El Fuego Del Desierto - Karen Winter

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EL FUEGO DEL DESIERTO

Karen Winter


Traduccin de Jorge Seca

Crditos

Ttulo original: Das Feuer der
Wste
Traduccin: Jorge Seca
Edicin en formato digital: febrero
de 2014

2010 by Bastei Lbbe AG, Kln
Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427
08009 Barcelona (Espaa)
www.edicionesb.com

Depsito legal: B. 2874.2014

ISBN: 978-84-9019-730-1

Conversin a formato digital: El
poeta (edicin digital) S. L.

Todos los derechos reservados. Bajo las
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EL FUEGO DEL
DESIERTO
1
Qutatelo de la cabeza, Ruth.
No voy a discutir ms sobre ese
asunto! dijo Rose Salden,
dirigiendo una glida y fulminante
mirada a su hija.
Pero por qu no? Siempre he
participado en los campeonatos de
jvenes granjeros. Y siempre he
quedado entre los tres mejores de la
promocin. Por qu no puedo este
ao? pregunt Ruth, ponindose
completamente plida por la
indignacin.
Porque ya cuesta encontrarte
partido incluso sin tener un diploma
en levantamiento de ovejas. Por
todos los santos del cielo! Cundo
comprenders lo que de verdad es
importante en la vida?
Bah! Ruth se anud el
pauelo en torno a la frente, se
calz las pesadas botas que para
disgusto de su madre no eran muy
diferentes de las botas de un
vaquero, y con gesto impaciente se
puso el sobretodo de color verde
. No me interesa si cuesta o no
encontrar partido para m. Yo no
necesito a ningn hombre.
Ya lo creo que s, mi amor!
Una granjera sin marido ya puede ir
haciendo las maletas e irse a vivir a
la ciudad. Rose Salden enfatiz
sus palabras con un enrgico
movimiento de la mano que hizo
que su brazalete de oro sonara
suavemente. Y una mujer que
solo puede presentar como nico
mrito varios premios en la
competicin de levantamiento de
ovejas, y que es conocida, por lo
dems, por su labia fcil,
simplemente no resulta asumible
para ninguna buena familia del
frica del Sudoeste Alemana.
Ruth torci la boca con gesto de
irritacin.
No solo he ganado en
levantamiento de ovejas. Eso es una
diversin, nada ms. Fui la mejor
en saltar obstculos a caballo y en
conducir el ganado, la cuarta en
esquilar, la tercera en clavar
estacas y la primera en clasificar
lana y contar ovejas.
S, ya... La madre de Ruth
hizo un gesto negativo con la mano,
con el semblante crispado. Conoca
a la perfeccin los argumentos de
su hija. Un hombre no quiere una
esposa para contar ovejas que no
sean las ovejitas para dormir. Y
este, mi amor, debera ser tu primer
objetivo en la vida: encontrar
marido y tener hijos. Las mujeres
no han sido creadas para criar
ovejas ni para mandar. Cuntas
veces tengo que repetrtelo?
Mira lo que pasa en la granja
Waterfall la contradijo Ruth,
porfiada. Kathi Markworth se las
arregla ella sola para llevar la
tienda. Ayer, por ejemplo, arregl
el tractor y la semana pasada, el
generador. Solo pide ayuda cuando
tiene que esquilar.
Kathi Markworth es viuda y
adems pobre. No puede hacer otra
cosa, no puede permitirse siquiera
un administrador. Es una vergenza
para esa pobre mujer tener que
vivir as repuso Rose con
firmeza. No me extraara que
odiara a su marido por este motivo
hasta ms all de la tumba. Sin duda
no sirve de modelo para ninguna
mujer joven.
Por qu? Las ovejas caracul
de Kathi tienen mejor aspecto y
estn ms sanas que las de muchos
otros granjeros.
Ruth, ya hemos hablado ms
que suficientemente sobre este
asunto. Rose Salden suspir.
Ahora tienes veinticuatro aos, en
realidad eres demasiado mayor ya
para encontrar marido. frica del
Sudoeste es un gran pas y, no
obstante, no deja de ser una
pequea aldea. Aqu nos
conocemos todos. No permitas que
tu fama empeore an ms. Ponte ese
vestido bonito que te traje de
Gobabis y ve a la competicin de
granjeros, pero esta vez no como
participante sino como una mujer
joven de muy buen ver que espera
algo ms de la vida que un
incremento de la produccin de
lana.
Hace aos que este pas no se
llama frica del Sudoeste sino
Namibia. Y yo no soy Corinne,
mam! exclam Ruth, entornando
de mala gana los ojos al pensar en
su hermana.
S, por desgracia dijo Rose,
suspirando de forma ostentosa. Se
llev las manos al pecho con las
palmas hacia fuera y cerr los ojos.
Ruth suspir tambin. Saba que
no tena sentido contradecir a su
madre. Y mucho menos cuando
adoptaba esa postura. Los ojos
cerrados de Rose indicaban con
toda claridad que ya no deseaba
escuchar ni or ningn comentario
ms. Una rplica no solo era intil
sino que poda empeorarlo todo an
ms. Rose Salden detestaba el
trabajo en la granja, no le gustaban
las ovejas y soaba desde haca
muchos aos con vivir en una
mansin en la ciudad de Windhoek
o en Swakopmund, sin estircol ni
ganado, soaba con una vida en la
que la tarea ms importante de una
mujer consista en dar rdenes a los
criados negros y en disponer cada
da la fruta fresca en un cuenco
hondo de plata.
La madre de Ruth opinaba, en
general, que la vida en s era muy
injusta y que ella se mereca algo
mucho mejor. En realidad y de
esto estaba Ruth muy segura su
madre opinaba que la vida de una
seora blanca en una mansin de la
ciudad y con criados negros era la
ms apropiada para ella. No en
vano, Rose Salden afirmaba
siempre en sociedad que ella era de
buena familia. Sin embargo, en
cuanto regresaba al crculo errneo
que ella denominaba el correcto
olvidaba mencionar adrede que
haban sido personas negras
quienes la haban criado.
Qu distinta era, en cambio, la
vida en la granja de ganado lanar en
mitad de aquellos inmensos
campos! La espaciosa vivienda de
Saldens Hill quedaba a los pies de
una colina y estaba amueblada en el
tpico estilo colonial. Haba una
chimenea, los muebles eran de
madera de roble alemn, con un
vestbulo luminoso, cubierto de
alfombras, y sillas y sillones
acolchados con gran abundancia de
cojines y mantas. En cada rincn
libre de la casa haba recuerdos de
Alemania, un pas al que Rose se
senta muy vinculada a pesar de no
haber estado nunca en l. Ella se
rega incluso conforme a la moda
alemana. Si en Hamburgo estaban
de moda las cortinas verdes con
borlas plateadas, aquella casa en
mitad de Namibia era guarnecida
con cortinas de color verde
plateado. Si en Mnich las mujeres
llevaban el cabello hasta la barbilla
y un lunar sobre el labio superior,
Rose Salden se pona por la
maana delante del espejo del
cuarto de bao con un lpiz
carboncillo. Ni siquiera las
observaciones de los vecinos, a
veces maliciosas, con las que
pretendan que se quitara aquella
cagada de mosca, podan hacer
cambiar de opinin a Rose. Al fin y
al cabo, las personas que vivan en
los alrededores de Saldens Hill
eran campesinos sin gusto ni
estilo, como le gustaba decir a
Rose.
Ruth sufra siempre en sus
propias carnes que su madre se
ocupara de llevar un orden y una
limpieza extremas en el hogar.
Nada ms llegar a casa tena que
calzarse las zapatillas, y una vez en
el lavadero tena que quitarse los
pantalones de trabajo y la chaqueta,
pues ya que Rose no poda vivir en
la ciudad, al menos tena la granja
acondicionada y amueblada de tal
manera que poda sentirse cmoda
y muy a gusto en ella.
El lugar preferido de Ruth en la
casa era la galera exterior.
Tambin ahora se retir all
despus de la disputa con su madre.
Se sent en el suelo, apoy las
piernas contra una de las columnas
como sola hacer siempre y disfrut
del frescor de los muros de piedra.
Despus del trabajo realizado le
gustaba beberse una botella de
Hansa Lager, una cerveza namibia
que era fabricada siguiendo la ley
alemana de pureza en la destilacin
de la cerveza; entonces se quitaba
las botas sucias y se relajaba
teniendo a su lado a Klette, una
perra border collie, su mejor y
nica amiga.
Ruth apart la vista de la casa y
se puso a disfrutar de las vistas que
le deparaban sus tierras. Observar
cmo pacan sus rebaos de ovejas
y vacas significaba para ella la
felicidad; despus se senta
perfectamente equilibrada y
contenta. Su madre nunca
comprendi por qu Ruth adoraba
tanto la vida en la granja, por qu
no deseaba nada diferente, vestidos
elegantes, peinados estrambticos
ni, por supuesto, ninguna casa en la
ciudad. Para Ruth, la vida en la
ciudad era demasiado ruidosa, el
aire apestaba y todo el mundo tena
prisa. Adems estaban los muchos
coches, las personas que no te
devolvan el saludo cuando las
saludabas, y los supermercados
gigantes y annimos.
En cambio, su hermana Corinne,
tres aos mayor que Ruth, adoraba
la vida en la ciudad. Al contrario
que Ruth, Corinne era una copia
viva de su madre, comparta sus
pasiones. Ya de pequea le gustaba
mucho jugar a ser princesa y dejar
que le sirvieran todo, y se deleitaba
soando con vestidos blancos de
encaje, joyas y criados que podan
leerle cada deseo con solo mirarla.
Posteriormente, Corinne se dedic
a probar con su madre diferentes
peinados, a mirar las revistas de
moda que les enviaban desde
Hamburgo a Saldens Hill y que les
llegaban con semanas de retraso, y
se pasaba las horas entusiasmada
con las estrellas de cine, los
cantantes de canciones de moda y
sus apasionantes vidas.
Ya por aquel entonces, mientras
Ruth prefera estar afuera con las
ovejas, Corinne andaba limndose
las uas. Mientras Ruth ayudaba en
las labores del esquileo, Corinne se
informaba sobre los vestidos ms
modernos de lana. Y mientras Ruth
asista en los partos de los
corderos, Corinne elaboraba los
pros y los contras de las tres
escuelas privadas alemanas del
pas para decidir a cul de ellas iba
a enviar a sus hijos. La hermana de
Ruth tena claro que no los enviara
a ninguna escuela de las misiones,
sino a uno de los caros internados,
y eso lo tena por tan cierto como la
catedral de Colonia, que no haba
visto nunca. Sin embargo, cul era
la mejor? La que estaba en Karibib
o la de Windhoek? O no era ms
distinguida quiz la escuela privada
de Swakopmund?
Corinne haba dado ya un buen
paso para aproximarse a la
realizacin de sus sueos. Desde
haca algunos aos estaba casada
con un comerciante blanco
dedicado a las exportaciones, y
viva en una mansin blanca en
Swakopmund. Su marido era un
oukie, un alemn del sudoeste como
los que salan en las revistas, de
piel clara, ojos claros, cabello
rubio, antepasados alemanes y unos
modales en parte autoritarios y en
parte arrogantes.
De este modo, Corinne haba
alcanzado en la vida lo que haba
deseado desde pequea: un marido
blanco con mucho dinero, muebles
blancos y alfombras blancas,
criados negros y un Mercedes
negro, que, por supuesto, conduca
un chfer negro con guantes
blancos. Adems, Corinne tena dos
hijos, un chico y una chica, cuya
piel era blanca como la nata de las
galletas rellenas y cuyos rizos eran
tan rubios como los panecillos
alemanes.
La madre de Ruth estaba casi a
reventar de lo orgullosa que se
senta de Corinne. Mi hija mayor
lo ha conseguido, sola decir, si
bien, para sorpresa de Ruth, nadie
preguntaba nunca qu era
exactamente lo que Corinne haba
conseguido en realidad. Salir de la
porquera, de las cagarrutas de las
ovejas, de la provincia haba
intentado aclararle un da su madre
, meterse en la vida de verdad, en
la ciudad, en el mundo.
Corinne haba conseguido
enmascarar por completo sus
orgenes. Desde que haca seis aos
se haba mudado a vivir a
Swakopmund, no haba vuelto a
Saldens Hill ni una sola vez. A
Ruth casi se le rompa el corazn
cada vez que oa a su madre en las
vsperas de todos los grandes das
de fiesta cmo les contaba a los
vecinos que esa vez vendra
Corinne con toda seguridad. Y
cuando Ruth, una vez pasadas las
fiestas, escuchaba las excusas de su
madre, intentaba reprimir las
lgrimas de la compasin.
Corinne no pudo venir porque la
pequea est enferma, sola
justificar Rose que su hija no
hubiera ido a verla. Corinne tuvo
que cancelar el viaje en el ltimo
momento porque su marido tena
fijada una importante cena de
negocios. O tambin: El marido
de Corinne est de viaje de
negocios en Ciudad del Cabo, y
Corinne y los nios le acompaan.
Sin embargo, la verdad, ante la
que Rose cerraba los ojos, era que
Corinne sencillamente no tena
ningunas ganas de renunciar a las
comodidades de su mansin en la
ciudad ni, tal como ella se
expresaba, volver a hurgar en la
mierda. Ni siquiera la
construccin de un cuarto de bao
en Saldens Hill le haba servido de
estmulo hasta el momento para ir a
su tierra ni, sobre todo, para ir a
ver a su madre. De ah que Rose
solo conociera a sus nietos por las
escasas fotos que Corinne le haba
enviado y que ella iba mostrando a
todo el mundo con orgullo; tampoco
haba estado nunca en la
maravillosa mansin, ya que
Corinne no la haba invitado nunca
y Rose posea todava suficiente
orgullo como para no recorrer as,
sin ms, los aproximadamente
trescientos cincuenta kilmetros que
haba hasta Swakopmund para ser
una carga para su hija.
Ruth suspir y mir la posicin
del sol con semblante examinador.
Van a dar las cinco murmur
. Tengo que arreglarme.
Acarici a Klette, fue a buscarle
una oreja de antlope desecada a la
despensa que estaba junto a la
cocina y se dirigi al cuarto de
bao. Se duch silbando fuerte
como un carretero y se lav el pelo.
A continuacin se puso el vestido
verde que su madre le haba trado
de la ciudad especialmente para la
velada de esa noche. Era un vestido
sin mangas, tena lunares blancos y
un cuello blanco y quedaba muy
ceido al busto. Ruth tuvo que
hacer un gran esfuerzo durante unos
instantes para respirar.
Por suerte se ensanchaba el
vestido por el talle, de modo que al
menos el abdomen no le quedaba
apretado. Ruth se examin al
espejo. En realidad le gustaba
aquella hechura. Le record el
vestido que Marilyn Monroe
llevaba en Con faldas y a lo loco.
Ruth haba visto la pelcula haca
algunas semanas en el hotel
Gobabis, cuando el operador de
cine vino de nuevo a la ciudad, lo
cual se convirti en un da de
celebracin en la villa. Para la
presentacin de la pelcula, muchas
chicas se peinaron con rizos suaves,
como Marilyn; Ruth ni lo intent.
Era pelirroja, tena el cabello
crespo, duro como las cerdas de
una escobilla, y era indomable. Y,
no obstante, cuando lleg a casa por
la noche, agitada por el pase de la
pelcula, se puso ante el espejo, se
inclin un poco hacia delante y
cant tmidamente:

I wanna be loved by you
Just you
And noboby else but you
I wanna be loved by you
Alone!
Boop, boop a doop
Al pronunciar you, Ruth puso los
labios en morritos y prob una
mirada que no era para nada moco
de pavo. Y al pronunciar boop,
boop a doop, inclin el cuerpo y
balance los pechos
seductoramente.
Pero entonces vio que en la
cintura le sobresala un micheln a
travs del vestido y que este
quedaba un poco tenso por encima
de los muslos. Ruth descubri
tambin la diminuta papada que se
hizo patente cuando se puso a
cantar. Y entonces se sinti
ridcula. Ridcula y penosa y tonta,
algo as como una albndiga gorda
y estpida que en Carnaval se
vistiera inoportunamente de
princesa.
Ruth suspir y pas la mano por
el vestido de color blanco y verde,
en parte con un gesto tierno, pero en
parte tambin con perplejidad. Se
mir con semblante escptico los
puntiagudos zapatos blancos con el
tacn fino como un lpiz. Resignada
a su destino, se calz con fuerza
aquellos zapatos nuevos que, como
era de esperar, comenzaron a
apretarle de inmediato. Ruth volvi
a suspirar, se mir de mala gana al
espejo y se tir del vestido hacia
abajo hasta que le cubri por lo
menos las rodillas. A continuacin
se sujet el pelo revuelto en el
cogote con una goma elstica,
arroj sin vacilar algunas cosas en
su rada mochila de piel y
descendi con cuidado la escalera
dando traspis con los tacones
altos.
Rose la estaba esperando ya en el
vestbulo. Como toda una dama de
mundo llevaba puesto un twinset de
color gris, muy de moda, a juego
con una falda plisada tambin de
color gris, un collar y unos
pendientes de perlas. Bajo un brazo
sostena un bolso diminuto.
No irs a llevarte la mochila,
verdad? pregunt Rose en un
tono de reproche.
Qu si no? En algn sitio
tendr que llevar las llaves, los
pauelos, unos zapatos como Dios
manda y mi cazadora. Nunca podra
meter todo eso en una cosita como
esa que sostienes debajo del brazo.
Ah no cabe ni un abrebotellas.
Rose puso los ojos en blanco,
pero renunci a replicar. Se limit
a seguir a su hija en silencio hasta
la camioneta que estaba ya
preparada frente a la puerta de la
casa.
Ruth ech un vistazo a la
superficie de carga de la camioneta
y asinti con la cabeza en seal de
aprobacin. Todo estaba en orden:
la rueda de recambio del Dodge
100 Sweptside estaba a punto; a su
lado, el gato; la caja de las piezas
de repuesto estaba bien ordenada al
lado de la caja de las herramientas,
y detrs de esta estaban los bidones
de gasolina y agua recin llenados.
Ruth saba demasiado bien que su
supervivencia poda depender de si
tenan todas aquellas cosas consigo
en caso de emergencia. Con
demasiada frecuencia haba tenido
que escuchar historias horripilantes
de viajeros mal pertrechados que
haban tenido una avera en mitad
del desierto y haban acabado
lamentablemente muertos por la
sed.
Se sent a la derecha, en el lado
del conductor, mientras su madre lo
haca a la izquierda en el lado del
copiloto, arranc el motor y gir
hacia la carretera en direccin a
Gobabis. Ruth calcul
aproximadamente que necesitaran
dos horas para llegar a la ciudad
situada a unas cuarenta millas de
distancia sobre aquella carretera de
gravilla llena de baches. Le habra
gustado encender la radio a todo
volumen y ponerse a cantar para
espantar el mal humor, pero Rose
no soportaba la msica en el coche.
As que Ruth se limit a mirar en
silencio aquel paisaje de matorrales
que se extenda a ambos lados de la
carretera. Tan solo unas pocas
plantas del desierto cubran aquella
superficie de arena y piedras, una
nica acacia haca de sombrilla y
extenda su sombra sobre dos
antlopes rice, que esperaban,
dormitando, la puesta de sol.
Ruth adoraba estas tierras.
Adoraba el sol que iba calentando
gradualmente el aire en verano, y
especialmente adoraba la amplitud,
el horizonte casi inalcanzable. La
vastedad, la luz, el silencio. Ella no
necesitaba ms cosas para vivir.
Retir una mano del volante para
tocarle el brazo a su madre.
Mira, all hay unos antlopes
saltadores. No vivimos como en el
paraso?
Rose torci la boca, pero se
guard para s su opinin al
respecto, para que no se les
estropeara el da a las dos.
Y ahora, distinguidas damas y
distinguidos caballeros, ha llegado
el momento: queda inaugurada la
competicin de granjeros del ao
1959!
Son un toque de trompetas, y
Ruth estuvo tentada de taparse los
odos. Ante ella atronaba una
msica que sala de un altavoz,
sobre ella flotaba la voz del
comentarista que hablaba a travs
de un megfono, a su lado se estaba
riendo alguien, detrs de ella
estaban hablando, y un poco ms
atrs un hombre estaba
despotricando a sus anchas a grito
pelado. Ruth estaba en medio de
granjeros, la empujaron, la
zarandearon, tuvo que esquivar
jarras de cerveza llenas, salt por
encima de unos nios que jugaban,
salud y devolvi saludos. Alguien
le sacudi el hombro, otro le tir de
su vestido, un tercero le pis un pie.
La envolva una mezcla de
fragancias de estircol de oveja,
leche de vaca y sudor de caballo, y
entre esos perfumes flotaban las
transpiraciones de los numerosos
asistentes, el olor a cerveza y el
humo de los cigarrillos.
Me va a dar dolor de cabeza,
pens Ruth, pero a pesar de que
adoraba el silencio, estaba
disfrutando tambin de aquel
bullicio a su alrededor. Sigui las
competiciones con entusiasmo y
contempl los caballos de los
granjeros vecinos. Le llam sobre
todo la atencin un semental negro
que atenda al nombre de Tormenta
y que era tan salvaje que solo los
jinetes ms avezados consiguieron
dominarlo. Su piel resplandeca
como la dolomita al sol, los
tendones de su cuello se marcaban
con toda claridad, daba escarceos
de desasosiego con las patas. Qu
conjuncin de fuerza y belleza! Ruth
apenas poda apartar los ojos de l.
Ya se haban ensuciado sus zapatos
blancos, el tacn del izquierdo
estaba doblado, pero ella no se
apercibi de tal cosa. Apoyando los
brazos en una estaca del vallado se
puso a hablarle en voz baja al
semental que estaba delante de ella
resoplando con furia.
Eh, Tormenta, hay mucho
ruido aqu para ti tambin? No nos
queda otra a los dos hoy que
soportarlo. Estamos hechos para el
campo, no es verdad, precioso
mo? Pero a un caballo semental tan
magnfico como t hay que
exhibirlo tambin.
Hombre, Ruth, amiga ma!
dijo alguien golpendole en la
espalda con una mano con gesto de
camaradera.
Ruth se sobresalt y se dio la
vuelta.
Hola, Nath! Has venido para
verme triunfar?
El joven se ech a rer.
Has ganado en las ltimas
competiciones. Pero se acab tu
buena racha, creme. Hoy voy a
ganar yo! Este granjero, que
viva en las inmediaciones de
Saldens Hill, se interrumpi y se
puso a contemplarla de arriba abajo
como si no la hubiera visto nunca
. Esto que veo... no es un
vestido? pregunt l con
semblante perplejo.
No! Es un morral si te parece!
repuso Ruth ofendida, y se dio de
nuevo la vuelta para mirar al
semental.
Nathaniel Miller rio y volvi a
darle una palmada jovial en la
espalda.
Eh, Ruth, no te mosquees as!
Es que verte con un vestido es...
es...
Dilo, s, qu es, vamos?
pregunt Ruth, dndose la vuelta y
mirando a Nath con chispas de
enfado en los ojos. Qu pasa?
Es que no puedo ponerme un
vestido o qu, eh?
l retrocedi y levant las manos
con gesto defensivo.
Nada, solo que no es algo muy
corriente. Y, ejem, bueno, ests muy
bien con ese vestido. Esboz una
sonrisa torpe, se dio la vuelta y
desapareci entre la multitud de
espectadores con la misma rapidez
con la que haba aparecido.
Ruth resoll por la nariz con
gesto despectivo.
Bah! Estos granjeros! No
tienen ni idea acerca de las
mujeres, no tienen ni idea de nada.
Solo tienen cagarrutas de oveja en
la cabeza!
Se apoy de espaldas contra la
estaca y se puso a observar el
barullo a su alrededor. A la
izquierda haban montado un gran
vallado en el que iban a tener lugar
los campeonatos de pastoreo y
conduccin del ganado; a la
derecha se encontraba el cobertizo
para el esquileo de las ovejas, y al
lado haba dos pastos pequeos y
entre ellos un corredor que era
utilizado para contar las ovejas.
Qu aspecto tan diferente tena
todo hoy! Ruth sonri. A pesar de
que Gobabis tena la denominacin
de villa, normalmente no era ms
que un poblacho de mala muerte.
Ciertamente haba una gasolinera,
un bazar, una panadera, una
carnicera, dos bares, un taller
mecnico, una tienda de pienso para
el ganado y de aperos de labranza,
una farmacia, un banco y una tienda
de ropa, pero un ambiente
verdaderamente urbano, si poda
denominarse de esa manera, solo
exista en Windhoek y en
Swakopmund. Sin embargo,
tampoco all haba ni tranvas ni
metros, y las avenidas eran tan
cortas que incluso los paseantes
ms lentos las recorran en una hora
en ambos sentidos. Hoy, Gobabis
estaba engalanada como una chica
antes de su primera velada de baile.
En la terraza del nico hotel se
haban sentado su madre y tambin
las seoras Weber, Miller y
Sheppard, de las granjas
colindantes. Rose no era la nica
que se haba acicalado
especialmente para hoy. Tambin
las otras tres mujeres daban la
impresin de querer ir por la tarde
al teatro a Windhoek y no al baile
de granjeros de esa pequea
ciudad.
Ruth salud brevemente con las
manos a las mujeres y se dirigi al
campo en el que iba a tener lugar el
levantamiento de ovejas. Los
granjeros jvenes se haban
alineado ya, tenan los brazos
ligeramente doblados en ngulo, el
pecho inflado. Lo importante aqu
no era cmo llevar una granja, sino
la fuerza y la corpulencia. El
ganador poda estar casi seguro de
poder inaugurar el baile por la
noche con la chica ms guapa. Ruth
no pudo menos que reprimir la risa
al pensar cmo les haba robado a
los hombres ese numerito en los
ltimos aos. Incluso ahora los
participantes en el campeonato la
miraron con desconfianza; pero
entonces los hombres parecieron
darse cuenta del vestido y de los
zapatos que llevaba Ruth, pues los
hombres de la hilera respiraron con
alivio. Por fin, por fin quedaba la
cosa nicamente entre ellos.
Ruth contempl con mirada
experta los msculos de los
competidores que estaban a la
espera. Nath tena muy buena figura,
pero era ms que dudoso que
tuviera alguna oportunidad de
ganar. En cualquier caso, Ruth le
haba ganado todas las veces hasta
ahora. Adems, Nath no tena un
carcter combativo, sino que ms
bien era un jugador que se lo
tomaba todo a la ligera. Era
conocido por ir siempre de
donjun; aparte de esto, tena una
debilidad por los coches rpidos y
por la buena cerveza. Y el hecho de
que todava no fuera capaz de
familiarizarse con el lado serio de
la vida, era quizs el motivo por el
que la granja Millers Run la
siguiera dirigiendo el padre de
Nath. El anciano Miller esperaba
con una impaciencia creciente a que
su hijo estuviera preparado para
asumir la responsabilidad sobre su
propia vida y sobre la granja. Si
hubiera preguntado a Ruth por su
opinin, habra recibido como
respuesta que poda estar esperando
a que Nath se hiciera por fin adulto
hasta el da del Juicio Final.
Al or a varias mujeres jvenes
cuchichear a su lado y dirigirle
miradas interesadas, Ruth alz una
mano y las salud con gesto
desenvuelto.
Hola.
Hola, Ruth contest una de
las mujeres.
Hola, Carolin.
Te has puesto un vestido. Es
que no vas a participar este ao en
la competicin?
Ruth neg con la cabeza. Senta
aprecio por Carolin, con quien
haba ido a la misma escuela, y eso
a pesar de que al igual que ocurra
con la mayora de las chicas de la
edad de Ruth, Carolin no hablaba
de otra cosa que de su prometido.
Otro tema favorito en las tertulias
de las mujeres jvenes eran los
recin casados y la emocionante
vida matrimonial. Solo Ruth
pareca no entender qu diablos
haba de especial en una cocina
elctrica para ir enseguida y en
manada a la ciudad y aplastar las
narices en los escaparates de las
tiendas. Ruth tampoco comprenda
el cotilleo ni las habladuras,
tampoco quera saber qu maridos
eran buenos amantes ni qu
granjeros solteros eran un buen
partido. Ella tena otras
preocupaciones.
No repuso con rabia. Mi
madre no quiere. Le gustara que yo
fuera como Corinne. Para ella lo
mejor sera que me casara con un
hombre parecido y que me fuera a
vivir a una mansin blanca de la
ciudad con ella y con l dijo
Ruth, poniendo los ojos en blanco
ostensiblemente.
Carolin se ech a rer.
S, realmente no sera lo tuyo.
T no te vas a casar hasta que la
administracin permita que una
granjera se despose con su carnero
manso, verdad? pregunt, y
prorrumpi en una carcajada muy
ruidosa, a la que se adhirieron las
dems chicas.
Aunque Ruth opinaba en realidad
igual que Carolin, de pronto sinti
que por su interior ascenda la
rabia.
Qu quieres decir con eso?
Crees quiz que no soy capaz de
ser una buena esposa? No me
crees capaz de llevar un hogar o
qu?
Carolin sigui rindose.
Te creo capaz de todo, Ruth, s,
pero jams en la vida llegars a
ser una esposa cariosa,
preocupada por el bienestar de tu
familia!
Ruth se gir con gesto grosero y
se fue de all a grandes zancadas sin
dignarse dirigir ninguna mirada ms
a aquellas jvenes.
Buf! dijo rechinando entre
dientes y echando la cabeza hacia
atrs. Qu sabrn ellas del
matrimonio? Son todas unas
cretinas! Lo que necesito ahora en
primer lugar es una cerveza.
A mitad de camino hacia el
puesto de las cervezas oy, a travs
del gritero de la gente, que se
estaba anunciando al ganador de la
competicin de levantamiento de
ovejas. Se dio la vuelta a mirar. Por
lo visto haba ganado Nath contra
todo pronstico, pues tena los
brazos en alto y agitaba los puos
en seal de victoria.
Ruth se qued mirando al
escenario con gesto incrdulo.
Alex, dime, cuntos kilos ha
levantado Nath? pregunt a un
granjero anciano que tena a su
lado.
El anciano rio.
Tienes miedo de que peligre tu
rcord, verdad?
Bah, qu tontera! dijo Ruth
en tono despectivo. El
levantamiento de ovejas es una cosa
de cros.
Y yo ya he pasado esa etapa del
todo. De todas maneras quiero
saber la marca de Nath.
Mis odos ya no van muy finos,
pero me parece haber odo algo as
como cincuenta kilos.
Cincuenta kilos? De verdad?
Nada ms?
Eso es.
Cuando el anciano se march,
Ruth sigui contemplando los
msculos de Nath todava con aire
meditabundo. Luego se encogi de
hombros con gesto de indiferencia y
se dirigi a la terraza en la que
supona que segua estando su
madre.
Hola, Ruth!
Ruth se dio la vuelta y dej vagar
la vista por entre el gento para ver
quin la haba saludado. La
competicin de granjeros era una de
las pocas ocasiones a lo largo del
ao para encontrarse con los
vecinos, ya que las granjas estaban
muy diseminadas, y a veces haba
que recorrer ms de diez kilmetros
a caballo para llegar a la siguiente
casa o al telfono ms prximo. Por
este motivo, las visitas entre
vecinos eran muy raras, porque una
granja da mucho trabajo y el tiempo
era algo muy valioso. As que no
era de extraar que las
conversaciones importantes entre
los vecinos se produjeran la
mayora de las veces en el rodeo
anual o durante la competicin de
granjeros.
Qu pasa, Tom? Quieres que
te preste de nuevo mi carnero?
Tom no respondi, ni siquiera
sonri al abrirse paso hacia ella.
Solo cuando lleg al lado de Ruth
se llev el dedo al borde del
sombrero y se quit el cigarrillo de
la comisura de los labios.
Cundo podemos hablar?
pregunt con una seriedad
desacostumbrada.
Hablar? De qu? Ruth
estaba sorprendida. Qu poda
querer de ella su vecino?
Estoy interesado en vuestros
pastos al norte de Green Hills.
Ya me lo puedo figurar. Lindan
con tu granja, pero no estn a la
venta.
Tom asinti mesuradamente con
la cabeza y se encendi despacio
otro cigarrillo.
Escucha, Ruth, no tienes por
qu tener miedo a que me vaya a
aprovechar de vuestra situacin
apurada. Voy a proponeros un
precio correcto.
Cmo? De qu ests
hablando? A qu situacin apurada
te ests refiriendo? Ruth sinti
que se le creaba una especie de
bola en el estmago. Le sobrevino
el miedo, un temor desconocido que
no poda explicar con detalle. Era
como si el cielo se oscureciera de
repente.
El granjero sacudi la cabeza.
No tienes por qu disimular
delante de m. Nos conocemos
desde hace suficiente tiempo. No
confas en m?
Ruth frunci la frente.
En serio, Tom, no entiendo
absolutamente nada. De qu
situacin apurada ests hablando?
Qu dicen por ah que pasa en
Saldens Hill? Qu cosas vuelven
a cotillear por radio macuto?
Tom puso un semblante de
verdadero asombro.
No sabes nada de verdad?
Ruth neg con la cabeza.
No, qu sucede pues? Dilo
ya, no te lo guardes!
Toda la ciudad, todo el mundo
no habla de otra cosa. Dicen que
Saldens Hill est en quiebra, que
tenis que vender porque no tenis
siquiera dinero para pagar las tasas
de participacin en el campeonato.
Qu? Por qu tenemos que
vender? Quin dice tal cosa?
Ruth estaba fuera de s e instaba al
otro a hablar para enterarse de ms
cosas. Venga, scalo ya, dime,
quin afirma eso? exclam.
Pero Tom se limit a llevarse un
dedo al sombrero y darse la vuelta.
Piensa en mi oferta, Ruth. No
recibirs otra mejor.
Ruth le sigui perpleja con la
mirada. Cmo poda ocurrrsele a
Tom que Saldens Hill pudiera
estar en quiebra? Sacudi la
cabeza. Eso no era posible, o s?
Ruth llevaba ella sola la granja
desde la muerte de su padre. Por las
maanas asignaba las labores a los
trabajadores negros, recorra el
vallado de la linde de la granja,
controlaba los abrevaderos, el
depsito del agua y el generador.
Se ocupaba del esquileo y de la
administracin de medicinas al
ganado, clasificaba la lana y
organizaba las ventas, alquilaba el
camin para transportar a la subasta
a las ovejas caracul, y se iba a
buscar al veterinario cuando era
necesario. Por consiguiente, desde
haca tres aos Ruth, simple y
llanamente, era la responsable de
prcticamente todas las labores que
haba extramuros de la casa.
Su madre se dedicaba a las
labores que haba que despachar
dentro del hogar y adems era la
encargada de la vida social. Elega
nuevas cortinas cuando las viejas
haban pasado de moda, realizaba
el plan de comidas y las listas de
compra, y se ocupaba tambin de
las operaciones bancarias y de la
contabilidad de la granja. Adems
preparaba la participacin anual en
el mercadillo de beneficencia.
S, en efecto haba algo! De
pronto, Ruth se acord de que haca
ya dos semanas que le haba pedido
a su madre que encargara forraje
concentrado para las ovejas.
Ciertamente no corra prisa porque
era la poca de lluvias y las ovejas
encontraban todava suficiente
comida en los pastos, pero llegara
el siguiente verano y con l la
sequa que quemaba los pastos cada
ao convirtindolos en superficies
de color marrn gris. Adems, los
precios para el forraje concentrado
eran ahora bajos, pero conforme se
acercara el verano, la compra se
ira encareciendo cada vez ms. As
que les habran tenido que haber
suministrado el forraje haca mucho
tiempo. Tena algo que ver la
ausencia de ese suministro con el
hecho de que, en efecto, no hubiera
ya ms dinero en las cuentas como
decan por ah?
Ruth frunci la frente. La granja
marchaba bien, pues sus ovejas
caracul, y en especial los corderos,
eran codiciados y se pagaban a muy
buen precio. El comprador de
grandes cantidades de lana para
especular venda la lana de
borreguillo en Europa, donde se
fabricaban abrigos, sombreros y
gorras persas, y muchas otras
piezas con ella, esos abrigos que
Ruth haba visto en las revistas que
hojeaba su hermana Corinne. El
precio correspondiente casi haba
provocado que Ruth cayera
desmayada. Un solo abrigo costaba
ms que comprar veinte ovejas! As
pues, dnde se haba metido el
dinero?
El dinero no se despilfarraba a
manos llenas en Saldens Hill, ni
mucho menos. Los trabajadores
negros vivan con sus familias en
casitas de piedra de una planta con
tejado plano, dentro de los terrenos
de la granja, y reciban el salario
acostumbrado ms gratificaciones.
Con Mama Elo y Mama Isa vivan
otros dos empleados en un edificio
adyacente a la casa de la granja.
Ayudaban a Rose y cocinaban una
vez al da para Ruth, Rose y Klette,
la mayora de las veces por la
tarde, una comida caliente con
abundante carne. Por las maanas
hab a mieliepap, una papilla de
maz, y al medioda haba
sndwiches.
En Saldens Hill disponan
ciertamente de un telfono, pero no
haba televisor, un aparato que por
aquel entonces tan solo se permitan
algunos de los granjeros
adinerados, sino que contaban
solamente con un receptor de radio
accionado por una batera de coche.
La corriente la produca el
generador que estaba ajustado de
tal manera que por las noches a las
diez, cuando todos se iban a dormir,
apagaba todas las luces de la casa.
Por lo dems, los moradores de
Saldens Hill llevaban la casa con
espritu ahorrativo. La madre de
Ruth tena un pequeo huerto, en el
que crecan las adelfas y el hibisco,
y Mama Elo y Mama Isa cuidaban
unos bancales con judas,
calabazas, batatas y hierbas
medicinales. Esto era posible
porque la granja de los Salden, en
comparacin con otras, dispona de
mucha agua ya que un manantial
subterrneo nutra el pozo. Ruth
segua estando muy agradecida a su
abuelo por la sabia previsin que
tuvo en su da de encargar a un
zahor negro la bsqueda del lugar
adecuado para excavar un pozo. Sin
duda, los nativos conocan aquella
tierra mejor que nadie, pero eran
muy pocos los granjeros que saban
sacar provecho de sus
conocimientos. Cada verano se
constataba dolorosamente lo
importante que era tener acceso a
un manantial en las proximidades
del desierto de Kalahari; alguna que
otra estacin seca haba bastado
para aniquilar manadas enteras de
ganado. Y muchos de sus vecinos
tenan que ir a buscar agua incluso a
Swakopmund durante la sequa.
Dado que Mama Elo haca queso
los viernes con la leche de las
ovejas para toda la semana y la
cmara frigorfica estaba llena de
carne de cordero, las mujeres y los
hombres de Saldens Hill
necesitaban muy pocas cosas de la
ciudad. Ruth encargaba cada
semana tres cajas de cerveza y dos
botellas de whisky; su madre
compraba cosmticos, productos
para la limpieza y enseres
domsticos, aparte de los objetos
que se utilizaban en la granja; pero
todas esas cosas no costaban
demasiado dinero. As que no poda
ser verdad que Saldens Hill se
hallara ante la quiebra.
Ruth se volvi para buscar con la
vista a Tom. Se mora por saber
quin haba difundido tales mentiras
sobre la granja. Y esta vez no
podra escabullirse sin responder
primero a su pregunta.
Por fin lo descubri en el borde
del recinto que estaba delimitado
con estacas para la competicin. Al
parecer estaba discutiendo con el
viejo Alex. Acuciada por la
curiosidad, Ruth se encamin hacia
los dos hombres.
Admite que fuiste t quien me
rob la gasolina del depsito de mi
casa, anda! exclam el anciano
agresivamente con un puo en alto
. Te vi, ya lo creo que te vi!
Cmo puedes decir que me
viste? Pero si ests ciego, Alex, no
ves ni tres en un burro repuso
Tom con calma.
Bueno, vale, pero de todas
formas s que fuiste t. Todo el
mundo sabe que robas todo lo que
no est fijado con soldadura. Nadie
dice nada, pero todos tenemos claro
que las cosas no van muy bien que
digamos en tus tierras. Sentamos
compasin y hacamos la vista
gorda, claro est, pero ahora te has
pasado tres pueblos! Alex
resopl con indignacin. Algunos
litros de gasleo de vez en cuando,
vale, me habra callado como todos
los dems, pero sablearme todo el
depsito? No, hombre, Tom, eso ya
es demasiado. Te doy hasta maana
para enmendar el perjuicio que me
has ocasionado. Si no lo haces,
informar a la asociacin de
granjeros o a la polica.
Alex lanz a Tom un escupitajo
delante de los pies, se dio la vuelta
bruscamente y se fue de all
rezongando.
Ruth mir a Tom con ojos de
interrogacin, pero este se apresur
a rehuir la mirada, y ella corri
entonces hacia Alex.
Es cierto eso, Alex?
El qu? le espet el anciano
de mala gana.
Que en la granja de Tom no van
bien las cosas.
Alex se detuvo.
Tambin t cotilleas como
esas mujeres que no tienen otra
cosa mejor que hacer?
Ruth trag saliva y agach la
cabeza.
No balbuce, sintiendo que
se le ponan coloradas las mejillas.
Entonces, por qu lo
preguntas?
Ruth mir a Alex. Le habra
gustado contarle la mentira
increble de Tom, pero se abstuvo
de hacerlo.
Tienes razn, Alex. El cotilleo
solo significa algo para la gente que
se sienta en una terraza a sorber un
licor tras otro. Debera ir a echar un
vistazo a los caballos. Puede que
Nath necesite ayuda si el tiempo se
vuelve tormentoso.
Si la plaza se haba transformado
durante el da, ahora, de noche,
todo tena una brillantez diferente,
incluso el hotel. Haba velas
rodeando las columnas, unas tinajas
con plantas adornaban la entrada.
Un negro vestido con librea y
guantes blancos saludaba a todo
nuevo invitado antes de que dos
camareras con delantales
blanqusimos le sirvieran un
aperitivo.
El saln del hotel, diseado en
realidad para reuniones, bodas,
actos deportivos y sesiones,
irradiaba una gran solemnidad. La
luz estaba atenuada, en las mesas
haba velas encendidas, manteles
brillantes que llegaban hasta el
suelo, y en todas llamaban la
atencin unos centros de mesa
confeccionados con ramas secas y
hierbas del desierto. Las risas de
expectacin burbujeaban como el
champn; en los hombros desnudos
de las mujeres brillaba como el oro
la luz de las velas, y en el saln se
oa por todas partes el frufr de los
vestidos de seda. Mientras por la
tarde los hombres haban vestido la
ropa de granjero, ahora se haban
embutido en trajes negros con
camisas blancas. Acababan de
afeitarse las mejillas y la barbilla, y
tenan los ojos expectantes y
dirigidos a los escotes de las
mujeres.
En la entrada del saln haban
montado un gran bufet que estaba a
rebosar de diferentes manjares. En
unas fuentes gigantescas se ofreca
lekkerny de granjero como entrante,
adems de ensalada con queso de
oveja, higos chumbos y carne de
caza ahumada. Haba biltong, una
especialidad namibia preparada
con diferentes tipos de carnes,
cortadas en tiras, bien sazonadas
con cilantro y pimienta, y secadas
al aire. Adems se servan muslos
de avestruz en una salsa de vino
blanco, as como carne de antlope
rice, cebra y tambin de las
propias crianzas, por supuesto. En
una enorme sartn se frean filetes
de antlope saltador; a su lado
herva a borbotones un curry con
carne de oveja, llenando el aire de
una deliciosa fragancia. Batatas que
humeaban en grandiosas fuentes,
calabazas cocidas que atraan la
mirada por su color amarillo
intenso, judas con tocino y
ensaladas de zanahoria, apio y
pasas de Corinto, completaban las
mesas.
Ruth tena un plato en una mano y
se vea incapaz de decidirse.
Adoraba la carne de caza, no se
hartaba de comer filetes de
antlope. Habra preferido ponerse
de todo en el plato, pero las
miradas de advertencia de su madre
le hicieron desistir de ponerse un
tercer filete de antlope saltador.
Vaya, Ruth, ests bajo
vigilancia? le pregunt Nath
Miller con una sonrisa irnica.
Ruth suspir.
Una dama se contenta con las
verduras dijo Ruth, citando a su
madre e imitando su tono.
Nath se rio y se gir para mirar a
Rose Salden.
Mira, Ruth. Voy a coger un
poco ms para m. Los hombres
podemos, qu digo?, debemos
hacerlo, y luego en la mesa te doy
algo de mi plato.
Ruth se lo pens unos instantes,
pero al ver la mirada de Nath
dirigida a su barriga que ya
abultaba con claridad, cogi
solamente un pltano y se fue de all
con la cabeza bien alta. Renunci
incluso a los postres.
Despus de la cena, una banda
inici las piezas para el baile.
Estaba compuesta por dos
guitarristas nativos, otro negro a la
batera y un blanco al saxofn. La
banda se denominaba Namib,
vida, y en Gobabis solicitaban
sus servicios para todos los actos
festivos. Hoy tenan a un blanco
entre sus filas por primera vez. Tal
cosa era extraordinaria, pues la
msica, sobre todo la msica de
baile, era considerada una cosa de
los nativos del lugar. Los negros
llevan la msica en la sangre,
sola decirse.
Sea como sea, el saxofonista
demuestra que tambin corre
msica por sus venas, pens Ruth,
y se puso a balancear las piernas
mientras echaba una ojeada a los
dems. La pista de baile segua
estando vaca porque no pareca
que hubiera nadie que se atreviera a
comenzar. Sin embargo, cuando al
cabo de un rato la banda toc con
Jailhouse Rock un primer tema de
Elvis Presley, los jvenes se
precipitaron a la pista de baile para
desfogarse, y permanecieron en ella
incluso despus, cuando la banda
toc algunas piezas de rock and roll
y twist. Pero cuando los msicos se
ponan a tocar valses alemanes o
incluso algn que otro rigodn, se
largaban para dejar libre la pista a
los mayores.
Ruth se mantena a distancia de
todo aquello y desde su asiento en
un lateral observaba cmo bailaba
todo aquel gento. Estaba sudando.
El aire en el saln era agobiante;
ola a los ms diversos perfumes, a
los restos del bufet, y a sudor.
Haca ya dos horas que no se haba
movido de su asiento, se haba
limitado a mirar cmo sus antiguas
compaeras de clase bailaban rock
and roll con los granjeros vecinos.
En los giros rpidos, las faldas
volaban alto y permitan ver las
bragas durante unos instantes.
Ruth haba observado cmo su
madre haba fallado en el rigodn
al hacer el molino entre las damas,
y en el vals haba trastabillado un
poco incluso con los pies. Ruth
haba bebido tres botellas de
cerveza y un whisky, pero no haba
bailado ni una sola vez. Los
granjeros vecinos se le haban
acercado para pedirle un baile, s,
pero a Ruth no se le pas por alto la
sonrisa de alivio en sus rostros al
rechazar ella la oferta con unas
palabras de agradecimiento.
Suspir malhumorada y dej
vagar la mirada de nuevo por la
sala. Cerca de ella estaba sentado
Alex con las piernas estiradas
encima de una silla, daba caladas
de puro deleite a su habano y
observaba con buenos ojos cmo
bailaban las chicas. A unos pocos
pasos de ella, Carolin estaba
ligando con un joven que haca
poco tiempo que se haba hecho
cargo de la consulta veterinaria del
anciano doctor Schneemann. La
joven sostena delicadamente una
copa de champn, al rer ech la
cabeza para atrs de modo que hizo
ondear su sedosa cabellera rubia,
luego redonde los labios, atrap
un mechn de pelo entre dos dedos
y lo movi entre ellos con aire
juguetn. El joven veterinario la
mir en lo ms profundo de sus
ojos, le toc ligeramente el brazo y
se ech a rer como si hubiera
perdido el juicio.
Ruth retir la vista avergonzada.
De qu manera ms boba llegaban
a comportarse los enamorados! Es
que no se podan aclarar los asuntos
entre un hombre y una mujer en una
conversacin directa? Una
conversacin a las claras, siguiendo
este esquema: escucha bien, me
parece que deberamos casarnos
porque tu granja linda con la ma y
as podramos aprovechar mejor el
camino del ganado. Estara la mar
de bien tener dos hijos, al fin y al
cabo alguien tendr que hacerse
cargo de la granja algn da, y en el
caso de que uno de los dos falle,
estar el otro. Y si los dos valen
para granjeros, podemos volver a
separar nuestra propiedad, no era
esa una forma sensata de hablar?
La mujer as era como se
imaginaba Ruth el acuerdo
cavilara mentalmente sobre los
lmites de la granja, el nmero de
hectreas de pastos y la cantidad de
cabezas de ganado y entonces dara
su s o su no. Si tuviera alguna
predisposicin romntica,
posiblemente pensara adems
cunta cerveza beba ese hombre, o
si sera capaz de entusiasmarse
para empapelar el dormitorio con
papel pintado con motivos florales
y si tendra la suficiente paciencia
para ensear a montar a caballo a
los futuros hijos. A ella, en cambio,
un papel pintado con flores en el
dormitorio le era bastante
indiferente, a fin de cuentas se
cerraban los ojos al dormir, no?
Para qu tomarse tantas molestias?
Sin embargo, Ruth no pudo menos
que constatar una vez ms que en la
vida real las cosas transcurran de
otra manera, y ciertamente de un
modo menos racional de lo que ella
se imaginaba. La gente sonrea y
cuchicheaba, rea y bailaba y
flirteaba, y al final, nada de todo
aquello serva para nada.
Nath pas al lado de su mesa
dando vueltas de baile. Llevaba a
una chica del brazo, pero sus ojos
estaban ya puestos en la siguiente.
Qu manera de desperdiciar el
tiempo! Y, no obstante, Ruth se dio
cuenta de que posiblemente ella
podra ponerse igual de sentimental
si segua mirando a los chicos y a
las chicas y se tomaba una cuarta
cerveza.
Se levant con determinacin, se
bebi de pie el resto de la botella
de cerveza, sac su mochila de
debajo de la silla y se fue andando
como un pato hasta la mesa de su
madre.
Bueno, cmo lo ves? Te
vienes conmigo o prefieres pasar la
noche aqu, en el hotel? Quiz
pueda llevarte maana alguien de
vuelta a la granja.
Rose dirigi una mirada de enojo
a su hija.
Anda, cario, espera un
poquito ms! Acaban de dar las
diez. Podemos divertirnos un poco
ms, vamos. Salimos muy poquitas
veces de Saldens Hill, as que
cuando lo hacemos, tenemos que
aprovecharnos. No te ests
divirtiendo?
No es esa la cuestin, madre.
Ya sabes que maana tengo que
madrugar. Lo ms tardar a las seis
suena el despertador. El sol no
tiene ningn respeto por nada ni por
nadie. Tambin maana volver a
haber cuarenta grados a la sombra,
y yo solo podr trabajar en las
horas en las que no sean tan altas
las temperaturas. Por qu no pides
una habitacin en el hotel y regresas
maana?
Rose se inclin hacia ella y le
murmur algo al odo, en voz tan
baja que solo ella pudo entenderlo:
Es demasiado caro. A
continuacin se levant y se
despidi de sus acompaantes con
una sonrisa: Queridas, ha sido
una velada maravillosa. Muchas
gracias a todas. Se ha vuelto a
pasar el tiempo con demasiada
rapidez, pero ya sabis lo que
significa la llamada de la granja.
Ruth se temi que su madre
comenzara ahora a dar besos a
todo el mundo, y se retir de la sala
de baile sin decir palabra para
encaminarse hacia el Dodge.
Durante el viaje, las dos mujeres
permanecieron en silencio. Rose
iba recordando mentalmente el
transcurso de la tarde; Ruth estaba
concentrada y miraba hacia delante
la oscura carretera de gravilla, que
no estaba iluminada, y el fino arco
de la luna en el cielo no lograba
poner algo de claridad en la
carretera.
Lo has pasado bien esta
noche? pregunt Rose,
interrumpiendo finalmente el
silencio.
Bueno, de esa manera repuso
Ruth, esquivando un bache en ese
mismo momento.
Helena, de la granja de los
Neckar, se casar el mes que viene.
Su madre nos ha enseado fotos del
vestido de novia. Una maravilla de
seda! dijo Rose inmediatamente
en un tono distendido. Su marido
es de Sudfrica. Posee all una
explotacin vincola. Una buena
pieza, dice la madre de Helena.
Bueno, se lo merece. Hay que tener
mucho valor para criar a tres hijos
en medio de esta naturaleza
indmita.
Madre, no vivimos en mitad de
la naturaleza indmita. Vivimos en
casas de piedra con agua corriente
y electricidad. No hagas siempre
como si nosotros furamos los
nativos que siguen preparando su
papilla de maz entre las ascuas.
Me pregunto por qu has ido al
baile en realidad. En todo el rato
que te he estado observando no has
bailado ni una sola vez. Y eso que
te ha invitado a hacerlo hasta el
veterinario joven con el que se ha
estado divirtiendo tambin Carolin.
Te fijaste qu ojitos le pona ella?
Ruth, cario mo, sabes que te
quiero mucho, pero poco a poco
debes aprender a aprovechar tus
escasas posibilidades. As que por
qu te quedaste ah sentada como un
banco sin sonrer ni siquiera una
sola vez?
Ruth permaneci en silencio.
Porque estoy demasiado gorda y
tengo un aspecto demasiado
desagradable, porque en lugar de
redondeces femeninas tengo
msculos, porque no s rer sin
ganas y porque mi pelo nunca
ondear con esa suavidad de seda
del pelo de las Helena y de las
Carolin de este mundo. Este bonito
vestido, dice Nath con razn, me
queda como un morral, y los
zapatos no me quedan mejor que en
los pies de una elefanta.
Y has odo que tambin Millie
Walden est a punto de anunciar su
compromiso matrimonial? sigui
contando Rose sin esperar la
respuesta de su hija; en lugar de
esto se explay detalladamente
sobre las bodas que haba por
delante, sobre los vestidos de las
seoras y sobre los granjeros que
an quedaban por pescar.
Ruth apret los dientes y se
esforz por soportar con paciencia
aquella chchara, pero en un
momento dado no pudo ms y le
espet de pronto a su madre:
Has hablado con Tom?
No, claro que no. Cundo,
pues? Y a santo de qu debera
hablar justamente con l?
pregunt Rose, mirando a su hija
como si le hubiera hecho una
propuesta indecente.
Me ha dicho que Saldens Hill
se encuentra ante la quiebra. Quiere
hacernos una oferta para los pastos
que estn frente a Green Hills.
La sonrisa de Rose se esfum de
repente. De pronto adopt un
semblante tenso.
Qu le respondiste?
Qu le voy a responder? Pues
que se equivoca, por supuesto. Que
en Saldens Hill las cosas van bien
y que esos pastos no estn a la
venta. Ni los de Green Hills, ni
tampoco los dems.
Rose profiri un suspiro de alivio
y se puso a mirar con enorme
relajacin por la ventana.
Pronto habr luna nueva.
Ruth la mir de reojo. Cuando su
madre se apercibi de las miradas,
volvi a adoptar una sonrisa festiva
y se dirigi de nuevo a Ruth.
Estuviste bien, cario. Todo el
mundo sabe que Tom anda diciendo
y haciendo cosas que son difciles
de entender para la mayora de
nosotros.
Hay algo de verdad en sus
palabras, madre? Estamos al borde
de la ruina?
Qu dices! Hija ma, solo
quiero que me digas cmo se te
ocurren tales cosas dijo,
bostezando y llevndose la mano
con afectacin ante la boca. Me
siento de pronto muy cansada.
Hemos tenido un da duro. Te
parece bien que cierre los ojos
durante unos minutos, cario?
Ruth gru algo en seal de
conformidad. Por el momento era
intil que esperara alguna respuesta
ms de su madre. As pues, haba
algo de verdad en las palabras de
Tom? Estaban pasando realmente
por dificultades econmicas?
2
A pesar de que Ruth estaba
muerta de cansancio, esper
pacientemente a que su madre se
quedara por fin dormida. Escuch
con atencin la respiracin
uniforme que sala del dormitorio
de su madre y luego se col a
hurtadillas en el despacho de abajo,
como una ladrona. A Rose no le
gustaba que entrara nadie en el
cuarto de trabajo, y an toleraba
menos que alguien anduviera
curioseando en sus documentos y
desordenndolo todo. De ah que
Ruth se detuviera unos instantes en
el umbral de la puerta para fijar en
la mente todos los objetos y
dejarlos despus tal como los vio al
entrar. Encima del escritorio
situado frente a la ventana estaba el
calendario de su madre, a la
derecha se encontraba la lmpara
de escritorio, a la izquierda la
cajita de los lpices, junto a esta
una foto de Ruth y Corinne. El resto
del cuarto estaba tambin ordenado,
no haba polvo, ni papeles, ni
siquiera un cuaderno abandonado.
Ruth se sent detrs del
escritorio, que al parecer era
herencia de su abuelo, abri el
cajn superior y extrajo con cautela
la carpeta que contena los
extractos de las cuentas bancarias.
Con el corazn acelerado hoje
todo un ao y examin si se haban
pagado puntualmente los plazos del
crdito. Su madre haba ingresado
quinientas libras inglesas cada
primero de mes en la cuenta del
banco de los granjeros en
Windhoek. En la actualidad haba
todava unas seiscientas libras en la
cuenta de la granja y trescientas
veinte libras en la cuenta privada
de Rose. No era mucho, pero
tambin era normal porque el
trabajo en la granja era un trabajo
estacional. Pronto esquilaran las
ovejas y venderan la lana, de modo
que volvera a fluir el dinero en la
caja. As pues, por qu iba a estar
Saldens Hill al borde de la
quiebra?
Ruth desplaz la carpeta a un lado
con gesto de desconcierto, apoy la
cabeza en las manos y se puso a
pensar. Haban llevado a cabo
grandes adquisiciones o gastos
especiales en el ao en curso?
Bien, haban revisado el generador
y haban retejado el cobertizo que
serva de garaje. Pero haba habido
dinero para todo eso. Ruth sacudi
la cabeza con el gesto de quien no
entiende.
Con mala conciencia abri el
cajn en el que Rose guardaba sus
asuntos privados. Le pareci que
estaba cometiendo un sacrilegio
cuando extrajo el atado de cartas
que en su mayora eran facturas y
pedidos, tal como descubri al
pasar las hojas. Todo el mundo en
aquella casa saba que ese cajn
era tab. No obstante, Ruth sigui
buscando y dio en el fondo del todo
con una publicacin no muy gruesa
de una inmobiliaria. Mir con
admiracin los anuncios subrayados
en rojo y glosados con comentarios:
Pisos en Swakopmund. Demasiado
caro, haba anotado su madre
debajo del primero, ya otorgado,
debajo del segundo y debajo de
otro ms, llamar de nuevo a
finales de mes. Ruth no daba
crdito a sus ojos. Quera su
madre irse a vivir a Swakopmund
en serio? Iba a vender realmente la
granja? Era eso lo que haba
querido decir Tom cuando le
comunic la oferta por los pastos
de Green Hills?
Ruth se recost en el silln,
confusa. El reloj de pared dio doce
campanadas, la medianoche. Era
tarde y solo tena unas pocas horas
para dormir. No era mejor que
hablara con su madre, en vez de
andar jugando a esas horas a
detectives? Su mirada fue a parar al
calendario abierto: caf con la
seora Miller, revisin del
Dodge y del tractor, dentista,
peluquero, y otras entradas ms
que no eran interesantes. Sigui
hojeando hasta que le llam la
atencin una anotacin en la ltima
semana de diciembre. Expiracin
del crdito, suma pendiente de
pago!
Ruth estaba sorprendida. Qu
poda significar aquello? El nico
crdito que arrastraba la granja
llevaba ya tres aos en marcha y
nunca haba deparado ningn
problema. Y acababa de
convencerse despus de haberlo
visto con sus propios ojos!
Todava se acordaba del inicio
del verano del ao 1956. Se haba
hecho cargo de la granja despus de
la inesperada muerte de su padre,
haba jubilado al administrador y
haba adoptado otros mtodos para
la cra de ganado y para la
utilizacin de los pastos. Todos los
vecinos predijeron un futuro de oro
para Saldens Hill. Las ovejas
prosperaban maravillosamente, la
lana era de la mejor calidad, la
compra de forraje se haba
reducido a la mitad debido a la
rotacin de los pastos. Ruth estaba
contenta a pesar de que su padre
haba muerto. Era feliz y estaba
esperanzada como nunca antes en su
vida. Se levantaba todos los das de
la cama con la cabeza llena de
planes y con renovados bros.
Quera poner el mundo patas arriba
y criar tambin cabras adems de
las ovejas caracul y de las vacas.
Quera montar una quesera
propia en Saldens Hill, aparte de
adquirir nuevos establos, mquinas
nuevas y un generador nuevo con
doble rendimiento. La intencin de
Ruth era convertir Saldens Hill en
la granja ms grande y lujosa de
toda la Namibia central en un
periodo de diez aos. Planeaba
ensear la fabricacin del queso a
las mujeres de los trabajadores
negros y vender sus productos
primero en Gobabis, luego en
Windhoek y posteriormente en todo
el pas. Ya haba ideado y probado
nuevas recetas para el queso en
colaboracin con Mama Elo y
Mama Isa, queso fresco de cabra
con menta, por ejemplo, o queso de
oveja con hierbas, adems de higos
rellenos de queso fresco y queso de
oveja macerado en una salsa de
nueces y miel, siguiendo una receta
que haba visto en una revista
alemana.
Ruth haba soado con proveer
con sus productos a los locales de
restauracin refinada, hoteles y
viviendas de vacaciones de todo el
pas. Y nadie haba dudado de que
lo conseguira. Las cosas parecan
funcionar efectivamente tal como
haba previsto ella. Los corderos
caracul haban aportado ms dinero
de lo esperado en la subasta de
primavera que haba tenido lugar en
Gobabis, y los precios de la lana
haban llegado a cotas muy
elevadas debido a que en Europa,
despus de la guerra, se haba
incrementado la demanda de
productos lujosos. Pero entonces,
uno de los trabajadores de la granja
se dio cuenta de que algunas ovejas
se restregaban con tanta fuerza
contra el vallado y contra el
cercado de los pastos que la lana se
quedaba prendida en l, en jirones.
Ruth llam inmediatamente al
veterinario, pero este la tranquiliz
y le explic que poda deberse al
nuevo forraje concentrado que Ruth
haba administrado a las ovejas a
causa de la sequa. Los animales
tenan que habituarse primero al
cambio de forraje.
Ruth se qued de piedra cuando
poco despus los trabajadores de la
granja le informaron de que algunas
ovejas se haban puesto a temblar y
a rechinar con los dientes, y que el
resto del rebao se mostraba
desasosegado. En la escuela de
agricultura haba odo hablar de la
tembladera y conoca los sntomas.
Pero poda afectar nada menos que
a su rebao esa enfermedad daina?
Jams! Una cosa as solo poda
pasarle a los dems, pero no a ella,
no a su rebao!
Volvi a aparecer el veterinario,
y de nuevo consigui tranquilizar a
Ruth. Le explic que haca ms de
una dcada que no se haba
declarado ningn brote de
tembladera en aquella zona.
No obstante, Ruth llev a analizar
la primera oveja que muri y mand
que la examinaran en el Instituto
Veterinario de Windhoek. El
diagnstico fue un duro golpe para
Ruth y para toda Saldens Hill. El
rebao estaba afectado de
tembladera y haba que sacrificarlo
entero. Y eso no fue todo, porque
los grmenes patgenos de la
tembladera eran tan resistentes que
podan sobrevivir durante aos en
los pastos y en los establos. De ah
que fuera muy probable que
volviera a contagiarse otro rebao
nuevo. Adems, los animales
sacrificados tuvieron que ser
incinerados en un centro de
eliminacin de cadveres, lo cual
no era precisamente nada barato. En
la incineracin de sus ovejas, Ruth
tambin vio convertirse su futuro en
humo. Adquirir un nuevo rebao,
nuevos establos, nuevos pastos, eso
significaba recomenzar del todo y
era imposible desde el punto de
vista de la financiacin.
Ya no recordaba qu vecino le
haba propuesto que aceptara un
crdito en el banco de los granjeros
en Windhoek, pero se acordaba
perfectamente que a los pocos das
apareci por Saldens Hill un
caballero bien vestido de mediana
edad, que se deshizo en cumplidos
hacia Rose y que lleg incluso a
besarle la mano. Lleg como un
salvador en una situacin muy
apurada; con un movimiento de la
mano les borr todas las
preocupaciones y les pint el futuro
de la granja de color de rosa. Un
pequeo crdito en las mejores
condiciones, por fortuna no se
requiere nada ms, afirm aquel
hombre, y lo dijo con un tono tan
comprensivo y paternal que Ruth
confi en l y acept que su madre
se hiciera cargo de las
negociaciones. Rose posea
sencillamente ms habilidad para
ese tipo de asuntos y dispona
adems de una considerable
cantidad de encanto cuando ella
quera. En cualquier caso, el seor
del banco de los granjeros se
converta en una persona muy gil y
activa cuando se encontraba cerca
de Rose.
Poco tiempo despus, Saldens
Hill dispuso de la bonita suma de
treinta mil libras que deban ser
devueltas en un periodo de tres
aos en cmodos plazos mensuales.
As pues, haba suficiente dinero
para comprar un rebao joven y
sano. Tambin haba bastante
capital para adquirir nuevos pastos
colindantes con Green Hills. Los
vecinos ayudaron en la construccin
de los establos, y en el verano de
1957, Ruth pudo volver a soar con
un futuro prometedor.
Pero haban pasado los tres aos
y quedaba todava por cubrir un
remanente de quince mil libras,
sobre cuyo reintegro no haba
tenido Ruth motivos para
preocuparse hasta el presente
porque su madre acord en su
momento con aquel empleado del
banco quien pronto se convertira
en un admirador empedernido de
ella que debera formalizarse
otro crdito una vez transcurridos
los tres aos, crdito que habra
que adaptar a las nuevas
condiciones de los intereses. Se
trata de un asunto puramente
formal, se dijo por aquel entonces.
Ciertamente no exista ningn
acuerdo por escrito, pero eso no era
tampoco necesario. Al fin y al cabo,
los granjeros eran gente sincera y
honrada. Bastaba un gesto
afirmativo con la cabeza, un apretn
de manos, y quedaba sellado el
acuerdo de esta manera.
Ruth suspir y se quit un mechn
de pelo de la frente. Quin sabe
lo que Tom habr odo decir?,
seguramente habr entendido mal
se dijo Ruth a s misma,
intentando calmarse. Las cosas
iban bien en Saldens Hill, y cada
ao se iban poniendo mejor. No
haban vuelto sus ovejas a ganar un
premio en la primavera pasada?
Cuanto ms se esforzaba Ruth en
darse nimos, con ms fuerza se
senta corroda por dentro. Haba
algo que no encajaba en todo
aquello. Se levant y abri la
ventana para dejar paso a la fresca
brisa nocturna. Ruth bostez con
ganas. Es hora de irse a la cama
pens, maana se aclarar
seguramente todo.
Ruth se despert completamente
molida a la maana siguiente. No
encontr la manera de descansar y
durmi solo unas pocas horas, de
modo que vivi como una tortura el
hecho de tener que levantarse. A
pesar de todo se oblig a saltar de
la cama, abri la ventana e inspir
y espir profundamente algunas
bocanadas de aire. Ya a esas horas
de la madrugada mostraba el cielo
un azul cristalino con tan solo
algunas nubes pasajeras de buen
tiempo. El sol brillaba en las hojas
de las acacias dibujando sombras
negras en los muros de la casa. El
molino se mova regularmente, en
algn lugar cercano cacare el
gallo de Mama Elo, y all a lo lejos
reconoci Ruth a uno de sus
rebaos.
Klette, la perra border collie,
tambin estaba despierta y daba
golpes a la puerta desde fuera. Ruth
se la abri de buena gana.
Buenos das, pequea.
Enseguida te pongo algo de comer.
Espera un momentito nada ms!
Ruth acarici a Klette y se meti
rpidamente bajo la ducha. Pocos
minutos despus apareci en la
cocina vestida con una camiseta y
un pantaln de peto. All la
esperaban ya Mama Elo y Mama
Isa. Para Ruth, las dos mujeres
nama formaban parte de la granja
como las acacias y los matorrales;
sin ellas era impensable vivir aqu.
Ruth dio un beso sonoro en la
mejilla a las dos mujeres, a
continuacin se sent a la gran mesa
de madera y devor con ganas la
porcin grande de papilla de maz
que Mama Elo le tendi con un
guio de ojos.
Y bien, nia, has dormido a
gusto? pregunt.
Ayer bailaras mucho en el
baile de los granjeros, verdad?, y
tendrs los pies cansados aadi
Mama Isa, mirando a Ruth con
mirada compasiva.
Qu va! La joven hizo un
gesto negativo con la mano y se
unt una tostada con mantequilla y
gelatina de higo chumbo. No
bail. Estuve sentada por ah y me
aburr.
Por qu no bailaste, eh? Te
crees muy fina para eso?
pregunt Mama Isa con un tono de
enfado.
Ruth suspir.
No bail sencillamente porque
no s bailar. Trag un bocado,
cogi la siguiente tostada y
prosigui: Adems, nadie quiere
bailar conmigo en realidad. No soy
ni delgada ni lo suficientemente
rubia. No resulta extrao entonces
que todas esas fiestas me parezcan
un horror.
Tonteras repuso Mama Isa
. No ests gorda, lo que pasa es
que tienes una constitucin fsica
robusta, eso es. Los hombres de mi
pueblo se chuparan los diez dedos
por una mujer como t.
Puede ser repuso Ruth.
Pero es que yo no soy una mujer
nama. Y a los hombres blancos les
gustan las mujeres como Corinne.
Mama Elo mir a Mama Isa, a
continuacin sonrieron las dos y se
encogieron de hombros. Cuntas
veces no haban escuchado ya esa
queja de Ruth!
Ya encontrars lo que te
mereces prometi Mama Isa.
Ruth se ech a rer.
Por Dios, eso no, precisamente.
Entonces se levant, llev la
vajilla usada al fregadero, llam a
Klette y se calz las botas. Voy a
estar fuera. Transmite a los
trabajadores las tareas que tienen
encomendadas. Luego recorrer
todo el vallado con el caballo.
Titube unos instantes. En ese
momento le habra gustado hablar
de inmediato con su madre, pero
Rose dorma todava, y el trabajo
en la granja no se haca solo.
Hay alguna cosa ms, nia?
pregunt Mama Elo. Haces cara
de estar preocupada.
Ruth se sinti como si la hubieran
pillado en alguna falta y mir a un
lado.
No tiene ninguna importancia.
Tengo que hablar con mi madre.
Quiz lo haga hoy, al medioda.
Hizo una seal a Klette, de modo
que la perra se levant de un salto y
empez a menear el rabo para salir
con ella fuera de la casa.
Pocos minutos despus, Ruth dio
los buenos das a las mujeres de los
trabajadores negros de la granja en
un tono jovial. Estaban sentadas a
las puertas de sus casas, cerca de la
casa seorial; la mayora de ellas
llevaban unos pauelos de colores
alrededor de la cabeza y unos
vestidos estampados de algodn.
Estaban removiendo en unas ollas
abolladas que humeaban dispuestas
sobre pequeas hogueras, porque a
pesar de que Ruth les haba
ofrecido varias veces que lavaran
su ropa en la lavadora automtica,
las mujeres nama se negaban a
utilizarlas. Al parecer suponan que
en el interior de aquellas mquinas
ruidosas habitaban malos espritus
que se vengaran por el derroche de
agua, un elemento muy valioso en
aquellas tierras.
En una cuerda tensada entre dos
acacias colgaban las primeras
sbanas, pero no eran de ese color
blanco como la nieve, tal como las
conoca Ruth de Mama Elo y Mama
Isa estas no tenan las
supersticiones de sus paisanas y
haban aprendido a valorar en las
ltimas dcadas los progresos
tcnicos de la granja, sino que
tenan una coloracin gris
amarillenta. Ello se deba a que la
arena del desierto, que se
desplazaba constantemente por los
aires, se posaba en las prendas
recin lavadas.
Muy cerca de donde estaban las
mujeres, los nios ms pequeos
alborotaban en el patio, golpeaban
las piedras con palos y se daban
rdenes los unos a los otros. Los
nios mayores miraban a sus
hermanos con miradas de envidia
porque no tenan tiempo para jugar,
sino que tenan que prepararse para
ir a la escuela. Si queran pillar
todava el autobs escolar a
Gobabis, tenan que apresurarse,
pues en un cuarto de hora pasara
por delante del portn de entrada a
la granja, y hasta llegar all haba
que recorrer a pie ms de media
milla.
Dnde est Santo? pregunt
Ruth, dirigindose a una de las
espigadas mujeres nama.
Est donde las mquinas,
seorita repuso la mujer. Iba a
echarle un vistazo al riego.
Gracias, Thala dijo Ruth con
una sonrisa. Y no te olvides de
que tambin tenemos lavadoras en
casa que podis utilizar cuando
queris.
La joven hizo un gesto negativo
con la mano al tiempo que rea,
como haca siempre que Ruth se lo
ofreca:
Gracias, pero lo prefiero as;
con las mquinas no puedo
conversar.
Las dems mujeres nama se
echaron a rer. Ruth les hizo una
seal de despedida con la mano y
se encamin a la sala de mquinas
en busca del capataz.
Santo era un nama intrpido y
venerable que en otros tiempos
habra llegado a ser el jefe de la
tribu. El padre de Ruth le haba
contratado como capataz en
Saldens Hill haca ms de diez
aos, y Ruth no poda imaginarse
nadie mejor para ese puesto. Santo
tena sin duda una habilidad
especial para las mquinas. Fuera
lo que fuese lo que se estropeara,
Santo volva a repararlo. Dado que
se atreva incluso con la lavadora,
algunas de las mujeres nama
afirmaban que Santo era un chamn
que no se arredraba ante nada pues
era capaz de aplacar incluso a los
demonios de la tcnica.
Al parecer, Santo se las estaba
viendo hoy con otro espritu
maligno, pues estaba
completamente inclinado bajo el
cap abierto del tractor cuando
Ruth entr en la sala de mquinas.
Santo! exclam Ruth.
De inmediato apareci la cabeza
del hombre por debajo del cap.
S, jefa?
El hecho de que Santo se dirigiera
a Ruth llamndola jefa, eligiendo
por tanto el tratamiento usual de los
nativos a sus patronos blancos, la
alegraba cada vez que lo escuchaba
porque eso significaba
reconocimiento.
Creo que deberamos ir a
limpiar hoy los abrevaderos dijo
ella. Adems, ayer vi que all
enfrente, en la linde con Green
Hills, hay algunas estacas sueltas.
Arreglad el vallado y mirad si estn
todas las ovejas. Deberais
examinar tambin si hay suficiente
forraje en los silos y suficiente
gasolina en los depsitos. Y cuando
estis listos, montad dos enrejados
para el esquileo, con un estrecho
separador intermedio.
Santo dej la llave inglesa a un
lado, se limpi las manos en un
trapo, ech la cabeza hacia atrs y
se ech a rer.
Eso es trabajo para dos das,
jefa.
Ruth se puso a rer tambin.
Lo s, pero estoy segura de que
conseguiris hacerlo todo. Maana
a primera hora, lo primero que
tenis que hacer es traer ac el
rebao. Metedlo en el enrejado
grande para poder empezar con la
faena maana despus de
desayunar. Los esquiladores
vendrn esta tarde. No vayis a
beber tanto otra vez como hicisteis
el ao pasado!
Santo volvi a rer con una
carcajada sonora que reson en la
sala.
No se preocupe, jefa. Haremos
las cosas tal como est usted
acostumbrada.
Ruth hizo un gesto afirmativo con
la cabeza, a continuacin sac un
pauelo rojo del bolsillo interior de
sus pantalones de peto y se lo puso
en la cabeza como una mujer nama.
Seorita?
S?
Por qu se pone siempre ese
pauelo? Usted tiene un pelo que es
una maravilla. Es una pena que lo
esconda.
Ruth sinti que se pona colorada.
Se llev la mano por debajo del
pauelo, toc su rebelde cabellera
pelirroja, heredada de su padre, y
sacudi la cabeza con gesto de
enfado. Los piropos de los hombres
seguan desconcertndola, como si
fuera una colegiala.
Ocpate del trabajo, Santo,
porque no se hace solo.
Dej plantado a aquel hombre, se
fue a la cuadra a buscar a Hunter,
su caballo, mont en l y se fue
cabalgando por los prados. Qu
da tan espectacular! A la vista de
sus rebaos paciendo, Ruth no pudo
menos que pensar en Nath y en su
victoria en la competicin de
levantamiento de ovejas. Haba
conseguido levantar cincuenta kilos.
Nada ms que eso? Para un
hombre ya formado eso no
significaba precisamente ninguna
marca impresionante. Cualquiera de
sus empleados negros podra
levantar ms kilos sin despeinarse.
Ruth mir brevemente a su
alrededor, pero en ninguna parte
poda verse ni una sola persona.
Desmont del caballo con firme
resolucin, se meti en mitad del
rebao y eligi una oveja que tena
aproximadamente el mismo peso
que la oveja de la competicin que
haba ganado Nath. Vamos! Le
voy a ensear a ese quin es aqu el
granjero ms fuerte! Tumb al
animal sobre el lomo y le at las
patas delanteras y traseras con una
cuerda que extrajo de uno de los
numerosos bolsillos del pantaln. A
continuacin se puso en cuclillas,
agarr al animal por la panza y lo
alz. A pesar de que la oveja
balaba y pataleaba para liberarse,
Ruth consigui levantarla a la altura
de los hombros. Solo entonces
desisti profiriendo un suspiro.
Dej a la oveja en tierra, espir
con fuerza, se enjug el sudor de la
frente y mir con cara de pocos
amigos al animal que balaba
delante de ella.
En otros tiempos yo era mejor
dijo, murmurando malhumorada
. En otras pocas te habra
levantado de un tirn. Me falta sin
duda un poco de prctica.
Nada ms soltarle las cuerdas, la
oveja se levant sobre sus patas y
se puso a correr todo lo rpido que
pudo. Ruth la sigui con la mirada.
Durante unos instantes estuvo
tentada de volver a probar despus
de una breve pausa para descansar,
pero entonces se ech para atrs.
Dentro de unos das, despus del
esquileo, estar otra vez en forma.
Y entonces ya veremos quin es el
mejor!
Era ya medioda cuando Ruth
regres a la casa de la granja,
sudorosa y con la ropa sucia. Llen
el comedero de Klette de pedazos
de carne de cordero guisada, luego
se quit las botas, se lav las
manos y entr en la cocina por una
entrada lateral.
Su madre estaba sentada a la
mesa ante una taza de caf, y Mama
Elo estaba preparando algunos
sndwiches.
