Garcia Diez, Enrique - Los Errores Historicos en Ivanhoe

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narrativas

r e v i s t a d e n a r r a t i v a c o n t e mp o r n e a e n c a s t e l l a n o


Nmero 14 ISSN 1886-2519
JulioSeptiembre 2009 Depsito Legal: Z-729-2006

Ensayo
Lo anterior de Cristina Rivera Garza: novela como inquisicin ficcionalizada, por Carmen Dolores
Carrillo Jurez
Revisiones a las narraciones histricas mexicanas en Duerme (1994) e Isabel (2000) de Carmen
Boullosa, por Rosana Blanco-Cano
La destruccin del idilio en la novela El padre de Blancanieves de Beln Gopegui: tiempo y espacio en
el idilio moderno, por Nerea Marco Reus
Los errores histricos de Ivanhoe, por Enrique Garca Daz
Simbologa animal en La Celestina, por Adrin Flor Martnez

Relato
Adrianes y tristezas, por Ana Prez Caamares
Batir de alas, por Rosa Lozano Durn
El crimen, por Rosa Silverio
Dos Microrrelatos, por Adolfo Marchena/Luis
Amzaga
El octavo da, por Jennifer Daz Ruiz
Sombras chinas, por Horacio Lobos Luna
Malo, por Paul Medrano
Los das de ayer, por Mara Aixa Sanz
Film, por Luis Emel Topogenario
Menos los martes, por Arnoldo Rosas
Aurora de fuego, por Carlos Montuenga
Presentimiento, por Julio Blanco Garca
Tres cuentos donde aparece Dios, por Ricardo
Bernal
Los libros y la noche, por Gabriel Urbina
Un fusil en la hojarasca, por scar Bribin
A escena, actores!, por Rolando Revagliatti
Crisis de fe, por Marc R. Soto
El xodo final, por Sara Martnez
Estados opresivos, por Emilio Jio Gil
La pequea, por Laura Lpez Alfranca
Las casas se nos abrieron, por Carlos Santi
Miedo, por Pedro Bosqued
El puntal de la vida, por Jos Maria Morales
Dios es un trompetista negro, por Jos A. Lozano
Macedonia de frutas, por Marina Cano
En busca de la luz, por Blanca del Cerro
El asesino, por Pepe Pereza
La extraa, por Sergio Borao Llop
Constelaciones, por Ramiro Sanchiz
Correspondencia nicaragense (II), por Berenice
Noir
El desquite, por John Cullar
Monlogo de un mitmano, por Manuel Fons
Romance de dos vidas en puntos suspensivos, por
Hctor Snchez Minguilln
Amazonia, por Camilo Pequeo Silva
Narradores
Miguel Mena

Reseas
Annimos de Miguel Sanfeli, por Rodolfo Notivol
Stradivarius Rex de Romn Pia, por Carlos Manzano
Los depravados prncipes de la vieja corte de Mateiu E. Caragiale, por Pablo Lorente Muoz
Haz de luz de Adriana Serlik, por Antonia de J. Corrales
Balada de la guerra hermosa de Eugenio Surez-Galbn Guerra, por Gilmar Simoes
Mirar al agua de Javier Sez de Ibarra, por Pablo Lorente Muoz
En das idnticos a nubes de Ana Prez Caamares, por Carlos Manzano
Mapa mudo de Hilario J. Rodrguez, por Miguel Sanfeliu
Papeles dispersos de Carlos Castn, por Luis Borrs
Yo, lo superfluo y el error de Jorge Wagensberg, por Pablo Lorente Muoz
Aeropuerto de Funchal de Ignacio Martnez de Pisn, por Luis Borrs
Cmo hablar de los libros que no se han ledo de Pierre Bayard, por Pablo Lorente Muoz

Novedades editoriales

Nar r at i v as . Revista de narrativa contempornea en castellano
Depsito Legal Z-729-2006 ISSN 1886-2519
Coordinador: Carlos Manzano
Consejo Editorial: Mara Dubn - Emilio Gil - Mnica Gutirrez Sancho - Nerea Marco Reus - Luisa Miana
www. revi st anarrat i vas. com nar r at i v as @hot mai l . c om
arrativas es una revista electrnica que nace como un proyecto abierto y participativo, con
vocacin heterodoxa y una nica pretensin: dejar constancia de la diversidad y la fecundi-
dad de la narrativa contempornea en castellano. Surge al amparo de las nuevas tecnolo-
gas digitales que, sin querer suplantar en ningn momento los formatos tradicionales y la
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vas revistas y libros al abaratar considerablemente los costes y facilitar la distribucin de los ejem-
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la revista Narrativas el derecho a publicar los textos en el nmero correspondiente.

SUMARIO - nm. 14
Lo anterior de Cristina Rivera Garza: novela como in-
quisicin ficcionalizada, por Carmen D Carrillo Jurez ..... 3 3 En busca de la luz, por Blanca del Cerro ....................... 112
Revisiones a las narraciones histricas mexicanas en Duer-
me (1994) e Isabel (2000) de Carmen Boullosa, por
Rosana Blanco-Cano ........................................................13
La destruccin del idilio en la novela El padre de Blan-
canieves de Beln Gopegui: tiempo y espacio en el idilio mo-
derno, por Nerea Marco Reus ..........................................21
Los errores histricos de Ivanhoe, por E. Garca Daz ....24
Simbologa animal en La Celestina, por Adran Flor ......33
Adrianes y tristezas, por Ana Prez Caamares ..............45
Batir de alas, por Rosa Lozano Durn ............................48
El crimen, por Rosa Silverio .............................................52
Dos Microrrelatos, por A. Marchena/L. Amzaga ...........57
El octavo da, por Jennifer Daz Ruiz ..............................58
Sombras chinas, por Horacio Lobos Luna ......................59
Malo, por Paul Medrano ..................................................61
Los das de ayer, por Mara Aixa Sanz ..............................65
Film, por Luis Emel Topogenario ..................................65
Menos los martes, por Arnoldo Rosas ...............................69
Aurora de fuego, por Carlos Montuenga ..........................69
Presentimiento, por Julio Blanco Garca .........................72
Tres cuentos donde aparece Dios, por Ricardo Bernal .......76
Los libros y la noche, por Gabriel Urbina ...................... 77
Un fusil en la hojarasca, por scar Bribin ....................79
A escena, actores!, por Rolando Revagliatti ...................83
Crisis de fe, por Marc R. Soto ........................................ 86
El xodo final, por Sara Martnez ................................. 91
Estados opresivos, por Emilio Jio Gil ..................................92
La pequea, por Laura Lpez Alfranca ....................... 92
Las casas se nos abrieron, por Carlos Santi ......................99
Miedo, por Pedro Bosqued .............................................100
El puntal de la vida, por Jos Maria Morales ............. 101
Dios es un trompetista negro, por Jos A Lozano ............104
Macedonia de frutas, por Marina Cano ........................... 107
El asesino, por Pepe Pereza ............................................ 116
La extraa, por Sergio Borao Llop ............................... 117
Constelaciones, por Ramiro Sanchiz ............................ 118
Correspondencia nicaragense (II), por Berenice Noir ..... 120
El desquite, por John Cullar .......................................... 123
Monlogo de un mitmano, por Manuel Fons .................. 125
Romance de dos vidas en puntos suspensivos, por Hctor
Snchez Minguilln ........................................................ 126
Amazonia, por Camilo Pequeo Silva .......................... 133
Narradores: Miguel Mena ................................................ 136
Annimos de Miguel Sanfeliu, por Rodolfo Notivol .. 140
Stradivarius Rex de Romn Pia, por C. Manzano .... 141
Los depravados prncipes de la vieja corte de Mateiu E.
Caragiale, por Pablo Lorente Muoz ........................... 142
Haz de luz de Adriana Serlik, por A. de J. Corrales . 143
Balada de la guerra hermosa de Eugenio Surez-Galbn
Guerra, por Gilmar Simoes ............................................ 144
Mirar al agua de Javier Sez de Ibarra, por Pablo Lo-
rente Muoz .................................................................... 145
En das idnticos a nubes de Ana Prez Caamares, por
Carlos Manzano .............................................................. 146
Mapa mudo de Hilario J. Rodrguez, por Miguel San-
feliu ................................................................................... 147
Papeles dispersos de Carlos Castn, por Luis Borrs . 149
Yo, lo superfluo y el error. Historias de vida o muerte sobre
ciencia o literatura de Jorge Wagensberg, por Pablo
Lorente Muoz ............................................................... 150
Aeropuerto de Funchal de Ignacio Martnez de Pisn, por
Luis Borrs ...................................................................... 151
Cmo hablar de los libros que no se han ledo de Pierre Ba-
yard, por Pablo Lorente Muoz ................................... 152
Novedades editoriales .................................................... 154
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internacional y no puede reproducirse sin permiso expreso de los autores.
N

Ensayo

LO ANTERIOR DE CRISTINA RIVERA GARZA:
NOVELA COMO INQUISICIN FICCIONALIZADA
por Carmen Dolores Carrillo Jurez
[...] y escribo vindome escribir que recuerdo haberme visto
escribir que recordaba haberme visto escribir que escriba.
Salvador Elizondo. El grafgrafo
Cristina Rivera Garza, escritora mexicana, afirma desde el inicio de Lo anterior: Todo empieza en
realidad por querer saber ms, frase que se repite en el ltimo captulo con el verbo conjugado en tres
personas gramaticales: yo quise saber ms, ella quiso saber ms, t quisiste saber ms. Si parece que
la necesidad de saber hace referencia a la pregunta sobre cmo es que inicia el amor; en realidad, da
pie a indagar cmo, cundo y dnde comienza la escritura. El amor es slo el pretexto. La accin de la
novela se desarrolla como un intento de autorreconocimiento en el que un autor o autora ficcionali-
zado funge como un observador extraado de s mismo.
Rivera Garza establece en esta novela publicada en 2004 una conexin entre amor, escritura y re-
flexin y, por ello, vuelve recurrente a la frase anotada en un papel arrugado: El amor siempre ocurre
despus, en retrospectiva. El amor es siempre una reflexin. As, segura de que el amor es una cons-
truccin, indaga en el momento previo a que comience a hilarse una historia de amor. Se propone de-
tenerse en acciones aparentemente insulsas a partir de las cuales se suscita una narracin. En este tra-
bajo me interesa indagar la autorreferencialidad y el espacio abismado, la problematizacin de las
relaciones entre realidad y ficcin, la polifona y el juego de focalizaciones y, finalmente, esbozar su
genealoga en la narrativa mexicana metaficcional.

AUTORREFERENCIALIDAD Y ESPACIO ABISMADO
La novela avanza sobre la lnea de la inestabilidad de identidades que llevan a preguntar: quin escri-
bi el mensaje que contiene el papel arrugado?, quin habla?, quin escucha?, quin escribe?,
quin pregunta?, qu fue lo que comenz en el desierto? Las preguntas remiten al texto mismo y no
a un referente exterior. La opcin es hurgar en la misma narracin, que describe a una mujer siempre
preguntndose, un mdico que la cuestiona y un hombre que imagina que tiene que recordar algo que
ha olvidado. Pero la narracin no se teje con una historia nica. Una, con la que comienza, es la histo-
ria de una mujer que lleva a su casa a un hombre moribundo que encontr en el desierto y, con quien
ella cree, coincide en saber que el amor es una reflexin. Dos, la del hombre que imagina a una mujer
de otro planeta y a la Mujer enamorada. Tres, la del Hombre del Restaurante y la mujer que escribe lo
que l dice. Cuatro, la de una mujer y un hombre en una terraza vistos por otro hombre. stas son, en
realidad, las posibles historias con las que sopesa la autora implcita:
ste es el inicio le murmura al odo. Hoy, el hombre del desierto me ha contado el inicio.
[...]
Ests segura?
De qu?
De que ste es el inicio. [...]
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No susurra. En realidad no estoy segura de eso.
1
En el intento de los propios personajes por entender y articular su situacin se imita el de una autora
por construir su texto. Los personajes de Lo anterior no son sino actantes que estn desvinculados de
rasgos individuales con excepcin de las seas particulares del hombre del desierto cumplen con la
funcin que permite a la autora implcita expandir las posibilidades. Son, en todo caso, personajes
esgrimidos slo como posibilidades.
2
Funcionan como hiptesis de la autora ficcional y perceptible-
mente se desenvuelven de una manera extraa en un espacio casi sin determinaciones: el desierto, una
habitacin, una terraza, un restaurante, una ciudad que decide llamar Nueva Orlans.
Estos lugares se convierten, no en puntos de referencia externa, sino en espacios casi abstractos de
interaccin de los personajes como se confirma al leer:
La urgencia la llevaba siempre ah, a la orilla de la orilla, ah donde la tierra adquira la faz de
otro planeta. Pensaba en Urano. Pensaba en Saturno. Pensaba en lugares que no conoca y se
los imaginaba en todo detalle. Luego cerraba los ojos y los vea. Los creaba. Se iba a vivir a
ellos. Se confirmaba a s misma. Presenciaba la develacin de su propia hiptesis. Su propia
posibilidad. (Rivera Garza, 2004: p. 15)
Si la accin que desarrolla en cada historia es una hiptesis especular que le permite mirar en diversas
circunstancias la accin de escribir, entonces necesita crear el espacio adecuado verosmil? para
situarla. La descripcin de cada espacio es mnima, slo est esbozado en tanto posibilita la accin o,
an ms, en tanto sugiere o metaforiza una accin. Si en cualquier novela hay que elegir el espacio
acorde a la accin, en sta se percibe de inmediato porque todo los elementos narrativos estn dis-
puestos con gran economa.
Desde el inicio del primer captulo el desierto queda marcado como el espacio adecuado para percibir,
observar o encontrar algo diferente:
Al inicio, cuando ya se encontraba en su campo de visin pero no en el de su conciencia, su-
puso que se trataba nicamente de la sombra de una roca. Se aproxim poco a poco, con el
rostro detrs de la cmara, apretando el disparador una y otra vez. Sin saber. (Rivera Garza,
2004: p.13)
En toda la novela se propone llevar ciertas imgenes fotografiadas a la conciencia para comprender
cmo inicia la historia amorosa. De hecho, retoma esto mismo en el quinto captulo de la novela
consta slo de seis, pero ahora recordado por la narradora-personaje y no por un narrador objetivo:
Al inicio, cuando ya se encontraba en mi campo de visin pero no en el de su conciencia, su-
puse que se trataba nicamente de la sombra de una roca. (Rivera Garza, 2004: p. 159)
Adelante, en este mismo captulo titulado Antefuturo, insiste en esta misma accin, pero ahora
contada por otro narrador-personaje, el hombre del desierto:
Al inicio, cuando ya me encontraba en su campo de visin pero no en el de su conciencia,
supuso que se trataba nicamente de la sombra de una roca. (Rivera Garza, 2004: p. 162)
Una vez ms vuelve al comienzo de todo pero desde la voz de un narrador aparentemente omnisciente
quiz la narradora-autora que habla directamente a la mujer de la fotgrafa:
Al inicio, cuando ya se encontraba en tu campo de visin pero no en el de tu conciencia, su-
pusiste que se trataba nicamente de la sombra de una roca. (Rivera Garza, 2004: p. 165)
Por ltimo, se convierte en una conclusin que recoge la experiencia de haberla observado desde dife-

1
Rivera Garza, Cristina (2004): Lo anterior, Tusquets, Mxico, p. 15. En adelante todas las notas de la novela se
incluyen arriba.
2
No J itrik advierte sobre una construccin diferente de los personajes que ya se viene haciendo en la nueva
literatura latinoamericana en su texto J itrik; No (1975): El no existente caballero. Megalpolis, Buenos Aires.
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rentes focalizaciones que ha hecho del relato:
Al inicio, slo ests t solo, en su campo de visin, en su campo de conciencia, deseando sa-
ber ms. (Rivera Garza, 2004: p. 167)
Para este momento lo que ve y aquello de lo que tiene conciencia forman el nico campo de entendi-
miento de la fotgrafa, despus de que ha vuelto sobre las imgenes escogidas para observarlas una y
otra vez. Es decir, se lleva a cabo un proceso de reflexin y reconocimiento mediante imgenes que
responden a un mismo intento de conocimiento.
Las acciones se corresponden: fotografiar se corresponde con la accin de elegir imgenes o inicios
posibles de una historia, buscar respuestas a las preguntas bsicas de un autor se corresponde, a su vez,
con la accin de un especialista que busca en la conciencia. El tercer actante en la historia de la fot-
grafa y el hombre del desierto es un mdico tena que serlo que la obliga a preguntarse por su ac-
cin, el que la pone frente a una pared en blanco para definir identidades e intenciones. Es el actante
que le permite cuestionarse frente a la hoja en blanco mientras escribe:
El mdico le pregunta si quien habla es una mujer o un hombre. [...]
Quin est detrs de la tercera persona? vuelve a preguntar. Es una mujer o un hombre?
La mujer flexiona los codos y coloca la barbilla sobre sus palmas abiertas. Piensa. Ve hacia la
pared. El color blanco. Tiene cara de estar evaluando opciones de vida o muerte.
Es un hombre susurra primero. La voz dentro del trance de s misma. O una mujer. (Ri-
vera Garza, 2004: p. 38)
As como la hoja en blanco es espacio para reflexionar, incuestionablemente la mente tambin es un
espacio para ello:
Supongo le susurra, que el hombre est tratando de salirse de ah.
Del desierto?
Los dos callan apenas unos segundos mientras imaginan la silueta rocosa del desierto.
De dentro de su cabeza murmura con cierta pesadez en la voz. (Rivera Garza, 2004: p. 64)
El desierto es un espacio de la realidad ficcional del texto, la mente del hombre es un espacio de su
imaginacin, tan ficcional como la realidad del desierto textual o la hoja escrita. Hay que recordar que
la ficcin es un discurso mimtico que construye un universo de experiencia mediante el lenguaje y en
el que se guarda una relacin de verosimilitud con el referente.
Cmo construye Rivera Garza el espacio de Lo anterior? Puesto que son varias historias, los lugares
varan pero conforman un espacio abismado. Unas estn incluidas en otras:
sta es la historia de cmo una mujer est siendo tocada por la muerte.
Y la historia de una mujer que visita otro planeta.
Y la historia de una mujer contando la historia de un hombre que es slo una mujer.
Esta historia contiene a las tres anteriores.
Es la historia de una terraza (que es el comienzo).
La historia diminutiva de la resolana (que es otra manera de decir tu muerte).
Esta historia contiene a las cinco anteriores. (Rivera Garza, 2004: p. 161)
La historia formada por varias historias las contiene en tanto espacio verbal en el que se incluyen his-
torias que responden al mismo intento de concretar el inicio de la historia. Podra parecer que se trata
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de la llamada estructura de cajas chinas; sin embargo, como propone representaciones diferentes de
una misma accin que casi llegan a identificarse es mejor precisarla como una estructura en abismo.
La historia del hombre de la carretera que siempre pregunta para establecer la identidad de la Mujer de
otro Planeta, se relaciona estrechamente con la del mdico y la fotgrafa. Como se advierte, pregun-
tarse para establecer identidades se convierte en la constante de las historias ubicadas en un espacio
abismado, es decir, el espacio se vuelve un recurso especular ntimamente conectado con la bsqueda
ficcionalizada de una autora.
De hecho, en varias ocasiones metaforiza sobre el relato identificndolo con una habitacin y lo llama
recmara fresca de la conversacin, habitacin de las palabras, cuarto de la conversacin y
hacia el final de la novela afirma:
Pero el hombre imaginado por m ha seguido a la mujer que, despus de un intercambio
parco de palabras, lo ha invitado a ver el atardecer desde la terraza de su casa. (Todo esto
dentro de mi imaginacin, que es o puede ser un cuarto, cuando no tengo ms, ninguna otra
cosa por hacer.) (Rivera Garza, 2004: p. 148)
Sin lugar a dudas, el lenguaje se convierte en la posibilidad de crear un espacio ficticio en el que ocu-
rren acciones imaginadas que remiten a la accin fundamental de crear una historia que, finalmente,
muestra la re-creacin de un autor ficcional. En una entrevista a Rivera Garza, Jorge Luis Espinosa le
pregunta si el amor ha sido una de sus bsquedas por explorar lo inexorable y como parte de la res-
puesta dice:
[...] en Lo anterior el fenmeno amoroso se convierte en el terreno mismo de la pregunta de la
escritura. Esta no es una novela que se ubique dentro de la narrativa amorosa. Mi libro no
pretende explicar nada del amor.
3
La estructura de la novela crea un espacio que fuerza a la historia a apresar los momentos iniciales de
creacin que son escurridizos a la narracin. Para forzar al lenguaje a contar una historia que se resiste
a ser contada como historia, Rivera Garza detiene con recurrencia la consecucin de la accin y al
volcarla sobre ella misma enfatiza el espacio sobre el tiempo. El tiempo describe una espiral al detener
voluntariamente el avance hacia otro momento de la accin que no sea el cuestionamiento por ella
misma. Por esta razn, la escritora mexicana afirma: Creo en un lector que guste de aventarse a las
palabras como si fueran abismos, un lector que tenga tolerancia por la incertidumbre, un lector con
capacidad de asombro, que no necesita saber o asirse de... para lograr entrar en la historia.
4
Las palabras se vuelven extensin, espacio para tocar en su superficie y para entrar en ellas. Insisto, Lo
anterior es una reflexin sobre las posibilidades creativas del lenguaje. No slo se detiene en imgenes
iniciales, tambin reflexiona y conjetura sobre ciertas palabras: resolana, sargazo, nada, boca y hoyar.
No resulta inverosmil que afirme en la enumeracin que di arriba de las historias: Es la historia de
una terraza (que es el comienzo). / Es la historia diminutiva de la resolana (que es otra manera de
decir tu muerte). (Rivera Garza, 2004: p. 161)
Ciertas palabras se convierten en abismos en los que hay que entrar para descubrir algo ms:
Y qu cuentas de la aliengena bpeda?
Nada deca con voz baja, acentuando la atmsfera enrarecida de su relato, ya sabes que
con ella slo pasa eso, nada. La Nada. (Rivera Garza, 2004: p. 40)
Ms adelante vuelve sobre la palabra nada, despus de relatar que el hombre hace el recuento de las
historias, los puntos de partida y los puntos de llegada:

3
Entrevista realizada por J orge Luis Espinosa, Cuestiona el discurso violento del amor: La nueva obra de
Cristina Rivera Garza, Lo anterior, indaga qu pasa antes del enamoramiento, en El Universal, martes 20 de
abril de 2004, Seccin Cultura, p. 3.
4
Cristina Rivera Garza en entrevista citada.
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Nada. Lo acontecido entre ellos caba dentro de la palabra nada; desapareca y cobraba forma
dentro de los linderos de la palabra nada. Ahora, de cara al mar, con ms conocimiento sobre
los mecanismos del planeta ajeno, se lo podra decir. Ahora, despus de nada, con esa respira-
cin pausada de alguien que se encuentra, por fin, fuera de la nada, s sera capaz de contr-
selo. Le dira: un ente (masculino, femenino, neutro, polimorfo) identifica a otro (masculino,
femenino, neutro, polimorfo) y deciden (basados en datos apenas existentes) conocer lo que
seran con la intromisin del otro. [...] Si se da, si ocurre el proceso slo podra ser descrito
cabalmente con la palabra nada. Si se da, si ocurre, el proceso slo puede existir despus.
(Rivera Garza, 2004: p. 109)
La palabra nada es la que concentra, en apariencia, la idea de que slo estn puestos los elementos
narrativos y no hay ninguna accin an. Sin embargo, lo que Rivera Garza se ha esforzado por cons-
truir es un pre-proceso de un texto en el que la actividad fundamental es hacer un relato del relato. Hay
un doble movimiento: entrar en las palabras, por una parte, y, por otra, tender relaciones que hilen
frases quebradas y les den un sentido. Porque de lo que se trata es de poner en palabras los silencios y
las intuiciones, por ello el hombre que observa al hombre del desierto y a la mujer en la terraza se
pregunta:
Qu sucede en las cabezas de los dos cuando callan? Cmo es que el silencio no aparece en
las historias que oye despus? Ese vaco, la aglomeracin de todas esas palabras no dichas en-
tre los dos, entre los tres, lo desasosiega. Un sobresalto. La duda. Atosigado por la duda
vuelve a repetir la palabra resolana y, bajo su eco, vuelve a cerrar los ojos. (Rivera Garza,
2004: p. 87)
Las palabras, las frases, las historias insinan el inicio de algo en la ancdota de Lo anterior y, en l-
tima instancia, conforman una narracin abismada de los esfuerzos por crear una historia.
Lo anterior est formada por historias discontinuas que tienen como centro no una historia sino un
intento, una bsqueda de articulacin.

POLIFONA Y JUEGO DE FOCALIZACIONES
La novela metaficcional se caracteriza por introducir como ente ficcional al autor del texto, quien se
pregunta por los mecanismos de construccin de la novela, incluyendo la tematizacin de la accin de
los personajes. En la revisin que hace John Stubbs Brushwood de la metaficcin en algunas novelas
mexicanas dice:
[...] probablemente existen dos clases de identidad inestable, una que se aprecia en novelas
que ponen en duda la realidad de lo que ordinariamente aceptamos como real, y una segunda
que remite al problema existencialista de la crisis de identidad. (Brushwood, 1985: p. 83)
En Lo anterior, el intento de estabilizar las identidades de los personajes e, incluso, del propio autor se
vuelve punto central de la reflexin. Empieza por suponer que no hay una esencia de la autora-perso-
naje que, por momentos, se asume en la posibilidad de ser varn. En el captulo Ventroloquist
looking at a double interior, 1988 busca identificarse. La mujer es la que oye al Hombre del Restau-
rante y escribe lo que l dice. El autor es un l y no una ella, l es ahora el hombre de otro planeta, el
que crea sonidos. El sonido de un hombre que hace sonidos frente a una mujer que guarda silencio
(Rivera Garza, 2004: p. 119), es decir, l es el que produce ecos, ruidos y eufonas. La autora ficcional
cede su puesto a un l, que todo lleva a identificarlo con el hombre del Restaurante de la Esquina que,
a su vez, parece identificarse por momentos con el Hombre de la carretera:
El hombre hace el recuento de las historias, los puntos de partida y los puntos de llegada,
pero por ms que busca, por ms que lo intenta de la manera ms consciente posible, no se en-
cuentra a s mismo en ninguna de ellas. (Rivera Garza, 2004: p. 164)
La multiplicidad de voces que le permite a la autora ficcional focalizar el relato desde diversos ngulos
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la conduce, en el fondo, a saber algo ms de ella como autora. En el proceso ella va descubriendo ms
de s misma.
La autora ficcional experimenta preguntando sobre las identidades: qu tal si el Hombre del Restau-
rante fuera el de otro planeta?, qu implicara que l fuera ahora la boca que pronuncia?, si su doble
interior fuera un hombre? Si es as, el hombre tambin est intentando entender, por eso:
Dice que todo tiene que ver con una habitacin. Y una mujer. Y eso es lo nico que me
queda claro un poco despus del inicio: todo aquello se lleva a cabo en una habitacin y,
dentro de ella, ella habla. Y ella puede ser la habitacin o la mujer, da lo mismo. (Rivera
Garza, 2004: pp. 130-131)
No importa si la habitacin habla o la mujer porque ambas son imaginadas como un espacio de dis-
curso. Y as, contina:
La boca de una mujer. O esa pieza que acta como la boca de algo. La entrada. El agujero
original. La cavidad. El hombre del restaurante de la esquina pronuncia la palabra boca una
y otra vez. (Rivera Garza, 2004: p. 132)
El que declare que la voz traiciona a la escritura propone que los personajes se estn formando all
mismo en el proceso de la escritura sobrepasando la intencin inicial de la que les est dando la pala-
bra y, con ello, el ser, de alguna manera. Incluso los personajes son capaces de observar a la autora
ficcional aunque sin estar conscientes de su propia entidad ficcional, como se lee en:
Dice que la mujer actuaba como la boca de alguien ms. Luego se queda callado, observando
a una mujer que habla sola del otro lado de la ventana del restaurante. La esquina del mal. La
esquina donde los fantasmas del mundo deletrean el cuerpo de lo que no est. (Rivera Garza,
2004: p. 140)
Con esta puesta en abismo crea de nuevo esta sensacin de implicacin del ser: el hombre le cuenta a
la Mujer que Escribe la historia de una mujer que crea entes inexistentes. A final de cuentas, ella est
sola, pero, en una metalepsis, el personaje es capaz de verla a ella en la realidad ficcional. La autora
quiere hacerse pasar por la voz de otro. Ahora se entiende mejor la afirmacin de que es la historia de
una mujer que est contando la historia de un hombre que es slo una mujer. Rivera Garza crea una
autora que est hurgando en la posibilidad de que la voz que ella imagina y oye sea la de un hombre.
La autora ficcional se concibe como una ventrlocua porque da voz a otro en su escritura. Ese otro
surge de ella como voz rescatada del olvido, del que viene surgiendo desde hace diecisis aos. Su-
pone, en su despliegue de posibilidades, que sea un autor el que est recordando y dando voz, el que
sigue el ritmo de las palabras para desde ellas invocar las voces. Intercambia la funcin autoral con el
Hombre del Restaurante, quien pronuncia la palabra boca, deja correr imgenes; pero al final de ese
fragmento, la autora parece llegar a la idea de que es una mujer la que tiene esa funcin: Esto es lo
que pienso: una mujer. Por fin. Una mujer. (Rivera Garza, 2004: p. 132) Ha llegado a una certeza
sobre quin es la que habla en voz de otros.
Rivera Garza hace confluir la identidad inestable que caracteriza a la metaficcin con la identidad
inestable de los estudios gnero en los que no solamente se quedan en la afirmacin de que en todo ser
humano hay una parte femenina y una masculina sino que reconocen tambin el juego de la performa-
tividad del gnero. Usa la metaficcin y la teora de gnero para cuestionar hasta dnde llega la cons-
truccin de una identidad. Sin pretender una proclama sobre algn asunto de gnero, Rivera Garza
tematiza el asunto de elegir quin es la voz que narra como uno de los problemas de la escritura. Ri-
vera Garza se reconoce en esa mujer que escribe lo que las voces le dicen. Supone una historia en lib-
ertad:
The writer is playing when structuring narrative or when narrative is structuring itself with
life and death. (Rivera Garza, 2004: p. 156)
Cuando la autora ficcional imagina al otro como el ventrlocuo, el hombre explica: Una voz que,
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siendo propia, se haca pasar como de otro dice y cierra la boca inmediatamente despus. El sonido
de la clausura de un libro, (Rivera Garza, 2004: p. 151) un libro como boca de la cual emergen voces.
El hombre comienza a experimentar lo que le cabe en la boca, lo que la palabra boca connota. La boca
asociada a lo que cabe, como orificio, tambin en su capacidad de saborear y de all concluye que es el
espacio original del que emerge todo. Insina que el autor es una autora. Casi toda la novela se mueve
en la insinuacin, en el inicio del descubrimiento y de la articulacin.
Muestra a los personajes en una confusin anterior a la definicin de una historia. El proceso de acla-
racin produce la escritura misma. Rivera Garza ficcionaliza la dificultad de precisar una historia,
determinar al narrador, de reordenar el tiempo y el espacio en la fragmentacin y el cambio de mira-
das.

