Satans. 4. Tambin se reprueban y se rechazan los siguientes errores pelagianos: La naturaleza humana, aun despus de la Cada, es incorrupta, y en particular, en lo que respecta a asuntos espirituales, totalmente buena y pura, y en sus facultades naturales, perfecta. 5. O que el pecado original es slo una mancha leve e insignificante rociada sobre la naturaleza humana, o un borrn salpicado en ella o una corrupcin slo en algunas cosas accidentales, con las cuales y debajo de las cuales la naturaleza humana no obstante posee y retiene su integridad aun en las cosas espirituales. 6. O que el pecado original no es un despojo, caresta y privacin, sino solamente un impedimento externo de las buenas facultades espirituales, como el efecto que el jugo del ajo tiene en el imn: ste no pierde su poder natural, sino que slo lo impide; o que la mancha del pecado puede ser borrada con la misma facilidad con que se borra una mancha en la cara o un borrn en la pared. 7. Asimismo quedan repudiados y rechazados los que ensean que aunque es cierto que la naturaleza humana ha sido debilitada y corrompida mediante la Cada, sin embargo, no ha perdido por completo todo lo bueno en lo que atae a cosas divinas y espirituales, y que no es verdad lo que se canta en nuestras iglesias: Por la Cada de Adn qued corrupta toda la naturaleza humana; sino que el hombre, desde que nace, an posee algo bueno, no importa cuan pequeo, diminuto e insignificante sea, esto es, capacidad, destreza, aptitud o habilidad para empezar, realizar o ayudar a realizar algo bueno. En lo que respecta a asuntos externos, temporales y terrenos, que estn sujetos a la razn, se dar empero una explicacin en el artculo siguiente. Estas y similares doctrinas contrarias quedan reprobadas y rechazadas porque la palabra de Dios ensea que de por s la naturaleza humana no tiene ningn poder de hacer lo bueno en asuntos espirituales y divinos, ni siquiera en lo ms mnimo, como por ejemplo, en los buenos deseos. Y no slo esto, sino que de por s no puede hacer otra cosa delante de Dios que pecar (Gn. 6:5; 8:21). 1. Del mismo modo, esta doctrina tambin tiene que ser defendida (guardada) por otro lado, de los errores maniqueos. Por lo tanto, se rechazan las siguientes doctrinas falsas y otras similares: Que al principio la naturaleza humana fue creada por Dios pura y buena, pero que despus, desde la Cada, el pecado original (como algo esencial) ha sido infundido por Satans en la naturaleza humana y mezclado con ella, as como se mezclan el veneno y el vino.

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Pues aunque en Adn y Eva la naturaleza humana fue creada originalmente pura y santa, sin embargo, el pecado no entr en la naturaleza de ellos mediante la Cada de la manera como lo ensean los maniqueos en su fanatismo, esto es, como si Satans hubiese creado o hecho alguna substancia mala y la hubiese mezclado con la naturaleza humana. Pero ya que el hombre, por la seduccin de Satans mediante la Cada, ha perdido, segn el juicio y la sentencia de Dios y como castigo, la justicia hereditaria con que fue creado, la naturaleza humana, como queda dicho, se ha vuelto tan perversa y corrupta por causa de esta privacin o deficiencia, caresta y lesin causadas por Satans, que ahora la naturaleza se transmite juntamente con este defecto y corrupcin a todos los hombres que son concebidos por sus padres y nacen de ellos de un modo natural. Pues desde la Cada la naturaleza humana no es primeramente creada pura y buena y slo despus es corrompida por el pecado, sino que en el primer momento de nuestra concepcin, es pecaminosa y corrupta la semilla de la cual es formado el hombre. Adems, el pecado original no es algo que existe de por s, independiente o aparte de la naturaleza corrupta del hombre, ni tampoco es la esencia, el cuerpo o el alma real del hombre corrupto, o el hombre mismo. Tampoco puede y debe hacerse distincin tal entre el pecado original y la naturaleza del hombre corrupto que se considere la naturaleza humana como pura, buena, santa e incorrupta delante de Dios y slo como malo al pecado original que mora en ella. 2. Tambin rechazamos, como escribe San Agustn respecto a los maniqueos, que no es el hombre corrupto mismo el que peca por causa del pecado original, sino otra cosa que es extraa al hombre, y que Dios, por lo tanto, no acusa y condena mediante la ley, la naturaleza que ha sido corrompida por el pecado, sino slo al pecado original que mora en ella. Pues como ya se ha declarado en la explicacin de la doctrina pura acerca del pecado original, toda la naturaleza del hombre, la cual nace de un modo natural de sus padres, ha sido totalmente corrompida y pervertida por el pecado original, en cuerpo y alma y en todas sus facultades, en lo que respecta a la bondad, verdad, santidad y justicia con que fue creada en el Paraso. Sin embargo, la naturaleza no se ha exterminado o cambiado enteramente en otra substancia, que, segn su esencia, no pueda considerarse como similar a nuestra naturaleza, y, por lo tanto, no puede ser de una sola esencia con nosotros. Pero la ley acusa y condena nuestra naturaleza humana, no porque hayamos sido creados hombres por Dios, sino porque somos pecadores e impos; no porque desde la Cada nuestra naturaleza humana sea obra y criatura de Dios, sino porque ha sido infectada y corrompida por el pecado. En cambio, es necesario sostener la distincin que existe entre nuestra naturaleza humana segn es creada y preservada por Dios y en la cual mora el pecado, y el pecado original, que mora en la naturaleza humana. La una y el otro deben y pueden considerarse, ensearse y crearse separadamente segn la enseanza de la Sagrada Escritura. Pero aunque el pecado original, como un veneno y lepra espiritual (como dice Lutero), ha infectado y corrompido toda la naturaleza humana, de modo que no podemos mostrar al ojo la naturaleza humana por s sola ni el pecado original por s solo, sin embargo, no son una y la misma cosa la naturaleza corrupta, o la esencia del hombre corrupto, cuerpo y alma, o todo el hombre que Dios ha creado (en quien mora el pecado original, que tambin corrompe la naturaleza, esencia, o todo el hombre), y el pecado original, que mora en la naturaleza o esencia del hombre, y la corrompe; como tampoco, en la lepra externa, son una y la misma cosa el cuerpo leproso y la lepra que hay en el cuerpo. Adems, los artculos principales de nuestra fe cristiana nos estimulan y compelen a conservar esta distincin. En primer lugar, en el artculo acerca de la creacin la Escritura declara no slo que Dios cre la naturaleza humana antes de la Cada, sino tambin que la naturaleza

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humana sigue siendo una obra y criatura de Dios desde la Cada (Dt. 32:6; Is. 45:11, 54; Hch. 17:25; Ap. 4:11). Tus manos, dice Job, me hicieron y me formaron; y luego te vuelves y me deshaces? Acurdate que como a barro me diste forma; Y en polvo me has de volver? No me vaciaste como leche, y como queso me cuajaste? Me vestiste de piel y carne, y me tejiste de huesos y nervios. Vida y misericordia me concediste, y tu cuidado guard mi espritu (Job 10:8-12). Te alabar, dice David, porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo ms profundo de la tierra. Mi embrin vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas (Sal.139:14-16). Y en el Eclesiasts de Salomn est escrito: El polvo vuelva a la tierra, como era, y el espritu vuelva a Dios que lo dio (Ec. 12:7). Estos pasajes de la Escritura testifican con toda claridad que Dios, desde la Cada, es el Creador del hombre; es el que crea el cuerpo y el alma del hombre. Por lo tanto, el hombre corrupto, sin excepcin alguna, no puede l mismo ser pecado; de lo contrario, Dios sera creador del pecado. Nuestro Catecismo Menor, en la explicacin del Primer Artculo del Credo, declara lo siguiente: Creo que Dios me ha creado y tambin a todas las criaturas; que me ha dado cuerpo y alma, ojos, odos y todos los miembros, la razn y todos los sentidos, y an los sostiene. El Catecismo Mayor lo expresa as: Digo y creo que soy criatura de Dios. Esto es, que Dios me ha donado y me conserva sin cesar mi cuerpo y alma y vida, mis miembros grandes y pequeos, todos mis sentidos, mi razn e inteligencia. Sin embargo, esta misma criatura y obra de Dios ha sido horriblemente corrompida por el pecado; pues la masa de la cual Dios ahora forma y hace al hombre fue corrompida y pervertida en Adn y se nos transmite a nosotros por herencia. Y aqu todo corazn piadoso debe reconocer con justicia la bondad inefable de Dios, esto es, que Dios inmediatamente no arroja de su presencia al luego eterno esta masa corrupta, perversa y pecaminosa, sino que de ella forma y hace la naturaleza humana actual, la cual ha sido horriblemente corrompida por el pecado, y lo hace porque desea limpiarla de todo pecado, santificarla y salvarla por medio de su amado Hijo. Este artculo muestra, pues, la diferencia de manera clara e irrefutable. Pues el pecado original no procede de Dios. Dios no es creador ni autor del pecado. Tampoco es el pecado original criatura u obra de Dios, sino que es obra del diablo. Pues bien, si no hubiese diferencia alguna entre la naturaleza o esencia de nuestro cuerpo y alma, toda la cual ha sido corrompida por el pecado original, y el pecado original mismo, por el cual la naturaleza humana ha sido corrompida, se colegira: O que Dios, ya que l es el Creador de nuestra naturaleza, tambin cre el pecado original y que por consiguiente, este pecado original es tambin su obra y criatura, o, puesto que el pecado es obra del diablo, que Satans es el creador de nuestra naturaleza, de nuestro cuerpo y alma; y que esta naturaleza tambin tendra que ser obra o creacin de Satans en caso de que, sin diferencia alguna, nuestra naturaleza corrupta tuviese que ser considerada como el pecado mismo. Ambas enseanzas son contrarias al artculo principal de nuestra fe cristiana. Por lo tanto, a fin de conservar la diferencia que existe entre la obra de Dios en el hombre y la obra del diablo, decimos que el hombre tiene cuerpo y alma mediante la obra creadora de Dios. Adems, que por la obra de Dios el hombre puede pensar, hablar, hacer y realizar algo; pues en l vivimos, nos movemos y somos (Hch. 17:28). Pero la corrupcin de la naturaleza humana y la maldad de sus pensamientos, palabras y obras es originalmente obra de Satans, quien ha corrompido la obra de Dios en Adn mediante el pecado. Esa naturaleza depravada se transmite de Adn a nosotros por herencia. 343

En segundo lugar, en el artculo acerca de la redencin, la Sagrada Escritura declara con el mayor nfasis que el Hijo de Dios asumi nuestra naturaleza humana, pero sin pecado, de modo que l fue hecho, como nosotros, participante de todas las cosas, a excepcin del pecado (Hch. 2:17). Por consiguiente, todos los telogos ortodoxos han sostenido que Cristo, segn la naturaleza humana que asumi, es consubstancial con nosotros, sus hermanos, pues asumi su naturaleza humana, que en todo sentido es igual a nuestra naturaleza humana con la excepcin del pecado en su esencia y en todos sus atributos esenciales; y estos telogos ortodoxos han condenado como hereja manifiesta la doctrina contraria. Pues bien, si no hubiese diferencia alguna entre la naturaleza o esencia del hombre corrupto y el pecado original, hay que inferir que Cristo o no asumi nuestra naturaleza, porque no asumi el pecado, o que, puesto que asumi nuestra naturaleza, tambin asumi el pecado. Ambas doctrinas son contrarias a la Sagrada Escritura. Pero por cuanto el Hijo de Dios asumi nuestra naturaleza humana y no el pecado original, es por lo tanto evidente que desde la Cada la naturaleza humana y el pecado original no son una y la misma cosa, sino que son dos cosas diferentes. En tercer lugar, en el artculo acerca de la santificacin, la Escritura declara que Dios limpia, lava y santifica al hombre del pecado que ste posee (1 Jn. 1:7), y que Cristo salva a su pueblo de sus pecados. Por lo tanto, el pecado no puede ser el hombre mismo; pues Dios concede al hombre su gracia por causa de Cristo, pero odia el pecado por toda la eternidad. Por consiguiente, es impo y malvado or decir que el pecado original es bautizado en el nombre de la Santa Trinidad, santificado y salvo, y otras expresiones que se encuentran en los escritos de los maniqueos recientes, expresiones que no repetimos para no ofender a las personas simples. En cuarto lugar, en el artculo acerca de la resurreccin, la Escritura declara que ser resucitada la misma substancia de esta nuestra carne, pero sin pecado, y que en la vida eterna tendremos y retendremos esta misma alma, pero sin pecado. Es evidente que si no hubiese diferencia alguna entre nuestra carne y alma corrupta y el pecado original, sera de esperarse, contrario a este artculo de la fe cristiana, o que esta nuestra carne no resucitar en el da postrero y que en la vida eterna no tendremos la esencia actual de nuestro cuerpo y alma, sino otra substancia (u otra alma), porque no tendramos pecado; o que en el da postrero tambin resucitar el pecado para que permanezca en los escogidos durante la vida eterna. Por consiguiente, es claro que la doctrina de los maniqueos (con todo lo que de ella depende y se desprende) tiene que ser rechazada, en particular, cuando se afirma y ensea que el pecado original es lo mismo que la naturaleza, substancia, esencia, cuerpo, o alma del hombre corrupto, de modo que no hay diferencia alguna entre nuestra naturaleza corrupta, substancia y esencia y el pecado original; pues los artculos principales de nuestra fe cristiana declaran poderosa y enfticamente por qu se debe observar una diferencia entre la naturaleza o substancia del hombre, la cual ha sido corrompida por el pecado, y el pecado mismo, mediante el cual el hombre se vuelve corrupto. Y esto basta para exponer una declaracin simple de la doctrina correcta y de la doctrina contraria en esta controversia, en lo que respecta al asunto principal mismo, ya que el asunto no se discute en todos sus pormenores, sino que se tratan los puntos principales, artculo por artculo. Pero en lo referente a vocablos y expresiones, es mejor y ms provechoso utilizar y retener la forma de sanas palabras que respecto a este artculo se emplean en la Sagrada Escritura y los libros ya mencionados. Adems, a fin de evitar contiendas acerca de palabras, es menester explicar con el mayor cuidado y claridad los vocablos y expresiones que se aplican y se usan en diversos significados. 344

Por ejemplo, cuando se dice: Dios crea la naturaleza del hombre, es evidente que en este sentido por la palabra naturaleza se entiende la esencia, cuerpo y alma del hombre. Pero con frecuencia a la disposicin o cualidad viciosa de una cosa se le llama su naturaleza, como cuando se dice: La naturaleza de la serpiente es morder y envenenar. Y as Lutero, cuando dice que el pecado y el pecar son la disposicin y naturaleza del hombre corrupto, usa la palabra naturaleza. Por lo tanto, el pecado original propiamente significa la mxima corrupcin de nuestra naturaleza humana, segn la descripcin que se da en los Artculos de Esmalcalda. Pero a veces se incluye tambin bajo este trmino a la persona concreta o al sujeto, esto es, al hombre con cuerpo y alma, en el cual existe y es inherente el pecado, y esto se debe al hecho de que el hombre, por causa del pecado, es corrupto, est envenenado y es pecaminoso. Respecto a esto dice Lutero: Tu nacimiento, tu naturaleza y toda tu esencia es pecado, es decir, pecaminoso o impuro. Lutero mismo explica que por pecado natural, pecado personal y pecado esencial l quiere decir que no slo las palabras, los pensamientos y las obras son pecado, sino tambin que toda la naturaleza, persona y esencia del hombre son total y fundamentalmente corruptas por causa del pecado original. En cambio, en lo que respecta a los vocablos latinos substantia y accidens, opinamos que no deben ser usados en sermones para oyentes sencillos e indoctos, porque estos vocablos son desconocidos, para las personas simples. Pero cuando los doctos entre ellos mismos o con otros, a quienes estos vocablos no son desconocidos emplean estos trminos al tratar este asunto, como lo hicieron Eusebio y Ambrosio, y especialmente Agustn, y tambin otros eminentes telogos, porque los creyeron necesarios para explicar esta doctrina y as defenderla de los herejes, los vocablos asumen una divisin inmediata, esto es, una divisin entre la cual no hay medio, de modo que todo lo que existe tiene que ser o substantia, es decir, una esencia independiente, o accidens, es decir, una materia accidental que esencialmente no existe de por s, sino que se halla en otra esencia independiente, y puede ser distinguida de ella. Esta divisin la usan tambin Cirilo y Basilio. Y por cuanto entre los varios axiomas usados en la teologa tambin el siguiente es un axioma indudable e indiscutible: Toda esencia independiente, ya que es una substancia, es o Dios mismo o una obra y creacin de Dios, por lo tanto Agustn, en mucho de lo que escribi para combatir a los maniqueos y en comn acuerdo con todos los telogos verdaderos, ha condenado y rechazado, despus de considerar amplia y seriamente el asunto, la siguiente declaracin: El pecado original es la naturaleza o substancia del hombre. Despus de l, todos los eruditos y entendidos tambin han sostenido que lo que no existe independientemente no es parte de otra esencia independiente, sino que existe, sujeto a cambio, en otra cosa, no es substancia independiente, sino algo accidental. Por consiguiente, Agustn constantemente acostumbra hablar de este modo: El pecado original no es la naturaleza misma, sino un defecto accidental en la naturaleza. As, antes de esta controversia, hablaban libremente y sin despertar sospechas de herejas los hombres eruditos, tambin en nuestras iglesias y escuelas, segn las reglas de la dialctica, y por esto jams fueron censurados ni por el Dr. Lutero ni por ningn telogo ortodoxo de nuestras iglesias evanglicas puras. Pues bien, por cuanto es una verdad indiscutible que todo lo que existe es o una esencia independiente o algo accidental, como ya se ha demostrado y comprobado mediante los testimonios de los maestros de la iglesia y ninguna persona de sana inteligencia jams lo ha dudado, por lo tanto, en caso de que a alguien se le pregunte si el pecado original es una substancia, esto es, alguna cosa de existencia independiente y que no se encuentra en otra, o si es un accidente, esto es, una cosa que no existe de por s, sino que se encuentra en otra y no puede 345

existir independientemente, la necesidad lo obliga, sin evasin alguna, a contestar categrica y rotundamente que el pecado original no es una substancia, sino un accidente. Por esta razn, la iglesia de Dios nunca lograr paz permanente respecto a esta controversia; al contrario, la controversia ser fortalecida y confirmada si los ministros de la iglesia permanecen en duda en cuanto a la pregunta si el pecado original es una substancia o un accidente, y si en realidad es propio llamarlo por estos nombres. Por lo tanto, si las iglesias y escuelas han de ser libradas de esta controversia ofensiva y perjudicial, es imprescindible que todos y cada uno sean debidamente instruidos respecto a este asunto. Pero si se sigue inquiriendo qu clase de accidente es el pecado original, tendremos que decir que sa es otra pregunta, sobre la cual no puede dar la debida explicacin ningn filsofo, ni papista, ni sofista, aun ms, ni la razn humana, no importa cuan aguda sea, sino que para entenderlo y explicarlo es menester acudir nicamente a las Sagradas Escrituras, las cuales testifican que el pecado original es un mal execrable y una corrupcin tan completa de la naturaleza humana que no resta nada puro o bueno en ella y en todas sus facultades internas y externas, sino que todo es corrupto, de manera que debido al pecado original, el hombre es verdadera y espiritualmente muerto ante los ojos de Dios, y con todas sus facultades muerto a todo lo que es bueno. De esta manera, pues, la palabra accidente no disminuye el pecado original, especialmente si esa palabra se explica segn lo que ensea la palabra de Dios, del modo como lo hace el Dr. Lutero cuando, en su explicacin latina del tercer captulo de Gnesis, con el mayor celo escribe contra la minimizacin del pecado original. Pero esta palabra slo sirve para explicar la distincin que existe entre la obra de Dios (sta es nuestra naturaleza a pesar de ser corrupta) y la obra del diablo (ste es el pecado que se adhiere a la obra de Dios y que forma la corrupcin ms profunda e indescriptible de ella). Por lo tanto, tambin Lutero, al tratar este asunto, ha empleado la palabra accidente e igualmente la palabra cualidad, sin rechazar la una ni la otra; pero al mismo tiempo, con singular diligencia y el mayor celo, ha explicado y enseado a todos y a cada uno cuan horrible es la cualidad y el accidente mediante el cual la naturaleza humana ha sido no meramente contaminada, sino tambin tan profundamente corrompida que en ella no ha quedado nada puro e incorrupto. As dice Lutero en su explicacin del Salmo 90: Bien que llamamos al pecado original una cualidad o una enfermedad, l es el peor mal que existe, por el cual no slo hemos de padecer la ira eterna de Dios y la muerte cierna, sino que tambin ni siquiera hemos de entender lo que padecemos. Y en su explicacin de Gnesis 3 dice l: Estamos infectados con el veneno del pecado original de pies a cabeza, por cuanto esto nos sucedi en una naturaleza que an era perfecta.

II. EL LIBRE ALBEDRO, O LAS FACULTADES HUMANAS Ya que respecto al libre albedro o las facultades humanas ha surgido una controversia no slo entre los papistas y nosotros, sino tambin entre algunos telogos mismos de la Confesin de Augsburgo, en primer lugar, demostraremos exactamente en qu puntos hay controversia. Pues ya que el hombre, en lo que atae a su libre albedro se encuentra y puede ser considerado en cuatro estados distintos y desemejantes, no ha de tratarse aqu en qu estado se encontraba antes de la Cada, o qu puede hacer desde la Cada y antes de su conversin en asuntos externos pertinentes a esta vida temporal; ni tampoco qu clase de libre albedro tendr 346

en asuntos espirituales despus de haber sido regenerado por el Espritu Santo y ser dirigido por l, o cuando resucita de entre los muertos; sino que se trata nica y exclusivamente de qu pueden hacer el intelecto y la voluntad del hombre no regenerado para obtener su conversin y regeneracin mediante las propias facultades que le han quedado despus de la Cada; esto es, si es capaz, cuando se le predica la palabra de Dios y se le ofrece la gracia divina, de aplicarse y prepararse a s mismo para recibir esa gracia y aceptarla. ste es el asunto sobre el cual, por muchos aos, ha habido controversia entre algunos telogos en las iglesias de la Confesin de Augsburgo. Pues algunos han sostenido y enseado que, si bien es verdad que el hombre por su propio poder no puede cumplir los mandamientos de Dios, o realmente confiar en Dios, temerle y amarle sin la gracia que le concede el Espritu Santo, no obstante, le ha quedado porcin tal de las facultades naturales que posea antes de la regeneracin, que es capaz, hasta cierto punto, de prepararse a s mismo para recibir la gracia divina y aceptarla, aunque dbilmente; pero que no puede realizar nada por medio de esas facultades, sino que tiene que sucumbir en la lucha, a menos que se les aada la gracia del Espritu Santo. Por otro lado, tanto los entusiastas iluminados antiguos como los modernos han enseado que Dios convierte a los hombres y los conduce al conocimiento salvador de Cristo mediante su Espritu, sin ningn medio e instrumento creado, esto es, sin necesidad de la predicacin y el or externo de la palabra de Dios. A fin de combatir ambos lados, los telogos verdaderos de la Confesin de Augsburgo han enseado y sostenido que debido a la cada de nuestros primeros padres el hombre qued tan corrupto que por naturaleza es ciego en las cosas divinas concernientes a la conversin y salvacin de su alma, de manera que cuando se le predica la palabra de Dios, ni quiere ni puede entenderla, sino que le es insensatez; tampoco se acerca a Dios por s mismo, sino que es y permanece enemigo de Dios hasta que se convierte, recibe el don de la fe, se regenera y se hace nueva criatura por el poder del Espritu Santo mediante la palabra que lee u oyetodo de pura gracia, sin ninguna cooperacin de su parte. A fin de explicar esta controversia de una manera cristiana segn la gua de la palabra de Dios, y decidirla mediante la gracia divina, nuestra doctrina, fe y confesin es la siguiente: En las cosas espirituales y divinas el intelecto. el corazn y la voluntad del hombre son completamente incapaces, mediante sus propias facultades naturales, de entender, creer, aceptar, pensar, desear, empezar, efectuar, hacer u obrar alguna cosa o cooperar en ella; sino que son corruptos y estn enteramente muertos a lo bueno; de manera que en la naturaleza del hombre desde la Cada, antes de la regeneracin, no existe ni se observa la menor chispa de poder espiritual por la cual el hombre mismo pueda prepararse para la gracia de Dios o aceptarla cuando se le ofrece, ni ser capaz por s mismo de poseerla (2 Co. 3:15), ni de aplicarse o acomodarse a ella, ni por sus propias facultades ayudar a hacer algo en su conversin o cooperar en lo ms mnimo para obtenerla, sino que es siervo del pecado (Jn. 8:34), y cautivo del diablo, que lo manipula a su antojo (Ef. 2:2; 2 Ti. 2:26). Por consiguiente, el libre y natural albedro del hombre, segn su naturaleza y disposicin pervertidas, es fuerte y activo slo en lo que es desagradable y contrario a Dios. Esta importante declaracin y respuesta a la pregunta principal de la controversia presentada en la introduccin a este artculo es confirmada y respaldada por los siguientes argumentos de la palabra de Dios, y aunque stos son contrarios a la vanidosa razn humana y la filosofa, sin embargo sabemos que la sabidura de este mundo perverso es slo insensatez delante de Dios (1 Co. 3:19) y que los artculos de la fe deben ser juzgados nicamente por medio de la palabra de Dios. 347

Pues, en primer lugar, aunque es cierto que la razn humana o el intelecto natural tiene an una chispa dbil del conocimiento de que existe un Dios, y tambin de la doctrina acerca de la ley (Rom. 1:19 y sigte.), no obstante es tan ignorante, ciega y perversa que, aun cuando los hombres ms ingeniosos y eruditos de la tierra leen u oyen el evangelio del Hijo de Dios y la promesa de la salvacin eterna, no tienen la facultad de percibirlo, comprenderlo, entenderlo o creerlo y considerarlo como verdadero, sino que cuanta ms diligencia y fervor usan en su empeo de comprender estas cosas espirituales con la razn, tanto menos las entienden o creen y antes de que el Espritu los ilumine y ensee, consideran todo esto slo como insensato y falso. El hombre natural no percibe las cosas que son del Espritu de Dios, porque para l son locura (1 Co. 2:14). Pues ya que en la sabidura de Dios, el mundo no conoci a Dios mediante la sabidura, agrad a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicacin (1 Co. 1:21). Estos [es decir, los que no han nacido otra vez por el Espritu de Dios]... que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazn (Ef. 4:17 y sigte.). A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parbolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan (Mt. 13:11 y sigte.; Lc. 8:10). No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron intiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Ro. 3:11-12). Por esta razn nos dice la Escritura categricamente qu el hombre natural, en lo que se refiere a las cosas espirituales y divinas, es tinieblas (Ef. 5:8; Hch. 26:18; Jn. 1:5): La luz en las tinieblas resplandece [es decir, en el mundo tenebroso y ciego, que no conoce ni procura a Dios], y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Del mismo modo ensea la Escritura que el hombre pecador no slo es espiritualmente dbil y enfermizo, sino tambin difunto y enteramente muerto (Ef. 2:1, 5; Col. 2:13). Pues bien, as como un hombre que est fsicamente muerto no puede por su propio poder prepararse o acomodarse a s mismo para obtener otra vez la vida temporal, as tampoco el hombre que est espiritualmente muerto en sus pecados puede por su propio poder acomodarse o aplicarse a s mismo a la adquisicin de la justicia y la vida espiritual y celestial, a menos que sea librado y vivificado de la muerte del pecado por el Hijo de Dios. Por lo tanto, las Escrituras niegan al intelecto, corazn y voluntad del hombre natural toda aptitud, destreza, capacidad y habilidad de pensar, entender, poder hacer, empezar, desear, emprender, actuar, realizar o cooperar para producir de por s algo bueno y recto en asuntos espirituales. No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios (2 Co. 3:5). Todos se hicieron intiles (Ro. 3:12). Mi palabra no halla cabida en vosotros (Jn. 8:37). Las tinieblas no prevalecieron contra ella (Jn. 1:5). El hombre natural no percibe (o, segn el significado literal de la palabra griega, no alcanza, no comprende, no recibe) las cosas que son del Espritu de Dios, esto es, no puede percibir cosas espirituales, porque para l son locura, y no las puede entender (1 Co. 2:14). Mucho menos puede creer verdaderamente en el evangelio, aceptarlo como la verdad. Por cuanto la mente carnal (o la mente del hombre natural) es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede (Ro. 8:7). En resumen, permanecer eternamente verdadero lo que el Hijo de Dios dice, Separados de m nada podis hacer (Jn. 15:5). Y San Pablo, Dios es el que en vosotros produce as el querer como el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13). Este ltimo pasaje es muy consolador para todos los cristianos que sienten y experimentan un pequeo destello de la gracia divina y la salvacin eterna o las anhelan fervorosamente; pues saben que Dios ha encendido en su corazn este comienzo de la verdadera santidad y que adems los fortalecer y los ayudar en su gran flaqueza para preservarlos en la verdadera fe hasta el fin. 348

Aqu pertenecen tambin todas las oraciones de los santos (creyentes) en las que piden que Dios los ensee, ilumine y santifique. Con esto declaran que por sus propias facultades naturales no pueden obtener las cosas que piden a Dios. As David, en el Salmo 119, ms de diez veces pide que Dios le conceda entendimiento, a fin de poder comprender y aprender rectamente la enseanza divina. Los escritos de San Pablo contienen muchas oraciones similares a la de David (Ef. 1:17; Col. 1:9; Fil. 1:9). Estas oraciones y estos pasajes se han escrito para beneficio nuestro; no para hacernos tardos y remisos en la lectura, el or y la meditacin de la palabra de Dios, sino ante todo, para que demos gracias a Dios de todo corazn porque por medio de su Hijo nos ha librado de las tinieblas de la ignorancia y de la cautividad del pecado y de la muerte, y regenerado e iluminado mediante el bautismo y el Espritu Santo. Y despus que Dios mediante el Espritu Santo en el bautismo haya concedido y obrado el comienzo del verdadero conocimiento de Dios y de la fe, debemos pedirle sin cesar que por ese mismo Espritu (mediante el or, la lectura y el uso diario de la palabra de Dios) conserve en nosotros la fe y los dones celestiales, nos fortalezca de da en da y nos guarde firmes hasta el fin. Pues a menos que Dios mismo sea nuestro Maestro, nada podemos estudiar y aprender que sea aceptable a l y saludable a nosotros y otros. En segundo lugar, la palabra de Dios declara que en lo que respecta a cosas divinas el intelecto, el corazn y la voluntad del hombre natural y no regenerado no slo se han alejado de Dios por completo, sino que tambin se han vuelto enemistad y perversidad contra Dios y se han inclinado a todo lo malo. Adems, que el hombre no slo es dbil, incapaz, inepto y est muerto a lo bueno, sino que tambin por causa del pecado original se halla tan terriblemente pervertido, infectado y corrompido que por disposicin y naturaleza es del todo malo, perverso y hostil hacia Dios y sumamente fuerte, vivo y activo hacia todo lo que es desagradable y contrario a Dios. El intento del corazn humano es malo desde su juventud (Gn. 8:22). Engaoso es el corazn ms que todas las cosas, y perverso: Quin lo conocer? (Jer. 17:9). San Pablo explica este pasaje en Romanos 8:7 del modo siguiente: La mente carnal es enemistad contra Dios. El deseo de la carne es contra el Espritu, y el del Espritu es contra la carne; stos se oponen entre s (G. 5:17). Sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado (Ro. 7:14). Y ms adelante en Romanos 7:18, 22-23: Yo s que en m, esto es, en mi carne, no mora el bien;... Porque segn el hombre interior (el hombre que ha sido regenerado por el Espritu Santo), me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado. Ahora bien, si en el piadoso apstol Pablo y en otros hombres regenerados el libre albedro carnal aun despus de la regeneracin lucha contra la ley de Dios, ese albedro ser aun ms obstinado y hostil hacia la ley y la voluntad de Dios antes de la regeneracin. Por lo tanto, es evidente (segn queda dicho en el artculo acerca del pecado original, al cual nos referimos brevemente aqu) que el libre albedro, mediante sus propias facultades naturales, de ningn modo puede obrar su propia conversin, justicia y salvacin ni cooperar en ellas, ni tampoco obedecer, creer o dar asentimiento al Espritu Santo, quien por medio del evangelio le ofrece gracia y salvacin, sino que por el contrario, su rebelde y contumaz naturaleza innata resiste hostilmente a Dios y su voluntad, a menos que sea iluminada por el Espritu Santo. Por esta razn, la Sagrada Escritura tambin compara el corazn del hombre no regenerado a una piedra dura que no cede al que la toca, sino que resiste, y a un bloque tosco y a una bestia salvaje. Esto no quiere decir que el hombre desde la Cada ya no sea una criatura racional, o se convierta a Dios sin or la palabra divina y meditar sobre ella, o en asuntos externos y terrenales no pueda entender nada bueno o malo, o de su propia voluntad hacerlo o dejar de hacerlo. 349

Pues, segn dice el Dr. Lutero en su comentario acerca del Salmo 91: En asuntos terrenales y externos, que pertenecen a la vida y al sustento espirituales y divinos, que pertenecen a la salvacin del alma, el hombre es como una estatua de sal (como la estatua en que se convirti la mujer de Lot); aun ms, como un bloque o una piedra, como una figura sin vida, que no usa ni ojos ni boca, ni sentido ni corazn. Pues el hombre ni ve ni reconoce la terrible ira de Dios que es causa del pecado y que trae por resultado la muerte, sino que persiste en su seguridad carnal, aun a sabiendas y voluntariamente, y as cae en mil peligros y por fin en la muerte y la condenacin eterna; y de nada le valen oraciones, splicas, amonestaciones, y ni siquiera amenazas y reprensiones; aun ms, le es intil toda enseanza y predicacin, a menos que sea iluminado, convertido y regenerado por el Espritu Santo. Para esta renovacin del Espritu Santo no fue creada por supuesto ninguna piedra ni ningn bloque, sino el hombre nicamente. Y aunque Dios, segn su justo y severo juicio, ha desechado para siempre a los espritus malos que cayeron en el pecado, no obstante, de pura misericordia ha sido su voluntad que la raza humana que cay en el pecado vuelva a poder participar de la conversin, la gracia divina y la vida eterna; no por causa de la destreza, aptitud o capacidad natural y activa del hombre (pues la naturaleza del hombre es enemistad contra Dios), sino de pura gracia, por la obra misericordiosa y eficaz del Espritu Santo, y a esto lo llama el Dr. Lutero capacidad, pero no activa, sino pasiva, cosa que explica de este modo: Cuando los padres de la iglesia defienden el libre albedro quieren decir que ste es libre en el ;; sentido de que por la gracia de Dios puede ser convertido a lo bueno y volverse verdaderamente libre, fin para el cual fue creado (Tomo I, p. 236). De igual modo ha escrito tambin San Agustn en su segundo libro Contra lulianum. Pero el hombre, antes de ser iluminado, convertido, regenerado y atrado por el Espritu Santo no posee ms capacidad que una piedra o un bloque o un limo para de por s mismo y por sus propias facultades empezar algo en asuntos espirituales, realizarlos o cooperar en ellos, ni de verificar su propia conversin o regeneracin. Pues aunque es verdad que puede regular sus funciones externas y or el evangelio y hasta cierto punto meditar sobre l y tambin hablar acerca de l, como puede observarse en los fariseos e hipcritas, sin embargo, lo considera insensatez y no puede creerlo. Y en esto procede aun peor que un bloque por cuanto es rebelde y hostil a la voluntad divina, a menos, por supuesto, que el Espritu Santo sea eficaz con l, lo ilumine y obre en l la fe, la obediencia y otras virtudes agradables a Dios. En tercer lugar, la Sagrada Escritura atribuye la conversin, la fe en Cristo, la regeneracin, la renovacin y todo lo que atae al eficaz principio y consumacin de estas obras, no a las facultades humanas del libre albedro natural, bien enteramente o a medias o en la menor parte, sino por completo a la obra divina y al Espritu Santo, segn lo ensea tambin la Apologa. La razn y el libre albedro pueden, hasta cierto punto, llevar una vida externamente decente; pero nacer de nuevo y obtener internamente otro corazn, otra mente y otra disposicin es obra que slo el Espritu Santo puede realizar. l abre el entendimiento y el corazn del hombre para que ste pueda comprender la Escritura y prestar atencin a la palabra, como est escrito Entonces les abri el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras (Lc. 24:45), y Lidia... estaba oyendo; y el Seor abri el corazn de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo deca (Hch. 16:14). Y: Dios es el que en vosotros produce as el querer como el hacer, por su buena voluntad (FU. 2:13). l da arrepentimiento (Hch. 5:31; 2 Ti. 2:25). l obra la fe A vosotros os es concedido a causa de Cristo... que creis en l (FU. 1:29). La fe es el don de Dios (Ef. 2:8). sta es la obra de Dios, que creis en el que l ha enviado (Jn. 6:29). Y: l da corazn que entiende, ojos que ven y odos que oyen (Dt. 29:4; Mt. 13:15). l es Espritu de 350

regeneracin y renovacin (Tit. 3:5-6). l quita el corazn de piedra y da un corazn de carne, para que andemos en sus mandamientos (Ez. 11:19; Dt. 30:6; Sal. 51:10). l nos crea en Cristo Jess para las buenas obras (Ef. 2:10), y nos hace nuevas criaturas (2 Co. 5:17; G. 6:15). Y, en resumen, toda buena ddiva desciende de Dios (Stg. 1:17). Nadie puede venir a Cristo, si el Padre no lo trae (Jn. 6:44). Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mt. 11:27). Nadie puede decir que Jess es Seor, sino por el Espritu Santo (1 Co. 12:3). Separados de m, dice Cristo, nada podis hacer (Jn. 15:5). Nuestra competencia-proviene de Dios (2 Co. 3:5). Qu tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, por qu te gloras como si no lo hubieras recibido? (1 Co. 4:7). De consiguiente, San Agustn declara respecto a este pasaje que por medio de l se convenci de que tena que despojarse de su anterior opinin errnea; pues en su ensayo acerca de la predestinacin haba escrito lo siguiente: Err en esto: Que sostena que la gracia de Dios consiste en que Dios mediante la predicacin de la verdad revela su voluntad; pero que consentir a la predicacin del evangelio es nuestra propia obra y facultad. San Agustn se expresa en trminos similares cuando vuelve a declarar: Err cuando dije que es cosa nuestra el creer y querer; pero es la obra de Dios conceder a los que creen y quieren la facultad de realizar algo. Esta doctrina tiene su slido fundamento en la palabra de Dios y concuerda con las enseanzas de la Confesin de Augsburgo y los dems libros ya mencionados, segn lo demuestran los siguientes testimonios: La Confesin de Augsburgo dice lo siguiente en el Artculo XX: Como por la fe se recibe el Espritu Santo, tambin los corazones son renovados y dotados de nuevos afectos, para poder producir buenas obras. Pues antes, puesto que no tenan el Espritu Santo, eran demasiado dbiles. Adems, estn bajo el poder del diablo, el cual impele a los hombres a diversos pecados. Estas citas testifican con toda claridad que la Confesin de Augsburgo de ningn modo reconoce la voluntad del hombre como libre en asuntos espirituales, sino que dice que el hombre se encuentra bajo el poder del diablo. Cmo, pues, puede ser capaz, por su propio poder, de convertirse al evangelio o a Cristo? La Apologa ensea lo siguiente respecto al libre albedro: No negamos libertad a la voluntad humana. Tambin decimos que la razn tiene, hasta cierto punto, un libre albedro; pues en los asuntos que la razn por s misma ha de comprender, tenemos libertad en la eleccin de obras y cosas. Y ms adelante: Pues los corazones que no poseen al Espritu Santo no tienen temor a Dios. No creen que Dios los oye, o que les perdona sus pecados, o que les ayuda en las tribulaciones. Por lo tanto, son impos. Pues sabido es que 'no puede el rbol malo llevar frutos buenos' y que 'sin la fe es imposible agradar a Dios'. Por consiguiente, aunque concedemos que el libre albedro tiene la libertad y el poder de realizar las obras externas de la ley, sin embargo, declaramos que en asuntos espirituales, tales como amar a Dios y creer en l de todo corazn, etc., el libre albedro y la razn no tienen capacidad. Aqu se ve claramente que la Apologa no atribuye capacidad a la voluntad del hombre ni para empezar lo bueno ni para cooperar en su realizacin. En los Artculos de Esmalcalda (en la parte que trata del Pecado) tambin se rechazan los siguientes errores respecto al libre albedro: El hombre es dueo de su libre albedro para hacer el bien y apartarse del mal y viceversa. Y ms adelante tambin se rechaza como error la siguiente enseanza: En la Sagrada Escritura no consta que para realizar una obra buena sea necesaria la gracia del Espritu Santo. Tambin leemos en los Artculos de Esmalcalda (en la parte acerca del arrepentimiento) lo siguiente:130 Este arrepentimiento dura hasta la muerte del cristiano: Porque, mientras se vive, 351

lleva el arrepentimiento una lucha continua contra el pecado que an mora en la carne, como el apstol Pablo lo atestigua al afirmar que lucha contra la ley de sus miembros (Ro. 7:23), pero no valindose de sus propias fuerzas, sino por medio del don del Espritu Santo, que se recibe despus del perdn de los pecados. Ese don nos limpia v libra diariamente del resto del pecado y se afana por purificar y santificar al hombre. En el Catecismo Mayor del Dr. Martn Lutero (en el Tercer Artculo) se nos dice: Yo soy tambin parte y miembro de esta comunidad y participante y codisfrutante de todos los bienes que tiene, llevado a ello por el Espritu Santo e incorporado por el hecho de que escuch y contino escuchando la palabra de Dios, la cual es el comienzo para ingresar en ella. Pues, antes de haber sido introducidos a ella pertenecamos totalmente al diablo, como los que no han sabido nada de Dios, ni de Cristo. Por lo tanto, el Espritu Santo permanecer con la santa comunidad o cristiandad hasta el da del juicio final, por la cual nos buscar, y se servir de ella para dirigir y practicar la palabra, mediante la cual hace y multiplica la santificacin, de modo que la cristiandad crezca y se fortalezca diariamente en la fe y sus frutos que l produce. En todo esto el Catecismo no menciona ni con una sola palabra nuestro libre albedro o cooperacin, sino que atribuye todo al Espritu Santo, esto es, que mediante el ministerio de la palabra de Dios nos lleva a la iglesia cristiana, en la cual nos santifica y nos hace crecer en la fe y las buenas obras. Si bien es verdad que los regenerados an en esta vida progresan de tal modo que realmente desean, aman y hasta hacen lo bueno y crecen en la piedad, sin embargo, esto no es, como ya queda dicho, fruto de nuestra voluntad y capacidad, sino que es el Espritu Santo quien obra tal querer y hacer, como San Pablo lo atestigua (Fil. 2:13). Y en Efesios 2:10 el apstol atribuye esa obra a Dios, pues nos dice: Somos hechura suya, creados en Cristo Jess para buenas obras, las cuales Dios prepar de antemano para que anduvisemos en ellas. En el Catecismo Menor, el Dr. Lutero nos dice lo siguiente: Creo que ni por mi propia razn, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Seor, o venir a l; sino que el Espritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, y me ha santificado y conservado en la verdadera fe, del mismo modo como l llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra, y la conserva unida a Jesucristo en la verdadera y nica fe. Y en la explicacin de la Segunda Peticin del Padrenuestro se dice lo siguiente: Cmo sucede esto? ... Cuando el Padre celestial nos da su Espritu Santo, para que, por su gracia, creamos su santa palabra y llevemos una vida de piedad. Estos testimonios declaran que por medio de nuestro poder no podemos allegarnos a Cristo, sino que Dios tiene que darnos el Espritu Santo, por medio del cual somos iluminados, santificados y as conducidos a Cristo mediante la fe y conservados con l; y no se hace ninguna mencin de nuestra voluntad o cooperacin. A esto aadiremos otra cita del Dr. Martn Lutero contenida en su Confesin Mayor Acerca de la Santa Cena. All el Dr. Lutero declar ms tarde, con protesta solemne, que era su intencin perseverar fiel a esta doctrina hasta el fin: Con esto rechazo y condeno como rotundo error todos los dogmas que ensalzan nuestro libre albedro, pues estn en conflicto abierto con esta ayuda y gracia de nuestro Salvador Jesucristo. Ya que fuera de Cristo, la muerte y el pecado son nuestros seores y el diablo es nuestro dios y prncipe, no puede haber jams poder o fuerza, sabidura o entendimiento, con los cuales podamos habilitarnos o luchar para obtener la justicia y la vida; sino que tenemos que ser ciegos y siervos del pecado y pertenecer al diablo para hacer y tramar aquellas cosas que son del agrado de estos enemigos y contrarias a Dios y sus mandamientos.