Hola salud Ruth; cogi un
vaso, se lo llen directamente de
agua del grifo y se lo bebi de un
trago. A continuacin levant la
mano para secarse los labios con el
dorso, pero vio la mirada atenta de
su madre, suspir y agarr un trapo
de cocina.
Qu tal? pregunt entonces
. Has dormido bien?
Rose asinti con la cabeza. Tena
la piel plida, y mostraba unas
ojeras muy oscuras.
Dormir, s he dormido, pero no
puedo decir para nada que haya
dormido bien.
Quiz no deberas haber
bebido tanto champn ayer dijo
Ruth, pretendiendo hacer una
broma, pero Rose apret los labios.
Tengo otras cosas en la cabeza
en lugar de tomar champn
repuso la madre con acritud.
A pesar de haber conseguido
dejar a un lado la oscura
premonicin durante la mayor parte
de la maana, a Ruth se le hizo de
repente un nudo en la garganta, y su
corazn se puso a latir
aceleradamente. Cogi una loncha
de salami de cordero y recibi por
esa accin una palmadita cariosa
de Mama Elo en la mano. Se sent a
la mesa. Fue en ese momento, al
estar sentada directamente enfrente
de su madre, cuando a Ruth le llam
la atencin que Rose no solo haca
mala cara, estaba plida y se le
notaba la falta de sueo, sino que
adems daba la impresin de estar
muy preocupada.
Qu sucede, mam? No te
encuentras bien?
Cuando Rose alz la vista, sus
ojos estaban vacos y yermos como
la costa de los esqueletos.
Qu sucede? pregunt Ruth
con apremio.
Rose suspir, agarr la mano de
Ruth y se la estrech.
Ven luego a mi despacho.
Tenemos que hablar
dijo. Luego se puso en pie
abruptamente y se fue afuera con
pasos desacostumbradamente
cansinos y pesados.
Ruth la sigui con la mirada.
Sabis vosotras algo ms que
debera saber yo?
pregunt.
Mama Elo la mir con el rostro
afligido.
Lo tiene complicado, mucho
ms complicado que hasta el
momento. Me gustara que Rose
fuese feliz alguna vez en su vida, de
todo corazn.
Ruth trag saliva cuando vio que
a Mama Elo se le deslizaba una
lgrima por la mejilla. Ahora ya no
tena ninguna duda de que los
hombres de ayer haban dicho la
verdad. La granja estaba en apuros.
No fue hasta la maana siguiente
cuando Ruth encontr una ocasin
para hablar con su madre. Justo
despus del desayuno llam a la
puerta del despacho y entr. Su
madre estaba sentada detrs del
escritorio, y a Ruth le pareci que
haca una cara todava ms plida y
desolada que nunca. Delante tena
una torre de cuadernos, carpetas y
papeles.
Sintate le orden Rose sin
contemplaciones. Lo que tengo
que contarte es un poco ms largo
de lo normal.
Ruth trag saliva. Aquella
habitacin le pareca ms sombra
que de costumbre, el sol luca
menos luminoso. Se sent en el
canto de la silla y apoy los codos
en los muslos.
Soy toda odos.
No te sientes como un
granjero, t eres una mujer joven!
la reprendi Rose con acritud.
Ruth obedeci, se puso derecha,
junt los pies y pos las manos en
el regazo como es debido.
Detestaba que su madre la
reprendiera; sin embargo, esta vez
la tranquiliz aquella reprimenda.
Si mam tiene ojos todava para
estas nimiedades, la cosa no puede
estar tan mal. Mir a su madre con
gesto inquisitivo.
Tom tiene razn. El cielo sabr
quin se lo ha contado, pero es
cierto. Saldens Hill est al borde
de la ruina.
A pesar de que ya lo haba
presentido en realidad, Ruth se
asust hasta el tutano.
No puede ser! exclam,
ponindose en pie.
S que puede ser; es as. O bien
tenemos que vender, lo cual es una
solucin que conviene a mis
propsitos, o bien tienes que
casarte con un hombre que salde
nuestros pagos pendientes dijo
Rose con calma. Y vuelve a
sentarte.
Ruth se sent sin pronunciar
palabra y se qued mirando
fijamente a su madre, con la boca
abierta e incapaz de pronunciar una
sola palabra. Finalmente sacudi la
cabeza con gesto de incredulidad.
Cmo ha llegado a suceder tal
cosa?
Te acuerdas del crdito que
tomamos hace tres aos?
Ruth asinti con la cabeza.
Pues vence ahora. Tenemos una
deuda con el banco de los granjeros
de Windhoek de 15.280 libras.
Cmo es eso? No lo entiendo.
Estaba acordado que ese crdito se
saldara con la concesin de otro
nuevo. Era as, verdad? O no?
pregunt Ruth, todava incrdula y
desasosegada en lo ms hondo.
S, estaba planeado as. Eso
era lo acordado. El seor Claassen,
del banco, as me lo asegur al
estrecharme la mano.
Y a santo de qu no es vlido
eso ahora?
Rose profiri un suspiro.
Porque el apretn de manos de
un banquero vale tanto como una
cagarruta de oveja. Me tiraba los
tejos, quera salir conmigo a cenar,
seguro que se imaginaba ya los
besitos trridos y dems dijo con
una risa amarga.
Ruth hizo una mueca que le
deform el rostro. Las revelaciones
de su madre le estaban resultando
muy penosas.
Y qu ms? pregunt.
Almorc con l una vez en
Gobabis, y despus nunca ms.
Hace poco se interes de nuevo por
m y volvi a tirarme los tejos. Yo
le di calabazas, y una semana
despus lleg esta carta. Le
tendi a Ruth un escrito del que se
evidenciaba que haba sido ledo
una y otra vez.
En el ngulo superior derecho
llevaba el membrete del banco de
los granjeros, un nmero de
referencia y el distintivo del seor
Claassen.

Estimada seora Salden:
Muy a pesar nuestro nos
vemos en la obligacin de
comunicarle a fecha de hoy
que no podemos prolongar su
crdito que vence el 31 de
diciembre de 1959 segn
consta en el contrato. La
situacin econmica de su
granja no ha evolucionado de
la manera que habamos
previsto.
Por esta razn le exhortamos
a que hasta el 31 de diciembre
del presente ao transfiera a
una cualquiera de nuestras
cuentas el importe pendiente
de pago, que asciende a
15.280 libras.
Le saluda muy atentamente,
DIETRICH CLAASSEN
Ruth ley la carta una segunda
vez.
Lo he entendido bien?
Pretenda comprarte con el
crdito? Si te hubieras ido a la
cama con l, podramos conservar
ahora la granja?
La madre de Ruth asinti con la
cabeza.
Ves? Esto es lo que pasa
cuando no tienes marido. Puede que
las mujeres sepamos hacer muchas
cosas, pero el poder lo tienen los
hombres. Solo podemos acabar
perdiendo si no nos sometemos a
ellos.
Pero t no te has sometido a l.
Rose asinti lentamente con la
cabeza.
S, es cierto, pero fjate a qu
precio. No s si he hecho lo
correcto.
Ruth permaneci en silencio unos
instantes y luego pregunt:
Y qu vamos a hacer ahora?
No tenemos quince mil libras,
verdad? O hay alguna otra cuenta
de la que no tenga conocimiento yo?
No. Tenemos que vender la
granja. Tom se quedara quiz con
los pastos de Green Hills, pero eso
no sera suficiente. Para reunir el
dinero tendramos que vender tantas
tierras, que no podramos alimentar
a las ovejas por nuestra cuenta, as
que tendramos que arrendar otros
pastos. Y t sabes mejor que yo que
as no se puede llevar ninguna
granja. De modo que solo nos
queda vender todo. Si tenemos
suerte y podemos negociar un buen
precio para las mquinas y la casa,
quiz podamos comprarnos un piso
pequeo en Swakopmund.
Rose mir a Ruth con gesto
inquisitivo. Esta neg con la
cabeza.
No dijo con un hilo de voz
. No, por favor, Dios mo, no lo
permitas. Tiene que haber otra
solucin. Sinti que se le
inundaban los ojos de lgrimas.
Haca aos que no lloraba, pero
ahora haba sucedido lo peor que
poda imaginarse: su granja, su
vida, su sueo... Todo estaba en
ruinas.
Rose carraspe.
S, en efecto, hay una solucin,
pero te gustar an menos que un
piso en la ciudad.
No puede haber nada peor que
un piso en la ciudad repuso Ruth.
Nath Miller ha pedido tu mano.
Su padre ha transferido Millers
Run a su hermano pequeo. Nath
quiere demostrar ahora su vala.
Tiene dinero. Para l, las quince
mil libras son una minucia. Por lo
dems, el contravalor es mayor que
la paga y seal. Qu dices?
Ruth levant la mirada.
Tienes razn, s que hay algo
que es an peor que un piso en la
ciudad.
3
Ruth sali del despacho dando
tumbos, como si estuviera aturdida.
Se encontraba mal. Aquella
desgracia era como una piedra en
su estmago, la senta como una
carga sobre los hombros, le
enturbi la mirada. Se detuvo frente
a la casa seorial, se hizo pantalla
con la mano encima de los ojos y
mir aquella propiedad como si la
viera por ltima vez. Aquel paisaje
de campos le resultaba de pronto
cansino y viejo a pesar del sol de la
maana, la cadena de colinas del
horizonte le pareci una serie de
hombres ancianos, que estaban
sentados en un banco con las calvas
cabezas gachas y los hombros
cados.
De nuevo volvieron a asomar las
lgrimas a sus ojos. Saldens Hill.
Sus tierras, su tierra natal. Ella era
de all y de ninguna otra parte. No
quera ir a Swakopmund, ni
tampoco a Lderitz y mucho menos
a Alemania. Aqu tena su vida, su
pasado, su presente y tambin su
futuro. Si perda Saldens Hill,
perdera todo lo que haba
significado algo para ella. Y se
echaba a perder la misma Saldens
Hill porque Ruth era su corazn. En
sus venas flua arena del desierto,
su corazn lata al comps de las
pezuas de las ovejas.
Sinti un mareo, y tuvo que
apoyarse contra una de las
columnas. Ruth acerc su mejilla a
la piedra fresca, se peg a la
columna como si fuera un hombre,
como si le ofreciera la energa y la
fuerza que ella iba a necesitar ahora
sin duda. Qu deba hacer?
Los balidos de las ovejas, que le
llegaban a Ruth desde los corrales,
la sacaron finalmente del valle de
la tristeza y la devolvieron al
presente. Me necesitan pens.
Todava pueden cambiar mucho las
cosas. Quien no lucha, ha perdido
ya la batalla!
Ruth se desperez, estir los
hombros y levant la barbilla.
Tena que recomponerse. No poda
ser til a nadie si andaba dando
vueltas por ah como un montoncito
de tristeza compadecindose de s
misma. Hoy iban a esquilar las
ovejas y para esa actividad se
requera estar plena de toda la
energa que ella pudiera aportar.
Levant firmemente la cabeza con
la nariz elevada y se dirigi con
determinacin hacia los establos.
Estaba llegando all, cuando una
moto dobl por una de las esquinas
del patio con el motor rugiente. Era
una moto de trial que ella conoca
demasiado bien. Ruth se detuvo y
profiri un suspiro. Solo le faltaba
aquello ahora. Se oblig a dibujar
una sonrisa en su rostro.
Bueno, dime, puedes necesitar
mi ayuda? pregunt Nath Miller
sacndose el casco y esbozando una
sonrisa burlona.
Tiene la boca como la puerta de
un granero pens Ruth. Lo que
entra por ella, desaparece para
siempre. Ella contempl cmo
estaba despatarrado encima de la
moto. Su rostro irradiaba una
seguridad de triunfo que ella le
envidiaba ahora fervientemente.
Nath Miller. El hombre con el que
tena que casarse para librarse de
todas las preocupaciones. Al pensar
en esto sinti un leve escalofro.
Claro que puedo necesitar
ayuda repuso ella. Quieres
examinar tus futuras propiedades,
verdad, Nath Miller?, tus tierras y
tu mujer. Pero ya te puedes ir
preparando. Te lo voy a poner lo
ms difcil que est en mi mano.
Nath se baj de la moto, la puso
sobre el caballete y se dirigi hacia
Ruth. La rode con el brazo para
atraerla hacia l, pero ella se zaf
con habilidad. La sonrisa burlona
de Nath se agudiz an ms.
Venga, ahora no te hagas de
rogar dijo l, llevndose la mano
a su suave cabellera castaa que l
se haba peinado formando un tup
en la frente, y que a Ruth le pareci
que adems se haba engominado.
A ti se te podra esquilar
tambin un montn puntualiz
ella en un tono seco y cortante.
Nath se ech a rer y tir del
pauelo de la cabeza de ella de
modo que se liber la indmita
melena pelirroja de rizos de Ruth.
Y a ti antes! Con esta lana tuya
me gustara hacerme un par de
calcetines.
Hecho! exclam Ruth,
mirando agresivamente a Nath y
tendindole la mano como para
sellar un acuerdo.
El qu?
Vamos a hacer una
competicin. Gana quien haya
esquilado el mayor nmero de
ovejas en una hora. El perdedor se
queda sin pelo.
No estars hablando en serio,
verdad? pregunt Nath,
atusndose el cabello con los
dedos, como asegurndose de que
segua estando en su sitio.
S, lo digo completamente en
serio. A ti te van los juegos, de
siempre has sido as. Qu pasa?
Tienes miedo de ir el prximo
sbado al baile en Gobabis con la
cabeza rapada, igual que un
presidiario? No deseas saber lo
que se siente cuando las chicas te
estampen un beso en la calva?
Ruth se dio cuenta de la batalla
interior que se estaba produciendo
en Nath, y eso le depar una
satisfaccin secreta y furtiva.
No dijiste hace dos das en la
competicin de granjeros que me
habas vencido en todas las
disciplinas?
Nath trag saliva.
Bien, vale. Si es eso lo que
quieres... Voy a ganar de todas
formas, y me da pena por tu pelo.
Puedes estar segura de que no
tendr ninguna compasin despus.
El que pierde, paga y punto. Si eres
cariosa conmigo, quiz te deje el
pelo al cepillo para que todo el
mundo pueda ver que picas cuando
uno se acerca. Y si no eres cariosa
conmigo, ya puedes ir preparndote
para que los hombres te estampen
sus besos en la calva.
Hecho? Ruth volvi a
tenderle la mano.
Hecho! exclam Nath,
chocando la mano con ella.
A continuacin se dirigieron al
establo a buen paso.
Los esquiladores que haba
solicitado Ruth ya estaban en plena
faena. En Saldens Hill haba cuatro
puestos para esquilar. Las mquinas
esquiladoras colgaban del techo
con un cable, de modo que los
esquiladores podan sujetar
cmodamente las ovejas entre las
piernas y alcanzar bien todos los
lugares con la cabeza esquiladora a
pesar de la postura.
Mama Elo y Mama Isa se
encontraban tambin en el establo.
Hoy tenan la tarea de recoger la
lana esquilada y llevarla al
cobertizo contiguo en el que la
clasificaban primero dos mujeres
nama y luego Ruth.
Santo y otros tres trabajadores de
la granja conducan a las ovejas
hacia el vallado y desde all
introducan una docena cada vez en
el establo. Por el otro lado, otros
cuatro trabajadores reciban a los
animales esquilados y los
marcaban.
Nath y Ruth se colocaron uno al
lado del otro en los dos puestos de
esquiladores que estaban todava
libres y se midieron con la mirada.
Ests preparado? pregunt
Ruth.
Te estoy esperando a ti
repuso Nath, arremangndose la
camisa y escupindose en las
palmas de las manos.
Pues all vamos!
A una seal de su jefa, Santo
empuj dos ovejas hacia la zona del
esquileo. Ruth ech a correr, agarr
una oveja con una mano por las
patas delanteras y la tumb sobre el
lomo. Con la otra mano la agarr
por las patas traseras y la arrastr
hacia el puesto para esquilar. A
continuacin sujet entre las
rodillas a la oveja, que miraba
tontamente a su alrededor al tiempo
que balaba, y comenz
inmediatamente a pasarle la cabeza
esquiladora por las patas.
Nath lleg tan solo un instante
despus al puesto de esquilar. Pas
el aparato con tanta velocidad y
dureza por la lana, que la oveja
empez a dar balidos ruidosos y a
patalear entre sus piernas.
El esquileo era un asunto difcil y
haca sudar mucho. Haca tanto
calor en el recinto que a Ruth le
empez pronto a gotear el sudor por
entre el canalillo de los pechos.
Tena pegados pequeos jirones de
lana, sangre y heces de oveja por
todas partes de su mono de trabajo,
y tambin tena pringadas las
manos. A ello se aada la postura
agachada que deba adoptarse para
trabajar. Ya al cabo de la primera
docena de ovejas le dola la
espalda, pero ella continu con el
mismo ritmo frentico, como si el
diablo le anduviera pisando los
talones. De tanto en tanto lanzaba
una mirada a Nath, quien tambin
estaba empapado de sudor y
realizaba su trabajo apretando los
dientes. Espera y vers! pens
Ruth para sus adentros, te voy a
ensear lo que es bueno.
Mama Elo y Mama Isa no
quisieron perderse la competicin,
por supuesto que no. Mama Elo
sujetaba en una mano un
despertador que normalmente
utilizaba ella en la cocina para
pasar los huevos por agua en su
punto justo o para controlar el
tiempo de coccin de un pastel en
el horno.
Veintitrs ovejas para Saldens
Hill, veinticuatro ovejas para
Millers Run. Vamos, Ruth,
esfurzate y lo conseguirs!
Todava quedan cinco minutos!
Ruth se sopl un mechn de pelo
de la frente, dio un cachetito en el
trasero a la oveja que acababa de
esquilar y que se apresur a salir
por la portezuela, y se fue a por la
siguiente oveja. El pobre animal
estaba como mnimo tan agitado
como Ruth. Era como si notara que
estaba en juego algo ms que solo
su velln. La oveja estaba
intranquila, trastabillaba entre las
piernas de Ruth y apenas permita
que le pasara la cabeza esquiladora
de la mquina. Ruth mir a Nath,
que acababa de esquilar las patas
de su oveja y se dispona a atacar el
lomo. Cortaba la lana en tiras
largas, de modo que se originaba
toda una alfombra de lana. Nath
consegua tan solo en contadas
ocasiones esquilar una oveja entera
de una pasada; en cambio, Ruth
consegua realizar ese truco las
veces que ella quera. Y ahora
quera. Precisamente ahora. Se
llen los pulmones de aire y se
soseg de golpe. Agarr con ms
firmeza a la oveja, le aplic la
cabeza esquiladora y esquil al
animal en una sola pasada.
S, vas a conseguirlo!
exclamaron con jbilo Mama Elo y
Mama Isa, y Santo ya le tena
preparada la siguiente oveja.
Ruth mir a Nath. Tambin l
haba acabado con la suya, se puso
en pie de un salto y se lanz hacia
el vallado para buscar la siguiente
oveja. En el portaln hubo un breve
forcejeo entre los dos, pero aunque
Ruth era ciertamente de constitucin
robusta, era tambin muy gil. Pas
por entre las piernas de Nath,
agarr la oveja y se la llev al
puesto de esquileo. Se puso de
nuevo manos a la labor sin levantar
la mirada de lo que estaba
haciendo. Solo el aplauso de Santo,
Mama Elo y Mama Isa la forzaron
finalmente a levantar la vista. Haba
pasado la hora de competicin.
Ruth haba ganado con media oveja
de ventaja. Estaba radiante y no
reprimi su alegra siquiera cuando
Nath la felicit, compungido, por la
victoria.
Enhorabuena de todo corazn,
Ruth dijo l.
Las mentiras hacen crecer la
nariz.
No, en serio. Has ganado, te
has batido con verdadera valenta
en la prueba. Sencillamente no era
mi da hoy. Bueno, sea lo que sea.
La ganadora puede mostrarse
generosa frente al perdedor,
verdad?
Ruth asinti con la cabeza.
S, soy de tu misma opinin.
Puedes tomarte una cerveza, si
quieres.
No me refera a eso.
Ah, no? exclam Ruth
hacindose la tonta, pero
golpendose ostentosamente la
mano izquierda con la cabeza
esquiladora.
No irs en realidad a
esquilarme la cabeza, verdad?
Ruth tuvo que reprimir la risa al
ver la cara que puso Nath. Pareca
un nio pequeo al que le piden
cuentas por alguna trastada y espera
que hagan la vista gorda con l.
Buscas clemencia, no es
cierto?
Nath asinti con la cabeza y
sonri tmidamente.
Bueno, querido mo, pero ahora
no estamos en la iglesia. Lo que uno
se juega de palabra es una deuda de
honor. Agacha la cabeza!
Las dos mujeres nama se echaron
a rer haciendo que se tambalearan
sus turbantes. Santo no pudo
reprimirse tampoco y esboz una
sonrisa burlona. Aquello era ya
demasiado para Nath.
Largaros, caras de simio!
Vuestras risas de negro me estn
poniendo muy nervioso.
Durante unos instantes, a Ruth se
le pas realmente por la cabeza que
Nath poda irse de rositas sin salir
trasquilado, pero ahora le dio con
determinacin al botn de
encendido de la cabeza esquiladora
y la pas por la cabeza agachada de
Nath hasta dar cuenta del ltimo
pelo. A continuacin apag el
aparato y le acarici la calva.
Bien, querido mo. Y solo te
digo, para que lo sepas, que no te
he rapado al cero porque hayas
perdido la apuesta sino porque has
llamado caras de simio y negros a
mi gente. Y ahora, largo de esta
finca! Puedes estar contento de que
no vaya por ah contando por qu te
has despedido de tu bonito tup.
Ruth se dio la vuelta y limpi las
esquiladoras pasndoles agua.
Segua estando enfadada. Saba que
entre los blancos, y en especial
entre los granjeros blancos, haba
muchos que no trataban a los
trabajadores negros como a
semejantes suyos, pero no era ese el
caso en Saldens Hill. Aqu contaba
cada persona, todas tenan el mismo
valor. Lo importante era solamente
si se era un buen trabajador y si se
poda confiar en la persona o no.
No lo quise expresar en esos
trminos aclar Nath. Me
refiero a lo de las caras de simio.
Pero lo dijiste as repuso
Ruth sin dignarse a dirigirle ninguna
mirada ms. Unos instantes despus
oy los pasos de Nath, un portazo y
el sonido de la moto al arrancar.
Bien hecho, jefa. Gracias
dijo Santo, quitndole a Ruth de las
manos los aparatos para fijarlos de
nuevo a los cables despus de la
limpieza. La joven granjera le hizo
un gesto de rechazo con la mano.
De pronto sinti un cansancio
infinito.
Windhoek haba sido para Ruth
desde siempre un sinnimo de
infierno. Ahora, ella se encontraba
desde haca unos minutos enfrente
de la estacin intentando cruzar la
calle con desesperacin, pero
apenas echaba un pie hacia delante
se le acercaba un automvil a toda
velocidad tocando la bocina y
asustndola, de modo que ella
volva a retroceder a la seguridad
que le ofreca la acera. Haba una
multitud de personas pululando por
all riendo, insultndose, haciendo
ruido al pasar a su lado. Pas un
carro tirado por un asno, un ciclista
hizo sonar el timbre, alguien
arranc el motor de un automvil.
Hola, es usted pueblerina,
verdad? se dirigi amablemente
a Ruth un caballero anciano.
Si se refiere usted a que soy
campesina, tiene usted razn
repuso Ruth, llevndose la mano al
pelo con un gesto nervioso. Hoy
vesta un pantaln gris de tela a
juego con una blusa clara, y se
haba recogido el pelo en la nuca
con un pasador.
Adnde se dirige usted?
pregunt l.
Ruth cerr ligeramente los ojos.
Su madre le haba advertido
siempre sobre los peligros de la
ciudad y en especial sobre los
hombres. No obstante, en aquella
pregunta no fue capaz de encontrar
nada reprochable.
Quiero ir al banco de los
granjeros respondi ella.
Venga conmigo. Compartamos
un taxi. Voy en esa direccin dijo
l, haciendo una seal a un
automvil para que se acercara.
Qu hace aqu en Windhoek?
pregunt ella despus de subirse
al vehculo y sentarse al lado de
aquel hombre en el asiento trasero
. Vive usted aqu?
El hombre neg con la cabeza.
Soy de Ciudad del Cabo.
Y qu viene a hacer usted en
Windhoek? pregunt Ruth,
observando al hombre con ms
detenimiento. Tena la piel muy
clara, pero Ruth haba vivido el
tiempo suficiente en frica para
darse cuenta de que no era
completamente blanco.
l se inclin hacia Ruth.
Habr algo de agitacin hoy en
la ciudad. Seorita, le aconsejo que
regrese enseguida a su granja, tan
pronto como haya despachado sus
asuntos en el banco. Es un sitio
demasiado peligroso este.
Ruth se sorprendi.
Qu es lo que va a pasar hoy?
Es que no escucha usted la
radio?
Ruth neg con la cabeza.
Nuestro receptor est
conectado a la batera de un
automvil. Mi madre no quiere la
batera en casa porque dice que
afea el saln de estar. As que para
escuchar la radio tengo que ir a la
sala de mquinas, pero la mayora
de las veces me encuentro
demasiado cansada para tal cosa.
El sudafricano se ech a rer,
pero en un instante recuper el
gesto serio.
Los negros estn armando
bronca. No es que sea algo nuevo,
de hecho siempre estn armando
bronca, pero dicen que hoy van a
trasladar a otro lugar a algunos de
ellos. Son tontos estos negros, no
entienden la medida. En lugar de
alegrarse de poder convivir ahora
entre ellos y de poder conversar
entre ellos, sea en el idioma que
sea, y de po-
der celebrar sus extraas fiestas y
sus rituales, y ejercer incluso su
espantosa religin vud, se creen
que se les quiere robar.
Robar el qu? pregunt
Ruth.
Qu s yo? Sus derechos, su
opinin. Siempre andan poniendo
peros a todo estos negros. Y si no
tienen nada que objetarle al
gobierno, entonces se vuelcan
contra el tiempo o contra los
blancos. En su manera de ver las
cosas, los blancos tienen siempre la
culpa de todo lo que sucede.
Negro es ahora la nueva palabra
para inocencia, lo saba usted?
dijo l, echndose a rer y
tratando de encontrar aprobacin en
su interlocutora.
Ruth dirigi la mirada a otra
parte. Aquel hombre le estaba
resultando cada vez ms antiptico.
Le repela lo que deca y cmo lo
deca, y an ms cmo se le
desfiguraba la boca cuando se rea.
Solo conozco a los negros de
nuestra granja dijo ella en un
tono un poco ms spero de lo que
hubiera querido, debido al enfado
reprimido. Los conozco desde
hace aos, incluso me criaron dos
mujeres negras. Les tengo cario, y
nunca he tenido la impresin de que
nos echen la culpa de todo lo que
ocurre.
El hombre alz la mano, sonri
con indulgencia y le roz la rodilla
a Ruth con gesto paternal:
Usted es una pueblerina, mi
nia. Aqu en la ciudad imperan
otras reglas y otras leyes que en la
granja de ustedes. Los negros
entienden algo de agricultura y de
animales. En su granja, entre los
matorrales, no hay nadie que les
incite a la lucha contndoles que no
son peores que los blancos y que
por ello tienen los mismos
derechos.
Todos los trabajadores tienen
los mismos derechos en nuestra
granja, independientemente del
color de su piel. Lo principal es
que se haga el trabajo.
Ruth respir hondo cuando el
taxista se detuvo delante del
edificio del banco de los granjeros.
Hizo un gesto de agradecimiento
con la cabeza cuando el sudafricano
renunci a la parte de ella en el
pago de la carrera, alz la mano
para saludar y sigui con la mirada
al automvil al marchar. Segua
estando asombrada de aquel
hombre, de lo que haba dicho. Se
burl de la opinin que haba
expresado de que los negros valan
menos que los blancos. Que se lo
dijeran a Mama Elo y a Mama Isa!
Las dos agarraran la escoba y
echaran del lugar al bocazas
llenndole de improperios.
Bien, de todas maneras no iba a
volver a verlo, y no era el momento
oportuno para romperse la cabeza
con hombres como l. Ella tena
planes ms importantes. Se encogi
de hombros y levant la mirada
hacia aquel imponente edificio
sobre cuya entrada estaban
grabados con letras doradas el
nombre y el logo del banco.
Apenas se acerc a la puerta de
entrada, se la abri un empleado en
librea.
Buenos das, seora la
salud solcito.
Ruth se sobresalt. Aquello era
algo de lo ms inslito! Al fin y al
cabo ella era granjera y estaba
acostumbrada a abrirse ella misma
las puertas! No menos exagerados
le parecieron aquel gran vestbulo,
con un suelo que resplandeca a la
luz de una enorme lmpara de
araa, las barandillas doradas de
las escaleras y las alfombras rojas.
Pero eso significaba que haba
tambin granjeros muy ricos, se
confes a s misma. Mucho ms
ricos que los pobres granjeros de
ganado lanar en la linde del
desierto de Kalahari.
Ruth estir los hombros como
para infundirse valor y se dirigi a
una de las ventanillas con la cabeza
bien alta. Detrs haba una mujer
joven de aspecto simptico.
Buenos das, en qu puedo
ayudarla?
Tena una sonrisa seductora, y
Ruth comenz enseguida a sentirse
ms segura.
Mire, hemos recibido esta carta
de ustedes dijo Ruth, poniendo la
carta de la cancelacin del crdito
encima de la mesa. Debe tratarse
por fuerza de un malentendido. El
seor Claassen nos prometi con un
apretn de manos hace tres aos
que el crdito se prorrogara. Nos
dijo que la cancelacin era una pura
formalidad para adaptar el importe
al tipo de inters actual. Estoy aqu
para solventar inmediatamente esa
formalidad.
La joven empleada sacudi la
cabeza con gesto compasivo.
Me temo que no voy a poder
ayudarla. Los acuerdos que
tomamos en esta entidad bancaria
los fijamos por escrito en cada
caso. Solo as poseen validez
jurdica. Su crdito no puede
prorrogarse simplemente con un
apretn de manos, a no ser que
posea usted capitales o bienes con
que avalarlo.
Espere un momento. Ruth
revolvi en su bolso y extrajo un
archivador. Aqu est la lista de
nuestras propiedades. En ella figura
cada mquina y cada cabeza de
ganado. Tenemos mil cuatrocientas
ovejas caracul y cuatrocientas
vacas. En estos momentos, nuestra
situacin es mucho mejor que la de
hace tres aos.
Se dispona a pasarle los
documentos a la mujer por encima
de la mesa, pero esta hizo un gesto
de rechazo con la mano.
Yo no puedo hacer nada ms
por usted si le ha sido denegada su
solicitud de crdito.
Pero por qu motivo? Y qu
significa, en este caso, solicitud?
No solicitamos nada, tenamos un
acuerdo.
Sin querer, Ruth haba alzado en
exceso la voz. Los empleados del
banco que estaban detrs de otras
mesas dirigieron entonces la mirada
hacia ella. Incluso hubo uno que se
levant y pregunt a su colega si
necesitaba ayuda.
La mujer hizo un gesto negativo
con la mano.
No, todo marcha bien.
Entonces junt las manos por
encima del tablero de la mesa y
mir a Ruth con determinacin.
Solo puedo repetirle que no
podemos ayudarla. Ha cambiado la
coyuntura econmica. Ha
disminuido desde Europa la
demanda de lana de oveja caracul.
De ah que la evolucin de su
granja tenga por fuerza una
tendencia regresiva, y eso a pesar
de que ahora no perciban ustedes
ninguna anomala. Los prximos
aos van a ser complicados para
todos los granjeros de ganado lanar.
Una nica temporada prolongada de
sequa es suficiente para llevar a la
ruina definitiva a su granja.
Comprender usted que en esas
circunstancias no podamos
concederle una prrroga de su
crdito!
Volvi a realizar un gesto de
saludo con la cabeza dirigido a
Ruth, y a continuacin llam al
siguiente cliente para que accediera
a su ventanilla.
Ruth persever unos instantes
junto a la empleada del banco.
Estaba desconcertada y se senta tan
miserable como una cucaracha.
Pero entonces le sobrevino de
pronto su carcter luchador.
Espere un momento, por favor.
Usted acaba de detallarme
prolijamente la situacin, pero a
pesar de todo no estoy convencida
de que su valoracin sea la nica
posible. En los ltimos tres aos
hemos reorganizado el negocio y
tenemos planes para que la
demanda procedente de Europa no
nos afecte tanto. Quiero hablar con
el seor Claassen. Ahora mismo.
En el rostro de la mujer joven se
dibuj una sonrisa maliciosa.
Como usted desee. Tiene
concertada ya una cita?
Ruth neg con la cabeza.
Ya me lo haba imaginado.
Desgraciadamente, as, sin cita
previa, no existe posibilidad alguna
de hablar con el seor Claassen.
Ruth se estaba descomponiendo
de la rabia en su interior. Con sumo
gusto le habra dicho a la mujer de
la ventanilla lo que pensaba de ella,
que no tena ni idea, que debera
visitar primero una granja para
saber cmo funciona y poder hablar
entonces de prosperidad y de ruina.
Pero Ruth saba tambin que no
conseguira nada ms aqu. Salud
con un movimiento de la cabeza, se
dio la vuelta y descendi los
peldaos de la escalera de mrmol
para regresar de nuevo al vestbulo.
En la salida se dirigi al
empleado uniformado, quien, al
verla, se dispuso a abrirle la puerta.
Muchas gracias, joven, pero
voy a demorarme un poco ms en
este edificio. Sera usted tan
amable de decirme en qu despacho
se encuentra el seor Claassen?
Ruth se haba decidido con toda
conciencia a utilizar ese lenguaje
insoportablemente rebuscado. Una
cosa haba captado inmediatamente
en su breve visita al banco de los
granjeros, y era que en l imperaba
la apariencia y no la sustancia.
Despacho 124, primera planta,
suba en el ascensor y vaya a la
izquierda. Lo encontrar enseguida.
Ruth le dio las gracias con un
movimiento de la cabeza y poco
despus se encontraba delante del
despacho mencionado. Llam a la
puerta breve y enrgicamente, pero
no esper a que la invitaran a entrar
sino que abri la puerta de golpe.
Era evidente que Claassen no
contaba con ninguna visita. Cuando
Ruth entr atropelladamente en su
despacho, l se incorpor de un
susto por detrs de su escritorio y
apart los pies de encima de la
mesa.
No recuerdo haberle pedido
que entrara.
Eso puede que se deba a la
edad que tiene usted repuso Ruth
con gesto imperturbable. Pero no
es motivo para estar preocupado.
Ella solt el archivador encima
del escritorio de Claassen,
produciendo un sonoro estampido, y
se sent en el silln de piel de
enfrente sin que la invitaran.
He venido para fijar por
escrito la prrroga acordada del
crdito.
Claassen junt los prpados y se
qued mirando a Ruth de arriba
abajo con gesto despectivo.
La seorita Salden, verdad?
Ya recuerdo. Hace tres aos hizo
notar usted su presencia tambin
con una conducta francamente
detestable.
Ruth sonri.
En Saldens Hill han cambiado
algunas cosas desde entonces,
exceptuando mi conducta, por
supuesto. Todo eso est en los
documentos. De acuerdo?
En su granja puede que todo
siga su curso, pero el mundo sigue
girando a pesar de todo. Namibia
ha vivido una evolucin asombrosa
en los ltimos aos. Antes, la
ganadera figuraba en primer lugar.
Entretanto, el pas exporta
principalmente riquezas del
subsuelo. La mina Rssing, en las
cercanas de Swakopmund, es ahora
la explotacin minera de uranio a
cielo abierto ms grande del
mundo. Luego estn los diamantes.
Una tercera parte, mi querida
seorita Salden, una tercera parte
de las exportaciones se realiza con
diamantes. Adems exportamos
mineral de uranio, cobre, plomo,
zinc, pirita y otras riquezas del
subsuelo pero en cantidades no tan
importantes. Y quiere usted jugar
en esta liga con sus ovejas? O ha
venido usted quizs a contarme que
en sus pastos brillan aqu y all
algunos diamantes entre las
cagarrutas de las ovejas? Eso
cambiara sustancialmente las
cosas, como es natural. En ese
juego s podramos involucrarnos.
No es ningn juego, es nuestra
existencia, seor Claassen. Pero
muchas gracias por su conferencia.
De sus palabras infiero que su
banco hace muy buenos negocios.
As pues, qu le cuesta a usted
prorrogar nuestro crdito?
pregunt Ruth, tratando de
controlarse para no quitarle de la
cara a aquel hombre su sonrisa
burlona con un tortazo.
Claassen se moj los labios que
parecan lombrices en su rostro, de
lo hmedos y brillantes que
estaban.
Qu gasto estara dispuesta a
hacer para el crdito? pregunt l
inclinndose hacia delante y
deteniendo la mirada en los pechos
de Ruth. Gratis solo sale la
muerte, como dice la gente de aqu.
Ruth cruz los brazos ante el
pecho y mir a Claassen con rabia.
Este no esper la respuesta, sino
que sigui hablando directamente.
Estaba dispuesto a daros
facilidades, pero el amor con amor
se paga. Y esto ocurre, de una
manera muy especial, en el mundo
de los negocios. Tu madre, hija
ma, no entendi esto. T podras
arreglar la torpeza de tu madre. As
pues, el futuro y el bienestar de la
granja estn por completo en tus
manos.
Ruth habra podido estremecerse
de asco por lo mucho que le
repugnaban las palabras y las
miradas de Claassen! Y su
continuo chasquear con la lengua!
Volvi a mirar a Claassen con una
sensacin de enorme repugnancia.
A continuacin agarr el archivador
sin decir palabra, se lo puso bajo el
brazo y se dirigi a la puerta.
Bueno, bueno, seorita ma!
Pinselo bien! No tiene por qu
salir perjudicada dijo Claassen,
rindose como una cabra.
Antes me pongo a mendigar las
15.000 libras en el hotel de lujo de
Windhoek que aceptar un solo
cntimo de cobre de Claassen,
pens ella mientras abandonaba el
banco con paso firme y decidido.
En la calle respir hondo. El aire
se haba calentado, entretanto se
haba cargado de gases de
combustin, del humo de la
industria y de las emanaciones de
una multitud de personas. Ruth
sinti una nostalgia de Saldens
Hill tan profunda que sus ojos
estuvieron a punto de inundarse de
lgrimas. Apenas se atreva a
respirar aquella mezcla ftida, le
pareca que aquel aire se poda
masticar igual que un chicle. Y a
pesar de que la temperatura era
trrida y asfixiante, Ruth se
estremeci de fro. Mir hacia la
fachada del banco y la recorri con
los ojos, contempl de nuevo las
ventanas relucientes, record los
pomos brillantes de las puertas, el
suelo de mrmol. Todo en aquel
edificio resultaba fro, todo pareca
gritarle a la cara: Las personas
como t no tenis cabida aqu!
Cuanto ms contemplaba el
banco, ms fuertes se hacan sus
temblores. Entretanto era medioda,
y del edificio del banco salan
empleados vestidos con camisas
blancas limpsimas, con la raya del
pantaln bien marcada y zapatos de
lustre perfecto. Las escasas mujeres
entre ellos estaban maquilladas y
llevaban vestidos que Ruth no se
pondra siquiera para el baile de
los granjeros por el profundo escote
que tenan y por cmo bamboleaban
las faldas. Todo aqu estaba limpio
y era fro y uniforme. Mir los
rostros de aquellas gentes. Esas
personas de aqu, iban a decidir
sobre el destino de una granja?
Qu podan saber ellas?
Un hombre joven tropez con
Ruth y la empuj por el hombro,
pero en lugar de disculparse,
desfigur la boca en una mueca de
desdn, y prosigui su camino
llevando a su esposa del brazo.
Ruth se mir hacia abajo,
contempl la tela barata y arrugada
de sus pantalones, las manchas de
sudor en las axilas que dibujaban
unos crculos claramente visibles
sobre su blusa blanca, y sus zapatos
rsticos a los que faltaba cualquier
indicio de elegancia. Entonces ya
no pudo soportarlo ms. Ech a
correr como si quisiera huir, corri
sin saber adnde, dobl tres o
cuatro esquinas, y de pronto todo el
paisaje urbano se volvi
completamente diferente.
4
Ruth se detuvo y tuvo que hacer
esfuerzos para respirar. Mir a su
alrededor. Haba algo extrao en
aquel lugar. Faltaban los
automviles, las risas, las personas.
La vida en la calle pareca como
extinguida. Solo dos jvenes negros
pasaron a su lado apresuradamente
con las cabezas gachas y
mantenindose cerca de la
proteccin de los muros de las
casas.
Alto! exclam Ruth. Por
favor, pueden decirme dnde
estoy? Cmo llego desde aqu a la
estacin?
Pero los hombres no se pararon a
escucharla y prosiguieron su
marcha apresurada sin decir
palabra.
Ruth suspir. Adnde demonios
haba ido a parar? La calle estaba
sucia. Sobre el bordillo de la acera
haba trozos de papel tirados.
Haba una papelera tumbada en el
suelo y todo su contenido estaba
repartido sobre el asfalto. El viento
arremolin un peridico viejo por
encima de la acera.
Fue en ese momento cuando Ruth
oy el ruido que proceda de la
parte izquierda de la calle, que iba
aumentando y decreciendo como en
un partido de ftbol. Ruth pudo
distinguir algunos coros de gente
gritando al unsono, luego voces
aisladas y el sonido de cascos de
caballos sobre el adoquinado de la
calle. Sin pensrselo un instante
corri en direccin al tumulto.
Donde haba ruido, habra con toda
seguridad personas, personas
buenas que la entenderan.
Se detuvo en el siguiente cruce
grande. Ante ella divis a una
multitud de mujeres y hombres
negros. Llevaban pancartas en las
que poda leerse en ingls:
Dejadnos en casa o Nada de
guetos para negros. Las mujeres,
as se lo pareci a Ruth, se haban
puesto las prendas ms vistosas,
aadiendo las joyas y el tocado de
su tribu. En cambio, los hombres
llevaban pantalones de trabajo
azules o grises y camisetas
sencillas, pero los una la rabia de
sus rostros, una rabia que se poda
oler, or y ver.
Somos personas! Personas
como vosotros! grit una mujer
joven, elevando a su hijo por
encima de ella.
La polica montada a caballo
rodeaba a la multitud. Ayudndose
con los caballos y las porras
intentaban apartar a los
manifestantes hacia una calle
lateral. Los cuerpos de los caballos
chocaban con las personas. Un
chico dio un grito cuando uno de los
animales le propin una coz.
Qu pasa aqu? pregunt
Ruth. Antes de que pudiera darse
cuenta, se encontraba en medio de
la manifestacin.
Pasa que el ayuntamiento nos
quiere echar de nuestras casas. Los
de arriba han organizado un gueto
para nosotros, y hoy tenemos que
mudarnos a l a la fuerza
respondi un joven negro con unas
gafas gruesas, sin retirar la mirada
un solo instante de los policas.
As que es verdad lo que me ha
contado el sudafricano en el taxi,
pens Ruth.
Ven, blanca! nete a
nosotros! Solo ganaremos cuando
vosotros nos ayudis a reclamar
judicialmente nuestros derechos. Y
si ganamos nosotros, tambin
saldris ganando vosotros.
La mujer que haba pronunciado
esas frases era ya bastante mayor.
Por el aspecto, la corpulencia y la
vestimenta, Ruth no pudo menos que
pensar en Mama Elo y en Mama Isa.
Y enseguida se colg Ruth de su
brazo y se situ en medio de los
negros, levant el puo igual que
ellos, y se puso a vociferar contra
la injusticia que sufran ella y todas
las personas en el mundo. Ella
vociferaba entre la multitud su rabia
por el seor Claassen, y al mismo
tiempo por su miedo ante el futuro.
Se puso a golpear con los pies en
el suelo y a agitar los puos hasta
que qued completamente
empapada de sudor y sin aliento.
Poco despus, Ruth vio llegar una
limusina desde una calle lateral.
Baj un blanco del automvil y se
puso a contemplar la muchedumbre
agitada. Lo reconoci enseguida; se
trataba del sudafricano que haba
compartido con ella el trayecto
hasta el banco esa misma maana.
Le habra gustado mucho dejar la
manifestacin y acercarse a l para
sealarse a s misma y decirle:
Mire usted! Yo tambin soy uno
de ellos, me cuento entre los cafres,
entre los rostros de simio. Y si no
es por el color de mi piel, s que lo
soy de corazn. Y tambin sobre m
se ha cometido una injusticia.
Ruth observ cmo el hombre
haca seas a uno de los policas
montados y le deca algo. Y vio al
polica asentir con la cabeza,
acercarse a otro con el caballo y
exclamarle tambin algo que este
transmiti al siguiente, y as
sucesivamente.
Ruth no perdi a aquellos
hombres de vista. En los ojos de los
policas resplandeca algo que le
resultaba conocido. Los hombres de
su entorno mostraban ese fulgor en
los ojos cuando se iban de caza. Y
as fue, en efecto! El primero agarr
el fusil descolgndoselo del
hombro, y los dems le imitaron.
Ruth contuvo la respiracin. No se
les ocurrir disparar pens ella
. No irn a disparar unos
africanos del sudoeste a otros
africanos del sudoeste!
La muchedumbre se puso a gritar
con mayor furia que antes.
Nos queris matar porque
queremos vivir como personas?
exclam la mujer de quien Ruth
estaba colgada del brazo.
Dos hombres negros buscaron en
el suelo algn objeto arrojadizo.
Luego todo sucedi con mucha
rapidez. Uno de los manifestantes
tom impulso con el brazo y arroj
algo a los policas, una piedra tal
vez, o quizs un trozo de madera.
Un caballo se encabrit y relinch.
Ruth oy vociferar a uno de los
policas:
Los cafres nos estn
disparando!
Y los policas apuntaron sus
fusiles y dispararon a ciegas hacia
la muchedumbre.
Alguien profiri un grito de dolor
por detrs de Ruth; un chico cay al
suelo a su lado.
Al suelo! grit Ruth.
Todos al suelo!
Se le pas rpidamente por la
cabeza que no iba a servir de nada
que todos se agacharan al mismo
tiempo, pero ella no estaba en
disposicin de pensar con claridad,
solo era capaz de actuar.
Instintivamente percibi que uno de
los policas apuntaba en su
direccin. Intent zafarse del brazo
de la mujer negra. Esta se resisti,
pero de pronto cedi abruptamente
ante su resistencia, y la mujer se
vino encima de Ruth. Ola a papilla
de maz. S, a papilla de maz y a
detergente en polvo, igual que
Mama Elo. Y la tela de su vestido
roz el brazo desnudo de Ruth
producindole el mismo cosquilleo
que el vestido de Mama Isa cuando
esta la atraa hacia ella para
saludarla.
Eh! exclam en voz baja.
Me est aplastando usted. Apenas
tengo aire para respirar.
Pero la mujer no se movi. Ruth
percibi cmo se le estaba mojando
la mano, y al retirarla de debajo del
cuerpo de la mujer y alzrsela ante
los ojos, la vio roja de sangre. Ruth
profiri un grito de terror.
Socorro! No os quedis ah
parados! Ayudadme! Esta mujer se
est desangrando.
De pronto se agacharon muchas
personas por todos los lados hacia
donde estaba Ruth. Dos jvenes
intentaron poner en pie a la mujer
anciana para que Ruth pudiera
deslizarse por debajo y levantarse.
El ms alto de los dos sacudi la
cabeza con gesto de lstima,
mientras que el ms bajito acomod
la cabeza de la negra en el regazo
de Ruth. Incapaz de moverse, Ruth
se qued sentada con aquella mujer
moribunda en sus brazos, en medio
de la multitud atronadora.
Alrededor de ella gritaban y
vociferaban muchas personas;
pataleaban y corran, lloraban y
lanzaban objetos. Solo Ruth pareca
ser intangible, intocable, una isla
pacfica en mitad de una sangrienta
guerra.
Ruth meci despacito a la
moribunda y tarare una cancin
que Mama Elo le haba cantado a
ella cuando era nia. Se haba
desvanecido la rabia de Ruth hacia
el banquero. Solo tena ojos para la
mujer que estaba en sus brazos,
rezaba por ella, lloraba. La granja,
las preocupaciones por su propio
futuro, todo eso haba dejado de
contar a la vista de esa mujer que
pugnaba ahora con la muerte.
Margaret.
La mujer dirigi sus grandes ojos
oscuros hacia el rostro de Ruth y
persever en su mirada, buscando
en l. Y encontr algo, pues de
repente esboz una sonrisa. Ruth se
inclin sobre ella todo lo que pudo
para escuchar sus ltimas palabras.
Margaret volvi a susurrar
la mujer negra. Margaret Salden.
Siempre supe que eras una mujer
buena.
Entonces cerr los ojos, suspir
una vez ms y se volvi tan pesada
en los brazos de Ruth, que esta no
pudo sostenerla mucho ms tiempo.
Ruth mir a su alrededor buscando
ayuda. No poda dejarla ah tirada
en esa calle sucia, ni siquiera
ahora!
Eh! exclam en voz baja,
pero con la suficiente fuerza como
para que la oyeran quienes la
rodeaban.
Una mujer se dio la vuelta, la
mir, se apercibi de la muerta y
profiri un grito.
Davida!
Se separ del hombre que tena a
su lado y seal con el dedo a la
difunta.
Davida!
El hombre exclam tambin el
nombre de la muerta, luego agarr a
su vecino del cuello de la camisa
hasta que este vio tambin a la
muerta y comenz asimismo a
gritar.
La anciana se arrodill al lado de
Ruth y apoy la cabeza de la difunta
en su pecho. La meci y se ech a
llorar tan desgarradoramente que
todo el mundo se qued parado.
Ruth segua sentada en el suelo,
como aturdida. Vea lo que suceda
a su alrededor. Oa el ruido, el
gritero, los llantos y los disparos,
pero nada de todo eso penetraba en
su conciencia. Ahora estaba
pensando de nuevo que Claassen le
haba denegado la prrroga del
crdito y que eso significaba
tambin su fin. Era como si la
muerte se hubiera posado tambin
sobre Ruth con el ltimo aliento de
la negra. 15.000 libras. Era ese el
precio de una vida humana? De la
felicidad? O se trataba nicamente
del precio de una nica noche?
Ruth se detest a s misma por
albergar esos pensamientos. Cmo
era capaz de pensar en su propia
desgracia teniendo a la vista a
aquella difunta? Ya haba visto
morir a animales, pero no fue hasta
presenciar la muerte de esa mujer
cuando vio con toda claridad lo
frgil que era una persona, lo frgil
que era su existencia. Bastaba tan
poco para destruir una vida. Y
haba que hacer tanto para construir
algo. La madre de la difunta,
durante cuntos aos tuvo que
cuidar a su hija? Cunto amor le
haba obsequiado? Y haba bastado
una nica bala, una bala diminuta
para apagar en cuestin de
segundos lo que otros haban
ayudado a crecer durante aos.
Ruth no saba si lloraba por la
muerta o por ella misma. En su vida
se haba sentido tan sola, tan
abandonada, tan hurfana de padre
y de madre.
Levntese, seorita le dijo
de pronto un hombre que estaba de
pie a su lado, un hombre negro con
unas gafas gruesas que la estaba
mirando. Levntese, seorita
repiti. No puede quedarse aqu.
Ah estn los policas dijo,
tendindole una mano.
Ruth dej que l la alzara, dio
unos traspis y estuvo a punto de
derrumbarse en su pecho. l la
sostuvo hasta que ella sinti que
recuperaba las fuerzas en las
piernas y poda sostenerse sola.
Qu est haciendo usted en
esta manifestacin?
pregunt l en un tono de
sorpresa. Ningn blanco se une a
nuestras marchas. A lo sumo lo
hacen nicamente las buenas
personas de los servicios sociales,
pero usted no tiene pinta de ser una
de ellas. As que dgame, qu hace
aqu?
Ruth se sinti atacada de pronto y
reaccion con despecho.
Por qu no? Est prohibido
acaso? pregunt con voz
temblorosa. Ustedes mismos me
invitaron a participar.
No, no est prohibido dijo el
hombre negando a su vez con la
cabeza. Apenas existen
prohibiciones para los blancos,
pero debemos ser desconfiados.
Pertenece usted quizs al servicio
de seguridad sudafricano? Est
usted aqu para detectar a
comunistas en nuestras filas?
Mir a Ruth con una intensidad tal
que esta se sinti como si l fuera
un maestro y ella su escolar
dscola.
Sulteme! exclam Ruth,
pero entonces no pudo menos que
echarse a rer.
Qu es lo que le hace gracia?
pregunt el negro con un tono
serio en la voz.
Me hace gracia que me tome
usted por alguien del servicio
secreto. Una cazacomunistas!
Tengo pinta de andar ocupada en
echarle el guante al mayor nmero
de comunistas posible? Me habra
sentado entonces en la suciedad de
la calle y habra mecido entre mis
brazos a esa mujer negra?
Sin que Ruth se apercibiera, su
voz fue aumentando en intensidad, y
se fue volviendo cada vez ms
colrica. Es que hoy le tocaba
acaso estar en todas partes en el
lugar equivocado?
l la apart un poco de s y la
contempl con atencin.
No dijo l entonces con un
tono decidido. Tiene aspecto de
alguien que no tiene mucho
conocimiento de las cosas que estn
sucediendo en nuestro pas.
Detrs de ellos se alz de nuevo
un grito entre la gente. Ruth se dio
la vuelta. Algunos negros
levantaron a la muerta del suelo y
se la llevaron de all entre
lamentos. Ruth les sigui con la
mirada. Sin saber por qu, se senta
unida a esa mujer, casi como si
fuera una pariente prxima.
Qu va a pasar con ella?
Adnde se la llevan?
Por qu quiere saberlo?
Ella ha muerto en mis brazos.
Sus ltimas palabras... Ruth se
interrumpi para tragar saliva para
hacer frente a las lgrimas que
asomaban a sus ojos.
Se senta usted cercana a ella?
pregunt el negro.
Ruth asinti con la cabeza.
He sido la ltima persona a la
que ha visto, con la que ha hablado.
La llevan a su casa. All la
expondrn en un velatorio para que
los amigos y parientes puedan
despedirse de ella. Y a
continuacin la enterrarn.
Ella... ella... tartamude Ruth
que segua pugnando con las
lgrimas. Ella pronunci el
nombre de mi abuela.
El negro asinti con la cabeza de
un modo que indicaba a Ruth con
claridad que no se haba credo sus
palabras. Le pas brevemente un
brazo por los hombros y la mir
con gesto irresuelto. Luego profiri
un suspiro.
Si lo desea, puede venir
conmigo. Voy a ir a casa de Davida
para despedirme de ella. Quiz la
alivie a usted volver a verla, pero
luego debera volver a su casa.
Ruth asinti con la cabeza. No se
haba dado cuenta de que la
multitud se haba disuelto alrededor
suyo. Entretanto se escucharon las
estrepitosas sirenas de las
ambulancias acercndose al lugar.
Se detuvieron a pocos metros de
distancia de Ruth y del negro. De
los coches salt el personal
sanitario dando rdenes concisas.
Los policas daban la impresin de
estar confusos. Iban lentamente de
un lado a otro, montados en sus
caballos, con las armas ocultas
vergonzosamente a sus espaldas.
Aqu y all haba negros
arrodillados en el suelo, rezando,
maldiciendo, llorando.
Hay varios muertos ms
constat Ruth.
Once en total, hasta el
momento. La polica ha disparado a
ciegas contra la multitud.
Ruth mir al negro a la cara por
primera vez. Su voz sonaba a un
inmenso desamparo. Mir en el
interior de unos ojos de color
castao oscuro, agazapados por
detrs de unas gafas de cristal muy
grueso, vio un rostro ovalado, con
una nariz chata y unos labios
generosos. Por un instante le vino a
la memoria Daisy, una oveja que
ella haba criado con un bibern y
cuyos labios se haban cerrado
muchas veces en torno a su dedo
meique para chuparlo. Ruth estuvo
a punto de echarse a rer por la
comparacin, pero entonces se fij
en la sangre que haba en el suelo y
la risa se le qued ahogada en la
garganta.
A pesar de que aquel hombre
pareca ser un nativo del lugar, Ruth
pudo observar algunos pelos en su
barbilla. Era alto, sobrepasaba a
Ruth en una cabeza, y era tan
delgado que bien poda decirse de
l que era un hombre enjuto. Tena
los brazos colgando junto al cuerpo,
como si no fueran suyos.
Lo siento mucho dijo Ruth en
voz baja.
Usted no tiene la culpa
repuso el hombre. Y aadi acto
seguido: Si usted quiere, puede
venir conmigo.
l le fue abriendo camino por
entre la multitud, dio alguna que
otra palmadita en los hombros de
otras personas, pronunci algunas
palabras de consuelo a otras. Ruth
estaba un poco sorprendida an de
que los manifestantes no hubieran
salido en estampida producida por
el pnico cuando los policas
comenzaron a disparar sobre ellos.
Fue todo lo contrario, pareci que
les hubiera afectado una parlisis
colectiva que segua produciendo
su efecto en ellos. Ruth segua al
hombre en silencio. Estaba
agradecida de que hubiera alguien
all que la aceptara, que le dijera lo
que deba hacer, que la llevara de
la mano. Por un instante se pregunt
por qu no se haba montado en el
tren a Gobabis como deba haber
hecho haca mucho rato ya. Pero
cmo iba a aparecer ahora ante los
ojos de Mama Elo y de Mama Isa?
Qu poda decirles? Que haban
perdido definitivamente la granja y
que en la capital estaban
disparando a los negros? No, no
poda regresar a Saldens Hill hasta
haber encontrado una solucin para
la granja.
Y an otra cosa ms la retena all
en Windhoek: el nombre de su
abuela, Margaret Salden. Ruth saba
que la fundacin de la granja se
remontaba a la poca de sus
abuelos. Wolf, el marido de
Margaret, haba nacido en
Alemania, pero sus padres
emigraron en 1885, con el pequeo
de ocho aos, a frica del
Sudoeste, donde el 30 de abril se
fund la Compaa Colonial
Alemana para frica del Sudoeste.
Esta compaa arrendaba y venda
tierras que no eran de su propiedad,
sino que eran de los herero, de los
ovambo, de los kavango, de los
damara, de los nama. Los naturales
de esas tierras no pudieron
impedirlo y mucho ms rpidamente
de lo que pensaban, haban pasado
de ser los dueos de frica del
Sudoeste a esclavos de los blancos.
Margaret, la abuela de Ruth,
naci en frica del Sudoeste, en la
granja de sus padres, en el ao
1883. Cuando se cas con Wolf,
que era seis aos mayor que ella,
no haba cumplido todava los
dieciocho. Los dos fundaron
Saldens Hill, y al nacer Rose en
1903 formaron una familia de
verdad.
Rose no le haba querido dar ms
detalles. Cuando Ruth le preguntaba
sobre lo que haba sucedido en
aquel entonces, solo obtena la
callada por respuesta. Olvdate de
las viejas historias se limitaba a
decir Rose. Lo que pas, ya
pas, hay que dejarlo en paz. El
dolor no se mitiga si se anda
hurgando a menudo en la herida.
Al igual que Rose, tampoco
Mama Elo ni Mama Isa hablaban
mucho sobre la poca anterior al
nacimiento de Ruth. As que ella
saba nicamente que las dos
mujeres negras, que vivan desde
tiempos inmemoriales en Saldens
Hill, haban criado a su madre.
Todo el mundo guardaba secreto al
respecto, nadie le deca por qu
Margaret Salden no haba criado
ella misma a su hija. Qu tipo de
persona haba sido Margaret
Salden? Era evidente que la mujer
que haba muerto en los brazos de
Ruth la haba conocido. Pero
dnde viva? Segua Margaret
Salden con vida? Qu haba sido
de ella? Y por qu nadie hablaba
de ella en la granja? Por qu no
haba fotos ni otros recuerdos a la
vista?
Los pensamientos se
arremolinaban en la cabeza de Ruth.
De pronto se sinti tan cansada
como si hubiera estado esquilando
ovejas todo el da.
No tan rpido, por favor
rog ella.
El negro se detuvo y la midi de
arriba abajo con una mirada de
preocupacin.
No me he presentado. Me
llamo Horatio.
Ruth le tendi la mano.
Ruth Salden. Soy granjera, all,
cerca de Gobabis, de la granja
Saldens Hill.
De ovejas caracul, no es
cierto?
Ruth asinti con la cabeza, y
Horatio deform la cara con gesto
de rechazo.
Qu no le gusta a usted de las
ovejas caracul? pregunt ella.
El motivo por el que las cran.
Durante un rato caminaron uno
detrs del otro, en silencio.
Tampoco a m me divierte matar
corderos recin nacidos pens
Ruth con indignacin. Pero
cmo voy a ganarme si no la vida?
Namibia est formada
principalmente por desiertos. Las
ovejas caracul son lo nico con lo
que los granjeros pueden sobrevivir
en este entorno.
Y usted? A qu se dedica
usted? pregunt Ruth entonces.
Trabaja usted en algn lugar?
Horatio se detuvo, se quit las
gafas y se las limpi con el extremo
de la camisa.
Soy historiador. Me han
encargado que investigue la historia
de mi pueblo.
A qu pueblo pertenece usted?
Horatio se irgui y dio la
impresin as de ser ms alto y
delgado de lo que ya era. Sus ojos
despidieron un destello de orgullo.
Soy un nama.
En la mirada de Horatio vio Ruth
que ella deba demostrar de alguna
manera la impresin que le haca
esa declaracin, as que enarc las
cejas en seal de reconocimiento.
Sinti un poco de vergenza porque
si bien saba que en Namibia haba
una gran variedad de tribus, nunca
se haba interesado hasta entonces
por las cosas que tenan en comn,
por sus orgenes y por las
diferencias entre esos diferentes
grupos humanos. A Ruth no le eran
indiferentes sus trabajadores para
nada, pero tuvo que confesarse a s
misma por fuerza que en realidad
saba muy poquitas cosas de las
personas con las que estaba en
contacto directo todos los das.
Falta mucho todava?
pregunt ella, sealando con el
dedo a sus pies. Me estn
doliendo mucho los pies.
Qu? Cansada ya? Yo
pensaba que los granjeros eran
gente con mucho aguante para
caminar.
Se cree usted acaso que
vamos caminando por nuestros
prados? Y con zapatos como
estos? Vamos, hombre. Para qu
estn entonces los caballos, los
todoterrenos y las motos?
Horatio rio.
Todava nos queda aguantar
media milla, pero enseguida
estaremos all.
No poda pasarse por alto que
estaban dejando atrs poco a poco
las zonas residenciales de los
blancos. Las calles se llenaron de
baches, las casas tenan un aspecto
ms pobre, y cuanto ms se fueron
adentrando en el barrio negro, tanto
ms miserable se volva todo
alrededor de ellos. En muchas
casas haba estacas clavadas en las
aberturas de las ventanas sin
cristales; no haba tiendas de joyas
ni de prendas de vestir de moda,
sino tiendas sencillas de alimentos
como judas, lentejas y calabazas.
Delante de las casas
semiderruidas haba mujeres y
hombres mayores sentados en sillas
muy desgastadas de plstico,
observando lo que ocurra en la
calle. Algunos perros esquelticos
buscaban restos de comida en la
acequia de los desages; en las
esquinas de las calles haba grupos
de jvenes negros con una
expresin de rabia en los rostros,
sujetando con una mano un pitillo y
con la otra una botella de cerveza.
Ms all, Ruth pudo divisar las
chabolas, unas moradas que ya no
podan denominarse casas ni con la
mejor de las intenciones. Eran
pequeas y estaban ladeadas,
construidas exclusivamente con
hojalata cortada y laminada
procedente de bidones. Aqu no
haba ni agua corriente ni
electricidad.
Ruth sinti escalofros a pesar del
calorazo imponente. No estaba
acostumbrada a tamaa suciedad y
miseria, y se fue encontrando cada
vez peor. Pareca que Horatio se
daba cuenta del estado de nimo de
ella y sin detenerse ninguna vez ms
la condujo por el entramado de las
calles y dobl finalmente por un
callejn lateral, muy estrecho, con
las paredes de barro. Los charcos
de la lluvia de la noche anterior
llegaban ahora todava hasta los
tobillos, las paredes de las casas
frente a los huertos pelados seguan
hmedas a pesar del sol. Flotaba un
vapor fino por encima del callejn.
Horatio se detuvo frente a una
construccin baja de piedra.
Es aqu.
Ruth mir a su alrededor. La casa
no era menos antigua que las dems,
pero estaba bien revocada y muy
cuidada. En el huerto de delante de
la casa floreca un arbusto de
adelfas, las ventanas abiertas de par
en par tenan los cristales limpios y
por detrs de ellos ondeaban unas
cortinas de colores. En la terraza
haba algunas sillas de mimbre
cubiertas con cojines de fabricacin
casera.
Por qu me causa esta casa
una impresin mucho ms agradable
que las otras casas vecinas?
pregunt Ruth.
Horatio se encogi de hombros.
No resulta nada sencillo
mantener los buenos hbitos y la
cultura cuando se es pobre y no se
tienen derechos. De la misma
manera que a los blancos se les ha
inculcado que son mejores y se lo
creen, as los negros creen que no
valen para nada, ni siquiera para
poner flores en los porches de las
casas.
Era diferente la mujer difunta?
Cmo se llamaba en verdad? Qu
tipo de persona era? Cunteme un
poco sobre ella!
Horatio volvi a encogerse de
hombros.
No s mucho. Se llamaba
Davida Oshoha. Unos blancos
mataron a su marido hace tres aos
en unos disturbios. Antes era igual
que sus vecinos, pero se transform
desde la muerte de su marido. De
pronto se volvi ms orgullosa,
como si la muerte, la absurda
muerte de su marido, le hubiera
devuelto la dignidad como
persona...
Ella debi conocer a mi abuela
en algn momento.
Uno tiene la tendencia a creer
que oye cosas que le habra gustado
or dijo Horatio, asintiendo con
la cabeza. Precisamente en las
ltimas palabras de los moribundos
se suele querer interpretar los
enigmas propios, como si una
persona en el momento de su muerte
abarcara todo el conocimiento
posible y dispusiera tan solo del
tiempo en que se pestaea una vez
para transmitir ese conocimiento a
los vivos.
Puede que usted crea eso que
dice. Yo, no. S lo que o. O el
nombre de mi abuela.
Ruth era consciente de que su voz
desprenda un tono obstinado, y es
que simplemente no estaba
acostumbrada a que alguien dudara
de sus palabras. En Saldens Hill se
hacan las cosas que ella ordenaba,
y sin rplica. Tan solo Santo sola
expresar de tanto en tanto sus
dudas, y eso nunca sin un buen
motivo.
Ruth sigui a Horatio al interior
de la casa y reconoci enseguida
algunos rostros de la manifestacin.
Haba algunas mujeres sentadas en
torno a la difunta, llorando. Otras
ofrecan rpidamente refrescos y
pastelitos de higo a los invitados
que iban llegando. Ruth se sent en
un banco que estaba debajo de la
ventana y se puso a observar a la
difunta y a los dems invitados del
velatorio. Dentro de ella no
perciba ms que vaco, una masa
gris e inerte que la llenaba por
completo. De tanto en tanto alguien
se pona a entonar un canto triste o
algn hombre retiraba con cuidado
a una mujer que se haba puesto a
llorar compulsivamente.
Ruth se qued mucho rato sentada
simplemente all, contemplando la
paz triste de aquella casa, la
compasin silenciosa, el dolor
compartido. Ya estaba
oscureciendo cuando Horatio la
toc con suavidad en el hombro.
Quiere que la lleve de vuelta a
la ciudad? No es bueno para una
mujer blanca andar sola por estos
barrios. Seguramente tendr
reservada una habitacin en un
hotel cercano a la estacin,
verdad?
Ruth neg con la cabeza.
Hace rato que me gustara
haber regresado a mi casa, a
Saldens Hill dijo ella. No he
reservado ninguna habitacin aqu.
Y aadi en voz muy baja: Ni
tampoco tengo dinero para un hotel.
Venga conmigo insisti el
negro a pesar de todo. Los
familiares y allegados quieren estar
a solas en estos momentos.
Ruth iba dando tumbos en silencio
al lado de Horatio, atravesando el
barrio de los negros.
Adnde quiere ir? pregunt
el historiador.
Ruth alz los hombros.
No lo s. Tengo que reflexionar
sobre lo que he vivido hoy aqu. Y
tengo que averiguar de dnde
conoca Davida a mi abuela, todo
lo que saba sobre ella.
Ruth suspir. La granja estaba en
juego, haba que tomar importantes
decisiones y, sin embargo, no poda
hacer otra cosa que pensar en la
historia de la mujer negra difunta,
en lo que haba dicho sobre su
abuela. Pero, de algn modo, tena
la sensacin de que todos los dems
problemas se desvaneceran si
lograba resolver ese enigma.
Ir toda la familia maana al
entierro? pregunt a Horatio.
Este neg con la cabeza.
Sus padres no viven ya. Sus
hermanos y hermanas son mayores,
tampoco podran asistir, ni tampoco
los dos hijos varones, porque
trabajan en la zona prohibida de
extraccin de diamantes cercana a
Lderitz y no recibirn a tiempo el
permiso para abandonar esa zona.
Davida ser enterrada en
Windhoek, la SWAPO se har
cargo de los gastos. Y este fin de
semana habr una fiesta de
despedida en la aldea natal de
Davida.
La SWAPO? Qu es?
Horatio sacudi la cabeza.
Pero qu sabe del mundo?
Dnde vive usted? Es que no hay
peridicos ni radio en su granja?
Lo que hay es trabajo, sobre
todo trabajo repuso Ruth con
rudeza. En nuestras tierras nadie
tiene tiempo para cosas ociosas.
El negro se detuvo.
Disculpe usted, no pretenda
enervarla. La sigla SWAPO
significa South-West Africa
Peoples Organisation. Se ocupa de
la defensa de los derechos de los
negros. Esta organizacin sigue
actuando en la clandestinidad, pero
pronto adquirir carcter oficial y
podr ocuparse de las necesidades
y de las aspiraciones de los negros
de toda frica. Su objetivo es
unificar a todos los pueblos
indgenas de frica, alcanzar un
Estado justo con los mismos
derechos para todos. La SWAPO
trabaja con esa finalidad.
Y usted pertenece a esa
organizacin?
El historiador sonri.
Por el momento trabajo para el
Estado. De ah que no pueda
permitirme apenas ser miembro de
una organizacin como la SWAPO
que est siendo perseguida y
combatida por la polica secreta
sudafricana.
Entretanto haban llegado de
nuevo al centro de la ciudad.
Bien, y qu hacemos ahora
con usted? pregunt Horatio.
Ruth mir a su alrededor sin
saber qu decisin tomar.
Si usted quiere, puede venir
conmigo dijo Horatio. Puede
dormir esta noche en la residencia
de estudiantes. Conozco a alguien
all que me debe un favor. Y
maana, si tambin lo desea usted,
podemos encontrarnos a las ocho
para desayunar.
Y usted? Dnde dormir?
Tambin en la residencia de
estudiantes?
Horatio sonri con el gesto
torcido.
Yo soy negro, se ha olvidado
usted ya de eso? Yo ir all de
donde procedo, al barrio de los
negros.
Ruth durmi mal esa noche. Los
ruidos de la ciudad no cesaron
apenas a esas horas, de modo que
Ruth no pudo encontrar la calma.
Por todas partes se oan ruidos y
zumbidos de motores; en lugar de
los postreros gorjeos del da de los
pjaros oa las sirenas de la polica
y de las ambulancias; en lugar de
los crujidos familiares de la madera
de su casa, oa el gritero de los
borrachos.
Haba vivido muchas cosas en ese
da, tanto como en todo un ao en la
granja. No le haban prorrogado el
crdito, una mujer haba muerto en
sus brazos. Y luego estaba, adems,
el nombre de su abuela...
Ruth se puso a pensar
intensamente en todo lo que saba
de su familia. No era mucho, la
verdad. Saba que los padres de
Rose la haban abandonado en la
granja. Y saba que por aquel
entonces Mama Elo viva con su
marido Gabriel, un trabajador de la
granja, en una de las cabaas de
aborgenes existentes en los
terrenos de Saldens Hill. Al no
haber dado a luz a ninguna criatura
transcurridos dos aos, Gabriel
tom a una segunda mujer que viva
en una cabaa de al lado. La
segunda mujer se llamaba Eloisa
igual que Mama Elo, y para
evitar confusiones, Gabriel pronto
empez a llamar Elo a la una e Isa a
la otra.
Entonces sucedi algo en la
granja. Ruth nunca supo qu fue
exactamente, pero deba guardar
alguna relacin con la gran rebelin
de los herero del ao 1904. Se
trataba de un secreto de familia del
que no hablaba nadie. Lo nico
cierto era que su abuela haba
abandonado la granja y haba
encomendado a Mama Elo la
custodia de su hija Rose. Mama Elo
se hizo cargo de la pequea blanca
y la crio con todo su cario, y
posteriormente Mama Isa, quien
tampoco pudo dar a luz a ninguna
criatura, particip tambin en la
educacin de Rose. Las dos
mujeres negras se ocuparon de que
la chica pudiera vivir conforme a
las tradiciones de los blancos, y
llegaron incluso a decorar el rbol
todas las Navidades. En lugar de
estrellitas y de bolas de cristal con
nieve, en Saldens Hill colgaban
del arbolito higos secos pintados y
pequeas calabazas pintadas, as
como muequitos cosidos por ellas,
y el arbolito tampoco proceda de
un bosque de conferas sino que
despeda el aroma de eucaliptos,
pero dejando esos pequeos
detalles a un lado, Mama Elo y
Mama Isa se preocuparon de educar
a la nia como corresponda a una
chica blanca, es decir, la educaron
como a una princesa blanca.
Cuando muri Gabriel, las dos
mujeres se mudaron a vivir juntas a
un ala lateral de la casa seorial
para estar noche y da cerca de
Rose. Posteriormente llevaron a la
pequea a una escuela para blancos
en Gobabis, y ms tarde a la
escuela de economa domstica,
igual que hacan los otros granjeros
blancos con sus hijas. Y para poder
llevar a la chica a la escuela de
baile de la ciudad, las dos mujeres
negras llegaron incluso a aprender a
conducir. Fuera lo que fuese lo que
reciban las hijas de los granjeros
blancos del vecindario, Mama Elo
y Mama Isa se ocupaban de que la
princesa Rose tuviera esas mismas
posibilidades. Llevaron cada
domingo a la chica incluso a la
iglesia, el lugar en el que el cura
blanco anunciaba desde su plpito
que los negros eran ms animales
que personas.
Todo eso era lo que saba Ruth
por los relatos de las dos mujeres
negras. Pero dnde estaba su
abuela? Por qu no hablaba nadie
de ella y de su marido? Qu
trataban de ocultarle con su
silencio?
Cuando comenzaba a rayar el alba
y se pusieron a cantar los primeros
pjaros (con un gorjeo, por cierto,
muy distinto al de la granja pues era
flojo y plido y estaba
continuamente perturbado por el
ruido de los automviles), Ruth
salt de la cama. Ya estaba bastante
cansada de dar vueltas como una
croqueta, quera meterse
rpidamente en la ducha y bajar a
desayunar, pero enseguida se dio
cuenta de que en la casa reinaba un
silencio absoluto. Al parecer
dorma todo el mundo todava.
No debera hacer mucho ruido
pens. Esto no es el campo,
pero de todos modos dispongo de
un poco de tiempo. As que se
enjuag un poco la boca en el
lavamanos junto a la pared, y se
roci el rostro con agua. A
continuacin se visti, se sujet el
pelo y sali de la residencia
dispuesta a dar un paseo.
Casi estuvo a punto de llegar
tarde al desayuno. Horatio estaba
sentado en el comedor y
tamborileaba con sus dedos en el
vaso del caf. Ruth se fue a por
algunas tostadas, pregunt en vano
por la papilla de maz, se unt
mantequilla y una mermelada
acuosa de naranja en las finas
rebanadas de pan y con cada
bocado que daba le fue entrando
cada vez ms hambre.
Termin antes que Horatio, que
haba empezado a comer con
anterioridad. Al mirarla l con una
sonrisa, Ruth interpret que se
estaba riendo de ella.
Vamos, diga lo que est
pensando. No se corte, vamos.
Que estoy pensando el qu?
pregunt Horatio con una mirada
inquisitiva.
Pues que estoy bastante gorda y
que no es de extraar con lo mucho
que como y a la velocidad con que
lo hago.
l se ech a rer.
Se cree usted de verdad que
yo pueda pensar eso? Pues no, de
ninguna manera! Se equivoca
usted! Estaba pensando justamente
que la rebelin de los herero y de
los nama de hace unos cincuenta
aos aproximadamente tuvo lugar
en la misma regin en la que vive
usted dijo l mirando a Ruth a
travs de los cristales gruesos de
sus gafas con tal concentracin, que
ella no pudo menos que creer cada
una de sus palabras; de todas
formas no saba si deba sentirse
contenta u ofendida con esas
declaraciones.
Humm dijo ella, agarrando
de nuevo la taza de caf.
Deberamos ir yndonos ya si
queremos llegar a tiempo al
entierro.
Qu espera usted encontrarse
en la ceremonia? Enterrarn a
Davida siguiendo el rito cristiano.
No va a suceder nada que usted no
haya vivido en una situacin
similar.
Ruth asinti con la cabeza.
Puede que sea como usted dice,
pero quiero rendir un ltimo
homenaje a la mujer que muri en
mis brazos. Y quiero enterarme de
ms cosas sobre mi abuela.
Horatio suspir, puso los platos,
vasos y cubiertos en una bandeja y
la llev a la cocina.
Poco despus caminaban de
nuevo a buen paso a travs del
barrio de los negros. Cuando
llegaron a la casa de Davida ya
haba congregada all una multitud
de gente. Al poco tiempo salieron
de la casa seis hombres negros
portando sobre los hombros un
sencillo atad de madera.
La comitiva fnebre se form
entre los cnticos de algunas
mujeres que seguan al fretro. Un
hombre iba dando golpes de
tambor. Al paso de la comitiva por
la calle sin pavimentar se iban
abriendo las puertas de las casas y
los vecinos iban saliendo a la calle.
Algunos tiraban alguna que otra flor
sobre el atad de Davida. Los
hombres, incluso los ms jvenes,
se quitaban las gorras, las mujeres
se santiguaban o seguan
simplemente el fretro con la
mirada hasta que desapareca por la
siguiente esquina.