REALIDAD Y FICCIN
Entre las otras preguntas qu es la realidad? y cmo es que se sabe que algo es cierto? se vuelven
centrales. Puesto que la caracterstica fundamental de una metaficcin es la conciencia de su carcter
ficcional, es decir, al mostrar su carcter autorrepresentacional y asumir que la realidad que representa
es la inventada de acuerdo a ciertas posibilidades est cuestionando la relacin entre la ficcin y la
realidad. Si otro tipo de novela establece su campo de referencias acorde a las referencias externas
jugando con la idea de que es una representacin de la realidad, en este tipo se crea un campo de refe-
rencias que exhibe su re-creacin.
Si no hay certeza de una realidad accesible al entendimiento, entonces hay que revisar la posibilidad
de que la haya en la ficcin. La metaficcin implica que se han minado los fundamentos del conoci-
miento. Rompe la relacin ingenua entre realidad y ficcin y, as, se compromete con la idea de que la
mimesis es radicalmente una re-presentacin y que el autor lo sabe y est comprometido en esa ma-
nera de articular el mundo que muestra.
En el caso de Lo anterior, se da por sentado que la nica realidad es la textual. Lo que le interesa es su
capacidad de nombrarla nuevamente el inters est en las palabras: Si algn da te veo all afuera,
en la realidad, me gustara saber como llamarte, (Rivera Garza, 2004: p. 72) dice el Hombre que
Imagina refirindose al afuera de la habitacin de las palabras. Una manera de entender la realidad
ficcional del personaje es entendiendo que hay un afuera del cuarto de las palabras, que correspondera
a aquella en la que ha olvidado algo que recuerda. De la misma manera que en la realidad, la realidad
ficcional tambin se distingue del sueo y de la imaginacin.
Otra manera de referirse a la realidad, a la que distingue del espacio de la imaginacin en la novela, es
contraponindola con la vida normal:
Hay una vida en la cual no existe el hombre del Restaurante de la Esquina. A esa vida de vi-
gilias, sueos, conversaciones, trabajos, deportes, calles la llamo Mi Vida Normal. Nada en
ella se ha transformado desde que hablo y me encuentro con el hombre que avanza siempre en
contra de s mismo [...] Su presencia es un agujero a penas en el mapa de esa vida normal.
(Rivera Garza, 2004: p. 145)
Para la narradora-autora la ficcin se distingue, no tanto de la realidad, sino de la vida concebida como
el conjunto de actividades cotidianas. No niega que la ficcin forme parte de la vida, sino de la vida
normal. Adems de sta, hay una realidad que es un espacio recreado a partir de las palabras, la que se
compromete con el lenguaje y con la literatura. Es un espacio alternativo en el que inquiere algunas
convenciones narrativas. El hecho de que la novela se ponga a ella misma al centro de su narracin
cuestiona sus procedimientos y las certezas narrativas del realismo literario.
Para la autora implcita la realidad exterior es en la que se realizan unas actividades y la realidad fic-
cional es en la que se imagina, se suea, se recrea con el lenguaje. Todo esto lo dice fuera del sueo,
en el escueto espacio de la vida real. La realidad es un espacio y la novela, otro: Todo esto dentro de
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mi imaginacin, que es o puede ser un cuarto, cuando no tengo nada ms, ninguna otra cosa por
hacer, todo relato escrito es, en realidad, una habitacin. (Rivera Garza, 2004: pp. 148, 149)
Resulta entendible, entonces, que el primer captulo de la novela se titule Lo nico cierto y en l se
pretenda establecer los elementos sobre los que se girar y con los que se responder a preguntas como
qu ocurre antes? y qu es lo s empieza a suceder?; sin embargo, como ya se coment, la novela
propone otros inicios de historias que resultan ambiguas y, de repente, parecen que son la misma.
Sobre lo cierto y la credibilidad, ella dice al mdico que lo que le dice es slo una historia que no tiene
por qu ser cierta ni tiene por qu creerla. El hombre se pregunta: En qu momento lo que ocurre
afuera de esa habitacin oscura y fresca se vuelve menos creble que lo que ocurre dentro de ella?
(Rivera Garza, 2004: p. 67), se pregunta, pues, por el momento en que la verosimilitud hace ms cre-
ble la ficcin que la realidad. Todava ms, parece que llega el momento en que no importa la credibi-
lidad sino el disfrute de narrar e or:
Est contento. S. Jovial. Debe tratarse de algo peligroso. La intimidad de las palabras. El
acto singular de una voz. De repente, de lo nico que tiene ganas es de sentir la frescura de ese
cuarto umbroso donde una mujer sin nombre lo deja tocar el lenguaje de una historia que le
pertenece a un hombre del desierto. Se ve las manos. Las dirige despus a los odos. Tocar las
palabras. Entrar en ellas. Hoyarlas. Estar dentro de ellas. (Rivera Garza, 2004: p. 78)
La apuesta ya no est por la verosimilitud de la historia, sino por la complacencia del lenguaje creador.
La cadencia interna de las palabras se convierte en voces [p. 83]. La importancia que concede al len-
guaje lleva a marcar tambin como importante el silencio y el reto de articular con palabras. En la
novela se entiende por oposicin lo articulado la realidad y su bsqueda literatura.

GENEALOGA EN LA TRADICIN NARRATIVA MEXICANA
Preguntar por aquello que cimienta su condicin vuelve a Lo anterior una novela que exige un lector
atento a la tcnica y dispuesto a jugar con la fragmentacin, la discontinuidad y la ambigedad. Como
en Morirs lejos, novela de Jos Emilio Pacheco, tambin se le da al lector signos iniciales de captu-
los que suponen otros elementos para considerar.
5
En Morirs lejos aparece una serie de ideogramas
que presiden junto con un subttulo cada segmento, en Lo anterior se trata de los palos de la baraja,
nmeros y smbolos matemticos. El requerimiento que hace al lector para aventurarse en las posibili-
dades de desciframiento que lo conducen, no a una verdad, sino a una lectura posible que emparienta
Lo anterior con Morirs lejos, novela que da al lector enumeraciones de posibilidades que se le pre-
sentan al autor ficcionalizado, al personaje acorralado y al propio lector.
6
En ambas, las historias se contienen y se reflejan. En Lo anterior:
Cuando ya he cruzado el umbral del restaurante y me vuelvo a verlo del otro lado de la
ventana, detenida a un lado de la mujer que sigue hablando sola en la esquina de lo que no
est, el hombre alza la mano derecha para despedirse una vez ms. En ese momento estoy
segura de que alguien, en algn otro lado del mundo, pela una naranja (el sonido quebradizo
de lo que se despega, lentamente, de las cosas sin remedio) y de que el hombre cree, con una
conviccin difcil de encontrar en otro lado, que tengo, efectivamente, poderes especiales.
(Rivera Garza, 2004: p. 141)
Morirs lejos es autorreferencial con un discurso tico-histrico, a diferencia de sta Lo anterior in-
cluye un discurso de gnero sobre el amor y las identidades genricas. Se pregunta por los roles de los
personajes y, al hacerlo, por lo femenino y lo masculino. De esta manera, en la historia relacionada

5
Pacheco, J os Emilio (1967): J oaqun Mortiz, Mxico.
6
Cf. Carrillo J urez, Carmen: Morirs lejos: reconstruccin de un testimonio ficcional, Tema y Variaciones de
Literatura (Revista de la Universidad Autnoma Metropolitana-Azcapotzalco, 2003, nm. 20, pp. 441-462.
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con el hombre que no entiende a la mujer que pregunta, aqul la piensa como una Mujer de otro Pla-
neta porque escapa a la imagen de la Mujer Enamorada que no pregunta ni imagina y acepta lo que l
diga. Este relato se puede encuadrar en diferentes posibilidades de lectura y una de ellas es, evidente-
mente, el discurso cultural del comportamiento femenino.
Otra novela que tiene la metaficcin como tcnica y como tema es Farabeuf, con la que tiene puntos
coincidentes.
7
Fundamentalmente pienso en la importancia que le dan a las imgenes fotogrficas. En
Farabeuf todo se mueve alrededor de una fotografa que propicia reconstruir un instante; Lo anterior
comienza con la historia de la mujer del desierto que estaba fotografiando lo que se encontraba. En
ambas novelas el espacio cobra mucha mayor importancia que el tiempo porque lo que se narra fun-
damentalmente no es un proceso de acciones sino un regreso constante al instante detenido. Las accio-
nes apuntan a la observacin y reflexin de un momento. La accin se contiene y da vueltas sobre ella
misma deteniendo el tiempo lineal, que es el generalmente caracteriza a la narrativa. El tiempo lineal
implica avance y desarrollo, el tiempo en espiral sugiere densidad y acercamiento concntrico. Ambas
novelas se detienen una y otra vez en una imagen o en un instante que desean redondear, de aqu la
especularidad.
La filiacin con El hipogeo secreto es clara. En esta novela Salvador Elizondo incluye un autor-perso-
naje que suea con los personajes que se esfuerzan por identificar quin es el que escribe y quines
son ellos. Hay un juego recurrente en el cual l, ese personaje que soy yo, habla de un lbum. (Eli-
zondo, 1994: p. 41) En El hipogeo secreto se declara que lo que hace es inventar un relato de la crea-
cin literaria pura. La metaficcin es estrategia y tema de la novela, por eso el autor ficcional escribe:
Retomemos la idea del plan original de El Hipogeo Secreto. Se trata all de una novela de aventuras,
de aventuras metafsicas, sagradas. (Elizondo, 1994: p. 57)
De esta manera, en El hipogeo secreto el autor es consciente de que da las mscaras a los personajes y
que su narracin es un juego. En esta novela los personajes saben que son entes ficcionales y que su
realidad es la textual. Elizondo recurre a la metalepsis logrando el efecto de ambigedad correspon-
diente a las dudas de los personajes y para involucrar al lector en el descubrimiento de identidades.
Principalmente, la novela de Rivera Garza tiene un punto esencial de coincidencia con las novelas
anteriores: la tematizacin de su preocupacin por el lenguaje y la escritura. En todas las novelas men-
cionadas est la necesidad del escritor por entender su propio quehacer y hacer. Esta escritura metaf-
sica, como la califica Elizondo, ms que un juego artificioso del escritor para un lector ingenioso, es la
manifestacin de una bsqueda real del escritor por comprender. Creo que no es un mero narcisismo
de su parte,
8
sino que llega al voyeurismo en el que no es tanto que el escritor est enamorado de la
imagen de s mismo sino que quiere reconocerse en esa actividad que, por alguna razn, le parece
ajena al convertirse en realidad textual.
La investigadora Catalina Gaspar considera que los textos metaficcionales ponen en duda la legitimi-
dad de un discurso, los fundamentos del conocimiento, del sujeto que lo elabora y vehiculiza as como
del objeto indagado.
9
Desde esta perspectiva, es que supongo que las novelas que hacen de la metafic-
cin tema y tcnica quieren reconocerse en su imagen y, por ello, hurgan en ella. Mientras Narciso no
sabe que lo que ve es su imagen, el escritor de metaficcin de nuestro tiempo tiene plena conciencia,
pero su intencin es indagar en ella. La prdida de certidumbre de que realidad objetiva es accesible,
indica Rolf Breuer, corresponde a la etapa de autorreflexin en la narrativa.
10
Ahora, el escritor ex-
plora la posibilidad de certidumbre al interior de su texto. En Lo anterior la certeza se vuelve impor-
tante para obtener los puntos de inicio para la historia que, supuestamente, comenzara. La certeza de
que el amor siempre ocurre despus, es la que mueve a la narradora ficcional y la conduce a crear ini-

7
Elizondo, Salvador (1965): Farabeuf o crnica de un instante, J oaqun Mortiz, Mxico.
8
Linda Hutcheon es la investigadora que califica como narcisista a este tipo de novelas en su libro Hutcheon,
Linda (1984): Narcissistic Narrative. .The Metaficcional Paradox. Methuen, New York/ London.
9
Cf. Gaspar, Catalina (1996): Escritura y metaficcin. La Casa de Bello, Caracas.
10
Rolf Breuer, La autorreflexividad en la literatura ejemplificada en la triloga novelstica de Samuel Beckett,
incluido en Paul Watzlawich (1988): La realidad inventada. Gedisa, Barcelona.
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cios de las historias que se tocan y se distancian entre s, se reflejan entre s de manera transformada.
La no-realizacin es una imagen metaficcional ambivalente, que nos habla de aquello que la produc-
tividad textual niega, al tiempo que parecera decirnos que todo texto es justamente una no-realiza-
cin. (Gaspar, 1996: p. 182) A una poca en la que la realidad no mantiene un nico discurso y toda
explicacin se sabe parcial, correspondera, mejor que ninguna otra, una narracin que lleva sus dudas
a la realidad de su texto.
La dificultad estructural y la preocupacin por las posibilidades del lenguaje afilian a Lo anterior con
Morirs lejos, Farabeuf y El hipogeo secreto. Juntas, trazan momentos importantes de una tradicin
narrativa en la literatura mexicana.
Carmen Dolores Carrillo Jurez
* * *
BIBLIOGRAFA
BREUER, Rolf, La autorreflexividad en la literatura ejemplificada en la triloga novelstica
de Samuel Beckett, en el libro coordinado por Paul Watzlawich (1988.): La realidad
inventada. Gedisa, Barcelona
BRUSHWOOD, John Stubbs (1985): La novela mexicana (1967-1982). Grijalbo, Mxico.
CARRILLO JUREZ, Carmen: Morirs lejos: reconstruccin de un testimonio ficcional,
Tema y Variaciones de Literatura (Revista de la Universidad Autnoma Metropolitana-
Azcapotzalco), 2003, nm. 20, pp. 441-462.
ELIZONDO, Salvador (1965): Farabeuf o crnica de un instante. Joaqun Mortiz, Mxico.
________ (1994): El hipogeo secreto en su libro Obras, T. I. El Colegio Nacional, Mxico. [1
ed. 1971]
ESPINOSA, Jorge Luis, Cuestiona el discurso violento del amor: La nueva obra de Cristina
Rivera Garza, Lo anterior, indaga qu pasa antes del enamoramiento, en El Universal,
martes 20 de abril de 2004, Seccin Cultura, p. 3.
GASPAR, Catalina (1996): Escritura y metaficcin, La Casa de Bello, Caracas.
HUTCHEON, Linda (1984): Narcissistic Narrative. The Metaficcional Paradox. Methuen, New
York/ London.
JITRIK, No (1975): El no existente caballero. Megalpolis, Buenos Aires.
PACHECO, Jos Emilio (1967): Morirs lejos. Joaqun Mortiz, Mxico.
RIVERA GARZA, Cristina (2004): Lo anterior. Tusquets, Mxico
WATZLAWICK, Paul (1988), La realidad inventada. Gedisa, Barcelona.

La autora:
Carmen Dolores Carrillo Jurez es doctora en Literatura Hispnica por El Colegio de Mxico.
Funge como Directora de Investigacin y Posgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana.
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Ensayo

REVISIONES A LAS NARRACIONES HISTRICAS
MEXICANAS EN DUERME (1994) E ISABEL (2000)
DE CARMEN BOULLOSA
1
por Rosana Blanco-Cano
La mejor posicin del historiador es [colocarse] en los mrgenes del
Estado, all es donde tendr relativamente mayor libertad de pensamiento.
(Ortiz Monasterio 2004, 18)
De las escritoras mexicanas ms obsesionadas por la historia como material de produccin literaria
resalta Carmen Boullosa (1954), quien alcanz su auge de produccin durante la dcada de los no-
venta. Originaria de la Ciudad de Mxico, esta autora se ha colocado en la lista de escritoras mexica-
nas ms reconocidas a travs de una obra que, diversa en gneros, difcilmente puede ser clasificada en
un estilo o temtica. En los medios culturales fuera de Mxico, sorprende su capacidad ldica y su
manejo de la lengua y de la irona, sobre todo en aquellas obras que reflejan la condicin postmoderna
y convulsa de los sujetos contemporneos. En Mxico, por otra parte, su obra ha sido acogida por un
selecto pblico entre los que destacan Carlos Fuentes y el medio intelectual mexicano que, an
aclamando su novedoso estilo narrativo, tambin se ha encargado de generar crticas negativas hacia la
narrativa de Boullosa que se niega a reproducir el herosmo de los mitos e historia nacional.
Este trabajo se dirige a analizar dos obras de Carmen Boullosa que han desarticulado la rigidez carac-
terstica de cnones histricos constituyentes de lo mexicano, exponiendo, al mismo tiempo, la violen-
cia implcita en la formulacin de una supuesta cohesin nacional fundada en la creacin de un relato
histrico homogeneizante. La obra de Boullosa construye dilogos con la historia que, ante todo,
cuestionan su linealidad y su sentido de progreso. Tanto en Duerme (1994) como en Isabel (2000) la
narracin interviene sobre conceptos como la linealidad de la historia y los grandes proyectos polticos
posrevolucionarios deseosos de llevar al Mxico moderno hacia la racionalidad europea metaforizada
en el progreso. En Duerme, Boullosa cuestiona intensamente el carcter conciliador que la versin
oficial de la historia mexicana ha impreso sobre el periodo colonial. Al mismo tiempo, discute el fe-
nmeno del mestizaje al construir una historia que se desarrolla durante las primeras dcadas de la
colonia espaola en las que se formaron los discursos delimitadores de la posicin social partir de la
sangre o el tipo racial de los individuos. Por otro lado, Boullosa inscribe a Isabel directamente a la
poca contempornea para mostrar que la modernidad, como proceso aparentemente logrado en el
final del milenio, sigue siendo el privilegio de unos cuantos. A partir de la construccin de una historia
de vampiros, la autora parodia lo anacrnico al retomar el gnero rosa-gtico para evocar y desplazar
varios de los discursos romnticos con los que se formul la identidad mexicana, especialmente en la
segunda mitad del siglo XIX. Ambas obras se caracterizan por construirse a partir de un juego con las
estructuras narrativas resultante de la inclusin de narradores irnicos y reflexivos que desplazan los
esquemas de verosimilitud de la novela realista a travs de sus intervenciones. Lo que destaca en la
obra de esta autora es su oposicin a seguir con los lineamientos clsicos de los gneros narrativos y
con las prescripciones dictadas por las narrativas de la propia historia nacional mexicana. A travs de
sus obras Boullosa se convierte, como propone Pirott-Quintero (2001, s/p), en una crtica cultural que
expone la constitucin de los cuerpos a partir de la sutura proveniente de diferentes matrices de signi-
ficado; logra de este modo crear personajes que salen de los sistemas binarios que estabilizan cuerpos
e identidades: ya sea de lo genrico, lo racial, e inclusive, como se discute ms adelante, de lo humano
con la introduccin del vampiro como personaje principal.
Las intervenciones de Boullosa se dirigen, casi obsesivamente, a dislocar la idea de coherencia y uni-
dad en la tradicin literaria, el concepto de nacin, e inclusive de instituciones como el gnero, la fa-

1
Publicado en la Revista Espculo. No. 40, Nov. 208'2009. Ao XIV.
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milia y la autoridad patriarcal. En sus revisiones de la historia, se visitan los diversos momentos de la
historia oficial y se deconstruye la armona de la cohesin histrica para colocarse en una suerte de
panormica que, ms que una lnea recta, parece responder a un empalme de discursos, categorizacio-
nes y contradicciones impresas sobre los cuerpos de los individuos. Boullosa problematiza, con espe-
cial eficacia, la divisin entre la experiencia subjetiva y las versiones de la historia proveniente y pro-
movida por los canales oficiales: para esta narradora escritura e historia se entrecruzan para reconfigu-
rar las estructuras de poder que han dado forma a los proyectos hegemnicos de gobierno en Mxico.
Su proyecto literario ser dislocar la alegora nacional patriarcal y evidenciar la cuestionable consoli-
dacin de estereotipos de lo mexicano proveniente de las picas nacionales, bien presentes a lo largo
de la historia latinoamericana. Si durante la poca de consolidacin nacional las picas naciones se
determinaron en extremo a partir de los romances irresistibles como propone Doris Sommer a lo
largo de su trabajo Irresistible Romance: The Foundational Fictions of Latin America (1991) tales
como Mara (1867) del colombiano Jorge Isaacs; o El Zarco (1901) del mexicano Manuel Altami-
rano Boullosa aprovecha para romper con la idea de la conciliacin histrica a partir de personajes e
historias que rompen con la fantasa de unidad nacional. Sus historias sern romances truncos, prota-
gonizados por mujeres que se niegan a seguir el papel pasivo y de objeto de amor, convirtindose en
principales dislocadoras del orden social.
Para lograr el desplazamiento de las picas nacionales, Boullosa reflexiona sobre momentos cumbres
en la formacin de la identidad nacional, mismos que son desentraados a partir de la relacin intrn-
seca que se ha formulado sobre la tipificacin de los sujetos genricos como operativos de ciertos ras-
gos que han de darles un sitio en el texto nacional. Como sugiere Pirott-Quintero, la obra de Boullosa
se realiza con constante cuestionamiento de los parmetros externos especficamente la historia
oficial y los discursos promulgados por ella que delimitan el sujeto y lo fijan dentro de un contexto
histrico-cultural especfico (776). El cuerpo, as, ser un lugar en donde se negocien la identidad
nacional y el gnero de los sujetos: dos identidades muy importantes para la consolidacin del dis-
curso oficial y que son continuamente re-semantizadas por la escritora en cuestin.

CUERPOS HISTRICOS MLTIPLES Y FRAGMENTADOS
Boullosa reinventa en Duerme (1994) el periodo colonial en Mxico para cuestionar desde este siglo
las prcticas sociales que, provenientes de la colonia espaola, parecen vigentes en los comienzos del
nuevo milenio. Destaca en la conformacin de su historia la obsesin por reflexionar sobre un sistema
de clasificacin a partir de la cual no slo quedara justificada la diferencia supuestamente natural con
el otro (el indgena), sino la desigualdad y el maltrato como monedas comunes para los vencidos en la
conquista, mismos que han seguido en una posicin de marginalidad por ms de quinientos aos.
Como seala Ute Seydel: Al fusionar los siglos XVI y XVII, da la impresin de que, desde la pers-
pectiva del siglo XX, toda la poca colonial es un slo tiempo de desigualdad, de injusticia, de violen-
cia, de luchas armadas y de arbitrariedades (2001, 215). La estrategia de Boullosa no se fundamenta
nicamente en narrar eventos o situaciones durante esas pocas, sino que crea personajes inestables
capaces de trascender los ndices clasificatorios.
En Duerme tres categoras son continuamente subvertidas a partir de la posicin y vestuario de la pro-
tagonista Marie Claire: el gnero, la raza y la clase social. La historia comienza cuando esta joven
francesa es robada de una identidad previamente falsa. Al llegar disfrazada de hombre-pirata luterano
a la Nueva Espaa, ella es despojada de sus ropas para recibir el atuendo de un espaol que ha sido
condenado a muerte por traicionar a la corona espaola. En su reflexin sobre la sociedad colonial
donde hubo una marcada diferenciacin por estamento, Boullosa muestra cmo cada grupo tnico
estaba protegido por una legislacin que dificult la movilidad social y determin su permanencia en
posiciones sociales especficas. La marca de diferenciacin radicaba, sobre todo, en las vestiduras de
los propios cuerpos: los novohispanos tenan jurisdicciones especiales que reglamentaban desde su
forma de vestir hasta sus derechos polticos. En una poca en la que las clasificaciones sociales eran
tan significativas a partir del atuendo, la protagonista de Duerme resulta en s misma una mujer negada
a aceptar los comportamientos que a su diferencia sexual y racial se exige representar. Al incorporar el
travestismo de Marie Claire, Boullosa dialoga tambin con las propuestas Judith Butler (Gender Trou-
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ble, 1990 y Bodies that Matter: On the Discursive Limits of Sex 1993) quien ha concebido la idea de
que el gnero, al tratarse de una categora performtica-en tanto que se representa-y performativa-en
tanto que se repite a travs de las prcticas cotidianas-puede desequilibrarse al evidenciar su carcter
cultural y no esencial. De aqu que este personaje femenino ofrezca la oportunidad para la autora de
desnaturalizar discursos relacionados con la autenticidad no slo genrica, sino tambin de la repre-
sentacin de algunos atributos identificados con la mexicanidad esencial como el mestizaje.
Por otra parte, resalta un aparente dilogo con la mujer varonil del Siglo de Oro espaol, que fuera
emblematizada por la famosa Rosaura de La vida es sueo de Caldern de la Barca. Sin embargo,
Boullosa rebasa la propuesta de la mujer varonil del Siglo de Oro espaol pues sus protagonistas,
como Marie Claire, no son un elemento ordenador del caos previsto ya en la obra, sino un medio de
rebelda aun mayor hacia los rdenes establecidos. Al ser atrapada y descubierta en su identidad gen-
rica Marie Claire arguye: S soy mujer, ya lo viste. Yo me siento humillada as expuesta. Cre que ya
lo haba vencido, que nunca ms volvera a ser sta mi desgracia, el cuerpo expuesto, ofrecido (como
si l fuera mi persona) al mundo. Yo no soy lo que t ves! Quiero gritarle (Boullosa 1994, 19). Las
apariencias, como sugiere esta cita del libro, sern espejismos que conformen las identidades obligato-
rias desde el discurso pblico. Sin embargo, Boullosa se encarga, como tambin Caldern de la Barca,
de hacer evidentes los mecanismos que conforman el gran teatro del mundo. Para reforzar esta idea,
Boullosa emplea en Duerme, y a lo largo de gran parte de su obra literaria, la primera persona como
narrador con lo que imprime una intensa descripcin de la subjetividad de los personajes. Al mismo
tiempo, instala al relato en un constante tiempo presente, haciendo que los personajes dirijan la palabra
al propio lector (como en la cita anteriormente incluida), quien queda involucrado en una narracin
que se mueve al ritmo de las acciones del cuerpo de los personajes: al lector se le coloca como testigo
de un cuerpo, o varios, en pleno movimiento.
El disfraz y la inestabilidad categrica entran como hilos conductores de la trama cuando Marie Claire
es salvada de la horca, despus de recibir la identidad del Conde Urquiza (enemigo de la Corona), por
una mujer india. Es precisamente por esa falta de definicin en su identidad que la mujer indgena,
quien juega con su nombre verdadero a lo largo de la narracin, decide salvar a esta mujer europea con
su intervencin quirrgica a la usanza de los antiguos pobladores de Tenochtitlan. La mujer de manos
tibias hace una herida en el pecho de la joven, misma que ha de transformarla radicalmente, inclusive
en su calidad de humana mortal. Marie Claire es vaciada de su sangre europea dejando un pecho
abierto pero no sangrante y en su lugar, la india coloca el agua del entonces ya casi extinto lago de
Tenochtitlan: Estas son aguas pursimas, no tocadas por las costumbres de los espaoles, ni por sus
caballos, ni por su basura. Usted que no es mujer ni hombre, que no es nahua ni espaol ni mestizo, ni
conde ni encomendado, no merece la muerte (Boullosa 1994, 28). En su condicin de des-identifi-
cada, Marie Claire representa una posibilidad para la trascendencia y transformacin del sistema social
al que se halla inscrita y que compulsivamente busca suscribirla en una categora definida. Como
afirma Judith Butler en Bodies that matter:
Although the political discourses that mobilize identity categories tend to cultivate
identifications in the service of a political goal, it may be that the persistence of
disidentification is equally crucial to the rearticulation of democratic contestation. Indeed, it
may be precisely through practices which underscore disidentification with those regulatory
norms by which sexual difference is materialized that both feminists and queer politics are
mobilized. (1993, 4)
Al perder su sangre, Marie Claire adquiere un mestizaje otro al que se ha concebido como la semilla
de la nacin: se convierte una cosa partida (29), elemento que irrumpe disidencia en los plantea-
mientos coloniales y contemporneos sobre la identidad mexicana. Como sugiere Pirott-Quintero:
El mestizaje reconfigurado en pluralidad de la novela, sirve para re-vitalizar el imaginario
corporal mexicano [] la transfusin de Claire crea una narrativa que rompe con el
simbolismo de la sangre y el desorden semitico que suscita la retrica de la mezcla de
sangres, los cuales forman parte de muchos discursos de la identidad mexicana. (2001, s/p)
Boullosa disloca el papel central y naturalizante del mestizaje (siempre identificado a partir de su
mezcla sangunea vs. pureza de sangre) y coloca a su personaje como un ser capaz de adoptar identi-
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dades mltiples para evidenciar la artificialidad y el carcter coercitivo de la divisin genrica y racial
en el Mxico colonial. Para sobrevivir, Marie Claire viste ropas de india que le hacen experimentar
corporalmente una constante violencia, descubriendo as la posicin desventajosa impresa a lo consi-
derado como el ltimo escalafn social desde la Colonia hasta el nuevo milenio: las mujeres indgenas.
Esto es confirmado cuando se narra la violacin sexual (y pblica) que sufre al estar vestida de india y
ser descubierta como mujer por el hombre espaol que se cuenta es el Conde Urquiza. Al exponer
grficamente esa violacin, Boullosa explicita tal vez el acto ms representativo del proceso de
mestizaje y que ha sido constantemente conciliado o explotado por el imaginario mexicano: la im-
posicin forzada emblematizada en la ocupacin que alcanz todas las esferas de la vida indgena, al
menos en lo que era la antigua Tenochtitlan. Al reflexionar y proponer un sincretismo/mestizaje alter-
nativo Boullosa introduce uno de los aspectos ms significativos de su obra: la obsesin por evidenciar
la compulsin binaria en la organizacin de la vida y subversin que la autora formula a travs de la
escritura. Si en la novela La milagrosa (1993) Boullosa construye un personaje femenino que man-
tiene obsesivamente su identidad individual, en Duerme se explora la artificialidad de la divisin entre
indios y espaoles, entre mestizos y espaoles y otras complejas castas como cambujo, lobo, zambo,
saltatrs, entre muchas otras
2
.
Tras un enfrentamiento en plena calle con un oficial de la corona, Marie Claire tiene oportunidad de
convencer al virrey de que ella es hija de un caballero francs servidor de la corte espaola. Este hecho
le permite adoptar una nueva identidad que le reinserta al mundo europeo y a su atuendo de hombre,
eventos que aprovecha para empuar nuevamente las armas. Lo particular de esta reinsercin identita-
ria es que volver a la categora genrica y racial supuestamente original no impide A Marie Claire
seguir ejecutando performances subversivos cuando el virrey, al saber de sus dotes de mando y com-
bate, la comisiona para ir a derrotar al indio Yaguey que est arrasando con las tierras cercanas a la
capital y tambin con comunidades indgenas. Como hace en la novela La Milagrosa y como se ver
ms adelante en Isabel, Boullosa inviste a sus personajes femeninos de soldados alternativos con
estrategias propias, pues son individuos capaces de entrar al campo de batalla con la intencin de de-
sordenar las estructuras del Estado legitimado sobre la base de un sistema social de desigualdad. Bou-
llosa reescribe as el himno nacional mexicano al evocar una nueva frase de comienzo Mexicanas al
grito de guerra
3
. Al hacerlo disloca la ecuacin de ciudadano como equivalente a sujeto masculino y
otorga la posibilidad a las mujeres de jugar roles alternativos a la norma tradicional dentro del texto
nacional.
Tras vencer a Yaguey, vestida de hombre, Marie Claire se aleja demasiado de la capital y cae en un
estado de sueo que slo ha de repararse con la vuelta a la ciudad. Nuevamente lleva una herida que
no sangra, convirtindose en una emblemtica figura que los indios reconocen como una fuente de
vida eterna. Boullosa transforma a su personaje femenino en un individuo que ha rebasado no slo la
nacionalidad, el gnero y la raza sino la categora de humano. Cuando la cabeza de Marie Claire es
solicitada por algunos indgenas que la consideran una fuerza inusitada y vital para su supervivencia,
ella y su amigo Pedro de Ocejo tienen que huir de los lmites de la Ciudad de Mxico. A partir de la
salida forzada la joven cae en el sueo que vaticinara la india de las manos tibias pues su energa vital

2
En La Milagrosa (1993) Boullosa emite directamente su visin sobre el ambiente electoral de 1993, un ao
antes de la salida de Carlos Salinas de Gortari como presidente. En su afn de reimaginar a la comunidad nacio-
nal, Boullosa introduce un personaje femenino que busca trascender cualquier categora binaria o estratificante.
En Duerme, asimismo, Boullosa propone a Marie Claire que rebasa lo binario y racial desde el mestizaje alterna-
tivo. Claire no puede ser lo que se defini como casta, ni siquiera la denominada no te entiendo. Como se
definan las castas:
De espaol e indgena - mestizo/ De Indio con negra - zambo/ De negro con zamba - zambo prieto/
De blanco con negra - mulato/ De mulata con blanco - morisco/ De espaol con morisca - albino/
De albino con blanco - saltatrs/ De indio con mestizo - coyote/ De blanco con coyote - harnizo/
De coyote con indio - chamizo/ De chino con india - cambujo/ De cambujo con india - tente en el aire
De tente en el aire con china - no te entiendo/ De mulato con tente en el aire - albarasado
3
El 12 de noviembre de 1853 bajo el mandato de Santa Anna se convoca a escribir el Himno Nacional Mexi-
cano. El resultado respeta la frmula de concebir una nacin en la que los hijos varones sern los agentes
polticos, sociales y militares. Como se confirma desde el coro y la primera estrofa: Mexicanos, al grito de guerra/
el acero aprestad y el bridn/ y retiemble en sus centros la tierra/ al sonoro rugir del can []/ Mas si osare un
extrao enemigo/ profanar con sus plantas tu suelo,/ piensa Oh Patria querida! Que el cielo/ un soldado en cada
hijo te dio
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depende de su cercana a las aguas de Tenochtitlan que corren por sus venas. Es a partir de este punto
que lo onrico invade tambin propia la narracin. La historia alcanza la fantasa utpica cuando la
autora propone el despertar de una Marie Claire lista para asumir el mando de la rebelin temprana
contra los espaoles. Es la voz del poeta Pedro de Ocejo quien se encarga de narrar un final fuera de
los lmites de la verosimilitud. Este narrador propone que Marie Claire ha organizado a un grupo de
rebeldes indgenas y se ha decidido a dar un revs al curso de la historia colonial. Ella se ha conver-
tido, a partir de las aguas que corren por sus venas y por el atuendo que fue obligada a llevar, en una
ms de ellos: no soy acaso tambin hija de la raza? La nica francesa que lleva agua en las venas,
la mujer de la vida artificial, la que slo puede vivir en la tierra de Mxico? (Boullosa 1994, 125). El
propio Pedro de Ocejo tambin acaba por rebasar los lmites de su identidad pues l, siempre apegado
a la escritura de la poesa, decide asumir la escritura de un relato que tambin rebase los lmites de la
historia oficial; esto es, rebasa la intencin de dar vida a una narracin moralizante y cohesionadora
pues: Escribir historias s sirve, no digo que no, pero sirve demasiado, es una manera de conquistar y
vencer, y yo no tengo por que conquistar el mundo (Boullosa 1994, 77).
La trama de Duerme finaliza sin acabar de responder por el paradero de la inmortal Marie Claire
quien, al no poder morir, es un smbolo de fuerza poltica latente lista para despertar en la mejor
oportunidad. La no sangrante Marie Claire, entonces, metaforiza una eternidad bien distinta de la pro-
puesta por el discurso oficial como la esencia de lo mexicano: un cuerpo que es muchos cuerpos, un
cuerpo partido, fragmentado por la herida no sangrante primordial que le ha transformado; un ser con
identidades mltiples que est dispuesta a dislocar el destino trgico que socialmente se le ha impuesto
a partir de la estabilidad de categoras como mujer, mestiza, india, europea, o eterna.

