Diario de Un Medico Loco - Leonidas Andreiev PDF

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COLECC I N

Leonidas Andreiev

Diario de un mdico loco


Prlogo de
scar Vela Descalzo

COLECC I N

Presidente del Consejo de la Judicatura Gustavo Jalkh Rben Vocales Nstor Arbito Chica / Karina Peralta Velsquez Alejandro Suba Sandoval / Tania Arias Manzano Consejo Editorial Gustavo Jalkh Rben / Nstor Arbito Chica Juan Chvez Pareja / Efran Villacs Directora de la Escuela de la Funcin Judicial Patricia Herrmann Fernndez Director de la Coleccin Efran Villacs Editor General Antonio Correa
ISBN 978-9942-07-488-1

Diseo y Diagramacin Alejandra Zrate Fotografa de portada Direccin Nacional de Comunicacin del Consejo de la Judicatura Revisin y correccin de textos Susana Salvador Gustavo Salazar Imprenta Editogran
Escuela de la Funcin Judicial Av. La Corua N26 -92 y San Ignacio Edif. Austria, 3er piso / http://escuela.funcionjudicial.gob.ec www.funcionjudicial.gob.ec

Este libro es una publicacin sin fines de lucro y de distribucin gratuita Quito, Ecuador 2013

Contenido

Prlogo de scar Vela Descalzo 9 Diario de un mdico loco 17 I 19 II 37 III 51 IV 61 V 79 VI 93 VII 103 VIII 119

DIARIO DE UN MDICO LOCO Una Historia para Juzgar o exculpar

eonidas Andreiev (Oryol, Rusia, 1871 - Finlandia, 1919), es uno de los escritores ms representativos de la literatura criminal, tambin llamada en ocasiones literatura judicial, es decir aquella que parte normalmente de un delito de caractersticas atroces, y cuyo texto nace y se desarrolla en los propios expedientes procesales, en la mayora de los casos de la pluma de autores con formacin legal. Andreiev curs estudios de derecho en las universidades de Mosc y San Petersburgo, estudios que abandonara pronto para dedicarse por entero a la literatura, inicialmente con un gran xito comercial, pero pocos aos despus terminara muriendo en precarias condiciones econmicas como consecuencia de su exilio en Finlandia. Es importante anotar que en el caso particular de Andreiev, adems de sus inicios en el Derecho, tambin influira en su obra el trabajo periodstico que realiz tras conseguir un puesto de

reportero cubriendo la actividad judicial, y profundizando as su conocimiento en aquellos procesos criminales que se constituiran ms adelante en la fuente inspiradora de sus obras. La riqueza literaria del crimen ha permitido que los lectores disfrutemos de obras maestras que, adems consagraron a varios autores. Extrayendo de la extensa lista algunos ejemplos tenemos obras como: Santuario de William Faulkner, Crimen y Castigo de Dostoievsky, Casa Desolada de Dickens, A Sangre Fra de Truman Capote, Los Asesinatos de la calle Morgue de Allan Poe, las aventuras de Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle, entre otros. La fascinacin humana por el crimen nos llega desde tiempos inmemoriales. Ya en la tradicin oral las principales narraciones tenan que ver en gran medida con la muerte del hombre por el hombre. Con el descubrimiento del papel y la aparicin de los primeros libros la tendencia narrativa fue la misma: relatar historias reales y de ficcin a partir de los delitos ms graves que ha cometido el ser humano. As, conocimos la espeluznante historia del asesinato de Can, quiz el primero de la humanidad, y en lo sucesivo hasta nuestros tiempos nos vemos deslumbrados por esos sucesos macabros que, como reflejo dimensional del acto atroz de Can sobre su hermano Abel, se repiten de forma incesante, por siempre, en

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una especie de estigma gentico que nos diferencia de casi todas las especies de seres vivos. En efecto, el ser humano es uno de los pocos animales habitantes del planeta que es capaz de exterminar a los miembros de su propia especie. De esta premisa cierta y comprobable nacen una serie de cuestionamientos y quiz uno de los ms debatidos de todos sea el siguiente: Es el ser humano un asesino por naturaleza? De esta interrogante han nacido varias teoras, quiz la ms aceptada universalmente es con la que coincide el filsofo espaol Fernando Savater al concluir que existen dos nacimientos para el ser humano, el fisiolgico en el que llegamos en un estado de completa indefensin y con el alma pura; y el social, es decir, nuestro ingreso al colectivo de la especie, all donde somos moldeados a imagen y semejenza de otros miembros de la sociedad siempre en funcin de nuestra condicin econmica, religiosa y sociolgica. En este nacimiento social, evidentemente, tenemos un riesgo ms alto de convertirnos en potenciales asesinos, y en efecto, no tengo duda de que todos, dependiendo de las circunstancia, lo somos. Por tanto, analizar y comprender el comportamiento delictivo del ser humano ha sido probablemente la razn ms poderosa para que existan tantos autores y tantas obras sobre criminalidad, pasando

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por estudios psicolgicos, psiquitricos y sociolgicos, hasta los extensos tratados jurdicos que se han escrito y se siguen escribiendo sobre el tema, e incluso las obras literarias como la que tiene usted en sus manos. De la inmensa cantidad de teoras criminales, hay una que resulta tan curiosa como controvertida, y es la del mdico turins Cesare Lombroso, que identificaba al criminal tipo en base a ciertas caractersticas fsicas como las asimetras craneales y mandbulas prominentes. Por supuesto su teora qued nada ms que en el campo del anlisis y la ancdota cuando, transcurrido el tiempo, la humanidad traslad a la ciencia de la psiquiatra y la psicologa el estudio de las causas y de la imputabilidad en materia criminal. Y es precisamente all, en la imputabilidad, en donde radica la fuerza de esta magnfica narracin de Andreiev. Partamos inicialmente del hecho de que la imputabilidad es la capacidad humana para comprender las consecuencias de un hecho delictivo. Concurren all entonces la libertad, el discernimiento y la intencionalidad, y como resultado de estas concurrencias, la culpabilidad y responsabilidad del individuo. Tambin es importante analizar en el caso de esta obra literaria llevada al campo de lo jurdico, las causas comunes de ininmputabilidad, o sea aquellas eximentes de responsabilidad hacia quien ha cometido un delito,

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y entre ellas se encuentran frecuentemente en las legislaciones las anomalas psquicas, la intoxicacin de alcohol o drogas, las alteraciones de conciencia y la edad. Llevando este caso hacia alguna de estas excepciones que haran inimputable al asesino del Diario de un mdico loco, podemos concluir en un primer anlisis bsico a partir del mismo ttulo que la intencin del autor era claramente incidir en el veredicto final del lector, predisponiendo al mismo a la lectura de una obra en la que la conclusin pareca estar resuelta desde el inicio, y por tanto la narracin solo nos descubrira el camino tomado. No obstante, me adelanto a comentar que, no necesariamente todo lo afirmado en el diario del doctor Kerjentzef resulta ser cierto. La locura ha sido y sigue siendo una maravillosa e inagotable fuente natural para varios gneros literarios, y tambin para la prctica jurdica profesional, pues en muchas ocasiones ha resultado una va de escape ptima para un cliente claramente culpable. La locura pues, ocupa un espacio preponderante en esta obra. El mdico Antonio Ignacio Kerjentzef se encarga de relatar en primera persona el asesinato de su amigo Alejo Constantino Savilov. Un mes despus del brutal crimen, es el autor confeso el que pone a disposicin de la justicia y de la psiquiatra su propia interpretacin de lo sucedido. Redactada como una

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confesin llana y pura de los hechos, el lector se sumerge de inmediato en los nebulosos pasadizos de una mente tan perversa como brillante. El juego, porque la narracin de Andreiev en esta obra es eso, un juego de estrategia legal, consiste en desenmaraar los hilos de una historia laberntica para juzgar o exculpar. Y ya que los lectores de este tipo de obra, ms an si somos abogados, nos inclinamos siempre a hacer el papel de dioses todopoderosos y omnipresentes, entramos al juego maravillados y con las cartas tendidas sobre la mesa: la confesin del criminal y las razones que tuvo para asesinar a su amigo. En teora, todo parece ser simple, casi una ecuacin matemtica o un silogismo categrico: dos premisas slidas y una conclusin verdadera. No obstante, en la obra no todo resulta ser verdad, o al menos, no todo lo que parece ser verdad es tal. La mente humana es tan compleja, tan inmensamente desconocida, que el juego del autor est justo all, en los terrenos ms farragosos del comportamiento humano: en la demencia. Es el mdico Antonio Ignacio Kerjentzef realmente un asesino? Y en caso de serlo, es imputable por el delito cometido? Acaso sus causas son justificaciones procesales vlidas, eximentes de su culpa? Cada libro es una aventura nueva, una vida floreciente que el lector experimenta al abrir la primera

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pgina y que sobrelleva con l hasta el punto final. No tengo duda de que las mejores experiencias de vida literaria que puede tener un lector estn en las obras que exploran y escarban el alma del ser humano, aquellas que cuestionan e inquieren, las que hieren mortalmente. Con el Diario de un mdico loco, usted no se quedar indiferente, ya sea como juez o como parte, como juzgador o juzgado, una nueva cicatriz lo acompaar siempre.

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Diario de un Mdico Loco

El 11 de diciembre de 1910 el mdico Antonio Ignacio Kerjentzef cometi un asesinato. Las circunstancias del crimen motivaron la sospecha de que pudiese haber algo anormal en el estado mental del asesino. Conducido al establecimiento de psiquiatra Elisabeth para ser all examinado, Kerjentzef se vio sometido a la vigilancia minuciosa y severa de varios especialistas experimentados, entre los cuales se encontraba el profesor Djemnitsky, que acaba de morir. Un mes despus de su entrada en el hospital, el doctor Kerjentzef present a los mdicos
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especialistas una memoria escrita por su mano, y en la cual daba explicaciones sobre cuanto haba sucedido. He aqu el documento que, unido a los otros materiales proporcionados por la informacin judicial, sirvi de base para redactar el informe mdicolegal.

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asta este momento, seores especialistas, he ocultado la verdad; mas ahora me veo forzado a descubrirla. Cuando la conozcan, comprendern que mi asunto no es tan sencillo como pudo parecrselo a los profanos. No se trata de uno de esos casos senci llos que conducen a la camisa de fuerza o al grillete. Hay en l algo infinitamente ms serio y que, por lo menos, as me atrevo a creerlo, ha de lograr interesarles. El hombre a quien yo mat, Alejo Constantino Savilov, haba sido compaero mo en el colegio y en la Universidad, a pesar de no ser los mismos nuestros estudios; como ustedes saben, yo soy mdico, y l estudi en la Facultad
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de Derecho. No puede decirse que odiase yo al difunto; siempre me fue simptico, y nunca tuve amigo ms ntimo que l. Sin embargo, a pesar de estos aspectos atrayentes, Savilov no perteneca a la categora de aquellas personas capaces de inspirarme respeto. La amabilidad y la condescendencia exagerada de su carcter, su extraa inconsecuencia en el terreno de las ideas y de los sentimientos, su ligereza y la escasa firmeza de sus juicios, siempre verstiles, me obligaban a considerarlo como un nio o como una mujer. Las personas prximas a l sufran con frecuencia por su manera de ser y, sin embargo tal es el carcter ilgico de la condicin humana , le queran mucho, esforzndose por hallar una excusa a sus defectos y, para razonar el efecto que hacia l sentan, le llamaban artista. En verdad, se habra dicho que este calificativo, en apariencia tan sencillo, le disculpaba por completo: todo cuanto hubiese parecido mal en un hombre normal, se tena por indiferente y an como bueno, cuando de Alejo se
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trataba. El poder de aquella palabra vaga era tan grande, que hasta yo mismo hube de compartir durante algn tiempo la opinin general, perdonando de buena gana a Alejo sus pequeos defectos. Digo pequeos, porque l era incapaz de tener nada grande, ni siquiera los defectos. No necesitar presentar ms prueba que sus obras literarias, en las cuales todo es mezquino y vulgar, aunque otra cosa haya dicho cierta crtica, siempre dispuesta a descubrir talentos nuevos. Cuando Alejo muri tena treinta y un aos, es decir, aproximadamente ao y medio menos que yo. Alejo estaba casado. Si ustedes no han conocido a su mujer ms que siendo ya viuda, no pueden formarse idea de lo que fue antes, pues se ha desmejorado mucho. Sus mejillas han perdido el color, y la piel del rostro se ha deslucido y ajado, como un guante largo tiempo usado. Y sus arrugas? Ahora son arrugas, pero antes de un ao sern canales y surcos profundos. Era tanto lo que amaba a su marido! Tampoco
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brillan ms sus ojos, ni ahora ren; mientras que antes solan rer siempre, aun en aquellas ocasiones en que debieran haber llorado. Yo no la he visto ms que un momento, por azar, en el despacho del juez de instruccin, y me sent conmovido ante semejante cambio. Ni siquiera fue capaz de lanzarme una mirada de odio... Pobre mujer! Tres personas tan solo: Alejo, Tatiana Nicolaevna y yo, sabamos que haca cinco aos, o sea dos antes del matrimonio de Alejo, hube yo de pedir la mano de Tatiana Nicolaevna , y que fui rechazado. Sin embargo, y por lo que a m respecta, es una suposicin tonta la de que no ramos ms que tres los que conocamos aquello, pues, sin duda alguna, Tatiana Nicolaevna pondra perfectamente al corriente a ms de una docena de amigos y de amigas, de que el doctor Kerjentzef haba querido casarse con ella, obteniendo en su demanda una negativa humillante. Yo no s si ella recordar haberse redo en aquella ocasin: eran tantos los motivos que
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tena para rer! Pero recurdenselo: el da 5 de septiembre ella se rio. Si ella lo niega y lo negar, asegrenle, ella se ri. Yo, el hombre fuerte, el que nunca haba llorado, el que jams tuvo miedo de nada, estaba tembloroso ante ella. Temblaba y la vea morderse los labios; alargaba los brazos para abrazarla, cuando ella alz los ojos, y sus ojos rean. Mis brazos se detuvieron en la mitad del camino, y ella se ech a rer y sigui riendo durante algn tiempo. Tan largo tiempo como quiso, aunque enseguida hubo de excusarse. Le ruego que me perdoneme dijo, pero sus ojos seguan riendo. Entonces tambin yo sonre; mas si he podido perdonarle su risa, jams me perdonar mi sonrisa. Era el 5 de septiembre, a las seis de la tarde hora de Petrogrado. Digo hora de Petrogrado, porque en aquel momento nos encontrbamos en el andn de la estacin, y todava veo claramente el gran cuadrante blanco y, sobre l, la posicin de las negras agujas: la una, en alto; en bajo, la otra. Alejo Constantino
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fue muerto tambin a las seis en punto. Es una coincidencia extraa, pero que a un hombre perspicaz le podr hacer adivinar muchas cosas. Una de las razones invocadas para internarme aqu ha sido la falta de motivos para el crimen. Ven ustedes ahora cmo exista el motivo? Es evidente que ste no era los celos o la envidia. Esto supone en el hombre un temperamento ardiente, con cierta debilidad en las facultades especulativas; es decir, estados de alma que son totalmente contrarios a m, hombre fro y razonable. La venganza? S, ms bien la venganza, ya que precisa una palabra vieja para definir un sentimiento nuevo y desconocido. Hay que decir que Tatiana Nicolaevna me indujo, por segunda vez, al error, y esto me exasper ms. Como yo conoca perfectamente a Alejo, estaba persuadido de que una vez casada con l, Tatiana Nicolaevna sera muy desgraciada, sentira no haberse unido a m, y por eso insist tanto para que Alejo, que ya entonces estaba enamorado de ella, la hiciese su esposa. Todava un mes antes de su trgica muerte, l me deca:
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A ti te debo mi felicidad... No es cierto, Tania? agregaba, y se volva hacia su mujer. Ella, despus de mirarme, contest: S. Y sus ojos sonrieron. Yo sonre tambin. Despus nos echamos todos a rer, cuando l abraz a Tatiana Nicolaevna; porque no solan reprimirse en mi presencia. Entonces Alejo agreg: S, querido; t erraste el golpe. Esta broma, fuera de lugar, y que sealaba una absoluta falta de tacto, abrevi su vida una semana; en efecto, yo tena decidido con anterioridad no matarlo hasta el 18 de diciembre. S, la vida conyugal fue grata, y, especialmente Tatiana ha sido feliz. l no quera a su mujer apasionadamente; adems, era incapaz de sentir un amor profundo. Tena una ocupacin favorita: la literatura, cuyos entusiasmos le arrastraban lejos de la alcoba conyugal. Pero ella no pensaba ms que en l, y slo para l viva. Adems, l no gozaba de mucha salud; a menudo padeca jaquecas, insomnios y, evi25