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Con estas palabras el piadoso e inolvidable Dr. Lutero no atribuye al libre albedro ningn poder por el cual pueda el hombre habilitarse o luchar para obtener la justicia, sino que dice que el hombre es ciego y siervo del pecado, siempre dispuesto a hacer la voluntad del diablo y lo que es contrario a Dios. Por lo tanto, en lo que respecta a la conversin del hombre, no hay en esto cooperacin alguna por parte de nuestra voluntad. El hombre tiene que ser atrado por Dios y nacer de nuevo. Si no es as, no hay en nuestro corazn pensamiento alguno que de por s pueda acudir al evangelio para aceptarlo. De este mismo modo escribi el Dr. Lutero en su libro El Albedro Esclavo, para combatir a Erasmo. En este libro aclar y defendi magistral y minuciosamente esta afirmacin, y ms tarde la repiti y explic en su glorioso comentario sobre el Gnesis, en particular sobre el captulo 26. Cambien en este comentario se cuid l, de la mejor manera posible y con el mayor cuidado, de que su opinin e interpretacin respecto a algunos oros argumentos peculiares introducidos incidentalmente por Erasmo, tal como la necesidad absoluto, ele., fuesen lomados en sentido errneo o pervertidos; cosa que nosotros repetimos aqu y recomendamos a otros. Por lo lano, es ensear incorrectamente cuando se afirma que el hombre no regenerado posee an el poder necesario para desear, recibir el evangelio y ser consolado por l, y que as la voluntad natural del hombre coopera de algn modo en la conversin. Pues tal opinin errnea es contraria a las Sagradas Escrituras, la cristiana Confesin de Augsburgo, su Apologa, los Artculos de Esmalcalda, el Catecismo Mayor y el Menor del Dr. Lutero, y otros escritos de este excelentsimo e ilustrsimo telogo. Con esta doctrina respecto de la incapacidad y maldad de nuestro libre albedro natural y respecto de nuestra conversin y regeneracin, a saber, que ella es la obra de Dios nicamente y no de nuestro poder, los iluminados y los epicreos han cometido un gran abuso; y por medio de sus arengas muchos se han vuelto desordenados e irregulares en su conducta, y remisos y negligentes en lodo ejercicio cristiano en la oracin, la lectura y la meditacin piadosa; pues dicen que, como por su propio poder no pueden convertirse a Dios, persistirn en su contumaz oposicin a Dios o esperarn hasta que Dios los convierta contra la voluntad de ellos mismos; o como no pueden hacer nada en estas cosas espirituales, ya que lodo es obra de Dios y del Espritu Santo nicamente, no usarn, oirn o leern ni la palabra ni el sacramento, sino que esperarn hasta que Dios, sin medio alguno, les instale sus dones celestiales de manera que realmente puedan sentir en su adentro que Dios los ha convertido. Otras mentes dbiles y perturbadas, ya que no entienden correctamente nuestra cristiana doctrina acerca del libre albedro, quizs pueden caer en pensamientos acosadores y dudas peligrosas respecto a si Dios las ha escogido y si tambin en ellas obrar sus dones por medio del Espritu Santo, especialmente cuando no sientan una fe firme y ardiente ni obediencia sincera, sino slo flaqueza, temor y miseria. Por esta razn ahora expondremos por medio de la palabra de Dios, cmo el hombre se convierte a Dios, cmo y por qu medios (esto es, por la predicacin de la palabra y por los santos sacramentos) el Espritu Santo quiere ser activo en nosotros, y obrar en nosotros y concedernos verdadero arrepentimiento, fe y nuevo poder espiritual y capacidad para hacer lo bueno, y cmo debemos proceder respecto a estos medios y utilizarlos. Dios no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan a l y se salven eternamente. Vivo yo, dice Jehov el Seor, que no quiero la muerte del impo, sino que el impo se vuelva de su camino, y que viva (Ez. 33:11). De tal manera am Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unignito, para que todo aquel que en l cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn. 3:16).

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Por lo tanto, Dios, por su inefable bondad y misericordia, ha permitido que se predique pblicamente su santa y eterna ley y su hermoso plan respecto a nuestra redencin, es decir, el santo y nico evangelio salvador de su Hijo eterno, nuestro nico Salvador y Redentor Jesucristo; y por medio de esta predicacin congrega para s de entre la raza humana una iglesia eterna y obra en el corazn del hombre el verdadero arrepentimiento y el conocimiento del pecado y la verdadera fe en el Hijo de Dios, Jesucristo. Y por estos medios, y por ningn otro modo, esto es, por la palabra santa, cuando los hombres la oyen en la predicacin o la leen, y los santos sacramentos, cuando son usados segn la palabra divina, Dios desea llamar a los hombres a la salvacin eterna, atraerlos a s y convertirlos, regenerarlos y santificarlos. Pues ya que en la sabidura de Dios el mundo no ha conocido a Dios mediante la sabidura, agrad a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicacin (1 Co. 1:21). [Pedro] te dir lo que es necesario que hagas (Hch. 10:6). La fe es por el or, y el or, por la palabra de Dios (Ro. 10:17). Santifcalos en tu verdad: Tu palabra es verdad. No ruego solamente por stos, sino tambin por los que han de creer en m por la palabra de ellos (Jn. 17:17, 20). Por lo tanto, el Padre eterno exclama desde el cielo respecto a su Hijo amado y respecto a todos los que predican el arrepentimiento y el perdn de los pecados en su nombre: A l od (Mt. 17:5). Pues bien, todos los que desean ser salvos deben or esta predicacin de la palabra de Dios. Pues la predicacin y el or de la palabra de Dios son instrumentos del Espritu Santo mediante los cuales l desea obrar eficazmente y convertir hombres a Dios y obrar en ellos tanto el querer como el hacer. Esta palabra el hombre la puede or y leer externamente, aunque todava no haya sido regenerado y convertido a Dios; pues en estas cosas externas, como queda dicho, el hombre, aun despus de la Cada, tiene hasta cierto punto un libre albedro, de manera que puede ir a la iglesia y or el sermn o dejar de orlo. Por estos medios, a saber, por la predicacin y el or de la palabra, obra Dios en el hombre, quebranta su corazn y lo atrae a s mismo, de manera que mediante la predicacin de la ley viene el hombre al conocimiento de sus pecados y la ira de Dios, y experimenta en su corazn verdadero terror, contricin y pesar, y mediante la predicacin y consideracin del santo evangelio que habla del misericordioso perdn de los pecados en Cristo, se enciende en l una chispa de fe, con la cual acepta el perdn de los pecados por causa de Cristo y se consuela a s mismo en la promesa del evangelio; y de este modo se enva al corazn del hombre el Espritu Santo que obra todo esto (G. 4:6). Pues aunque ambas cosas, el plantar y el regar del predicador y el correr y querer del oyente, seran intiles y no realizaran ninguna conversin si no se aadiesen a ellas el poder y la eficacia del Espritu Santo, quien ilumina y convierte los corazones por medio de la palabra predicada y oda, de modo que el hombre pueda creer en esta palabra y aceptarla, sin embargo, ni el predicador ni el oyente deben dudar de esta gracia y eficacia del Espritu Santo, sino que deben estar seguros de que cuando la palabra de Dios se predica en toda su pureza y verdad, segn el mandamiento y la voluntad de Dios, y los hombres la oyen y la meditan con atencin y diligencia, Dios realmente est presente con su gracia y concede, como ya queda dicho, lo que el hombre no puede aceptar ni dar de su propio poder. Pues respecto a la presencia, obra y don del Espritu Santo no debemos ni podemos juzgar siempre ex sensu, es decir, segn la manera como se experimentan en el corazn; sino que, como muchas veces actan en forma encubierta y sin que nos apercibamos de ellos debido a la debilidad de nuestro nimo, debemos estar seguros por medio de la promesa de que la palabra de Dios predicada y oda es Verdaderamente oficio y obra del Espritu Santo, por la cual l es de cierto eficaz y activo en nuestros corazones (2 Co. 2:14 y sigte.). 354

Pero si alguien no quiere or la predicacin ni leer la palabra de Dios, sino que desprecia la palabra y la congregacin de Dios, y as muere y perece en sus pecados, no puede ni consolarse a s mismo con la eleccin eterna de Dios ni obtener su misericordia. Pues Cristo, en quien somos escogidos, ofrece su gracia a todos los hombres en la palabra y los santos sacramentos, y desea encarecidamente que su palabra sea oda, y ha prometido que donde dos o tres estn congregados en su nombre y ocupados en su santa palabra, l est en medio de ellos (Mt. 18:20). Pero cuando el tal desecha la instruccin del Espritu Santo y no quiere or, no se le hace injusticia si el Espritu Santo no lo ilumina, sino que lo abandona a las tinieblas de su incredulidad y lo deja perecer. Respecto a esto se nos dice en Mateo 23:37: Cuntas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! Al respecto, bien puede decirse que el hombre no es una piedra o un pedazo de madera. Pues una piedra o un pedazo de madera no resiste a la persona que lo mueve, ni entiende ni siente lo que se hace con l; no as el hombre, que con su voluntad resiste a Dios el Seor hasta que es convertido. Y sin embargo, es verdad que el hombre antes de su conversin es una criatura racional, poseda de entendimiento y voluntad; pero no de un entendimiento con respecto a las cosas divinas, o de una voluntad que desea lo bueno y saludable. Pero no puede hacer nada en absoluto para su conversin (como ya queda dicho repetidas veces), y en este respecto es peor que una piedra o un pedazo de madera; pues resiste la palabra y la voluntad de Dios, hasta que Dios lo despierta de la muerte del pecado, lo ilumina y lo renueva. Y aunque Dios no obliga al hombre a la conversin (pues aquellos que siempre resisten al Espritu Santo y persisten en oponerse a la verdad conocida, como dice Esteban de los judos endurecidos que no se han convertido [Hch. 7:15]), no obstante, Dios el Seor atrae al hombre al cual desea convertir, y lo atrae de tal manera que el entendimiento entenebrecido se cambia en uno iluminado, y la voluntad perversa en una obediente. Y esto es lo que la Escritura llama crear un corazn limpio (Sal. 51:10). Y por esta causa no se puede decir con razn que el hombre antes de su conversin posee un modus agendi, esto es, cierto modo de hacer algo bueno y saludable en lo que respecta a las cosas divinas. Pues ya que el hombre antes de su conversin est muerto en pecados (Ef. 2:5), no hay en l poder alguno para obrar algo en lo que respecta a las Cosas divinas, y por consiguiente, tampoco posee un modus agendi, o cierto modo de realizar cosas divinas. Pero cuando consideramos la manera como Dios obra en el hombre, es muy cierto que Dios tiene un modus agendi, o cierto modo de obrar en el hombre, como en una criatura racional, y otro modo de obrar en una criatura irracional, o en una piedra o en un pedazo de madera. Sin embargo, antes su conversin no se le puede atribuir al hombre ningn modus agendi, esto es, ni la ms mnima capacidad de hacer algo en cosas espirituales. Pero despus que el hombre ha sido convertido e iluminado, y renovada su voluntad, entonces desea lo bueno (por cuanto ha sido regenerado o es un nuevo hombre), y segn el hombre interior se deleita en la ley de Dios (Ro. 7:22), y sigue haciendo lo bueno hasta donde y en tanto que sea impulsado por el Espritu Santo, segn dice San Pablo Todos los que son guiados por el Espritu de Dios, stos son hijos de Dios (Ro. 8:14). Este impulso del espritu Santo no es coercin, sino que el hombre que ha sido convertido hace lo bueno espontneamente, segn dice David Tu pueblo se te ofrecer voluntariamente en el da de tu poder (Sal. 110:3). Y sin embargo, la lucha entre la carne y el Espritu sigue an en el regenerado. Sobre esto escribe San Pablo, Segn el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que est en mis miembros (Ro. 7:21 y sigte.). Y 25: As que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. Y en Glatas 5:17: El deseo de la carne es contra 355

el Espritu, y el del Espritu es contra la carne; y stos se oponen entre s, para que no hagis lo que quisiereis. Sguese de esto, pues, que tan pronto como el Espritu Santo, como se ha dicho, mediante la palabra y los santos sacramentos, ha empezado en nosotros esta obra de la regeneracin y la renovacin, nosotros en efecto podemos y debemos cooperar, aunque todava en forma dbil, mediante el poder del Espritu Santo. Pero esta cooperacin no se verifica mediante nuestras virtudes carnales y naturales, sino gracias a las nuevas virtudes y los nuevos dones que el Espritu Santo nos ha concedido en la conversin, segn lo afirma San Pablo expresamente al declarar que, como colaboradores que somos con Dios, no recibimos en vano la gracia divina (2 Co. 6:1). Ahora bien, esto ha de entenderse sola y nicamente del modo siguiente: El que ha sido convertido, hace el bien siempre que Dios lo rija, gue y conduzca con su Espritu Santo; tan pronto empero como Dios aleja de l su mano misericordiosa, no podr perseverar ni por un momento ms en la obediencia a Dios. En cambio, resulta inadmisible entenderlo en el sentido de que el convertido coopera con el Espritu Santo a la manera como dos caballos144 tiran juntamente de un carro; pues quien as lo entiende, ignora la verdad divina. (As, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos tambin a que no recibis en vano la gracia de Dios [2 Co. 6:1]. Porque vosotros sois el templo del Dios viviente [2 Co. 6:16].) Por lo tanto, hay una gran diferencia entre los que han sido bautizados y los que no lo han sido. Pues ya que, segn la enseanza de San Pablo (G. 3:27), todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo estn revestidos, y as han sido verdaderamente regenerados, tienen ahora voluntad libre, o, como dice Cristo, son hechos libres de nuevo (Jn. 8:36); de donde se desprende que pueden no slo or la palabra, sino tambin dar sentimiento a ella y aceptarla, aunque en forma dbil. Puesto que en esta vida recibimos solamente las primicias del Espritu y el nuevo nacimiento no es completo, sino que slo ha empezado en nosotros, el combate y la lucha entre la carne y el espritu permanece an en los que han sido elegidos y verdaderamente regenerados; pues se percibe una gran diferencia entre los cristianos, no slo porque uno es dbil y otro fuerte en el espritu, sino tambin porque cada cristiano se siente gozoso en el espritu en ciertos momentos y temeroso y alarmado en otros; en ciertos momentos siente un amor ardiente hacia Dios, al igual que una fe fuerte y una esperanza firme, y en otros momentos se siente fro y dbil. Pero si los que han sido bautizados obran en contra de su conciencia y permiten que el pecado los domine y as entristecen al Espritu Santo que mora en ellos y lo pierden, no deben osar bautizarse de nuevo, aunque es cierto que tienen que convertirse otra vez como ya hemos aseverado sobre este asunto. Pues es en sumo cierto que en una conversin genuina tiene que efectuarse un cambio, una nueva manera de sentir y un movimiento en el intelecto, la voluntad y el corazn, esto es, el corazn debe percibir el pecado, temer la ira de Dios, abandonar el pecado, y debe adems percibir y aceptar la promesa de la gracia en Cristo, tener buenos pensamientos espirituales, imponerse ideales dignos, ser diligente y luchar contra la carne. Pues donde no existe ni se ejecuta nada de esto, all no existe tampoco la verdadera conversin. Pero ya que el asunto concierne a la causa eficiente, esto es, quin obra esto en nosotros, y de dnde lo recibe el hombre y cmo lo alcanza, esta doctrina nos informa que, como las virtudes naturales del hombre no pueden hacer ni ayudar a realizar nada (1 Co. 2:14; 2 Co. 3:5), Dios, en su infinita bondad y misericordia, viene primero a nosotros y hace que su santo evangelio sea predicado. Mediante este santo evangelio, el Espritu Santo desea obrar y realizar en nosotros esta conversin y renovacin, y mediante la predicacin y el estudio de su palabra enciende en nosotros la fe y otras virtudes piadosas, de modo que stas son dones y obras del Espritu Santo nicamente. Esta 356

doctrina nos dirige, pues, al medio por el cual el Espritu Santo desea empezar y obrar en nosotros la conversin y renovacin; tambin desea ensearnos cmo se preservan, fortalecen y aumentan estos dones, y nos advierte que no debemos permitir que esta gracia de Dios se nos conceda en vano, sino que nos ejercitemos en ella con diligencia y pensemos cuan gran pecado es impedir y resistir esta obra del Espritu Santo. De esta explicacin pormenorizada de toda la doctrina acerca del libre albedro ahora podemos juzgar, finalmente, las preguntas sobre las cuales ha habido controversia en las iglesias que se adhieren a la Confesin de Augsburgo. Se ha preguntado si el hombre, antes de su conversin, durante su conversin o despus de ella, resiste al Espritu Santo, y si el hombre no hace nada absolutamente, sino que slo soporta lo que Dios obra en l, permaneciendo puramente pasivo; asimismo, si en la conversin se porta o es como un pedazo de madera; asimismo, si el Espritu Santo es dado a los que le resisten; asimismo, si la conversin se efecta mediante la coercin de modo que Dios por la fuerza y contra la voluntad del hombre, obliga a ste a la conversin. Tambin podemos reconocer, combatir y rechazar todas las doctrinas falsas y todos los errores que han surgido, tales como: 1. La sandez de los estoicos y maniqueos, quienes aseveraban que todo lo que sucede tiene que suceder tal como sucede; que el hombre hace todo por medio de la coercin; que aun en obras externas la voluntad del hombre no tiene libertad ni capacidad de ejercer hasta cierto punto justicia externa y conducta honorable y de evitar pecados y vicios externos; o que la voluntad es obligada a cometer maldades externas, lascivia, hurto, homicidio, etc. 2. El error de los pelagianos, consistente en que el libre albedro, mediante sus propias facultades naturales, sin el Espritu Santo, puede convertirse a Dios, creer el evangelio, obedecer de corazn a la ley de Dios, y as merecer el perdn de los pecados y la vida eterna. 3. El error de los papistas y de los escolsticos, quienes han procedido de una manera algo ms sutil, enseando que el hombre, mediante sus propias facultades naturales, puede dar comienzo a lo bueno y a su propia conversin, y que entonces el Espritu Santo, ya que el hombre es demasiado dbil para completar lo bueno que ha comenzado mediante sus propias facultades naturales, viene a prestarle ayuda. 4. La doctrina de los sinergistas, quienes aseveran que en asuntos espirituales, el hombre no est absolutamente muerto a lo bueno sino malamente herido y medio muerto. Por consiguiente, aunque el libre albedro es demasiado dbil para dar el primer paso y por su propio poder convertirse a Dios y obedecer de corazn la ley de Dios, no obstante, cuando el Espritu .Santo da el primer paso y nos llama por el evangelio y nos ofrece su gracia, el perdn de los pecados y la salvacin eterna, entonces el libre albedro, de su propio poder natural, puede acercarse a Dios y hasta cierto punto, aunque dbilmente, hacer algo, ayudar y cooperar para obtener su conversin; tambin puede hacerse apto para la gracia, buscarla con diligencia, recibirla y aceptarla, y creer el evangelio; tambin puede cooperar con el Espritu Santo en la continuacin y el mantenimiento de esta obra. Para combatir este error, ya se ha demostrado ampliamente que tal poder, esto es, la facultad de aplicarse la gracia divina, no procede de nuestro propio poder natural, sino que es nicamente la obra del Espritu Santo. 5. Asimismo, la siguiente doctrina de los papas y los monjes: Que el hombre, despus de su regeneracin, puede en esta vida observar con toda perfeccin la ley de Dios, y que mediante el cumplimiento de la ley se justifica delante de Dios y merece la vida eterna. 6. En cambio, los entusiastas o iluminados deben ser reprobados con la mayor severidad y no menos celo y de ningn modo ser tolerados en la iglesia cristiana, pues ensean que Dios, sin

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utilizar medios, sin que se oiga la palabra divina y sin el uso de los santos sacramentos, hace que los hombres se acerquen a l, y los ilumina, justifica y salva. 7. Tambin rechazamos los errores de aquellos que creen que en la conversin y regeneracin Dios crea un nuevo corazn y un nuevo hombre de tal manera que la substancia y esencia del Viejo Adn, y especialmente el alma racional, quedan exterminadas por completo, y que l crea de la nada una nueva esencia espiritual. San Agustn expresamente refuta este error en su explicacin del Salmo 25, donde cita las palabras de Pablo en Efesios 4:22: Despojaos del viejo hombre, etc. y las explica as: Para que nadie piense que el hombre se despoja de su substancia o esencia, el apstol mismo explica qu quiere decir despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo cuando declara en el versculo siguiente que cada uno se despoje de la mentira y hable verdad. En eso consiste despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo. 8. Asimismo, rechazamos el uso, sin explicacin alguna, de expresiones tales como: La voluntad del hombre antes de la conversin, durante la conversin y despus de ella, resiste al Espritu Santo; y el Espritu Santo se da a aquellos que lo resisten. De la anterior explicacin es evidente que si el Espritu Santo no produce ningn cambio a lo bueno en el intelecto, la voluntad y el corazn del hombre, y que si ste de ningn modo cree en la promesa y si Dios no lo prepara para recibir la gracia, sino que resiste por completo a la palabra de Dios, no se puede realizar ni haber en l ninguna conversin. Pues la conversin operada por el Espritu Santo produce en el intelecto, la voluntad y el corazn del hombre un cambio tal que el pecador, mediante esta operacin del Espritu Santo, puede aceptar la gracia que se le ofrece. Y todos los que obstinada y persistentemente resisten las operaciones y actividades del Espritu Santo, las cuales se efectan por medio de la palabra, no reciben al Espritu Santo, sino que lo entristecen y lo pierden. Sin embargo, tambin en los regenerados queda cierta rebelin, de la cual la Escritura habla as: La carne codicia contra el Espritu (G. 5:17); Los deseos carnales batallan contra el alma (1 P. 2:11); La ley en mis miembros se rebela contra la ley de mi mente (Ro. 7:23). Por consiguiente, el hombre que no ha sido regenerado resiste a Dios por completo y es en todo sentido un esclavo del pecado (Jn. 8:34; Ro. 6:16). En cambio, el regenerado se deleita en la ley de Dios segn el hombre interior, pero ve en sus miembros la ley del pecado, la cual batalla contra el alma. Por esta razn con la mente sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley de pecado (Ro. 7:25). De este modo debe explicarse y ensearse esta doctrina en todos sus pormenores y con la mayor claridad y discrecin. En lo que respecta a las siguientes expresiones de Crisstomo y Basilio: Dios atrae, pero slo atrae a los que quieren (ser atrados); y: Slo demuestra que quieres convertirte, y Dios se te anticipar; y: En la conversin la voluntad del hombre no es inactiva, sino que tambin hace algo (expresiones que se han usado para confirmar los errores respecto a las facultades del libre albedro y as combatir la doctrina acerca de la gracia de Dios), es evidente por lo que se acaba de explicar que ellas no concuerdan con la sana doctrina, sino que son contrarias a ella, y por lo tanto, deben evitarse cuando hablamos de la conversin del hombre a Dios. Pues la conversin de nuestra voluntad corrupta, que no es sino la resurreccin de su muerte espiritual, es nica y exclusivamente la obra de Dios, as como la resurreccin de la carne en el postrer da hay que atribuirla slo a Dios, segn se ha declarado ya ampliamente y comprobado por los claros testimonios de la Sagrada Escritura. Pero ya se ha explicado ampliamente cmo Dios en la conversin mediante la atraccin del Espritu Santo, hace de personas obstinadas e involuntarias personas voluntarias, y que despus de tal conversin, en el ejercicio diario del arrepentimiento, la voluntad regenerada del

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hombre no es inactiva, sino que tambin coopera en todas las obras del Espritu Santo, las cuales l obra por medio de nosotros. De manera que cuando Lutero dice que en la conversin la voluntad del hombre es puramente pasiva, es decir, que no hace nada en absoluto, sino que slo sufre lo que Dios obra en l, esto no quiere decir que la conversin se realiza sin que la palabra de Dios sea predicada y oda. Tampoco quiere decir que en la conversin no se encienden en nosotros nuevos impulsos por medio del Espritu Santo ni se empieza una obra espiritual. Mas s quiere decir que el hombre por s mismo, o por su propio poder natural, no puede hacer nada ni ayudar nada en su conversin, y que la conversin no es slo en parte, sino nica y exclusivamente la operacin, ddiva y obra del Espritu Santo, que la ejecuta y la efecta por su poder y fortaleza, mediante la palabra, en el intelecto, la voluntad y el corazn del hombre, en tanto que ste no hace ni obra cosa alguna, sino que slo sufre. Pero el hombre no es como una figura que se esculpe en una piedra o un sello que se imprime en la cera, pues estas cosas no saben nada de lo que sucede ni lo perciben ni lo desean; en cambio todo sucede en el hombre de tal manera como ya se ha explicado. Puesto que tambin la juventud escolar ha sido grandemente perturbada por la doctrina que ensea cmo concurren a la conversin del hombre no regenerado las tres causas eficientes, es decir, la palabra de Dios predicada y oda, el Espritu Santo y la voluntad del hombre, vuelve a ser evidente, por la explicacin ya dada, que la conversin del hombre es nica y exclusivamente la obra de Dios el Espritu Santo, quien es el nico Maestro verdadero que obra esto en nosotros, usando como medio e instrumento ordinario y legtimo la palabra de Dios predicada y oda. Pero el intelecto y la voluntad del no regenerado son slo el sujeto que ha de ser convertido; representan el intelecto y la voluntad de un hombre espiritualmente muerto en el cual el Espritu Santo obra la conversin y la renovacin; y en esta obra el hombre con su voluntad no hace nada, sino que deja que slo Dios obre en l, hasta que es regenerado; despus de esto, a la verdad tambin el hombre coopera con el Espritu Santo en las buenas obras subsecuentes, haciendo lo que agrada a Dios.

III. LA JUSTICIA DE LA FE DELANTE DE DIOS La tercera controversia que ha surgido entre algunos telogos de la Confesin de Augsburgo trata acerca de la justicia de Cristo o de la fe, la cual Dios, por la gracia, mediante la fe, atribuye para justicia a los pobres pecadores. Pues cierta faccin ha sostenido que la justicia de la fe, la cual el apstol (Ro. 1:22) llama la justicia de Dios, es la justicia esencial de Dios, que es Cristo mismo como el Hijo verdadero, natural, esencial de Dios, que mora en los escogidos mediante la fe y los impulsa a hacer lo bueno. Contrastados con esta justicia, los pecados de todos los hombres deben ser considerados como una gota de agua comparada con el gran ocano. Por el contrario, otros han sostenido y enseado que Cristo es nuestra justicia segn su naturaleza humana nicamente. A fin de combatir estos dos errores, los dems telogos de la Confesin de Augsburgo han enseado unnimemente que Cristo es nuestra justicia no nicamente segn su naturaleza divina ni nicamente segn su naturaleza humana, sino segn ambas naturalezas; pues l nos ha redimido, justificado y salvado de nuestros pecados como Dios y hombre, mediante su completa obediencia; que por lo tanto la justicia de la fe es el perdn de los pecados, reconciliacin con Dios y nuestra adopcin como hijos de Dios slo por causa de la

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obediencia de Cristo, la cual, solamente por la fe, es atribuida, por mera gracia, a todos los creyentes como justicia, y por causa de ella son absueltos de toda injusticia. Adems de esta controversia, ha habido otras disputas respecto al artculo de la justificacin. stas han sido ocasionadas por el nterin (en la ocasin de la Frmula del nterin o de la Interreligin) y otras causas. Estas disputas sern explicadas en la anttesis, esto es, en la exposicin de aquellos errores que son contrarios a la pura doctrina enseada en este artculo. Este artculo respecto de la justificacin por la fe, segn dice la Apologa, es el artculo principal de toda la doctrina cristiana, sin el cual ninguna conciencia atribulada puede tener firme consuelo, ni puede conocer a fondo las riquezas de la gracia de Cristo, como lo ha afirmado tambin el Dr. Lutero: Si este solo artculo permanece inclume en el campo de batalla, la iglesia cristiana tambin permanece pura y en buena armona y libre de sectas; pero si este artculo es abatido, no es posible resistir ningn error o espritu fantico. Y respecto a este artculo dice San Pablo en particular: Un poco de levadura leuda toda la masa (1 Co. 5:6). Es por esta razn que al tratar este artculo el apstol recalca con mucha diligencia y no menos celo las partculas excluyentes, es decir, las partculas mediante las cuales se excluyen las obras humanas. Estas partculas son: Sin la ley, sin las obras, por la gracia (1 Co. 5:6; G. 5:9). El apstol lo hace a fin de demostrar cuan necesario es respecto a este artculo no slo presentar la doctrina pura, sino tambin exponer y rechazar por separado la anttesis, o sea, todas las doctrinas contrarias. Por lo tanto, a fin de explicar esta controversia de un modo cristiano mediante la palabra de Dios y, por la gracia divina, resolverla, declaramos lo siguiente en cuanto a nuestra doctrina, fe y confesin: En lo que respecta a la justicia de la fe que vale delante de Dios, creemos, enseamos y confesamos unnimemente, de acuerdo con el compendio ya expuesto acerca de nuestra fe y confesin, que el pobre hombre pecador es justificado delante de Dios, esto es, absuelto y declarado libre y exento de todos sus pecados y de la bien merecida sentencia de la condenacin, y hecho hijo y heredero de la vida eterna, sin ningn mrito o dignidad alguna de nuestra parte, y sin ningunas obras precedentes, presentes o subsiguientes, de pura gracia, slo por causa del nico mrito, completa obediencia, amarga pasin y muerte, y resurreccin de nuestro Seor Jesucristo, cuya obediencia se nos cuenta a nosotros por justicia. Estos tesoros nos los ofrece el Espritu Santo en la promesa del santo evangelio; y la fe sola es el nico medio por el cual nos asimos de ellos, los aceptamos, y nos los aplicamos y apropiamos. Esta fe es un don de Dios. Por medio de este don aprendemos en verdad a conocer a Cristo, nuestro Redentor, en la palabra del evangelio, y a confiar en que por causa de su obediencia tenemos, por la gracia, el perdn de los pecados, somos considerados justos por Dios el Padre y eternamente salvos. De modo que se considera y entiende lo mismo que cuando San Pablo dice que somos justificados por la fe (Ro. 3:28); o que la fe nos es atribuida por justicia (Ro. 4:5), y cuando dice que por la obediencia de Uno somos constituidos justos (Ro. 5:19), que por una justicia no porque sea una obra tan buena o una virtud tan ilustre, sino porque acepta y se apropia los mritos de Cristo que son ofrecidos en el evangelio; pues stos se nos tienen que aplicar por la fe si es que hemos de ser justificados por ellos. Por lo tanto, la justicia que por pura gracia es atribuida a la fe o al creyente es la obediencia, la pasin y la resurreccin de Cristo, pues l ha satisfecho la ley por nosotros y ha pagado nuestros pecados. Pues ya que Cristo no es nicamente hombre, sino que es Dios y hombreen una sola persona indivisibletan innecesario le era estar sujeto a la ley (porque es Seor de la ley) como le era padecer y morir por su propia persona. Por esta razn, pues, su obediencia (no slo al padecer y morir, sino tambin al someterse voluntariamente a la ley y al cumplirla mediante esa obediencia) se nos atribuye para 360

justicia, de modo que por causa de esta obediencia completa que l rindi al padre celestial por nosotros en lo que haca y padeca, en su vida y en su muerte, Dios perdona nuestros pecados, nos considera santos y justos y nos concede la salvacin eterna. Esta justicia nos la ofrece el Espritu Santo por medio del evangelio y en los sacramentos, y se nos aplica, es apropiada y recibida mediante la fe. Por medio de esa justicia los creyentes tienen reconciliacin con Dios, el perdn de los pecados, la gracia de Dios, la adopcin de hijos y la herencia de la vida eterna. Por consiguiente, la palabra justificar, segn se Usa en este artculo, significa pronunciar a alguien justo y libre de pecados y absolverlo del castigo, por causa de la justicia de Cristo, lo cual Dios atribuye a la fe (Fil. 3:9). Pues este uso y sentido de esta palabra es muy frecuente en la Sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento. El que justifica al impo, y el que condena al justo (Pr. 17:15). Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida! (Is. 5:22). Quin acusar a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica (Ro. 8:33), es decir, absuelve del pecado. Pero ya que la palabra regeneracin se emplea a veces en lugar de la palabra justificacin, es necesario explicar correctamente esta palabra, a fin de que la renovacin que sigue a la justificacin no se confunda con la justificacin por la fe, sino que se haga la debida distincin entre un trmino y el otro. Pues, en primer lugar, la palabra regeneracin se usa a veces para incluir tanto el perdn de los pecados que se obtiene slo por causa de Cristo como la subsecuente renovacin que el Espritu Santo obra en aquellos que han sido justificados por la fe. Y otras veces slo significa el perdn de los pecados y la adopcin de hijos. En este ltimo sentido la palabra se usa mucho y con frecuencia en la Apologa. Leemos por ejemplo en esta confesin: La justificacin es regeneracin. San Pablo empero fija una distincin entre ambas palabras cuando declara: Nos salv por el lavamiento de la regeneracin y por la renovacin en el Espritu Santo (Tit. 3:5). Tambin la palabra vivificacin se ha usado a veces para denotar el perdn de los pecados. Pues cuando una persona es justificada por la fe (que es obra exclusiva del Espritu Santo) esto es realmente una regeneracin, porque de un hijo de ira se ha hecho a esa persona un hijo de Dios, y as ha pasado de muerte a vida, segn se nos dice: Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (Ef. 2:5). Y: El justo por la fe vivir (Ro. 1:17; Hab. 2:4). En este ltimo sentido la Apologa suele usar con frecuencia la palabra regeneracin. La palabra regeneracin se ha usado tambin en lugar de la santificacin y renovacin que sigue a la justificacin por la fe. As la ha usado el Dr. Lutero en su libro: Acerca de la Iglesia y los Concilios, y en otros lugares. Pero cuando enseamos que mediante la operacin del Espritu Santo nacemos de nuevo y somos justificados, no queremos decir que despus de la regeneracin no queda ya ninguna injusticia en la persona y en la vida de los que han sido justificados y regenerados, porque Cristo, mediante su obediencia perfecta, les cubre todos los pecados, los cuales, no obstante, son inherentes en la naturaleza en esta vida. A pesar de eso son declarados y considerados rectos y justos mediante la fe y por causa de la obediencia de Cristo (obediencia que Cristo, desde el momento en que naci hasta su muerte ignominiosa en la cruz, rindi al Padre por nosotros), aunque debido a la corrupcin de la naturaleza an son y permanecen pecadores hasta la sepultura. Tampoco queremos decir, por otro lado, que podemos o debemos entregarnos a los pecados y permanecer y continuar en ellos, haciendo caso omiso del arrepentimiento, la conversin y la renovacin. La verdadera contricin debe preceder, y a aquellos que, como se ha dicho, de pura gracia, por causa de Cristo, el nico Mediador, sin obras y mritos algunos, son justificados delante de 361

Dios, esto es, son recibidos en la gracia divina, les es dado tambin el Espritu Santo, que los renueva y santifica y obra en ellos el amor a Dios y al prjimo. Pero ya que la renovacin comenzada es imperfecta en esta vida y el pecado an mora en la carne, la justicia de la fe que vale delante de Dios consiste en que de pura misericordia se nos atribuye la justicia de Cristo, sin la adicin de obras, de modo que nuestros pecados nos son perdonados y cubiertos y no se nos imputan (Ro. 4:6 y sigte.). Pero, a fin de que el artculo de la justificacin contine puro, es preciso que se preste mucha atencin, con especial diligencia, a fin de evitar que aquello que precede a la fe o lo que le sigue sea mezclado en el artculo de la justificacin, o insertado en l como algo necesario y perteneciente a l; viendo que no es una sola o una misma cosa hablar de conversin y de justificacin. Pues no todo lo que pertenece a la conversin pertenece igualmente a la justificacin. Al artculo de la justificacin pertenecen y son necesarios slo la gracia de Dios, el mrito de Cristo y la fe, la cual recibe estos dones divinos en la promesa del evangelio. Y mediante la fe se nos atribuye la justicia de Cristo, y por medio de ste, el perdn de los pecados, la reconciliacin con Dios, la adopcin de hijos y la herencia de la vida eterna. Por consiguiente, la fe verdadera y salvadora no se encuentra en aquellos que carecen de la contricin y poseen el fin perverso de permanecer y perseverar en pecados; sino que la verdadera contricin precede a la fe, y sta la tienen slo aquellos que sinceramente se arrepienten. El amor es tambin un fruto que real y necesariamente sigue a la fe verdadera. Pues el que no ama demuestra claramente que no ha sido justificado, sino que an est muerto espiritualmente o ha vuelto a perder la justicia de la fe, segn se nos dice en 1 Juan 3:14. Pero la afirmacin de San Pablo en Romanos 3:28 de que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley, es clara indicacin que ni la contricin que precede a la fe ni las obras que la siguen pertenecen al artculo de la justificacin por la fe. Pues las buenas obras no preceden a la justificacin, sino que la siguen, y para que el hombre pueda hacer buenas obras tiene primero que ser justificado. De igual modo, tampoco la renovacin o santificacin, aunque es don de Cristo el Mediador y obra del Espritu Santo, pertenece al artculo de la justificacin, sino que sigue a sta, ya que por causa de la corrupcin de nuestra carne, la renovacin o santificacin no es del todo perfecta y completa en esta vida. Lutero expresa magistralmente este pensamiento en su famoso y extenso comentario sobre la Epstola a los Glatas. Dice el reformador: Concedemos por cierto que tambin es menester instruir respecto al amor y las buenas obras, pero de tal manera que ste se haga cundo y dnde sea necesario, es decir, cuando se trata de las buenas obras fuera del artculo de la justificacin. Aqu empero, el asunto principal de que se trata no es si debemos tambin hacer buenas obras y ejercer el amor, sino por qu medios podemos ser justificados delante de Dios y ser salvos. Y sobre esto no podemos menos que responder con San Pablo (Ro. 3:28): Somos justificados delante de Dios por medio de la fe nicamente y no por las obras de la ley o por el amor. Esto no quiere decir que rechazamos las buenas obras y el amor, como nos acusan falsamente los adversarios, sino que no permitimos ser desviados, como lo desea Satans, del asunto principal de que se trata aqu para entrar en otro asunto completamente ajeno. Por consiguiente, en tanto que versamos sobre este artculo de la justificacin, tenemos que rechazar y condenar las obras; pues el carcter de este artculo es tal que no puede permitir intrusin alguna por parte de las obras. Por lo tanto, en este artculo suprimimos todo lo que es ley y obras de la ley. Fin de la cita de Lutero.