Un cura de la misin evanglica
pronunci un discurso sobre los
caminos insondables de Dios y dijo
que a todos nos llegaba el momento
de abandonar la Tierra para
dirigirnos a la eternidad y que
entonces se hara justicia ante el
trono de Dios para juzgar las
acciones buenas y malas de los
seres humanos, y tambin para
condenar su soberbia.
Qu ha querido decir con eso?
pregunt Ruth, a quien le
parecieron extremadamente
inapropiadas las ltimas palabras
del cura.
Oh, quiz pretende decir que
esa mujer se tom muchas
libertades a pesar de ser negra.
Enseguida comenzar a hablar
tambin de humildad respondi
Horatio, en quien, a pesar de la fina
sonrisa en los labios, se asomaba
una expresin de amargura y de
rabia en la voz.
Ruth frunci la frente. Horatio
haca como si hubiera asistido ya a
innumerables entierros, pero deba
de ser as, en efecto, porque el cura
comenz a hablar entonces de
humildad, de servidumbre y de que
Dios tiene asignado a cada persona
un sitio, y nadie tiene derecho a
abandonar ese lugar.
Y dnde est mi sitio? se
pregunt Ruth. Hasta ahora, yo
estaba segura de que era en
Saldens Hill. Y ahora? Cul es
mi lugar en realidad? Una vez que
el atad qued depositado en la
tierra y que el grupo de la comitiva
fnebre se fue disolviendo poco a
poco, Ruth apart a Horatio a un
lado.
Quin de los aqu presentes
podra saber algo sobre mi abuela?
Horatio se encogi de hombros,
pero luego seal con el dedo a un
anciano.
l, quizs. Es viejo, ha visto
muchas cosas. Si hay alguien que
sepa algo, tiene que ser l sin duda.
Vale, entonces le preguntar a
l dijo Ruth, y se dirigi al
anciano. Disculpe usted se
dirigi a l en afrikans. Me
permite una pregunta, por favor?
Conoca usted bien a Davida?
Desde que era una nia
confirm el hombre.
Y a Margaret Salden? Le
resulta conocido ese nombre
tambin?
Si el hombre se haba dirigido a
Ruth hasta el momento con toda
amabilidad, ahora se ech para
atrs, como si Ruth hubiera mentado
al demonio. Sus ojos centellearon.
No, seorita repuso en ingls
. No haba odo nunca ese
nombre.
Si usted conoce a Davida
desde su infancia, entonces debe de
ser de la parte central de la regin
del sudoeste y tiene que haber odo
hablar por fuerza de mis abuelos
dijo Ruth con insistencia.
El hombre agit la cabeza
enrgicamente y dio dos pasos
atrs. Por su semblante se deduca
que estaba sintiendo pnico.
No he odo nada,
absolutamente nada! Ni tampoco he
visto nada, nada de nada, ni he
visto, ni he odo decir nunca nada!
Ruth agach la cabeza.
Por qu nadie quiere decirme
lo que sabe? se pregunt ella en
voz baja, ms para s misma que
para el anciano. Cmo puede
vivir una persona sin pasado?
Entonces el hombre se peg a
ella.
No todo el pasado es digno de
ser conocido dijo con toda calma
. Se ha derramado demasiada
sangre. La abuela de usted era una
buena mujer. Eso, al menos, era lo
que pensaba Davida. As lo crea
en 1904, y nunca perdi esa
creencia.
El anciano se gir al pronunciar
estas palabras y desapareci entre
la gente.
Ruth dirigi una mirada de
desconcierto a Horatio.
Qu ocurri en 1904?
pregunt ella. Qu sucedi en
aquel tiempo?
La rebelin de los nama y de
los herero, pero eso ya lo sabe
usted. No puedo imaginarme que
sus abuelos puedan tener algo que
ver con ella. Vyase a casa, Ruth.
Olvdese de esta historia. Siga
criando sus ovejas y sea feliz.
De repente, Ruth rompi a llorar.
Pareca como si le estuviera
cayendo encima un chaparrn de la
poca de lluvias. No poda
acordarse de la ltima vez que
haba llorado as de
desconsoladamente, pero ahora
lloraba a lgrima viva, los hombros
le temblaban, y sus prpados
comenzaban a hincharse.
Horatio estaba a su lado sin saber
qu hacer; le daba palmaditas
torpes en los hombros.
Venga conmigo, la llevar a la
estacin. Lo que usted necesita
ahora es mucha tranquilidad.
No necesito ninguna
tranquilidad. Tengo que saber lo
que sucedi dijo Ruth, mirndole
a la cara con una mirada en la que
se reflejaba toda su desesperacin
. Usted es historiador, usted debe
saber cmo se averiguan estas
cosas del pasado. Aydeme, se lo
ruego.
Horatio suspir, se gir hacia
ella.
No s cmo ayudarla. Mi
especialidad es la historia de los
nama; de la vida de los blancos en
frica del Sudoeste no tengo ni
idea.
Por favor! Probablemente
acabar perdiendo la granja, pero
antes de que eso suceda, me
gustara saberlo todo, entiende
usted? La granja es mi vida. Es mi
pasado, y hasta ayer mismo estaba
convencida de que era tambin mi
futuro.
El segundo suspiro de Horatio fue
ms hondo que el primero.
El peridico AZ, el Allgemeine
Zeitung, que se publica en lengua
alemana... En mis investigaciones
sobre el levantamiento de los
herero me top en los archivos de
ese peridico con algunos artculos
interesantes que tenan que ver con
los alemanes del frica del
Sudoeste. Sabe usted cundo
desaparecieron sus abuelos
exactamente?
Conozco el AZ se apresur a
decir Ruth. La mayora de los
granjeros alemanes lo leen, mi
madre tambin. Adnde tenemos
que ir pues? Ruth se interrumpi
para recomponerse durante unos
instantes y ordenar los
pensamientos que vagaban
aceleradamente por su cabeza.
Mis abuelos desaparecieron
despus del nacimiento de mi
madre dijo entonces con ms
tranquilidad. Eso debi de ser en
1903 o un ao despus.
Horatio sonri por el empeo que
le pona ella, pero levant los
brazos con un gesto de rechazo.
No eche las campanas al vuelo
tan pronto. El AZ no fue fundado
hasta el ao 1916 dijo Horatio,
mirndola a la cara y profiriendo un
suspiro. Puede decirme usted
por qu yo, por descontado, tengo
que ayudar a una blanca a investigar
la historia de su familia?
Ruth trat de esbozar una sonrisa
ladeando la cara.
Quiz porque es usted
historiador? Y porque los blancos
del frica del Sudoeste forman
tambin parte de la historia de
usted?
Probablemente. Quiz
repuso l, mirando a Ruth con una
mirada tan penetrante que a ella se
le pas inmediatamente por la
cabeza el desorden de su pelo sin
peinar y la blusa arrugada.
La redaccin y los archivos del
Allgemeine Zeitung se hallaban,
desde su fundacin, en el centro de
la capital, en la calle Stbel. En el
camino hacia all, Horatio cont a
Ruth, que se estaba debatiendo
entre la agitacin, el miedo y la
alegra esperanzada, que el
peridico se publicaba cinco veces
a la semana y que tena una tirada
de unos cinco mil ejemplares.
Puede que cada hogar blanco
de races alemanas en toda el
frica del Sudoeste extraiga del AZ
sus informaciones dijo l,
concluyendo sus declaraciones.
Ruth ya saba todo eso o lo haba
odo decir alguna vez al menos, y
por el momento le daba lo mismo la
historia de ese peridico. Cuando
haba tenido a mano el AZ en
Saldens Hill, lo haba hojeado en
ocasiones, pero nunca le haban
despertado la curiosidad los
numerosos anuncios de
conmemoraciones familiares, ni
tampoco las informaciones que
haba en sus pginas sobre
Alemania. Qu le importaba a ella
ese pas en Europa? Tena alguna
importancia para ella quin era en
esos momentos el canciller federal
y qu decisiones tomaba? No.
Ella se puso a contemplar a
Horatio desde un lado, observ
cmo daban grandes zancadas sus
pies al tiempo que sus brazos se
movan al comps. Se mantena muy
tieso, solo la cabeza la tena un
poco inclinada hacia delante, como
si as pudiera olisquear los peligros
posibles. No era cosa fcil
mantener el paso a su lado. Una vez
que pasaron junto a la luna de un
escaparate, Ruth se vio reflejada en
el cristal al lado de Horatio y
estuvo a punto de echarse a rer al
ver que un negro, delgado y
larguirucho, con el pelo como la
lana de las ovejas caracul, andaba a
toda prisa por la ciudad al lado de
una blanca bajita y regordeta, cuya
cabeza desgreada produca la
misma impresin que una acacia
zarandeada por la tormenta.
Si el vestbulo del banco de los
granjeros le haba causado una
impresin de ostentacin y de
espanto, al pisar ahora la redaccin
de l AZ se sinti en un ambiente
confortable. El suelo estaba
desgastado, y ola a caf recin
hecho. Algunas personas vestidas
con prendas desenvueltas corran
sin orden ni concierto por los
pasillos. Uno rea, otro echaba
pestes, un tercero mantena una
agitada conversacin al telfono.
Una chica joven se acerc a ellos.
Buenos das, en qu puedo
ayudarles?
Ruth trag saliva. Otra vez volva
a sentirse fuera de lugar. Otra vez
perciba con toda claridad que era
una persona del campo y que no
tena ni idea de la vida en la
ciudad. Contempl a la mujer
joven, que llevaba un vestido de
verano de lunares blancos y negros
y sujetaba su pelo con una cinta
blanca, y que era plenamente
consciente de su indumentaria
prctica, pero poco elegante. La
joven despeda una delicada
fragancia a violetas, tena los labios
ligeramente pintados, los ojos
reforzados con una lnea negra y las
uas pintadas con esmalte de color
rosa. Mientras Ruth volva a estar
empapada de sudor, aquella joven
pareca como recin salida del
bao.
Horatio le dirigi una sonrisa.
Nos gustara visitar de nuevo
los archivos dijo l.
Ah, claro, la ciencia!
Encontr lo que buscaba la ltima
vez que estuvo aqu usted?
Qu fcil le resultaba a aquella
joven hablarle a un hombre al que
apenas conoca! Ruth se sinti de
inmediato un poco ms
insignificante y fea que de
costumbre.
Horatio la arranc de sus
pensamientos tocndole suavemente
la mano.
Vamos, tenemos bastante
trabajo por delante.
Ruth le sigui a una sala en la que
haba varias mesas con lmparas y
en la que reinaba un silencio
absoluto. En los estantes que
rodeaban toda la sala se
encontraban los tomos
encuadernados del AZ clasificados
por aos.
Cmo vamos a proceder?
pregunt Ruth, tragando saliva.
Pas la vista a lo largo de los
estantes. Cmo iba a encontrar
entre aquellas inmensas cantidades
de papel alguna informacin sobre
sus abuelos? Con aire de
desamparo seal con una mano en
direccin a las estanteras.
Son tantos los peridicos...
En qu ao me dijo que naci
su madre? pregunt Horatio, que
pareca tan concentrado en Ruth
como un dentista con el taladro en
la mano.
En diciembre del ao 1903.
Humm, la rebelin de los nama
y de los herero fue en 1904. En ella
fallecieron numerosos granjeros
blancos. Este peridico no se fund
hasta el ao 1916. Me imagino que
e l AZ habr informado sobre el
levantamiento en los aniversarios
de la revuelta. Cmo les va a los
familiares de las vctimas quince o
veinte aos despus de la
rebelin?, etc. Usted ya sabe cmo
escriben en las gacetas.
Ruth asinti con la cabeza, aunque
en realidad no entenda nada de lo
que estaba hablando Horatio.
El joven historiador ya se hallaba
un paso ms all en sus
cavilaciones.
Propongo que nos ocupemos en
primer lugar del tomo del ao 1919,
es decir, en el decimoquinto
aniversario del levantamiento.
Despus, ya veremos.
Le seal a Ruth un asiento con
un gesto de la mano y se dirigi con
determinacin a un estante de la
parte delantera de la sala, extrajo
dos tomos con la inscripcin
1919/I y 1919/II, los llev a la
mesa y se sent al lado de Ruth.
La rebelin de los herero
comenz en enero de 1904 pero se
prolongara durante meses. No
acab definitivamente hasta el ao
1906 expuso Horatio en tono de
conferenciante. As pues,
tenemos que hojear cuidadosamente
todos los peridicos antiguos.
Fjese sobre todo en los ttulos y en
las escasas lneas que estn debajo
formando como un subttulo.
Me contar algo ms acerca
de la rebelin?
Horatio se encogi de hombros.
Mejor pregunte a quienes
estuvieron presentes en ella.
Seguramente conocer a algunos
negros que vivieron aquella poca,
verdad? Djeles que le cuenten la
historia desde su punto de vista, y a
continuacin pregunte a los blancos.
Se sorprender de lo diferentes que
pueden llegar a ser los recuerdos.
Ruth pens en Mama Elo y en
Mama Isa y asinti con la cabeza.
Entonces agarr el primer tomo y
fue hojendolo pgina por pgina.
A veces se detena, lea de corrido
algunas lneas, pero luego su
mirada volva a vagar de noticia en
noticia. Al cabo de una hora le
dolan las posaderas, al cabo de
dos horas sinti escozor en los
ojos. Al cabo de dos horas y media
cerr el tomo decepcionada y
dirigi la mirada a Horatio.
Hay algo? pregunt ella.
Nada. Propongo ir a tomar un
caf y luego nos ponemos con los
tomos del ao 1924, el vigsimo
aniversario de la revuelta.
Ruth asinti con la cabeza y se
levant de su asiento. Se senta
cansada, molida, como despus de
una larga conduccin del ganado.
Le sobrevino la desesperanza.
Y si no encontramos nada?
pregunt un poco despus a
Horatio, y se puso a soplar con
cuidado el caf que estaba muy
caliente.
Entonces tendremos que pensar
qu podemos hacer dijo l, se
interrumpi, bebi un sorbo y
prosigui hablando: Debera
usted pensar quin podra saber
algo ms. Pregunte a la gente de su
granja.
Ya lo he hecho, diez, cien
veces, sin obtener respuesta.
Horatio se ech a rer.
En realidad no parece usted
una de esas personas que se dan
enseguida por vencidas. Insista, no
afloje ni un solo instante.
Ruth sonri.
Se refiere usted al antiguo
mtodo de estar dando siempre la
lata? Soy toda una especialista.
Apuraron el caf y regresaron a la
sala de lectura. Apenas haba
pasado Ruth de las veinte primeras
pginas, cuando Horatio silb
ligeramente entre dientes.
Ha encontrado algo, verdad?
Si Ruth haba estado quejndose
del calor haca un momento, ahora
sinti de repente un escalofro.
Agarr titubeando el tomo que le
pasaba Horatio por encima de la
mesa. Respir hondo, dej que sus
cabellos formaran una especie de
biombo entre ella y el mundo y ley
aquel artculo largo. Lo ley una
vez, luego una vez ms y hasta una
tercera vez, pero ni siquiera
entonces fue capaz de juntar las
palabras aisladas para formar
frases enteras. El corazn le lata
violentamente, y tena dificultades
para respirar. Ruth levant la
cabeza, se ech el pelo por detrs
de los hombros y mir a Horatio
con gesto inquisitivo.
Este entendi de inmediato,
agarr el tomo y comenz a leer en
voz alta. Ruth entendi entonces que
haba habido un asesinato en 1904,
cometido en Saldens Hill. Un
granjero blanco, Wolf Salden, haba
encontrado un diamante mientras
excavaba en un pozo. Se trataba de
una piedra del tamao de un
albaricoque. Un da despus
encontraron su cadver. Alguien lo
haba asesinado.
El AZ afirmaba que el asesino
haba sido un herero dijo
Horatio, resumiendo el final del
informe. Al fin y al cabo,
Saldens Hill se hallaba en las
antiguas tierras de los herero.
Cuando la polica se person en el
lugar, la granjera Margaret Salden
haba desaparecido, y con ella, el
diamante. Y desde entonces no hay
ni rastro del paradero de la mujer ni
del diamante.
Ruth asinti con la cabeza.
Paulatinamente iba encontrando
sentido a las palabras, fue
comprendiendo muy lentamente lo
que acababa de or. Era como si se
fuera haciendo un claro entre la
niebla espesa que haba a su
alrededor. Oy murmurar algo a
Horatio, algo que sonaba parecido
a fuego del desierto, pero Ruth
no le prest ninguna atencin. Se
acerc de nuevo el tomo y
descubri la fotografa de una mujer
que sostena a un beb en brazos.
Margaret Salden, primavera de
1904, pona en el pie de la
fotografa.
Margaret Salden susurr
Ruth, contemplando aquella
fotografa amarillenta y granulada,
pas el dedo lentamente por encima
del rostro plido de la mujer de
cabellos largos y revueltos. Mi
abuela.
Se parece usted mucho a ella.
Es su vivo retrato, como si fuera su
hermana gemela.
Ruth asinti con la cabeza, sonri
y sinti de pronto ternura por
aquella mujer joven con el beb en
brazos.
Qu puede significar este
artculo? pregunt ella.
Horatio evit la mirada de ella.
Ruth estaba demasiado agitada para
interpretar nada. Mand que le
dieran algunas hojas de papel y un
lpiz, y transcribi el artculo
entero, palabra por palabra.
Horatio, que entretanto sigui
hojeando en otros volmenes, no le
prest ninguna atencin. Ella no se
dio cuenta de que l se levantaba y
hablaba con la mujer del AZ,
tampoco le oy mencionar de nuevo
el fuego del desierto.
Segua todava muy agitada una
hora despus en la estacin adonde
la haba acompaado l.
Tengo que ir a casa de la
familia de Davida Oshoha dijo
ella. Quiz sepan algunas cosas
ms sobre mi abuela.
Yo tambin quiero ir dijo
Horatio lacnicamente.
Ruth frunci la frente.
Por qu? Qu se le ha
perdido all? Conoca usted a la
familia?
Horatio neg con la cabeza,
murmur algunas frases sobre
investigaciones de la rebelin de
los nama y de los herero, murmur
algo sobre testigos de la poca a
los que tena que entrevistar, y dijo
para acabar:
Bueno, vale. El sbado tiene
lugar la ceremonia conmemorativa
a treinta millas al sur de Gobabis,
en la aldea natal de Davida Oshoha.
Si usted quiere, podemos ir juntos
all en coche.
Ruth sonri. Se enjug las
lgrimas del rostro con el dorso de
la mano.
Le va bien que pase a buscarle
por la estacin de Gobabis?
El negro asinti con la cabeza, y
entonces Ruth le tendi la mano
para sellar aquel pacto de la
manera como sola cerrar ella
cualquier trato.
5
Algunas horas despus de
despedirse de Horatio, Ruth sala
de la estacin de Gobabis y se
qued parada unos instantes delante
del vestbulo. Inhal el aire, aquel
olor familiar a amplitud, a arbustos,
un poco a polvo y a hierba seca.
Inspir y espir hondo y sinti
cmo se desprendan de ella la
agitacin, el ruido y la suciedad de
la gran ciudad. En Windhoek se
haba sentido todo el tiempo
pegajosa. Ahora se senta limpia.
Incluso su inseguridad y sus miedos
empequeecieron al estar tan cerca
ya de su granja.
Arroj su bolsa sobre la
superficie de carga del todoterreno
que estaba aparcado en la plaza de
delante de la estacin bajo la
sombra de una acacia, y condujo de
vuelta a Saldens Hill por la
carretera de gravilla. Entretanto
haba atardecido, y el sol estaba tan
bajo en el cielo que los rboles
proyectaban sombras largas.
Algunos jirones de nubes pasaban
velozmente por el azul del cielo,
claro como el cristal. Ruth no se
dej engaar por su aspecto
delicado y juguetn, y pis el
acelerador. Tena que apresurarse.
Pronto, las nubes se apelotonaran
formando torres, se teiran de
negro y transformaran la carretera
en un lodazal despus de un
imponente aguacero.
Ruth quiso ponerse a cantar, pero
hoy no quera aparecer en ella la
despreocupacin con la que sola
conducir siempre desde Gobabis a
Saldens Hill. Entorn los ojos.
Como ocurra siempre en la poca
de lluvias, el sol brillaba hoy con
mucha intensidad, deslumbrndola.
El aire era tan transparente como el
cristal. Todo tena un contorno
como trazado con un comps, e
incluso las colinas que se dibujaban
en el horizonte tenan de pronto los
bordes bien delimitados.
Por fin lleg al portn en el que
un letrero amarillo escrito con letra
de color verde indicaba que tras l
se encontraba el acceso a la granja
de su familia. Se baj del
todoterreno, abri el portn, vaci
el buzn y sigui conduciendo hasta
la casa.
Mama Elo y Mama Isa estaban
sentadas en el porche, cada una de
ellas con un cesto de judas en el
regazo y un cuchillo afilado en la
mano. Ruth dio un beso a las dos
mujeres, se dej caer en la silla de
mimbre exhalando un suspiro, mir
a su alrededor y se sinti por
primera vez en muchos das de
nuevo un poco ms protegida.
Y qu novedades hay?
pregunt Ruth.
Mama Elo y Mama Isa agitaron al
unsono sus cabezas de rizos grises.
No muchas. Se ha roto un trozo
de la valla que linda con la granja
de los Miller. Nath estuvo aqu y
dijo que la arreglara l.
Ruth asinti con la cabeza.
Mama Elo baj el cuchillo de
cortar las judas.
Y t? Has conseguido alguna
cosa en la ciudad? Has estado
mucho tiempo fuera.
Ruth mir los rostros temerosos
de las dos mujeres. Qu iba a ser
de ellas cuando Saldens Hill
dejara de existir? Haban pasado
toda su vida aqu. Ahora eran
demasiado mayores como para
encontrar una colocacin en otro
lugar. De qu iban a vivir
entonces? En Namibia no existan
las jubilaciones. Y no les haba
sido dado tener hijos que las
acogieran en sus casas y cuidaran
de ellas.
He estado en el banco de los
granjeros dijo rpidamente.
Todo saldr bien. Solo necesitamos
un poco de tiempo.
Ruth permaneci un rato en
silencio, pero luego inform sobre
la manifestacin de los negros en la
que se haba visto envuelta por
casualidad. A Ruth le habra
gustado preguntar a Mama Elo y a
Mama Isa sobre su abuela, pero
haba algo que se lo impidi. Ya les
haba preguntado con mucha
frecuencia sin obtener nunca una
respuesta a cambio. E incluso ahora
que Ruth saba que Mama Elo y
Mama Isa albergaban un secreto,
las dos se negaran seguramente a
contarle nada ms. Quizs incluso
le pondran todo tipo de trabas para
ir durante el fin de semana a casa
de la familia Oshoha.
Se levant y entr en la casa. En
el cuarto de trabajo estaba sentada
su madre, atenta como siempre a los
libros de la contabilidad.
Rose levant la vista.
Qu bien que ests aqu de
vuelta! He estado mirando lo que
podramos vender, pero no es
mucho. Qu te han dicho en el
banco?
Ruth se sent, se quit el pasador
del pelo y sacudi sus rizos rojos.
He hablado con Claassen.
Todo sigue como estaba. Hay que
saldar la deuda como lmite a
finales de ao o de lo contrario
subastarn la granja.
Rose asinti con la cabeza, y a
Ruth le pareci que no daba la
impresin de estar tan triste como
ella habra esperado. Y eso que
iban a perder todos su hogar.
No piensas para nada en Elo y
en Isa? No te importa nada lo que
vaya a sucederles a los
trabajadores?
le espet de repente. Son
cuarenta personas las que viven en
Saldens Hill. Somos responsables
de ellas.
Rose levant la vista.
Y, en tu opinin, qu es lo que
tenemos que hacer ahora? Conoces
de sobra nuestras posibilidades. Si
tanto te importan las gentes de aqu,
entonces csate con Nathaniel
Miller.
Y as perdern su medio de
vida todava con mayor rapidez
replic Ruth agitada. No soy
tonta, mam, y Nath Miller tampoco
lo es. Si su hermano se hace cargo
de Millers Run, tendr bastantes
trabajadores a su entera
disposicin. Nath podr contar con
ellos en cualquier momento.
Entonces los nuestros estarn de
sobra. En el fondo da lo mismo si
perdemos la granja en favor del
banco o de los Miller.
Ruth se levant y se volvi hacia
la puerta.
Adnde vas?
Ruth mir atentamente a su madre
durante unos instantes. Cunto le
habra gustado contarle lo del
artculo en el peridico o de lo
mucho que se pareca fsicamente a
su abuela! Pero tambin ahora se lo
guard para ella.
Voy a recorrer los prados con
el caballo a ver si est todo en
orden. No falta mucho ya para que
las ovejas jvenes se vuelvan muy
tercas acab diciendo.
Sin decir una sola palabra ms
subi a su habitacin. Colg como
es debido en la percha sus
pantalones de vestir, se puso el
mono de trabajo y se sujet el pelo
con un pauelo.
De repente estaba su madre en la
puerta.
Ruth, no puedes seguir
actuando como si no hubiera
sucedido nada. Has pensado qu
va a ser de tu vida? En cmo va a
ser tu futuro sin la granja?
Ruth se volvi hacia su madre y
le lanz una mirada de desprecio.
Quien no tiene pasado,
difcilmente puede construir un
futuro. Cundo piensas contarme lo
que pas en la granja en el pasado?
Cundo podr saber por fin algo
sobre mis abuelos, sobre tu vida
aqu antes de que naciramos yo y
Corinne?
Cmo detestaba todo ese
secretismo! Quera saber a toda
costa lo que haba sucedido, y
quera saberlo antes de perder su
hogar en unos pocos meses.
Rose trag saliva. Despus
inclin la cabeza y carraspe.
S, puede que ahora sea el
momento de contarte algunas cosas.
Quiz tengamos esta noche una
ocasin para ello.
Puedes estar completamente
segura repuso Ruth, pasando al
lado de su madre.
Era ya tarde cuando Ruth termin
su trabajo. La lluvia se haba hecho
esperar, de modo que arregl la
valla de la que iba a ocuparse Nath,
atrap dos corderos que se haban
escapado por un hueco, limpi a
fondo los abrevaderos y examin
las cubiertas de los pozos. Cuando
frot al caballo con paja para
secarle la piel y le puso la avena en
el comedero, el sol ya haca rato
que se haba puesto tras las colinas.
Se fue corriendo, sudorosa y
cansada, en direccin a la casa.
All en el porche, a la sombra que
arrojaban las velas, haba una
persona sentada.
Hola, mam.
Hola, cario. Quieres una
cerveza?
Ruth asinti con la cabeza, acept
la botella abierta y se dej caer en
la otra silla de mimbre.
Te lo ruego, utiliza un vaso.
Mam, trabajo como un
hombre, as que djame beber como
un hombre dijo Ruth. Se llev la
botella a los labios, dio algunos
sorbos fuertes y se limpi la boca
con el dorso de la mano.
Tu padre siempre lo haca as.
Tambin se negaba a beber cerveza
en vaso. Sola decir que la cerveza
haba que beberla de la botella.
Ruth sonri y guard silencio. Su
madre continu hablando.
Yo regresaba aquel da de la
escuela de economa domstica. El
seor Lenning, el administrador,
que al mismo tiempo era mi tutor,
me transfiri oficialmente la
direccin de la granja. Me ocupaba
de todo lo que haba que hacer de
puertas adentro de la casa y l haca
lo que haces t en la actualidad. Un
da lleg a la granja un automvil,
un Mercedes. Yo jams haba visto
antes un automvil como aquel. Se
baj de l un hombre joven que
hablaba el alemn con un acento tan
divertido que era imposible que
fuera de por aqu. Result que era
de Copenhague, de la subasta de las
ovejas caracul. Es all donde se
suministra la lana, y l se ocupaba
de que se vendiera y de que se
procesara. Me bes la mano al
saludarme y me pidi agua para su
vehculo. Ya era tarde, haba
comenzado la estacin de las
lluvias y no conoca los caminos.
Vena de Gobabis y quera seguir
ruta hasta Marienthal. Yo le ofrec
que pernoctara en nuestra casa y l
acept mi invitacin. Mama Elo y
Mama Isa asaron los filetes de
antlope ms deliciosos que he
comido en mi vida. En la bodega
quedaban dos botellas de vino tinto.
Nos pasamos media noche aqu
afuera, comiendo y hablando. Era la
primera vez que me encontraba con
un hombre en esas condiciones,
quiero decir, con un hombre que no
apestara a oveja. Los jvenes de
estas tierras solo pensaban en el
rodeo por aquel entonces, ninguno
tena modales ni saba comportarse
como era debido, pero aquel
forastero me trat como a una
princesa. Rose se rio con
sentimiento de vergenza. Bueno,
por lo menos como a una mujer
distinguida.
Rose interrumpi su relato y dej
vagar la vista por las tierras. Ruth
vio que estaba deleitndose con sus
recuerdos felices. En muy raras
ocasiones haba visto a su madre
as de desenvuelta y alegre como en
esos instantes, y pareca
verdaderamente hermosa con ese
talante.
Ruth era consciente por primera
vez de que tambin su madre era
algo ms que una madre y una
granjera, una mujer con necesidades
y deseos. Dio un buen trago a su
cerveza y esper a que su madre
encontrara el camino de vuelta al
presente.
Bueno dijo Rose finalmente
encontrando el hilo. Al da
siguiente se march, y nueve meses
despus daba yo a luz a Corinne.
Sabe ese hombre que tiene una
hija? Volviste a verle alguna vez?
Rose sonri.
No, nunca se lo dije, nunca
intent contactar con Copenhague.
No s lo que habr sido de l.
Por qu no? No te
interesaba?
Rose la mir a la cara.
Siempre he estado sola, toda
mi vida, siempre sola. Por fin
quera poseer algo que fuera
nicamente mo, lo entiendes? No
quera compartir a la nia con
nadie, ni con su padre.
Ruth asinti con la cabeza.
Tambin ella haba estado siempre
a solas y entenda demasiado bien
ese deseo de su madre.
Tuve a Corinne y me sent feliz.
Ella tena una piel tan delicada, los
deditos rosados, los dedos de los
pies diminutos. Y desde el
principio se pareci a su padre.
Nunca fue una chica del campo, una
campesina. Corinne estaba llamada
a una vida ms elevada. Lo ves?
Ahora vive con un ber rico en
Swakopmund.
Humm gru Ruth porque
nunca haba entendido por qu
Corinne deba aspirar a algo mejor,
por qu su madre tena en mayor
estima la vida que llevaba su otra
hija que la vida aqu en la granja.
Y mi padre? Por qu no te casaste
con l? Por qu no le convertiste
en tu compaero, en tu esposo?
pregunt en voz baja.
De pronto no estaba segura de si
quera escuchar en efecto la
respuesta. Ruth haba conocido a su
padre, que haba muerto haca tan
solo cuatro aos, pero no saba
cmo haba llegado a la granja. Con
toda seguridad Ian no fue ningn
prncipe de cuento de hadas, como
lo haba sido el padre de Corinne,
quien, por un lance de la fortuna,
haba encontrado el camino hacia su
princesa. No, su padre no era lo que
Rose se imaginaba que deba ser un
esposo y un jefe para Saldens Hill.
S, tu padre dijo Rose con un
suspiro. Corinne tena dos aitos.
Lenning contrat a los esquiladores.
Yo me encargaba de recoger la lana
y de clasificarla. Uno de los
esquiladores era un irlands
pelirrojo, un to fornido que tena
tanta fuerza que habra podido tirar
del tren de Gobabis a Windhoek
con las manos. Le diverta levantar
las ovejas en alto como si fueran de
papel. Tena los dientes blancos y
una risa contagiosa... Un da
esquilamos ms ovejas de lo
normal. Estbamos todos
sudorosos, tenamos las prendas
pegadas a la piel. Yo estaba llena
de porquera de oveja y ola a
carnero. Y justo aquel da se
rompi la bomba del agua. Ya era
de noche, no haba nadie que
pudiera arreglarla. Ian propuso
bajar al ro, que por suerte llevaba
agua esos das, y baarnos all.
Mama Elo no quera que fuera con
un esquilador, pero yo tena tantas
ganas de sentir la piel limpia que le
segu. Nadamos en el ro, el agua
estaba maravillosamente fresca, e
Ian me lav el pelo en la orilla.
Dijo que yo era la mujer ms
hermosa que haba visto nunca, y
sus miradas me confirmaron que
estaba diciendo la verdad en esos
momentos. Me acost con l, all
mismo, en la orilla del ro. Fue muy
tierno, con la ternura que solo
pueden tener los hombres que tienen
muchsima fuerza... Cuando los
esquiladores se marcharon, Ian se
qued aqu trabajando en la granja.
Bueno, y entonces viniste t al
mundo.
No me queras tener, verdad?
Una hija de un oso irlands, de un
asqueroso esquilador que siempre
tena suciedad debajo de las uas.
Rose mir a su hija a la cara un
buen rato, y a continuacin exhal
un suspiro.
No, al principio no quise
tenerte. Imagnate, una mujer soltera
con una hija, eso era un escndalo.
Desde el nacimiento de Corinne
tena que sentarme en el ltimo
banco de la iglesia. No haba nadie
dispuesto a casarse conmigo porque
para todos ellos yo era una perdida.
Y entonces vuelvo a estar
embarazada otra vez, y de nuevo sin
marido a la vista. La dependienta
de la tienda de Gobabis no quera
servirme. Los chicos de la escuela
me lanzaban insultos al pasar yo.
Y por qu no te casaste con
Ian? pregunt Ruth.
Con un esquilador? No, Ruth.
No, no y no! Imposible dijo
Rose, cerrando los ojos y
levantando las manos hasta el pecho
sin pronunciar ninguna palabra ms.
Ruth conoca hasta la saciedad el
significado de ese gesto, pero hoy
no estaba dispuesta a tener ninguna
consideracin.
Por eso me exigiste que le
llamara Ian en lugar de pap,
porque te avergonzabas de que tu
hija le debiera la vida a un
esquilador irlands, porque l no te
pareca bastante bueno? Y yo?
Tampoco te parezco
suficientemente buena, no es as?
Rose no respondi sino al cabo
de un rato:
Siempre te he querido. Quiz
de un modo diferente que a Corinne,
pero amarte te he amado siempre,
cada da de tu vida.
A Ruth le habra gustado creerse
las palabras de su madre, pero no
poda. Eran demasiados los aos
que se haba sentido una persona de
segunda clase al lado de Corinne, y
siempre haba credo que eran
Mama Elo y Mama Isa quienes la
queran a ella, mientras que su
madre solo la soportaba. Trag
saliva, se le hizo un nudo en la
garganta y tuvo que carraspear para
poder formular otra pregunta:
Le quisiste tambin a l, a mi
padre?
Rose levant la mirada. Tena el
rostro tan desfigurado por el dolor
que Ruth no pudo menos que apartar
la vista.
No s si le quise. No s
siquiera si he amado alguna vez a
un hombre. Quiz no sea capaz. Los
primeros tiempos fueron muy
bonitos con l. Ms tarde era un
trabajador de la granja, como todos
los dems, solo que l tena su
habitacin en la casa seorial. No
fuimos nunca una pareja, Ruth.
Supongo que te sentirs
decepcionada con esto, no es as?
Puede que lo mejor sea dejar atrs
Saldens Hill de una vez por todas
y recomenzar desde cero en otra
parte, sin el pesado lastre de las
viejas historias.
Rose busc la mirada de su hija,
pero Ruth segua sin poder mirar a
los ojos a su madre. No saba qu
decir, de pronto se senta
desanimada, abandonada. Haba
algo en su interior que haba
esperado todos esos aos a que, un
buen da, su madre se desviviera de
amor por ella, a que reconociera en
Corinne a la persona que era en
realidad, una criatura vanidosa y
vaga, y en ella, en Ruth, a la
persona que poda echarle una
mano en todo momento. Sin
embargo, Ruth se dio cuenta en ese
instante de que eso no sucedera
jams. Corinne y su madre eran
como ua y carne, y ella no era
nada ms que un apndice al que se
acaba uno acostumbrando, nada ms
que eso. Habra querido gritar,
agarrar a su madre de los hombros
y zarandearla, pero permaneci
sentada y sigui bebiendo de su
cerveza a tragos cortos. Era
absurdo. Las cosas eran como eran.
Ruth se levant al terminar su
cerveza.
Estoy cansada, me voy a la
cama dijo ella con un tono duro
en la voz. Levant la mano y se
encamin al interior de la vivienda.
Se detuvo en el umbral. Para
vender la granja necesitars mi
firma. Cuando necesitaste el crdito
nos traspasaste un tercio a cada una,
a Corinne y a m. As que no puedes
decidir t sola lo que creas mejor
para ti. Y la firma de Corinne
cuesta dinero, ms dinero del que
pueda conseguirse con la venta.
Ella querr tener su tercera parte si
vendes la granja, y eso por mucho
que la quieras.
Se qued tumbada mucho rato en
la cama mirando fijamente al techo,
escuchando al viento sacudir la
acacia espina de camello que
estaba delante de la casa. Nadie
me ha querido tener a su lado
pens ella y no ha cambiado nada
hasta la fecha. Qu sucedera si un
buen da no estuviera yo aqu? Y si
me marchara? Mi madre no me
echara de menos, estoy segura de
ello. Y entonces podra vender esta
granja que le es odiosa y mudarse
donde Corinne a su bonita casa
blanca, bueno, eso si Corinne
quiere tenerla con ella all. O se
alquilara un piso en Swakopmund
para fantasear con las dems
mujeres blancas sobre esos buenos
aos de otras pocas que en
realidad no vivieron en absoluto.
A Ruth le habra gustado llorar,
derramar el dolor que senta en su
pecho, pero las lgrimas no queran
asomar a sus ojos. Corinne era la
hija guapa y distinguida del
forastero guapo y distinguido. Y
ella misma no era sino la hija zafia
del esquilador irlands, la hija que
solo daba preocupaciones y que
nunca podra llegar a ser como
habra debido ser. Nadie la quera a
su lado. As haba sido siempre,
por qu le dola eso especialmente
hoy? El bochorno era tal, que Ruth
no poda estarse quieta en la cama.
Se ech un albornoz por los
hombros y sali afuera, a los
pastos. Se recost en el vallado de
la dehesa, apoy la cabeza en la
estaca superior y se puso a
observar el cielo cubierto que
apenas permita ver las estrellas.
Las estrellas. Su padre le dijo una
vez que hay una estrella en el cielo
para cada persona de la Tierra. Y
ella le pregunt que cul era la
suya. Ian seal con el dedo hacia
arriba.
Para ti brilla la estrella ms
clara del firmamento, la Estrella del
Sur le dijo l. La vers desde
cualquier lugar en frica. Estar
siempre contigo all donde t ests.
Solo tienes que mirar al cielo y, no
importe donde yo est, solo tendr
que mirar arriba para saber que te
encuentras bien.
S, Ian la haba querido, pero
estaba muerto. Ruth profiri un
suspiro. La vida se le volva de
pronto de una gravedad y de una
injusticia insoportables.
Anda, si est aqu la chica ms
guapa de Saldens Hill... Qu
haces aqu fuera en mitad de la
noche?
Hola, Nath dijo Ruth,
volvindose y mirando a Nath con
los ojos entornados para no darle
ocasin de percibir su agitacin
interior. A nadie poda importarle
lo que pensara y sintiera ella, y el
que menos, Nath Miller. Y t?
No deberas estar ya hace rato en
la cama? Los chicos de tu edad
necesitan dormir mucho para poder
levantar ovejas como es debido a la
maana siguiente.
Ella se le qued mirando
fijamente y sonri un poco cuando
vio la luz de la luna reflejndose en
su cabeza rapada como si fuera una
charca.
Adems podras enfriarte. Por
arriba dijo ella, llevndose un
dedo a la cabeza.
l se rio, extrajo de su chaqueta
dos botellas de cerveza Hansa
Lager, las abri entrechocando las
chapas de ambas, y le tendi una a
Ruth.
Salud!
Bebieron en silencio. Luego, Nath
seal con la botella los prados que
tenan delante inmersos en la
oscuridad gris de la noche.
En realidad es una pena que
todo tenga un final
dijo l. Siempre me ha gustado
Saldens Hill.
Qu significa eso?
Nath rio.
Vuestra granja ya no es
rentable, hay que hacer un cambio
radical en la produccin. Las
ovejas caracul no tienen futuro.
Estoy pensando en vacas y sobre
todo en una especie de ovejas que
d ms leche y carne. Habra que
montar una fbrica pequea, una
quesera, ir creciendo poco a poco
y luego expandirnos. Windhoek no
queda muy lejos de aqu, nos
quitaran la produccin de queso de
las manos.
Ruth se qued boquiabierta.
Que quieres qu? Montar una
fbrica aqu, una lechera? Y vas a
tener a los animales metidos todo el
tiempo en los establos?
Qu hay de malo en eso? As
es la ganadera moderna. Todo est
automatizado. Y, adems, t
comenzaste con lo de la quesera,
siempre has hablado de querer
hacer queso aqu algn da.
S, pero no en una fbrica, por
Dios! Y el ganado? Van a pasarse
los animales todo el da en los
establos, sin luz, sin poder ver el
cielo ni los prados?
Nath se ech a rer. Levant la
mano como si fuera a acariciar a
Ruth en las mejillas.
Las cosas funcionan as. Quien
quiere construir castillos, tiene que
hacerse con las piedras ms
grandes. Ya estoy harto de esta
estrechez provinciana. Hay que
aprovecharse del ganado como
animales tiles que son. Si le
preguntramos a cada oveja por sus
deseos, tendramos aqu mansiones
de pura hierba con los tejados
repletos de flores dijo,
desternillndose de risa.
Ruth le golpe con la botella de
cerveza en el pecho.
Toma, agrrala. Yo no bebo
con tipos como t. Pens que solo
te haba rapado el pelo, pero ahora
veo que he debido pillarte el
cerebro tambin.
La botella se desbord y la
cerveza se derram sobre la
chaqueta de Nath.
Eh! Qu haces? protest l
. No puedes tener ms cuidado?
Vete de mis tierras!
Ruth se gir con nimo de
marcharse de all, pero Nath la
agarr fuertemente del brazo.
Eh! No irs a dejarme aqu
plantado como a un estpido,
verdad?! T, no, Ruth Salden.
La agarr de los antebrazos y la
atrajo hacia l para estampar sus
labios duros en la boca de ella.
Ruth se puso a patalear, intent
zafarse de l, pero no la solt hasta
que ella levant de pronto la
rodilla. l se llev las manos a la
entrepierna y cay al suelo con una
mirada transida por el dolor.
Ruth retrocedi algunos pasos y
dio muestras de querer marcharse
de all, pero su rodilla no haba
sido lo suficientemente certera
porque Nath ya volva a estar de
pie, la agarr y le ech a la cara el
aliento agrio de la cerveza.
As no, mi pequea! No
puedes tratar as a tu futuro marido
dijo, tomando impulso con el
brazo y propinando a Ruth un
bofetn que la dej sin aliento.
Ella se ech hacia atrs,
horrorizada.
Nath la solt, con una sonrisa
burlona en el rostro.
No resulta tan difcil obedecer
al marido, verdad? dijo l entre
dientes.
Ni se te ocurra abofetearme
otra vez! repuso Ruth con un tono
glacial. No. Que no se te ocurra o
te muelo a palos hasta dejarte de
todos los colores.
Ruth temblaba de ira, y su ira
aument todava ms al ver que
Nath se haba dado cuenta de sus
temblores.
l volvi a agarrarla.
Ests as de tensa porque no
has tenido todava a ningn hombre
en tu cama. Te voy a despabilar. S
perfectamente lo que quieres, las
tas solo andis queriendo eso
dijo l, tumbndola en tierra boca
abajo y arrancndole el albornoz y
el camisn.
Ruth estaba como paralizada.
Todo lo que ella era capaz de
pensar en esos instantes era no,
eso no. Se dio la vuelta bajo las
manos de Nath, que le estaban
desgarrando las bragas, apret
firmemente las piernas e intent
golpearle con las manos en la cara.
De repente apareci Klette por
all, la perra de Ruth. Comenz a
ladrar como si quisiera despertar a
todo el mundo. Cuando Nath tom
impulso para propinar una patada a
la perra, Ruth se escap de l, al
tiempo que se encenda una luz en
la casa.
Lrgate! exclam Ruth entre
jadeos. Lrgate o me pongo a
chillar!
Nath se levant con una
tranquilidad exagerada, fingida.
Eres una cabra frgida dijo
l mientras se sacuda la suciedad
de los pantalones. Pero no tengas
miedo, ya me ocupar yo de que
vengas a pedrmelo de rodillas, a
suplicarme que te lo haga. No
puedes hacer nada sin m, Ruth
Salden. Sin Nath Miller no eres
gran cosa!
Hizo chascar la ua de un dedo
contra el pulgar, se coloc bien la
chaqueta y se fue corriendo hasta su
moto.
Ruth le sigui con la vista, segua
todava sin aliento y tena las dos
manos sujetando firmemente su
albornoz.
Ruth durmi con mucho
desasosiego. Por su cabeza
desfilaron salvajemente muchos
jirones de pensamientos inconexos.
Oy la lluvia golpear contra el
tejado y los cristales de las
ventanas, dio vueltas y ms vueltas.
Finalmente se levant empapada de
sudor a una hora ms temprana de
la habitual y avanz a hurtadillas
por la casa durmiente.
A pesar de que todava era muy
de madrugada, el sol ya se
manifestaba en el horizonte en
forma de una estrecha lnea roja.
Poco despus, Ruth cabalgaba en su
caballo a galope tendido por los
pastos, control las vallas y los
abrevaderos, midi el nivel del
agua de los pozos e hizo una
estimacin del estado del ganado.
Trabaj hasta que tuvo la camisa
completamente empapada, con el
cabello pegado a la nuca y con la
lengua tan seca como un haz de
lea.
Era ya plena maana, antes del
medioda, cuando regres a la casa
seorial de Saldens Hill. Se fue
corriendo a la cocina y bebi
directamente de la bomba del agua.
Mama Elo agit la cabeza al ver
el aspecto de Ruth y fue a buscar
una jarra de limonada que haba
acabado de hacer ella misma.
Verti un vaso lleno y se lo tendi a
Ruth.
Despacito, chica, bebe
despacito.
Ruth se sec la boca con el dorso
de la mano y se dej caer en una
silla de la cocina.
Pareces cansada, chica
constat Mama Elo. Te va todo
bien?
No se oy decir Ruth a s
misma. Nada va bien,
absolutamente nada. Dnde est
mam?
Dnde va a estar? Es sbado.
Est en el club de los granjeros, en
Gobabis.
Ruth asinti con la cabeza con
gesto despectivo.
En la tpica tertulia de seoras
con collares de perlas y rostros de
pastel de crema.
Es que no tendr otras
preocupaciones?, pens Ruth,
sintiendo cmo ascenda el cabreo
por su interior.
Djala que vaya all dijo
Mama Elo en tono conciliador.
No tiene realmente muchas
oportunidades de hablar con la
gente aqu en Saldens Hill. Ella es
diferente de ti, ya lo sabes. Ella
est hecha para la ciudad. La
naturaleza significa para Rose algo
que ensucia mucho. Concdele esas
pocas horas.
Y qu me concede ella?
Qu te ocurre, chica? A ti te
est afectando algo, ya lo creo que
s. Has cambiado por completo
desde que estuviste en Windhoek.
Ruth suspir.
La polica de Windhoek
dispar a los manifestantes negros.
Ya te lo he contado. Asesinaron a
una mujer, a Davida Oshoha dijo
Ruth, y no se le pas por alto que
Mama Elo se estremeci
ligeramente al escuchar ese nombre.
No lo haba mencionado cuando
cont el suceso por primera vez.
La conocas?
Mama Elo trag saliva y balance
la cabeza.
Puede que haya odo su nombre
alguna vez dijo titubeando.
El de Margaret Salden? El de
mi abuela?
A pesar de que Mama Elo le
haba vuelto la espalda, Ruth vio
cmo de pronto comenzaron a
temblar los hombros de la anciana.
Puede que ahora sea el
momento murmur Mama Elo,
que se dio la vuelta muy lentamente,
se dirigi dando tumbos a una silla
y se dej caer en ella profiriendo un
suspiro largo. Saba que tena
que llegar este momento algn da
dijo, mirando a Ruth a los ojos
. Qu quieres saber, chica?
Todo. Especialmente lo que
sucedi aqu en la granja en el ao
1904.
Ruth se dio cuenta de que Mama
Elo palideca bajo su piel oscura.
Su respiracin se hizo ms pesada,
en la frente aparecieron pequeas
perlas de sudor. La anciana
removi las manos en su regazo y
volvi a suspirar hondo:
Yo era todava muy joven,
apenas haba cumplido los
diecisis. Tu madre acababa de
nacer. El seor excav un pozo en
el huerto, le ayudaron algunos
nama. A los pocos das estaba
muerto. Yo no estuve ese da en
Saldens Hill, pero posteriormente
pill algunas conversaciones de
nuestra gente, hablaban del fuego
del desierto, pero no s nada ms
termin de decir Mama Elo con
los labios temblorosos.
Ruth intua ciertamente que la
anciana no le haba contado toda la
verdad, pero saba tambin que no
poda atosigarla con preguntas sin
mortificarla al mismo tiempo.
El fuego del desierto... Qu
es eso? se limit a preguntarle.
Un secreto, chica. El mayor
tesoro de los nama, algo as como
el santo grial para los cristianos. Un
diamante. Se dice que los nama lo
perdieron y desde entonces estn
condenados a sufrir, porque el alma
de la tribu est atrapada en esa
piedra. La gente contaba que tu
abuelo haba encontrado un
diamante excavando para tener un
pozo, un diamante que tena el
mismo aspecto que el fuego del
desierto.
Y mi abuela?
Cuando regres, ella se haba
marchado ya. Ella y el diamante
desaparecieron sin dejar rastro. Tan
solo Rose estaba todava aqu.
Ocpate de ella, Eloisa, pona en
una nota. Haz lo mejor por ella.
Y eso fue lo que hice.
Mi abuela rob el santo grial
de los nama? pregunt Ruth
desconcertada.
Mama Elo balance la cabeza.
Hay muchos que lo creen as,
sobre todo personas que no
conocan a Margaret Salden.
Algunos dicen que quien tiene el
Fuego del Desierto consigo,
tambin tiene el poder sobre las
almas de los nama. Mi pueblo
carece de alma desde que
desapareci el diamante.
Ruth se puso en pie.
Adnde vas, Ruth?
La joven se encogi de hombros.
No lo s, Mama Elo. Solo s
que tengo que irme. Irme de aqu.
Quiz solo por unos pocos das.
Te ha llamado, no es cierto?
Tu abuela te necesita ahora.
Ruth se qued sorprendida. Saba
que los negros crean en espritus y
en fuerzas sobrenaturales, y tambin
que los muertos seguan teniendo
poder durante mucho tiempo sobre
los vivos.
No lo s, Mama Elo. No tengo
contacto con los muertos, a m no
me hablan. Mi abuela no se me ha
aparecido en sueos, sino en vida.
La mujer negra sonri.
Esa es una seal de que todava
vive y de que te est llamando.
Ruth se inclin hacia Mama Elo y
le dio un beso en la mejilla.
Adis, Mama Elo, y gracias.
Te quiero.
Yo a ti tambin, mi chica.
Cudate dijo hurgando en su
escote para extraer finalmente una
piedra. A continuacin se sac por
la cabeza la cinta de cuero a la que
estaba sujeta. Toma le dijo,
esta es una piedra de fuego, una
piedra de la nostalgia. Te ayudar
cuando ests en apuros.
Ruth sacudi la cabeza con una
sonrisa.
Es tu mayor tesoro, Mama Elo.
Consrvalo t, te ha protegido toda
tu vida. Yo no soy una mujer nama,
solo soy una blanca. La piedra no
tendr efecto conmigo.
Ruth saba que Mama Elo habra
defendido esa piedra con su propia
vida. No poda aceptarla, pero la
mujer nama no cejaba en su
empeo.
La he conservado todos estos
aos nicamente para ti. Eso lo s
ahora. Tmala, la necesitars. Solo
podr dormir tranquila sabiendo
que tienes t la piedra y que te
protege. Anula el efecto de todas
las maldiciones.
La anciana agarr la cinta de
cuero y se la pas por el cuello a
Ruth. La piedra, que no era ms
grande que un hueso de
albaricoque, recordaba el color
moreno del azcar cande. Oscil
unos instantes entre los pechos de
Ruth y a continuacin se adapt a su
nuevo sitio como si siempre hubiera
estado all.
Ruth percibi un hormigueo en
todo el cuerpo. A pesar de que
sola sonrer con las supersticiones
de los negros, sinti como si una
llamarada recorriera su interior,
una calidez que ella pensaba haber
estado buscando siempre, una
calidez que la protega como los
brazos de una madre, una calidez
que estaba destinada
exclusivamente para ella. Cerr
involuntariamente los ojos por unos
instantes e imagin ante ella unas
llamas oscilantes que le dieron
miedo. Y oy un grito, el grito de
una mujer.
Ruth abri los ojos de golpe y vio
una sonrisa en el rostro de Mama
Elo. Mene un poco la cabeza de un
lado a otro como para librarse de
aquella imagen interior. Tena que
haberla soado por fuerza. Soado
a plena luz del da. Agarr
rpidamente su sombrero, se lo
puso.
Tengo que irme, Mama Elo.
Que Dios te proteja, chica.
Ruth mir a la mujer negra una
vez ms a la cara, memoriz su
imagen como si temiera no volver a
ver nunca ms a Mama Elo. Le
habra gustado decirle algunas
palabras ms a la mujer, habra
querido darle algn consuelo, pero
no se le ocurri nada que hubiera
podido decirle. As que se limit a
asentir con la cabeza, se llev los
dedos al sombrero y se march.
6
Haba llovido tanto durante la
noche que las calles estaban
totalmente cubiertas de barro, e
incluso algunos rboles estaban
arrancados y yacan atravesados
sobre el camino.
Ruth acababa de ponerse en
marcha despus de su conversacin
con Mama Elo. Ahora solo quera
irse, alejarse de Saldens Hill,
distanciarse de su madre y, por
encima de todo, apartarse de Nath.
Llevaba un mono ligero y sus botas
preferidas. En el asiento del
copiloto, metida en una bolsa de
papel, estaba toda la ropa de ciudad
que haba podido reunir a toda
prisa, y bajo la lona del
todoterreno, todas aquellas cosas
que solan llevarse cuando sala
con el ganado: una pequea tienda
de campaa, una lona vieja, un saco
de dormir, cerillas, linternas, una
navaja, layas, un cazo abollado y
unas cuantas conservas.
Se diriga a Gobabis para recoger
a Horatio en la estacin, tal y como
haban acordado. Ya haba apartado
dos rboles del camino con el
Dodge, y ahora tena el tercero ante
s. Ruth baj del vehculo y empez
a soltar maldiciones al meterse con
las botas en el fango hasta los
tobillos. Cogi la cuerda de la
superficie de carga, la at primero
alrededor del rbol, luego al
enganche del remolque de la pickup
y a continuacin apart el tronco a
un lado. Se limpi el lodo de las
botas con un matojo, volvi a subir
al vehculo y prosigui hasta el
siguiente rbol. Una de las veces, el
Dodge se qued atascado, y Ruth
tuvo que colocar ramas y tablones
por debajo para sacarlo del fangal.
Cuando finalmente lleg a la
carretera asfaltada de Gobabis, se
dirigi al puesto de comida para
llevar ms prximo, se lav la cara
y las manos, se puso los pantalones
de tela negros y una blusa blanca y
lleg a la estacin justo a tiempo
para ver a Horatio salir del
vestbulo. Caminaba ligeramente
encorvado, como si quisiera
hacerse ms pequeo. En la mano
derecha llevaba una cartera negra
de cuero artificial, mientras que con
el dedo ndice de la mano izquierda
se iba colocando bien las gafas a
cada instante. Se par en mitad de
la explanada, mirando a todas
partes.
Ruth no pudo evitar sonrer.
Horatio era negro, pero aun as
cualquiera poda darse cuenta de
que era de ciudad. De entre todos
los transentes era el nico que
llevaba pantalones de tela y camisa,
el nico sin botas rsticas y un
sombrero de vaquero. Ella baj la
ventanilla, toc la bocina y se puso
a gritar su nombre:
Horatio, Horatio! Aqu!
Al verla, Horatio sonri y la
salud con la mano.
A continuacin, se acerc al
vehculo con pasos largos y
presurosos, arroj la cartera en la
parte de atrs del coche con aire
despreocupado, y se subi.
Hola, cmo le va? pregunt
l. Se lo ha pasado bien?
Ruth se ech a rer.
Qu ocurre? pregunt
Horatio.
Habla usted como el cura de la
iglesia respondi ella. Pero,
s, me lo he pasado bien, si pasarlo
bien es estar revolviendo entre la
mierda de oveja. Y usted?
Yo he estado visitando a los
parientes de las otras vctimas
dijo Horatio, tosiendo ligeramente
. He visto derramar muchas
lgrimas.
Oh! exclam Ruth, y se
call.
La desgracia de ser hurfana de
padre y fruto de un embarazo no
deseado no era nada en
comparacin con la tragedia
ocurrida en Windhoek.
Vamos? pregunt Ruth
entonces.
Vamos asinti l.
Sin mediar palabra recorrieron
los primeros kilmetros por un
camino que Horatio le haba
indicado. Tan solo una vez los
detuvo un rbol que yaca
atravesado en el camino y cuyas
ramas secas se estiraban hacia el
cielo como suplicantes. Ruth
suspir. Haba muy pocos rboles
en aquellas tierras, y con cada
estacin de lluvias quedaban
menos. Pronto el sol volvera a
arder en el cielo con su fuerza
incontenible y los animales
encontraran menos sombra donde
refugiarse. Lloraba por cada animal
y cada rbol que encontraba la
muerte en aquella tierra rida. Por
algo se deca que Dios haba
creado Namibia en un arrebato de
rabia. Por sus temperaturas
extremas, las escasas lluvias, sus
paisajes yermos y polvorientos,
formados en su mayora por rocas y
arena, los extranjeros la
consideraban una tierra hostil.
Cuatro desiertos se extendan por
Namibia, y a pesar de todo Ruth
adoraba cada rincn de aquel pas.
En ningn lugar el cielo era tan
azul, ni las estrellas tan brillantes,
ni las piedras tan diferentes entre s,
ni la arena tena tantos colores.
Horatio baj del vehculo, se
arremang los pantalones de tela
grises y las mangas de su camisa
blanca y se dispuso a retirar el
tronco. Sin embargo, no pudo
moverlo ni un solo centmetro.
As no exclam Ruth, que lo
observaba con los brazos cruzados.
Cogi la cuerda de la superficie de
carga, at un extremo al rbol y el
otro al todoterreno e instantes ms
tarde la carretera ya estaba
despejada. Y ahora no me mire
as le espet entonces a Horatio,
que la miraba con los ojos muy
abiertos. En el campo es normal
que las mujeres tambin hagan estas
cosas. Si nos tuviramos que
esperar cada vez a que apareciera
un hombre, ya nos habramos
extinguido. Por aqu pasa un coche
cada da, como mximo. Cuando
hay dos, es que es hora punta.
No pretenda ofenderla dijo
Horatio con un aire visiblemente
divertido, al tiempo que volva a
subir al vehculo.
Bah! Eso ya lo han intentado
otros y no lo ha conseguido ninguno
resopl Ruth, apartndose un
mechn de la cara y apretando el
acelerador tan fuerte que Horatio se
ech hacia atrs en su asiento.
Tardaron poco en llegar a
Wilhelmshorst. La pequea aldea,
poco ms que una enorme granja,
estaba situada al pie de una colina.
Un camino diminuto y estrecho
conduca al interior del pueblo,
bordeando las casas de piedra de
los indgenas. En el centro haba
una taberna, un bazar con una
gasolinera y un taller mecnico
anexos y un letrero en el que se
indicaban las prximas subastas de
ganado en un radio de trescientas
millas. Las casas eran viejas, pero
se vean bien cuidadas.
Alto, ya hemos llegado. Est
ah delante le seal Horatio
cuando se encontraban cerca de una
casa en cuyo jardn delantero
haban decorado un arbusto seco
con cintas negras.
Ruth aparc el Dodge un poco
ms abajo del camino y entr junto
a Horatio en la casa en la que tena
lugar la ceremonia. Se sinti un
poco fuera de lugar, puesto que
apenas haba conocido a la mujer a
la que honraban. De pronto no saba
por qu haba acudido a aquel sitio.
Haba sido pura casualidad estar
presente en la muerte de Davida, y
de pronto le pareci poco
apropiado hacer preguntas sobre su
abuela en el momento en el que le
estaban dando el ltimo adis, por
mucho que la difunta hubiera
pronunciado su nombre con sus
ltimos estertores. Estaba ya
dispuesta a dar media vuelta y
dirigirse de nuevo al coche para
esperar all a Horatio, cuando una
negra anciana, desdentada, con
finos rizos de caracolillo y los ojos
rojos de tanto llorar le tom las
manos entre las suyas.
Le doy las gracias dijo la
mujer, gracias por haber estado
con mi hermana durante los ltimos
instantes de su vida y por no
haberla dejado sola.
La mujer solloz, se enjug las
lgrimas del vestido, y a
continuacin cogi unas gafas de la
cmoda de madera y se las puso
sobre la nariz. Se qued mirando a
Ruth como si viera a un fantasma
ante ella.
Le sucede algo? pregunt
Ruth. Puedo hacer algo por
usted? Quiere que le traiga un vaso
de agua?
La anciana sacudi la cabeza.
El espritu de los muertos me
ha enviado una visin susurr
ms para s que para Ruth. La
anciana le solt las manos y empez
a retroceder con la mirada todava
fija en la blanca.
Estos negros y sus
supersticiones..., pens Ruth. De
pronto la asalt la nostalgia. Pens
en Rose, que se rea siempre de los
negros, de su superchera y de su
Dios del fuego, de la veneracin
con la que Santo y el resto de los
granjeros trataban a las vacas,
mejor que a sus mujeres en la
mayora de los casos. Pero as era,
el ganado era sagrado para los
nama, tanto, que al morir el jefe de
la tribu, solan envolverlo en la piel
de una res. Por no hablar de los
espritus! Tenan uno para cada
ocasin, con buenas o malas
intenciones.
El espritu de los muertos me ha
enviado una visin. Ruth se
hubiera redo de buena gana, pero
durante los ltimos das haban
pasado tantas cosas que le parecan
igualmente difciles de creer, que la
risa se le qued atascada en la
garganta. Se limit a suspirar, cogi
un pastelillo de azcar y se puso a
buscar a Horatio. Lo vio en la
distancia, estaba en el jardn
hablando con un negro, al parecer
amigo suyo, y sacudiendo los
brazos. Tena la cabeza echada
hacia delante como un pjaro,
prcticamente picoteando a su
interlocutor con la nariz.
Ruth solo entenda fragmentos de
lo que los hombres decan, pero s
que lleg a captar dos palabras: la
palabra alemana desierto, y vurr,
que en afrikans significaba
fuego.
Se encontraba a pocos pasos de
ellos cuando uno de los hombres se
gir. La vio inmediatamente y en el
mismo momento le cambi la cara,
y su expresin, antes tan amigable,
se volvi prcticamente hostil.
Molesto? pregunt ella.
El negro neg con la cabeza.
No importa, ya habamos
acabado. Seorita... dijo,
saludndola con un movimiento de
cabeza mientras se dispona a
marcharse. Los otros dos negros lo
siguieron.
De qu estaban hablando?
pregunt Ruth.
Horatio les sigui con la mirada,
pensativo.
De nada importante, solo les he
preguntado por sus abuelos.
Por la rebelin de los nama y
los herero?
Horatio asinti.
Bueno, podra ser que todava
estuvieran vivos y que me pudieran
decir algo al respecto dijo el
hombre.
Ya de noche, Ruth observ cmo
los negros se reunan alrededor de
un fuego, que para ellos era
sagrado. Se sent al borde del
crculo y escuch atentamente
aquellos cantos extraos, aquellos
conjuros forneos. Era como si
estuviera viviendo una vida ajena
que, de algn modo secreto, estaba
ligada a la suya propia. No quera
estar all y a la vez no quera irse.
Se senta extraa y protegida al
mismo tiempo.
Pas un buen rato hasta que el
fuego se extingui y el alma de
Davida Oshoha ascendi al cielo
junto a sus antepasados. Los
presentes fueron marchndose
entonces uno tras otro,
despidindose efusivamente. Ruth
tambin se levant. Se qued dando
vueltas lentamente alrededor de los
restos de la hoguera y se sent junto
al hermano de Davida, un negro
anciano con unas pocas canas. l la
haba estado mirando todo el rato a
travs del fuego.
Est bien Davida,
dondequiera que se encuentre
ahora?
El hombre asinti pensativo.
Ahora est donde ya no se
tienen deseos. Se gir hacia ella
. No cree usted que la falta de
deseos es la mayor de las alegras?
Ruth se encogi de hombros.
No s, yo nunca he estado falta
de deseos, pero tampoco he sido
feliz de corazn. Como mucho
durante algn instante puntual.
El fuego volvi a resplandecer en
el centro, y las llamas ascendan a
lo alto. Instintivamente, Ruth se
toc la piedra de Mama Elo e
inmediatamente volvi a invadirle
aquella sensacin de calidez. Cerr
los ojos y se le apareci de nuevo
la misma imagen que antes, volvi a
ver unas llamas que se cernan
sobre ella como bocas hambrientas.
Pero entonces se le apareci otra
imagen, la de dos personas en un
cerro bajo la luz del sol
crepuscular. Una muchacha muy
joven, una nia todava, y un joven.
La mujer tena la cabeza apoyada
sobre el hombro de l, y el joven
tena una mano apoyada sobre el
hombro de ella. El cuerpo de la
muchacha se estremeca y Ruth
distingui cmo se le caan las
lgrimas. Le temblaban los
hombros, pero Ruth no alcanzaba a
reconocerle la cara. Solo le vea el
pelo largo y recogido, que
sobresala de una cofia, un pelo de
color rojo, agreste.
De pronto, oy la voz del hombre
joven.
No llores, Rose, flor de mi
vida. Todo se solucionar, todo.
La mujer joven sacudi la cabeza.
El qu? Mi padre te ha puesto
de patitas en la calle. Si nuestro
matrimonio tena de por s pocas
perspectivas, ahora ya no tenemos
esperanza alguna dijo volviendo
a temblar. Las lgrimas le corran
por las mejillas y se filtraban por la
tela del vestido hasta que
alcanzaban el suelo.
Ya encontrar alguna manera
le explic el joven. Me ir.
No, no te puedes ir! No me
puedes dejar aqu sola.
S, me ir, me ir all donde
pueda ganar dinero. Dicen que en la
baha de las ballenas han
encontrado oro. La zona est bajo
custodia del cnsul general
imperial de frica del Sudoeste,
Ernst Heinrich Gring. Le pedir
trabajo. Y cuando vuelva tendr
tanto dinero que podr casarme
contigo.
La muchacha se qued mirndolo.
En sus ojos brillaba la esperanza.
No estars mucho tiempo fuera,
verdad?
El hombre neg con la cabeza.
Me dar prisa, y cuando vuelva
compraremos estas tierras y la
colina verde, claro est. Nos
casaremos y tendremos hijos.
Primero un nio y luego una nia.
Rose. La joven sonrea entre
lgrimas. A nuestra hija la
llamaremos Rose.
Tu abuela era una mujer muy
noble. La voz del anciano
devolvi a Ruth a la realidad. Te
pareces a ella cuando era joven,
sois como dos gemelas. Si quieres
desvelar sus secretos, tienes que ir
a Lderitz. Por eso has venido,
verdad? En Lderitz empiezan y
acaban todas las pistas. All
encontrars lo que buscas.
Ruth abri la boca para preguntar
algo, pero al mirar a su lado ya no
haba nadie. El anciano se haba
marchado, el fuego estaba
extinguido. Ruth sinti que se
quedaba helada de golpe y se ech
una manta sobre los hombros.
El joven negro con el que Horatio
haba hablado aquel medioda se
acerc a ella.
Ya va siendo hora de que se
vaya, seorita le dijo con un tono
firme en su voz.
Ahora mismo. Ruth se
levant y la manta se le cay de los
hombros. El negro se la acerc.
Tenga, llvesela y lrguese de
aqu.
Por qu es tan hostil conmigo?
Yo no he matado a Davida.
Su familia ha trado ms
desgracias a los nama que todas las
guerras anteriores. Su familia tiene
la culpa de que seamos hoy
esclavos de los blancos. Nos habis
robado el alma, nuestra tierra,
nuestra cultura.
Ruth neg con la cabeza.
Se equivoca, eso es imposible.
El negro se le acerc tanto que
sinti su aliento en la cara.
Nadie se ha atrevido nunca a
maldecir a los Salden. Solo les
permitan estar aqu porque todos
les tenan miedo, pero yo no tengo
miedo. Y yo, nieto de Davida
Oshoha, la maldigo a usted, a usted
y a toda su familia.
De pronto, la piedra que Ruth
llevaba entre los pechos se volvi
fra como el hielo, tan fra que le
quemaba el pecho. Dur tan solo un
instante, pero Ruth supo que
recordara para siempre aquel
momento. Ech a correr. Quera
irse lejos, muy lejos de aquel lugar.
Mientras corra, crey sentir la
mirada del negro en la nuca como
una punzada. Ya sospech que no
tena nada que hacer aqu, pens.
Y al mismo tiempo saba que haba
hecho bien decidiendo ir hasta all.
Lleg a la carretera sin aliento,
aminor el paso y finalmente se
dirigi al coche con pasos
regulares. All se encontr a
Horatio, apoyado en la pickup y
con las piernas y los brazos
cruzados. Al parecer haba estado
esperndola. Su camisa blanca
brillaba en la oscuridad.
Qu le sucede? le pregunt
al verla junto a l, todava jadeando
mientras se recoga el pelo rebelde
en la nuca y se lo sujetaba con un
pasador.
Ruth se qued un momento
pensando si deba explicarle lo de
la maldicin. Hubiera querido
explicrselo todo, toda su vida, sus
miedos, todo. Pero antes de que
pudiera dar rienda suelta a la
lengua, se detuvo. l era un nama y
no creera a una blanca. O acaso
no persegua la misma causa? La
habra maldecido l tambin en
secreto?
Estoy cansada se limit a
decir. Tendramos que buscar un
sitio para dormir.
Horatio asinti y subi al
todoterreno como si fuera suyo.
Conozco un sitio cerca, junto a
un arroyo. Podemos pasar all la
noche.
Ruth se sent al volante, arranc
el coche y volvi a echar una
mirada a la casa en la que Davida
Oshoha haba vivido. Acto seguido,
se adentraron en la oscuridad.
Cmo es que conoce esta
zona? pregunt Ruth al cabo de
un rato.
Antes esta tierra perteneca a
los nama y los herero la
conquistaron. Yo la conozco porque
conozco el pas, porque soy de
aqu, soy de esta tierra, pertenezco
a este pueblo.
Algo en la voz de l le llam la
atencin. Era despecho? Era
orgullo o melancola?
Y usted tambin cree que las
maldiciones funcionan? Cree en el
dios del fuego y en todas esas cosas
en las que creen los nama? le
pregunt ella.
Horatio sonri.
Hay ms cosas entre el cielo y
la tierra de las que creemos dijo
. Pero si lo que quiere
preguntarme es si creo en el vud o
que los dioses le han dado poder a
un hombre por encima del resto
para que los destruya, no, entonces
se equivoca.
As que nada de maldiciones
ni muecos con agujas?
No, Ruth. La mir con
atencin, pero Ruth le evit la
mirada. No tenga miedo, Ruth
dijo l al saber lo que la conmova
. La religin de los negros
funciona tanto como la de los
blancos. Yo no soy su enemigo.
Ms tarde, la tienda estaba
montada, la hoguera encendida en el
centro de un crculo de piedras, y
Ruth y Horatio estaban sentados el
uno al lado del otro en el campo.
Ruth alz la vista hacia el cielo en
busca de su estrella. Necesitaba
algo que le proporcionara consuelo.
Qu quiere hacer ahora?
pregunt Horatio en voz baja.
Ya ha averiguado lo que quera?
Ruth se encogi de hombros.
No s qu he averiguado
exactamente. Todava no lo puedo
valorar con claridad, pero maana
mismo continuar el viaje en
direccin a Lderitz. El hermano de
Davida ha dicho que all empiezan
y acaban todas las pistas.
Horatio asinti, cogi un palo y
empez a atizar el fuego con l.
Yo ir con usted dijo l con
voz firme momentos despus.
Ruth se sorprendi. Pareca como
si ya lo tuviera decidido desde
haca tiempo.
Por qu quiere venir? Qu
tiene usted que ver con la historia
de mi familia?
Nada, nada en absoluto. Lo que
me interesa no es usted y su familia,
sino nicamente mi trabajo.
Lderitz es la sede del Diamond
World Trust. All hay tambin un
archivo al que yo tengo acceso
como historiador. Tengo que
investigar algo y le ofrezco mi
ayuda en su bsqueda. Sin m no
podr acceder al archivo. Y, a
cambio, usted me lleva a la costa.
Yendo en tren tardara demasiado.
Adems, haca tiempo que tena
pensado ir a Lderitz.
Y por qu me quiere ayudar si
mi historia no le interesa? Y, por
cierto, no hace falta que vaya en
tren, tambin hay conexin en
autobs.
Horatio se encogi de hombros.
Quizs una cosa est ligada a la
otra. De la misma manera que todo
est relacionado. Adems, usted
estuvo con una de nuestras mujeres
cuando muri en sus brazos. De
alguna manera estamos en deuda
con usted.
Tonteras, a m no me debe
nada nadie. Cualquiera habra
hecho lo mismo en mi lugar.
Ruth contempl las llamas.
Agarr la piedra de fuego y esper
a tener la visin, la imagen del
fuego voraz, pero no ocurri nada.
Todo estaba sumido en el silencio y
en la calma. Solo a lo lejos
ladraban a la luna unos perros
salvajes.
Mientras que Horatio no tard en
meterse debajo de la manta, dar las
buenas noches a Ruth y cerrar los
ojos, ella se qued un rato ms
sentada junto al fuego. Ira a
Lderitz. Hasta que no pronunci
esas palabras en voz alta no acab
de decidirse. Deba ir a Lderitz
porque quera resolver el misterio
de sus abuelos. Solo quien conoce
el pasado puede construir el
futuro. Aquel lema vital que Ian
haba repetido con frecuencia
cobraba sentido por fin. Pero por
qu quera ir Horatio con ella?
Soy un nama, oy decir a
Horatio. Y otra voz sigui: El
Fuego del Desierto es el alma de
los nama. Su familia nos ha robado
el alma.
Quera acompaarla para
encontrar el diamante Fuego del
Desierto? Pretenda salvar el alma
de los nama?
Ruth se despert al amanecer.
Horatio no estaba. Lo busc a su
alrededor y lo vio un poco ms all,
recogiendo lea para el fuego. Ruth
se estir y a continuacin se acerc
al arroyo, se lav la cara y llen el
cazo.
Cuando volvi a la hoguera,
Horatio la mir con algunas ramas
secas en la mano.
Qu le pasa? Se le ha
aparecido el dios del fuego? dijo
Ruth con una risa que son
malvola. A continuacin se
disculp: Lo siento, no quera
herir sus sentimientos.
Horatio no le apart la mirada.
Parece como si el sol saliera
de dentro de usted le dijo l. En
su cara haba algo que la propia
Ruth solo poda definir como un
recogimiento divino. Es como
si el pelo le ardiera en llamas.
Ruth esboz una sonrisa
retorcida.
Ya me las s todas le
explic. Cuando iba a la escuela
en Gobabis, los otros nios siempre
me gritaban: Pelirroja, pelirroja!
La chimenea te arde!
No, no, no quera decir eso.
Horatio levant las manos con un
gesto conciliador y Ruth
comprendi que haba pretendido
halagarla. Sinti que se ruborizaba.
Busc una goma en los bolsillos y
se recogi el pelo sin musitar
palabra.
Un cuarto de hora ms tarde
estaban los dos sentados junto al
fuego con tazas de caf humeante
entre las manos. Ruth respir
hondo. Disfrutaba del silencio que,
en realidad, no era tal, puesto que
lo rompa el gorjeo de los pjaros.
Inspir el aroma del campo, oli el
polvo, el calor del incipiente da
que iba ya en aumento, y el aroma
de las plantas. Vio tambin el brillo
del cielo caerle encima, un brillo
que pas del violeta oscuro a un
rosa plido, antes de que el sol lo
tiera todo de un naranja intenso.
Se est bien aqu, no? No me
imagino cmo debe de ser vivir en
la ciudad. Me encantan el campo y
sus animales.
A m tambin me gusta esta
tierra. Es nuestra.
Ruth se volvi.
Otra vez empieza con la
rebelin de los nama y los herero?
No le respondi Horatio,
solo quera decir que su tierra
tambin es la ma. Porque la
amamos. Solo eso.
Ruth se sinti aliviada.
Me puede explicar algo de la
rebelin? pregunt. Algo de lo
que ocurri en 1904.
Horatio se ech a rer.
Es pronto todava para hablar
de poltica y ponernos a discutir.
No desea mejor que le explique
cmo es que hay hombres blancos y
negros? Quiere saber por qu los
nama llaman a los blancos
espritus blancos? Y por qu los
blancos tienen tanto miedo de que
los llamen de esa manera?
Ruth se qued un momento
pensativa. Nunca haba tenido
tiempo de preocuparse por las
costumbres de su tierra. Pero ahora
s que dispona de muchsimo
tiempo. En su granja si todava
poda considerarse suya tendran
que arreglrselas sin ella por el
momento. Santo se ocupara de
todo. Ya estaba bien informado y
Ruth confiaba en l.
Muy bien, cuntemelo le
pidi Ruth al tiempo que se serva
otro vaso de caf.
Horatio se apoy en un tronco.
El Dios Padre tena dos hijos
empez a decir con voz tranquila
: Manicongo y Zonga. Los quera
a los dos con todas sus fuerzas,
pero solo uno estaba destinado a
guiar a los seres humanos, as que
les encomend una tarea. A la
maana siguiente tenan que ir a un
lago prximo y baarse en l. El
agua decidira quin deba ser el
verdadero seor de los humanos.
Zonga, el ms sensible y
ambicioso, aprovech la noche para
dirigirse a su destino. A la maana
siguiente, lleg al lago antes de que
el sol hubiera salido. Se meti en el
agua y se llev una sorpresa. El
agua le haba limpiado to-
da la suciedad y el polvo, de
manera que se qued blanco como
una azucena.
Manicongo, el mayor de los dos,
era la calma y la serenidad
personificadas. Amaba la vida con
todas sus sorpresas y sus placeres.