CUERPOS HISTRICOS ROTOS, SIN LMITE
Publicada en el libro de cuentos o novelas cortas Prosa rota (2000), Isabel es una historia que,
como Duerme, reflexiona sobre el curso de la historia y sus mitos a partir de la idea de la subversin a
la ley de la sangre cuando logra un mestizaje posmoderno, en plena era del sida, a travs de sus
prcticas sexuales y vampirescas. Una nueva peste se apodera de la Ciudad de Mxico en el fin del
milenio. Ya no ser el rgimen colonial el que produzca un sistema de estratificacin, sino los
regimenes resultantes del largo proceso de independencia, consolidacin nacional y entrada a la
modernidad. Textos como Isabel hacen evidentes lo que Boullosa define como continuidad
histrica, misma que aparece como leitmotiv a lo largo de su prolfica obra: el caos y la injusta
distribucin de los recursos y del poder.
Como otros trabajos de la autora, Isabel discute la inscripcin de los individuos en un contexto
fragmentado donde la discontinuidad de los discursos y comportamientos se apodera para dislocar las
mitologas reforzadas por la historia. Esta noveleta puede ser leda, en primera instancia, como la car-
tografa del deseo de una mujer que repentinamente deja de lado su condicin humana/femenina y se
convierte en una hambrienta vampiro que busca vctimas para saciar su sed sexual y de sangre. La
propuesta de una mujer vampiro en plena Ciudad de Mxico, nos recuerda a la hecha por Carlos
Fuentes en su libro Aura (1962) a la que Jean Franco definiese en Las conspiradoras como una f-
bula que refleja el temor de varn a perderse (1993, 220) o a perder el mando del orden de signifi-
cado que ha impuesto, inclusive, en el mbito cultural y nacional. Pues la muerte y la sexualidad im-
plcitas al vampiro han representado el inicio de un proceso de desintegracin de la propia vida y la
identidad, que su vez alcanza a los contextos en los cuales el vampiro se halla inscrito. La incidencia
de una mujer vampiro, por tanto, implica tambin la ruptura de la gran Historia, pues La Historia,
que al mismo tiempo constituye la inmortalidad de la sociedad y la del individuo, se ve amenazada
tanto por la rutina sin sentido como por el ciclo eterno del sexo y la muerte, encarnado por la mujer
vampiro (Franco 1993, 220).
Boullosa presenta la obra con la descripcin ldica roja noveleta rosa en que se cuenta / lo que ocu-
rrido a un vampiro (2000, s/p). En su dislocacin de los gneros literarios juega, asimismo, con el
planteamiento de un universo que ha sido dislocado de sus significantes tradicionales: si la noveleta
rosa es clsicamente identificada con el mbito de lo femenino, el rojo aadido a su descripcin nos
devuelve a un universo neo-gtico en el que se hablaba de lobos, de cuervos y de sangre (2000, s/p).
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Al evocar la novela rosa Boullosa tambin dialoga con el romanticismo literario como gnero de las
novelas fundacionales del siglo XIX latinoamericano; por otra parte la autora devuelve la vista al ro-
manticismo alemn e ingls en donde las historias de vampiros fueron una manifestacin singular de
este movimiento literario. La vuelta hacia un mundo en el que destaca el placer por la sangre y la carne
disloca la imagen ideal de la mujer pasiva y asexual propuesta por la Repblica Liberal en el Mxico
del siglo XIX. El deseo sexual explcito en la mujer vampiro, quien es sujeto deseante capaz de expo-
ner su cuerpo y placer, provocan la dislocacin de su gnero a partir de su inmersin al mundo del
goce. La posesin del otro se convertir entonces en meta principal de la protagonista quien encuentra
por la boca, como si se tratara de una mstica en la llaga del cuerpo de Cristo, la puerta hacia un
mundo inefable.
Habiendo mordido al amante que por aos la mantuvo en una sed emocional, la protagonista rompe
con la imagen tradicional del encuentro sexual heterosexual al convertirse en una mujer insaciable que
no respeta modelos de relacin monogmica. Isabel despierta un da con el sabor de la sangre en su
boca. Desde entonces su sexualidad, placer y actividad de vampiro quedan hechas una: empez a
desear que quien fuera acariciara su cuerpo y la penetrara, y la habitara con paciencia, creyendo que
eso de acoplarse deba ser en el siempre jams (Boullosa 2000,180). Al sustituir el siempre jams
por una prctica de placer y no de institucin matrimonial, Isabel trasciende la idea de cuerpos sexua-
dos con lmite. Ella busca llevar a su cama a un ser diferente cada noche; uno que represente un as-
pecto totalmente diferente del espectro social. Su deseo trasciende las categoras de gnero, la raza y la
clase rompiendo, de esta manera, con los cercos que socialmente posicionan a los individuos en una
posicin ms o menos favorable en la escala social. Un narrador por dems inestable (que se pasa gran
parte del relato dudando de la veracidad de la historia) comenta: Isabel no ha repetido en ninguno el
tono de piel, como si tuviera gusto de pintor en la eleccin de los muchachos, en la paleta de su cama
va recorriendo todos los tonos que la piel puede tener (Boullosa 2000, 190). Por otra parte, el ero-
tismo llevado al lmite trastoca los guiones restringidos y previamente ensayados del encuentro sexual
y se propone formular un encuentro circular, siendo capaz de enunciar el placer de Isabel en un espa-
cio subjetivo y corporal que trasciende la diferencia sexual: Los cuerpos, entonces, son ms amplios
que el mundo. La pulgada del cltoris no tiene mrgenes, la boca ms honda que el ocano, no hay
palabras, ni nalgas, ni culo, ni labios, ni espalda, ni pechos, sino el tirn del gozo, la marea del gozo
(Boullosa 2000, 188).
En la descripcin de su deseo y perfomance sexual, la protagonista reflexiona sobre la educacin o el
aprendizaje de los comportamientos genricos culturalmente aprendidos, bsicamente insertos en la
mitologa histrica trasmitida como un valor de carcter nacional: para la protagonista el placer sobre-
pasa la idea de hacer patria a travs de la relacin sexual heterosexual y su consecuente maternidad.
Como Isabel define, nuevamente desde la narracin teatral en primera persona y en presente: A los
hombres se les ensea a despreciar la carne y a las mujeres a contener su gusto hasta que la carne
aguante. La mayora de los varones no saben gozar, y no les interesa. Un pequeo mareo y un ocano
de semen. Pura aburricin carnal (Boullosa 2000, 191). Boullosa rompe, de este modo, con el rictus
de decencia sexual y dignidad tradicionalmente impuesta a los cuerpos femeninos en el texto nacional.
Como propone Debra Castillo en su libro Easy Women, las mujeres que expresan deseo sexual en la
cultura mexicana han sido calificadas de anormales: step outside such dominant culture codings of
female behavior and thus enter into a sliding category: loose women, easy women, public women,
locas, prostitutes (1998, 4). Isabel deja a un lado su normalidad femenina y se convierte en lo que
Federico Gamboa es incapaz de escribir sobre Santa (Santa 1903), la emblemtica prostituta del natu-
ralismo mexicano que al adentrarse en el mundo del sexo pierde su estabilidad genrica para conver-
tirse en lo que impreso puede leerse apenas como puntos suspensivos. Lo que s es, una mujer que
expresa abiertamente su sexualidad, no tiene cabida en el discurso de Gamboa: No era una mujer,
no; era una! (1979, 7).
Lo innombrable para la cultura nacional, una no mujer que rebasa su gnero y los valores nacionales
a travs del sexo, se reproduce a lo largo de la noveleta hasta provocar un ambiente en el que prima el
caos. Es desde la desestabilizacin del cuerpo femenino que Boullosa propone una dislocacin del
ambiente y de las narraciones histricas contemporneas. Con la preferencia sexual indiferenciada que
mantiene Isabel quien practica su sexualidad sin lmite de tiempo y sin lmite de gnero y sus
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hbitos de vampiro es que los confines del orden social y del cerco profilctico de la modernidad tam-
bin acaban por caer, exponiendo el caos escondido tras la fachada de un Mxico en la era del pro-
greso, frase que paradjicamente fue el slogan de diversos discursos presidenciales del presidente
mexicano Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
Tradicionalmente asociado con la transmisin de la peste, el vampiro represent la alegora de la pre-
modernidad sanitaria. Al introducir a una mujer vampiro en pleno siglo XX, Boullosa desequilibra la
nocin de modernidad en un escenario en el que la peste aparece como una ventana hacia las fronteras
del mundo marginado histrica y socialmente: la pobreza y la falta de recursos, tan presentes hoy en
da en pases como Mxico. Los primeros en morir por la peste sern aquellos que estn directamente
expuestos al espacio pblico como residencia, pues son esos pobres que conviven cotidianamente con
las ratas, antiguas transmisoras de la peste: Por decenas caan, como moscas se moran los rostros
annimos, lastimados desde su nacimiento por la carcajada imbcil de la miseria (Boullosa 2000,
211). Con su presencia en el mundo citadino, Isabel subvierte cualquier orden y denuncia la desigual-
dad y corrupcin de los gobiernos. La ley de la muerte se instala para dar cabida a una venganza por
parte de las clases mayoritarias, presentes desde la etapa colonial hasta los comienzos del milenio:
Qu rico se vengaron entonces del silencio al que les haban sometido! La ciudad era de los misera-
bles, de los que vivan en condiciones indignas, porque era su ley la que imperaba. Su ley era de la
muerte (Boullosa 2000, 7).
De este modo, la mordida mortal y sexual de Isabel se convierte en la sincdoque de la herona de los
olvidados del progreso: lo indigno no ser su sexualidad sino la sistemtica manutencin de la pobreza
que los diversos sistemas gubernamentales han perpetuado como moneda comn para la mayor parte
de los ciudadanos. Ella, como inmortal, es la nica capaz de acabar con lo que sigue marcando la cla-
sificacin de entidades aceptables. Se convierte, de alguna manera, en la protagonista de la novela
Duerme que aos despus ha despertado de su largo sueo para continuar con su proyecto de justicia.
Con su mordida Isabel tambin desenmascara a la elite que consolidara a la nacin, evidencindola
como un ente productor de discursos coercitivos y clasificadores de los individuos que se mantiene
intacta, incluso de la peste, gracias a su alta posicin social: Muerde, muerde ms Isabel! Smate a
su venganza! Mata a aquellos que perdona la peste! (Boullosa 2000, 213). Al dar lugar al caos, e
inclusive borrar los lmites entre la vida y la muerte, la ciudad de Mxico es protagonista de la debacle
de un orden social. Cuando la peste ha matado a la mayor parte de los pobladores, Isabel huye hacia
otros pases buscando saciar su sed de sangre.
El final de la noveleta adquiere un tono irnico y romntico en el que la mujer vampiro se enamora
hasta buscar extinguir su vampirismo, pues aparentemente busca volver a regularse como una mujer:
mortal y definida genricamente. El juego narrativo alcanza lmites insospechados pues la historia
termina escapando del poder del narrador principal: la propia Carmen Boullosa. Introducida como un
personaje ms, la escritora pide ayuda a los expertos para intentar dar un cauce congruente y verosmil
a la historia. Esta ruptura de la prosa (que evoca al ttulo del libro que incluye esta historia) termina
siendo un juego retrico introducido por la autora para exponer su obsesin por la prdida de lmites
entre lo ficticio y lo verdadero. Decapitndose como nica salida a su existencia de vampiro, Isabel y
la autora ofrecen un posible final trgico a la historia. En segundo trmino, Boullosa se burla desdi-
ciendo la primera versin del final para introducir el romanticismo llevado a la parodia: el amor logra
salvar a Isabel de su vampirismo. Siendo Isabel y la escritora residentes de Nueva York, la primera
narra que en el presente-dentro del tiempo de la novela-puede encontrrsela en los cafs o parques de
la ciudad. Respondiendo a la obsesin de dislocar las cualidades que aparentemente busca Boullosa en
los asesores externos (verosimilitud y coherencia) el final de Isabel se inscribe en una de las
constantes la obra de esta escritora: proponer un orden alternativo que slo parece visible a partir de la
extincin total de los actuales rdenes: ya sea la norma heterosexual, el rictus genrico, los rdenes
econmicos, cientficos, histricos, nacionales o literarios.
En las obras aqu analizadas Boullosa emplea el cuerpo como medio de subversin a los discursos
investidos sobre el mismo, haciendo evidente su produccin que compulsivamente busca insertarlo en
categoras de segregacin social. Esta singular escritora incide sobre las narrativas enfocadas en ele-
mentos y periodos hegemnicos de la historia mexicana para de este modo evidenciar la incoherencia
del proyecto lineal de nacin que se ha propuesto como evolutivo. Al focalizar su atencin sobre el
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mestizaje como discurso de cohesin nacional Boullosa visibiliza que, gracias al espritu conciliador
de la gran historia producida en el siglo XIX, la desigualdad que se imprimi en el periodo colonial
como estructura bsica social qued justificada en la premisa de ser el sitio de nacimiento del espritu
nacional. A travs de sus propuestas artsticas se evidencia que si hay una constante en la historia ofi-
cial es haber establecido una sola lnea de accin poltica y social: la condenacin de los diversos gru-
pos indgenas y las subjetividades no masculinas que todava al final del milenio siguen luchando por
ser reconocidos como agentes sociales en la vida nacional.
Rosana Blanco-Cano
* * *
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La autora:
Rosana Blanco-Cano trabaja como profesora-investigadora de tiempo completo en Trinity
University, San Antonio, Texas. Obtuvo su doctorado en estudios culturales y una maestra en
literatura latinoamericana en Tulane University. Ha publicado artculos diversos en las reas de
estudios culturales del Mxico contemporneo, estudios de gnero en America Latina, performance
latinoamericano, cine latinoamericano, cine espaol, feminismo chicano, feminismos indgenas,
entre otros temas. Actualmente se encuentra preparando el libro Cuerpos disidentes del Mxico
imaginado: Cultura, gnero, etnia y nacin ms all del proyecto posrevolucionario.
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Ensayo

LA DESTRUCCIN DEL IDILIO EN LA NOVELA EL
PADRE DE BLANCANIEVES DE BELN GOPEGUI:
TIEMPO Y ESPACIO EN EL IDILIO MODERNO
por Nerea Marco Reus
idilio.
(Del lat. idyllum, y este del gr. , poema breve).
1. m. Coloquio amoroso, y, por ext., relaciones entre enamorados.
2. m. Composicin potica que suele caracterizarse por lo tierno y delicado, y tener como
asuntos las cosas del campo y los afectos amorosos de los pastores.
Segn esta definicin, no podramos clasificar esta novela de Beln Gopegui como idlica, o como
destruccin de ese idilio, pues no aparece tal y como se nos define en el Diccionario de la Real Aca-
demia Espaola. Pero es que no debemos pensar en el idilio tal y como se define en los diccionarios.
Debemos pensar en el idilio como una esttica literaria. El idilio como una esfera especfica del pate-
tismo, la esfera reservada a los valores familiares. Por esos valores familiares se entiende la constitu-
cin de una pareja o el crecimiento de los hijos, pero no slo eso, tambin el respeto, la buena educa-
cin, el honor Estos valores familiares son los tradicionales, los pertenecientes al mundo de las tra-
diciones, al mundo de la perfecta estabilidad familiar.
Hay estabilidad familiar en la novela de Beln Gopegui? Hay estabilidad en el seno familiar, hay
transmisin de los valores tradicionales de padres a hijos? La propia idea de transmisin de generacin
en generacin, durante un tiempo cclico inalterable, es problemtica y conflictiva y as lo podemos
ver en El padre de Blancanieves. Slo en un mundo quimrico, utpico, podran darse las condiciones
necesarias en las cuales podra desarrollarse ese idilio donde encontrar la perfecta estabilidad familiar.
Pero Beln Gopegui no narra eso, ni se acerca a la esttica del patetismo, del idilio, sino que se acerca
a la ruptura del idilio, a la destruccin de esa esttica literaria en particular.
Los valores familiares pueden permanecer puros cuando las generaciones son idnticas entre s, pero
esto es imposible fuera del mundo quimrico. El mundo es desigual, cambiante y el tiempo no es c-
clico, sino lineal, e influye en la pervivencia y transmisin de esos valores familiares.
As, las ideas de los padres no son las mismas que las de los hijos, ni sus aspiraciones, ni sus valores,
ni el mundo donde defenderse con esos valores que les han transmitido sus padres. Los valores no
permanecen inalterables, se renuevan porque las condiciones externas, fuera de ese mundo familiar
idlico, han cambiado.
Y eso provoca ese choque de mentalidades, de ideas, de proyectos, de fuerzas entre padres e hijos. As
aparece el conflicto intergeneracional. As comienza la ruptura del idilio, su destruccin. En el rea-
lismo moderno, esta conflictividad es compleja e interesante.
Por qu cambian los valores familiares? Por qu no sirven los mismos valores de padres a hijos? El
idilio es una esttica que actualmente se ha acercado al realismo moderno. En la modernidad, se pre-
mia la individualidad por encima de la colectividad. La individualidad (Enrique) es quien rompe la
colectividad (rompe los tubos en las azoteas), aunque al desaparecer esa colectividad nos avisa de que
no es slo la suma de sus individuos, sino que es algo ms. Ah se entiende la conflictividad.
La estructura familiar patriarcal es una estructura bsica en la esttica del idilio. Pero no es idilio El
padre de Blancanieves, sino destruccin de ese idilio. Supone la destruccin de la estructura familiar y
la desaparicin de esa transmisin de valores generacionales. Quin destruye el idilio? Cmo se
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destruye esa estructura familiar?
Dos elementos importantes en la esttica del idilio son el tiempo y el espacio.
El tiempo, en un mundo quimrico donde el idilio no fuera problemtico, sera cclico. Los valores
tradicionales pasaran de generacin en generacin sin que nada interrumpiera esa transmisin. Pero el
tiempo no es cclico, sino lineal. No es esttico, sino que avanza hacia delante, es cambiante. El
mundo funciona de izquierda a derecha y el tiempo avanza hacia el futuro. Nuevos valores implican
esa ruptura del idilio.
El espacio, el lugar, es tambin un elemento importante en la esttica del idilio. En el idilio, en el seno
de esa perfecta estabilidad familiar, la familia se establece en un lugar, en su hogar, y all nacen los
hijos, all crecen los nietos con los abuelos; la foto de familia con el mismo fondo todos los aos
La estabilidad del hogar es importante para el idilio. Pero no tenemos estabilidad del hogar en El pa-
dre de Blancanieves. El hogar es puesto en peligro, el idilio se rompe, la estabilidad familiar no fun-
ciona correctamente.
Si no tenemos un tiempo cclico, si no lineal y en avance; si no tenemos estabilidad de lugar, sino que
el espacio familiar est en un serio peligro, cmo es posible tener idilio? Imposible, por eso tenemos
destruccin de ese idilio.
Los valores familiares patriarcales no sirven a los hijos. El mundo moderno es egosta; las personas
estn encerradas en s mismas. El mundo se ha vuelto egosta, individualista y las personas no ven ms
all de los lmites que ellas mismas se han impuesto.
Por eso, cuando algo traspasa esos lmites, salta la alarma. Salta la alarma de ese individualismo
cuando el despedido que llama al timbre de casa de Manuela. Se rompe la burbuja y a partir de ah se
rompe el idilio. Se rompe la ilusin idlica del mundo familiar que mantenan: los hijos ya no escuchan
a los mayores, no les sirven. El mundo es cambiante, confuso. Las relaciones no son tan cercanas ni
tan amables. Las personas ya no se relacionan con la naturaleza, la atacan.
El individualismo premia y sobresale por encima del colectivismo, del idilio, de las condiciones para
que se cumpla esa esttica del patetismo.
En El padre de Blancanieves, tenemos un colectivo que intenta cambiar estos nuevos valores del
mundo moderno. El colectivo intenta acercarse de nuevo a la naturaleza, con esos tubos y algas en las
azoteas. Intenta acercarse a las personas con ese movimiento para ayudar, esa idea surgida del timbre
que rompi la burbuja idlica en el hogar familiar.
Se rompe el idilio familiar, las relaciones entre personas son individualistas, el colectivo intenta acer-
carse a estos valores del mundo moderno para cambiarlo y lo consigue? Un individuo (Enrique)
rompe los tubos. Un individuo contra el colectivo. Qu intenta ese individuo, solo, ante un colectivo
cmo ese? Volver al idilio, volver al estadio, a las condiciones en las que se senta seguro, en las que
todo estaba controlado, cada persona ocupaba su lugar y su funcin. Aunque Beln Gopegui plantee la
destruccin del idilio en esta novela, sus personajes, al menos Enrique, intenta volver a ese idilio del
que le obligaron a salir cuando son el timbre. Se intenta volver a esa estabilidad perfecta familiar, los
padres siguen intentando transmitir esos valores familiares aunque a los hijos no les sirvan en abso-
luto.
Beln Gopegui plantea la destruccin del idilio desde la primera pgina. Un acontecimiento no coti-
diano rompe la rutina de esa estructura familiar.
Se rompe la rutina, falla el tiempo cotidiano, cclico. Algo se sale del tiempo y lugar. Algo no pla-
neado entra en el idilio cerrado y cclico de esa familia. Se rompen esas condiciones necesarias bsicas
para la esttica pattica del idilio.
Tambin el lugar. Beln Gopegui nos habla de un colectivo. A veces incluso ese mismo colectivo
apela a los lectores, habla e interacta con ellos en la medida que puede. En la novela tenemos dife-
rentes espacios, pblicos y privados, diferentes estructuras jerrquicas, de familia o de colectivo, dife-
rentes idilios y diferentes espacios, pero cul es el tiempo y el espacio de ese colectivo? Puede un
elemento como el colectivo, que no tiene ni tiempo ni espacio propio, estar dentro de una esttica del
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idilio? Entra dentro de las normas o no? Contribuye esto a romper ese idilio o no?
La destruccin del idilio tiene pasos. No viene de golpe. Algo la provoca, s, pero el idilio no se des-
morona rpidamente, tiene fases. Esa ruptura del idilio va afectando poco a poco a cada una de las
diferentes personas que integran esa estructura familiar. Nadie queda sin ser afectado por esa conflic-
tividad que plantea un cambio de valores en la edad moderna.
El lugar cambia, el idilio rompe su cotidianeidad. El espacio familiar se pone en peligro, ya no se rige
por los valores patriarcales de liderazgo (el padre cede los derechos del espacio familiar a la madre y
la hija), la madre sale del lugar familiar, de ese espacio idlico necesario. Se rompen o disgregan los
valores necesarios para cumplir las condiciones del idilio.
Aparecen nuevos lugares importantes (las azoteas), nuevos individuos que llaman a la puerta, a dife-
rentes puertas, que rompen la cotidianeidad de los personajes de la estructura familiar.
La crisis del idilio moderno es siempre un conflicto generacional. El idilio es imposible en un mundo
moderno. Los valores del mundo moderno no son vlidos ya con esa transmisin de generacin en
generacin. La conflictividad y la problemtica de una estructura familiar estable y perfecta est pre-
sente a lo largo de toda la novela. El idilio se tambalea, los pilares del poder patriarcal, del espacio
idlico, del tiempo cclico van desapareciendo y el idilio tiene cada vez menos bases en las que apo-
yarse. Tanto los padres como los hijos estn desorientados en este espacio y tiempo, no saben reaccio-
nar ante estas nuevas situaciones que se les plantean por primera vez. Ni los padres pueden transmitir
sus conocimientos, ni les sirven a los hijos, pues las condiciones externas para aplicar esos conoci-
mientos han cambiado por completo.
Poco a poco, nos damos cuenta de que el idilio en absolutamente imposible en El padre de Blanca-
nieves, que la esttica que predomina en esta novela es la de la destruccin del idilio. Cmo o dnde
lo encontramos? En la contraportada de la novela, podemos leer: Beln Gopegui prosigue su certera
indagacin en las fronteras que unen y separan las habitaciones privadas y los espacios pblicos.
Hablando de los lugares, de los espacios, aparecen pblicos y privados. Eso sera impensable en un
idilio familiar, en una forma de la esttica del patetismo.
El idilio familiar tiene slo un espacio, y ese espacio en esta novela est en constante peligro, ya que
puede cambiar de manos, vara su estabilidad y los integrantes que viven en l, etc. Hay personajes
nuevos, tiempos nuevos y espacios nuevos que interrumpen en lo que debera ser ese espacio propio
del idilio familiar, sin interrupciones ni de tiempo ni de espacio.
Por ello, por esas intromisiones, por esa llamada al timbre y esa ruptura en la cotidianeidad, podemos
pensar en El padre de Blancanieves como una novela dentro de la esttica del patetismo, de la destruc-
cin del idilio familiar.
Nerea Marco Reus
* * *
BIBLIOGRAFA
Bajtn, M., Teora y esttica de la novela, Madrid, Taurus, 1989, pp. 375-386
Beltrn, L., La imaginacin literaria, Montesinos, D.L., 2002, pp. 125-130.
Gopegui, B., El padre de Blancanieves, Barcelona, Anagrama, 2007.

La autora:
Nerea Marco Reus. es estudiante de Filologa Hispnica en la Universidad de Zaragoza. Mantiene
su blog personal www.elculturaldenerea.com y coordina la seccin cultural de un peridico
digital www.zaragozame.com/elculturaldenerea, adems de colaborar en otros blogs de
literatura. A sus veinte aos le encanta viajar al extranjero, leer todo lo que caiga en sus manos,
salir de juerga los jueves como buena estudiante universitaria y asistir, cuando el estudio lo
permite, a los actos culturales de su ciudad.
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Ensayo

LOS ERRORES HISTRICOS DE IVANHOE
por Enrique Garca Daz
0. INTRODUCCIN.
Tras sus xitos con las novelas sobre Escocia, Walter Scott decide dar un nuevo rumbo a su creacin
literaria y decide cambiar de escenario. De este modo, traslada la accin hasta Inglaterra. En parte se
deba al hecho de que sus lectores pudieran estar algo cansados de sus novelas sobre Escocia. Por
otra parte, Scott senta la necesidad de escribir una novela sobre Inglaterra y as lo expresa en la
Dedicatory Epistle to the Rev. Dr Dryasdust que aparece en la introduccin a Ivanhoe: ...a work
designed to illustrate the domestic antiquities of England, and particularly of our Saxon fore-
fathers (Scott 2000: 5). Al mismo tiempo, el propio Scott explica que Ivanhoe ...is based on an
Anglo-Norman manuscript which Sir Arthur Wardour preserves with such jealous care in the third
drawer of his oaken cabinet (Scott 2000: 12).
La decisin de escribir la novela basndose en un supuesto manuscrito fue de lo ms acertada,
puesto que Ivanhoe ha gozado de un xito literario sin precedentes. Sin embargo, pese a ser una de
las novelas ms ledas del escritor escocs, no podemos catalogarla como una de sus mejores nove-
las histricas. Y el hecho de no hacerlo se debe principalmente a su desconocimiento de la historia
de Inglaterra en el siglo XII. La novela est destinada ms a un pblico juvenil que a un estudioso
de la historia de Inglaterra. Las inexactitudes y falta de rigor histrico en la novela as lo atestiguan.
Ello se debe simple y llanamente a que la Inglaterra del siglo XII es un perodo difcil para docu-
mentarse. Scott se bas principalmente, como hemos sealado, en la oposicin entre sajones y nor-
mandos. Pero, adems, influy en l la obra de Jonh Logan Runnamede que trata este tema. Hay que
decir en favor de Scott que s posea un denso y amplio conocimiento de su tierra natal, Escocia,
puesto que sus novelas datan del siglo anterior y para escribirlas se bas en algunos casos en testi-
monios reales, contados por personas que los vivieron. Por ese motivo, Scott fracasa en cierto modo
con esta novela al querer escribir Ivanhoe al estilo de Waverley o Rob Roy. Tal vez sea por ello por
lo que Scott no firm la novela con su verdadero nombre, si no que emple el de Lawrence Tem-
pleton. Es posible que Scott pensara que poda fracasar a la hora de reflejar la sociedad inglesa del
siglo XII y por ello prefiriera escribirla bajo seudnimo.
De todas maneras, no era la primera vez que Scott lo haca
1
.
Lo que s es Ivanhoe si duda alguna es el paradigma de la clsica novela de aventuras en la Edad
Media con hroes, villanos, doncellas desamparadas, torneos y asaltos a castillos. Scott no refleja la
teora del feudalismo, pero s su prctica mediante el reflejo de una sociedad violenta. En Ivanhoe,
como sealaremos, Scott se muestra ms interesado por crear una buena novela de aventuras basada
en una trama interesante que en ofrecer un novela histrica al estilo de The Talisman. Ivanhoe se
parece ms a una novela destinada al pblico juvenil que a una novela histrica destinada a un p-
blico ms estudioso, ya que algunos de los datos histricos que se aportan son errneos, como vere-
mos al contrastarlos con las fuentes histricas acerca de la poca posterior a la conquista normanda.
Para este estudio de la Historia de Inglaterra en Ivanhoe nos ceiremos a tres puntos como son:
el marco histrico: Inglaterra en el siglo XII
los hechos histricos: el reinado de Juan; el retorno de Ricardo; o las luchas entre sajones y
normandos
los personajes histricos ms relevantes de la novela.

