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Me llenarn la boca de fores | 1978, aguafuerte.
El velo rojo | leo sobre lino, 49 x 69 x 4 cm.
Del otro lado | 1978, aguafuerte, 83 x 64 cm. Enigma | 2005, leo sobre lino, 140 x 115 x 4 cm. Len Rozitchner Materialismo ensoado Ensayos Pinturas Norma Bessouet Pinturas | Norma Bessouet Diseo de tapa | Cucho Fernndez Agradecimientos | Norma Bessouet, Cristian Sucksdorf Atribucin-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina 2011, de la edicin, Tinta Limn Ediciones Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723 www.tintalimon.com.ar Rozitchner, Len Materialismo ensoado. Ensayos / Len Rozitchner ; ilustrado por Norma Bessouet. - 1a. ed. - Buenos Aires : Tinta Limn, 2011. 80 p. ; 19x14 cm. ISBN 978-987-25185-9-2 1. Filosofa. I. Bessouet, Norma, ilus. II. Ttulo. CDD 190 Palabras previas La mater del materialismo histrico De la ensoacin materna al espectro patriarcal Ensoacin La celebracin Naturalmente | 5 | 7 | 33 | 41 | 65 ndice 5 Palabras previas Los cuatro textos que reunimos aqu fueron escritos por Len Rozitchner en los ltimos aos. El texto fnal, incluso, est fechado. La seleccin de imgenes de la pintora Norma Bessouet y la composicin de los ensayos fue realizada por Len. Para Tinta Limn, esta publicacin es una alegra en medio de la tristeza de su despedida. Todo este libro gira alrededor de la fgura de la mater y del concepto clave de materialismo ensoado. Avanza sobre la flosofa poltica que se deriva de ese regocijo primero y que se prolonga como lucha necesaria por imponer nuevos sentidos al mundo o bien abandonar- se a un sometimiento alucinado. Apuestan a la afectividad como prosa del mundo. Todos renen rasgos comunes que caracterizan la escritura ms reciente de Len, en donde el registro flosfco se entremezcla con el impul- so potico de la palabra y la radicalizacin de un rigor de los afectos. Esto es: una elucida- cin que parte de lo sensible para constituir desde all una razn dispuesta a enfrentar las 6 polticas del terror devenido lenguaje tcnico, mundo de la economa globalizada y rostro patriarcal/neoliberal del estado. Su flosofa se niega a funcionar en el nivel de las categoras puras. Se opone a la humi- llacin a la que nos someten con su difcul- tad los racionalismos abstractos. Pensar se convierte as en la conquista de una lengua propia, universal y singular al mismo tiempo. Si preguntamos a partir de estos textos qu es pensar, Len nos responde. Se piensa por impulso combativo, por necesidad, por digni- dad ante los antepasados y ante uno mismo. No valen de mucho las buenas intenciones en general. Se piensa contra el terror, nunca bajo terror. Pensar es desafar. Pensar es llamar al xodo y organizarlo, ofreciendo una tierra pro- metida a los esclavos en rebelin. Pensar es una cuestin de angustia, porque la rebelin supone amenaza de muerte. Y porque cuan- do el pueblo no lucha, la flosofa no piensa. Pensar es un acto de amor profundo, de anti- guas genealogas, de reconquista de un poder sensual y poltico del cuerpo que descubre as un poco ms lo que puede ante lo que nos fue arrebatado. Pensar es celebrar. Tinta Limn 7 de septiembre de 2011 La mater del materialismo histrico De la ensoacin materna al espectro patriarcal 9 Por qu escribo versos? / para volver al vientre donde cada palabra va a nacer? / por hilo tenue? / la poesa es simulacro de vos? / tus penas y tus goces? / te destrus conmigo? / por eso escribo versos? Juan Gelman, Carta a mi madre. Si nos tomamos en serio el carcter prema- turo del nacimiento del hombre a la cultura, quiero decir del nio que nace del vientre de madre y forma con ella al comienzo el pri- mer Uno que slo el tiempo ir desdoblando y separando, y reconocemos por lo tanto en nuestro origen la existencia de una etapa ar- caica en la infancia donde la carne, materia ensoada desde el origen de la materialidad humana, organiza las primeras experiencias en unidad simbitica con el cuerpo que le dio vida, absoluto sin fsuras donde el sueo y la vigilia no estaban separados todava. Y si pensamos que aquello que ahora llamamos mundo exterior al principio se despliega 10 desde adentro hacia afuera, donde una par- te de lo ensoado, puramente subjetiva al principio, queda cuasi encapsulada luego, sin salida, con la intensidad indeleble que tienen para siempre las primeras marcas. Y si al mismo tiempo sabemos que este capullo de imgenes y sensaciones que va foreciendo y se abre en el cuerpo del nio, cuyas races se despliegan sin distingo en la tierra de la madre en la que siguen buscando todava su savia ms profunda, esa madre queda conte- nida como fuente viva en una memoria que, por ser originaria, no tena espejo para refe- jarse porque las palabras como meros signos an no existan. Y que cuando al fn se hagan dos y se separen, y los cuerpos antes yuxta- puestos se desunan, y el sueo y la vigilia se distancien y el nio se haga hombre, el Uno sensible se mantendr como el secreto de la unidad imborrable con la madre, aunque la realidad de los que slo suean cuando duermen conspire para olvidarla. Y como ese hlito ensoado penetr la ma- teria y se extendi desde ella cubriendo la tierra, entonces su cuerpo expandido se hizo terra incgnita, aunque ese ensueo nos ser- va de gua porque mientras nos iba abriendo al mundo le daba sentido y pona su urea 11 humana a todas las cosas. Y a partir de ella esta experiencia primigenia nutrir el senti- do de todo pensamiento, aunque no nos de- mos cuenta porque sentirla siempre es como si ya no se la sintiera de sentirla tanto. Y por lo tanto como si no existiera, porque sobre el suelo de lo que hemos soado en su cuerpo surgir luego la conciencia cuyo sustento la razn nunca podr alcanzar a defnirlo, por- que en su soplo inasible siguen navegando las palabras. Esa madre apalabrada es el conti- nuo sentido vaporoso que emana del cuerpo en el cual se abre lo que llamamos nuestra alma. Y es por eso que el alma no puede ser pensada separada de ella. Porque su estela ensoada ser el origen inconsciente de todo pensamiento: la conciencia, ese ter para decir algo que denote al afecto como puro sos- tn inasible que retiene el sentido en el cual se inscriben todas las palabras, no tendr conciencia de su propio fundamento sensi- ble, donde lo imaginario y lo afectivo forma- ban una nica y tenue sustancia, emanacin sentida de la Cosa (la palabra sentido la acerca, la palabra signifcacin la distancia). Esta es la paradoja: decir que un cuerpo habla, y despus excluirlo de lo que las palabras di- cen, como si el cuerpo no dijera nada. 12 Y si pensamos que el advenimiento del lenguaje y la racionalidad adulta lo sim- blico, se dice aparece como si de golpe en su desenfado se instalara todo armado, y el espritu descarnado hecho Verbo inconstil penetrara en el cuerpo para levitarlo y ele- varlo a lo sublime del pensamiento puro. Y se olvidara entonces de una lengua primera, la materna, que la madre le hablaba con palabras cocidas que eran para el nio slo cuerpo ensoado que su voz modulaba, y que desde all se abri el sentido. Y que sin ella espritu no habra, aunque el lenguaje y el pensamiento desmientan su carnosa existen- cia originaria donde se prepara, como se dice, la representacin de lo absoluto en lo fnito. De all el pensar del sufriente, que cree andar sin pensamiento slo porque siente. Si adems pensamos que este primer mun- do se origina antes de acceder al predominio implacable del tiempo y del espacio objetivo que las categoras tajantes del adentro y del afuera, poco a poco aprendidas, marcarn por medio del lenguaje el orden restrictivo y ne- cesario metros y minutos al cual deber so- meterse las fantasas intemporales e infnitas de la infancia. Y que slo dejarn de serlo, se cree, porque no concuerdan con el imaginario 13 social en el cual algunas se prolongan traves- tidas, mientras que las ms propias quedan contenidas sin salida porque el espanto que les llega del mundo les veda su paso. Y si nos damos cuenta que la lengua llama- da paterna en la que todos estamos incluidos, que orden con su lgica nuestro pensamien- to, en realidad supone necesariamente una lengua anterior que la lingstica ha deja- do de lado. Y si tratamos de recuperar esa primera lengua, que no tena palabras que permitieran la separacin entre signifcante y signifcado, y era diferente por lo tanto a la que ahora hablamos, pero que iba creando sin embargo el lugar ms propio de ese in- tercambio que nos abri el sentido, y que es necesario suponerla para hablar luego la que ahora hablamos. Y darnos cuenta entonces que esa lengua que la madre vocaliza con el nio fue el fundamento de una experiencia sensible en la cual el sentido atribuir una cualidad a una cosa o la signifcacin se formaban, pero que an no haban alcanza- do a construir los signifcantes sostenidos por la palabra de una lengua orgnica cuya estructura ex nihilo no se pregunta por la experiencia histrica-arcaica que la ha crea- do. Y que por ello no se interroga por saber si 14 quizs sin la experiencia materna con el hijo que naci prematuro el lenguaje humano no hubiera existido. Entonces, si seguimos, pensamos que la matriz de toda lengua hablada tuvo que for- marse para cada uno, y tambin en nosotros, en ese interregno surgente de la propia his- toria donde todava el signifcante coincida con el signifcado sin poder distinguirse, all donde el sonido rosa melodiosa coincida con la rosa misma, era la rosa-rosa la misma Cosa en la cual se confundan, porque era all donde se incubaba la representacin-cosa an- tes de incluirse en la representacin-palabra. Y eso porque la experiencia