Al recibir el encargo de su padre,
mand que le prepararan una
copiosa comida, bebi unas cuantas
botellas de vino, cant y bail
media noche y cuando amaneca se
fue a la cama. Cuando despert, ya
era medioda. Se dirigi hacia el
lago tan rpidamente como pudo y
quiso zambullirse en l. Pero el
lago ya no estaba, y de l quedaba
nicamente un charco. Manicongo
salt al charco, quiso coger aquella
agua con las manos, pero solo se
moj las palmas y las plantas de los
pies, y se le quedaron blancas.
As, el Dios Padre decidi que
el ambicioso Zonga obtuviera el
dominio sobre los blancos y el
vivaracho Manicongo, sobre los
negros. Zonga atraves el ocano y
gobern a su pueblo,
transmitindole sus habilidades.
As fue como los blancos se
hicieron cada vez ms y ms ricos.
Manicongo deba gobernar a los
negros y lo hizo tan bien como
pudo. Por eso a los negros les gusta
tanto comer, beber, cantar y bailar.
Y, ahora, Ruth, qu me dice?
Quin de nosotros lo tiene mejor?
le pregunt Horatio mirndola.
Tampoco es que nos haya
tocado la lotera a ninguno de los
dos respondi Ruth,
encogindose de hombros. El que
no hace ms que trabajar y no
conoce el placer tiene poca vida. Y
el que solo disfruta y no sabe lo que
es el trabajo, tampoco sabe lo que
es vivir. La clave est en el medio
dijo mirando a Horatio.
Vuestro dios no es muy listo, creo
yo.
Horatio se ech a rer.
Oh, no, no! No es nuestro dios
el que lo decidi. Debe de haber
sido el vuestro. Nosotros tenemos
dos divinidades, una buena y una
mala. Juntos determinan el destino
de los seres humanos. Tsui-Goab,
el dios bueno, vive en el cielo rojo,
es decir, donde sale el sol; Gaunab,
el dios maligno, es el responsable
de las enfermedades, los
accidentes... en definitiva, de todo
lo malo que les ocurre a los
humanos.
Ya, ya lo s, el dios bueno del
fuego sagrado.
Exacto, Tsui-Goab, el dios que
protege el fuego del sol. Por mi
trabajo encontr una tribu de herero
que tenan otras creencias. Antes,
quiero decir, antiguamente, los
herero solo hablaban su lengua, el
otjiherero. Por aquel entonces, a los
blancos los llamaban otjirumbo,
que viene a ser algo as como cosa
gorda y plida. Los primeros
blancos llegaron por mar, pero para
los herero el mar era el reino de los
muertos. Si alguien volva del reino
de los muertos, deba de ser el ms
poderoso de los dioses. Los
pueblos negros se sometieron
inmediatamente a aquellos espritus
blancos y les allanaron el camino
para conquistar todo el territorio de
los herero.
Ahora mi pueblo tiene la
culpa de que el vuestro sea tan
supersticioso?
Horatio neg con la cabeza.
No, no es eso. Solo me imagino
cmo debe de ser llegar a un pas
extranjero y que a uno lo reciban
con honores y lo traten como a un
dios. Y cmo cualquiera puede
aprovecharse de esa hospitalidad.
Bah dijo Ruth, ahrreselo.
Usted mismo ha dicho que los
negros prefieren disfrutar de la
vida. Y es as. Cada uno se forja su
propio destino. Adems, tambin
hay negros que han sabido
arreglrselas. No se ha parado a
pensar que a muchos les va ahora
mejor que antes? Los nios pueden
estudiar, sus padres viven en casas
y ya no tienen que ir llevando el
ganado por los campos secos. Hay
mdicos, tren, y calles
medianamente urbanizadas. Y todo
eso lo han trado los blancos.
Horatio call.
Qu pasa? pregunt Ruth en
tono desafiante.
Nada contest l. A veces
me gustara que nos entendiramos
mejor, que los blancos y los negros
furamos amigos, en lugar de estar
echndonos en cara continuamente
quin ha hecho qu, cundo, dnde
y quin le ha hecho qu al otro y
quin le debe algo a quin. No es
tan fcil como usted lo ve. Por esas
calles, por el ferrocarril, las
escuelas y los mdicos hemos
tenido que pagar un precio: nuestra
cultura y nuestra identidad. No
hemos llamado a los blancos. No
echbamos en falta los trenes, ni las
calles, ni las escuelas, ni los
mdicos. Cuidbamos del ganado y
los ancianos enseaban a los
jvenes lo que necesitaban saber.
Nuestra escuela era la vida. Y si a
alguien de nosotros le iba mal, para
eso tenamos a los chamanes. No,
Ruth, ya ramos felices sin los
blancos. Pero ahora estn aqu y
esperan que vivamos tal y como
viven ellos, y, si no, nos llaman
vagos. Nadie quiere entender que
simplemente somos diferentes. Ni
mejores ni peores. Simplemente
distintos.
No hable tanto suspir Ruth
. Mejor levntese y aydeme a
meter las cosas en el coche.
Todava nos queda mucho camino
por delante y poco tiempo para
estas tonteras. Como mnimo ahora
no. Se senta avergonzada y haba
buscado deliberadamente las
palabras que pudieran ofenderlo.
Bien saba lo que los blancos
haban hecho a los negros, lo que
les seguan haciendo al no aceptar
su estilo de vida y pretender que la
nica manera correcta de vivir era
la suya propia.
Ruth recogi las cosas en
silencio, las puso ordenadamente
bajo la cubierta de la pickup y se
sent al volante.
Todava quiere venir conmigo
a Lderitz o prefiere que le deje en
la prxima parada de camiones?
Vamos a Lderitz respondi
Horatio. A qu esperamos?
7
Llevaban conduciendo muchas
horas y solo se haban detenido dos
veces para repostar. Aunque
todava era de da, la oscuridad iba
cernindose sobre el paisaje, y unos
nubarrones negros se arremolinaban
en el cielo con sus tonalidades
negras y amarillas, amenazando
tormenta en el horizonte.
Va a haber tormenta dijo
Ruth. Tendramos que ir
encontrando un albergue en algn
pueblo o alojarnos en alguna granja.
Horatio mir a su alrededor.
Por aqu no hay nada: ni
granjas ni pueblos, ni siquiera un
poblado de aborgenes. Estamos en
medio del campo. No me extraara
que furamos los primeros en llegar
hasta aqu hoy. No veo ni siquiera
ganado en los prados, ni molinos, y
mucho menos casas o fincas.
Dnde estamos exactamente?
En la linde del desierto de
Kalahari. Por dondequiera que
mires no hay ms que arena, arena
rojiza y algunos matorrales,
hierbajos y madera reseca. Y hace
muchsimo calor, no cree?
El desierto es as respondi
Ruth con un tono seco, a pesar de
que tena la blusa pegada a la
espalda, que por el canalillo de sus
pechos le corra el sudor a chorro y
que el cuadro de mandos del
vehculo estaba lleno de arena.
Ech mano del mapa de carreteras,
que se encontraba encima del
asiento del copiloto. El Kalahari
es enorme. Lo que quera saber es
dnde estamos, cul es el siguiente
pueblo, si hay una granja cerca o al
menos una parada de camiones.
Horatio agarr el mapa y lo
despleg.
Hace una hora pasamos por
Kalkrand, as que la siguiente
poblacin debera de ser Mariental.
Todava deben de quedarnos dos
horas hasta llegar all.
Ruth mir las nubes, cuyos bordes
haban ido tindose ya del color
del azufre.
No llegamos. Nos pillar la
lluvia, y el camino quedar tan
resbaladizo que no avanzaremos ni
una milla. En aquel preciso
instante una rfaga de viento
arranc algunos matojos y levant
una nube de arena.
Qu hacemos entonces?
pregunt Horatio.
Ruth le arroj una mirada
compasiva.
Que qu hacemos? Pues
buscar una granja. Usted est
pendiente de los letreros del borde
de la carretera, de acuerdo?
Vale.
El viento se iba haciendo ms
fuerte a cada minuto, doblando
hacia el suelo los pocos matorrales
que haba al borde del camino,
levantando remolinos de arena
delante del parabrisas y
dificultndoles la vista. Ruth se
haba ido tan hacia delante que
prcticamente tena la nariz pegada
al parabrisas. Los torbellinos
levantaban la arena del Kalahari a
varios metros de altura. Era como
si estuvieran conduciendo a travs
de una niebla roja y espesa.
Todava no ha visto ningn
letrero? Es que esta carretera no
tiene ningn desvo? Ruth tena
que gritar para que su voz se oyera
entre los rugidos del viento.
Ah delante hay uno.
Dnde?
Ah, a la derecha.
Ruth fren. Los cristales del
vehculo se cubrieron al instante de
una gruesa capa de arena. Ruth se
baj, se lanz contra el viento
protegindose los ojos con una
mano. Kants Beester & Donkey
Plaas, anunciaba el letrero en
afrikans. Ruth regres a toda prisa
al vehculo y se meti en l de un
salto.
Una granja de vacas y burros.
Es curioso, nunca haba odo que se
pudieran criar burros explic,
sacudiendo la cabeza.
Bueno, de algn sitio tienen
que venir.
Ruth puso en marcha el
limpiaparabrisas e hizo una mueca
al ver que iba dejando lneas
dibujadas sobre los cristales. A
continuacin pis el acelerador y
tom el desvo que conduca hacia
Kants Plaas. Se detuvo ante una
casa de dos pisos, salt del
vehculo e hizo sonar la aldaba.
Volvi a levantar la vista hacia el
cielo, que ahora haba cobrado un
tono entre negro y violeta. Los
truenos retumbaban en la lejana.
Finalmente abrieron la puerta. Un
hombre rechoncho con pantalones
cortos y una camiseta de canal se
hallaba de pie junto a la puerta, con
las piernas abiertas. De las botas de
trabajo le sobresalan unos
calcetines a rayas.
Qu pasa? dijo el hombre
con el tono de un ladrido.
Seor Kant? Estbamos de
camino a Keetmanshoop y
queramos preguntarle si podra
cobijarnos del mal
tiempo.
El hombre se rasc la barbilla. Se
le notaba que no era a Ruth a quien
haba estado esperando
precisamente.
Mi esposa est en casa de su
hermana. Tendrn que prepararse
ustedes mismos la habitacin de los
invitados. Y tampoco tengo mucha
comida en casa.
No se moleste, por favor,
nosotros ya tenemos algo y
pasaremos la noche en nuestros
sacos de dormir.
De acuerdo, entre gru
Kant. Pero rpido, que no quiero
que la tormenta me meta ms
mierda en casa.
Ruth asinti y volvi corriendo al
coche.
Venga, agarre los sacos de
dormir le grit a Horatio.
Los primeros goterones
empezaban a caer en el techo del
vehculo. Horatio tom el equipaje,
y levantando los hombros y con la
cabeza gacha fueron corriendo
hacia la casa.
El granjero estaba todava en la
puerta. Cuando ambos se disponan
a entrar, levant un brazo a modo
de barrera.
Un momento, un momento. No
me haba dicho que vena con un
cafre. En mi casa solo entran
blancos. El negro, que pregunte a
mis trabajadores si les queda sitio
para l. Las chozas las tienen a una
milla hacia el norte.
El estallido de un trueno
interrumpi al hombre. Los
relmpagos golpeaban como si el
mismo Dios estuviera lanzndolos
sobre la Tierra.
Mire, hemos venido juntos. No
monte ningn escndalo y djenos
pasar. Ya le pagaremos por su
hospitalidad.
Ruth quiso pasar por su lado pero
el hombre tena clavado el brazo en
el marco de la puerta como una
barrera.
No me ha odo, seorita? En
mi casa no entran cafres.
De acuerdo, seor, usted
manda. Pero rece a Dios para que
no llegue el da en que necesite la
ayuda de un cafre, y si llega, rece
porque el cafre est un poco ms
dispuesto a ayudar que usted dijo
Ruth, y, acto seguido, dio media
vuelta. Ven.
Sin darse cuenta de que acababa
de tutear a Horatio, le agarr de la
manga y lo condujo hasta el coche
bajo la lluvia, mientras que Kant
daba un portazo a sus espaldas.
Qu vergenza grit Ruth.
Y luego dirn que las gentes del
frica del Sudoeste son
hospitalarias. No me hagas rer!
Estaba tan furiosa que iba dando
golpecitos con los dedos en el
volante. Es que a usted no le
molesta?
Horatio neg con la cabeza.
No, no especialmente. Ya estoy
acostumbrado. Soy un negro, un
cafre, un simio, sabe? Y usted, ha
alojado en su casa a un negro
alguna vez?
Qu quiere decir? Mama Elo y
Mama Isa viven en la casa de la
granja, al menos en el ala de los
invitados.
S, pero trabajan para usted.
Alguna vez ha tenido a un negro de
invitado? A uno que se sentara en
la mesa con usted, que bebiera de
su buen vino y que pasara la noche
en la habitacin de los invitados?
Ruth sacudi la cabeza.
A qu viene esto? Yo solo
conozco a los negros de nuestra
granja y a los de las granjas
vecinas. Ellos ya tienen sus camas y
no necesitan habitaciones de
invitados.
Pero no mantiene una relacin
de amistad con ninguno de ellos,
verdad?
Ruth agit la mano en el aire.
Tiene razn, los negros no son
mis amigos, pero los blancos
tampoco dijo al tiempo que
pensaba en Santo, en su hermosa
mujer, en Elo, en Isa y en Nath.
Pero si tuviera que elegir, creo que
preferira tener amigos negros. Y en
Saldens Hill nunca hemos
rechazado a nadie que necesitara
ayuda.
Oh.
Eso es todo? Un oh? Y
ahora qu hacemos?
Horatio se encogi de hombros.
Usted es la mujer del campo, la
que tiene experiencia. Yo solo soy
un simple cafre de ciudad.
Pues vale, sigamos
conduciendo mientras podamos. En
algn sitio habr una cabaa para
pastores. Pasaremos la noche all.
Encendi el motor y se fue
alejando lentamente de la granja. La
lluvia caa sobre el tejado del
vehculo como si fueran piedras, y
la suciedad de los cristales se
mezclaba con la lluvia, caa en
arroyos de un gris rojizo y dejaba
una capa opaca que les tapaba la
vista.
Ah detrs, ah hay una choza!
exclam Horatio, haciendo una
seal con la mano en la oscuridad
. Ah, la ve?
Parece una morada para
trabajadores temporeros.
Esperemos que no est ocupada y
que con este tiempo al viejo Kant le
d demasiada pereza echar un ojo a
su choza.
Tuvieron suerte. La choza de
piedra, baja e inclinada, estaba
vaca. Tena las ventanas tapadas
provisionalmente con tablones
clavados. Dentro haba una vieja
cocina de gas sin gas, adems de
una mesa tambaleante y dos sillas
con el asiento desgastado por el
uso. El suelo estaba lleno de
suciedad y de las paredes colgaban
telaraas.
No es precisamente el Hilton,
pero es mejor que empaparse bajo
la lluvia.
El qu?
Ruth levant la vista.
El Hilton. Una cadena de
hoteles muy famosa y carsima. La
conozco por las revistas de mi
madre.
Aj.
Ruth sac el saco de dormir y lo
tendi en el suelo.
Tiene hambre todava?
pregunt.
Horatio neg con la cabeza.
Pero una cerveza estara bien
ahora.
Coja una. Ruth rebusc en su
bolsa de lona y tendi a Horatio una
botella de cerveza Hansa Lager.
No est fresca, pero creo que
igualmente le valdr.
Voy a salir debajo del
colgadizo. Un tiempo as no se ve
muy a menudo en la ciudad.
Ruth lo sigui. Apoyados uno al
lado del otro en la pared,
observaban el cielo. Todava tena
un color violeta oscuro, y de vez en
cuando los rayos partan la
oscuridad. La tierra de delante de la
choza, normalmente polvorienta,
estaba humedecida por la lluvia que
caa sobre el techo y se filtraba por
l a goterones. En los charcos iban
estallando las burbujas.
Como si Dios hubiera decidido
que se acabara el mundo dijo
Ruth en voz baja. Ya veremos si
maana podemos salir de aqu. El
camino estar todo embarrado. Solo
podremos ir seguros por el camino
de grava.
Horatio asinti.
El dios del fuego est
enfadado, sola decir mi abuela
cuando vena una tormenta, y yo
siempre tena mala conciencia
porque pensaba que ese dios estaba
enfadado conmigo.
No es muy humilde que
digamos, no? se rio Ruth. De
verdad crea que Dios montaba
todo este circo solo porque se le
haba olvidado recoger el coche de
juguete?
Yo no tena coches de juguete.
No tena ningn juguete que se
pudiera comprar en una tienda
contest Horatio en tono alegre.
Solo una pelota de trapo, un
neumtico de plstico y una especie
de mueco que mi madre misma
haba cosido. Ah, y una vez mis
hermanos me hicieron un cochecito
con cajas de fruta viejas y ruedas
de cochecito de beb.
Oh dijo Ruth al tiempo que
bajaba la mirada.
Entretanto, la lluvia se haba
hecho tan fuerte que tuvieron que
abandonar su refugio bajo el
colgadizo y entrar en la choza.
Yo crec en una cabaa de
chapa. Mis dos hermanos mayores
eran fuertes como osos. Ya de
jovencitos podan ocuparse del
trocito de tierra que tenamos detrs
de la casa, y ambos cuidaban las
cabras. Yo, por el contrario, era
dbil y tena tendencia a enfermar.
Una vez tuve que cuidar yo de las
cabras porque mis hermanos tenan
que ir a por lea. As que me sent
en un trozo de tierra seca del prado
con un bastn en la mano y no tena
que hacer nada ms que vigilar las
dos cabras. Con el bastn iba
dibujando formas en el polvo y de
vez en cuando les echaba una
ojeada. Cada vez estaban un
poquito ms lejos, pero siempre lo
suficientemente cerca como para
reconocerlas. Sin embargo, dejaron
de moverse de pronto. Yo pensaba
que deban de estar cansadas y las
dej tranquilas. Haca calor, as que
si la gente lo pasa mal por el calor,
por qu no iban a estar cansadas
tambin las cabras? Yo estaba ah
sentado, mirando de vez en cuando
aquellas dos manchas grises,
plantadas con toda tranquilidad en
mitad del campo. Cuando empez a
caer la noche, quise levantarme e ir
a buscar las cabras. Y entonces fue
cuando me di cuenta de que llevaba
todo el tiempo mirando dos rocas.
Las cabras se haban ido. Horatio
se detuvo y mir a Ruth. Lo
entiende? No vea bien pero nadie
se haba dado cuenta, nadie haba
tenido tiempo de darse cuenta. Y
as perd las cabras, lo ms valioso
que posea mi familia.
Aunque intent ocultar su
desesperacin tras una sonrisa,
Ruth vio en su cara la gran
decepcin de su vida. Le cogi de
la mano un instante.
Usted no pudo hacer nada por
evitarlo. No tena la culpa de tener
mal la vista.
Ya lo s. En cualquier caso,
mis padres no tenan dinero para
unas gafas. Cuando el vecino muri,
hered las suyas. Con ellas vea
borroso, pero si me colocaba algo
muy cerca de los ojos no haba
problema. Horatio se detuvo.
El vecino era conserje en una
escuela de misioneros y tena
algunos libros. Dado que nadie me
quera para trabajar despus de
haber perdido las cabras, empec a
leer. Lea todo lo que me caa en
las manos. El cura se dio cuenta de
mi avidez por la lectura y me prest
sus libros. Tambin fue l quien se
encarg de que fuera a la escuela.
Mis padres estuvieron de acuerdo.
En la escuela daban de comer gratis
y as mis padres tenan una comida
menos que darme. El maestro era un
baster, el hijo de un blanco y una
negra de la tribu de los khoikhoi.
Una mujer de los hotentotes?
le interrumpi Ruth.
S, creo que los blancos los
llamis as. Los nama son los
autnticos hotentotes, pero los san
tambin estn relacionados con
ellos. A mi maestro le interesaba
mucho la historia y pronto se
convirti tambin en mi mayor
aficin. Los otros nios no me
prestaban atencin, como mucho se
rean cuando me tropezaba con mis
propios pies. Era un intil jugando
al ftbol, y en cambio sola sacar
notas sobresalientes. Pero no
deseaba otra cosa ms que poder
meter el gol decisivo algn da.
Solo una vez, por un da, quera ser
la estrella del ftbol en la escuela.
Pero bueno, en lugar de eso me
llevaba alguna paliza de vez en
cuando porque haca demasiadas
preguntas en clase. Decan que le
haca la pelota al profesor, pero no
era verdad, lo que pasa es que no
tena otra cosa ms que mis
conocimientos. Acab la escuela
siendo el mejor estudiante.
Tampoco era muy difcil, porque
era el nico que no tena que
trabajar luego en casa. Poda
pasarme todo el tiempo metido en
libros.
Para la familia, yo segua siendo
un intil. Yo saba que queran que
me marchara, aunque nunca llegaron
a decrmelo. Era una boca ms que
alimentar, y adems intil, alguien
que ocupaba una plaza para dormir.
El maestro se empecin en que
fuera a la universidad. Un cafre en
la universidad, imagnese! Eso no
se haba visto nunca, y en realidad
tampoco fui estudiante oficial. Me
dejaban ir a las clases, pero nunca
estuve matriculado como los
blancos. Oficialmente, yo trabajaba
all como conserje. Y volv a tener
suerte. Alguien se dio cuenta de mi
don para las lenguas. Me dejaron
estudiar Historia y las lenguas de
los negros, as como utilizar la
biblioteca. Estaban seguros de que
ms tarde me podran utilizar como
intermediario. Despus de mis
estudios, me obligaron a trabajar
para la Administracin de
Sudfrica, para los blancos. Y yo
acced, porque si no, no me
hubieran dejado presentarme a los
exmenes.
Qu pretenda el gobierno con
todo aquello? pregunt Ruth en
voz baja.
Se crea que los nama eran los
protectores de los diamantes
explic Horatio. Y, claro, un
nama que trabajara para los blancos
y que pudiera revelar los secretos
de su propio pueblo les serva de
ayuda. Una vez acabados los
estudios rechac trabajar para
aquellos tiburones de diamantes. Al
fin y al cabo, me haba
comprometido a trabajar para la
Administracin de Namibia, pero
no para la economa. Yo quera
escribir una tesis sobre los distintos
pueblos y tribus de Namibia y sus
lenguas. Pero hasta hoy no he
podido encontrar ningn director
para mi tesis. Soy un don nadie que
vive de pequeos trabajos de
investigacin... En estos momentos
estoy trabajando en un estudio
sobre la sublevacin de los nama y
de los herero en 1904 desde el
punto de vista de los negros, una
investigacin para los blancos.
Ahora ya lo sabe.
Y todava quiere ser una
estrella del ftbol? pregunt
Ruth.
Entretanto, se haba hecho tan
oscuro en la choza que Ruth no
poda verse ni su propia mano
delante de los ojos. No saba dnde
estaba Horatio exactamente, pero
oa su respiracin y hablaba en la
direccin de la que provena el
sonido.
S, estara bien ser una estrella
del ftbol se rio Horatio. Pero
ha visto alguna vez a un jugador de
ftbol con gafas? Ruth lo oy
girarse. Y usted? Con qu
suea? le pregunt l.
Con ser alta, delgada y guapa,
tener las piernas de una jirafa y el
garbo de una gacela, y tambin con
poder conservar mi granja y poder
producir fantsticos quesos algn
da, claro est, pens Ruth, pero
permaneci callada.
Que descanse bien le dijo l
despus de un rato.
Y usted tambin.
Ruth tuvo que confesarse que la
historia de Horatio la haba
conmovido. l tambin era alguien
a quien nadie quera y a quien nadie
necesitaba. Por qu quera ir con
ella a Lderitz? Quera demostrar
que era un buen nama? Quera ir
con ella solo para recuperar el
Fuego del Desierto para su pueblo?
O quera mostrrselo a sus padres,
a sus hermanos y a sus antiguos
compaeros de escuela?
A la maana siguiente haba
cesado el viento, pero todava se
cernan las nubes sobre el campo,
tristes y grises como una sbana
vieja. Ruth suspir. Iba a ser un da
duro. Despus de toda aquella
lluvia, los caminos estaran
resbaladizos y no sera fcil
conducir por ellos. Despert a
Horatio. A continuacin bebieron
caf, comieron unas cuantas galletas
secas y se pusieron en marcha.
El motor del Dodge traquete.
Entiende de motores?
pregunt Ruth.
Cmo? No, qu va. No s
nada de motores. Ni siquiera s
conducir.
Ruth reprimi un suspiro y mir
de reojo a Horatio, que tena la
cabeza gacha y se limpiaba las
gafas con el borde de la camisa.
Ella conduca desde los doce. Por
aquel entonces, claro est, lo haca
en secreto y solo cuando Ian se
sentaba junto a ella al volante, pero
desde los catorce conduca en
pblico e incluso iba a la ciudad.
La mayora de sus conocidos no
tenan licencia de conducir. Y para
qu? Haba tanto trfico en Namibia
como lluvia en el desierto. Pero tan
importante era la lluvia en el
desierto como el arte de la
conduccin lo era para aquellos que
vivan en el desierto o en sus
inmediaciones.
Lentamente, sin acelerar mucho,
Ruth sigui conduciendo. Cuando
poda, iba evitando los charcos de
agua que se haban formado en el
camino.
Me desprecia, no?
Qu? Ruth se sobresalt al
or la pregunta de Horatio. Estaba
concentrada al mximo y tena la
mirada fija en el camino
resbaladizo y lleno de baches.
Que me desprecia, o no es
verdad?
No, no le desprecio. Mire,
tengo que estar pendiente de la
carretera. Y qu motivos tendra
yo para despreciarle?
Lo noto en su voz. Me
desprecia porque no s nada de las
cosas con las que usted tiene que
lidiar a diario. No tengo ni idea de
ovejas. Ni siquiera soy capaz de
vigilar un par de cabras. Si hay un
rbol cruzado en el camino, no
tengo ni idea de cmo deshacerme
de l. Me resulta complicado
encender un fuego, no s nada de
motores. Es normal que me
desprecie. Un hombre de verdad,
sea blanco o negro, tendra que
saber todas esas cosas.
Ruth reconoci el desnimo y la
tristeza en la voz de l.
Ya conozco a muchos hombres
que arreglan coches y saben
pastorear. La mayora de ellos son
peludos como carneros y huelen
igual.
No eran precisamente las
palabras de consuelo y compasin
que Ruth hubiera querido decir,
pero Horatio se rio en voz baja y
volvi a mirar por la ventana. Al
cabo de un rato dijo:
Podramos pasar por
Keetmanshoop para ir a Lderitz.
Keetmanshoop? pregunt
Ruth, frunciendo el ceo. Y qu
demonios tenemos que hacer all?
Yo pensaba que bamos en
direccin a Keetmanshoop, pero
que a la altura de Mariental nos
desviaramos por otro camino hacia
la derecha.
Keetmanshoop fue fundada por
un alemn. Muchos de los que
estaban relacionados con las minas
de Lderitz vivieron ms tarde en
Keetmanshoop. Llegaron de la
ciudad fantasma de Kolmanskop.
All quizs encontremos pistas
sobre sus abuelos. Todava se
conserva la antigua oficina de
correos. Quizs alguien sepa algo
por all que le pueda interesar.
Y hay tambin all pistas
sobre los nama? Mire, no tengo ni
idea de qu significa todo esto,
pero por qu quiere llevarme hasta
Keetmanshoop?
Ahora mismo su desconfianza
no me adula dijo Horatio con un
suspiro.
Tampoco es mi obligacin
subirle la autoestima respondi
Ruth, si bien haca pocos minutos
aquello era justamente lo que
pretenda.
Lo crea o no, quera hacerle un
favor. No s lo que podra
necesitar, pero pienso como un
cientfico. Si hay testigos de la
generacin de sus abuelos que,
adems, hayan tenido alguna
relacin con los diamantes, es muy
posible que se encuentren all.
Quiere decir testigos del
diamante Fuego del Desierto? Por
fin s lo que pretende. Ruth
aceler tanto que Horatio se ech
hacia atrs en su asiento.
Oiga oy decir a Horatio en
voz baja, yo no soy su enemigo,
Ruth.
Tena una respuesta mordaz en la
punta de la lengua, pero de pronto
apareci ante ellos el letrero de
Mariental, y, justo detrs, una
parada de camiones. Ruth detuvo el
vehculo, repost y llen dos
bidones de gasolina y tres de agua.
No haba ni un alma en la parada,
tan solo unas cuantas sillas de
plstico junto a tres mesas como
parientes perdidos. Un hombre
mayor con una camisa gris estaba
apoyado detrs del mostrador,
observando por entre los dulces.
El Dodge, depsito lleno, y tres
bidones dijo Ruth. El hombre
asinti con la cabeza sin pronunciar
palabra, se inclin hacia la ventana
y ley lo que indicaba el surtidor de
gasolina.
Algo ms?
Tres bocadillos, dos
chocolatinas y dos cafs.
Adnde van?
En direccin a Keetmanshoop
contest Ruth, y luego
tomaremos el desvo de la B1 hacia
Lderitz.
No es muy buena idea.
Por qu?
La B1 est cortada. La polica
empez ya durante la noche las
tareas de limpieza. La mitad del
camino tiene socavones. Ms all
de Mariental no hay ni electricidad
ni telfono.
Por la tormenta?
El hombre asinti.
Nunca haba visto una cosa as.
En comparacin, las cataratas
Victoria son una mierda.
Ruth asinti.
Y cmo est la cosa al este de
la B1?
El hombre se encogi de
hombros.
Esta maana vino un camin.
Haba pasado por el Kalahari,
desde Gibeon hasta Spielmans
Lodge y luego hasta aqu.
Ruth sacudi la cabeza.
La arena debe de estar
empapada. El Dodge se quedar
atascado.
Es muy probable. Entonces o se
esperan o van hacia el este.
Ruth seal a un mapa colgado en
la pared.
Hacia el este, entonces? Pero
cmo? Por la C19 en direccin a
Maltahhe?
Sera una posibilidad
respondi el hombre. Diez millas
ms all de Mariental hay una
granja. Si no me equivoco, de all
sale un camino de tierra que vuelve
a Gibeon.
Ruth asinti, revolvi en su
cartera y le dio al hombre lo que le
deba.
Mucha suerte grit el hombre
cuando Ruth se dispona a
marcharse.
Gracias, la necesitar.
Entretanto, Horatio haba
limpiado los cristales del vehculo.
Ruth le acerc un bocadillo y un
caf. Comieron y bebieron en
silencio.
Y ahora cmo seguimos?
pregunt finalmente Horatio, al
tiempo que se sacuda unas migas
de la camisa.
En direccin a Maltahhe por
la C19. La carretera principal, la
B1, est cerrada ms all de
Mariental. Ruth abri la puerta
del coche y salt al asiento. Nos
vamos?
Espere! grit Horatio, y
desapareci en la parada de
camiones. Instantes ms tarde
volvi con cuatro bocadillos ms.
Qu se trae entre manos?
Nada, solo quera asegurar
provisiones.
Vaya... dijo Ruth,
sacudiendo la cabeza. Estos
hombres de ciudad!
Acto seguido se pusieron en
camino.
El paisaje a izquierda y derecha
de la carretera era totalmente
diferente al de antes. La hierba,
antes dura y de color gris, haba
adquirido ahora una tonalidad
verdosa y bordeaba la pista, que
aqu era de tierra compacta,
cubierta solo parcialmente por la
gravilla. Aqu y all encontraron
ramas en el camino, pero no haba
rboles cados. Aun as, una vez
tuvieron que parar por un rebao de
vacas que lo estaba cruzando. Dos
jinetes conducan a los animales de
vuelta al prado entre gritos:
Moveos, moveos!
Estn bien cebados seal
Ruth en un tono de experta
profesional. Deben de tener dos
aos. Ya se podra sacar un buen
dinero con ellos en una subasta,
pero yo me esperara todava hasta
que parieran una o dos veces, y
luego ya los vendera.
Aj dijo Horatio al tiempo
que le tenda un bocadillo a Ruth.
Tenga, cjalo. Ahora tampoco
podemos hacer otra cosa...
Cuando, un rato despus, los
ganaderos les hicieron una seal,
siguieron conduciendo despacio.
Horatio silb. Haba bajado la
ventanilla de su lado y sacaba por
ella la cabeza al viento.
No saba que el campo poda
ser tan fresco explic mientras
segua silbando.
No haga ruido un segundo le
increp Ruth.
Qu pasa?
El motor traquetea. No
funciona bien, no lo oye?
Y eso qu significa? le
pregunt Horatio, fijando en ella la
mirada.
El vehculo empez a dar
sacudidas, luego dio un salto y se
qued parado.
Mierda! Ruth retir la llave
de contacto y salt del vehculo.
Levant el cap y comprob las
bujas, el aceite y el lquido
refrigerante. Todo en orden. Va,
venga, dime qu te pasa. Ruth
miraba desesperada el motor de su
todoterreno.
Horatio se haba acercado a su
lado.
Quiz sea la correa trapezoidal
sugiri.
Bah, y usted qu sabr?
Nada, pero una vez vi en el
cine una pelcula en la que un coche
tena la correa trapezoidal rota y la
joven herona tena que quitarse las
medias.
Aj, ya veo por qu se acuerda.
Lo nico es que yo no llevo medias.
Volvi a inclinarse sobre el
motor, lo removi un poco por
dentro como remueve un nio las
espinacas y finalmente sac una
correa delgada. La miraba sin
poder creer lo que vean sus ojos.
Eso es una correa trapezoidal?
pregunt Horatio. No pudo evitar
esbozar una sonrisa.
Venga! gru Ruth. Coja
su maletn y su cepillo de dientes y
venga de una vez. No s cunto ms
aguantar el tiempo.
Estaba enfadada y ni siquiera
pensaba en ocultar su mal humor.
En la cabina del conductor busc un
cinturn con bolsillos de cuero a
izquierda y derecha, meti en ellos
la cartera y el cepillo de dientes, se
at el cinturn y cerr el coche.
Qu hacemos ahora?
pregunt Horatio.
Que qu hacemos? Pues
vamos a ir hasta la siguiente granja
y all intentaremos encontrar una
correa trapezoidal.
O unas medias?
Ruth se detuvo y fulmin a su
acompaante con la mirada.
En vez de mirarle los muslos
desnudos a la mujer en el cine, ms
le hubiera valido ver exactamente
cmo reparaba el hombre la correa.
Ruth dio media vuelta y se alej
caminando a paso enrgico. Horatio
la sigui bamboleando los brazos.
Dos horas despus por fin haban
llegado a una granja. En el cartel de
la entrada constaba el nombre de
Normans Green, si bien en los
alrededores no haba nada verde,
por ninguna parte. El paisaje era tan
seco y rido que las pocas plantas
que haba tenan una tonalidad gris
y se distinguan poco del suelo.
Llegaron delante de la casa de
una sola planta, cuyas ventanas
blancas brillaban por la luz
griscea.
Hola grit Ruth, hay
alguien ah?
Nadie respondi. Dio la vuelta al
edificio y as lleg al establo.
Haba una puerta abierta y dentro se
oan ruidos de ovejas balando,
hombres charlando y aparatos
elctricos en funcionamiento.
Hola! volvi a gritar.
Inmediatamente los aparatos
dejaron de sonar. Un joven y un
hombre mayor asomaron la cabeza.
Cada uno tena una oveja sujeta
entre las rodillas y una mquina de
esquilar en la mano derecha.
Qu quera, seorita?
Oh, mi coche se ha quedado
parado por culpa de la correa
trapezoidal. A dos horas de aqu en
direccin a Mariental. No tendrn
por casualidad... ejem... unas
medias o algo as en la casa?
El joven se rio. El mayor
pregunt:
Qu coche es?
Un Dodge 100 Sweptside.
Es posible que justamente
disponga de una correa trapezoidal,
a no ser que quiera hacer una
chapuza s o s. Pero ahora no me
puedo mover de aqu, ya ve usted,
estoy con las ovejas. Maana a
primera hora llega el camin, y
para entonces todas estas bestias
tienen que estar esquiladas. Los
esquiladores no han venido,
supongo que por la tormenta. A
saber dnde estarn ahora...
Si me pudiera dar la correa en
un momento, yo misma lo arreglo...
Lo hara, seorita, pero la
tendra que buscar y no tengo
tiempo para eso.
El hombre volvi a encender la
mquina y se inclin sobre la oveja.
Ruth lo observ durante un
instante y elev la mirada al cielo
que segua cubriendo la tierra con
su color todava gris.
Mire! volvi a gritar,
esperando a que los hombres
apagaran de nuevo los aparatos.
Yo soy granjera, vengo de Saldens
Hill, en Gobabis. Yo misma tengo
ovejas y les podra ayudar a
esquilarlas. Djennos a m y a mi
acompaante pasar aqu la noche y
maana por la maana, cuando el
camin se haya ido, nos
ocuparemos de mi vehculo.
Al ver que el hombre mayor la
miraba con escepticismo, Ruth se
quit la blusa con decisin.
Tienen algn mono o algo as
para m?
El muchacho le seal unos
pantalones que colgaban de un
gancho junto a la puerta.
Coja esos.
Sin ningn tipo de reparo, Ruth se
quit los pantalones negros, se
enfund los tejanos, se los
arremang hasta las rodillas y se
pas una cuerda por la pretina.
Listos. Queda sitio para m?
El mayor de los dos, sin musitar
palabra, le seal una mquina de
esquilar que colgaba del techo.
Pues empecemos.
Ruth abri el vallado, puso panza
arriba a una oveja con un solo
gesto, la agarr de las patas
delanteras y la puso en el sitio. A
continuacin, se coloc al animal
entre las piernas para que no
pudiera escaparse, encendi el
aparato y empez a esquilar.
Durante un instante, los hombres
la miraron sin poder articular
palabra. Ruth levant la mirada.
Bueno, tanta prisa no tendrn,
si tienen tiempo de quedarse
mirando a una granjera mientras
trabaja.
El ms joven esboz una sonrisa,
mientras que el mayor se dio un
golpecito en el sombrero y se
dispuso a continuar con su tarea con
un bravo!
Nadie haba prestado atencin a
Horatio, que se haba quedado en la
puerta con la camisa arremangada y
sus elegantes zapatos de ciudad
cubiertos de polvo. Ruth levant la
vista y le increp:
Quiere quedarse mirando o
prefiere ser un poco til?
Mejor lo segundo respondi
Horatio.
Entonces agarre la lana y
pngala en la mesa de clasificacin
y barra el suelo entre los sitios.
S, jefa.
E inmediatamente tena los brazos
llenos de lana. Pocos minutos
despus, su camisa blanca ya estaba
cubierta de heces de oveja, gotitas
de sangre e hilachas de lana.
Impasible, iba dejando la lana en la
mesa de clasificacin y barriendo
el suelo alrededor de los
esquiladores, como si hubiera
pasado media vida de ayudante en
una granja ovina.
8
Horatio se lament y se llev las
manos a la espalda dolorida.
Creo que nunca en mi vida
haba estado tan sucio.
Estaba frente a la casa seorial y
se esforzaba por quitarse la mugre
de los zapatos junto al muchacho
joven que se haca llamar Tom.
Para ser un hombre de ciudad
te has deslomado.
Tom abri dos botellas de
cerveza Hansa Lager y le tendi una
a Horatio. A continuacin, ambos
bebieron con un sonoro ah! y se
limpiaron la espuma de la boca.
Y la chica, la granjera de
Gobabis, cmo dices que se
llama?
Ruth.
Bueno, es mejor que todas las
chicas de por aqu. Una as nos
hara falta aqu en la finca. Sabes
algo ms de ella?
Horatio sacudi la cabeza.
Tiene una granja propia y no
creo que est muy pendiente de los
hombres.
Tom frunci el ceo.
Por qu no? Todas las chicas
quieren casarse, sean granjeras o
no. Est en su naturaleza. Lo de
tener hijos y eso.
En la suya no.
Y cmo lo sabes? Se lo has
preguntado?
Horatio se ech a rer:
Mrame, soy negro. Alguna
vez has visto a un negro
preguntndole a una blanca por sus
planes de boda?
Tom sonri de mala gana y a
continuacin choc su botella
contra la de Horatio.
Tienes razn, compaero. No
lo he visto nunca. Pero eso no
quiere decir que no pueda pasar.
Entonces, crees que podra tener
yo alguna posibilidad con ella?
Horatio observ a Tom. Era un
muchacho alto con manos fuertes y
una cara que inspiraba confianza y
honradez. Sin duda sera un buen
marido y un padre orgulloso. Pero
la idea de ver a Ruth junto a aquel
hombre no le agradaba en absoluto.
Olvdate del tema. Por lo que
s, ya est comprometida.
Ya me lo haba imaginado
respondi Tom. No hay muchas
mujeres como ella por aqu.
Ruth estaba bajo la ducha,
disfrutando del agua caliente. Le
dola la espalda despus de haber
pasado horas encorvada. Sin
embargo, sonrea al pensar en
Horatio, que haba estado
arrimando el hombro como si su
trabajo fuera ayudar a esquilar cada
da. Se haba arremangado los
pantalones y se haba limitado a
echar una mano sin formular muchas
preguntas. El ambiente de trabajo le
haba resultado inesperadamente
agradable, ya que entre aquellos
hombres, a diferencia de los de
Saldens Hill, no haba una
competicin por ser el mejor
esquilando o el ms rpido, sino
solamente trabajo y concentracin
interrumpidos por pequeas pausas
en las que, sin mediar palabra, se
iban pasando las cervezas.
Hacer, hacer, y no preguntar ni
hablar demasiado. Era una forma de
trabajar, una forma de vivir que
Ruth apreciaba mucho. Hablando,
tal y como le haban enseado, no
se solucionaba nada.
Ms tarde, sentada junto a los
dems delante de la chimenea
despus de una comida compuesta
de costillas de cordero, alubias y
tocino, se senta ligera, casi libre
de preocupaciones. Sostena una
botella de cerveza en la mano y
miraba las llamas. Una de las
ventanas estaba abierta y el fresco
de la tarde penetraba por ella
hacindola tiritar.
Por qu no est usted en su
granja? le pregunt Walther, el
mayor, que result ser el padre de
Tom.
Ruth no se lo pens mucho para
responder. Se encontraba tan a
gusto en aquella casa, se senta tan
protegida entre gentes de su misma
clase, que dej a un lado su
desconfianza habitual.
Mi granja est al borde de la
quiebra. Tendra que casarme con
el vecino para salvarla, pero s que
quiere montar una lechera, quiere
devastar mis tierras y... vacil
durante un instante y dominarme
a m tambin. Y no puede ser. En
cualquier caso, yo soy la nica que
quiere salvar la granja. Mi madre
preferira vivir en la ciudad.
Walther asinti.
Para los granjeros es difcil, y
todava ms para las granjeras
dijo el hombre. Algunos de por
aqu tambin han tenido que tirar la
toalla. Pero por qu quieren ir a
Lderitz?
Ruth mir a los ojos al hombre
mayor. En ellos vio inters y ganas
por saber de ella.
Mis abuelos, segn dicen, se
vieron involucrados en el
levantamiento de los nama y de los
herero explic ella. Mi abuelo
perdi la vida y mi abuela
desapareci con un diamante muy
valioso. Me gustara averiguar lo
que pas entonces en Saldens Hill,
asegurarme de que realmente es de
donde soy y de que merece la pena
luchar por la granja dijo, y se
ech a rer un poco cohibida.
Pero quiz tambin est buscando
fuerzas para lo que me espera.
Walther asinti con tranquilidad y
a continuacin se dirigi a Horatio.
Y usted? Tambin es de
Saldens Hill?
El historiador neg con la cabeza.
No, yo estoy trabajando en la
historia de mi pueblo, los nama, y
espero encontrar ms informaciones
al respecto en los archivos de la
Compaa de Diamantes de
Lderitz.
Walther volvi a asentir con
tranquilidad. Entonces Tom empez
a hablarles de su granja, de un
programa de cra programada y de
un nuevo sistema para combatir las
malas hierbas de los prados.
Walther seal con el dedo a
Horatio y Ruth no pudo evitar
echarse a rer al verlo. El
historiador estaba tumbado en el
silln con las piernas estiradas y
los brazos colgando por encima de
los reposabrazos a izquierda y a
derecha. Las gafas se le haban
resbalado por la nariz y tena la
cabeza apoyada sobre el pecho. Iba
profiriendo leves ronquidos.
Walther se levant.
Os he preparado una
habitacin, podis ir a dormir.
Todos estamos cansados. Justo
despus del desayuno me ocupar
del Dodge.
Hizo una seal con la cabeza a
Tom y este se dirigi al negro y le
dio un golpecito en el hombro hasta
que abri los ojos.
Ven, te ensear dnde puedes
dormir.
Una vez que ambos hombres
salieron de la habitacin, Ruth se
levant.
Yo tambin me voy a la cama.
Un segundo, chica le pidi
Walther, que haba vuelto de nuevo.
Ruth volvi a sentarse.
S?
Confas en l? En el negro,
quiero decir.
Ruth se encogi de hombros.
No lo s. Hasta ahora solo he
tenido buenas experiencias con l,
pero apenas lo conozco.
Walther se encendi un cigarrillo
y fue expulsando el humo
lentamente.
Qu sabes t sobre los nama?
Ruth sacudi la cabeza.
No mucho, lo que saben todos
los blancos.
Y qu sabes del diamante
Fuego del Desierto?
Ruth no pudo evitar estremecerse
cuando Walther pronunci el
nombre del diamante. No estaba
segura de haberlo mencionado
durante la conversacin.
Nada respondi.
Pues entonces te contar yo
algo. Una parte de los nama creen
que la piedra Fuego del Desierto es
el mayor tesoro de su tribu. El
diamante contiene el fuego sagrado
y en l no se puede extinguir nunca
ese fuego. La piedra es una reliquia
y un dios a la vez. En su brillo se
muestra su poder. Vigilado por el
jefe de los nama, el Fuego del
Desierto siempre ha protegido a los
negros de las desgracias. Hasta el
da en que llegaron los blancos.
Ellos robaron el Fuego del
Desierto, les arrebataron a los
negros sus tierras y sus mujeres y
los esclavizaron. Las creencias de
los nama afirman que la prdida del
diamante ha provocado el
sufrimiento de los nama, y que este
sufrimiento no se acabar hasta que
el jefe de la tribu no haya
recuperado el Fuego del Desierto.
Lo entiendes, chica? dijo
Walther, mirndola con insistencia.
Ruth sacudi la cabeza.
Qu quiere decir con eso?
Que el diamante del desierto es
sagrado y que simboliza el alma del
pueblo, eso ya lo saba yo.
Los nama siguen buscando la
piedra an. Todava siguen
mandando a muchachos jvenes y
fuertes para que la encuentren.
Y usted cree que Horatio
tambin anda buscndola? Que me
est utilizando para llegar a ella?
Walther se encogi de hombros.
No quiero decir nada. El joven
ha trabajado muy bien, tiene un
semblante honrado y es bueno con
los animales. Solo quera
advertirte. De granjero a granjera.
Ruth le dio las gracias. Le gustaba
Horatio, sus maneras torpes pero
esforzadas, su sonrisa blanca. Se
senta cmoda en su presencia, ni
muy gorda ni muy delgada, sino en
el punto justo. l le daba la
sensacin de que poda ser tal y
como era. Aunque tampoco le haba
pasado inadvertido que l, en
ocasiones, la miraba pensativo,
como si se preguntara hasta qu
punto poda serle til. En aquellos
instantes era cuando le asaltaban las
dudas.
Se llev la mano a la cinta de
cuero que sujetaba la piedra de
Mama Elo. Cuando la toc mirando
las llamas de la chimenea que
estaban ya extinguindose, le
aparecieron imgenes en la
oscuridad. Una mujer joven se
hallaba en un cerro verde, el mismo
que en su primera visin. La mujer
miraba al horizonte, protegindose
los ojos del sol con la mano.
Apareci un jinete. Se acercaba
rpidamente y la joven se llev las
manos a la garganta por la
excitacin y fue dando pasitos hasta
que no pudo contenerse ms y ech
a correr al encuentro del jinete.
Wolf! le gritaba. Wolf!
Y l tambin grit, espoleando
ms a su caballo.
Rose ma! La ms bonita de
todas las rosas!
Se abrazaron, se besaron. Una y
otra vez la mujer coga la cabeza
del hombre entre sus manos y lo
miraba. Una y otra vez le pasaba
los dedos por los hombros como si
le costara creer que haba
regresado.
Me aprietas dijo el hombre,
soltndose con cuidado. Ahora
todo ir bien, Rose ma. Ahora
empieza nuestra vida dijo,
sacndose de la cartera un
certificado con un sello lacrado, y
se lo tendi a la muchacha.
Ella lo cogi, lo ley, abri bien
los ojos y grit:
Saldens Hill! Lo has
conseguido. Nuestra granja, nuestra
propia granja.
Entonces se colg del cuello del
hombre.
S, Saldens Hill. Pero eso no
es todo, amor mo.
Ruth? Ruth! Est todo bien?
Cmo? Ruth se estremeci
como si acabara de despertarse de
un sueo. Se mir el vello del
antebrazo, que se le haba erizado
. No es nada, debo de haberme
quedado traspuesta.
Walther estaba delante de ella. Le
haba puesto una mano en el
hombro.
Ve a dormir, chica. Maana
ser otro da.
A la maana siguiente, Walther
arregl el Dodge, les llen los
bidones de agua y dese un buen
viaje a Ruth y a Horatio.
Entretanto, el camino se haba
vuelto como mnimo transitable, as
que despus de dos horas Ruth y
Horatio se desviaron por la B1 que,
para su alegra, tambin se
encontraba en buen estado.
Qu, tiene agujetas de ayer?
pregunt Ruth, que hasta entonces
haba estado muy parca en palabras.
Se haba pasado la maana
pensando en las palabras de
Walther, haba pasado revista
mentalmente a todas las
conversaciones que haba tenido
con Horatio. Ruth no era una mujer
que pudiera vivir en la inseguridad.
Tena que saber a toda costa a qu
atenerse con Horatio.
Bueno. Uno se acostumbra. Al
trabajo, quiero decir.
Horatio mir por la ventanilla con
aire relajado. Llevaba una camiseta
que Tom le haba regalado por lo
sucia que haba quedado su camisa.
De pronto, Ruth fren el vehculo,
se ape a un lado de la carretera y
mir a Horatio a los ojos.
A quin pertenece el Fuego
del Desierto en realidad? le
pregunt.
Qu? Horatio retir los pies
de la guantera.
A quin pertenece el diamante
Fuego del Desierto?
A qu viene esto?
La piedra tiene que tener un
dueo, no? Todo tiene un dueo.
Usted ha venido conmigo para
recuperar la piedra para los nama.
Usted ha venido conmigo para que
los blancos no puedan dominar ms
a los negros. Admtalo de una vez!
Horatio sacudi la cabeza. Se
ech a rer, pero no era una risa de
alegra. Volvi a sacudir la cabeza,
se baj del vehculo y camin unos
cuantos pasos por la carretera.
Ruth tambin se baj del Dodge,
pero se sent unos pasos ms all,
debajo de una acacia, y observ el
enorme nido que los pjaros
tejedores haban construido en el
rbol. Llena de admiracin,
contempl las mltiples entradas
que, a buen seguro, daban cobijo a
trescientos pjaros. En Saldens
Hill tambin haba un rbol con un
nido como aquel. Tena un dimetro
de aproximadamente dos metros y
Ruth lo recordaba siempre all. Ian
le haba contado que aquellos nidos
podan durar hasta treinta aos, y
Ruth siempre haba estado
fascinada por el arte constructivo
de aquellos pjaros grandes como
la palma de la mano.
Horatio dio media vuelta y se
acerc a ella lentamente. Se qued
de pie a un paso de ella, mirndola.
Le temblaban los labios, tena las
aletas de la nariz hinchadas de la
rabia, los ojos le brillaban por
detrs de los cristales de las gafas.
Sabe lo que es usted? le
pregunt, y prosigui sin esperar
respuesta alguna. Usted es una
blanca reaccionaria, una racista,
por no decir algo peor.
Ruth arranc un manojo de hierba,
lo mastic sin inmutarse y asinti.
Eso lo dicen todos los negros
de los blancos alguna vez. Y ahora
empieza usted. Cunteme, entonces,
por qu est a la caza del Fuego
del Desierto?
Horatio resopl de nuevo, pero a
continuacin se sent al lado de
Ruth.
No se trata del diamante. Eso
es una supersticin. Los negros
jvenes, sobre todo los de las
ciudades, ya no creen que una
piedra pueda cambiar su destino.
Muchos de ellos se han unido a la
SWAPO, luchan en la
clandestinidad contra la opresin
del rgimen de apartheid. Ya ver,
la SWAPO no tardar mucho en ser
oficial.
Y si no se trata del diamante,
qu es lo que pretende? Y a quin
le pertenece de pleno derecho?
Horatio se qued callado. Mir
hacia el campo, observando algunos
buitres que deban estar dando
vueltas sobre el cadver de un
antlope, una gacela, un u o un
kudu.
Por ley, el diamante le
pertenece a su familia, a la familia
Salden. En cualquier caso, lo
encontraron en su posesin y as lo
registraron. Hay una sentencia
judicial al respecto. Es del ao
1905 y sigue todava vigente. Pero
de qu sirve una sentencia si su
abuela desapareci con la piedra?
De nada afirm Ruth. Y
por eso tambin puede decirme por
qu anda tras el diamante. Y,
adems, cmo sabe lo de la
sentencia? Por qu no me haba
dicho nada?
Vayamos por partes. Lo
primero, dgame, qu iba a hacer
yo con un diamante? pregunt
Horatio con aire cansado, pero a
Ruth no le entraba en la cabeza que
no tuviera ningn uso que darle.
Lo segundo, hemos estado juntos en
los archivos del Allgemeine
Zeitung. Lo he ledo en un artculo
de 1924. Pensaba que usted tambin
lo habra ledo.
Keetmanshoop, la pequea ciudad
del sur del pas, antes sola
llamarse Swartermodder, es decir,
lodo negro. La haban fundado
antao los alemanes, y la Compaa
Misionera del Rin haba construido
una pequea iglesia en 1866 y le
haban cambiado el nombre por el
de Keetmanshoop. Ruth se acordaba
de todo aquello por las clases de
historia de la escuela.
Mir a su alrededor con
curiosidad. Al parecer, la ciudad
actual era sobre todo un
asentamiento formado por casas
simples y medio abandonadas y un
centro urbano en el que las calles
no tenan nombre sino un nmero.
No haba restaurantes ni pubs, pero
s un saln de caf, una gasolinera,
una tienda de comestibles, un
mdico alemn, la Oficina de
Correos Imperial y una estacin en
la que los trenes de Windhoek
hacan parada de camino a Lderitz.
Ruth encontr una habitacin
barata en el antiguo local de una
sociedad de tiro, pero a Horatio
solamente le ofrecieron una
habitacin en un ala del edificio,
sin agua corriente ni electricidad. A
pesar de eso, ambos fueron a pasear
por la ciudad aquella tarde. No
haba nadie por las calles. Ni
siquiera en el barrio de los negros
haba gente sentada en las tpicas
sillas de plstico frente a las
puertas. En una antigua plaza, el
viento iba arremolinando un
peridico viejo. Por lo dems,
Keetmanshoop permaneca
abandonada y en silencio.
Ruth y Horatio se detuvieron
delante de la iglesia de los
misioneros. En los ltimos tiempos
haba sido objeto de algunos
conflictos. Los habitantes de la
ciudad queran conservar la iglesia,
pero el gobierno de Sudfrica la
haba cerrado dado que sostena
que en medio de una ciudad de
blancos las misiones no tenan
ningn sentido. La puerta estaba
cerrada con candado por esa razn,
en el banco que haba junto a la
entrada faltaba un tabln y la plaza
estaba cubierta de cagadas de
pjaros.
Dios mo, qu lugar ms
horrible constat Ruth. Parece
increble que alguien pueda vivir,
rer o amar aqu. Fij la mirada
en una pickup que pasaba junto a
ellos, un Chevrolet de color negro
lacado, cuyos cristales traseros
estaban cubiertos con papel oscuro
. Pero parece que para algunos la
ciudad sigue guardando mucho
inters.
Horatio lanz una mirada fugaz al
vehculo y se encogi de hombros
con indiferencia.
Ruth se protegi los ojos con la
mano para poder ver mejor. La
pickup se detuvo delante de un
pequeo albergue. De l salieron
tres jvenes negros. Uno de los
hombres le pareci vagamente
familiar, pero Ruth no recordaba
dnde podra haberle visto antes.
Tena una memoria horrorosa para
las caras humanas, pero por otro
lado poda distinguir casi a todas y
cada una de sus ovejas caracul. Las
personas se parecan demasiado
entre s, pensaba. Dirigi a Horatio
una mirada inquisidora, pero l le
haba dado la espalda al Chevrolet
y observaba la fachada de la
pequea iglesia sin ver cmo los
tres tipos desaparecan por una
angosta calle lateral.
De pronto, Ruth tuvo una idea. Si
tenan que pasar la noche en aquel
pueblo de mala muerte, al menos
que valiese la pena. Volvi a mirar
rpidamente a Horatio, que segua
escrutando la pared con fervor
como si quisiera dibujarla. Acto
seguido se alej de all sin
pronunciar palabra.
Rpidamente encontr lo que
buscaba. La Oficina de Correos
Imperial se hallaba en la plaza
mayor de la ciudad, delante de una
plaza en la que crecan un puado
de rboles y que los habitantes
llamaban Central Park.
O como mnimo as lo identificaba
un cartel.
El vestbulo de la oficina de
correos era pequeo y fro y se
encontraba tan desierto como el
resto de la ciudad. Una mujer joven
estaba sentada detrs de un
mostrador, aburrida, mirndose las
uas.
Perdone, estoy buscando un
archivo de la historia de la ciudad o
algo por el estilo.
La mujer frunci el ceo.
No s si hay algo as en
Keetmanshoop. Vaya a ver a Sam
Eswobe. Si hay alguien que sepa
algo de la ciudad, ese es l.
Dnde puedo encontrarlo?
La joven se qued un momento
pensativa.
Un negro anciano que acababa de
entrar arrastrando los pies acudi
en su ayuda.
Dnde puede estar Sam?
dijo entre risas. Su vieja le habr
echado de casa a escobazos. Estar
sentado bajo el aloe, junto al
cementerio.
Ruth le dio las gracias y le pidi
que le indicara cmo ir al
cementerio. Ya de camino, estuvo
alerta por si vea a los tres jvenes
negros, pero solamente se cruz con
un perro vagabundo, dos gallinas
que se peleaban por unos granos de
trigo y dos mujeres herero,
reconocibles por sus grandes cofias
y sus anchos vestidos de colores,
que estaban de chchara bajo un
rbol. Por una ventana abierta
ondeaban unas finas cortinas al
viento, y en algn lugar se oa a un
hombre silbar. Ms all de eso, la
ciudad segua como muerta.
Vio el rbol de delante del
cementerio ya desde la lejana,
estirando sus ramas de unos cinco
metros hacia el cielo. Cuanto ms
se acercaba Ruth, mejor distingua
la corteza pergaminosa del rbol.
Una vez su padre le haba explicado
que antiguamente los negros
vaciaban las ramas para fabricar
aljabas para las flechas. Aun as, a
Ruth aquellos rboles le recordaban
ms a dientes de len, enormes
dientes de len semicirculares.
Debajo del rbol haba un banco
y, sentado en l, un anciano.
Llevaba un sombrero como los
granjeros blancos. S, ese deba de
ser Sam Eswobe. As lo haba
descrito la mujer de la oficina de
correos.
Ruth se acerc a l.
Buenos das, es usted Sam
Eswobe?
S, soy yo, seorita. Sam. As
me llamo dijo al tiempo que se
levantaba el sombrero mugriento
con un dedo y se quedaba
observndola. A continuacin le
indic que se acercara con un guio
. Venga, seorita. Tengo mala
vista. Solo veo lo que tengo justo
delante aadi, rindose entre
dientes. Y aun as, solo veo la
silueta.
Oh, lo siento.
No tiene por qu sentirlo,
seorita. Tambin tiene ventajas no
tener que verlo todo. Venga ac,
sintese conmigo.
El hombre dio un golpecito con la
mano en el banco y Ruth se sent.
A juzgar por su voz, es usted
blanca. Habla afrikans como la
gente de all arriba, de Gobabis.
Todava es joven y probablemente
muy guapa, pero usted todava no lo
sabe.
S, es verdad, vengo de
Gobabis. Pero guapa no soy.
Por qu no? pregunt el
anciano.
Que por qu no soy guapa?
le pregunt ella de nuevo,
desconcertada.
S.
Lo dice como si fuera decisin
ma. Soy un poco fornida, como mi
padre. Tengo el pelo rojo y rizado,
y pecas en la cara como moscas en
un matamoscas.
El hombre se ech a rer.
Ya lo deca yo: usted es guapa.
Y la belleza, nia ma, no tiene
nada que ver con un culo gordo o un
pelo rebelde. Solo hace falta que
usted misma se vea guapa y los
dems la vern as tambin.
Si fuera tan fcil dijo Ruth
con un suspiro.
Es as de fcil, crame. Ya ve
que no se necesitan buenos ojos
para ver.
Ruth se rio cohibida y pregunt:
Lleva mucho tiempo aqu en
Keetmanshoop?
Toda mi vida. Yo ya estaba
aqu cuando se construy la antigua
iglesia de los misioneros. Ya estaba
aqu cuando la gran lluvia se la
llev y tambin cuando la volvieron
a construir. Pero entretanto he
vivido y trabajado en Kolmanskop
explic el anciano, y su voz son
orgullosa al decirlo.
Entonces, es usted uno de los
primeros?
Efectivamente.
As pues, debe de saber mucho
de diamantes y de dnde
encontrarlos, no?
El viejo Sam se incorpor.
Qu quiere saber? Es usted
una cazadora de diamantes?
pregunt, adoptando de pronto un
aire hostil.
Ruth sinti que haba ido
demasiado lejos y demasiado
rpido y por ello prosigui con
cautela:
No, no soy cazadora, soy
granjera. Pero me gustara saber
cul es el diamante ms grande del
mundo.
El cullinan respondi el
anciano como si estuviera en clase.
Acto seguido se repanting en el
banco. Lo encontraron en 1908
cerca de Pretoria. Dicen que pesaba
ms de una libra, incluso ms de
seiscientos gramos.
Qu pas con l?
Se lo llevaron a Europa y all
lo partieron en cien piedras. La
mayor de ellas recibe el nombre de
la gran estrella de frica. En la
actualidad, las nueve ms grandes
pertenecen a las joyas de la corona
britnica.
Oh! exclam Ruth
sorprendida, no lo saba. Y
aqu, cundo se encontraron los
primeros diamantes?
El anciano esboz una sonrisa,
puso su mano en la rodilla de Ruth
y se inclin hacia ella.
Oficialmente en 1908, pero eso
es un cuento. Un cuento de los
blancos que se creen que la vida
empez aqu con ellos.
No le entiendo confes Ruth.
Seorita blanca, no hay nada
que entender. Los herero, los nama
y el resto de tribus del pas no eran
ni son tan tontas como dicen los
blancos. Hace mucho, mucho
tiempo, antes de que naciramos
usted y yo, los nama encontraron un
diamante que contena el fuego
sagrado.
Ruth contuvo la respiracin.
Cunteme ms sobre esa
piedra.
No hay mucho que contar. Los
nama le construyeron un cofre y le
rezaban oraciones. Para ellos era
una seal, un smbolo de sus
sagrados antepasados. Entonces
llegaron los blancos y los nama
escondieron su reliquia sagrada.
Muy pocos saban dnde estaba la
piedra. Nunca permaneca en un
mismo lugar durante mucho tiempo,
de igual manera que los nama no
pudieron quedarse demasiado
tiempo en un mismo lugar.
Y ahora dnde est?
El anciano se encogi de
hombros, volvi a echarse hacia
atrs y se coloc bien el sombrero.
No lo sabe nadie contest
rascndose la barbilla con la mano,
y a continuacin prosigui:
seguramente es mejor que sea as.
La piedra ha desaparecido. Los
nama deben confiar en su propia
suerte. Lo entiende?
No contest Ruth con toda
sinceridad.
El fuego debe brillar en ellos, y
no en una piedra sin vida. La fuerza
debe venir del interior de las
personas, son ellas quienes deben
hacerse responsables de sus
propias vidas. Los antepasados no
les ayudarn.
Pero la SWAPO...
Quiz la SWAPO, quiz cada
uno en el sitio donde se encuentre.
Los negros pueden aprender mucho
de los blancos, y al revs. Lo nico
que es seguro es que una piedra no
es ms que una piedra, y que una
piedra est fra aunque dentro de
ella brille un fuego dijo el
anciano, cruzando los brazos sobre
el pecho. Ahora vyase, chica.
Eso es todo lo que s.
Ruth se levant.
Se lo agradezco muchsimo.
El hombre asinti con la cabeza y,
cuando Ruth ya se haba alejado
algunos pasos, le grit:
Sabe lo que resulta curioso,
seorita?
No.
Que haca dcadas que nadie
preguntaba por el diamante Fuego
del Desierto, y hoy es usted ya la
segunda persona que lo hace.
Qu? El inters de Ruth
volvi a despertarse. Se le aceler
el corazn. Ha venido a
preguntarle alguien antes que yo?
El anciano asinti. Sin ser
consciente de ello, Ruth ech mano
de la piedra del collar. El sol de
poniente le brillaba directamente en
la cara. Fij la mirada en la bola de
fuego roja y de pronto sinti un
cosquilleo en la mano que sujetaba
la piedra. Y de nuevo volvieron a
aparecer unos rostros ante ella.
Vio a una joven embarazada que
corra hacia el cerro verde. Se
protega el vientre con una mano y,
con la otra, transportaba una cesta
de mimbre. Con pasos rpidos se
diriga a una choza de pastores que
se hallaba a los pies del cerro.
Poco antes de llegar, mir a su
alrededor y entonces penetr en el
interior de la choza.
Un negro yaca en una cama de
paja. Una herida en la pierna le
sangraba abundantemente. Se
revolcaba por el suelo de un lado
para otro, la frente le herva por la
fiebre. La muchacha sac una
botella de agua de la cesta e intent
darle agua al enfermo. A
continuacin le cubri la frente con
un trapo hmedo, y trat de curarle
la herida de la pierna, con lo que el
hombre profiri un grito. Ella le
puso un poco de sopa en la boca
con una cuchara, le cambi el trapo
de la frente y le dio ms de beber.
De pronto se detuvo. Se oa el
galope de un caballo. La mujer mir
por una ventana sin cristales de la
cabaa y vio a algunos jinetes
aproximndose. La arena que
levantaban formaba una nube tan
espesa que la muchacha solo
alcanzaba a verles la silueta. Cogi
la cesta y meti en ella todo lo que
delataba su presencia.
Vienen? pregunt el
hombre.
La mujer asinti.
Temblando por el esfuerzo, le
indic a la mujer que se acercara
con un gesto. Le seal una
pequea abertura en la pared, en la
que faltaba un ladrillo.
Saque el paquete que hay
dentro. Escndalo bien. Es una
reliquia. Lo que hay dentro del
paquete es para usted. Culguese la
piedra, la proteger.
La mujer hizo lo que el hombre le
haba dicho. Se escondi el objeto
envuelto en trapo debajo de la
falda, y el otro, en el corpio.
Ahora vyase, rpido.
Pero no puedo dejarle solo!
se rebel la mujer.
El hombre torci el gesto.
Quiere morir conmigo? Usted
y su beb? Vyase y no regrese!
La mujer estaba indecisa, pero
entonces le hizo al hombre la seal
de la cruz en la frente.
Que Dios le proteja dijo. Y
aadi: Perdneme por querer
salvar a mi beb.
Ha hecho ms usted por m que
cualquier otra persona contest
el hombre. No tiene motivos para
echarse nada en cara. Pero, por
favor, proteja ese paquete. No
permita que se derrame ms sangre
por l.
Y entonces la imagen
desapareci. Ruth temblaba. De
pronto senta fro. Abri los ojos y
vio que entretanto el sol ya se haba
puesto. El banco de delante estaba
vaco, el anciano haba
desaparecido.
Esa noche, Ruth no pudo dormir.
Cogi una botella de cerveza de la
nevera del local, arroj una moneda
a la lata prevista para ello y sali.
Encontr un banco detrs de la
casa, se sent, fue bebiendo de la
lata a tragos lentos y se qued
pensando en las extraas palabras
de aquel anciano.
La fuerza debe habitar en las
personas, no en las cosas que estas
veneran. Las piedras estn muertas
y en los muertos no hay fuerzas. La
fuerza que parece que poseen se la
dan las propias personas. Ruth
haba odo esas palabras con
claridad, pero no recordaba que el
hombre se las hubiera dicho a ella.
Solo se acordaba de cmo la piedra
haba empezado a arder y cmo
haban aparecido las imgenes con
el sol de poniente de fondo. Ahora,
no obstante, la piedra permaneca
fra en su mano.
Ruth dej caer la mano cuando
oy pasos tras ella. Horatio se
sent a su lado y ambos se pusieron
a contemplar el cielo estrellado sin
pronunciar palabra.
Cuando el sol le brilla en el
pelo es como si ardiera en llamas
dijo l en voz baja. Pero a la
luz de la luna es como la plata
lquida dijo l, y su cara tena
una expresin dulce e inquieta.
Cogi una manta y se la ech a Ruth
con cuidado sobre los hombros.
No quiero que enferme le dijo,
mirndola a los ojos.
Ruth le devolvi la mirada, y esta
vez sus ojos parecan palos
negros. El fuego del interior de sus
ojos pareca provenir directamente
del alma de Horatio.
Este levant una mano lentamente
y le apart con dulzura un mechn
de la frente. Ruth sinti aquella
caricia en la piel y su cuerpo
empez a temblar como si estuviera
quedando congelado.
Hubiera preferido apoyar la cara
en la mano de Horatio, pero no se
atreva. Jams un hombre la haba
tocado de aquella manera. Horatio
le pas los pulgares por los labios
con dulzura. Ruth cerr los ojos
cuando la cara de l se acerc a la
suya, esper que la boca de Horatio
se posara en la suya, pero no
sucedi nada. Ella trag saliva y se
lo qued mirando.
l estaba otra vez sentado en el
lugar de antes del banco y la
observaba.
Es usted bella como el fuego,
clara como la luz y, en la noche,
oscura como la piel de mi madre
le susurr.
Ruth sinti que aquellas palabras
eran un gran halago y se cohibi
todava ms. Se acerc la botella a
los labios y bebi por no saber
adnde dirigir la mirada ni qu
hacer con la sed de su garganta, con
aquella vergenza y aquella rigidez
que maldeca en secreto; tampoco
saba qu hacer con el cosquilleo
que de pronto senta en el vientre.
Por un instante se acord de
Corinne. Su hermana, la guapa, a
buen seguro habra sabido qu
hacer en un momento como aquel.
Ella, en cambio, estaba a punto de
echarse a llorar por la vergenza.
Ruth se alegr de que Horatio
tambin se abriera una botella de
cerveza, la chocara contra la suya y
bebiera.
Un rato despus, l dijo en voz
baja:
Tendramos que regresar.
Usted tendra que volver a Saldens
Hill, maana mismo, a primera
hora.
Y eso por qu? pregunt
Ruth. Maana llegaremos a
Lderitz. Por qu tendra que
abandonar mi objetivo ahora,
cuando estoy tan cerca de
conseguirlo?
Su granja la necesita. Las
gentes que viven all la necesitan.
Bah! exclam Ruth haciendo
un gesto negativo con la mano.
Ya se las apaarn sin m. Seguro
que mi madre buscar un
alojamiento en Swakopmund, cerca
de la casa de mi hermana. Mama
Elo y Mama Isa ya lo tienen
solucionado. Quedar alguna
parcela de tierra en la que podrn
vivir tanto tiempo como quieran.
Los trabajadores se instalarn en
alguna otra parte. O es que quiere
librarse de m as de pronto? Hay
algo en lo que le moleste? Su
buen humor pareca haberse
desvanecido. Las dudas haban
vuelto a tomar el control.
Confe en m, Ruth, no quiero
perjudicarla, pero crame que
volver a casa es lo mejor que puede
hacer.
Ruth se alej un poco de Horatio,
entorn los ojos y mir a Horatio a
la cara escrutadoramente.
Sabe acaso algo que yo
debera saber tambin? pregunt,
y por unos instantes se acord de la
pickup negra y del joven cuya cara
le haba resultado tan familiar.
Qu ha estado haciendo esta tarde?
He estado paseando por la
ciudad despus de que usted
desapareciera. Tambin he estado
en el caf y he hablado con algunas
personas, aunque no me ha servido
de mucho.
No puedo evitar pensar que
usted sabe mucho ms de lo que me
cuenta.
Horatio sacudi la cabeza.
No s nada, absolutamente
nada. Pero aqu no solo estamos
hablando de sus abuelos, sino
tambin de un diamante de unos
ciento sesenta gramos. Si se trabaja
y se pule, le pueden quedar
quinientos quilates. Ahora mismo,
por un quilate en bruto se pagan
aproximadamente trescientos
dlares estadounidenses. Es mucho
dinero lo que est en juego, Ruth.
Muchsimo dinero. Han matado a
muchas personas por menos. Y no
me gustara que a usted le pasara
algo.
Ruth se levant de un salto.
Ah, ahora lo entiendo! dijo
entre dientes, furiosa. Todo es
por el dinero. Usted quiere la
piedra. Usted. Para usted solito. Y
sabe lo que le digo? Que su Fuego
del Desierto me tiene sin cuidado.
Yo solo quiero recuperar mi vida,
mi pasado y, por encima de todo,
mi granja.
9
Ruth no le cont nada a Horatio
de su encuentro con el anciano bajo
el rbol ni sobre el Chevrolet y los
tres hombres. Horatio tampoco le
dio ms informacin sobre cmo
haba pasado la tarde y la noche
anterior, ni con quin haba
hablado. Iban conduciendo por la
carretera en silencio.
Ruth se haba levantado
especialmente temprano aquella
maana. Se haba propuesto
abandonar a Horatio all y seguir
sola hasta Lderitz. Pero cuando
sali del local, el historiador ya
estaba apoyado en el vehculo y
actuaba como si nada hubiera
pasado durante la noche anterior. Y
Ruth haba entrado en el coche con
la misma naturalidad y le haba
abierto la puerta del copiloto.
Las nubes se haban disipado. El
cielo era tan azul que su brillo
quemaba en los ojos. El sol picaba
con sus aguijones afilados. Se
detuvieron una vez para repostar en
la ciudad de Goageb. En Aus, el
ltimo lugar que quedaba antes de
entrar en la zona de acceso
prohibido de las minas de
diamantes, almorzaron en un local
de la estacin y tomaron caf. A
continuacin pasaron por el parque
de Naukluf y llegaron a Lderitz
cuando el reloj del campanario de
la iglesia daba las cuatro de la
tarde.
Con la esperanza de conseguir
ms informacin, Ruth y Horatio se
haban vuelto a detener antes en
Kolmanskop, pero la ciudad haca
honor a su sobrenombre de ciudad
fantasma, pues las casas estaban
abandonadas, la arena se haba
adueado de ellas y por todas
partes flotaba el espritu de tiempos
pasados. Haca aos que nadie
viva all y por ello tampoco haba
nadie que hubiera podido dar ms
pistas a Ruth.
Haca fresco en Lderitz, las
rfagas de niebla de la costa
atravesaban la ciudad como jirones
de algodn. El viento soplaba con
tanta fuerza que Ruth
inmediatamente concedi toda
credibilidad a los letreros que
desaconsejaban aparcar el vehculo
en la direccin del viento. Este
levantaba remolinos de arena que
golpeaban la cara de Ruth. Los
dientes le rechinaban, los ojos le
quemaban, y oa las partculas de
arena atacando la pintura del
vehculo. Ruth sac un pauelo de
la mochila y se lo at delante de la
cara. Los ojos se los protegi con
unas gafas de sol.
Ahora parece una mezcla entre
una nmada y una estrella del cine
norteamericana se burl Horatio.
Ruth se rio de mala gana y
contempl el paisaje rido a su
alrededor. Las casas estaban
construidas directamente en los
peascos, recostadas en la roca
griscea. Horatio ech un vistazo
alrededor del aparcamiento. A Ruth
le pareci que buscaba algo.
Todo en orden? le pregunt.
Horatio asinti con un aire
distrado. Pareca preocupado o,
como mnimo, alerta.
Ruth estaba segura de que algo
saba o algo se traa entre manos
que no quera que ella supiera.
Haba una parte de ella que se
resista a esperar algo malo de l,
pero tambin haba en su interior
algo que mantena su antigua
desconfianza en estado de alerta.
Mir a su alrededor. A bastante
distancia, detrs de un rbol y casi
oculto por l, hall una pickup
negra. Se acerc a ella unos cuantos
pasos hasta que se dio cuenta de
que era una Chevrolet. Horatio la
haba acompaado, e incluso se
inclin un poco para poder leer el
nmero de la matrcula.
Conoce este coche?
pregunt Ruth sin estar segura de si
era el mismo que haban visto el da
anterior en Keetmanshoop.
No le asegur rpidamente
Horatio. Me gusta, eso es todo.
Si tuviera dinero, creo que me
gustara conducir un vehculo as
dijo, rindose con la timidez de los
chicos pequeos cuando afirman
con rotundidad que algn da
volarn a la Luna.
Ruth sinti ascender de nuevo en
ella el enfado de la noche anterior.
Bueno, cuando encuentre el
Fuego del Desierto, ya se lo podr
permitir. Pero antes debera
aprender a conducir. Lo de cambiar
una correa trapezoidal ya lo sabe
hacer dijo ella, dndose la media
vuelta con brusquedad.
Horatio ech a correr tras ella.
Mire le dijo, y Ruth de
pronto se dio cuenta de que la
mayora de sus frases empezaban
as. Mire, Ruth. No deberamos
pelearnos. Ambos tenemos el
mismo objetivo, as que es
importante que confiemos el uno en
el otro y que colaboremos.
Ah, s? Tenemos el mismo
objetivo? Y cul es? pregunt
ella sin poder evitar que su voz
estuviera impregnada de un tono de
burla.
Ambos queremos descubrir el
misterio de sus abuelos y del
diamante.
Ella tuvo que reconocer que tena
razn. Aun as, un diablillo en ella
la oblig a seguir preguntndole:
Lo que a m me interesa es mi
futuro, mi vida entera, mi tierra
natal. Y a usted? Qu es lo que le
interesa?
Horatio sonri vagamente.
No tengo mucho que objetar a
sus argumentos. A m me interesa
mi trabajo, pero crame, para m mi
trabajo es tan importante como para
usted el suyo.