1
La serie Tales of My Landlord estn supuestamente escritas por un tal Peter Pattieson y recopiladas y publica-
das por el maestro de escuela de la localidad de Gandercleug, J edediah Cleishbotham. As mismo Waverley, or
tis Sixty Years Since fue publicada simplemente con the Author of Waverley, apelativo con el que fue conocido
Scott hasta que revel su identidad.
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1. EL MARCO HISTRICO
Scott sita al lector en la regin del condado Yorkshire, y ms concretamente, entre las ciudades de
Sheffield, Doncaster o Rotherham. Dicha zona se encuentra limitada al sur por la ciudad de Ashby-
de-la-Zouche y al norte por York. Toda esta regin est comprendida en lo que se denominan las
llanuras orientales al sur de la Cadena Penina, lo que constituye una zona de gran belleza y fertilidad
destinada principalmente a pastos. En dicha entorno se encuadra el famoso bosque de Sherwood, c-
lebre por dar cobijo al legendario proscrito Robin Hood y su cuadrilla. En aquella poca Sheffield
era famosa y lo sigue siendo hoy en da por la fabricacin de cuchillos. Esto lo explica Scott cuando
nos describe al porquerizo de Cedric al comienzo de la obra: In the same belt was stuck one of
those long, broad, sharp pointed and two edges knives, with a bucks horn handle, which were fabri-
cated in the neighbourhood , and bore even at this early period the name of Sheffield whittle. (Scott
1994: 11)
Scott no menciona ninguna cualidad interesante de la ciudad de Doncaster, tambin dentro del con-
dado de York. La que s fue conocida es Rotherham pues en sus cercanas se encontraba el castillo
de Connisbourgh que Scott cita en la novela. Despus de situar al lector en el espacio donde se desa-
rrollar la trama de la historia, Scott elige la Inglaterra medieval del siglo XII y, en concreto, las
luchas entre sajones y normandos. Expresa con toda claridad que esa lucha es ante todo la de los
siervos sajones y la de los seores feudales normandos: el conquistado y el conquistador. Las
fuentes histricas sobre Inglaterra dejan clara la diferencia entre unos y otros en el momento en el
que Guillermo es coronado como nuevo seor de Inglaterra. Desde ese momento queda claro que
Inglaterra es un pas conquistado. Los normandos pasan a ser dueos y seores, mientras los sajones
se convierten en sus siervos. Y es precisamente esta oposicin por parte de los ingleses la que refleja
Scott en Ivanhoe, mediante los personajes de Cedric y Robin Locksley principalmente. Y para de-
fenderse contra estas revueltas los normandos van a introducir en Inglaterra los castillos en ciudades
estratgicas como Exeter, Lincoln, Shrewsbury y York. En Ivanhoe, aparecen dos castillos: Tor-
quilstone y Connisburgh. Pero Scott no se detiene solamente en esa problemtica. Sabe que parte de
la nobleza sajona, aunque materialmente limitada y desprovista de su poder poltico, contina pose-
yendo sus privilegios de nobleza (Cedric o Athelstane of Connisburgh)
2
y que precisamente aqu
reside el centro ideolgico y poltico de la resistencia nacional de los sajones contra los normandos.
La historia nos dice a favor de los normandos que Guillermo intent desde un principio reinar en
paz sobre sajones y normandos. Pero en la novela eso no es cierto. No hay una buena comunin
entre ambos bandos.
Sin embargo, debemos sealar que Scott cometi un grave error al elegir el marco histrico de la
Inglaterra medieval del rey Ricardo y colocar dentro de ella las luchas entre sajones y normandos,
luchas que, por otra parte, segn la Historia, terminaron en el ao 1072. No obstante, pese a que en
los aos en los que se desarrolla Ivanhoe tales luchas ya haban cesado, Scott recogi el tema de la
tragedia Runnamede, de Logan, como ya hemos mencionado, quien presenta a los sajones como raza
existente todava en el 1215, y decidi seguir con su idea. Pero en realidad los aos en los que se
desarrolla Ivanhoe se corresponden en la Historia de Inglaterra con el perodo Angevino, ms cono-
cido como la dinasta Plantagenet, iniciada por Enrique II, padre de Ricardo y Juan. Esto demuestra
la falta de rigor histrico una vez ms de Walter Scott, al confundir pocas, reyes y aos.
La dominacin normanda haba comenzado en el ao 1066 con la batalla de Hastings en la que Gui-
llermo duque de Normanda haba invadido y conquistado Inglaterra reclamando su derecho al trono
ingls. Y las diferencias entre ambos pueblos haban concluido en torno al siglo XII dando lugar a
una sociedad anglo-normanda. Por lo tanto, volvemos a insistir sobre el hecho de que en los aos en
los que Scott sita la novela, ya no exista esa diferencia entre sajones y normandos, sino todo lo
contrario. Este error histrico en la novela demuestra dos cosas: primero, un mayor inters en la
trama que en la propia Historia por parte de Scott, quien siempre haba deseado escribir una novela
de corte medieval. Para llevar a cabo su deseo, eligi las luchas entre sajones y normandos con Ri-
chard Coeur de Lion como trasfondo. Y segundo, un desconocimiento por parte de Scott de la histo-
ria de Inglaterra, que queda demostrado en varios puntos de la novela. Hay que sealar que Scott

2
Cuando hagamos referencia a la novela emplearemos el original ingls.
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tambin recurre a una fuente histrica como es Froissart, un cronista del siglo XIV, para recrear el
ambiente de la Inglaterra del siglo XII. Y es por ello quizs que hay ciertos datos que se le escapan
o los mal interpreta.
Como ejemplo de ese error traemos aqu el pasaje en el que Cedric quien se lamenta por la situacin
de sometimiento por la que pasan los sajones: But our bards are no more he said; our deeds are
lost in those of another race; our language our very name is hastening to decay, and noon mourns
for it save one solitary old man. (Scott 1994: 53). Como bien seala el propio Scott, su relato se
centra en los ltimos aos del reinado del rey Richard. Scott sita al lector dentro de un perodo
determinado de la historia de Inglaterra: el siglo XII. Este perodo coincide ciertamente con los
ltimos aos de reinado de Richard , pese a que se encuentra ausente de su patria: ...the date of our
story refers to a period towards the end of the reign of Richard I, when his return from his long cap-
tivity had become an event rather wished than hoped for by his despairing subjects, who were [...]
subjected to every species of subordinate oppression. (Scott 1994: 7).
Pero como nos narra Scott, Richard est preso y su pueblo anhela su vuelta, pues cree que ste los
liberar de los normandos. Podramos considerar Ivanhoe como la continuacin de The Talisman, la
cual conclua con la tregua entre Richard y Saladin cuando el primero se dispona a partir de regreso
a Inglaterra alertado en parte por las noticias que llegaban de la isla. Y es justo este tiempo que tarda
Richard en regresar a Inglaterra, debido al cautiverio, al que dedicaremos unas reflexiones posterio-
res en el apartado de hechos histricos, lo que le sirve a Scott para desarrollar la trama de Ivanhoe.
Y lo primero que uno se encuentra en Ivanhoe es la divisin de la sociedad que habita Inglaterra en
el siglo XII. Por un lado, los partidarios de Richard: el pueblo ingls que anhela la vuelta del mo-
narca con gran impaciencia. En la novela aparecen representados en la figuras de Cedric the Saxon,
Athelstane of Connisburgh y Lady Rowena entre otros y, por otro, los adversarios del monarca in-
gls que impiden su regreso: su hermano John y los caballeros normandos. Ya hemos sealado que
en aquellos aos en los que se desarrolla la trama de Ivanhoe, tal divisin ya no exista, sino que
haba una sociedad integrada por sajones, normandos y judos representados en la novela por Isaac
of York y su hija Rebecca. Como ms adelante veremos, los judos estaban mal considerados tanto
por los sajones como por los normandos, por su mala fama de usureros y nigromantes.
Como resumen del anlisis realizado en este apartado diremos que Scott se equivoc en la poca de
la novela realizando una fusin de aos y reyes que en poco o nada guardan relacin con la historio-
grafa.

2. LOS HECHOS HISTRICOS
Uno de los principales acontecimientos histricos, como hemos mencionado anteriormente y en
torno al que gira la obra, es el regreso de King Richard a Inglaterra. Sin embargo, Scott no ofrece
mucha informacin al respecto de dicho retorno, elemento importante para entender lo que pasa en
Ivanhoe. A lo ms que llega Scott es a hacer un pequeo resumen de porqu el prncipe John se en-
cuentra reinando en Inglaterra ante la ausencia del verdadero monarca, Richard.
King Richard was absent a prisoner and in the power of the perfidious and cruel Duke of
Austria. [...] Prince John, in league with Philip of France, Coeur de lions mortal enemy,
was using every specie of influence with the Duke of Austria to prolong his captivity of his
brother Richard, to whom he stood indebted for so many favours. (Scott 1994: 74).
Quizs algunos echemos en falta una tercera obra por parte de Scott que sirva de unin entre The
Talisman e Ivanhoe: un relato sobre los aos que transcurrieron desde la tregua con Saladino y el
retorno del monarca ingls a Inglaterra, que nos sirva para comprender mejor la situacin de la In-
glaterra del siglo XII de Ivanhoe. Y en relacin a la liberacin y regreso del monarca ingles es don-
de Scott comete uno de los errores histricos ms importantes de la novela: el regreso de Richard.
Sabemos que el monarca ingls regres a su pas en el ao 1194 al frente de su ejrcito tras haber
sido liberado al pagar 150.000 marcos de plata.
El otro aspecto histrico que cabe destacar es el reinado del Prince John, hermano de Richard. John
haba sido nombrado Lord de Irlanda en un intento por evitar que permaneciera en Inglaterra. Al
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partir para la cruzada Richard dej el gobierno en manos de su canciller Walter Longchamp, obispo
de Ely. Sin embargo, la nobleza no comulgaba con los dictados del canciller y comenz a mostrarse
en desacuerdo con todo lo que haca. John, siempre expectante desde Irlanda, tuvo conocimiento de
la situacin que haba en Inglaterra y decidi pasar a Inglaterra. Se rode de la nobleza contraria a
Longchamp y solicit la corona frente a Arturo de Bretaa, heredero legtimo de Richard, pero que
contaba con tan solo tres aos. John consigui ceirse la corona en el ao 1191 y rein hasta la
vuelta de su hermano en 1194. Durante estos aos de los cuales la novela abarca el ltimo, John
rein sobre los sajones con ayuda de los nobles normandos a quienes haba entregado las posesiones
de la nobleza sajona ausente en la cruzada con el propsito de tenerlos a su favor. En Ivanhoe vemos
cmo Torquilstone, el castillo que perteneca a Wilfred Ivanhoe, se encuentra ahora en manos de un
noble normando como es Reginald Front-de-Boeuf. Pero no slo los nobles normandos obtuvieron
grandes posesiones en Inglaterra; el propio John se adue de ciertas propiedades para su propio
disfrute. As, al comienzo del captulo XIV nos encontramos a John tomando posesin del castillo y
las tierras de Roger de Quincy, conde de Winchester, que en aquellos das se encontraba en Tierra
Santa:
Prince John held his high festival in the Castle of Ashby. [...] The castle and the town of
Ashby, at this time, belonged to Roger de Quincy, Earl of Winchester, who during, the pe-
riod of our history was absent in the Holy Land. Prince John, meanwhile, occupied his castle
and disposed of his domains without scruple. (Scott 1994: 155).
Anteriormente decamos que Scott nos situaba en los ltimos aos del rey Richard al comienzo de la
novela, lo cual no es del todo exacto ya que hemos visto que ste se encuentra preso, y quien go-
bierna en Inglaterra es su hermano John pese a que el propio Richard haba nombrado a William
Longchamp como regente en su ausencia evitando por todos los medios que su hermano John acce-
diera al trono, pues era conocedor de su codicia y ambicin. En Ivanhoe vemos cmo Prince John se
siente seguro por una parte con el apoyo de la nobleza normanda y por otro porque no espera que su
hermano Richard regrese. Sin embargo, la situacin comienza a cambiar cuando en el torneo de
Ashby-de-la Zouche, recibe un mensaje que confirma que su hermano ha sido liberado y puede
hallarse en Inglaterra: Prince John proceeded thus far, [...] when a small billet was put into his
hand. [...] then opened the billet with apparent agitation, which visibly and greatly increased when
he had perused the contents, which were expressed in these words Take heed to yourself, for the
Devil is unchained! (Scott 1994: 147-8).
En lo que respecta al retorno de Richard a Inglaterra y a la advertencia que Waldermar Fitzurse le
hace a Prince John sobre lo que su hermano har si regresa, s forma parte de la Historia de Inglate-
rra. Pero no ocurre en la forma y la manera en la que Scott lo narra. Este es tal vez el error histrico
ms importante de la novela. Richard aparece en Ivanhoe transformado en un misterioso caballero
negro que participa en el torneo de Ashby para luchar al lado de los sajones contra los normandos.
Scott recurre una vez ms a su recurrente elemento del disfraz tan expandido en sus novelas. Ya
mencionamos anteriormente que el monarca ingls regres al frente de su ejrcito y sus seguidores
una vez que hubo alcanzado la libertad. Como vemos, nada que ver con lo que cuenta Scott en
Ivanhoe.
Esto nos viene a demostrar una vez ms el inters de Scott por crear una trama interesante en lugar
de un rigor histrico. Y pese a que el lector puede intuir la identidad del caballero negro, sta no se
desvela hasta casi al final cuando el propio Richard da a conocerse a los habitantes del bosque de
Sherwood, con quienes ha convivido desde su regreso a Inglaterra, y a los cuales ayud en la toma
de Torquilstone: Thou bearest an English heart, Locksley said the Black Knight, and well dost
judge thou art the more bound to obey my behest: I am Richard of England. (Scott 1994: 464).
En este caso debemos dejar patente el error histrico cometido por Scott. Queda demostrado su inte-
rs en crear una buena novela de aventuras en vez de una novela histrica. La forma en la que hace
aparecer a Richard es totalmente contraria a la Historiografa de la poca.

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4. LOS PERSONAJES HISTRICOS.
Por lo que respecta a los personajes que aparecen en la novela, ya hemos mencionado algunos datos
relacionados con Richard Coeur du Lion o Prince John. Por lo que respecta a este ltimo Scott co-
meti un error importante al concederle el ttulo de Prince, que por otro lado nunca obtuvo. El hecho
de que fuera nombrado Lord de Irlanda se debe a que su padre Enrique II reparti sus posesiones
entre sus hijos, pero para John no haba nada. Ms tarde en 1185 su padre le concedi Irlanda pa-
sando a ser nombrado como Lord de Irlanda. Segn esta informacin histrica Scott no debi otor-
gar a John el ttulo de Prince sino el de Lord. Pero el error de Scott es maysculo cuando lo sita en
el propio trono de Inglaterra en detrimento de su hermano ausente en Tierra Santa. Por otra parte,
Scott no menciona ni hace aparecer en la novela al regente nombrado por Ricardo, Walter Long-
champ. En Ivanhoe el nico que gobierna es Prince John en alianza con los normandos. Tal vez
Scott considerara que lo ms natural era que ante la ausencia de Ricardo, el que ms derecho tena a
ocupar el trono era su hermano y no el regente. Posiblemente tambin se le pasara por la cabeza
alterar a propsito el desarrollo de los acontecimientos histricos a favor de dotar a la novela de una
trama de mayor inters. Presentar a Prince John como un usurpador y una traidor a su hermano el
rey de Inglaterra. Prince John encaja a la perfeccin en el modelo de villano: usurpa el trono a su
hermano ausente, se confabula con Philip of France y Leopold of Austria para retener a Richard
preso, concede posesiones y ttulos a la nobleza normanda en detrimento del pueblo sajn, al cual
exprime con sus impuestos, en un intento por impedir que se rena el rescate de Richard. Para con-
cluir el anlisis de Prince John hay que especificar que Scott no mencion las buenas cualidades de
este personaje como fueron su inters por los asuntos del gobierno y de las leyes.
El personaje de Richard es complejo y a la vez contradictorio. En un principio lo vemos partici-
pando en las lizas de Ashby junto a los sajones y al propio Ivanhoe, pero de una manera tan poco
activa que el pblico lo termina apodando Black Sluggard. Solamente entra en liza cuando ve que
Ivanhoe corre peligro. Hay que decir insistir en el hecho de que Richard se march de Inglaterra a su
cruzada dejando el pas completamente arruinado. Posteriormente, Scott lo hace volver a su propio
pas como si fuera un caballero errante en busca de aventuras, y convive en el bosque de Sherwood
con los proscritos de Robin Hood. Lo ms importante del personaje de Richard es que representa la
unidad nacional. As lo proclama l mismo cuando revela su identidad a todos los presentes en el
castillo de Cedric, quien por otra parte se muestra molesto al saberlo. Cedric ve en Richard a un
normando:
Richard of Anjou! exclaimed Cedric, stepping backwards with the utmost astonishment.
No, noble Cedric Richard of England whose deepest wish is to see her sons united with
each other. (Scott 1994: 485)
Pero Scott lo hace aparecer como el unificador de los dos pueblos en luchas: sajones y normandos.
Simboliza la unidad y el nacimiento de una nueva nacin Inglaterra y de un nuevo pueblo que no es
normando o sajn sino ingls. As mismo aparecer como un personaje valiente, aguerrido y miseri-
cordioso cuando ha de perdonas a su hermano todos sus desmanes con su pueblo. La imagen ideal
del paladn de la cristiandad en aquella poca que poco o nada tiene que ver con el Ricardo hist-
rico, pendenciero, dspota o ruin. Estos rasgos de la personalidad del monarca ingls pasaron desa-
percibidos para Scott a la hora de crear el personaje.
En cuanto al personaje de Cedric hay que sealar que Scott cometi cierto error espacio temporal.
Cedric conoce muy bien la historia de Inglaterra, puesto que estando preso en el castillo de Tor-
quilstone junto a Athelstane le cuenta lo que sucedi en ese mismo lugar cuando el enviado de Tos-
tig, hermano de Harold, le pidi una parte de Inglaterra a cambio de retirarse del norte: It was in
this hall that Harold returned the magnanimous answer ambassador of his rebel brother. (Scott
1994: 220).
Se deduce por estas palabras que Cedric estuvo presente en ese momento con lo que Scott habra
vuelto a adaptar la Historia de Inglaterra a su gusto. Cedric no poda haber vivido aquella experien-
cia puesto que haba acontecido haca ya ms de cien aos. Y Cedric, segn cuenta Scott en la no-
vela, tiene ms de sesenta. Pero el problema queda resuelto cuando el propio Cedric explica cmo
conoce este pasaje: I heard my father kindle as he told the tale (Scott 1994: 220). Cedric conoce
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lo que ocurri en el castillo porque su padre se lo cont. Y en torno a la figura de su padre nos dice
tambin que dio un banquete en el castillo a Torquil de Wolfganger, cuando aloj al valiente y des-
graciado Harold que entonces avanzaba hacia el norte contra los noruegos aliados de su hermano
Tostig. Esto no es cierto del todo, ya que en la historia de Inglaterra no aparece reflejado que Harold
se detuviera en ningn castillo cuando avanzaba hacia el norte. Lo nico que nos cuenta es que
Harold no se puso en marcha hasta que recibi las noticias de que los noruegos haban desembar-
cado en Ricall. Otro aspecto que nos llama la atencin es que el propio Cedric dice ser el hijo de
Hereward cuando perdona a su propio hijo Wilfred Ivanhoe por haberse marchado con Richard a
Tierra Santa en vez de permanecer al lado de su padre.
My father! my father! said Ivanhoe, postrating himself at Cedrics feet, grant me thy
forgiveness!
Thou hast it, my son, said Cedric, raising him up, The son of Hereward knows how to
keep his word, even when it has been passed to a Norman. (Scott 1994: 486).
Hereward, el supuesto padre de Cedric, fue un noble sajn que luch contra los normandos. Fue
conocido como Hereward the Wake, tal vez por que estaba emparentado con una contempornea de
ese nombre. Hereward se haba unido a los daneses en ayuda de la rebelin, y cuando stos se mar-
charon l sigui la lucha que no era ms que una guerra de guerrillas. Se estableci en la Isla de Ely,
una regin pantanosa al norte de Inglaterra. Los normandos acudieron all dispuestos a acabar con la
rebelin que diriga. Pero una y otra vez fracasaron. Finalmente Guillermo puso cerco a toda la re-
gin y lentamente fue apretando el lazo sobre el cerco. Cuando el hambre fue extrema los monjes
del monasterio de Ely se ofrecieron voluntarios para mostrarle a William el camino hacia el corazn
de la resistencia. Finalmente las fuerzas guerrilleras hubieron de rendirse. No se sabe que ocurri
con Hereward. Parece ser que falleci en torno al 1087. Se le apod con el sobre nombre de el l-
timo de los sajones tejindose leyendas en torno a su figura. En una de estas se dice William le
devolvi sus tierras y el perdn a cambio de un juramento de fidelidad. Cronolgicamente podemos
deducir que Cedric no pudo ser hijo de Hereward, puesto que ste ltimo vivi en los aos de la
conquista normanda. Adems, ya hemos sealado que particip en la resistencia sajona contra Gui-
llermo all por el ao 1070. Pero, Scott sita a Cedric en el ao en el que regres Ricardo a Inglate-
rra, ao 1194, con ms de sesenta aos. Luego fcilmente deducimos que cuando Cedric naci, en
torno al 1133-4, Hereward, ya haba fallecido. La otra posibilidad es que descienda de la lnea de
Hereward, pero que no sea su hijo pese a lo que manifiesta cuando perdona a Ivanhoe.
Para el personaje de Athelstane Scott bien pudo basarse en los Athelstan histricos. As, si busca-
mos en la historia de Inglaterra vemos que existieron varios. Tal vez de entre todos ellos el ms
relevante sea Athelstan, hijo de Edward the Elder y nieto de Alfredo el Grande que se convirti en
rey de Wessex y de Mercia en el ao 925. Cedric le comenta a Athelstane que desciende de Harold,
el que fuera rey de Inglaterra en el 1066 a la muerte de Eduardo el Confesor, y que se enfrent a
Guillermo en Hastings. As se lo recuerda Cedric al propio Athelstane cuando ambos estn presos:
Who would have thought that you noble Athelstane that you descend of Harolds blood. (Scott
1994: 221).
Athelstane of Coningsburgh hace referencia al castillo que lleva el mismo nombre y que perteneci
a Harold. Lo cual podra indicarnos que entre ambos pudieron existir lazos familiares. Y as parece
indicarlo Scott en la novela cuando describe a Athelstane en el torneo de Ashby-de-la-Zouche.
Athelstane of Conningsburgh, a personage who, on account of his descent from the last
Saxon monarchs of England, was held in the highest respect by all the Saxons natives of the
north of England. [...] He was comely in accountenance, bulky and strong person, a in the
flower of his age ; yet inanimate in expression, dull-eyed, heavy-browed, inactive and slug-
gish in all his motion, and so slow in resolution that the soubriquet of one of his ancestors
was conferred upon him, and he was generally called Athelstane, the Unready. (Scott 1994:
84).
Y es aqu en las lizas de Ashby que descubrimos la contradiccin en el personaje de Athelstane. El
primero sera la falta de valor por no participar defiendo la causa sajona. Y el segundo es el uso de
la palabra normanda mele. Estos dos aspectos disgustan a Cedric. Por un lado Scott vuelve a incidir
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 29
en el hecho de que Athelstane desciende de los reyes sajones. Por otra, Athelstane era apodado The
Unready por ser demasiado lento a la hora de tomar decisiones. Este dato es importante pues hubo
un rey sajn llamado Ethelred the Unready que rein entre los aos 978-1016 y que se caracterizaba
por no estar preparado para hacer frente a todas las crisis de su reino. Y es la palabra Unready la
que nos lleva a equvoco ya que la palabra ready procede del Old English : rede o raedan to ad-
vise, suggest y por lo tanto Unrade significara lack of counselor wisdom. Luego deducimos que
Ethelred sera el mal aconsejado. La siguiente cuestin que surge en torno a la figura de Athelstan
es su madre. Scott nos dice en Ivanhoe que: Athelstanes spirit of revenge, [...] what through the
prayers of his mother Edith. (Scott 1994: 513). Si buscamos en la historia de las dinastas de los
reyes sajones nos aparece Edith esposa de Eduardo el confesor. Tambin sabemos que muri sin
descendencia. Luego se desprende que Athelstane no pudo ser hijo de Edith y Edward. Antes Scott
nos ha dicho que Athelstane desciende del rey sajn Harold II, hijo de Godwin de Wessex y her-
mano de Edith. Ahora bien, surge el problema de saber exactamente si descenda en lnea directa o
indirecta.
Otro de los personajes sobre los que merece la atencin centrarnos es el de Locksley, ms conocido
como Robin Hood, y forma parte del folclore y las leyendas de Inglaterra. Sus hazaas eran cantadas
en torno a los siglos XII y XV con lo que se encontrara dentro del marco histrico en el que lo in-
cluye Scott. Su imagen de forajido que robaba a los ricos para drselo a los pobres, o que viva con
su banda en el bosque de Sherwood, aparecen relatadas en el libro Original Chronicle of Scotland
escrita en el ao 1420 por Andrew de Wyntoun y sus hazaas pasan a formar parte del acervo litera-
rio popular ingls al menos en una treintena de baladas. Muchos han sido los escritores que lo han
empleado en su obras como Thierry en The Norman Conquest, o como en el caso que nos atae,
Ivanhoe. En cuanto al perodo en el que vivi algunos estudiosos lo colocan en el reinado de
Eduardo II, o en el del propio Richard enfrentado, como vemos en la novela, a John. Si la figura del
arquero existi o no, forma parte de la leyenda y el mito. Su mismo nombre de Robin Hood bien
pudiera ser un invento. Hood podra ser una transformacin de wood, o bien podra derivar de Ro-
bin in the hoo, robber in the hood, Robin o the wood o robber o the wood. Sin embargo,
ninguno de estos nombres aparece en las antiguas baladas. Un hipotsis sostiene que Robin Hood
pudo haber sido Robert Hod de York, fugitivo en 1225. En cualquier caso la figura de Robin Hood
ha sido y ser el prototipo de hroe que luchaba contra la injusticia.
De entre los dems personajes pertenecientes a la nobleza normanda habra que destacarlo, ya que
Scott se inspir en el supuesto hijo de uno de los principales consejeros de Enrique II, llamado Re-
ginald Fitzurse. Aqu lo vemos convertido en el principal valedor de Juan y con cierto nimo venga-
tivo hacia Ricardo. Venganza que le lleva a intentar matarlo por el simple hecho de que Ricardo
haba despreciado como esposa a su hija. Scott pudo basarse para esta escena en el desplante que
Ricardo hizo a la hermana de Felipe, Aelis, cuando conoci a Berengaria de Navarra. Esto sucedi
en el ao 1190 en Sicilia camino de la tercera cruzada. Este hecho provoc la ira de Felipe que pos-
teriormente tambin se veng, como sabemos, de sta y otra afrentas sufridas. El otro hecho por el
que es importante la figura de Fitzurse es por que su padre fue uno de los cuatro nobles de la corte
de Henry II que participaron en el asesinato del arzobispo Thomas Becket en la catedral de Canter-
bury. Sobre los templarios basta sealar que el personaje del Grand Master no es real, ya que el
Gran Maestre Robert de Sabl falleci entre 1192 y 1193 dejando un vaci de poder hasta 1194 en
que fue sucedido por Gilbert Erail.

5. CONCLUSIN
Walter Scott alcanz con Ivanhoe una fama y un prestigio en Inglaterra como antes lo haba ob-
tenido en Escocia con Waverley or Tis Sixty Years Since. Sin embargo, sus apreciaciones sobre la
historia de la Inglaterra del siglo XII no fueron tan acertadas como sobre Escocia. Ello se debe a
varios motivos. El primero de ellos hara referencia al hecho de que la documentacin que Scott
posea sobre esa poca se basaba en las crnicas medievales de Froissart, y en la obra de Logan.
Adems, baste sealar que no es fcil recopilar manuscritos que datan del siglo XII. La otra posi-
bilidad si cabe ms convincente ser la de alterar la trama histrica en beneficio de una buena
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 30
novela. De este modo se comprenderan mejor los desajustes histricos. Otra posibilidad sera el
hecho de que Scott tena saldar las cuentas de su mansin de Abbotsford lo que significaba una es-
critura rpida y sin a penas revisin. En cualquiera de los casos Ivanhoe es una novela que ha go-
zado y goza en la actualidad de una fama sin parangn. Slo en Espaa se han realizado ms de
ochenta ediciones distintas. No cabe la menor duda que la obra del bardo del norte sigue siendo una
de la ms prolijas a la hora de su lectura.
Enrique Garca Daz
* * *
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El autor:
Enrique Garca Daz. Doctor en Filologa inglesa por la Universidad de Salamanca (Especialidad:
Origen y evolucin de la novela histrica inglesa: Las obras de Walter Scott)
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 32
Ensayo

SIMBOLOGA ANIMAL EN LA CELESTINA
por Adrin Flor Martnez
1. INTRODUCCIN
La tradicin simblica
Desde las composiciones poticas descubiertas por Stern en 1948, las Jarchas, pasando por la tradi-
cin literaria galaico-portuguesa, la castellana e influencias de otros lugares (como la tradicin pro-
venzal) se comienza una tradicin simblica que, como toda tradicin, llega hasta nuestros das.
En esta tradicin podemos encontrar smbolos de todo tipo que han ido transmitindose continua-
mente (sobre todo de forma oral), donde sobre todo destaca la simbologa animal, siendo sta la ms
prolfica y en la que se va a centrar el trabajo.
Sin embargo, no es hasta los escritos castellanos como el villancico donde encontramos una mayor
constancia de smbolos, sobre todo por su mayor complejidad literaria. Ya encontramos en estos
textos numerosos smbolos; smiles de partes del cuerpo de la mujer; referencias a festividades (Las
fiestas de abril y mayo, renacer de la primavera y del amor, y las fiestas de San Juan con el solsti-
cio de verano, contienen una gran carga mgica y potica; una noche mgica en la que se crea que
ocurran milagros y misterios); y sobre todo el simbolismo por antonomasia, el animal.
Destacaban entre los animales con carga simblica, todos aquellos que remitan al folclore, al mito.
Adems de numerosas referencias al amor y a la sexualidad mediante elementos como el agua, la
vegetacin u otras expresiones, los que ms misterio y complejidad contenan eran los smbolos
animales; animales que solan estar relacionados con la caza (momento en el que sucede la relacin).
Encontramos as aves cuando se habla de la cetrera, como el halcn o la garza; y animales como el
ciervo o cierva en la montera.
Muestra de esto podemos verla en un fragmento de Halcn que se atreve de Gil Vicente (1470-
1536):
Halcn que se atreve
con garza guerrera,
peligros espera.
Aunque podemos encontrar estos cdigos simblicos en numerosas fuentes literarias de la edad me-
dia (y de cualquier otra poca), solan destacar ante todo en la lrica, donde las sensaciones y la con-
densacin de mensajes son parte fundamental para transmitir el mensaje de la obra en un espacio
menor que obras picas o prosaicas.
Todo este conjunto de cdigos y referencias simblicas se han ido manteniendo a lo largo del
tiempo, alimentndose de la cultura y costumbres de cada momento histrico, hasta llegar a tener
detrs de s una gran carga potica y de connotaciones que se ven reflejadas con una gran elabora-
cin en obras como La Celestina de Rojas.
1
En dicha obra la simbologa, en concreto la animal, que
es de la que vamos a hablar, forma un cuadro que recoge todos los aspectos de la tradicin anterior,
asimismo con una gran importancia dentro del mismo argumento.
En este texto se podrn encontrar descritos algunos de los animales que surgen en La Celestina, los
ms relevantes o con mayor simbolismo dentro de la obra, una visin general de ellos, dejando atrs
algunos que carecen de importancia o que no hay constancia de ellos en los libros de simbologa de
la poca.