sensible era el soporte del acto de vivirla en ese entremedio que entre los dos se abra: porque el sonido que la modulaba era una saliencia de la Cosa misma. El ensueo materno sera por lo tanto el ter en el cual el sentido circula. Y habra que reconocer, en consecuencia, que el senti- do no es algo que se produce en el espritu, porque la palabra en realidad para decirnos algo todava se enrosca en un sentido encar- nado en el cuerpo que se recorta y se despierta cuando las palabras lo tocan. Y si partiendo de esto pensamos que el soporte sonoro del sentido al principio no podra ser arbitrario, 15 como aparece en la lengua ya constituida que Saussure describe, porque los que van a ser luego soportes sonoros arbitrarios fueron sentidos sentidos sentidos que sentimos antes. Porque los sonidos eran el sostn me- lodioso emergiendo dentro del acogimiento materno cuya materia es la de los sueos de los cuales an no se distinguan, porque el sentido formaba cuerpo con su cuerpo. Todo lo cual nos llevara a decir que las signifcaciones arcaicas van surgiendo en la coalescencia de afectos, sabores, olores, sa- liencias rugosas o lisas, cavidades hmedas de un cuerpo ergeno pleno de pregnancias y fragancias que los dedos voraces excavan para atraparlas antes que se desvanezcan, imgenes confusas superpuestas, ritmadas y conglomeradas por la meloda sonora de la voz materna que sintetiza y ordena el caos de las sensaciones y de las cualidades. Y que as se fueron abriendo camino los en- laces creadores de un sentido que incluye lo disperso y lo organiza: construye el primer concreto sentido, esa originaria sntesis de lo mltiple o esa unidad de lo diverso. Y que por eso debe estar supuesto como prolonga- do en lo concreto real pensado que Marx expone en su metodologa cientfca cuando 16 nos describe esa iluminacin general donde baan todos los colores, y que les da su sin- gularidad. Ese ter particular que determi- na el peso especfco de todo lo que existe en l de saliente. De qu materia est hecho ese ter del materialismo dialctico? Y si pensamos que ese imaginario denso aunque simple, intenso aunque acotado, que el tiempo ritmado ir diluyendo aunque sus nervaduras sean conservadas, fue surgien- do en cada enlace vivido que se abra en el cuerpo ergeno donde las cualidades se iban desplegando enlazadas para decantarse en el sostn de un continuo ensoado, y all en- tonces otras nuevas podan inscribirse como todava lo hacemos cuando vemos algo. En- tonces este resplandor vidente excede al pen- samiento y lo que lo sostiene cuando piensa algo es la misma urdimbre de ese tenue tapiz mgico e invisible del que la tecnologa racio- nal cristiana, ahora cartesiana, quiere sepa- rarnos para que veamos slo cosas desnudas, cosas puramente cosas despojadas del en- soamiento que las sigue sosteniendo. Nos sorprende que la razn, como razn absoluta en la que culmina, no quiera saber nada del comienzo ensoado del cual ha partido. Eso sucede porque la premisa de la metafsica es: 17 al principio era el verbo. Entonces el ensoa- miento materno se hace invisible porque el afecto que lo sostiene fue suplantado por el espectro patriarcal que nos cur de espanto y es como si, tocado por el principio del tercero excluido, hubiera desaparecido para desva- necerse en el aire. Y por eso pensamos que para enfrentarlo tenemos que comprender cul fue el derrote- ro que su razn nos oculta: saber que el de- sarrollo humano desde el estadio prematuro del nacimiento del nio es el nico origen histrico que, a diferencia de todos los otros que nos son externos tanto en el espacio como en el tiempo, slo lo encontramos como indu- dable y vivo dentro de nosotros mismos por- que la historia recomienza cuando uno nace. Entonces es pensable que cada nio que nace como nio humano reproduce el primer naci- miento del hombre que tambin naci como nio prematuro y tuvo una madre que hizo posible que lengua humana hubiera ms tar- de. Si la madre no hubiera abierto con el hijo el espacio del ensoamiento que es la trama del pensamiento, ninguna lengua hubiera podido crearse, porque no habra habido una materia ensoada en la cual inscribirse. No hubiera existido un materialismo histrico. 18 Por eso no podemos menos que seguir pen- sando que el afecto es el que contiene el sentido, y si cuando pensamos no se reaviva para sostenerlo, y no sentimos que conmue- va el cuerpo, dejamos de lado la prolongacin ensoada del cuerpo materno que es el ele- mento, el ter que da sentido pleno al pen- samiento aunque sea abstracto, as como silenciamos el sonido originario de las pala- bras al leerlas sin que ni siquiera se muevan los labios. Y siguiendo este razonamiento podra decirse que todo afecto entonces sera un condensado apretado, ceido, de expe- riencias vividas pasadas, porque cuando lo sentimos y queremos decirlo aviva en sor- dina la epifana primera que le sigue dando el matiz de su origen. Y si haba simbiosis con la madre, no por eso lo que estaba unido dejaba de ampliarse para espejarse en lo que la madre senta, diapasn que vibraba en un unsono que era como si uno solo sintiera, en un espacio sensitivo abierto entre ambos, y all se desplegaba con su voz la sinfona de todos los sentidos que se prolonga en noso- tros todava. Y deberamos pensar entonces que el amor materno sigue sosteniendo, y se despliega, en todas las relaciones adultas generosas, fraternas y amorosas. 19 Y esto sucede porque estos primeros enla- ces permanecen para siempre inscriptos como marcas indelebles, soporte ms denso de todo lo que luego habra de inscribirse como pura- mente subjetivo, origen de nuestra mismidad, antes que los espectros del mundo exterior al desplazarlas se convirtieran en un mundo extranjero interior y nos distanciara dentro de nosotros mismos. Y apareciera instaurada la escisin del yo y el fetichismo que Freud reconoce como el fundamento de la estructura psquica, ese con el cual comienza nuestra adecuacin al mundo social y objetivo al convertirnos en sujetos llamados escindidos. Y si nos preguntamos qu quedaron de esos enlaces cuando nos vamos haciendo adultos no debiramos afrmar entonces con toda contundencia que la materialidad ensoa- da, fundamento primero de todo sentido, no desaparece nunca y seguir siendo el soporte que la lengua patriarcal oculta al desplazarla salvo cuando intenta reavivar la memoria ms profunda, y entonces se hace poesa? Y uno se explica entonces cmo la expe- riencia arcaica con la madre pudo ser negada y pudo pensarse como la Nada, el Vaco, el punto Cero de la palabra o el Gran Huevo del caos, si el ensueo del ordo amoris del 20 cuerpo materno fue suplantado por el es- pectro persecutorio del derecho paterno que sostiene la palabra que siempre es de jure, aunque jure en vano. Qu mueve al espritu, aunque vital lo llamen, si la razn ignora la experiencia pre-matura que lo hizo posi- ble? A las dos lenguas lengua materna y palabra paterna algo debe sostenerlas para que puedan existir, y entonces la palabra patriarcal debe moverse metamorfoseando el mismo elemento etreo y afectivo (en tanto afecto que sostiene el sentido) de la lengua materna originaria, sin la cual esa palabra no existira, ahuyentada por el espectro del terror patriarcal que la suplanta sin recono- cerla como estando en el origen del pensar humano. Por eso la lengua materna es el fundamento de la materialidad histrica, que existe mientras haya hombres vivos: mien- tras los hombres hablan, imaginan, piensan o sienten, porque es un continuo ensoado presente en la simultaneidad viviente de to- dos los hombres que hacen que ella sea. Y si nos preguntamos entonces cmo su- planta una lengua a la otra?, la respuesta es slo una: el terror las separa. En vez de evo- car prolongando el ensueo vivido con la ma- dre donde su infnitud se temporaliza, debe 21 hacerlo ahora en la estela pavorosa del espec- tro persecutorio racional del padre que borra sus huellas. La imagen espectral del padre externo debe agigantarse para desplazar la imagen aborigen materna que se confunde en el principio con la nuestra propia. Por eso, pensamos, no se logra relegar des- plazando a la lengua corprea materna slo al suplantarla con la palabra espritu o alma, como si esta palabra que nos dice tanto se sostuviera por s misma. Si la lengua materna se sostiene en el ensoamiento que emana de la relacin de ambos cuerpos, el de la madre y del nio al principio unidos, cuando pasa a convertirse en espritu debe sostenerse en la emanacin corprea evanescente de algo que tambin lo sostenga. Pero ahora es como si ese sostn sin sostn relacin sin relacin, deca Hegel viniera desde afuera, cadena de signifcantes que la lengua patriarcal so- porta, como la piedra grabada soportaba las leyes divinas que Jehov le dict a Moiss al bajar del monte. En verdad lo que sostiene al espritu ahora es el espectro afectivo e ima- ginario del padre amenazante, circulando en la misma onda que la madre, que aniquila el sentimiento amoroso del ensoamiento, y su- planta a la madre viva por una madre muerta. 