Ruth dio el tema por zanjado y
seal un edificio enorme con el
dedo.
Es eso?
Horatio asinti.
S, ah est la administracin y
el archivo de la Compaa Alemana
de Diamantes, que ahora se llama
Diamond World Trust, abreviado,
la DWT.
Ruth recorri la fachada con la
mirada. Aquel edificio
administrativo, descuidado,
cubierto de pintura gris y lleno de
ventanas relucientes, le recordaba
al banco de Windhoek, y no era un
recuerdo agradable. Por un instante
le pareci ver una cara detrs de
los cristales, pero, a pesar de las
gafas, el sol la cegaba tanto que no
se atrevi a confiar en lo que
estaban viendo sus ojos.
Venga usted! dijo Horatio
. He registrado nuestros nombres
en el archivo.
Recorrieron el aparcamiento uno
al lado del otro. El viento les
silbaba en los odos, levantando
aqu y all hojas u otras porqueras
y arrastrndolas por el lugar.
No saba que el viento pudiera
ser tan fuerte explic Ruth nada
ms entrar en el edificio. A
continuacin se quit el pauelo y
las gafas. Qu pasa?
pregunt. Horatio volva a estar
delante de ella mirndola fijamente.
Nada balbuce l, tragando
saliva. Que est usted muy guapa,
eso es todo.
Venga, va! le respondi
Ruth, molesta. Ahrrese los
cumplidos. Yo ya s que soy tosca y
que estoy demasiado gorda y que
tengo un pelo rebelde. Ya tengo
bastante con eso, tampoco hace
falta que usted encima se burle.
Djeme en paz y lrguese dijo
ella, sintiendo cmo le asomaban
las lgrimas y dndose la media
vuelta abruptamente.
Detrs de la recepcin, que
pareca ms una portera, haba un
hombre sentado leyendo una
edicin antigua del Allgemeine
Zeitung.
Quiero entrar en el archivo
exigi ella con un tono spero.
El hombre baj el peridico.
Apellido?
Salden. Ruth Maria Salden.
El hombre hoje unas listas,
resiguiendo un sinfn de columnas
con el dedo.
Lo siento, seorita, no est
usted registrada.
Ruth abri la boca para
replicarle, pero Horatio se le
adelant.
Claro que estamos
registrados. Horatio, Horatio
Mwasube, de la Universidad de
Windhoek. Me acompaa mi
ayudante Ruth Maria Salden,
tambin de la Universidad de
Windhoek.
Ruth iba a contradecirlo, presa
del enfado, pero Horatio le tom
la mano y se la apret con tanta
firmeza que ella se call.
El hombre volvi a echar un
vistazo a la lista y entonces asinti
y tendi a Horatio la llave de una
consigna.
Para ir al archivo tienen que
entrar por la puerta de la
izquierda. Tienen que guardar sus
cosas en la consigna. En el
archivo est prohibido tomar
fotografas, y todas las notas se
las tienen que ensear al personal.
Adems tendrn que identificarse.
Horatio dio las gracias y se llev
consigo a Ruth.
Qu es todo esto? susurr
ella, soltndose la mano.
Los archivos no son pblicos,
solo se puede entrar con un
permiso especial. No monte ahora
un escndalo, se lo pido por favor.
Ah, y usted s que puede
entrar, no? Una llamada de
Windhoek y le esperan con las
puertas abiertas.
No, no ha sido tan fcil. Tuve
que robar papel de carta del
secretario del rector. Puse un
sello, falsifiqu la firma del rector
y rec porque no llamara nadie
haciendo preguntas. As que cierre
la boca y venga conmigo.
Ruth se qued callada,
visiblemente impresionada.
Guardaron sus cosas en la
consigna que les haban asignado
y acto seguido entraron en el
archivo. Detrs de la puerta haba
un vigilante.
Identificacin! vocifer el
hombre como respuesta al saludo
de Horatio.
Ambos le mostraron sus
pasaportes sin pronunciar palabra
y observaron cmo el vigilante
anotaba sus datos.
El archivo solo estar abierto
una hora ms gru el hombre
. As que dense prisa, por favor.
Horatio asinti y llev a Ruth a
un rincn en el que haba dos
escritorios vacos. Como das
atrs en la redaccin del
Allgemeine Zeitung, Ruth estaba
impresionada por la cantidad de
libros. En Saldens Hill tambin
tenan una estantera con libros,
pero a Ruth nunca le haban
interesado las novelas. Si lea
alguna vez, eran libros de cra de
ovejas o vacas. A su modo de ver,
el resto era una prdida de tiempo,
una ocupacin para vagos. Pero
all le intimidaban un poco tantas
estanteras llenas. Quiz tendra
que haber ledo ms para no
sentirse tan ignorante a los ojos de
Horatio. Ignorante y, s, un poco
tonta. Ruth contuvo un suspiro.
Tenemos que ser sistemticos
dijo Horatio en un susurro. No
tengo ni idea de cundo se
destapar mi argucia, pero creo que
lo mejor es que para entonces ya
estemos lejos.
Por qu hace todo esto?
pregunt Ruth.
Luego, luego contest
Horario.
Desapareci entre las estanteras
y, poco despus, volvi con dos
archivadores.
Mire, aqu est la crnica de
Lderitz. Y aqu est la de la
Compaa Alemana de Diamantes.
Le tendi la crnica de la ciudad
y, minutos despus, Ruth ya se
hallaba sumida en la lectura:

El 1 de mayo del ao 1883,
el ayudante de comerciante
Heinrich Vogelsand, de 21
aos de edad, compr por
encargo del comerciante Franz
Adolf Eduard Lderitz, natural
de Bremen, la baha de Angra
Pequena y cinco millas del
terreno del interior
correspondiente de manos del
cacique de los nama, Josef
Frederick, por la cantidad de
200 fusiles antiguos y 100
libras inglesas.
Mientras que Frederick
supona que se trataba de
cinco millas de las inglesas,
que equivalan a 1,61
kilmetros, tras el cierre del
contrato Lderitz dej claro
que se tomaban como base las
millas prusianas de 7,5 millas.
El cacique de los nama se
sinti engaado al ver que
haba vendido la mayor parte
de las tierras de su pueblo.
Se acab! se oy decir a la
voz del vigilante, amortiguada solo
en parte por los estantes repletos de
papeles. Es hora de cerrar y yo
me quiero ir a casa.
Ruth sinti el impulso de cantarle
las cuarenta, pero se acord de las
palabras de Horatio y mantuvo la
boca cerrada. Aquello era un
mundo desconocido para ella en el
que imperaban reglas que no
entenda.
Horatio dej los archivadores en
su sitio y, a continuacin, salieron
los dos del archivo. Oyeron a
alguien que bajaba las escaleras
tras ellos, pero no le prestaron
atencin.
Quines eran esos y qu
queran? El hombre alto y
delgado de pelo canoso y ojos
sorprendentemente azules se haba
metido en el archivo prcticamente
sin que nadie se diera cuenta.
El vigilante se estremeci.
No lo s, jefe. Estaban en la
lista.
El hombre observ al negro con
desprecio.
Ensame dnde estaban
registrados.
Claro que s, jefe dijo el
vigilante negro, apresurndose a
por la lista y tendindosela a su
jefe.
Este se pasaba la mano por el
traje de lino al tiempo que iba
repasando las entradas del da.
Ruth Salden dijo entre
murmullos. Ruth Maria Salden.
Vaya, por fin. Llevaba tiempo
esperndote. Se detuvo y se
dirigi a su subordinado. Qu
han ledo la mujer y el cafre? Qu
han cogido de los estantes, qu han
apuntado, qu han preguntado?
El vigilante se estremeci
ligeramente al or aquella manera
ofensiva de referirse al negro.
No lo s, jefe, no les he
prestado atencin.
No me extraa. Eres tan negro
como idiota. Largo de aqu!
S, jefe.
El vigilante recogi su fiambrera
y desapareci mientras su jefe iba
recorriendo las estanteras.
Aj! exclam de pronto al
tiempo que sacaba un archivador
que no estaba colocado como el
resto. La crnica de Lderitz.
Sac el volumen del estante, lo
hoje un poco y volvi a colocarlo
en su sitio.
Vigilante! exclam con un
grito tan potente que uno de los
cristales vibr ligeramente.
Dgame, jefe.
El vigilante se haba cambiado de
ropa y ahora estaba delante de l
con unos pantalones de tela
gastados y una camisa azul.
Han dicho esos si volvan
maana?
El vigilante neg con la cabeza.
Decir no han dicho nada, pero
yo creo que no han acabado lo que
queran hacer. Estaban a mitad del
trabajo cuando les he dicho que
tenamos que cerrar. Ocurre algo,
jefe?
T ocpate de lo tuyo. Y si
maana vuelven, presta atencin a
lo que leen. Si no te acuerdas,
apntatelo. Escribir s que sabes,
no?
Claro que s, jefe. Aprend en
la escuela de misioneros.
Vale, vale... T haz lo que te
digo. Cuando se hayan ido, vienes y
me lo cuentas. Lo has entendido?
El negro asinti con diligencia.
Se les permite leer todos los
archivos, jefe?
El blanco se qued un momento
pensativo. Acto seguido, se dirigi
a una estantera, sac un archivador
y lo meti en una caja de cartn
llena de manchas que estaba
colocada debajo de un escritorio.
Luego se dirigi de nuevo al negro:
Claro que pueden leer lo que
quieran. Despus de todo tienen un
permiso, y nosotros nos atenemos al
reglamento, lo entiendes? El
blanco se sac una moneda del
bolsillo de la chaqueta y se la lanz
al negro igual que se le lanza un
hueso a un perro. Y ahora
lrgate.
Claro, jefe, y muchas gracias,
jefe.
El negro se guard la moneda y
acto seguido se dio media vuelta y
sali del archivo. Su jefe, en
cambio, volvi a su despacho y
tom una decisin.
Ruth y Horatio se haban metido
en un pequeo bar y beban
cerveza.
Qu ha averiguado?
pregunt Ruth.
Horatio sacudi la cabeza.
Me temo que no mucho. Y
usted?
He ledo que Adolf Lderitz, el
comerciante de Bremen, enga a
los nama y les rob muchas tierras.
Es verdad?
Horatio asinti y mir hacia
delante. A continuacin mir por la
ventana y a Ruth le pareci que se
estremeca ligeramente.
Mire dijo l. Quiz lo
mejor sera que volviera a casa, de
verdad. Puede ser peligroso.
Por qu lo cree? La vida es
peligrosa. Por qu se empea en
enviarme de vuelta a Saldens Hill?
Ruth estaba irritada. Haba
llegado muy lejos, haba dejado la
granja sola durante mucho tiempo.
Cmo poda creer Horatio que ella
consentira que, poco antes de su
objetivo, la mandaran a casa como
a una nia pequea?
Su acompaante trag saliva y se
qued mirando la mesa de madera.
Simplemente me preocupo por
usted, es tan difcil de entender?
Ruth se qued callada. Nunca
nadie se haba preocupado por ella.
Como mucho Mama Elo y Mama
Isa, siempre estaban preocupadas
por su salud, le advertan que no
anduviera descalza por las baldosas
de la cocina, que no saliera a la
calle con el pelo mojado, que
mantuviera los riones calientes y
que comiera fruta cada da. Fuera
de eso, Ruth tena que hacer frente a
las dificultades sola, ya fueran toros
enfurecidos, ladrones de ganado
dispuestos a pelearse o
comerciantes de lana insidiosos.
Tena fuerza y coraje y saba
defenderse. Solo cuando Horatio la
miraba preocupado como en ese
momento notaba una calidez y se
senta dbil como una rama a
merced del viento. Ruth saba que
en aquellos momentos se olvidaba
de sus fuerzas, y aquello no poda
ser. As que carraspe y retir la
mano que haba alargado en
direccin a la de Horatio por
encima de la mesa.
Ya va siendo hora de que me
cuente algo de las sublevaciones de
los nama y de los herero. Hace
tiempo que s que tienen algo que
ver con la historia de mis abuelos.
Horatio asinti.
De acuerdo, pues. Empezar
por el principio. Los nama y los
herero siempre haban sido tribus
enemigas. Cuando empez el
asentamiento y la administracin de
los alemanes, los pocos herero
rebeldes firmaron un contrato de
proteccin con los alemanes por el
que estos tambin les protegeran
frente a los nama. Entonces lleg la
peste del ganado, en 1897. La
mayora de los herero, que haban
vivido siempre del pastoreo,
perdieron la mayor parte del
ganado. Posteriormente una plaga
de langosta asol los campos, de
manera que el resto de reses
murieron de hambre. Los blancos se
aprovecharon de la situacin
desesperada de los herero y les
compraron el resto de las tierras
por una miseria, de manera que
muchos herero tuvieron que ponerse
al servicio de los blancos como
granjeros. De un da para otro
muchos tuvieron que trabajar sus
propias tierras en calidad de
esclavos. Como es natural, los
herero se rebelaron. Cada dos por
tres se daban conflictos entre los
negros y sus caciques. Las tensiones
aumentaron y finalmente los blancos
exigieron al gobierno que la pena
del castigo corporal, ya abolida,
fuera introducida de nuevo.
Horatio rebusc entre sus papeles
y sac un documento.
Mire, aqu est. Es una copia
de la solicitud de julio de 1900 al
Departamento Colonial del
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Es una copia del documento
original. Se la leo?
Ruth asinti.
El aborigen no entiende de
indulgencia ni de clemencia a largo
plazo, no ve en ellas ms que
debilidad y, como consecuencia de
ello, se vuelve arrogante e insolente
ante los blancos, a quienes tendra
que aprender a obedecer por estar
supeditado a ellos moral e
intelectualmente cit Horario. A
continuacin observ a Ruth en
silencio.
A Ruth le pareci que l estaba
esperando a que se le quedaran
grabadas a ella en la mente aquellas
palabras.
Me mira como si hubiera
redactado yo la solicitud se
quej ella.
Bueno, muchos blancos siguen
pensando lo mismo.
Pero yo no, y sabe por qu no?
No.
Porque soy mujer, por eso.
Quite la palabra aborigen,
sustityala por mujer y sabr lo
que piensan los hombres. Y no solo
los hombres blancos.
Horatio la contempl fascinado.
Su gesticulacin es ms viva
que en una pelcula policaca en el
cine dijo l, y se asust al ver
que los ojos de Ruth empezaban a
brillar peligrosamente de furia.
Mire! grit ella tan fuerte
que los que estaban sentados
alrededor de ellos se giraron hacia
su mesa. Usted es exactamente
igual. Se llena la boca de opresin,
pero no me toma en serio ni por un
segundo. Y todo porque soy mujer.
Y por eso no es usted mejor que un
blanco, en nada. Y solo porque es
negro no es racista sino chovinista.
Tan pronto como hubo
pronunciado aquellas palabras,
Ruth se mordi la lengua.
Perdone dijo ella en voz
baja. Siga explicndome lo de la
rebelin.
Solo si me deja terminar y no
me insulta ms.
Ruth inspir profundamente y a
continuacin mir a derecha y a
izquierda.
Y bien?
De acuerdo, me callar
cedi Ruth. Y ahora hable de
una vez!
Empez una poca de lucha
poltica de trincheras. Los alemanes
no estaban preparados para una
guerra en su colonia, pero los
herero se armaron. Por aquel
entonces haba aproximadamente
setecientos cincuenta mil herero, y
siete mil de ellos eran buenos
guerreros dispuestos a todo. Se
congregaron en la regin de
Waterberg. Al principio los blancos
pensaban que se trataba de una
guerra de sucesin, dado que el
cacique de los herero, Kaojonia
Kambazembi, acababa de morir. En
lugar de eso, el nuevo cacique,
Samuel Maharero, dio una orden a
su pueblo.
Horatio hoje entre sus papeles y
extrajo otro documento. Se puso a
leer.
Okahandja, enero. A todos los
herero de estas tierras: yo, Samuel
Maharero, cacique de la tribu, he
dispuesto una orden para toda mi
gente para que no vuelvan a poner
las manos encima de ingleses,
baster, damara, nama y bers. A
todos estos no los tocaremos. No
lo hagis!
Dej el papel a un lado y se
incorpor.
De esta manera, la enemistad
entre las tribus y los clanes de los
nativos haba llegado a su fin
porque haba un nuevo enemigo que
los una a todos: los alemanes. Al
principio se arrojaron al cuello de
los colonos alemanes, y despus de
los ataques a las granjas les
siguieron los de las lneas
ferroviarias, los depsitos y las
estaciones de comercio. En todo el
pas haba escaramuzas entre las
tropas alemanas y los guerreros
herero y nama. Finalmente, el
general Lothar von Trotha asumi el
mando de las tropas alemanas. Era
un hombre que no vacilaba. En
agosto dio la orden de cerrar el
cerco a los guerreros negros en las
inmediaciones de Waterberg y
exterminarlos. Cuando los negros
huyeron al desierto, el general Von
Trotha dio la orden de perseguir a
los que huan y cortarles el acceso
al agua. En octubre del mismo ao,
Von Trotha envi una proclama a
los herero que marc el inicio de un
pogromo. Si no tiene nada que
objetar, Ruth, voy a leerle esa
orden.
Ruth se haba apoyado la barbilla
en la mano derecha y tena el codo
sobre la mesa. Suspir y acto
seguido sacudi la cabeza y dijo en
voz baja:
No puedo creer lo que escucho,
no quiero pertenecer al mismo
pueblo que aquellos que condujeron
a todo su pueblo al desierto.
Cuntos hombres, cuntas mujeres
y nios, cuntas reses perdieron la
vida entonces?
Horatio alz un poco las cejas y a
continuacin sac un papel escrito a
mquina de entre sus documentos.
Aqu puede leer la orden de
Von Trotha. Aqu est escrito, bien
claro.
Lamelo, por favor.
Yo, general de los soldados
alemanes, mando esta carta al
pueblo herero. Los herero han
dejado de ser sbditos alemanes.
Han asesinado, han robado, han
mutilado las orejas, la nariz y otras
partes del cuerpo a los soldados
malheridos y ahora, por cobarda,
quieren abandonar la lucha. Yo
digo a los herero: todo aquel que
llegue a una de mis unidades y me
entregue a un jefe de tribu como
prisionero recibir mil marcos; el
que me traiga a Samuel Maharero
recibir cinco mil marcos. No
obstante, el pueblo herero deber
abandonar estas tierras. Si no lo
hace, yo mismo se lo obligar a
hacer con las armas. Dentro de las
fronteras alemanas se disparar
contra cualquier herero que lleve o
no armas o ganado, y no se tendr
clemencia por las mujeres ni por
los nios. Estas son mis palabras
para el pueblo herero. El general
del kiser de Alemania, Lothar von
Trotha.
Horatio mir a Ruth a los ojos.
Claro est que por herero los
alemanes no solo se referan a los
herero, sino tambin a los
miembros de otras tribus. Nunca
han puesto mucho empeo por
diferenciar los distintos pueblos.
Un negro es un negro, todos son
cafres para ellos.
Es eso cierto? interrumpi
Ruth, que de algn modo se senta
tambin culpable. Es verdad que
los herero cortaban las orejas y la
nariz a los alemanes? Y que no
solo mataban a los granjeros sino
tambin a sus mujeres e hijos?
Horatio levant la vista.
S, lo hacan. Era la guerra.
Una guerra que los blancos haban
empezado al robarnos nuestras
tierras.
Ruth se qued un rato pensativa
mientras la camarera les serva otra
cerveza. No quera volver a
pelearse con Horatio.
Explqueme cmo contina esa
historia. Qu pas con los herero y
los nama en el desierto?
Ya se lo imaginar. No tenan
agua, no tenan animales, no podan
ni comer ni beber. Al principio
murieron los ms dbiles, los
ancianos y los nios. Entretanto, en
Alemania empezaban a poner
reparos contra la orden de
exterminio de Von Trotha. Por
indicacin expresa del Estado
Mayor en Berln deba acabarse
con la matanza de los negros y
convertirlos en esclavos. Pero ya
era demasiado tarde. Quince mil
negros ya haban perdido la vida
cuando once enviados de los negros
se dirigieron a Ombakala para
negociar con los alemanes. Las
tropas alemanas abrieron fuego sin
vacilar. Y as el cacique Maharero
se vio obligado a huir a territorio
britnico con el resto de sus gentes,
unas veintiocho mil personas.
Hasta ahora solamente ha
hablado de los herero. Y los nama,
qu tienen que ver ellos en la
rebelin? pregunt Ruth.
Espere, ahora voy con eso. En
julio de 1904, el nama Jakob
Morenga lanz un ataque contra
granjas alemanas con once de sus
seguidores. Seguro que Saldens
Hill fue blanco de uno de esos
ataques. Los alemanes se
defendieron y mataron a algunos de
los nama rebeldes. Adems, otro de
los jefes de los nama, Hendrik
Witbooi, rompi la alianza con los
alemanes y se cambi oficialmente
de bando. Ahora los nama y los
herero estaban del mismo lado.
Cuarenta alemanes cayeron
vctimas de los ataques de los
negros, pero a los nios y a las
mujeres se les perdon, y en
ocasiones incluso los llevaron al
estacionamiento de tropas alemanas
ms cercano. Es posible, Ruth, que
su abuelo fuera una de las vctimas
de aquellos ataques. La huida de su
abuela sera prueba de ello.
Pero no tiene sentido que
hubiera dejado a su hija atrs
replic Ruth rpidamente.
S, tiene razn. Escuche cmo
sigue. Yo s que es un poco
complicado y confuso, pero si
realmente quiere saber lo que pas,
no puedo ahorrarle algunos
detalles.
Horatio se detuvo un instante y
tom un trago de cerveza del vaso
. Por todo el territorio hubo
batallas, sangrientas en su mayora.
Es cierto que los alemanes estaban
mejor equipados con maquinaria de
guerra, pero no consiguieron poner
fin a los tumultos ni en 1904 ni en
1905. El 29 de octubre de 1905
abatieron a Hendrik Witbooi
mientras intentaba atacar un convoy
de transporte alemn. Los dems
nama estaban tan asustados que se
rindieron en masa. Pocos meses
despus empezaron las
negociaciones de paz. Hasta
entonces, la guerra se haba
cobrado la vida de diez mil nama y
veinte mil herero.
Horatio tom la botella de
cerveza y se la termin de un trago.
Ruth mir por la ventana, absorta.
A continuacin asinti brevemente,
se agarr la trenza, se desat la
goma y volvi a atrsela.
Yo creo dijo ella entonces
que Saldens Hill fue blanco de los
primeros ataques de los nama. Por
aquella poca trabajaban all
muchos de ellos, como ahora, por
lo que les debi de resultar fcil
colar a otros nama en las tierras.
Adems, como ya he dicho antes,
mi abuela huy y dej a su hija
atrs.
Quiz su abuela huy porque
saba que los nama perdonaban la
vida de los nios. No sera una
razn plausible?
Ruth asinti, sumida en sus
pensamientos. De pronto, no pudo
soportar ms el ambiente cargado
de humo de aquel bar. Visualiz
mentalmente la granja y cmo deba
de ser en 1904. Aunque haba
nacido mucho despus de la
rebelin, se senta culpable.
Voy a estirar las piernas dijo
cuando ya casi haba salido del bar,
antes de que Horatio tuviera tiempo
de pagar la cuenta.
Ruth se dirigi hacia el sol de
poniente. Su mano se desliz hasta
la piedra que le colgaba entre los
pechos. No se asust cuando esta se
desliz fra como el hielo entre sus
dedos. Mir hacia el sol y volvi a
sentir aquel cosquilleo que ahora se
haba apoderado de todo su cuerpo.
Y, contemplando la puesta de sol,
se apareci ante sus ojos una nueva
imagen. Vio Saldens Hill, algunas
chozas en llamas. Una mujer gritaba
y un beb lloraba. Vio a un hombre
metido en un pequeo pozo hasta la
cintura. El hombre se agach y alz
una piedra que pareca un cristal de
azcar cande del tamao de un
puo. Tena la piedra sujeta en la
mano.
Una mujer entr en la imagen.
Ruth no poda verle la cara.
Te lo suplico exclam la
mujer. Por el amor de Cristo, te
ruego que dejes esa piedra sigui
diciendo, pero el hombre solo
negaba con la cabeza. En ese
momento se oyeron unos disparos y
el hombre cay de bruces, mientras
la enorme piedra caa en el barro.
La mujer se volvi a mirar, vio un
fusil y tambin una cara, pero
solamente vio las sombras.
Dame la piedra! le orden
alguien. Venga, sultala, dame
esa maldita piedra.
La mujer sacudi la cabeza. En
ese mismo instante, el hombre
apunt al beb con el arma.
Venga, dmela. Si no, mato al
nio.
No, por favor! A mi beb no
grit la mujer cayendo de
rodillas mientras se rebuscaba en el
corpio entre un mar de lgrimas.
De pronto, desde otra direccin
aparecieron hombres montados a
caballo que empezaron a disparar.
Mierda! rugi el hombre
con el arma. Antes de huir, volvi a
dirigirse a la mujer. Te
encontrar! Donde quiera que
vayas, te encontrar.
10
El desayuno en la pensin de
Uschi fue tan alemn como una
salchicha de Francfort. Haba
panecillos blancos de mantequilla,
confituras demasiado dulces de
fresa procedentes de una fbrica en
Alemania, adems de miel y queso
para untar. Ruth habra preferido
comer papilla de maz, pero Uschi
torci el semblante de una manera
despectiva cuando ella se lo pidi.
Yo como aqu, como he comido
siempre en Alemania. Me atengo a
las tradiciones, vale? le repuso
en puro dialecto de Hesse.
Ruth supuso que Uschi estaba tan
apegada a sus tradiciones de Hesse
porque esperaba un da poder
servirle a la mesa su mermelada
pringosa y sus panecillos pastosos a
Oppenheimer, natural de Friedberg,
un famoso comerciante de
diamantes y propietario de minas.
Al contrario que ella, Horatio
morda los panecillos con tanto
placer que las migas salan
disparadas en todas direcciones.
No todo lo que viene de
Alemania es malo dijo con un
tono de aprobacin mientras se
untaba la confitura de fresa
generosamente en el panecillo.
Pero es malo para los dientes
protest Ruth. Me salen las
caries solo con mirar. Mama Elo y
Mama Isa han comido toda su vida
papilla de maz y no les han puesto
nunca ni un empaste siquiera.
Es un argumento convincente
declar Horatio, extendiendo la
mano para agarrar otro panecillo.
Dese prisa ahora le apremi
Ruth. Tenemos que ir al archivo.
Aunque haba vivido en Namibia
desde que naci, a veces le
resultaba difcil acostumbrarse a la
lentitud de sus gentes. Era
impaciente, todo tena que
resolverse enseguida. Ruth no
conoca los ratos libres ni el ocio, y
eso de disfrutar de la lentitud era
para ella un concepto tan peregrino
como la nieve.
Horatio sigui masticando y lleg
incluso a pillar otro panecillo del
cesto, mientras Ruth, impaciente,
tamborileaba con los dedos en el
tablero de la mesa.
Qu es exactamente lo que
vamos a buscar hoy? pregunt
Ruth, deslizando hacia ella el
cestito con el ltimo panecillo.
Veamos. Su abuelo fue
asesinado en 1904. Encontraron el
primer diamante en el ao 1908
durante la construccin del
ferrocarril. Por tanto, deberamos
enterarnos de lo que pas durante
los aos en que su abuelo estuvo
por esta zona.
Aj dijo Ruth, apoyando de
nuevo la barbilla en sus manos. Ella
haba estado dndole vueltas a
pensamientos similares durante la
noche, como por ejemplo, de dnde
haba sacado su abuelo el dinero
para comprar Saldens Hill.
Ruth estuvo pensando en lo que
haba odo y visto en sus visiones.
Volvi a echar mano de la piedra.
Suspir. Se resista a creer en las
imgenes que la misteriosa piedra
de fuego de Mama Elo le pona ante
los ojos como por arte de magia.
Ruth no confiaba para nada en las
cuestiones sobrenaturales. Ella
crea solo en lo que poda ver y
tocar. Y, sin embargo, era como si
el pasado de sus abuelos estuviera
atrapado en la piedra de Mama Elo.
Cunto se haba redo por las
noches y cmo haba ridiculizado
su supersticin. Ya soy igual que
una negra haba pensado de s
misma. Lo siguiente ser mandar
canonizar a mis vacas y tratarlas de
usted para que el dios del fuego no
me guarde rencor. Pero pese a
toda la sorna con la que trataba de
protegerse, una parte de ella crea
en esas imgenes que vea, una
parte de ella crea en fuerzas que no
pueden verse ni tocarse. Las
historias de Mama Elo y de Mama
Isa me dejan la cabeza hecha un
lo, se haba dicho como consuelo
siendo consciente al mismo tiempo
de que eso no se corresponda con
la verdad.
Creo dijo ahora con mucha
cautela, como si temiera que las
palabras pudieran resquebrajarse
en su boca que mi abuelo fue a
buscar oro en la baha de las
ballenas. Y cuando regres de all,
compr la granja y se cas con mi
abuela.
Horatio asinti con la cabeza,
como si no le sorprendiera mucho
aquello.
Y trajo oro?
Ruth neg con la cabeza.
No s nada de eso. Creo que
no. Mama Elo y Mama Isa me
habran hablado alguna vez de oro
entonces. Y mi madre solo posee
joyas en perlas y platino. El oro,
suele decir mi madre, es la riqueza
de los pobres, de los que no tienen
nada de lo que presumir.
Ruth se rio brevemente.
Entonces, su abuelo debi
invertir todo el dinero en la granja.
Ruth asinti con la cabeza y se
levant.
Vamos a trabajar. Ya le hemos
hecho perder bastante tiempo al
buen Dios.
El vigilante negro del archivo les
atendi con no menos desconfianza
que el da anterior. Hizo que le
ensearan otra vez los pasaportes,
volvi a anotar los datos y los
acompa de mala gana a sus
escritorios.
Me ensearn todos los
documentos que vayan a consultar.
Lo han entendido? pregunt con
un gruido.
Por qu? pregunt Ruth.
Qu le importa a usted lo que
leamos nosotros?
Chis! Horatio se coloc un
paso por delante de Ruth y le hizo
seas para que se calmara. Mi
colega es nueva y no posee apenas
experiencia en el trabajo en los
archivos. Por supuesto que le
ensearemos todos y cada uno de
los documentos antes de leerlos, y
despus le mostraremos todos los
apuntes que realicemos al respecto.
El vigilante asinti malhumorado
con la cabeza y se larg nuevamente
a su mesa.
Ruth sigui consultando la
crnica de Lderitz, pero no
encontr ninguna nota sobre sus
abuelos. Por qu extraarse?
pens. Wolf Salden no estuvo
nunca aqu. Pero algo ms extrao
le resultaba el hecho de no
encontrar tampoco ninguna
anotacin sobre su abuela. Ruth se
puso a pensar en lo que habra
hecho ella si hubiera encontrado un
diamante tan grande y en la huida no
hubiera tenido nada ms que esa
piedra. No se habra dirigido a un
comerciante callejero, porque eso
habra resultado demasiado
llamativo y, adems, era imposible
que un simple comerciante de
diamantes de la calle tuviera
suficiente dinero para una piedra
tan grande como el Fuego del
Desierto.
Ira a una mina de diamantes.
All disponen de los mejores
contactos y llevan el registro
pens Ruth. As pues, quizs
encuentre all alguna anotacin
sobre mi abuela en los aos
posteriores a 1904.
Sin darse cuenta, haba adoptado
el modo cientfico de proceder de
Horatio. Hoje las pginas
adelante, atrs, ley cada palabra,
observ todas las imgenes, pero
fue en vano. Al parecer, en Lderitz
nadie haba tomado nota de una
mujer llamada Margaret Salden.
Decepcionada, Ruth dirigi la
mirada a Horatio, que estaba
completamente inmerso en la
lectura de la crnica de la
Compaa Alemana de Diamantes.
Tomaba apuntes con mucho
empeo, revolva entre sus
documentos y comparaba datos.
Qu tal? Ha encontrado algo?
pregunt Ruth.
Horatio neg con la cabeza, pero
Ruth vio el destello febril en sus
ojos y no le crey.
Tengo que ir al bao dijo
ella, y Horatio asinti con la
cabeza.
El vigilante exigi que Ruth
registrara su ausencia de la sala por
escrito, y volvi a controlarle el
pasaporte cuando regres del
lavabo.
Entonces se dirigi a una hilera
de estantes, y sac un dosier aqu y
otro ms all. Esperaba toparse por
casualidad con algo que le pudiera
poner sobre alguna pista. Se detuvo
sorprendida. En un lugar de la
estantera faltaba un clasificador.
Ruth dedujo por el polvo que deba
de haber estado all hasta haca muy
poco, poqusimo tiempo. Espi a
travs del hueco y vio que tena
enfrente directamente el escritorio
de Horatio. Pero dnde se haba
metido el historiador?
Ruth se puso de puntillas y crey
no poder dar crdito a lo que vean
sus ojos. Horatio estaba sentado en
el suelo, debajo del escritorio;
encima de las rodillas tena un
clasificador lleno de polvo, a su
lado una caja de cartn que Ruth
haba tenido por una papelera poco
convencional. Qu estaba haciendo
ahora? Ruth contuvo la respiracin.
Horatio mir en todas direcciones,
luego arranc dos hojas del
clasificador, las dobl en un abrir y
cerrar de ojos y se las meti en el
bolsillo del pantaln.
Ruth sali de repente de detrs
del estante y pill a Horatio todava
en el suelo.
Qu hace usted ah?
pregunt ella.
Oh, mi lpiz. Se me ha cado al
suelo.
Nada ms?
No, nada ms. Qu ms poda
ser?
Y en la caja de cartn?
Horatio golpe levemente la caja
con la mano.
En la caja de cartn? Qu
pasa con ella?
Ruth respir hondo y expuls el
aire.
Nada dijo a continuacin.
No es nada. Solo estoy un poco
nerviosa porque el vigilante es una
persona muy hostil.
Pero, secretamente, ella decidi
doblar la guardia. Horatio le estaba
ocultando algo, algo muy importante
de lo que no quera hablar. De qu
lado estaba el negro en realidad?
Poda fiarse de l? Era su amigo,
como deca l siempre, o se
contaba entre sus enemigos? Ech
un vistazo a su reloj de pulsera.
Ya es casi medioda. Me est
zumbando la cabeza. No creo que
vaya a encontrar nada en los
clasificadores. Por lo menos no en
la crnica de Lderitz.
Significa eso que quiere
marcharse?
Ruth asinti con la cabeza y
entorn ligeramente los ojos.
Tengo hambre.
En ese mismo instante apareci el
vigilante con una fiambrera en la
mano, y sac a todo el mundo de la
sala de lectura.
Volvemos a abrir a las tres en
el caso de que no hayan terminado.
Horatio profiri un suspiro muy
dramtico, y luego se dispuso a
recoger sus cosas.
Vamos a comer algo?
pregunt l cuando estuvieron al sol
delante del edificio.
Ruth busc las gafas de sol en su
bolso.
Cmo dice? Ah, no. No tengo
hambre todava.
Pero si acaba de decir que s.
Pero ahora ya no. No quiero
comer nada dijo, ponindose las
gafas de sol. Y a continuacin se
fue caminando pesadamente sin
volverse a mirar a Horatio. Solo le
oy exclamar por detrs:
Nos vemos despus.
Ruth levant una mano en seal
de saludo y aceler su paso; casi
echa a correr como si quisiera huir
de Horatio. Ella quera estar a solas
ahora, tena que ordenar sus
pensamientos. Y le faltaba
movimiento. Desde siempre haba
podido reflexionar mejor
caminando o movindose.
Anduvo a buen paso por la
ciudad, que estaba muy pegada a un
gigantesco pen, como si buscara
proteccin ante las olas y las
tormentas del ocano Atlntico. Por
la costa flua la corriente de
Benguela que envolva la ciudad en
niebla todas las maanas. Ruth
caminaba deprisa por las calles sin
fijarse en nada. Pas al lado de los
pescaderos que vendan ostras y
langostas, y subi montaa arriba
hasta la iglesia del pen.
Ruth se sent en un banco,
contempl unos instantes las
magnficas ventanas de cristal de
colores, pero segua sin encontrar
la calma en su interior. Qu estoy
haciendo aqu? se pregunt.
Por qu no me subo al coche y me
marcho de vuelta a Saldens Hill?
Qu he conseguido hasta el
momento? Nada. Absolutamente
nada. Mi abuelo est muerto, mi
abuela est desaparecida y
supuestamente est en posesin del
alma de los nama. Yo llevo una
piedra encima que me proyecta
imgenes con las que no s qu
entender. Quiz tenga la
imaginacin agitada en exceso,
quiz me encuentre agotada
mentalmente porque no estoy
acostumbrada a este tipo de viajes,
a esta conduccin sin rumbo fijo.
Debera regresar a casa, debera
vender una parte de los rebaos y
de los pastos. Si a pesar de ello no
alcanzara el dinero para conservar
el resto de la granja, debera
acercarme por la casa del anciano
Miller. Es rico; quiz me d un
prstamo aunque no me case con su
hijo Nath. Si quiere garantas y no
se me ocurre nada mejor, me
dirigir entonces al marido de
Corinne. Aqu, en Lderitz, no
puedo salvar mi granja.
Iba a levantarse y a marcharse de
la iglesia del pen con paso
enrgico, pero se sinti como
cosida a la banqueta. Le asomaron
las lgrimas a los ojos. Dirigi una
mirada al altar y sinti la humedad
en sus mejillas. No puedo pens
. No puedo renunciar ahora.
Ahora estoy aqu, ahora tengo que
averiguar lo que sucedi por aquel
entonces, en 1904, en Saldens
Hill. Al pensar en Horatio, se
deslizaron ms rpidamente las
lgrimas por las mejillas. Hasta que
le observ esta maana en secreto
en el archivo, Ruth haba credo que
tena un amigo. Le haba ocultado
que haba arrancado las dos hojas
del clasificador y se las haba
guardado. Todas las palabras
bonitas que le haba dirigido l,
todos los cumplidos que le haba
hecho, nada de todo eso haba sido
expresado con sinceridad.
Se pas una mano por la larga
cabellera. Una vez pens
profiriendo un suspiro, una sola
vez no me he sentido torpe ni gorda
ni fea en presencia de un hombre.
Una vez casi consigo creerme las
palabras de un hombre, pero
entonces va y resulta que ese
hombre no es sino un impostor.
Ruth junt las manos. Qu voy a
hacer ahora? Pens en su madre y
en Corinne, y de pronto le entraron
de nuevo las fuerzas.
No, no quiero vivir as. No voy
a albergar jams un rencor
insaciable contra mis antepasados
ni a echarles la culpa de todas mis
desgracias. He aprendido de mi
padre que cada uno es responsable
de s mismo, que cada cual tiene
una historia que le marca. Y yo me
he puesto en marcha para encontrar
esa historia. Por tanto, por qu
arrojar ahora la toalla?
Sin darse cuenta, Ruth haba
expresado en voz alta sus
pensamientos. Y para sorpresa suya
se senta un poco ms aliviada
ahora. Se levant, sali del
agradable frescor de la iglesia,
camin junto a los escaparates de la
calle Bismarck y entr finalmente
en una pequea cafetera que estaba
bastante llena a pesar de que ya era
la primera hora de la tarde. Las
mesas estaban ocupadas por
blancos que beban ccteles y
conversaban a grito pelado. Ruth
pidi un bocadillo, una Coca-Cola
y una porcin de carne en tiras, y se
puso a escuchar las conversaciones
de los dems clientes. Pudo
distinguir giros en ingls, en alemn
y en afrikans.
Disculpe, seora, est libre
este asiento?
Ruth levant la vista. Ante ella
estaba un hombre joven cuyos ojos
azules brillaban como el mar una
maana de verano. A pesar de que
Ruth no se senta de humor para
estar en compaa, asinti con la
cabeza brevemente y seal con la
mano la silla libre.
S, por favor.
Es recomendable esa carne en
tiras? pregunt el hombre con la
mirada puesta en el plato de ella.
No es ni mejor ni peor que en
otro lugar repuso Ruth.
El hombre se ech a rer y se le
form un hoyuelo en la mejilla
izquierda. Se apart el cabello
rubio oscuro del rostro y se
arremang la camisa azul de modo
que Ruth pudo ver el caro reloj que
llevaba.
Tiene razn dijo. Esas
tiras secas de carne tienen el mismo
sabor en todas partes,
independientemente de si la carne
es de vaca, de rice, de antlope
saltador o de kudu. Solo son
diferentes las especias. Por cierto,
donde mejor la he probado ha sido
en Gobabis. Conoce usted esa
zona?
Ruth, que normalmente no tena
inters por las conversaciones de
cafetera, aguz los odos.
Gobabis? Dnde? En el
restaurante de Stephanie?
S, exacto. Fue all. Estaba
deliciosa, simplemente deliciosa.
Ruth se rio abiertamente.
Entonces comi seguramente
carne de mis vacas dijo sintiendo
el bien que le haca hablar de su
tierra, de su casa. Era como si en
todo el desorden y el trajn hubiera
encontrado de pronto un ancla
diminuta donde fijarse.
Ah, es usted granjera?
S.
Permtame comentarle que me
haba imaginado de otra manera a
las granjeras de verdad.
Ruth entorn un poco los ojos.
Cmo se las imaginaba? Qu
aspecto debe tener una granjera en
su opinin?
El hombre volvi a rer, y de
nuevo observ Ruth el hoyuelo de
su mejilla izquierda.
No lo s exactamente, pero de
alguna manera altas y anchas de
hombros, con botas y sombrero de
vaquera, con una camisa a cuadros
de color rojo y blanco y un pauelo
en torno al cuello. Y con una
vozarrona, me explico?, una voz
potente para vocear a los animales
y un poco spera por los muchos
cigarrillos que fuman y de los que
no se privan siquiera cuando van a
caballo. Y luego, su manera de
andar, me mira un momento?
Se levant, coloc los brazos un
poco en ngulo y dio algunos pasos
por la cafetera con las piernas
abiertas.
Ruth no pudo menos que soltar
una carcajada estruendosa.
No, yo no soy as, pero existe
ese tipo de granjeras, es cierto.
Kathi Markworth, nuestra vecina, es
as, por ejemplo dijo Ruth,
inclinndose hacia delante y
susurrando a continuacin con un
deje burln: incluso escupe al
suelo y empina el codo que no veas.
Ruth estaba disfrutando cada vez
ms de la conversacin. Se le fue
quitando de encima la tensin, y fue
sintindose ligera.
No, eso no me lo puedo
imaginar de usted. Yo la veo
montada a caballo con el pelo
ondeando al viento, elegante y
vigorosa, como una amazona. Y
cuando se baja usted del caballo, lo
har con gracia, mientras que su
vecina Kathi seguramente
desmontar igual que si cayera del
caballo un fardo mojado, al tiempo
que van saliendo de su boca los
tacos ms tremendos. Y apuesto a
que usted mantiene la botella de
cerveza en la mano igual que
sostienen sus copas de champn las
seoras distinguidas de Windhoek y
de Swakopmund.
Ruth volvi a rer a carcajadas y
neg con la cabeza.
No, no, eso no es verdad. Soy
una granjera que tiene que vrselas
con los esquiladores de ovejas.
Estoy acostumbrada a cargar sacos
y a arreglar vallas. Me gusta beber
cerveza directamente de la botella.
En cambio, no entiendo mucho de
champn.
Ella se mir las manos y detect
un poquito de suciedad debajo del
dedo ndice de la mano derecha.
Puede imaginarse que todava
no me he pintado las uas una sola
vez en mi vida? pregunt, y se
maravill acto seguido de s misma.
Cmo era posible que le estuviera
contando a un desconocido esos
detalles tan ntimos de su vida? No
haba hecho eso nunca. La
confusin en su mente pareca ser
mayor de lo que haba pensado en
un principio.
El hombre extendi los brazos
por encima de la mesa, tom la
mano de ella entre las suyas y se
puso a contemplarlas.
Sera un desperdicio si lo
hiciera. Tiene usted unas manos
maravillosas, con unos dedos de
pianista.
Ruth retir la mano. Aquel
hombre la estaba azorando, incluso
mucho, pero se senta bien cerca de
l. Irradiaba una despreocupacin,
una ligereza tal que Ruth no haba
experimentado siquiera en su
temprana adolescencia, pero que
siempre haba admirado en sus
compaeras de su misma edad.
Qu hace usted en Lderitz?
pregunt Ruth para disimular su
rubor.
Oh, pues vivo y trabajo aqu
dijo, inclinndose sobre ella. Soy
de aqu incluso. Un autntico
lderitzo, por decirlo de alguna
manera.
Y dnde trabaja?
l se encogi de hombros.
Estudi derecho como mi
padre, y como el padre de mi padre.
Ahora trabajo para la Diamond
World Trust, en la seccin jurdica.
Ya ve usted, nada emocionante.
Cada da actas, cada da tragando
polvo. Apuesto a que su trabajo en
la granja es mucho ms variado y
entretenido.
Oyndole a usted, pensara
cualquiera que lo que desea en
secreto es convertirse en granjero
constat Ruth.
El hombre no repuso nada, se
limit a sealar el vaso vaco de
Coca-Cola de Ruth.
Me permite que la invite a
algo? Haca mucho tiempo que no
conversaba tan a gusto con una
mujer encantadora. Irradia usted un
brillo a su alrededor, no se lo ha
dicho nunca nadie?
Ruth, azorada, se llev la mano a
un mechn de su pelo. Horatio le
haba dicho algo similar, pero
bah!, Horatio. Quin poda decir
que no se trataba de una mentira, de
una falsedad?
Me gustara tomar un caf.
Con mucho gusto.
Estuvieron un ratito sentados a la
mesita en silencio hasta que la
camarera trajo las bebidas. Ruth
miraba por la ventana, y por un
momento pens que vera entre la
multitud el rostro de Horatio con
sus gafas de cristales gruesos.
Y qu la trae a usted tan lejos
de su granja aqu, a Lderitz?
pregunt el hombre. Por ah
dicen que los pocos turistas que
vienen prefieren pasar nuestra
ciudad de largo porque aqu no hay
nada que ver segn las guas
tursticas. Dgame entonces qu
hace usted por aqu?
Ni yo misma lo s exactamente,
pens Ruth, y dijo:
No vamos a presentarnos
primero?
Oh, le ruego que me disculpe.
Soy Henry Kramer dijo el
hombre levantndose y estrechando
cuidadosamente la mano que Ruth
le tendi. Henry Kramer, tengo
treinta y dos aos, soy jurista,
soltero, cuarenta y tres es mi
nmero de los zapatos. Desea
saber algo ms?
Ruth rio y neg con la cabeza. A
continuacin dijo:
Me llamo Ruth Salden, soy
granjera y me gusta llevar botas
recias de trabajo. No s caminar
con tacones altos.
Ese calzado no est concebido
para caminar, me refiero a los
tacones altos, no lo saba usted?
No.
Los tacones explic Henry
Kramer en un tono docente los
han inventado hombres dbiles para
las mujeres fuertes. Las mujeres no
tienen por qu caminar con ellos,
deben apoyarse en los brazos de los
hombres, confiar en la fuerza
masculina.
Oh, est bien saberlo. A partir
de ahora mismo solo llevar mis
zapatos blancos de tacn cuando
salga con un hombre.
Para eso estn pensados. No
le apetece exhibir sus zapatos esta
noche para ir a cenar? Conozco un
local estupendo en el que sirven las
mejores ostras y langostas de esta
zona.
Ruth torci el gesto.
No creo que mis zapatos
blancos combinen mucho con las
ostras.
En cualquier caso, mi deseo es
poder mimar de verdad a la duea
de esos zapatos blancos, tal como
se merece dijo Henry Kramer,
mirando profundamente a los ojos
de Ruth.
A ella le pareci que le
acariciaba la cara con su mirada. El
azoramiento le volva a impedir
saber qu decir o hacer, as que sus
dedos resbalaron por encima de la
mesa y desmenuzaron el terrn de
azcar que estaba pensado en
realidad para endulzar el caf.
Puede pensrselo todo el
tiempo que quiera dijo el hombre
tratando de sacarla del apuro. En
cualquier caso, yo la estar
esperando aqu a las ocho en punto.
Ruth asinti con la cabeza,
contenta por evitar una decisin
precipitada. Se bebi casi de un
trago el caf todava caliente y se
despidi a toda prisa.
Tengo que irme, todava me
quedan algunos asuntos por
despachar dijo ella sin saber
exactamente qu la mova a
marcharse de all, probablemente el
azoramiento que estaba sintiendo.
Nunca un hombre haba ligado con
ella de esa manera.
Lstima repuso Henry
Kramer con galantera. Tanto
ms espero poder verla entonces
esta noche como invitada ma. Ni se
imagina el encanto que tiene esta
pequea ciudad a la luz de la luna.
Ruth frunci el ceo.
Oh, se lo ruego, no me
malinterprete. No era mi intencin
ofenderla. Es eso que le dije a usted
antes de que con pocas mujeres
puede uno conversar tan a gusto
como con usted. Y si le gusta
Lderitz cuando le ensee los lados
ms bellos de la ciudad, quiz se
decida usted a venir por aqu otra
vez.
Ruth sinti que se le ponan
coloradas las mejillas. Se dio la
vuelta y se fue de la cafetera sin
decir nada. Estuvo tentada de echar
un vistazo por el gran ventanal e
incluso de saludar con la mano a
Henry Kramer, pero no se atrevi,
sigui caminando insegura y puso
rumbo a una zapatera de la calle
Bismarck, que segua muy animada
de gente.
La atendi una dependienta
malhumorada y acab comprndose
un par de zapatos muy cerrados por
delante y con un tacn mnimo. A
pesar de que los zapatos no eran
especialmente altos, Ruth solo era
capaz de caminar con ellos
realizando un gran esfuerzo. Sin
embargo, eso que ella haba
observado y comentado en otras
mujeres con espritu crtico, ahora
ya no le pareca tan mal. Ruth se
encontraba henchida de una alegra
hasta entonces desconocida,
excitante. No pensaba en otra cosa
que en la noche, una noche en la que
sorbera ostras con Henry Kramer a
la luz de las velas...
Interrumpi sus sueos
abruptamente cuando en plena
ebullicin mental se le pas por la
cabeza que no tena nada que
ponerse. Se detuvo ante un
escaparate con la bolsa de los
zapatos en una mano, y vio un
vestido rojo que se pareca al que
llevaba siempre Corinne cuando iba
al baile. La asust el precio
marcado en el cartelito, pero
entonces levant la barbilla con
gesto obstinado. No me anda
diciendo Rose siempre que tengo
muy poquitos vestidos?, se dijo a
s misma dndose nimos. Y acto
seguido entr con decisin en la
tienda.
Mir a su alrededor con cara de
sorpresa. No haba estado nunca en
una tienda tan elegante. Las paredes
estaban provistas de barras doradas
de las que colgaban vestidos de
todos los colores, azul, negro,
blanco, rojo e incluso amarillo.
Algunos de los vestidos llegaban
hasta el suelo, otros se mostraban
nicamente por el cuello.
Ruth fue palpando con cuidado
las telas que resbalaban en sus
manos como agua corriente, pura y
fresca. Pens en sus compras en
Bemans, una tienda de ropa en
Gobabis con muchos rincones, a la
que iba una vez al ao por
obligacin. Se probaba siempre
unos pantalones de tela negra y una
blusa blanca, y se llevaba a casa
dos de cada. Aparte se compraba
tambin docenas de camisetas
blancas y tres monos de trabajo. Si
se encontraba de muy buen humor,
adquira tambin unos pantalones
tejanos y una camiseta roja, pero
hasta aquel momento no se haba
comprado nada diferente a aquello.
Puedo ayudarla en algo?
Cmo dice?
Ruth no haba visto venir a la
dependienta que la estaba mirando
de arriba abajo con la mayor
discrecin posible. Sin embargo,
Ruth percibi aquellas miradas y
baj la vista. De repente no
entenda que un hombre de tan buen
ver pudiera invitar a cenar a una
chica tosca como ella, que vesta
unas prendas arrugadas, prcticas y
de ninguna manera elegantes. No
se estara burlando de ella? Ruth
sinti un escalofro. La mirada de la
dependienta confirmaba
perfectamente lo que ella estaba
pensando en secreto.
Para qu ocasin est
buscando usted ropa? Busca un
vestido o tal vez un disfraz, o ms
bien ropa deportiva?
Ruth trag saliva.
Pues no lo s en realidad. Un
vestido quiz. Se senta tan
apocada que le tembl la voz un
poco.
Para un baile o ms bien para
un cctel por la tarde? O es para
una celebracin festiva, una boda
quiz?
No, ms bien para una cena.
Una fiesta?
Ruth apret los labios, dese
estar lejos de all y neg con la
cabeza.
Ah, entiendo dijo la
dependienta asintiendo con la
cabeza. Debe tratarse de una
cena romntica en pareja.
Antes de que la mujer siguiera
formulando ms hiptesis sobre la
vida privada de Ruth, ella agarr el
vestido rojo de la barra, se lo
coloc por delante y se contempl
en el espejo.
Quiero probarme este de aqu.
La dependienta movi la cabeza
con gesto de no estar muy
convencida con la eleccin de Ruth,
pero no obstante dijo:
Prubeselo. Los probadores
estn ah detrs, a la derecha.
Ruth asinti con la cabeza y se
dirigi a los probadores. Tard un
rato en desvestirse y en ponerse el
vestido rojo. Luego se coloc
expectante delante del espejo, pero
no vio en l lo que haba esperado;
no vio a una persona nueva sino a
una mujer granjera con un vestido
que pareca como si fuera a ir al
baile de los granjeros. Entorn un
poco los ojos, se gir a la
izquierda, a la derecha, pero sigui
parecindole lo mismo.
La voz de la dependienta le lleg
a travs de la cortina de felpa.
Est todo bien? Est
contenta?
Contenta? No, Ruth no estaba
contenta. Haba esperado algo
diferente, algo que conoca por las
revistas de Corinne, el patito feo
que se pone un vestido nuevo y
plas!, se convierte en un bello
cisne. Eso era pura mentira en su
caso. Lo haba supuesto, pero no
haba querido admitirlo. Ruth
corri la cortina a un lado.
No s muy bien dijo,
bajando los ojos, desvalida.
La dependienta sonri.
Usted tiene un cabello
precioso. Debera lucirlo. Mrese
aqu, mi amor, el vestido rojo le
quita esplendor a su pelo. Rojo con
rojo es una combinacin que pocas
veces armoniza. Mrese este
vestido verde dijo la mujer,
sonrindole amable y
animadamente.
Ruth agarr el vestido titubeando,
se lo puso delante.
Pero este escote! dijo con
perplejidad. Puestos as, me
puedo colgar directamente un
letrerito al cuello en el que ponga
oferta especial.
La dependienta sonri mostrando
los dientes.
Prubeselo, mi amor. El escote
hay que llenarlo bien, y yo no veo
motivos para estar preocupada por
ello.
Ruth suspir, pero se embuti en
el vestido.
Sultese el pelo le aconsej
la dependienta por fuera.
Ruth se quit la horquilla,
esponj su melena, elev la
barbilla. Y de pronto le miraba
desde el espejo la mujer que
siempre haba querido ser, o por lo
menos a veces. Una mujer no muy
bonita, pero agreste y femenina.
Eso es! exclam con jbilo
corriendo la cortina a un lado.
No est mal dijo la
dependienta sorprendida. Ya le
dije que el verde le sentaba muy
bien. Desea ropa fina a juego?
Ruth frunci la frente.
Qu voy a hacer en una cena
romntica con sbanas de seda?
No, no, mi amor. Ruth vio
que las comisuras de los labios de
la dependienta se estremecan con
gesto divertido. Me refiero a la
ropa interior. Ropa fina, de seda,
lencera.
Se necesita eso? pregunt
Ruth. No se me va a romper
solo con ir al lavabo? No es
demasiado fresco? Para los
riones, quiero decir.
Ruth se imagin las miradas
desaprobatorias de Mama Elo y de
Mama Isa.
Bueno, esas prendas no estn
hechas para darle calor a usted,
sino que deben procurar ms bien
que usted se sienta bonita y
atractiva. Tienen que gustarle al
hombre al que usted ama.
A Ruth le habra gustado
preguntar que tena que ver la ropa
interior con los sentimientos de un
hombre, pero entonces record la
prenda de encaje de Corinne, que a
ella le haba parecido siempre la
boba decoracin de un pastel de
bodas. Sin embargo, antes de que
pudiera seguir con sus reflexiones,
la dependienta le haba tendido en
el probador unas enaguas de seda
verde, cuyo color era un tono solo
un peln ms claro que el vestido.
Ruth se estremeci al ver el
letrerito con el precio. Por una
suma de dinero as se comprara en
Bemans, la tienda de ropa de
Gobabis, toda su ropa interior y le
daran adems un tendedero. Se
imagin las caras de los
trabajadores de Saldens Hill
cuando vieran de pronto tendidas a
secar unas enaguas como aquellas.
Y si pasaba por all Nath Miller,
no veas! No pudo menos que
sonrer mostrando los dientes.
Mejor no imaginrselo!
No se dijo Ruth a s misma un
instante despus conminndose a la
calma. Una cosa as est pensada
para las mujeres de la ciudad. Esto
no es para m.
Y qu tal? pregunt la
dependienta.
Ruth le tendi las enaguas a
travs de la cortina.
No, mejor lo dejo. Vivo en una
granja. Las ovejas se comeran en
un instante esas enaguas tendidas al
sol. Y qu iba a decirle yo despus
al veterinario?
Y lencera fina?
Se necesita eso tambin?
Por supuesto. Un hombre que la
invita a usted a una cena romntica,
quiz quiera contemplar despus
con usted las estrellas. Y si a usted
le gusta, quiz lo invite luego a
tomar una taza de caf.
Ruth asom la cabeza por el
probador.
Vivo en una pensin. No creo
que tengan caf all despus de las
ocho de la tarde.
La dependienta suspir
levemente.
Bueno dijo entonces. No
tiene que ser necesariamente caf lo
que quiera l de usted.
Huy! exclam Ruth,
tapndose la boca con la mano.
Se refiere usted a eso?
La dependienta asinti con la
cabeza y le tendi poco despus un
picardas tan diminuto que a Ruth le
pareci que no servira ni para
pauelo. Por miedo a que se le
desgarrara en las manos, renunci a
ponerse aquella diminuta prenda en
el estrecho probador. En lugar de
ponrsela, se imagin el aspecto
que tendra con ella puesta,
probablemente como un angelote
con problemas de peso. No, aquel
picardas no resultaba nada
apropiado para ocultar algo en ella!
As que Ruth devolvi la prenda
poco despus con decisin.
No necesito esto. Con los
pijamas tengo suficiente. Y como
ms me gusta a m dormir es con
una camiseta.
Dios mo, cunto costar el
vestido solo? pens al mismo
tiempo. Probablemente me daran
en Gobabis un carnero sano por esa
suma. Pero al instante sac el
labio inferior hacia fuera. Pero
de qu me sirve un carnero si
pronto ya no tendr ni granja? As
que se visti y se fue con paso
decidido hacia la caja en la que ya
se haba colocado la dependienta.
Por favor, no me tenga por
impertinente, pero ha pensado en
maquillarse un poco para esta
noche?
Ruth trag saliva y sacudi
enrgicamente la cabeza.
Oh, no, no me va eso.
Solo realzar un poco los ojos
dijo la dependienta mirando a
Ruth casi con timidez. Tengo de
todo aqu. No va a querer probarlo
siquiera?
Yo... ejem... Todava no s si
voy a ir esta noche. A la invitacin,
quiero decir. Probablemente no se
trate tampoco de una cita muy
romntica.
La dependienta lade un poco la
cabeza.
Pero por qu no, mi amor?
Porque... porque... Ay, tampoco
lo s contest Ruth, encogindose
de hombros.
Es simptico?
S dijo Ruth. Muy
simptico, incluso.
Le hace rer a usted?
S, tambin.
Muestra inters por lo que
usted hace?
Ruth asinti con la cabeza.
Entonces debera acudir a la
cita. Qu puede pasar? Va usted a
comer bien, le dirn cumplidos,
quizs hasta beba champn. Y si
usted, en contra de lo esperado,
encuentra en l algo que no le guste,
entonces puede pedir un taxi en el
restaurante y volverse a su pensin.
As pues, de qu tiene miedo?
Ruth sonri con el gesto torcido.
Tiene usted razn. Qu tengo
que perder? Todo lo contrario, por
fin voy a vivir tambin yo una
aventura.
As est mejor, mi amor. No
deberamos dejar pasar las
tentaciones. Quin sabe si
regresarn ms tarde. Y ahora
sintese aqu. Pase lo que pase, esta
noche va a estar usted muy
atractiva. Un momento, enseguida
regreso.
Mientras la dependienta
desapareca tras una cortina, Ruth
se dej caer en una silla, entregada
a su destino. Aquella mujer tena
razn. Si pasaba cualquier cosa,
podra levantarse y marcharse en
cualquier momento. Y cuando
regresara a la granja, incluso podra
participar en las conversaciones de
sus amigas sobre sus temas
favoritos. Seguramente le sentara
bien no estar al menos una vez en
fuera de juego. Y si le resultaba
necesario comprarse un vestido y
maquillarse...
Bien, ya estoy aqu de vuelta
dijo la dependienta,
interrumpiendo los pensamientos de
Ruth. Llevaba consigo una cajita
blanca de plstico con una pasta
negra que a Ruth le record el
betn. Traa adems un cepillo
diminuto. Abra bien los ojos y
trate de no pestaear le advirti.
A continuacin le pas el cepillito
por las pestaas con tal intensidad
que Ruth pens que iba a quedarse
ciega por fuerza despus del
tratamiento, pero entonces la mujer
se sac un lpiz del bolsillo y se
puso a trabajar en las cejas de Ruth.
Para acabar desenrosc un tubo
pintalabios y se lo pas por los
labios a Ruth. Bueno, ahora ya
est lista, mi amor. Quiere mirarse
un momento?
Le sostuvo delante un espejo y
Ruth se mir en l maravillada.
Esa soy yo constat ella con
un gesto de sorpresa.
S, es usted. Guapsima, no es
cierto?
Ruth no contest, pero le habra
gustado asentir.
Dgame pregunt con timidez
. Es difcil? Me refiero a lo del
maquillaje?
La dependienta se ech a rer.
Claro que no, todo es cuestin
de prctica. En realidad es muy
sencillo. Solo necesita un poco de
tinta china para las pestaas. Para
ello ponga una gota de agua en la
cajita negra. Si no tiene agua a
mano, tambin vale con un poco de
saliva. Con el cepillito se aplica la
crema negra. Aqu tiene, este es el
lpiz para las cejas. Repase con l
un poco las cejas, eso realzar sus
ojos. Y para acabar, un poco de
pintalabios, no muy estridente ni
demasiado rojo, para que la
tonalidad no desentone con el color
de su pelo. Y no lo olvide: el
pintalabios no deja mancha.
Ruth sonri mostrando los
dientes.
Quiz me lleve el cepillito
negro y el tubo pintalabios la
prxima vez dijo ella. El
vestido tiene que bastar para hoy.
Al pagar la cuenta unos minutos
despus, Ruth trat de reprimir los
remordimientos, y es que al final
decidi llevarse tambin los
utensilios de maquillaje y tuvo que
obligarse a no convertir la suma en
forraje para el ganado o en rollos
para el vallado de los pastos. Sin
embargo, una vez que se despidi
de la simptica dependienta y sali
de la tienda, se impuso su
obstinacin. Por qu no iba a
permitirme una cosa as? se
pregunt. Si en lugar de m, fuera
Corinne quien dirigiera la granja,
habra con toda seguridad ms
picardas en Saldens Hill que
ovejas.
11
Ruth deambulaba por las calles,
loca de alegra cargando con las
bolsas con su nuevo vestido, los
zapatos y el maquillaje. Cada vez
que pasaba por un escaparate
miraba hacia dentro. Se habra
puesto a saltar y gritar de contento
por la alegra que le provocaba su
nuevo yo y por la excitacin ante
aquella noche. Senta el estmago
como si lo tuviera lleno de polvos
efervescentes. Corinne sola hablar
siempre de aquel cosquilleo y,
cuando lo haca, Ruth finga que
saba de qu hablaba. Pero aquella
era la primera vez que ella misma
experimentaba aquella sensacin.
De pronto le pareci como si todos
los transentes de la calle Bismarck
de Lderitz le dedicaran una
sonrisa benvola.
Lderitz pens Ruth,
Lderitz es una ciudad maravillosa,
aqu no soy igual que en Gobabis,
soy otra. Puede una ciudad
cambiar a una persona?
Ruth, Ruth, espere!
Ruth se sobresalt, se detuvo y se
gir hacia la direccin de donde
provena la voz. Horatio iba
corriendo hacia ella con las gafas
descolocadas y despeinado como si
hubiera pasado las ltimas horas en
el archivo y se hubiera estado
tirando del pelo.
Qu pasa? Ruth hizo un
esfuerzo por parecer todo lo
altanera de que era capaz. Alz la
barbilla, se irgui y ech los
hombros hacia atrs.
Horatio se detuvo delante de ella.
Un brillo le ilumin la cara al
verla. Le mir la cara, el pelo
suelto, y le cambi la expresin al
ver la amplia sonrisa de dientes
blancos de ella.
Si tiene algo que decirme,
dgalo rpido dijo Ruth con un
tono impertinente, esta noche
tengo una invitacin para una cena
romntica.
En un instante, la cara de Horatio
se ensombreci.
Con quin? pregunt l.
Eso a usted no le importa. Yo
no le pregunto lo que hace cuando
no est le dijo, recordando las
hojas que haba escondido a toda
prisa, la humillacin que haba
sentido al ver que le estaba
ocultando algo manifiestamente
importante.
De acuerdo asinti Horatio,
ahora tambin ofendido. Solo
quera decirle una cosa que quiz
sea importante para usted. Pero si
tiene algo ms urgente...
Y qu es? pregunt Ruth,
echndose el pelo hacia atrs.
Horatio se acerc un paso ms y
fij la mirada en la cara de Ruth.
Qu le ha pasado? Est cambiada,
se encuentra bien?
Ruth trag saliva.
Estoy maquillada y ya est. Y
ahora, si me disculpa, tengo prisa
dijo ella, y sin volver a dirigirle
la mirada, pas rpidamente por su
lado.
Vaya al mercado grit
Horatio detrs de ella. Vaya
ahora mismo.
Qu? Ya he ido de compras.
Vaya al mercado. All hay un
joven justo al entrar. Lleva una
cadena que podra interesarle.
Bah! Yo ya tengo una cadena.
Vaya! Ya ver que es
importante.
Ruth asinti brevemente, sin
girarse, y dio la vuelta a la
siguiente esquina. All mir el
reloj. Ya era tarde, las primeras
tiendas estaban bajando las
persianas de hierro. Solo le
quedaba una hora para prepararse
para la velada con Henry Kramer.
Una hora para ducharse, ponerse el
vestido nuevo, cepillarse el pelo,
acortarse la nariz, perder diez kilos
y reducirse los pies dos tallas.
Imposible de conseguir. Y todava
era ms imposible pasar por el
mercado.
Bah murmur con un tono de
desprecio. Que vaya el diablo y
coja l la cadena. Maana ser otro
da.
Se dirigi a la pensin, dedic a
la propietaria un saludo alegre e
instantes ms tarde desapareci con
una toalla en la nica ducha, situada
al final del pasillo.
Un rato despus estaba en su
habitacin, cepillndose el pelo con
largas pasadas hasta que le cay
por la espalda suave y ondulado. Se
mir en el espejo que colgaba en el
interior de la puerta del armario. Su
cara era un valo claro, casi
blanco, pero con un resplandor
dorado y cientos de puntitos
marrones. Como cagadas de
mosca, pens Ruth, e hizo una
mueca. Sus pestaas, pintadas de
negro, parecan patas de mosca; sus
cejas oscuras, signos de admiracin
puestos en horizontal. Se mordi
los labios, tal y como haba
aprendido de Corinne, para que
cogieran un poco de color, pero la
bella mujer que haba visto en la
tienda haba desaparecido. El
vestido, que antes le pareca de
ensueo, le colgaba como si
quisiera huir de su cuerpo.
Ruth no entenda qu haba
propiciado aquella transformacin.
Acaso la tienda estaba hechizada?
Haba sido un sueo todo lo que
haba visto all? El bello cisne
haba vuelto a convertirse en un
patito feo sin darse cuenta?
Ruth trag saliva y apret los
dientes.
Esta noche ser una mujer
guapa gru en voz baja. A
continuacin se incorpor y ech
los hombros hacia atrs. Y mira por
donde, de pronto sus pechos
parecan menos redondos y el
vestido ya no era tan soso. La
imagen del espejo mostraba tanta
piel que Ruth tuvo la sensacin de
estar prcticamente desnuda. Meti
la mano en el armario con la
intencin de sacar su chaqueta de
punto gris preferida, pero ella
misma vio que no combinaba en
absoluto con el vestido. Prefiero
congelarme.
Se puso los zapatos, suspir
hondo al tiempo que iba atndose
las correas estrechas. Entonces
volvi a mirarse en el espejo, esta
vez mucho ms satisfecha. Solo
haba una cosa que enturbiaba la
imagen de la mujer joven y
glamurosa: la cinta de cuero de la
piedra que le colgaba en el pecho.
No te la quites nunca, me oyes?
Te proteger de lo malo. Ruth
crey or la voz de Mama Elo, pero
sus manos se deslizaron hasta el
cuello y desataron la cinta. En aquel
preciso momento Ruth sinti como
si un golpe de fro le recorriera el
cuerpo. Crey quedarse tan fra que
los dientes le castaeteaban y se le
eriz el vello del antebrazo. Son
los nervios, las elevadas
expectativas se dijo en un intento
por tranquilizarse. Despus de
todo nunca antes me haban invitado
a una velada romntica. Pero
entonces oy un gimoteo, como si
un nio estuviera solo en una
habitacin oscura y tuviera miedo.
Rpidamente meti la cinta en la
caja de zapatos vaca y la empuj
debajo de la cama. En aquel
preciso instante ces el gimoteo, y
el fro desapareci.
Ruth volvi a sacudirse el pelo y
sali de la pensin como si quisiera
huir de alguna desgracia. Recorri
la calle a toda prisa hasta que
empez a sudar. No se detuvo hasta
pasadas tres bocacalles de la
pensin. El caf estaba cerca, por
lo que durante el resto del camino
Ruth se oblig a ir ms despacio.
Ruth vio a Henry Kramer ya
desde lejos. Pareca estar
esperndola y, con las manos
metidas en los bolsillos de su traje
ligero de verano, iba dando pasos
subiendo y bajando la calle. Ruth se
qued parada en la esquina y se
ocult detrs de un rbol para
observarlo. Vio cmo miraba a su
alrededor y a continuacin echaba
un ojo al reloj, daba una docena de
pasos a la derecha, volva a mirar a
ambos lados de la calle y otra vez
echaba un ojo al reloj, suspiraba y
de nuevo daba una docena de pasos
en la direccin contraria sin
disimular su impaciencia.
Ruth estaba conmovida. Nadie la
haba esperado nunca con tanta
impaciencia. Quiz s a su ganado,
cuando llegaba tarde a una subasta,
quiz s a los corderos de sus
ovejas caracul, pero a ella, nunca.
Abandon su escondrijo detrs
del rbol y se encamin al caf
como si tuviera todo el tiempo del
mundo y estuviera acostumbrada a
hacer esperar a los hombres.
Ya est aqu, por fin! la
salud Henry Kramer.
Ruth frunci el ceo. l se ech a
rer.
Oh, no, no era un reproche.
Solo que estaba deseando verla.
Deje que la mire!
Bajo la mirada de l, Ruth volvi
a sentirse prcticamente desnuda.
Tuvo que reprimirse para no cruzar
los brazos encima del pecho. Dios
mo imploraba en silencio,
deja que parezca un cisne, solo por
esta vez.
Est usted estupenda dijo
Henry Kramer.
Ruth lo observ y busc en su
mirada lo que haba visto escrito en
la de Horatio aquella tarde. Una
forma de admiracin tcita. Pero no
haba nada.
Est realmente estupenda
volvi a salir de su boca. Como
la sirena del cuento.
Gracias.
Venga, iremos en mi coche.
La tom del brazo y la llev hasta
un coche descapotable. Ruth no
conoca la marca pero supuso que
era muy caro. Por todas partes
centelleaba el cromo, los mandos
estaban hechos de madera
reluciente y los asientos, de cuero
blando.
Por favor... Henry Kramer le
abri la portezuela con un gesto
galante. Dos muchachas blancas los
miraron con la boca abierta y
estallaron en risitas cuando Henry
Kramer les gui alegremente. A
continuacin se sent al lado de
Ruth, se gir hacia el asiento
trasero y le acerc un paquete
envuelto en papel de seda.
Qu es? pregunt Ruth.
Un detalle.
Y por qu me regala algo? No
es mi cumpleaos, no le he hecho
ningn favor y ni tan siquiera mi
carnero ha inseminado a sus ovejas.
Henry se ech a rer.
No le d mayor importancia.
Me encanta agasajar a las mujeres
bellas con regalos.
Ruth toquete el paquete con
desconfianza.
Y a m no me gusta en absoluto
que me vean como una mujer a la
que hay que agasajar con regalos.
Vamos, no sea mala conmigo.
bralo y ya ver que no me
quedaba ms remedio.
Ruth no entenda nada, pero abri
el papel de seda, que cruja
ligeramente. Un chal blanco! Y tan
finamente tejido que se le deslizaba
entre los dedos como una tela de
araa.
Me haba olvidado decirle que
bamos a ir en mi coche, as que
pens que poda coger fro durante
el trayecto. Por eso le he comprado
el chal. Ya ve que con l solo
quera arreglar mi propio fallo.
Ruth no fue capaz de darle las
gracias. Dej una y otra vez que la
fina tela le resbalara por los dedos,
admirndola, haciendo esfuerzos
por miedo a que se le rompiera al
instante. Entonces la extendi, se la
puso sobre los hombros y se
sorprendi de que la tela fuera tan
delicada como la espuma de bao.
De pronto, Ruth se olvid de toda
su preocupacin por ser un patito.
Se senta bella. El chal, aquella
cosa preciada y frgil que se senta
tan natural sobre la piel, la
embelleca. Las risas de las dos
muchachas, las miradas de
admiracin que le dedicaron a
Henry Kramer, todo eso la
embelleca a ella. El vestido, el
hombre atractivo, el coche de lujo...
todas aquellas cosas propiciaban
que Ruth tambin se sintiera
preciada y valiosa.
Henry la observ con una mirada
escrutadora, pero a Ruth no le sali
ninguna palabra de agradecimiento.
No nos vamos? pregunt
ella finalmente. Me muero de
hambre.
Como quiera la seora.
Henry Kramer pis el acelerador
y se deslizaron por la ciudad de
Lderitz en direccin a la iglesia
del pen.
Adnde vamos? pregunt
Ruth.
A un hotel en primera lnea de
playa. Ya s que le gusta comer
bien. El buen comer se encuentra
sin duda entre las cosas ms bellas
de la vida. De vez en cuando todo
el mundo tendra que hacer un
banquete. Y hoy es el da idneo
para ello, no cree?
Se detuvieron delante de un
edificio de piedra justo delante del
mar. Las olas golpeaban la playa
con suavidad; las gaviotas
graznaban por encima de sus
cabezas.
Y bien? pregunt Kramer
. Le gusta?
Ruth contempl la luz clida que
emerga de un sinfn de antorchas
clavadas en el suelo alrededor de
una pequea alberca.
S contest ella. Me gusta
este lugar.
Se baj del coche y fue andando
con torpeza por la gravilla con sus
nuevos zapatos negros de tacn.
Una vez casi estuvo a punto de
torcerse el tobillo, por lo que Henry
tuvo que agarrarla del brazo.
Me cree ahora cuando le digo
que este tipo de zapatos lo idearon
los hombres?
Ruth asinti sin pronunciar
palabra y la dej asombrada que la
agarrara del talle. Kramer haba
reservado una mesa para dos
personas en un rincn de la terraza.
Ya estaba puesta. Haba porcelana
alemana, vasos de cristal,
cubertera de plata y servilletas de
Damasco de seda. En el centro
resaltaba un candelabro de plata del
que manaba una luz suave de velas.
Ola a adelfas.
El viento que llegaba a aquel
rincn era clido y suave. En el
cielo brillaban las estrellas como
un precioso collar de diamantes.
Este lugar es maravilloso, de
verdad dijo Ruth en voz baja.
El ambiente ideal para una
mujer bella?
El camarero lleg y les tendi la
carta de bebidas, pero Kramer no la
mir sino que, sin preguntar a Ruth,
pidi dos copas de champn como
aperitivo.
El champn lleg y ambos
brindaron.
Por las prximas veladas de
ensueo con usted propuso l
como brindis.
A Ruth le habra gustado decir
algo, pero no supo qu. Se senta un
poco aturdida. Kramer haba cogido
las riendas de la noche y a Ruth no
le quedaba ms que admirarlo todo.
No estaba acostumbrada a aquello y
la irritaba. Al mismo tiempo
disfrutaba de no tener que ser la
responsable de todo por una vez, de
dejar que las cosas pasaran, y
confiar en un hombre. Y quin
mereca ms confianza que Henry
Kramer? Un hombre que hasta le
haba comprado un chal para sus
hombros desnudos.
Gracias dijo ella
simplemente, pero Kramer hizo un
gesto negativo con la cabeza.
Yo soy quien tiene que darle
las gracias. No todos los das tengo
la oportunidad de llevar a una
sirena a cenar. Y siguiendo con el
mismo tema, a las sirenas les
gustan las ostras? O fuera del agua
prefieren comer carne?
Ruth no haba comido nunca
ostras. De dnde iba a sacarlas en
Saldens Hill? En cambio, en casa
coma carne casi cada da, por lo
que senta una gran curiosidad por
probar los frutos del mar de los que
tanto haba odo y sin los que, tal y
como Corinne le haba contado, los
guapos y ricos del mundo no podan
vivir. Pero cmo se coman las
malditas ostras? Ya se vea all
sentada, manipulando una ostra
durante un buen rato y con torpeza
hasta que se le escurriera por el
canalillo. No pudo evitar rerse.
De qu se re?
Nunca he comido ostras.
Pues ya va siendo hora.
Henry Kramer pidi una docena
de ostras para cada uno como
entrante. Mientras esperaban la
cena, Ruth pregunt lo que quera
preguntarle desde la primera vez
que lo vio:
Por qu se interesa por m?
Quiero decir, un hombre de ciudad,
seguramente acomodado y de
mundo... por qu quiere estar con
una mujer de campo como yo, que
seguramente todava lleva algo de
mugre de cabra debajo de las uas?