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A fin, pues, de que la mente abatida tenga un consuelo firme y seguro y para que tambin se les atribuya al mrito de Cristo y a la gracia divina el honor que merecen, la Sagrada Escritura ensea que la justicia delante de Dios, proveniente de la fe, consiste nicamente en la misericordiosa reconciliacin, o el perdn de los pecados, que se nos concede de pura gracia, por causa del nico mrito de Cristo el Mediador y se recibe slo por medio de la fe en la promesa del evangelio. Asimismo, en la justificacin delante de Dios la fe no confa ni en la completa obediencia mediante la cual Cristo cumpli la ley por nosotros, obediencia que se atribuye a los creyentes por justicia. Adems, ni la contricin, ni el amor, ni ninguna otra virtud, sino la fe sola, es el nico medio e instrumento por el cual podemos recibir y aceptar la gracia, los mritos de Cristo y el perdn de los pecados, todo lo cual se nos ofrece en la promesa del evangelio. Tambin se dice correctamente que los creyentes que han sido justificados en Cristo mediante la fe, en esta vida tienen primero la justicia imputada de la fe, y luego tambin la justicia de la nueva obediencia, o las buenas obras. Pero estas dos no deben confundirse o ser ambas inyectadas al mismo tiempo en el artculo de la justificacin por la fe. Pues ya que esta incipiente justicia o renovacin en nosotros es incompleta e impura en esta vida debido a la carne, la persona no puede presentarse con ella y por medio de ella delante del tribunal de Dios, porque delante del tribunal de Dios slo vale la justicia de la obediencia, la pasin y la muerte de Cristo, que es atribuida a la fe, de manera que por causa de esta obediencia, la persona (aun despus de su renovacin, cuando ya ha hecho muchas buenas obras y ha llevado la vida ms santa), agrada a Dios y es aceptable a l y recibida en la adopcin y herencia de la vida eterna. Aqu se puede citar lo que San Pablo escribe respecto a Abraham en Romanos 4:3, esto es, que Abraham fue justificado delante de Dios slo por medio de la fe, por causa del Mediador, sin la cooperacin de las obras de Abraham, no slo cuando fue primeramente convertido de la idolatra y an no haba hecho buenas obras, sino tambin despus, cuando fue renovado por el Espritu Santo y adornado con muchas excelentes buenas obras (Ro. 4:3; Gn. 15:6; He. 11:8). Y San Pablo hace la siguiente pregunta, Romanos 4:1 y sigte.: En qu se fundaba en aquel tiempo la justicia de Abraham que vala delante de Dios, justicia por la cual tena l un Dios misericordioso, agradaba a Dios y le era aceptable y se haca heredero de la vida eterna? San Pablo contesta as: Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impo su fe le es contada por justicia. Como tambin David habla (Sal. 32:1) de la bienaventuranza del hombre a quien cual Dios atribuye justicia sin obras (Ro. 4:5-6). Por lo tanto, aunque los que se han convertido y creen en Cristo tienen incipiente renovacin, santificacin, amor, virtud y buenas obras, sin embargo, nada de esto debe ser inyectado o inmiscuido en el artculo de la justificacin que vale delante de Dios, si es que el honor que se le debe a Dios ha de permanecer con Cristo el Redentor, y las conciencias perturbadas han de recibir consuelo, ya que nuestra nueva obediencia es incompleta o impura. Esto es lo que quiere decir el apstol Pablo cuando en este artculo recalca con tanta diligencia y tanto celo las partculas excluyentes. Estas partculas: de gracia, sin mrito, sin obras, no por obras, excluyen toda obra humana del artculo de la justificacin. Estas partculas excluyentes se resumen en la siguiente expresin: Slo por medio de la fe en Cristo somos justificados delante de Dios y salvos. Pues as se excluyen las obras, no en el sentido de que la verdadera fe puede existir sin la contricin, o que las buenas obras de ningn modo tienen que seguir a la verdadera fe como fruto seguro y cierto, o que los creyentes de ningn modo deben hacer lo bueno; sino que las buenas obras se excluyen del artculo de la justificacin delante de Dios a fin de que no sean inyectadas, intercaladas o inmiscuidas, como necesidad y requisito, en el asunto de la justificacin del pobre pecador delante de Dios. El verdadero sentido 363

de las partculas excluyentes en el artculo de la justificacin, partculas que deben ser inculcadas con toda diligencia, consiste en los siguientes puntos: 1. Mediante estas partculas se excluyen por completo en el artculo de la justificacin todas nuestras propias obras, mrito, dignidad, gloria y confianza en lo que hacemos. Todo esto se excluye para que, ni en su totalidad, ni en su mitad, ni en su menor parte, se establezca o considere como causa o mrito de la justificacin y as Dios se fije en ellos y nosotros depositemos nuestra confianza en tales cosas. 2. El nico oficio y propiedad de la fe ser que ella sola y nada ms es el medio e instrumento por el cual la gracia de Dios y los mritos de Cristo en la promesa del evangelio son recibidos, aceptados, aplicados y apropiados; y de este oficio y propiedad de aplicar o apropiar se excluirn el amor y todas las dems virtudes u obras. 3. Ni la renovacin, santificacin, virtudes o buenas obras forman nuestra justificacin, esto es, nuestra justicia delante de Dios, ni tampoco deben constituirse o establecerse como parte o causa de nuestra justicia, o bajo ningn pretexto, ttulo o nombre ser inyectadas como necesarias y pertinentes en el artculo de la justificacin; sino que la justicia de la fe consiste nicamente en el perdn de los pecados, perdn que se concede de pura gracia, slo por los mritos de Cristo. Estas bendiciones se nos ofrecen en la promesa del evangelio y son recibidas, aceptadas, aplicadas y apropiadas slo por medio de la fe. De la misma manera, es preciso conservar el orden entre la fe y las buenas obras e igualmente entre la justificacin y la renovacin o la santificacin. Las buenas obras no anteceden a la fe, ni tampoco la santificacin antecede a la justificacin sino que primero el Espritu Santo enciende la fe en nosotros en la conversin. La fe se apropia la gracia de Dios en Cristo, y por esta gracia la persona es justificada. Luego una vez que la persona es justificada, es tambin renovada y santificada por el Espritu Santo, y de esa renovacin y santificacin surgen despus los frutos en forma de buenas obras. Esto no ha de entenderse como si la justificacin y la renovacin estuviesen separadas la una de la otra de tal modo que la fe genuina no pudiese existir y continuar por un tiempo juntamente con una inclinacin hacia lo malo, sino que aqu slo queremos indicar el orden como una antecede o sigue a la otra. Queda en pie lo que Lulero expone correctamente: La fe y las buenas obras concuerdan y se complementan muy bien (estn unidas inseparablemente); pero es la fe sola, sin las obras, la que se apropia la bendicin; y no obstante, jams y en ningn momento est sola. Este asunto ya se ha tratado en la exposicin anterior. Muchos argumentos tambin han quedado explicados de una manera til y acertada mediante esta clara distincin, de la cual habla la Apologa refirindose a Santiago 2:24. Pues cuando se habla de la fe, como justicia, San Pablo ensea que la fe sola, sin obras, justifica (Ro. 3:28), por cuanto nos aplica y hace nuestros los mritos de Cristo, como ya se ha dicho. Pero cuando se pregunta en qu y por qu medio el cristiano puede percibir y notar la diferencia, bien en s mismo o en otros, entre una fe verdadera y una fe fingida y muerta (y que muchos cristianos, por causa de la seguridad carnal se hacen de una ilusin y la consideran fe), en tanto que ellos mismos poseen la verdadera fe, la Apologa da la siguiente respuesta: Santiago llama fe muerta a aquella fe que no es seguida de todo gnero de buenas obras y frutos del Espritu. Y respecto a esto, la edicin latina de la Apologa dice: Santiago ensea correctamente cuando niega que podemos ser justificados por una fe desprovista de buenas obras, que es una fe muerta. Santiago habla empero, segn declara la Apologa, respecto a las obras de aquellos que ya han sido justificados por medio de Cristo, reconciliados con Dios y que ya han obtenido el perdn de los pecados por causa de Cristo. Mas, si se pregunta por qu medio y de dndeobtiene esto 364

la fe y qu se requiere para que justifique y salve, es falso e incorrecto decir: La fe sin obras no puede justificar; o la fe justifica por cuanto est acompaada del amor, del cual est formada; o la fe, para que justifique, necesita la presencia de las buenas obras; o en la justificacin, o en el artculo de la justificacin, es necesaria la presencia de las buenas obras; o las buenas obras son una causa sin la cual el hombre no puede ser justificado, o que las partculas excluyentes no pueden excluirlas del artculo de la justificacin (Ro. 3:28). Pues la fe justifica slo por cuanto y porque, como medio e instrumento, se apropia y acepta la gracia de Dios y los mritos de Cristo en la promesa del evangelio. Que esto sea suficiente, ya que el propsito de este documento es presentar una breve explicacin del artculo de la justificacin por la fe; pues este artculo se trata ms detalladamente en los escritos ya mencionados. Por medio de stos, tambin es clara la anttesis, esto es, las doctrinas contrarias; es decir, que adems de los errores ya mencionados, tambin los siguientes y otros similares, o que rien con la explicacin actualmente publicada, tienen que ser redargidos, repudiados y rechazados, como cuando se ensea: 1. Que nuestro amor o buenas obras son mrito o causa de la justificacin delante de Dios, ya sea por completo o al menos en parte. 2. Que por medio de las buenas obras el hombre se prepara a s mismo y se hace digno para que se le otorguen los mritos de Cristo. 3. Que nuestra verdadera justicia delante de Dios consiste en el amor o la renovacin que el Espritu Santo obra en nosotros y que est en nosotros. 4. Que la justicia de la fe delante de Dios consta de dos partes: El perdn de los pecados y la renovacin o santificacin. 5. Que la fe justifica slo inicialmente, bien en parte o primariamente; y que nuestra novedad de vida o amor justifica aun delante de Dios bien por completo o secundariamente. 6. Que los creyentes se justifican delante de Dios, o son justos delante de Dios, tanto por la imputacin como por el comienzo de la santidad simultneamente, o en parte por la imputacin de la justicia de Cristo y en parte por el comienzo de la nueva obediencia. 7. Que la aplicacin de la promesa de la gracia se verifica tanto por la fe que nace del corazn como por la confesin hecha por la boca, y por otras virtudes. Esto quiere decir que la fe justifica slo por el hecho de que la justicia empieza en nosotros mediante la fe, o porque la fe ocupa la precedencia en la justificacin. Sin embargo, la renovacin y el amor tambin pertenecen a nuestra justicia delante de Dios, pero de tal manera que no son la causa principal de nuestra justicia, sino que sin tal amor y renovacin nuestra justicia delante de Dios no es entera ni completa. Tambin quiere decir que los creyentes se justifican y se hacen justos delante de Dios simultneamente por la justicia imputada de Cristo y por la nueva obediencia incipiente, o en parte por la imputacin de la justicia de Cristo y en parte por la nueva obediencia incipiente. Tambin quiere decir que la promesa de la gracia se nos otorga mediante la fe que nace del corazn y mediante la confesin que se hace por la boca, y mediante otras virtudes. Es, adems, incorrecto ensear que el hombre tiene que ser salvo de alguna otra manera o mediante alguna otra cosa diferente de la que lo justifica delante de Dios, de modo que si bien es verdad que somos justificados delante de Dios mediante la fe sola, no obstante es imposible ser salvos sin las obras u obtener la salvacin sin las obras. Tal enseanza es falsa porque se opone diametralmente a la declaracin de San Pablo en Romanos 4:6, que es bienaventurado el hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras. San Pablo funda su argumento en que tanto la salvacin como la justicia se obtienen de una y la misma manera; es decir, que cuando somos justificados por la fe, recibimos al mismo tiempo la adopcin de hijos y la herencia de la vida eterna y la salvacin. Y por esta razn San Pablo emplea y recalca las partculas excluyentes por gracia, sin obras, etc., esto es, aquellas 365

palabras mediante las cuales se excluyen por completo las obras y nuestros propios mritos; y las emplea y recalca con no menos vigor en el artculo acerca de la salvacin que en el artculo acerca de la justificacin. Debe ser explicado correctamente tambin el argumento respecto a la morada en nosotros de la justicia esencial de Dios. Pues aunque en los escogidos, que son justificados por Cristo y se han reconciliado con Dios, mora por la fe Dios el Padre, Hijo y Espritu Santo (pues todos los cristianos son templos de Dios el Padre, Hijo y Espritu Santo, quien tambin los impulsa a hacer lo recto), sin embargo, esta morada de Dios no es la justicia de la fe de la que habla San Pablo (Ro. 1:17; 3:5, 22, 25; 2 Co. 5:21) y a la cual llama la justicia de Dios, y por causa de la cual somos declarados justos delante de Dios; sino que ella sigue a la justicia precedente de la fe, que no es otra cosa que el perdn de los pecados y la misericordiosa adopcin del pobre pecador slo por causa de la obediencia y los mritos de Cristo. Por consiguiente, ya que en nuestras iglesias se ha establecido sin la menor controversia entre los telogos de la Confesin de Augsburgo qu toda nuestra justicia debe ser buscada fuera de los mritos, obras, virtudes y dignidad de parte nuestra y de todos los hombres y que esa justicia descansa nicamente en nuestro Seor Jesucristo, es menester considerar con el mayor cuidado en qu sentido a Cristo se le llama nuestra justicia en el asunto de nuestra justificacin, a saber que nuestra justicia no descansa en una naturaleza o la otra, sino en toda la persona de Cristo, quien como Dios y hombre es nuestra justicia en toda su completa y perfecta obediencia. Pues si slo en su naturaleza humana Cristo hubiese sido concebido por el espritu Santo y nacido sin pecado y cumplido toda justicia, pero no hubiese sido el Dios verdadero y eterno, esta obediencia y pasin de su naturaleza humana no se nos podra ser contada por justicia. De igual modo, si el Hijo de Dios no se hubiese hecho hombre, la naturaleza divina sola no podra ser nuestra justicia. Por lo tanto, creemos, enseamos y confesamos que nos es contada por justicia toda la obediencia de toda la persona de Cristola obediencia que Cristo, aun hasta su ignominiosa muerte en la cruz, rindi al Padre por nosotros. Pues la naturaleza humana sola, independiente de la divina, ni con su obediencia ni con su pasin podra rendir satisfaccin al Dios eterno y omnipotente por los pecados de todo el mundo. Tampoco la naturaleza divina sola, independiente de la humana, podra servir de mediadora entre Dios y nosotros. En consideracin de lo dicho anteriormente, la perfecta obediencia de Cristo, activa y pasiva, es una completa satisfaccin y expiacin hecha por todos los seres humanos; por ella ha sido satisfecha la eterna e inmutable justicia de Dios, revelada en la ley, y as la justicia de Cristo llega a ser nuestra justicia, que vale delante de Dios y que se revela en el evangelio. La fe que salva descansa en esta justicia, imputada por Dios al creyente, segn est escrito en Romanos 5:19: As como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, as tambin por la obediencia de uno los muchos sern constituidos justos; y en 1 Juan 1:7: La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado. Y el justo por la fe vivir (Hab. 2:4; Ro. 1:17). De modo que no es la naturaleza divina de Cristo sola ni la humana sola la que se nos cuenta por justicia, sino la obediencia de toda la persona, que es simultneamente Dios y hombre. Y as considera la fe a la persona de Cristo segn fue hecha sta bajo la ley por causa nuestra, llev nuestros pecados y al subir a los cielos ofreci al Padre celestial toda su obediencia desde su nacimiento hasta su muerte, por causa nuestra, cubriendo de este modo toda la desobediencia que es inherente en nuestra naturaleza humana en pensamientos, palabras y obras. Esta desobediencia no se nos atribuye pues para condenacin, sino que nos es perdonada y remitida de pura gracia, slo por causa de Cristo.

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Por lo tanto, unnimemente rechazamos y condenamos, adems de los ya citados, todos los errores siguientes y otros similares, como contrarios a la palabra de Dios, la doctrina de los profetas y los apstoles y nuestra fe cristiana: 1. La doctrina que ensea que Cristo es nuestra justicia delante de Dios segn su naturaleza divina nicamente. 2. La doctrina que ensea que Cristo es nuestra justicia segn su naturaleza humana nicamente. 3. La doctrina que ensea que en los escritos de los apstoles y los profetas, donde se menciona la justicia de la fe, las expresiones justificar y ser justificado no quieren decir declarar o ser declarado libre de pecados o la manera como obtener el perdn de los pecados, sino en realidad ser hecho justo por causa del amor infundido por el Espritu Santo y las virtudes y obras que emanan de ese amor. 4. La doctrina que ensea que la fe no descansa slo en la obediencia de Cristo, sino en su naturaleza divina, segn mora y obra sta en nosotros, y que por esta morada son cubiertos nuestros pecados delante de Dios. 5. La doctrina que ensea que la fe es una confianza tal en la obediencia de Cristo que puede existir y permanecer en el hombre aun cuando ste carece de verdadero arrepentimiento, no demuestra el fruto del amor, sino que persiste en pecar contra su conciencia. 6. La doctrina que ensea que no es Dios mismo quien mora en los creyentes, sino slo los dones de Dios. Rechazamos unnimemente todos estos errores y otros similares como contrarios a la clara palabra de Dios, y por la gracia de Dios permanecemos firmes y constantes en la doctrina de la justicia de la fe que vale delante de Dios, segn se encuentra esa doctrina expuesta, explicada y comprobada por la palabra de Dios en la Confesin de Augsburgo y su Apologa. Respecto a lo que adems se necesite para explicar debidamente este importante y principal artculo acerca de la justificacin que vale delante de Dios y del cual depende la salvacin de nuestra alma, dirigimos al lector al excelente comentario del Dr. Martn Lutero sobre la Epstola de San Pablo a los Glatas, al cual por causa de brevedad no nos referimos aqu.

IV. LAS BUENAS OBRAS Tambin ha habido disidencia entre los telogos de la Confesin de Augsburgo respecto a las buenas obras. Al referirse a las buenas obras cierta faccin se ha expresado de este modo: Las buenas obras son necesarias para la salvacin; es imposible salvarse sin las buenas obras; porque, segn esa accin, se requiere de los verdaderos creyentes que hagan buenas obras como fruto de la fe, y que la fe sin el amor es una fe muerta, aunque tal amor no es causa de la salvacin. Por el contrario, la otra faccin sostena que las buenas obras son por cierto necesarias, pero no para la salvacin, sino por otros motivos; y por lo tanto, las anteriores expresiones (puesto que no concuerdan con la forma de la sana doctrina ni con la palabra de Dios, y siempre han sido aducidas y an lo son por los papistas para combatir la doctrina de nuestra fe cristiana, doctrina mediante la cual confesamos que la fe sola justifica y salva) no deben ser toleradas en la iglesia, a fin de no extenuar los mritos de Cristo, nuestro Redentor, y a fin de que la promesa de la salvacin pueda ser siempre firme y segura para los creyentes. En el curso de la discusin muy pocos emplearon la siguiente expresin controvertible: Las buenas obras son perjudiciales a la salvacin. Algunos han sostenido, adems, que las buenas 367

obras no son necesarias, sino que son voluntarias (libres y espontneas) porque no son hechas bajo los efectos del miedo o del castigo de la ley sino que han de salir de un espritu voluntario y un corazn gozoso. A fin de combatir esta asercin, la otra faccin sostena que las buenas obras son necesarias. Originalmente, dio ocasin a esta ltima controversia el uso de las palabras necesarias y libres, porque la palabra necesarias, en particular, significa no slo el orden eterno e inmutable segn el cual todos los hombres tienen la obligacin y el deber de obedecer a Dios, sino que tambin significa a veces cierta coercin, por la cual la ley fuerza al hombre a hacer buenas obras. Con el tiempo la disputa ya no se limitaba a esas palabras, sino que tambin la doctrina misma era atacada con implacable violencia, y se sostena que la nueva obediencia no era necesaria en los regenerados, por causa del orden divino ya citado. A fin de aclarar este desacuerdo de una manera cristiana y segn la gua de la palabra de Dios y por la gracia divina resolverlo por completo, presentamos a continuacin nuestra doctrina, fe y confesin: En primer lugar, no existe controversia alguna entre nuestros telogos respecto a los siguientes puntos de este artculo, a saber: Que Dios desea, ordena y manda que los creyentes anden en buenas obras; y que las verdaderas buenas obras no son aquellas que alguien inventa estimulado por la buena intencin ni las que se hacen segn las tradiciones humanas, sino aquellas que Dios mismo ha prescrito y ordenado en su palabra; y que las verdaderas buenas obras no son fruto de nuestro propio poder espiritual, sino que hace obras agradables a Dios aquella persona que mediante la fe se ha reconciliado con Dios y ha sido renovada por el Espritu Santo, o como dice San Pablo, es creada de nuevo en Cristo Jess para buenas obras (Ef. 2:10). Ni tampoco existe controversia alguna en cuanto a cmo y por qu las buenas obras de los creyentes, aunque en esta vida son impuras e incompletas, son agradables y aceptables a Dios; pues lo son por causa de Cristo, por medio de la fe, porque la persona es agradable a Dios. Pues las obras que se hacen para preservar la disciplina externa (obras de las cuales son capaces tambin los incrdulos y los no convertidos y de quienes son exigidas) aunque loables delante del mundo y recompensadas por Dios en esta vida son beneficios temporales, sin embargo, ya que no proceden de la verdadera fe, son pecados delante de Dios, esto es, tienen la mancha del pecado, y son consideradas por Dios como pecados e impuras, por causa de la corrupcin de la naturaleza humana y porque el que las hace no se ha reconciliado an con Dios. No puede el buen rbol dar malos frutos (Mt. 7:18), y segn leemos en Romanos 14:23: Todo lo que no proviene de la fe, es pecado. Pues la persona tiene primeramente que ser aceptable a Dios, y esto slo por causa de Cristo, si es que las obras de esa persona han de ser agradables a Dios. Por lo tanto, de las obras que son verdaderamente buenas y agradables a Dios y que Dios recompensar en este mundo y en el venidero, la fe tiene que ser la madre y la fuente. Es por esta razn que San Pablo las llama verdaderos frutos de la fe, como tambin del Espritu. Pues, como el Dr. Lutero escribe en su Prefacio a la Epstola de San. Pablo a los Romanos: As la fe es una obra divina en nosotros, que nos cambia, nos regenera de parte de Dios y da muerte al viejo Adn, nos hace personas enteramente diferentes en el corazn, espritu, mente y todas las facultades, y nos confiere el Espritu Santo. Oh! la fe es una cosa tan viva, fecunda, activa y poderosa que le es imposible no hacer continuamente lo bueno. Ni tampoco pregunta si se deben hacer buenas obras, sino que antes de hacer la pregunta, ya ha hecho las buenas obras y est siempre ocupada en hacerlas. Pero al que no hace tales obras le falta la fe, y anda a tientas buscando ciegamente la fe y las buenas obras, y ro sabe ni en qu consiste la fe o las buenas obras, y sin embargo, habla mucho y sin substancia acerca de la fe y las buenas obras. La fe que justifica es una confianza viva e intrpida en la gracia de Dios, tan intrpida que uno morira mil 368

veces por ella. Tal confianza y conocimiento de la grada divina le infunde gozo, valor y nimo en su relacin con Dios y todas las criaturas, todo lo cual obra el Espritu Santo mediante la fe. Y por esa razn, el hombre est gozosamente dispuesto, sin que sea obligado, a hacer bien a todo el mundo, a servir a todo el mundo y a sufrirlo todo por amor y alabanza a Dios, quien le ha conferido esta gracia, de manera que es imposible separar las obras de la fe, as como es imposible separar del fuego la luz y el calor. Pero ya que entre nuestros telogos no existe controversia alguna sobre estos puntos, no trataremos stos aqu extensamente, sino que slo explicaremos de una manera simple y sencilla los puntos controvertibles. En primer lugar, en lo que respecta a la necesidad o voluntariedad de las buenas obras, es evidente que en la Confesin de Augsburgo y en su Apologa se usan y se repiten con frecuencia las expresiones que las buenas obras son necesarias; igualmente, que es necesario hacer buenas obras, las cuales han de seguir por necesidad a la fe y la reconciliacin; igualmente, que por necesidad tenemos que hacer cualesquiera obras que Dios nos ordene. Similarmente, se usan en las Escrituras mismas las palabras necesidad y necesarias, as como hemos y debemos con respecto a lo que nos exigen la ordenanza, el mandato y la voluntad de Dios, segn se evidencia en Romanos 13:5, 6, 9; 1 Corintios 9:9; Hechos 5:29; Juan 15:12; 1 Juan 4:11. Por lo tanto, los que han censurado y rechazado tales expresiones o proposiciones en este verdadero sentido cristiano, tales han censurado y rechazado injustamente; pues se emplean y se usan propiamente para contrarrestar y rechazar el engao vanidoso y epicreo por el cual muchos inventan para s una fe muerta o ilusin, la cual es sin fe y sin buenas obras, como si pudiese existir en el corazn la verdadera fe y al mismo tiempo la malvada intencin de perseverar y continuar en pecado, lo cual es imposible; y como si uno pudiese por cierto tener y retener la verdadera fe, la justicia y la salvacin, aunque fuese y permaneciese un rbol corrupto e infructfero, que no produce jams buenos frutos, o aunque persistiese en cometer pecados contra la conciencia o intencionalmente reincidiese en estos pecados, todo lo cual es incorrecto y falso. Mas en todo esto tambin es necesario observar la siguiente distincin, esto es, que el significado tiene que ser: Una necesidad de la ordenanza, el mandato y la voluntad de Cristo, y de nuestra obligacin, pero no una necesidad de coercin. O lo que es lo mismo: Cuando se emplea esta palabra necesidad, no debe entenderse en el sentido de coercin, sino slo como algo que ordena la inmutable voluntad de Dios, de la cual somos nosotros deudores; pues su mandamiento tambin demuestra que la criatura debe obedecer a su Creador. En otros pasajes, como en 2 Corintios 9:7, y en la Epstola de San Pablo a Filemn, v. 14, y tambin en 1 Pedro 5:2, el trmino por necesidad se usa para designar lo que se obtiene de alguien en contra de su voluntad, por la fuerza u otros medios, de modo que lo que la persona hace, lo hace externamente, por apariencia, pero no obstante sin su voluntad y en contra de ella. Dios no aprueba esas obras hipcritas, sino que desea que el pueblo del Nuevo Testamento sea un pueblo de buena voluntad (Sal. 110:3), que sacrifique voluntariamente (Sal. 54:8), no con tristeza o por necesidad, sino obedeciendo de corazn (2 Co. 9:7; Rom. 6:17). Porque Dios ama al dador alegre (2 Co. 9:7). Slo as es correcto decir y ensear que las obras verdaderamente buenas deben ser hechas voluntariamente por aquellos a quienes el Hijo de Dios ha hecho libres; pues particularmente para confirmar esta declaracin fue que algunos participaron en la controversia respecto a la voluntariedad de las buenas obras. Aqu empero, conviene observar la distincin de que habla San Pablo (Ro. 7:22-23): Segn el hombre interior, me deleito (estoy dispuesto a hacer el bien) en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que est en mis miembros. Y en cuanto a la carne desinclinada y rebelde dice 369

San Pablo (1 Co. 9:27): Hiero mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, y (en G. 5:24; Ro. 8:13): Los que son de Cristo han crucificado, aun ms, han matado, la carne con sus pasiones y deseos. Pero es falso y reprensible ensear que las buenas obras se dejan a la discrecin del cristiano en el sentido de que se d a los creyentes la alternativa de hacer u omitir las buenas obras o de que puedan obrar en contra de la ley de Dios y no obstante retener la fe en el favor y la gracia de Dios. En segundo lugar, si se ensea que las buenas obras son necesarias tambin hay que explicar por qu son necesarias y qu razones hay para que lo sean, como lo hacen la Confesin de Augsburgo y su Apologa. Aqu, empero, debemos tener cuidado para que no se introduzcan y se mezclen las obras en el artculo de la justificacin y la salvacin. Por lo tanto, se rechazan las proposiciones de que las buenas obras son necesarias para la salvacin del creyente, de modo que sea imposible ser salvo sin las buenas obras. Tales proposiciones estn diametralmente opuestas a las partculas excluyentes en el artculo de la justificacin y la salvacin, esto es, se oponen a las palabras por las cuales San Pablo ha excluido por completo nuestras obras y mritos del artculo de la justificacin y la salvacin y ha atribuido todo a la gracia de Dios y al mrito de Cristo nicamente, segn qued explicado en el artculo anterior. Adems, tales proposiciones quitan a las conciencias afligidas y atribuladas el consuelo del evangelio, dan ocasin a la duda, son de varios modos peligrosas y acrecientan la presuncin de que uno puede salvarse mediante su propia justicia y la confianza en sus propias obras; y adems de esto, son aceptadas por los papistas, quienes las aducen para atacar la doctrina pura de que el hombre es salvo slo por la fe. Por ltimo, son contrarias a las sanas palabras que nos hablan de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia aparte de las obras (Rom. 4:6). Y en el captulo sexto de la Confesin de Augsburgo se nos dice que somos salvos sin las obras, por la fe sola. Por esta razn, el Dr. Martn Lutero ha rechazado y condenado las siguientes proposiciones: 1. La de los falsos profetas que hacan errar a los glatas. 2. La de los papistas en numerosos lugares. 3. La de los anabaptistas, quienes dan la siguiente interpretacin: No debemos poner el mrito de las obras como fundamento de la fe, pero s debemos considerarlas como necesarias para la salvacin. 4. La de aquellos que, aunque son partidarios de l, interpretan el asunto de la necesidad de las obras del modo siguiente: Si bien es verdad que exigimos las buenas obras como necesarias para la salvacin, sin embargo no enseamos que debemos confiar en las buenas obras. (Esto lo expone en su comentario sobre Gnesis, captulo 22.) Por consiguiente, y por las razones que ahora se citan, es menester fijar la siguiente regla en nuestras iglesias: Las expresiones anteriores no deben ser enseadas, defendidas o excusadas, sino que deben ser excluidas por completo de nuestras iglesias y repudiadas como falsas e incorrectas, y como expresiones que, por haber sido renovadas como consecuencia del nterin, se originaron en tiempos de persecucin, cuando exista una necesidad especial de presentarla confesin clara y correcta para combatir todas las diferentes corrupciones y adulteraciones de que fue vctima el artculo de la justificacin, por todo lo cual volvieron a ser objeto de argumento. En tercer lugar, se ha suscitado el argumento si las buenas obras conservan la salvacin, o si son necesarias para conservar la fe, la justicia y la salvacin. Esto es de suma y gran importancia, pues el que persevere hasta el fin, ste ser salvo, Mateo 24:13 y Hebreos 3:14: Somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin de nuestra confianza el principio. Debemos explicar, adems, con diligencia y exactitud cmo se conservan en nosotros la justicia y la salvacin, si es que no hemos de perderlas otra vez.

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Ante todo, debe censurarse y rechazarse vigorosamente la falsa ilusin epicrea, segn la cual algunos se imaginan que la fe, la justicia y la salvacin que han recibido no pueden perderse mediante pecados u obras impas, ni aun cuando esos pecados u obras impas fuesen hechos a sabiendas y con toda intencin, y aseveran que el cristiano retiene la fe, la gracia de Dios, la justicia y la salvacin, aunque se entregue a los malos deseos sin temor y vergenza, resista al Espritu Santo e intencionalmente cometa pecados contra su conciencia. Para contrarrestar esta ilusin perniciosa, es necesario repetirles a los cristianos frecuentemente que son salvos por la fe, y fijar en su nimo las siguientes amenazas verdaderas, inmutables y divinas y los siguientes severos castigos y advertencias: No erris; ni los fornicarios, ni los idlatras, ni los adlteros, etc., heredarn el reino de Dios (1 Co. 6:9). Los que hacen tales cosas no tienen herencia en el reino de Dios (G. 5:21; Ef. 5:5). Si vivs conforme a la carne, moriris (Ro. 8:13). Por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de rebelin (Col. 3:6). Pero cundo y de qu modo, partiendo del antedicho fundamento, han de recalcarse las exhortaciones a hacer buenas obras sin que con ello se obscurezca la doctrina acerca de la fe y del artculo de la justificacin, recurrimos al ejemplo que nos presenta la Apologa cuando, en el Artculo XX y refirindose al pasaje en 2 Pedro 1:10: Procurad hacer firme vuestra vocacin y eleccin, dice lo siguiente: San Pedro ensea por qu deben hacerse las buenas obras, esto es, para que hagamos firme nuestra vocacin, es decir, que no caigamos de nuestra vocacin en caso de que volvamos a pecar. Haced buenas obras, dice l, para que perseveris en vuestra vocacin celestial a fin de que no volvis a caer y perdis el Espritu Santo y sus dones, los cuales recibs, no por causa de obras subsiguientes, sino por la gracia, por medio de Cristo, dones que ahora son retenidos mediante la fe. Mas la fe no permanece en aquellos que llevan una vida pecaminosa, pierden el Espritu Santo y se niegan a arrepentirse. Fin de la cita de la Apologa. Esto, en cambio, no quiere decir que la fe sola al principio se apodera de la justicia y la salvacin y ms tarde entrega su oficio a las obras como si stas en lo sucesivo tuviesen que conservar la fe, la justicia recibida y la salvacin. Pero a fin de que la promesa, no slo de recibir, sino tambin de retener la justicia y la salvacin, nos pueda ser firme y segura, San Pablo, en Romanos 5:2, atribuye a la fe no slo la entrada en la gracia, sino tambin que perseveremos en esa gracia y nos gloriemos en la bienaventuranza futura; o expresado en otras palabras, atribuye a la fe sola, el comienzo, el medio y el fin. Lo mismo se expresa en los siguientes pasajes. Por su incredulidad fueron quebradas, mas t por la fe ests en pie (Ro. 11:20). Para presentarnos santos y sin mancha e irreprensibles delante de l, si en verdad permanecis fundados y firmes en la fe (Col. 1:22, 23). Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvacin de vuestras almas (1 P. 1:5, 9). Ya que por la palabra de Dios es evidente que la fe es en realidad el nico medio por el cual la justicia y la salvacin no slo son recibidas de Dios, sino tambin conservadas por l, es propio rechazar el decreto del Concilio de Trento y todo lo que se inclina a la misma opinin, esto es, que nuestras buenas obras conservan la salvacin, o que la justicia de la fe que ha sido recibida, o aun la fe misma, es entera o parcialmente guardada y conservada por medio de nuestras obras. Pues, aunque es verdad que antes de esta controversia muchos telogos ortodoxos emplearon expresiones tales y similares en la explicacin de la Sagrada Escritura, pero sin la menor intencin de confirmar los ya mencionados errores papistas, sin embargo, ya que ms tarde surgi una controversia sobre tales expresiones, la cual produjo diferentes debates, ofensas y disensiones, es de suma importancia, segn la advertencia de San Pablo en 2 Timoteo 1:13, retener firmemente no slo la forma de las sanas palabras, sino tambin la doctrina pura misma, 371

pues as se prevendrn muchas contiendas innecesarias y la iglesia cristiana ser librada de muchas ofensas. En cuarto lugar, la explicacin correcta de la proposicin de que las buenas obras son perjudiciales a la salvacin, es la siguiente: Si alguien desease introducir las buenas obras en el artculo de la justificacin, o basar en ellas su justicia o confianza para la salvacin con el propsito de merecer la gracia de Dios y ser salvo por ellas, a ste no le decimos nosotros, sino San Pablo mismo, por tres veces repetidas (Fil. 3:7 y sigte.), que a tal hombre sus obras no slo le son intiles y un obstculo, sino tambin perjudiciales. Pero esto no es la culpa de las buenas obras mismas, sino de la falsa confianza que se deposita en ellas, en contra de la clara palabra de Dios. Sin embargo, de ningn modo se infiere de esto que podemos decir sencilla y rotundamente que las buenas obras son perjudiciales a los creyentes en lo que se refiere a su salvacin; pues en los creyentes las buenas obras, hechas por causas verdaderas y para fines verdaderos, son testimonios de la salvacin, siempre que sean hechas en el sentido en que Dios las exige de los regenerados (Fil. 1:28); porque es la voluntad de Dios y su expreso mndalo que los creyentes hagan buenas obras, producidas en ellos por el Espritu Santo. Estas obras son agradables a Dios por causa de Cristo, y por ellas l les promete una gloriosa recompensa en esta vida y en la venidera. En virtud de esto, esta proposicin es censurada y rechazada en nuestras iglesias porque, como declaracin rotunda, es falsa y ofensiva y puede perjudicar la disciplina y la decencia e introducir y fortalecer una vida torpe, disoluta, vanidosa y epicrea. Pues lo que uno considere como perjudicial a su salvacin, debe evitarlo con la mayor diligencia. Pero ya que los cristianos no deben ser desanimados a hacer buenas obras, sino que con la mayor diligencia deben ser estimulados a hacerlas, aseverar rotundamente que las buenas obras son perjudiciales a la salvacin es algo que no puede ni debe ser tolerado, usado o defendido en la iglesia cristiana.

V. LA LEY Y EL EVANGELIO Ya que la distincin entre la ley y el evangelio es como luz muy resplandeciente que sirve para que la palabra de Dios sea dividida correctamente y la Escritura de los santos profetas y apstoles sea debidamente explicada y entendida, debemos guardarla con cuidado especial a fin de que estas dos doctrinas no se mezclen entre s o el evangelio sea transformado en ley, pues con esto ltimo se oscurece el mrito de Cristo y se despoja a las conciencias perturbadas del dulcsimo consuelo que tienen en el santo evangelio, cuando ste es predicado en toda su pureza, y por el cual se pueden sostener en las ms graves tentaciones con que pueden ser acosados por los terrores de la ley. Tambin sobre este asunto hubo controversia entre algunos telogos de la Confesin de Augsburgo; una faccin sostena que el evangelio en su sentido propio no slo es una predicacin de la gracia, sino tambin una predicacin del arrepentimiento, que reprueba el mayor de los pecados: La incredulidad. La otra faccin sostena, en cambio, que el evangelio en su sentido propio no es una predicacin del arrepentimiento, que reprueba el pecado, ya que esto realmente es parte de la ley de Dios, la cual reprueba lodos los pecados y, por consiguiente, tambin la incredulidad; sino que el evangelio en su sentido propio es una predicacin de la gracia y el favor de Dios, predicacin por la cual se perdona y remite la incredulidad, que era inherente en los que ya se han convertido, y que es reprobada por la ley de Dios. 372

Pues bien, al estudiar detenidamente esta controversia, es evidente que su causa principal consiste en que el trmino evangelio no se emplea y entiende siempre en el mismo sentido en las Sagradas Escrituras ni por los telogos antiguos y modernos, sino en dos. Pues algunas veces se emplea para denotar toda la doctrina de Cristo, nuestro Seor, la cual l promulg durante su ministerio terrenal y orden promulgar en el Nuevo Testamento, y por lo tanto la incluy en la explicacin de la ley y en la promulgacin del favor y la gracia de Dios, su Padre celestial, segn est escrito: Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Y poco ms adelante en este mismo captulo se divide el evangelio en dos partes principales: Arrepentimiento y remisin de pecados (Mr. 1:4). De igual modo, cuando Cristo despus de su resurreccin mand sus discpulos a predicar el evangelio a toda criatura (Mr. 16:15), resumi esta doctrina en pocas palabras, diciendo (Lc. 24:46-47): As est escrito y as fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer da; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisin de pecados en todas las naciones. Tambin San Pablo llama evangelio a toda su doctrina (Hch. 20:24), pero la resume bajo dos puntos: Arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Seor Jesucristo (Hch. 20:21). En este sentido, en tanto que se describe la palabra evangelio y cuando este trmino se emplea en un sentido general y sin que se haga la distincin estricta entre la ley y el evangelio, es correcto decir que el evangelio es una predicacin del arrepentimiento y del perdn de los pecados. Pues Juan el Bautista, Cristo y los apstoles empezaron su predicacin con el arrepentimiento, y recalcaron no slo la misericordiosa promesa del perdn de los pecados, sino tambin la ley de Dios. Adems, el trmino evangelio tambin se emplea en su sentido estricto, y como tal, encierra no la predicacin del arrepentimiento, sino slo la predicacin de la gracia de Dios, segn se nota en las palabras de Cristo (Mr. 1:15): Arrepentos, y creed en el evangelio. Tampoco el trmino arrepentimiento se emplea en la Sagrada Escritura en un solo sentido. Pues en algunos pasajes se emplea para denotar toda la conversin del hombre, como en Lucas 13:5: Si no os arrepintiereis, todos pereceris asimismo. Y en Lucas 15:7: Os digo que habr ms gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente. En cambio, en el pasaje de Marcos 1:15, as como en otros en donde arrepentimiento y fe en Cristo (Hch. 20:21) o arrepentimiento y la remisin de los pecados (Lc. 24:47) se mencionan como dos cosas distintas, arrepentirse no es otra cosa que reconocer sinceramente los pecados, sentir hondo pesar por causa de ellos y desistir de ellos. Este conocimiento procede de la ley, pero no es suficiente para producir la conversin que salva delante de Dios si no se le aade la fe en Cristo, cuyos mritos son ofrecidos por el evangelio a los pecadores penitentes que estn aterrorizados por la predicacin de la ley. Pues el evangelio promulga el perdn de los pecados, no al corazn que se halla en la seguridad carnal, sino al perturbado y penitente (Lc. 4:18). Y para que el arrepentimiento o los terrores de la ley no se conviertan en desesperacin, es menester aadir la predicacin del evangelio a fin de que sta obre arrepentimiento para salvacin (2 Co. 7:10). Ya que la predicacin de la ley, sin mencionar a Cristo, o produce hipcritas presuntuosos, que se imaginan que pueden cumplir la ley mediante las obras externas, o los obliga a la desesperacin, Cristo toma la ley en sus manos y la explica espiritualmente (Mt. 5:21 y sigte.; Rom. 7:6, 14 y 1:18), y as revela su ira desde el cielo sobre todos los pecadores y demuestra cuan grande es la ira divina. As los pecadores son dirigidos a la ley y de ella aprenden realmente a reconocer sus pecados, conocimiento que Moiss jams pudo producir en ellos. Pues como declara el apstol, aunque Moiss sea ledo, nunca ser quitado el velo con que cubri su rostro, de modo que no pueden comprender la ley espiritualmente ni lo mucho que ella exige ni 373

cuan severamente nos maldice y condena porque no podemos cumplirla o guardarla. Pero cuando se conviertan al Seor, el velo se quitar (2 Co. 3:3-16). Por lo tanto, el Espritu de Cristo no slo debe consolar, sino tambin, mediante el ministerio de la ley, convencer al mundo de pecado (Jn. 16:8), y as como dice el profeta (Is. 28:21): Hacer... su extraa obra (la obra de convencer), para que despus haga su propia obra, que es la de consolar y predicar la gracia de Dios. Pues por esta razn, por medio de Cristo, el Espritu Santo fue obtenido del Padre y enviado a nosotros, y tambin por esta razn se le llama el Consolador (Jn. 16:17; cf. Jn. 14:16, 26), como nos dice el Dr. Lutero en su exposicin del evangelio para el quinto domingo despus de Trinidad. Es predicacin de la ley todo lo que nos instruye acerca de nuestros pecados y la ira de Dios, no importa cmo y cundo se haga. En cambio, la predicacin del evangelio consiste en slo demostrarnos y concedernos la gracia y el perdn en Cristo, aunque es correcto y justo que los apstoles y ministros del evangelio (como tambin Cristo mismo lo hizo) confirmen la predicacin de la ley y empiecen con aquellos que an no reconocen sus pecados ni sienten el terror de la ira de Dios. Cristo mismo expone esto en Juan 16:8-9: El Espritu Santo convencer al mundo de pecado,.. por cuanto no creen en m. En realidad, qu declaracin y predicacin de la ira de Dios contra el pecado puede ser ms potente y terrible que el sufrimiento y la muerte de Cristo, el Hijo de Dios? Pero en tanto que todo esto predique la ira de Dios y aterrorice a los hombres, no es an la predicacin del evangelio ni la propia predicacin de Cristo, sino la de Moiss y la ley contra los impenitentes, pues el evangelio y Cristo jams fueron ordenados y dados con el fin de aterrorizar y condenar, sino antes bien con el fin de consolar y animar a los que ya estn aterrorizados por el pecado y lo temen. Y aade Lutero que Cristo dice en Juan 16:8: El Espritu Santo convencer al mundo de pecado. Esto no puede hacerse sino por medio de la explicacin de la ley. (Jena Tomo 2, fol. 455.) Los Artculos de Esmalcalda lo expresan as: En el Nuevo Testamento se exponen y explican el oficio, fin y obra de la ley: Revelar pecados y la ira de Dios; empero, aade enseguida al oficio de la ley la consoladora promesa de la gracia divina para los que creen en el evangelio. Y la Apologa dice: Para obtener un arrepentimiento verdadero y saludable no basta la predicacin de la ley sola, sino que el evangelio debe ser aadido a ella. Por lo tanto, una doctrina siempre debe acompaar a la otra, y ambas deben ser enseadas juntas, pero en ello debe observarse un orden definido y una distincin clara. Adems, es justo condenar a los antinomistas o adversarios de la ley, los cuales procuran excluir de la iglesia la predicacin de la ley, afirmando que para reprobar el pecado y ensear el arrepentimiento y la contricin, no se necesita la ley, sino nicamente el evangelio. Pero a fin de que todos puedan ver que en esta controversia no ocultamos nada, sino que presentamos el asunto a la vista del lector cristiano de una manera simple y clara, declaramos lo siguiente: Unnimemente creemos, confesamos y enseamos que la ley en su sentido estricto es una doctrina divina en la que se revela la justa e inmutable voluntad de Dios en lo que respecta a cmo ha de ser el hombre en su naturaleza, pensamientos, palabras y obras, para que pueda agradar a Dios; y ella amenaza a los transgresores de los preceptos divinos con la ira de Dios y el castigo temporal y eterno. Pues como escribe Lutero para combatir a los antinomistas: Todo cuanto sirve para reprobar el pecado es ley y pertenece a la ley, cuyo oficio peculiar consiste en reprobar el pecado y hacer que los hombres reconozcan sus pecados (Ro. 3:20; 7:7). Ya que la incredulidad es la raz y fuente de todos los pecados que deben ser reprobados y condenados, la ley reprueba tambin la incredulidad. 374