22 Pero el espectro velado sigue llevando aden- tro el fantasma de la madre, porque el pavor lucha contra el ensueo en su mismo elemen- to. El espectro es siempre alucinado: ocupa el lugar donde la madre falta, el de su ausencia borrada, y aparece all donde el poder quiere suplantarla. Pero el sostn ensoado mater- no es indestructible. No olvidemos que en su tica material de los valores el judo con- verso Scheler, que hilaba fno, afrmaba que la materialidad de los valores ms excelsos consista en el afecto que los sostena. Entonces quizs haya que pensar que la poesa no es el lugar donde el habla habla, como pretenda Heidegger, para decirnos que era el Ser el que all hablaba en nuestras palabras. Mejor sera decir, quizs, que la pa- labra potica habla prolongando en nosotros la lengua materna: convierte en lengua viva una lengua que fue dada por muerta. Retor- nar al sentido aborigen para decir desde lo ms hondo lo inaudito, tratar de actualizar el ensoamiento de las primeras palabras de una lengua perdida en la misma lengua que hablamos, reencontrar el sentido desde la infancia ya ida: Para volver al vientre donde cada palabra va a nacer?. Quizs por eso puede seguir preguntndose Juan Gelman 23 cuando recibe el galardn patriarcal ms alto: No ser la palabra potica el sueo de otro sueo?. As entonces, como pensamos, la palabra de moneda corriente es la que dice que la vida es sueo, pero sueo vivido como si fuera la realidad misma, sin concien- cia de ser sueo todava aunque as la haya titulado otro poeta, y hay detrs de l otro sueo escondido an sin palabras, a las que el poeta le pone las suyas para que la ma- dre vuelva a hablarnos y reverdecerla como siempreviva. En la poesa-poesa es siempre la madre la que vuelve a hablar de profundis desde el habla originaria. Entonces podra decirse que la poesa abre nuevamente, para que forezca, la materialidad humana enso- ada primera, sin la cual el sentido mgico de la vivencia potica no existira y la vida cantante y sonante tampoco. Y si sabemos que al principio el anhelo pri- mero no reconoce espera porque vive en el sin tiempo del instante absoluto: basta desearlo para alcanzarlo, aunque luego la ausencia real del objeto de la satisfaccin alucinada lo defraude. Pero aparece en su esplendor que los msticos llaman divino cuando la alucinan en estado de trance: posesos posedos que el ensueo acoge. Ellos la hacen presente al 24 sentirse llenos en el instante fugaz del acon- tecimiento que transgrede al tiempo, y al invocar al Padre es la madre bienaventura- dos la que viene en silencio, puesto que que- daron solos, nuevamente a acogerlos. Porque estamos pensando que lo arcaico, que qued amurallado dentro de uno mismo luego de abrir el camino donde el sentido ensoado transita, es el surco afectivo materno que el espectro alucinado del padre recorre luego de cerrarle el camino a la madre. Y por eso sabemos, cuando el terror aparece, que en- tonces se transforma lo ensoado en espectro de muerte, y se obscurecen todos los colores y todos los sentimientos se entumecen. Porque lo espectral es lo real ya desarrollado y sir- ve de soporte a todas las relaciones llamadas sin impudicia mater-iales y slo nos queda, como dice Marx del residuo del trabajo: una misma objetividad espectral. El terror ha barrido al ensueo y suplant con el pavor patriarcal al afecto materno. Y sucede lo que nos pas a todos noso- tros: cuando el terror amenaza desde afuera se produce el retorno sbito, esquivando el tiempo para buscar cobijo, al origen de la satisfaccin de la primera infancia cuyo lu- gar el amor de la madre abri en nosotros, 25 cuando an no haba ni tiempo ni espacio objetivo desde el cual ahora el furor ame- naza. Y entonces, por un tiempo al menos, nos quedamos a resguardo, tranquilos. La religin cristiana, que es el complemento del terror globalizador que evangeliza al mundo, se apoder de la infancia arcaica y all, en el mismo sitio, nos puso una madre nueva, una madre Virgen, para desplazar a la primera, caliente y gozosa, y en lo ms profundo de nosotros volvemos a encontrar, como la Igle- sia y el poder necesitan, una madre que habla la misma lengua que el espectro del padre. Quedamos sitiados adentro y afuera: no hay escape. Por eso el cristianismo necesita que exista una sola lengua, y que digan lo mismo el adulto y el nio. El ensueo materno fue suplantado por una pesadilla siniestra, para que siendo grandes seamos como nios de pecho nuevamente. El lugar vaciado de savia materna lo sobrevuela ahora el Padre sin ros- tro de Hamlet: el resplandor inmisericorde y vengativo del espectro paranoico que acusa a la madre de haberlo traicionado. Y si pensamos que ese mundo primero vivi- do con la madre, que la memoria conserva, es el que san Agustn califca como la vida feliz que todos los hombres por el hecho de serlo 26 han vivido, que se actualiza para el santo en la entrega divina mientras le adjudica a Dios-Padre la leche materna. Y si sabemos, porque Marx lo escribe, que l mismo, siendo ateo, reconoce con un dejo de melancola a la infancia de la humanidad como la atraccin eterna del momento que no volver nunca ms. Y ms tarde nos invita a que imagine- mos a todas las fuerzas de hombres libres y concientes como una fuerza de trabajo social que se regularan por relaciones producti- vas racionales, produccin y consumo para la subsistencia que depender del nivel histri- co de desarrollo de sus productores, depura- das de toda ensoacin mtica, y all entonces cada uno recibira de acuerdo a su necesidad y dara acorde con su capacidad. Pero esa forma social, tan humana como difcil de ser recreada, es la que en la infancia del nio todo hijo vive con la madre mien- tras ella lo amamanta y lo arrulla, donde le da todo al hijo sin pedir nada a cambio, sin equivalente, por amor al arte, slo por el gusto amoroso de colmarlo en el acto en que al darse ella misma se colma, potlatch donde se usu-fructa toda la riqueza y se la gasta en el placer compartido sin calcular nada incluida la parte maldita, ese excedente 27 suntuoso que el Capital no tolera. Porque esa reverberacin inconsciente pero sentida como viniendo desde los socavones de la memoria arcaica como una fuerza, una sola fuerza ahora pensada de trabajo social es la que le da el matiz melanclico a su lamento: la atraccin eterna, por lo tanto fuera del tiem- po, del momento vivido, por lo tanto situado en el tiempo, que no volver nunca ms. Entonces volveramos al deseo. Pero tam- bin sabemos que hay deseos y deseos, pa- labra que por querer decir tanto termina, al fnal, por decir nada. Deseos eran los de antes, no esos que aparecen despus de acep- tar la amenaza de castracin del padre, cuyo simbolismo penetra en la lengua para trans- formarla en lengua independiente del cuerpo. Ser deseado por el deseo del otro, ese que instaura la historia entre amos y esclavos, es un deseo slo de conciencia: al superar a la Naturaleza para que el Espritu muestre en los hechos su desprecio por la vida del cuerpo, en ese comienzo metafsico de la sociabilidad humana es la madre como naturaleza despo- jada de historia a la que se renuncia y a la que desprecia. La historia para el cristiano Hegel comienza como lucha a muerte, post festum, luego de que lo ms importante haya 28 sucedido, y all se origina la fgura abstracta del Otro en la flosofa, que sigue viva porque se sabe esclava y lo adopta como modelo para no pensarla. Ese Otro que slo tiene concien- cia para desear y ser deseado en su concien- cia, es el hijo expsito de una madre ausente, que no la tuvo para protegerlo. El Ser del cual habla la metafsica no sera entonces sino el resplandor espectral tenebroso del padre que la ha desplazado y la ha convertido en natu- raleza inorgnica: en naturaleza muerta. Sin embargo, lo sabemos todos, slo hay ganas, deseo verdadero, cuando la percepcin est aureolada con la coronita que la memo- ria ensoada de la infancia le pone a los seres y a las cosas. Sentido que seguimos buscando en el mundo exterior donde, creemos, el sue- o y la alucinacin estaran ausentes de las cosas que vemos, porque se confunde con la Cosa misma para que sea esa cosa, comprada con dinero, la Cosa de reemplazo. Si la Cosa hablara dira: todas las cosas se han prosti- tuido cuando el Capital las conforma y les da su nueva forma fetichista en la cual apa- rece la paradoja marxista de un misticismo puramente racional, sin mistos, es decir sin otro misterio. Pero las cosas adquiridas como 29 mercancas reciben esa forma mstica slo cuando las sobrevuela desde ms arriba el espectro del Dios-Padre abstracto cristiano, que desplaz al ensueo materno que les da a las cosas del mundo su valor humano. Eso no lo ve la economa poltica. Y eso ms bien sucede porque el ensoa- miento, que inaugur la historia desde lo materno y les devuelve su sentido huma- no originario, refulge en toda presencia de sentido pleno. Y nos daremos cuenta que este ensoar est activo, aunque en sordi- na, hasta en el mundo material objetivo el cual, slo porque somos hombres y tenemos un alma, se hace visible envuelto con las formas y los anhelos de esa experiencia de la infancia defnitivamente ida. No se puede hablar entonces de materialismo, de cuerpo humano, si no recuperamos el sentido que, por ser histrico, la experiencia ensoada con la madre le agrega para siempre a la materia. Deseada e imposible al mismo tiempo, por- que esa coincidencia que la religin reanima slo vuelve en el presente en las fguras que el cristianismo ofrece, siendo as que la ma- dre arcaica se fue para siempre. Pero diga- mos algo ms para que quede claro. Que ese 30 pasado de imposible retorno se haya ido para siempre, no por eso debemos entender como la religin invita que aspiramos a mante- nerlo vivo tal cual fue vivido con su realidad absoluta en la primera infancia, acompaado como va ahora con nuevas fguras supletorias de aquellas antiguas que ocuparon su sitio. Y que nos lleva a seguir buscando lo perdido en el mundo infnito, como si aquel mundo pleno que dejamos al dejar la infancia, sin fsuras y sin tiempo, fuere el mismo que la religin nos ofrece, rechazando ste compartido que estamos viviendo con los otros cuerpos. Porque en verdad esos ensueos de la in- fancia