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dentemente, esto era para l un tormento. En cambio, para ella era una dicha cuidarle cuando estaba enfermo y satisfacer todos sus caprichos, porque, cuando la mujer ama, su personalidad queda por entero anulada. As es como vea yo diariamente su rostro dichoso, joven, bello, indiferente. Y pensaba para mis adentros: yo soy quien tiene la culpa. Quise encadenarla a un marido desordenado, para que ella echase en falta lo que haba perdido al rehusar ser mi esposa, y, en lugar de eso, le haba dado un marido al que ella amaba. Comprendan ustedes la singularidad de nuestra posicin; ella era ms inteligente que su marido, le gustaba hablar conmigo, y, despus de que habamos conversado juntos, me abandonaba completamente feliz para acostarse con su marido! No recuerdo ahora cundo sent por primera vez la idea de matar a Alejo; pero s que desde el primer instante se me hizo la cosa tan familiar como si hubiera nacido conmigo. S que senta deseos de hacer desgraciada a Tatiana Nicolaevna , y que desde el principio, imagin
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otros muchos proyectos menos peligrosos para Alejo. Porque yo siempre he sido enemigo de la crueldad intil. Gracias a la influencia que yo tena sobre l, confiaba en lograr que se enamorase de otra mujer, o en arrojarle a los excesos del alcoholismo (tena l cierta inclinacin a la bebida); pero estos medios no servan para nada, por la sencilla razn de que Tatiana se habra ingeniado para seguir siendo feliz, aun cediendo su marido a otra mujer o teniendo que recibir sus caricias de borracho. Necesitaba a aquel hombre, y hubiera sido siempre su esclava, pasase lo que pasase. En el mundo existen semejantes naturalezas serviles, y en su condicin de esclavas, no pueden comprender ni apreciar otra fuerza que no sea la de su seor. En el mundo ha habido mujeres inteligentes, bondadosas y llenas de talento; pero jams vio ni ver el mundo una mujer justa. Lo reconozco sinceramente, y no lo hago para obtener una indulgencia que me parece intil, sino para demostrar de qu manera normal y correcta hubo de tomar cuerpo mi pro27

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yecto; durante bastante tiempo tuve que luchar contra la piedad hacia el hombre que yo haba condenado a morir. Le tena lstima por los minutos de horror que precederan a su muerte. Me apiadaba no s si me comprendern hasta de su crneo, que yo habra de romper. En el organismo vivo, armonioso y activo, existe una belleza particular, y la muerte, lo mismo que la enfermedad o que la vejez, es, ante todo, una cosa fea. Recuerdo que, hace de esto mucho tiempo, cuando acababa de terminar mis estudios, tuve entre mis manos un perro joven y hermoso, de miembros vigorosos y bien proporcionados, y me fue preciso hacer un gran esfuerzo sobre m mismo antes de despellejarlo vivo, tal como lo exiga la experiencia que yo quera emprender. Mucho tiempo despus segua sindome desagradable el recuerdo. Si Alejo no hubiese estado tan enfermizo, tan dbil, quin sabe!, quiz yo no le hubiese matado. Todava siento ahora el destrozo de su hermosa cabeza. Dganselo ustedes a Tatiana Nicolaevna , se lo ruego! Su cabeza era hermo28

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sa, muy hermosa. Tan solo los ojos dejaban algo que desear; eran demasiado plidos, sin fuego, sin energa. Mas yo no habra matado a Alejo si la crtica hubiese tenido razn; si l hubiera realmente posedo genio potico. Hay tantas tinieblas en la humanidad y est tan necesitada de grandes talentos para iluminar su camino, que es preciso cuidar de stos como de las gemas ms preciosas, a fin de justificar de este modo la existencia del sinnmero de pcaros y de tontos. Pero Alejo no tena talento. No es ste el momento de escribir un artculo de crtica; pero busquen el sentido de las obras del difunto, an de aquellas que hicieron ms ruido y vern cmo no eran en modo alguno indispensables a la humanidad. Eran interesantes para centenares de gentes cuya gordura les exige distracciones; pero no para todos los hombres en general, para todos nosotros, los que pretendemos buscar el secreto del Universo. Cuando el escritor, con la fuerza de su inteligencia, debe crear
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una vida nueva, Savilov se contentaba con descubrir la vida antigua, sin pretender siquiera arrancarle su sentido oculto. La nica produccin suya que me agrada, y en la cual, ciertamente, se aproxim a los dominios de lo inexplorado, es su novela corta titulada El secreto; pero esa obra es la excepcin. Por otra parte, lo peor que hay en esto es que Alejo comenzaba visiblemente a decaer y que su felicidad le haba hecho perder los ltimos dientes, que tan necesarios son para morder a la vida y para deshacerla en menudos trozos. Con frecuencia me hablaba l mismo de sus dudas y yo vea que eran fundadas. He examinado con atencin y en detalle los planes de sus trabajos futuros; sus desolados admiradores pueden consolarse: no he encontrado en ellos nada grande, ni nada nuevo. De todos los ntimos de Alejo, su mujer era la nica que no vea la decadencia de su marido, ni la hubiera visto jams. Saben ustedes por qu? Porque ella no lea nunca las obras de Alejo. Una vez que yo pretend abrirle los ojos, no ms que un poco, hubo de juzgarme simplemente como un em30

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bustero. Y despus de haberse asegurado de que estbamos solos, me dijo: Hay algo que usted no puede perdonar a mi marido. Qu es? El que lo sea y el que yo le ame. Si Alejo no experimentase la pasin que experimenta por usted... Ella vacil, mas yo le hice el cumplimiento de completar su frase: Usted me habra echado de esta casa! Brill en sus ojos un deseo de rer. Mas, sonriendo con aire inocente, pronunci muy despacio: No, no le habra echado de esta casa. No obstante, yo no le haba demostrado ni con un gesto, ni con una palabra, el que continuaba amndola. Pero yo pens entonces: Tanto mejor, si ella lo ha adivinado. El hecho en s de quitar la vida a un hombre no tena para m nada que me detuviera. Saba que era un crimen severamente castigado por
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la ley; mas casi todos nuestros actos son crmenes, y para no verlo, es necesario estar ciego. Para quienes creen en Dios, son crmenes contra Dios; para los dems, son crmenes contra los hombres; para aquellos semejantes a m, son crmenes contra uno mismo. Habra sido un gran crimen no poner mi plan en ejecucin despus de haber llegado a reconocer la necesidad de matar a Alejo. La razn que divide los crmenes en grandes y pequeos y que califica al homicidio de gran crimen, siempre me ha parecido una de esas trapaceras humanas, consuetudinarias y piadosas, de las cuales se hace uno a s mismo culpable; lo he juzgado como un esfuerzo que hacemos para ocultarnos tras nosotros mismos, para evitar toda responsabilidad. Yo tena miedo de m mismo, y esto era lo principal. Para el asesino, para el culpable, lo terrible no es la intervencin de la polica o de la justicia, sino l mismo, sus nervios, la fuerte protesta de todo su ser, educado segn ciertas tradiciones. Recuerden ustedes a Raskol-

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nikov, aquel hombre muerto de un modo tan miserable y tan estpido; pues hay infinidad de hombres que se le asemejan. Yo me detuve largamente en este punto, lo estudi minuciosamente, tratando de representarme cuanto yo experimentara despus del asesinato. No dir que llegase a la completa certidumbre de mi tranquilidad semejante seguridad no puede existir en un hombre que piensa, que prev todas las eventualidades. Pero despus de haber reunido cuidadosamente todos los datos proporcionados por mi pasado; despus de haber tomado en consideracin la fuerza de mi voluntad, la firmeza de mi sistema nervioso intacto y mi desprecio profundo y sincero para la moral corriente, poda mantener una certidumbre relativa en cuanto se refera al resultado favorable de mi empresa. No sera intil recordarles aqu un hecho interesante de mi existencia. Cuando todava era estudiante de quinto ao, me apropi de quince rublos de cierta cantidad que mis camaradas me haban confiado, y despus les declar que el cajero haba padecido

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un error de cuenta; nadie dud de mi palabra. Era algo ms que el robo ordinario de un necesitado que toma los dineros del rico; exista all un abuso de confianza y el dinero haba sido hurtado a un camarada, a un pobre, por un hombre que tena recursos; por esto era imposible dejar de creerme. Este acto les parecer a ustedes, probablemente, ms repugnante todava que el crimen por mi cometido al asesinar a mi amigo... no es cierto? Sin embargo, lo recuerdo perfectamente: yo estaba alegre por haber podido realizar tan admirablemente aquel robo, con tal habilidad, y fijaba mis ojos resueltamente sobre los de mis camaradas, a quienes tan libre y audazmente estaba engaando; mis ojos eran negros, hermosos y francos y se crea en ellos. Pero de lo que yo estaba ms orgulloso era de que no experimentaba absolutamente ningn remordimiento de conciencia; eso era lo que necesitaba demostrarme a m mismo. Todava recuerdo ahora con particular satisfaccin los manjares del suculento almuerzo que hube de darme con el dinero robado, y cmo com con excelente apetito.
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Ahora, acaso tengo remordimientos de conciencia? Absolutamente ninguno. Lo que experimento es un sentimiento penoso, horriblemente penoso, tal como ningn hombre en el mundo lo haya jams experimentado, y mis cabellos encanecen; pero esto es otra cosa. Una cosa distinta. Algo terrible, inesperado, increble, dentro de su horrenda simplicidad.