Henry Kramer se apoy la
barbilla en la mano y se qued
mirando a Ruth un largo rato.
No se lo puede figurar usted
misma? le pregunt finalmente.
Ruth neg con la cabeza.
En la ciudad todo es artificial,
las luces, los olores, las mujeres.
La mayora de ellas ya no sabe rer
o llorar de verdad. Si lloran, solo
es por ellas mismas. Si hablan,
siempre es para coquetear. Si ren,
lo hacen como un coche ruidoso.
No van a nadar al mar porque les
estropeara el peinado. No van a
caminar por el campo porque no
tienen el calzado adecuado y les
podran salir ampollas. No van en
bicicleta por miedo a formar unas
pantorrillas musculosas. No van a
pescar porque no saben estar
calladas y adems tienen miedo de
oler luego a pescado y algas. Para
todo lo que pasa, para todo lo que
hacen, necesitan un manual de
instrucciones. Se han olvidado de
cmo ser ellas mismas y dan ms
credibilidad a las revistas
estpidas que a sus propios
instintos.
Oh! dijo Ruth sin que se le
ocurriera nada ms.
Usted es diferente, Ruth. En
usted todo es autntico. Si re es
porque est contenta, porque hay
algo que la alegra. Si tuviera que ir
a una caminata con esos zapatos,
seguramente despus de pocos
metros los tirara y seguira
andando descalza. Y apuesto a que
ya se ha baado muchas veces de
noche en un ro sin que le importe
su pelo. Seguramente ni siquiera
llevaba puesto un traje de bao.
Ruth se ruboriz. Tena razn,
ella no tena traje de bao. Y se
haba baado a menudo desnuda en
el ro. Sin embargo, a l no se lo
imaginaba con facilidad en una
granja. Con su coche, sus trajes
caros y sus uas inmaculadas,
simplemente no era un hombre de
campo.
Cuando el camarero trajo las
ostras, Ruth observ el plato con un
aire entre confuso y divertido.
Estaba lleno de cosas extraas de
color marrn negruzco y rodajas de
limn puestas encima de una gruesa
capa de hielo. Con cuidado, dio un
golpecito con el dedo sobre una de
aquellas cosas.
As que esto son las ostras.
Exacto, recin tradas de la
costa. Frescas del da. Desde
Lderitz se exportan a todo el
mundo, y sabe por qu? La
corriente de Benguela hace que aqu
las ostras maduren ms rpido que
en Europa. Despus de nueve meses
ya se pueden coger. Estn
consideradas las mejores ostras del
mundo. En Pars, por ejemplo,
solamente se consiguen en los
restaurantes ms caros. Y en
Londres hay un centro comercial
muy famoso en el que se pueden
comprar. En Berln tambin. Seguro
que ya ha odo hablar del KaDeWe.
Ruth neg con la cabeza.
Los centros comerciales no me
interesan especialmente. Y menos
todava si no puedo comprar en
ellos. Yo qu voy a saber que en
algn sitio hay un KaDeWe? Qu
tienen de especial las ostras? No
tienen un aspecto muy espectacular,
precisamente.
El sabor, Ruth. Lo que tienen
de especial es su sabor nico. No
hay nada en el mundo que sepa
igual. Adems se dice que las
ostras son afrodisacas.
Ruth frunci el ceo, cogi una
ostra con la mano y la roci con
limn como haba visto hacer en la
mesa de al lado.
Y ahora?
Ahora llvesela a la boca y
srbala.
Ruth hizo lo que Kramer haba
dicho. Levant la ostra y sorbi... y
se estremeci.
Qu pasa?
Creo que esta estaba en mal
estado dijo Ruth.
Henry Kramer cogi la concha
vaca y la oli.
Huele que es una delicia!
Puede ser, pero sabe como el
agua sucia del puerto.
En ese momento Henry Kramer se
ech a rer, tanto, que ech la
cabeza hacia atrs. Tard un rato en
tranquilizarse, en el que Ruth se
qued sentada, con pinta de tonta.
Las ostras no... usted s que es
una delicia! Como el agua del
puerto! Sabe lo que le digo? Que
tiene razn. Las ostras no tienen
buen sabor. Seguramente todo el
mundo piensa como usted pero
nadie se ha atrevido a decirlo en
voz alta. Que se lleven las ostras!
exclam, haciendo una seal al
camarero y pidindole que retirara
las ostras.
No estn en buen estado,
seor? pregunt el camarero
desconcertado.
Saben como el agua sucia del
puerto coment Henry Kramer, y
volvi a echarse a rer al ver la
cara perpleja del camarero.
Le traigo otras frescas?
No, gracias, triganos un plato
de filetes de antlope y unas patatas
fritas de guarnicin.
Cuando el camarero se hubo
marchado con las ostras, Ruth se
fue moviendo de un lado a otro en
el asiento.
He dicho algo malo, verdad?
He metido la pata y le he dejado a
usted en ridculo.
No, no piense eso. Henry
extendi la mano sobre la mesa, le
cogi la suya y se la acarici
suavemente. Es lo que le deca
antes, usted es autntica. Dice lo
que piensa y no se deja engaar por
las apariencias.
Gracias dijo Ruth, creyendo
que era lo que tena que decir en
aquel momento. Como antes,
tampoco ahora se senta
extraordinariamente bien.
Esta tarde no ha contestado a
una de mis preguntas dijo l
cambiando de tema. Qu le ha
trado hasta Lderitz? Qu hace
aqu?
Ruth hizo un gesto negativo con la
mano.
Nada, tengo que solucionar
algunas cosas.
Y no las puede solucionar en
Windhoek o en Gobabis? Las dos
ciudades estn mucho ms cerca.
O es verdad que es una sirena y
tiene que volver de vez en cuando
al mar?
Ruth mir hacia el mar. Se oa el
oleaje y se respiraba el olor a sal.
A continuacin, sacudi la cabeza.
En realidad ya no s
exactamente lo que quiero hacer
aqu. O lo que quera hacer.
En aquel momento Ruth se dio
cuenta de que estaba diciendo la
verdad. Haba vida ms all de la
granja. Todava no estaba segura de
crerselo, pero ya no poda
contener aquella vocecilla que lo
afirmaba en su interior. Era como si
de pronto viera la vida con otros
ojos. Haba tantas cosas que no
saba, y de repente experiment
unas ganas inmensas de conocer el
mundo y a la gente que viva en l.
Henry Kramer apoy el antebrazo
en la mesa y se inclin ligeramente
hacia ella.
Por qu motivo se fue?
pregunt l. Su rostro tena un aire
atento y concentrado, y su mirada
benefactora descansaba sobre ella.
Ruth se encogi de hombros.
Quera irme lejos. En casa las
cosas se pusieron muy complicadas
de repente.
Qu quiere decir?
Seguro que lo quiere saber?
S, claro contest Henry
Kramer. Sera un honor para m
que me dejara involucrarme en su
vida.
Ruth lo mir desconcertada.
Odiaba que los hombres solo
supieran hablar de s mismos, y en
cambio, para aquel, era un honor
escuchar su historia. Aquello nunca
le haba ocurrido. Horatio tambin
haba querido involucrarse en su
vida, pero quin sabe lo que
pretenda con ello. Henry Kramer,
en cualquier caso, se interesaba de
verdad por su vida. De eso estaba
segura.
Mi granja est al borde de la
quiebra empez a explicar,
dubitativa. A mi madre ya le va
bien. Ella hace tiempo que suea
con vivir en la ciudad. Pero toda mi
vida, lo que quiero, mi hogar, mi
tierra, mi ganado, todo se ve
amenazado. Antes de que acabe el
ao tengo que reunir quince mil
libras inglesas. Si no, subastarn
Saldens Hill. O todava peor, me
tendr que casar.
Y todo eso qu tiene que ver
con Lderitz?
No lo s. Nada, seguramente.
Estuve en el banco en Windhoek y
acab metida en una manifestacin
de negros. Una mujer muri en mis
brazos. Sus ltimas palabras fueron
el nombre de mi abuela, Margaret
Salden. Nunca conoc a mi abuela.
Llevaba aos desaparecida cuando
nac yo.
Y ahora la est buscando?
S. Desapareci en 1904 y
abandon a su hija, a mi madre.
Henry Kramer asinti.
Debi verse en un gran apuro.
Ninguna mujer abandona a su beb
recin nacido as sin ms.
Ruth movi la cabeza.
Quiz dijo, pero entonces se
call, tom la copa y bebi
mientras Kramer segua mirndola
con inters. Le podra haber
hablado del diamante, del Fuego
del Desierto, pero entonces l
podra pensar que codiciaba la
piedra y su valor. Pero no era ese el
caso, la piedra le era indiferente.
Y no ha vuelto a tener noticias
de su abuela?
No.
Y por qu ha venido a
buscarla precisamente a Lderitz?
Ruth sonri.
Un anciano que conoci a mi
abuela me dijo que tena que venir
aqu. Dijo que en Lderitz
empezaban y acababan todas las
pistas.
Henry Kramer hizo una mueca.
Y cmo lo saba el anciano?
No lo s. Quiz sepa ms de lo
que me dijo. En cualquier caso,
ahora estoy en Lderitz. Estuve en
el archivo del Diamond World
Trust.
Y bien? pregunt Henry
Kramer, adoptando de pronto un
aire tenso. Qu encontr all?
Ruth se encogi de hombros.
Nada.
Henry Kramer se ech hacia
atrs.
Y entonces? Piensa seguir
buscando?
No lo s. De verdad que no lo
s. Seguramente mi abuela lleva
mucho tiempo muerta y yo estoy
perdiendo el tiempo aqu en lugar
de luchar por Saldens Hill.
Tendra que regresar. Quiz consiga
vender mis corderos a buen precio
y conservar parte de mis tierras.
Henry Kramer asinti. Le tom la
mano y se la apret suavemente.
S, las antiguas historias
tambin pueden traer decepciones
consigo. Parece que su granja la
necesita.
Ruth arque las cejas.
As que usted tambin quiere
que vuelva a Saldens Hill?
pregunt.
Henry Kramer se ech a rer.
No, por Dios! Dara lo que
fuera por que se quedara ms
tiempo en Lderitz. Mire, Ruth,
usted me gusta tanto que no puedo
ni ser egosta. Pero si me permite
que se lo diga, puede estar segura
de que disfruto cada hora que paso
con usted y que solo espero una
cosa: que el tiempo se detenga. Y si
le puedo ser de ayuda en su
bsqueda, no se lo piense dos veces
y dgamelo.
Ruth le dio las gracias con un
movimiento de cabeza. Eran justo
las palabras que haba esperado.
Era una sensacin tan agradable
estar junto a Henry... En su
presencia se senta comprendida y
protegida como no se haba sentido
antes con ningn otro hombre.
Los platos principales
interrumpieron los pensamientos de
Ruth. El camarero los sirvi con un
gesto inexpresivo. Mientras coman
rein el silencio. Ruth casi se haba
convencido de que realmente era
mejor volver. Pero entonces no
volvera a ver a Henry Kramer. No
habra ms cenas romnticas, nadie
que le dijera que era guapa y
autntica y divertida. Ruth exhal
un suspiro.
Qu pasa? pregunt el
hombre.
Nada respondi Ruth. Es
que esto es tan bonito con usted que
no puedo evitar pensar que pronto
se acabar.
No tiene por qu, Ruth
contest Henry cogindole de nuevo
la mano. En usted he encontrado
un tesoro, y a un tesoro no es fcil
renunciar. Gobabis no est en el fin
del mundo.
Ruth trag saliva y baj la
mirada.
El camarero lleg, retir los
platos y les sirvi vino blanco fro
en las copas. En aquel preciso
instante se oy msica. Un pequeo
cuarteto de cuerda haba entrado en
la terraza e iniciaba ahora el baile.
Henry Kramer se levant, se
abroch la chaqueta de la
americana y se inclin galantemente
ante Ruth.
Me concedera este baile?
Yo... yo no s bailar contest
Ruth.
Ruth, esto es un vals. No hay
ninguna mujer que no sepa bailar el
vals. Solo hay hombres que no
saben llevar a las mujeres. Venga,
confe en m.
l la ayud a levantarse y le pas
la mano por la cintura. Y Ruth bail
el vals. Era tal y como le haba
dicho. Su cuerpo reaccionaba ante
el movimiento ms delicado de sus
manos, girndose a la izquierda y a
la derecha. Se senta ligera y airosa
en sus brazos. Senta de repente
como si sus pies obedecieran a una
fuerza desconocida por ella hasta
entonces. Todo en ella, todo, se
transform en msica.
Cuando el vals lleg a su fin, ella
estaba delante de Kramer, casi sin
aliento, y lo miraba con los ojos
brillantes. l le puso las manos en
la cara y le devolvi la mirada.
Entonces se acerc lentamente a
ella. Ruth vio sus labios, su boca
tierna con un aire voraz, pero, ay!,
era tan lisa y tan suave y la tena tan
cerca... Y cuando los labios de l
rozaron su boca, delicados como
una mariposa, como un soplo de
viento clido, Ruth cerr los ojos y
se inclin hacia l.
12
Ruth tarareaba mientras suba
flotando las escaleras de la pensin
con las zapatos negros de tacn
colgando de su mano derecha.
Estaba algo ebria, debido al
champn y a los besos de Henry, y
se rio para sus adentros cuando oy
el reloj de la sala de desayunos
dando las dos. Nunca haba salido
hasta tan tarde.
Abri la puerta de la habitacin,
la cerr tras de s con el taln, dej
caer el chal y los zapatos en el
suelo y se tumb en la cama.
Ah! suspir, soando con
los ojos abiertos. Ah!
Nunca se haba sentido tan
embravecida, tan despreocupada,
tan traviesa y alegre. Le gustara
haberse quedado fuera y haber
trepado al nogal para cantarle una
serenata a la luna.
Alguien llam a la puerta. Por un
momento pens que era Henry.
Henry! Su corazn dio un vuelco y
se puso a cabalgar desbocado
dentro de su pecho.
Ruth, abra! Es importante!
oy exclamar. No era la voz de
Henry, sino la de Horatio.
El corazn de Ruth se detuvo en
pleno galope y cay en un trote
confuso.
Qu pasa? pregunt en un
tono fro.
Abra, por favor. Tengo que
hablar con usted.
Ruth abri la puerta a
regaadientes. Horatio se col en la
habitacin y se detuvo perplejo al
verla con el vestido verde.
Por qu me mira de esta
manera? le pregunt visiblemente
enfadada.
Yo... esto... nada.
Y bien? Qu le pasa?
Solo quera preguntarle si ha
estado en el mercado.
Con este vestido? Ruth se
gir con un aire travieso de un lado
a otro delante de Horatio.
No, ms bien no.
Ha acertado. He estado en
todas partes menos en el mercado.
Por qu tendra que haber ido?
Ha olvidado lo que le cont?
Lo del chico negro, la cadena... Ya
no se acuerda?
Ruth frunci el ceo. S, algo le
sonaba. Pero el qu? Por mucho
que se esforzaba no lograba
recordarlo y cerr los ojos. De
repente todo pareca darle vueltas.
Sinti cmo Horatio la agarraba de
los hombros y la sacuda.
Ruth, no se duerma ahora! En
el mercado haba un chico nama.
Llevaba una cadena al cuello. De
ella colgaba un camafeo con su
retrato.
Qu? Ruth se desprendi de
Horatio. He sido yo la que ha
bebido champn y es usted el que
est borracho? pregunt,
divertida. De qu me est
hablando? Cmo puede ser que un
chico al que no he visto jams lleve
por ah mi retrato colgando del
cuello?
No lo entiende, Ruth? No tiene
por qu ser su retrato. Puede
tratarse tambin del retrato de su
abuela.
Esto despert a Ruth de golpe. Se
sacudi y pidi a Horatio que le
repitiera de nuevo todo lo que le
acababa de decir.
De verdad que no ha estado en
el mercado? pregunto incrdulo.
No reconoci Ruth
compungida.
Esperemos que siga all cuando
el mercado abra de nuevo dentro de
un par de horas. Venga conmigo de
todos modos, o vuelve a tener
otros planes?
Qu? No dijo Ruth, negando
con la cabeza. Busc con las manos
el armario para sostenerse en pie.
La habitacin dio una vuelta
alrededor suyo. Se oy a s misma,
como a travs de algodones,
diciendo: Creo que no me
encuentro muy bien.
Mama Elo, cierra la ventana,
los pjaros estn haciendo
demasiado ruido! Y el sol me est
acuchillando los ojos. Haz que
desaparezca todo esto! gimi
Ruth, ponindose la mano sobre la
frente e intentando taparse la cabeza
con la almohada. Entonces oy a
alguien riendo en voz baja. Se
sorprendi. Aquella risa no poda
ser de Mama Elo.
Abri un ojo con cuidado y vio un
papel pintado floreado que le
pareci vagamente familiar, pero
que ciertamente no era el de su
habitacin en Saldens Hill.
Lentamente, porque el menor
movimiento le causaba dolor, abri
tambin el otro ojo y vio un armario
abierto, cuya puerta mostraba el
espejo del interior.
Dnde estoy? pregunt, y se
gir boca arriba para luego gemir
de inmediato: Oh, Dios mo! Mi
cabeza!
Tome, bbase esto!
Ante ella apareci una mano
negra sujetando un vaso de agua.
Se incorpor a duras penas y
trag el agua.
Muy bien, y ahora esto! La
mano negra le ofreci dos pastillas.
Ruth las cogi y se las trag junto
con el resto del agua.
Aspirinas dijo la voz. Van
bien para la resaca.
Ruth parpade. Al lado de su
cama haba un hombre negro, que
poco a poco fue adoptando la forma
de Horatio.
Dnde estamos? pregunt
Ruth. Qu ha pasado?
Estamos en Lderitz, de hecho
estamos buscando a su abuela y el
diamante Fuego del Desierto. Pero
me da la sensacin de que anoche
encontr algo muy diferente. Algo
que, en todo caso, solo es
soportable con alcohol.
Ah, s. Poco a poco, los
recuerdos de Ruth le volvieron a la
memoria. Record a Henry Kramer.
Una risita apareci apagada en su
cara. Com ostras susurr con
cierta alegra. Y bail un vals.
Enhorabuena dijo Horatio en
un tono seco. Pero ahora tenemos
otras cosas que hacer en nuestra
agenda. Venga, levntese. Tenemos
mucho que hacer hoy. Primero
iremos al mercado.
Al mercado? Haba algo all?
Efectivamente. Un chico que
lleva al cuello una cadena de la que
cuelga un camafeo con su retrato.
Ruth se reanim al instante. Se
enderez como un palo.
Es verdad dijo apartando las
sbanas. Estaba a punto de saltar de
la cama cuando se percat de que
solo llevaba la ropa interior. Sea
tan amable de girarse le espet.
Horatio se rio e hizo lo que le
haban ordenado.
Por supuesto, pero adivine
quin la desvisti y la meti en la
cama anoche.
Oh! Ruth agarr las sbanas
y las apret contra su pecho.
Bien, pero eso no le da ningn
derecho a mirarme cuando ya no me
encuentro desvalida. As que,
venga, fuera de aqu. En diez
minutos estar abajo para
desayunar.
Como quiera. Doy por sentado
que hoy tiene intencin de tomar
grandes cantidades de caf y de
agua.
Fuera! grit Ruth al tiempo
que lanzaba una almohada en
direccin a la puerta para reforzar
sus palabras.
Un cuarto de hora ms tarde, Ruth
entraba en la sala de desayunos con
el pelo mojado.
Est usted muy plida le
inform Horatio.
Sabe Dios que no se puede
decir lo mismo de usted le espet
Ruth. Cogi dos rebanadas de
tostadas y huevos revueltos, pero
dej ambas cosas despus de un par
de bocados.
No est bueno? pregunt
Horatio con una expresin inocente.
Ruth sac el labio inferior hacia
delante.
Anoche com tan bien que
ahora no me apetece estropear el
buen sabor que tengo en la boca con
esta bazofia.
No tena ni idea de que el agua
sucia del puerto fuera tan sabrosa
dijo Horatio rindose. Habla
en sueos, Ruth. No se lo haba
dicho nadie?
Ruth empuj el plato.
Cmo lo sabe?
He estado velndola toda la
noche.
Quiere decir, entonces, que ha
pasado toda la noche en mi
habitacin y me ha estado mirando
mientras dorma? Qu desfachatez!
S, lo hice. La voz de
Horatio haba subido de tono. No
poda dejarla sola de ningn modo.
Habra acabado vomitando mientras
dorma y se habra ahogado. Pero
puede creerme si le digo que
realmente no fue ningn placer.
Ruth baj la cabeza avergonzada
y mir los cogulos blancos y
amarillos de los huevos revueltos.
He dicho alguna cosa ms?
Nada importante. Cotilleos
tpicos de las pavas jvenes.
Ruth estaba pensando en darle las
gracias a Horatio, pero el
comentario sobre las pavas la
enfureci.
No tena por qu escuchar, si
tanto le molestaba.
Tampoco me ha molestado.
Ah, vale.
S, vale.
Sin mediar media palabra, Ruth
dej que le llenaran de nuevo la
taza de caf. Tambin en silencio,
Horatio bebi un vaso de leche tras
otro de un modo que a Ruth le
pareci provocadoramente lento.
Ruth se puso a tamborilear en la
mesa con los dedos, con
impaciencia.
Deje de comportarse como si
hubiera herido sus sentimientos
espet ella finalmente. Hable de
una vez! Qu tipo de chico era?
De dnde era? De dnde sac la
cadena? Por qu la llevaba puesta
en el cuello?
Horatio baj el vaso de leche.
No tengo ninguna respuesta a
todo eso que me ha preguntado,
Ruth. Me acerqu a l y le pregunt
de dnde haba sacado la cadena.
Pero no me respondi, sino que se
puso a revolver en sus cosas, como
si yo no estuviera. Tuve la
sensacin de que tena miedo.
Magnfico exclam Ruth.
Ahora solo tenemos que esperar
que no le haya metido tanto miedo
que hoy haya decidido quedarse
escondido en su casa dijo,
agitando la cabeza con gesto
nervioso. Seguro que Henry Kramer
hubiese sido ms hbil. Quiz
tendra la cadena, cielos! Habra
comprado al chico entero y la
cadena y se los habra ofrecido en
una bandeja de plata.
Esccheme bien se
encoleriz Horatio. Ayer estuve
trabajando, consegu informacin y
estuve buscndolo mientras usted se
diverta con hombres extraos y se
entretena en locales refinados.
Ruth saba que l tena razn y de
inmediato tuvo mala conciencia.
Pero fue bonito pens.
Acaso no tengo derecho a un poco
de romanticismo por una vez en mi
vida? Para cambiar de tema,
inclin la cabeza hacia un lado y le
pregunt:
Dgame, ha tenido novia
alguna vez?
Por qu quiere saberlo?
Mmm, no, por nada.
S... alguna vez... despus de
unas cervezas y eso... pero...
Ruth no le dej acabar.
Aj! Justo lo que pensaba! Y
quiere saber por qu nunca ha
tenido novia? Porque no tiene ni
idea de mujeres, por eso! Sin
querer admitirlo del todo, Ruth se
enfad tambin consigo misma.
Durante algunas horas haba
perdido de vista por completo la
finalidad de su viaje.
Vaya, y el champn de anoche
la convirti en una especialista en
asuntos del corazn, verdad?
contest Horatio en un tono
cortante.
Ruth se encogi de hombros,
call un momento y despus coloc
una mano sobre el antebrazo de
Horatio.
Dejemos de pelearnos. Al fin y
al cabo, estamos en el mismo barco.
Ambos queremos encontrar a mi
abuela y el diamante Fuego del
Desierto. Pongmonos manos a la
obra antes de que malgastemos ms
el tiempo.
Horatio se prepar para
contestarle, pero Ruth simplemente
se puso en pie, abandon la sala de
desayunos y poco despus ya estaba
delante de la pensin, lista para
marcharse. Se dirigieron al
mercado en silencio. Ruth miraba
fijamente a los hombres con los que
se cruzaban, mientras Horatio se
esforzaba por captar la atencin de
las mujeres.
De repente, estando a solo una
manzana del mercado, Horatio
grit:
All! Es l!
El chico se gir, vio a Horatio y
sali corriendo. Horatio le sigui a
toda prisa.
Ruth mir a su alrededor y pens
un momento en qu deba hacer.
Entonces descubri una angosta
callejuela, la cruz
apresuradamente, choc
rpidamente con el chico y le
agarr del brazo.
Estate quieto! le grit
cuando l intent soltarse. Estate
quieto de una vez o llamo a la
polica! Ruth no tena ni la menor
idea sobre qu poda contarle a la
polica, pero saba por experiencia
que la mayora de los negros teman
a los agentes del orden. Y, de
hecho, la amenaza surti el efecto
deseado. El chico sigui
agitndose, pero menos
enrgicamente que antes.
Dnde est la cadena?
pregunt una vez que Horatio lleg
donde estaban.
El chico baj la mirada al suelo
polvoriento, hizo un dibujo en el
polvo con el dedo gordo del pie
desnudo y agit la cabeza
obstinadamente.
Oye! Que estoy hablando
contigo! le espet Ruth con
agresividad. Me vas hacer el
favor de responder?
El chico volvi a negar con la
cabeza sin alzar la vista.
Djeme a m se inmiscuy
Horatio. Creo que sabe an
menos sobre hombres negros de lo
que sabe sobre hombres blancos
dijo, ponindose delante del chico y
agarrndole de la barbilla. Mira
a la seorita blanca! le orden, y
le levant tanto la barbilla que su
mirada tena que ir a parar
forzosamente en Ruth.
El chico se estremeci del susto,
trag saliva y se santigu como un
cristiano.
Conoces a esta mujer? le
pregunt Horatio.
El chico mir a Ruth con los ojos
como platos.
Eres el fantasma de la mujer
blanca? pregunt, y dio un paso
atrs asustado.
Ruth sacudi la cabeza.
Piensa lo que quieras. Si eso te
ayuda, entonces soy un fantasma.
Dnde est la mujer blanca?
Dnde est la cadena?
El chico sacudi la cabeza. Abri
la boca como si fuera a hablar, pero
la volvi a cerrar de inmediato. Las
aletas de la nariz le temblaban y
todo el color haba desaparecido de
sus labios.
Escucha, no voy a hacerte nada.
Este hombre negro es mi testigo.
Tampoco quiero nada de ti, ni tu
alma, ni tu cuerpo, ni tampoco tu
dinero. Solo quiero ver la cadena.
Y quiero saber dnde est la mujer
blanca dijo, colocando la mano
en el cuello del chico y tirando de
una cinta de cuero hasta hacer salir
el colgante que llevaba escondido
dentro de su camisa.
Ruth lo mir pasmada, como si
fuera ella quien ahora vea un
fantasma.
Es el retrato de mi abuela
susurr sorprendida, y acarici
suavemente con el dedo los rasgos
de una cara tallada en marfil.
Entonces agarr al chico por los
hombros y lo sacudi. Dnde
est la mujer blanca? La conoces?
Dime ahora mismo todo lo que
sepas de ella!
Como el chico segua mirndola
pasmado y sin decir palabra, Ruth
prob de otra manera.
Si me cuentas lo que sabes, te
dar un regalo. Puedes pedirme una
cosa.
El chico negro apret los labios y
neg tercamente con la cabeza.
Nadie puede decir dnde est
la mujer blanca. Nadie puede
saberlo espet.
Por qu no? pregunt Ruth.
Porque la mujer blanca
proviene de los antepasados. Los
antepasados han enviado a la mujer
blanca para que proteja el alma de
los nama.
El alma de los nama?
Quieres decir la piedra? El
diamante? El Fuego del Desierto?
El chico se encogi de hombros.
No s nada de ninguna piedra.
Nadie ha visto nunca el alma de los
nama. El alma es invisible. Solo la
mujer blanca puede verla. Ella sabe
todo lo que pasa. Incluso sabe lo
que cada uno piensa en secreto.
Has visto alguna vez a la
mujer blanca con tus propios ojos?
pregunt Ruth con dulzura y con
un tono de voz con el que solo
hablaba a sus ovejas caracul.
El chico asinti.
Por las noches, cuando
oscurece, entonces es cuando puede
verse a la mujer blanca. Es cuando
ella sale de su cabaa. No puede
salir con el sol porque se le
quemara la piel. Por eso solo se la
puede ver y hablar con ella de
noche.
Ruth se arrodill para poder
mirar al chico a los ojos, pero el
chico le apart la vista.
Has hablado alguna vez con la
mujer blanca? le pregunt.
El chico neg con la cabeza.
Pero ella me ha hablado. A
menudo.
Y qu te dijo?
A veces me pregunta si me va
todo bien. Y entonces yo digo que
s.
Y si no?
Si no, no me dice nada.
Ruth profiri un suspiro.
Hay que tirarte de la lengua
para que hables?
El chico retrocedi y se tap la
boca.
No, no, no quiero hacerle nada
a tu lengua! Es una expresin que se
utiliza cuando alguien habla poco.
Qu les dijo a los otros nios?
Una vez, cuando mi hermana
era todava muy pequea, la tom
en brazos y la bes en los prpados.
Mi madre estaba al lado. Cmo
debera llamarse?, le pregunt mi
madre a la mujer blanca. Y la mujer
blanca dijo lo que siempre dice
cuando las mujeres le preguntan.
Qu fue lo que dijo la mujer
blanca?
El chico cerr los ojos, puso su
ndice en la barbilla, como si
tuviera que esforzarse por recordar.
Dijo que todas las nias
deberan llamarse Rose.
Ruth se estremeci y mir hacia
Horatio, que estaba detrs del chico
y le haba colocado una mano en el
hombro.
Dnde est ahora la mujer
blanca? pregunt Ruth,
esforzndose por no delatar su
agitacin. Tena el corazn hecho
un nudo en la garganta.
Pues en su cabaa. Todava
hace sol.
Y dnde est esa cabaa?
All donde yo vivo.
Ruth tuvo que contenerse para no
perder la paciencia.
Y dnde vives?
El chico mir la posicin del sol
y despus seal en una direccin.
Vivo all.
Cmo se llega hasta all?
Andando. Pero hay que andar
muchos das hasta que se divisa la
ciudad sobre la colina.
Y qu ves por el camino?
El mar dijo el chico, justo
por detrs de la zona prohibida.
Es posible que se est
refiriendo a la baha de los
hotentotes? dijo Horatio.
El chico lo mir y asinti con
empeo.
S, as es como los otros la
llaman. All en la baha de los
hotentotes tengo que girar a la
derecha.
Hacia el campo? Adentrarte
en el desierto del Namib?
Claro que hacia el desierto,
adnde si no? El chico mir a
Ruth maravillado. Me tengo que
girar as hasta que diviso los
montes Awasi en la distancia, y
entonces caminar hacia ellos.
Cuando sus contornos se vuelven
claros, se llega a un oasis. Y desde
all ya no queda mucho.
Cunto tardas en recorrer el
trayecto?
Si todo va bien, dos das. Paso
la noche en casa de unos parientes
en la baha de los hotentotes. Al da
siguiente, camino hasta la colina.
Entonces vendo en la ciudad las
cosas que mi gente ha tallado y
regreso despus a casa.
Completamente solo?
No, suelo encontrar a gente que
me acompaa un rato y
compartimos un trecho del camino.
Adems ya soy mayor.
Por supuesto asinti Ruth, y
se trag el comentario que tena en
la punta de la lengua. Eres un
chico pequeo y valiente, pens.
Vas a darme mi regalo?
pregunt el chico.
Claro, qu quieres? Un coche
o quizs una pelota?
El chico seal una parada a un
par de metros de distancia e hizo un
ademn a Horatio y a Ruth para que
lo siguieran. Una vez all seal
unas gafas de sol de plstico de
color verde chilln que tenan las
patillas decoradas con mariposas
plateadas de plstico.
Esto.
Unas gafas de sol?
El chico asinti con gesto serio.
De acuerdo. Ruth cogi las
gafas del expositor, pag al
comerciante y se las tendi al
chico.
l se las puso de inmediato y
sonri.
Gracias, seorita.
De nada.
El chico mir al sol.
Tengo que irme anunci.
Que te vaya bien dijo Ruth,
pero el chico sacudi la cabeza.
Solo se dice que te vaya bien
cuando no se espera volver a ver a
ese alguien. Pero nosotros s vamos
a volver a vernos pronto.
Cmo lo sabes? le pregunt
Ruth. Lo dices porque soy el
fantasma de la mujer blanca?
No, porque lleva colgada del
cuello una piedra que la atrae hacia
nosotros. Es una piedra de la
nostalgia. Lleva a las personas de
vuelta hacia aquellos que se la
enviaron.
13
Ruth contempl al chico alejarse
durante un rato y despus se gir
hacia Horatio.
Y ahora, qu hacemos? Lo
mejor hubiera sido que lo
acomparamos a su tribu. Si nos
damos prisa quiz podamos ir all
con el Dodge y simplemente
llevarlo.
Como Horatio no responda, Ruth
se puso nerviosa. Le agarr del
brazo.
Venga! Vamos! A qu
espera? Si no actuamos de
inmediato, el chico se nos escapar.
Dios mo! Por qu no se me ha
ocurrido antes? Por qu lo he
dejado marchar?
No tenemos ni idea de si el
chico volver hoy a su poblado. De
todos modos, maana es la fiesta en
el centro de la ciudad y habr un
mercadillo enorme. Doy por
sentado que quera deshacerse de
nosotros. Seguro que maana an
sigue aqu.
S, quizs admiti Ruth, y se
calm un poco. Le vena muy bien
quedarse un da ms en Lderitz.
As podra mantener su cita con
Henry, a quien tena ganas de ver al
medioda. Si lo pensaba bien,
realmente lo mejor era dejar que el
chico se marchara solo. Poda
anunciar su visita de modo que la
tribu pudiera prepararse para su
llegada y evitar que pensaran que
eran enemigos.
Henry. Ruth contuvo un
suspiro. Apenas pasaba un minuto
sin que pensara en l. Casi no poda
aguantarse para verle, para hablar
con l, pero Horatio no deba saber
nada de aquello.
Bueno se limit a decir
finalmente. Entonces viajaremos
maana al Namib. Y ahora? Qu
hacemos ahora? An faltan dos
horas para el medioda. Volvemos
al archivo?
Horatio neg con la cabeza.
Yo no, Ruth. Yo... yo... tengo
una cita. Es importante.
Ah, s? Qu tipo de cita?
Horatio hizo un gesto negativo
con las manos.
Bueno, hay algo que tengo que
comprobar.
El qu? Por Dios!
Horatio quera tomarle la mano a
Ruth, pero cambi de idea a medio
camino.
Todava no se lo puedo decir.
S demasiado poco. Las
especulaciones no nos sirven de
nada. Necesitamos hechos. Y eso es
lo que voy a buscar. Por eso tengo
esa cita.
Habla con adivinanzas, como
un chamn del desierto.
Lo siento.
Yo tambin.
Entonces, hasta luego.
Nos vemos.
Adis.
S, adis, que le vaya bien.
Ruth sigui a Horatio con la vista
hasta que dobl la esquina. Se
senta abandonada, un poco fuera de
s y se dio cuenta de cmo se le
disipaban las ideas. Por un
momento volvi a la realidad. Una
pickup negra pasaba por la calle y
pareca seguir el mismo camino que
Horatio. Ruth dio un paso adelante
con la intencin de identificar la
marca del vehculo. Pero ya saba
que se trataba de una camioneta
Chevy.
Llevo demasiado tiempo entre
negros. Poco a poco empiezo
tambin a ver fantasmas
murmur. En una ciudad como
Lderitz seguro que haba varias
camionetas Chevy de color negro.
Enfadada consigo misma, dej de
otear la esquina y se gir. Su
mirada se pos en una mujer joven
que caminaba por la acera del
brazo de un hombre muy alto.
Vesta un pantaln blanco largo
hasta el tobillo, unas bailarinas, una
camisa a cuadros azules y blancos y
unas gafas de sol que le cubran
media cara. Ruth se qued
fascinada. La mujer tena un aire
muy femenino, joven, guapa y
alegre, exactamente lo que Ruth
quera para ella misma. Al menos
de vez en cuando, y ahora que haba
conocido a Henry Kramer, ms a
menudo que antes.
Sigui a la mujer con la mirada,
sonri y tom una decisin.
Parece que la ciudad ejerce un
cierto encanto sobre ti, un encanto
que tambin te hace ms atractiva
que nunca dijo Henry Kramer
acercndola hacia l y besndola en
la frente y en el pelo. Entonces
tom la mano de Ruth y la alz.
Date la vuelta.
Ruth hizo lo que le haba pedido y
gir sobre s misma. Llevaba unos
pantalones pirata nuevos de color
azul marino, una camisa de topos
blancos y azules y las bailarinas
blancas, nuevas.
Ests encantadora. Una
granjera genuina con estilo y buen
gusto. Ay! Llevo un montn de
aos soando con esto! Ven,
sintate aqu a mi lado.
Ruth resplandeca. Volva a
sentirse tan guapa! Se le olvid que
en el probador, antes de
comprarlos, tuvo la impresin de
que con aquellos pantalones sus
piernas parecan columnas griegas
hechas para soportar casas enteras.
Y tambin dej de pensar que las
bailarinas le apretaban despus de
caminar solo medio kilmetro y
que, dentro de una hora como
mucho, le resultaran insoportables.
Qu tal has dormido?
pregunt Henry. Yo he soado
contigo. Fue magnfico. Estbamos
tumbados piel sobre piel, corazn
con corazn y tu pelo nos cubra
como una tienda de campaa.
S respondi Ruth azorada.
Record que Horatio haba pasado
toda la noche a su lado para
asegurarse de que no se ahogara en
su propio vmito. Entonces le vino
a la mente el chico de la cadena.
He encontrado una pista sobre mi
abuela se le escap. Hay un
chico negro, un joven nama, que
llevaba un camafeo de marfil al
cuello. El camafeo lleva un retrato
de mi abuela.
Dnde lo has encontrado?
Dnde est ahora el chico? Qu
aspecto tena? Dnde vive? Vive
tu abuela en ese mismo lugar?
Cmo se llega hasta all? Henry
se haba quedado de piedra y no
poda parar de hacer preguntas.
Ruth se estremeci.
Que dnde est ahora el
chico? No tengo ni idea.
Seguramente en algn lugar de la
ciudad. Al fin y al cabo, maana es
la fiesta en el centro de la ciudad.
Ha descrito el camino hasta su
poblado dijo, rindose
desconcertada. Bueno, decir
descrito es exagerar. Desde aqu
a la baha de los hotentotes, y desde
all en direccin a los montes
Awasi y girar en el primer oasis.
Se interrumpi y aadi, ms para
s misma: Quiz lo mejor habra
sido acompaar al chico a su tribu
inmediatamente.
Cuando levant la vista, Henry
tom su cara entre sus manos.
No, querida, has hecho lo
correcto. Has esperado tanto para
encontrar a tu abuela que ya no
viene de un da. Pero yo no te
descubr hasta ayer.
Ruth se ech a rer.
Quiz tengas razn. Quizs es
mejor esperar. A los aborgenes no
les gusta que les sorprendan.
A la derecha o a la izquierda?
Ruth mene la cabeza confusa.
Qu quieres decir?
El oasis de detrs de los
montes Awasi. All hay que girar,
has dicho. Hacia la derecha o
hacia la izquierda? Henry haba
puesto una cara muy profesional y
miraba a Ruth como si se tratara de
una clienta.
Tanto te importa? pregunt
ella.
S, claro. Creo que debera
acompaarte cuando vayas hasta
all. Porque quieres ir all, no es
cierto? Maana quiz?
S. No. No s.
Qu te pasa, Ruth?
Ella se llev una mano a la frente
y suspir.
Todava no s exactamente
cundo ir al Namib. Estoy muy
bien contigo, pero quiz preferira
estar sola cuando vea a mi abuela
por primera vez.
Ruth mantuvo en secreto que, en
cualquier caso, no estara sola, sino
que planeaba hacer la excursin al
Namib con Horatio. Era necesario
que Henry Kramer no lo supiera.
No quera que pensara mal de ella.
Quin saba bajo qu
circunstancias encontrara a su
abuela? Quin saba si Henry la
pondra en evidencia finalmente,
diciendo que ella solo buscaba el
diamante, ahora que saba que su
granja estaba en las ltimas...
Te comprendo perfectamente.
Henry hizo ademn de tomarle la
mano con aire comprensivo.
Podra esperarte cerca del poblado.
S, quiz repuso Ruth, y se
call.
Pareces confusa afirm
Henry al tiempo que le acariciaba
la mano.
No, no estoy confusa. Solo
pensativa. Sabes? En las ltimas
dos semanas me han pasado
tantsimas cosas... Tengo que
ordenarlas en mi cabeza antes de
poder decidir cul es el siguiente
paso que hay que dar,
comprendes?
Espero que tengas mucho
cuidado en todo lo que hagas.
Y a ti, qu te pasa?
pregunt Ruth, apoyando los codos
encima de la mesa.
Por qu lo preguntas? A qu
te refieres?
Ests tenso, Henry. Como si se
te estuviera agotando el tiempo.
Lo siento, queridsima. No
quera que lo notaras, pero ya veo
que no puedo ocultarte nada. S,
tienes razn. Estoy hasta el cuello
de trabajo.
Por qu no has dicho nada?
Podras haberme llamado a la
pensin.
Henry se encogi de hombros,
extendi los brazos y gir las
palmas hacia arriba.
No quera decepcionarte,
queridsima.
Diez minutos despus, Ruth se
hallaba sola en la mesa. El servicio
le haba trado una boerewors, una
salchicha caliente y grasienta. Ruth
la prob, se estremeci y apart el
resto de la salchicha sin tocarla.
Una Coca-Cola, por favor
pidi.
Volvi la vista hacia abajo y se
mir. Quiz no debera haberme
comprado estos pantalones, pens
brevemente. Entonces no pudo
evitar sonrer. Le encantara ver la
cara de Henry si fuese a buscarla
para almorzar a Saldens Hill un
da normal de trabajo. Imposible!
Seguro que ese da medio rebao se
habra escapado a travs de una
verja rota o se habra producido
cualquier otro imprevisto. O amor
o trabajo pens. Ambas cosas
no son posibles. Los que trabajan
no tienen tiempo para el amor. Y
los que aman no tienen tiempo para
trabajar.
Se asust. Desde que haban
llegado a Lderitz ya no se
reconoca. Amor y trabajo, tena
que haber algn modo de conciliar
ambas cosas. Si no, de dnde
venan los nios?
Estoy cansada pens. Esta
ltima noche ha sido demasiado
corta para m. Regresar a la
pensin a dormir un rato para estar
fresca y guapa para Henry esta
noche.
Pag, se levant y se encamin a
la pensin.
S? Quin es? Ruth se
levant de la cama y tuvo que
apoyarse brevemente en la mesa
porque an no estaba despierta del
todo. Ya volvan a llamar a la
puerta, esta vez con ms energa.
Ya voy! Ya voy! exclam,
frotndose los ojos. Se acerc a la
puerta, la abri con ms fuerza de
la que habra sido necesaria, y se
qued perpleja ante la vista de un
ramo de rosas rojas.
Tenga, son para usted. Ya me
gustara a m que alguien me
enviara algo as le dijo la
patrona de la pensin tendindole el
ramo.
Ruth hundi la nariz en l para
inspirar el agradable aroma.
Quin las enva?
La patrona de la pensin se rio.
No lo s. Tantos admiradores
tiene que ya no sabe distinguirlos?
Ruth not la malicia en sus
palabras, le arranc el ramo de las
manos y busc la tarjeta. La ley
all mismo.
Y bien? De quin son las
rosas? La patrona de la pensin
asom la cabeza por la habitacin,
llena de curiosidad.
Ciertamente no son de
Hacienda respondi Ruth
mordaz, y solt un buf! entre
dientes mientras la duea se
marchaba ofendida.
Ruth cerr dando un portazo,
apoy la espalda contra la puerta y
sonri con la boca entreabierta.
Entonces pas un dedo suavemente
por los aterciopelados ptalos de
color rojo oscuro.
Gracias, Henry susurr.
Volvi a aspirar el aroma unos
instantes, contempl las flores y se
sinti joven, bella y despreocupada
como cada vez que se trataba de
Henry Kramer. Volvi a leer la
tarjeta. Rosas para la rosa ms
bella pona. Y continuaba: Me
gustara verte esta noche. Tengo
novedades importantes para ti.
Esta noche? Ruth mir hacia la
ventana. El cielo se haba vuelto
anaranjado. Debi de quedarse
dormida profundamente. Dirigi la
vista al reloj de la mesilla de
noche. Eran las siete. Haba
dormido casi cuatro horas. Agarr
la toalla a toda prisa, se meti en la
ducha y se lav el pelo. Acababa de
regresar a la habitacin cuando
llamaron de nuevo a la puerta.
Quin es?
Soy yo, Horatio.
Ruth suspir, se puso la blusa y
abri la puerta.
Qu ocurre?
Tengo que hablar con usted. Es
urgente. Su mirada se pos sobre
las rosas, que Ruth haba puesto en
un cubo de plstico amarillo. Es
su cumpleaos o algo parecido?
Una mujer no necesita que sea
su cumpleaos para que un hombre
le enve flores respondi ella con
insolencia. Se coloc notoriamente
delante del espejo y se puso a
cepillarse el pelo mojado.
As que las flores son de su
admirador, verdad? Del tal Henry
Kramer.
Ruth se dio la vuelta.
De dnde ha sacado ese
nombre? Ahora se dedica a
espiarme?
No, pero habra sido mejor que
lo hubiera hecho.
Buf! Ruth coloc sobre su
palma la latita con el rmel negro,
escupi dentro y se puso a remover
la pintura con un cepillito
minsculo. A qu viene esto?
A que Henry Kramer no es para
nada quien usted cree que es. No es
su amigo, Ruth.
Ruth dej que el cepillito se
hundiera y se acerc a Horatio.
No tengo ni idea de por qu se
empea en intentar aguarme la
fiesta continuamente dijo presa
de la ira. De hecho, tampoco
tengo ni idea de qu es lo que
quiere de m. Ya hace tiempo que
he dejado de tragarme la historia de
sus investigaciones sobre la
rebelin de los herero. As que
abstngase de hablar mal de Henry
Kramer. Y ahora: largo!
Lo agarr del brazo y lo condujo
hacia la puerta.
No, Ruth, tiene que
escucharme. Se trata de su
seguridad. No soy su enemigo.
Fuera! He dicho que largo. Y
rpido! Le empuj el ltimo par
de metros hasta fuera, cerr de un
portazo y gir la llave en la
cerradura.
A travs de la puerta oy la voz
de l:
Ruth, esccheme. No le quiero
ningn mal. Al contrario, quiero
protegerla. Esccheme. Solo un
minuto!
Ruth se acerc a la pequea radio
que haba en la mesita de noche, la
encendi y subi el volumen al
mximo. Entonces continu
maquillndose, se cepill el pelo y
se mir en el espejo con toda la
calma del mundo. Cuando el reloj
marcaba las ocho menos diez se
puso a escuchar atentamente a
travs de la puerta. Silencio total.
Horatio se haba marchado.
Unos minutos ms tarde, ella se
escabulla de la pensin a
hurtadillas. Llevaba el chal nuevo
en una mano y las bailarinas en la
otra para no hacer ruido por el
pasillo. Est celoso pens.
De ah todo ese teatro! Que
Horatio tambin pudiera estar
prendado de ella era algo que la
halagaba y la enfureca al mismo
tiempo.
Aquel pensamiento se desvaneci
rpidamente. Henry estaba delante
de la puerta esperndola. Llevaba
una camisa blanca limpia y, al
verla, se pas la mano por el pelo
de forma juvenil y esboz una
sonrisa de oreja a oreja.
Te has vuelto ms guapa
desde este medioda? le
pregunt.
Ruth rio.
No, solo he dormido casi
cuatro horas y ahora me siento tan
relajada como si llevara tres das
sin hacer nada.
Oh! Magnfico. Tengo muchas
cosas que hacer contigo esta noche,
queridsima ma. Por favor... dijo
abrindole la portezuela del coche.
Ruth se subi. Sobre el asiento
trasero vio un cesto de mimbre y
una manta.
Qu planes tienes?
pregunt.
Mira hacia arriba. Qu ves?
Una bola de fuego que brilla,
roja como las ascuas, y que poco a
poco desciende tras la colina.
Y qu hueles?
Ruth olfate.
Se huele un poco la
contaminacin y el sudor de la
ciudad. Tambin hay un olor a
frutas, a mar, a sol.
Y qu sientes sobre la piel?
Ruth contempl su brazo desnudo.
El viento clido. Es un poco
como una caricia.
Muy bien. Podrs disfrutar an
mejor de todo ello durante un
picnic.
Oh! respondi Ruth. Un
picnic.
Qu pasa? No te gusta ir de
picnic?
S, claro, me encanta
respondi. Pens en las comidas al
aire libre que haba vivido hasta
entonces, generalmente
conduciendo el ganado, y se
horroriz. Ataban los caballos y
buscaban a ver si haba agua cerca
donde poder lavarse la cara y las
manos al menos. Entonces montaban
un hornillo, preparaban caf o t, o
bien beban cerveza directamente
de la botella. Coman los
bocadillos que haban viajado con
ellos en las alforjas desde el
amanecer. Por la noche, las lonchas
de queso estaban tiesas y enrolladas
hacia arriba, las salchichas haban
cambiado de color y el pan pareca
cartn viejo. El caf y el t servido
en tazas de hojalata tampoco tenan
un sabor demasiado agradable.
Siempre se quedaba impregnado
algo del sabor de la lata.
Y aquello no era lo ms
desagradable que recordaba de un
picnic. Lo peor eran las moscas que
revoloteaban alrededor de las
personas y los bocadillos, de modo
que se necesitaba una mano para
comer y la otra para ahuyentarlas.
Eso sin contar todos los dems
insectos, cuya nica intencin era
chupar la sangre. Tan pronto
acababan de comer, se envolvan en
el saco de dormir y buscaban un
lugar en que no hubiera una rama
que le apretara a una contra la
rodilla, una piedra que se clavara
en la espalda, ni hierbas que le
araaran a una en la frente. No
haba manera de quedarse mucho
tiempo en un mismo lugar.
Mientras Henry conduca hacia el
interior bajo la templada puesta de
sol, Ruth pens que no podra quitar
las inevitables manchas de hierba
de sus bailarinas blancas, ni las
manchas de sangre seca de su
camisa, causadas por los insectos.
Tengo muchsimas ganas de
que disfrutes de la naturaleza
conmigo dijo Henry en ese
momento, y le regal una amplia
sonrisa.
Ruth sonri un poco por
obligacin.
S, yo tambin.
Bueno, ya hemos llegado!
inform Henry, y aparc el coche
junto al borde de la carretera.
Ven, por aqu! La llev un par
de metros hasta el cauce seco de un
ro situado entre afiladas rocas.
Entonces sac la manta a cuadros
del coche y algunas almohadas
mullidas y lo dispuso todo en el
suelo delante de ellos. Extendi un
mantel blanco de seda en el centro
de la manta, coloc encima la
champanera y sac del cesto copas
de champn de pie largo.
Solo falta un candelabro de
plata, pens Ruth, medio
divertida, medio impresionada. Lo
que Henry estaba montando no tena
nada que ver con un picnic de
ganaderos. Y de hecho, ahora Henry
estaba sacando un candelabro de
plata del cesto, le coloc una vela y
la encendi. Le siguieron cazuelitas
y escudillas y latitas y cajitas y
sartencitas y cestitas todas llenas de
delicias.
Ruth estaba de pie a su lado
mirando fijamente la manta, que
cada vez se iba llenando con ms
cosas, y se sinti como si estuviera
en un gran hotel al aire libre. No le
habra extraado que Henry sacara
un violinista de su cesta mgica o
que encendiera unos grandiosos
fuegos artificiales.
Vaya! pens Ruth. Esto es
lo ms bonito y romntico que me
ha pasado nunca. Su mirada se
pos en la cara de Henry, llena de
ternura y de admiracin.
Me permites invitarte a la
mesa? Henry le ofreci la mano a
Ruth y la aguant mientras ella se
dejaba caer sobre la manta.
Ruth prob una empanada,
mordisque un higo, sabore un
pedazo de queso de cabra, comi un
pedazo de pan crujiente, bebi un
sorbo de champn, comi un poco
de mantequilla con sal y dej que
una trufa se fundiera en su boca.
Para entonces estaba ahta, se
reclin sobre la manta, con el brazo
derecho bajo la cabeza y la mano
izquierda sobre el estmago,
agradablemente lleno. Se senta
satisfecha, cmoda y ligera y, si le
hubieran preguntado cmo se
imaginaba el paraso, habra
respondido: exactamente as.
Justamente ahora, Ruth se dio
cuenta de que haba cado la noche.
El cielo vesta de negro y estaba
bordado de fulgurantes estrellas.
Qu has hecho esta tarde?
pregunt finalmente, mientras
contemplaba las estrellas y notaba
la mano de Henry sobre su muslo.
Oy como l suspiraba hondo y se
enderezaba de golpe.
Qu pasa?
Nada, pero no quiero estropear
esta magnfica velada respondi
Henry.
Ruth se recost de nuevo y se
arrellan.
Entonces seguro que no ser
muy importante dijo ella. Qu
poda ser tan urgente? Todo poda
esperar hasta que acabara aquella
noche mgica.
Pero es que tengo que hablar
contigo. La voz de Henry sonaba
tensa.
S? Ruth cerr los ojos,
reclin la cabeza sobre el hombro
de l, le tom la mano y hundi su
cara en la palma. Tenemos que
hablar a toda costa? susurr ella
. Prefiero que me beses.
Inmediatamente not los labios de
Henry en los suyos, pero su beso
pareca nervioso, ms como una
obligacin. Ella se irgui.
Venga, di, qu pasa? Qu es
eso que tienes que explicarme s o
s?
Henry tambin se enderez, se
sent con las piernas cruzadas
delante de Ruth, tom la mano de
ella y juguete con los dedos.
Como jurista del Diamond
World Trust tengo acceso a ciertos
documentos que no estn
almacenados en el archivo. Mi
intencin era ayudarte, Ruth. Debes
creerme.
S? Ella era todo odos. Le
habra gustado asir su cadena con la
piedra de fuego, la piedra de la
nostalgia. Pero entonces record
que aquella tarde la haba
depositado de nuevo en la vieja
caja de zapatos que guardaba bajo
la cama porque no le pareca lo
suficientemente elegante. Frunci el
ceo, separ su mano de la de
Henry y se la llev al regazo.
Qu pasa?
No s cmo explicrtelo sin
lastimarte, cario, pero he
encontrado el nombre de tu abuela
en una vieja lista.
Aj! Contina. El corazn
de Ruth se aceler en su pecho
temeroso. El malestar se extendi
en su interior.
Bueno, ofreci a la empresa
que le comprara un diamante, el
Fuego del Desierto.
Ah, s?
Hizo lo mismo que habra hecho
yo, pens Ruth tranquilizada.
S. En aquella poca no era
posible tasar el valor de una piedra
de inmediato. Era necesario
consultar la bolsa de Amberes. Eso
llevaba su tiempo. La empresa, que
entonces estaba solo en manos de
alemanes, hizo esperar a Margaret
Salden y la cit para otro da.
Y?
Ella no se present a la cita.
Eso es todo? Las manos de
Ruth se agarrotaron. Se senta como
en la consulta de un mdico que
est a punto de comunicar un
diagnstico grave.
No, por desgracia eso no es
todo. Las investigaciones indican
que Margaret Salden vendi el
diamante a un desconocido y, de
hecho, por un importe muy alto. Con
el dinero se compr un pasaje de
barco hacia Europa. La Compaa
Alemana de Diamantes escribi
algunas cartas a Alemania, pero
tanto el Fuego del Desierto como tu
abuela haban desaparecido. Lo que
parece seguro es que empez una
nueva vida en Alemania con un
nombre falso.
Aunque no crey nada de lo que
acababa de or, Ruth asinti. Qu
pintaba Margaret Salden en
Alemania? Y si realmente haba ido
a Alemania, por qu no haba
hecho que Rose se reuniera con ella
ms tarde? No, no poda creer lo
que Henry le estaba contando.
Pero entonces, cmo es
posible que un chico negro nama
lleve al cuello un camafeo de marfil
con su retrato? inquiri.
Henry Kramer alz la mano y
acarici la cara de Ruth. Ruth le
acarici tambin.
Dime! Cmo puede ser?
No lo s. Los nama son, como
todos los negros, hasta cierto punto,
imprevisibles. Quin sabe la de
mentiras que te habr contado el
chico? El retrato podra ser viejo,
podra haberlo encontrado.
Ruth neg con la cabeza.
No puedo ni imaginarlo. El
marfil amarillea con el tiempo. Su
camafeo era blanco como un huevo
de gallina recin puesto.
Bueno, quiz lleva el retrato
como proteccin contra un hechizo?
Al fin y al cabo, tu abuela rob el
alma de los nama. Para los
inocentes negros debe de tratarse
del demonio en persona. Quiz
piensen que demonio conocido,
demonio vencido, y por eso llevan
el camafeo tallado a su imagen y
semejanza.
No! No poda ser eso. Ruth mir
al cielo, que haba perdido su
brillante vestido y solo tena
estrellas, alejadas millones de
aos, estrellas que a lo mejor ya ni
existan.
Ruth? Ruth? Por qu no
dices nada? Acaso no me crees?
Solo te he contado lo que aparece
en nuestras actas.
Creer no significa saber. No
estuve all. No conozco a mi
abuela. Cmo puedo saber si es
cierto lo que dices?
El hechizo de la noche haba
desaparecido por completo. Ruth se
sinti traicionada de un modo que
no poda explicar. De repente sinti
nostalgia, aoranza de su vida
normal, de la granja, de Klette, de
Mama Elo y de Mama Isa.
Sea lo que sea, no debes ir al
poblado nama bajo ningn concepto
prosigui Henry, que pareca no
haberse dado cuenta del cambio de
humor de Ruth. Podra ser que
los negros te tomaran por el diablo
o por una especie de espritu
maligno que debe ser eliminado
para que mejore su situacin.
Podra ser incluso que te mataran si
te vieran.
Ruth asinti ausente. No saba
cmo deba reaccionar ante las
advertencias de Henry. Se supona
que su abuela era una criminal?
Una mujer que abandona a su hija
sin motivo y desaparece
secretamente con un diamante? Ruth
no poda ni quera imaginarse
semejante cosa. Todas las otras
abuelas podan ser capaces de algo
as, pero no la suya.
Ruth?
Sali de sus pensamientos con un
sobresalto. Por un momento haba
olvidado la presencia de Henry.
S? Has averiguado alguna
cosa ms que yo no sepa o que
realmente tenga que saber?
l lade ligeramente la cabeza y
se encogi de hombros.
No s qu significado tiene,
pero empiezo a estar preocupado
por ti. En la empresa se dice que
algunos nama buscan el paradero
del diamante. Es algo que hacen una
y otra vez. Su Fuego del Desierto
tiene gran importancia para ellos.
Seran capaces de matar por l. De
hecho, ya se mataron por l hace
aos. Hace exactamente cinco aos
hubo una cruenta batalla, aqu en
Lderitz, entre dos tribus nama que
deseaban hacerse con la piedra. Y
justamente acaba de aparecer
alguien que hace demasiadas
preguntas. Dice ser un historiador,
un negro con unas gafas de cristales
muy gruesos.
Qu tiene de raro que un
historiador negro busque viejas
historias?
Sus investigaciones podran ser
inofensivas, por supuesto admiti
Henry. Inofensivas y al servicio
de la ciencia. Pero esta tarde se ha
reunido con otros negros que
conducen una camioneta Chevrolet
pickup de color negro y que ayer le
compraron secretamente armas a un
comerciante sudafricano. Tambin
han comprado provisiones para un
viaje por el desierto, adems de una
docena de bidones de gasolina y de
agua.
Quiz van a visitar a unos
parientes?
Con el maletero lleno de
armas?
Podra ser que estuviera all la
suegra dijo Ruth, bromeando.
No seas ridcula, Ruth! Solo
quiero lo mejor para ti. Quiero
evitar a toda costa que te suceda
nada. Ten cuidado y promteme que
no irs al Namib, ni hablars con
ningn negro, ni les dirs nada que
tenga que ver con diamantes.
Ruth asinti automticamente.
Todo le daba vueltas en el interior
de la cabeza. Le hubiera encantado
estar sola en aquel momento y, al
mismo tiempo, ansiaba tener un
hombre en cuyo hombro poder
apoyarse, alguien que le dijera qu
estaba bien, qu era lo correcto y
qu es lo que deba hacer.
De dnde has sacado todo
esto? pregunt finalmente.
Henry Kramer se rio en voz baja.
Tengo mis fuentes, he pedido a
unas gentes que me informaran de
cualquier cosa inusual. Lo he hecho
por ti, querida.
Ruth se acerc las rodillas al
pecho y las rode con los brazos.
Algo pareci contraerse en su
interior.
Ven aqu, queridsima!
Henry Kramer abri los brazos y
Ruth se apoy en l. En sus besos
sabore ella lo agreste e indmito;
sus brazos delataban la fuerza que
posea; su espalda mostraba una
voluntad recia. Ruth se imagin a s
misma como abocada a un mar
turbulento, empujada de un lado a
otro, arriba, abajo, entregada.
Con los besos y el roce de los
dedos de l, sus pensamientos
volvieron a sosegarse,
desaparecieron. Y Ruth rio y llor y
suspir y se agit y volvi a rer y
suspir, jade, grit de jbilo,
exhal un grito largo y finalmente se
qued en silencio y completamente
llena, satisfecha.
Ruth y Henry caminaron de la
mano por el cauce seco del ro.
Henry haba colocado primero las
cosas del picnic en la cesta, las
haba puesto en el coche, haba
sacudido la manta y las almohadas
y tambin las haba guardado. Ruth
haba estado observando cmo l
recoga todas las cosas. Ahora era
una mujer. Acababa de convertirse
en una mujer. Recin nacida. Con
cuidado fue colocando un pie
delante del otro. Al notar las rocas
calientes bajo sus pies supo que
poda caminar. Caminar y hablar y
rer y pensar. Justo acababa de
pensar que todo iba a ser diferente
ahora que ella se haba
transformado. Estaba un poco
decepcionada de que el desierto
siguiera oliendo a desierto y de que
el cielo siguiera estando
infinitamente lejos.
Y Henry Kramer sigue siendo
Henry Kramer. Ruth reprimi un
suspiro. Le maravillaba que l no le
hubiera llegado al alma, a pesar de
que ella lo amaba, aunque acababan
de hacer el amor. Hasta ahora haba
credo que cuando una dorma con
un hombre, era como una boda, un
compromiso de pareja, un
conocerse mutuamente. Haba
credo que despus de la primera
vez juntos lo sabra todo sobre l,
que habra compartido todos sus
secretos a travs de la piel y
viceversa. Haba credo que
despus sera la mitad de un par, y
ahora se daba cuenta de que la
mitad de un par segua siendo solo
uno.
Mientras le observaba cmo
verta los restos de las escudillas y
de las cazuelitas descuidadamente
en la arena, cmo vaciaba el resto
de la botella de champn y ni
siquiera amontonaba arena con el
pie sobre los restos, como si todo
aquello le resultara pesado, no supo
si deba sentirse alegre o
decepcionada.
Pero cuando l tom su mano y le
bes las puntas de los dedos, Ruth
se sinti de repente como la mitad
de un par. Un par que quiz solo
necesitaba algo ms de tiempo para
fundirse por completo el uno en el
otro.
14
Apenas lleg a su habitacin,
Ruth se arrodill en el suelo y
pesc la caja de los zapatos. Volvi
a sacar la piedra de la nostalgia, su
piedra de fuego con la cinta de
cuero, y se la colg al cuello. Se
senta sola sin Henry. Tena ganas
de sentirse segura y esperaba que la
piedra saciara esas ganas con su
calidez.
Fue entonces cuando vio la carta
en el suelo. Alguien debi de
deslizarla por debajo de la puerta
durante su ausencia. La levant,
ley su propio nombre, reconoci
la letra de Horatio y de pronto
volvi a sentir un cansancio
infinito. Estos hombres pens
dan ms trabajo que una manada de
carneros pendencieros.
Sin prestarle atencin, Ruth se
guard la carta en el bolsillo de sus
pantalones nuevos. Se desvisti
rpidamente, se puso la camisa del
pijama y se meti en la cama.
Buscando consuelo, Ruth rode con
la mano la piedra de la nostalgia y
mir a travs de la ventana abierta
buscando su estrella; pero antes de
que pudiera encontrarla en el cielo
estrellado de la noche, se haba
quedado ya dormida. So; so
con una mujer que llevaba a un
beb en brazos y que pegaba su
mejilla a la mejilla del beb
dormido. Le resbalaban las
lgrimas por el rostro, y Ruth
reconoci que la mujer se hallaba
ante una casa en llamas. Duerme,
mi Rose, mi Rosita, duerme,
duerme. La mujer dio un beso
suave al beb en la frente, se qued
mirando fijamente su rostro
pequeo como si quisiera
memorizar cada una de sus
facciones. Haba una mujer negra al
lado que extenda los brazos hacia
el beb, y este se agit ligeramente
y emiti unos sonidos burbujeantes.
Tiene que apresurarse, seora
dijo la negra. Deme a la
pequea. La mujer mir como
petrificada a su nia, hasta que la
mujer negra le desprendi
despacito el beb de sus brazos.
Vyase, seora, rpido! La
mujer asinti con la cabeza de una
manera mecnica pero se qued
parada con los brazos vacos, como
si no supiera adnde dirigirse. El
fuego era cada vez ms intenso, las
llamas asomaban ya por el
entramado del tejado. Cudamela
bien, Eloisa susurr la mujer, y
volvi a acariciar una vez ms al
beb en las mejillas enrojecidas.
Cudamela bien, promtemelo.
Se lo prometo por mi vida y por la
vida de mis antepasados. La
cuidar y la proteger, no solo la
educar como si fuera mi hija, sino
que la sacar adelante con la
educacin que le corresponde a una
chica blanca. Se me rompe el
corazn dejarte aqu sola, mi Rose,
pero no puede ser de otra manera
susurr la mujer. Perdname,
por favor! Volveremos a vernos
algn da, te lo prometo. Volvi
a dar un beso al beb y abraz
tambin a la negra. Muchas
gracias, Eloisa. La otra mujer
asinti con la cabeza. No se
preocupe, seora. Usted es una
buena madre, la mejor madre que
una pueda imaginarse. Y no la est
dejando sola, sino que est
haciendo lo nico posible para que
pueda vivir. S, eso es lo que me
dice la razn, pero el corazn me
pesa tanto... Vyase ya, rpido!
Se acercaba un hombre llevando
a un caballo por las riendas. Es
ahora o nunca, seora. Si no parte
usted ahora mismo, no tendr
ninguna posibilidad ms. Van a
venir enseguida. La mujer asinti
con la cabeza, se subi al caballo y
se fue cabalgando a travs de la
noche.
Cuando Ruth despert, se llev la
mano inmediatamente a la piedra.
Respir hondo al palparla. Me
est llamando pens. Mi
abuela me est llamando. Sigue
estando aqu, y est muy cerca. Sea
lo que sea lo que Henry Kramer
haya averiguado, no puede ser
cierto. La gente habla mucho
cuando no tiene nada mejor que
hacer. Y sea lo que sea lo que
pretende Horatio, no parece que
vaya a desempear yo ningn papel
importante. Mi madre tiene razn.
Cada cual es su prjimo. Mir
hacia la ventana y descubri en el
horizonte un delicado destello
rosceo. Se senta descansada y
fresca, como si hubiera dormido
muchas horas. Salt de la cama con
una firme resolucin, agarr sus
cosas y dej la pensin sin dejar
ninguna nota para Horatio ni para
Henry Kramer.
Ruth arranc el Dodge, condujo el
automvil hasta la siguiente
gasolinera, llen el depsito y los
bidones, compr algunas botellas
de cerveza y de Coca-Cola as
como algunos bocadillos y pregunt
al propietario del puesto la
distancia que haba desde Lderitz
hasta los montes Awasi.
Por qu quiere ir todo el
mundo de pronto a los montes
Awasi? gru el hombre.
Usted es la segunda persona en dos
das que me lo pregunta. Son cien
millas, aproximadamente, pero le
costar avanzar porque el camino
est cubierto de arena en muchos
tramos. Espero que tenga buenos
neumticos.
Los tengo. Gracias.
Ruth sali de la tienda de la
gasolinera y examin de nuevo si
los neumticos tenan suficiente
presin, y a continuacin condujo
en direccin a la baha de los
hotentotes.
No haba ninguna carretera por la
costa, pero incluso si hubiera
habido una, Ruth no habra podido
transitar por ella porque toda
aquella zona estaba cerrada, el
acceso estaba prohibido por ser la
zona de extraccin de diamantes.
As que no tena otro remedio que
atravesar el desierto.
El aire era todava fresco, y Ruth
viajaba con las ventanillas abiertas
atravesando la ciudad dormida.
Haba visto a muy pocas personas a
esas horas por las calles, la
mayora negros que tenan por
delante una gran caminata hasta sus
puestos de trabajo. Algunos
transportaban frutas y verduras al
mercado a lomos de un asno, otros
iban de camino hacia la mina. Ruth
los reconoca por las caras
grisceas debido a la falta de la luz
del sol en su piel, ya que pasaban
muchsimo tiempo en la hmeda
oscuridad de la mina de diamantes.
Cuando Ruth dej finalmente atrs
la ciudad, el sol ya se haba
elevado de su lecho y calentaba el
aire con tanta intensidad que Ruth
tuvo que cerrar las ventanillas. A
izquierda y a derecha de la
carretera se extendan las dunas
amarillas de arena como cuerpos de
mujer. Cuando el viento soplaba
por encima de las dunas, pareca
que se les pusiera la piel de gallina,
igual que a una mujer en pleno
arrebato amoroso. Una y otra vez se
elevaban de la arena los haces de
hierba seca y apelotonada de la
estepa, movidos como juguetes por
el viento. Ruth esperaba que no
refrescara, porque en una tormenta
de arena no solo no podra seguir
avanzando sino que era bastante
probable que el chasis de su Dodge
quedara enterrado despus en la
arena.
A pesar de que todo estaba en
silencio a su alrededor, a Ruth le
retumbaban los odos. Era un
silencio consolador, interrumpido
tan solo por el ruido del motor del
Dodge. Ante Ruth se extenda el
desierto del Namib; por encima de
ella, el cielo tena una coloracin
azul hinchada y las nubes pasaban
por debajo como corderos recin
nacidos. Ruth detuvo el vehculo y
baj la ventanilla para disfrutar
unos instantes de aquel silencio.
Al cabo de un rato sigui
conduciendo. Dos avestruces
pasaron a pocos pasos de distancia
a la izquierda del automvil, se
detuvieron y siguieron a Ruth con la
mirada para luego girar y seguir
corriendo en otra direccin. All en
el horizonte, Ruth reconoci
enseguida el perfil de la montaa
Kirchberg, que con sus mil metros
de altura se esforzaba en vano por
tocar el cielo. La montaa, abrupta
y arrugada, sobresala por entre las
dunas de color amarillo intenso,
como el rostro alargado de una
solterona.
Un grupo de antlopes saltadores
se cruz por el camino de Ruth, que
se rio por los saltos salvajes de
esos animales que realizaban a
plena carrera, como por pura
alegra desbordante. Una pequea
manada de cebras paca a lo lejos
la hierba de los matorrales. Pasaron
unos antlopes rice, seguramente
de camino hacia el abrevadero ms
prximo.
El sol segua elevndose cada vez
ms alto, el aire se fue calentando
ms y ms. Ya muy pronto sinti
Ruth que se le quedaba la lengua
pegada al paladar, tena el pelo de
la nuca hmedo, el sudor se le
deslizaba por entre el canalillo de
los pechos.
Ruth se detuvo debajo de un rbol
con una sensacin de agotamiento
intenso. Se bebi una Coca-Cola, se
comi un bocadillo, rellen la
cantimplora de agua fresca y
prosigui el viaje. Se top una vez
con un todoterreno con el emblema
del Parque Nacional de Namib-
Naukluft grabado en la puerta. Ruth
sac el pie del acelerador y se puso
a buscar en la guantera el permiso
para transitar por el desierto del
Namib que haba comprado en la
gasolinera, pero el conductor del
todoterreno no se detuvo, sino que
tan solo se llev los dedos al
sombrero en seal de saludo
cuando Ruth estuvo a su altura.
Aparte de este encuentro fugaz,
Ruth estaba sola, absolutamente
sola, pero se senta muy a gusto. La
amplitud infinita de la naturaleza no
la atemorizaba, sino todo lo
contrario, le procuraba una
sensacin de seguridad, de
proteccin y de paz. Al contrario de
lo que le suceda en la ciudad, no
senta ningn temor en estos parajes
inmensos alejados de toda forma de
civilizacin. Ciertamente echaba de
menos a Henry y poda imaginarse
que sera muy bonito tenerlo a su
lado, pero por otra parte se senta
feliz de estar sola. Quera llegar
como fuera donde estaba su abuela,
tena que despachar un asunto que
no le concerna a l.
Ruth se pregunt durante unos
instantes por qu no senta la
necesidad de compartirlo todo con
Henry. Ella haba credo siempre
que eso formaba parte del amor; sin
embargo, lo que la una a Henry era
diferente, ms perentorio, ms
exigente. Era bonito y embriagador.
Y, no obstante, cuanto ms se
adentraba ella sola por el desierto,
cuanto ms tiempo estaba ella
ocupada consigo misma, con sus
pensamientos y con sus
sentimientos, tanto ms echaba de
menos la proximidad y la confianza
en su relacin con Henry. Y esos
eran tambin ingredientes
imprescindibles segn la idea que
ella tena del amor.
Ruth fren para dejar pasar
trotando a dos us. Quizs estoy
queriendo demasiadas cosas de
golpe reflexion ella. Un amor
as requiere seguramente de mucho
tiempo para desarrollarse. La
confianza y la proximidad tienen
que ir creciendo, mientras la pasin
y el deseo nos sobreviene como una
tormenta. Se rio mostrando los
dientes. Ya me oigo hablar igual
que un personaje de una novela
romntica, pens, y sigui
conduciendo.
Ya llevaba algunas horas de
camino y contaba con toparse en
cualquier momento con el oasis que
el chico haba descrito. Sin
embargo, este se estaba haciendo
esperar. Cuando Ruth lo divis
finalmente, el calor se haba vuelto
del todo insoportable. Ruth sudaba
por cada uno de sus poros, tena
arena pegada en el paladar y entre
los dedos, y el Dodge estaba
tambin recubierto de una fina
pelcula de color gris amarillento.
El oasis no era ms que una
laguna diminuta, una gran charca en
la que abrevaban los antlopes
saltadores y rice, los kudus, los
facqueros y los antlopes
acuticos. Haba un grupo de
rboles a cierta distancia, y al lado,
un mirador de cazadores. Bajo ese
mirador estaba sentado un chico.
Cuando Ruth detuvo el vehculo,
el chico se levant y se dirigi
hacia el Dodge.
Ya ha llegado usted, por fin
dijo. Llevo esperndola aqu
desde hace un buen rato.
Llevaba puestas las gafas verdes
de sol que Ruth le haba comprado
en Lderitz y se las coloc ahora
por encima de su pelo negro crespo.
Pero cmo has llegado hasta
aqu? pregunt Ruth con cara de
sorpresa. No ibas a quedarte en
Lderitz? Ella haba puesto sus
esperanzas en encontrar aqu al
chico, pero en el fondo no haba
contado con ello.
Cuando la piedra de la
nostalgia nos llama, tenemos que
obedecer a su llamada repuso l
lacnicamente. Por favor, venga
aqu. Tengo hambre.
Ruth tendi al chico una botella
de Coca-Cola y un bocadillo.
Les has hablado a tus gentes
ya de m? Y a la mujer blanca?
El chico hinc el diente en el
bocadillo, asinti con la cabeza y
trag un bocado.
Tuve que hacerlo. La piedra de
la nostalgia, no lo sabe usted?
Ruth neg con la cabeza, se
encogi de hombros, se llev la
mano unos instantes a la frente, a
continuacin coloc las manos en
los lados de la cara y se gir
lentamente dando una vuelta
completa sobre s misma.
Es hermoso este paisaje de
aqu, se siente una casi como en el
paraso.
Dnde est su marido?
pregunt el chico.
Qu marido? Ruth estaba
completamente segura de que no
haba hablado de Henry Kramer en
presencia del chico. Y cmo te
llamas?
Karl.
Cmo?
Me llamo Karl, s, con nombre
de rey. La mujer blanca me dijo que
tena el valor y la inteligencia de un
rey, por eso me puso mi madre ese
nombre. Mi hermano se llama Wolf.
Aj! A Ruth ya no poda
sorprenderle nada.
Tambin puede llamarme
Charly si quiere. As me llaman
casi todos.
Bien, Charly.
Y qu ocurre con su marido?
Tenemos que esperarle?
Ruth mir al chico sin entender.
A quin te refieres?
Pues al nama alto de las gafas.
Ah!, te refieres a Horatio. No
es mi marido. Ni siquiera es mi
novio. Como mucho es un amigo
nada ms, pero tampoco eso lo
tengo ahora demasiado claro.
Es su marido insisti Charly.
Cmo se te ocurre decir eso?
El chico levant la vista como si
no pudiera comprender lo lenta que
era ella en entender las cosas.
Porque la ama a usted, y
porque usted lo ama, y l y usted
forman pareja. Eso lo ve hasta un
nio.
Ruth suspir.
Enseguida me di cuenta de que
no deb haberte comprado las gafas
de sol porque te oscurecen la vista
dijo Ruth, subindose al Dodge e
indicndole al chico que se sentara
en el asiento del copiloto. Qu
direccin tomamos?
A la izquierda. Voy a mostrarle
el camino, por eso estoy aqu.
Ruth pis el acelerador y se
pusieron en marcha. Al principio, el
camino era todava bastante
reconocible, pero al cabo de un
rato, Charly le fue indicando
direcciones en las que no poda
reconocerse ningn camino. Ruth
conduca completamente
concentrada porque no estaba
acostumbrada a conducir sobre la
arena. No haba ningn punto por el
que pudiera orientarse. En una
ocasin, el automvil patin por
una maniobra equivocada del
volante, pero Ruth volvi a
dominarlo enseguida.
El chico permaneca en silencio,
pero la contemplaba en todo
momento de reojo.
Qu ocurre? pregunt ella
finalmente. Por qu tienes la
mirada clavada en m todo el rato?
La mujer blanca dijo que
cuando usted venga, ocurrir el
milagro que hemos estado
esperando todos tanto tiempo. Usted
liberar el alma de los nama.