arcaica fueron transformados, con la misma materia de la fantasa, en espectros que la alucinacin inviste de poderes inmise- ricordes para que el pensar no se pase de la raya rompiendo la barra que separa al signif- cante del signifcado. Porque el amor recpro- co y el acogimiento amoroso sin equivalencias de la madre al hijo, y el reconocimiento de su existencia como formando parte de la suya, eso queda congelado como si no fuera posible que se realizara en la sociedad adulta. Y ser por eso que la experiencia arcaica con la madre, negada pero siempreviva, sin embargo insiste: se convierte as en la can- 31 tera o en la reserva oculta de la cual extraen la refexin metafsica y tica sus nociones abstractas, negando la experiencia sensible de la infancia, ahora sublimada: Dios, el Ser, lo absoluto, lo infnito, lo trascendente, el es- pritu, etc. Y entonces quedan convertidos en meros etreos conceptos ideales, esqueletos mustios del cuerpo materno aniquilado y con el suyo el nuestro. No decimos que el Ser sea la madre, decimos que al concepto ser slo podemos pensarlo desde ella, porque es la premisa sensible de todo pensamiento. La experiencia con el cuerpo de la madre fue sustituida por un cuerpo de palabras, aca- riciadas en la poesa, cortadas por el flo de la razn patriarcal en la metafsica y en la refexin terica a la que siempre esa otra dimensin le falta. Las cualidades sensibles y ensoadas de la madre se han travestido y convertido en cualidades espectrales de los conceptos puramente simblicos del pensa- miento. Lo absoluto del sin tiempo materno se ha metamorfoseado en el absoluto eterna- mente abstracto de esos conceptos. Y para decirlo en pocas palabras: ustedes creen que podemos seguir pensando y vi- viendo sin caer en la cuenta que la castra- cin, de la cual se dice que nos habilita a la 32 vida como seres pensantes, no fue entonces solamente simblica, que por el contrario nos marc el cuerpo y que, quizs por eso, nuestra palabra ha quedado tan fcida? Y por eso algunos flsofos a la moda que se las saben todas acudan nuevamente a llamarla viril para ocultarlo? Ensoacin 35 Diego: 1 recib tus aclaraciones sobre el ensue- o y la ilusin, y se me ocurri que era una buena ocasin para darle otra vuelta a esa palabra. Todo esto me parece muy vago, no s si vale la pena, pero parecera que all hay algo que se deja de lado cuando pensamos en los temas de eso que se llama la flosofa. Ensoacin sera la materia del ensueo, anterior al sueo: el suelo afectivo que ema- na del cuerpo y que hace que cada relacin vivida con alguien o algo pueda aparecer como sentida y cualifcada en su ser presen- cia como teniendo un sentido: todo repercu- te en uno y cada cosa nos llama y nos in- terroga con nuestro propio nombre aunque no nos conozca. La conjuncin vivida con el cuerpo de la madre del cual cada uno se ha desprendido dej su estela donde se des- pliega, en su materialidad etrea, cada cosa 1. Este texto es parte de un intercambio de correos electr- nicos con Diego Sztulwark. 36 que vemos, porque su cuerpo fue la primera materialidad extensiva desde la cual se fue abriendo, en su cuerpo expandido, la mate- rialidad del mundo hasta abarcar todo lo que existe. El ojo del cuerpo fsiolgico pre- para para poner en juego la luminosidad que envuelve a las cosas y las denota en sus diferencias y en sus fuctuaciones continuas. El ojo es cuerpo que se expande cuando mira el mundo. Marx deca en los Manuscritos que el ojo se haba hecho ojo terico en la prctica. Por qu entonces el cuerpo no podra haberse hecho cuerpo histrico en la prctica con la madre? El espacio que la mi- rada abre como capacidad de un cuerpo ani- mado de vida fue organizada como mirada humana desde la mirada de la madre con la cual nos confundamos y todo lo veamos como si el espacio fuera acompaado de su cuerpo expandido donde se tramaban y se entretejan los primeros sentidos. La vista abre el espacio en el que el cuerpo se mueve con las imgenes que van dejando los seres y las cosas, pero acompaadas siempre por esa coalescencia de sonidos, cadencias, sabo- res, fragancias, lisuras y rigurosidades que hacen que cada cosa que vemos hacia ella converjan y se le integren dando el sentido 37 que para nosotros tienen, y que sintetizan en- tonces todo lo que nos dan lo que llamamos con displicencia los cinco sentidos, que no son ms que agujeros del cuerpo ergeno. El ensoamiento es la forma ms densa de con- tener todo lo sentido, en tanto sentido, an mientras la diferencia entre lo interno y lo externo todava exista; donde el sueo for- maba el sentido que el despertar le agregaba dentro de un continuo donde las diferencias se integraban y se organizaban. La materia que es o subyace en cada cosa para que exis- ta nunca es vista como la describe la mirada terica del fsico o del qumico (o de la fsio- loga a la cual Marx acude en El fetichismo): siempre los espacios infnitos que aterraban a Pascal estn presentes cuando miramos el cielo como fundamento de la percepcin personal que tenemos: su materialidad vis- ta, por ms distante que sea y que nos afecte, siempre est acompaada de la resonancia que le da la materia ensoada con la cual la vemos. Y por eso los espacios infnitos a Pas- cal lo espantaban an cuando los pensara matemticamente como tambin a nosotros. Porque el ensueo es un continuo tan indi- soluble e inseparable como el sentimiento de ser cuerpo, que est siempre en acto, y es 38 la permanencia continua de la vida que nos acompaa con una resonancia inaudible e indistinguible, sin distancia: si no la sin- tiramos siempre (no) seramos nada. Esa resonancia es la que nos da el sentimien- to de estar vivos y no muertos hasta cuando dormimos. Porque el cuerpo nunca duerme para estar vivo: sigue elaborando el grano menudo de nuestra propia carne. Y aunque no tenga sueos, esta resonancia es el eco o el ter que es el acompaante de la materia viva. Sin ella el pienso luego existo aparece como un acto primero siendo que es un acto segundo, cuando no estoy seguro de lo que siento como cuerpo vivo. La existencia con- ciente es un acto segundo que desdea ese primero sin el cual la conciencia no hubiera existido. Y es lo que nos permite decir que so- mos cuerpo humano, porque ese sentimien- to de estar vivo ya est impregnado de lo que el sentimiento de lo vivido con la madre le ha sobre-agregado y que lo ha subsumido. El idealismo es la creencia de que ese senti- miento desdeado como mera vida corprea no es diferente en un cuerpo animal que en el cuerpo humano, que naci prematuro y al que la experiencia con el cuerpo materno le agreg sensiblemente una dimensin hist- 39 rica que formar parte de su biologa: un tegumento nuevo para con-tactar el mundo. El sentirse vivo del cuerpo, resonancia inau- dible de tan inseparable de la vida que sigue elaborando el cuerpo para seguir estando vivo, esta vida oscura de cuyo trabajo insom- ne no tenemos conciencia, slo nos es dada en el sentimiento de ser un cuerpo humano. Es la conciencia sensible de la unidad de nuestra existencia, diferente a toda otra por- cin de vida animada como la ma en tanto cuerpo. Es lo que nos lleva a preguntarnos: por qu existe un cuerpo, dentro de todo lo existente, que sea yo mismo? Es el nico y verdadero misterio: que exista un cuerpo que sea yo mismo. Es lo contrario de la puesta entre parntesis fenomenolgica para llegar a la esencia: en vez de poner entre parntesis habra que abrir todos los corchetes y dejar que se expanda para reconocerla. Lo ensoado es el modo de darse la materia viva cuando se ha metamorfoseado en mate- ria humana. Y sera, por lo tanto, como vos decs, un momento absoluto originario, in- distinguible de la materia misma de nuestro propio cuerpo. Fue Freud, creo, quien quiso devolverle a la materia el ensoamiento ju- daico que el cristianismo quera suplantar 40 con la pesadilla espectral del crucifcado. El ao que viene en Jerusaln era la expresin patriarcal de un retorno a la tierra prometida que resonaba por debajo como retorno al sue- lo materno, como Marx llamaba al suelo de la mitologa, porque es la que daba sentido a toda creacin artstica, es decir a aquella que pona en juego las resonancias ms primiti- vas, bellas y plenas en la elaboracin humana de la Naturaleza cuando la tecnologa racio- nalista an no exista, es decir nuevamente la del cuerpo originario de la madre. Si esto no es cierto, aunque de manera an aproximada, no sirve para nada lo que estamos pensando. Un abrazo agradecido por lo que seguimos pensando juntos. Leib La celebracin 43 Se me olvid que te olvid, a m que nada se me olvida. Cancin popular venezolana I Para que la verdad que el espritu alcanza sea realmente verdadera, debe ser celebrada: por eso la pasin se alegra de haberla busca- do y haberla encontrado. El espritu recobra el aliento que lo dej sin respiro y la celebra- cin es la alegra que el cuerpo siente cuando la verdad pensada nuevamente destella: es la epifana de los signos cuando estos se reen- cuentran y se abrazan con su fundamento. La angustia se ausenta despus de haber roto los lmites que el terror nos ha impuesto y el cuer- po puede volver a desplegarse y enlazarse con los otros cuerpos. Recin entonces la verdad se hace patente: cuando recobramos aquella alegra primera de su surgimiento y la uni- dad perdida del origen, ahora ampliada, vuel- ve por sus fueros. Las pasiones dejan de estar 44 tristes y una alegra indecible empuja desde abajo a los pensamientos que se llaman ms elevados: les marcan un camino cuando van errantes. Slo el cuerpo, que contiene todas las premisas del pensar humano, construye con las ideas un silogismo bien temperado cu- yas conclusiones nos llegan hasta el alma por los cuatro costados. Y esto es lo que busca y es lo que le falta a la espiritualidad pura e incon- dicionada que le saca el cuerpo al rostro del absolutamente Otro (Levinas) o a la hospita- lidad incondicionada (Derrida), como si este agregado fuera sufciente para establecer un nuevo punto de partida para el pensamiento. Lo que le falta a la verdad incondicionada es esa condicin primitiva que contrara su ne- cesaria pureza: la quieren casta y pura como los hombres a Alfonsina Storni. Pero slo la celebracin rememora en el presente el aco- gimiento soslayado del cuerpo materno que actualiza nuestro origen, insistente en las pa- labras que lo prolongan para ser verdaderas: el regocijo por la presencia todava viva de su rostro imborrable o la tierna hospitalidad que ella nos ha brindado mientras modulaba las primeras palabras. Esa condicin ab-origen, trama primera de todo sentido, no puede ser soslayada. Si no, dnde est la gracia? 