Sin embargo, tambin es verdad que el evangelio ilustra y explica la doctrina acerca de la ley. A pesar de esto, permanece inalterable el oficio peculiar de la ley: Reprobar pecados y ensear respecto a las buenas obras. As la ley reprueba la incredulidad, esto es, el rehusar creer en la palabra de Dios. Pero ya que el evangelio, que es el nico que puede ensear y ordenar a creer en Cristo, es la palabra de Dios, el Espritu Santo, mediante el oficio de la ley, tambin reprueba la incredulidad, esto es, el rehusar creer en Cristo. Sin embargo, es en realidad el evangelio el que ensea respecto a la fe salvadora en Cristo. Pero ya que el hombre no ha guardado la ley de Dios, sino que la ha traspasado y la combate por medio de su corrupta naturaleza, sus pensamientos, palabras y obras, razn por la cual est sujeto a la ira de Dios, la muerte, todas las calamidades temporales y el castigo eterno del infierno, el evangelio en su sentido estricto es la doctrina que ensea lo que el hombre debe creer a fin de que obtenga de Dios el perdn de los pecados; esto es, debe creer que el Hijo de Dios, nuestro Seor Jesucristo, ha cargado sobre s la maldicin de la ley, ha expiado por completo todos nuestros pecados, y que slo por medio de l nos reconciliamos con Dios, obtenemos perdn de los pecados mediante la fe, somos librados de la muerte y de todos los castigos del pecado y por fin recibimos la salvacin eterna. Pues todo lo que consuela y todo lo que ofrece el favor y la gracia de Dios a los transgresores de la ley, es realmente evangelio y as puede ser llamado, esto es, el inefable mensaje que anuncia que Dios no castiga los pecados, sino que los perdona por causa de Cristo. Por lo tanto, todo pecador penitente debe creer, es decir, debe depositar toda su confianza en el Seor Jesucristo nicamente, quien fue entregado por nuestros delitos y resucitado para nuestra justificacin (Ro. 4:25); quien, aunque no conoci pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros fusemos hechos justicia de Dios en l (2 Co. 5:21);205 quien nos ha sido hecho por Dios sabidura, justificacin, santificacin y redencin (1 Co. 1:30); cuya obediencia se nos cuenta por justicia delante del justo tribunal de Dios, de modo que la ley, segn queda dicho, es un ministerio que mata por medio de la letra (2 Co. 3:6) y predica la condenacin (2 Co. 3:9), mas el evangelio es poder de Dios para salvacin a todo aquel que cree (Ro. 1:16) y este evangelio predica la justicia (2 Co. 3:9) y concede el Espritu Santo (2 Co. 3:8). Por esta razn el Dr. Martn Lutero aconseja con la mayor diligencia en casi todos sus escritos que se observe esta distincin, y ha demostrado con el mayor acierto que el conocimiento divino extrado del evangelio es muy diferente del que la ley ensea y del que de ella se aprende, pues aun los paganos hasta cierto punto conocen a Dios mediante la ley natural, aunque es verdad que no lo conocen ni lo glorifican como deben conocerle y glorificarle (Ro. 1:21). Desde el principio del mundo estas dos doctrinas se han enseado siempre juntamente en la iglesia de Dios, con su debida distincin. Pues los descendientes de los venerables patriarcas, as como los patriarcas mismos, no slo ponan en la memoria constantemente cmo en el principio el hombre fue creado justo y santo por Dios y cmo por el engao de la serpiente traspas el mandato de Dios, se volvi pecador, se corrompi y se precipit con toda su posteridad en la muerte y la condenacin eterna, sino que tambin volvan a recibir nimo y consuelo mediante el mensaje que trata de la simiente de la mujer, que quebrara la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15); e igualmente con el que trata de la simiente de Abraham, en quien seran benditas todas las naciones de la tierra (Gn. 22:18; 28:14); e igualmente con el que trata del Hijo de David, quien restablecera el reino de Israel y sera Luz a las naciones (Sal. 110:1; Is. 40:10; 49:6); y quien fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados, y por su llaga fuimos nosotros curados (Is. 53:5).

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Creemos y sostenemos que la iglesia de Dios debe inculcar estas dos doctrinas con toda diligencia y hasta el fin de los siglos, aunque con la debida distincin de que ya hemos odo, para que por la predicacin de la ley y sus amenazas, en el ministerio del Nuevo Testamento, los corazones de los impenitentes puedan ser aterrorizados y trados al conocimiento de sus pecados y al arrepentimiento; pero no de tal manera que a raz de este procedimiento pierdan el nimo y se desesperen, sino para que (ya que la ley es un ayo para llevarnos a Cristo a fin de que seamos justificados mediante la fe [G. 3:24], y as no nos aleja de Cristo, sino que nos acerca a l, quien es el fin de la ley [Ro. 10:4]) sean consolados y fortalecidos ms tarde mediante la predicacin del santo evangelio de Cristo, nuestro Seor, a saber, mediante la sublime verdad de que aquellos que creen el evangelio, Dios les perdona todos sus pecados por Cristo, los adopta como hijos por causa de l, y de pura gracia, sin ningn mrito por parte de ellos, los justifica y los salva. Pero esto no quiere decir que los hombres pueden abusar de la gracia de Dios y pecar confiando en ella. Esta distincin entre la ley y el evangelio la expone San Pablo minuciosa y poderosamente en 2 Corintios 3:7-9. Pues bien, a fin de que estas dos doctrinas, la de la ley y la del evangelio, no se mezclen y confundan la una con la otra y no se atribuya a una lo que pertenece a la otra, es menester ensear y sostener con toda diligencia la distincin que existe entre la ley y el evangelio, y prevenir todo lo que pueda ocasionar confusin entre las dos doctrinas, esto es, toda confusin y mezcla que pueda obscurecer los mritos y beneficios de Cristo y convertir el evangelio en doctrina de la ley, como ha sucedido en el papado. Tal confusin tambin priva a los cristianos del verdadero consuelo que les proporciona el evangelio para combatir los terrores de la ley y vuelve a dar entrada en la iglesia de Dios a los errores del papado. Es por lo tanto peligroso e incorrecto convertir el evangelio, entendido en su sentido estricto para distinguirlo de la ley, en una predicacin de arrepentimiento, con la cual se reprueba el pecado. Conviene observar empero que el evangelio, si se entiende en un sentido general para indicar toda la doctrina, incluye la predicacin de arrepentimiento y de perdn de los pecados, como declara la Apologa en varios lugares. Pero conviene observar, adems, que la Apologa tambin declara que el evangelio, en su sentido estricto, es la promesa del perdn de los pecados y de la justificacin por medio de Cristo, pero que la ley es una doctrina que reprueba y condena pecados.

VI. EL TERCER USO DE LA LEY DE DIOS La ley de Dios tiene tres usos: 1. por medio de ella se mantiene disciplina externa y decencia y de este modo se reprimen las manifestaciones groseras y desobedientes de los hombres; 2. por medio de ella los hombres son conducidos al conocimiento de sus pecados; 3. despus que los hombres han sido regenerados por el Espritu de Dios, convertidos al Seor y se ha quitado de ellos el velo de Moiss, la ley les sirve para que vivan y anden segn la voluntad divina. Respecto a este tercer uso de la ley surgi una controversia entre algunos telogos. Pues unos enseaban y sostenan que por medio de la ley los regenerados no aprenden la nueva obediencia o en qu obras deben andar, y que la doctrina acerca de las buenas obras no debe ser extrada de la ley, ya que los regenerados han sido hechos libres por el Hijo de Dios, se han vuelto templos del Espritu Santo y, por consiguiente, hacen voluntariamente lo que Dios les manda mediante el estmulo e impulso del Espritu Santo, as como el sol, sin necesidad de impulso extrao, completa su curso natural. Otros se oponan a lo antedicho y enseaban lo siguiente: Aunque es verdad que los verdaderos creyentes reciben el impulso del Espritu Santo, y as, segn el hombre interior, hacen espontneamente la voluntad de Dios, es empero el Espritu 376

Santo quien usa la ley escrita para instruirlos; por medio de esta ley los verdaderos creyentes tambin aprenden a servir a Dios, no segn sus propios pensamientos, sino segn la ley escrita y la palabra revelada. Estas son regla y norma infalible para establecer la conducta cristiana de acuerdo con la eterna e inmutable voluntad de Dios. A fin de explicar y establecer una decisin final respecto a esta controversia, unnimemente creemos, enseamos y confesamos que si bien es cierto que los que sinceramente creen en Cristo, se han convertido a Dios y han sido justificados, estn libres y exentos de la maldicin de la ley, sin embargo, deben observar diariamente la ley del Seor, segn est escrito: Bienaventurado el varn que tiene su delicia en la ley de Jehov y medita en ella de da y de noche (Sal. 1:2; 119:1, 35, 47, 70, 97). Pues la ley es un espejo en el cual se puede ver exactamente la voluntad de Dios y lo que agrada a l; y por lo tanto los creyentes deben ser enseados en esa ley y estimulados a guardarla con diligencia y perseverancia. Pues aunque la ley no fue dada para el justo, como declara el apstol (1 Ti. 1:9), sino para los transgresores, esto empero no se debe interpretar en el sentido de que los justos han de vivir sin la ley. Pues la ley de Dios fue escrita en sus corazones, y tambin al primer hombre inmediatamente despus de su creacin le fue dada una ley para que rigiera su conducta. San Pablo quiere decir (G. 3:13-14; Ro. 6:15; 8:1-2) que la ley no puede aplastar con su maldicin a los que se han reconciliado con Dios por medio de Cristo; tampoco puede molestar con su coercin a los regenerados, ya que stos se complacen en la ley de Dios en el hombre interior. Lo cierto es que si los hijos creyentes y escogidos de Dios fueron completamente renovados en esta vida mediante la morada del Espritu Santo de modo que en su naturaleza y todas sus facultades fuesen enteramente libres de pecado, no necesitaran ley alguna y por ende nadie que los hostigue a hacer lo bueno, sino que ellos mismos haran, de su propia iniciativa, sin ninguna instruccin, advertencia, incitacin u hostigamiento de la ley, lo que es su deber hacer segn la voluntad de Dios; as como el sol, la luna y los dems astros corren su curso libremente, sin ninguna advertencia, incitacin, hostigamiento, fuerza o cumpulsin, segn el orden divino que Dios ya les ha sealado; an ms, as como los santos ngeles rinden obediencia enteramente voluntaria. Los creyentes empero no reciben renovacin completa o perfecta en esta vida. Pues aunque su pecado queda cubierto mediante la perfecta obediencia de Cristo, de modo que ese pecado no se atribuye a los creyentes para condenacin, y tambin mediante el Espritu se empieza la mortificacin del viejo Adn y la renovacin en el Espritu de su mente, sin embargo, el viejo Adn an se adhiere a ellos en la naturaleza de stos y todas sus facultades internas y externas. Sobre esto ha escrito el apstol (Ro. 7:18-19, 23; G. 5:17): Yo s que en m, esto es, en mi carne, no mora el bien. Y: No hago el bien que quiero; mas el que no quiero, eso hago. Y: Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que est en mis miembros. Y en Glatas 5:17 nos dice: El deseo de la carne es contra el Espritu, y el del Espritu es contra la carne: Y stos se oponen entre s, para que no hagis lo que quisiereis (G. 5:17). Por lo tanto, a causa de estos deseos de la carne los hijos creyentes, escogidos y regenerados de Dios necesitan en esta vida no slo la diaria instruccin, advertencia y amenaza de la ley, sino tambin los castigos que ella con frecuencia inflige a fin de que el viejo hombre sea arrojado de ellos y de que ellos sigan al Espritu de Dios, segn est escrito en Salmo 119:71: Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Y 1 Corintios 9:27: Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. Y Hebreos 12:8: Si os deja sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.

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Esto lo ha explicado el Dr. Lutero admirable y detalladamente en su explicacin de la epstola para el 12 domingo despus de Trinidad. Pero es menester explicar con toda claridad lo que el evangelio hace, produce y obra para la nueva obediencia de los creyentes, y en qu consiste el oficio de la ley en este asunto, es decir, en lo que respecta a las buenas obras de los creyentes. Pues la ley dice por cierto que Dios desea y ordena que andemos en novedad de vida, pero no concede el poder y la capacidad para empezar a realizar esa nueva vida. En cambio, al Espritu Santo, que es dado y recibido, no por medio de la ley, sino por medio de la predicacin del evangelio (G. 3:2, 14), renueva el corazn. Despus de esto el Espritu Santo utiliza la ley para instruir a los regenerados y mostrarles mediante los Diez Mandamientos en qu consiste la buena voluntad de Dios (Ro. 12:2), y qu buenas obras Dios ha preparado para que anden en ellas (Ef. 2:10). El Espritu los exhorta, pues, a las buenas obras; pero si en lo que respecta a estas obras son perezosos, negligentes y rebeldes por causa de la carne, los reprueba por medio de la ley. De manera que el Espritu Santo realiza al mismo tiempo dos oficios en los hombres: Los atribula y los vivifica, los arroja al infierno y los vuelve a sacar del infierno (1 S. 2:6).2n Pues su oficio consiste no slo en consolar, sino tambin en reprobar, segn est escrito, Juan 16:8: Cuando l (el Espritu Santo) venga, convencer al mundo (que tambin incluye al Viejo Adn) de pecado, de justicia y de juicio. El pecado empero es todo lo que se opone a la ley de Dios. San Pablo declara (2 Ti. 3:16): Toda la Escritura es inspirada por Dios, y til para ensear, para redargir, etc., y reprender o reprobar es el oficio peculiar de la ley. Por lo tanto, cuantas veces tropiecen los creyentes tantas veces son reprobados por el Espritu Santo por medio de la ley, y por el mismo Espritu son edificados y consolados otra vez mediante la predicacin del evangelio. Pero a fin de evitar, en tanto que sea posible, toda ambigedad y a fin de que se ensee y conserve correctamente la diferencia entre las obras de la ley y las del Espritu, es menester observar cuidadosamente que cuando se habla de las buenas obras que se hacen de acuerdo con la ley de Dios (si no se hacen de acuerdo con la ley de Dios no son buenas obras), entonces la palabra ley significa una sola cosa, a saber, la inmutable voluntad de Dios, segn la cual los hombres deben regir la conducta de su vida. La diferencia entre las obras se debe a la diferencia que hay entre los hombres que luchan por vivir segn esta ley y la voluntad de Dios. Pues el que no ha sido regenerado, rige su vida segn la ley y hace obras porque se le ordena a hacerlas, por temor al castigo o porque desea ser recompensado, se halla an bajo la ley, y sus obras se incluyen en las que San Pablo correctamente llama obras de la ley, pues son extorsionadas por la ley, como en el caso de los esclavos. Los tales segn el orden de Can, es decir, la hipocresa. Pero cuando un hombre nace otra vez del Espritu de Dios y es libertado de la ley, es decir, librado de este capataz, y es guiado por el Espritu de Cristo, vive segn la inmutable voluntad de Dios encerrada en la ley; y por cuanto ha nacido otra vez, lo hace todo con un espritu libre y gozoso (1 Ti. 1:19; Ro. 6:8, 14). Y las obras que hace no se pueden llamar estrictamente obras de la ley, sino obras y frutos del Espritu, o segn San Pablo, ley de la mente y ley de Cristo. Pues tales personas ya no estn bajo la ley, sino bajo la gracia, como dice San Pablo en Romanos 8:2 (Ro. 7:23; 1 Co. 9:21). Puesto que los creyentes, mientras vivan en este mundo, no se hallan completamente renovados, sino que el viejo hombre se adhiere a ellos hasta la sepultura, permanecer para siempre en ellos la lucha entre el espritu y la carne. Por lo tanto, se deleitan por cierto en la ley de Dios segn el hombre interior, pero la ley en sus miembros lucha contra la ley en su mente; por consiguiente, jams estn sin la ley y sin embargo no estn bajo la ley, sino dentro de ella y viven y andan en la ley del Seor y no obstante nada hacen por compulsin de la ley. 378

En cambio, el viejo Adn, que an se adhiere a ellos, debe ser instigado no slo con la ley, sino tambin con castigos; sin embargo, hace todo en contra de su voluntad y bajo coercin, de la misma manera como los impos son instigados y reprimidos por las amenazas de la ley (1 Co. 9:27; Ro. 7:18, 19). Esta doctrina acerca de la ley tambin es necesaria para los creyentes a fin de que no dependan de su propia santidad y devocin y so pretexto del Espritu Santo establezcan cierta forma de culto divino, independiente de la palabra y el mandato de Dios. Todo esto se prohbe en Deuteronomio 12:8, 28, 32; No har. . . cada uno lo que bien le parece, etc., sino guarda y trata de demostrar que hay una inconsecuencia en el Artculo VI de la FC. Su argumentacin es: El artculo anuncia el propsito de querer probar, en contra de lo que sostienen los antinomistas, que la ley sigue teniendo un uso didctico para los regenerados; pero en lugar de esto demuestra especialmente que el viejo hombre debe ser impulsado por el aguijn de la ley, aterrorizado con las amenazas de la ley, y refrenado por el temor al castigo que impone la ley escucha todas estas palabras que yo te mando.... No aadirs a ello, ni de ello quitars. Tambin en el ejercicio de sus buenas obras necesitan los creyentes esta doctrina acerca de la ley; pues sin esa doctrina el hombre puede fcilmente imaginarse que su vida y las obras que hace son enteramente puras y perfectas. Pero la ley de Dios prescribe a los creyentes buenas obras, de este modo: Les seala e indica a la vez, como un espejo, que en esta vida las obras son an imperfectas e impuras en nosotros, de manera que tenemos que declarar con el apstol San Pablo en 1 Corintios 4:4: Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado. As San Pablo, cuando exhorta a los creyentes a las buenas obras, los dirige expresamente a los Diez Mandamientos (Ro. 13:9); y aade que por medio de la ley reconoce que sus propias buenas obras son imperfectas e impuras (Ro. 7:18-19). Y David declara (Sal. 119:32): Por el camino de tus mandamientos correr. Sin embargo, ora de este modo: Oh Jehov, no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificar delante de ti ningn ser humano (Sal. 143:2). Pero cmo y por qu las buenas obras de los creyentes, aunque en esta vida son imperfectas e impuras debido al pecado que mora en la carne son, no obstante, aceptables y agradables a Dios, es algo que no lo ensea la ley, la cual requiere una obediencia completamente perfecta y pura si es que ha de agradar a Dios. Pero el evangelio ensea que nuestros sacrificios espirituales son agradables a Dios porque nacen de la fe y se hacen por causa de Cristo (1 P. 2:5; Heb. 11:4, 13:15). Por esta razn los cristianos no estn bajo la ley, sino bajo la gracia, porque mediante la fe en Cristo las personas estn libres de la maldicin y condenacin de la ley; y por lo tanto sus obras buenas, aunque todava son imperfectas e impuras, son aceptables a Dios por medio de Cristo. Adems, por cuanto han nacido de nuevo segn el hombre interior, hacen voluntaria y espontneamente lo que es agradable a Dios, no por coercin de la ley, sino por la renovacin del Espritu Santo. Sin embargo, sostienen una lucha constante contra el Viejo Adn. Pues el Viejo Adn, como un asno indmito y contumaz, es an parte de ellos y necesita la coercin para que se someta a la obediencia de Cristo, no slo por medio de la enseanza, exhortacin, y amenaza de la ley, sino tambin con el frecuente uso del garrote del castigo y la miseria hasta que la carne pecaminosa es vencida y el hombre es completamente renovada en la resurreccin. Entonces no requerir ni la predicacin de la ley ni sus amenazas y castigos, tanto como no requerir el evangelio. Ambos pertenecen a esta vida imperfecta. Mas as como han de contemplar a Dios cara a cara, as tambin, mediante el Espritu de Dios que mora en ellos, harn su voluntad espontneamente, sin coercin y sin impedimento, perfectamente, completamente y con plena alegra, y se regocijarn en l eternamente.

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Por eso rechazamos y condenamos, como pernicioso y contrario a la verdadera piedad y disciplina cristiana, la doctrina errnea que la ley, en la manera y medida indicada anteriormente, no ha de ser instada a los cristianos y verdaderos creyentes, pero slo a los incrdulos e impenitentes.

VII LA SANTA CENA Aunque, segn opinan algunos, la exposicin de este artculo no debe ser insertada en este documento, porque en ste deseamos explicar los artculos sobre los cuales ha habido controversia entre los telogos de la Confesin de Augsburgo (de la cual los sacramntanos, ya al principio, cuando esta Confesin se prepar por primera vez y en 1530 fue presentada al emperador en Augsburgo, se apartaron y separaron por completo y presentaron su propia confesin), sin embargo, aunque triste es decirlo, ya que durante los ltimos aos algunos telogos y otros que decan adherirse a la Confesin de Augsburgo han asentido al error de los sacramntanos respecto a este artculo, y no ya en secreto, sino que parcialmente en pblico y contra su propia conciencia, han tratado de citar con violencia y pervertir la Confesin de Augsburgo, declarando que en lo que respecta a este artculo ella est en completa armona con la doctrina de los sacramntanos, no podemos menos en este documento que emitir nuestro testimonio mediante nuestra confesin de la verdad divina y repetir el verdadero sentido y entendimiento de las palabras de Cristo y de la Confesin de Augsburgo en lo que respecta a este artculo. Pues reconocemos la obligacin de hacer lo que est a nuestro alcance, con la ayuda de Dios, por preservar pura esta doctrina tambin para nuestra posteridad y amonestar a nuestros oyentes, juntamente con otros cristianos piadosos, respecto a este error pernicioso, que es del todo contrario a la palabra de Dios y la Confesin de Augsburgo y que ha sido condenado con frecuencia.

LA CONTROVERSIA PRINCIPAL ENTRE NUESTRA DOCTRINA Y LA DE LOS SACRAMENTARIOS RESPECTO A ESTE ARTCULO Algunos sacramentarios se esfuerzan por emplear palabras que se asemejan mucho a las de la Confesin de Augsburgo y a la forma en que se expresan nuestras iglesias, y confiesan que en la santa cena los creyentes reciben realmente el cuerpo de Cristo. Pero cuando nosotros insistimos en que ofrezcan una explicacin exacta, sincera y clara, todos ellos declaran a una lo siguiente: El verdadero y esencial cuerpo y sangre de Cristo estn tan ausentes del pan y vino consagrados como lo est de la tierra el punto ms alto del cielo. Pues as rezan sus propias palabras: Decimos que el cuerpo y la sangre de Cristo estn tan lejos de los elementos terrenales como lo est la tierra del altsimo cielo. Por lo tanto, cuando hablan de la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena, no quieren decir que estn presentes aqu en la tierra, sino slo con respecto a la fe, esto es, que nuestra fe, avisada y estimulada por los elementos visibles, as como la palabra predicada, se eleva a s misma y asciende a lo ms alto del cielo y recibe el cuerpo de Cristo que est presente en el cielo y disfruta de ese cuerpo, an ms, de Cristo mismo con todos sus beneficios de una manera real y esencial, pero no obstante nicamente espiritual. Pues sostienen que como el pan y el vino estn aqu en la tierra y no en el cielo, as el cuerpo de

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Cristo est actualmente en el cielo y no en la tierra, y por consiguiente, en la santa cena no se recibe ms que pan y vino con la boca. Originalmente alegaban que la santa cena es slo un smbolo externo por el cual son conocidos los cristianos, y que en este sacramento no se ofrece otra cosa que mero pan y vino (los cuales simplemente son smbolos del cuerpo y la sangre de Cristo). Cuando esta invencin no pudo soportar la prueba, empezaron a confesar que el Seor Jesucristo est verdaderamente presente en su cena, pero esto mediante la comunicacin de los atributos, esto es, segn su naturaleza divina nicamente, pero no con su cuerpo y sangre. Ms tarde cuando fueron obligados por las palabras de Cristo a confesar que el cuerpo de Cristo est presente en la santa cena, an seguan entendiendo y declarando que no era ms que un modo de presencia espiritual, esto es, que por la fe el creyente participa del poder, la eficacia y los beneficios de Cristo; porque, dicen ellos, mediante el Espritu, que es omnipresente, nuestros cuerpos, en los cuales mora aqu en la tierra el Espritu de Cristo, estn ligados con el cuerpo de Cristo, que se halla en el cielo. Sucedi, pues, que muchos hombres prominentes fueron engaados por estas palabras aparentemente admisibles y correctas, esto es, cuando (los sacramentarios) afirmaban y alegaban con jactancia que no enseaban otra cosa sino que el cuerpo del Seor Jesucristo est presente en la santa cena de una manera real, esencial y viva; pero por esto quieren decir que es una presencia segn la naturaleza divina nicamente y no segn el cuerpo y la sangre de Cristo. Segn ellos, el cuerpo y la sangre de Cristo no estn realmente en ningn otro lugar, sino en el cielo, y que l nos da a comer y beber con el pan y el vino su verdadero cuerpo y sangre, para que nosotros participemos de ellos espiritualmente por medio de la fe, pero no corporalmente con la boca. Pues ellos interpretan las siguientes palabras de la santa cena: Tomad, comed, esto es mi cuerpo, no en un sentido propio literal sino en un sentido figurado, de manera que comer el cuerpo de Cristo no significa otra cosa que creer, y la palabra cuerpo equivale a smbolo, esto es, una seal o figura del cuerpo de Cristo, el cual no est presente en la tierra ni en la santa cena, sino nicamente en el cielo. Interpretan la palabra es sacramentalmente de un modo representativo, a fin de que nadie considere la cosa unida a las seales como que tambin la carne de Cristo est realmente presente en la tierra de una manera invisible e incomprensible; es decir, que el cuerpo de Cristo est unido con el pan de un modo sacramental o representativo, de modo que cuando los cristianos creyentes y piadosos participan del pan con la boca, no hay duda de que participan espiritualmente del cuerpo de Cristo, el cual est en el cielo. En cambio (los sacramentarios) acostumbran condenar y execrar como horrible blasfemia la doctrina que ensea que el cuerpo de Cristo est presente esencialmente aqu en la tierra en la santa cena, aunque de manera invisible e incomprensible, y es recibido con la boca juntamente con el pan consagrado, aun por los hipcritas o cristianos de nombre. Para combatir estos errores, la Confesin de Augsburgo, de acuerdo con la palabra de Dios, ensea lo siguiente respecto a la santa cena: El verdadero cuerpo y sangre de Cristo estn realmente presentes, se distribuyen y reciben en la santa cena bajo la forma de pan y vino; y se rechaza la doctrina contraria, esto es, la de los sacramentarios, quienes presentaron su propia Confesin de Augsburgo al mismo tiempo en que fue presentada la nuestra. En esa Confesin ensean que el cuerpo de Cristo, puesto que ha subido a los cielos, no est verdadera y esencialmente presente en el sacramento de la santa cena administrado aqu en la tierra. Y esto a pesar de que la doctrina correcta est expuesta con tanta claridad en el Catecismo Menor del Dr. Lutero, en las siguientes palabras: La santa cena, instituida por Cristo mismo, es el verdadero cuerpo y sangre de Nuestro Seor Jesucristo, con el pan y el vino, para que los cristianos 381

comamos y bebamos. Y en la Apologa no slo se explica esto an con mayor claridad, sino que tambin se establece definitivamente mediante las palabras de San Pablo en 1 Corintios 10:16 y por el Testimonio de Cirilo, en las siguientes palabras: Ha quedado aprobado el Artculo Dcimo, en el cual enseamos que en la santa cena el cuerpo y la sangre de Cristo estn verdadera y esencialmente presentes, y son ofrecidos realmente con los elementos visibles, el pan y el vino, a los que reciben el sacramento. Pues ya que San Pablo declara: El pan que partimos... es la comunin del cuerpo de Cristo, etc, sguese que si el cuerpo de Cristo no estuviese realmente presente, sino nicamente el Espritu Santo, el pan no sera la comunin del cuerpo de Cristo, sino la del Espritu Santo. Adems, sabemos que no slo la Iglesia Romana, sino tambin la Iglesia Griega ha enseado la presencia del cuerpo de Cristo en la santa cena. Y se aduce el testimonio de Cirilo de que Cristo mora tambin corporalmente en nosotros en la santa cena mediante la comunicacin de su carne. Ms tarde, cuando los que en Augsburgo haban presentado su propia confesin respecto a este artculo se aliaron a la Confesin de nuestras iglesias, fue compuesta y firmada en Wittenberg en 1536 por el Dr. Martn Lutero y otros telogos de ambos lados, la siguiente Frmula de la Concordia, esto es, los artculos en que haba conformidad cristiana entre los telogos de Sajonia y los de la parte superior de Alemania. Hemos odo cmo Martn Bucer, al referirse al sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, expres del modo siguiente su propia opinin y la de los otros telogos que vinieron con l de las ciudades: Ellos confiesan, segn las palabras de Ireneo, que en este sacramento hay dos cosas, una celestial y otra terrenal. Por consiguiente, sostienen y ensean que con el pan y el vino, de un modo verdadero y esencial, estn presentes, se ofrecen y se reciben el cuerpo y la sangre de Cristo. Y aunque no creen en la transubstanciacin, esto es, en la transformacin esencial del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo y tambin mantienen que estn incluidos localmente o unidos permanentemente con ellos fuera del uso del sacramento, no obstante ensean que por medio de la unin sacramental el pan es el cuerpo de Cristo y el vino es la sangre de Cristo. Pues fuera del uso, cuando el pan es puesto en la pxide para ser guardado o es llevado en la procesin para ser exhibido, como acostumbran hacerlo los papistas, no ensean que el cuerpo de Cristo est presente. En segundo lugar, sostienen que la institucin de este sacramento, hecho por Cristo, es eficaz en la iglesia, y que su eficacia no depende de la dignidad o indignidad del ministro que distribuye el sacramento o del que lo recibe. Por lo tanto, ya que San Pablo ensea que aun los indignos participan del sacramento, ellos ensean que tambin a los indignos se les ofrece realmente el cuerpo y la sangre de Cristo, y que los indignos realmente los reciben, siempre que se observen la institucin y el mandato de Cristo. Sin embargo, tales personas los reciben para su condenacin, como declara San Pablo; pues abusan el santo sacramento porque lo reciben sin verdadero arrepentimiento y sin fe. Pues fue instituido a fin de testificar que a los que verdaderamente se arrepienten y se consuelan mediante la fe en Cristo, se les aplican la gracia y los beneficios de Cristo y forman parte del cuerpo de Cristo y son lavados por su sangre. El ao siguiente, cuando los telogos principales de la Confesin de Augsburgo vinieron de diferentes partes de Alemania para reunirse en Esmalcalda y deliberaron sobre qu deban presentar en el concilio respecto a esta doctrina de la iglesia, por comn acuerdo los Artculos de Esmalcalda fueron redactados por el Dr. Martn Lutero y firmados por todos los telogos, colectiva e individualmente. En estos artculos se explica el significado verdadero y correcto en palabras claras y breves que concuerdan exactamente con las palabras de Cristo, y se excluye 382

todo subterfugio y evasin de los sacramentarios. Pues stos, para su propio provecho, haban pervertido la Frmula de Concordia, esto es, los ya mencionados artculos de unin, redactados el ao anterior, declarando que con el pan se ofrece el cuerpo de Cristo, juntamente con todos sus beneficios, pero no de una manera diferente de como se ofrece por medio de la palabra del evangelio, y que por la unin sacramental no se puede entender otra cosa que la presencia espiritual del Seor Jesucristo mediante la fe. Por lo tanto, estos artculos declaran: El pan y el vino en la santa cena son el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo, los cuales se ofrecen y son recibidos no slo por los verdaderos creyentes, sino tambin por aquellos que nada tienen de cristianos excepto el nombre. El Dr. Martn Lutero tambin ha explicado esta doctrina ms detalladamente en su Catecismo Mayor. All se nos dice: En qu consiste, pues, el sacramento del altar? Respuesta: El sacramento del altar es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Seor Jesucristo, con el pan y el vino, que Cristo, por su palabra, nos ha ordenado a todos los cristianos comer y beber. Y poco ms adelante: Digo que la palabra hace y caracteriza este sacramento, de modo que no se trata ya de un pan y un vino cualquiera, sino de la carne y sangre de Cristo. Y: Con la palabra podrs, asimismo, fortalecer tu conciencia y decir: Aunque cien mil demonios y todos los entusiastas exaltados del mundo vengan a poner en duda que el pan y el vino son el cuerpo de Cristo y la sangre de Cristo, yo, por mi parte, s que todos los espritus y todos los sabios eruditos juntos poseen menos sabidura que la que la Majestad divina tiene en su dedo meique. He aqu las palabras de Cristo: 'Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Bebed todos del cliz; esto es el nuevo pacto en mi sangre...'Ya esto nos atenemos nosotros; y ya veremos lo que hacen quienes pretenden corregir a Cristo y no obran conforme a sus palabras. Ahora bien: No es menos cierto que si retiras la palabra o consideras al sacramento desligado de ella, el pan y el vino quedarn reducidos sencillamente a pan y vino corrientes. Pero si por el contrario, permanecen unidos a la palabra (como debe ser!) son, en virtud de la misma, el cuerpo y la sangre de Cristo, toda vez que ha de suceder lo que Cristo ha dicho; y Cristo ni engaa ni miente. Sabido esto, no es difcil replicar a las diversas preguntas hoy en boga: Por ejemplo, aquella acerca de si un sacerdote indigno puede tener en sus manos el sacramento y repartirlo. En respuesta a esta pregunta asentaremos lo siguiente: Aunque sea un malvado quien tome o d el sacramento, no dejar de tomar o repartir el verdadero sacramento, esto es, el cuerpo y la sangre de Cristo, lo mismo que quien con la mayor dignidad posible use del sacramento. Porque el sacramento no se funda en la santidad humana, sino en la palabra de Dios. Y as como no existe santo alguno en la tierra o en los cielos capaz de hacer del pan y del vino el cuerpo y la sangre de Cristo, tampoco podr nadie alterar o transformar el sacramento, aunque fuera usado indignamente. La palabra, en virtud de la cual se administra el sacramento (y que con este fin ha sido instituida), no dejar de ser verdadera por razn de la persona o de incredulidad. Cristo no ha dicho: 'Si creis y sois dignos tendris mi carne y mi sangre'. Antes, bien, dice Cristo: 'Tomad, comed..., bebed ...; esto es mi cuerpo...; esto es mi sangre .... Adems, aade: 'Haced esto ...'. Es decir, lo que ahora estoy haciendo yo mismo, lo que instituyo en este momento, lo que os doy y os ordeno, esto haced. Y no es como si dijera: 'Seis dignos o indignos, he aqu su cuerpo y su sangre segn el poder y virtud de las palabras que van ligadas al pan y al vino'? Ten esto muy en cuenta y no lo olvides; pues dichas palabras son toda nuestra base, proteccin y defensa contra las doctrinas errneas y las seducciones presentes y venideras. Hasta aqu el Catecismo Mayor en el cual se establece mediante la palabra de Dios la verdadera presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena. De esta presencia participan no slo los creyentes y dignos, sino tambin los incrdulos e indignos.