1
Hablaremos de la decimosexta edicin de Dorothy S. Severin de Ctedra, notas en colaboracin con Maite
Cabello y traduccin de Mara Luisa Cerrn (2007), cada vez que se mencione la obra de La Celestina.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 33
2. ANIMALES AREOS
Cartas y Prlogo
Los animales areos componen, sin lugar a dudas, el conjunto simblico ms importante y fuerte a
lo largo de la tradicin literaria, y en concreto en La Celestina, cargados de connotaciones sobre el
cautiverio del amor, y las heridas causadas por l. Podemos ver ya referencias de esta importancia
en la misma obra, donde el autor se excusa al pblico (p.71):
{} Como [la] hormiga
2
que dexa de yr
Holgando por iterra con la provisin,
Jactse con alas de su perdicin;
Llevronla en alto, no sabe dnde yr.
Podemos ver en este fragmento cmo una hormiga, anclada a la tierra por su naturaleza
3
, intenta
volar con unas alas que no son normales en su raza, y superar al resto de hormigas; lo que, final-
mente acaba en tragedia (viendo as ya el aspecto trgico de esta tragicomedia).
Pero dejando atrs a este precedente de los numerosos seres voladores que son mencionados en la
obra, pasamos a la pg. 72, donde leemos que la hormiga de la pgina anterior {...} rapina es ya
hecha de aves que buelan; / fuerte ms que ella, por cevo la llevan;. Finalmente la ambicin de esta
hormiga se cobra su vida; podremos ver a lo largo de la obra varias referencias a situaciones en las
que un ser mayor vence a otro que es inferior a l.
En el mismo prlogo de la obra volvemos a encontrarnos presencia animal, en esta ocasin mucho
mayor. En las pginas 78-79 podremos ver sucesiones de animales, entre ellos varios son areos:
pesces, fieras, aves, serpientes, {}; y el aire cra de aves y animalias
{}; Las ms biven de rapina, como halcones y guilas y gavilanes;
{} los domsticos pollos {}. De una ave llamada Rocho {}.
Vemos en el texto que mantiene durante todo el prlogo el leitmotiv de que incluso los animales no
se salvan de la guerra y la lucha. Muestra las relaciones de depredador y presa de algunos de estos
animales, y al final menciona un ltimo ave al que llama Rocho (nacido en oriente), que incluso
ataca al hombre, coge con el pico a los navos y en el aire los suelta, dejndolos as morir. El ejem-
plo del Rocho es bastante similar al de la hormiga que es hecha presa y un ave acaba con ella.
Es curiosa la informacin que se puede ver en ciertos documentos sobre el guila, que lo asemeja in-
cluso al fnix, vemos en el Bestiario Medieval las siguientes palabras:
cuando empieza a envejecer, su Vuelo se hace pesado y su vista turbia. Qu es lo que hace
el guila? Busca en primer lugar un manantial de agua pura y vuela all arriba, al cielo del
sol, y quema todas sus viejas plumas, hace que se desprenda la pelcula que cubra sus ojos,
y desciende volando hacia la fuente, en la que se sumerge tres veces, renovndose y vol-
viendo a ser joven.
Fijmonos concretamente en este fragmento: en la que se sumerge tres veces, renovndose y vol-
viendo a ser joven. Esto inmediatamente nos debera poner en la idea de que el guila es la repre-
sentacin cristiana de Dios y Jesucristo, que al tercer da de su muerte resucit y nadie le reconoca
(porque se renov, volvi a ser joven), digamos que se sumergi tres veces en la maravillosa fuente.
Y cmo el fnix quema su plumaje anterior para volver a ser un ave vigorosa
Acabado ya el prlogo, pasamos al cuerpo de la tragicomedia, donde a diferencia de estas dos
primeras partes, los animales van a ser analizados individualmente (o de forma colectiva), mos-
trando su repercusin simblica o real en el transcurso de la obra, dndoles ms importancia que a

2
En el bestiario medieval de El Fisilogo, edicin de Nilda Guglielmi, Eneida 2002, podemos ver una breve
referencia a la hormiga como un insecto perezoso y al cual hay que imitar sus costumbres. Podra interpretarse
as que el autor intenta dar un ejemplo con este caso de la hormiga que pretende volar; dando a entender, qui-
zs, la peligrosidad de la ambicin del ser humano.
3
Incluyo a modo de introduccin en los animales areos a esta hormiga en concreto, puesto que es peculiar la
transformacin que sufre al tener alas de perdicin.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 34
los antes mencionados.

Halcn
Sin lugar a dudas, uno de los smbolos animales ms importantes tanto en la tradicin literaria como
en La Celestina (a pesar de sus escasas apariciones). Este animal da comienzo a todo el argumento,
siendo quizs el desencadenante de todo: Entrando Calisto una huerta empos dun falcon
4
suyo,
hall
5
a Melibea,.
Ave rapaz tal como el quebrantahuesos, por lo tanto de mal carcter, pero podemos ver a lo largo de
los textos que, a pesar de ser rapaz, es un animal muy fiel y que sirve ante todo al amo. Es un animal
muy solemne que tiene tras de s grandes precedentes; ya en la cultura egipcia, donde podemos ver
que estaba relacionado con las deidades. Podemos ver en el Bestiario de Cristo
6
la profunda
relacin del halcn con Jesucristo
7
y con el Espritu Santo, lo cual, probablemente en la edad media,
le hiciera destacar frente al resto de aves rapaces, las cuales suelen estar a veces identificadas con
Satn y lo demonaco.
Sin embargo, este animal no parece tener una gran constancia en libros de simbologa animal del
medievo, lo que podra llegar a hacer sospechar que sus connotaciones provienen de la cultura egip-
cia, que mediante la cristianizacin se adapto en toda la cultura occidental desde los inicios de la
edad media en adelante. Durante la obra podemos ver algunas menciones de este animal, sobre todo
de Sempronio y Prmeno. Por ejemplo, en la pgina 134, vemos como Prmeno, en la conversacin
con Calisto, parece afirmar que el causante de todo el mal de su amo no es otro que el Nebl (hal-
cn):
Seor, porque perderse el otro da el nebl fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea
{}, la habla engendr amor, el amor pari tu pena; {}.
Afirmando as la importancia de este animal para el desarrollo de la trama, aunque slo se trate de
un pretexto para que se de la situacin. Son pocas las apariciones de este animal, pero tan slo la
primera aparicin ya le da a este animal una gran carga dentro de la estructura de la obra, que luego
se reitera en la mencin de Prmeno. Era muy comn en la edad media, por influencia del cristia-
nismo, darle ms importancia a algunos de los seres voladores, ya que estos aparte de representar la
divinidad, estaban considerados ms dignos que otro animales condenados a vagar por la Tierra, e
incluso arrastrarse por ella.
8
Podemos ver una peculiar mencin al halcn mediante el nombre de girifalte en la pgina 87, en
boca de Sempronio cuando Calisto le pregunta:
Sempronio, Sempronio, Sempronio! Dnde est este maldicto? refirindose al mismo halcn
que se le escapa momentos antes. Cabe decir que esta relacin entre el halcn y Calisto es similar a
la que se podra hacer con el guila, por ese carcter orgulloso que tiene.

El Gallo y la Gallina
Es curiosa la continua repeticin de estos dos animales en La Celestina, puesto que la mencin sim-
blica en libros, textos o pginas sobre el tema es escassima. Sin embargo no se puede obviar su

4
Vemos la importancia de este animal, en concreto en este momento, ya que da lugar al enamoramiento inme-
diato de Calisto por la belleza de Melibea. Recoge as la tradicin anterior del halcn (o nebl) como smbolo del
hombre que va por una mujer.
5
*a-ah
6
L. Charbonneau-Lassay, El Bestiario de Cristo, Barcelona, 1996.
7
Muchos defienden la postura de que J esucristo no es si no la figura cristiana de Horus, a raz de toda la
simbologa tradicional que les asemeja.
8
La serpiente, mximo exponente de animales malignos, est destinado a verse arrastrado por el suelo eterna-
mente. Lo que le convierte en el ser ms indigno y sucio de todos, al cual incluso se le sola mostrar apaleado en
muchas ocasiones, en otras tentando al ser humano (por su relacin con el Diablo).
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 35
aparicin. La primera sucede en una conversacin entre Calisto y Sempronio acerca de Celestina,
ste le cuenta a su amo la mala fama que tiene la alcahueta (ciertas referencias a misas negras y
brujera), menciona as las misas del Gallo. Lo cual nos puede parecer que no tenga importancia,
pero no si nos fijamos en el folclore, o en ciertas citas indirectas de bestiarios. Es sabido por todos,
que el Gallo siempre se relaciona con el amanecer, y que es el primero en anunciarlo, esto no es sino
smbolo del segundo advenimiento y resurreccin de Jesucristo, del cual el gallo fue el primer ani-
mal en presenciarlo, y (al igual que el amanecer) en anunciarlo a todos con su grito. No esta consta-
tado esto, pero probablemente esta connotacin del gallo provenga de la tradicin pagana en sus
cultos al inicio del invierno y el verano. Por lo tanto leer en un texto de sta poca cualquier men-
cin al gallo debe advertirnos que probablemente haga mencin a la resurreccin de Jesucristo, o a
su nacimiento, pero tambin puede estar relacionado con la alquimia o brujera, ya que ambas pre-
tendan hallar formas de encontrar la vida eterna, o la resurreccin de muertos. El gallo y la gallina
son animales cargados de una gran simbologa cristiana: Juan 18:27: Pedro volvi a negar, y al
instante cant un gallo.
9

La gallina, lejos del tpico popular de cobarda, en la edad media, por influencia del cristianismo,
significaba todo lo contrario: la valenta y la entereza, tal y como Jesucristo haca, la gallina era va-
liente y da su vida por defender a sus hijos: Jerusaln, Jerusaln, la que mata a los profetas y ape-
drea a los que le son enviados! Cuntas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina rene
a sus pollos bajo las alas, y no habis querido! (Mateo 23:37). Asimismo podamos ver en el
prlogo este fragmento, sustituyendo la gallina por el pollo (p. 79):
Hasta los groseros milanos insultan dentro en nuestras moradas los domsticos pollos y
debaxo las alas de sus madres los vienen a caar.
Dejando la simbologa cristiana, que ser retomada ms adelante con el Basilisco, hay que indicar la
connotacin pagana, puramente sexual. El gallo representado como un ser altivo y curvo, siempre
relacionado con los objetos flicos
10
. Poda tener otras connotaciones sexuales, como las que indica
Severin en Animals in Celestina:
However, it also had some positive connotations: courage, the courtly lover, the constant
husband; representing resurrection and eternal life{}
Sin embargo, esto tambin tiene connotaciones positivas: coraje, el amante corts, el ma-
rido constante; representando la resurreccin y la vida eterna{}
Podra relacionarse con la mayora de los personajes masculinos, en los momentos de la obra que
son rodeados por un halo de erotismo, o en los que Calisto es un claro exponente del amor corts
(llegando a lmites de comedia).

El Murcilago
Denominado as por su parecido con los ratones, como las Musaraas; proviene del latn, y adems
de una evolucin de la palabra mur-ciega-lo. El murcilago se aleja totalmente de las anteriores aves
(tanto que ni lo es)
11
. Vemos su primera aparicin en un contexto que ya nos indica en cierto modo
su naturaleza, hallars un papel scrito con sangre de murcilago (p. 146). Considerado en el fol-
clore como un animal maligno, impo y relacionado con la brujera (y actualmente con el vampi-
rismo). Simbolizaba frecuentemente el castigo de Dios a las bestias de Satn, esta creencia est ba-

9
Bestiario Medieval, ed. Ignacio Malaxecheverra, Madrd. Hace una gran mencin indirecta el bestiario sobre el
gallo. En el apartado del basilisco podemos ver que indica que nace del gallo, esto simboliza la anttesis Vida-
Muerte, del mismo modo que Dios-Diablo; dando a entender que sin la vida no hay muerte, y que sin Dios no hay
Diablo. En otros fragmentos podemos ver que el gallo, cuando est viejo puede gestar en su interior algunos
animales considerados indeseables, como anfibios o serpientes, pero distintos al basilisco. La eterna lucha entre
el bien y el mal, herencia de la dualidad Platnica.
10
Podemos ver esto claramente en otras culturas: Gallo en ingls es Cock, homfono y homgrafo del aparato
reproductor masculino en ingls (cock).
11
Puede resultar extrao esta clasificacin del murcilago junto con aves, a pesar de ser mamfero, pero es
conveniente ya que en la edad media se desconoca esto y lo consideraban un ave.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 36
sada en su supuesta ceguera (como si fuera un castigo divino), adems esta extraa ave tena la
fama de comerse los huevos de otros animales para mantenerse joven, adems de poder beberse y
crear su propia leche, lo cual resultaba raro e imposible considerndolo un ave.
En las escasas apariciones en La Celestina, siempre guarda relacin con la alcahueta (ave noc-
turna), adems en un contexto del que se hace mencin sobre su supuesto inters en la brujera. Su
mencin en estas ocasiones afirma la afinidad de Celestina a la brujera, a los aquelarres e incluso
con el diablo.

El cuervo
Este ave, smbolo del mal agero incluso en nuestros das, sigue manteniendo caractersticas simila-
res en cuanto a su significacin. Podemos ver su aparicin junto con el murcilago, pgina 150;
Celestina va hablando sola por la calle y enumera una serie de smbolos de mala fortuna, queriendo
decir que no se ha encontrado con ninguno de ellos, lo cual es buena seal; parece estar protegida,
aunque muchos piensan que esa proteccin no es otra sino la de Satans, a raz del aquelarre que
realiza sobre la madeja de hilo para cautivar a Melibea.
La segunda la encontramos en la pgina 289: Por qu quesiste que dixiessen del monte sale con
que se arde, y que cri cuervo que me sacasse el ojo?.
Este dicho que se sigue manteniendo en la actualidad, lo dice Calisto poco despus de la muerte de
sus dos criados, se lamenta lo ocurrido y de haber podido disfrutar de Melibea tan poco tiempo ese
mismo da. En el imaginario y en la tradicin, el cuervo tena una obsesin de arrancar los ojos a los
cadveres, probablemente de ah que se les cerraran tras su muerte. Slo podemos ver mencionado a
este animal dos veces en la obra, y pese a toda su carga negativa, su funcin parece ser la de rela-
cionar a Celestina con el mal y la brujera.

La Garza
Este ave, junto con el halcn, es uno de los ms importantes en la simbologa de la edad media, y
an ms a raz del amor corts. Smbolo de la feminidad, y de la mujer en una relacin. Con la in-
fluencia cristiana poda significar el papel de la mujer sumisa que est junto al marido y que le co-
rresponde; por otro lado en textos donde podemos ver la influencia cortesana, la garza cobra nuevos
matices, representando a una mujer ms aguerrida, violenta y pasional, Halcn que se atreve / con
garza guerrera/.
En algunos bestiarios definen a la garza como un ave que:
Tiene un solo nido y una sola morada: no busca muchos nidos, sino que, all donde
construye el suyo, all se alimenta y duerme; no come cuerpos muertos, ni vuela a muchos
lugares: su nido y su comida estn en un solo lugar.
12
Mostrando as la visin de la mujer sedentaria, que ocupa un lugar al lado de su marido y all es
donde tiene que estar, una fuerte misoginia que se repite muchas veces en textos medievales por
influencia del cristianismo. Vemos que esta cita del bestiario de Malaxecheverra, se repite en el del
Fisilogo (p.97), adems aade unas palabras que muestran el mensaje de esta parbola, dando a
entender que la Iglesia es la morada del hombre y que slo debe haber una.
Slo podemos encontrar una aparicin significativa de la garza en La Celestina, al igual que el
guila que slo se muestra en el prlogo y sin apenas importancia (por lo que no ser mencionado
aqu)
13
; Prmeno est dialogando con su seor Calisto, advirtindole de Celestina, le desvela que la
conoce por su infancia y le narra cmo era una cmara que tena a modo de laboratorio, donde guar-
daba numerosos untes y mantecas, entre los muchos que nombra vemos que destaca el nombre de

12
Bestiario Medieval, ed. Ignacio Malaxecheverra
13
Es curioso ver la escasez de apariciones de estas dos aves, a pesar de su gran importancia simblica en la
tradicin literaria de la edad media.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 37
la garza, frente al resto que no son aves.
Es posible interpretar esto como un adelanto de que Celestina con sus pcimas ya ha mediado como
alcahueta en anteriores ocasiones, o quizs avise al lector de que conseguir cautivar a Melibea,
aunque como se puede leer ms adelante vemos que los supuestos poderes de la bruja son puestos en
duda, y que Melibea poda estar enamorada de Calisto ya desde un principio.
En lo que s se podra estar casi de acuerdo, es en la estrecha relacin halcn-Calisto, garza-Melibea.

La cigea
Aparece por primera y nica vez en el acto cuarto (p. 162), en el coloquio de Celestina y Melibea.
Este animal es muy peculiar ya que puede tener dos representaciones, tanto la dualidad entre cielo y
tierra o como el ave del paraso (junto con el pavo real). Enemigas acrrimas de la serpiente (el dia-
blo), este ave se compone de una mitad superior de color blanco (el Cielo), y una de inferior negra
(la Tierra), representa as la dualidad entre lo puro y lo impuro, lo inmortal y lo mortal, y la cigea
imagen de Dios que a las dos partes engloba. Dice el Bestiario Medieval de Malaxecheverra: La
cigea es un ave que ama su nido y a sus polluelos. Y pues los ngeles lo vean solamente desde
arriba, y los hombres nicamente desde abajo. Vemos el smil con Dios que ama su creacin y a su
prole, y cmo describe el edn (por eso la cigea fue considerada ave de paraso) que los ngeles lo
ven desde el cielo y los humanos desde abajo. Adems vemos esta representacin de la cigea
como divina, en que mantena una lucha continua con las serpientes a las cual mataba con su pico,
defendiendo as a sus cras, como Dios defiende segn el cristianismo al ser humano de la tentacin
del demonio. Forma la cigea un grupo trino junto con la trtola y la golondrina, entre las tres
representan la trinidad divina, y enemigas de Satn. Es irnico el uso que hace Melibea de la ci-
gea, que se considera un animal que honra a su padre y madre.
14

La trtola
Es curiosa la nica aparicin de esta ave en La Celestina (p. 236). La alcahueta est hablando con
Prmeno acerca de la clereca, el cual se muestra asombrado cuando ella le afirma que a su burdel
entraban de todo tipo: pollos y gallinas, anserones, anadones, perdizes, trtolas, perniles de toino,
tortas de trigo, lechones. Define as a todos los anteriores como animales, de todo tipo, pero fijn-
donos en la trtola hay que decir que se refieren probablemente a buenas personas. La trtola es en
la tradicin un animal solitario, que huye de la vida mundana. En el Fisilogo (p. 113) la definen
as:
Dijo Salomn: Se ha odo en nuestra regin la voz de la trtola. La trtola habita en los
desiertos, retirada en la soledad, pues no gusta estar en medio de la multitud. {}
Cristforos se llama a quienes, habindose compenetrado con Cristo, imitan a la trtola, que
es Nuestro Seor Jesucristo.
Tal y como Dios y Jesucristo, la trtola es representada en el desierto, lejos de los pecados de la
sociedad, es un ave limpia y pura. Puede ser que la mencin de este animal en un acto mal visto para
el cristianismo, como es ir a un burdel, choque; an ms ya que lo menciona junto a la perdiz, que es
su anttesis.

La Perdiz
Como se ha dicho antes, este ave representa todo lo contrario a la trtola. Se las suele mencionar a
la vez, por su oposicin. Esta ave representa el pecado, y cmo el Diablo aleja a los discpulos de
Dios de su camino, igual que la perdiz que roba los huevos que no son suyos.
Al igual que la trtola es un ave solitaria, pero porque rehsan de ella al ver su demonaca figura.

14
Vemos que con su suicidio Melibea, provoca un gran sufrimiento a sus padres y adems a Dios; el suicidio era
una abominacin para la Iglesia.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 38
Asimismo, adems de la relacin de este animal con el Diablo, era comn la semejanza con la
homosexualidad, ya que se deca que en esta especie el macho montaba al macho, lo cual era algo
perverso para el cristianismo. Por eso este animal recoge, en s mismo, gran parte de la simbologa
del Diablo mediante el pecado de la carne en el macho, y el del robo en la hembra. Puede leerse en
los bestiarios que la madre tiene dentro de s un gran apetito sexual, representa a la lujuria, lo cual
encaja si vemos este animal en el contexto del burdel; lo que podemos entender como que tambin
van eclesisticos lujuriosos en busca de Celestina. El fragmento de la perdiz en el bestiario acaba
as: Y por eso se llaman perdices, por todo cuanto pierden, pues una pierde los huevos, y la otra los
polluelos.
15

El Cisne
Por ltimo en este breve listado de smbolos animales areos, cabe destacar el cisne. El cisne perfec-
tamente puede relacionarse con todo lo dicho antes de la cigea, de hecho tambin podra ser
considerada ave del paraso, an as la informacin acerca de este animal en bestiarios suele ser
escasa o nula; pero, entre la informacin casi marginal que se encuentra de este animal, la que ms
se repite es acerca del canto del cisne, que justo antes de la muerte es dulce y bello. No cabe decir
que Rojas seguramente tena un gran conocimiento acerca de esto, e incluso se podra afirma que en
la edad media era algo que estara en el folclore; asimismo Rojas hace un uso esplndido de este
ave, cuando tras realizar su canto Melibea descubre a Calisto y le dice: Por qu me dexavas echar
palabras sin seso al ayre con mi ronca boz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida: Sin
duda alguna, en esas dos oraciones Melibea augura el momento trgico de la obra, dando a entender
que ese canto es su ltimo grito de cisne antes de la muerte, adems de la curiosa mencin del
huerto que acrecienta esta idea, con tu venida dice Melibea, e irnicamente esa sentencia se hace
realidad, ya que con la venida y muerte de Calisto, ella toma la opcin del suicidio.

3. ANIMALES TERRESTRES
En el Prlogo
Con quizs una menor carga simblica que las aves, los animales terrqueos aparecen con mayor
frecuencia en La Celestina, teniendo en global una mayor trascendencia en la estructura interna y en
la significacin de dilogos.
Respecto al prlogo, puede verse que en la pgina 78, a diferencia de la 79, el listado de animales
que estn en guerra se centra en animales terrestres:
El len al lobo, el lobo la cabra, el perro la liebre y, si no paresciese conseja de tras el
fuego, yo llegara ms al cabo esta cuenta. El elefante, animal tan poderoso y fuerte, se
espanta y huye de la vista de un suziuelo ratn, {} Entre las serpientes el vajarisco cri la
natura tan ponooso y conquistador de todas las otras, que con su silvo las asombra y con
su venida las ahuyenta y disparze, con su vista las mata.
Vemos mencionados aqu la mayor parte de animales que luego van a formar el conjunto de smbo-
los en el resto de la obra, desde el Len, smbolo de la deidad (rey de los animales), hasta las ser-
pientes, seguidoras de Satn y su lder el Vajarisco
16
, encarnando la figura del propio Diablo
17
.
Prescindiendo de algunos que quizs no tengan gran relevancia en el texto, o que no haya infor-
macin simblica recopilada de ellos.


15
Todas estas notas pueden ser corroboradas en el Bestiario de Malaxecheverra.
16
*Basilisco.
17
Curiosamente ninguna de las dos figuras mximas representantes tanto de Dios como de Satn, no son men-
cionadas en ningn momento del texto ms que en el prlogo.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 39
El toro
Es el primer animal terrestre mencionado en el cuerpo de la obra (p.93), que es mencionado alguna
otra vez ms adelante. Este animal puede traer problemas de interpretacin, principalmente por la
escasez de informacin acerca de l y segundo por la ambigedad. Encontramos la respuesta a su
significado en el Bestiario de Cristo (p. 62). A travs de una herencia de tradiciones paganas, egip-
cias y griegas, en la liturgia cristiana el toro tena dos vertientes simblicas: Por un lado era una de
las cuatro visiones bblicas de Ezequiel y San Juan, e incluso una imagen de Cristo, por ser el jefe
del rebao, esposo (de la Iglesia) y padre (de la humanidad), adems de un claro signo de fecundi-
dad y de amor; pero por otro lado el toro fue interpretado como un monstruo que prest sus formas
a Satn; a veces era relacionado con el Basilisco o con monstruos de todo tipo, como la anttesis
simblica del primer toro mencionado, el minotauro al que derrot Teseo, comparado por los cris-
tianos con Jesucristo vencedor sobre Satn. Vemos muestras de esto en las palabras de Sempronio
(p. 96), argumentando misginamente la inferioridad de la mujer que, segn l, se sometieron a los
pechos y resollos de viles azemileros, y otras a brutos animales. No has ledo de Pasife con el
toro,.
18
En la pg. 231 leemos otra vez de Sempronio: poniendo cada da la vida al tablero, esperando to-
ros. Parece aqu, Sempronio, querer mostrar que se ha estado jugando la vida, yendo de aqu para
all, esperando toros por su fama de fuertes, aunque aqu quizs le d una connotacin del toro
maligno.
Finalmente, vemos aparecer al toro en un soliloquio de Melibea (p. 305), volvemos a ver la figura
de la mujer lujuriosa que tiene relaciones incluso con animales, dando lugar al Minotauro, parece
que se refiere al toro aqu, como un hijo de la aberracin del Diablo.

El Perro
En igualdad con el anterior, vemos su primera aparicin en un ejemplo de relacin sexual con un
animal, aunque segn las notas del editor esto podra tratarse de una errata, y la relaciona no fuera
con un can sino con Vulcn. Vemos otra aparicin del perro en la pgina 150, junto con las aves de
mal agero como el murcilago y el cuervo; segn esto hemos de entender el perro en este frag-
mento desde su significado diablico, es decir, el perro del diablo.
En muchas ocasiones este animal que ahora es considerado el amigo del hombre, en la edad me-
dia, era considerado un animal de poca confianza, que vagaba por las calles en plena noche y ron-
daba los sepulcros; sus caras parecen recordar a las de las representaciones en pintura de los demo-
nios.
En La Celestina el perro sigue el leitmotiv de perro infernal, augurador de tragedias y compaero
del Diablo; vemos en la pgina 209 como ante la llegada de Celestina, Elicia dice: El perro ladra,
si viene este diablo de vieja?.
Claramente hace una referencia a la relacin de la vieja con el Diablo, adems su llegada por la no-
che es advertida por un perro, que solan ser considerados adems compaeros de las brujas.
Entre las apariciones del perro encontramos una al final del acto doceavo: los gozques ladradores a
los pobres peregrinos aquexan con mayor mpetu.
19
La comparacin que hace Celestina de Sempronio y Prmeno anticipa la muerte que instantnea-
mente ellos le van a dar, podra considerarse que ella desafa a esos perros (los dos criados), prego-
neros de la muerte, y muerte le dan. Otra de sus apariciones se produce en el acto catorceavo, cada

18
Es curioso que despus de esto, Sempronio insina a Calisto, a modo de burla, la relacin entre su abuela con
un simio, animal que representa el pecado carnal y la lujuria del hombre, pero del cual no vamos a hablar, ya que
es un caso aislado, residual y sin ms importancia.
19
Gozque o perro era un mal signo para los peregrinos o viajeros, sobre todo si se los encontraban en sus viajes
por la noche, lo cual significaba una seal de mala suerte, que podra interpretarse con la muerte prxima de uno
de ellos.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 40
vez ms cerca del trgico final; Melibea al insinuar que a Calisto quizs le han atacado los perros en
la noche, es un claro adelanto de la muerte que va a sufrir, adems en una de las visitas, la imagen
de la muerte se va haciendo ms constante conforme llega el final de la obra. En las ltimas apari-
ciones destaca que una de ellas es casi cmica (p. 310)
20
, sin embargo la ltima de ellas (p. 333)
vuelve a cobrar ese sentido trgico, cuando Melibea dice a su padre: este alarido de gentes, este
aullido de canes. Esta frase sentenciosa perfectamente puede entenderse como un aviso de que las
puertas del infierno (guardadas por un perro segn la mitologa) han sido abiertas por la muerte de
Calisto
21
, y que esos perros vienen prximamente a por Melibea, que va a suicidarse, lo cual es
considerado un pecado grave.

El Asno
Uno de los animales ms interesantes en La Celestina en cuanto al nmero de apariciones en la obra.
Parece ser una constante dentro del texto, que se repite varias veces. Quizs hoy en da un animal no
muy importante en el imaginario, pero en la edad media parece ser que era una de las imgenes
cristianas ms usuales (como hemos podido ver con el Toro, estos animales de campo parecan ser
smbolos del cristianismo). Es posible ver a este animal en los bestiarios denominado como Onagro,
y es muy variada la opinin que se tiene de este animal, es distinta entre oriente y occidente y
tambin cambia con el tiempo. En El bestiario de Cristo vemos cmo indica que culturas orientales,
como la egipcia o incluso en la Biblia, el onagro o asno es considerado un animal de prestigio,
humilde pero respetado, pues hemos de saber que Jess en la Biblia hace su entrada a Jerusaln a lo-
mos de una burra. Sin embargo, pasados los primeros siglos de expansin del cristianismo vemos
una derivacin de este animal, que pas a ser imagen de Jesucristo a ser imagen blasfema
22
. El asno
con el tiempo pas a ser representado sobre todos por los artistas como un emblema del mal, lo que
lleg a extenderse y se empez a ver al asno como un smbolo de aquel que no quiere creer en Dios,
que no quiere saber la verdad, adems como un ser perezoso. Teniendo en cuenta la fecha de La
Celestina, probablemente sea ms lgico pensar en la segunda visin del asno, puesto que es ms
posterior, la primera se sola dar en las primeras etapas del cristianismo.
Podemos ver en La Celestina numerosas referencias al asno, para dejar en evidencia a alguien. En
las pginas 100-101 vemos cmo Sempronio, tras afirmar Calisto que las mujeres convierten a los
hombres en piedra
23
, le dice en un aparte: (Ms en asnos!), dejando a Calisto como un loco. Vemos
continuamente en el texto las referencias a personajes que son comparados con los asnos/as o bu-
rros/as, siempre a modo de burla, una de ellas sucede en la pgina 191, cuando Celestina le dice
susurrando a Sempronio: (Bien te entiendo, Sempronio, dxale, que l caer de su asno y acaba).
Se refiere a Calisto, que parece encumbrado y maravillado con Melibea, Celestina en este momento
parece hacer una buena mencin del asno como un animal que transporta a alguien importante, pero
sabiendo la significacin del asno en esa poca, esa frase adquiere un grado de humor al imaginar-
nos a Calisto cayendo de un asno. Y as vemos un leitmotiv continuo sobre este animal a modo de
burla, que curiosamente se repita varias veces al hablar de Sempronio y Prmeno y de Calisto en los
momentos que muestra su amor.


20
En esta pgina Aresa est intentando engaar a Sosia, parece intentar seducirle y le afirma: quien quiere a
Beltrn a todas sus cosas ama, a lo que el editor aade que proviene de un refrn que deca as: quien quiere a
Beltrn, quiere a su can. Parece que le quiera decir a Sosia que tras la muerte de Prmeno, al cual parece dejar
con un nivel bajo, nada le parece malo. Parece hasta jocosa la supuesta comparacin de Sosia con un can.
21
No sera raro pensar que Calisto tras su muerte va al infierno; vemos durante la obra numerosas veces en las
que los personajes dicen que Calisto es un sacrlego, y muere sin confesin adems.
22
Es posible que esto ocurriera al entrar el cristianismo en contacto con la cultura occidental. Pero El Bestiario
de Cristo da otra solucin al enigma diciendo que las otras religiones politestas acusaban al cristianismo de
tener a un Dios con cabeza de asno.
23
Propiedad de la Medusa y del Basilisco. Esta frase le da un cariz cmico a la situacin al sustituir los hombres-
piedra por hombres-asno.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 41
La Cabra y dems
Animal incluso hoy relacionado con el Diablo, que juega un papel en La Celestina de igual forma,
siempre lo podemos ver haciendo mencin a la magia negra, a lo diablico u oscuro. Entre todas las
apariciones de estos animales, destaca fundamentalmente una de las primeras, cuando Celestina est
preparando el aquelarre:
Entra en la cmara de los ungentos y en la pelleja del gato negro donde te mand meter los ojos de
la loba, le hallars, y baxa la sangre del cabrn, y unas poquitas de las barvas que t le cortaste.
Vemos con esta sucesin de animales, la indudable brujera de esta alcahueta, todos ellos animales
relacionados con el mal, el gato negro, la cabra, e incluso menciona las barbas del chivo, smil de
Satn que tambin se le representa con barbas de cabrito. Otra de las imgenes peculiares de este
animal la vemos en el canto de Lucrecia de la pgina 321, el cual dice: con las tetas, los cabritos; /
Melibea con su amado.
Esta extraa imagen del lobo y los cabritos es bastante misteriosa, pero seguramente hace referencia
a la corrupcin del cabrito con el lobo, frente al amor puro y corts de Calisto y Melibea, pero slo
es una suposicin.