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II

e aqu el problema que yo tena que resolver. Deba matar a Alejo; precisaba que Tatiana Nicolaevna viese que era yo quien haba matado a su marido; pero, al propio tiempo, era menester que el castigo legal no me alcanzase. Aparte de que el castigo habra, intilmente, proporcionado a Tatiana un motivo de satisfaccin, yo no deseaba ir a presidio. Me gusta demasiado la vida. Me gusta ver centellear el vino dorado en las finas copas de vidrio; me gusta extenderme sobre una cama limpia cuando estoy fatigado; me gusta respirar el aire puro en primavera, admirar las bellas puestas de sol, leer libros
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interesantes y sabiamente escritos. Yo mismo me gusto; el vigor de mis msculos, el de mi pensamiento, exacto y claro. Me gusta el saber que estoy solo y que nadie ha penetrado con su curiosidad en la hondura de mi alma, y en sus abismos sombros, a cuyos bordes la cabeza gira desvanecida. No he llegado a comprender ni a experimentar eso que las gentes conocen con el nombre de tedio de la vida. La existencia me interesa; la amo por el gran secreto que dentro de ella se encierra y tambin por su crueldad, hasta por su feroz sed de venganza; por ese fuego de los hombres y de las cosas, del que se desprende cierta alegra satnica. Yo era el nico ser que me inspiraba respeto. Cmo hubiese podido arriesgarme a que este hombre fuera a presidio, en donde le habran privado de poder seguir llevando la existencia variada, completa y profunda que le era indispensable? Hasta desde su punto de vista, seores, tena yo razn al desear eludir el presidio. Ejerzo la medicina con xito, y, como poseo cierta posicin desahogada curo gratuitamente
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a muchos pobres. Con toda seguridad, yo soy mucho ms til que aquel a quien he matado. Por otra parte, me habra sido sumamente fcil lograr la impunidad. Hay millares de maneras de matar insensiblemente a un hombre, y, para mi cualidad de mdico, me habra sido sumamente fcil recurrir a una de ellas. Entre los planes por m imaginados y desechados, me vi largo tiempo aferrado a ste: inocular a Alejo una enfermedad incurable y repugnante. Pero los inconvenientes de este plan eran evidentes, sin hablar de que los sufrimientos prolongados para el mismo sujeto, teniendo algo de antiesttico y de grosero, me habran hecho pasar por muy poco inteligente; adems, Tatiana Nicolaevna hubiese encontrado un placer hasta en la enfermedad de su marido. Lo que complicaba particularmente mi problema era el que Tatiana Nicolaevna tuviese que poder reconocer la mano que haba matado a su marido. Pero tan slo los cobardes tienen miedo a los obstculos que, por el contrario, suelen atraer con ms fuerza a las almas de temple.
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El azar, ese gran aliado de los sabios, vino en mi socorro. Y muy particularmente me permito llamarles la atencin sobre este punto, seores peritos: fue justamente el azar; es decir, algo externo, independiente de mi voluntad, lo que me sirvi de base y me proporcion la idea para cuanto deba seguir despus. Haba yo ledo en un peridico la historia de un cajero, o de no s qu empleado (ese peridico probablemente estar en mi casa, si no est ya en poder del juez de Instruccin), que haba simulado un ataque de epilepsia, durante el cual fingiera haber perdido un dinero que, en realidad, haba robado. Este hombre haba sido cobarde; acab por confesarlo todo, incluso designando el sitio donde escondiera el dinero sustrado; pero la idea, en s, no era mala ni impracticable. Simular la locura, matar a Alejo en un fingido estado de enajenacin mental, y despus curar: tal fue el plan que instantneamente se me ocurri. Esto exiga mucho tiempo y algn trabajo para que la cosa tomase una forma concreta y bien definida. En aquella poca, yo no conoca la psiquiatra ms que superficial40

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mente, como todo mdico que no hizo de ella su especialidad. Pas, pues, un ao, leyendo y meditando cuanto se haba publicado sobre aquellas materias. Al cabo de ese tiempo haba adquirido la conviccin de que mi plan era perfectamente realizable. El primer extremo sobre el cual deba hacer fijar la atencin de los tcnicos, eran las influencias hereditarias, y para dicha ma, mi herencia era conforme a mis deseos. Mi padre haba sido alcohlico; su hermano, uno de mis tos, haba fallecido en un manicomio, y, por ltimo, mi nica hermana, Ana, que haba muerto, sufra en vida ataques epilpticos. Verdad es que por la parte de mi madre toda la familia presentaba antecedentes excelentes; pero ya se sabe que basta una sola gota de virus de la locura para envenenar toda una serie de generaciones. Por mi salud robusta, yo pareca haberme inclinado del lado de mi madre; pero existan en m ciertas extravagancias inofensivas, que podan rendirme un gran servicio. Mi gusto por la soledad habitual, que es simple41

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mente indicio de un espritu sano, que prefiere estar solo consigo mismo o con los libros ms que perder su tiempo en charlataneras nulas y vacas, poda pasar por una misantropa enfermiza; la frialdad de mi temperamento, poco dado a los groseros goces del cuerpo, por una seal de degeneracin. Mi testarudez natural logr el fin que me haba propuesto y de ello hay multitud de ejemplos en la rica existencia que llev por entonces, hasta poder alcanzar, para muchos de mis actos, lo que en el lenguaje de los especialistas tiene los nombres terribles de monomana, obsesin, ideas fijas, etc. De esta manera, el terreno se encontraba extraordinariamente preparado para la simulacin: la esttica de la locura estaba all; solo restaba pasar a la dinmica. Bastaba dar dos pinceladas a tales elementos fortuitos de carcter, para que la imagen de la locura estuviese completa. Y yo me representaba muy claramente cuanto haba de pasar, no de una manera abstracta, sino por imgenes bien vivas, porque, aunque yo no escriba idiotas novelas,
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estoy muy lejos de hallarme desprovisto de sentido artstico y de fantasa. Comprob que era capaz de representar mi papel. La inclinacin a la hipocresa existi siempre en mi carcter; era una de las formas por las cuales me esforc en alcanzar mi libertad interior. Ya en el colegio, simulaba con frecuencia la amistad; me paseaba por los corredores del brazo de un camarada, como lo hacen los verdaderos amigos; pronunciaba de una manera hbil palabras de amistosa franqueza, indagando en el nimo de mis compaeros, sin que de ellos se diesen cuenta. Entonces, cuando el amigo enternecido, dejaba al descubierto todas las intimidades de su ser, yo lanzaba lejos de m su pequea alma, y me separaba de l con la firme conciencia de mi fuerza y de mi libertad interiores. Igualmente saba disimular en mi casa, cerca de mis padres. De la misma manera que en las casas de los viejos creyentes se les ofrece una vajilla especial a los extranjeros, del mismo modo tena yo una sonrisa, unas palabras, una franqueza especial
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para cada uno. Vea cmo las gentes realizaban muchas cosas estpidas, ociosas, perjudiciales para ellas mismas, y me pareca que si yo tambin me hubiese mostrado tal cual era, habra llegado a parecer como ellos, y me hubiese visto vencido por la misma idiotez y la misma banalidad. Me agrad siempre ser respetuoso con aquellos a quienes despreciaba y abrazar a las gentes que odiaba, lo que defenda mi libertad y me haca dueo de los dems. Pero, como revancha, jams me enga a m mismo, no alcanzando a conocer esta forma, la ms extendida y la ms vil, de la esclavitud del hombre a la vida. Y cuanto ms les menta a los hombres, tanto ms implacablemente verdico era conmigo mismo; he aqu un mrito del que muy pocos pueden vanagloriarse. Adems me pareca que yo ocultaba en m un actor extraordinario, capaz de unir con unin completa a la vida del personaje encarnado, la crtica, fra y constante, de mi propia razn. Hasta leyendo, penetraba rpidamente
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en la psicologa del personaje representado, y, lo creern ustedes?, lloraba amargas lgrimas leyendo La cabaa del to Tom, cuando ya haba llegado a la edad adulta. Cun maravillosa, en el espritu flexible y afinado por la cultura, la propiedad de encarnarse indefinidamente! Parece como si vivisemos mil vidas, descendiendo a la oscuridad del infierno o elevndonos sobre las ms altas cimas, desde donde se abarca, con una sola ojeada, el universo infinito. Si entre los destinos del hombre est el llegar a ser Dios, el libro habr de ser su trono... Y, a propsito de esto, es preciso que yo me queje a ustedes de lo que aqu pasa. Tan pronto me hacen acostar cuando tengo deseos de escribir, cuando debo escribir, como me dejan abiertas las puertas y me veo obligado a sufrir los aullidos de un loco. El pobre alla, alla de un modo insoportable. Habra con ello motivo para volver demente a un hombre sano de juicio, con el fin de poder decir en seguida que estaba loco con anterioridad. Por ltimo, no podran proporcionarme una buja? Es indis45

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pensable que dae mi vista con la luz elctrica? Pero vuelvo a coger mi relato. Hasta, una vez, pens en mostrarme al pblico desde un escenario. Sin embargo, pronto abandon tan ridculo pensamiento; la simulacin pierde todo su valor cuando todos la conocen. Por otra parte, los fciles laureles de un actor de profesin no me atraan. Se puede juzgar del mrito de mi arte por el hecho de que, an ahora, una multitud de imbciles me cree el ms sincero y el ms verdico de los hombres. Es extrao, siempre he logrado engaar, no a los imbciles he empleado esta expresin arrastrado por la velocidad de la frase, sino a personas inteligentes; en cambio, hay dos categoras de seres de orden inferior, cuya confianza nunca pude obtener: la de las mujeres y la de los perros. Ustedes saben que Tatiana Nicolaevna jams crey en mi amor, y supongo que tampoco ahora cree en l, despus de haber matado a su marido. He aqu de qu manera razona: No me quiere, y ha matado a Alejo porque yo le amaba! Y, seguramente, esta inepcia le pare-

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ce cosa sensata y convincente. Sin embargo, es una mujer de talento. No me pareci muy difcil representar el papel de un loco. Una parte de las indicaciones indispensables me la proporcionaron los libros; en cuanto a las restantes, hube de completarlas con mi propia creacin, tal como hace todo buen actor para cada uno de sus papeles. El resto suele ponerlo el mismo pblico, pues hay sentimientos ya perfeccionados por los libros y el teatro, que le han enseado a construir, segn dos o tres rasgos bastante vagos, personajes vivos. Entindase bien, deba infaliblemente haber en ello algunas lagunas, lo que era particularmente peligroso, en razn a la severa pericia cientfica que luego habra de examinarme; pero tampoco en eso prevea ningn peligro serio. El inmenso campo de la psicopatologa est muy lejos de haberse explorado por completo; presenta todava tantos rincones sombros, tantas situaciones dependientes del azar, el espacio dejado a lo subjetivo y a la improvisacin es tan grande, que yo he

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puesto valientemente mi suerte en sus manos, seores especialistas. Espero no haberles ofendido. Yo no pongo en duda su autoridad cientfica, y creo que sern de mi misma opinin, como gentes que profesan un sistema de razonamiento concienzudo y lgico. ... Por fin han dejado de aullar. Era insoportable. Cuando mi plan no haba salido an del estado de proyecto, tuve una idea que, ciertamente, no poda proceder del cerebro de un hombre loco. Pens en el peligro terrible de mi experiencia. Ustedes comprenden lo que quiero decir. La locura es un fuego con el cual es sumamente peligroso jugar. Si encienden una llama en una bodega llena de plvora, deben sentirse mucho ms seguros que si el ms pequeo temor de locura se desliza en su cerebro. Yo lo saba, lo saba; pero qu significa el peligro para un hombre como yo? Acaso no senta mi pensamiento claro, firme, como una hoja de acero? No me obedeca por completo? Igual que un florete de punta acerada, el pensamiento mo se plegaba, pin-

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chaba, morda, desgarraba el tejido de los acontecimientos; y la guardia del florete estaba en mi mano, en la mano de hierro de un esgrimidor hbil y experimentado. Cun gil, activo y rpido mi pensamiento, y de qu modo amaba a mi esclavo, a mi fuerza, a mi nico tesoro! ... Allan de nuevo, y no puedo escribir. Qu horrible es ese rugido del hombre! He odo multitud de sonidos terrorficos; pero ste es el ms espantoso, el ms horrible de todos. No se parece a ningn otro semejante grito de fiera, al pasar por una garganta humana. Hay en l algo de feroz y de cobarde, de libre y de compasivo. La boca se crispa, los msculos del rostro se atirantan, cual si fuesen cuerdas y los dientes quedan al aire, como los de los perros; y del orificio sombro de la boca se escapa ese grito espantoso, que alla, silba, re y llora. S, s; era mi pensamiento. A propsito: ustedes examinan, sin duda, mi letra; les ruego no concedan ninguna importancia al hecho de que a veces aparezca temblorosa y como transformada. Hace mucho tiempo que no he escri-

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to, y el insomnio me tiene muy debilitado; por eso mi mano, a veces, no est segura. Pero esto me ocurra tambin antes.