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Pero por cuanto el ilustre Dr. Lutero, a quien el Espritu Santo ilumin con singulares y excelentsimos dones, bajo la direccin del Espritu previo que despus de su muerte algunos trataran de que se le sospechara de haberse apartado de la doctrina que se acaba de mencionar y de otros artculos de la fe cristiana, aadi al fin de su Confesin Mayor la siguiente declaracin solemne: Ya que veo que a medida que pase el tiempo aumentarn las sectas y los errores y que el furor y la furia de Satans son interminables, a fin de que en lo sucesivo bien durante mi vida o despus de mi muerte algunos de ellos no tomen mi nombre para defender suposicin ni citen falsamente mis escritos para respaldar sus errores como ya lo estn haciendo los sacramentarlos y los anabaptistas, es mi intencin mediante este artculo confesar mi fe respecto a todos los artculos de nuestra religin ante Dios y todo el mundo; pues en esta fe deseo permanecer hasta la muerte, y asido a ella (que Dios me ayude!) salir de este mundo y comparecer ante el tribunal del Seor Jesucristo. Y si despus de mi muerte alguien dijere: Si el Dr. Lutero estuviese vivo, enseara y confesara de un modo diferente tal o cual doctrina, pues no la haba considerado detenidamentepara combatir tal conceptodigo ahora lo que ya he dicho antes, y lo que ya he dicho antes ahora lo repito, que por la gracia de Dios, con la mayor diligencia he comparado repetidas veces todos estos artculos con las Escrituras, y con frecuencia he vuelto a revisarlos, y los defender con la misma confianza con que ahora defiendo la doctrina acerca del sacramento del altar. No estoy ebrio ni hablo sin pensar; s lo que digo; y bien comprendo qu cuentas he de dar cuando Jesucristo vuelva a juzgar a los vivos y a los muertos. Por lo tanto, no quiero que nadie considere esto como broma o palabras vanas; para m es un asunto serio; pues por la gracia de Dios conozco bastante a Satans. Si l puede pervertir o confundir la palabra de Dios, qu no har con mis palabras o las de otro? Despus de esta declaracin solemne, el venerable Dr. Lutero, entre otros artculos, presenta tambin el siguiente: De este mismo modo yo tambin hablo y confieso respecto al sacramento del altar: En l realmente se comen y se beben con la boca el cuerpo y la sangre de Cristo, aunque los ministros que administran la santa cena o los que reciben no crean en ella o la abusen. Pues ella no depende de la fe o incredulidad de los hombres, sino de la palabra y ordenanza de Dios, a menos que primero se cambie la palabra y ordenanza de Dios y se interprete de otro modo, como lo hacen los adversarios actuales del sacramento, quienes, por supuesto, no tienen ms que pan y vino; pues no tienen las palabras ni la ordenanza estipuladas por Dios, sino que las han pervertido y cambiado de acuerdo con su arrogante opinin propia. El Dr. Lutero, quien mejor que los dems, entendi muy bien el verdadero y singular significado de la Confesin de Augsburgo, y quien hasta el fin de su vida permaneci constantemente fiel a ella y la defendi, poco antes de su muerte reiter con el mayor celo su fe respecto a este artculo, declarando lo siguiente: Pongo en la misma categora de sacramntanos y fanticos (pues en efecto lo son) a todos los que no creen que en la santa cena el pan del Seor es su verdadero cuerpo natural, el cual es recibido con la boca por los incrdulos o por Judas mismo que por San Pedro y todos los dems santos. El que no cree esto, repito, debe dejarme en paz y no esperar tener comunin conmigo. Persisto en esta opinin de la que no he de cambiar. De estas explicaciones y en particular de la del Dr. Lutero, como el telogo principal de la Confesin de Augsburgo, toda persona de inteligencia normal y amante de la verdad y la paz, sin duda puede percibir cul ha sido siempre el verdadero significado y entendimiento de la Confesin de Augsburgo en lo que respecta a este artculo. La razn por la cual se emplean tambin las siguientes expresiones de Cristo y de San Pablo: Bajo el pan, con el pan, en el pan (Mt. 26:26; Lc. 22:19; Mr. 14:22; 1 Co. 11:24; 10:16), adems de las usadas por Cristo y San Pablo (el pan en la santa cena es el cuerpo de 384

Cristo o la comunin del cuerpo de Cristo), lo explica el hecho de que por medio de ellas se rechaza la Transubstanciacin papista y se indica la unin sacramental de la esencia inmutable del pan y del cuerpo de Cristo. La Escritura menciona otros casos en que cierta expresin se repite y se explica por medio de oirs expresiones equivalentes. Por ejemplo: Aquel Verbo fue hecho carne (Jn. 1:14), se explica por medio de las siguientes expresiones: El Verbo habit entre nosotros (Jn. 1:14b); En l habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente (Col. 2:9); Dios estaba con l (Hch. 10:38); Dios estaba en Cristo (2 Co. 5:19); y otras similares. Estas expresiones repiten y explican la declaracin de Juan 1:14, a saber que mediante la encarnacin la esencia divina no se ha cambiado en la naturaleza humana, sino que las dos naturalezas, sin que se hayan mezclado, estn unidas personalmente. De igual modo, muchos eminentes telogos antiguos, como Justino, Cipriano, Agustn, Len, Gelasio, Crisstomo y oros, usan esta comparacin respecto a las palabras del Testamento de Cristo: Esto es mi cuerpo para ensear que as como en Cristo estn inseparablemente unidas dos naturalezas distintas e inmutables, asimismo en la santa cena las dos substancias, el pan natural y el verdadero cuerpo natural de Cristo, estn presentes juntamente aqu en la tierra en la administracin establecida del sacramento. Esta unin del cuerpo y la sangre de Cristo con el pan y el vino no es una unin personal, como la de las dos naturalezas en Cristo, sino una unin sacramental, segn la declaracin del Dr. Lutero y nuestros telogos en la Frmula de Concordia del ao 1536 y en otros escritos. Por esta unin sacramental dan a entender que, aunque tambin emplean las siguientes expresiones: En el pan, bajo el pan, con el pan, sin embargo han recibido las palabras de Cristo en un sentido propio y tal como rezan y han entendido las palabras del testamento de Cristo: Esto es mi cuerpo no como una expresin figurada, sino como una expresin extraordinaria. Pues sobre este asunto Justino se expresa as: Recibimos esto no como pan comn y bebida comn sino que as como Jesucristo, nuestro Salvador, mediante la palabra de Dios, se hizo carne y por causa de nuestra salvacin tambin tuvo carne y sangre, asimismo creemos que la comida que l bendijo mediante la palabra y la oracin es el cuerpo y la sangre de nuestro Seor Jesucristo. De igual modo, tambin el Dr. Lutero en su Confesin Mayor y especialmente en su ltima, al escribir sobre la santa cena, defiende con el mayor celo la declaracin misma que Cristo hizo al celebrar la primera cena. Ya que al Dr. Lutero se le considera como el telogo ms eminente de las iglesias que aceptan la Confesin de Augsburgo, y toda la doctrina de l en suma y substancia est comprendida en la muy conocida Confesin de Augsburgo y fue presentada al emperador Carlos V, es, pues, natural que el verdadero significado y sentido de la muy citada Confesin de Augsburgo no puede ni debe ser extrado de ninguna otra fuente que de los escritos doctrinales y polmicos del Dr. Lutero. Y es verdad innegable que lo que acabamos de declarar est fundado en la nica roca, firme, inmovible e indudable de la verdad (las palabras divinas de la institucin de la santa cena) y de que esa verdad fue as entendida, enseada y propagada por los evangelistas y apstoles, y sus discpulos y oyentes. Por cuanto, nuestro Seor y Salvador Jesucristo, respecto a quien, como nuestro nico Maestro, se ha dado, desde los cielos, el siguiente mandato solemne a los hombres: A l od (Mt. 17:5; Lc.3:22), y quien no es un mero hombre o ngel, ni nicamente verdadero, sabio y poderoso, sino la eterna Verdad y Sabidura misma y el Dios todopoderoso, y quien sabe muy bien qu y cmo debe hablar, y adems puede realizar y ejecutar poderosamente todo lo que dice y promete, segn su misma declaracin: El cielo y la tierra pasarn, pero mis palabras no pasarn (Lc. 21:33). Y en Mateo 28:18: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Y por cuanto este verdadero y todopoderoso Seor, nuestro Creador y Redentor, despus 385

de la ltima Pascua, al principio de su amarga pasin y muerte por nuestros pecados, en esos ltimos y tristes momentos, despus de haber considerado el asunto con la mayor solemnidad en la institucin de este muy importante sacramento, el cual sera usado hasta el fin del mundo con la mayor reverencia y humildad como memoria perpetua de su amarga pasin y muerte y de todos sus beneficios, como sello y confirmacin del nuevo pacto, como consuelo para todo corazn atribulado y como unin firme de los cristianos con Cristo, su Cabeza, y de los unos con los otros, al ordenar e instituir l la santa cena, pronunci las siguientes palabras respecto al pan que bendijo y dio a sus discpulos: Tomad, comed: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado (Mt. 26:26; Lc. 22:19), y respecto a la copa, o el vino: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por vosotros es derramada para remisin de los pecados (Mr. 14:24; Lc. 22:20; Mt. 26:28). Por lo tanto, es nuestro deber no interpretar y explicar estas palabras del Eterno, verdadero y todopoderoso Hijo de Dios, nuestro Seor, Creador, y Redentor, de un modo diferente, esto es, de un modo alegrico, figurado o metafrico, segn parezca agradable a nuestra razn, sino con fe sencilla y debida obediencia aceptar las palabras tal como rezan, en su sentido propio y claro, y no permitir que seamos desviados del Testamento expreso de Cristo por objeciones y contradicciones humanas, extradas de la razn humana, no importa cuan atractivas perezcan a la razn. El ejemplo de Abraham ilustra lo antedicho. Cuando Abraham oy que Dios le dijo que sacrificara a su hijo, suficiente razn tuvo para argir si las palabras de Dios deban ser entendidas literalmente o en un sentido ms tolerable y cmodo, ya que las palabras del Seor rean abiertamente no slo con la razn humana y con la ley divina y natural, sino tambin con el artculo principal de la fe respecto a la Simiente prometida, Cristo, que nacera de Isaac. Sin embargo, procedi as como haba procedido antes, cuando se le hizo la promesa, y otorg a Dios el honor de la verdad, y con la mayor confianza concluy y crey que Dios poda cumplir lo que haba prometido, aunque le pareca imposible a su razn. Asimismo en el caso de Isaac, Abraham entiende y cree con toda sencillez y claridad las palabras y el mandato de Dios, aceptando todo literalmente, y encomienda el asunto a la omnipotencia y sabidura de Dios, quien tiene muchas ms maneras de cumplir la promesa respecto a la Simiente procedente de Isaac que las que l puede comprender con su ciega razn. De igual modo, tambin nosotros simplemente debemos creer con toda humildad y obediencia las palabras perspicuas, firmes, claras y solemnes y el mandato de nuestro Creador y Redentor, sin abrigar duda o entablar argumento respecto a si cuadran con nuestra razn o si son posibles. Pues estas palabras fueron pronunciadas por aquel Seor que es la Sabidura y la Verdad misma y que puede cumplir y otorgar todo lo que promete. Todas las circunstancias de la institucin de la santa cena testifican que estas palabras de nuestro Seor y Salvador Jesucristo, las cuales son de por s sencillas, claras e indubitables, no pueden ni deben ser entendidas en un significado diferente del significado acostumbrado, propio y comn que ellas poseen. Pues ya que Cristo dio este mandamiento (de que su cuerpo sea comida, etc.), en tanto que l y sus discpulos estaban sentados a la mesa y participaban de la cena, no hay duda, pues de que l habla del pan real y natural y del vino natural; asimismo del comer y beber con la boca, de modo que no puede haber metfora, esto es, cambio de significado en la palabra pan, como si el cuerpo de Cristo fuese un pan espiritual o un alimento espiritual para el alma. De igual modo, Cristo mismo se cuida de no expresar metonimia alguna, esto es, de que no haya cambio de significado en la palabra cuerpo, y de no hablar respecto a una seal de su cuerpo, o respecto a un cuerpo simblico o figurado, o respecto a la virtud de su cuerpo o los beneficios que l nos ha conseguido por medio del sacrificio de su cuerpo, sino que l habla de su cuerpo verdadero y esencial, que entreg mediante su muerte por nosotros, y de su sangre 386

verdadera y esencial, que l derram por nosotros en el madero del Calvario para la remisin de los pecados. Por supuesto, respecto a las palabras de Jesucristo, no hay intrprete ms fiel y seguro que Cristo el Seor mismo, pues l entiende mejor que nadie sus propias palabras y opinin y posee la suprema sabidura e inteligencia para explicarlas. Tanto aqu, cuando hace su ltimo testamento y su perpetuo pacto y unin, como en otros lugares en que presenta y confirma todos los artculos de la fe y en la institucin de todas las dems seales del pacto y de la gracia o sacramentos, por ejemplo, la circuncisin, los varios sacrificios estipulados en el Antiguo Testamento, y el santo bautismo, utiliza, no palabras alegricas, sino enteramente propias, sencillas, indubitables y claras. Y a fin de que no haya lugar para ambigedad alguna, las explica con la mayor claridad mediante las siguientes expresiones: Dado por vosotros; derramada por vosotros. Y tambin deja que sus discpulos acepten ese significado sencillo y propio, y les ordena que as deben ensear a todas las naciones a guardar todas las cosas que l ha mandado a ellos los apstoles (Mt. 28:19-20). Tambin por esta razn, los tres evangelistas (Mt. 26:26; Mr. 14:22; Lc. 22:19; 1 Co. 11:25), y el apstol San Pablo, quien despus de la ascensin de Cristo recibi de Cristo mismo la misma institucin de la santa cena (1 Co. 11:23-25), unnimemente y con las mismas palabras y slabas repiten respecto al pan consagrado y distribuido estas palabras exactas, claras inmovibles y verdaderas de Cristo: Esto es mi cuerpo, de una sola manera, sin ninguna interpretacin o variacin. Por lo tanto, no hay duda de que tambin respecto a la otra parte del sacramento las siguientes palabras de Lucas y Pablo: sta copa es el nuevo pacto en mi sangre no pueden tener otro significado que el que dan San Mateo y San Marcos: Esto (es decir, lo que con la boca tomis de la copa) es mi sangre del nuevo pacto, por el cual yo establezco, garantizo y confirmo con vosotros los hombres ste mi testamento y nuevo pacto, es decir, la remisin de los pecados. Asimismo deben considerarse con la mayor diligencia y precisin, como un testimonio especialmente claro de la presencia y distribucin verdadera y esencial del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena, la repeticin, confirmacin y explicacin que de las palabras de Cristo hace San Pablo en 1 Corintios 10:16: La copa de bendicin que bendecimos, no es la comunin de la sangre de Cristo? El pan que partimos, no es la comunin del cuerpo de Cristo? De esto aprendemos con la mayor claridad que no slo la copa que Cristo bendijo en la primera santa cena y no slo el pan que Cristo parti y distribuy, sino tambin que lo que nosotros partimos y bendecimos es la comunin del cuerpo y la sangre de Cristo, de manera que todos los que comen este pan y beben esta copa reciben realmente el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo y participan de ese cuerpo y esa sangre. Pues si el cuerpo de Cristo no estuviera presente de un modo real y esencial y no se participara de l de ese mismo modo, sino nicamente segn su poder y eficacia, el pan tendra que ser llamado, no una comunin del cuerpo, sino del Espritu, del poder y de los beneficios de Cristo, segn arguye y deduce la Apologa. Y si Pablo estuviera hablando nicamente de la comunin espiritual del cuerpo de Cristo mediante la fe, segn pervierten este texto los sacramentarios, no dira que el pan es la comunin del cuerpo de Cristo, sino que lo es el espritu o la fe. Pero como l dice que el pan es la comunin del cuerpo de Cristo y que todos los que participan del pan consagrado tambin participan del cuerpo de Cristo, no hay duda de que est refirindose no a una participacin espiritual del cuerpo de Cristo, sino a una participacin sacramental o con la boca, que es comn a cristianos sinceros y a cristianos insinceros. Comprueban tambin esto las razones y circunstancias que motivaron toda esta exposicin de San Pablo (1 Co. 10:18-33). El apstol se dirige a los que coman de lo sacrificado de los dolos y participaban en el culto que los paganos hacan a los demonios y no obstante iban 387

tambin a la mesa del Seor, y les advierte que se abstengan de esas prcticas a fin de que no reciban para juicio y condenacin el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues ya que todos los que participan del pan consagrado y partido en la santa cena tambin tienen comunin con el cuerpo de Cristo, es evidente que San Pablo no puede estar refirindose a la comunin espiritual con Cristo, la cual nadie puede abusar ni en cuanto a la cual tampoco se amonesta a nadie. Por consiguiente, nuestros queridos padres y antecesores, tales como Lutero y otros fieles maestros de la Confesin de Augsburgo, explican esta declaracin de San Pablo de manera tal que concuerda por completo con las palabras de Cristo. Declaran ellos: El pan que partimos es el cuerpo de Cristo que se distribuye, o el cuerpo de Cristo que se comunica, dado a los que reciben el pan partido. A esta exposicin sencilla y bien fundamentada de este glorioso testimonio (1 Co. 10:16), nos atenemos unnimemente, y con justicia nos sorprende que algunos, para establecer su error, osen citar ahora este texto, con el cual ellos mismos combatan antes a los sacramntanos, alegando que en la santa cena se participa del cuerpo de Cristo de una manera espiritual nicamente. Pues declaran lo siguiente: El pan es la comunin del cuerpo de Cristo, es decir, es el medio por el cual tenemos comunin con el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, o es el medio por el cual nosotros los creyentes estamos unidos con Cristo, del mismo modo como la palabra del evangelio, asida por la fe, es un medio por el cual estamos unidos espiritualmente a Cristo e incorporados al cuerpo de Cristo, que es la iglesia. San Pablo ensea expresamente que no slo los cristianos piadosos y sinceros, sino tambin los hipcritas indignos e impos, como Judas y sus semejantes, que no tienen comunin espiritual con Cristo y se acercan a la mesa del Seor sin haberse arrepentido de sus pecados y convertido a Dios, tambin reciben con la boca, en el sacramento, el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo, y a causa de su indigno comer y beber pecan gravemente contra el cuerpo y la sangre de Cristo. He aqu lo que declara San Pablo: Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Seor indignamente (1 Co. 11:27), peca no meramente contra el pan y el vino, no meramente contra las seales y los smbolos y las figuras del cuerpo y la sangre, sino que tambin ser culpado del cuerpo y de la sangre del Seor, al que, puesto que est presente en la santa cena, deshonra, abusa y difama, tal como hicieron los judos, que de hecho profanaron el cuerpo de Cristo y lo mataron. As han entendido y explicado unnimemente este pasaje los santos padres y doctores de la iglesia. Existen, pues, dos maneras de comer la carne de Cristo. Una es espiritual, de la cual habla Cristo especialmente en Juan 6:48-58. Esta se realiza nicamente mediante el Espritu y la fe en la predicacin y meditacin del evangelio e igualmente en la santa cena y de por s es til y saludable, y necesaria en todo tiempo para salvacin a los creyentes. Sin esta participacin espiritual el comer sacramental o con la boca no slo no es saludable, sino que tambin es perjudicial y condenador. Pero este comer espiritual no es otra cosa que la fe, esto es, or la palabra de Dios (en la cual se nos ofrece a Cristo, verdadero Dios y hombre, juntamente con todos los beneficios que l nos consigui mediante su carne, ofrecida en sacrificio, por nosotros, y por la sangre que derram por nosotros, es decir, la gracia de Dios, el perdn de los pecados, la justicia y la vida cierna), recibirla por la fe y apropirnosla, y en todas las tribulaciones y (diluciones creer y permanecer con la mayor confianza en el consuelo de que tenemos un Dios misericordioso y la salvacin eterna por los mritos de nuestro Seor Jesucristo. El segundo comer del cuerpo de Cristo es el comer con la boca o el comer sacramental. Este comer ocurre cuando en la santa cena todos los que comen y beben el pan y el vino consagrados reciben tambin con la boca el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo y 388

participan del uno y la otra. Los creyentes los reciben como promesa y seguridad de que sus pecados les son verdaderamente perdonados y de que Cristo mora en ellos y es eficaz en ellos; en cambio, los incrdulos los reciben para su juicio y condenacin. Esto lo declaran expresamente las palabras de Cristo en la institucin, cuando en la mesa y durante la cena ofrece a sus discpulos el pan natural y el vino natural, a los cuales llama su verdadero cuerpo y su verdadera sangre, en tanto que dice: Comed, y bebed. Pues en vista de las circunstancias este mandato evidentemente no puede entenderse de otro modo que comer y beber con la boca; pero no de una manera grosera, carnal, capernatica, sino de una manera sobrenatural, incomprensible. A esto, el otro mandato aade despus an otro comer espiritual, cuando el Seor sigue diciendo: Haced esto en memoria de m (Lc. 22:19; 1 Co. 11:24). Con estas palabras el Seor exige la fe, que es participar espiritualmente del cuerpo de Cristo. Por consiguiente, todos los antiguos maestros cristianos ensean expresamente y en completo acuerdo con toda la santa iglesia cristiana, atenindose a estas palabras de la institucin de Cristo y la explicacin de San Pablo, que el cuerpo de Cristo no slo es recibido espiritualmente mediante la fe, cosa que tambin ocurre sin que se use el sacramento, sino tambin con la boca, no slo por cristianos piadosos y sinceros, sino tambin por cristianos indignos, incrdulos, falsos e impos. Ya que esto sera muy extenso como para ser narrado aqu, desearamos, en obsequio de la brevedad, dirigir el lector a los copiosos escritos de nuestros telogos. Es evidente, pues, la manera tan injusta y maliciosa con que los sacramentarios fanticos, por ejemplo Teodoro Beza, insultan al Seor Jesucristo, a San Pablo y a toda la iglesia, al referirse a la participacin con la boca y a la de los indignos y asimismo a la doctrina acerca de la majestad de Cristo en trminos tan horribles que el cristiano sincero se avergonzara de traducirlos. Hay que explicar empero con el mayor cuidado quines son los participantes indignos de la santa cena. Son participantes indignos los que se acercan a este sacramento sin verdadero arrepentimiento y contricin a causa de sus pecados, y sin verdadera fe y la sincera intencin de enmendar sus vidas. Al comer indignamente el cuerpo de Cristo se cargan de condenacin, esto es, del castigo temporal y eterno y son culpables del cuerpo y la sangre de Cristo. En cambio, son comulgantes verdaderamente dignos los cristianos que son dbiles en la fe, tmidos y que sienten inquietud y terror a causa de la grandeza y la cantidad de sus pecados y piensan que por razn de su gran impureza no son dignos de este precioso tesoro y de estos beneficios de Cristo, y que sienten y lamentan la debilidad de su fe y de todo corazn desearan servir a Dios con una fe ms firme y gozosa y con obediencia pura. Es para stos, especialmente, que se ha instituido este santsimo sacramento. Sobre stos dice Cristo en Mateo 11:28: Venid a m todos los que estis trabajados y cargados, y yo os har descansar. Y en Mateo 9:12: Los sanos no tienen necesidad de mdico, sino los enfermos. Y en 2 Corintios 12:9: Mi poder se perfecciona en la debilidad. Y en Romanos 14:1, 3: Recibid al dbil en la fe;... porque Dios le ha recibido. Y en Juan 3:16: . . . Todo aquel que en l cree, (ya sea con una fe firme o con una fe dbil), tiene vida eterna. La dignidad no depende de una debilidad grande o pequea o del poder de la fe, sino de los mritos de Cristo. En estos mritos se goz aquel padre que tena poca fe (Mr. 9:24), as como se gozaron de ellos Abraham, Pablo y otros que posean una fe gozosa y firme. Lo anterior se dice respecto a la verdadera presencia y a las dos maneras de participar251 del cuerpo y la sangre de Cristo. La participacin se realiza bien por la fe, espiritualmente, o con la boca; el comer con la boca es comn u los dignos y a los indignos.

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Ya que tambin ha habido mala inteligencia y disensin entre los telogos de la Confesin de Augsburgo respecto a la consagracin y la regla comn, es decir, que nada es sacramental sin el acto instituido por Dios. Respecto a esto hemos hecho mutuamente una declaracin fraternal y unnime tambin acerca de este asunto. El tenor de la declaracin es el siguiente: No es la palabra u obra de ninguna persona lo que produce la verdadera presencia del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena, es decir, no es el mrito o recitacin del ministro, ni el comer y beber ni la fe de los comulgantes; sino que la verdadera presencia debe atribuirse nicamente al poder del todopoderoso Dios y a la palabra, institucin y ordenanza de nuestro Seor Jesucristo. Pues las palabras verdaderas y todopoderosas de Jesucristo, pronunciadas cuando instituy el sacramento, fueron eficaces no slo en la primera cena, sino que tambin siguen siendo eficaces, permanentes, vlidas y activas, de manera que en todo lugar donde se celebra la santa cena segn la institucin de Cristo y se usan sus palabras, el cuerpo y la sangre de Cristo estn verdaderamente presentes, se distribuyen y se reciben por causa del poder y la eficacia de las palabras que Cristo pronunci en la primera cena. Pues donde se observa su institucin y se pronuncian sus palabras sobre el pan y el vino y se distribuyen el pan y el vino consagrados, Cristo mismo, mediante las palabras pronunciadas, sigue siendo activo por virtud de la primera institucin, mediante sus palabras que l desea que se repitan en el acto. Como dice Crisstomo en su Sermn sobre la Pasin: Cristo mismo prepara esta mesa y la bendice; pues nadie hace del pan y vino que se nos dan el cuerpo y la sangre de Cristo, sino Cristo mismo, que fue crucificado por nosotros. Las palabras son pronunciadas por boca del ministro, pero los elementos que se ofrecen en la cena son consagrados mediante el poder y la gracia de Dios, por la siguiente palabra de Cristo: 'Esto es mi cuerpo'. As como la declaracin en Gnesis 1:28: 'Fructificad y multiplicad; llenad la tierra;' fue pronunciada una sola vez, pero sigue siendo siempre eficaz en esencia, pues contina la fecundidad y la multiplicacin, as tambin esta declaracin ('Esto es mi cuerpo; esto es mi sangre') fue pronunciada una sola vez, pero sigue siendo siempre eficaz y activa y seguir sindolo hasta el advenimiento de Cristo, de manera que en la cena de la iglesia estn presentes el verdadero cuerpo y sangre de Cristo. Tambin Lutero escribe de la misma manera respecto a este asunto: El mandato y la institucin de Cristo tienen este poder y efecto de que administremos no meramente pan y vino, sino su cuerpo y sangre, como lo declaran sus palabras: 'Esto es mi cuerpo', etc.; 'Esto es mi sangre', etc., de manera que no es lo que nosotros hacemos o decimos, sino lo que Cristo manda y ordena lo que hace del pan el cuerpo y del vino la sangre desde que se celebr la primera cena hasta el fin del mundo, y que mediante nuestro servicio y oficio ellos se distribuyen diariamente. Y en otro lugar escribe Lutero: Aunque yo pronunciase sobre todo el pan que existe las palabras: 'Esto es el cuerpo de Cristo', nada, por supuesto, resultara de ello. Pero cuando en la santa cena decimos, segn la institucin y el mandato de Cristo, 'Esto es mi cuerpo', esto s es su cuerpo, no por virtud de lo que nosotros decimos o expresamos, sino por virtud de su mandato, en que l nos ha ordenado hablar y obrar de ese modo y ha unido su mandato y acto con nuestro hablar. Pues bien, en la administracin de la santa cena las palabras de la institucin deben pronunciarse pblicamente o cantarse clara e inteligiblemente y de ningn modo deben omitirse. Y esto por muchsimas e importantsimas razones. En primer lugar, para que se rinda obediencia al mandato de Cristo: Haced esto, sin que por lo tanto se omita lo que Cristo mismo hizo en la santa cena; en segundo lugar, para que la fe de los oyentes respecto a la naturaleza y el fruto de este sacramento (respecto a la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo, respecto al perdn de los pecados y todos los beneficios que nos consiguieron la muerte de Cristo y el derramamiento de su sangre y se nos conceden en el testamento de Cristo), sea estimulada, fortalecida y 390

confirmada por la palabra de Cristo; y en tercer lugar, para que los elementos, el pan y el vino, sean consagrados o bendecidos para este santo uso, a fin de que con ellos se distribuyan el cuerpo y la sangre de Cristo, para comer y beber, segn dice San Pablo: La copa de bendicin que bendecimos (1 Co. 10:16), lo que por cierto no puede suceder de ningn otro modo sino mediante la repeticin y recitacin de las palabras de la institucin. Sin embargo, el solo bendecir o recitar las palabras de la institucin de Cristo no constituye el sacramento si no se observa todo el acto de Ja cena segn fue instituido por Cristo (como cuando no se distribuye y no se recibe el pan consagrado y no se participa de l, mas se encierra, se sacrifica o se lleva de aqu para all), sino que el mandato de Cristo: Haced esto (que encierra todo el acto o administracin en este sacramento, en que en una asamblea de cristianos, el pan y el vino se toman, consagran, distribuyen, reciben, comen y beben, y al mismo tiempo se anuncia la muerte del Seor) debe observarse inseparable e inviolable, como lo hace San Pablo al poner delante de nuestros ojos todo el acto de partir el pan o la distribucin y recepcin (1 Co. 10:16). Volvamos ahora al segundo punto, del cual se hizo mencin hace poco. Para conservar esta verdadera doctrina cristiana acerca de la santa cena y para evitar y anular numerosos abusos y perversiones idlatras de este testamento, se ha extrado de las palabras de la institucin la siguiente regla y norma: Nada tiene la naturaleza de un sacramento si no es administrado segn la institucin de Cristo o aparte del acto instituido por Dios. Esto quiere decir lo siguiente: Si la institucin de Cristo no se observa segn l la orden, no hay sacramento. Esta regla de ningn modo debe ser rechazada, sino que puede y debe ser estimulada y sostenida con provecho en la Iglesia de Dios. Y el uso, o acto, no abarca aqu principalmente la fe, ni nicamente el participar del sacramento con la boca, sino todo el acto externo y visible de la santa cena instituido por Cristo, la consagracin, las palabras de la institucin, la distribucin y recepcin, o el participar con la boca del pan y del vino consagrados, como tambin el participar del cuerpo y la sangre de Cristo. Fuera de este uso, como por ejemplo, cuando en la misa papista el pan no es distribuido sino levantado en alto, o encerrado, o llevado de aqu para all y expuesto para ser adorado, no existe el sacramento; as como no es sacramento o bautismo el agua del bautismo cuando sta se usa para consagrar campanas o sanar la lepra, o se exhibe de cualquier otro modo para adoracin. Precisamente para combatir estos abusos papistas se estableci al principio, cuando se revivi el evangelio, esta regla, la que ha sido explicada por el Dr. Lutero mismo. Debemos, adems, llamar la atencin al hecho de que los sacramntanos pervierten dolorosa y maliciosamente esa regla tan til y necesaria, a los efectos de negar la verdadera presencia real y esencial como tambin el comer oral del cuerpo de Cristo, que aqu en la tierra se hace tanto por parte de los dignos como de los indignos. En cambio, ellos interpretan esta regla como referente al usum fidei, es decir, al uso espiritual e interno de la fe, alegando que para los indignos el tomar la santa cena no es sacramento, y que el comer el cuerpo de Cristo se efecta slo de una manera espiritual, mediante la fe; o, en otras palabras, que la fe es lo que hace presente al cuerpo de Jess en la santa cena, de modo que los hipcritas indignos e incrdulos no reciben el cuerpo de Cristo como algo presente. Ahora bien, lo que hace a la cena del Seor un sacramento, no es la fe nuestra, sino sola y exclusivamente la fiel palabra e institucin de nuestro omnipotente Dios y Salvador Jesucristo, la cual siempre es y ser eficaz en la iglesia cristiana, y que no es anulada o invalidada por la dignidad o indignidad del que administra el sacramento ni por la incredulidad del que lo recibe. El evangelio es y permanecer verdadero evangelio, pese a que los oyentes impos no lo creen, slo que no obra la salvacin en quienes no creen; as tambin, crean o no crean los que reciben

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el sacramento, Cristo siempre permanece veraz en las palabras que dice: Tomad, comed, esto es mi cuerpo, y su presencia l la efecta no por nuestra fe, sino por su omnipotencia. Por tanto, los que pervirtiendo astutamente la conocida regla, ponen a nuestra fe (que en opinin de ellos es el nico factor que hace presente el cuerpo de Cristo y participa de l) por encima de la omnipotencia de nuestro Seor y Salvador Jesucristo, incurren en un pernicioso y desvergonzado error. Por otra parte, los sacramentarios presentan gran variedad de razones imaginarias y ftiles argumentos respecto de las cualidades esenciales y naturales del cuerpo humano, respecto de la ascensin de Cristo, de su partida de esta tierra y cosas por el estilo. Todo ello ha sido refutado amplia y detalladamente, a base de las Sagradas Escrituras, en los escritos polmicos del Dr. Lutero: Contra los Profetas Celestiales, Que estas palabras: 'Esto es mi cuerpo' an estn en pie, en su Confesin Mayor y Menor Acerca de la Santa Cena y en otros de sus escritos. Adems, despus de la muerte de Lutero, estos espritus facciosos no han presentado nada nuevo. Por lo tanto y para mayor brevedad, remitimos al lector cristiano a los mencionados escritos. No queremos ni podemos ni debemos consentir en que ningn agudo pensamiento humano, por ms peso y autoridad que aparente tener, nos aparte del sentido llano, explcito y claro de la palabra y testamento de Cristo y nos haga seguir una opinin extraa, distinta de las palabras de Jess; sino que queremos entender y creer estas palabras tal como las omos, con toda sencillez. Por tanto, nuestras razones sobre las cuales nos fundamos desde que se origin la disensin respecto de este artculo, son las que concret Lutero desde un principio (en 1528) contra los sacramentarios en los siguientes trminos:" Mis razones en que me baso respecto de esta cuestin son las siguientes: 1. La primera es este artculo de fe: Jesucristo es Dios y Hombre esencial, natural, verdadero, perfecto, en una sola persona, indiviso e inseparable. 2. La segunda es que la diestra de Dios es ubicua. 3. La tercera es que la palabra de Dios no es falsa ni engaosa. 4. La cuarta es que Dios tiene y conoce diversas maneras de estar en un cierto lugar, no slo la nica manera de que hablan los fanticos en su impertinencia y que los filsofos llaman local o espacial. Adems, el cuerpo de Cristo, que es uno solo, tiene una triple manera, o tres diversos modos, de estar en un lugar: 1. El modo inteligible, corporal, tal como Cristo andaba sobre esta tierra corporalmente, cediendo y ocupando espacio (circunscrito por un determinado espacio) de acuerdo con su estatura. Este modo lo puede usar an ahora, si as le place, como lo hizo despus de la resurreccin y lo har nuevamente en el Postrer Da, como dice San Pablo en 1 Timoteo 6:15: La cual se mostrar el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Seor de seores, y en Colosenses 3:4: Cuando Cristo vuestra vida, se manifieste. En modo tal l no est en Dios ni con el Padre ni en los cielos, como suean aquellos espritus insanos, puesto que Dios no es un espacio o lugar corporal. Y a este modo de ser corporal aluden los textos bblicos que hablan de cmo Cristo deja el mundo y va al Padre, y a que hacen referencia los fanticos. 2. El modo ininteligible, espiritual, en que no ocupa o cede espacio, sino que penetra a travs de toda cosa creada, a su entera voluntad, as como mi vistapara usar un ejemplo aproximado penetra y est en el aire, en la luz o en el agua, sin ocupar ni ceder espacio; o as como el sonido 392

atraviesa el aire o el agua o una tabla o un muro; y est en ellos, sin ocupar ni ceder espacio; o como la luz y el calor atraviesan el aire, el agua, vidrio, cristal, y estn en ellos, sin que tampoco ocupen ni cedan espacio; y as podramos citar muchsimos ejemplos ms. Ese modo de ser lo us Jess al salir del sepulcro cerrado y sellado, al ir a sus discpulos estando las puertas cerradas, as est en el pan y vino en la santa cena, y as creen que naci de su madre, la santsima virgen Mara, etc. 3. El modo divino, celestial, en el cual Cristo es una sola persona con Dios. Segn ese su divino y celestial modo de ser, todas las criaturas le han de resultar, sin duda alguna, mucho ms penetrables y presentes que segn el segundo modo; porque si segn el segundo modo, l puede estar en y con las criaturas de manera tal que ellas no lo sienten, tocan, circunscriben ni comprenden, cunto ms maravillosamente ha de estar en todas las criaturas segn ese sublime modo tercero, de manera tal que ellas no le circunscriben ni comprenden, sino que antes bien, l las tiene presentes delante de s, las circunscribe y comprende. Pues este modo de ser de Cristo, segn el cual l es una persona con Dios (esa forma de presencia que l tiene a raz de su unin personal con Dios) es menester que lo pongas fuera, muy fuera de las criaturas, tan fuera como est Dios, y por otra parte debes ponerlo tan profunda e ntimamente en las criaturas como Dios est en ellas. Porque l es una persona inseparable con Dios; donde est Dios, all necesariamente tiene que estar tambin l; de lo contrario, nuestra fe es falsa. Quin podr explicar empero, o imaginarse cmo sucede esto? Sabemos muy bien que es as, que l est en Dios, fuera de todas las criaturas, y que es una sola persona con Dios; mas como sucede, no lo podemos saber. Es un misterio que sobrepasa todo lo natural y todo entendimiento, tambin el entendimiento de los ngeles en el cielo; slo Dios lo conoce y comprende. Y como es incomprensible para nosotros y sin embargo del todo cierto, no nos cuadra negar estas palabras de Jess, a menos que podamos comprobar de manera fehaciente que el cuerpo de Cristo no puede estar en absoluto all donde est Dios, y que tal modo de ser (tal presencia) es una ficcin. Incumbira a los fanticos comprobarlo! Pero se abstendrn de hacerlo. Con esto no quiero negar que Dios tenga y conozca otros modos ms cmo el cuerpo de Cristo est en un lugar. Slo quiero indicar cuan estpidos son nuestros fanticos al no conceder al cuerpo de Cristo ms que el modo de ser primero, inteligible. Pero ni siquiera pueden comprobar que este primer modo est en pugna con nuestro entendimiento. Yo por mi parte no abrigo la menor duda de que Dios en su poder ilimitado puede hacer que un cuerpo est simultneamente en distintos lugares, aun en forma corporal y comprensible. Quin querr demostrar que Dios es incapaz de ello? Quin vio jams un lmite en su poder? Verdad es que los fanticos tienen un concepto tan bajo de Dios; pero quin dar crdito al pensamiento de estos hombres, y con qu argumentos confirmarn ellos su opinin? Esto es lo que expresa Lutero. De las palabras de Lutero que acabamos de mencionar se desprende tambin qu sentido se da en nuestras iglesias al trmino espiritualmente cuando se usa en este contexto. Pues los sacramentarios entienden por espiritual nada ms que la comunin espiritual que resulta cuando los verdaderos creyentes son incorporados por fe, mediante el Espritu, en Cristo el Seor, llegando a ser verdaderos miembros espirituales de su cuerpo. Pero cuando Lutero o nosotros usamos la palabra espiritual en esa materia, entendemos con ella la manera espiritual, sobrenatural, celestial en que Cristo est presente en la santa cena, obrando no slo consuelo y vida en los creyentes, sino tambin juicio en los incrdulos; y rechazamos con ella (con la palabra espiritual) el concepto capernatico de una presencia

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grosera y carnal que los sacramentarios atribuyen tan tercamente a nuestras iglesias, pese a nuestras repetidas protestas pblicas. Y en ese sentido decimos tambin (y en ese sentido queremos tambin que se entienda la palabra espiritualmente cundo decimos) que el cuerpo y la sangre de Cristo se reciben, se comen y se beben en la santa cena espiritualmente; porque si bien tal participacin se hace con la boca, el modo es espiritual. As es que nuestra fe, en este artculo de la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en la santa cena, se basa en la verdad y omnipotencia del Dios verdadero y omnipotente, nuestro Seor y Salvador Jesucristo. Estos fundamentos son suficientemente fuertes y firmes para robustecer y confirmar nuestra fe en todas las tentaciones que surjan en relacin con este artculo y para desvirtuar y refutar, por otra parte, todos los contra argumentos y objeciones de los sacramentarios, por aceptables y plausibles que parezcan a la razn; y en estos fundamentos el corazn cristiano puede apoyarse con entera confianza. Por lo tanto, de boca y corazn rechazamos y condenamos como absolutamente falsos y engaosos todos los errores que divergen de la doctrina antes mencionada, basada en la palabra de Dios, o se oponen a ella, tales como: Primero, la transubstanciacin papista, cuando se ensea que el pan y el vino consagrados en la santa cena pierden totalmente su substancia y esencia y son cambiados en la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, de modo tal que queda no ms que la mera forma externa del pan y vino, o academia sine subjecto (accidentes sin el sujeto); en la cual forma de pan que sin embargo ya no es pan, puesto que en opinin de los papistas perdi su esencia naturalel cuerpo de Cristo est presente tambin aparte de la administracin de la santa cena, a saber, cuando el pan es encerrado en la pxide o llevado en procesin para ser adorado. Esto lo rechazamos, por cuanto nada puede ser sacramento sin el mandato divino y sin el uso para el cual fue instituido en la palabra de Dios, como ya se indic antes. Segundo, asimismo rechazamos y condenamos todos los dems abusos papistas de este sacramento, ante todo la abominacin del sacrificio de la misa para los vivos y muertos. Tercero, condenamos tambin aquella prctica de administrar a los legos slo una especie del sacramentoel pancontra el expreso mandato y la clara institucin de Cristo. Estos abusos papistas ya han sido refutados detalladamente, mediante la palabra de Dios y los testimonios de la iglesia primitiva, en la Confesin Comn y en la Apologa de nuestras iglesias, en los Artculos de Esmalcalda y en otros escritos de nuestros telogos. Pero como en el presente escrito nos hemos propuesto, ante todo y exclusivamente, manifestar nuestra confesin y explicacin referente a la presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo frente a los sacramentarios algunos de los cuales se introducen en nuestras iglesias cobijndose desvergonzadamente con el nombre de la Confesin de Augsburgocitaremos tambin y enumeraremos aqu especialmente los errores de los sacramentarios, como advertencia a nuestros oyentes, a fin de que stos puedan cuidarse de tales errores. Por lo tanto, de boca y corazn rechazamos y condenamos como absolutamente falsas y engaosas todas las opiniones y doctrinas de los sacramentarios que divergen de la doctrina antes mencionada, basada en la palabra de Dios, o que se oponen a ella. 1. Es falso ensear que las palabras de la institucin no deben ser entendidas sencillamente, en su sentido propio, as como suenan, indicando la presencia real y esencial del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena, sino que debe drseles un significado nuevo, distinto, mediante una interpretacin metafrica; con lo que rechazamos todos los dems errores y las opiniones, a menudo contradictorias, que los sacramentarios tienen a ese respecto en rica y variada abundancia. 394

2. Es falso negar la participacin oral (el comer y beber con la boca) del cuerpo y la sangre de Cristo en la santa cena, y ensear que en la santa cena se recibe el cuerpo de Cristo slo espiritualmente, por medio de la fe, de modo que nuestra boca recibe en la santa cena nada ms que pan y vino. 3. Es tambin falso ensear que el pan y el vino en la santa cena no son ms que distintivos mediante los cuales los cristianos han de reconocerse unos a otros, o 4. que son meras figuras, smbolos o representaciones del muy distante cuerpo de Cristo, lo que significara que el cuerpo ausente de Cristo con sus mritos viene a ser el alimento espiritual de nuestra alma, as como pan y vino son alimentos materiales, externos, de nuestro cuerpo. 5. Es falso, adems, ensear que el pan y el vino son meros smbolos o seales conmemorativas del ausente cuerpo de Cristo, que cual prendas visibles, externas, nos dan la seguridad de que la fe, al desprenderse de la santa cena y elevarse por sobre todos los cielos, participa all del cuerpo y la sangre de Cristo tan verdaderamente como aqu en la santa cena recibimos con la boca las seales externas; y que la confirmacin y el robustecimiento de nuestra fe se efecta en la santa cena no por el cuerpo y la sangre de Cristo, realmente presentes y entregados a nosotros, sino exclusivamente por las seales externas. 6. Es falso ensear que en la santa cena se comunica y distribuye el poder, efecto y mrito del cuerpo muy ausente de Cristo a la fe sola, y que de esta manera participamos de su cuerpo ausente; y que, del modo recin mencionado, por la unin sacramental debe entenderse una analoga entre la seal y la cosa sealada, a la manera como hay cierta analoga o similitud entre el pan y el vino (por una parte) y el cuerpo y la sangre de Cristo (por la otra). 7. Es falso ensear que el cuerpo y la sangre de Cristo se reciben exclusivamente de una manera espiritual, por la fe. 8. Es falso ensear que a raz de su ascensin a los cielos, Cristo (con su cuerpo) est encerrado y circunscrito en un determinado lugar en los cielos de manera tal que no puede ni quiere estar real y esencialmente presente con su cuerpo en la santa cena, que segn la institucin de Cristo se celebra aqu en la tierra, sino que l est tan alejado y distante de ella (la santa cena) como dista el cielo de la tierra. En efecto, esto lo sostienen algunos de los sacramentarios, quienes para corroborar su error tergiversaron deliberada y maliciosamente las palabras de Hechos 3:21: Oportet Christum coelum accipere, quiere decir, es preciso que Cristo ocupe el cielo, poniendo en su lugar: Oportet Christum coelo cap, quiere decir, es preciso que Cristo sea encerrado y circunscrito en el cielo de manera tal que en modo alguno puede o quiere estar con nosotros aqu en la tierra con su naturaleza humana (Hch. 3:21). 9. Es falso ensear que Cristo no quiso ni pudo prometer y llevar a efecto la presencia real y esencial de su cuerpo y sangre en la santa cena, por cuanto (segn dicen) la manera de ser y las propiedades de la naturaleza humana que Cristo asumi no toleran ni admiten tal cosa. 10. Es falso ensear que lo que hace presente al cuerpo de Cristo en la santa cena es no slo la palabra y omnipotencia de Cristo, sino la fe. A raz de esta falsa enseanza, algunos hasta omiten las palabras de la institucin en la administracin de la santa cena. Pero si bien se censura y rechaza fundadamente la consagracin papista, en la cual se atribuye a la palabra del sacerdote el poder de hacer el sacramento, por otra parte no pueden ni deben omitirse por ningn motivo las palabras de la institucin al administrarse la santa cena, como se desprende de lo anteriormente dicho. 11. Es falso ensear que los creyentes no deben buscar (segn la institucin de Cristo) el cuerpo del Seor en el pan y el vino de la santa cena, sino que del pan de la santa cena deben ser

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dirigidos con su fe hacia el cielo, al lugar donde est Cristo con su cuerpo, para que all participen de l. 12. Rechazamos tambin la falsa enseanza de que los cristianos incrdulos, impenitentes y malos, que llevan el nombre de Cristo, pero que carecen de la fe verdadera, viva y salvadora, reciben en la santa cena no el cuerpo y la sangre de Cristo, sino solamente pan y vino. Y como en este banquete celestial hay slo dos clases de huspedes, dignos e indignos, rechazamos tambin la diferenciacin entre los indignos que algunos hacen, afirmando que los epicreos impos y blasfemadores de la palabra de Dios que se hallan en la comunin externa de la iglesia (en la iglesia visible) no reciben el cuerpo y la sangre de Cristo para juicio al tomar la santa cena, sino que reciben solamente pan y vino. 13. Rechazamos como falsa la enseanza de que la dignidad consiste no slo en la verdadera fe, sino tambin en la preparacin personal de la persona. 14. Rechazamos tambin como falsa la enseanza de que pueden recibir el sacramento para su juicio, como huspedes indignos, aun aquellos fieles que poseen y conservan la fe genuina, verdadera y viva, pero que carecen de la antes mencionada preparacin personal y adecuada. 15. Asimismo rechazamos como falsa la enseanza de que deben ser adorados los elementos, vale decir, las especies o formas visibles del pan y vino consagrados. En cambio, ninguno que no sea un hereje arriano podr y querr negar que Cristo mismo, verdadero Dios y hombre, presente en la santa cena real y esencialmente, debe ser adorado en espritu y en verdad, tanto en el correcto uso de la santa cena como tambin en todo lugar, y especialmente en la congregacin de los fieles. 16. Rechazamos y condenamos tambin todas las cuestiones y expresiones impertinentes, frvolas y blasfemas que hablan de los sobrenaturales y celestiales misterios de la santa cena de un modo grosero, carnal y capernatico. En la precedente declaracin se reprueban y rechazan otras anttesis o enseanzas falsas ms, que para mayor brevedad no sern repetidas aqu; y si hay otras opiniones condenables y errneas, adems de las antes mencionadas, ellas podrn ser discernidas y enumeradas fcilmente a base de la exposicin que antecede; pues rechazamos y condenamos todo lo que no concuerda con la doctrina antes mencionada, bien fundada en la palabra de Dios, o que se opone a ella.