45 Lo cual lleva en el decir flosfco a ese agregado inesperado si quiere sostenerse en algo cuando lo materno originario es ig- norado: es rostro y es acogimiento materno lo que buscan para protegerse, pero le agre- gan en seguida la palabra incondicionado: es algo y es nada al mismo tiempo. Piensan tironeados (entre las pasiones tristes y las pasiones alegres) y no se la aguantan. Se ven arrastrados por rfagas de argumen- tos y razonamientos que hace dos milenios se vienen enroscando en ese ojo tormentoso que con sus bramidos los espa y los desafa. Las bibliotecas se desmoronan y se les caen encima. Entonces se hacen eruditos para de- tener el tiempo y retienen de la experiencia infantil la eternidad en acto del sin tiempo materno, en el cual instalan al pensamiento (si, como se dice, le debemos una muerte a la naturaleza, a la madre en cambio le debemos una vida). Necesitan invocar una presen- cia antigua para protegerse, un rostro amo- roso o un abrazo amistoso a cuya densidad sensible se apunta, pero se dan vuelta para soslayarla. Evocan un cuerpo afectivo inten- sivo, pero como no lo soportan inventan un concepto que excluya para ser concepto las condiciones primeras, arcaicas y sensuales 46 de su surgimiento. Entonces recurren a lo incondicionado flosfco peticin de prin- cipio que no tiene condicionamiento previo: a priori le dicen porque preexiste y funda ra- cionalmente todas las condiciones. Pero hay otro incondicionado, sin condiciones, que el nio vive con la madre: lo in-condicional de la entrega que el primer amor supone. La quise porque la quise, como me lo recuerda una cancin popular de mi infancia. As de simple y as se la rememora: lo incondicio- nado primero, condicin sin condiciones, no necesita ms nada. Tiene la certidumbre del origen imborrable porque desde all se inicia todo lo sentido y todo lo pensable. La condi- cin primera, que fue vivida como incondicio- nada por el nio, no puede ser transmutada en un incondicionado flosfco: sera la for- ma de un pensamiento tan arcaico como lo absoluto sentido de la madre ensoada sobre cuyo vaco la flosofa se piensa con su mito- loga cristiana. Lo sienten pero no lo saben. Ese amor a la sabidura es un delirio que perdi en el camino ese amor pluscuamper- fecto, para siempre ido, lleno de atractivos, que seguimos buscando con un cuerpo de palabras que creemos puras porque han ol- vidado el sentido originario que nos haba 47 deslumbrado pero que nos ha dejado su im- pronta fulgurante. Lo incondicionado flo- sfco, que soslaya la condicin gestadora e histrica de su surgimiento, es en cambio la garanta para no pasarnos de la raya que el terror histrico ha marcado con sus con- ceptos para distanciarnos de la experiencia viva que el cuerpo anima cuando piensa. El absoluto teo-flosfco del Ser espiritual ig- nora que la memoria de la madre arcaica es la cantera de donde se ha extrado la ex- periencia prima para construir con ella los conceptos de lo infnito, de lo absoluto y de lo incondicionado, tan incondicionada y tan infnita como es la madre para todo nio, en ese tiempo sin tiempo en que ste an no sabe nada de las condiciones de la realidad del mundo. La religin occidental y la floso- fa tienen ambos el mismo presupuesto m- tico-cristiano: la gnesis histrica individual del acceso mater-ial a la Historia ha queda- do excluido. Lo hacen pero no lo sienten. Por eso la flosofa, que es desde su origen poltica queremos decir que se apoya en el golpe de estado patriarcal y viril para impo- ner su dominio sobre las damas (madres y mujeres temidas y anheladas), soslaya de su pensamiento el origen del poder absoluto 48 de la vivencia arcaica materna que utilizan ahora en su provecho. El a priori patriarcal que funda el pensamiento es un a posteriori del poder materno que oculta su origen en su pretensin de dominar como verdade- ro. No debemos volver a encontrar ninguna condicin ni mater-ial ni afectiva que supere la racionalidad impuesta, proclaman: lo in- condicionado es lo que el poder de la razn flosfca necesita para limitarla y excluir el origen amoroso del pensar humano. Acep- tan que nacemos entre heces y orinas, pero no quieren saber nada que es desde el te- ro gestador de donde nace el pensamiento, y aceptar entonces que la experiencia primera con la madre es el suelo nutricio sobre cuyo fondo el pensar se engendra. En un mundo donde nada existe sin condiciones pretender agregarle una pizca de sensible (como si eso bastara) para que Alguien in-condicionado y trascendente nos hospede o nos mire, (por- que para hacerlo debemos vaciar su rostro sensible y convertirlo en Rostro conceptuali- zado, pero conservando su rastro) es anhelar obscuramente, pero sin decirlo, que el tero materno vuelva a contenernos. Porque es la tenaz subsistencia de la celebracin primera la que sigue sosteniendo, aunque impensado, 49 a lo incondicionado flosfco, pero ahora transformado en puro concepto: para que la celebracin pagana no exista en el pensa- miento que slo debe deslumbrarse cuando la Verdad del Ser se desnude como Aletheia (la Aletheia, la verdad revelada, para no asustarnos no tiene cuerpo femenino, aun- que sean las diosas griegas las que le abren a Parmnides el camino del conocimiento ver- dadero. Si esperamos luego al ltimo Dios de Heidegger es porque las Diosas primeras han quedado mudas o aniquiladas junto con sus hijos en los campos de exterminio). II Los flsofos clebres casi todos ellos in- tentan ocultarnos la celebracin origina- ria balbuceada ahora con palabras griegas, como si esa fuera la lengua inicial que todas las madres nos hablaron. Necesitan tener un Dios aparte (y sabio) para protegerse de ellas. No saben que la plenitud de ese Ser absoluto del cual slo conocen su enunciado Verba sin Res en el que ubican el poder de todos los poderes, se inaugura y se remite a la marca indeleble de la plenitud vivida con 50 la madre de la que slo les queda el urea vaporosa de una experiencia que nunca al- canz a expresarse, porque su experiencia indecible es anterior a las palabras. Slo sus ecos sin representacin encuentran luego la conciencia que, para serlo, abre el campo del sentido pensado desde un desierto que en vano quieren arar, porque mientras lo hacen destruyen con su herbicida terico la tierra sobre la que slo brota la clarividencia fra de una nica for obscura: la raz de una pa- labra que engendra a la otra, como si las pa- labras se nutrieran como el clavel del aire. Ambas celebraciones, la arcaica mater- na y la flosfca, necesitan condiciones: ser celebradas por el rostro presente del otro. Rostros diferentes, es cierto. La flosofa, despus de deambular tanto, tras su ltima crisis luego de fracasadas las revoluciones en la post-guerra mundial, vuelve al mito del viejo Parmnides para llenar con la Diosa, sin nombrarla no un Dios mascu- lino el lugar de sus primeros conceptos en el camino que ella le haba abierto al efebo que piensa: el ser es; el no-ser no es. Esa es la certidumbre del ser originario. El ser primero que nos trajo a la vida lo llenaba todo: el no-ser desde el ser primero no tiene 51 cabida. Slo nos dice que el ser es: por eso parte de aquello que hizo posible que noso- tros seamos seres indudables. Cuando el ser parmenideano excluye la presencia viva del ser femenino de las diosas que nos ensean con sus pensamientos, entonces los flsofos que piensan con nuestra mitologa cristiana lo metamorfosean en Ser y en esencia de un Dios absoluto, abstracto y masculino. Pero como la madre no es predicable ni podemos sintetizarla sin primero denotarla sensacin a sensacin, sentido a sentido, y ac- tualizar entonces el ensueo primero, ese ter que emana del cuerpo donde persiste como efuvio amoroso de una sangre viva, talan las races que llevan sus nutrientes al rbol de la flosofa (y del pensamiento). La Nada a la que fue reducida la madre plena, cuyo anverso es el Ser abstracto que nos domina, es el lugar necesario de partida que inaugura ahora sin ella el pensamiento, con cuyos con- tenidos sensibles negados, sin embargo, se lo ha construido como puro concepto. Pensar el Ser en la flosofa moderna es pa- sar del mito griego imaginal al concepto como puro pensamiento que rompi amarras con ese mito, sin darnos cuenta que lo hacemos con un mito nuevo, el del Verbo cristiano, ese 52 inmaterialismo (Koyr) que inaugura la re- negacin de lo materno del cual parte: abri el espacio de un pensamiento cuya fligrana lgica pas a la forma sin contenido sensible para que su existencia se haga decible. Y que cuando en flosofa hablamos del ser, en ver- dad ellos hablan de una cosa y nosotros