No te hagas grandes ilusiones
con esas promesas. Estoy aqu por
motivos completamente diferentes.
S que la mujer blanca tiene
razn, pero tambin s que usted
todava no lo sabe, como no conoce
muchas otras cosas que son
palmarias y que estn a la vista de
todo el mundo.
Bueno, entonces he tenido
mucha suerte de encontrarte.
El chico agit enrgicamente la
cabeza.
No a m, sino a la piedra de la
nostalgia.
Ah, vale!
Ruth palp la piedra y volvi a
sentir un hormigueo en el cuerpo.
As que ha sido esta la que me
ha trado hasta aqu.
Eso es.
Ruth dirigi una mirada burlona a
Charly y estuvo tentada de decirle
lo que pensaba sobre las
supersticiones de los negros, pero
el chico estaba sealando con el
dedo en ese momento hacia delante.
Ruth fren tan abruptamente que
el automvil volvi a patinar de
nuevo y dio una vuelta sobre su
propio eje. Se qued mirando
fijamente a travs del parabrisas
sucio, como si no pudiera dar
crdito a lo que estaban viendo sus
ojos.
Frente a ella haba una mujer que
pareca salida de las dunas,
rodeada por una corona de hierbas
de la estepa que le llegaban hasta
las rodillas. Se mantena muy
erguida a pesar de que los aos
haban teido de blanco la larga
cabellera que le llegaba hasta la
cintura. El viento le meca
levemente algunos mechones en la
cara. La mujer sonri y extendi los
brazos lentamente.
Estoy soando? pregunt
Ruth. Ves lo que estoy viendo
yo?
Por supuesto que lo estoy
viendo repuso Charly. Es la
mujer blanca. Ha venido para darle
a usted la bienvenida.
Ruth se baj del coche y se
encamin hacia la mujer blanca
como si la movieran unos hilos
invisibles. Por un instante se
pregunt qu deba decir, si hola,
abuela o quiz buenos das,
mujer blanca, pero la mujer no
esper a que Ruth abriera la boca,
sino que la abraz simplemente y la
estrech contra ella. Ruth sinti en
sus brazos la misma sensacin de
seguridad que senta en su cama de
la granja. El aroma que despeda
aquella mujer le resultaba tan
agradable y familiar que Ruth dese
no tener que separarse nunca ms
de ella. Era como si hubiera
encontrado por fin un hogar, el
hogar que haba estado buscando
durante toda su vida.
De pronto le fueron viniendo las
palabras a los labios.
Aqu ests! Aqu ests, por
fin!
Y la mujer rio levemente y dijo:
Y aqu ests t! Aqu ests,
por fin!
A continuacin agarr a Ruth de
la mano, le acarici el rostro con la
otra, le pas un dedo por las cejas,
por los prpados, por la nariz,
dibuj el contorno de la boca y
volvi a repetir:
Aqu ests, por fin! Luego
pregunt: Cmo est Rose?
Te echa de menos repuso
Ruth. En ese mismo momento se dio
cuenta de que, en efecto, Rose haba
echado de menos a su madre todos
esos aos, haba sentido la
nostalgia de una persona que la
amara sin reservas como solo
puede hacerlo una madre.
La mujer asinti con la cabeza,
salud al chico y se llev consigo a
Ruth.
Apenas llegaron a la cresta de la
duna, se despleg ante Ruth un
paraso. Detrs de la duna se
ocultaba un oasis verde, un lago
diminuto alimentado por una
pequea corriente de agua, rboles,
arbustos y una docena de viviendas
pontok hechas con ramas y arcilla.
Delante de las casas estaban
sentadas unas mujeres negras con
sus hijos desnudos pegados al
pecho, que hablaban, rean y
sealaban con el dedo a la mujer
blanca.
Una exclam algo a la ms
prxima, y entonces se alz un
revuelo. De las chozas salieron ms
mujeres y nios que se reunieron en
la plaza entre los pontoks. Sobre
una gran hoguera daba vueltas una
gran broqueta con un antlope
despellejado, empalado en ella. Al
fuego haba unas tinajas tiznadas de
negro.
As que esta es tu aldea dijo
Ruth en un tono de constatacin.
Es mucho ms que eso, es mi
tierra repuso Margaret Salden.
Dnde estn los hombres?
Han estado cazando toda la
noche para tener carne para el
banquete de hoy. Ahora estn
tumbados, detrs de la empalizada,
descansando a la sombra.
Ruth se detuvo.
Eres feliz aqu?
Margaret Salden asinti con la
cabeza.
No, no soy feliz. Me faltis
vosotras, me habis faltado todos
estos aos, pero estoy muy contenta
aqu, este es mi hogar.
Y yo tambin. Tambin aqu me
siento como en casa se
entrometi en la conversacin
Charly, de quien se haban olvidado
por completo.
Mientras Margaret elogiaba al
chico y lo enviaba abajo, hacia la
aldea, Ruth contempl el rostro de
su abuela. En sus ojos claros
pareca reflejarse el cielo sobre el
desierto del Namib. Tena el rostro
cubierto de diminutas arrugas,
veteadas como el valioso mrmol
que se hacan enviar los granjeros
ricos desde la localidad italiana de
Carrara. La boca de Margaret
Salden se distingua notoriamente
de todas las bocas blancas que Ruth
conoca, una boca que la edad no
haba doblegado, que no se haba
contrado para acabar siendo
apenas algo ms que una lnea, no,
la boca de Margaret Salden era la
boca de una mujer joven que siente
ilusin por el futuro, una boca plena
y henchida, dispuesta en todo
momento a mostrar una sonrisa.
Ruth estaba tan emocionada que
se qued sin palabras. Esa boca
deca mucho ms de su abuela y de
la vida que haba llevado que todos
los relatos posibles. Esa boca
hablaba de una vida que haba
merecido la pena vivir.
Eres tan guapa! le espet
Ruth de pronto.
Margaret sonri, y acarici
suavemente las mejillas de Ruth.
T lo eres tambin, mi nia
dijo, contemplando a Ruth con
atencin.
Ests buscando a Rose en m,
verdad? pregunt Ruth.
Margaret asinti con la cabeza.
No la encontrars. He salido a
mi padre, un oso irlands. Rose es
diferente. Es espigada y grcil,
tiene tus ojos, pero un pelo oscuro,
ondulado, en el que no ha aparecido
ningn mechn blanco hasta la
fecha.
Entonces ha salido a Wolf. Y
cmo es de carcter?
Ruth profiri un suspiro.
No lo s, de verdad. Quin
conoce a su propia madre? Est
buscando algo, me dijo Mama Elo.
Siempre ha estado buscando algo,
pero nadie sabe el qu. Desde que
te he visto, creo que eres t a quien
ella ha estado siempre buscando.
Quiz sea efectivamente como
dices repuso Margaret, y en su
hermosa boca se dibuj un rasgo de
dolor, pero cuando las mujeres
nama comenzaron a cantar y a dar
palmadas junto a la empalizada,
volvi a surgir la sonrisa en ella.
Comenzaron a aparecer los
hombres por entre los pontoks, se
sentaron en el suelo cerca de la
fogata y les dirigieron unas miradas
amistosas.
Ven, la fiesta va a comenzar
enseguida dijo la abuela tirando
de Ruth para ocupar un sitio en
medio de los dems.
Y a pesar de que a Ruth le
resultaba extrao todo aquello, se
senta muy a gusto en medio del
desierto del Namib, en una aldea de
aborgenes, de la mano de su
abuela.
De pronto fue consciente de que
ahora ya no deba temer nada ms,
que todo iba a ir bien a partir de
ahora.
15
Pas mucho rato hasta que se
consumi el contenido de todas las
ollas y hasta que retiraron la pesada
brocheta de la fogata. Los hombres
y las mujeres haban saludado a
Ruth a su manera, cantando
canciones, tamborileando, incluso
bailando, pero ninguno de ellos
haba cruzado una sola palabra con
ella. Solo los nios se haban
acercado con curiosidad hasta Ruth
para tirarle de su larga cabellera
pelirroja, sonriendo con la cabeza
ladeada y hablndole en un idioma
extrao. Y ella les devolvi la
sonrisa, a pesar de no entender una
sola palabra. No haba dejado de
mirar una y otra vez a Margaret,
como si tuviera que convencerse de
que la mujer de la duna era en
realidad su abuela, y no un espritu
que la piedra de la nostalgia haba
hecho aparecer con la forma de su
abuela. Alguna que otra vez toc
brevemente la mano de Margaret,
para apretrsela y acariciarla
ligeramente. Pese a lo extraa y
curiosa que estaba resultando la
celebracin, Ruth tena la sensacin
de estar protegida con su presencia,
una sensacin que no posea desde
los das de su infancia.
Pero ahora la fiesta haba tocado
a su fin. Los nios dorman, las
mujeres haban recogido los
cacharros y se haban metido en sus
pontoks. Los hombres haban hecho
una reverencia a la mujer blanca
desde lejos y se haban acostado
tambin. Solo Ruth y Margaret
Salden permanecan todava
sentadas junto a la fogata mirando
las brasas.
Cmo sucedi todo? dijo
Ruth al cabo de un rato
interrumpiendo el silencio.
Cuntame toda la historia.
Qu es lo que sabes?
pregunt Margaret.
Ruth se encogi de hombros.
No mucho, en realidad casi
nada. Lo que s lo s por mis
sueos, de los cuales deduzco que
estn en relacin con la piedra de la
nostalgia.
Se sac la piedra por el escote
para mostrrsela a su abuela.
Margaret asinti con la cabeza y
bebi un sorbo de agua.
De esa piedra se dice que obra
milagros, pero no he credo en ella
hasta ahora, despus de haberte
conducido hasta aqu. Mrala con
atencin. Qu ves en ella?
Ruth frunci los labios.
Pues una piedra. Por el color
parece azcar cande, un poco sucia.
Por las mrgenes parece que tenga
unas vetas negras pegadas. Es
cortante de un lado, como si hubiera
sido tallada; por el otro lado es
agradable al tacto y manejable,
como si fuera su forma natural,
propia.
Margaret Salden sonri.
Es un trozo del Fuego del
Desierto, un diamante en bruto.
Ruth puso unos ojos como platos
y se qued mirando fijamente a la
piedra.
Un diamante? Tan grande?
Dios mo, he estado llevando todo
este tiempo al cuello la solucin a
todos mis problemas, como si fuera
una muela de molino?
Margaret asinti con la cabeza.
Esas cosas pasan a veces.
El qu?
Que la solucin de nuestros
problemas nos hace muy
desdichados y nos empuja al suelo
como una losa. Te lo ha dado
Eloisa, no es cierto?
S, Mama Elo me lo dio cuando
part de Saldens Hill.
Es una mujer maravillosa, est
llena de sabidura, de la cabeza a
los pies. Qu te ha contado? Me
refiero a la piedra.
Ruth entorn los ojos para poder
concentrarse mejor, y a
continuacin resumi las imgenes
de sus sueos.
Ya puedes creer lo que te ha
contado la piedra dijo Margaret
al acabar su nieta el relato. Todo
lo que has visto en sueos, sucedi
exactamente as.
Solo ignoro una cosa. Cmo
fue a parar el Fuego del Desierto a
tus manos?
Margaret profiri un suspiro.
Eran tiempos movidos los de
aquel entonces. La rebelin de los
nama y de los herero se extenda
por todo el pas. A pesar de que
nosotros nos contbamos entre los
que se haban construido una granja
en las tierras de los herero,
sabamos que los negros tenan
razn en sus reclamaciones, pero
quin entrega algo que ya ha
pagado una vez con dinero, incluso
habiendo sido tan poco ese
dinero...? Un buen da (yo ya estaba
embarazada, pero a pesar de ello
recorra a caballo los pastos porque
nuestros ayudantes negros se
negaron a seguir trabajando para
nosotros) me encontr a un nama
que estaba herido de un disparo en
una pierna y que pareca sufrir
alguna que otra lesin interna. Yo
quera mandar a buscar a un
mdico, pero l me lo prohibi. As
que me lo llev conmigo a un viejo
cobertizo y le atend lo mejor que
pude. l era todava muy joven,
quera vivir, me explico? Adems
estaba completamente seguro de
que sus hermanos de tribu vendran
a por l ms tarde o ms temprano.
Poseo algo sin lo cual no pueden
vivir. Ya ver, seora, cmo
vendrn maana y me llevarn a
casa, me dijo, y hablaba con tanta
conviccin, que le cre. Pero
nuestra zona estaba ocupada
entretanto por los herero. Los
soldados alemanes conquistaban
ciertamente cada da territorios,
pero los negros volvan a
arrebatrselos por la noche. Era un
caos infernal, nadie saba con
exactitud por dnde transcurran los
frentes. Haba lugares en los que
los nama y los herero luchaban
codo con codo como hermanos
contra el enemigo comn, pero en
otros lugares estaban enfrentados. Y
en medio estaban acampadas
siempre las tropas alemanas que
disparaban a diestro y siniestro, y
que no tenan en mente otra cosa
que expulsar a todos los negros
hacia el desierto para que se
murieran all de sed. Y en nuestro
cobertizo tenamos a ese joven
nama. Sus ojos resplandecan por la
fe que tena en el futuro. No estaba
dispuesto a morir all. Yo hice lo
que pude, tienes que creerme.
Eloisa me ayudaba. Haca
infusiones y preparaba ungentos
con hierbas del desierto, cocinaba
platos ligeros, cada dos das
mataba una gallina para ayudar al
hombre a recuperar las fuerzas con
unos caldos revitalizantes. Un da
incluso fui a la farmacia de
Gobabis y ped penicilina
exponiendo un falso pretexto, pero
nada surta el efecto deseado en su
salud. El joven nama iba
debilitndose con cada da que
pasaba. Se le haba inflamado la
pierna, tena los contornos de la
herida muy ennegrecidos y deliraba
con las altas fiebres. A pesar de
todo, su confianza segua siendo
firme. Ruth, tendras que haber
visto sus ojos! Todo en su interior
estaba inflamado, destrozado; lo
nico que lo mantena en vida era
su esperanza. No habra imaginado
jams que fuera posible una cosa
as.
Ruth vio cmo asomaban las
lgrimas a los ojos de su abuela al
recordar aquellos sucesos. Tom la
mano de Margaret entre las suyas y
se asust de lo fra que estaba. Le
tendi el vaso de agua. Una vez que
vio que la anciana lograba
recomponerse del todo le pregunt
en voz baja:
Y qu pas entonces?
Se producan muchas
escaramuzas alrededor de la granja.
Poda darse por hecho que no
tardaran mucho tiempo en aparecer
por all los herero o los alemanes.
Y ese da lleg. Cuando el joven
negro oy los primeros disparos de
la artillera, se extingui su fe. Pude
ver en su cara el abatimiento, se
puso plido, y cada vez estaba ms
y ms dbil. Entonces, los alemanes
enviaron exploradores a caballo. El
negro oa los resoplidos de los
animales desde su escondrijo y
supo que haba llegado su hora. Era
el momento de renunciar, el
momento de morir, pero tambin
era el momento de hacer una
revisin de su vida. Me entreg un
paquetito y me hizo jurar que
protegera el paquetito como a mi
propia vida. Y dijo que destruyera
el paquetito el da que reinara la
paz y que hubiera justicia por igual
para negros y blancos.
Y en el paquetito estaba el
diamante Fuego del Desierto?
As es. No lo vi hasta que
regres a la casa de la granja. Tu
abuelo Wolf, para quien la ltima
voluntad de un moribundo todava
era algo sagrado, escondi el
diamante en un agujero del pozo
recin excavado. Ah deba
permanecer hasta que se
restableciera la paz. No sabemos
quin nos delat finalmente, a
nosotros y al joven nama. En
nuestra granja trabajaban por aquel
entonces no solo personas de la
tribu herero, sino tambin de los
damara, de los owambo, de los
nama e incluso algunos san. Uno de
ellos debi de descubrir al herido y
se lo comunic a los alemanes.
Quiz fue nuestro administrador
alemn. Nunca lo supimos. En
cualquier caso, al da siguiente
encontramos el cadver del joven
negro. Le haban castrado, le haban
pinchado en los ojos, le haban
cortado la lengua y le haban dejado
sin dientes. Eloisa nos ayud a
Wolf y a m a enterrarle segn el
rito nama. Dos das despus traa
yo a mi hija al mundo. Entretanto
seguan los combates en torno a la
granja. Unas veces ocurran lejos
de Saldens Hill, pero luego se
acercaban, enmudecan durante
algunas horas para proseguir
despus con ms intensidad si
caba. Transcurri una eternidad,
pero en ese tiempo se vean por la
granja cada vez ms forasteros que
no estaban all por la rebelin... Y
entonces fue cuando lleg la noche
que transform mi vida. Eloisa nos
inform que se planeaba un ataque a
Saldens Hill. Wolf se rio, pero
Eloisa nos insisti que
abandonramos la granja. Wolf
acab cediendo finalmente. Sac el
diamante Fuego del Desierto del
escondrijo en el agujero del pozo.
Y entonces todo sucedi con mucha
rapidez. Primero llegaron los
rebeldes; luego, los soldados.
Prendieron fuego a la casa, mataron
a los pocos trabajadores que nos
quedaban. Wolf, tu abuelo... l...
l... Margaret no pudo continuar
hablando porque las lgrimas
ahogaron su voz.
Transcurri un buen rato hasta
que encontr de nuevo las palabras.
Ruth le acariciaba suavemente la
espalda.
Le pegaron un tiro al ir a sacar
la piedra. Le dispar un blanco.
Todava hoy sigo viendo ante m el
rostro del asesino. Podra pintarlo,
sera capaz de dibujar cada lnea de
su cara. Su odio. Su codicia. La
anciana se interrumpi, bebi
algunos sorbos y continu hablando
: Yo salv la piedra, la escond
junto a mi corazn. Saba que tena
que marcharme enseguida de
Saldens Hill. Tena que marcharme
para salvar la vida de mi hija.
Por qu no te llevaste a Rose
contigo?
Margaret hizo un gesto negativo
con la cabeza.
Era tan pequeita y tan tierna.
Habra sido imposible huir con
ella. Habra muerto en el intento.
Yo no tena ni idea de en dnde iba
a obtener la siguiente comida, no
saba dnde haba agua ni un lugar
para pernoctar. As que la dej con
Mama Eloisa. Saba que ella
defendera con su vida a mi Rose.
Y estaba tambin segura de que no
estara huyendo durante mucho
tiempo, y que pronto podra
regresar a buscar a Rose. Lo
entiendes, Ruth? Mi vida estaba en
peligro. Si Rose hubiera
permanecido conmigo, eso habra
podido significar su muerte.
Huiste a caballo mientras
arda la casa seorial? pregunt
Ruth. As lo he visto yo en mis
sueos.
Margaret asinti con la cabeza.
S, fue as. Cabalgu sin saber
adnde ir. Ya no tena ningn hogar,
y lo que era an peor, no saba
quines eran mis enemigos. Eran
los herero que deseaban robar el
alma de los nama? Eran renegados
nama que queran vender el
diamante? O eran alemanes
quienes me seguan el rastro? No
saba en quin poda confiar, me
escond en el desierto, evit los
poblados. Con Rose habra tenido
que arrojar la toalla y habramos
muerto las dos, o de hambre o por
los disparos de los perseguidores.
Pero entonces fuiste a Lderitz,
verdad?
S. Simplemente ya no poda
ms. Todo segua estando revuelto.
Segua sin ver la luz al final de mi
huida, y se me estaban acabando las
fuerzas. Y luego estaba esa piedra...
Creme, Ruth, no pasaba ningn da
que no maldijera el diamante. Por
culpa de esa piedra haba tenido
que abandonar a mi hija, por culpa
de esa piedra haba tenido que
morir mi marido, y por culpa de esa
piedra estaba yo fugitiva. No
deseaba otra cosa que librarme
finalmente del Fuego del Desierto.
As que forj un plan. En Lderitz
me dirig a la Compaa Alemana
de Diamantes. All dije que quera
vender la piedra. Vi el destello en
los ojos de aquel hombre. Mostraba
su codicia tan abiertamente que me
entr el pnico. Me dijo que no
poda decirme en ese momento el
valor del diamante, tena que
preguntar primero en Europa y que
eso tardara solo unos pocos das,
pero que no seran muchos y que le
dejara la piedra all porque estara
ms segura en la caja fuerte. Me
apremi y me atosig, lleg incluso
a amenazarme disimuladamente. Yo
le dije que no saba si tena derecho
a vender la piedra porque no era
ma, solo me la haban confiado.
Aquel hombre estuvo pensando
unos instantes y luego mand entrar
a su despacho al abogado de la
empresa y a un notario. El notario
me expidi en un abrir y cerrar de
ojos un documento que probaba que
yo era la propietaria del diamante
Fuego del Desierto. Las leyes
estaban formuladas de tal manera
que yo, segn las disposiciones
vigentes, era en efecto la
propietaria del diamante, pues al fin
y al cabo lo haba obtenido en mi
finca, en Saldens Hill. No
importaba para nada que me lo
hubiera confiado un nama. Lo
importante eran las tierras en las
que haba muerto el hombre, es
decir, segn las leyes en vigor, yo
era la heredera legal y, como tal,
estaba autorizada a vender la
piedra. Hice como si aquella
noticia me alegrara enormemente,
pero me negu a depositar all el
diamante Fuego del Desierto.
Promet que regresara al cabo de
algunos das. Agarr el documento
de propiedad y desaparec. Deb de
interpretar muy bien mi papel de
mujer desamparada y confusa, en
cualquier caso me creyeron
aquellos tiburones de diamantes.
Hice circular entonces por Lderitz
el rumor de que quera vender un
diamante en bruto. Fui a diferentes
comerciantes y formul preguntas.
S, incluso llegu a ir al despacho
de un armador y adquir un pasaje
para un viaje en barco a Hamburgo
despus de vender mi reloj y mis
joyas. Entonces fue cuando vi de
pronto al hombre que haba
asesinado a mi marido. Iba
caminando por Lderitz como si no
tuviera nada que ocultar, como si
todo el mundo fuera suyo. Sub a
bordo del barco, ocup mi sencillo
camarote y dej en l una maleta
vieja que haba adquirido
anteriormente en el mercado. Poco
despus volv a ver a aquel hombre
por segunda vez. Se encontraba en
el muelle y hablaba airadamente
con el propietario del barco. Poco
antes de que zarpara el barco, sal a
hurtadillas de l. Dej Lderitz al
amparo de la oscuridad de la noche
y me puse en camino hacia la baha
de los hotentotes. All vivan unos
parientes de Eloisa y esperaba que
ellos me proporcionaran cobijo.
Queras ir a Alemania?
pregunt Ruth, interrumpiendo el
relato de su abuela.
Margaret Salden neg con la
cabeza.
No, desde el principio haba
planeado comprar el pasaje del
barco como maniobra de
distraccin, para utilizarlo como
una pista falsa, pero ni presenta
que aquel hombre andaba ya
pisndome los talones. No te voy a
aburrir con las peripecias de mi
peregrinacin por el desierto, Ruth,
ya habr tiempo para eso. Solo te
dir que me qued con los nama y
que esper a que se declarara la
paz. Siempre llevaba conmigo el
Fuego del Desierto. Me llegaron
noticias de que la gente en Lderitz
supona que me haba ido a
Hamburgo y que me estaban
buscando all, bueno, estaban
buscando el diamante, sobre todo
los de la Compaa Alemana de
Diamantes. Cada da extraaba a mi
hija. Con el tiempo fui dndome
cuenta de que esta tribu se estaba
convirtiendo en mi familia. Pasaron
muchos aos cuando por fin
enmudecieron las armas. Y yo me
qued aqu a vivir.
Por qu no regresaste en algn
momento a Saldens Hill? Por qu
no fuiste a por Rose despus?
pregunt Ruth.
Margaret profiri un suspiro.
Estuve mucho tiempo luchando
con esa posibilidad, pero si hubiera
regresado, se me habran echado
inmediatamente encima los
cazadores de diamantes, ya fueran
negros o blancos. Habra vuelto a
poner en peligro mi vida y la vida
de Rose. No saba lo que haba sido
del asesino de mi marido, no s si
andaba al acecho por si volva a
aparecer yo algn da. Y tampoco
poda ir a buscarla as, sin ms.
Haca aos que no la vea. Un beb
se adapta rpidamente a su nuevo
entorno. Estaba segura de que
Eloisa estaba siendo una buena
madre para ella. Deba yo
arrancarla de su entorno familiar y
llevrmela al desierto? Deba
obstruirle todas sus oportunidades
de labrarse un buen futuro? Yo solo
deseaba que Rose fuera feliz, una
chica que pudiera ir a la escuela y
aprender, una chica que tuviera un
oficio, un hogar, quizs incluso un
marido e hijos. Todo eso no le
habra sido posible aqu. Ruth, yo
solo deseaba lo mejor para mi hija,
pero ni siquiera en la actualidad s
qu habra sido lo mejor para ella.
Margaret se call, y Ruth se dio
cuenta de que estaba agotada. Le
pas un brazo por los hombros, se
acurruc contra la anciana.
Te ha echado de menos
repiti. Todos estos aos, Rose
ha estado echando de menos a su
madre. Mama Elo hizo todo lo que
pudo, pero ella es negra y su mam
era blanca.
Pero estn bien, no es cierto?
S, estn bien. Y ahora
deberamos irnos a dormir. Solo
una cosa ms. De dnde procede
la piedra que los nama llaman la
piedra de la nostalgia, la piedra que
llevo yo al cuello?
La llevaba colgando el joven
nama en la granja. Como ya te he
dicho, es un trozo del Fuego del
Desierto. Quien la lleva consigo, se
halla bajo la proteccin especial de
las divinidades nama. Me la dio a
m, y yo se la di a Eloisa, pues por
aquel entonces no conoca la
importancia de esa piedra. Para
alivio mo se demostr que yo actu
correctamente por aquel entonces.
Ruth se levant y le tendi la
mano a su abuela para alzarla.
Margaret seal con el dedo una
choza de madera que quedaba algo
apartada.
Ah vivo yo, y ah vamos a
dormir.
Las dos mujeres caminaron del
brazo en direccin a la choza. En el
trayecto se le pas algo ms a Ruth
por la cabeza.
Cmo reaccionaron los nama
cuando se enteraron de que t tenas
el Fuego del Desierto?
No fue fcil. Durante mucho
tiempo anduvieron divididos entre
dos pensamientos. Por un lado les
pareca que yo era una enviada de
los antepasados, pero, por otro,
desconfiaban de m por ser blanca.
Cmo poda tener esa piedra una
blanca? El jefe de la tribu, que ya
no vive en la actualidad, pronunci
finalmente su veredicto. Yo era una
enviada de los antepasados, y juzg
que si yo hubiera deseado algo
malo, no me habra internado en el
desierto del Namib. Yo haba
devuelto el alma a los nama, y por
ese motivo me otorg los mismos
honores que a un antepasado nama.
16
Al despertar Ruth a la maana
siguiente, se encontraba sola, y sin
embargo estaba feliz. Mir a su
alrededor con los ojos
despabilados y una sonrisa en la
boca, reconoci las pieles,
reconoci la choza. Abuela
pens, por fin te he encontrado.
Ruth no saba exactamente qu
deba hacer ahora y cmo hacerlo,
pero eso no era importante por el
momento. Ahora todo ir bien.
Todo volver a ponerse en su
sitio.
La choza daba la impresin de ser
ms pequea con las primeras luces
del da, ms pequea de lo que
haba supuesto Ruth a oscuras. Y
estaba amueblada de la manera ms
sencilla que pudiera imaginarse. En
el suelo haba dos lechos hechos
con pieles; en la pared, debajo de
la ventana, haba una vieja mesa de
madera con un cajn, sobre la mesa
un candelabro con una vela de cera
de abejas que incluso ahora
despeda un aroma acogedor. A la
izquierda, junto a la ventana, haba
una estantera de madera de baldas
amplias, ocupadas por algunas
prendas de vestir. Junto a una
anticuada palangana con soporte
haba una silla, y sobre la silla
haba una jarra y jabn, con una
toalla al alcance de la mano.
Mir a su alrededor. Margaret
haba colgado en la pared de
enfrente unos pauelos de colores,
y cada superficie libre estaba
decorada con objetos tallados en
madera y marfil. Ruth reconoci
algunos animales, a un hombre
mayor, un trozo de madera al que la
naturaleza haba dado una forma de
cocodrilo. Y entonces, casi tapada
por dos libros, vio una foto. Ruth
salt de la cama por la curiosidad
de saber qu sala en ella. Agarr
la fotografa amarillenta y la
contempl con una sonrisa. Se vea
a un hombre de pelo negro
ondulado que sostena en brazos a
un beb. El beb gritaba, pero el
hombre se rea a carcajadas.
Mi abuelo susurr Ruth.
El abuelo y la pequea Rose.
Contempl la fotografa unos
instantes ms y luego la coloc con
cuidado en su sitio para no daarla.
Durante la noche se haba enterado
de que haba otro oasis en las
proximidades. Ruth quera ir all a
baarse, a quitarse del cuerpo el
polvo del viaje para poder
presentarse a su abuela fresca y
perfumada. Sac la toalla del
gancho y agarr el jabn.
Desde afuera penetraba en la
choza un oscuro murmullo. Se oan
voces agitadas por todos lados,
pero no se mezclaba con ellas
ninguna risa, ningn canto, ninguna
palabra chistosa. Haba algo
amenazador flotando en el aire, y
Ruth percibi cmo la angustia le
contraa el corazn. Sali
atropelladamente de la choza y se
top inmediatamente con un grupo
de mujeres negras que la miraban
con los ojos como platos.
El murmullo enmudeci y dio
paso a un silencio que hizo que a
Ruth se le helara la sangre en las
venas.
Qu ocurre? Dnde est mi
abuela? pregunt Ruth en
afrikans.
Las mujeres levantaron las manos
con gesto de desvalimiento.
Algunas miraban al suelo, dos
mujeres jvenes lloraban.
Charly sali de entre el gento
completamente plido a pesar de su
piel oscura.
Ha desaparecido, seora. Cada
maana es ella la primera en estar
junto al fuego. Siempre, s, todos y
cada uno de los das, pero hoy no
estaba. Estamos preocupados. Las
mujeres tienen miedo, los hombres
estn inquietos. Creemos que la han
secuestrado.
Qu? Secuestrado? Pero por
qu? Y quin puede haber hecho
una cosa as? pregunt Ruth,
percibiendo cmo se apoderaba el
pnico de ella. Se qued mirando al
chico con los ojos completamente
abiertos.
Charly se encogi de hombros,
luego seal a las huellas de
neumticos que llegaban hasta muy
cerca de la choza.
Qu significa esto?
pregunt Ruth dirigindose a
Charly. Iba a agarrarlo por los
hombros para que soltara las
informaciones que ella necesitaba
ahora con tanta urgencia, pero el
chico rompi a llorar.
Hemos estado buscando por
todas partes. Por todas partes,
seorita.
Ella asinti con la cabeza, le
crey sin dudar. Perder a la mujer
blanca era una cosa mala para esa
tribu. Ruth respir hondo y se
conmin a no perder precisamente
ahora los nervios; entonces se llev
la mano a la frente, mir alrededor
e intent combatir el pnico
creciente.
Puede reconocerse el lugar
del que procedan las huellas de los
neumticos?
Charly asinti con la cabeza.
Han tomado el mismo camino
que nosotros tomamos ayer.
As que alguien ha debido de
seguirnos. Y he tenido que ser yo,
por descontado, quien ha puesto a
ese alguien tras la pista.
A Ruth se le pas por la cabeza
Horatio... Horatio y los hombres de
la Chevy pickup, de los que haba
hablado Henry Kramer. Estaba
asustada hasta el tutano, su
corazn lata violentamente contra
su pecho. Y como si el terror
hubiera despertado sus recuerdos,
record de pronto dnde haba
visto a uno de esos hombres negros.
Fue en el velatorio de Davida
Oshoha. Se trataba del hombre que
se haba dirigido a ella de una
forma muy antiptica, el hombre
que haba afirmado que los Salden
no haban hecho otra cosa que traer
desgracias a su pueblo! El hombre
que se haba dado a conocer como
el nieto de Davida, el hombre a
quien Horatio conoca muy bien, el
hombre que la haba maldecido, a
ella y a todos los Salden.
Pero qu tonta fui! exclam,
dndose un golpe en la frente.
Cmo pude confiar en Horatio? l
es quien ha secuestrado a mi
abuela. Ha sido l. Desde el
principio no tena en la cabeza nada
ms que el diamante Fuego del
Desierto. Dios mo, qu tonta he
sido y qu ciega he estado!
Lo mejor para ella habra sido
prorrumpir en sollozos, pero Ruth
saba que eso no iba a ayudarla, as
que respir muy hondo otra vez
para reunir los fragmentos de sus
pensamientos.
Me voy de vuelta a Lderitz
dijo dirigindose a Charly.
Ahora mismo. No pueden llevar el
diamante a ningn otro lugar que
all, donde vive ese hombre. Mi
abuela est en Lderitz, lo estoy
percibiendo con claridad.
Charly retrocedi unos pasos y
seal con el dedo un rbol.
El automvil que ha estado esta
noche aqu es negro, seora. Mire,
hay un poco de pintura todava en el
tronco dijo el chico, sealando
una incisin en el tronco del rbol a
la altura de la cintura. Aqu,
seora, el coche tuvo que chocar
contra el rbol en la oscuridad de la
noche. Venga, mrelo usted misma.
Ruth se acerc a mirar. Haba una
marca, en efecto. La corteza del
rbol estaba arrancada, haba una
raya horizontal, como un corte, y en
los bordes estaban pegadas unas
diminutas huellas de pintura negra.
Eso bastaba para confirmar su
hiptesis. No poda ser de otra
manera. Los hombre de la pickup
negra y Horatio estaban
compinchados. Ruth habra podido
maldecir de s misma por la
confianza que con tanta ligereza
haba manifestado al historiador, le
habra gustado pisotear en la arena
del desierto la buena fe y los
sentimientos ms que amistosos que
haba tenido por l, pero no era el
momento para tales
manifestaciones. Ya saldara las
cuentas con Horatio ms adelante.
Me voy ahora mismo dijo
ella.
Charly asinti con la cabeza y se
dirigi a las mujeres de la aldea.
Una de ellas se adelant y tendi a
Ruth un paquetito con provisiones y
una calabaza hueca llena de agua
hasta los topes y cerrada con
hierbas de la estepa.
Tengo que mostrarle dnde est
su coche, seora dijo Charly,
haciendo una sea a Ruth para que
le siguiera. Lo escond un poco
anoche.
Que has hecho qu?
Escondiste mi coche? Acaso eres
Popeye o qu?
Charly la mir sin entender.
Estas cosas las solemos hacer
en el desierto explic el chico.
Los coches son raros por aqu y son
objetos muy codiciados. Conduje el
coche hasta detrs de una duna.
T?
S, yo.
Pero cuntos aos tienes en
realidad? Y dnde has aprendido a
conducir?
El chico sac pecho con un gesto
ostensible de orgullo.
Tengo doce aos, y he
aprendido a conducir con el hombre
que me llev ayer. Simplemente
mir cmo lo haca l. Una vez nos
quedamos parados en el desierto.
l arregl el coche, y yo segua las
instrucciones que l me daba, unas
veces pisaba el acelerador y dems.
Aj! repuso Ruth nerviosa.
Pero venga usted, yo le guo.
Ruth se haba olvidado ya del
chico incluso antes de que
desapareciera su imagen del
retrovisor. Conduca por el desierto
del Namib como si la persiguieran
todos los demonios. Condujo
durante horas sin pensar en comer
ni en beber. El sudor se le
deslizaba a chorro por la espalda,
quedaba detenido en la frente y en
el labio superior, se acumulaba por
debajo de sus pechos, pero Ruth no
le prestaba ninguna atencin.
Entraba la arena por las ventanillas
abiertas, se alojaba bajo sus manos
al volante, entre los dientes. Evit a
una manada de cebras, pas a toda
velocidad al lado de grupos de
antlopes saltadores sin
dispensarles siquiera una mirada.
Al cabo de tres horas comenz a
hervir el agua del radiador, pero
Ruth solo se detuvo brevemente
para vaciar en l el agua fra de la
calabaza hueca, llen el depsito
con el contenido de sus bidones y
sigui pisando fuerte al acelerador.
La arena le quemaba en los ojos,
le secaba los labios, pero Ruth no
lo notaba. Un solo pensamiento la
impulsaba hacia delante: tena que
encontrar a su abuela antes de que
fuera demasiado tarde.
Respir hondo cuando divis la
colina de Lderitz. Par el Dodge
delante del primer cuartel de la
polica y entr atropelladamente.
Han secuestrado a Margaret
Salden esta noche! dijo Ruth
gritando. Tienen que enviar
inmediatamente a una patrulla de
bsqueda. Es que no me oye? Ha
desaparecido mi abuela!
El polica que estaba detrs del
mostrador ni se movi.
Despacito, seorita, pero luego
de un tirn. Piense con toda calma
quin va a heredar a la anciana, y
entonces sabr usted quin la ha
secuestrado.
Ruth estuvo a punto de saltar
detrs del mostrador de la rabia que
sinti.
Eso no ha sido nada divertido!
dijo vociferando a aquel hombre
. Se trata de un caso de vida o
muerte, lo entiende usted?
Bueno, entonces vamos a
redactar la denuncia dijo el
hombre, sentndose a la mquina de
escribir. Invit a Ruth a que tomara
asiento y le pregunt entonces con
toda seriedad: Nombre de la
persona desaparecida?
Margaret Salden. Ya se lo dije
antes.
Salden? Ese apellido lo he
odo yo antes. El polica se
levant, hoje en un archivador y
finalmente asinti con la cabeza.
Ya lo deca yo. Est aqu: Salden,
Margaret, en paradero desconocido
desde 1904, viaj probablemente a
Hamburgo. Se volvi hacia Ruth
. Llega usted tarde, seorita ma.
Su abuela lleva desaparecida hace
cincuenta y cinco aos, y quiere
que formemos una patrulla de
intervencin ahora a toda prisa?
El polica se ech a rer y la
amenaz de broma con el dedo
como si se tratara de una nia que
por Pascua echa de menos a Pap
Noel solo porque le saben a poco
los regalos del conejito de Pascua.
La secuestraron ayer, crame.
Se la han llevado en una pickup
negra, en mitad del desierto del
Namib. Ella viva all, era la mujer
blanca del poblado. Tienen que
encontrarla, por favor, su vida
corre peligro.
El polica la mir con cara de
pena.
Ha estado usted demasiado
tiempo expuesta al sol ayer,
pequea seorita? O ha bebido
usted quiz? Puede decrmelo con
toda tranquilidad, no hay nada que
no haya vivido yo antes y que pueda
espantarme. A lo mejor lo hizo por
mal de amores, eh?
Ruth se qued mirando fijamente
al polica con la boca abierta, y a
continuacin se fue de la comisara
sin despedirse. Estaba
absolutamente claro que no poda
esperar ninguna ayuda de ese
funcionario. Movida por la
exigencia de tener que hacer algo
pero sin saber qu exactamente,
permaneci un rato indecisa delante
de la comisara. A continuacin se
subi al Dodge y condujo hasta el
edificio principal del Diamond
World Trust. Si haba alguien que
pudiera ayudarla, esa persona era
Henry Kramer.
Se anunci al portero y cinco
minutos ms tarde se encenda el
piloto del ascensor indicando que
estaba bajando alguien. Henry!
Henry extendi los brazos al
verla.
Pero dnde te has metido?
Dnde has estado, queridsima
ma? Te he estado buscando por
toda la ciudad
dijo l queriendo atraerla entre
sus brazos, pero Ruth le rechaz.
Despus, Henry, despus te lo
contar todo. Ahora necesito tu
ayuda. Mi abuela... Mi abuela ha
desaparecido.
Con algunas frases atropelladas y
quedndose apenas sin aliento, Ruth
le cont lo que haba sucedido.
Has ido a la polica?
Bah, te puedes olvidar de
ellos!
Henry asinti con la cabeza.
Llamar enseguida por telfono
a los agentes del parque nacional
para que tengan los ojos bien
abiertos, y luego a los comerciantes
de diamantes dijo tirando de Ruth
hacia sus brazos. Y Ruth, sintiendo
que ya no estaba sola, que por fin
haba una perspectiva de ayuda,
accedi al abrazo y se ech a
llorar.
Y yo? Qu puedo hacer yo?
pregunt entre sollozos y
sintindose desamparada como una
nia pequea.
Debes tener paciencia, cario.
Lo mejor es que te vayas a la
pensin en la que ests alojada. Yo
me pasar por all en cuanto pueda.
Quieres que te ponga un vigilante?
No, me parece que no es
necesario.
Ruth se dio cuenta de pronto de lo
cansada que estaba, su estmago
protestaba por el hambre, y la sed
le haba dejado los labios
agrietados y resecos. Era urgente
hacer algo, pero tambin saba que
Henry tena razn. Por el momento
no poda hacer nada. Permiti que
l la besara y la acompaara de
regreso al coche.
No te preocupes, cario, voy a
hacer todo lo que est en mi mano.
Vamos a encontrarla, vas a volver a
verla, te lo prometo.
Ruth asinti con la cabeza y
esboz una sonrisa cansina.
Qu hago si me encuentro con
Horatio? pregunt ella. Llamo
a la polica?
No, eso en ningn caso. Mejor
no hagas nada, llmame
simplemente, vale? A m!
Llmame aqu, a la empresa. Ya
tienes mi nmero, pero no se te
ocurra llamar a la polica dijo
Henry Kramer, levantando las
manos. Posiblemente eso sea
peligroso para ti. Quin sabe qu
planes tendr ese tipo? No en vano
t eres una confidente, alguien que
conoce sus planes y los delitos que
ha cometido ya.
Ruth se senta de pronto tan
exhausta que apenas consigui girar
la llave del encendido. Condujo
casi al paso hasta la pensin, estaba
contenta de poder alojarse de nuevo
en su habitacin. Entonces pregunt
por Horatio. No saba si deba
desear encontrarlo aqu, o si
prefera que estuviera lejos. En su
cabeza reinaba ahora un vaco
bostezante, y su corazn se haba
contrado dolorosamente.
No se han encontrado ustedes?
pregunt la patrona.
No. Dnde?
Bueno, l vino ayer poco
despus de que usted se fuera de la
casa. Dijo que iba a viajar con
usted al desierto. Una excursin.
Cuando le dije que usted se haba
marchado ya, pareci extraado y
respondi: Seguramente me estar
esperando en la gasolinera. Cogi
su equipaje y desde entonces no ha
vuelto a pasar por aqu.
Ruth le dio las gracias y se fue
arriba, a su habitacin, subiendo los
escalones a trancas y barrancas. Sus
pensamientos tenan a Horatio como
tema principal. Se senta
decepcionada y triste. Cmo haba
podido Horatio engaarla de esa
manera? Casi pens, casi
estuve a punto de confiar en l por
completo.
Demasiado cansada como para
ducharse, se tumb en la cama tal
como estaba y se puso a pensar en
los planes que tendra l con el
diamante. De repente se incorpor.
Vendera la piedra, s, pero
seguramente no en Namibia, sino
probablemente en Ciudad del Cabo,
en Sudfrica. Con toda seguridad
donara el dinero a la SWAPO, que
entonces podra formar una
organizacin de verdad que luchara
en toda frica por los derechos de
los negros. Era mucho ms
probable que Horatio no confiara
tanto en la fuerza de un diamante
como en la fuerza que representaba
la unidad de los negros.
A Ruth no le repugnaba esa idea
en el fondo, pero por qu haba
secuestrado Horatio a Margaret
Salden entonces? Era una mujer
muy mayor y no le sera de ninguna
utilidad. Por qu no se haba
contentado con la piedra? Se
encontrara bien Margaret en esos
momentos? Tendra suficiente de
comer y de beber? Ruth se neg a
imaginarse que alguien pudiera
hacer sufrir a su abuela, y eso a
pesar de que el nieto de Davida
Oshoha tena la firme conviccin de
que los Salden eran los
responsables de la sangre
derramada y del sufrimiento de su
pueblo. No podan hacerle dao,
de ninguna manera!
Dios mo implor Ruth como
en un rezo. Protege la vida de mi
abuela. Renuncio a la granja si tiene
que ser as. Me casar con Nath
Miller o me ir a vivir a la ciudad,
pero por favor, Dios mo, no
permitas que le suceda nada malo.
17
Era ya tarde, casi de noche,
cuando Henry Kramer pas
finalmente por la pensin.
Ruth se haba tumbado un buen
rato en la cama, pero no haba
podido encontrar un descanso
reparador porque las pesadillas la
despertaban una y otra vez
sobresaltada. Eran sueos en los
que haba casas en llamas, bebs
que lloraban y diamantes que
brillaban a la luz de la luna. En una
ocasin apareci en sus sueos
tambin Horatio y una pickup negra.
Cuando finalmente despert, Ruth
se sinti an ms desolada que
antes. Se fue a duchar, comi muy
poco y bebi mucha Coca-Cola y
caf. Luego se puso a dar vueltas
por la habitacin de un lado a otro,
se qued horas junto a la ventana
mirando a la calle y con la
esperanza absurda de ver desde all
a su abuela.
Habra querido recorrer Lderitz
de punta a punta, entrar en cada
casa, en cada cobertizo, en cada
taller y en cada cabaa, pero haba
prometido a Henry Kramer que no
saldra de la pensin. Saba que eso
redundaba en su propia seguridad,
pero a pesar de todo senta un
impulso muy fuerte por salir de all.
Pas revista una y otra vez al da
anterior. No, ella no le haba
comunicado a Horatio sus
intenciones, pero l estuvo presente
cuando el chico describi la ruta a
su aldea. De camino hacia all
haba credo estar sola, en ningn
momento vio otro coche por el
espejo retrovisor. Bueno, Horatio y
sus compinches le dejaron
seguramente algunas horas de
ventaja. Por qu se haba quedado
dormida tan profundamente esa
noche? Por qu no se despert
cuando secuestraron a su abuela?
Por qu Margaret no grit, ni dio
voces, ni hizo ruido?
Por un instante se le pas por la
mente incluso que los nama del
desierto hacan causa comn con
Horatio y que le haban echado algo
en la bebida, pero enseguida
rechaz de nuevo esa ocurrencia
por peregrina. Mama Elo y Mama
Isa le haban inculcado que se
preguntara siempre para quin
poda ser de provecho esta o
aquella situacin. No importa lo
que hagas o lo que te pida alguien,
t pregntate siempre quin puede
sacar provecho de esa accin, le
haban dicho las dos mujeres.
La desaparicin de la mujer
blanca no resultaba de provecho
para los nama del desierto. Estaban
satisfechos con su vida, y a Ruth no
le dio la impresin de que pudiera
seducrseles con dinero ni con
viviendas en la ciudad. Pero
entonces por qu haba
transcurrido el secuestro con tanto
silencio y sin que nadie notara
nada? Haban adormecido a su
abuela? Con ter quiz? Y, sobre
todo, dnde estaba Margaret
Salden en esos momentos?
Cuando Henry Kramer toc
finalmente con los nudillos la
puerta de su habitacin, Ruth dio un
chillido de alivio. Fue corriendo
hasta la puerta, se ech volando en
sus brazos, le abraz con firmeza y
escondi su rostro en el pecho de
l.
Te has enterado de algo? le
pregunt ella.
l desprendi los brazos de ella
con cuidado e hizo un gesto
negativo con la cabeza.
Por desgracia no hay mucho
que pueda servirnos de ayuda.
No hay ninguna seal de vida
de mi abuela, ningn indicio, ningn
rastro?
No, cario. Los agentes no han
notado nada que les llamara la
atencin, ni automviles ni
personas sospechosas. Los
comerciantes de diamantes no han
percibido tampoco nada raro. He
llamado por telfono incluso a los
de seguridad para saber si haba
entrado alguien sin autorizacin en
la zona prohibida de las minas,
pero nada, tampoco han detectado
nada extrao all.
Y entonces? pregunt Ruth,
dejando caer los brazos viendo
rotas todas sus esperanzas. Qu
hacemos ahora?
Henry llev a Ruth a que se
sentara en el borde de la cama y l
se sent a su lado sosteniendo una
mano de ella entre las suyas.
Me he enterado de algo que
quiz pueda sernos de utilidad.
Horatio no es ningn desconocido
para las autoridades. Tiene muy
buenos contactos con la SWAPO en
Sudfrica. En Windhoek hubo una
protesta hace algunas semanas en la
que desgraciadamente murieron
once personas, todas negras.
Lo s dijo Ruth entre
susurros. Yo estaba all, por pura
casualidad, en el camino de regreso
del banco de los granjeros.
He hablado con el Ministerio
del Interior en Ciudad del Cabo.
All tienen informaciones de que
los negros planean una accin de
venganza por los once muertos. Al
parecer, algunos miembros secretos
de la SWAPO, entre ellos quizs
Horatio Mwasube, que se denomina
a s mismo historiador, estn
preparando ya los planes para esa
accin. Se hace pasar por empleado
de la Universidad de Windhoek,
pero en el fondo no lo es, como
mucho realiza algunos pequeos
encargos para la universidad, y
tampoco ha realizado unos estudios
regulares en Windhoek.
Horatio tiene el ttulo de
bachiller objet Ruth. Adems,
nunca me dijo que estuviera
matriculado en la universidad, l
est all trabajando de bedel.
Ruth no haba olvidado que
Horatio le haba hablado de las
dificultades que tena un negro para
acceder a la universidad, ni
tampoco que no haba encontrado
hasta la fecha un director de tesis
para su proyecto de investigacin.
Hizo un gesto negativo con la
cabeza.
Qu tiene que ver mi abuela
con la cuestin de si Horatio ha
estudiado o no en la universidad?
pregunt. En este momento me
es absolutamente indiferente al
servicio de quin est. Yo solo
quiero que me devuelvan a mi
abuela.
Pero entindelo, cario. Todo
est relacionado. A Horatio le est
pagando ahora posiblemente la
SWAPO de Sudfrica. Y se dice
que esta organizacin planea una
rebelin de los negros en Namibia.
Bien, vale, pero qu tiene que
ver mi abuela con la rebelin de los
negros? repiti Ruth con
obstinacin. Por qu demonios
la ha secuestrado Horatio?
Cmo que por qu? Porque
ella tiene el Fuego del Desierto.
Una revolucin, una rebelin cuesta
dinero, cario. Y puede que los
pobres tengan orgullo y rabia y
tesn, pero resulta que lo que les
falta es el dinero.
Pero podran haber robado el
diamante sin llevarse a mi abuela
consigo, no hay ningn motivo para
tal cosa, Henry.
Kramer se encogi de hombros.
Cmo voy a saber yo qu es lo
que les ha pasado por la cabeza a
los negros? Es que alguna vez han
actuado con lgica? T piensas
como una blanca y mides su forma
de actuar con el mismo rasero, pero
el cerebro de un negro funciona de
una manera diferente.
Y ahora qu? pregunt
Ruth. Su decepcin era tan grande
que se derrumb en toda regla.
Henry sonri y la estrech
firmemente contra l.
Lo primero que tienes que
hacer es comer algo. Luego ya
veremos. Tengo a algunas personas
a mi servicio trabajando en este
asunto. Espero novedades para ms
tarde, para la noche.
Salimos entonces? pregunt
Ruth, ansiosa por salir del
desconsuelo de esa habitacin,
ansiosa por poder hacer al fin algo,
aunque solo fuera mantener los ojos
bien abiertos por las calles.
S, he reservado una mesa para
los dos dijo l echando un
vistazo a su reloj. Pero todava
tenemos un ratito para otras cositas.
Atrajo a Ruth a sus brazos y la
bes con besos largos y deseosos.
Su mano derecha agarr uno de sus
senos y empez a acariciarlo.
Ruth no tena la mente en esos
momentos para un polvete, pero no
se atrevi a oponer resistencia a
Henry. Sus besos y su manera de
agarrarle el seno eran perentorios.
Adems, l haba hecho tanto por
ella que Ruth crea que le deba
algo. El amor con amor se paga,
pens ella, y se desabroch la
blusa, si bien en su fuero interno
estaba deseando que l la tratara
con un poco ms de delicadeza.
Fueron en coche a un local que
quedaba a muy poca distancia del
edificio de la administracin del
Diamond World Trust. Ruth se
qued espantada de la falta de
gracia, incluso de lo
horrorosamente que estaba
decorado el mesn. En las mesas
haba flores casi marchitas, de
modo que todo el comedor ola
como la capilla de un cementerio.
Las paredes estaban adornadas con
papel pintado, con un patrn de
flores grandes de color marrn y
verde que conferan al saln una
atmsfera tenebrosa, amenazadora,
como de selva virgen. Hasta las
camareras llevaban delantales con
motivos florales. Ruth se sinti
como enterrada en vida, enterrada
bajo una montaa de flores
semimarchitas y coronas, ahogada
por el olor de lo efmero.
En la carta del men faltaban los
precios, como suceda siempre que
sala con Henry, y los platos tenan
nombres extraos: Leprido
lumbreras en salsa de tomillo
silvestre.
Ciertamente, Ruth capt
enseguida que con leprido
lumbreras se refera a la liebre o
al conejo de la fbula de la liebre y
la tortuga, pero aquella
humanizacin del animal hizo que
se le pusieran los pelos de punta.
Ella no era ninguna canbal!
Finalmente se decidi por un
plato de cordero cubierto con
hierbabuena verde que se serva
con hojas de lavanda y flores
capuchinas de color naranja
intenso, y que se llamaba simple y
llanamente Cordero con abrigo de
colores.
Henry sonri cuando vio la
mirada incomprensiva de ella.
Se come con los ojos, mi amor.
Bien, de acuerdo admiti
Ruth, pero esta pata de cordero
parece que estuviera todava en
medio de un prado. Espero que lo
hayan sacrificado ya dijo,
apartando las flores de la carne con
el tenedor y dejndolas en el borde
del plato sin ninguna consideracin.
Todo esto es comestible le
inform Henry Kramer, quien a
continuacin trinch una violeta con
un ademn ostensible de placer, se
la llev a los dientes y comenz a
masticarla.
S que aqu te puedes comer
las hierbas y las flores, pero no
tengo la cabeza precisamente para
una leccin de jardinera en la
gastronoma.
Ruth estaba intranquila. Tena la
sensacin de estar perdiendo el
tiempo absurdamente, un tiempo
que poda estar empleando mejor en
buscar a su abuela. En ese momento
la decoracin de un plato con flores
comestibles le importaba un
pimiento.
El local fue llenndose poco a
poco de gente. Henry saludaba a
diestro y siniestro, y tal como
mandaban los cnones, Ruth sonrea
tambin a las esposas que no
conoca, con sus peinados en torre y
sus ojos de gata maquillados, que
tan bonito juego hacan con la
decoracin del local. Al mismo
tiempo balanceaba los pies con
impaciencia.
Pero qu tienes, mi amor?
pregunt Henry la segunda vez que
Ruth le acert en la espinilla.
Deberas probar algunos bocados
ms. Quin sabe cundo vas a tener
delante otra vez unos platos tan
deliciosos.
Simplemente no puedo estar
aqu sentada, viviendo la buena
vida, mientras mi abuela est ah
afuera, probablemente sufriendo
dijo Ruth en voz baja.
Esta vez le pareci un poco ms
forzada la sonrisa de Henry en sus
labios, y Ruth se sinti enseguida
como una desagradecida por pensar
de ese modo. Al fin y al cabo no era
culpa de l que estuviera
terminndose el da sin que ella
estuviera ni un paso ms cerca de
su abuela.
Ruth se llev las manos al pelo y
puso en su sitio algunos mechones.
Disculpa, por favor, mi
irritabilidad. No puedo estar de
buen humor y relajada sin saber lo
que le est sucediendo a Margaret.
Henry asinti con la cabeza.
Lo entiendo perfectamente,
queridsima. Y ante m no tienes
por qu ocultar tu estado de nimo.
Solo me pregunto si tu abuela tena
el diamante Fuego del Desierto
consigo cuando la secuestraron. Lo
buscaste en la choza?
Ruth neg con la cabeza.
Me fui de all inmediatamente
despus de enterarme de que ella
haba desaparecido, pero no creo
que guardara el diamante en su
choza, debajo de la almohada.
Estar en otro lugar.
Y puedes imaginarte dnde?
Quiz lo lleve encima
realmente.
Bien pensado.
Ruth apart el postre, y tambin
Henry comi tan solo unas pocas
cucharadas llenas.
No tengo mucho apetito hoy.
Me ocurre algo parecido a ti dijo
l, profiriendo un suspiro. Acto
seguido mir su reloj e hizo una
sea al camarero.
Mejor nos vamos ya.
Henry sac un billete grande de la
cartera y lo desliz discretamente
por debajo de la servilleta de la
bandejita de plata.
Tengo que pasar un momento
por la administracin del
consorcio. Necesito otro coche. En
el mo hay algo que no va bien, he
odo unos ruidos extraos cuando
venamos para ac.
Entonces pedir un taxi
propuso Ruth. Volvi a percibir el
cansancio paralizador que se haba
apoderado de ella desde que lleg a
Lderitz, pero al mismo tiempo
saba que ese hondo desasosiego no
la dejara dormir. Pens si ir otra
vez al barrio de los negros para
echar un vistazo por all, quizs
haba alguien que hubiera visto u
odo alguna cosa. Algo tena que
poder hacer!
Henry la examin de arriba abajo.
Ests bien de verdad?
S, s, por supuesto, solo que el
da de hoy ha sido agotador, y estoy
cansada.
Te llevo a la pensin, faltara
ms dijo Henry en voz tan alta
que los clientes de las mesas
cercanas les dirigieron la mirada.
No deberas ir a pasear sola ahora,
de verdad. Promteme que vas a
quedarte en la pensin, me oyes?
La atrajo hacia l, le rode la
cara con las manos y la bes a la
vista de todos.
Tienes razn dijo Ruth
despus de que l la soltara de
nuevo. Me quedar en la pensin,
porque de todas formas no podr
lograr nada yo sola aunque la
espera me consuma y me mate.
Salieron del local y fueron en
silencio hasta el aparcamiento de la
empresa en donde Henry iba a
cambiar de coche.
Para lo que tengo pensado para
maana necesito un coche ms
grande, y, adems, el mo tiene que
ir de todas formas al taller. As que
vamos a cambiar de coche y
enseguida te llevo a la pensin
explic l. Ayud a Ruth a salir del
automvil, cerr con llave el
Mercedes descapotable, tom a
Ruth de la mano y la condujo hasta
una camioneta pickup negra.
Ruth se estremeci cuando
reconoci la marca del automvil.
Era una Chevrolet, una camioneta
Chevy pickup de color negro, un
todoterreno como el que conducan
los granjeros. Se inclin un poco
hacia delante, con cautela, para ver
si detectaba algn araazo debido a
un impacto contra un rbol, pero
estaba todo demasiado a oscuras
como para reconocer nada.
Es tu coche? pregunt ella
sin poder reprimir un ligero temblor
en la voz.
Henry Kramer neg con la
cabeza.
Es un coche de la empresa.
Para poder atravesar sin problemas
la zona prohibida de las minas se
necesita un vehculo como este, con
una traccin potente y una gran
superficie de carga.
A pesar de convencerle esa
explicacin, se apoder de Ruth una
extraa sensacin. Este vehculo ya
lo haba visto en una ocasin,
estaba casi segura de ello.
Apenas se hubieron acomodado
en los asientos, Henry pis el
acelerador como si un diablo
anduviera pisndole los talones.
Condujo a toda velocidad por la
calle principal, sin mirar a derecha
ni a izquierda, y se pas de largo la
calle lateral en la que se hallaba la
pensin.
Qu pretendes? pregunt
Ruth. Adnde vamos?
Se me acaba de ocurrir una
idea dijo Henry. Hay una
galera abandonada en nuestras
minas. La conocen muchos
trabajadores. Ya fue utilizada en
diversas ocasiones como
escondrijo para las mercancas de
contrabando y objetos robados.
Puede que tu abuela se encuentre
all.
Ruth emiti un suspiro de
sorpresa. Claro! Dnde poda
tenerse escondida mejor a una
mujer anciana con un diamante que
en la vieja galera de una mina
abandonada?
Rpido, ms rpido!
apremi a Henry, y comenz a
moverse de un lado a otro de su
asiento por la inquietud.
Se le pas por la cabeza la
imagen de Horatio. Tendra
conocimiento de esa galera? O el
nieto de Davida Oshoha?
Henry detuvo el vehculo en un
lugar tan oscuro que Ruth apenas
poda reconocer su mano a un
palmo de sus narices. A lo lejos se
oa el murmullo del mar.
Dnde estamos? Hemos
llegado ya a la mina? pregunt
ella, y se asust al darse cuenta de
lo estridente que sonaba su voz en
el silencio de la noche.
S. Henry apret el botn de
una linterna, pero aun as, Ruth
segua sin poder ver nada, solo un
paisaje destripado. La tierra a sus
pies estaba negra, y negro estaba
tambin el cielo sobre ella sin
estrellas.
Como entre el cielo y el
infierno, pens ella.
Henry la agarr de una mano con
violencia.
Ven!
Ay, me haces dao! se
quej Ruth.
Ahora mismo te har an ms
dao.
Ruth se qued petrificada. Crey
haber odo mal.
Qu? Qu has dicho?
Me has odo bien dijo l con
una voz que de pronto sonaba dura
y hostil. Ya estoy harto de todo
este teatro. O te crees que me ha
divertido hacer el ridculo por la
ciudad hacindome ver con una
vaca como t, con una palurda del
campo malcriada?
Ruth se sinti como noqueada. Se
qued completamente rgida,
incapaz de pensar o de actuar, pero
muy por debajo de la conciencia
iba tomando forma el pensamiento
de que aquello no era ningn juego,
poco a poco fue dndose cuenta de
que Henry no era la persona que
ella conoca. Se libr de su rigidez,
avanz hacia l, le dio patadas, le
golpe con fuerza, pero l era ms
fuerte.
La agarr por los brazos, le
apart las piernas y la arroj
violentamente contra el suelo. Al
gritar Ruth, Henry se limit a rerse
con sorna.
Grita todo lo alto que quieras,
aqu no te va a or nadie. Nadie, ni
Dios, entendido? Y tampoco vas a
poder largarte. Todo este terreno
est lleno de agujeros, y antes del
alba te habras hundido con toda
seguridad en alguna de estas viejas
galeras. No es algo que fuera a
dolerme, no, pero todava te
necesito. La vieja no quiere soltar
el secreto del diamante.
T? T eres quien tiene a mi
abuela? Ruth estaba tan
anonadada que consinti que Henry
le atara las manos a la espalda sin
resistirse.
l la levant con toda rudeza y la
empuj para que echara a andar
delante de l hasta la entrada de la
galera.
T! Has secuestrado t a mi
abuela? Fuiste t. Ruth segua sin
poder crerselo.
Por supuesto. Qu te
pensabas, eh? Fue fcil esperar al
chico y llevarle en coche hasta su
aldea. Incluso le dej que se sentara
al volante. Lo tena a mi merced.
A Charly?
Qu s yo cmo se llamaba el
mocoso aquel. Me tom por el
agente del parque nacional. Cmo
no? Despus de todo haba tomado
prestado un coche del parque
nacional y tambin una chaqueta de
vigilante con la placa cosida.
Y te dijo l quin era y dnde
estaba mi abuela?
Me tomas por tonto? Ese
bastardito est chiflado por la
vieja. No me habra dicho ni una
palabra sobre ella. Poco antes del
oasis salt del coche. Pero t me
habas hablado de la sierra y me
habas dicho tambin que haba que
girar a la izquierda desde el oasis
dijo con una carcajada maliciosa
. T me lo contaste todito, todo
lo que yo quera saber. Sin ti no
habra encontrado a la vieja jams.
Y como t ibas a venir tambin,
solo tuve que esperar. Me lo pusiste
realmente muy fcil dijo, dndole
unas palmaditas en las mejillas a
Ruth. Mi amor, no existe en este
mundo otra persona tan sincera
como t.
Ruth le escupi a la cara. Le
habra gustado hacerle algunas
cosas ms, pero se lo impedan las
ataduras. Levant la pierna para
propinarle una patada, pero l se
zaf con habilidad.
Oh, mi pequea fierecilla! Si
llego a saber que te ibas a poner as
de arisca, te habra dado un meneo
ms fuerte en la cama le dijo,
cogiendo impulso con la mano y
abofetendola con tanta fuerza en la
cara que la cabeza de Ruth se
desplaz hacia atrs. No intentes
darme otra patada ni en broma!
dijo, hablando entre dientes.
Ruth se mordi un labio y dirigi
una mirada de odio a Henry.
Ahora entiendo por qu queras
salir conmigo a cenar esta noche,
para que la gente te viera conmigo,
a ser posible haciendo vida de
pareja, para no caer bajo sospecha
si se hace pblica mi desaparicin
en algn momento.
Kramer solt una carcajada.
Muy bien pensado, no te
parece? Y si llegara a producirse
una bsqueda de ti, yo sera el
primero en derramar lgrimas por
tu prdida. Pondr en movimiento a
la polica, a los bomberos, hasta el
ejrcito si es preciso. Estoy seguro
de que sabr hacer muy bien el
papel de amante apenado. No te
parece a ti tambin? Ah, se me
olvidaba, y habr un montn de
gente que podr testificar que no
estabas del todo bien de la mollera,
por ejemplo, el polica que te tom
declaracin. O tu patrona de la
pensin, por no hablar de muchas
otras personas en Gobabis.
Ruth jade. Lo que estaba
diciendo Henry era tan monstruoso
que se estaba quedando sin aliento.
Y todo tena su lgica. Qu ciega
haba estado!
Y ahora, adelante! Tenas
razn, no dispongo de mucho
tiempo. S, ya sabes, tengo una cita
a orillas del cauce del ro. Ya
puedes imaginarte dnde. No puedo
consentir que se caliente el
champn.
Ruth habra podido imaginar que
esas palabras le doleran, pero le
resultaron completamente
indiferentes.
Dnde est mi abuela?
Esprate, nia. Enseguida
podrs arrojarte en sus brazos. Y
una cosa ms voy a decirte dijo
Henry Kramer acercndose tanto a
Ruth que ella pudo olerle el aliento
cido a champn.
Ruth apart la cabeza, pero
Kramer se la sujet por la barbilla,
y la gir hacia l.
Mi amor, voy a darte un
consejo urgente. Scale a la vieja
dnde est el pedrusco o te
arrepentirs. Entretanto has podido
comprobar que no tengo el nimo
para bromas, verdad?
Ruth apret los dientes e hizo un
gesto negativo con la cabeza.
Antes prefiero morir.
Bueno, como t quieras. Nadie
os va a echar de menos tan pronto.
Excepto yo, claro est. Para las
autoridades, la vieja muri hace
tiempo. Y t? Pasar mucho
tiempo hasta que alguien descubra
vuestros cadveres en la vieja
mina. Y aun entonces seguira
siendo ms que dudoso que se
pudieran identificar.
Ruth se rio de desesperacin.
Y si te decimos dnde est el
diamante, ibas a dejarnos ir acaso?
Nos pondras unas provisiones en
un cesto, verdad? Y nos pondras
tambin algunos refrescos en una
neverita, a que s? Mira, yo ser
una palurda del campo, pero no
tengo ni un pelo de tonta, como
crees t. Nunca sabrs dnde est
el diamante Fuego del Desierto,
pues vas a matarnos s o s.
Kramer se encogi de hombros
con gesto desenvuelto.
Bueno, quiz consigas mantener
cerrada la boca, pero cuando
comience a machacarte cada dedo
de tus manos delante de tu abuela y
ella te oiga gritar y te vea sangrar,
crees que no va a cantar?
Ruth rechin de dientes.
Temblaba de ira, le temblaba todo
el cuerpo. Lo matar pensaba
. En cuanto tenga la ms mnima
ocasin, lo matar, muy despacito
para que se entere bien.
Vamos, contina andando!
le orden l agarrndola de los
hombros y empujndola para que
caminara hasta dar con la entrada
de la galera.
Estaba oscuro. El haz de luz de la
linterna no era suficiente aqu
tampoco para hacer reconocible el
entorno. Ruth ola la tierra, senta el
frescor y la humedad.
Ahora a la izquierda, corre!
Ruth tropez y se cay. Kramer
volvi a levantarla sin miramiento
alguno.
Vaca patosa! la insult l.
Solo espero que no me ensucies. No
quiero llegar a mi cita hecho un
cochino.
Entonces deberas lavarte antes
los dientes le espet Ruth con un
hilo de voz, recibiendo otro sopapo
por su insolencia.
Entonces se ampli el paso
formndose una cavidad. Kramer
ilumin brevemente la gruta con la
linterna.
Cuando Ruth vio a su abuela en un
rincn, respir hondo a pesar de su
miserable situacin. En ese mismo
instante, Kramer la empuj
abruptamente hacia el rincn, de
modo que Ruth fue a parar junto a
su abuela. Entonces se sac una
cuerda del bolsillo y le at con ella
los pies con tanta fuerza que apenas
poda moverse.
Deseo que las damas pasen una
noche tranquila dijo en un tono
burln. A continuacin apag la
linterna y poco despus se oyeron
los pasos de Henry Kramer
alejndose, para extinguirse luego
del todo.
Abuela, cmo ests?
Estoy bien, mi nia.
Gracias a Dios! Ruth se gir
como pudo con las ataduras y se
movi un poco a un lado. Cuando
sus ojos fueron acostumbrndose a
la oscuridad, pudo intuir al menos
el contorno del rostro de Margaret
Salden. Ests bien de verdad?
Hace un poco de fresco aqu
dentro, pero por lo dems me
encuentro bien.
Ruth senta el aliento de su abuela
en la mejilla.
Saldremos de aqu, te lo
prometo.
No, mi nia. Es demasiado
tarde. Por lo menos para m. Voy a
decirles dnde est la piedra, pero
primero tienen que dejarte ir.
Te matarn con toda seguridad
en cuanto tengan el diamante.
Lo s. Ya quisieron matarme
hace cincuenta y cinco aos. Dios
me ha regalado todo este tiempo. Y
me har digna de su regalo
salvndote la vida.
No! exclam Ruth con un
susurro. No, no puede ser!
Acabo de encontrarte, no, Dios no
puede ser tan cruel.
Dios no tiene nada que ver con
esto, mi amor dijo su abuela,
susurrando en un tono muy
carioso.
Las dos mujeres estaban sentadas
en el suelo una al lado de la otra,
con la espalda apoyada en la pared.
Ruth percibi muy pronto como se
le entumecan las extremidades.
Haba perdido toda nocin del
tiempo. Sus pensamientos se haban
sosegado y, no obstante, Ruth tena
la impresin de que todo daba
vueltas en su cabeza. Se oblig a
pensar qu deba hacer en esos
momentos, pero no se le ocurri
nada. Estaba maniatada al lado de
su abuela en una galera
abandonada, no tena ninguna
posibilidad de escapatoria. Y por
mucho que cavilaba, no haba nada
que pudiera rescatar a las dos
mujeres de all.
Dnde est la piedra?
pregunt Ruth.
Es mejor que no lo sepas, mi
nia.
As que la sigues teniendo?
Kramer ha registrado tu choza y no
ha encontrado nada, si le he
entendido correctamente.
Margaret Salden rio con
suavidad.
El lugar en el que est es muy
seguro, puedes creerme, mi nia.
Ruth intent incorporarse un
poco, pero las cuerdas estaban
demasiado apretadas.
Estoy aqu contigo en una mina
abandonada. Quiz muramos las
dos. Explcame al menos por qu
tengo que morir. Quiero saberlo,
quiero saberlo todo.
El tono de las palabras de Ruth
son firme y decidido. Estaba
dispuesta a luchar, aunque la lucha
no tena perspectivas de xito. Y
esa lucha comenzaba conociendo la
verdad, de eso estaba Ruth
absolutamente segura. Toda la
verdad.
Bien, de acuerdo dijo
Margaret Salden profiriendo un
suspiro. Acaso sea demasiado
tarde ya para protegerte. Mira, tir
la piedra al mar. A la altura de la
isla Halifax, frente a Lderitz, all
donde el mar est infestado de
tiburones.
Pero entonces les quitaste a los
nama su divinidad y arrojaste su
alma para que la devoraran los
tiburones dijo Ruth
desconcertada.
No, mi nia, no es as. He
vivido entre los nama. Ellos no han
perdido nunca su alma, pero el
diamante Fuego del Desierto les
haba trado ya suficientes
desgracias. Tu abuelo haba tenido
que morir por esa piedra, mi hija
tuvo que crecer sin madre ni padre
por su culpa. Esa piedra es eso
solamente, una piedra. Nada ms.
El alma de los nama habita en ellos
mismos, en sus rituales, en sus
historias y en sus mitos. Eso de que
la piedra contiene el alma de los
nama es una leyenda que puso en el
mundo un jefe de la tribu para
impedir las desavenencias entre sus
gentes. Les amenaz con el poder
de la piedra, pero los verdaderos
dioses de los nama son otros. Ya
era hora de acabar de una vez con
ese mal cuento y con todas las
supersticiones. Los nama han
aprendido entretanto que no
necesitan ninguna piedra que
proteja sus almas. Llevan sus almas
dentro del pecho. No actu sin el
consentimiento ni el
desconocimiento de los nama, sino
al revs. El jefe y su hijo me
llevaron remando en una barca por
el mar. Fue tambin voluntad suya
que la piedra descansara en un
lugar donde nadie ms volviera a
derramar sangre por su causa.
Entonces saben tambin los
nama con los que vives en qu lugar
est la piedra? sigui
preguntando Ruth.
Margaret Salden hizo un gesto
negativo con la cabeza.
El mar es grande, inmenso.
Nadie sabe dnde se encuentra
exactamente el diamante Fuego del
Desierto. El agua del mar ha
apagado el fuego.
Ruth rio en voz baja.
Qu tienes, mi nia?
Soy feliz susurr Ruth. Es
una locura, s, pero aunque estoy
aqu contigo encerrada en una
cueva, de pronto me siento feliz. Y
sabes por qu? Porque no has hecho
nada malo. Quisiste lo mejor y
actuaste en consecuencia. Quisiste
lo mejor para los negros y para los
blancos. Y no obraste en contra de
los negros, sino en favor de ellos y
con ellos dijo Ruth, moviendo la
cabeza y rindose de s misma.
De todas maneras he hecho
muchas cosas mal repuso
Margaret Salden. De lo contrario
no estaramos aqu.
Chis! susurr Ruth tocando
el antebrazo de su abuela. He
odo algo, y me ha parecido ver
tambin una luz.
Bah, qu dices! exclam la
anciana en tono tranquilizador.
Estars cansada. Deberamos
dormir para reunir fuerzas. Las
vamos a necesitar de verdad cuando
regrese Kramer.
18
La noche fue terriblemente fra.
La humedad fue reptando por la
ropa de Ruth y desde ella fue
ascendiendo por su cuerpo hasta
entumecerle los huesos.
A Margaret le castaeteaban los
dientes. Ruth poda percibir con
claridad que la anciana titiritaba de
fro. A Ruth le habra gustado
estrecharla en sus brazos y darle
calor con su cuerpo, pero las
cuerdas le impedan moverse del
sitio ni siquiera unos pocos
centmetros. Durante horas, Ruth
haba intentado en vano liberarse de
las ataduras de las manos. Estuvo
rozando unas contra otras, prob a
frotarlas contra una piedra, pero
todo lo que pudo destrozar fue la
piel de las muecas. Ahora le
dolan las manos, y a su lado la
anciana se estaba quedando
congelada sin remisin, estaba igual
que ella tumbada en el suelo,
desamparada, incapaz de hacer
nada.
A Ruth le asomaron las lgrimas a
los ojos. Y a pesar de que estaba
firmemente resuelta a ser valiente, a
no mostrar ninguna debilidad, no
pudo reprimir un sollozo.
No llores, mi nia dijo su
abuela en voz baja. Las lgrimas
cuestan energa. Ahrrala. El
momento de llorar est todava por
venir. Ahora lo que deberamos
hacer es cantar.
Qu? pregunt Ruth
desconcertada. Haba perdido su
abuela acaso el juicio por culpa del
fro?. Cmo has dicho?
Quieres que cantemos? Disculpa,
pero no estoy precisamente para
cantar, de verdad.
Prubalo, mi nia. Ya vers
cmo te ayuda dijo Margaret,
ponindose a entonar una cancin
con una voz rota de mujer mayor,
una cancin que Ruth, no haba odo
nunca, una cancin alemana,
nostlgica y oscura. Trataba de una
mujer sentada en lo alto de un
peasco, que se peinaba el pelo y
atraa a los pescadores a la muerte.
Cuando Margaret se puso a cantar
a continuacin una cancin que Ruth
conoca, se puso ella a entonar
tambin con bro para depararle a
su abuela una pequea alegra: Las
ideas son libres, quin es capaz de
adivinarlas?, pasan volando como
sombras en la noche. Nadie puede
orlas... Pienso lo que quiero y lo
que me anima...
Y Ruth se dio cuenta de que se
senta ms ligera, que regresaban a
ella su voluntad, sus fuerzas.
Cuando Ruth y Margaret
volvieron a despertarse, segua
estando tan oscuro en aquella gruta
que no pudieron decir si era todava
de noche o si afuera ya brillaba el
sol.
Cmo te encuentras?
pregunt Ruth.
Estoy bien, mi nia. No te
preocupes. Todo volver a su sitio.
Luego permanecieron en silencio.
Ruth tena sed. Pese a que la
humedad haba impregnado su ropa,
tena la garganta seca. Habra dado
mucho por un trago de agua, casi
todo por una Coca-Cola fra, pero
esas dos cosas eran imposibles. De
pronto le sobrevino a Ruth el
pnico. Qu pasara si no
regresaba Kramer? Iba a dejarlas
simplemente ah solas, en la
oscuridad, sin comida, sin nada que
beber hasta que murieran? Sinti un
estremecimiento al pensar que iba a
ver morir a su abuela, junto a ella, y
que ella misma iba a morir tambin.
Se apresur a quitarse de encima
esas tenebrosas ocurrencias y se
oblig a guardar la calma. Kramer
iba a regresar porque quera el
diamante. Tena que regresar para
obtener lo que quera.
Hblame de Rose. Qu vida
ha llevado? oy Ruth que le
preguntaba su abuela. Ruth
comprendi que deba hablar para
no volverse loca en la cueva. Y
empez a hablar y a contar. Habl
de Rose, de Mama Elo y de Mama
Isa, e incluso de Corinne y de la
familia de esta. Tambin habl de
las ovejas y de las vacas, de los
vecinos, de los viejos conocidos.
Y mientras Ruth hablaba, iba
pensando en Horatio. Si no haba
sido l quien la haba traicionado,
dnde se encontraba entonces? La
haba echado de menos? Y qu
planes tenan los otros negros? O
no existan estos? La pickup negra,
haba sido solo la de Kramer?