VIII. LA PERSONA DE CRISTO Entre los telogos que se adhirieron a la Confesin de Augsburgo surgi tambin una disensin acerca de la persona de Cristo. Sin embargo, en realidad no fueron ellos los que iniciaron esa controversia, sino que la misma tuvo su origen entre los sacramntanos. En efecto: Despus que el Dr. Lutero haba reafirmado, en contra de lo que sostenan los sacramentarios, la presencia real y esencial del cuerpo y de la sangre de Cristo en la santa cena, aportando para ello slidos argumentos basados en las palabras con que el Seor la instituy, los zwinglianos le objetaron: Si en la santa cena, el cuerpo de Cristo est presente simultneamente en el cielo y en la tierra, no puede ser un cuerpo humano real y verdadero; pues tal majestad, decan, es propia de Dios solamente; al cuerpo de Cristo le falta la capacidad para ello. El Dr. Lutero rechaz esta objecin y la refut en forma terminante, como lo evidencian sus escritos didcticos y polmicos, a los cuales, al igual que a sus escritos doctrinales, damos aqu nuestra aprobacin pblica. No obstante, despus de la muerte de Lutero, algunos telogos de confesin augsburguiana, si bien an no queran dar el paso de declararse abierta y 396

expresamente de acuerdo con lo que los sacramentarios enseaban en cuanto a la santa cena del Seor, sin embargo adujeron y usaron los mismos argumentos bsicos respecto de la persona de Cristo con que los sacramentarios intentaron remover de la cena del Seor la presencia real y esencial de Cristo, a saber: Que a la naturaleza humana en la persona de Cristo no se le deba atribuir nada que sobrepasara sus propiedades naturales y esenciales, o que fuera contrario a ellas. Adems de esto, achacaron a la doctrina del Dr. Lutero y a todos los que se adhieren a ella como expresin fiel de la palabra de Dios, la casi totalidad de las monstruosas herejas de antao. Con el objeto de aclarar esta disensin de una manera cristiana, conforme a la palabra de Dios, y guindonos por el Credo Apostlico, y para zanjarla completamente, por la gracia de Dios, expondremos a continuacin nuestra unnime enseanza, fe y confesin: 1.Creemos, enseamos y confesamos que si bien el Hijo de Dios ha sido desde la eternidad una persona divina particular, distinta e ntegra, y por ende Dios verdadero, esencial y perfecto junio con el Padre y el Espritu Santo; no obstante, cuando vino el cumplimiento del tiempo, asumi tambin la naturaleza humana en la unidad de su persona, no de manera que ahora existieran dos personas o dos Cristos, sino de manera tal que Cristo Jess es ahora, en una sola persona y simultneamente, verdadero y eterno Dios, engendrado del Padre en la eternidad, y verdadero hombre, nacido de la muy bendita virgen Mara, como est escrito en Romanos 9:5: De los cuales, segn la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. 2. Creemos, enseamos y confesamos que en esta nica e indivisa persona de Cristo hay ahora dos naturalezas distintas, a saber: La naturaleza divina, que existe desde la eternidad, y la naturaleza humana, que fue asumida en el tiempo en la unidad de la persona del Hijo de Dios. Estas dos naturalezas en la persona de Cristo jams se separan una de otra ni se mezclan una con otra, ni tampoco se transmutan la una en la otra, sino que por toda la eternidad, cada una permanece con su naturaleza y esencia dentro de la persona de Cristo. 3. Creemos, enseamos y confesamos adems que las dos naturalezas mencionadas subsisten sin mezclarse y sin abolirse mutuamente, cada una en su naturaleza y esencia, de modo que cada una de ellas retiene sus propiedades naturales y esenciales y no las depone por toda la eternidad; ni tampoco las propiedades esenciales de la una naturaleza se convertirn jams en propiedades esenciales de la otra. 4. Asimismo creemos, enseamos y confesamos que las siguientes propiedades: El ser todopoderoso, eterno, infinito, ubicuo; el estar presente por s mismo naturalmente, es decir, segn las propiedades de la naturaleza y su esencia natural, y el saber todas las cosas: Que stas son propiedades esenciales de la naturaleza divina, que no llegarn a ser por siempre jams propiedades esenciales de la naturaleza humana; 5. Y que por otra parte: El ser una criatura corporal, el ser carne y sangre, finito y circunscrito, padecer, morir, ascender y descender, desplazarse de un lugar a otro, padecer hambre, sed, fro, calor y cosas semejantes, son propiedades de la naturaleza humana, que jams se hacen propiedades de la naturaleza divina. 6. Tambin creemos, enseamos y confesamos que una vez ocurrida la encarnacin, no es que cada naturaleza en Cristo subsista por s misma de suerte que cada una sea o constituya una persona por separado, sino que estn unidas de un modo tal que forman una persona sola en la cual existen y subsisten simultnea y personalmente tanto la naturaleza divina como la asumida naturaleza humana. Esto quiere decir que ahora, despus de la encarnacin, pertenecen a la persona ntegra de Cristo no slo su naturaleza divina, sino tambin la naturaleza humana que l asumi; y quiere decir adems que as como la persona de Cristo o el Hijo de Dios encarnado, es decir, la persona del Hijo de Dios que asumi la carne y se hizo hombreas como esta persona 397

no es completa sin su divinidad, as tampoco lo es sin su humanidad. Por lo tanto, Cristo no est constituido por dos personas distintas, sino que es una persona sola, no obstante el hecho de que en l se encuentren dos naturalezas distintas, no mezcladas en su esencia y propiedades naturales. 7. Igualmente creemos, enseamos y confesamos que la naturaleza humana que Cristo asumi no slo posee y retiene sus propiedades naturales y esenciales, sino que ms all de ello, en virtud de la unin personal con la divinidad, luego mediante la glorificacin, ha sido exaltada a la diestra de la majestad, poder y seoro, y sobre todo nombre que se nombra, no slo en este siglo, sino tambin en el venidero. (Cf. Ef. 1:21.) 8. A propsito de la majestad a la cual Cristo ha sido exaltado segn su humanidad: Tal exaltacin y majestad la recibi no a partir de su resurreccin de entre los muertos y ascensin al cielo, sino en el instante en que fue concebido en el seno materno y hecho hombre, o sea, cuando se produjo la unin personal entre la naturaleza divina y la humana. 9. Sin embargo, dicha unin personal no debe entenderse en el sentido como la malinterpretan algunos, a saber, que la unin de las dos naturalezas, la divina y la humana, es como la de dos tablas unidas con cola, de modo que realiter, es decir, de hecho y en verdad, no existe absolutamente ninguna comunin entre ellas. Pues ste ha sido el error y la hereja de Nestorio y de Pablo de Samosata, los cuales, como lo atestiguan Suidas y Teodoro, presbtero de Rhaitu, ensearon y sostuvieron que las dos naturalezas no tienen ninguna clase de comunin entre s. Con esto se separa la una naturaleza de la otra y se crean dos Cristos, de manera que Cristo es uno, y el Verbo de Dios que habita en Cristo, es otro. As, en efecto, escribe el presbtero Teodoro: En los mismos tiempos en que vivi tambin el hereje Manes, un tal Pablo, oriundo de Samosata, pero a la sazn obispo de Antioqua en Siria, ense que el Seor Cristo no era ms que un mero hombre en el cual habitaba Dios el Verbo tal como lo haca en cualquiera de los profetaslo cual es una enseanza del todo impa. Consecuentemente, aquel obispo Pablo sostena tambin que la naturaleza divina y la humana estn separadas y apartadas una de otra, y que no tienen inter comunin alguna en Cristo, tal como si Cristo fuese uno, y Dios el Verbo que habita en l, fuese otro. En contra de esta hereja condenada, la iglesia cristiana ha credo y sostenido con toda sencillez, siempre y en todo tiempo, que la unin de la naturaleza divina y la humana en la persona de Cristo es de ndole tal que ambas tienen una comunin verdadera entre s, a raz de la cual las dos naturalezas se mezclan no en una esencia sino (como escribe el Dr. Lutero) en una persona. En atencin a esta unin y comunin personal, los antiguos doctores de la iglesia, tanto antes del Concilio de Calcedonia como tambin despus del mismo, han hecho uso frecuente del trmino mezcla, en buen sentido y con diferenciacin correcta. Si fuere necesario, se pueden aducir en prueba de ello muchos testimonios de los Padres, que figuran tambin profusamente en los escritos de los autores nuestros. En dichos testimonios se explica la unin y comunin personal mediante la ilustracin del cuerpo y del alma y de un hierro candente. Pues el cuerpo y el alma, al igual que el fuego y el hierro, tienen entre s una comunin no como un modo de hablar, o de palabra, sino de hecho y en verdad. Y sin embargo, con esto no se introduce una mezcla o igualacin de las naturalezas, como cuando de agua y miel se hace hidromel que ya no es agua y miel por separado sino una bebida mezclada; con tales procesos, la comunin de la naturaleza divina y la humana en la persona de Cristo no tiene parecido alguno. Pues la unin y comunin entre la naturaleza divina y la humana en la persona de Cristo es una unin y comunin muy diferente, mucho ms sublime, y enteramente inefable. A causa de esta unin y comunin, Dios es hombre, y el hombre es Dios, sin que por ello resulten mezcladas ni las dos naturalezas ni sus propiedades, sino que cada una retiene su esencia y sus propiedades.

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A esta unin personal, que no puede ser concebida ni existir sin aquella comunin verdadera de las dos naturalezas, se debe el hecho de que la que padeci por los pecados de todo el mundo no fue la mera naturaleza humana, a la cual le es propio el padecer y morir, sino que fue verdaderamente el Hijo de Dios mismo, si bien segn su asumida naturaleza humana, quien padeci y quien (como lo confesamos en el Credo Apostlico) muri verdaderamente, aunque la naturaleza divina no puede padecer ni morir. As lo explic en forma detallada el Dr. Lutero en su Confesin Mayor Acerca de la Santa Cena refutando la blasfema alloeosis de Zwinglio, quien haba enseado que una naturaleza debe lomarse y entenderse por la oir, enseanza que Lutero conden a lo ms hondo del infierno por tratarse de un artificio del diablo. Es por esta razn que los antiguos doctores de la iglesia, a los efectos de aclarar este misterio, combinaron los dos trminos, comunin y unin, y explicaron lo uno por medio de lo otro. Ireneo, Libro 4, cap. 3; Atanasio, en su Carta a Epicteto; Hilario, Sobre la Trinidad, libro 9; Basilio y Gregorio de Nisa, en TeodoreW, Juan Damasceno, Libro III, cap. 19. A base de esta unin y comunin de la naturaleza divina y la humana en Cristo confesamos, enseamos y creemos tambin, conforme al Credo Apostlico, lo que se dice respecto de la majestad que posee Cristo a la diestra del omnipotente poder de Dios, y que es inherente a dicha majestad, todo lo cual no existira ni podra existir si a su vez esa unin y comunin de las naturalezas en la persona de Cristo no existiera de hecho y en verdad. Y es por causa de esta unin y comunin de las naturalezas que la muy bendita virgen Mara dio a luz no a un mero hombre, sino a un hombre tal que es verdaderamente el Hijo del Dios altsimo, segn el testimonio dado por el ngel. Este Hijo de Dios manifest su majestad divina incluso en el seno de su madre, al nacer de una virgen sin que por ello quedara violada la virginidad de la misma, por lo cual Mara es verdaderamente la madre de Dios, y no obstante permaneci virgen. En virtud de aquella unin y comunin de las naturalezas, Cristo obr tambin todos sus milagros y manifest esa su majestad divina segn su beneplcito, cundo y como quera, y por ende no slo despus de su resurreccin y ascensin al cielo, sino aun en su estado de humillacin, como por ejemplo en las bodas en Cana de Galilea (Jn. 2:1-11), y a los doce aos de edad en medio de los doctores de la ley (Lc. 2:41-52); igualmente, en el huerto donde con una sola palabra hizo caer a tierra a sus adversarios (Jn. 18:6), lo mismo que en su muerte, pues no simplemente muri como otro hombre cualquiera, sino que con su muerte y en ella derrot al pecado, a la muerte, al diablo, al infierno y a la condenacin eterna, cosa que la naturaleza humana sola no habra sido capaz de hacer si no hubiera tenido esa unin y comunin personal con la naturaleza divina. De ah le viene tambin a la naturaleza humana, despus de la resurreccin de entre los muertos, esa exaltacin por sobre todo lo creado en el cielo y en la tierra, la cual no es otra cosa que esto: Que Cristo depuso totalmente la forma de siervo, sin deponer, no obstante, su naturaleza humana, la cual l retiene por toda la eternidad; y que adems fue puesto en posesin y uso plenos de la majestad divina segn la naturaleza humana que asumi, majestad que sin embargo posea ya en el mismo instante de su concepcin en el seno materno, despojndose empero de la misma segn el testimonio del apstol (Fil. 2:7), y, como expone el Dr. Lutero, mantenindola oculta en su estado de humillacin, usndola no en lodo momento sino solamente cuando quera. Mas ahora, despus de haber ascendido al cielo, no simplemente como otro santo cualquiera, sino por encima de todos los cielos para llenarlo todo en forma verdadera, como lo atestigua el apstol (Ef. 4:10) ahora l gobierna tambin, presente en todas partes, no slo como Dios sino tambin como hombre, de un mar al otro y hasta los confines de la tierra, como lo predijeron los profetas y lo atestiguan los apstoles (Sal. 8:1, 6; 93:1; Zac. 9:10), quienes 399

declaran que el Seor les ayud en todas partes confirmando la palabra de ellos con las seales que la seguan (Mr. 16:20). Esto no ocurri empero como un modo de actuar terrenal, sinoy as lo explic el Dr. Luterocomo un modo de actuar terrenal, de la diestra de Dios, que no es un lugar determinado en el cielo, como alegan los sacramentarios sin poder aducir para ello ninguna prueba de la Sagrada Escritura; antes bien, no es otra cosa que el poder omnipotente de Dios que llena el cielo y la tierra, poder en el cual Cristo fue instalado de hecho y en verdad, en cuanto a su humanidad, sin mezcla ni igualacin de las dos naturalezas respecto de su esencia y de sus propiedades esenciales. En virtud de este poder que le fue comunicado, segn las palabras de su testamento, l puede estar y en efecto est verdaderamente presente con su cuerpo y sangre en la santa cena a la cual l nos remite, presencia que no es posible para hombre alguno, dado que ningn hombre fue unido de tal modo con la naturaleza divina ni instalado en tal omnipotente y divina majestad y poder mediante y en la unin personal de las dos naturalezas en Cristo, sino sola y nicamente Jess, el Hijo de Mara, en el cual estn unidas personalmente la naturaleza divina con la humana, de modo que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Ni tampoco puede hombre alguno tener en tal unin personal una tan sublime, ntima e inefable comunin, de la cual se asombran incluso los ngeles, quienes, como asevera San Pedro, anhelan mirarla con gozo y alegra (1 P. 1:12). En un prrafo ulterior se presentar de todo esto una aclaracin por orden y algo ms detallada. De esta verdad fundamental que acabamos de mencionar al explicar la unin personal, vale decir, de esta manera como estn unidas en la persona de Cristo la naturaleza divina con la humana, de modo tal que no slo comparten el nombre, sino que tambin tienen comunin entre s, de hecho y en verdad, sin que una se mezcle con la otra ni se iguale en su esencia con la otra de esta manera como estn unidas en la persona de Cristo las dos naturalezas, emana tambin la doctrina de communicatione idiomatum, esto es, la doctrina acerca de la comunin verdadera de las propiedades de las dos naturalezas, como se expondr con mayor amplitud en prrafos posteriores. En efecto: Puesto que es un hecho indubitable que cada naturaleza retiene las propiedades que le son esenciales, y que estas propiedades no son separadas de la naturaleza y volcadas en la oir naturaleza, como se vuelca agua de un recipiente en otro: As tampoco podra existir ni subsistir comunin alguna de propiedades si no existiera verdaderamente la antes mencionada unin o comunin personal de las dos naturalezas en la persona de Cristo. Despus del artculo de la Santa Trinidad es ste el ms grande misterio en el cielo y en la tierra, segn las palabras de Pablo: Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne (1 Ti. 3:16). Y si el apstol Pedro por su parte testifica con palabras claras que tambin nosotros, en quienes habita Cristo solamente por su gracia, somos participantes con Cristo de la naturaleza divina (2 P. 1:4) por causa de aquel sublime misterio, qu comunin con la naturaleza divina no habr de ser aquella de que habla el apstol diciendo que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9) de modo que Dios y hombre son una sola persona? Es de suma importancia empero que a esta doctrina de la comunin de las propiedades, se la trate y explique con las diferenciaciones correspondientes, puesto que las propositiones o praedicationes, vale decir, los modos de hablar acerca de la persona de Cristo, sus naturalezas y propiedades, no son todos uniformes, y si se habla de ello en forma indiscriminada, la doctrina se torna confusa, y el lector simple fcilmente es inducido a error. Por esto conviene tomar buena nota de la siguiente exposicin, que para facilitar el entendimiento puede resumirse en tres puntos principales.

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Primero: Consta que en Cristo existen y permanecen dos naturalezas distintas, no transmutadas ni mezcladas en cuanto a su esencia y propiedades naturales, y consta tambin, por otra parte, que ambas naturalezas conforman una sola persona. Por lo tanto, aquello que de hecho es propiedad de una sola naturaleza, no se atribuye a esta naturaleza sola, como por separado, sino a la persona ntegra, que es a la vez Dios y hombre (sea que se le llame Dios, u hombre). Pero de esta forma de hablar no se sigue que lo que se atribuye a la persona, sea al mismo tiempo propiedad de ambas naturalezas por igual, sino que se hace una aclaracin discriminatoria en la que se explica segn cul de las naturalezas se atribuye a la persona una determinada propiedad. De ah que se diga: El Hijo de Dios naci de la simiente de David segn la carne (Ro. 1:3), y Cristo fue muerto en la carne y ha padecido por nosotros en la carne (1 P. 3:18 y 4:1). Mas como las palabras, en que se dice que lo que es propio de una de las dos naturalezas se atribuye a la persona entera, son usadas por los sacramentarios encubiertos y manifiestos para ocultar bajo ellas su pernicioso error consistente en que si bien nombran a la persona entera, no obstante entienden con ello una sola de las naturalezas con exclusin total de la otra, como si hubiera sido la mera naturaleza humana la que padeci por nosotrostal como lo expuso el Dr. Lulero en su Confesin mayor acerca de la santa cena al referirse a al alloeosis de Zwinglio citaremos a continuacin las propias palabras del Dr. Lutero, a fin de que la iglesia de Dios quede preservada de la mejor manera posible de dicho error. Estas son sus palabras: Zwinglio llama alloeosis si se afirma de la divinidad de Cristo algo que corresponde a su naturaleza humana, o viceversa, por ejemplo, en el captulo 24 de Lucas: 'No era necesario que el Cristo padeciera, y que entrara en su gloria?' Cudate, cudate, digo, de la alloeosis; es la mscara del diablo porque construye finalmente un Cristo segn el cual yo no quisiera ser un cristiano, es decir, que Cristo no es ni hace ms con su pasin y vida que otro simple santo. Pues si creo que slo la naturaleza humana ha padecido por m, entonces Cristo es para m un mal salvador que necesitara l mismo tambin de un salvador. En breve, es indescriptible lo que el diablo busca con la alloeosis. Y un poco ms adelante: Si la vieja bruja, doa Razn, la abuela de la alloeosis, dijera que la divinidad no puede padecer ni morir, debes contestar: Es cierto; pero, sin embargo, por ser la divinidad y la humanidad en Cristo una sola persona, la Escritura a causa de tal unidad personal atribuye tambin a la divinidad todo lo que sucede a la humanidad, y viceversa. Y en realidad es as. En efecto, esto lo debes admitir: La persona (sealando a Cristo) padece y muere. Ahora la persona es Dios verdadero, por ello es correcto decir: El Hijo de Dios padece. Aunque la una parte (por decir as) como divinidad no sufre, no obstante padece la persona que es Dios, en la otra parte, es decir, en la humanidad. En realidad el Hijo de Dios es crucificado por nosotros, es decir, la persona, que es Dios; pues ella, digo, ella, la persona, es crucificada segn la humanidad. Y nuevamente, en uno de los prrafos siguientes: Pues si es que la alloeosis existe, como aduce Zwinglio, Cristo tendr que sor dos personas, una divina y una humana, ya que los pasajes de la pasin los refiere solamente a la naturaleza humana excluyndolos completamente de la divinidad. Donde las obras son divididas y separadas, tambin la persona ha de ser dividida, porque toda obra o pasin es atribuida no a las naturalezas sino a la persona. Es la persona que todo lo obra y sufre, una vez segn esta naturaleza y la otra, segn aqulla, cosas todas que las personas doctas bien las saben. Por consiguiente, consideramos a nuestro Seor Cristo como Dios y hombre en una persona: No mezclando las naturalezas y no dividiendo la persona. En el mismo sentido se expresa el Dr. Lutero en su obra Los Concilios y la Iglesia: Esto hemos de saberlo los cristianos: Cuando Dios no est en la balanza para hacer peso, nos hundimos con nuestro platillo. Con esto quiero decir lo siguiente: Si no es verdad la afirmacin 401

de que Dios muri por nosotros, sino slo un hombre, estamos perdidos. Mas si la muerte de Dios y 'Dios sufri la muerte' est en el platillo, ste baja y nosotros subimos como un platillo liviano y vaco. Mas l puede volver a subir o saltar de su platillo. Pero no podra estar en el platillo a menos que se hiciera un hombre igual a nosotros, de modo que se pueda afirmar que Dios muri, y hablar de la pasin de Dios, su sangre y muerte. Pues Dios en su naturaleza no puede morir, pero estando unidos Dios y hombre en una sola persona, bien puede hablarse de la muerte de Dios cuando muere el hombre que con Dios es una sola cosa o una persona. Hasta aqu llega la cita de Lulero. De ella se desprende que es un error decir o escribir que las locuciones precedentes (Dios padeci, Dios muri) sean simples palabras que no expresan una realidad concreta. Pues el Credo Apostlico que confesamos es prueba de que el Hijo de Dios, hecho hombre, padeci y muri por nosotros y nos redimi con su sangre. Segundo: En lo concerniente al ejercicio de su oficio por parte de Cristo, la verdad es la siguiente: La persona acta y opera no en, con, mediante o segn una naturaleza sola, sino en, segn, con y mediante ambas naturalezas, o como lo expresa el Concilio de Calcedonia: Una naturaleza obra en comunin con la otra lo que es propiedad individual de cada una. Consecuentemente, Cristo es nuestro Mediador, Redentor, Rey, Sumo Sacerdote, Cabeza, Pastor, etc., no segn una naturaleza sola, ya sea la divina o la humana, sino segn ambas naturalezas doctrina sta que se expone con ms detalles en otro lugar. Tercero: Un asunto muy distinto es, sin embargo, cuando se pregunta, habla o trata acerca de si entonces, las dos naturalezas unidas en la persona de Cristo no poseen algo diferente o algo ms que sus propiedades naturales y esenciales nicamente; (pues que las poseen y las retienen, ya fue mencionado antes). Comencemos por la naturaleza divina de Cristo: Puesto que en Dios no hay mudanza, como afirma Santiago (Stg. 1:17), nada se quit ni se aadi a su naturaleza divina en cuanto a su esencia y propiedades mediante la encarnacin; a raz de sta, la naturaleza divina experiment en s o de por s ni mengua ni aumento. Mas en lo tocante a la naturaleza humana asumida en la persona de Cristo, hubo, s, quienes queran argir que sta, aun en la unin personal con la divinidad, no posee nada diferente ni nada ms que sus solas propiedades naturales y esenciales, por las cuales es igual en todo a sus hermanos; y que por tal razn, no se debe ni se puede atribuir a la naturaleza humana en Cristo nada que sea superior o contrario a sus propiedades naturales, pese a los testimonios en tal sentido que se hallan en la Escritura. Sin embargo, la falsedad e incorreccin de esta opinin resulta tan evidente a base de lo que dice la palabra de Dios, que los mismos secuaces de quienes la sostuvieron, ahora censuran y rechazan este error. Pues tanto la Sagrada Escritura como los antiguos Padres, basndose en ella, atestiguan en forma incontrastable que la naturaleza humana en Cristo, a causa y por el hecho de haber sido unida personalmente con la naturaleza divina de Cristo, y glorificada y exaltada a la diestra de la majestad y el poder de Dios una vez depuestos su forma de siervo y su estado de humillacin, recibi tambin ciertas prerrogativas y excelencias adicionales, y que sobrepasaban sus propiedades naturales, esenciales y permanentes, a saber: Prerrogativas y excelencias especiales, sublimes, grandes, sobrenaturales, inescrutables y celestiales de majestad, gloria, poder y seoro sobre todo nombre que se nombra, no slo en este siglo sino tambin en el venidero (Ef. 1:21). De ah resulta que en el ejercicio del oficio de Cristo, la naturaleza humana en Cristo es usada juntamente con la divina, en su medida y a su manera, teniendo tambin su poder y eficacia, no slo a base de y conforme a sus propiedades naturales y esenciales o slo hasta donde alcanza la capacidad de las mismas, sino ante todo a base de y conforme a la majestad, gloria, poder y seoro que recibi por medio de la unin, glorificacin y exaltacin personales. Y todo esto, hoy da ni siquiera los adversarios pueden o deben negarlo. Lo nico que 402

les queda es entregarse a discusiones y contiendas afirmando que no se trata ms que de dones creados o propiedades finitas como en el caso de los santos, que la naturaleza humana en Cristo recibi como donacin y adorno. Adems, partiendo de sus propios pensamientos y empleando sus propios razonamientos y demostraciones, intentan medir y calcular de qu puede o debe ser capaz o incapaz la naturaleza humana en Cristo sin quedar aniquilada. Pero la mejor, ms acertada y ms segura va a seguir en esta controversia es admitir lo siguiente: Nadie puede saber mejor o ms a fondo que el Seor Cristo mismo qu es lo que Cristo recibi, segn la asumida naturaleza humana, por medio de la unin, glorificacin y exaltacin personales, ni de qu es capaz su asumida naturaleza humana ms all de las propiedades naturales de la misma, y sin quedar aniquilada. El mismo Cristo empero nos lo ha revelado en su palabra hasta donde nos es necesario saberlo en esta vida. Aquello, pues, para lo cual la Escritura nos da testimonios claros y seguros respecto del caso que nos ocupa, hemos de creerlo con toda sencillez y de ningn modo presentar argumentos en contra, como si la naturaleza humana en Cristo no fuese capaz de ello. Ahora bien: Es correcto y cierto lo que se dice con respecto a los dones creados que fueron dados y comunicados a la naturaleza humana en Cristo, a saber: Que la naturaleza humana posee estos dones en s o de por s. Sin embargo, dichos dones an no alcanzan para explicar y obtener la majestad que la Escritura, y los antiguos Padres que se basaron en la Escritura, atribuyen a la naturaleza humana asumida en la persona de Cristo. En efecto: Dar vida, tener toda potestad para juzgar y gobernar en el cielo y en la tierra, tenerlo todo en sus manos, tenerlo todo sometido bajo sus pies, limpiar de pecados, etc., no son dones creados, sino propiedades divinas, infinitas, que no obstante fueron dadas y comunicadas al hombre Cristo, segn declaraciones de la Escritura (Jn. 5:21, 27; 6:39-40; Mt. 28:18; Dn. 7:14; Jn. 3:13, 35; 13:3; Mt. 11:27; Ef. 1:22; He. 2:8; 1 Co. 15:27; Jn. 1:3, 10). Y que tales declaraciones han de entenderse no como una frase o modo de hablar, es decir, como meras palabras, aplicables a la persona de Cristo segn la naturaleza divina solamente, sino segn la naturaleza humana que asumi, lo comprueban los tres argumentos y razones concluyentes e irrefutables que siguen a continuacin. 1. En primer lugar, es una regla aceptada unnimemente por la antigua iglesia ortodoxa entera que lo que Cristo recibi en el tiempo, lo recibi as lo atestigua la Sagrada Escritura no segn la naturaleza divina (pues segn sta, lo posee todo desde la eternidad), sino que la persona lo recibi en el tiempo segn la naturaleza humana que asumi. 2. En segundo lugar, la Escritura afirma claramente (Jn. 5:21, 27; 6:39-40), que el poder de dar vida y la autoridad de hacer juicio, le fueron dados a Cristo por cuanto es el Hijo del Hombre y en cuanto tiene carne y sangre. 3. En tercer lugar, la Escritura no habla slo en trminos generales de la persona del Hijo del Hombre, sino que apunta expresamente a la naturaleza humana que asumi al decir en 1 Jn. 1:7 que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, no slo a raz del mrito obtenido por una vez en la cruz, sino que en el pasaje mencionado, Juan habla de que en la obra o el proceso de la justificacin, nos limpia de todos los pecados no slo la naturaleza divina en Cristo sino tambin su sangre de un modo eficaz, es decir, efectivamente. Asimismo, segn Jn. 6:48-58, la carne de Cristo es una comida que confiere vida, declaracin que a su vez llev al Concilio de feso a la conclusin de que la carne de Cristo tiene el poder de dar vida. Respecto de este artculo hay muchos excelentes testimonios ms de la antigua iglesia ortodoxa, citados en otras partes por los autores nuestros.

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Es nuestro deber y obligacin, pues, creer a base de la Escritura que Cristo recibi este poder de dar vida segn su naturaleza humana, y que a esa naturaleza humana asumida en Cristo le fue dado y comunicado tal poder. Pero como ya se dijo antes: Por cuanto las dos naturalezas en Cristo estn unidas de modo tal que la una no est mezclada con la otra ni transmutada en la otra, y que adems, cada una retiene sus propiedades naturales y esenciales de manera que las propiedades de una naturaleza jams llegan a ser las de la otra: Siendo esto as, es preciso tambin aclarar esta doctrina en forma correcta y resguardarla diligentemente contra todo tipo de herejas. Pues bien: En esta materia no ideamos nada nuevo por cuenta propia, sino que aceptamos y reiteramos las declaraciones hechas por la antigua iglesia ortodoxa, basadas slidamente en la Escritura, a saber: Verdad es que aquel poder, vida, seoro, majestad y gloria divinos fueron conferidos a la naturaleza humana asumida en Cristo. Mas no le fueron conferidas a la manera como desde la eternidad el Padre comunic al Hijo segn su naturaleza divina su esencia y todas las propiedades divinas, por lo cual el Hijo es de una misma esencia con el Padre e igual a Dios pues Cristo es igual al Padre slo segn la naturaleza divina; segn la asumida naturaleza humana es menor que el Padre, de lo cual resulta evidente que nosotros no hacemos ninguna mezcla, igualacin o abolicin de las naturalezas en Cristo. Igualmente, tampoco el poder de dar vida est en la carne de Cristo del mismo modo como est en su naturaleza divina, a saber, como una propiedad esencial. Esa comunin o participacin tampoco se produjo en forma tal que las propiedades esenciales o naturales de la naturaleza divina hayan sido infundidas en la naturaleza humana, lo que significara que la humanidad de Cristo ahora posee tales propiedades por s misma y separadas de la esencia divina, o que a raz de ello la naturaleza humana en Cristo depuso del todo sus propiedades naturales y esenciales y se convirti ahora en la divinidad o lleg a ser en y de por s, y gracias a aquellas propiedades comunicadas, igual a la divinidad; o que ahora, las propiedades y operaciones naturales y esenciales de ambas naturalezas y otras similares a ellas han sido rechazadas y condenadas con justa razn, a base de las declaraciones de la Escritura, por los antiguos Concilios reconocidos. De ningn modo debe admitirse conversin ni mezcla ni igualacin alguna de las naturalezas en Cristo o de las propiedades esenciales de las mismas. Asimismo, las palabras comunicacin o comunin que ocurre de hecho y en verdad, jams la entendimos como referencia a ningn tipo de comunin o transfusin en cuanto a esencia y naturaleza, que diera por resultado una mezcla de las naturalezas en su esencia y en las propiedades esenciales de las mismasen efecto, hubo quienes tergiversaron estas palabras y expresiones artera y maliciosamente, y en contra de su propio saber y entender, con el propsito de hacer aparecer como sospechosa a la doctrina correcta. Lo nico que hicimos fue oponer aquellas expresiones a la enseanza de personas que alegaban que la comunin de las propiedades no es ms que meras palabras, ttulos y nombres, en lo cual insistieron con tal tenacidad que no queran admitir ningn otro tipo de comunin. En contra de esto, y para explicar correctamente la majestad de Cristo, es que hemos usado estos trminos para indicar que esta comunin ocurri de hecho y en verdad, pero sin ninguna mezcla de las naturalezas y sus propiedades esenciales. Sostenemos, pues, y enseamos, junto con la antigua iglesia ortodoxa y de acuerdo con la manera como sta explic dicha doctrina a base de la Escritura, que la naturaleza humana en Cristo recibi aquella majestad por va de la unin personal, a saber, por cuanto en Cristo habita toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9), no como en otros hombres santos o en los ngeles, sino corporalmente, como en su propio cuerpo, de modo que brilla con toda su majestad, poder, gloria y eficacia en la asumida naturaleza humana, espontneamente, cundo y como Cristo 404

quiere, ejerciendo, mostrando y ejecutando en, con y mediante ella su poder, gloria y eficacia como el alma en el cuerpo y el fuego en un hierro candente (pues de tales ilustraciones se vali la iglesia antigua entera para aclarar esta doctrina, como ya se puntualiz anteriormente). En el tiempo de la humillacin, esto fue en su mayor parte ocultado y contenido. Ahora en cambio, depuesta ya la forma de siervo, ocurre plena, poderosa y pblicamente ante todos los santos en el cielo y en la tierra; y en la otra vida, tambin nosotros veremos su gloria cara a cara (Jn. 17:24). Por consiguiente, en Cristo hay y permanece una nica omnipotencia, poder, majestad y gloria que es propia de la naturaleza divina solamente, pero que brilla, es ejercida y mostrada en forma plena pero espontnea en, con y mediante la naturaleza humana exaltada que Cristo asumi. Es como en el caso del hierro candente: All no hay dos fuerzas distintas, una para brillar y otra para arder, sino que la fuerza tanto para brillar como para arder es la propiedad del fuego. Pero como el fuego est unido con el hierro, su fuerza para brillar y arder la ejerce y la muestra en, con y mediante el hierro candente, de modo que de ah y por medio de esa unin tambin el hierro candente posee la fuerza para brillar y para arder, sin mutacin de la esencia y de las propiedades naturales del fuego y del hierro. Por eso, aquellos testimonios de la Escritura que hablan de la majestad a que fue exaltada la naturaleza humana en Cristo los entendemos no en el sentido de que esa majestad divina, que es propia de la naturaleza divina del Hijo de Dios, haya que atribursela a Cristo, en la persona del Hijo del Hombre, simple y solamente segn su naturaleza divina; o que esa majestad en la naturaleza humana de Cristo haya de ser de ndole tal que la naturaleza humana de Cristo posee de ella el mero ttulo y nombre de palabra solamente, mas sin tener de hecho y en verdad comunin alguna con ella. Pues de esta manera (dado que Dios es una esencia espiritual indivisible y por ende, presente en todas partes y en todas las criaturas; y en las que est presente, particularmente empero en los creyentes y en los santos en quienes habita, all tiene tambin consigo y junto a s aquella su majestad)de esta manera se podra decir tambin con justa razn que en todas las criaturas y santos en quienes Dios habita, habita toda la plenitud de la Deidad corporalmente (Col. 2:9), estn escondidos todos los tesoros de la sabidura y del conocimiento (Col. 2:3), y les es dada toda potestad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18) por el hecho de que les es dado el Espritu Santo que tiene toda potestad. De este modo no se hara entonces ninguna diferencia entre Cristo segn su naturaleza humana y otros hombres santos, con lo que Cristo quedara despojado de su majestad que l recibi como hombre o segn su naturaleza humana, a diferencia de todas las dems criaturas. En efecto: Ninguna otra criatura, sea hombre o ngel, puede o debe decir: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18), pese a que Dios est presente en los santos con toda la plenitud de la Deidad que tiene consigo en todas partes, ya que no habita corporalmente (Col. 2:9) en ellos ni est unido personalmente con ellos como lo est en Cristo. Pues esta unin personal es la causa por qu Cristo dice tambin segn su naturaleza humana (Mt. 28:18): Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Otros pasajes similares son: Sabiendo Cristo que el Padre le haba dado todas las cosas en su mano (Jn. 13:3); En l habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9); Le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujet todas las cosas, nada dej que no sea sujeto a l (He. 2:7-8), Excepto aquel que sujet a l todas las cosas (1 Co. 15:27). Sin embargo, en modo alguno creemos, enseamos y confesamos un derramamiento de la majestad de Dios y de todas las propiedades de esa majestad sobre la naturaleza humana de Cristo que implique un debilitamiento de la naturaleza divina, o que signifique que la naturaleza divina transfiere algo de lo suyo a otro sin retenerlo para s, o que la naturaleza humana haya recibido en su substancia y esencia una majestad igual, pero separada de la naturaleza y esencia 405

del Hijo de Dios, o distinta, como cuando se transvasa agua, vino o aceite de un recipiente a otro. Pues la naturaleza humana no es capaz, as como tampoco lo es ninguna otra criatura ni en el cielo ni en la tierra, de ser investida de la omnipotencia de Dios hasta el punto de convertirse a su vez en una esencia omnipotente o de poseer en y de por s propiedades omnipotentes; porque esto sera negar la naturaleza humana en Cristo y transmutarla enteramente en la divinidad, cosa que es contraria a nuestra fe cristiana as como tambin a lo que ensearon todos los profetas y apstoles. En cambio creemos, enseamos y confesamos que cuando Dios Padre dio su Espritu a Cristo, su Hijo amado, segn la asumida naturaleza humana (por lo cual se lo llama tambin el Mesas, el Ungido) ste no recibi dicho Espritu en la medida en que los dems santos recibieron los dones espirituales. Pues sobre Cristo el Seor reposa, segn la naturaleza humana que 'asumi (ya que segn la divinidad l es coesencial con el Espritu Santo), el Espritu de sabidura y de inteligencia, de consejo y de poder y de conocimiento (Is. 11:2, comp. 61:1). De ese reposar no resulta empero que Cristo, como hombre, sepa y sea capaz de hacer slo algunas cosas, como saben y son capaces de hacer algunas cosas otros santos por virtud del Espritu de Dios que obra en ellos slo dones creados. Antes bien: Por cuanto Cristo es, segn su divinidad, la Segunda Persona de la Santa Trinidad; y por cuanto de l no menos que del Padre procede el Espritu Santo, el cual por ende es y permanece el propio Espritu de Cristo y del Padre por toda la eternidad, jams separado del Hijo de Dios: Por tanto, a Cristo le fue comunicada, segn la carne que est unida personalmente con el Hijo de Dios, toda la plenitud del Espritu (como dicen los Padres) por medio de aquella unin personal. Esta plenitud del Espritu se muestra y acta, espontneamente, con todas las fuerzas que le son inherentes, en y mediante el hecho de que Cristo no slo sabe algunas cosas y otras no, y que es capaz de hacer algunas cosas y otras no, sino que lo sabe y lo puede hacer todo. Y esto porque el Padre derram sobre l sin medida el Espritu de sabidura y de poder, de modo que Cristo recibi como hombre, a raz de aquella unin personal, toda inteligencia y toda potestad, de hecho y en verdad. De ah que en l estn escondidos todos los tesoros de la sabidura (Col. 2:3), de ah tambin que le haya sido dada toda potestad (Mt. 28:18) y que se le haya sentado a la diestra de la majestad y del poder de Dios (He. 1:3). Por otra parte, las historias dan cuenta de que en tiempos del emperador Valente hubo entre los arranos una secta particular llamada Agnoetas, por la doctrina que haban inventado que el Hijo, el Verbo del Padre, por cierto lo sabe todo, pero que la naturaleza humana por l asumida ignora muchas cosas. Contra esta hereja se dirigi tambin Gregorio Magno"' en alguno de sus escritos. A causa de esta unin personal y la consiguiente comunin que de hecho y en verdad tienen entre s la naturaleza divina y la humana en la persona de Cristo, se le atribuye a Cristo segn la carne algo que su carne de por s no puede ser segn su naturaleza y esencia, y tampoco puede poseer aparte de esa unin, a saber: Que su carne y su sangre son verdaderamente una comida y una bebida que dan vida, como lo atestiguaron los Padres reunidos en el Concilio de Efeso que la carne de Cristo es una carne vivificadora. De ah que este hombre slo, y fuera de l ningn otro ni en el cielo ni en la tierra, pueda decir en verdad: Donde estn dos o tres congregados en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos (Mt. 18:20) y Yo estoy con vosotros todos los das, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20). Y estos testimonios tampoco los entendemos en el sentido de que en nuestra iglesia y congregacin cristiana est presente nicamente la divinidad de Cristo, y que tal presencia no tenga nada que ver con Cristo segn su humanidad, porque entonces, de tener algo que ver, tambin Pedro, Pablo y todos los santos del cielo estaran con nosotros en la tierra, dado que en ellos habita la Deidad que est presente en todas partespese a que esta presencia, la Escritura la 406