ha- blamos de otra Cosa. Es cierto, la lengua materna originaria, esas lenguas del Paraso (Olender) que la lingstica deja de lado, no conoce las pala- bras ni las signifcaciones abstractas todava. Slo una palabra, un nombre que lo engloba todo podra mentarla, pero al pronunciar esa palabra que la evoca quedamos en suspenso y la refexin se inhibe y sus rayos enceguecen: cuando la decimos en voz baja no podemos pensar en ms nada, porque slo desde su in- vocacin surgi con ella el pensamiento y lue- go, pero slo luego, la primera palabra que la nombra. Mejor dicho: era ya pensamien- to pero sin re-fexin todava. Hagamos una prueba. Pronunciemos en voz baja su nom- bre, evoqumosla adultos ahora como cuan- do nios lo hacamos repitiendo los sonidos de su boca que la nuestra modula (ma-m) y nos daremos cuenta de cmo ese soplo clido nos invade el cuerpo y somos nosotros su caja 53 de resonancia afectiva e imaginaria, nunca vaca, que sigue siendo el elemento, el ter ensoado por el cual circula todo lo que an decimos: el cuerpo de profundis la celebra to- dava. Cambiemos a Dios por madre origina- ria, palabra viviente a la que le fue usurpado su contenido vivo para transferrselo al Dios abstracto, y veremos que volvemos a encon- trar la fuente del origen prehistrico de la pa- labra en la historia personal del acceso a la lengua desde la infancia arcaica. La palabra Ser es radicalmente heterog- nea con lo que evoca el nombre mam enun- ciado en voz queda: la una vaca, la otra llena. Es el destello de su presencia viva en nuestra vida el que anula y vaca a la palabra mays- cula que quiere ocultarla. Cuando decimos el Ser es, creyendo actualizar la punta extrema del pensamiento que piensa sin pensar des- de ella, ese vaco de contenido es todo lo que queda luego de aniquilarla como fundamento. Como si el mundo no hubiera sido al comien- zo la extensin infnita de su cuerpo. Ya no miran como los antiguos a la Va Lctea cuya leche se expanda hasta llenar el cosmos? Quin va a mentar la raja de su lengua h- meda que ha parido al pensamiento, cuando el cuerpo de la flosofa quiere suplantarla 54 luego de haber detenido y congelado su des- pliegue ensoado con un cuenco lleno de pa- labras fras y de citas sabias? III Pero lo importante es preguntarnos por el Ser: cmo es posible que esa sola palabra d qu pensar al pensamiento? Como si el mundo pudiera ser pensado despojando a la historia de su origen humano. La palabra Ser es la forma ltima de decir y llamar al Todo desde no tener nada in mente: slo des- de la experiencia previa de quedarnos vacos podemos postular con una palabra ese todo inasible que primero adormecen nuestros contenidos vividos para poder decirla. Y luego nos congratulamos, sin asombro, de que la bomba atmica sea el producto de haber descubierto el secreto de la estructura racional de la materialidad fsica del cosmos para aniquilar la vida. Ocultamos el secreto histrico de la mater-ialidad materna, como si la densidad ensoada que la madre le agrega a la naturaleza de las cosas no fuera el fundamento de la materialidad humana que qued suspendida. 55 Decir Ser como si fuera Algo es haber que- rido alcanzar de golpe el Todo originario de su ser madre toda sentida, atravesado y deslindando de golpe todos los espacios inte- riores para aferrarnos a una palabra que es sonido impotente para contener nada, pues es slo desde su lleno sentido, ahora vaciado, que el Ser es pensado. Con la negacin del ordo amoris de la madre no se construye un orden nuevo que organice la materialidad del mundo, sino un orden antagnico vaciado de la materia viva, orden de cosas puramente cosas convocado a la muerte: stas slo pue- den ser llenadas con una materialidad cs- mica, puramente fsica, despojada de lo ms humano que los hombres han creado en la tierra que desde su cuerpo se ha prologado. Aceptemos entonces que hay una lengua an anterior a la llamada indebidamente materna: sta, que es segunda y patriarcal, estructura y ordena de otro modo el ordo amoris ensoado de la lengua materna pri- mera, que no es lenguaje todava. Y por all circula, castracin mediante, en ese mismo elemento ahora aterrado e inundado de pe- sadillas, el espectro persecutorio alucinado del Verbo paterno que la ha desplazado. La castracin que se implora para incluirnos en 56 la estructura de los signifcantes slo pien- sa con los signifcantes encadenados al or- den tenebroso de la jerarqua y el orden del lenguaje del padre. Metamorfosea la trama incipiente de su ordo amoris y la reorganiza modifcando la jerarqua de sus valores que de inmanente se transforma en trascenden- te. Con el cristianismo culmina este proceso, cuando lo trascendente judo se transforma en un nuevo inmanente cristiano. Y eso se logra cuando la madre es trasformada en Virgen. Cristo es el caballo de Troya que conquist con sus astucias el fuerte hacien- do tronar el escarmiento y penetr hasta ocupar el tero materno imponiendo con su triunfo al dios patriarcal en el trono. Enton- ces el Dios externo, infnitamente distante, se transform en lo ms interno: quedamos sitiados a dos puntas, sin salida. Ya no hay ms lengua materna originaria: la lengua patriarcal, que es segunda, se convirti en primera. Y se la llama materna para encu- brir el matricidio, y todos los que all nacen circulan ahora cual nios expsitos, con su nueva identidad falsifcada. 57 IV La primera celebracin que nos abri sus brazos luego de parirnos con su cuerpo gozo- so ya para todos fue cumplida; la segunda celebracin slo queda como susurro aora- do, arabescos que desdibujan lo que nunca ms volver a repetirse en momentos en que al pensar debemos excluirla. La hospitalidad, que es sensible para que sea algo, aunque para ocultarlo se le agregue el concepto de incondicionada, evoca el gasto placentero de la generosidad materna; lo incondiciona- do tacao con el que se la ahorra despoja a la experiencia de su contenido originario y con- vierte en metafsica a la marca arcaica: el Ser es slo un ser de palabras. Una vez ms: se va desde la condicin primera (celebracin materna) y desde all se elevan es necesario hacerlo hacia lo absoluto simbolizado incon- dicionado: si no, no sera flosfco. Con esta astucia del alma hemos esqui- vado al terror que la distancia a ella dentro de nosotros mismos: entonces podemos ha- cer flosofa sin correr riesgos. El celebra- do ser ahora el flsofo astuto que con el despliegue de su pensamiento magno abar- ca todo el espacio de lo pensable, pero sin 58 peligro, desde el origen del universo hasta nuestros das: lstima que lo incondicionado abstracto que la encubre aparezca siempre demasiado tarde. Mientras la ciencia dice la actualidad acumulada de todo lo conoci- do pero cuyo origen sigue contenido aunque contundente en el presente, la flosofa en cambio debera volver cada vez buscando el origen perdido y rehacer todo el camino para poder afrmar algo en su pensamiento como origen de todo lo existente. Es decir, en esa primera relacin negada en la cual confundidos nacimos, cuyo lugar creador del sentido se usurpa, all se oculta y se desva- nece la evocacin arcaica de la materialidad sensible de la madre que fundar al Ser de puro pensamiento. Cuando celebramos al flsofo clebre aplaudimos lo que l nos muestra porque al mismo tiempo que evoca lo materno conver- tido en Cosa en s abstracta la sigue ocultan- do y nos preserva al llevar el pensamiento que se dice puro hasta el ltimo extremo: all donde de la Cosa slo se retiene lo que de Ab- soluto o de Infnito tuvo su vivencia sensible originaria, como si no fuera desde ella que co- mienza todo para el recin nacido que todos hemos sido (y seguimos siendo). Es el placer 59 evanescente que los flsofos sienten por ha- ber osado siquiera rozarla al esquivarla. Los flsofos seran nios astutos pen- sando ese resto que asoma de lo que qued visible de lo materno, pero congelado en la flosofa la cual, sin transformar el funda- mento que la haba originado, se actualiza como si siguiera valiendo para pensarla en la realidad actual tal como les es dada con las ideas que brotan, creen, slo de la cabe- za: la idea de la idea que Spinoza pone al comienzo del pensar flosfco, como si es- tableciera una distancia inmaterial entre ambas ideas, no es la que ellos interpretan. La primera idea para el flsofo judo surge enlazada con el afecto del cuerpo materno; la segunda, la idea de la idea esa que aho- ra nos prestan como si el no-ser pudiera ser pensado como si lo fuera abre e instaura en cambio en la flosofa convencional ese hia- to que la tala, la discontinuidad sensible y la distancia infnita entre una idea y la otra. La idea de la idea parecera entonces que metamorfosea tambin en mero concepto a la primera idea, al primer sentido que el cuerpo ha creado con ella, ahora distancia- da, pero sin afecto: la marca sensible y afec- tiva por un lado, la idea abstracta por el otro. 60 En ese huequito que separa a una idea de la otra, refejo de un refejo, la nueva idea cree que es igual que la primera, sin darse cuenta que una cosa es la idea que viene de la idea y otra es la idea que prolonga en Spinoza la Cosa sensible primera en la idea. Por eso hay ideas e ideas. Podramos quizs decir en- tonces que para Spinoza es el ensoamiento, con el que se vive y se prolonga en nosotros la substancia materna, el elemento o el ter, la sutil materialidad que sigue soste- niendo y engendrando la circulacin de las ideas y el paso de una idea a la otra. Como el pensamiento construy los conceptos in- condicionados de las categoras a priori del tiempo y del espacio como si realmente no hubieran tenido condiciones en el sin tiem- po y en el sin espacio primero del cuerpo materno, el a priori en la flosofa oculta su ser a posteriori. Substituye un origen por otro, la experiencia arcaica, la sustancia o la Cosa desde la cual el pensamiento se abre, y nos distancia de ese primer incondiciona- do sentido como a-temporal, vivido como un sueo por el recin nacido, como el absoluto que en verdad para l lo era: su madre. Y esto no se llena con los existenciarios. 