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III

omprendern ahora de qu gnero fue el acceso terrible que me agarr durante una velada en casa de los Karguanof. Era mi primera experiencia, y result mucho mejor de lo que yo mismo esperaba. Se habra dicho que todas las personas all presentes saban anticipadamente lo que me iba a suceder, como si la locura sbita de un hombre, hasta entonces en su juicio, fuese a sus ojos una cosa muy natural y que puede ocurrir en cualquier momento. Nadie se mostr asombrado, y todos ayudaron admirablemente a mi juego con el juego de su propia imaginacin; pocas veces un primer actor se vio rodeado por una compaa tan excelente como lo fue para m aquella reunin de gentes
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sencillas, estpidas y confiadas. Les han contado a ustedes la palidez pavorosa que adquiri mi rostro y el sudor fro, s, fro, que cubri mi frente? Y el fuego insensato que brillaba en mis ojos negros? Cuando me comunicaron todas sus observaciones, adopt un aire sombro y abatido, pero mi alma se estremeca de orgullo, de satisfaccin y de desprecio. Tatiana Nicolaevna y su marido no asistan a aquella reunin: no s si se habrn fijado en esta circunstancia. No era una casualidad: tena miedo de asustar a Tatiana o, lo que habra sido todava peor, hacer nacer sospechas en ella. Si en el mundo hubiera existido alguien capaz de adivinarme, habra sido ella, solo ella. Por otra parte, no haba en todo aquello nada que se dejase abandonado a la casualidad. Al contrario, cada detalle, hasta el ms nfimo, haba sido cuidadosamente estudiado. Escog el momento de la comida para mi ataque, porque entonces todos estaran presentes y algo excitados por los vinos. Me puse en el extremo de la mesa, lejos de los candelabros encendidos,
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pues no tena deseo alguno de producir un incendio o de quemarme la nariz. A mi lado hice sentar a Pavel Ptrovich Pospilof, un hombre gordo y molesto, al cual deseaba, desde mucho tiempo antes, hacerle algo desagradable. Sobre todo cuando come es repugnante. Al verle por vez primera entregado a semejante faena, naci en m la idea de que la accin de comer poda ser una cosa inmoral. Todo se presentaba, pues, a propsito. Probablemente nadie advirti que el plato roto por mi puetazo haba sido previamente cubierto con una servilleta para no cortarme la mano. En suma, que la farsa fue demasiado grosera, hasta estpida, pero precisamente contaba yo con ello. Un juego ms fino no hubiera sido comprendido. Desde un principio agitaba yo los brazos y hablaba como excitado a Pavel Ptrovich, hasta que este desencaj asombrado sus menudos ojos; despus me hund en una melancola concentrada, tal que la afable Irene Pavlovna acab por preguntarme: Qu tiene usted, Antonio Ignacio? Por
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qu est usted tan serio? Y cuando todas las miradas estuvieron clavadas en m, yo afect una sonrisa trgica. No se encuentra bien? No. Estoy algo enfermo. La cabeza me da vueltas. Pero no se inquieten ustedes, se lo ruego... Esto pasar pronto... La seora de la casa se tranquiliz, y Pavel Ptrovich, desconfiado, me mir de reojo como desaprobando mi respuesta. Un minuto despus, cuando con un aire de beatitud llevaba a sus labios un vaso de vino del Cap, romp el vaso ante sus mismas narices, y despus di sobre mi plato un puetazo. Los restos volaron, Pavel Ptrovich se revolvi refunfuando, chillaron las damas, y yo, apretando los dientes, tir hacia m el mantel y cuanto haba encima: fue una escena muy cmica. Me rodearon entonces, me sujetaron por los brazos, me trajeron agua, y me sentaron en una butaca; y yo... yo ruga como el tigre del jardn zoolgico, hacienda girar mis ojos. Y todo aquello era tan estpido, y tan bestias los que
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me rodeaban, que se apoder de m seriamente el deseo de aprovechar aquella ocasin para golpear a algunos en los hocicos. Pero, naturalmente, me contuve. Despus se represent la escena del lento volver en m, con las fuertes aspiraciones de los pulmones, los desfallecimientos, el rechinar de dientes, y las preguntas expresadas con voz dbil: En dnde estoy? Qu me ha sucedido? Hasta esta inspida frase consagrada en dnde estoy? , tuvo su xito entre aquellas gentes, y tres por lo menos de aquellos imbciles se creyeron inmediatamente en la obligacin de contestarme: En casa de los Karguanof. (Despus, con una voz dulce). En casa del doctor. Sabe usted quin es Irene Pavlovna Karguanof? Positivamente, los tales eran indignos espectadores de mi excelente comedia. A los tres das pues dej transcurrir el tiempo suficiente para que el rumor pblico llegase
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a odos de los Savilov habl con Tatiana Nicolaevna y Alejo. Este ltimo pareca no comprender lo que haba pasado, y se content con preguntar: Qu has hecho en casa de los Karguanof? Volvi la espalda y, un momento despus, se retir a su gabinete de trabajo. Si realmente me hubiese vuelto loco, no hubiera mostrado mayor asombro. Tuve como desquite el que la simpata de su mujer fue muy expansiva, impetuosa y evidentemente falsa. Entonces... no sent pesar por lo que haba comenzado a ejecutar, pero me hice la siguiente pregunta: vale esto la pena? Quiere usted mucho a su marido? le pregunt a Tatiana Nicolaevna, que segua con la mirada a Alejo. Ella me lanz una mirada rpida. S... Por qu? Por nada. Lo he preguntado sin intencin. Y despus de un instante de silencio vigilante, lleno de pensamientos no expresados, agregu: Por qu no tiene usted confianza en m?
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De nuevo me mir ella fijamente en los ojos, pero no respondi. En aquel momento yo no me acordaba de que haca mucho tiempo ella se haba redo, y no experimentaba ningn sentimiento en contra suya: lo que yo haca me pareca intil y extrao. Era aquello una reaccin, muy natural, despus de la fuerte excitacin de los das anteriores; mas duro slo un instante. Pero se puede tener confianza en usted? pregunt Tatiana Nicolaevna , despus de un largo silencio. Habr que decir que no respond yo riendo, mientras se encenda en m la llama que estuvo a punto de apagarse. Sent crecer en m la fuerza, el atrevimiento, la decisin del que ante nada se detiene. Satisfecho del xito ya obtenido, resolv lanzarme audazmente hacia adelante. La lucha es la nica alegra de la vida. El segundo ataque tuvo lugar un mes despus del primero. Esta vez no estuvo tan bien estudiado; adems, era innecesario, puesto que yo tena un plan general. No tena la intencin de volver a comenzar aquella noche; pero pues57

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to que las circunstancias se prestaban a ello, hubiera sido estpido no aprovecharse de ellas. Recuerdo muy bien cmo sucedi la cosa. Estbamos todos sentados en el saln y la conversacin era general, cuando me puse repentinamente triste. Vea de manera clara lo que rara vez sucede cun extrao era yo a todas aquellas gentes y qu aislado viva en el mundo yo, que estaba para siempre encerrado en mi cerebro como en una crcel. Entonces, cuantos me rodeaban me inspiraban repugnancia. Furiosamente me puse a dar puetazos, lanzando frases groseras, y tuve la alegra de ver pintarse el terror sobre los rostros empalidecidos. Miserables!gritaba. Miserables! Seres impuros y vanidosos! Embusteros!Hipcritas! Almas infectas! Les odio! Y verdaderamente me bata contra ellos, y despus contra los lacayos y los cocheros. Sencillamente, me era agradable golpearles y decides en su cara lo que eran. Acaso el que proclama en voz alta la verdad debe ser tenido por loco? Les aseguro a ustedes, seores especialistas, que yo

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tena conciencia de todo, y que, al golpear, senta bajo mis puos un cuerpo vivo al que haca dao. Cuando, vuelto a mi casa me qued solo, pensaba riendo: Qu actor tan maravilloso soy!. Despus, me acost y durante la noche le un libro, cuyo autor puedo citarles: Guy de Maupassant. Como siempre, me agrad, durmindome como un nio. Acaso los locos leen libros, seores especialistas, se entusiasman con ellos y duermen como los nios? Los locos no duermen. Sufren, y todo su cerebro se enturbia. Se enturbia y cae, y ellos sienten entonces deseos de rugir, de araarse las manos, de ponerse en cuatro patas y arrastrarse, suavemente, para alzarse de repente y luego ponerse a gritar: Ah!... Y rer, rugir, alzar la cabeza y aullar largo tiempo de un modo lastimoso. S. S. Y dorm como un nio. Acaso los locos duermen como los nios?

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IV

yer noche, la enfermera Ana me pregunt:

Antonio Ignacio... no reza usted nunca? Hablaba seriamente, creyendo que yo iba a responderle del mismo modo y con sinceridad. En efecto, le contest sin sonrer, tal como ella deseaba: No, Macha, nunca. Pero si eso le agrada, puede hacer la seal de la cruz sobre m. Entonces, con gravedad, hizo ella sobre m tres veces la seal de la cruz, y yo me sent muy contento por haber procurado un minuto de alegra a esta mujer excelente. Como todas las gentes colocadas en alto y libres, ustedes, se61

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ores especialistas, no conceden importancia a los criados, pero nosotros, los prisioneros y los locos, estamos obligados a verles de cerca, lo que nos da ocasin de hacer asombrosos descubrimientos. Por eso jams pensaron ustedes que la enfermera Macha, a la que han colocado para vigilar a los locos, est tambin loca. Y, sin embargo, nada ms cierto. Observen su paso silencioso, resbalando, un poco tmido, muy mesurado y listo, como si caminase entre invisibles espadas desnudas. Examinen su rostro, pero tengan cuidado de que ella no se d cuenta, que no advierta su presencia. Cuando uno de ustedes llega, el rostro de Macha se hace grave, serio, con una sonrisa de condescendencia: toma exactamente la expresin que reina entonces sobre nuestra misma cara. Hay que decir que Macha posee una facultad extraa, que tiene su significacin, y es la de reflejar involuntariamente sobre su rostro la expresin de las dems personas. A veces me mira y me sonre, y yo adivino haber sonredo cuando ella me ha mirado. Otras veces el ros62

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tro de Macha se torna desagradable, sin gracia, adoptando una expresin de martirio; las cejas se juntan sobre el nacimiento de la nariz, mientras las comisuras de la boca se humillan; todo el rostro parece como si envejeciera de repente diez aos y se llenase de sombras probablemente es que mi fisonoma presenta el mismo aspecto. Alguna vez ocurre que le asusta mi mirada. Ustedes saben cun bizarro y, a menudo, terrorfico, es el mirar del hombre hundido en un profundo ensueo. Los ojos de Macha se abren agrandados, la pupila se oscurece, sus brazos se alzan ligeramente; muda viene hacia m y me toca con ademn amistoso, mientras arregla mis cabellos o mi bata. Se le ha desatado el cinturn me dice, y su rostro sigue siempre tan asustado. Pero llego a verla sola, y entonces, su fisonoma est desprovista de toda expresin. Est plida, bella y enigmtica como la cara de un muerto. Si se le grita: Macha!, se vuelve rpidamente, sonre con una sonrisa medrosa, y pregunta: Hay que darle algo?
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Perpetuamente, da o toma algo; y si no tiene nada que dar, que tomar o que arreglar, se ve que sufre por ello. Y siempre silenciosa. Jams he visto que haya dejado caer o chocar nada. He intentado hablar con ella de la vida; todo la deja terriblemente indiferente, lo mismo los homicidios, que los incendios u otros horrores, que tanto efecto producen en las gentes poco ilustradas. Comprenda usted: los hieren, los matan, y sus hijos pequeos tienen hambre le deca yo hablndole de la guerra. S, ya comprendo me responda, y preguntaba toda pensativa: No hay que darle a usted leche? No ha comido usted poco? Ro, y ella me responde con una risa, un poco medrosa. No ha estado nunca en el teatro; ignora que Rusia es un Estado, y que hay otros; no sabe ni leer ni escribir, y del Evangelio tan solo conoce aquellos fragmentos odos en la Iglesia. Todas las noches se hinca de rodillas en el suelo y reza durante largo tiempo. Los primeros das la consider simplemente
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como un ser sencillo y estpido, que naci para ser esclavo; pero cierto incidente me ha hecho cambiar de opinin. Sin duda alguna saben ustedes, probablemente se lo habrn dicho, que yo he pasado aqu una fase mala que ciertamente no prueba nada, sino fatiga y debilidad momentnea de mi organismo. Bueno, pues una vez... Evidentemente, yo soy ms fuerte que Macha y habra podido estrangularla, pues estbamos solos, y si ella hubiese gritado o agarrado mi brazo...; pero, no, permaneci muy tranquila. Solo me dijo, simplemente: Es preciso no hacer esto, amigo mo! Despus he pensado con frecuencia en aquel es preciso, y todava sigo sin poder comprender la fuerza sorprendente que advert encerrada en tales palabras. No est en las palabras vacas y desprovistas de sentido; est en la profundidad del alma de Macha, en una profundidad que ignoro y que me es inaccesible. Esta mujer sabe algo. S, sabe; pero no puede o no quiere decirlo. Ms tarde, he tratado repetidas
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veces de obligar a Macha para que me explicase aquel es preciso, pero ella no ha podido satisfacer mi curiosidad. Cree usted que el suicidio es un pecado? Lo ha prohibido Dios? No. Entonces, por qu es preciso no cometerlo? Porque es as. Es preciso. Despus ella sonre y pregunta: Desea usted que le traiga algo? Positivamente, esta mujer est loca; pero es la suya una locura tranquila, y quiere hacerse til, como muchos locos. Por eso es preciso no inquietarla. Me permitir aqu una digresin, pues la pregunta que me hizo ayer Macha me condujo a evocar recuerdos de mi infancia. No me acuerdo de mi madre, pero tena yo una ta llamada Amfisa, que me santiguaba todas las noches. Era una solterona vieja, silenciosa, de rostro cubierto de granos, y adoptaba un gesto
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de disgusto cada vez que mi padre bromeaba a propsito de novios. Yo era todava pequeo, apenas si tena once aos, cuando mi ta se estrangul por sus propias manos en un cuartucho donde solan guardar el carbn. A mi padre se le apareca con frecuencia en sus sueos; y aquel ateo jovial orden celebrar honras fnebres y misas por el reposo de su alma. Mi padre era muy inteligente y tena mucho talento: sus discursos en el foro hacan llorar, no solo a las mujeres nerviosas, sino tambin a las gentes serias y bien equilibradas. nicamente yo no lloraba al escucharle, porque le conoca y saba muy bien que a lo mejor l mismo no saba nada de las cosas de que estaba hablando. Posea una gran variedad de conocimientos y de ideas, pero sobre todo de palabras; y las palabras, las ideas y los conocimientos se combinaban a menudo de manera feliz y bella, pero l mismo no las entenda. Hasta algunas veces yo mismo dudaba de su existencia: de tal modo estaba ausente de sus voces y de sus gestos; y a veces me pareca que no
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era un hombre, sino una imagen que apareca en un cinematgrafo completado por un fongrafo. No se daba cuenta de ser un hombre, que viva actualmente, pero que un da tendra que morir, y no se haba preocupado de dar un objeto a su vida. Cuando se meta en la cama y dorma, probablemente no tena sueo alguno, interrumpindose en seco el curso de su existencia. Con su lengua era abogado, ganaba al ao una treintena de miles de rublos; y ni una sola vez se extra de aquel hecho que no provocaba en l reflexin alguna. Recuerdo que habamos ido juntos a una finca que acababa de comprar y yo le dije, sealando los rboles del parque: Los clientes? l sonri, lisonjeado, y me respondi: S, hijo mo; el talento es una gran cosa. Beba mucho, y en l la borrachera se manifestaba tan solo por una aceleracin en todos los movimientos, cortada bruscamente en el momento que se acostaba. Le consideraba todo el mundo como un ser excepcionalmente bien
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dotado, y el sola decir siempre que, si no fuese un abogado clebre, habra sido un gran pintor o un escritor de genio. Y, por desgracia, era cierto. Era a m a quien l menos comprenda. Hubo cierta ocasin en que estuvimos a punto de perder toda nuestra fortuna. Aquello era terrible para m. En estos tiempos, cuando nicamente la riqueza proporciona la libertad, no s lo que habra sucedido si la suerte me hubiese colocado en los rangos del proletariado. Todava no me es dado recordar sin furia que alguien hubiera podido intentar poner su mano sobre m, obligndome a hacer lo que no quisiera, comprando por un sueldo mi trabajo, mi sangre, mis nervios, mi vida. Pero este miedo no lo sent ms que un minuto; al momento comprend que las gentes como yo jams permanecen pobres. Mi padre no lo comprenda. Me consideraba sinceramente como un adolescente estpido y miraba con terror mi supuesta impotencia. Ah, Antonio, Antonio!... Qu ser de ti? deca. l mismo haba perdido todas sus ener69