atestigua en el solo caso de Cristo, y de ningn otro hombre ms. Lo que s creemos y sostenemos es que con estas antes citadas palabras de la Escritura se hace una declaracin respecto de la majestad del hombre Cristo que l recibi a la diestra de la majestad y el poder de Dios segn su humanidad, a saber, que tambin segn su asumida naturaleza humana, y con ella, Cristo puede estar y en efecto est presente donde le plazca, y ante todo, que l est presente con su iglesia y congregacin en la tierra como su Mediador, Cabeza, Rey y Sumo Sacerdote, presente no a medias ni medio Cristo solamente, sino su persona entera, a la cual pertenecen ambas naturalezas, la divina y la humana, y presente no slo segn su divinidad sino tambin segn y con su asumida humanidad en virtud de la cual l es nuestro hermano, y nosotros, carne de su carne y hueso de sus huesos. Para esto instituy tambin su santa cena: Para darnos la plena seguridad y certeza de que quiere estar con nosotros, habitar en nosotros, obrar y ser eficaz entre nosotros tambin segn la naturaleza conforme a la cual l tiene carne y sangre. Sobre este slido fundamento se bas tambin el Dr. Lutero, de feliz memoria, en lo que escribi acerca de la majestad de Cristo segn su naturaleza humana. En la Confesin Mayor Acerca de la Santa Cena de Cristo se expresa as en cuanto a la persona de Cristo: Empero ya que es un hombre tal que sobrenaturalmente es una persona con Dios y que fuera de este hombre no hay Dios, tiene que deducirse que tambin de acuerdo con el tercer modo sobrenatural, l est y puede estar en lodos los lugares donde est Dios, y que todo enteramente est lleno de Cristo tambin por su naturaleza humana, no de acuerdo con el primer modo corporal y palpable sino segn el modo sobrenatural y divino. En efecto, aqu debes lomar una posicin firme y decir que Cristo segn su divinidad, dondequiera que est, es una persona natural y divina y se encuentra ah tambin de un modo natural y personal, como lo demuestra en forma concluyente su concepcin en el seno de su madre. Si deba ser Hijo de Dios, tena que estar en forma natural y personal en el seno materno y hacerse hombre. Si est de un modo natural y personal dondequiera que est, tendr que ser all tambin hombre, puesto que no hay dos personas divididas sino una sola persona. Dondequiera que est, es la persona singular e indivisa, y donde puedes decir 'aqu est Dios', debes decir tambin 'Cristo el hombre est presente tambin'. Y cuando me mostrases un lugar donde estuviera Dios y no el hombre, la persona ya estara dividida, porque entonces yo podra decir con toda veracidad 'aqu est Dios que no es hombre y nunca se hizo hombre'. Pero no me vengan con tal Dios. Pues de esto seguira que el espacio y el lugar separan las dos naturalezas la una de la otra y dividen la persona que ni la muerte ni todos los diablos podan dividir ni separar. Con esto quedara un pobre Cristo. Sera slo en un lugar singular a la vez persona divina y humana, y en todos los dems lugares slo Dios y persona divina, separados sin humanidad. No, compaero, donde me colocas a Dios, me debes poner tambin la humanidad. No se pueden separar ni dividir uno de la oir. Se han hecho una persona que no separa de s la humanidad. En el breve escrito Acerca de las ltimas Palabras de David que el Dr. Lutero compuso poco antes de su muerte, hallamos el siguiente pasaje: Segn su otro nacimiento, el temporal y humano, le fue dado a Cristo tambin el poder eterno de Dios, pero en el tiempo, y no desde la eternidad. Pues la humanidad de Cristo no existe desde la eternidad, como la divinidad, sino que segn nuestra cronologa, Jess, el Hijo de Mara, tiene actualmente 1543 aos de edad. Pero a partir del instante en que fueron unidas en una persona la divinidad y la humanidad, este hombre, Hijo de Mara, es y se llama Dios todopoderoso y eterno, que tiene potestad eterna y que lo ha creado y lo sostiene todo, per communicationen idiomatum, por cuanto l es con la divinidad una sola persona, y tambin verdadero Dios. A esto se refiere al decir: 'Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre' (Mt. 11:27), y Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra' (Mt. 28:18). A qu ME? A m, Jess de Nazaret, Hijo de Mara y nacido hombre. La tengo del Padre, 407

desde la eternidad, antes de llegar a ser hombre. Pero cuando me hice hombre, la recib en el tiempo segn la humanidad, y la mantuve oculta hasta mi resurreccin y ascensin; ste fue el momento en que haba de ser manifestada y declarada pblicamente, como dice San Pablo en Romanos 1:4: 'Fue declarado y manifestado Hijo de Dios con poder'. Juan lo llama 'glorificado' (Jn. 7:39; 17:10; Ro. 1:4). Hay otros testimonios similares en los escritos del Dr. Lutero, particularmente en el libro Que Estas Palabras An Permanecen Firmes y en la Confesin Mayor Acerca de la Santa Cena de Cristo. Conste que a dichos escritos, como a explicaciones bien fundadas del artculo acerca de la majestad de Cristo a la diestra de Dios y acerca de su testamento, hemos hecho referencia, en obsequio de la brevedad, tanto aqu como tambin en el captulo la santa cena, como se mencion en su oportunidad. Por lo tanto, consideramos un error pernicioso el intento de privar de esta majestad a Cristo segn su humanidad. Pues con esto se les quita a los cristianos su ms sublime consuelo que les viene de la antes mencionada promesa acerca de la presencia y morada con ellos de su Cabeza, Rey y Sacerdote, el cual les prometi que estara con ellos no slo su mera divinidad, que para nosotros pobres pecadores es como un fuego devorador para el rastrojo reseco, sino que l, el hombre que habl con ellos, que en su asumida naturaleza humana experiment toda suerte de tribulaciones, que por lo tanto tambin puede tener compasin con nosotros como con hombres y hermanos suyosque l estara con nosotros en todas nuestras angustias, tambin segn la naturaleza conforme a la cual l es nuestro hermano y nosotros, carne de su carne. Por tal motivo rechazamos y condenamos unnimemente, de boca y corazn, todas las enseanzas errneas que discrepan de la doctrina aqu expuesta, como contrarias a los escritos profetices y apostlicos, a los smbolos genuinos reconocidos y aprobados y a nuestra cristiana Confesin de Augsburgo, a saber: 1. Cuando alguien cree o ensea que a raz de la unin personal, la naturaleza humana es mezclada con la divina o transmutada en la misma. 2. Que la naturaleza humana en Cristo est presente en todas partes del mismo modo que la divinidad, como una esencia infinita, por el poder y la propiedad esenciales de su naturaleza. 3. Que la naturaleza humana en Cristo ha sido igualada y ha llegado a ser idntica a la naturaleza divina en cuanto a su sustancia y esencia, o en cuanto a las propiedades esenciales de la misma. 4. Que la humanidad de Cristo est extendida localmente a todos los lugares del cielo y de la tierralo que ni siquiera se debe atribuir a la divinidad. En cambio, que en virtud de su omnipotencia divina, Cristo puede estar presente con su cuerpo que l coloc a la diestra de la majestad y del poder de Dios dondequiera que le plazca; especialmente all donde con sus propias palabras prometi estar presente, como por ejemplo en la santa cena esto s le es enteramente posible a su omnipotencia y sabidura sin transmutacin ni abolicin de su verdadera naturaleza humana. 5. Que la que padeci por nosotros y nos redimi fue la sola naturaleza humana de Cristo, con la cual el Hijo de Dios no tuvo ninguna comunin en cuanto a padecimientos. 6. Que en la predicacin de la palabra y en el uso correcto de los santos sacramentos, Cristo est presente con nosotros en la tierra solamente segn su divinidad, y que con esta presencia, su asumida naturaleza humana no tiene absolutamente nada que ver. 7. Que la asumida naturaleza humana en Cristo no tiene, de hecho y en verdad, comunin alguna con el poder, seoro, sabidura majestad y gloria divinos, sino que existe una simple comunin de ttulo y de nombre. 408

8. Estos errores y todos los dems que son contrarios y opuestos a la doctrina que se acaba de exponer, los rechazamos y condenamos como abiertamente discrepantes de la palabra inadulterada de Dios, de los escritos de los santos profetas y apstoles, y de nuestra fe y confesin cristianas. Adems, en atencin a que la Sagrada Escritura llama a Cristo un misterio (Col. 1:27) contra el cual todos los herejes se estrellan la cabeza, exhortamos a todos los cristianos a no cavilar acerca de ese misterio con su presuntuosa y curiosa razn, sino a aceptarlo con sencilla fe con los amados apstoles, cerrar los ojos de la razn, llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5), y a consolarse y por ello mismo alegrarse sin cesar por el hecho de que nuestra carne y sangre asumida por Cristo haya sido colocada en un lugar tan excelso a la diestra de la majestad y del poder omnipotente de Dios. De esta manera obtendrn con seguridad un consuelo duradero en todas las contrariedades y quedarn bien resguardados de todo pernicioso error.

IX. DESCENSO DE CRISTO AL INFIERNO Y ya que incluso en los escritos de los antiguos doctores de la iglesia cristiana, y tambin en los de algunos autores nuestros se han hallado explicaciones dispares en cuanto al descenso de Cristo al infierno, nos atenemos una vez ms a la sencilla formulacin de nuestro Credo Apostlico al cual nos remiti el Dr. Lutero en el sermn que predic en el castillo de Torgau en el ao 1533 acerca del descenso de Cristo al infierno. All confesamos: Creo en el Seor Jesucristo, Hijo de Dios, que fue muerto, sepultado, y descendi al infierno. En esta confesin quedan diferenciados como artculos distintos el sepelio de Cristo y su descenso al infierno. Y nosotros creemos con toda sencillez que la persona entera, Dios y hombre, despus de ser sepultada, descendi al infierno, venci al diablo, destruy la potestad del infierno, y le quit al diablo todo su poder. Pero cmo sucediacerca de esto no hemos de inquietarnos con elevados y sutiles pensamientos. Pues este artculo es tan poco susceptible como lo es el precedenteacerca de cmo Cristo fue colocado a la diestra del omnipotente poder y la majestad de Diosde ser entendido con la razn y los cinco sentidos. Lo nico que se nos pide es que lo creamos y nos atengamos a la palabra divina. As retenemos la mdula de la doctrina y el consuelo de que a nosotros y a todos los que creen en Cristo, ni el infierno ni el diablo pueden tomarnos cautivos ni daarnos.

X. CEREMONIAS ECLESISTICAS QUE COMNMENTE SON LLAMADAS ADIAFORIA O COSAS INDIFERENTES Entre algunos telogos de la Confesin de Augsburgo se origin tambin una divergencia acerca de ceremonias y ritos eclesisticos, que en la palabra de Dios no son ordenados ni prohibidos, sino que son introducidos en la iglesia con una buena intencin, en bien del buen orden y decoro, o para conservar la disciplina cristiana. La una parte sostena que tambin en tiempos de persecucin y en casos en que se debe hacer profesin de fe, aun cuando los enemigos del santo evangelio no se ponen de acuerdo con nosotros en materia de doctrina, se pueden no obstante restablecer, sin cargo de conciencia, ciertas ceremonias que cayeron en desuso y que en s son cosas indiferentes, ni mandadas ni vedadas por Dios, si los adversarios insisten en ellas y si as se puede llegar a un buen acuerdo con ellos en cuanto a estas cosas indiferentes. La otra parte 409

empero argumentaba que en tiempos de persecucin y en casos en que se debe hacer profesin de fe, de ninguna manera se puede proceder as sin cargo de conciencia y sin detrimento para la verdad divina, ni aun tratndose de cosas indiferentes, mxime si los adversarios tratan de reprimir, mediante violencia o compulsin o astucia, la sana doctrina para reintroducir paulatinamente su falsa doctrina en nuestra iglesia. Para aclarar esta controversia, y componerla por fin mediante la gracia de Dios, damos al lector cristiano la siguiente sencilla informacin: Si con el rtulo y bajo la apariencia de cosas exteriormente indiferentes son presentadas cosas tales que en el fondo son contrarias a la palabra de Diospese al color diferente que se les dno se las debe considerar como cosas indiferentes, libradas al criterio individual, sino que deben ser evitadas como cosas prohibidas por Dios. Tampoco deben contarse entre las cosas indiferentes, genuinas y libres aquellas ceremonias que tienen la apariencia, o a las que se les da la apariencia, a fin de evitar persecuciones, como si nuestra religin no difiriese gran cosa de la de los papistas, o como si, a la postre, aqulla no fuese tan ofensiva para nosotros; o cuando tales ceremonias son interpretadas, reclamadas y entendidas en el sentido de que con ellas y mediante ellas, las dos iglesias contrarias hayan quedado reconciliadas y unidas en un solo cuerpo, o como si mediante ellas se efectuara, o gradualmente habra de efectuarse, un regreso hacia el papado o una desviacin de la doctrina pura del evangelio y la religin verdadera, o cuando existe el peligro de que parezcamos haber regresado al papado y habernos desviado, o estar a punto de desviarnos gradualmente, de la doctrina pura del evangelio. En este caso es de suma importancia aplicar lo que dice San Pablo en 2 Corintios 6:14, 17: No os unis en yugo desigual con los incrdulos, porque qu compaerismo tiene la justicia con la injusticia? y qu comunin tiene la luz con las tinieblas? Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Seor. Del mismo modo, tampoco son genuinas cosas indiferentes aquellas que no son sino ostentaciones vanas y necias que no aprovechan ni para el buen orden ni para la disciplina cristiana ni para el decoro evanglico en la iglesia. En cambio, respecto de lo que son en verdad cosas indiferentes, como las que fueron explicadas antes, nosotros creemos, enseamos y confesamos que tales ceremonias no son en s y de por s un culto a Dios ni parte del mismo, sino que debe hacerse una clara distincin entre ellas y el verdadero culto a Dios, como se desprende de lo escrito en Mateo 15:9 (acerca de las tradiciones humanas): En vano me honran, enseando como doctrinas mandamientos de hombres. Creemos, enseamos y confesamos tambin que (en materia de cosas indiferentes genuinas) la congregacin de Dios tiene en todo lugar, en todo tiempo, y debido a la misma naturaleza de las circunstancias, el pleno derecho, poder y facultad de cambiarlas, disminuirlas (lat.: abrogarlas) y aumentarlas (lat.: instituirlas), por supuesto sin ligereza ni ofensa, sino ordenada y adecuadamente, tal como en cada caso parezca ms til, ms provechoso y mejor para el buen orden, la disciplina cristiana, el decoro evanglico342 y la edificacin de la iglesia. Cmo se puede adems usar de consideracin, en cuanto a cosas exteriormente indiferentes para con los dbiles en la fe, y cederles con buena conciencia, lo ensea San Pablo en Romanos 14 y lo demuestra con su propio ejemplo (Hch. 16:3; 21:26; 1 Co. 9:19). Creemos, enseamos y confesamos adems que en casos en que se debe hacer profesin de fe, a saber, cuando los enemigos de la palabra de Dios intentan reprimir la doctrina pura del santo evangelio, toda la congregacin de Dios y cada cristiano en particular, y ante todo los ministros de la palabra como los administradores de la congregacin de Dios, tienen el deber impuesto por la palabra divina de confesar pblicamente, con palabras y con hechos, la doctrina y 410

todo lo concerniente a la religin verdadera; y en tal caso no deben ceder a los adversarios ni aun en estas cosas indiferentes, ni tampoco deben tolerar que los enemigos de ella las impongan por la fuerza o con astucia en su afn de adulterar el verdadero culto a Dios e implantar y confirmar la idolatra. Pues as est escrito en Glatas 5:1: Estad, pues firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Adems se lee en Calatas 2:45: Y esto, a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, los cuales se entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jess, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros. En este pasaje San Pablo habla de la circuncisin, que en aquel entonces haba llegado a ser una cosa indiferente, no obligatoria (1 Co. 7:18-19), y que en otras oportunidades la usaba guiado por su libertad cristiana (Hch. 16:3). Pero como los falsos apstoles, para confirmar su doctrina errnea, exigan la circuncisin y la empleaban abusivamente, como si las obras de la ley fuesen necesarias para la justificacin y salvacin, San Pablo declar que no haba cedido ni aun por un momento para que permaneciese la verdad del evangelio (G. 2:5). As, San Pablo cede a los dbiles cuando se trata de ciertas comidas y tiempos o das (Ro. 14:6). Pero a los falsos apstoles, que queran imponer estas cosas sobre las conciencias como cosas necesariasa stos Pablo no est dispuesto a ceder ni aun en cosas que de por s son indiferentes (Col. 2:16): Nadie pues os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a das de reposo. Y cuando Pedro y Bernab cedieron algo (ms de lo debido) en un caso de stos, Pablo los censura en presencia de todos como a hombres que en ese punto no andaban derechamente conforme a la verdad del evangelio (G. 2:14). Pues aqu ya no se trata de cosas exteriormente indiferentes que segn su naturaleza y esencia son y permanecen de por s asunto del criterio individual y que por ende no admiten mandato ni prohibicin, sino que se trata en primer lugar del importantsimo artculo de nuestra fe cristiana, como lo atestigua el apstol: Para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros (G. 2:5); y esta verdad es obscurecida y tergiversada mediante tal obligacin o mandato, por cuanto en ese caso dichas cosas indiferentes son exigidas pblicamente para confirmar la falsa doctrina, supersticin e idolatra y para reprimir la doctrina pura y la libertad cristiana, o al menos son abusadas por los adversarios para tal fin y entendidas en este sentido. Adems, se trata aqu tambin del artculo de la libertad cristiana, artculo cuya fiel conservacin el Espritu Santo encarga a su iglesia tan encarecidamente por boca de su santo apstol (Pablo), como acabamos de or. Pues tan pronto como se debilita este artculo y se compele a la iglesia a la observancia de tradiciones humanas como si stas fuesen imprescindibles, y como si su no observancia fuese una falta y un pecado, se est allanando el camino a la idolatra y de esa manera se multiplican despus las tradiciones humanas y se las tiene por un culto a Dios, considerado no slo igual, sino aun superior a los propios mandatos divinos. Suceder tambin que cuando se cede y se busca acuerdo en cosas indiferentes sin haber llegado antes a una unificacin cristiana en la doctrina, los idlatras se vern robustecidos en su idolatra, a los creyentes verdaderos en cambio se les dar ofensa, se les contristar y se les debilitar en su fe, cosas que todo cristiano est obligado a evitar, por amor de la salud y salvacin de su alma; pues escrito est, en Mateo 18:7: Ay del mundo por los tropiezos! y en Mateo 18:6: Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeos que creen en m, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.

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Ante todo empero es de recordar lo que dice Cristo en Mateo 10:32: A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo tambin le confesar delante de mi Padre que est en los cielos. Esto ha sido en todo tiempo y en todas partes la fe y confesin, respecto de tales cosas indiferentes, de los ms eminentes telogos de la Confesin de Augsburgo, en cuyas pisadas nosotros hemos entrado y en cuya confesin pensamos permanecer, mediante la gracia de Dios. De esta confesin dan cuenta los siguientes testimonios extrados de los Artculos de Esmalcalda que fueron compuestos y firmados en el ao 1537. Los Artculos de Esmalcalda (Sobre la iglesia) dicen al respecto lo siguiente: No les concedemos que ellos sean la iglesia y tampoco lo son. Y no queremos or lo que ellos mandan o prohben bajo el nombre de la iglesia. Pues gracias a Dios, un nio de siete aos sabe qu es la iglesia, es decir, los santos, los creyentes, y 'el rebao que escucha la voz de su Pastor' (Jn. 10:3). Y poco antes (De la Ordenacin y Vocacin): Si los obispos quisieran ser verdaderos obispos y tener preocupacin por la iglesia y el evangelio, se podra permitir, en virtud del amor y de la unin pero no por necesidad, que ordenaran y confirmaran a nosotros y a nuestros predicadores, dejando, no obstante, todas las mascaradas y fantasmagoras cuya esencia y pompa no son cristianas. Pero como no son ni quieren ser verdaderos obispos, sino seores y prncipes mundanos que ni predican ni ensean ni bautizan ni dan la comunin ni quieren realizar ninguna obra o funcin de la iglesia y, adems, persiguen y condenan a aquellos que cumplen tal funcin en virtud de su llamado, la iglesia no debe quedar sin servidores por causa de ellos. Y en el artculo cuatro los Artculos de Esmalcalda dicen: Por lo tanto, no podemos admitir como cabeza o seor en su gobierno a su apstol, el papa o anticristo. Pues su gobierno papal consiste propiamente en mentiras y asesinatos, en corromper eternamente las almas y los cuerpos. Y en el Tratado sobre el Poder y la Primaca del Papa, que figura como apndice de los Artculos de Esmalcalda, y que tambin fue firmado de propio puo y letra por los telogos entonces presentes, aparecen estas palabras: [Nadie debe] asumir seoro o autoridad sobre la iglesia, ni cargar a la iglesia con tradiciones, ni permitir que la autoridad de alguien valga ms que la palabra. Ms adelante dice: Ya que sta es la situacin, todos los cristianos deben cuidarse de no llegar a ser partcipes de las impas doctrinas, blasfemias e injustas crueldades del papa. Antes bien, deben abandonar y detestar al papa y a sus adherentes como al reino del anticristo, tal como lo orden Cristo: 'Guardaos de los falsos profetas' (Mt. 7:15). Y Pablo manda que se debe evitar y abominar a los falsos predicadores como a cosa maldita (Tit. 3:10) y escribe en 2 Corintios 6:14: 'No os unis en yugo desigual con los incrdulos; porque qu comunin tiene la luz con las tinieblas?' Es un asunto serio disentir del consenso de tantas naciones y ser llamados cismticos. Pero la autoridad divina ordena a todos a no asociarse con la impiedad y la crueldad injusta. Referente a esa cuestin, tambin el Dr. Lutero instruy a la iglesia ampliamente en un tratado especial acerca de lo que debe opinarse en materia de ceremonias en general y cosas indiferentes en particular, como ya lo hiciera en 1530. Dadas todas estas explicaciones, cualquiera puede entender cul es la conducta que, sin perjuicio para la conciencia, deben seguir en cosas indiferentes la congregacin cristiana, el creyente individual, y ante todo el ministro de la iglesia, especialmente en tiempos que exigen una profesin de fe, para no provocar a Dios, no atentar contra el amor, no apoyar a los enemigos de la palabra de Dios ni dar escndalo a los dbiles en la fe.

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1. Por lo tanto, rechazamos y condenamos los siguientes errores: Cuando tradiciones humanas en s y como tales son consideradas un culto a Dios aparte del mismo. 2. Cuando tales tradiciones se imponen como necesarias, y por la fuerza, a la congregacin de Dios. 3. Rechazamos y condenamos como falsa la opinin de quienes sostienen que en tiempos de persecucin se puede ceder en cosas indiferentes a los enemigos del santo evangelio, o hacer un acuerdo con ellos; pues esto va en detrimento de la verdad. 4. Tambin lo consideramos un pecado punible cuando en tiempos de persecucin se acta contrariamente a la confesin cristiana, sea en cosas indiferentes o en la doctrina o en cualquier otra cosa relativa a la religin, por causa de los enemigos del evangelio. 5. Rechazamos y condenamos tambin la abolicin de tales cosas indiferentes, como si la congregacin de Dios no tuviese plena autoridad de usar, en libertad cristiana, una o varias de estas cosas, en todo tiempo y lugar, segn las circunstancias imperantes, y para el mayor provecho de la iglesia. Por ende, las iglesias no se condenarn mutuamente por la diversidad de ceremonias cuando, en uso de su libertad cristiana, una iglesia tiene ms de estas ceremonias que otra, o menos, si por lo dems concuerdan en la doctrina y en todos los artculos de la misma, as como tambin en el uso correcto de los santos sacramentos. Pues aqu rige el dicho bien conocido: La discordancia en el ayuno no destruye la concordancia en la fe.

XI. LA ETERNA PREDESTINACIN Y ELECCIN DE DIOS En cuanto a la eterna eleccin de los hijos de Dios, hasta el presente no se suscit entre los telogos de la Confesin de Augsburgo ninguna discusin pblica que haya causado ofensa o abarcado vastos sectores. Sin embargo, en otras partes hubo una muy grave controversia acerca de este artculo, y alguna agitacin se not tambin entre los nuestros. Adems, los telogos no siempre se valen de las mismas expresiones al tratar el asunto. Por eso, quisimos hacer lo que est a nuestro alcance para prevenir, mediante la gracia divina, discusiones y divisiones futuras entre nuestras generaciones venideras a raz de este artculo; y para tal fin nos pareci conveniente presentar tambin aqu una explicacin de dicho artculo, para que tambin respecto de la eterna eleccin todos sepan qu es nuestra comn doctrina, fe y confesin. Pues la doctrina acerca de este artculo, siempre que se la presente sobre la base y segn el modelo de la palabra de Dios, no puede ni debe ser tenida por intil e innecesaria, y mucho menos por ofensiva o perniciosa; por cuanto las Sagradas Escrituras mencionan este artculo no en un lugar solo, e incidentalmente, sino que lo tratan en muchos lugares, con insistencia y profusin de detalles. Adems, el abuso y la mala interpretacin no deben ser motivo para omitir o rechazar la doctrina de la palabra de Dios, sino que por el contrario, precisamente para evitar todo abuso y mala interpretacin es imprescindible exponer la interpretacin correcta a base de las Escrituras. Presentaremos, pues, en los siguientes puntos, en sencillo resumen, el contenido de la doctrina referente a este artculo. En primer trmino, debe diferenciarse claramente entre la eterna presciencia de Dios y la eterna eleccin de sus hijos para la bienaventuranza eterna. Porque el preconocimiento y previsin, esto es, que Dios sabe y ve todas las cosas antes de que ocurran, lo que se llama la presciencia de Dios, se extiende sobre todas las criaturas, malas y buenas, quiere decir, que Dios ya de antemano ve y sabe lo que es o lo que ser, lo que sucede o suceder, sea bueno o malo, por cuanto para Dios todas las cosas, pasadas o futuras, son manifiestas y presentes. As est escrito 413

en Mateo 10:29: No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Y el Salmo 139:16 dice: Mi embrin vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. Asimismo Isaas 37:28: He conocido tu condicin, tu salida y tu entrada, y tu furor contra m. Por otro lado, la eterna eleccin de Dios, o predestinacin, no se extiende sobre los fieles y sobre los impos en comn, sino solamente sobre los hijos de Dios, que han sido elegidos y destinados para la vida eterna antes de la fundacin del mundo, como dice San Pablo en Efesios 1:4-5: Nos escogi en Cristo, habindonos predestinado a la adopcin de hijos, por medio de Jesucristo. La presciencia o preconocimiento de Dios prev y preconoce tambin lo malo, pero no en el sentido de que fuese la misericordiosa voluntad de Dios que lo malo acontezca; antes bien, lo que la perversa y mala voluntad del diablo y de los hombres se propondr y har, o quiere proponerse y hacer, esto todo lo ve y lo sabe Dios de antemano; y su preconocimiento observa, su orden tambin en las cosas u obras malas, de manera tal que Dios fija lo malo, que l no quiere ni aprueba, su meta y medida, determinando hasta dnde debe ir y hasta cundo debe durar lo malo, y cundo y cmo l habr de impedirlo y castigarlo. Y todo esto lo gobierna Dios de modo tal que al fin todo redunda en gloria para su nombre divino, en bien de sus escogidos y en confusin y vergenza de los impos. El principio empero y la causa del mal no es la presciencia de Dios pues Dios no obra ni efecta lo malo, tampoco lo apoya y promuevesino la voluntad depravada y perversa del diablo y de los hombres, como est escrito en Oseas 13:9: Te perdiste, oh Israel, mas en m est tu ayuda! y en el Salmo 5:4: T no eres un Dios que se complace en la maldad. La eleccin eterna de Dios empero no slo prev la salvacin de los electos y tiene presciencia de ella, sino que, puesto que procede del propsito de la gracia de Dios en Cristo Jess, es tambin una causa que procura, obra, ayuda y promueve nuestra salvacin y lo que a ella se refiere; y sobre esa eleccin eterna est fundada nuestra salvacin de modo tal que las puertas del Hades no prevalecern contra ella (Mt. 16:18) como est escrito en Juan 10:28: Nadie las arrebatar de la mano de mi Padre, y en Hechos 13:48: Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Esta eterna eleccin u ordenacin de Dios para la vida eterna tampoco debe ser relacionada tan slo con el secreto e inescrutable consejo de Dios, como si no incluyese ms o no perteneciese a ella otra cosa ni hubiese que considerar en conexin con ella nada ms que el hecho de que Dios haya previsto quines y cuntos habran de ser salvos y quines y cuntos habran de ser condenados, o que Dios haya pasado revista a los hombres determinando: ste debe ser salvado, aqul condenado; ste deber perseverar hasta el fin, aqul no deber perseverar. Pues de ese concepto errneo, muchos extraen y conciben pensamientos absurdos, peligrosos y nocivos, que ocasionan y fomentan o seguridad carnal e impenitencia, o desaliento y desesperacin, al punto que tales hombres caen en cavilaciones aflictivas y peligrosas, y hasta llegan a afirmar: Por cuanto Dios preconoci (predestin) a sus escogidos para la salvacin ya antes de la fundacin del mundo (Ef. 1:4), y por cuanto el preconocimiento (o eleccin) de Dios no puede fallar ni puede ser impedido o cambiado por nadie (Is. 14:27; Ro. 9:11, 19), por tanto: Si yo he sido preconocido (elegido) para la salvacin, nada me puede daar en ese respecto, aun cuando impenitentemente cometo toda suerte de pecados e infamias, desprecio la palabra y los sacramentos, y me desentiendo por completo del arrepentimiento, la fe, la oracin y la vida piadosa; antes bien, tengo que salvarme y me salvar, porque el preconocimiento (la eleccin) de Dios no puede menos que cumplirse; por otra parte, si no he sido preconocido (elegido), de nada 414

me valdra ocuparme en la palabra, arrepentirme, creer, etc.; pues el preconocimiento (la predestinacin) de Dios no lo puedo impedir ni cambiar. Pensamientos tales pueden asaltar aun a corazones piadosos, pese a que por gracia de Dios poseen arrepentimiento, fe y el buen propsito (de llevar una vida piadosa), y se ponen entonces a cavilar: Si no has sido preconocido (elegido y predestinado) para la salvacin, todo (tu empeo y todo tu trabajo) es en vano; y esto ocurre especialmente cuando se fijan en la propia debilidad de ellos y en los ejemplos de aquellos que no perseveraron (en la fe hasta el fin), sino que se volvieron apstatas (recayeron de la verdadera piedad en impiedad y se hicieron apstatas). A esa falsa idea y peligroso pensamiento debemos oponernos con el siguiente argumento claro, slido e infalible: Por cuanto toda la Escritura inspirada por Dios ha de ser til no para crear seguridad carnal e impenitencia, sino para enseanza, para reprensin y para correccin (2 Ti. 3:16), y por cuanto todo lo que la palabra de Dios nos dice, fue escrito no para que por ello fusemos llevados a la desesperacin, sino para que por medio de la paciencia, y de la consolacin de las Escrituras, nosotros tengamos esperanza (Rom. 15:4), por tanto, queda fuera de toda duda que el sentido exacto y el uso correcto de la doctrina del eterno preconocimiento (predestinacin) de Dios no puede ser de ninguna manera el de crear o aumentar impenitencia o desesperacin. Acorde con esto, las Escrituras, al ensear esta doctrina, lo hacen siempre en forma tal que nos remiten a la palabra (Ef. 1:13; 1 Co. 1:21, 30-31); nos exhortan al arrepentimiento (2 Ti. 3:16); nos instan a llevar una vida piadosa (Ef. 1:15 y sigtes.; Jn. 15:3-4, 16-17); fortalecen nuestra fe y nos hacen seguros de nuestra salvacin (Ef. 1:9, 13-14; Jn. 10:2728; 2 Ts. 2:13-14). Por esto, si queremos pensar o hablar correcta y provechosamente de la eleccin eterna o de la predestinacin y ordenacin de los hijos de Dios para la vida eterna, debemos acostumbrarnos a no especular respecto a la absoluta, secreta, oculta e inescrutable presciencia de Dios, sino a considerar cmo el consejo, el propsito y la disposicin de Dios en Cristo Jess, que es el verdadero libro de la vida, se nos ha revelado mediante la palabra. Esto quiere decir que toda la doctrina acerca del propsito, consejo, voluntad y disposicin de Dios con respecto a nuestra redencin, vocacin, justificacin y salvacin debe ser considerada en conjunto. As San Pablo trata y explica este artculo en Romanos 8:29-30 y Efesios 1:4-5, y as lo hace tambin Cristo en la parbola (de las bodas reales) (Mt. 22:2-14). All se dice que Dios en su propsito y consejo orden y dispuso: 1. Que la raza humana est verdaderamente redimida y reconciliada con Dios por medio de Cristo, quien con su perfecta obediencia y su inocente pasin y muerte mereci (obtuvo) para nosotros la justicia que vale ante Dios y la vida eterna. 2. Que esos mritos y beneficios de Cristo se nos deben presentar, ofrecer y distribuir por medio de su palabra y los sacramentos. 3. Que por su Espritu Santo, mediante la palabra, al ser sta predicada, oda y conferida en el corazn, l ser eficaz y activo en nosotros, convertir los corazones al arrepentimiento y los conservar en la verdadera fe. 4. Que justificar a todos los que en arrepentimiento sincero reciben a Cristo en la verdadera fe, y en su gracia los adoptar por hijos y herederos de la vida eterna. 5. Que tambin santificar en amor a los que as son justificados, como dice San Pablo en Efesios 1:4. 6. Que tambin los proteger en la debilidad de ellos contra el diablo, el mundo y la carne, los conducir y guiar por las sendas divinas, los volver a levantar cuando hayan tropezado, los consolar en la pena y la tentacin y los preservar para la vida eterna. 415

7. Que tambin fortalecer, aumentar y sostendr hasta el fin la buena obra que ha empezado en ellos, si ellos se adhieren a la palabra de Dios, oran con diligencia, permanecen en la gracia de Dios y usan fielmente los dones recibidos. 8. Que por fin salvar para siempre y glorificar en la vida eterna a aquellos que ha elegido, llamado y justificado. En este consejo, propsito y disposicin Dios ha preparado la salvacin no slo en general, sino que tambin en su gracia ha considerado y escogido para la salvacin a todos y a cada uno de los electos que han de ser salvos por medio de Cristo, y tambin ha ordenado que de la manera que se acaba de mencionar, mediante su gracia, dones y eficacia los traer a la salvacin, los ayudar, alentar, fortalecer y conservar. Todo esto est comprendido, segn las Escrituras, en la doctrina acerca de la eleccin eterna de Dios para la adopcin de hijos y la salvacin eterna, y todo esto, sin exclusin u omisin alguna, debe entenderse si se habla del propsito, presciencia, eleccin y disposicin de Dios para la salvacin. Y si, respecto de este artculo, ajustamos nuestros pensamientos a lo que dicen las Escrituras, podremos mediante la gracia de Dios atenernos a l con toda sencillez. A la explicacin ms detallada y al uso provechoso de la doctrina acerca de la presciencia (predestinacin) de Dios para la salvacin pertenece tambin esto: Si son salvados solamente los electos cuyos nombres estn escritos en el libro de la vida (Fil. 4:3; Ap. 20:15), cmo se puede saber, y de qu manera se puede conocer quines son los electos que se pueden y deben consolar con esta doctrina? En este punto no debemos juzgar segn nuestra propia razn, tampoco segn la ley ni segn apariencia exterior alguna; tampoco debemos atrevernos a sondar el abismo secreto y oculto de la predestinacin divina, sino que debemos fijarnos bien en la voluntad revelada de Dios; pues El nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, y lo ha manifestado por medio del aparecimiento de nuestro Salvador Cristo Jess, para que fuese predicado (Ef. 1:9-10; 2 Ti. 1:9-11). Ese misterio empero nos es manifestado a la manera como dice San Pablo en Romanos 8:29-30: A los que Dios predestin, a stos tambin llam. Ahora bien: Dios no llama inmediatamente, sin medios, sino por medio de su palabra, por lo que l tambin mand predicar el arrepentimiento y la remisin de pecados (Lc. 24:47). Esto lo atestigua tambin San Pablo cuando escribe en 2 Corintios 5:20: Nosotros somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Y a los huspedes que el Rey quiere tener presentes en las bodas de su Hijo, los hace llamar por los servidores enviados por l (Mt. 22:2-14), a algunos a la hora primera, a otros a la hora segunda, tercera, sexta, nona, y hasta a la hora undcima (Mt. 20:1-16). Por lo tanto, si deseamos considerar con provecho nuestra eleccin eterna para la salvacin, tenemos que asirnos tenaz y firmemente de esto: As como la predicacin del arrepentimiento es universal, es decir, atae a todos los hombres (Lc. 24:47), asimismo lo es la promesa del evangelio. Por esto Cristo mand que en su nombre se predicase el arrepentimiento y perdn de pecados entre todas las naciones. Pues Dios am al mundo y le dio a su Hijo unignito (Jn. 3:16). Cristo quit el pecado del mundo (Jn. 1:29); dio su carne por la vida del mundo (Jn. 6:51); su sangre es la propiciacin por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 1:7; 2:2). Cristo dice: Venid a m todos los que estis trabajados y cargados, y yo os har descansar (Mt. 11:28). A todos los ha encerrado Dios en la desobediencia, para tener misericordia de todos (Ro. 11:32). Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9). El es el Seor de todos, rico para con todos los que le invocan (Ro. 10:12). Ha sido manifestada una justicia divina, alcanzada por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen (Ro. 3:22). 416