La serpiente y la vbora
Llegando ya al final de este bloque, hablamos de estos animales reptiles. Como se mencionaba an-
tes, son la prole del Basilisco, es decir de la imagen de Satn, por lo que podran interpretarse como
sus seguidores. Son animales considerados abominables, que se arrastran totalmente por el suelo,
obligados a arrastrase por l a raz de un castigo que Dios impone al Diablo por el pecado capital. Si
nos fijamos en el prlogo del texto, o en el bestiario del Fisilogo vemos que haba una idea cons-
tante de la maldad de las vboras y serpientes. La vbora hembra, que tras tener relaciones sexuales
con el macho arranca los rganos del macho y le da muerte, queda embarazada; puesto que no tiene
rganos para parir, sus hijos cruelmente la desgarran y con su nacimiento la madre muere, lo que
podra considerarse una venganza de su progenitor:
Al tiempo de concebir, por la boca de la hembra la cabea del macho y ella con el gran
dulor apritale tanto que le mata, y quedando preada, el primer hijo rompe los yjares de la
madre, por do todos salen y ella muerta queda; l quasi como vengador de la paterna
muerte.
Respecto a la serpiente podemos ver que se hace mencin en los bestiarios de su capacidad de rege-
neracin de la piel, lo que se relaciona con la inmortalidad del Diablo, tambin en otros textos es
posible encontrar una referencia a la vejez de estos animales, pierden la vista con el tiempo y se les
nubla, queriendo advertir al cristiano de que no se le nuble la mente, y que para despejar esa niebla
hay que recurrir a la luz de Dios.
Puesto que estos animales son la representacin del anticristo, todos los animales relacionados con
Dios son sus enemigos y son representados varias veces luchando contra serpientes. Podemos recor-
dar que el Basilisco converta a la gente en piedra con su mirada, del mismo modo que Medusa, que
en su cabeza contena serpientes en vez de melena. En algunos libros acerca de los monstruos y
miedos de la edad media
24
, vemos la leyenda de la vagina dentata, que era una especie de mujer-
monstruo que tena una serpiente como rgano reproductor. Cuando un hombre intentaba tener rela-
ciones con la mujer este hombre era atacado, del mismo modo que ocurre con la vbora.
En el texto, la serpiente y vbora parecen llevar el mismo camino simblico del carnero o el asno en
su aspecto negativo. Vemos a la serpiente mencionada entre los ungentos y restos de animales de
Celestina, cuando es descrito su laboratorio. Cuando Celestina cree hacer caer en amor a Melibea (p.
239), Melibea afirma: Madre ma, que me comen este corazn serpientes dentro de mi cuerpo. Lo
que podra interpretarse una vez ms como que Celestina es una falsa bruja sin poderes, y que Meli-
bea ha tenido el mal en el corazn desde un principio, adems con este ejemplo se ve la relacin de

24
Claude Kappler, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la edad media, Akal/Universitaria.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 42
las serpientes con la presencia (directa o indirecta) de Celestina, y una clara referencia a la muerte
de la vbora madre por su descendencia que le devoran por dentro, tal y como describe Melibea que
lo hacen las serpientes con su corazn.
Tras la muerte de Sempronio y Prmeno, Elicia maldice el amor de Calisto y Melibea de esta forma:
O Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes, mal fin ayan vuestros amores, en mal
sabor se conviertan vuestros dulces plazeres; trnese lloro vuestra gloria, trabajo vuestro
descanso; las yerbas en culebras;{}.

Esta maldicin de Elicia a los enamorados parece ser una invocacin al mismo Diablo (las culebras),
que luego realmente se produce cuando llegan las muertes de los enamorados y dadas las circunstan-
cias se da a entender que probablemente vayan al infierno, un campo de culebras en vez de hierba.
Casi al final, en el lamento de Pleberio por la muerte de su hija, vemos que maldice y protesta al
mundo, al cual define como un prado lleno de serpientes, repitiendo as la imagen anteriormente
mencionada por Elicia, que al fin se ha hecho realidad, la presencia del Diablo y el mal parece ron-
dar por toda la obra, e incluso triunfar al final de ella.

4. ANIMALES ACUTICOS
Sobre los animales acuticos
Hay muchos menos animales acuticos que del resto de animales. Para empezar, en el prlogo
apenas podemos ver mencin de ellos, exceptuando la de un pequeo pez llamado Echeneis, el
cual tiene la fuerza suficiente como para parar un barco. As el autor repite la idea del prlogo de
animales en continua guerra, y que en algunas ocasiones el ser ms pequeo puede derrotar a uno
mucho ms fuerte y mayor.
25
Sin embargo no hay otra especie acutica en todo el prlogo. Hasta la pgina 109 no volvemos a
tener constancia de ningn ser acutico. En todos estos animales la informacin sobre su simbologa
suele ser muy escasa, o poco tiene que ver con el contexto en el que las nombran, por lo que estos
animales no van a ser descritos individualmente sino en general a lo largo del texto.
El primero que nos encontramos despus del prlogo es la rana, con la que Prmeno hace una met-
fora: Puta vieja!; las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar.
La poca informacin que se puede saber de la rana realmente poco tiene que ver con esta curiosa
metfora sobre Celestina. La rana sin embargo es considerado un animal especial, mitad terrestre y
mitad acutico, puede cambiar de lugar donde vivir e incluso hacer una hibernacin. En el fisilogo
encontramos una nota curiosa sobre las ranas acuticas: Si se abstienen momentneamente, como
no soportan los rayos del sol espiritual, se lanzan hacia el camino de los primeros deseos.
Tanto la rana acutica como la terrestre parecen tener una debilidad, vemos aqu que la acutica se
esconde en las aguas para evitar, para abstenerse del Sol, que es la tentacin. Podra interpretarse la
situacin como que las ranas desde los charcos insultan a la tentacin (Celestina) y se abstienen de
acercarse a ella. Continuando por estos animales acuticos, encontramos en la pgina 111 a la ba-
llena en la lista de untes de Celestina lo que hace volver a la idea de una Celestina que hace pactos
con el diablo; vemos ciertas referencias sobre la ballena en algunos bestiarios
26
, y una breve anota-
cin en Animals in Celestina; ambas describen a la ballena como a una bestia pez enorme
27
,
heraldo del demonio en el mar. Una bestia que va corrompiendo a los marineros, que acuden a su
lomo a atracar el barco, que creen que su lomo es una isla y entonces los devora o los hunde. Es un
smbolo de la tentacin del Diablo sobre el hombre, por lo que inevitablemente su aparicin en el
laboratorio de Celestina nos hace volver a pensar en la constante mencin de la brujera de la alca-
hueta.

25
Esto ocurre igual que en el caso de los animales terrestres, como el elefante y el ratn.
26
Informacin sobre la ballena: http://bestiary.ca/beasts/beast282.htm
27
A pesar de la condicin de mamfero de la ballena.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 43
5. OTROS SERES
En este apartado sern incluidos todos los seres que no se han nombrado en el cuadro de animales
simblicos anterior, ya sean terrestres, acuticos o areos. Para comenzar hay que hablar de las ar-
pas y las hidras, ambas bestias podemos verlas en el aquelarre de Celestina, lo cual nos muestra la
mala connotacin que tienen ambas. Las arpas, aves rapaces con aspecto de mujer eran considera-
das tentadoras del hombre, mientras que la hidra podra ser interpretado de dos formas, como la
maligna serpiente acutica (hydrus), un ser demonaco con veneno; por otro lado en el Bestiario
Medieval de Malaxecheverra hablan del dragn Hydra, el cual tiene varias cabezas que a cada una
que se corta le surgan tres en su lugar.
Entre estas bestias hay que mencionar tambin a la sirena, a la que podemos ver en la conversacin
que mantienen Aresa con Celestina, cuando sta intenta convencer a la joven de que duerma con
Prmeno; le dice as:
Pues no ests assentada, acustate y mtete debaxo de la ropa, que pareces serena. Celestina com-
para a Aresa con una sirena, lo que vemos luego es que en efecto hace efecto de sirena y atrae a
Prmeno para que Celestina pueda ganarse su favor.
Las sirenas eran consideradas meretrices que atraan a los hombres y les hacan caer en la lujuria
mediante sus cantos, estas extraas bestias en la iconografa han sido mostradas de dos formas, ya
sean medio mujer medio pez, o mujer-ave (lo cual las asemejara a las arpas). En la pgina 253
Prmeno hace mencin de cmo las sirenas atraen a los marineros mientras habla con Celestina; con
esto se ve la muestra de que Prmeno ha sido engatusado por los ardides de Aresa y Celestina.
Adrin Flor Martnez
* * *
BIBLIOGRAFA
De Rojas, Fernando, La Celestina, ed. Dorothy S. Severin, CATEDRA, Madrid (2007) Obra
de estudio.
El Fisilogo: Bestiario Medieval, ed Nilda Guglielmi, Madrid, Eneida, 2002.
Kappler, Claude, Monstruos, demonios y maravillas (a fines de la edad media), Madrid, Akal
Universitaria, 1986.
Charbonneau-Lassay, L., El Bestiario de Cristo, Barcelona, 1996
S. Severin, Dorothy, Animals in Celestina, Papers of the Medieval Hispanic Research Se-
minar 18, 1999.
Cannavagio, Jean, Historia de la literatura espaola, 1: La edad media, Barcelona, Ariel,
1994.
Pginas web:
http://bestiary.ca/index.html
http://www.cervantesvirtual.com/bib_obra/celestina/
http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/BibCelestina.html
www.wikipedia.org

El autor:
Adrin Flor Martnez es estudiante en la Universidad de Zaragoza por la licenciatura de Filologa
Hispnica. Escribe un blog en Blogspot (http://surrealisto.blogspot.com/); adems hace teatro
en los cursos del Teatro de la Estacin desde hace aos y ha participado en la creacin de algn
cortometraje. Le gusta leer, escribir y como a cualquier joven las noches de fiesta.
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Relato

ADRIANES Y TRISTEZAS

por Ana Prez Caamares


Sergio es mi hermano mayor. l tiene veinte aos y yo tengo trece. Este ao estamos pasando las va-
caciones solos, en la casa que mam tiene en Menorca. Sergio es pintor. Aunque l no lo diga lo digo
yo, porque pasa horas y horas pintando. Casi siempre tengo que recordarle que es la hora de comer o
que ha quedado con alguien en el pueblo, porque se olvida de todo cuando se encierra en su taller. El
taller ocupa la parte ms alta de la casa. Est lleno de botes, pinceles y lienzos (as llama Sergio a los
cuadros), que se amontonan unos sobre otros. Mi hermano es muy vergonzoso con lo que pinta y casi
nunca lo ensea. Yo soy la nica persona en el mundo a la que le permite estar delante; me meto aqu
y l me mira con aire despistado y luego me pregunta si yo tambin quiero pintar. Pero a m lo que me
gusta es sentarme en el suelo con la espalda apoyada en la pared, el olor de las pinturas me marea y
tambin me marean los colores de los lienzos, los azules, los marrones, el verde. Le veo moverse de
uno a otro, ensimismado, lleno de energa, mientras el sol entra por los ventanales y las sombras cru-
zan lentamente la habitacin, empujando la luz de unos cuadros a otros.
Pap y mam estn separados. Lo digo por costumbre, por-
que todo el mundo nos pregunta siempre qu hacemos los
dos solos aqu. Pues pap encontr un novio y mam en-
contr una novia. No, qu digo, al revs. La cuestin es que
queran estar solos con sus novios y me pidieron que pasara
el verano con Sergio. Yo, feliz. A m me gusta estar con l,
sobre todo aqu, en la casa de Menorca. Sergio me deja a
mi aire, yo creo que le gusta tenerme cerca para hablar y
relajarse despus de pintar. Tenemos costumbres muy pare-
cidas: los dos somos callados, a los dos nos gusta levantar-
nos por la maana muy pronto y bajar a la cala a darnos un
bao, luego l sube al taller y yo me quedo leyendo junto a la piscina, o durmiendo al sol. A veces le
hago visitas, le subo un zumo, o voy a comprarle tabaco al pueblo, porque me gusta hacerle recados a
mi hermano, me gusta verlo contento. Otras veces cojo la bici y bajo sola a la playa y all me encuen-
tro con otros chicos que tambin estn de vacaciones. Pero ninguno me parece tan interesante como
Sergio. Procuro subir pronto para avisarle de la hora de comer y cocinar juntos. Comemos ensaladas
muy grandes, que Sergio prepara tan concentrado como si las pintara, mezclando la zanahoria rallada,
las anchoas, las aceitunas y por ltimo un toque de color rojo con los pimientos, o el morado de la
remolacha. Luego yo la alio, revolviendo los colores, y nos comemos nuestra obra de arte en la te-
rraza, a la sombra, refugiados del sol de medioda.
Pero ahora Sergio est dis-
tinto. Fue desde que lleg un
amigo suyo, Adrin, un modelo
que conoce de la escuela de
Bellas Artes. A m no me cae ni
mal ni bien, pero creo que a
Sergio le gusta mucho. Vino
slo para un fin de semana y
ya lleva diez das.
Pero ahora Sergio est distinto. Fue desde que lleg un amigo suyo, Adrin, un modelo que conoce de
la escuela de Bellas Artes. A m no me cae ni mal ni bien, pero creo que a Sergio le gusta mucho. Vino
slo para un fin de semana y ya lleva diez das. Y todo este tiempo el humor de Sergio ha ido cam-
biando de la alegra a la tristeza, de la tristeza a la alegra, y vuelta a empezar. Yo no quiero decirle
nada, pero a m me parece que Adrin no merece tanta preocupacin. Por lo menos no merece que
hayamos perdido la costumbre del primer bao de la maana, porque ellos se quedan hablando hasta
tarde, a veces en susurros que parecen cariosos y otras a gritos contenidos, y Sergio se levanta tarde,
con cara de sueo. Al taller ya no sube todos los das, aunque a veces se mete all y no sale hasta la
noche. Adrin mientras tanto toma el sol junto a la piscina, dibuja en un cuaderno a veces me hace
retratos, y dice lo mucho que me parezco a mi hermano, o se baja al pueblo. Cuando me lo cruzo por
la calle siempre anda con alguien. Le gusta mucho hablar con todo el mundo. Ahora que lo pienso, eso
no me gusta nada de l; siempre tiene que estar diciendo algo. Aunque puede ser muy gracioso. El otro
da, con una broma que no entend, a mi hermano se le caan las lgrimas de la risa.
El humor de Sergio ha empeorado desde hace un par de das y parece ms triste y pensativo que

Relato perteneciente al libro En das idnticos a nubes, publicado por Baile del Sol (2009)
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nunca. Se pasea por la casa sin hacer nada y luego se tumba en la terraza a mirar el mar. Cuando me
echo en la tumbona a su lado, l me pregunta cosas, algunas de ellas muy tontas, pero le contesto por-
que s que lo hace para distraerse. Me gustara preguntarle qu le pasa, pero me da vergenza; si no
me lo cuenta, por algo ser. Aunque esta tarde cuando he ido a comprar al pueblo y me he encontrado
con Adrin muy contento, besndose en una terraza con una chica rubia, he sabido que eso es lo que le
duele.
Esta noche, durante la cena, Adrin est muy carioso con Sergio, pero l sigue serio y a la defensiva.
Me mira a m o al plato, evitando mirarle de frente. Adrin, con la copa que se toma despus de cenar,
parece decidirse y empieza a hablar de ella. Cuenta que tambin es pintora yo pienso que de dnde
salen tantos pintores, estoy un poco harta de los pintores y sus problemas, que tiene un barco y que
est haciendo escala aqu. Y luego que en el pueblo no hay alojamiento, y que ella est cansada de
dormir en el barco. Y al final, como si hubiera estado pensndolo todo el rato y no se hubiera atrevido
a decirlo, que si puede traerla a casa. Sergio se queda plido. Le veo dudar y luego, en voz muy baja y
de golpe, dice:
No la conocemos.
Adrin clava sus ojos en l, y como si le lanzara un hilo invisible, mi hermano levanta la cabeza y el
hilo se tensa entre sus miradas.
Pero es amiga ma, Sergio. Ya sabes, las amigas de mis amigos son mis amigas.
No te hagas el gracioso. Y dnde se va a quedar?
No s por qu mi hermano dice eso. Suena dbil, a rendicin.
Me gustara intervenir, defenderlo, ayudarle, pero s que no
puedo. Adrin se toma unos segundos y luego suelta:
Esta noche, durante la cena,
Adrin est muy carioso
con Sergio, pero l sigue serio
y a la defensiva. Me mira a
m o al plato, evitando
mirarle de frente. Adrin, con
la copa que se toma despus
de cenar, parece decidirse y
empieza a hablar de ella.
Puede compartir mi habitacin.
Sobre la cara de mi hermano se posa una sombra, una ms-
cara de viejo. Se queda callado mirando el techo, y en un
susurro dice:
Dos das, por favor, no ms de dos das. Necesito concentra-
cin.
Adrin sonre tiene una sonrisa grande y blanca, que relampaguea un momento en medio de su cara
dice gracias, y se va a buscarla. Sergio se queda tumbado en el sof, con un brazo cruzado tapndole
los ojos. No puedo dejar de mirarle, quiero compartir su dolor o lo que sea eso que siente y que yo, de
una forma extraa, siento mo y lejano a la vez. Le miro y le miro, afuera sopla una brisa que se lleva
mi atencin por la ventana, y cuando vuelve removiendo las cortinas siento que ya no hay nada que
compartir, que todo ha pasado. Y entonces, cuando el sueo empieza a vencerme y me acurruco en el
silln, Sergio vuelve hacia m su mirada apagada, y dice:
Crees que me sentira menos estpido si no estuvieras delante, adivinando lo que siento?
No contesto, no s, no quiero saber. Vuelve a hablar, pero yo cada vez entiendo menos:
No dejes nunca que te menosprecie.
Me encojo de hombros. Prefera nuestra cercana silenciosa de antes. Ahora empiezo a estar ya harta
de adultos, adrianes y tristezas.
Es curioso dice l me duelen sobre todo los amantes que ha tenido en el pasado.
Me pongo a mirar el suelo, concntrate en el dibujo de las baldosas, y no le escuches, quiero correr,
lanzarme a la piscina y mirar las estrellas desde debajo del agua. Parece que floten y que alargando la
mano podra agarrarlas y hacerlas estallar; entonces soltaran su polvo dorado y en la piscina flotara
una lluvia de purpurina.
Lo entiendes? Pregunta Sergio.
Su voz me reclama; cierro los ojos, rebobino la conversacin, vuelvo a escuchar que lo que ms le
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duele son los amantes que Adrin ha tenido en el pasado y, desde el fondo de mi corazn, le contesto
que s. Sergio sacude la cabeza, y su risa de loco me asusta.
Eres una nia desesperante.
Entonces me levanto y subo a mi cuarto, tan enfadada que los escalones de madera crujen bajo mis
pies como un barco en una tormenta. A la mierda t, a la mierda Adrin, a la mierda la ta sa! Me
tumbo en la cama con muchas ganas de llorar, pero no puedo. A medida que se me va pasando la ra-
bia, el cansancio me gua hasta el sueo. No s cunto tiempo pasa hasta que siento la cama moverse
bajo el peso de Sergio.
Por qu te has enfadado?
El s parece haber estado llorando. Me da mucha pena, pero en seguida recuerdo mi mal humor ante-
rior al sueo. Le digo que me deje en paz.
Yo creo que te has enfadado porque te estaba hablando como si fue-
ras mayor y luego te he llamado nia. Puede ser? Yo digo que s
con la cabeza. No me dejes hacerlo ms, vale? La prxima vez me
mandas a la mierda.
Entonces me levanto
y subo a mi cuarto,
tan enfadada que los
escalones de madera
crujen bajo mis pies
como un barco en una
tormenta. A la mierda
t, a la mierda Adrin,
a la mierda la ta sa!
A ver si te crees que estaba esperando a que me dieras permiso.
Empieza a rerse, y yo, no s por qu, quizs porque su risa suena de
nuevo tierna, porque me gusta verle contento, porque desde hace
tiempo quiero hacerlo o porque las sombras borran sus rasgos, yo me
engancho a su cuello y le doy un beso largo en la boca, con la ma
muy abierta, como queriendo aspirar sus secretos y dolores.
El tambin me besa. Quiero decir, que no se queda quieto recibiendo mi beso, sino que enreda sus
labios en los mos, se anudan, se enfrentan, se enlazan, y por fin se separan. Sus ojos me miran, hme-
dos y abiertos, y yo siento mi respiracin agitada.
Por qu adivinas siempre lo que necesito? Pregunta l junto a mi odo.
Estamos un rato mirndonos, y luego nos abrazamos y dejo de ver su cara, sintiendo slo el cosquilleo
de su pelo en el cuello, y el ritmo acelerado de su corazn.
Ahora voy a irme, porque si siguiera besndote, maana me ahogara en un mar de culpas. Y no po-
dra soportar tu aire de madurez y naturalidad.
Yo no contesto. Me est diciendo que no me va a besar ms, y siento a la vez alivio y tristeza. Se le-
vanta y desde la puerta, se vuelve a mirarme:
Sabes lo que te digo? Que eres una listilla de mierda y no te soporto.
Y mientras avanza por el pasillo hacia su cuarto, su risa se mezcla con la ma, y como fantasmas flotan
y bailan y se besan en el aire.
Ana Prez Caamares
La autora:
Ana Prez Caamares (1968) naci en Santa Cruz de Tenerife (Espaa); en la actualidad reside
en Madrid. Es licenciada en Filologa Hispnica por la Universidad Complutense de Madrid. En das
idnticos a nubes (Editorial Mileto) fue publicado en el ao 2003 y reeditado por Baile del Sol en
2009. Antes, algunos de sus cuentos haban aparecido en antologas tales como Qu mala suerte
tengo con los hombres (Editorial Catriel, 1997), Cuentos para leer en el metro (Editorial Catriel,
1999), Historias de amor y desamor (Editorial Trivium, 2001), Por favor, sea breve: antologa de
relatos hiperbreves (Editorial Pginas de Espuma, 2001), Lavapis (Editorial pera Prima, 2001),
Maldito amor mo (Editorial Signo Tres, Lima, 2002), y Escritos disconformes. Nuevos modelos de
lectura (Ediciones Universidad de Salamanca, 2004). En poesa ha publicado La alambrada de mi
boca (Tenerife, 2007). Fue finalista en La Sonrisa Vertical, dentro del colectivo Cori Amb, con el
libro Allegro Nada Moderato, recientemente publicado por LcL; premio de relato hiperbreve del
Ateneo de Gijn (2002) y segundo premio de relato del certamen convocado por la Fundacin de
Derechos Civiles, en el ao 2003.
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Relato

BATIR DE ALAS
por Rosa Lozano Durn
Cmo iba a saber ella que esa naranja le salvara la vida. De haberlo sabido jams la habra sujetado de
aquella manera tan descuidada, como quien coge una goma de borrar o quien hace girar un tenedor
entre sus dedos, distrado, y por supuesto nunca, bajo ningn concepto, la habra lanzado al aire mien-
tras charlaba con sus amigas, de vuelta del gimnasio (clases del mtodo Pilates: para alcanzar la ar-
mona fsica y mental, les haban prometido). Logr volver a cogerla sin ningn esfuerzo, porque
cay exactamente en el hueco de su mano, donde estaba planeado que lo hiciera, pero, por supuesto,
podra no haber sido as: un pjaro gigante comedor de fruta podra haber aparecido en aquel preciso
instante y habrsela llevado como aperitivo para sus polluelos, o quiz cientos, miles de las molculas
que componan el aire en torno a la naranja podran haberse desplazado al unsono, haciendo que la
esfera modificase su trayectoria. La naranja se habra estrellado contra el suelo, despanzurrndose,
salpicando su zumo en todas direcciones, dejando una huella pegajosa. Y Sonia, con una mueca de
contrariedad, la habra recogido mientras oa a sus compaeras alabar el nuevo papel que la mujer est
adquiriendo en la sociedad, alabar la independencia, alabar algo que al final es ms que la tan ansiada
igualdad (la agresividad femenina mezclndose con la pulpa esparcida, la cscara quebrada como re-
presentacin de la preponderancia del hombre, los salpicones de jugo como gotas de saliva, saliva,
saliva). Todo a la basura; luego, borrar las huellas con ayuda de la fregona (no la invent un hom-
bre, para que a su mujer no le doliese la espalda de fregar de rodillas? A Sonia le surge esta duda y,
con la conversacin de fondo, casi le parece escuchar las
risas enlatadas del pblico, los gruidos hostiles de sus ami-
gas; rpidamente, decide que no es el momento de aliviar su
curiosidad), y al diablo la naranja, se le han quitado las
ganas; el ctrico ha vencido, o quiz es slo que el azar ha
tomado un atajo, aunque es mejor fingir que uno no se da
cuenta, que sencillamente se retira, casi sin haberse
percatado de que existiese competicin o alternativa alguna.
Pero haberlas las haba: haba millones de alternativas. Sin
embargo, slo una se cumpli, como suele ocurrir, y la bola
que representa el destino cay por la pendiente que llevaba
hasta el cartel Sonia se come la naranja. Y ni siquiera le supo de forma especial; a ella le gustan
menos dulces. Aunque no se dej ni un gajo, enfrascada como estaba en aquel tema en el que todas se
mostraban de acuerdo, pero que no por ello dejaban de sacar de vez en cuando para enardecerse, como
quien agita con mpetu un estandarte, y disfrutar como cras que juegan a ser mayores. Ella no poda ni
imaginar lo que aquella pieza de fruta hara por ella. No se le pas por la mente entonces ni lo hara
nunca, como pasa tantas veces, en que las grandes heroicidades que cambian o salvan vidas (aunque el
responsable sea vegetal y no se le suponga alma) quedan en el ms absoluto de los anonimatos. Lo
cual no debe ser, necesariamente, algo triste; es dudoso que la naranja de Sonia tuviese siquiera un
mnimo ansia de fama.
No se le pas por la mente
entonces ni lo hara nunca,
como pasa tantas veces, en
que las grandes heroicidades
que cambian o salvan vidas
(aunque el responsable sea
vegetal y no se le suponga
alma) quedan en el ms
absoluto de los anonimatos.
Sonia nunca lo sabra. Lo ltimo que poda imaginar en aquel momento, en el que ella era casi inven-
cible (tan cerca estaba el colectivo al que perteneca de dominar el mundo), que dentro de su cuerpo su
metabolismo estaba produciendo sustancias txicas, tal y como suele ocurrir, que se estaban acumu-
lando a un ritmo excesivo, exactamente como no debe ocurrir. El mero batir de alas de un pjaro co-
medor de fruta, en aquel instante y en aquel lugar, habran dejado que el tumor comenzase a formarse
y, desgraciadamente, habra tenido la carrera ganada. Habra sido uno de sos que se comportan como
un rumor, incontrolables desde el mismo nacimiento y de evolucin completamente impredecible. Un
lastre, una condena. Benditos compuestos con propiedades antioxidantes que llevaba aquella naranja.
Ella nunca lo sabra.
No lo sabremos nunca. Y cmo bamos a saberlo? Podras torturarlos hasta la muerte y jams te lo
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diran. Sinceramente, yo pienso que lo que ocurre es que verdaderamente ni ellos mismos lo saben, no
lo tienen tan claro como para poder traducirlo en palabras. Es como una tara, joder: son incapaces de
expresar lo que sienten de una forma verbal. Son disminuidos, es un defecto ligado al cromosoma Y
expuso la amiga que siempre quera llevar la iniciativa. El tema de la conversacin se haba desviado
un poco, pero era una variante que tambin (lo saban porque la tenan ya igualmente manoseada)
ofreca numerosas posibilidades de regocijo: accin de desacreditar y humillar al rival.
Estoy totalmente de acuerdo con eso intervino otra, que llevaba un rato deseosa de hacerlo. Pero, si
nos paramos a pensarlo, en realidad es mucho ms grave de lo que podra parecer en un primer mo-
mento: tened en cuenta que no se puede pensar en aquello a lo que no se le ha puesto nombre. Quiero
decir que, cuando un hombre es incapaz de hablar acerca de sus sentimientos, el problema llega mucho
ms all: si no puede expresar sus sentimientos con palabras, stos no pueden tampoco estar en su
mente! Os dais cuenta? Son como animales! (murmullo de aprobacin).
Es un poco ms complejo que eso Porque se os est olvidando un detalle muy importante, y es
que ellos tienen otro rgano para pensar, que saben emplear mucho mejor que el cerebro! risas, brin-
dis con t fro, manos apoyadas en las caderas para terminar de redondear la sensacin de satisfaccin.
Sonia, que nunca tuvo una gran capacidad de concentracin, a estas alturas de la charla est, a su vez,
pensando con un rgano distinto del cerebro, o quiz con varios rganos y sistemas, algunos ms dif-
cilmente localizables de forma precisa que otros, porque el curso de la conversacin a ella la ha trans-
portado, sin remedio, a los brazos de Jorge, a un puado de meses (se haba decidido a no contarlos
para demostrarse a s misma que no le importaba) atrs. Porque s, de acuerdo, era posible que Jorge
no dijese lo que senta, incluso que no lo supiera; estaba dispuesta a
aceptar la posibilidad de que fuese un bruto, un machista, de que
discriminase a las mujeres en el mundo laboral, de que en un futuro se
desentendiese del cuidado de los hijos y de que en la crisis de los
cuarenta (o de los cincuenta, la que fuera) se lanzase a intentar ligarse
a veinteaeras de la manera ms pattica imaginable. Porque Jorge era
un hombre, y sus compaeras de Pilates lo dejaban muy claro: los
hombres son as. No hay discusin posible al respecto. Pero, a pesar de
eso, a pesar de todos los efectos secundarios innegables que acarrea el
ser de sexo masculino, el hecho es que a Sonia le haba gustado Jorge, le haba gustado de verdad, con
una intensidad agotadora. Le haba gustado desde el principio, desde aquel instante en que l se
agach a recoger el paquete de pauelos que a ella se le haba escapado del bolso (como sola ocurrir)
al tratar de sacar el bonobs. Y le sigui gustando hasta el final, cuando l le dijo que no estaba
seguro, que senta que aquella historia no marchaba como deba, que era mejor que dejaran de verse.
(Entre principio y final, a Sonia le gust, le gust arrolladoramente, apasionadamente, como si no
hubiese hueco para que nada ms en el mundo le gustase.) El mismo da en que Jorge le comunic su
decisin, las amigas de Sonia, las del gimnasio, decidieron que haba que salir a celebrarlo. Ella
accedi, porque escapar de la energa de aquel pequeo grupo no era tarea fcil, y porque ellas lo
vean tan claro que pareca una verdad rotunda y obvia que, por algn oscuro designio o alguna pato-
loga an por diagnosticar, a ella se le escapaba. Pese a todo (las cervezas, las risas, los planes de con-
quista universal y la perfeccionada tcnica de desacreditar-humillar), cuando la dejaron de vuelta en
casa, con la satisfaccin que da el deber cumplido, ella an no haba encontrado motivo alguno de
celebracin. De hecho, lo mejor de la noche fue precisamente llegar a casa, donde por fin podra tum-
barse tranquila, sola y a oscuras, a llorar lgrimas tibias y silenciosas que la iran, poco a poco, lim-
piando por dentro.
Porque Jorge era un
hombre, y sus compa-
eras de Pilates lo
dejaban muy claro:
los hombres son as.
No hay discusin
posible al respecto.
Meses despus (un nmero indeterminado, nadie deba molestarse en contarlos) el recuerdo de Jorge
y el calor de su abrazo, y su sonrisa amplia de un blanco cegador, y Jorge al telfono, y Jorge en la
piscina, y Jorge conduciendo, cantando, corriendo al cruzar la calle hacia ella ya no causaba dolor,
pero an despertaba en Sonia cierta melancola. Tal vez slo por el modo en que termin la relacin,
pensaba ella. Tal vez slo por orgullo femenino.
Precisamente era una de las cosas a las que Jorge tema ms: el orgullo femenino. Le asustaba porque,
para l, era cien por cien impredecible; segn su experiencia, el orgullo femenino actuaba como el
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virus que le provocaba el herpes en el labio: aunque no se manifestase, estaba ah, y el da en que de-
cida hacerse notar, joda. Imposible lidiar con l y salir airoso. Adems, l no entenda por qu las
mujeres tenan aquello, porque si serva para algo, al margen de volver locos a los hombres del en-
torno, que lo convencieran. De hecho, por ms que se haba esforzado, no haba sido capaz de encon-
trar equivalente en los hombres, lo que alejaba an ms las ya de por s exiguas probabilidades de
llegar a entender el mecanismo. Estar determinado por algn gen del cromosoma X en dosis doble,
fue la nica conclusin a la que lleg, inspirado por las clases de gentica bsica que recordaba del
instituto; no vala para predecir, pero al menos era una hiptesis vlida para el origen, y eso es algo
que siempre da una cierta tranquilidad.
Justo en aquel instante, mientras la naranja de Sonia giraba insegura en el aire, Jorge tema al orgullo
femenino. Porque lo tena justo al lado, agazapado dentro del cuerpo de una mujer dormida, pero ace-
chando, como siempre. Y el caso es que l estaba dispuesto a tolerar un orgullo femenino, incluso a
compartir su vida con l (aunque esto era algo que nunca se planteaba en voz alta, que slo l mismo
saba), pero uno concreto, no cualquiera, porque eso habra sido el equivalente a combinar un gran,
profundo y cruel engao con un intento (exitoso) de suicidio. Como llevaba intuyendo que sucedera
desde haca algn tiempo, acababa de tener la certeza de que aquel, el que respiraba ruidosamente a su
lado, no era el orgullo. Sencillamente, porque el cuerpo que lo contena no era el de la mujer. Tal
y como sola pasar. Y no era por nada en concreto: Julia no tena ninguna caracterstica detestable, ni
siquiera desagradable. Era una chica considerablemente guapa (el primero de sus amigos que la avist
en el bar al que solan salir la haba descrito inmediatamente como una ta tremenda que est mirando
hacia aqu) y muy simptica. El problema era, como ya le haba pasado lo que a l le pareca un sin-
fn de veces, que no encontraba nada ms que decir. Cmo
es esa chica con la que sales?, le preguntaban. Es una chica
muy guapa, con unos labios increbles y unas piernas largu-
simas Y adems es muy simptica, muy agradable Te
caera bien responda l, sin mucha conviccin y empe-
zando a agobiarse al sentir parpadear el piloto de alarma.
Esto va a resultar otro intento fallido, se deca. No im-
porta, se deca a continuacin, el que la sigue la consigue.
No podra ser nada especial si resultase tan fcil. Porque est
claro: hay muchos millones de personas en el mundo, y slo
una, slo una (un puntito casi insignificante en el universo) es
ella. Hay que tener paciencia.
Justo en aquel instante,
mientras la naranja de
Sonia giraba insegura en el
aire, Jorge tema al orgullo
femenino. Porque lo tena
justo al lado, agazapado
dentro del cuerpo de una
mujer dormida, pero ace-
chando, como siempre.
Aunque la paciencia slo puede considerarse una virtud cuando se combina con una notable capacidad
resolutiva; de otra manera, conduce irremisiblemente a la apata, y eso era algo en lo que Jorge no
estaba dispuesto, bajo ningn concepto, a caer. De modo que l saba muy bien lo que tena que hacer.
Lo que, obviamente, no haca ms fcil la tarea. Por supuesto, no haba en su decisin intencin al-
guna de hacer dao a Julia; ms bien al contrario: lo primordial, se deca a s mismo, era ser sincero, ir
con la verdad por delante, y ese gesto de honestidad por su parte tena que ser, necesariamente, posi-
tivo para ambos, a la larga. Lo cual, en la prctica, tampoco haca ms sencillo el asunto.
Que aquello no era un drama l lo tena claro; que la otra parte poda poner todo su empeo en verlo
como tal, tambin. No sera la primera vez que ocurra. Realmente, con esa forma de manejar las cosas
cotidianas que tenan las mujeres, con esa facilidad tan asombrosa para entrar en pnico, sacar las co-
sas de quicio, crear crisis de la nada y, en general, llenar la propia existencia del ms profundo de los
dramatismos (facilidad sta que explicaba que pudiesen adoptar como heronas a las protagonistas
siempre con vidas tortuosas de las telenovelas), a Jorge le resultaba casi inconcebible que no se
hubiesen extinguido en el curso de la evolucin. Pero no: afortunadamente, an seguan all.
Puede que ellas tuviesen razn en algunos de los argumentos (o excusas, u ofensivas, segn el caso)
que exponan (o esgriman, o lanzaban): quiz el sexo femenino estuviese dotado de una sensibilidad
mayor, tanto para los colores como en general. Era una posibilidad y, en cualquier caso, l no se con-
sideraba capacitado para juzgar la veracidad de dicha afirmacin; ni era asunto suyo, ni le pareca una
informacin esencial para asegurar el xito de sus relaciones. Sin embargo, lo que l s saba con total
seguridad era que aquello, an suponindolo cierto, no era, ni por asomo, lo ms peligroso: llegados a
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este punto, el monstruo al que hay que temer por encima de todas las cosas es, sin duda, el consabido
orgullo femenino.
Y el monstruo, como si intentase subrayar lo acertado de la afirmacin, escoge este preciso instante
para revolverse. O tal vez no sea el monstruo; quiz se trate slo del cuerpo que lo alberga pero, sea
como sea, no hay que olvidar jams que aquello est ah dentro, y guiar muchos ms de los apa-
rentemente inocentes movimientos del bello cuerpo femenino en que se aloja de los que podemos
imaginar.
Hola dice Julia sonriendo, al tiempo que se despereza, y luego aade en lo que casi es un ronroneo:
Me gustas.
Y t a m responde Jorge con una mueca un poco triste, un poco cansada, que ella no percibe. Po-
dra haber respondido un sinfn de cosas: podra haberse deshecho en explicaciones, podra haber de-
jado entrever lo que se avecinaba con un gruido hosco, o podra haberse decantado por un elocuente
silencio. Pero, en lugar de cualquiera de las opciones anteriores, la inercia le ha obsequiado con una
respuesta que va destinada (de eso tratar de convencerse ms tarde) a ganar algo de tiempo. Y luego,
en seguida, se dice firmemente que tiene que encontrar el momento y la manera, porque slo la hones-
tidad tiene recompensa, y l debe (porque es casi un imperativo
moral) continuar su bsqueda. Ella, despreocupada, ajena por
completo a aquellos pensamientos, se levanta de un salto y se
viste rpidamente para no llegar tarde a su clase de francs; nunca
adivinara que dentro de unos meses, en un da como se y a esa
misma hora, se encontrar a s misma hablando con una chica,
casi una desconocida, sobre Jorge (un Jorge que habr quedado
relegado al pasado, como una foto que va perdiendo color dentro
de un cajn). Una chica, casi una desconocida: no ms que una
compaera de clase que no termina de pronunciar las vocales
como la fontica francesa exige, pero con la que tiene muchas ms cosas en comn que con ninguna
otra persona con la que se haya topado hasta el momento. Poco a poco irn hablando ms y ms,
descubrindose la una a la otra; se sentarn juntas, Julia la ayudar con la gramtica, y no tardarn
mucho en llegar los cafs antes o despus de clase, el ir de compras y, por supuesto, las confesiones;
quin les iba a decir que, a esta edad, encontraran finalmente a esa amiga perfecta que todo personaje
de ficcin femenino que se precie ha tenido en la infancia. Lo que son las cosas. Tampoco pareca
demasiado probable que Sonia dejase jams sus clases de Pilates, que tanto bien deben de hacerle,
segn la propaganda del gimnasio, y en las que, como complemento gratuito, ve reforzado
(concienzudamente) su orgullo de mujer, pero, sin embargo, as ser: Julia lograr convencerla (sin
necesidad de hacer un hercleo esfuerzo, todo hay que decirlo) de que las clases de batuka que ella
frecuenta, en un gimnasio no muy lejos de la academia de idiomas, son extremadamente ms
divertidas y dinmicas, y de que sa es la mejor forma de liberar tensiones: sudando, al ritmo de la
msica y casi sin aliento.
Julia, casi sin aliento, un
poco despeinada y con la
carpeta bajo el brazo,
baja los escalones de dos
en dos y se aleja co-
rriendo por la acera. l la
mira a travs del cristal:
podra haber sido ella.
Julia, casi sin aliento, un poco despeinada y con la carpeta bajo el brazo, baja los escalones de dos en
dos y se aleja corriendo por la acera. l la mira a travs del cristal: podra haber sido ella. Una lstima.
Levanta los ojos y recorre con la mirada los tejados de la ciudad: Dnde ests?, pregunta a media
voz.
Aqu. Aqu, mam dice Gloria, a dos manzanas de all, tendindole a su madre el mando de la tele-
visin. Luego vuelve a la mesa del comedor y, mordiendo el lpiz con fruicin, frunce el ceo antes de
retomar las divisiones con decimales.
Rosa Lozano Durn
La autora:
Rosa Lozano Durn (Mlaga, Espaa, 1981) es licenciada en Biologa y actualmente realiza su
tesis doctoral. Ha sido finalista de algunos certmenes de relato corto y microrrelato, entre los
que se podran destacar el II Certamen de Relato Corto Universitario Booket-mbito Cultural y el
I Concurso de relato breve Alea Iacta Est. Algunos de sus relatos han aparecido en libros colecti-
vos o en revistas literarias.
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Relato