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gas; los largos cabellos en desorden le colgaban sobre la frente; tena el color plomizo. Yo le respond: No te inquietes por m, pap. Si yo carezco de talento, matar a Rothschild, o desvalijar una casa de banca. Mi padre se enfad, pues tom mi respuesta por una broma inoportuna y trivial. Vea mi rostro, escuchaba el tono de mi voz, y, a pesar de ella, crea que yo bromeaba. Pobre polichinela de cartn, al que por un error se consideraba como un hombre! Desconoca mi alma, y le disgustaba toda la compostura exterior de mi vida, ya que no poda comprender el sentido de aquella. En el colegio, yo ocupaba un buen puesto, y esto le desazonaba. Cuando reciba visitas abogados, literatos, artistas, sealndome con el dedo deca: Ah tienen ustedes a mi hijo es el primero de su clase. Qu he hecho yo para desatar la clera de Dios?
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Se rean de m, y yo me burlaba de aquellas gentes. Pero lo que le enfadaba todava ms que mis xitos eran mi conducta y mi traje, correctos. Entraba en mi cuarto, cambiaba de sitio intencionadamente mis libros, y todo lo desordenaba. Mi peinado, siempre cuidado y sencillo, le quitaba el apetito. El inspector ordena cortarse as los cabellos deca yo con un tono de gravedad respetuosa. l profera grandes injurias, y yo, en mi interior, temblaba con una risa despreciativa. La afliccin mayor de mi padre eran mis cuadernos. A veces, cuando estaba borracho, los examinaba con cierta desesperacin de una violencia cmica. No has echado nunca un borrn? S, pap. Anteayer ech uno en mi cuaderno de trigonometra. Y lo lamiste? Qu quieres decirme? Que si pasaste la lengua por la mancha.
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No; apliqu sobre ella papel secante. Con un gesto de borracho, mi padre agitaba la mano y, refunfuando, deca mientras se levantaba: T no eres mi hijo! Qu has de serlo!... Entre los cuadernos que odiaba, haba uno que debiera haberle agradado. No presentaba ni una lnea cruzada, ni una mancha, ni una raspadura. Mas he aqu, aproximadamente, lo que en l se poda leer: Mi padre es un borracho, un ladrn y un cobarde. Despus seguan ciertos detalles, que considero intil reproducir, tanto por deferencia hacia la memoria de mi padre, como por respeto a la ley. Viene a mi memoria un suceso, en el que ya no pensaba, y que, ahora lo veo, no estar falto de inters para ustedes, seores peritos. Estoy muy contento por haberlo recordado, muy contento. Cmo me haba olvidado de l? Tenamos en casa una sirvienta, llamada Catalina, que era la querida de mi padre, al propio
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tiempo que la ma. A mi padre le quera porque le daba dinero, y a m porque yo era joven, porque tena bellos ojos negros, y porque no le pagaba. La misma noche en que mi padre yaca en su fretro, en el saln, fui al cuarto de Catalina. Estaba cerca del saln y desde l se oa al sacerdote la lectura de las oraciones. Pienso que aquella noche el alma inmortal de mi padre recibi plena y entera satisfaccin! Ciertamente es un suceso interesante, y no comprendo cmo lo iba a pasar en silencio. Podran considerar esto como un acto infantil, como una chiquillada, seores peritos, pero se engaan! Fue una lucha cruel, seores peritos, y no alcanc fcilmente la victoria! La puesta, era mi vida. Si hubiera tenido miedo, si hubiera retrocedido, incapaz de amar aquella noche, me habra matado. Estaba decidido, lo recuerdo muy bien. Lo que yo haba hecho no era cosa tan fcil para un adolescente de mi edad. Ahora, s muy bien que combata contra molinos de viento; pero entonces vea yo el asunto bajo un aspec73

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to bien distinto. Actualmente me es difcil rememorar lo que entonces experimentaba, pero recuerdo que me pareca iba a violar con un solo acto todas las leyes divinas y humanas. Un miedo horrible, hasta cmico, me haba invadido; pero no obstante, logr dominarme; y cuando entraba en la habitacin de Catalina, estaba tan bien dispuesto para recibir sus besos como el propio Romeo. S, creo que entonce sera yo todava romntico. Qu dichoso aquel tiempo, y ya, cun lejano! Recuerdo, seores peritos, que al salir del cuarto de Catalina, me detuve ante el cadver de mi padre, puse la mano sobre mi pecho, como Napolen, y le contempl con visible arrogancia. En el mismo instante temblaba, asustado por el sudario que se haba movido. Qu dichoso aquel tiempo, y ya, cun lejano! Siento miedo al pensar en ello, pero creo que jams he dejado de ser romntico. Crea en la inteligencia humana y en su poder ilimitado. La historia entera de la Humanidad me pareca ser la marcha de aquella inteligencia triun74

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fante; y, muy recientemente, tal era todava mi opinin. Me es penoso pensar que mi vida, de un extremo a otro, ha sido un error, que he estado loco durante toda mi existencia, como ese actor alienado que he visto en la sala prxima. Ha ido regando por todas partes trozos de papel rojo y azul, y de cada uno de esos trozos cree que es un milln; se los pide a los visitantes, se los roba, los coge en los retretes, y los guardianes le gastan bromas groseras. l, los desprecia profunda y sinceramente. Yo le he sido agradable, y, despus de pedirme permiso, me ha entregado un milln. Es un milln pequeo me ha dicho, perdneme usted; pero tengo ahora tantos gastos, tantos gastos! Y, llevndome aparte, me ha explicado en voz baja: En este momento estoy recogiendo informaciones de Italia. Quiero arrojar al Papa e introducir all una nueva moneda, sta. En seguida, un domingo me har proclamar santo. Los italianos quedarn satisfechos, pues son muy

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felices cada vez que les dan un santo nuevo. No es cierto que yo mismo he vivido con esos millones? Es extrao pensar que mis libros mis camaradas y mis amigos permanecen siempre bajo sus rayos y que guardan silenciosamente lo que yo considero como la sabidura del Universo: su esperanza y su felicidad. Yo s, seores peritos, que, loco o no, desde su punto de vista, soy un monstruo; pues bien, debieran ver a ese monstruo cuando penetra en su biblioteca. Vayan, seores peritos, examinen mi aposento, que eso les interesar! En el cajn superior, a la izquierda de mi mesa de trabajo, encontrarn un catlogo detallado de mis libros, de mis cuadros y de mis objetos de arte; tambin encontrarn all las llaves de los armarios. Ustedes tambin son hombres de ciencia, y confo en que tratarn cuanto me pertenece con el respeto y el cuidado debidos. Les ruego tambin tener cuidado de que las lmparas no den tufo. No hay cosa tan terrible como ese holln fino que penetra por todas partes y no

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puede quitarse sino con suma dificultad. El enfermero Ptrof acaba de negarse a darme la dosis de cloral que le he pedido. Antes de nada, yo soy mdico y s muy bien lo que hago; por eso, si me niegan algo, tomar medidas decisivas. Hace dos noches que no duermo y, resueltamente, no quiero volverme loco. Exijo que me den chloramida. Lo exijo. Es infame hacer que las gentes se vuelvan locas.

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espus del segundo ataque, comenzaron a temerme. En muchas casas se apresuraron a cerrarme la puerta; cuando por casualidad me tropezaba con personas de mi amistad, los rostros se crispaban, sonrean cobardemente y me preguntaban con cierto tono significativo: Bueno, amigo. Qu tal, cmo se encuentra usted? Yo habra podido cometer entonces cualquier iniquidad, sin perder la estimacin de los que me rodeaban. Miraba a aquellas gentes y pensaba para m: si quiero, puedo matar a ste y a aqul, y no por ello sera castigado. El sentimiento que experimentaba con tales ideas
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me resultaba cosa nueva, agradable y un tanto terrible. El hombre dejaba de ser algo severamente prohibido, peligroso de tocar: me pareca que las escamas que lo protegan haban cado, que estaba desnudo, y que matarlo sera fcil y seductor. El miedo, como una muralla espesa, impeda el que las miradas escrutadoras llegasen hasta m; por esto mismo desapareci la necesidad de un tercer acceso preparatorio. Tan slo en esto me desvi del plan concebido, pero justamente en eso reside la fuerza del talento; no forma el cuadro, y cambia completamente el orden del ataque segn las circunstancias. Ms todava deseaba obtener el perdn oficial de mis pecados pasados y un permiso para los pecados futuros; deseaba un testimonio mdico y cientfico de mi enfermedad. Tambin para eso esperaba el concurso de las circunstancias, entre las cuales mi visita a casa de un psiquiatra poda parecer algo dependiente de una casualidad y hasta de una obligacin. Probablemente era una sutileza intil, pero te80

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na su valor artstico para el perfeccionamiento de mi papel. Fueron Tatiana Nicolaevna y su marido los encargados de hacerme ir a casa de un mdico. Se lo ruego, querido Antonio Ignacio, vaya usted a ver un mdico me dijo Tatiana Nicolaevna. Nunca hasta entonces me haba ella llamado querido , y tena que pasar por loco para llegar a recibir aquella nfima caricia. Est bien, querida Tatiana Nicolaevna , ir respond yo, con sumisin. Nos hallbamos los tres Alejo estaba tambin presente en el despacho donde deba consumarse el homicidio. S, Antonio, no dejes de ir confirm Alejo con autoridad, si no, Dios sabe lo que todava hars. Qu es lo que yo puedo hacer? pregunt tmidamente, intentando disculparme ante los ojos de mi severo amigo. Quin puede saberlo? Puede que le hagas pedazos la cabeza a alguien. Yo daba vueltas entre mis manos a un pesa81