61 V Esa es la condicin oculta de lo que aparece como si no tuviera condiciones: lo incondicio- nado flosfco. Por eso el pensamiento del flsofo siempre roza los lmites que la ocul- tan al mismo tiempo que nos hace evocar en sordina lo clandestino impensado: si no, no entenderamos nada. Buscamos animar en el mundo material externo lo que ya estaba desde antes y que fue tachado y qued slo como interno, siempre esperado y siempre frustrado, hasta que surja de nuevo con la llegada del Mesas flosfco. No saben que lo que estn esperando que llegue ya ha lle- gado, que lo que esperan que se abra ya est abierto, porque est all desde siempre y de tanto sentirlo ya no pueden verlo ni tampoco pensarlo. La realidad simbolizada deja en- tonces fuera del pensamiento la materiali- dad ensoada que la madre le agrega para pasar a pensarla slo con conceptos que los signos sostienen: la ltima lima flosfca, erizada de agudos y flosos conceptos, le da su acabado a todo lo sensible para que que- de liso en tanto puro pensamiento: sin pizca de madre ensoada. Volvemos a ratifcar su ausencia en el presente con el pensamiento 62 que nos han dejado para que pensemos slo lo que ellos quieren: para que pensemos todo sin que recordemos nada de nuestro pasado. La celebracin primera que no puede prolongarse en los conceptos ha sido re- tenida y conservada para actualizar a la madre como realidad alucinada slo en la mitologa religiosa. El vulo sagrado, que Dios ha fecundado para que futuro infnito tambin haya para el adulto que olvid su infancia, tiene ahora slo a la Santa Fami- lia de la Trinidad Sagrada como su pasado. El mito religioso que nos sobrevuela a todos es el que ordena nuestro discurso flosfco sin que nos demos cuenta. Antes que el pensamiento racional y cien- tfco moderno apareciera, el pensar era po- tico: exista la metfora donde lo ensoado se ampliaba y el horizonte del mundo se ex- tenda. La poesa y la msica signifcaban entre imgenes y ritmos que sostenan las palabras y vibraban sonoras en el diapasn del cuerpo. En ese espacio luminoso aparece todava lo ensoado engendrando el senti- do, y volvemos a acunar ahora nosotros ese nio que todos hemos sido. Y nos sorpren- de: lo ensoado vuelve a despertarse atrave- sando el pensamiento vigilante de la nueva 63 conciencia. Porque la fra conciencia es una conciencia segunda, que el terror separ de otra previa que se extenda desde la mate- rialidad ensoada del cuerpo materno. Hei- degger confunde al Ser abstracto con el ser vivo y sensible de la madre arcaica que en sordina le sigue hablando y l sigue negando, obstinado, en el gnesis que la flologa le en- sea de una historia que elude el origen his- trico de la creacin humana del sentido es- condido en las palabras ltimas de la cultura griega, sarcfagos sagrados que guardan los restos de una historia insepulta del signif- car humano. Del origen slo le llega su eco metamorfoseado por el terror teolgico que le marca la angustia, tambin segunda, del ser (destinado) a la muerte cristiano. El mundo debi ser potico en el matriar- cado, si alguna vez hubo algo semejante, porque est en contradiccin ese pensar f- losfco con la celebracin materna. En los lazos adultos la celebracin materna (don- de las madres y los nios reviven todos los das, al menos por un tiempo, la prehistoria pasada), esa celebracin est radicalmente convertida en simulacro: a los adultos la f- losofa acadmica les vende ilusiones frente a una verdad originaria que ha naufragado 64 en el acto mismo de querer pensarla. El ori- gen humano del intercambio que hizo posi- ble la existencia, ese comienzo todava si- gue presente, nunca ha desaparecido, y se renueva cada da en cada madre que acuna a su hijo: all reverdece y nos muestra, como el primer suspiro con el que todos esperan entonces encontrarla al menos al llegar el ltimo, la distancia siempre presente y siempre negada entre la celebracin adulta y la celebracin originaria, actualizada en los nios, oculta en nosotros. Celebremos al menos poder recordarlo. Naturalmente 67 Y para terminar el da, por si les interesa. I Cuando nos preguntamos por el origen de los ideales de la buena vida y del amor al prjimo, ese que la razn expresa como lo ms alto que el Espritu haya nunca alcan- zado, en realidad estamos buscando su ori- gen en un pensamiento que supere los ape- titos individuales y animales de la carne. Como si en la Naturaleza el otro, al menos en tanto cro que est inerme y merece cui- dado, no existiera. Creo que estamos equivocados, porque su existencia ya aparece en acto, como si des- puntara en el hecho de que la vida exista creando ms vida. Por lo tanto lo ms subli- me el reconocimiento de la vida del otro y el sacrifcio de la propia para protegerlo esta- ra presente en la Naturaleza antes de que el pensamiento racional lo enuncie como puro 68 ideal del alma humana. Pensemos: cuando una hembra animal da a luz a sus cras, en ese momento en la Naturaleza se suspende la Ley de la Selva, y otro orden fugazmen- te despunta, tan distante de la bestialidad que le es propia. Para que el recin nacido subsista la hembra madre que lo ha parido arriesga y pone en juego su propia vida. No slo lo alimenta mientras ella no come: le da a vivir de su cuerpo sin que el hijo le d nada a cambio. Pone el alimento en su boca y lame su cuerpo para acariciarlo. Si alguien lo ata- ca se desespera y se pone loca sin importarle nada. Al poco tiempo la Ley de la Selva vuel- ve a separarlos como dos extraos. Esto, es cierto, dura poco tiempo, la ma- duracin del cuerpo del animal es corta y la independencia y la separacin de ambos se produce de manera rpida. La cra dejar de reconocer muy pronto a su madre tanto como ella lo har con su cra: se instalar entre ellos la indiferencia sin memoria. Este en- gendramiento y el cobijo fugaz no les marca la vida adulta ni tampoco crea una genealo- ga: no se inscribe en el cuerpo, les pasa por encima. Lo pasado pisado nunca es ms cier- to. La Ley de la Selva impiadosa substituir 69 muy rpido al orden (fue acaso amoroso?) del cuerpo animal de la madre. Si bien hay un cuerpo que se vive en el afecto sinttico de s mismo (con su alma animal como de- ca Hegel), al engendrar a su cra no se abre en la hembra que pare un lugar persistente que retenga naturalmente la existencia del otro como otro uno mismo. Es un momento fugaz que pronto se desvanece. II En la vida histrica humana la creacin de una nueva vida aparece como un estado de excepcin dentro de la ley del Estado y por lo tanto le es previa, pues sin ella el Estado no hubiera existido. La excepcionalidad de la madre cobijante pasar luego al Sobera- no como protector de la vida de todos, que de este acceso a la vida retendr slo el mo- mento del olvido, el de la segunda parte, y no el cobijo amoroso de la madre, que fue la primera. Si en la vida humana la existencia del hombre irrumpe con la aparicin sbita de un ordo amoris materno donde todo nos es dado, este comienzo se interrumpe en el Estado para desarrollarse al servicio de una 70 excepcionalidad opuesta y que la contrara: la que implanta el Soberano quien, legal- mente ahora, nos pide en cambio que todo le sea dado. As como la espontaneidad cobi- jante de la naturaleza es transformada por la madre en un ordo amoris humano, en el Estado la ley de la selva de la naturaleza es sustituida en la historia adulta y meta- morfoseada por el monarca quien, bajo ame- naza de muerte, nos impone una legalidad patriarcal racional que cercena el orden amoroso materno. El darse gozoso de la ma- dre es sustituido por el sacrifcio impiadoso del hijo. La vivencia arcaica materna, estado que el recin nacido vive como el bien abso- luto, es suplantada por el poder absoluto de la ley jurdica que se asienta sobre el estado de excepcin del monarca. Ese es el primer espacio de vida histrica que conoce el recin nacido, sin el cual vida humana no habra, aunque la ley de la selva vuelva al poco tiem- po y pase a contrariarla con su Ley racional que lo desplaza. Esto est oculto en el funda- mento de la teo-ontologa de nuestros flso- fos. Con sus agudos conceptos escarban los dientes de su dentadura postiza. Cuando se trata de la vida humana es como si en las madres patriarcalizadas tam- 71 bin volviera a abrirse un retorno al origen al que regresan en su ensueo maternal para volver a repetir, ahora con el hijo, las marcas originarias de su propia impronta arcaica cuando accedieron tambin ellas a la vida. Abren con el nio que han gestado una suerte de mbito idlico donde el amor sin distancia y sin ley los enlaza. Ambos absolu- tos-absolutos coinciden: la madre actualiza su origen que la ley del Estado y la concien- cia no alcanz a borrar de su propia memoria arcaica; para el nio ser su primera marca desde la cual se abrir el espacio de su nue- va vida. En el estado amoroso de la madre cobijante ambos viven una excepcionalidad que contrara todas las excepciones munda- nas, legales y polticas, recuperando una ex- cepcin ms antigua que qued trunca y sin desarrollo en la cultura: el acogimiento ma- terno de las hembras-madres para que vida humana y social haya. La primera forma absoluta-absoluta, sin f- suras, que el nio vive