EL CRIMEN
por Rosa Silverio
Los guardias llevaron a la mujer a la pequea sala, en donde el fiscal la esperaba sentado en una me-
sita, con una carpeta llena de papeles abierta delante de l. Era un hombre cincuentn, con la piel le-
chosa y un espeso bigote canoso. La mir brevemente, por encima de sus gafas, con un gesto indife-
rente, casi de desprecio. Ella se dio cuenta de que antes de empezar el interrogatorio haba sido conde-
nada por aquellos ojos que la miraron sin detenerse, tan siquiera un instante, en sus profundas ojeras o
en su rostro cansado y vulnerable.
Con una mano el fiscal le indic que se sentara y ella lo hizo de inmediato.
A ver, seora, sabe usted por qu est aqu? le pregunt sin levantar la cabeza. Segua con la vista
fija en los papeles que tena ante s.
S respondi nerviosa. Debajo de la mesa, sus largas manos se retorcan sobre su regazo.
Por qu?
Mat a mi esposo.
Entonces se declara culpable? le pregunt l mirndola directamente a los ojos por primera vez.
Ella se sinti intimidada por esas pupilas oscuras que no sentan ningn tipo de compasin y que se
detenan sobre ella slo para acusarla, para sealarla sin que hiciera
falta usar el dedo.
Yo lo hice fue lo nico que ella respondi y emiti un pequeo
sollozo. Baj la vista y las lgrimas empezaron a resbalar por su
rostro. Le gust la sensacin de frescura que sinti en la piel y no le
import que aquel hombre la viera llorando. En realidad pens que
le convena pues a lo mejor as invocaba su lstima. No se atrevi a
levantar la mano para secar su cara, pero s sac la lengua para la-
mer el final de una lgrima que se empoz justo sobre su labio supe-
rior.
Por qu? Dgame porqu lo hizo, seora Gmez le inquiri el
hombre con el mismo tono de voz: insensible y directo. Las lgrimas no haban surtido efecto. Ella lo
saba, pero no pudo evitar seguir derramando unas cuantas. Senta que se estaba desarmando.
Al ver la cara de incre-
dulidad que puso el fis-
cal, ella se desesper e
incluso se sinti ofen-
dida. Por qu supona
l que ella tena un
amante? Acaso le
haba visto la cara de
ser una cualquiera?
Yo no quera hacerlo, se lo juro le dijo mirndolo con angustia y se atrevi a levantar las manos y
ponerlas sobre la mesa. El fiscal desvi la mirada y se fij en los restos de esmalte que an conserva-
ban aquellas uas.
Vamos, mujer, aqu no estamos para juegos la interrumpi impaciente.
Al parecer l pens que ella quera decirle uno de esos cuentos que echan todos los que han cometido
un crimen, quizs imagin que buscaba una excusa, una burda mentira que justificara su acto o talvez
supuso que ella le contara una de esas historias de enajenacin mental que l de seguro estaba can-
sado de escuchar.
Dgame la verdad. No tiene que inventar nada. Sabe muy bien que fue descubierta por sus propios
hijos, quienes al notar que ni usted ni su esposo salan de la habitacin, entraron a ver qu ocurra y la
encontraron sentada junto al cadver degollado de su marido.
No quiero inventar nada, seor, slo quiero decirle la verdad.
Entonces confiese. Dganos porqu lo hizo y cul es el nombre de su amante le exigi l.
Amante? pregunt ella confundida. Yo no tengo ningn amante, seor.
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Al ver la cara de incredulidad que puso el fiscal, ella se desesper e incluso se sinti ofendida. Por
qu supona l que ella tena un amante? Acaso le haba visto la cara de ser una cualquiera? Ella
nunca le haba sido infiel a su marido y estaba segura de que l tampoco le haba sido infiel a ella.
Yo no tengo ningn amante volvi a repetirle mirndolo a los ojos y esperando vanamente que l le
creyera. Se lo juro. Nunca enga a mi esposo. Nunca he estado con otro hombre desde que me cas.
La verdad es que estaba desesperada, enloquec, pero
No me venga con el mismo cuento de todas la cort el fiscal y luego de quitarse las gafas, agreg:
Mire, yo he tratado a muchas personas como usted. Llegan aqu y explican miles de motivos extraos,
slo hacindome perder el tiempo, pero al final terminan confesando la verdad. Sabe? Yo no quiero
desperdiciar mi tiempo con este caso hizo una breve pausa y le seal el rostro todava hmedo. Se
nota que est cansada, que no ha dormido, es ms, est usted casi al punto de un colapso y yo no
quiero retrasar esto de manera innecesaria. Hagamos las cosas ms fciles. Le contar una historia:
Hace un mes estuve en este mismo lugar frente a otra mujer casi de su misma edad. Ella tambin ase-
sin a su marido. En principio dijo que lo haba matado porque l la golpeaba, que fue en defensa pro-
pia, pero al final termin confesando que ella tena un amante con el que haba planeado todo en ese
momento se levant del asiento y aumentando el tono de voz dijo: Es lo mismo de siempre y estoy
harto de que ustedes quieran tomarme el pelo, as que vayamos al grano, seora Gmez. Dgame cul
es el nombre de su amante y si planearon juntos este crimen.
El hombre era todo un experto en este tipo de casos, pero la estaba juzgando mal. Ella no tena un
amante y ese no haba sido el motivo por el que haba cometido aquella atrocidad. Ella quera decr-
selo, senta deseos de gritarle que estaba equivocado, que no era como las dems, que sus razones
fueron otras, que su esposo la haba enloquecido. Pero no tuvo valor
para gritar, senta miedo y no tena fuerzas suficientes. Estaba ago-
tada, llevaba mucho tiempo sin dormir y tena hambre.
Volvi a llorar y levant las manos, casi en forma de splica, para
preguntarle a su interrogador: Dgame, seor, eso es lo que pien-
san todos? Es eso lo que piensan los vecinos, mi familia mis hi-
jos?
Qu otra cosa pueden pensar? el hombre volvi a sentarse y re-
acomodndose las gafas le explic: Desde que nos llamaron hemos
interrogado a muchas personas y todas dicen lo mismo, que su es-
poso era un hombre de bien, un hombre de familia. Incluso sus hijos la acusaron y dijeron que l slo
viva por ustedes y que nunca levant la mano para golpearla. Todos coinciden en que desde hace unos
meses usted cambi, se mostraba diferente, huraa, nerviosa, como si estuviera ocultando algo y su
hija mayor nos confes que la sorprendi llegando a su casa a las siete de la maana luego de pasar
toda la noche fuera. Tambin tenemos informacin de que en varias ocasiones alquil la habitacin de
un hotel que est en el norte de la ciudad y la madre de su esposo est convencida de que usted tena
un amante desde hace aproximadamente cinco o seis meses y que si no le dijo nada a su hijo fue para
no causarle un gran dolor. El fiscal se detuvo y con su mano izquierda se acarici el canoso bigote,
luego revolvi los papeles que tena sobre la mesa y le pregunt: Cmo puede explicar todo eso?
Ella se qued callada.
Saba que estaba
condenada. Saba que
ira a prisin por
asesina, pero no ima-
gin que tambin
tendra que cargar con
un delito moral que ella
no haba cometido.
Ella se qued callada. Saba que estaba condenada. Saba que ira a prisin por asesina, pero no ima-
gin que tambin tendra que cargar con un delito moral que ella no haba cometido. Le doli mucho
escuchar lo que dijo el fiscal puesto que pens que sus hijos la defenderan, ya que a fin de cuentas
ella era su madre, pero saber que ellos la acusaban, era como si la hubieran arrojado a una jaula llena
de feroces leones. Nunca pens que su cambio de comportamiento sera interpretado por todos de esa
forma y le sorprendi constatar cmo las apariencias se haban convertido en un espejo que slo mos-
traba el vaho o el reflejo difuso y deforme de la verdadera realidad. Le dola mucho pensar que sus
hijos la consideraban una mujer malvada que haba engaado a su marido y que luego lo haba matado
slo para poder estar con su amante. Ellos nunca se dieron cuenta de lo que en realidad estaba suce-
diendo. Nadie se dio cuenta, porque ella, la seora Gmez, nunca se lo dijo a nadie.
Quizs si en un principio le hubiera dicho a alguien lo que le estaba pasando, las cosas no habran
desembocado en aquella espantosa tragedia, pero ella no estaba acostumbra a hablar. Por lo menos no
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de aquello que le dola o preocupaba. Record la ocasin en que siendo una nia tena un fuerte dolor
de estmago y su padre, un hombre dspota y violento, la haba escuchado quejarse. En lugar de con-
solarla o de darle algn jarabe, la sac de la cama y la meti en un gran barreo lleno de agua fra que
haba en el bao. Luego apag la luz y cerr la puerta. Ah la dej por ms de tres horas, mientras su
madre lloraba en silencio afuera y rezaba para que su marido se quedara dormido y as poder sacar a
su hija del bao. Ese hecho le ense que el silencio es el mejor aliado para quien no quiere ir a parar
dentro de un barreo lleno de agua fra. Al casarse sinti que se liberaba del yugo paterno, pero luego
se dio cuenta de que todo permaneca igual, pues cuando su esposo se enfadaba por algo, ella sola
morderse la lengua y callarse, callarse como un caracol mudo o una caja de msica que se cierra.
A veces protestaba por pequeas cosas, pero siempre tema que l se enfadara. Incluso con sus hijos
senta lo mismo. Cuando eran pequeos era capaz de mandarlos a callar y hasta de darles una nalgada,
pero cuando se convirtieron en adolescentes y el tono de su voz empez a elevarse, ella empez a dis-
minuir el suyo, para evitar conflictos y golpes de puertas. Se quedaba en silencio y hunda la cabeza
entre los hombros o se iba al patio trasero en donde se sentaba a llorar mientras se fumaba un cigarrillo
Marlboro. A veces no lloraba y tan slo se sentaba a fumar un cigarrillo tras otro, mientras su mirada
se perda en cualquier punto, como se perda ahora mismo entre la pintura agrietada de las paredes
grises de la habitacin en la que estaba siendo interrogada.
Se dio cuenta de que en esta ocasin pocas cosas importaban y
dentro de esas pocas cosas importantes estaba lo que ella senta.
Entonces abri la boca y empez a hablar, pero no con el fiscal,
sino ms bien consigo misma. Le habra gustado tener un ciga-
rrillo en ese momento, pero ante la falta de uno, se imagin que
tena un pitillo entre los dedos y que lo fumaba mientras hablaba
sola, igual a como lo haca en su patio.
El da en que mat a mi esposo yo estaba desesperada, de otro
modo no lo habra hecho. Cuando me cas con l me sent con-
tenta, pero no era una felicidad plena, ms bien era una alegra
conformista y moderada, limitada a lo que yo poda permitirme. La relacin con Julio siempre fue
buena. l era un hombre trabajador y amoroso, aunque, al igual que mi padre, tena un fuerte carcter
que a veces se manifestaba con un grito o una mirada dura que me silenciaba o me haca sentir como a
una hormiga. Siempre lo respet y debido a que yo evitaba cualquier tipo de conflicto, casi nunca dis-
cutamos. Julio siempre fue un hombre considerado y llevbamos una buena vida, pero poco a poco las
cosas empezaron a cambiar.
Se dio cuenta de que en
esta ocasin pocas cosas
importaban y dentro de
esas pocas cosas
importantes estaba lo que
ella senta. Entonces abri
la boca y empez a hablar,
pero no con el fiscal, sino
ms bien consigo misma.
La primera noche que dorm con mi esposo me di cuenta de que a veces roncaba; era un resoplido
bajo que slo apareca en raras ocasiones, pero que siempre consegua quitarme el sueo. Sin em-
bargo, esto ocurra en contadas ocasiones, as que lo dej pasar sin ms. Con el tiempo la salud de mi
marido fue mermando y el exceso de cigarrillos fue llenando sus pulmones de una flema verduzca y
vieja que adems de producirle un persistente catarro, le entaponaba las vas respiratorias, incluyendo
la nariz, lo que aumentaba sus ronquidos. En principio yo me conformaba con darle vuelta mientras
estaba dormido, ya que haba descubierto que cuando l estaba boca abajo dejaba de roncar, pero seis
meses atrs este mtodo result infructuoso y aunque lo despertara, cada vez que l retomaba el sueo,
volva a roncar como un grillo que no puede dejar de emitir su sonido. Por suerte no todas las noches
lo haca, pero las veces en las que ocurra yo me pasaba toda la noche en vela, dando vueltas por la
casa sin saber qu hacer, hasta que en la madrugada caa rendida en la cama e intentaba dormir aunque
sea una hora antes de que Julio despertara y yo tuviera que prepararle el desayuno a toda la familia.
Una maana le coment lo que estaba ocurriendo y accedi a echarse unas gotas por las fosas nasales
que supuestamente disminuiran sus bramidos. Sin embargo, este remedio no sirvi de mucho. Yo no-
taba que l intentaba dormir boca abajo y si lo zarandeaba un poco mientras estbamos en la cama, de
inmediato cambiaba de posicin, como si an entre sueos supiera lo que estaba ocurriendo. Incluso,
antes de acostarse y echarse las gotas, siempre tosa para botar cualquier flema y se limpiaba la nariz
con meticulosidad. La verdad era que estaba poniendo de su parte y yo senta que no slo me estaba
tomando en cuenta, sino que tambin estaba haciendo todo lo posible por solucionar el problema.
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Nunca le coment nada a nadie, ni siquiera a mis hijos, quienes estaban demasiado preocupados por
s mismos como para interesarse en los problemas cotidianos de su madre. Los das pasaban y el
asunto no se solucionaba. Nada impeda que mi marido roncara y me desvelara. Transcurrido un
tiempo, l se fue cansando de todos esos rituales que haca antes de acostarse y dej de echarse las
gotas y de limpiarse la nariz. Luego tambin se cans de voltearse y ya no me haca caso cuando yo lo
zarandeaba con delicadeza para que cambiara de posicin, procurando siempre no despertarlo por
completo. Mientras Julio se descuidaba y se desligaba del problema, yo me senta cada vez ms afec-
tada. Estaba durmiendo poco, las ojeras fueron creciendo y convirtindose en surcos imborrables en
mi rostro. Esas noches espantosas alteraron mi humor y me volvieron una mujer nerviosa y arisca.
Como antes contaba con la colaboracin de Julio, me senta entendida por l, quien a fin de cuentas
era el responsable de mis desvelos. Sin embargo, al notar como se desinteresaba y se iba desligando de
la situacin, secretamente comenc a pensar que yo no le importaba, que l pensaba que yo era la cul-
pable de mi propia desgracia por no ser como todas las mujeres que dorman sin quejas pese a los ron-
quidos de sus esposos. Poco a poco, dentro de m fue creciendo una flor maligna y venenosa que fue
llenndome de rencor y me haca ver a Julio como un hombre egosta que slo pensaba en su propio
descanso, en su propio sueo, y no era capaz de darse cuenta todo el sufrimiento que me estaba oca-
sionando, de la tortura a la que me estaba sometiendo sin que yo me quejara o renunciara a nada,
puesto que como siempre yo permaneca inmutable y callada, soportando estoicamente sus intensos
ronquidos que en muchas ocasiones resonaban hasta en la sala en donde haba un sof en el que sola
tumbarme algunas noches, intentando vanamente conciliar el sueo.
As me fui convirtiendo en un alma en pena, en un fantasma
viviente que deba dormir a ratos, mientras la ropa daba vuel-
tas y terminaba su ciclo en la lavadora, o antes de que los mu-
chachos llegaran de las clases e inundaran la casa con sus risas
y ruidos. Yo no hallaba descanso en rincn alguno, ni tampoco
consuelo, puesto que Julio se olvid completamente de sus
ronquidos y como yo no volv a recordrselo, creo l supuso
que el tema se haba solucionado, pero la verdad era que yo
estaba sufriendo de largas noches en vela, mientras l dorma
plcidamente en nuestra gran cama matrimonial.
Esto me provoc un insomnio crnico que no se resolva ni
siquiera con las pastillas para dormir que consegu en la far-
macia. Una noche me encontraba tan fatigada y desesperada que siguiendo un impulso me levant de
la cama, me vest rpidamente y sal de la casa rumbo a un hotel en el que alquil una habitacin y
despus de beberme un vaso de vodka para relajar mis nervios, dorm plcidamente algunas horas. Al
da siguiente llegu bien temprano a casa, para que nadie notara mi ausencia. La escapada funcion y
como Julio segua roncando sin consideracin alguna, yo volv a fugarme e irme a la misma habitacin
de hotel en donde consegua dormir despus de tomarme un vasito de vodka. Sin embargo, una ma-
ana en la que regresaba a casa despus de una de mis fugas, me encontr con mi hija mayor en la
cocina quien me mir sorprendida y se qued esperando una explicacin. Me sent tan humillada, tan
avergonzada, que no supe cmo reaccionar, as que lo nico que se me ocurri fue darle la espalda y
empezar a batir huevos para hacer el desayuno. Ella sali corriendo de la cocina y no s qu pens,
pero nunca sac a relucir el asunto. Esto hizo que yo jams volviera a salir de la casa en la noche, lo
que intensific mi tortura diaria y poco a poco me fue desquiciando.
As me fui convirtiendo en
un alma en pena, en un
fantasma viviente que deba
dormir a ratos, mientras la
ropa daba vueltas y
terminaba su ciclo en la
lavadora, o antes de que los
muchachos llegaran de las
clases e inundaran la casa
con sus risas y ruidos.
Los ronquidos en la noche eran intensos y constantes, Julio ya no se preocupaba de nada y dorma a
sus anchas mientras yo tena los ojos como dos bombillas rojas y esperaba a que amaneciera. Mi ten-
sin fue en aumento y las personas comenzaron a notarlo, me preguntaban qu me pasaba, que si esta-
ba enferma o anmica porque estaba muy plida. Yo no deca nada, no hablaba con nadie, pero dentro
de m senta mucha rabia con Julio por sus malditos ronquidos que no me dejaban dormir, rabia con
mis hijos porque siempre esperaban que yo los atendiera y no me daban respiro ni tiempo para descan-
sar, rabia con la gente que me preguntaba qu me pasaba y me miraban con lstima, como si yo fuera
un perro realengo o como si tuviera la culpa por no cuidarme lo suficiente y preocupar a mi familia.
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Nadie pensaba realmente en m y slo mostraban inters por aquello que los perjudicaba o les robara
un minuto de su preciada felicidad, de esa misma felicidad que yo slo haba podido sorber un poco,
casi como si la estuviera robando o mendigando, o como si no la mereciera. Senta un odio inmenso
hacia todo el mundo, en especial hacia mi marido porque mientras yo me desvelaba, mientras yo sufra
cada noche y era la esclava de mi familia durante el da, l se mostraba contento, se vea cndido, insu-
frible, satisfecho, lleno de su flema y de su total desinters por mis desventuras las cuales me estaban
consumiendo, me estaban matando y conduciendo irremisiblemente a la locura.
Una noche no aguant ms, estaba harta de todo. Julio no dejaba de emitir sus malditos ronquidos y
yo daba vueltas por toda la casa, furiosa por todo lo que estaba ocurriendo y deseando vengarme de mi
marido, deseando hacerlo sufrir un poco, darle a tomar un poco de su propia medicina. Me encontraba
en un estado delirante y frentico que me haca caminar por toda la casa mientras senta que un ro de
lava caliente y espesa me suba desde las tripas y se me agolpaba en la cabeza, enceguecindome por
completo. Me preguntaba porqu, porqu Julio me haca eso, porqu me castigaba de aquella manera
cruel y perversa, porqu la vida era injusta conmigo, porqu tena que vivir un sufrimiento tras otro,
uno tras otro, siempre callada, siempre sumisa, aguantando, fumando, mordindome la lengua, haln-
dome los cabellos, llorando por los rincones, amargada, vencida, pasiva, humillada por todos, en espe-
cial por aquel hombre que haba jurado amarme, cuidarme y protegerme,
y que justo en ese momento se encontraba dormido, roncando como
nunca, mientras yo me deshaca entre las esquinas de la casa, mientras
yo me haca aicos sin tan siquiera contar con alguien que recogiera mis
insignificantes pedazos. As que totalmente descompuesta fui a la co-
cina, tom el cuchillo que haba utilizado para cortar la carne de la cena,
me dirig a la habitacin, y sin darme tiempo para pensarlo le cort el
cuello a Julio. Luego tir el cuchillo sobre la cama, me sent en el suelo
y pasadas dos horas me di cuenta de lo que haba hecho. Entonces em-
pec a llorar. Eso fue lo que realmente sucedi, seor. El resto ya usted
lo sabe.
La seora Gmez
concluy su relato
entre lgrimas,
totalmente desecha.
El fiscal la miraba
tranquilo, sin
mostrar ningn tipo
de emocin.
La seora Gmez concluy su relato entre lgrimas, totalmente desecha. El fiscal la miraba tranquilo,
sin mostrar ningn tipo de emocin. Ella, que no lo haba mirado durante todo el tiempo en que estuvo
hablando, fij su vista empapada y borrosa sobre l para saber si le crea, si crea en su historia, pero
no supo qu pensar. El hombre pareca otra de las paredes muertas del cuarto. No deca ni transmita
nada.
Pasaron unos cuantos minutos en silencio, luego el fiscal recogi todos los papeles, los meti en la
carpeta y sin mirar a la mujer, levant la voz y llam al guardia. ste apareci de inmediato, entr y
esper la orden.
Lleve a esta mujer a la celda 28 y haga lo que usted ya sabe.
El guardia tom a la seora Gmez por un brazo y la levant del asiento. El fiscal se qued sentado,
sin mover un solo msculo y antes de que ellos salieran volvi a decir: Trigala de vuelta slo
cuando ella est dispuesta a confesar.
En ese momento entr otro agente. Vena con prisa y agitaba una foto que traa en la mano derecha. Se
detuvo frente al cuarto y con tono victorioso dijo: Jefe, le tengo buenas noticias: hemos encontrado al
amante.
Rosa Silverio

La autora:
Rosa Silverio naci el 30 de agosto de 1978 en la ciudad de Santiago de los Caballeros, Repblica
Dominicana. Coordin por varios aos el Taller Literario Tinta Fresca. Ha recibido premios por va-
rios de sus cuentos. Ha publicado los poemarios: De vuelta a casa (2002), Desnuda (2005) y Rosa
ntima (2008). En 2005 fue reconocida como la Vencedora Absoluta del XXI Premio Internacional
Nosside que organiza el Centro de Estudios Bosio en Reggio Calabria (Italia). Sus cuentos y poe-
mas figuran varias antologas y han sido publicados por revistas y suplementos culturales de diver-
sos pases. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. Blog: http://rosasilverio.blogspot.com
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Relato

DOS MICRORRELATOS
1
por Adolfo Marchena/Luis Amzaga
Para Poesite
MEDIA NARANJA, MEDIO LIMN
De burdeles. Mi camarero favorito cuando cierra el bar acopla su entrepierna a la moto, que enfila
hacia las dos horas de placer que se regala todas las semanas en una ciudad vecina para evitar en-
cuentros desagradables. Suele cambiar de chica para no tener que cambiar de discurso. Practica
posturas, ejercita el masaje sensitivo y gusta de abrevar en el piln de las muchachas con una en-
trega de pagador agradecido. Le pasan el Listerine antes de su bocado salivoso. Luego ellas tambin
le dan al enjuague y al barniz de la pilastra. Alguna vez se ha enamorado por la tendencia a dejarse
llevar por las terminaciones nerviosas. Pero las putas tienen muy afianzada su vocacin y le han
dado largas, carios de madrecitas y suspiros de un amor all en su tierra. Porque ellas el amor lo
tienen siempre en otro sitio. Aqu slo estn para joder. Mi camarero favorito es muy servicial y
experto en tallas, y a veces les regala lencera. Ellas le dan un achuchn y se ponen a cuatro patas.
El empuja algo cansado de que le den la espalda. Luego me lo cuenta en el bar, a ltima hora, antes
de barrer. Apuro el vino y le acompao en el sentimiento. Y t qu?, me pregunta buscando la con-
fidencia. Mi soledad es ms barata, le contesto mientras salgo a la calle con las manos en los bolsi-
llos.