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do pisapapeles de bronce, y, mirando primero a Alejo, luego al objeto, pregunt: La cabeza? Has dicho la cabeza? S, la cabeza. Un da cogers un objeto como ese, y todo habr terminado. Aquello se haca interesante: justamente era aquella cabeza la que yo me propona hacer pedazos con aquel objeto, y precisamente aquella cabeza estaba pensando en el modo como la cosa sucedera. Pensaba en ello con una sonrisa de indiferencia. Hay gentes que creen en los presentimientos, figurndose que la muerte enva por delante de ella mensajeros invisibles: qu tontera! No parece natural que se le pueda hacer dao a nadie con este objeto dije yo. Es demasiado ligero. Qu dices? Que es demasiado ligero? contest Alejo excitado. Me quit el pisapapeles y, blandindole con la mano cerrada, lo agit en el aire varias veces. Ensyate. Ya lo veo, ya. No, no lo ves. Cgelo as, y vers.
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De mala gana, tom sonriendo el pesado objeto; pero entonces intervino Tatiana Nicolaevna . Plida, temblorosos los labios, dijo, ms bien grit: Alejo, deja eso! Alejo, deja eso! Qu tienes Tania? Qu es lo que tienes? pregunt asombrado el esposo. Deja eso! Ya sabes que no me gustan semejantes bromas. Nos echamos a rer todos, y el pisapapeles volvi a ser colocado en su sitio, sobre la mesa. En casa del profesor T. pas todo tal como yo esperaba que pasase. Emple infinidad de precauciones, escogiendo palabras discretas; me pregunt si tena parientes que pudiesen cuidar de m; me aconsej no salir de casa, descansar y tranquilizarme. Apoyndome en mi condicin de mdico, discut un poco con l; y si hubiese tenido algunas dudas, se le hubieran desvanecido cuando tuve la audacia de contradecirle: desde entonces me consider irrevocablemente como loco.
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Me atrevo a confiar, seores peritos, que no darn ustedes demasiada importancia a esta farsa inofensiva ejecutada a expensas de un compaero suyo: como sabio, el profesor T. es, indudablemente, digno del mayor respeto. Los das que siguieron figuran entre los ms felices de mi vida. Me compadecan, como si realmente hubiese estado enfermo; me hacan visitas, empleando para hablarme un lenguaje absurdo, una especie de jerga; y como nadie ms que yo saba que estaba tan sano como cualquiera otra persona, me deleitaba ante la obra potente y precisa de mi talento. De todo cuanto de asombroso e inconcebible hay en la vida, nada tan maravilloso como la inteligencia humana. Existe en ella un elemento divino, que viene a ser como la hipoteca de la inmortalidad, una fuerza que no tiene lmites. Los hombres se sienten sorprendidos y arrebatados cuando contemplan las cimas nevadas de las altas montaas; si ellos mismos supieran comprenderse, se sentiran todava mucho ms maravillados ante su propia inteligencia que ante
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todas las montaas o ante todas las bellezas y todos los tesoros del mundo. El simple acto mental del obrero que se pregunta cul es el modo mejor de colocar un ladrillo sobre otro: he ah el gran milagro y el misterio supremo. Disfrutaba yo de mi inteligencia. Inocente dentro de su belleza, se me entregaba como amante apasionada, me serva como una esclava y me apoyaba como un amigo. No vayan a creer que, durante todos aquellos das pasados entre cuatro paredes, en mi casa, no pens ms que en mis proyectos. No; estos estaban ya en limpio y perfectamente estudiados. Pensaba en otras muchas cosas. Yo y mi pensamiento, por decirlo as, gozbamos con la muerte y con la vida, volando muy alto, por cima de ellas. Entre otras ocupaciones, logr entonces resolver dos problemas de ajedrez muy interesantes, cuya solucin buscaba haca mucho tiempo sin lograr dar con ella. Sin duda alguna, ustedes no ignoran que, de esto hace tres aos, tom parte en un torneo internacional de ajedrez, obteniendo en l el segundo premio; fue Lasker quien se
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llev el primero. Si no hubiera sido yo enemigo de toda publicidad, habra continuado tomando parte en tales concursos. Lasker habra tenido que acabar por cederme el primer puesto, que retiene desde hace demasiado tiempo. Entretanto, desde el instante en que la vida de Alejo se encontr entre mis manos, me senta a su lado en una disposicin particular. Me resultaba agradable pensar que viva, coma, beba y se diverta, y que todo esto era porque yo quera. Por mi parte, era un sentimiento semejante al de un padre para su hijo. Pero me atormentaba mucho por su salud. A pesar de su natural debilidad, era de una imprudencia imperdonable: se negaba a usar franelas y sala sin chanclos con el tiempo ms hmedo. Felizmente, Tatiana Nicolaevna vino a tranquilizarme. Se tom un da el trabajo de subir a mi casa para hacerme saber que Alejo se hallaba bien de salud y que hasta dorma bien, cosa que suceda raras veces. Completamente alegre, rogu a Tatiana Nicolaevna entregase a su marido, de mi parte, un libro, un ejemplar raro
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que casualmente haba entre mis manos, y que desde haca tiempo deseaba l poseerlo. Quiz aquel regalo fuese un error desde el punto de vista de mi plan podan acusarme de haber querido de ese modo dar un cambio; pero tena tal deseo de complacer en algo a Alejo, que resolv correr aquel pequeo riesgo. Esta vez estuve sumamente amable y natural con Tatiana Nicolaevna , produciendo en ella una favorable impresin. Ni ella ni Alejo haban presenciado uno slo de mis accesos: les era, pues, difcil, casi imposible, figurarse que yo estaba loco. Venga usted por casa me dijo Tatiana Nicolaevna, al despedirse de m. No puedo respond sonriendo, el mdico me lo ha prohibido. Qu tontera! Puede usted venir a nuestra casa tal como est en la suya; adems, Alejo le echa mucho de menos. Promet ir, y jams he hecho una promesa con tanta seguridad de cumplirla como aquel da. No les parece a ustedes, seores peritos,
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ahora que conocen todas esas maravillosas coincidencias, no les parece que no era yo el nico que haba condenado a muerte a Alejo, sino que tambin le haba condenado algn otro? No obstante, no hay en ello ningn otro: todo es sencillo y lgico. Cuando el 11 de diciembre, a las cinco de la tarde, penetr en el gabinete de trabajo de Alejo, el pisapapeles fundido estaba en su sitio. En aquel momento, antes de la comida ellos solan cenar a las siete, Alejo y Tatiana Nicolaevna estaban descansando. Al verme se mostraron muy complacidos. Muchas gracias por el libro dijo Alejo, apretando mi mano. Yo mismo habra ido a tu casa, pero Tatiana me dijo que estabas completamente curado.Esta noche vamos al teatro.Por qu no vienes con nosotros? La conversacin se generaliz entre nosotros. Aquella tarde haba resuelto no ser disimulado cierto es que haba un fino disimulo en aquella ausencia de disimulacin, y, encontrndome bajo la influencia de la sobrexcitacin de
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mi inteligencia que acababa de experimentar, hablaba mucho y de una manera inteligente. Si los admiradores del talento de Savilov supiesen cuntas de sus mejores ideas nacieron en el cerebro de su amigo el doctor Kerjentzef! Hablaba yo con exactitud y precisin, haciendo destacar mis frases; al mismo tiempo, miraba la aguja del reloj y pensaba en que, en el momento en que aquella estuviese sobre la cifra seis, yo sera un asesino. Despus dije algo divertido, y ellos se echaron a rer; en tanto, yo me esforzaba por anotar en mi memoria los sentimientos que experimenta el hombre que no es todava un asesino, pero que va pronto a serlo. No era yo una imagen abstracta; pero, por una sencilla intuicin, conceba el proceso de la vida dentro de Alejo, el latido de su corazn, la circulacin de la sangre por sus sienes, la silenciosa vibracin del cerebro, y me representaba de qu modo aquel proceso iba a interrumpirse, cesando el corazn de refluir la sangre y el cerebro, de vibrar. En qu pensamiento se detendra?

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Jams la claridad de mi conciencia haba alcanzado altura tal e intensidad semejante; jams haba sentido funcionar mi yo tan completa, tan diversa, ni tan armoniosamente. Como Dios, vea sin ver, escuchaba sin escuchar y, sin pensar, saba. Me faltaban todava siete minutos, cuando Alejo se levant perezosamente del sof, se desperez y sali diciendo: Vengo en seguida! No queriendo encontrarme con la mirada de Tatiana Nicolaevna, me fui hacia la ventana, apart los visillos y permanec all. Sin verla, sent que Tatiana Nicolaevna atravesaba rpidamente la habitacin y vena junto a m. Escuchaba su respiracin, saba que me estaba mirando a m, no a la ventana, y permaneca callada. Cmo brilla la nieve! dijo Tatiana Nicolaevna ; pero yo no respond nada. Antonio Ignacio! exclam ella; despus se detuvo. Yo segu guardando silencio.

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Antonio Ignacio! repiti ella con una voz balbuciente; entonces la mir. Ella vacil y estuvo a punto de caer, como si se hubiera visto empujada por una fuerza terrible que se desprenda de mis ojos. Despus se lanz hacia su marido, que volva en aquel instante. Alejo murmur, Alejo... Qu pasa? Sin sonrer, pero atenuando mi broma con la inflexin de mi voz, dije: Cree que voy a matarte con esto. Y, con mucha calma, francamente, cog el pisapapeles con mi mano y me aproxim con toda tranquilidad a Alejo. l me mir fijamente, con sus ojos plidos, y repiti: Cree ella... S; lo cree! Lentamente, con amplio gesto, alc el brazo y, con la misma lentitud, Alejo alz el suyo, sin quitarme los ojos. Espera! dije yo con tono severo. El brazo de Alejo se detuvo, y siempre fijos
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sus ojos en m, tuvo una sonrisa plida, desconfiada, que apenas se dibuj sobre sus labios. Tatiana Nicolaevna grit algo con una voz terrible, pero ya demasiado tarde. Con la extremidad aguda del pisapapeles, golpeaba yo sobre la sien, muy cerca del arco superciliar del ojo. Cuando el cay, me inclin, y todava le golpe dos veces. El juez de instruccin me ha dicho que yo le di a Alejo numerosos golpes, porque su cabeza estaba completamente hecha pedazos. Pero esto no es cierto . Yo lo golpe, en total, tres veces: una vez, cuando estaba de pie, y dos veces, cuando yaca en tierra. Es cierto que los golpes fueron muy violentos; pero no hubo ms que tres. Lo recuerdo perfectamente. No hubo ms que tres golpes.

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VI

o se molesten ustedes en descifrar lo que va anotado al pie del cuarto captulo, y no den ustedes excesiva importancia a los borrones o raspaduras. No vayan a considerarlo como indicios de un espritu desordenado. En la extraa situacin en que me encuentro, debo ser extremadamente minucioso; no oculto nada y espero que as han de comprenderlo. La oscuridad de la noche obra siempre de una manera muy viva sobre un sistema nervioso fatigado y, por eso, los pensamientos espantosos nacen a cada momento. Durante la noche que sigui a mi crimen, mis nervios se encontraban naturalmente presos de una excitacin
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particular. Es bueno tener dominio sobre uno mismo, porque matar a un hombre no es una broma. A la hora del t, despus de haber puesto orden en mi persona, pul mis uas y me cambi de ropa y llam a Mara Vasilievna para que me hiciese compaa. Es mi ama de llaves y un poco mi mujer. Creo que tiene otro amante; pero es una buena mujer, tranquila, y como no es demasiado interesada, me he resignado fcilmente a ese pequeo inconveniente, casi inevitable cuando un hombre compra el amor con dinero. He aqu que esta mujer idiota me dio el primer golpe. Abrzame le dije. Sonri bestialmente y permaneci inmvil en su sitio. Bueno! Qu te pasa? Se estremeci, se puso roja, tomaron sus ojos una expresin de terror, se inclin hacia m con aire suplicante, por encima de la mesa, y dijo: Antonio Ignacio, vaya usted a casa del mdico! Por qu dices eso? grit furioso.
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Oh, no grite, que me da usted miedo! Tengo miedo, seor, tengo miedo. Sin embargo, ella no saba de los dos ataques, ni del crimen, y haba sido siempre con ella de un humor igual y amable. Hay algo en m que no hay en los dems hombres, y que causa miedo. Tal fue el pensamiento que tuve, pero se borr enseguida, dejndome una extraa sensacin de fro en las piernas y en la espalda. Pienso en que, sin duda alguna, Mara Vasilievna haba odo hablar de mi enfermedad en la ciudad o a los criados, o haba visto las ropas desgarradas que yo me haba quitado, y de este modo su miedo se explicaba naturalmente. Vyase le orden. Despus me tend sobre el sof, en mi biblioteca. No tena ganas de leer, y todo mi cuerpo estaba fatigado; me encontraba, en suma, en la situacin de un actor despus de un papel interpretado brillantemente. Pero me resultaba agradable contemplar mis libros y pensar en que habra de volver otra vez a leerlos. Todo me agradaba: mi habitacin, mi sof y Mara
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Vasilievna. Por mi cabeza cruzaban fragmentos de frases de mi papel y bajo mis ojos se reproducan movimientos hechos por m; poco a poco, se precipitaban negligentemente algunos reparos crticos: aqu, habra sido mejor decir esto. Pero estaba muy contento de mi Espera! improvisado. Verdaderamente, era un ejemplar raro, increble para quienes no lo han experimentado, del poder de la sugestin. Espera! repeta sonriendo, con los ojos cerrados. Y mis prpados sentan pesadez, tenia deseos de dormir, cuando una nueva idea penetr en mi cerebro, tranquilamente, perezosamente, como las dems, y que tena todas las propiedades de mi inteligencia: la claridad, la precisin y la simplicidad. Penetr sin prisas y se qued all. Hela aqu textualmente, en tercera persona, tal como se formul en m, ignoro por qu: Es muy posible que el doctor Kerjentzej est realmente loco. Ha credo que simulaba la locura; pero, en realidad, est loco. En este momento, todava est loco.
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Aquella idea se repiti tres veces; y yo sonrea siempre, sin comprender. Ha pensado que simulaba la locura; pero est realmente loco. Cuando, por fin, comprend... Primero cre que esta frase haba sido dicha por Mara Vasilievna, porque me pareca haber percibido una voz, y aquella voz era semejante a la suya. Despus pens que era la de Alejo. S, la de Alejo, la del muerto. Por ltimo, comprend que era yo quien haba pensado aquello, y eso fue terrible. Me agarr los cabellos y de pie, en medio de la estancia, no s por qu, dije: As es. Todo ha terminado! Me ha sucedido lo que yo tema. Me he aproximado demasiado cerca del borde, y, ahora, el porvenir no me reserva ms que una cosa: la locura. Cuando vinieron a detenerme, parece ser que estaba en un estado espantable, hecho una lstima, desgarradas las ropas, plido y terrible. Pero Dios santo! pasar una noche semejante y no volverse loco... no quiere demostrar que se posee un cerebro indestructible? A pesar de
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eso, no hice ms que estropear mis vestidos y romper los espejos. A propsito: permtanme ustedes darles un consejo. Si alguna vez uno de ustedes tiene que pasar por lo que yo experiment aquella noche, cubra con unos velos los espejos del cuarto donde se encuentre. Cbranlos, como lo hacen cuando hay algn muerto en la casa! Tpenlos bien! Es horroroso para m haber escrito todo esto. Tengo miedo de cuanto voy a tener que recordar, de cuanto debo escribir. Pero no puedo dejarlo para ms adelante. Fue aquella tarde. Represntense ustedes una serpiente ebria, s s, una serpiente ebria: ha conservado toda su ligereza; la agilidad de sus movimientos ha aumentado ms todava: y sus dientes son tambin ms agudos y venenosos. Est borracha y se encuentra en una habitacin cerrada, llena de gentes invadidas por el miedo. Framente, ferozmente, se arrastra entre ellas, se enrosca alrededor de sus piernas, las pica en el rostro, en los labios, y despus se apelotona
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sobre s misma, para hundir sus dientes en su propio cuerpo. Y parece como si no estuviese sola, como si miles de serpientes se enrollasen, mordiesen y se tragasen unas a otras. Tal era la imagen de mi inteligencia, de aquella en la que yo crea, y en cuyos dientes, agudos y venenosos, vea mi salud y mi defensa. La nica idea se haba roto en millares de ideas, y cada una de ellas era fuerte, y todas ellas eran enemigas entre s. Giraban en una ronda salvaje, y su msica era una voz monstruosa, resonante como una trompeta, y que llegaba desde una profundidad invisible para m. Era la idea fugitiva, la ms terrible de las vboras, puesto que se agazapa en la oscuridad. Haba salido de mi cerebro, en donde yo la tena encerrada, para ir hasta los lugares ms ocultos de mi cuerpo, hasta las negras profundidades inexploradas. Y, all, vociferaba como una extranjera, como una esclava que huye, cnica e insolente, en su impunidad: Has credo que fingas estar loco, y lo estabas en realidad! T, doctor Kerjentzef, eres
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pequeo, eres malo, eres bestia! Un doctor Kerjentzef, el doctor Kerjentzef que est loco! Eso era lo que me gritaba, ignorando yo de dnde vena aquella voz monstruosa. Ni siquiera saba lo que era; ya les he dicho que era mi inteligencia, pero quiz no fuese. Las ideas daban vueltas en mi cabeza como pichones aterrorizados por un incendio, y la voz gritaba siempre, desde no se sabe dnde, desde abajo, desde arriba, de un lado, del otro, desde un sitio en donde no poda verla ni agarrarla. Entre todas las sensaciones que me estremecan, la ms terrible era la conciencia que tena de no conocerme y de no haberme conocido nunca. En tanto que mi yo se encontraba en mi cerebro bien organizado, donde todo vive y funciona segn su orden reglado, yo me conoca y me comprenda, meditaba acerca de mi carcter, sobre mis proyectos, y era, segn yo cra, el amo. Pero ahora veo que no era el amo, sino un esclavo miserable, digno de lstima. Figrense que habitan una casa en la que existen muchas habitaciones; no ocupan ms que una, pero po100