Pero no, no poda ser eso. Kramer
no poda haber sabido que ella y
Horatio se haban puesto los dos en
camino hacia Lderitz. O s? No
en vano haba odo hablar de los
once muertos de Windhoek, y l no
haba hablado de sus contactos con
las autoridades del gobierno de
Sudfrica, bajo cuya administracin
se encontraba Namibia. Pero no,
eso sonaba muy rocambolesco.
A Ruth le doli ser consciente de
que en los ltimos tiempos no haba
mostrado ninguna amabilidad hacia
Horatio. Era posible que se hubiera
vuelto ya a su casa, profundamente
decepcionado por el mal
comportamiento de ella y los
magros resultados para su trabajo
de investigacin. Ruth profiri un
suspiro. Le preocupaba que Horatio
pensara quiz mal de ella. Se
arrepenta ahora por el sarcasmo
mostrado, del cual tena la culpa
Henry Kramer sin ningn gnero de
duda. Y ella haba sido muy
ingenua, una palurda del campo, una
campesina que simplemente no
saba cmo funcionaban las cosas
en el mundo.
No haba llegado todava al final
de sus razonamientos cuando divis
el rayo de luz de una linterna.
Ya viene susurr Ruth,
escuchando atentamente los pasos
que se acercaban muy rpidamente.
Buenos das, seoras, espero
que hayan descansado bien.
El rayo de la linterna alcanz en
pleno rostro a Ruth, que cerr los
ojos.
Cario, pareces una flor
deshojada dijo Henry Kramer,
rindose con sorna. No tuviste
tiempo de tomar un bao. Bueno, y
qu? He trado caf. Os levantar el
nimo.
Coloc la linterna en el suelo de
modo que proporcionaba una
escasa iluminacin a la gruta. A
continuacin sac un termo de una
bolsa, llen el vaso de caf y se lo
llev a Margaret a los labios. La
anciana bebi, y Ruth vio cmo
enseguida se le reanimaba la cara.
Luego bebi tambin ella. Kramer
le sostuvo el caf con tanta torpeza
delante de la boca que acab
derramndoselo encima.
Supongo que no te fastidiar
esta mancha especialmente se
limit a decir l lacnicamente.
Bueno, de todas formas ests con un
pie en el otro barrio.
Volvi a meter el termo en la
bolsa. A continuacin solt las
ataduras de los pies de las mujeres,
puso primero a Ruth en pie, despus
a Margaret y las condujo a
empellones por la oscura galera.
Ruth se haba temido que su
abuela tendra dificultades para
caminar despus de todas las
penalidades sufridas, pero la
anciana se mantena bien derecha,
como si acabara de dormir en una
cama blanda.
Cuando llegaron al final del tnel
y vieron la luz del da, las mujeres
cerraron por un instante los ojos,
deslumbradas.
Vamos, deprisa, al coche! Y
no pensis en hacer ninguna
tontera. No hay un alma en
muchsimas millas a la redonda! Si
me voy, solo pasarn por aqu los
buitres, nadie ms dijo Kramer,
increpndolas con impaciencia.
Adnde nos dirigimos?
pregunt Ruth con una voz rasgada,
como si la humedad se hubiera
depositado en sus cuerdas vocales.
Vosotras fijasteis el lugar
anoche dijo l riendo, y esta vez
su risa son a burla. Vamos a la
isla Halifax. All bucearis para
buscar el diamante.
Ruth solt una carcajada.
No lo dirs en serio, verdad?
Estuviste espindonos?
Por supuesto, qu otra cosa
poda hacer si no? Os dej a las dos
solas por ese nico motivo. Quera
daros a vuestras bellas mercedes la
oportunidad de que os abrierais el
corazn la una a la otra. Y mira por
donde. Ha resultado ser una idea
fenomenal.
Pero eso es una locura! le
objet Ruth. Aquello est
infestado de tiburones. No hay
persona en su sano juicio que se
atreva a meterse en esas aguas.
Henry Kramer se encogi de
hombros con ademn de
indiferencia.
No he sido yo quien ha elegido
el lugar.
Es imposible que el diamante
siga estando all. El oleaje se lo
habr llevado. Quin sabe dnde
pueda estar ahora, quiz se
encuentre ya cerca de las costas de
Europa.
Ruth tuvo la sensacin de tener
que hablar para salvar su vida, pero
el rostro de Henry Kramer estaba
cerrado como una ostra, tan solo le
quedaba algn rescoldo de vida en
los ojos, y Ruth se dio cuenta de
que era intil toda palabra. En l se
haban agotado ya todos los
sentimientos.
Bueno, entonces espero que
tengis una buena capacidad
pulmonar, porque no vais a regresar
a tierra sin haber hallado antes el
diamante Fuego del Desierto. Y
ahora, venga, vamos! No voy a
contaros mis planes a ninguna de
las dos dijo l, empujando
violentamente a las dos mujeres
hacia el interior del vehculo.
Ruth mir a todas partes
ponderando las posibilidades de
alguna accin. Hasta la lnea del
horizonte no haba ms que tierra
resquebrajada. Intentar una fuga
aqu era lo mismo que suicidarse.
No haba nadie por aquel paraje, ni
nadie se pasara por all, no tenan
ninguna posibilidad de encontrar el
camino a la ciudad atravesando
aquellos terrenos.
Sultanos las ataduras le
rog Ruth. Tenemos los brazos
dormidos. Cmo vamos a poder
bucear as, si el cuerpo no nos
obedece?
Kramer solt una carcajada.
Qu te crees de lo que llega a
ser capaz una persona cuando no
tiene ms remedio? dijo,
apretujando a las mujeres en el
asiento trasero; acto seguido
aceler y sali de all.
Iban a toda velocidad por la zona
prohibida de las minas. Aqu y all
podan verse los chasis oxidados de
algunos vehculos. Un viejo
ascensor yaca como un animal
muerto junto a la carretera. No
haba cebras, ni siquiera antlopes
saltadores, tan solo sobrevolaban el
cielo en crculos unas aves grandes
que graznaban con las alas
desplegadas.
Ruth sinti un escalofro. Otra vez
senta que ascenda por su interior
el enfado que se transform
rpidamente en rabia. Tierra
muerta pens. Todo lo que les
hemos trado a los negros ha sido
tierra muerta.
En algn momento dejaron aquel
camino y doblaron por una
carretera asfaltada. En ella se
toparon de frente con bastantes
vehculos, probablemente de los
trabajadores del primer turno que
iban al trabajo, pero a nadie llam
la atencin que algo no estaba bien
en aquella pickup negra.
Ruth observ el lado interior de
la puerta trasera y se qued
mirando fijamente la manija.
Quiz sea posible saltar del coche
en marcha, se le pas fugazmente
por la cabeza, pero rechaz esa
idea incluso antes de acabar su
razonamiento. Segua teniendo las
manos maniatadas y apenas se
senta las muecas por el dolor. Sin
poder cubrirse con las manos al
caer, apenas tena posibilidades de
sobrevivir a una fuga del coche en
marcha.
Dirigi la vista a Henry Kramer,
que segua conduciendo en silencio.
Hasta ayer haba credo amarle y
que l la amaba, y hoy? l tena
las mandbulas bien apretadas, su
barbilla produca una impresin
firme, angulosa, y mantena
apretados tambin los labios.
Conduca con concentracin, pero
una y otra vez se llevaba la mano a
la frente y ese gesto revelaba lo
nervioso que estaba, la tensin que
estaba padeciendo.
No quieres el diamante para ti;
tengo razn, verdad? le pregunt
ella. Para quin lo quieres? A
quin le debes un favor? A quin
pretendes demostrarle algo?
Cierra la boca, pava estpida!
exclam l, y pis tan a fondo el
acelerador que las dos mujeres se
apretujaron contra la tapicera.
Cierra la boca y no te atrevas a
hablar de mi padre.
Ruth no haba mencionado en
ningn momento al padre de Henry,
pero ahora comenzaba a intuir quin
o qu le estaba impulsando a
realizar aquellas acciones. Otra
persona ms de las que tienen que
demostrar algo a sus progenitores.
Ella mir por la ventana. Haban
llegado entretanto a Lderitz. Era
todava muy de madrugada, mucho
ms temprano de lo que haba
credo Ruth en la gruta. Algunos
trabajadores caminaban arrastrando
los pies de cansancio y con los
rostros grises en direccin a la
mina de diamantes. Pasaron algunos
campesinos en carros tirados por
asnos, que iban de camino al
mercado. Se abran ventanas, se
hacan las camas. Una mujer regaba
las flores de su jardn, un poco ms
all se desperezaba un gato. Las
panaderas levantaban las rejas de
hierro, haba un camin
descargando fardos de peridicos
delante de un quiosco.
En un momento determinado, Ruth
crey ver su Dodge en una calle
lateral, con un hombre sentado al
volante, pero la luz del sol le caa
oblicuamente y no pudo verle la
cara. Probablemente he vuelto a
equivocarme. Al parecer, en
Lderitz no solo hay numerosas
camionetas Chevy de color negro,
sino que hay ms de un Dodge, se
dijo a s misma tratando de
convencerse. Se gir otra vez para
mirar el Dodge. Iba por detrs de
ellos a cierta distancia, pero ella
volvi a pensar que se haba
confundido, pues, a fin de cuentas,
la llave del coche estaba en su
habitacin de la pensin.
Margaret haba permanecido en
silencio durante todo el trayecto,
pero ahora dirigi la palabra a
Kramer.
Ruth tiene razn, no es cierto?
pregunt. No quiere la piedra
para usted, su padre le ha enviado,
le ha presionado, le ha dicho a
usted que es un fracasado si no le
lleva a casa el diamante Fuego del
Desierto, pero eso no es as, joven.
Por qu no se pone a buscarlo l
mismo? Por qu le enva su padre
a usted?
Cierra el pico! vocifer
Henry Kramer dando un volantazo
. Cerrad el pico ah atrs!
Silencio!
Ruth y Margaret se miraron
brevemente a la cara. Haban dado
a todas luces con el taln de
Aquiles de Kramer.
Hbleme de su padre volvi
a tomar la palabra Margaret.
Cmo es? Se le parece? Y qu
sucede con su madre?
Eso es algo que no te incumbe,
vieja! gru Henry. Cierra el
pico de una vez!
Pero entonces, mientras estaban
detenidos en un cruce peatonal, l
comenz a hablar :
Mi madre! Mi madre era una
persona sin carcter, haca todo lo
que le deca el viejo. l la
engaaba, se traa a sus mujeres a
casa, y mi madre les haca la cama
con las sbanas limpias e incluso
les preparaba el desayuno.
Y usted, joven?
l se encogi de hombros. El
cruce estaba expedito ahora y
prosiguieron el camino.
Yo? Yo le tena muchsima
rabia, pero no me atreva a hacer
nada. Me meaba en la cama hasta
que entr en la escuela, y el viejo se
burlaba de m por eso. Una vez
escurri las sbanas mojadas en un
vaso y me oblig a beberme mi
propia orina.
Y qu pas? sigui
preguntando Margaret Salden con
cautela. Se lo bebi usted?
Ruth estaba sorprendida de la
sensibilidad con la que su abuela
haba sido capaz de hacer hablar a
Henry Kramer.
Qu otra cosa podra haber
hecho? Por Dios, yo tena solo seis
aos. Luego lo ech todo. Me
entraron arcadas de asco y despus
me lav la boca con jabn dijo
l, pisando el acelerador como si
quisiera castigar al coche por la
infancia triste que haba tenido.
Eso debi de ser muy duro para
usted. Puedo explicarme ahora muy
bien que tenga la necesidad de
demostrarle algo a su padre.
Henry Kramer no dijo nada, se
limit a asentir con la cabeza.
Entretanto se estaban
aproximando al puerto, pasaron a
toda velocidad al lado de hangares
y contenedores. En el muelle haba
atracadas unas pocas
embarcaciones, la mayora de ellas
eran extranjeras. Haba gente
paseando por ese lugar, pero Ruth
estaba segura de que no caba
esperar ninguna ayuda de esas
personas. Por qu iba a tener que
preocuparse un marinero de Gdansk
o de Dubln por dos mujeres
blancas en Namibia?
Kramer detuvo el vehculo al
final de la carretera del puerto. Se
baj, cerr las puertas con llave y
desapareci en el interior de una
choza cochambrosa.
Ruth peg el rostro todo lo que
pudo a la ventana para poder leer el
letrero de la choza. ALQUILER DE
LANCHAS MOTORAS Y EQUIPOS DE
BUCEO, logr descifrar con esfuerzo
las letras parcialmente
descoloridas.
Oh, Dios mo! Qu pretende?
Va a alquilar una barca? Pretende
de verdad salir ahora en barca hasta
la isla Halifax? Es que no vamos a
poder pararle los pies? Es una
locura lo que pretende hacer!
Margaret Salden se encogi de
hombros aceptando su destino.
Estaba muy plida, con unas ojeras
tan pronunciadas que Ruth sinti
una gran preocupacin por ella.
Hay algo que pueda hacer por
ti? le pregunt.
Yo me encuentro
perfectamente, pero dime, cmo
ests t?
Tengo miedo admiti Ruth
con voz temblorosa. Me va a
obligar a bucear. Yo s nadar bien,
pero tengo miedo de los tiburones.
Sus palabras sonaron extraas a
sus propios odos. El miedo se le
haba incrustado en el pecho como
una roca y se le estaba cortando la
respiracin.
19
Horatio estaba sudando. Pese al
calor imperante llevaba unos
pantalones largos de color negro y
una camiseta negra de manga larga,
porque un hombre con el color de
su piel pasaba inadvertido llevando
ropas de color negro. Horatio lo
haba experimentado ya en sus
propias carnes. Una vez en
Windhoek, durante una noche de
verano, l sala de la biblioteca y
vio una bicicleta parada en el
semforo, simplemente una
bicicleta. l se qued sorprendido
de que una bicicleta se quedara en
pie ella sola, pero al acercarse,
reconoci que haba tambin un
ciclista, un hombre negro con un
uniforme negro. Esa noche se rio de
su vivencia y se pregunt por qu
los blancos no se volvan invisibles
con ropas blancas delante de
paredes blancas.
Ahora estaba agachado detrs de
la choza del puerto, expuesta al
viento, en donde se alquilaban
barcas y equipos de buceo sin hacer
muchas preguntas. David Oshoha
estaba tumbado a su lado, plido y
tenso, pero preparado para toda
accin.
Horatio se pregunt qu demonios
pretenda Kramer all, pero esa
pregunta se la haba formulado
demasiado a menudo en los ltimos
das, sin encontrar una respuesta.
Vio a Ruth detrs del cristal de la
pickup y cerr el puo. Ella pareca
muy cansada, muy plida.
Finalmente se haba decidido a
hablar con ella anteayer a primera
hora, con toda calma, con todo
detalle. l haba estado trabajando
mucho los dos das anteriores,
haba sacado algunas cosas a la luz
que l no hubiera ni soado, pero se
haba enterado tambin de cosas
que le dieron miedo, mucho miedo
por Ruth. Habra ledo ella su
carta? El hecho de que estuviera
ahora subida en el coche de Kramer
pareca indicar lo contrario. En
cualquier caso habra preferido dar
la alarma directamente al encontrar
vaca su habitacin en la pensin y
al no ver el Dodge en el
aparcamiento. Corri
inmediatamente a ver a la patrona
de la pensin, pero esta tampoco
saba nada sobre el paradero de
Ruth. Y luego estaba tambin el
nieto de Davida Oshoha, con quien
se haba topado en Lderitz. Haca
ya algn tiempo que Horatio se
haba dado cuenta de que les
seguan a Ruth y a l. Ya en
Keetmanshoop se fij en el coche
negro y reconoci a David Oshoha
en su interior. No le dijo nada a
Ruth para no intranquilizarla porque
saba que David era una persona
muy propensa a encolerizarse, un
hombre de buenas convicciones e
ideales, pero demasiado joven para
aceptar acuerdos.
David Oshoha era miembro de la
SWAPO en Windhoek, y Horatio
pudo imaginarse perfectamente que
no iba a dejar impune la muerte de
su abuela en la manifestacin. A
pesar de sus deseos de venganza,
David era un nama en cuerpo y
alma. Sin preocuparse por la
compatibilidad de sus
convicciones, crea tanto en los
antepasados y en los dioses como
en una igualdad de derechos de
todos los seres humanos. Una
igualdad de derechos que, en su
opinin, haba que imponer incluso
con la violencia de las armas si
resultaba necesario.
Horatio estaba inquieto desde que
haba descubierto que David les
segua. Y mucho ms ahora que
Ruth estaba desaparecida. Haba
buscado a David en toda la ciudad
y finalmente lo encontr en un pub
en el barrio de los negros.
Qu andas haciendo por aqu?
le pregunt.
Lo mismo que t, al fin y al
cabo somos nama los dos... Pues el
diamante, qu iba a ser si no?
Crees que lo tiene la chica?
pregunt Horatio.
S que es una Salden. Te me
quieres adelantar?
Horatio neg con la cabeza.
No, por supuesto que no. Se
trata de algo ms que del Fuego del
Desierto.
Y entonces le cont a David lo
que haba acontecido y lo que l
haba averiguado. Puede que David
no le creyera, pero no obstante le
prometi que le ayudara.
Horatio saba que poda confiar
en David. Los dos eran nama y, por
tanto, ua y carne. Todo lo dems
tendra su momento, podra
aclararse posteriormente, pero lo
principal ahora era encontrar a
Ruth.
As que Horatio se pas la
maana recorriendo una por una
todas las gasolineras de Lderitz.
Tard bastante hasta que encontr a
un hombre que se acordaba de Ruth,
pero este no supo decirle hacia
dnde se haba dirigido.
Finalmente enrol a David para ir
juntos al desierto. El hecho de que
ella estuviera estrechamente ligada
al diamante puso las cosas ms
fciles a Horatio a la hora de
convencer a David para que
colaborara con l. Y ayer a primera
hora de la maana se haban puesto
en marcha siguiendo la ruta del
desierto y pasando por las dunas de
arena que tenan la altura de un
hombre tal como las haba descrito
el chico haca unos das.
De camino se les revent un
neumtico. Cambiarlo a pleno sol
les haba costado mucho sudor y
tiempo. Y as era tarde cuando
finalmente llegaron a la aldea nama.
Las mujeres y los hombres estaban
sentados, inactivos en torno a una
hoguera apagada y rogando a los
antepasados que la mujer blanca
siguiera con vida. La mujer blanca
que haba enseado a los nios a
leer, a escribir y a contar. La mujer
blanca que se cuidaba de que los
hombres no pegaran a las mujeres,
que se ocupaba del correo, de los
asuntos burocrticos, que limaba
asperezas y que haba salvado la
vida a ms de uno comprando
medicamentos en la farmacia de
Lderitz o atosigando a las madres
para que fueran con sus hijos a un
mdico.
La mujer blanca nunca exigi
nada a cambio por sus acciones.
Coma con ellos, beba con ellos,
rea con ellos, lloraba, viva, se
apenaba con ellos, era una de ellos.
Si hubiera sido posible, los nama
habran teido de negro a la mujer
blanca para que fuera igual que
ellos en su aspecto externo. Pero
ahora estaba lejos, y a los nama les
pareca que el espritu bueno se
haba ido de su poblado. Alguno
entonaba una cancin, pero la
interrumpa a los pocos compases.
Uno de los hombres se levant,
agarr una flecha, corri en
crculos con ella y volvi a sentarse
finalmente. Lo ms extrao fue que
los nios no jugaban, no andaban
haciendo sus trastadas, sino que
estaban sentados en silencio al lado
de sus madres, garabateando con un
palito en la arena; haba
desaparecido de ellos toda alegra,
no decan nada, escuchaban lo que
decan los adultos, esperaban que
alguno tuviera una idea pero no
haba nadie a quien se le ocurriera
nada.
Una nia pequea comenz
finalmente a llorar, los dems nios
hicieron otro tanto, y por un breve
tiempo, sus lamentos pudieron orse
ms all de las dunas.
Horatio necesit bastante tiempo
para enterarse de lo que haba
sucedido. Oy hablar de la joven
blanca y Charly le cont lo que
haba observado en el rbol. Y
aunque David estaba cansado y con
gusto habra permanecido una noche
en aquel oasis, Horatio le apremi
a regresar de inmediato a la ciudad.
Estaba contento de que los nama
hubieran demostrado al joven
colrico, que segua apenado por la
muerte de su abuela, que los Salden
no eran enemigos de los negros.
Es posible que me haya
equivocado admiti David
durante el camino de vuelta, y el
resto del viaje se lo pas mirando
la carretera, sumido en sus
pensamientos.
Cuando Horatio lleg por fin a la
ciudad, le dolan todos y cada uno
de los huesos. Estaba cansado,
destrozado, hambriento, sediento y
sucio, pero se reanim de golpe al
enterarse de que Ruth haba
regresado a la pensin.
Dnde est? pregunt con
apremio a la patrona.
Cmo voy a saberlo? No est
obligada a dar parte de sus salidas.
Horatio examin de arriba abajo
a la patrona y le puso entonces un
billete encima del mostrador. La
mujer agarr el billete y se lo meti
en el canalillo.
El hombre estuvo aqu, ese que
ya ha estado con frecuencia por
aqu. Una vez le trajo unas rosas,
tambin vino una vez que no estaba
ella, me pidi la llave de su
habitacin. La llave de su
habitacin! Imagneselo! Adnde
vamos a ir a parar si le doy la llave
de una habitacin a cualquier
persona que pregunta por otra? Me
pregunt si no sera lo ms sensato
informar a la chica. Si uno es as de
celoso ya antes del matrimonio y
quiere tener controlada en todo
momento a su querida, qu no har
cuando ya est casado? Pero
mantuve la boca cerrada. Inge,
me dije a m misma, esa joven ya
es lo suficientemente mayor. No te
metas en donde no te mandan. Y es
que nunca lo he hecho hasta el
momento porque eso significara la
muerte de mi negocio. El ramo de la
hostelera pervive gracias a su
discrecin. Los que hablan mucho
son los primeros en arruinarse.
S, s volvi a apremiarla
Horatio. Aprecio su discrecin,
seora, pero dgame de una vez, por
Dios, dnde est ella. Podra ser
que se encontrara en dificultades.
Est embarazada?
Qu?
Le he preguntado si es posible
que la joven est embarazada. Hace
poco la o desgaitar... quiero
decir, la o vomitar, bueno, no s si
o bien. Suele pasar que una
jovencita regala simplemente su
virtud, y enseguida se encuentra con
una criatura al cuello antes de lo
que se esperaba.
No, no me refiero a ese tipo de
dificultades. Bueno, dgame, sabe
usted dnde est?
La patrona de la pensin neg con
la cabeza.
No est su coche ah afuera?
S, pero ella no est en su
habitacin.
Bueno, yo no lo s, pero puedo
preguntar. Tom aire y comenz
a vociferar por toda la casa:
Nancy! Naanncy!
Una joven negra acudi a toda
prisa.
Me llamaba, seora?
Has visto salir a la seorita
blanca del pelo largo rojo?
pregunt.
Nancy asinti con la cabeza.
Oh, s, iba acompaada de un
hombre, un hombre guapo, pero
tena unos rasgos duros en la boca.
Me pregunt si la seorita
simptica se haba fijado en eso.
Horatio respir hondo varias
veces. Habra querido gritarles
algunas cosas a las dos mujeres,
pero entonces no les habra podido
entresacar nada.
Sabe adnde se dirigieron?
pregunt, haciendo acopio de toda
su paciencia.
Nancy neg con la cabeza.
No fueron a pie, sino en coche,
en un descapotable dijo. Y
bajando la voz susurr en un tono
de admiracin: Era un Mercedes.
Y no oy por casualidad
adnde dijeron que iban? No dijo
nada el hombre?
Nancy neg con la cabeza al
tiempo que sacuda el plumero del
polvo que mantena sujeto en una
mano.
No, no s nada ms. Ayer por
la tarde, su cama estaba
completamente deshecha, as que
tuve que hacrsela de nuevo para la
noche.
Y durante la cena? Vio ella a
alguien all?
Esta vez fue la patrona quien
sacudi la cabeza.
No, solo estaban los dos
seores de la habitacin cuatro y la
joven sudafricana de la habitacin
tres. Tuve que tirar cuatro
panecillos.
Horatio dio las gracias, sali
corriendo, encontr el Dodge
delante de la pensin. Pens dnde
podra encontrar enseguida un
conductor, pero no se le ocurri
nadie. David le haba anunciado
que quera emborracharse esa
noche porque le haban sucedido
demasiadas cosas, haba perdido a
un enemigo y ahora ya no saba
cmo deba vengar la muerte de su
abuela. As que el joven decidi
que lo primero que tena que hacer
era recomponerse.
Horatio haba dejado marchar a
David, a pesar de que en realidad
le necesitaba. Intua las cosas que
le estaban pasando al joven por la
cabeza y por el corazn. Y saba
que buscaba una oportunidad para
reflexionar sobre todo lo que le
haba sucedido en esos ltimos
das.
Regres corriendo a la pensin.
Deme las llaves de su
habitacin pidi a la patrona.
Esta se cruz de brazos.
Cmo se me podra ocurrir
una cosa as, joven? No y no. No
consiento que nadie espe a mis
clientes. No se lo permito a un
blanco, y mucho menos se lo
permitira a un negro.
Se coloc delante del tablero de
llaves de tal modo que Horatio
tena dificultades en alcanzarlo.
Antes de tener que llegar a las
manos, Horatio acab gritndole a
la mujer:
Esa seorita se encuentra en un
grave peligro. Quiere usted tener
parte de la culpa de lo que le
ocurra?
La mujer puso una cara
compungida.
Deme la llave, ahora mismo!
repiti Horatio. Venga usted
conmigo y comprobar que no voy a
quitarle nada ms que las llaves de
su coche.
Horatio extendi una mano, y la
mujer deposit en ella la llave de la
habitacin de Ruth al tiempo que
profera un suspiro. Horatio subi
las escaleras a toda prisa, la
patrona le sigui, encontr la llave
del Dodge al primer intento, se
precipit escaleras abajo y corri
hacia el Dodge. Y ahora qu? l
no tena licencia para conducir,
nunca tuvo dinero para sacrsela. Y
haban pasado algunos aos desde
que le dejaron llevar el coche de su
primo por un camino vecinal.
Vamos! se dijo Horatio a s
mismo para infundirse valor. La
cosa no iba aqu de una abolladura
ms o menos en la carrocera, sino
de vida o muerte. Arranc el coche,
pis a fondo el embrague y dio
tanto gas que el vehculo se cal.
La segunda vez, sin embargo, el
Dodge se puso en movimiento entre
sacudidas.
Con cada metro que avanzaba,
Horatio iba conduciendo con mayor
seguridad. Entretanto, haba
oscurecido tanto que en las
callejuelas laterales que no estaban
iluminadas por farolas no poda
verse nada a un palmo de las
narices. Horatio conduca con toda
la prudencia de que era capaz, sin
perder por ello velocidad. No
obstante, en una ocasin roz el
espejo retrovisor exterior de otro
coche y pellizc un neumtico
contra la acera al doblar una
esquina. Enseguida dej el centro
de la ciudad y conduca colina
arriba, hacia las mansiones de los
blancos. All arriba haca fresco, y
las propiedades estaban protegidas
con vallas altas contra el viento
cortante al tiempo que contra los
curiosos.
En el banco haba averiguado la
direccin de Henry Kramer. Para su
sorpresa haba sido ms fcil
conseguirla que obtener la llave de
la habitacin de Ruth en la pensin.
Horatio haba tenido suerte. Fue a
dar con una mujer que tena algunas
cuentas pendientes con los Kramer.
Le dijo a Horatio todo lo que saba,
le hizo fotocopias de algunos
documentos con su mquina
fotocopiadora Xerox, y tambin le
dio la descripcin y la direccin de
la casa de Kramer.
Cuanto ms se iba acercando a la
mansin blanca, ms despacio fue
conduciendo Horatio el vehculo.
Poco antes de llegar a ella, apag
las luces y sigui conduciendo los
ltimos metros a ciegas en la
oscuridad.
Dej el coche a un lado de la
calle y dio una vuelta a pie a la
propiedad. Haba vallas altas por
todas partes que en algunas partes
estaban rematadas con alambre de
espino. Horatio sonri. De qu le
sirve a uno toda su riqueza si la
guarda con tanto miedo a perderla?
pens. No se dan cuenta de
que son prisioneros, prisioneros del
dinero, encerrados tras una
alambrada de espino?
Le habra gustado entrar en la
propiedad a hurtadillas. Quizs
hasta se hubiera atrevido a meterse
en la casa, pero Horatio no era
ninguno de esos hroes que superan
con un simple salto los muros y las
alambradas. Adems tena miedo a
los perros. Y detrs de la valla vio
a dos perros dberman que estaban
pelendose por un pedazo de carne
sanguinolenta. As que se limit a
estirarse lo ms alto que pudo.
Detrs de una ventana vio a un
hombre mayor sentado en una silla.
Heinrich Kramer.
Heinrich Kramer era quien tiempo
atrs haba dirigido la Compaa
Alemana de Diamantes y de quien
corran los ms extraos rumores
desde esa poca. Kramer
desapareci repentinamente cuando
en Europa estall la Segunda
Guerra Mundial. Y regres a
comienzos del verano de 1945.
Desde entonces caminaba
arrastrando una pierna, pero nadie
saba dnde haba estado durante
los aos de guerra, del mismo modo
que nadie saba lo que l haba
hecho exactamente durante las
rebeliones de los nama y de los
herero, cuando tuvo a su cargo un
regimiento a las rdenes del general
Von Trotha.
Ahora lo tena ah delante
sentado, un hombre mayor cuyas
fuerzas no le alcanzaban para
proteger todo aquello que haba
estafado y robado durante tantos
aos.
Horatio no pudo menos que
reprimir un leve suspiro de
compasin. En otros tiempos,
cuando l, que proceda de una
familia pobre, conoci a otros
nios cuyas familias eran ms ricas
que la suya, y ahora, que conoca a
hombres de su edad que conducan
automviles caros, que posean
relojes valiosos y que vivan en
mansiones blancas, reflexion
mucho sobre las bendiciones de la
riqueza. Una vez se detuvo incluso
delante de un puesto de venta de
lotera y pens lo que podra
emprender con el cuantioso dinero
del primer premio. No fueron
muchas cosas. Pens en comprarles
a sus padres y hermanos aquello
que deseaban tener, una casita
nueva quizs, una nevera y una
lavadora para la madre y las
hermanas, y para los hombres,
bicicletas y un abono a perpetuidad
para el ftbol. No haca falta tener
un automvil en Windhoek, al
menos no en el barrio en que haba
vivido siempre su familia. Para l
no quiso nada, solo unas gafas
nuevas con unos cristales finos y
una montura liviana.
Horatio ya haba descubierto en
edades muy tempranas que la
riqueza era un antnimo de la
libertad. Y eso era algo que poda
verse con toda claridad en aquel
anciano, que era prisionero de s
mismo, que se hallaba detrs de una
alambrada de espino, vigilado por
perros de presa, que ya no era
capaz de hacer lo que realmente
deseaba, y lo que era todava peor,
que viva angustiado por completo
de que alguien pudiera quitarle
algo.
Horatio se haba preguntado
siempre por qu las personas
aspiraban a tener ms y ms dinero.
Uno poda comer solo hasta
saciarse, uno poda dormir en una
sola cama, uno poda vivir en una
sola casa y caminar con un solo par
de zapatos.
Horatio se haba enterado por la
mujer joven del banco de que Henry
Kramer viva tambin en esa casa,
infectado por la codicia de querer
cada vez ms dinero y propiedades.
Horatio no saba qu poda vincular
al joven con el dinero, quizs el
reconocimiento social o el amor,
pero Kramer era un estpido si
crea realmente que poda comprar
algo as, algo autntico, duradero.
Cmo deba de ser eso de no
poder estar uno seguro de si le
aman por lo que eres o por lo que
tienes? Cmo deba de ser eso de
no poder decir nunca con total
seguridad si la mujer a la que uno
amaba acudira tambin en un futuro
a verle si en lugar del Mercedes
solo tuviera aparcada en la calle
una vieja bicicleta? Y qu ocurra
con uno mismo? Qu suceda con
el alma si se acababa el dinero?
De dnde sacar entonces para
vivir? Se olvidaba uno durante esa
caza del dinero lo que le haca
verdaderamente persona?
Cuando el coche de Henry
Kramer encar la rampa de acceso
a la vivienda, Horatio se
encontraba sumido en los ms
profundos pensamientos. A travs
de las ventanas iluminadas observ
al joven Kramer servirse un licor,
revisar el correo, dirigirse luego a
un cuarto, probablemente el cuarto
de bao, y salir de all en pijama.
Luego se dirigi a otra habitacin,
probablemente el dormitorio, y
apag la luz.
Para Horatio haba llegado
tambin el momento de arrastrarse
hasta el coche y dormir tambin un
poco. Tena miedo de que se le
escapara el joven Kramer a la
maana siguiente. l era negro y
pobre, haba aprendido a no
depender de los objetos, sino a
confiar en l y en su instinto, y eso
es lo que iba a hacer tambin esa
noche.
20
Ruth apret los dientes para
reprimir el temblor. Senta las
manos hmedas y pegajosas, tena
la garganta reseca. Tambin
Margaret Salden pareca estar
desasosegada. Haba empalidecido
todava un poco ms, las ojeras las
tena an ms oscuras y
pronunciadas. Profiri un ligero
suspiro.
Qu te ocurre? pregunt
Ruth.
Mis brazos. Me duelen los
hombros. Deseara librarme por fin
de estas ataduras.
Enseguida. Enseguida pasar
todo intent consolarla Ruth,
pero ella misma no crea en sus
palabras.
Mir al exterior por la ventanilla
del coche. Henry Kramer sala en
ese momento de la choza de
alquiler de barcas y se diriga al
coche llevando un equipo de buceo
en la mano.
Le segua un chico negro que
arrastraba una botella de aire
comprimido.
Ruth mir al cielo que brillaba
ntido y azul por encima del mar.
Busc jirones de nubes intentando
averiguar si ese tiempo se
mantendra, y se pregunt tambin
si vera ese cielo hoy por ltima
vez. Lament haber puesto tan poca
atencin a tantas cosas en su vida.
No podra despedirse de nadie, ya
no podra decir a Mama Elo y a
Mama Isa lo mucho que las quera.
Y no volvera a ver a Rose. Se
echara a llorar su madre ante la
tumba de ella?
A Ruth le habra gustado decirle a
su madre que Margaret la haba
querido mucho, y que justamente
por ese motivo la haba entregado a
otra persona, para que Rose pudiera
vivir. Haba un amor que era muy
grande, tanto, que el destino de la
otra persona pesaba ms que el
propio. Margaret lo haba
demostrado. Rose no tena ningn
motivo para estar triste ni para
sentirse abandonada o repudiada.
Haba pocas personas a las que se
hubiera querido como a ella, y ya
era hora de que Rose lo supiera.
Quizs as fuera ms feliz el resto
de sus das.
Tambin le habra gustado a Ruth
reconciliarse con Corinne. Quera
decirle que ahora saba lo guapa
que una poda estar con un vestido
bonito, y le habra gustado pedirle
que cuidara bien de su madre. Rose
necesitaba a una persona que se
preocupara de ella. Estaba muy
sola, siempre haba estado muy
sola, era una persona solitaria a
pesar de su familia, a pesar de sus
amigos. Pero quizs era ya
demasiado tarde para eso. Poco
despus iba a estar embutida en ese
equipo de buceo y tendra que
meterse en el mar. Ruth era
terriblemente consciente de que no
tena ninguna posibilidad de
encontrar el diamante. Y tena las
muecas desolladas. Era muy
posible que eso atrajera a los
tiburones. Sera muy dolorosa la
mordedura de un tiburn? Ruth
esper perder rpidamente la
conciencia en ese caso. Tambin
podra quitarse la mascarilla de la
cara y entonces morira asfixiada,
ahogada. Era mejor eso que ser
desgarrada por los dientes de los
tiburones? Era menos doloroso?
Le habra gustado rezar, pero su
confianza en Dios haba ido
desapareciendo en los ltimos das.
Y si se dirigiera a los antepasados
como hacan los nama? Ruth
reflexion unos instantes y cerr los
ojos para hablar con su abuelo
Wolf Salden. Si no existe otra
posibilidad, entonces ven a
buscarme t implor en silencio
. Haz que sea rpido,
promtemelo!
Un estallido la arranc de sus
pensamientos. El chico negro haba
arrojado la botella de aire
comprimido en la superficie de
carga de la furgoneta.
Henry Kramer arroj el traje de
buzo despus y se subi al
vehculo.
La mar est muy tranquila hoy
dijo, dirigindose a las dos
mujeres. Estis de suerte. No
habr rfagas de viento hasta el
medioda. Rezad a Dios para que
hayis acabado entonces. Luego
profiri un suspiro y dio la vuelta a
la llave para arrancar el vehculo.
Al no arrancar a la primera, Kramer
se puso a dar violentos golpes al
volante. Qu mierda! Qu
maldita mierda!
Ruth y Margaret se miraron a los
ojos. No poda pasarse por alto que
Kramer haba perdido los nervios
definitivamente.
Quiz s tengamos una
oportunidad, se le pas a Ruth por
la cabeza, pero entonces se dio
cuenta de que el chico negro haba
desaparecido y de que no poda
verse a ninguna otra persona a lo
largo y ancho de aquel paraje. No
llegaran muy lejos si escapaban.
Venga, arranca ya!
El coche arranc finalmente para
alegra de Kramer. Condujo el
vehculo por los terrenos del puerto
y lo detuvo poco despus ante una
barrera, detrs de la cual
comenzaba la carretera que
atravesaba la zona prohibida de las
minas. Kramer se baj del vehculo,
abri la barrera empujndola hacia
arriba, pas el coche, volvi a
bajar la barrera y se asegur dando
un tirn fuerte de que quedaba
realmente cerrada.
Siguieron adelante alrededor de
media hora sin encontrar tampoco a
ninguna otra persona. Ruth no vio
siquiera animales por la ventanilla
del coche, solo aquellas aves
grandes que volaban en crculo por
encima de ellos.
Kramer detuvo el coche
abruptamente al borde de una
pequea baha, se baj y sac a
Ruth a empellones de su asiento.
A algunos metros de la playa les
estaba esperando el chico negro del
puerto. Estaba sentado en una
pequea barca con motor
observando aburrido lo que acaeca
en la baha.
Cuando Kramer cort las ataduras
de las manos a Ruth, esta dio un
suspiro de alivio y se frot con
cuidado las articulaciones
doloridas.
Y ahora ponte el traje de buzo,
vamos! dijo l entre dientes.
Daba la impresin de estar
extremadamente tenso y disgustado
a la vez. Has buceado alguna
vez?
Ruth neg con la cabeza.
Deb habrmelo imaginado!
Qutate los pantalones y la blusa!
Ruth titube. No quera volver a
desnudarse otra vez delante de
Kramer. l conoca ciertamente el
cuerpo de ella, era el primero y
nico hombre que lo haba visto,
pero haba perdido todo derecho a
contemplarla de nuevo en cueros.
Est bien, ya me doy la vuelta
dijo Kramer visiblemente
nervioso. Tampoco es que sea
muy excitante para la vista eso que
tienes para mostrar.
Ruth hizo lo que le haban
ordenado, se desnud y se embuti
enseguida en el traje de buzo, que
tena un tacto fro y un poco
pegajoso.
Qu va a pasar con mi abuela?
pregunt Ruth cuando estuvo
completamente vestida delante de
l.
Qu pasa con la vieja?
Kramer la mir como si se hubiera
olvidado por completo de la
anciana.
Ruth mir a su alrededor
disimuladamente. Saba que no le
quedaba mucho tiempo. Aqu en
tierra, Margaret podra quiz
liberarse. Quiz llegara alguien
por aquel camino que pudiera
ayudarla, pero en el agua podra
necesitar tambin a su abuela para
dominar al chico y a Kramer.
Saba nadar su abuela?
Probablemente lo mejor sera que
se quedara en tierra.
No querrs dejarla aqu en
tierra, verdad? pregunt ella con
la esperanza de que su protesta
moviera a Kramer precisamente a
hacer lo contrario.
Qu va a hacer en tierra? Me
quieres tomar el pelo? La necesito
en el mar. Solo ella sabe dnde
hundi el condenado diamante!
Ruth asinti con la cabeza; no
haba meditado esa circunstancia.
Sultale al menos las ataduras.
Si no puede moverse porque siente
dolores, tampoco podr pensar con
serenidad. El dolor limita la
memoria.
Kramer la mir con
incertidumbre, luego sac a
Margaret Salden del coche, le cort
las ataduras y arroj las cuerdas a
un lado.
No vayas a pensar que me trago
las tonteras que acabas de decir
dijo a Ruth entre gruidos. Pero
qu va a poder hacer la vieja en el
agua? Quizs haga memoria cuando
te vea nadando y se acerquen las
aletas de los tiburones.
Propin un empujn a Ruth.
Vamos, corre! No vas a
montarme ninguna escena en estos
pocos metros hasta la barca dijo,
llevndose la mano a la pretina del
pantaln y sacando de ella una
pistola. Un paso en falso y
emplear esta cosita, entendido?
Los ojos de l se haban vuelto
muy pequeos. Ruth comprob en
aquella mirada que estaba hablando
muy en serio. Pareca
completamente decidido a llevar a
cabo su plan, sin importarle cmo
acabara todo.
De ese diamante dependen
muchas cosas para ti, no es cierto?
pregunt ella.
Eso te importa una mierda a ti,
querida ma! No tienes ms que
encontrarlo y subirlo a la barca,
todo lo dems est fuera de tu
incumbencia.
21
Horatio estuvo a punto de dejar
escapar a Kramer. El sol no era
ms que un leve resplandor de un
tenue color rosa en el cielo cuando
su automvil sala por la salida de
vehculos de su mansin. Al mismo
tiempo, alguien llamaba por la
ventana del Dodge. Era David.
Sonri enseando los dientes a
Horatio, abri la puerta y ocup el
asiento del copiloto.
Pens que a lo mejor podras
necesitar mi ayuda.
Horatio se frot los ojos, salud
con la cabeza a David, y a
continuacin condujo lentamente y a
una distancia considerable por
detrs de Kramer. Tena que ser
prudente, porque Lderitz segua
dormitando y cada sonido se
escuchaba con una intensidad dos
veces mayor que a plena luz del
da.
Horatio empez a renegar cuando
se dio cuenta de que Kramer
tomaba el camino hacia las minas
abandonadas.
Cmo no se me ha ocurrido
antes? Adnde si no iba a llevar a
las mujeres? No iba a hacerlo a su
elegante mansin blanca, por
supuesto que no.
De qu ests hablando?
pregunt David.
En unas pocas frases explic
Horatio lo que haba sucedido
desde la vspera. David iba
asintiendo con la cabeza durante las
explicaciones.
Fue una equivocacin ver las
cosas solo blancas o negras dijo
en voz baja. En ocasiones lo
negro parece ser blanco, y en la
oscuridad todos los blancos son
negros.
Horatio no replic nada. Intuy
que David haba reflexionado
mucho durante la noche pasada, y
estaba contento de que el joven se
hubiera decidido a dar por
finalizado su asunto con los Salden.
Davida Oshoha se habra sentido
sin duda orgullosa de su nieto.
Cuanto ms se iban acercando a
la mina, tanto ms se le fue
revelando a Horatio que haba
estado esperando, contra todo
juicio sensato, descubrir una seal
de vida de Ruth y de su abuela en la
mansin de los Kramer. Ahora
chorreaba de sudor al darse cuenta
de lo ingenua que haba sido esa
esperanza. Haba ledo muchas
veces en el peridico que se haba
hundido tal o cual galera
abandonada. Una vez el
derrumbamiento se debi al agua de
las precipitaciones; otra vez, a una
sequa extrema.
No respir hondo hasta ver desde
una distancia segura cmo salan de
la galera Ruth y Margaret dando
tumbos. Pero las ataduras que vio
en las muecas de las dos mujeres
le partieron el corazn.
Horatio se oblig a permanecer
sereno al ver cmo Kramer
empujaba a sus dos prisioneras al
interior del vehculo. Durante todo
el tiempo estuvo tentado a saltar del
coche, dirigirse hacia ellos y
estrangular a Henry Kramer con sus
propias manos, pero permaneci
sentado, no solo porque se dio
cuenta de que Kramer estaba
armado, sino sobre todo porque su
intervencin solo poda empeorar
an ms las cosas. David y l
estaban solos, eran dos negros, sin
testigos, y cualquier tribunal del
pas los condenara a ellos y a las
mujeres, en lugar de ocuparse de
las maquinaciones del Diamond
World Trust. Se trataba de mucho
ms que de un diamante. Tena que
mantenerse en su posicin si quera
rescatar a Margaret y Ruth y
ayudarlas tambin a salvar la granja
y salvaguardar sus derechos, si
quera poner freno a las malvadas
maquinaciones del consorcio. Tena
que aguardar el momento preciso
por mucho que le costara
dominarse.
Para Horatio transcurri una
infinidad de tiempo hasta que el
automvil se puso finalmente en
marcha, pero que Kramer condujera
primero en direccin a la ciudad
significaba una ventaja para
Horatio, porque entretanto se estaba
desperezando la ciudad, y entonces
ya no resultaba tan difcil seguir a
Kramer sin levantar de inmediato
sospechas. En una ocasin, a
Horatio le pareci que Ruth se daba
la vuelta. l tuvo la esperanza de
que ella reconociera su coche, que
sintiera que l se encontraba cerca
y que ya no deba pasar ms miedo,
pero por otro lado se temi
exactamente eso, pues pens que
ella podra delatar entonces su
presencia a travs de cualquier
comentario realizado de manera
irreflexiva.
En el puerto fue todava ms fcil
pasar desapercibidos. Haba
camiones cargados de tarimas
circulando por todos los lados, las
gras trasladaban las cargas de los
camiones a los barcos, las
carretillas elevadoras atravesaban
el recinto.
Horatio tuvo que estar muy atento
para no perder de vista a Kramer en
todo aquel jaleo. Entre los
gigantescos hangares haba
demasiadas callejuelas que
conducan a la zona interior del
puerto y que volvan a ramificarse,
pero Horatio tuvo suerte porque
Kramer permaneci en la calle
principal que iba en paralelo al
muelle, y no se detuvo hasta el final
del puerto, all donde tenan su
morada semiderruida los
encubridores y los jugadores, los
comerciantes pcaros y otros
turbios personajes de mal vivir.
Quiere ir al mar dijo Horatio
desconcertado al ver a Kramer que
se meta en un local de alquiler de
barcas. Pretende ir con las
mujeres al mar! Dios mo! Qu
querr hacer all? Ahogarlas?
Arrojarlas como alimento a los
peces? No tiene ningn sentido!
Kramer quiere el diamante, qu
quiere hacer en el mar, por Dios?
David permaneci en silencio, se
encogi ligeramente de hombros.
Horatio no tuvo mucho tiempo
para reflexionar porque vio a un
chico negro arrojar una botella de
aire comprimido en la superficie de
carga de la pickup, y Kramer
arrancaba enseguida de nuevo el
vehculo.
Horatio se puso a renegar. Deba
dejar a Kramer simplemente que se
fuera? O deba hablar con el chico
que haba desaparecido en
direccin al embarcadero? Sigui
con la mirada la Chevy negra que
doblaba en ese momento la esquina,
y se fue corriendo al embarcadero.
David le segua muy de cerca.
Quiero alquilar una barca le
dijo al chico al buen tuntn. Una
barca y un gua.
Tendr que ser al medioda,
seor. Ahora tengo un cliente
esperndome.
Horatio hizo como si
reflexionara.
Quizs haga tu cliente la misma
ruta que yo, y as podemos matar
dos pjaros de un tiro. Te pagara
aparte, por supuesto, como si te
hubiera contratado por separado.
Doble salario por la mitad de
trabajo. Qu dices?
El chico puso morritos.
Sera un buen negocio, jefe, no
tendra nada que objetar, pero el
otro jefe me lo ha prohibido
expresamente. Quiere ir a la isla
Halifax. Ha dicho que es una
excursin, con su prometida y la
madre de esta.
Horatio movi la cabeza.
Una excursin bien extraa
dijo l, y el chico asinti con la
cabeza y se ech a rer.
Entonces pregunt Horatio:
Dnde puedo obtener ahora
una barca y un gua?
El chico silb con dos dedos.
Enseguida aparecieron corriendo
otros dos chicos negros.
Son mis hermanos dijo el
chico. Ellos s tendrn tiempo
para vosotros. Tengo que irme
ahora. El jefe blanco da la
impresin de tener malas pulgas.
Buen viaje y mucho xito le
dese Horatio, y el chico se llev
los dedos al gorro y arranc el
motor de la barca.
Aqu, jefe, aqu hay una barca
se acercaron a ellos los dos
chicos y sealaron con el dedo una
canoa muy vieja, probablemente de
los tiempos de la fundacin de
Lderitz.
Qu se hace normalmente en
la isla Halifax? pregunt Horatio.
Cazar tiburones dijeron los
dos chicos casi al unsono. Y luego
sigui hablando solo el mayor.
Muchos se llevan arpones y se
hacen fotografiar con el tiburn
muerto. Otros son cientficos con
cmaras submarinas.
Y hay otros a los que les gusta
pasar miedo. Se llevan consigo
grandes pedazos de carne
sanguinolenta para atraer a los
peces.
Y aparte?
Los chicos se encogieron de
hombros desconcertados.
Aparte no hay nada. No se
puede bucear por la presencia de
los tiburones, ni tampoco pescar.
Una vez hubo uno que arroj a un
hombre muerto all al que haba
asesinado antes. Con una navaja!
Debi de desangrarse como un
cerdo. Bueno, pues arroj el
cadver al agua, y los tiburones
dieron cuenta de l. No dejaron ni
un huesito. Pero pescaron al
asesino. Ahora est entre rejas.
Horatio sinti correrle un sudor
fro por la espalda. Tendra
Kramer la intencin de hacer saltar
al agua a Ruth y a su abuela para
echar de comer a los tiburones?
Rpido, chicos, vamos! dijo
Horatio con voz de mando.
Tenemos que seguir a vuestro
hermano, pero de modo que no se
d cuenta.
Los dos chicos se miraron el uno
al otro indecisos.
No queremos estropearle el
bolo a nuestro hermano. No
podemos ir a otro lugar, jefe? Hay
unos maravillosos arrecifes de
coral aqu cerquita.
Horatio estuvo pensando durante
unos instantes. A continuacin
decidi que lo mejor era ir con la
verdad por delante. David y l iban
a necesitar ayuda en el mar con toda
seguridad.
Bien, para ser sinceros, as
estn las cosas... dijo Horatio, y
empez a contarles a los chicos
aquella historia lo ms
resumidamente posible que pudo.
Los chicos le escucharon
boquiabiertos y miraban a David
con gesto inquisitivo.
David les iba confirmando la
historia de Horatio con un
movimiento afirmativo de la
cabeza.
Cuando Horatio hubo acabado,
los ojos de los chicos
resplandecan con ganas de
aventura.
Voy a por un arpn dijo uno
de ellos. Me apuesto lo que
queris a que lo vamos a necesitar.
Cerca de la isla Halifax hay un
peasco en el mar. Podemos
escondernos detrs de l.
El otro chico aadi:
Yo traer unos prismticos.
Desde el peasco puede observarse
bien todo lo que ocurre.
Si es cierto lo que dice usted,
seor, entonces nuestro hermano
est tambin en peligro, verdad?
El primero de los chicos se
detuvo nada ms empezar a correr y
regres donde Horatio.
A fin de cuentas, va a or y a
ver todo lo que va a pasar.
Horatio asinti con la cabeza. No
haba pensado en tal cosa hasta ese
momento.
El chico ech a correr de nuevo y
regres poco despus no solo con
varios arpones, sino con un hombre
negro detrs.
Soy el padre de los chicos
explic lacnicamente. Me llamo
Jakob. Y ahora, partamos. Quiero a
mi hijo sano y salvo para que
regrese a casa con su madre. Los
otros dos se quedarn aqu.
22
La barca oscilaba intranquila por
las aguas. Ruth estaba sentada en el
banco de atrs, con el traje de buzo
y la botella de aire comprimido
entre los pies. Miraba el agua con
una mirada tensa y angustiosa.
Todava se encontraban cerca de la
orilla, pero a pesar de ello ya
estaba pendiente por si vea aletas
de tiburn en la superficie.
Margaret Salden estaba sentada a
su lado, tena una mano sumergida
en el mar y contemplaba el cielo.
Qu da ms maravilloso, un
da magnfico! exclam ella.
Kramer, que estaba sentado
delante al lado del gua, se volvi a
mirarlas.
Un bonito da para morir. Es
eso lo que quieres decir, vieja?
Como Margaret no responda,
Kramer movi las piernas por
encima de la tabla de asiento y se
sent mirndola de frente.
Dnde sumergiste la piedra
exactamente, vieja?
Hace mucho tiempo de eso. Ya
no lo recuerdo con exactitud. Y la
piedra ya no estar ah, con toda
seguridad.
Eso ya lo veremos. Solo puedo
aconsejarte que vayas haciendo
memoria. El diamante no solo es
importante para m, lo es mucho
ms para vosotras, porque vuestras
vidas dependen de l.
Pasaron junto a un peasco
solitario. Ruth lo contempl llena
de nostalgia. Entretanto se
encontraban ya lejos de la orilla
salvadora. Ruth se volvi a mirar
atrs. Para nadar hacia atrs era
demasiado lejos, y demasiado
peligroso. Profiri un suspiro, mir
al cielo, sinti la aoranza de las
nubes de tormenta, pero no haba ni
seal de ellas. El cielo permaneca
traicioneramente azul y exento de
nubes.
Creo que fue por aqu dijo su
abuela de pronto. Solo queda un
poquito.
Aqu? pregunt Kramer
mirando a su alrededor. La isla
Halifax quedaba todava a media
milla marina de distancia, como
mnimo. Vieja, te lo advierto.
Solo tenemos una botella. Ests
jugando con la vida de tu nieta. Si
no encuentra la piedra en este lugar,
la ir buscando cada metro desde
aqu hasta la isla. Y cuando se
acabe la botella, entonces solo
tendr el aire de sus pulmones.
Margaret Salden se encogi de
hombros como si todo aquello le
fuera completamente indiferente.
Solo Ruth vio que los labios de su
abuela se haban puesto plidos y
que haba agarrado fuertemente la
tela de su vestido con las dos
manos.
Siguieron navegando un poco
ms, y cuanto ms se aproximaban a
la isla Halifax, ms serena pareca
Ruth. Su cabeza pareca haberse
vaciado de pronto de toda carga.
Estaba tan tranquila como si
estuviera sentada en el porche de
Saldens Hill con una botella de
cerveza y con los pies embutidos en
las pesadas botas y apoyados contra
una columna.
Fue aqu exactamente dijo
Margaret cuando ya se hallaban
muy prximos a la isla Halifax.
S, tiene que haber sido aqu.
Mir a su nieta. Te ruego que me
perdones, mi nia. Me gustara
haber podido hacer algo ms. No
quise nunca llevarte ante una
situacin como esta.
No te preocupes, abuela. Todo
saldr bien. Lo s.
Dejaos ahora de discursitos,
ya tuvisteis tiempo para eso durante
toda la noche! exclam Kramer,
levantndose y acercndose mucho
a Ruth. Ella lo mir y detect de
pronto el miedo en la mirada de l.
l la evit, mir por encima de
ella y seal con la mano al mar.
Venga, adentro, y rapidito!
El chico negro le fij la botella
de aire comprimido en la espalda.
Uf! exclam Ruth porque la
botella era ms pesada de lo que
haba pensado.
En el agua no notar el peso,
seorita dijo el chico. Yo
estar siempre cerca de usted.
Tengo un arpn conmigo. No le
suceder nada. No he visto un solo
tiburn en toda la travesa.
Gracias dijo Ruth, y lo dijo
sintindolo as de verdad. A
continuacin se acerc a la borda y
mir el azul de abajo. Titube, de
pronto sinti temor por el fro del
mar, por la inmensidad, la fuerza y
el mpetu del mar, por lo
impredecible de su situacin.
Se dio la vuelta, abri la boca
para decir que no iba a acceder a
las exigencias de Kramer, pero este
la empuj por el pecho y ella cay
al mar de espaldas.
La pesada botella la hundi
inmediatamente hacia abajo. El mar
no era especialmente profundo en
ese lugar, as que no tard mucho en
llegar al fondo. Vio bancos de
peces disipndose, vio arena y esta
le trajo el recuerdo de las dunas en
el desierto del Namib, vio algas y
plantas marinas mecindose
suavemente con la corriente. Todo
estaba sereno y plcido aqu abajo,
no haba ni por asomo nada de
fantasmal ni oscuro, tal como ella
se haba imaginado con su miedo.
Sera bonito quedarse aqu,
simplemente, pens ella, y empez
a palpar entre las rocas, las plantas
y los animales del fondo marino.
Observ brevemente una concha
que avanzaba lenta pero
continuamente. El fondo era
uniforme, pero algunas
ondulaciones diminutas en la arena
daban prueba del movimiento del
mar. Si el diamante Fuego del
Desierto estuvo aqu algn da, las
corrientes de todos esos aos lo
haban arrastrado ya muy lejos.
Un pez oscuro, cuyo nombre no
conoca Ruth, pas nadando a su
lado. Ella se desliz por el fondo,
agarr una piedra que no tena nada
que ver con un diamante, levant
una concha y supo con absoluta
certeza que all abajo no iba a
encontrar nunca lo que buscaba
Henry Kramer.
Voy a quedarme aqu pens, y
de pronto se sinti increblemente
cansada, pero ligera y feliz al
mismo tiempo. Simplemente voy
a quedarme aqu hasta que se me
consuma el aire.
23
Horatio haca unos esfuerzos
inmensos por dominarse. Tal como
haban planeado, se mantenan
escondidos detrs del peasco y
observaban la lancha motora.
Cuando Kramer empuj a Ruth al
agua, exclam Horatio al gua de la
embarcacin:
Ahora, venga! A por l!
Jakob puso el motor a toda
mquina, y la canoa rode
enseguida el peasco para tomar
rumbo hacia la otra embarcacin.
T, ve preparando los arpones
orden el negro con un
movimiento de la cabeza a David,
quien asinti rpidamente.
Usted se ocupa del hombre
blanco, yo de la mujer que est en
el agua. El joven de aqu har lo
que hay que hacer.
Horatio y David asintieron con la
cabeza al mismo tiempo. Iban tan
rpidos por encima del tranquilo
mar, que tuvieron que agarrarse
firmemente a los tablones. Jakob
mantena los dientes apretados, la
barbilla produca una impresin
angulosa. Los ojos de David
resplandecan con ganas de pelea.
Kramer no los haba descubierto
todava. Estaba de espaldas a ellos
y miraba como hechizado el lugar al
que acababa de empujar a Ruth al
agua. Kramer no se dio cuenta de la
presencia de la otra embarcacin
hasta que esta se haba acercado ya
a unos veinte metros de ellos.
Qu quieren esos de ah?
grit al chico.
Este se encogi de hombros y
agach la cabeza.
Vamos, gira! Demos la vuelta,
a toda mquina! vocifer Kramer
al chico.
No! Ni hablar! Nos
quedamos aqu! grit Margaret
Salden. No podemos dejar a Ruth
ah abajo.
Cierra el pico, vieja!
Kramer tom impulso y abofete a
la anciana con el dorso de la mano
propinndole un golpe tan brutal en
la boca que la mujer se desliz
desde el banco hasta los tablones.
Horatio apret los puos.
Por fin quedaban las dos
embarcaciones a la misma altura.
Dnde est Ruth? vocifer
Horatio dando un imponente salto
de una embarcacin a la otra. Se
ech encima de Kramer, que ya se
haba sacado la pistola con nimo
pendenciero.
Qutale el arma! grit Jakob
a su hijo, pero este no se movi de
su sitio, estaba como petrificado
mirando pelear a los dos hombres.
Ruth? Ruth! exclam
Margaret Salden ponindose a
duras penas en pie. La barca
oscilaba amenazadoramente de un
lado a otro cuando sorte a los dos
hombres enzarzados en la pelea.
Vamos, joven, salta al agua, ve
a buscar a la mujer! exclam
Jakob con las piernas abiertas
sobre los tablones y la mirada fija
en los combatientes, preparado para
intervenir en cualquier momento.
Tena agarrados los arpones porque
ya haba divisado en el horizonte
los primeros tiburones. Vamos,
joven! Salta! Ya vienen los
tiburones!
David salt al agua.
Margaret Salden se sujet a la
borda, temblando, mientras Henry
Kramer tomaba impulso con el
brazo que empuaba el arma para
golpear a Horatio en la sien.
Horatio levant en ese mismo
instante el brazo y con el puo
golpe el rostro de Kramer, y le
comenz a salir sangre de la nariz.
Kramer grit, quiso agarrar a
Horatio por la garganta con las dos
manos, pero este se haba echado
para atrs y propin una patada en
el pecho a Kramer. Henry Kramer
comenz a balancear los brazos,
perdi el equilibrio y se precipit
al mar exhalando un grito.
Ruth se deslizaba por el fondo
marino, henchida de la paz y de un
sosiego que jams haba conocido.
Todo era hermoso y estaba tan
tranquilo que ni siquiera se dio
cuenta de que ascendan unas
burbujas por el tubo que estaba
fijado entre las gafas y la botella de
aire. Se senta cansada,
maravillosamente cansada, y apenas
se apercibi de que unos brazos la
agarraban y tiraban de ella hacia
arriba.
David emergi resoplando. Jakob
agarr a Ruth y la subi a bordo, le
quit la mscara y le apret
firmemente las dos mejillas.
Vive? Est bien? exclam
Margaret Salden desde la otra
embarcacin. Jakob asinti con la
cabeza.
Los tiburones! grit el chico
negro que estaba sentado en la otra
barca. Se estn acercando. El
jefe blanco est en el agua y est
sangrando.
David se subi a bordo, agarr el
arpn, se coloc de piernas abiertas
en la barca y se puso a mirar
atentamente a los tiburones.
Vamos! grit Jakob a
Horatio. Tenemos que sacarlo de
ah o ser pasto de los peces.
Horatio dirigi una mirada a
Ruth, que pareca volver en s poco
a poco.
Pues se lo ha ganado a pulso!
exclam, y a continuacin salt
al agua entre las dos
embarcaciones. Jakob salt por el
otro lado. Los dos agarraron
simultneamente a Kramer y tiraron
de l hacia la barca en la que estaba
David, quien los ayud desde
arriba a subirlo a bordo.
Jakob se subi a la embarcacin
en la que estaban Margaret y su
hijo, y puso en marcha el motor.
Tenemos que irnos de aqu!
exclam.
Kramer y Ruth yacan uno al lado
del otro en el suelo de la otra
embarcacin, cuyo motor puso
David en marcha en ese instante.
Horatio se sent sobre el pecho de
Kramer, apret firmemente hasta
que el blanco comenz a escupir
agua entre toses. A continuacin le
at de manos y pies con nudos
marineros, y se arrodill al lado de
Ruth.
Eh, t! exclam, quitndole
un mechn de pelo hmedo de la
frente. Cmo te encuentras?
Ruth abri los ojos.
Dnde estn tus gafas?
pregunt ella.
Horatio se ech a rer.
En el mar. Los tiburones
podrn romperse los dientes con
ellas.
Ruth se rio, pero entonces su risa
dio paso a un sollozo.
Horatio la abraz y le acarici
suavemente las mejillas al tiempo
que le susurraba:
Todo ha pasado ya, ya est
todo bien. O te pensabas que iba a
dejarte en manos de ese fanfarrn
blanco?
En la playa estaban esperando ya
una ambulancia y varios coches de
la polica. Los enfermeros se
ocuparon de Ruth y de Margaret, y
luego se llevaron a Henry Kramer
bajo vigilancia policial.
Vamos a llevarlo a la clnica
ms prxima, y desde all lo
escoltaremos a la prisin
preventiva explic uno de los
policas.
Ruth estaba sentada en el suelo
del muelle, con una manta sobre los
hombros, un vaso de caf en la
mano y el otro brazo rodeando
firmemente a su abuela. A su lado
yaca tirado el traje de buzo, como
un animal destripado.
No s cmo agradeceros todo
lo que habis hecho dijo Horatio
cuando se acercaron los chicos y su
padre a despedirse. Sin vosotros
no lo habramos conseguido.
Gracias por haber venido. Gracias
por haber llamado a la polica y a
la ambulancia.
David se qued unos instantes
confuso junto a las dos mujeres.
Entonces le tendi la mano a Ruth.
Se ha comportado usted
valientemente. Para ser una blanca,
quiero decir.
Ruth le sonri.
Te pareces mucho a tu abuela
repuso ella. Ojal estuviera
aqu ahora entre nosotros.
David trag saliva y asinti con
la cabeza. Despus seal al coche
de la polica.
Me voy con ellos, por lo del
atestado. Nos vemos ms tarde
dijo con timidez y escarbando con
los pies en la arena.
Ven aqu, joven! exclam
Margaret, que se levant, agarr a
David por los hombros y le dio un
beso sonoro en la mejilla. Te
doy las gracias, te lo agradezco de
todo corazn! Siempre que
necesites una abuela, intentar estar
ah para ti.
l se desprendi del abrazo de
ella sin pronunciar palabra y
visiblemente emocionado. A
continuacin se dirigi con paso
decidido al coche de la polica, se
subi en l, y se fue con los
policas.
Ruth, Margaret y Horatio
permanecieron solos en aquel lugar.
Solo haba un bombero joven junto
al Dodge, fumando y mirando
discretamente en otra direccin.
Haba tenido que prometer a la
polica que llevara despus a Ruth,
Margaret y Horatio a la comisara
ms cercana, pero tuvo la suficiente
delicadeza para dejar que primero
estuvieran entre ellos a solas.
Estuvieron sentados un buen rato
los tres juntos, con Ruth en el
centro, mirando al mar. Fue en ese
momento cuando Ruth empez a
comprender el peligro por el que
haban pasado.
Nos habra matado a todos
dijo ella en voz baja. Estaba loco
por tener el diamante.
Margaret y Horatio asintieron con
la cabeza en silencio.
Dnde est el diamante en
realidad? quiso saber Horatio
entonces.
Lo hund all, de verdad. Lo
que le he contado a Ruth es la
verdad. Solo hay una cosa que no
sabes, Horatio.
El qu?
Margaret se volvi a Ruth y
extrajo la cinta de cuero con la
piedra de la nostalgia del escote de
Ruth.
Este es un fragmento del
diamante Fuego del Desierto.
Cmo dice? pregunt
Horatio abriendo los ojos como
platos.
Puedes dar crdito a lo que has
odo. El joven nama que me confi
el diamante me entreg tambin este
fragmento ms pequeo. El
diamante Fuego del Desierto
siempre ha constado de dos partes.
Y los nama crean que la piedra
pequea atraera a su hermana
mayor. Has estado todo el tiempo
cerca de una de las dos mitades del
diamante.
Ruth se sac la cinta con la piedra
por la cabeza y se la tendi a
Horatio. Este contempl la piedra,
le pas el pulgar por el canto
cortante.
La piedra de la nostalgia
dijo murmurando.
Ruth cogi la mano de Horatio, y
le apret los dedos firmemente
cerrando la piedra en el puo de l.
Es tuya. Debes quedrtela t.
Eres un nama y ests investigando
la historia de tu pueblo. Qudatela,
protgela para tu pueblo.
Horatio cerr los dedos con
firmeza en torno a la piedra.
La llevar al sitio en el que
tiene que estar. A un lugar sagrado
para los nama.
Margaret Salden asinti con la
cabeza.
Estoy contenta de que todo
haya acabado ya dijo ella
agarrando la mano de Horatio.
Te doy las gracias, te lo agradezco
de todo corazn dijo con las
lgrimas asomndole ya en los ojos,
pero, aunque tena el rostro
grisceo por el agotamiento, estaba
radiante.
No, este no es el final todava
repuso Horatio girndose hacia
Ruth. Pero lo que viene ahora
ser maravilloso. Te acuerdas de
la carta que te escrib y que deslic
por debajo de tu puerta en la
pensin?
Ruth hizo un gesto negativo con la
cabeza, pero a continuacin
exclam:
S, claro que s, la tengo
guardada en el bolsillo del
pantaln!
Meti la mano en el bolsillo y
extrajo un sobre arrugado.
Pero si no la has ledo! dijo
Horatio en tono de reproche.
Ruth baj la cabeza.
Perdname dijo ella en voz
baja. Estaba enfadada contigo, no
la le por ese motivo.
Y ahora? Sigues enfadada
conmigo?
Claro que no! exclam Ruth,
le rode el cuello con los brazos y
lo apret contra ella. Horatio cerr
los ojos y disfrut del abrazo tanto
como Ruth.
Los dos regresaron a la realidad
cuando Margaret Salden se puso a
rer en voz baja. Se miraron a la
cara unos instantes, y luego volvi a
pasar la carta por la cabeza a
Horatio.
No vas a leerla de una vez por
fin? pregunt l.
Ruth abri el sobre, ley, se
qued mirando fijamente a Horatio
con la boca abierta y acert a
balbucear finalmente:
No...! No me lo puedo creer!
24
Te lo crees ahora? pregunt
Horatio cuando salan de la oficina
del gobierno.
Ruth torci la boca.
Poco a poco voy
entendindolo, s, pero crermelo?
dijo ella, y neg con la cabeza
mientras miraba una vez ms el
papel. No, todava no puedo
crermelo.
Horatio extendi los brazos y se
ech a rer.
Ruth, eres rica. Tu granja est a
salvo. Nunca ms en la vida podr
quitarte nadie Saldens Hill.
S dijo ella, pero el tono de
su voz no era de felicidad.
Es que no te hace ilusin?
pregunt Horatio.
El que mi familia sea
propietaria de una parte de la mina
de diamantes?
S.
No lo s dijo ella. La vida
era bonita tal como estaba todo
antes dijo, sentndose en un
banco frente al edificio del
gobierno. Cmo lo averiguaste
en realidad? pregunt ella.
Horatio sonri.
Encontr una carpeta en el
archivo que estaba metida dentro de
una caja de cartn, por debajo de un
escritorio. En ella haba
documentos bancarios. Cada mes
haba una transferencia de una
importante cantidad de dinero a una
cuenta bancaria en Lderitz, cuyo
receptor era una persona
desconocida. Entonces cesaron de
pronto los pagos, pero la cuenta
sigui existiendo. No s por qu
rob esas hojas del archivo. Debi
de ser una inspiracin. En todo caso
fui al banco en Lderitz, mostr mi
carnet de la universidad y le
expliqu a la empleada del banco
mis investigaciones. Al mencionar
el nombre de Henry Kramer, la
joven entorn los ojos. Me di
cuenta de que ella tena alguna
cuenta pendiente con l. Me pidi
un poco de tiempo y al da siguiente
puso ante m unos documentos en
los que quedaba manifiesto que el
propietario de la misteriosa cuenta
bancaria era Wolf Salden, o bien
sus herederos. Fui hasta la polica,
pero all nadie supo prestarme
ayuda porque no se haba cometido
ningn delito. No obstante, pude
convencer al departamento de
delitos econmicos para que
realizaran sus propias pesquisas.
De ellas result que Wolf Salden,
ya antes del ao 1904, haba
comprado con la herencia de sus
padres algunas participaciones en
los terrenos en los que despus se
pondran en marcha las minas de
diamantes. Al morir Wolf Salden y
estar Margaret desaparecida, los
propietarios sacaron provecho a
discrecin de esas participaciones,
pero por motivos de impuestos
tuvieron que transferir un dinero
mensualmente a ese socio
desconocido. Supongo que Heinrich
Kramer deseaba echarle el guante
tambin a ese dinero.
Horatio se qued callado unos
instantes y prendi la mano de Ruth.
Y ahora est acusado de haber
matado de un disparo a Wolf
Salden en el ao 1904, en su granja.
Ahora solo tenemos que esperar al
resultado del careo de tu abuela con
el anciano Kramer.
No es de extraar que el viejo
Kramer tuviera sometido a Henry a
esa presin. Debi de ser un golpe
tremendo para l que apareciera
primero yo y despus mi abuela. Lo
extrao es cmo supo de m. No me
conoca de nada.
Supongo que le puso sobre tus
pasos el registro efectuado para
acceder al archivo. Y l te ech a
su hijo al cuello.
Siento algo de pena por Henry
dijo Ruth en voz baja. Se
esforz mucho por contentar a su
padre al menos una vez en la vida,
pero tampoco lo consigui esta vez.
A m no me da ninguna pena
replic Horatio. Es una persona
mayor de edad. Tena la
posibilidad de elegir. Un ser
humano puede decidir siempre entre
el bien y el mal.
Tienes la carta? pregunt
Ruth.
Horatio neg con la cabeza.
Te la has guardado t despus
de que el director del banco la
sacara de una caja fuerte junto con
los extractos del banco y el
documento de propiedad por el
veinte por ciento que tiene de
participacin tu familia en la mina
de diamantes.
Ruth se puso plida. Se puso a
hurgar en su mochila, cada vez ms
nerviosa, pero finalmente respir
hondo, aliviada.
Desde que s que una carta
puede decidir a veces entre la vida
y la muerte, tengo un miedo
permanente a perder una.
Horatio se rio, rode a Ruth con
un brazo por encima del hombro y
la atrajo hacia l.
Vmonos ya, vale? Vamos a
buscar a tu abuela, y luego partimos
en tu coche hacia Saldens Hill.
Ruth sonri.
No puedes esperar a llegar a
nuestra granja y ponerte a escribir
all la historia de mi abuela y de la
tribu nama del desierto del Namib,
verdad? Por suerte, las
habitaciones de los invitados son
tan espaciosas que se puede pasar
mucho tiempo en ellas sin perder
los nervios.
Horatio le agarr el brazo.
Dime, de verdad te parece
bien que me instale en vuestra casa?
Ruth titube un instante y luego
repuso:
Me hace ilusin. Muchsima
ilusin incluso.
Al mirarse los dos, Ruth ley en
los ojos de Horatio un deseo, unas
ansias profundas. En cambio,
Horatio vio en los ojos de Ruth
expectacin y alegra.
Vmonos deprisa a Saldens
Hill murmur Horatio. No
quiero perder ms tiempo.
Ruth sonri. Entendi que no se
refera a su trabajo. No obstante,
hizo un movimiento negativo con la
cabeza.
No. Antes tenemos que pasar
por el oculista a buscar tus gafas
nuevas. O te pensabas que iba a
conducir yo sola todo el trayecto?
Eh, que sigo sin tener la
licencia de conducir.
Unos das despus estaban todos
reunidos en Saldens Hill. Solo
seguan esperando a Corinne. La
llegada fue extremadamente
emotiva. Margaret abraz a Rose
mientras Mama Elo las miraba
llorando. Luego se fueron madre e
hija a dar un largo paseo por la
granja. Nadie saba de qu haban
hablado las dos, pero todos vieron
que desde entonces Rose Salden
tena siempre una sonrisa en el
rostro.
La sonrisa se hizo ciertamente
ms fina en el momento en que Rose
divis a Horatio, pero no
desapareci del todo.
Un hombre negro en mi casa
dijo entre murmullos y sacudiendo
la cabeza. Primero el asunto del
diamante y ahora esto. Con Corinne
no me habra pasado esto jams.
Pero poco despus recorri la casa
con la cabeza bien alta. Seal con
el dedo una vieja mesa de madera
de teca y exclam: Esta mesa
tiene que desaparecer de aqu. Y en
las paredes hay que colgar tapices,
de seda a ser posible. Le preguntar
a Corinne.
Ruth pona los ojos en blanco
cada vez que Rose iniciaba tales
conversaciones, pero Margaret le
pona una mano en el brazo.
Djala deca Margaret.
Tiene que recuperar muchas cosas.
Por la noche pregunt Horatio:
Qu planes tienes ahora, Ruth,
ahora que ya no debes preocuparte
ms por el futuro de la granja? Vas
a seguir criando ganado?
S, por supuesto. Nunca he
querido otra cosa. El dinero no va a
cambiar nada. Mi madre y mi
abuela son ricas. Yo sigo siendo la
misma de antes. Quiero conservar
Saldens Hill, claro est. La deuda
ya no es ningn problema ahora.
Quizs aumente los rebaos de
ovejas, pero no para vender los
corderos al matadero, o para que
las ricas europeas blancas se hagan
elegantes abrigos de astracn, no.
Quiero la leche de los animales,
quiero ver crecer a mis corderos.
Con la leche me gustara hacer
queso y venderlo en la ciudad, pero
todava no s qu voy a hacer
exactamente... Ruth se call y
mir atemorizada a Horatio. Y
t? Podras imaginarte viviendo
permanentemente en una granja?
Horatio se encogi de hombros.
No tengo ni idea de lo que es la
vida en una granja. Y tengo miedo a
los animales.
Ruth se ech a rer.
Eso est bien. Maana mismo
te ensear a montar a caballo. Y, a
cambio, t podras instalar una
pequea biblioteca en Saldens
Hill.
S, y quiz llegue as a escribir
realmente la historia de mi pueblo
dijo agarrando la mano de Ruth
. Por m podra extenderse por
mucho tiempo mi estancia en la
granja.
Ruth sonri.
Pero solo tendrs tranquilidad
para trabajar una vez que Corinne
regrese por fin a Swakopmund. Ya
vers. Pondr todo esto de aqu
patas arriba cuando venga. Y me
apuesto lo que quieras a que ya
tiene muy bien pensado lo que va a
hacer con el dinero.
Puede ser repuso Horatio.
Pero esa ya es otra historia dijo,
inclinndose hacia Ruth. Le tom el
rostro con las dos manos y la bes.
Anexo
Breve resumen de la historia
de Namibia
Agradecimientos
Muchas han sido las personas que
me han apoyado al escribir esta
novela, dndome nimos,
realizando sugerencias o
ayudndome con sus consejos.
Mi agradecimiento ms cordial le
corresponde a Klaus Putenson
(Windhoek, Namibia), quien me
acompa en mi viaje por Namibia
y supo darme siempre una respuesta
a mis preguntas.
Tambin les doy las gracias a
Gisela Willrich (Swakopmund,
Namibia) y a Sonja Willrich
(Ciudad del Cabo, Sudfrica). Sus
historias se encargaron de
enriquecer esta novela.
Y, por supuesto, doy las gracias
de todo corazn a mi familia,
amigos y parientes que me
acompaaron involucrndose en
este proyecto.
Un agradecimiento especial va
dirigido a mi agente Joachim Jessen
y a mi maravillosa lectora, Stefanie
Heinen.

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