Esta es la voluntad del Padre, que todo aquel que cree en el Hijo, tenga vida eterna (Jn. 6:40). Asimismo, Cristo orden que a todos aquellos a quienes se les predica el arrepentimiento, les sean anunciadas tambin estas promesas del evangelio (Lc. 24:47; Mr. 16:15). Y este llamado de Dios, dirigido a nosotros mediante la predicacin de la palabra, no lo debemos tener por engao, sino que hemos de saber que en este llamado Dios revela su seria voluntad de iluminar, convertir y salvar mediante su palabra a los as llamados. Pues la palabra por medio de la cual somos llamados, es un ministerio del Espritu que nos da el Espritu o mediante el cual nos es dado el Espritu (2 Co. 3:8), y es poder de Dios para salvacin (Ro. 1:16). Y por cuanto el Espritu Santo quiere ser eficaz por medio de la palabra, fortalecernos, dar poder y capacidad, por esto Dios quiere que aceptemos, creamos y obedezcamos la palabra. Por tal motivo, a los electos se describen en los siguientes trminos (Jn. 10:27-28): Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y en Efesios 1:11, 13; Romanos 8:25: Los que han sido predestinados, conforme al propsito del que hace todas las cosas oyen el evangelio, creen en Cristo, oran y dan gracias, son santificados en el amor, tienen esperanza, paciencia y consuelo en la afliccin. Y a pesar de que todo esto se manifiesta en ellos de un modo muy dbil, tienen sin embargo hambre y sed de justicia (Mt. 5:6). As el Espritu mismo da testimonio a nuestro espritu, de que somos hijos de Dios; y como ellos no saben orar como se debe, el Espritu mismo hace intercesin por ellos, con gemidos que no pueden explicarse con palabras (Ro. 8:16-26). Adems, tambin las Sagradas Escrituras atestiguan que el Dios que nos ha llamado es tan fiel que, habiendo l comenzado en nosotros la buena obra, la seguir manteniendo tambin y perfeccionando hasta el fin, siempre que nosotros mismos no nos apartemos de l, antes bien retengamos hasta el fin la obra comenzada, para lo cual l mismo nos ha prometido su gracia (1 Co. 1:8; Fil. 1:6; 1 P. 5:10; 2 P. 3:9; He. 3:6, 14). Esta voluntad que Dios ha revelado es lo que debe interesarnos; a ella debemos seguir y meditar sobre ella, porque mediante la palabra, por la cual l nos llama, el Espritu Santo concede la gracia, el poder y la facultad para que podamos hacer todo esto. Pero no debemos tratar de sondar el abismo de la oculta predestinacin de Dios, segn se nos dice en Lucas 13:24, donde alguien pregunta: Seor, son pocos los que se salvan? y Cristo contesta: Esforzaos a entrar por la puerta angosta. As dice Lutero: Sigue t el orden observado en la Epstola a los Romanos: Intersate primero en Cristo y su evangelio, para que puedas reconocer tu pecado y la gracia del Salvador, y despus lucha contra el pecado, como San Pablo lo ensea en los captulos 1 a 8. Luego, cuando en el captulo 8 hayas entrado en tentacin a raz de penas y afliccin, esta experiencia te ensear, cap. 9, 10, 11, cuan consoladora es la predestinacin de Dios (Prefacio, Epstola a los Romanos). Mas el que muchos son llamados, y pocos escogidos (Mt. 20:16; 22:14), no se debe al hecho de que el llamamiento de Dios hecho mediante la palabra tuviese el sentido como si Dios dijera: Verdad es que exteriormente, por medio de la palabra llamo a mi reino a todos vosotros a quienes doy mi palabra; pero en mi corazn hago extensivo mi llamamiento no a todos, sino slo a unos pocos. Porque mi voluntad es que la mayor parte de aquellos a quienes llamo por la palabra, no sean iluminados y convertidos, sino condenados ahora y para siempre, por ms que al llamarlos por la palabra les declaro otra cosa. Esto sera atribuirle a Dios voluntades contradictorias. Vale decir, que en esta forma se enseara que Dios, la Verdad eterna, est en contradiccin consigo mismo (diciendo una cosa, y meditando otra en su corazn), cuando en realidad Dios castiga aun en los hombres el vicio de declararse por una cosa y abrigar en el corazn una opinin distinta (Sal. 5:10-11; 12:34). Si admitimos en Dios un proceder tal, queda completamente socavado y destruido el necesario y consolador fundamento de nuestra fe 417

por el cual se nos recuerda enftica y diariamente que la palabra de Dios, por la cual l trata con nosotros y nos llama, es la nica fuente de la que hemos de aprender y deducir qu es su voluntad respecto de nosotros; y que debemos creer firmemente, sin asomo de duda, lo que esa palabra nos asegura y promete. Por esta razn, Cristo no slo hace anunciar en forma general la promesa del evangelio, sino que la ratifica mediante los sacramentos que l agreg a la promesa a modo de sello, y la garantiza as a cada creyente en particular. Por el mismo motivo retenemos tambin la absolucin privada, como queda dicho en la Confesin de Augsburgo, Art. XI, y enseamos que es mandato divino creer tal absolucin y no dudar de que, si confiamos en la palabra de la absolucin, estamos reconciliados con Dios tan verdaderamente como si hubisemos odo una voz del cielo, como lo expresa la Apologa. Este consuelo nos seria quitado completamente si del llamamiento que se nos dirige por medio de la palabra y los sacramentos no debisemos deducir qu es la voluntad de Dios respecto de nosotros. Adems, se nos invalidara y quitara tambin aquel fundamento (de nuestra religin) de que el Espritu Santo quiere con toda certeza estar presente con la palabra predicada, oda y meditada, y ser eficaz y obrar por medio de ella. Por ende es del todo falsa la opinin a que aludimos anteriormente, a saber, que en el nmero de los electosllamados por la palabra deban ser contados aun aquellos que desprecian, desechan, blasfeman y persiguen la palabra (Mt. 22:5-6; Hch. 13:40-41, 46); o que endurecen sus corazones al or la palabra (Hch. 4:2, 7); que resisten al Espritu Santo (Hch. 7:51); que impenitentemente perseveran en los pecados (Le. 14:18, 24); que no creen sinceramente en Cristo (Mr. 16:16); que slo pretextan una apariencia externa (de piedad) (Mt. 7:15; 22:12); o que buscan otros caminos para llegar a la justificacin y salvacin, fuera de Cristo (Ro. 9:31). Antes bien: As como Dios dispuso en su eterno consejo que el Espritu Santo, mediante la palabra, llamara, iluminara y convirtiera a los electos, y justificara y salvara a todos los que aceptan a Cristo en fe verdadera, as l hizo en su eterno consejo tambin la disposicin de endurecer, desechar y condenar a los que fueron llamados por la palabra, si ellos rechazan la palabra y resisten persistentemente al Espritu Santo que mediante la palabra quiere obrar y ser eficaz en ellos. sa es, pues, la explicacin de que muchos son llamados, pero pocos escogidos (Mt. 20:16; 22:14). Pocos, en efecto, reciben la palabra y la siguen; la gran mayora desecha la palabra y no quiere venir a las bodas (Mt. 22:5; Lc. 14:18-20). El rechazamiento de la palabra no se debe a la predestinacin divina, sino a la voluntad perversa del hombre, que desecha y pervierte el medio e instrumento que Dios ofrece al hombre cuando lo llama al arrepentimiento por el Espritu Santo, que mediante la palabra desea producir eficazmente la fe en el corazn del pecador. Todo esto lo expresa Cristo en las conocidas palabras: Cuntas veces quise juntar a tus hijos, ... y no quisiste! (Mt. 23:27). Por lo tanto, muchos reciben la palabra con gozo; pero en el tiempo 4 de la prueba se apartan (Lc. 8:13). Pero el motivo no es que Dios no quiera conceder su gracia a aquellos en quienes ha empezado su buena obra, para que perseveren en la fe; pues esto sera contrario a lo que San Pablo expresa en Filipenses 1:6. Antes bien, el caso es que dichas personas se apartan obstinadamente del santo mandamiento de Dios, entristecen y agravian al Espritu Santo, vuelven a mezclarse en la inmundicia de este mundo y hacen de su corazn nuevamente una morada para el diablo. Con todo esto hacen que el ltimo estado sea peor que el primero (2 P. 2:10, 20; Ef. 4:30; He. 10:26; Lc. 11:25). Hasta ese punto nos es revelado en la palabra de Dios el misterio de la presciencia (predestinacin); y as permanecemos y confiamos en esa doctrina; ella resulta para nosotros 418

altamente provechosa, saludable y consoladora; pues confirma en forma categrica el artculo de la justificacin, es decir, de que somos justificados y salvados de pura gracia, a causa de Cristo solo, sin obras o mritos algunos de nuestra parte. Pues antes de todos los siglos, antes de comenzar nuestra existencia, aun antes de la fundacin del mundo (Ef. 1:4), cuando nosotros, por supuesto, no podamos hacer una sola buena obra, fuimos llamados a la salvacin conforme al propsito de Dios, por la gracia que nos fue dada en Cristo Jess (Ro. 9:11; 2 Ti. 1:9). Adems, esa doctrina da en tierra con todas las opiniones y enseanzas errneas acerca de los poderes de nuestra voluntad natural; pues en su consejo celebrado antes de la fundacin del mundo, Dios decidi y orden que l mismo, por el poder del Espritu Santo, producira y obrara en nosotros, mediante la palabra, todo lo que se refiere a nuestra conversin. As esa doctrina proporciona tambin el excelente y glorioso consuelo de que Dios estaba tan interesado en la conversin, justicia y salvacin de todo cristiano y haba determinado todo esto con tanta fidelidad que, antes de la fundacin del mundo (Ef. 1:4), deliber sobre mi salvacin y en su inescrutable propsito orden cmo habra de traerme a ella y conservarme en ella. Adems, Dios quera obrar mi salvacin con tanta certeza y seguridad que, ya que por la flaqueza y maldad de nuestra carne podra perderse fcilmente de nuestras manos y ser arrebatada de nosotros por la astucia y el poder del diablo y del mundo pecador, l la dispuso en su eterno propsito, el cual no puede fallar ni ser trastornado, y la deposit, para ser preservada, en la mano todopoderosa de nuestro Salvador Jesucristo, de la cual nadie podr arrebatarnos (Jn. 10:28). Por eso dice tambin San Pablo en Romanos 8:39: Nada nos podr separar del amor de Dios, que es en Cristo Jess Seor nuestro. Adems, esta doctrina proporciona un consuelo ntimo para los que se hallan en la afliccin y la tentacin. Pues ensea que Dios, en su consejo celebrado ya antes de la fundacin del mundo, determin y resolvi ayudarnos en todas las necesidades y penurias de la vida, otorgarnos paciencia para llevar la cruz, darnos consolacin, fortalecer y estimular la esperanza y producir todos aquellos resultados que han de contribuir a nuestra salvacin. De igual modo, esta doctrina, segn la trata San Pablo de una manera tan consoladora en Romanos 8:28-29, 35-39, nos ensea, que antes de la fundacin del mundo, Dios determin mediante qu cruces y sufrimientos l habra de conformar a cada uno de sus escogidos a la imagen de su Hijo y qu provecho habra de traer para cada uno la cruz de la afliccin, porque los escogidos son llamados segn el propsito. De esto Pablo concluye que l est completamente seguro y no abriga la menor duda de que ni la tribulacin, ni la angustia, ni la muerte, ni la vida, etc., nos podr apartar del amor de Dios que es en Cristo Jess nuestro Seor (Ro. 8:28-29, 35, 38, 39). Este artculo tambin proporciona el confortante testimonio de que la iglesia de Dios existir y permanecer pese a todos los ataques del Maligno; e igualmente ensea cul es la verdadera iglesia de Dios, a fin de que no nos ofendamos por la gran autoridad y majestuosa apariencia de la iglesia falsa (Ro. 9:8 y sigte.). De este artculo se extraen tambin serias advertencias y amonestaciones, como Lucas 7:30: Los fariseos y los intrpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de s mismos; Lucas 14:24: Os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustar mi cena; asimismo, Mateo 20:16 (22:14): Muchos son llamados, mas pocos escogidos; tambin Lucas 8:8, 18: El que tiene odos para or, oiga; Mirad, pues, cmo os. De esa manera, la doctrina acerca de este artculo puede ser usada provechosa, consoladora y saludablemente (y puede ser aplicada de muchas maneras a nuestro uso). Es empero imprescindible diferenciar claramente entre lo que en la palabra de Dios se revela con palabras expresas, y lo que no se revela respecto de este asunto. Pues fuera de lo revelado en Cristo que acabamos de exponer, Dios call y ocult muchas cosas de este misterio y 419

las reserv exclusivamente a su sabidura y conocimiento. Y a nosotros no nos corresponde sondar ese misterio o dar lugar a nuestros propios pensamientos, deducciones y cavilaciones acerca de l, sino que debemos atenernos a la palabra revelada. Esta advertencia es una imperiosa necesidad. Pues nuestra curiosidad siempre halla mucho ms placer en ocuparse en tales indagaciones (acerca de cosas ocultas y abstrusas) que en lo que la palabra de Dios nos ha revelado al respecto, porque no lo podemos poner en consonancia. Por otra parte, nadie nos mand ponerlo en consonancia. No hay duda, pues, de que Dios previo con toda exactitud y certeza antes de la fundacin del mundo, y an hoy sabe quines de los que son llamados creern o no creern; tambin quines de los convertidos perseverarn en la fe y quines no perseverarn; quines volvern despus de haber cado (en graves pecados) y quines caern en el endurecimiento (perecern en sus pecados). Sin ninguna duda, Dios conoce tambin el nmero exacto de personas que habr por ambos bandos. Sin embargo, ya que Dios ha reservado este misterio para su sabidura y no nos ha revelado nada sobre l en su palabra, y mucho menos nos ha mandado investigarlo con nuestro pensamiento, sino al contrario nos advierte seriamente que desistamos de hacerlo (Ro. 11:33 y sigte.), no debemos razonar en nuestro pensamiento, ni sacar conclusiones arbitrarias, ni inquirir con curiosidad sobre estos asuntos, sino adherirnos a su palabra, a la cual nos dirige l. As tambin queda fuera de toda duda que Dios sabe y ha determinado para cada persona el tiempo y la hora en que l la quiere llamar y convertir (y en que l volver a levantar al que ha cado). Mas como tal cosa no nos ha sido revelada, rige para nosotros la orden de insistir siempre en (la predicacin de) la palabra, pero de dejar librados al criterio de Dios el tiempo y la hora exacta (Hch. 1:7). Igualmente, cuando vemos que Dios deja predicar su palabra en cierto lugar, y en otro lugar no; la quita de un lugar y permite que quede en otro; asimismo, cuando vemos que uno es endurecido, cegado y entregado a una mente reproba, mientras otro, que por cierto se halla en la misma culpa, es convertido, etc.en estas y otras preguntas similares, Pablo (Ro. 9:14 y sigte.; 11:22 y sigte.) nos fija cierto lmite al cual nos es lcito llegar, es decir, nos exhorta a considerar el triste fin de los impos como el justo juicio de Dios y el castigo por los pecados. Pues si un pas o pueblo que despreci la palabra divina es castigado por Dios de tal modo que las consecuencias se hacen sentir aun en las lejanas generaciones, como por ejemplo en el caso de los judos, ello no es sino una bien merecida pena por los pecados. De esta manera, con el ejemplo de ciertos pases y personas, Dios muestra a los suyos con toda seriedad qu habramos merecido todos nosotros, de qu seramos dignos, por cuanto nos comportamos en desacuerdo con la palabra de Dios y a menudo contristamos grandemente al Espritu Santo. Y Dios quiere que, amonestados por tales ejemplos, vivamos en temor de Dios, y reconozcamos y alabemos la bondad que el Seor usa para con nosotros sin y aun contra nuestro merecimiento, al darnos y preservarnos su palabra, y al no endurecernos ni desecharnos. Pues por cuanto nuestra naturaleza est corrompida por el pecado, y es merecedora y culpable de la ira divina y la condenacin eterna, por tanto Dios no nos debe ni su palabra ni su Espritu ni su gracia; y si l nos confiere estos dones de pura gracia, cuntas veces sucede que los rechazamos y nos hacemos indignos de la vida eterna! (Hch. 13:46). Y ese su juicio justo y bien merecido, Dios lo hace patente en determinados pases, pueblos y personas, a fin de que nosotros, al ser comparados con ellos (y hallados tan similares a ellos) aprendamos a reconocer y alabar tanto ms diligentemente la inmensa e inmerecida gracia en los vasos de misericordia (quiere decir, en aquellos en quienes se manifiesta la misericordia).

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No se hace empero ninguna injusticia a aquellos que son castigados y reciben el merecido pago por sus pecados; pero a los dems, a quienes Dios da y preserva su palabra, por la cual los hombres son iluminados, convertidos y conservados en la fea los dems, pues, Dios extiende su inmerecida gracia y misericordia, sin ningn mrito por parte de ellos. Si seguimos en este artculo hasta este punto, permanecemos en el buen camino, como est escrito en Oseas 13:9: Te perdiste, oh Israel, mas en m est tu ayuda. Pero en lo que respecta a las cosas que aqu estamos considerando, cosas que se elevan a alturas inaccesibles y van ms all de esos lmites, debemos seguir el ejemplo de San Pablo y callar y recordar sus palabras: Mas antes, oh hombre, quin eres t, para que alterques con Dios? (Ro. 9:20). Que en este artculo no podemos ni debemos investigarlo y sondarlo todo, lo atestigua el gran apstol San Pablo (con su propio ejemplo): Despus de haber debatido largamente acerca de este artculo a base de la palabra revelada de Dios, por fin arriba al punto donde seala lo que Dios reserv, concerniente a este misterio, a su oculta sabidura; y all Pablo corta el hilo de su argumentacin prorrumpiendo en las palabras (Ro. 11:33-34): Oh profundidad de las riquezas de la sabidura y de la ciencia de Dios! Cuan insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque quin entendi la mente del Seor?, quiere decir, fuera y ms all de lo que l mismo ya nos ha revelado en su palabra? Por consiguiente, esa eterna eleccin de Dios ha de ser considerada en Cristo, y no fuera de Cristo o sin Cristo; porque en Cristoas lo atestigua el apstol San PabloDios nos escogi en l antes de la fundacin del mundo (Ef. 1:4 y sigte.), como est escrito: Nos hizo aceptos en el Amado (Ef. 1:6). Esa eleccin empero es revelada desde el cielo mediante la palabra predicada, cuando el Padre dice, Mt. 17:5: ste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a l od! Y Cristo mismo dice (Mt. 11:28): Venid a m todos los que estis trabajados y cargados, y yo os har descansar! Y respecto del Espritu Santo, Cristo afirma (Jn. 16:14): l me glorificar; porque tomar de lo mo, y os lo har saber. As que la Santa Trinidad entera, Padre, Hijo y Espritu Santo, dirigen a todos los hombres hacia Cristo como el Libro de la Vida en el cual han de buscar la eterna eleccin del Padre. Pues esto lo ha resuelto el Padre desde la eternidad: A quien l quiere salvar, lo quiere salvar por medio de Cristo. Esto lo recalca Cristo mismo en las siguientes palabras en Juan 14:6: Nadie viene al Padre, sino por m; adems, en Juan 10:9: Yo soy la puerta; el que por m entrare, ser salvo. Cristo empero, como el Hijo unignito de Dios, que est en el seno del Padre (Jn. 1:18), nos ha anunciado la voluntad del Padre y por ende tambin la eterna eleccin para la vida eterna; he aqu sus palabras al respecto, Marcos 1:15: Arrepentos, y creed en el evangelio; el reino de Dios se ha acercado; Juan 6:40: Esta es la voluntad del que me ha enviado, que todo aquel que ve al Hijo, y cree en l, tenga vida eterna; Juan 3:16: De tal manera am Dios al mundo, etc. que ha dado a su Hijo unignito, para que todo aquel que en l cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Es la seria voluntad de Dios que todos los hombres oigan estas palabras (esta predicacin) y vengan a Cristo; y a los que vienen, l no los echar fuera, como est escrito en Juan 6:37: Al que a m viene, no le echo fuera. Y para que podamos venir a Cristo, el Espritu Santo obra en nosotros la verdadera fe por medio de la palabra oda, como lo atestigua el apstol Pablo diciendo (Ro. 10:17): As que la fe es por el or, y el or, por la palabra de Dios, a saber, cuando es predicada con toda claridad y pureza. Por consiguiente: El hombre que quiera ser salvo, no debe mortificarse y afligirse a s mismo con pensamientos respecto del consejo oculto de Dios, cavilando si realmente ha sido 421

elegido y ordenado para la vida eterna. stos son pensamientos con que el Maligno suele atacar y atormentar a los corazones piadosos. Antes bien, los que quieran ser salvos deben or a Cristo, quien es el libro de la vida y de la eterna eleccin para la vida eterna de todos los hijos de Dios. Este Cristo atestigua a todos los hombres sin distincin alguna que la voluntad de Dios es que acudan a l todos los hombres trabajados y cargados por sus pecados, a fin de que sean confortados y salvados (Mt. 11:28). De acuerdo con esta doctrina de Cristo, los hombres deben dejar sus pecados, arrepentirse, creer su promesa y confiar por entero en l; y como esto no lo podemos hacer de nosotros mismos con nuestras propias fuerzas, el Espritu Santo quiere obrar en nosotros el arrepentimiento y la fe mediante la palabra y los sacramentos. Y para que podamos lograr esto y perseverar en ello hasta el fin, debemos implorar a Dios que l nos conceda su gracia que nos prometi en el santo bautismo, y no debemos dudar de que l nos la comunicar conforme a su promesa (Lc. 11:11 y sigte.): Qu padre de vosotros, que es padre, si su hijo le pide pan, le dar una piedra? o si pescado, en lugar de pescado, le dar una serpiente? o si le pide un huevo, le dar un escorpin? Pues si vosotros, siendo malos, sabis dar buenas ddivas a vuestros hijos, cunto ms vuestro Padre celestial dar el Espritu Santo a los que se lo pidan? Y dado que en los electos, que ya llegaron a la fe, mora el Espritu Santo como en su templo, no ociosamente, sino impulsando a los hijos de Dios a obedecer los mandatos del Seor, igualmente, tambin los creyentes no deben permanecer ociosos, y mucho menos deben resistir la obra del Espritu Santo, sino que deben ejercitarse en todas las virtudes cristianas, en toda piedad, modestia, templanza, paciencia, amor fraternal; deben, adems, empearse seriamente en hacer firme su llamado y eleccin (2 P. 1:10), para que duden de ella tanto menos, cuanto ms sientan en s mismos el poder del Espritu Santo. Pues el Espritu da testimonio a los electos de que son hijos de Dios (Ro. 8:16). Y a pesar de que a veces caen en una tentacin tan grave que se imaginan no experimentar ningn poder del Espritu que habita en ellos, de modo que se ven inducidos a decir con David (Sal. 31:22a): Yo deca en mi alarma: Cortado estoy de delante de tus ojos, no obstante, y sin atender a lo que ellos experimenten dentro de s mismos, deben (consolarse y) proseguir diciendo con David lo que ste aade inmediatamente en la cita ya mencionada (Sal. 31:22b): Sin embargo t oas la voz de mis ruegos cuando clamaba a ti. Y como nuestra eleccin para la vida eterna se basa no en nuestra piedad o virtud, sino exclusivamente en el mrito de Cristo y la misericordiosa voluntad de su Padre, quien no puede negarse a s mismo, ya que su voluntad y esencia no cambiapor tanto, si sus hijos caen en desobediencia y pecados, l vuelve a hacerlos llamar al arrepentimiento mediante la palabra; y por la palabra, el Espritu Santo quiere ser eficaz en ellos para obrar la conversin; y cuando ellos, verdaderamente arrepentidos, se vuelven otra vez a Dios mediante la fe sincera, l quiere manifestar siempre de nuevo su corazn paternal a todos los que temen (tiemblan ante) su palabra y de corazn se convierten a l. Pues as est escrito en Jeremas 3:1: Si alguno dejare a su mujer, y yndose sta de l se juntare a otro hombre, volver a ella ms? No ser tal tierra del todo amancillada? T, pues, has fornicado con muchos amigos; mas vulvete a m, dice Jehov! Adems: Es cierto y seguro lo que se dice en Juan 6:44: Nadie puede venir a Cristo, si el Padre no le trajere. Pero el Padre no quiere hacer esto sin medios, sino que a tal efecto l ha instituido su palabra y sacramentos como medios e instrumentos regulares (ordinarios); y no es la voluntad ni del Padre ni del Hijo que un hombre haga caso omiso de la predicacin de su palabra y la desprecie, y en cambio espere que el Padre le traiga (hacia el Hijo) sin palabra y sacramentos. Es verdad que el Padre trae con el poder del Espritu Santo; pero, segn su orden usual, ese traer con el poder del Espritu Santo se verifica mediante el or su santa y divina 422

palabra, como mediante una red con que los electos son arrancados de las garras de Satans. Por lo tanto, cada pobre y msero pecador debe dirigirse a la palabra, orla con frecuencia y atencin, y no dudar de que el Padre quiere atraerlo hacia el Hijo. Pues el Espritu Santo quiere hacer eficaz su poder mediante la palabra: Esto es el atraer del Padre. Ahora bien: Es sabido que no todos los que oyen la palabra, la creen tambin, por lo cual llevarn ms abundante condenacin. Pero la causa de ello no es que Dios no haya querido darles la salvacin. Los culpables son ellos mismos, porque oyeron la palabra no con intencin de aprenderla, sino slo para despreciarla, blasfemar contra ella y denostarla, y porque resistieron al Espritu Santo que quera obrar en ellos por medio de la palabra, como fue el caso con los fariseos y su secuaces en los tiempos de Cristo. Por esa razn, el apstol San Pablo diferencia con especial claridad entre la obra de Dios, quien slo hace vasos para gloria, y la obra del diablo y del hombre, quien, por instigacin del diablo, y no de Dios, se hizo a s mismo un vaso de deshonra; pues as est escrito en Romanos 9:22-23: Dios sufri con mucha y larga paciencia vasos de ira, dispuestos ya para perdicin, a fin de dar a conocer tambin las riquezas de su gloria en vasos de misericordia, que l ha preparado antes para la gloria. Aqu, pues, el apstol dice claramente que Dios soport con mucha paciencia los vasos de ira, pero no nos dice que l los hizo vasos de ira; pues si tal hubiera sido su voluntad, no habra sido necesaria esa mucha paciencia por su parte. La culpa de que esos vasos de ira hayan sido dispuestos para perdicin la tienen empero el diablo y los hombres mismos, y no Dios. Pues toda disposicin o preparacin para condenacin se debe al diablo y al hombre, mediante el pecado, y de ninguna manera a Dios. Dios no quiere que hombre alguno sea condenado; cmo habra de disponer o preparar l mismo a un hombre para la condenacin? Pues como Dios no es causa del pecado, tampoco es causa del castigo y de la condenacin. La sola y nica causa de la condenacin es el pecado: Pues la paga del pecado es muerte (Ro. 6:23). Y as como Dios no quiere el pecado ni se complace en el pecado, as tampoco quiere la muerte del pecador (Ez. 33:11), ni se complace en la condenacin de los pecadores. Pues el Seor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 P. 3:9). As est escrito tambin en Ezequiel 18:23 y 33:11: Vivo yo! dice Jehov el Seor, que no quiero la muerte del impo, sino que se vuelva el impo de su camino, y que viva. Y San Pablo confirma con claras palabras que por el poder y la accin de Dios, los vasos de deshonra pueden ser convertidos en vasos para honra, 2 Timoteo 2:21: As que, si alguno se limpia de estas cosas, ser instrumento para honra, santificado, til al Seor, y dispuesto para toda buena obra. Aquel empero que tiene que purificarse, debe haber sido antes impuro, y por ende un vaso de deshonra. En cambio, respecto de los vasos de misericordia, el apstol dice claramente que el Seor mismo los ha preparado para la gloria, (Ro. 9:23) cosa que no dice de los condenados: A stos no los ha preparado Dios para ser vasos de condenacin, sino que esto lo han hecho ellos mismos. Hay otra cosa que debe tenerse bien en cuenta: Si Dios castiga el pecado con pecados, es decir, si l al final castiga con endurecimiento y obcecacin a los que una vez haban sido convertidos, por cuanto luego cayeron en seguridad carnal, impenitencia y pecados intencionales, ello no debe interpretarse como si nunca hubiese sido la buena y seria voluntad de Dios que esas personas llegasen al conocimiento de la verdad y fuesen salvadas. Ambas cosas son la voluntad revelada de Dios: Primero, Dios quiere aceptar en su gracia a todos los que se arrepientan y crean en Cristo.

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Segundo, Dios quiere castigar a los que intencionalmente se apartan del santo mandamiento, se dejan enredar otra vez en las contaminaciones del mundo (2 P. 2:20), engalanan su corazn para Satans (Lc. 11:25 y sigte.), y hacen ultraje al Espritu de gracia (He. 10:29); adems, l quiere endurecer, obcecar y entregar a condenacin eterna a los tales si persisten en su iniquidad. Conforme a esto, tampoco Farande quien est escrito (Ex. 9:16; Ro. 9:17); Yo te he mantenido en pie para esto mismo, para hacerte ver mi poder, y para que sea celebrado mi nombre en toda la tierratampoco se perdi porque Dios no quera concederle la salvacin, o porque Dios haba hallado placer en que se condenara y se perdiera. El Seor quiere que ninguno perezca (2 P. 3:9); tampoco quiere la muerte del impo, sino que se vuelva el impo de su camino, y que viva (Ez. 33:11). Pero el que Dios endureciera el corazn de Faran, de modo que Faran siguiera pecando continuamente, y se endureciera tanto ms cuanto ms se le amonestaba, esto fue un castigo por su pecado anterior y la cruel tirana que ejerci sobre los hijos de Israel de muchas y distintas maneras, en forma inhumana y contra las acusaciones de su propia conciencia. Y despus que Dios mand que se le predicara su palabra y se le anunciara su voluntad, Faran no obstante persisti en su obstinada malicia contra toda amonestacin y advertencia, finalmente Dios tuvo que retirar de l su divina mano; y en consecuencia, el corazn de Faran se endureci del todo, y Dios ejecut en l su justo juicio; pues no otra cosa que el fuego infernal (Mt. 5:22) fue lo que Faran haba merecido. La nica razn por la cual San Pablo aduce aqu el ejemplo de Faran es, por lo tanto, la de evidenciar cmo se manifiesta la justicia de Dios para con los impenitentes y despreciadores de su palabra. De ninguna manera Pablo opinaba o quera dar a entender que Dios le haba negado la salvacin a Faran o a alguna otra persona, o que en su consejo oculto haya predestinado a alguien a la condenacin eterna, para que el tal no pueda ni deba ser salvo. Mediante esta doctrina y explicacin de la predestinacin eterna y salvadora de los hijos escogidos de Dios se le da al Seor toda la gloria que le pertenece a l, porque en Cristo nos hace salvos impulsado por su pura misericordia, sin ningn mrito o dignidad de nuestra parte, sino segn el propsito de su voluntad, como est escrito en Efesios 1:5-6, 11: [l nos ha] predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, segn el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. Por lo tanto, es un error craso ensear que la causa por la cual Dios nos elige para la vida eterna no es nicamente la misericordia de Dios y el santsimo mrito de Cristo, sino tambin algo en nosotros. Pues Dios nos escogi en Cristo no slo antes de haber hecho nosotros algo bueno, sino tambin antes de haber nacido (Ro. 9:11); an ms, antes de la fundacin del mundo (Ef. 1:4); y para que el propsito de Dios, conforme a eleccin, estuviese firme, no por parte de obras, sino de aquel que llamale fue dicho: El mayor ser siervo del menor. As como est escrito: Am a Jacob, mas a Esa le aborrec (Ro. 9:11-13; Gn. 25:23; Mal. 1:2-3). Adems, cuando se ensea a la gente que deben buscar su eterna eleccin en Cristo y en su santo evangelio, como en el libro de la vida (Fil. 4:3; Ap. 3:5; 20:15), esta doctrina no da a nadie motivo alguno para que desespere o para que lleve una vida indecorosa y disoluta. En efecto, el evangelio no excluye (de la salvacin) a ningn pecador penitente, sino que invita y llama al arrepentimiento, al reconocimiento del pecado y a la fe en Cristo a todos los pecadores afligidos y agobiados por sus iniquidades, y les promete el Espritu Santo para purificacin y renovacin. As, el evangelio da a los hombres afligidos y atribulados el ms firme consuelo, a saber, la certeza de que su salvacin no est puesta en las manos de ellosde lo contrario, la perderan mucho mas fcilmente que Adn y Eva en el paraso, an ms, en cada hora y

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momentosino en la misericordiosa eleccin de Dios que l nos ha revelado en Cristo, de cuya mano nadie nos arrebatar (Jn. 10:28; 2 Ti. 2:19). De ah se desprende que si alguien presenta la doctrina respecto a la misericordiosa eleccin divina de tal modo que los cristianos acosados por la duda no puedan extraer consuelo de ella, sino que antes bien sean incitados a la desesperacin, o de tal modo que los impenitentes sean confirmados en su depravacin, no hay la menor duda de que tal doctrina se est enseando no segn la palabra y la voluntad de Dios, sino segn el criterio ciego de la razn humana, y la instigacin del diablo. Cuanto fue escrito anteriormente, declara el apstol Pablo en Romanos 15:4, para nuestra enseanza fue escrito; para que por medio de la paciencia, y de la consolacin de las Escrituras, nosotros tengamos esperanza. Pero si esta consolacin y esperanza nos es disminuida o totalmente arrebatada por ciertos textos citados de las Escrituras, entonces no cabe duda de que las Escrituras han sido entendidas e interpretadas en completa discrepancia con la voluntad e intencin del Espritu Santo. A esta sencilla, correcta y provechosa exposicin, slidamente basada en la voluntad revelada de Dios, nos adherimos; de todas las elevadas y sutiles preguntas y disputas huimos y las evitamos; y lo que es contrario a estas exposiciones sencillas y provechosas, lo rechazamos y condenamos. Nada ms diremos con respecto a los artculos impugnados, que durante tantos aos fueron discutidos entre los telogos de la Confesin de Augsburgo, por cuanto algunos incurrieron en errores, lo cual dio motivo a serias controversias, es decir, disputas religiosas. Esta nuestra exposicin servir para que cualquiera, amigo y adversario, pueda inferir claramente que no estamos dispuestos a sacrificar parte alguna de la eterna e inmutable verdad de Dios por causa de la paz, tranquilidad y unidad temporalcomo que tampoco est en nuestro poder hacerlo. Por otra parte, tal paz y unidad tampoco podra ser duradera, puesto que se dirige contra la verdad e intenta sofocarla. Mucho menos estamos dispuestos a adornar (disimular) y encubrir corrupciones de la doctrina pura, y errores manifiestos y condenados. En cambio, deseamos anhelosamente, y por nuestra parte estamos dispuestos de todo corazn a promover con todas nuestras fuerzas, una unidad de ndole tal que la gloria de Dios quede inclume, que no sea entregado nada de la verdad divina del santo evangelio, que no se ceda en nada ni al error ms mnimo, que los pobres pecadores sean llevados a verdadero y sincero arrepentimiento, confortados mediante la fe, fortalecidos en la nueva obediencia, y de tal manera justificados y eternamente salvados por el solo mrito de Cristo.

XII. OTRAS FACCIONES Y SECTAS QUE NUNCA ACEPTARON LA CONFESIN DE AUGSBURGO Hay ciertas sectas y facciones que nunca se adhirieron a la Confesin de Augsburgo y que no se mencionan expresamente en esta nuestra exposicin, tales como los anabaptistas, schwenckfeldianos, neoarrianos y antitrinitarios. Sus errores han sido condenados unnimemente por todas las iglesias que profesan la Confesin de Augsburgo. En esta exposicin prescindimos de mencionarlos particular y especialmente. La razn es que por esta vez nuestro nico propsito fue el de refutar ante todo las calumnias de nuestros adversarios, los papistas. Nuestros adversarios alegaron descaradamente, difamando por todo el mundo a nuestras iglesias y a los maestros de la misma, que no existen dos predicadores que concuerden en todos y cada uno de los artculos de la Confesin de Augsburgo, sino que estn tan desunidos y separados entre s que ya ni ellos mismos saben qu es la Confesin de Augsburgo y su sentido propio y 425

real. Por esto no hemos querido limitamos a hacer una confesin comn con unas pocas palabras o nombres (firmas de nuestros nombres) solamente, sino que antes bien, hemos querido presentar una declaracin cabal, clara y detallada acerca de todos los artculos que fueron motivo de discusin y controversia entre los telogos adherentes a la Confesin de Augsburgo exclusivamente. Y esto lo hicimos con el fin de que cada cual pudiera entender que no hemos querido ocultar o encubrir maliciosamente todas estas cosas (estas controversias y falsas opiniones) o llegar a un acuerdo slo aparente, sino que nuestra voluntad ha sido remediar a fondo esa cuestin y manifestar nuestra opinin al respecto de una manera tal que aun nuestros adversarios mismos se viesen obligados a reconocer que en todo ello permanecemos en el sentido correcto, sencillo, natural y propio de la Confesin de Augsburgo. Y por cierto es nuestro ferviente deseo permanecer firmes en ella, mediante la gracia de Dios, hasta nuestro fin; y en cuanto de nuestro servicio depende, no consentiremos ni toleraremos calladamente que algo contrario al sentido propio y real de la Confesin de Augsburgo sea introducido en nuestras iglesias y escuelas en las cuales el omnipotente Dios y Padre de nuestro Seor Jesucristo nos ha puesto por maestros y pastores. Pero para que no se nos achaquen tcitamente los errores condenados de los antes mencionadas facciones y sectas errores que, segn la usanza de tales espritus, se infiltraron mayormente en aquellos lugares y tiempos donde no se daba lugar a la palabra pura del santo evangelio, sino que se persegua a todos los sinceros maestros y confesores del mismo; donde an reinaban las densas tinieblas del papado; donde la gente pobre y sencilla, que no poda menos que ver la manifiesta idolatra y doctrina falsa del papado en su ingenuidad aceptaba, por desgracia, todo cuanto llevaba el nombre de evangelio y no era papistapara que los tales errores no se nos achaquen, no hemos podido abstenernos de testificar contra ellos tambin pblicamente, ante toda la cristiandad, afirmando que no tenemos participacin ni comunidad con estos errores, ya fuesen muchos o pocos, sino que los rechazamos y condenamos en su totalidad como falsos y herticos, contrarios tanto a los escritos de los santos profetas y apstoles como tambin a nuestra cristiana Confesin de Augsburgo, slidamente fundada en la palabra de Dios.

Artculos errneos de los anabaptistas Rechazamos y condenamos la doctrina errnea y hertica de los anabaptistas, que no puede ser tolerada ni en la iglesia ni en el orden pblico ni en el privado; ellos ensean que 1. Nuestra justicia ante Dios se basa no meramente en la sola obediencia y mrito de Cristo, sino en nuestra renovacin y en nuestra propia piedad en la cual andamos ante Dios; y esta piedad o justicia los anabaptistas la Tundan mayormente sobre sus propias ordenanzas peculiares y sobre una espiritualidad elegida por ellos mismos, como sobre una especie de nueva monjera. 2. Los nios no bautizados ante Dios no son pecadores, sino justos e inocentes, y en esa su inocencia se salvan sin bautismo, del cual no han menester. De tal suerte, los anabaptistas niegan y rechazan la doctrina entera respecto del pecado original, y lo que con ella se relaciona. 3. Los nios deben ser bautizados no antes de haber alcanzado el uso de la razn y de poder confesar ellos mismos su fe. 4. Los hijos de los fieles, por haber nacido de padres cristianos y creyentes, son santos e hijos de Dios aun sin bautismo y antes de lrazn por la cual los anabaptistas ni aprecian debidamente ni favorecen el bautismo de los prvulos, contrariamente a las expresas palabras de

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la promesa, que rigen solamente para aquellos que guardan el pacto de Dios y no lo desprecian (Gn. 17:4-8; 19-21). 5. Aquella congregacin en que todava se hallan pecadores, no es una verdadera congregacin cristiana. 6. No se debe escuchar ni presentar un sermn en templos en que anteriormente se decan misas papales. 7. No se debe tener trato con los ministros que predican el evangelio en acuerdo con la Confesin de Augsburgo y que censuran los errores de los anabaptistas; tampoco se les debe prestar servicio ni hacer para ellos trabajo alguno, sino que deben ser esquivados y evitados como a falseadores de la palabra divina. 8. En el Nuevo Testamento, el gobierno civil no es un estado acepto a Dios. 9. Un cristiano no puede desempear con conciencia limpia e ilesa un cargo en el gobierno civil. 10. Un cristiano no puede usar con conciencia ilesa el cargo de magistrado en contra de los malvados, si las circunstancias as lo requieren, ni pueden los sbditos apelar a la fuerza pblica. 11. Un cristiano no puede, con buena conciencia, prestar juramento ante los tribunales, ni puede emplear el juramento para expresar su fidelidad a su prncipe o soberano hereditario. 12. El gobierno civil no puede aplicar con conciencia ilesa la pena capital a los malhechores. 13. Un cristiano no puede, con buena conciencia, tener en su poder o poseer propiedad, sino que tiene la obligacin de entregarla al erario comn de la congregacin. 14. Un cristiano no puede ejercer con buena conciencia el oficio de posadero, comerciante o cuchillero. 15. Los esposos tienen el derecho de divorciarse a causa de la fe (por diversidad de religin); una parte puede abandonar a la otra y contraer enlace con una persona de su mismo credo. 16. Cristo no asumi su carne y sangre de la virgen Mara, sino que la trajo consigo desde el cielo. 17. Cristo tampoco es Dios verdadero y esencial, sino que slo tiene ms y mayores dones y gloria que otros hombres. Hay entre los anabaptistas otros artculos ms de ndole similar; pues estn divididos entre s en muchos bandos (sectas), de los cuales uno tiene ms, el otro menos errores; por lo que toda su secta no es en realidad otra cosa que una nueva clase de monjera.

Artculos errneos de los schwenckfeldianos Rechazamos y condenamos tambin los errores de los schwenckfeldianos, quienes ensean que 1. Todos aquellos que creen que Cristo segn la carne, o su asumida naturaleza humana, es una criatura, carecen del conocimiento del Cristo Rey de los cielos. Mediante la exaltacin, la carne de Cristo asumi todas las propiedades divinas de un modo tal que en podero, fuerza, majestad y gloria, l es igual al Padre y al Verbo eterno en todo respecto, en grado y posicin de esencia, de manera que la esencia, propiedades, voluntad y gloria de las dos naturalezas en Cristo son las mismas. La carne de Cristo pertenece a la esencia de la Santa Trinidad.

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2. El ministerio eclesistico, esto es, la palabra predicada y oda, no es un medio con que Dios el Espritu Santo ensea a los hombres y obra en ellos el conocimiento salvador de Cristo, la conversin, arrepentimiento, fe y nueva obediencia. 3. El agua bautismal no es un medio con que el Seor sella la adopcin de hijos y efecta la regeneracin. 4. El pan y el vino en la santa cena no son medios con que Cristo distribuye su cuerpo y sangre. 5. Un cristiano verdaderamente regenerado por el Espritu de Dios puede, en esta vida presente, guardar y cumplir a perfeccin la ley divina. 6. No es una verdadera congregacin cristiana aquella en que no est en vigor la excomunin pblica o no se observa el procedimiento acostumbrado de la excomunin. 7. El ministro de la iglesia que por su parte no es en verdad renovado, justo y piadoso, no puede ensear con provecho a otros ni puede administrar los sacramentos correcta y verdaderamente.

Artculos errneos de los nuevos arranos. Rechazamos y condenamos el error de los nuevos arranos los cuales ensean que Cristo no es un Dios verdadero, esencial y natural, de una esencia eterna y divina con Dios el Padre, sino slo adornado con divina majestad inferior a y junta al Padre.

Artculos errneos de los nuevos antitrinitarios. 1. Algunos antitrinitarios rechazaron y condenaron los antiguos, aprobados smbolos, el Credo Niceno y el de Atanasio, ambos en cuanto a su contenido y terminologa, y en su lugar ensean que no hay una esencia eterna y divina en el Padre, el Hijo y el Espritu Santo, sino que hay tres personas distintas, Padre, Hijo y Espritu Santo, y por esto cada persona tiene su propia esencia separada de las otras dos. Algunos ensean que las tres personas en la Trinidad, as como cuales quiera otras tres distintas y esencialmente separadas personas humanas, tienen el mismo poder, sabidura, majestad y gloria, mientras otros ensean que las tres personas en la Trinidad no son iguales en su esencia y sus propiedades. 2. Que slo el Padre es genuinamente y verdaderamente Dios. Todos estos artculos y otros similares, y cualquier cosa que se deriva de ellos o los sigue, nosotros rechazamos y condenamos como falsos, errneos, herticos, contrarios a la palabra de Dios, a los tres credos, a la Confesin de Augsburgo y la Apologa, a los Artculos de Esmalcalda, a los Catecismos de Lutero. Todos los cristianos piadosos han de y deben eludir stos con el mismo afn con que aman el bienestar de sus almas y su salvacin. Por esto, en la presencia de Dios y de toda la cristiandad, entre nuestros contemporarios y nuestra posteridad, deseamos testificar que la presente explicacin de los artculos ya controvertidos y aqu explicados, y ningn otro, es nuestra enseanza, nuestra creencia y nuestra confesin mediante la cual, por la gracia de Dios, apareceremos con corazones intrpidos ante el tribunal de nuestro Seor Jesucristo y por la cual daremos cuenta. No hablaremos, ni escribiremos nada, privada o pblicamente, contrario a esta confesin, pero s intentamos, por la gracia de Dios, atenernos a ella. En vista de esto hemos, deliberadamente, en temor de Dios e invocndolo a l, subscrito nuestros nombres con nuestras propias manos. 428

Dr. Jaime Andrae, subscribi Dr. Nicols Selnecker, subscribi Dr. Andrs Musculus, subscribi Dr. Cristbal Koerner, subscribi David Chytraeus Dr. Martn Chemnitz

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