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seen la casa entera. Y de repente se enteran de que en torno suyo, todas las habitaciones estn habitadas. S, habitadas, viven en ellas seres enigmticos, quiz personas, quiz otra cosa, y la casa les pertenece. Quieren saber quines son; pero las puertas estn cerradas, y detrs de las paredes no se oye ningn ruido, ninguna voz. Y, al mismo tiempo, saben que all, al otro lado de aquella puerta cerrada, est en trance de decidirse su suerte. Yo me aproxim a los espejos... Cubran los espejos! Cbranlos! Despus no me acuerdo de nada hasta el momento en que llegaron los representantes de la ley y de la justicia. Pregunt la hora, y me respondieron que eran las nueve. Mucho tiempo despus, no pude comprender cmo no haban pasado ms que dos horas desde mi regreso a casa, y tres horas, poco ms o menos, desde la muerte de Alejo. Perdnenme, seores peritos, por haber descrito en trminos tan generales y tan vagos un momento tan importante para la especialidad

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como aqul de mi terrible estado mental despus del crimen. Pero esto es todo lo que yo recuerdo, y todo lo que puedo traducir en lenguaje humano. Por ejemplo, no puedo pintar con palabras el horror que me abrum sin un minuto de descanso. Tampoco puedo decir, con una certeza positiva, si todo lo que tan mal he expresado sucedi realmente. Quiz todo ello no haya existido, y lo que sucedi fue otra cosa. Lo que recuerdo muy bien es aquella idea, o aquella voz, a menos que no fuese otra cosa: El doctor Kerjentzef ha credo que simulaba la locura, y en realidad est loco. Acabo de tomarme el pulso: 180. El slo recuerdo de aquella voz ha bastado para agitarme de esta forma.

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VII

a vez pasada escrib muchas cosas intiles y absurdas, que, desgraciadamente, ya no puedo borrar. Me asusta pensar que puedan darles una falsa idea de mi personalidad y del estado real de mis facultades. Sin embargo, tengo fe en su ciencia y en la claridad de su juicio, seores peritos. Ya comprendern que nicamente causas muy serias han podido conducirme a m, al doctor Kerjentzef, a descubrirles la verdad en el asunto del asesinato de mi amigo Savilof. Esas causas las vern y apreciarn fcilmente en cuanto yo les haya dicho que, todava hoy, ignoro si he fingido la locura con el fin de matar impunemente, o si he matado porque estaba
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loco; probablemente, estoy privado para siempre de la posibilidad de saberlo. La pesadilla de aquella noche ha desaparecido; pero ha dejado en m un rastro de fuego. Ya no se trata de necios temores, sino que es el terror del hombre que todo lo ha perdido, la fra conciencia de la cada, de la ruina, del error, del insondable misterio. Ustedes, sabios, van a discutir mi caso. Los unos dirn que estoy loco; probarn los otros que mi espritu est sano, y tan solo admitirn algunas restricciones en favor de la degeneracin. Pero a pesar de toda su ciencia, no podrn probar que estoy loco o que mi espritu est sano tan claramente como yo puedo hacerlo. Mi inteligencia ha vuelto, y, segn puedan convencerse, no se le puede negar ni el vigor ni la sutileza. Es una inteligencia enrgica, excelente. Es necesario hacer justicia hasta a nuestros enemigos. Pues bien, estoy loco! No les sera a ustedes agradable or por qu? Lo que desde luego me condena es la herencia, esta misma herencia que tanto regocijo
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hubo de causarme cuando preparaba mi plan. Los ataques de epilepsia que tuve en mi infancia. Perdn, seores. Yo quera esconderles este detalle, y les afirm haber gozado de completa salud desde mi infancia. Esto no quiere decir que, en el hecho de la existencia de algunos pequeos accesos, que por otra parte desaparecieron rpidamente, haya encontrado yo una acusacin peligrosa para m. Simplemente, fue que no quise entorpecer mi relato con insignificantes detalles. Pero ahora tengo necesidad de este detalle para asentar mi lgica reconstruccin; y, como lo estn ustedes viendo, lo cito sin vacilar. He aqu, pues, lo que hay en mi caso. La herencia y los accesos en cuestin son testimonio de mi predisposicin a una enfermedad psquica. sta comenz, sin que me diera cuenta de ella, mucho antes de haber elaborado el plan del asesinato. Pero poseyendo, como todos los locos, una astucia inconsciente, mas la facultad de volver a traer los actos desprovistos de sentido al nivel del pensamiento normal, me
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puse a engaar, no a los dems, como yo crea, sino a m mismo. Todo esto, seores peritos, no les parece a ustedes bastante verosmil? Me es fcil probarles que no amaba a Tatiana Nicolaevna, que no exista un verdadero motivo para el crimen; pero que yo invent uno. En la extravagancia de mi intento, en la sangre fra con que hube de ejecutarlo, en el conjunto de los detalles, no les costar mucho advertir la misma fuerza insensata. La sutilidad y la sobrexcitacin mismas de mi inteligencia antes del crimen, demuestran bien claramente que mi estado era anormal. Fue as como, mortalmente herido, represent en la escena, el papel de un gladiador moribundo. No he dejado pasar la menor circunstancia de mi vida sin estudiarla a fondo. He examinado de nuevo toda mi vida. A cada uno de mis pasos, a cada uno de mis pensamientos, de mis palabras, les he aplicado la medida de la locura, que ha tenido que adaptarse a cada palabra, a cada pensamiento. Hasta me parece, y esto
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es algo todava ms asombroso que, anteriormente a aquella noche, surgi en m la idea: No estar yo realmente loco?. Pero me desembarac de ella y la haba olvidado. Y, probndome de este modo que estoy loco, Saben ustedes a qu conclusin he llegado? A la de que no estoy loco; he ah lo que he descubierto. Dgnense escucharme todava un instante. Soy una vctima de la herencia y un degenerado; los accesos dan fe de ello. Soy un degenerado, como hay muchos, como se pudiera encontrar entre ustedes, buscando bien, seores peritos. Esto proporciona una solucin para todo lo dems. Mis opiniones acerca de la moral, pueden explicrselas por la degeneracin, en lugar de ver en ello el resultado de una meditacin consciente. En efecto, los instintos morales estn tan profundamente anclados en el hombre, que no es posible librarse de ellos completamente, ms que desvindose un poco del tipo normal. Y la ciencia, que es siempre demasiado atrevida en sus generalizaciones, conduce todas esas desviaciones al dominio
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de la degeneracin, hasta en el caso en que el sujeto tuviese las proporciones de un Hrcules y estuvieran tan sano como el ltimo de los tontos... Pero admitamos esto! Nada tengo que decir contra la degeneracin: ella me ha introducido en una agradable compaa. No me ocupar, pues, de defender el motivo que me ha empujado al crimen. Tatiana Nicolaevna me ofendi realmente con su risa, y el sentimiento de aquella ofensa permaneci en m, profundo y durable, como suele suceder en todos los caracteres disimulados y solitarios, tal como el mo. Pero incluso admitamos que esto no sea cierto. Admitamos que yo no estaba enamorado! No podremos convenir entonces en que, al matar a Alejo, quise nicamente probar mis fuerzas? No obstante, admiten la existencia de gentes que escalan cimas inaccesibles, con peligro de su vida, simplemente porque aquellas son inaccesibles, y no los llaman locos. Ni siquiera llegan a calificar de ese modo a Nansen, el hombre ms grande del siglo que acaba de terminar. Pues bien, tambin
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la vida moral tiene sus polos, y yo he pretendido, llegar a uno de ellos! Les causa a ustedes turbacin la ausencia de celos, de venganza, de inters o de cualquiera de los otros motivos estpidos que estn habituados a considerar como reales y sensatos. Pero entonces, ustedes, los hombres de ciencia, habran condenado a Nansen, lo mismo que los imbciles y los ignorantes, que califican de insensata su admirable empresa. Mi plan... Es extraordinario, es original, es atrevido hasta ser insolente; pero, no es sensato desde el punto de vista del fin que me haba propuesto? Y justamente mi inclinacin al disimulo, que he explicado de modo tan lgico, es lo nico que ha podido dictarme ese plan. La sobrexcitacin de los pensamientos; el genio, es una enajenacin mental? La sangre fra: por qu el asesino ha de temblar, palidecer, y tambalearse? Los cobardes tiemblan siempre, hasta cuando abrazan a sus amas de llaves; ser, pues, el valor algo que pertenece a la locura?
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Qu simplemente se explicaban mis dudas acerca de mi salud mental! Como un verdadero artista, penetr demasiado hondamente en mi papel, me identifiqu demasiado con el personaje representado y, durante un instante, perd la conciencia de mi personalidad. Seran capaces de negarme que, entre los actores profesionales que gesticulan diariamente, no haya habido alguien que, representando Otelo, no experimentase a veces una real necesidad de matar? No es cierto, seores peritos, que todo esto es bastante verosmil? Pero no comprenden ustedes una cosa extraa: cuando pruebo que estoy loco, les parece que estoy en mi sano juicio, y cuando pruebo que estoy en mi sano juicio, creen que estn oyendo a un loco. S... Es porque no me creen... Pero tampoco yo creo en m; porque en qu creer yo en m? En la inteligencia, cobarde y nula; en el siervo, que se somete a cualquiera? No sirve ms que para dar lustre a las botas, y he hecho de l mi amigo, mi Dios. Abajo del trono, inteligencia impotente y miserable!
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Bueno, seores peritos, estoy loco o no? Macha, querida amiga, usted sabe algo que yo ignoro. Dgame a quin es preciso pedir socorro! Ya conozco su respuesta, Macha. Pero si no es nada. Usted es una buena y excelente mujer, Macha, pero usted no sabe ni fsica, ni qumica, jams estuvo en un teatro, y ni sospecha siquiera que esta cosa sobre la que vive, dedicada a sus ocupaciones, que esta cosa d vueltas. Y da vueltas, Macha, da vueltas, y nosotros giramos con ella. Es usted un nio, Macha, un nio estpido, casi un vegetal y le tengo mucha envidia, casi tanta como desprecio. No, Macha, no es usted quien tiene que responderme. No es verdad que usted no sabe nada? En uno de los rincones sombros de nuestra humilde casa vive alguien que es muy til; pero, en mi casa, ese cuarto est vaco. Hace mucho tiempo que ha muerto quien all viva, y sobre su tumba he alzado un magnfico monumento. Ha muerto, Macha, ha muerto y no resucitar. Pues bien, seores peritos; es a ustedes a quie111

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nes decididamente debo dirigirme: estoy loco o no? Perdnenme el que les importune con insistencia tan poco corts, pero ustedes son los representantes de la ciencia, como les llamaba mi padre, cuando quera adularles, tienen libros y estn en posesin de una inteligencia humana, clara, precisa, infalible. Naturalmente, la mitad de ustedes sern de una opinin, la otra mitad de otra; pero yo les prometo creer, seores peritos, tanto a los unos como a los otros. Digan su opinin! Y he aqu, todava, un pequeo detalle interesante, muy interesante, que vendr en auxilio de su clara inteligencia. Durante una velada apacible y tranquila, aqu, entre estas blancas paredes, observ yo sobre el rostro de Macha una expresin de espanto, de alteracin, como de sumisin a una fuerza terrible. Despus de que ella sali, me sent sobre la cama, no deshecha, y continu pensando en aquello que yo deseaba. Y me enter de que senta deseo de cosas extraas. Yo, el doctor Kerjentzef, senta deseos de aullar! No de gritar, sino de aullar, como el otro.
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Deseaba desgarrar mi traje y araarme. Deseaba agarrar mi camisa por el cuello, sacrmela muy suavemente, y despus, de repente, rasgarla de arriba abajo. Tena yo deseos, yo, el doctor Kerjenzef, de ponerme en cuatro patas y arrastrarme por el suelo. El silencio reinaba a mi alrededor, los copos de nieve resbalaban sobre los vidrios de las ventanas y, no lejos de all, Macha rezaba silenciosamente. Permanec largo tiempo reflexionando sobre lo que deba escoger. Si aullaba producira ruido y resultara de ello un escndalo. Si desgarraba mi camisa, se enteraran al da siguiente. Entonces, completamente razonable, escog el tercero de mis deseos: el de arrastrarme por el suelo. Nadie me oira; y, si alguien entraba, dira que estaba buscando un botn cado por tierra. Durante todo el tiempo que emple en escoger y en decidirme, estuve en una disposicin de espritu tranquila, hasta agradable; no experimentaba ningn temor, y recuerdo que balanceaba la pierna. Mas he aqu que, de repente, pens:
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Por qu razn he de arrastrarme? Es que realmente soy un loco? El terror se apoder de m, y, de repente, tuve deseo de hacer todas aquellas cosas a la vez: aullar, arrastrarme por el suelo, araarme. Despus me enfad. Quieres arrastrarte? pregunt. Pero se callaron. Ya no queran. Bueno, en qu quedamos, quieres arrastrarte? insist. An se callaron. Est bien, arrstrate. Y despus de haberme recogido hacia arriba las mangas, me puse en cuatro patas, y me arrastr. Y cuando hube recorrido cerca de la mitad de la habitacin, me sent tan divertido con mi estupidez, que me sent sobre el piso, all donde me encontraba, y me ech a rer, a rer, a rer. Como todava senta en m aquella fe consuetudinaria que me haca creer que podemos llegar a saber algo, pensaba que haba encontrado el origen de mis insensatos deseos. Evi114