viene, sin embargo, de una madre que, puesto que es madre huma- na, retorna de lo absoluto-relativo a la viven- cia ensoada de un absoluto-absoluto que ya tambin para ella se haba perdido cuando lo absoluto arcaico se hizo relativo a la historia 72 adulta del Estado. El dar a luz al hijo es vivido por muchas de ellas como un inespe- rado orgasmo donde se resume el placer ms intenso en la plenitud del cuerpo que duran- te un largo tiempo lo ha gestado en sus en- traas. All lo absoluto de la propia vivencia infantil arcaica permanecer como religioso, absoluto-absoluto anacrnico que la religin real-iza como si lo absoluto permaneciera, traspasado, tal cual, como sostn de la vida temporal y material de la Iglesia y del Esta- do, cuyo fundamento para los sujetos queda situado ahora fuera del mundo. Lo absoluto de la vivencia arcaica que cada uno ha vivido queda objetivado como atributo de la esencia espectral de dios o del Estado. La experien- cia arcaica, lo ms recndito, permanece en el mundo al lado (pero ms all) del mundo. Re- lativos sin absolutos, del cual fuimos expro- piados. Ahora el Dios patriarcal y el Estado se han convertido en absolutos-absolutos, y nos quedamos en vida solos: solos, nicamente re- lativos al poder que nos domina. Lo que tene- mos de vida absoluta, irreductible a toda otra, excepcionalidad misteriosa que emerge como uno mismo y que nada explica, aunque en la experiencia arcaica con la madre lo haya- mos sentido, queda detenido, separado para 73 siempre sin poder prolongarse en la historia que lo hizo posible. Lo relativo del tiempo de la vida humana y perecedera, pero al mismo tiempo relativo a la historia, a la vida, pasa- r a investir al Estado. Corta la memoria: de su impronta imborrable queda slo la marca materna, pero la interrumpe para congelarla y hacer imposible que se prolongue en la vida que se contina. Madre interrupta. El Estado la deriva en el tiempo al sin tiempo arcaico para hacer que su absoluto ensoado invista su poder estatal relativo como si fuera abso- luto. El acogimientro materno queda como una promesa trunca que slo el infnito de un tiempo sin vida podr acogernos. El tiem- po lo marca el reloj racional del Estado, pero el devenir materno de su origen ha quedado detenido. Est la memoria del cuerpo vivido con la madre y est la memoria que el terror ha marcado al desplazarla y dejarla como un puro sentimiento fotante, sin sostn en nada, salvo esta conciencia amputada de su origen, que busca a tontas y a locas nuevamente su asiento perdido. En la Religin y en el Estado ambos coinciden en expropiarnos de nuestro fundamento: se quedaron ambos, luego de aterrarnos, con la vivencia sensible de lo ab- soluto materno, con el cual han construido 74 en cada sujeto un vaco sin fondo, inmaterial e infnito, y nos han dejado slo lo relativo de una vida sin memoria de su origen y, por lo tanto, sin sentido. La naturaleza, eso que los hombres ex- cluyen de s mismos y por eso as la llaman (como si en ella slo existiera la ley de la sel- va sin la excepcin fugaz de la cra), sera entonces lo ms externo dentro de lo interno de nuestra propia existencia. No retienen la prolongada historia que en el elemento de la naturaleza la historia humana ha creado: los momentos del trnsito no han dejado rastros. Cmo los hombres, en la primera infancia de la humanidad, han creado las lenguas? Tampoco el gorgogeo natural que se va mo- dulando y se hace sentido en el prolongado tiempo de la experiencia del nio con el cuer- po y la voz de la madre aparece como funda- mento de la lengua que hablamos. Lo nico que tenemos para poder pensarlo es un solo hecho: que ese acontecimiento se sigue repi- tiendo en cada hombre nuevo que nace, sin el cual lengua humana no habra. Pero algunas mitologas no lo olvidan aunque las ciencias de la historia no tengan datos empricos de dnde agarrarse: por eso los mitos que tienen una memoria ms abarcativa trazan el gne- 75 sis del advenimiento del hombre no con los conceptos sino con el afecto y con lo imagina- rio materno. Hay que descifrarlos, es cierto, pero los mitos, para que el pasado humano sea completo, conservan ese advenimiento que la razn cientfca omite, pero como lo viven como si fuera slo una fantasa pura- mente subjetiva los dejan de lado. Lo llaman politesmo, paganismo, puramente imagina- rio. No se dan cuenta que el mito cristiano, que ordena todo el horizonte de la cultura en la cual han nacido y en la que luego algunos son formados como hombres llamados fl- sofos, es el que traza las lneas fundantes de todo lo que ven, imaginan y piensan: que el mito cristiano, cuya forma extrema los or- ganiza, es la premisa imaginaria, persecuto- ria y aterrada que los fundamenta. III Entonces pensamos en la naturaleza hu- mana. Es extrao que no exista otra palabra para diferenciarla, porque cuando decimos Espritu ya dejamos de lado el origen de la creacin de los hombres por s mismos, y pa- samos a la creacin ex nihilo: a la mitologa 76 patriarcal que a cada uno nos ha conforma- do, y con ella llenamos el vaco de la lenta y morosa historia originaria. Dejamos de lado el llamado trnsito de la naturaleza a la cultura y al ocultarlo aceptamos el sacrifcio doloroso y sangriento de lo materno, esos ri- tos de iniciacin que Micea Eliade propone como necesarios para que espritu triunfe sobre la animalidad de la carne. Al hacerlo tambin despreciamos y lo damos como ne- gativo ese extrao y prologado momento el nico del que que disponemos donde la ma- dre forma durante un largo tiempo eso que llamamos simbiosis con el cuerpo del hijo luego de engendrarlo. No vemos aparecer tambin all nuevamente, para que espritu humano haya, la suspensin de la guerra de todos contra todos, ese Homo hominis lopus que Hobbes proclama en los comienzos de la sociedad burguesa junto con el dominio de la riqueza amonedada y de la mercanca? Por qu no se retuvo la funcin de las lobas cuan- do engendran su cra como un breve estadio de paz que le abren para asegurar su vida? En la relacin de la madre humana con el hijo, que ya no es slo por un corto momento, no desaparece, amenazando al sistema de dominio econmico, religioso y poltico con 77 su ordo amoris, ese reino animal del espri- tu como llamaba Hegel a la Ley de la selva de la sociedad burguesa donde el hombre es un lobo para el hombre? No ser ese momento preparatorio vivi- do con la madre lo que la razn patriarcal teme que permanezca y colme as el vaco del gnesis que el presupuesto mitolgico patriarcal llena con su concepcin dualista del mundo, que es previa al que la razn piensa luego? Cuando la lengua materna primera desaparece, transpuesta y sustitu- da por la lengua patriarcal que tambin la madre habla, no es ste el momento en que las madres vencidas muestran el lugar ex- tremo de donde fueron desplazadas, el que ellas cedieron ante la fuerza bruta del hom- bre en la historia humana? No sucecer entonces que el espritu del reino animal, en ese momento fugaz y per- sistente del acogimiento del otro sin el cual vida no habra y tampoco historia se ha prolongado en la corporeidad histrica enso- ada del cuerpo gestador y anhelante de la mujer-madre debido a la prematuracin que caracteriza a la especie humana, donde se alarga el tiempo en que el cuerpo madura y 78 la cultura y la lengua al labrarlo se hacen naturaleza de tan honda que se hacen? Las madres no suspenden ahora por un largo tiempo esa animalidad humana en la cual los hombres, juntos con Hegel, creen que se cae, como si no fuera algo que las madres mismas han creado para que la vida subsis- ta como vida humana? Y all haya anida- do y desarrollado el huevo de la nueva vida histrica la memoria indeleble de una vida feliz, sin violencia ni muerte, que en el hijo permanecer grabada para siempre que toda madre incuba para que vida humana haya, que si no no existira como ideal ni en la religin ni en el Estado ni en la tica? Aunque luego, como corresponde a la dura humanidad de los hombres, vuelva a ins- talarse de nuevo entre nosotros, con la Ley que la amenaza de castracin y su terror hi- cieron posible, el reino animal del espritu que el mito del patriarcalismo cristiano nos ha impuesto al implantar de la manera ms brutal y contundente el deslinde del cuerpo gestador y gozoso de la madre, elevndolo a la virginidad (inspida, inodora e incolora) de Mara. Para que olvidemos para siempre que el origen desde el cual el Espritu huma- no se desarrolla ya estaba germinando en la 79 mater-ialidad de la naturaleza despreciada misma (y que por eso la siguen llamando con el mismo nombre), en el temido ardor amo- roso de la hembra humana que despierta cuando gesta desde sus entraas. No ser ese origen siempre presente en cada hijo que nace de madre el que los hombres llamados flsofos y de ciencia siguen temiendo que aparezca? Y que por eso preferen dejar sin analizar ni criticar el mito cristiano que est organizando cada cabeza que piensa tanto en la flosofa como en la ciencia? Este sera, lo confeso, el lugar desde don- de emerge a ratos mi optimismo extremo frente a la desazn que a diario nos aga- rra. Y lo veo cuando miro a Claudia junto a nuestras hijas Lara y Nathy, y ellas dos me miran como si se dijeran: en qu estar pap pensando? Domingo, 30 mayo 2010 Orden csmico | 2005, leo sobre lino, 140 x 60 x 4 cm. Alegora | 2005, leo sobre lino, 140 x 60 x 4 cm. El lago | 2004, leo sobre lino, 76 x 102 x 4cm. Una realidad separada | 2003, leo sobre lino, 140 x 115 x 4 cm.
GRUPO DE ESPIRITUALIDAD IGNACIANA - DOMINGUEZ, Luis M. - Las Afecciones Desordenadas, Influjo Del Subconsciente en La Vida Espiritual - Sal Terrae, 1992 PDF