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dentemente, el deseo de arrastrarme por el suelo y todos los dems eran producto de la autosugestin. La idea fija de mi pretendida locura me despertaba deseos locos, y, tan pronto como los haba realizado, me encontraba con que yo no tena ninguno de aquellos deseos y con que no estaba loco. Como ustedes ven mi razonamiento era muy sencillo y lgico. Pero... Pero, mientras tanto, yo me he arrastrado por el suelo; yo me he arrastrado! Qu soy? Un loco que se disculpa, o un hombre en su sano juicio, pero en camino de volverse loco? Vengan en mi socorro, hombres de mucha ciencia! Su autoridad ha de inclinar la balanza de un lado o del otro, resolviendo este problema terrible, atroz. Con qu impaciencia aguardo!... Pero sera en vano que aguarde. Oh, grandes y queridas cabezas, no son como yo! No es una misma la inteligencia humana, cobarde, engaosa, ilusoria, eternamente embustera, que trabaja en vuestras cabezas calvas y la que trabaja en la ma? Por qu la ma haba de ser peor que la suya? Ustedes me probarn

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que estoy loco, y yo les probar que estoy en mi sano juicio; ustedes me probarn que estoy en mi sano juicio, y yo les probar que estoy loco. Me dirn que no hay que matar, ni robar, ni mentir, porque es inmoral y criminal, y yo les probar que se puede matar y saquear, y que es muy moral. Y ustedes pensarn, y hablarn, y yo pensar y hablar tambin, y todos tendremos razn, y ninguno de nosotros tendr razn. Dnde est el juez capaz de juzgarnos y de encontrar la verdad? Ustedes tienen una superioridad inmensa, que les da a ustedes solos el conocimiento de la verdad: ustedes no han cometido un crimen, no estn bajo la amenaza de una sentencia, y han sido invitados, a cambio de razonables honorarios, a estudiar el estado de mis facultades mentales. Es porque yo estoy loco. Pero si le encerrasen aqu, a usted, profesor Djemnitsky, y si me llamasen a m para examinarle, entonces sera usted el que estara loco, y yo sera un personaje importante, un perito, un embustero, que no se diferenciara de los otros embus-

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teros sino porque mentira bajo juramento. Es cierto que ustedes no han matado a nadie que no han robado por robar, y que cuando toman un coche, suelen ajustarlo regularmente en algunas copecas , lo que demuestra su buena salud moral. Ustedes no estn locos. Pero puede producirse algo completamente inesperado. De repente, maana, hoy, en el momento en que leen estas lneas, puede llegar a ustedes una idea muy bestia, pero imprudente: No estoy tambin yo loco?. Qu significa esto, seor profesor? Qu idiota y ftil idea? Por qu van a volverse locos? Pero intenten arrojarla de s! Han bebido leche y creen que era pura hasta que alguno les ha dicho que estaba mezclada con agua. Y desde entonces, de un modo completamente lgico y natural, ya no hay para ustedes leche alguna que sea pura. Usted est loco. No siente usted deseo de arrastrarse por el suelo, en cuatro patas? Evidentemente, no. Qu hombre en su sano juicio deseara hacerlo? Y, sin embargo... No siente usted crecer en s un deseo, un muy

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pequeo deseo, completamente pueril, de escurrirse de la silla y arrastrarse un poco, nada ms que un poquito? No hay que decir que no siente este deseo. Cmo podra sentirlo un hombre en su sano juicio, que acaba de beber el t y de charlar con su mujer? Pero no siente usted sus piernas hace un instante usted no las senta, y no le parece que algo extrao se produce en las rodillas, un pesado entorpecimiento que lucha contra el deseo de doblar la articulacin y despus...? Porque, en realidad, seor Djemnitsky, podra alguien retenerle si sintiese el deseo de arrastrarse un poco por el suelo? Nadie. Pero espere, antes de arrastrarse! Todava le necesito a usted. Para m la lucha no ha terminado todava.

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VIII

l pasado otoo, en un da de sol, me fue dado presenciar la escena siguiente: una muchachita, vestida con un manto acolchado y con una capota que no dejaba ver ms que sus mejillas sonrosadas y su menuda nariz, quera acercarse a un perro minsculo, de finas patas y delgado hocico, con la cola tmidamente metida entre las patas. De repente, se vio la nia agarrada por el terror, se volvi, y, como una bolita blanca, rod hacia su niera, que se encontraba cerca; despus, sin gritar ni llorar, ocult su rostro entre las ropas de aquella. Y el perrillo guiaba gentilmente los ojos y agitaba tmidamente la cola, y el rostro de la niera era tan bondadoso, tan simple!
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No tengas miedo deca la niera, y sonrea con todo su rostro cndido bonachn. No s por qu, pero volv a ver con frecuencia aquel cuadro, cuando estaba en libertad, mientras preparaba el plan del asesinato de Savilof. Y entonces, al recordar el gracioso grupo bajo el claro sol de otoo, experimentaba un sentimiento extrao: era como si hubiese encontrado la solucin de no s qu problema, y el asesinato que proyectaba me pareca un fro engao venido del otro mundo, una monstruosidad vaca de sentido. El hecho de que los dos, el nio y el perro, fuesen tan pequeos y tan graciosos, y que tuvieran tan cmicamente miedo el uno del otro, y que el sol brillase tan ardientemente, todo eso era algo sencillo, lleno de una sabidura profunda y dulce; se habra dicho que en la reunin de aquellos dos seres se encerraba precisamente la solucin del enigma de la existencia. Tal era el sentimiento que yo tena entonces, y me deca: Ser preciso que yo reflexione sobre esto. Pero no he tenido tiempo para reflexionar sobre aquello...
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Ignoro ciertamente, seores peritos, para qu les he contado a ustedes esta ridcula e intil historieta, cuando tantas cosas serias e importantes tengo que decirles. Es indispensable terminar. Dejemos a los muertos en paz! Alejo est muerto, ha comenzado hace ya mucho tiempo a descomponerse, y ya no existe el diablo cargue con l! Hay algo de agradable en la condicin de los muertos. Tampoco hablaremos ms de Tatiana Nicolaevna . Es desgraciada, y yo comparto de buena gana la compasin general que inspira; pero qu significa esa desgracia, qu significan todas las desgracias del mundo comparadas a lo que yo experimento, yo, el doctor Kerjentzef? Cuntas mujeres que han perdido sus maridos amados hay sobre la tierra, y cuntas lo perdern todava? Dejmoslas llorar en paz! Pero aqu, en este cerebro... Comprendan, seores peritos, cmo se ha complicado terriblemente todo. Yo no amaba a nadie en el mun121

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do ms que a m, y, en m, no amaba este cuerpo horroroso hay que ser un hombre de baja condicin para amarlo, amaba mi inteligencia humana, mi albedro. No he conocido ni conocer nada superior a mi inteligencia, y para eso la deifiqu. Acaso no era digna de ello? No luchaba como un gigante contra el mundo entero y sus errores? Ella me transportaba sobre la cima de una alta montaa, y yo vea, all abajo, bullir a los hombres, con sus pasiones animales y mezquinas, y su miedo eterno a la vida y a la muerte, con sus iglesias, sus misas y sus Te Deum. No era yo grande, libre y dichoso? Como un barn de la Edad Media que, desde lo alto de su castillo inaccesible, semejante a un nido de guilas, mirase, lleno del sentimiento de su orgulloso poder, el llano desarrollado bajo sus pies, lo mismo estaba yo, invencible y fiero en mi castillo, tras los muros de mi crneo. Dueo de m mismo, era dueo del Universo entero. Bueno, pues me han engaado. Con perfidia, cobardemente, como engaan las mujeres y los
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pensamientos. Mi castillo se ha convertido en mi prisin. Los enemigos me han sitiado en mi castillo en dnde, pues, est la salud? En la misma inaccesibilidad del castillo, en el espesor de sus muros, precisamente en lo que es mi ruina. Mi voz no llega afuera; cul es el hombre fuerte que me salvar? Nadie. Porque nadie es ms fuerte que yo, y soy yo, yo, el nico enemigo de mi yo! La prfida inteligencia me ha engaado, a m, que crea en ella, y que la amaba! No se ha debilitado; ha permanecido clara, fina, flexible como la hoja de un florete, pero la guardia ya no est en mi mano. Y a m, al creador, al dueo de esta inteligencia, me mata con la misma indiferencia estpida de que yo me serva para matar a los dems. La noche cae y un temor insensato me aterra. Estaba de pie y firme, mis pies reposaban slidamente sobre el suelo, y ahora me veo lanzado al vaco del espacio infinito. La soledad es grande y amenazadora, cuando, delante y detrs, por todas partes, se abre el anchuroso vaco; la
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soledad es terrible cuando yo, el ser que vive, siente y piensa, me veo tan pequeo, tan infinitamente nulo y despreciable, dispuesto a extinguirme a cada instante. La soledad es siniestra, porque no soy ms que una partcula insignificante de m mismo y en m mismo estoy rodeado de enemigos rudos, silenciosos, misteriosos, que me hacen pedazos. Donde quiera que voy los arrastro conmigo; solamente en el vaco del Universo, no tengo amigo en m mismo. La soledad es insensata cuando no s quin soy yo, y cuando por mis labios, por mi pensamiento, por mi voz, son ellos los que hablan. Es imposible vivir as. Y el mundo duerme tranquilo, los maridos abrazan a sus mujeres, los sabios se instruyen o ensean, y el pobre se regocija con la limosna que le han arrojado. Mundo loco, feliz en tu locura, tu despertar ser terrible! Cul es el hombre fuerte que vendr a socorrerme? Nadie. Nadie. Dnde encontrara yo algo eterno adonde me pudiera agarrar con mi yo impotente, miserable, abandonado hasta
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la desesperacin? En ninguna parte, en ninguna parte. Oh! querida, querida niita, por qu mis ensangrentadas manos se tienden hacia ti?, pues tambin t eres humana e insignificante, y ests sometida a la muerte. No s si yo me querello contra ti, o bien si quiero que t te querelles contra m, pero me hubiera gustado ocultarme, como detrs de un baluarte, detrs de tu cuerpecillo frgil, para huir del vaco desesperado del tiempo y del espacio. Pero no, no, todo es mentira. Yo les pido que me hagan un grande, un inmenso servicio, seores peritos, y si tienen algo de humanos, no rechacen mi ruego. Confo en que nos habremos mutuamente comprendido lo bastante para no creernos unos y otros. Y, si les pido que declaren ante el Tribunal que estoy en mi sano juicio, no puedo obligarme a creer en sus palabras. Para m, nadie resolver nunca este problema. He fingido la locura para matar, o he matado porque estaba loco? Pero los jueces, ellos, les creern y darn lo
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que quiero: el presidio. Os ruego no prestar una falsa interpretacin a mis deseos. No tengo remordimientos por haber matado a Savilof, no busco rescatar mi pecado por el castigo, y, si para probar que estoy en mi sano juicio, tuviese que matar a alguien y desvalijarlo, lo matara y lo desvalijara con gusto. Pero es otra cosa lo que me hace desear los trabajos forzados. Qu es? Yo mismo lo ignoro. Me siento arrastrado hacia all por una esperanza vaga: la de encontrar entre los que han violado nuestras leyes, los asesinos y los ladrones, las fuentes de la vida que no conozco, y volver a ser mi propio amigo. Qu importa que eso no sea cierto, qu importa que me engae la esperanza? Quiero, a pesar de todo, unirme a ellos! Oh! Les conozco muy bien! Ustedes son poltrones e hipcritas, aman su tranquilidad ms que nada, encerraran voluntariamente en un manicomio al ladrn que les hubiera quitado un panecillo declararan al mundo entero loco, y an a ustedes mismos, antes que atreverse a tocar sus convicciones fa-

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voritas. Les conozco. El crimen y el criminal, he ah su eterna inquietud, es la voz amenazadora que brota de un abismo desconocido, es la condenacin inhumana de toda su vida moral y razonable, y aunque han tenido el cuidado de llenar de algodn sus odos, la voz les alcanza, llega hasta ustedes de todos modos. Yo quiero ir entre ellos. Yo, el doctor Kerjentzef, me pondr entre las filas de ese ejrcito para ustedes tan terrible, en donde ser un reproche eterno, el que pregunta y espera una respuesta. No imploro una gracia, exijo: digan que estoy en mi sano juicio. Mentirn si no lo dicen. Pero si tienen la cobarda de lavarse sus sabias manos, si me encierran en una casa de locos, o si me ponen en libertad, les prevengo amigablemente que he de causarles grandes disgustos. Para m no hay jueces, ni leyes, ni nada que est prohibido. Todo me est permitido. Pueden ustedes representar un mundo donde no existe ninguna ley de atraccin, donde no hay ni alto ni bajo, donde todo depende del azar y de la fantasa? Yo, el doctor Kerjentzef, soy

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ese mundo nuevo. Todo me est permitido. Y yo, el doctor Kerjentzef, les habr de probar. Yo fingir estar loco. Obtendr mi libertad. Y durante todo el resto de mi vida estudiar. Me rodear de sus libros, les robar todo el tutano de su ciencia, del que tan orgullosos estn, y encontrar una cosa que es indispensable desde hace mucho tiempo. Ser una materia explosiva, tan violenta como los hombres jams habrn conocido semejante, ms fuerte que la dinamita, ms fuerte que la nitroglicerina, ms fuerte que todo cuanto se puede imaginar. Tengo talento, soy testarudo y la encontrar. Y cuando la haya encontrado, har saltar por los aires nuestra maldita Tierra, que tiene tantos dioses, y no un solo Dios, nico y eterno.

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Diario de un mdico loco de Leonidas Andreiev fue editado bajo el nmero uno en la C O L E C C I N

Por el Consejo de la Judicatura siendo Presidente Gustavo Jalkh Rben en noviembre de 2013 con un tiraje de 25 000 ejemplares para ser distribuidos en forma gratuita en todo el pas por el diario El Telgrafo. Para este libro se han utilizado los caracteres Fairfield LT Ligth 12 puntos.

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