UNA TAPA DE ALCANTARILLA
Todas las contraportadas de los libros dicen lo mismo. Seducen con la misma pieza de encaje. La
vida retratada de los treinta, los cuarenta, los cincuenta. Un resquicio entre dcadas abre los espacios
acotados. En ocasiones, la frase es la misma para millones de ojos. Pero no siempre sucede. La frase
es inevitablemente distinta para cada ojo. Es un huracn de metralla, una tapa de alcantarilla, un
Atacama sin dunas, una congelacin en las manos. Destreza y apocamiento
Adolfo Marchena/Luis Amzaga
Los autores:
Adolfo Marchena. Nace en Vitoria (lava) en 1967. Entre 1992 y 1995 codirigi la revista Amila-
mia y entre 1996 y 1997 funda y dirige la revista Factorum. En 1992 escribi el prlogo de Cad-
veres exquisitos y un poema de amor, de Leopoldo Mara Panero y Jos Luis Pasarn Aristi (Edicio-
nes Libertarias/Prodhufi; Madrid, 1992). Entre 1997 y 1999 dirigi los programas radiofnicos To-
cando el viento (Radio Plasencia Centro) y Peleando a la contra (SER Plasencia). En 1997 organiz
el I Encuentro Potico Cultural Amilamia. Ha publicado los poemarios Cartapacios de Lucerna (Edi-
ciones Libertarias/Prodhufi; Madrid, 1992) y Proteo: el yo posible (Ediciones El Sornabique; Sala-
manca, 1999), y textos suyos han sido incluidos en las antologas Relatario (Talleres de Creacin
Literaria Fuentetaja; Madrid, 1992), Voces del extremo (IV). Poesa y utopa (Fundacin Juan Ra-
mn Jimnez; Moguer, Huelva, 2002) y Asilo (antologa de poetas) (Ediciones Sin Retorno; Barce-
lona, 1999).
Luis Amzaga. Nacido en el ao 1965 en Vitoria (Espaa). Matiene habitualmente el blog literario
El Poeta Mirn: http://poetamiron.bitacoras.com. Ha escrito artculos, colaborado en numero-
sas revistas literarias y participado en antologas de relatos y poesas. Es autor de tres libros de
poemas: El Caos de la Impresin, publicado por la editorial madrilea Sinmar del grupo Vitruvio; A
Pesar de Todo... Adelante, publicado por la editorial canaria Baile del Sol; y Los Alrededores del
Idiota, publicado por la editorial Remolinos. Tambin ha escrito el libro Dualidad: onda/partcula,
que fue finalista del premio literario Caf Mon. Ha publicado el libro de aforismos El Gotero con la
revista Groenlandia.

1
Los dos textos pertenecen al libro La Mitad de los Cristales (Bubok, 2008)
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Relato

EL OCTAVO DA
por Jennifer Daz Ruiz
Llevaba ya muchos das aguantndome. Demasiados. Hace ocho das que llueve y ocho das que me
aguanto. Y aqu parece que nadie quiere ayudarme. Para cuando yo aguanto lo que necesito es que
me dejen en paz. Slo me faltaba tener que cargar tambin con el resto. No, eso s que no. Ocho
das. Es la primera vez que aguanto tanto. Podra haber aguantado un da ms: nueve. Seguro. Pero
no ha podido ser. Aunque tampoco me quejo porque en el fondo me ha ido bien dejar de aguan-
tarme, me pesaban ya los ojos. Me pesaba todo: la infancia, lo que ms. No me lo puedo creer, ocho
das. Sin parar. Y veo a la gente salir con el paraguas. Y a los nios saltar encima de los charcos.
Veo a Aurora mirando por la ventana con los ojos llenos de ilusin. Y al padre Julin cerrando los
ojos y escuchando atentamente el sonido de las gotas en la ventana. A todo el mundo le gusta, la
lluvia. Menos a m. Pero, an as, he sido capaz de aguantarla ocho das. Con sus ocho noches.
Hasta hoy, porque de verdad que no poda ms. Adems el pelo se me pone como un len con la
lluvia. Con la humedad. Casi no puedo atrmelo en una coleta de lo mal que se pone. Y la gente
cuando entra a la iglesia deja rastros de huellas mojadas en el suelo y con los abrigos ponen los ban-
cos de madera con pequeos charcos que parece que me calen el hbito entero. Y eso que no me
siento nunca.
Mi madre tena una enfermedad en los huesos. No sabamos el nombre porque para saberlo tenas
que pagar mucho dinero. Quiero decir que necesitabas el dinero para ir a un mdico bueno y que te
dijera exactamente lo que tena. En definitiva, eso. Mucho dinero para tener un nombre. Dinero que
no tenamos. Pero no nos haca falta para saber que era algo malo. Dola. Pero no le dola slo a mi
madre. Me dola a m tambin. A mi hermana no lo s, me parece que no, y a mi padre de alguna
manera. Pero a m me dolan los huesos y el corazn y el cuerpo entero con su alma y todo absolu-
tamente todo me dola. Me atrevo a decir que me dola ms a m que a mi madre.
Mi hermana era muy lista. Y muy guapa. Y muy apaada. Era muy todo lo bueno. Era demasiado,
mi hermana. As que, cuando cumpli la mayora de edad, le pidi a mis padres que la mandaran a
la ciudad a estudiar. Quera ser maestra. Deca que, cuando tuviera todos los estudios y pudiera de-
dicarse, vendra, volvera es mejor verbo, para ser la maestra del pueblo. La profesora Dani. Porque
mi hermana se llama Daniela pero le gusta que le llamen Dani. Como a un nio que se llame Daniel.
A lo mejor si mi hermana se hubiera quedado y mis padres no le hubieran dado todos los ahorros
para que fuera profesora ahora estaramos juntas y mi madre tendra, por lo menos, el nombre de su
enfermedad. Pero no. Se fue y dijo que volvera. Eso fue lo que dijo, pero se fue y no hemos sabido
nunca nada ms de ella. Al principio mandaba algunas cartas. Aqu las tengo, a veces las leo. Des-
pus ya no mandaba nada. A veces pienso que se ha muerto. Slo las veces que quiero perdonarle la
ausencia. Por eso a mi hermana no le dolan los huesos como a mi madre y como a m. Porque no
estaba.
Mi padre se llama Daniel pero no le gusta que le llamen Dani, porque si le llaman as estn lla-
mando tambin a su hija. Y eso no lo quiere. Ha trabajado toda la vida en el campo y pasaba poco
tiempo en casa. Tena una casa de paja all donde se iba a trabajar y alguna noche se quedaba in-
cluso a dormir. Le gustaba estar en contacto con lo suyo. Eso le decan algunos vecinos cuando lo
vean por la calle: cmo va lo tuyo. Lo suyo era su trabajo, era su casa de paja. No ramos ni mi
madre ni yo ni los dolores de huesos y de absolutamente todo. Mi padre quera mucho a mi her-
mana. La quera incluso antes de que naciera, ms que a m, por eso le puso su nombre. Cuando mi
hermana se fue a la ciudad y dej de mandar cartas, una vez mi padre quiso ir a buscarla. Pero no
pudo, porque no saba. l slo sabe de lo suyo. Intent coger el tren, pero le daba miedo. As que se
volvi a la casa de paja y durmi all muchos das. Quiz ocho aguant all con su soledad, como yo
aguanto con la lluvia.
A mi madre cuando ms le dolan los huesos era cuando llova. Eso es algo que nunca entender, pe-
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ro as ocurra. Cuando llova muchos das seguidos, como ahora, mi madre pareca que se iba a
morir. Una vez s se muri. Al principio el dolor era flojo, despus ms fuerte. Mi hermana no es-
taba. Y mi padre, cuando llova, se iba a lo suyo, porque la lluvia, al revs que a mi madre, le gus-
taba. Le gustaba porque as su campo creca y creca. Tambin creca el dolor de mi madre y el mo,
pero eso l nunca lo supo. Mi padre es que slo sabe de lo suyo.
Cuando llova y mi padre se iba al campo y mi hermana se olvidaba de todos nosotros, tambin de
los nios que la necesitaban como profesora, cuando llova y mi madre no soportaba el dolor de sus
huesos, se volva loca. Muy loca. Loca de atar. Y ojal hubiera tenido una cuerda, pero nunca la
tuve. La habra atado a la cama y as me habra ahorrado yo los dolores y su locura. Porque mi ma-
dre, cuando llova, lloraba, gritaba, maldeca y hasta me pegaba. Llenaba toda la casa de su dolor, de
su loco y enfermo dolor. A veces me pegaba como estando poseda por su mal. Y si hubiera servido
para que su dolor mitigara, bueno, pero no. Me pegaba una vez y despus otra y despus otra y
como yo no gritaba, gritaba ella por las dos. Me dolan tambin los odos.
A m me encanta el verano. Me gusta que todos vayamos con los brazos al aire y las piernas y a
veces las rodillas. Me gusta que haga calor. Que no llueva. A mi madre el verano tambin le gus-
taba. Mi padre pasaba mucho calor en la casa de paja. Mi hermana no tengo ni idea. Pero a nosotras
nos gustaba el verano porque era entonces, slo entonces, cuando podamos llevarnos bien. Enton-
ces cosamos y hablbamos y reamos juntas. Tambin cocinbamos. Mi madre muri un invierno
que llovi y llovi y llovi. Ms de ocho das, muchos ms. Se muri pero no se llev consigo su
dolor. Por eso siempre digo que mi madre me ha dejado una herencia de lluvia. Porque a m me
duelen los huesos y el corazn y el cuerpo entero con su alma y todo absolutamente todo me duele
cuando llueve.
Pero he estado ocho das aguantndome. Ocho das. Podra haber aguantado un da ms: nueve.
Hasta dos: diez. Pero ha venido Aurora con un montn de palos y los ha empezado a romper porque
quera jugar a un juego de lluvia y a m me ha recordado el ruido a cuando mi madre me daba torta-
zos en la cara y le crujan los huesos del codo y me he puesto a llorar y Aurora no entenda nada
porque slo quera jugar y yo slo necesito que deje de llover. Que deje de doler.
Jennifer Daz Ruiz
La autora:
Jennifer Daz Ruiz es estudiante de filologa hispnica. http://elshowdefusa.wordpress.com/
* * *
Relato

SOMBRAS CHINAS
por Horacio Lobos Luna
Y me mir las manos, scar Castro. Y no vi nada. Una lnea de la vida demasiado larga cuando ms, y
esa especie de brotes en que la piel de la palma parece resquebrajarse indefinidamente. Y una piel
reseca, y unos dedos largos, grumosos, demasiado nervudos y atacados por breves explosiones de
padastros. Mis manos.
Y es que aparte de los signos atvicos de una cultura pretenciosamente formalizada por la educacin e
idiotizada por la tecnologa: el callo en el borde superior del dedo medio (huella hereditaria del lpiz
presionado en horas interminables de crculos y lneas aprendiendo a escribir para seguir escribiendo
toda la vida, en el sentido ms lato de la palabra) y el de la esquina inferior de la palma izquierda o
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derecha, segn sea su cario (de tanto buscar apoyo para arrastrar el mouse en vistas al control), qu
ms? Ningn vestigio de nada que hable de la vida pasando, con su movimiento perpetuo, con su per-
petuo padecimiento de alegras y penas, a travs de ellas. Alguna vez las yemas de mi derecha brilla-
ron con otro tipo de callosidad, la de las cuerdas de la guitarra, antes, cuando an dedicaba tiempo y
esfuerzo, alguna que otra tarde, a ese pasatiempo; an puedo sentir la diferencia de textura entre esas
yemas y las de la otra mano, si las acaricio un poco, pero eso es todo: los vestigios de esa tarda afi-
cin no parecen haber persistido mucho ms que mi entusiasmo inicial. De tarde en tarde, cuando la
nostalgia me empuja y me vienen ganas (quin sabe de dnde), vuelvo a sentarme y tocar, pero la pre-
sin de las cuerdas duele un poco, como en los tiempos de aprendizaje.
Vean. Ahora son ms grandes, ms extraas. Abiertas hacia m, parecen mirarme, aqu estn las sea-
les, dicen, aqu estn. Las seales de qu? Yo no veo nada. Y me mir las manos. Claro que te las
miraste, scar, cmo no te las ibas a mirar si te sobraba tiempo? Si estaban vacas del mundo que
contemplabas y que pasaba ante tus ojos. Por eso te las mirabas. Porque eran extraas, incluso para ti.
Escriben. Es lo nico que hacen medianamente bien. Escribir. Y me miran. Distantes.
De quin sern en realidad? Ni siquiera el rastro de la pasin, o de otra piel, ni de las caricias, han
logrado grabarse en ningn rincn de ellas. Casi en la lnea de los cuarenta deberan ser la ruina de
algo o el recuerdo de una que otra noche perdida en el tiempo. Pero no. Aunque si se las mira bien, as
tal cual, casi inmaculadas de rastros vitales (esos que duelen o laceran), tal vez sean el corolario de
toda una ruina, la ruina de un vaco mudo, eso, y sea esa extraa mudez la que d cuenta de lo otro, de
lo que no fue, de lo que ya no es. Qu peor ruina que aquello que nunca logr siquiera ser algo? La
ruina absoluta. S. Si se las mira con atencin, si se detiene uno en su vacuidad de manos que no dicen
nada. Aqu estn las seales, aqu estn.
Aqu. En esta breve mancha, como una lnea en forma de hoja otoal? Una leve quemadura de hace
unas semanas, nada ms, que desaparecer sin dejar rastro. En su palidez, su fina rugosidad y rese-
quedad? Pero dnde estn las seales de las agobiantes quinientas horas semanales, Nicanor?
Dnde estn las manos que tengo que observar? Son estas? Estas? Los rastros de tiza no las enca-
necieron, demasiado breve fue su affair con ellas. Para qu hablar de las pizarras acrlicas y las man-
chas de plumones, demasiado endebles, fugaces, no dejan marcas de ningn tipo. Ni una zngara po-
dra leer nada en ellas, Nicanor, date con una piedra en el pecho bufn pretencioso, estas no califican
ni para un autorretrato. Observad estas manos. Claro. Observad.
Si olieran a algo, al menos. A algo menos mustio que su propia palidez. Decoloradas de toda sustancia
olfativa, parecieran ser un residuo permanente de s mismas y de este cuerpo, que se niega a reconocer
su propio aroma. Siempre es as, en realidad. Quin reconoce su propio olor al fin y al cabo? El olor
de un jabn, de una colonia? No. Ni siquiera ese lujo han sido capaz de darse a s mismas. Para qu?
Cuando la vida pasa sin dejar rastro, la huella del propio olor es intrascendente, as, literalmente in-
trascendente, una vacuidad impensable. Un solo aroma se ha definido en el transcurso de los aos en
ellas, poderoso, inconfundible, ntimo: el olor del propio sexo. En las noches, en la soledad de las ma-
anas o en las calurosas tardes de verano, cuando el viento hace sonar el follaje de los rboles en el
patio y la casa est casi en completo silencio, ellas han buscado ese aroma. Es el nico aroma que
parecen distinguir de este cuerpo. Enervante, tibio e insidioso, se abre paso hacia ellas que lo toman y
se hunden en l, exprimiendo su dolorosa vitalidad con dulce cautela o furiosa desesperacin para
poder decir que estuvieron all alguna vez. Y escribir que el aroma de la vida pas por ellas, que qued
en ellas para siempre.
Horacio Lobos Luna

El autor:
Horacio Lobos Luna. Profesor de Castellano y Filosofa, dedicado a la pedagoga y la escritura.
Con residencia en Vallenar, Regin de Atacama, Chile, y participacin en el Concurso literario de la
Macro Zona Norte, realizado por la Universidad Catlica del Norte, Antofagasta, Chile, obteniendo
la Tercera Mencin Honrosa, aos 1995 y 2000. Tambin la obtencin del Primer y Segundo Lugar
en el Concurso de Cuentos organizado por la X Feria del Libro de Coquimbo, Chile, ao 2001, y la
publicacin, durante el 2008 , de los libros de cuentos Caja Negra y El suave vaivn de los lamos,
adems de la novela Marea Roja, a travs de la pgina de autopublicacin Lulu.com.
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Relato

MALO
por Paul Medrano
0
Malo-como-carne-de-cuche se enfund su pistola entre el cincho y el pantaln, mir la hora y sali
de su cuarto. Los das de matar le saban como el aceite quemado. No es que le desagradara del todo
esa labor, pero como sucede con el alcohol o los dulces, que despus de mucho hastan, comenzaba
a fastidiarse del trabajo de pistolero a sueldo. Adems, la vida no le haba enseado otro oficio ms
que la matadera. Asesinar es como cuando vas a coger, le haba contado a un principiante. Te pones
nervioso, no de miedo, sino de la expectacin que provoca el hecho de que le cortars la respiracin
a un cabrn. Matar slo es un placer ms de los tantos que hay.
Con seis meses de antelacin, haba estudiado cada movimiento de Vctima. Da tras da, horas tras
hora. Por eso saba que los lunes por la maana Vctima iba a correr a un parque por el centro de la
ciudad. Vaya manera de perder el tiempo, pens Carne-como-de-cuche-malo, al analizar que nunca
en su vida usara un short tan corto. Est muy aputarrado, concluy la primera vez que vio a Vc-
tima. Adems, correr no le pareca una actividad digna. Slo los cobardes corren, deca.
Tambin saba que cada viernes Vctima se reuna con su amante, Esther. Una jovencita de aparien-
cia eminentemente violable. Pinche Vctima, qu buena vieja te traes, sola cavilar Como-cuche-
carne-de-malo cuando miraba a la mujer. Vctima pasaba por ella a una oficina de gobierno y enfi-
laban a algn motel. Malo-como-cuche-de-carne sola rentar la habitacin contigua para masturbarse
mientras, previa oreja pegada a la pared, escuchaba los jadeos entrecortados de Esther. Le pareca
un desperdicio que slo cogieran una vez a la semana, pero era evidente que ese celibato semanal
slo se circunscriba a Vctima, pues estaba a punto de entrar
a la senectud. La amante, en cambio, tena toda la leche
adentro. Expela sensualidad, ola a sexo. Era de esas muje-
res que incitaban a la imaginacin. Un viernes esper en la
puerta de la oficina de Esther, slo para captar su olor. Lle-
gada la hora, lleg Vctima y detuvo su camioneta. A los po-
cos minutos sali Esther, con su halo de belleza soberbia y
brutal. A Como-malo-carne-de-cuche ni lo fum, pero ste
guard dentro de su mente ese fugaz encuentro, esa cercana
con su rostro, con sus caderas, con su trasero. Con la memo-
ria, invocara esas imgenes para masturbarse una y otra vez.
Le pareca un desperdicio
que slo cogieran una vez a
la semana, pero era eviden-
te que ese celibato semanal
slo se circunscriba a Vc-
tima, pues estaba a punto
de entrar a la senectud. La
amante, en cambio, tena
toda la leche adentro.
No la chingues pinche Azpeitia. Quin pendejos te va a comprar esa historia. Est muy chafa.
Cmo que cambiarle de nombre al matn en cada parpadeo. Vas a confundir a todos. No, no y no.
Me parece un recurso muy chafa y adems, al pistolero lo siento muy choteado. A ver, qu pinche
msica le voy a poner cuando entre en escena. Me pregunt el productor.
Callamos un rato. Saqu la cajetilla guardada en la bolsa de la camisa. Encend mi cigarro y retuve
el humo por un momento. Luego expuls una briosa humareda que se extendi por esa lujosa cafete-
ra. Era el ltimo productor que me quedaba por ver. Mir el cigarrillo, oxidndose poco a poco por
las mordidas del fuego. As estaba mi vida en ese instante. Saba que con esta historia me jugaba el
pellejo. Si no venda ese guin para el viernes, amanecera encobijado el sbado. Respir hondo y
ataqu de nuevo.
Mire, yo creo que Malo-como-carne-de-cuche puede volverse un personaje de culto. Como Ichi.
Como Harry el sucio. Como el Mariachi (el primerito, claro) o el Chigurh. Neta. Slo deje contarle
el nudo de la historia. Adems, mire, con una buena rola como Rock bottom, de Ufo, o Built for
comfort, de Juicy Lucy, y en verdad que la armamos grave. Lo volvemos dolo. Lo vestimos de gan-
dalla elegante. Lo pintamos como un tipo bragado. Anmese.
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Vete mucho a la fregada, Azpeitia. Por quin me tomas. Este personaje no le llega ni a Mario Al-
mada. No es original. Y si lo que pretendes es hacer un Romeo Dolorosa en versin Walt Disney,
pos ya nos jodimos. No Azpeitia, no me convences.
Bueno y qu quiere. Que lo trepe a un Ferrari? que en realidad sea un robot? gay? o alien-
gena?
Fjate que no estara mal eso de aliengena. Imagina: los marcianos envan a distintos puntos del
planeta a sus mejores guerreros para acabar poco a poco con la humanidad. Y cmo lo van a hacer,
pos con aliens disfrazados de matones.
No mame, pens, ahora s se la arranc. Pero no dije nada. Me aguant. Deba juntar esos verdes
para pagarle al Malo, al verdadero Malo-como-carne-de-cuche, al autntico, al capo de la droga en
mi ciudad.
Pese a las advertencias, termin como distribuidor autorizado de los productos del Malo. Porque
esto de ser guionista slo deja muchos aplausos, pero poca plata. Y como las ovaciones no pagan mi
renta, mi me dan de comer, opt por venderle su mercanca. Cinco mil dlares no se juntan tan f-
cilmente, por eso me urga vender esa historia a clientes que habitualmente me compraban guiones.
He de confesar que no era cualquier historia, sino en la que haba trabajado durante ocho aos. Para
escribirla, haba puesto ms paciencia que a ninguna otra, con la ilusin de que en un futuro no muy
lejano, yo fuera el director. Lo jodido es que me encontraba en graves aprietos y a nadie, absoluta-
mente a nadie le haba interesado mi obra maestra. Pos claro, pensaba, qu van a saber de un buen
guin estos pinches burcratas de la pantalla; ellos lo que quieren son historias simples para contar-
las a un pblico simple. Me tranquilic. Orden un poco mis ideas y habl:
Y en lugar de balas, los aliengenas utilizan un rayo fulminante con sonido de pelcula de Ed
Wood, y de paso lo homenajeamos. Es ms, los hroes
podran ser luchadores de ahora: Mstico, Perro Aguayo
Jr. y Ciberntico, eso nos traer pblico, adems de que
nos dar proyeccin internacional. Qu dice firmamos?
Pese a las advertencias,
termin como distribuidor
autorizado de los productos del
Malo. Porque esto de ser
guionista slo deja muchos
aplausos, pero poca plata. Y
como las ovaciones no pagan mi
renta, mi me dan de comer, opt
por venderle su mercanca.
Espera. No hay prisa. Lo podemos cocinar poco a poco
y firmar el otro ao.
El otro ao?
Ni modo que maana.
Es que yo
Es que nada. Anda. Ve a tu casa, reljate y trabaja en ese guin. Cada mes me vas dando un
avance. Cuando lo tengas completo, vienes y si me gusta, firmamos. Por ahora retrate que tengo
asuntos por atender.
Solt un suspiro, como si fuera de los ltimos. Conoca bien a los productores. Saba que una vez
que deciden algo, no hay nada en este planeta que los haga cambiar de parecer. Nada. Ni siquiera
Malo-como-carne-de-cuche. Le di la ltima calada al cigarro. Sin sacar el humo, lo salud y enfil
hacia la salida. Luego expuls la humareda.
Me puse a pensar en cmo diablos conseguira ese dinero. Y tambin pens cmo chingados no
pude darme cuenta de que la puta de Esther me iba a dejar y en su huida se llevara la mercanca de
todo un mes. Estpido, pendejo, imbcil, idiota. Todo eso, junto, mil veces y al cuadrado. Ni si-
quiera poda ir en busca de la zorra de mi mujer porque la gente del Malo me ubicara, ante la sos-
pecha de una huida. Nunca me creeran que adems de mandarme al carajo, Esther haba huido con
la coca. Con toda seguridad me acusaran de ladrn y no vivira ni quera vivir para contar (que
adems no lo iba a contar) lo que me haran.
Estaba maneado hacia atrs, con nudo ciego, y de pies y manos. No tena alternativa. Iba a tener que
asaltar un negocio. Yo tena una pistola, un revlver Magnum .44, precioso. Autoregalo de una tem-
porada en la que vend cuatro guiones en un mes. El problema es que no tena tiros y conseguir par-
que en esta ciudad era complicado. Por el calibre, por el precio y porque no es negocio vender balas
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al menudeo. Ni modo. Me la tendra que jugar as. De a mentiritas.

00
Despierto, mas no abro los ojos. Doy un repaso por mi cuerpo. La cefalea an es fuerte y el est-
mago amaga con una rebelin gstrica. Debera dormir otro rato, slo un poco ms. Para esperar que
hgado y pncreas hagan lo suyo. Pero el reloj dice lo contrario. Si quiero llegar al prximo domingo
tendr que levantarme. Seguramente Malo-como-carne-de-cuche vendr a verme por la noche. Me
pondr fecha para pagarle su dinero y eso es justo lo que no quiero: que me tenga agarrado de los
tanates. O pago, o vivo. As de simple. Generalmente las cosas importantes son simples. Por eso s
que estoy en una situacin importante. Al abandonar la cama parece que lo hago en cmara lenta.
An no me repongo del todo. El organismo no desecha alcohol as como as. Sobre todo si la ma-
quinaria interna est muy traqueteada, como la ma.
Ayer, tras el encuentro con el productor cinematogrfico la muina me sofoc. Slo un trago, para
apaciguarme, pens al pasar por la cantina de costumbre. Pero esa copa se convirti en guarapeta, en
un afn intil de olvidar mi desgracia. Sin embargo, el alcohol no borra nada, al contrario, remarca
las penas. No supe ni cmo llegu a la casa. Amanec mal, por la cruda y por la deuda. Recordar al
Malo avivaba el dolor de cabeza.
Tomo dos aspirinas y disuelvo en un vaso de agua un analgsico
efervescente. Por el momento servirn de algo, mas yo s que el
remedio es esnifar una lnea, slo una, para despertar de una vez por
todas mis cinco sentidos.
Pero Esther me haba dejado sin cocana y con una deuda que
seguramente me costar la vida. Le doy lumbre a un cigarro. La idea
del asalto se vuelve inevitable. Voy a la cocina. Abro el refrigera-
dor. Saco el bote de leche y le doy un sorbo. Siento la lactosa enfriar
la incandescencia del tubo digestivo an maltrecho por la resaca.
Alcohol y tabaco es como echar clavos, tachuelas y alambre de pas al estmago. Eructo. Bebo
otros dos tragos de leche y me dirijo al bao. Le doy una calada al cigarro y lo esparzo hacia el
techo. Enciendo la pequea grabadora e intento animarme con algo. Black Dice est bien. Si en este
pas supieran de cine, hace tiempo que Black Dice estara en tres bandas sonoras. Pero qu van a
saber de cine en este jodido pas.
Pero Esther me haba
dejado sin cocana y
con una deuda que
seguramente me
costar la vida. Le doy
lumbre a un cigarro.
La idea del asalto se
vuelve inevitable.
Mientras orino, repaso mentalmente los negocios que considero apropiados para mi asalto. La far-
macia donde me surto de analgsicos no est del todo mal. Carece de cmaras de vigilancia y de
policas merodeando. El homosexual que atiende y la gorda de la caja parecen fcilmente impresio-
nables para una mgnum sin balas. Me decidira por esa opcin si no fuera porque s de buena
fuente que el homosexual es karateca. Plan descartado. Yo no s nada de defensa personal. Si tu-
viera tiempo, escribira un guin de un karateca homosexual. Sera un hitazo. Aunque pensndolo
bien, qu van a saber de cine de karate en estas tierras baldas. Adems, el horno no est para man-
tecadas. Me sacudo el pito. Voy a la cocina por otro buche de leche. Doy una calada ms al cigarro.
Otra alternativa es la pequea casa de cambio que est en la contraesquina de la cantina donde me
refugi ayer. No es muy grande y hay mucho movimiento por las remesas que envan desde Estados
Unidos. El inconveniente es que los gruesos vidrios de la ventanilla disminuyen la posibilidad de
que mi arma intimide a la empleada. Bastar con ignorarme, a sabiendas de que ni con una bomba
si la tuviera podra romper el cristal que separa al cliente de la cajera. No s cmo la gente no
cuestiona la falsedad de los asaltos en las pelculas. Delinquir no es comer chilaquiles. Pero qu va a
cuestionar la gente si el nico referente son las telenovelas y los Almada. La casa de cambio tam-
poco es opcin. Machaco el cigarro en el cenicero.
Desfilan por mi mente un camin de la empresa transportadora de valores. Una sucursal de empeo
y hasta el curato de la catedral ms cercana. Descarto las tres. La primera implicara enfrentarme a
hombres armados con municiones suficientes como para irse a la guerra. Si sacas una pistola es por-
que est cargada y la vas a usar, si no, djala guardada. He ah la regla bsica para cualquiera que
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tenga un arma. Para la segunda alternativa necesitara de compinches: para desactivar los dispositi-
vos de seguridad; para someter los guardias; para lidiar con clientela proclive a una crisis de nervios
y para huir con rumbo desconocido. El inconveniente es que tendra que repartir el botn. Divi-
dido no servira de mucho y seguramente, Carne-como-cuche-de-malo no me aceptara abonos.
Adems, en ltima instancia, no tengo idea de quines podran ser mis cmplices. Lo de la iglesia
noms no termina de animarme. No me gustara deberle nada a Dios, porque Dios siempre cobra de
ms.
Me pongo los zapatos. En la vaina cinematogrfica, el plan de un buen robo es trado por alguna
musa. Llegan al protagonista como una revelacin. Pero en la vida real son tan escasos como los
tigres blancos. Si me hubieran aceptado mi obra maestra no estara pasando por esto. Quin iba a
decir que yo, Miguel Azpeitia, la joven promesa del guionismo mexicano, el novel valor de la na-
rrativa visual, ahora es presa de un narquillo. Porque Carne-como-cuche-de-malo slo es menos
mal capo en esta ciudad. l slo manda aqu. Pero yo vivo justo aqu y ya me jod. O le pago o me
quiebra. Me visto. Me fajo la pistola entre el cincho y el pantaln y salgo. Algo se me ha de ocurrir.
Algo. Enciendo un cigarro. Le doy un jaln largo, largo y luego saco el humo.

000
Las armas no hacen al asesino. Menos si el arma est descar-
gada. Si no me creen mrenme ahora. Aqu, frente a ustedes,
contndoles una historia que nunca pens contar. Escribiendo
para vivir. Realmente para vivir, no pendejadas. Quin iba a
decir que todo mi potencial creativo iba a quedar embarrado en
esta historia de balas, traiciones y dems clichs narrativos que
jams pens usar. Pero cuando te cambia la suerte, se con-
vierte en tu enemiga. Por eso no pude asaltar a nadie. Todo lo
contrario, el asaltado fui yo despus de comprar unos cigarros.
Pinches vndalos, me dejaron sin pistola descargada, pero al
fin pistola, sin dinero y sin cigarros. Y un hombre jams anda por la calle sin dinero y sin cigarros.
Por eso, orinndome de miedo, tuve que pedirle clemencia a Malo-como-carne-de-cuche. De
rodillas implor compasin, mientras en mis adentros me jur que si la libraba, jams me metera
una lnea ms. Nunca, nunca. Ni fumada, ni inhalada y menos inyectada. En un intento desesperado
por vivir me ofrec a escribir un guin en el cual Malo sera uno de los protagonistas. El hroe de la
pelcula, como si no hubiera bastantes. Sonri y se qued pensando un momento. Sent que me
condenara en ese instante. Y que me sometera a algn suplicio a los que, dicen, es aficionado.
Voy a atender un asunto. No tardar ms de una hora. Al regresar quiero ver un avance,
sentenci. Y aqu me tienen. Sentado frente a este monitor. Huir? Ni pensarlo. Malo enviara a sus
pistoleros a buscarme debajo de cada piedra. Por eso debo acabar de escribir esta especie de corrido
visual. Si Malo fuera ms culto y menos impulsivo, le escriba un guin para desbancar a El
Padrino. Pero qu va a saber el pinche Malo del buen cine. Y adems, qu voy a saber yo de narcos.
Nada. Estoy condenado. Un cigarrillo no me vendra mal. Total, puede ser el ltimo. Lo enciendo.
Empieza esa antigua danza entre el fuego y la muerte. Aspiro la primera calada. La aguanto un
instante largo, largo, largo. Despus saco una bocanada de humo que se esparce por el techo.
En la vaina cinemato-
grfica, el plan de un
buen robo es trado por
alguna musa. Llegan al
protagonista como una
revelacin. Pero en la
vida real son tan escasos
como los tigres blancos.
Paul Medrano

El autor:
Paul Medrano. Naci en algn lugar de Tamaulipas (no pierda su tiempo en saber dnde porque
nadie lo conoce) pero ha tramitado sin xito la nacionalidad guerrerense. Es alrgico a los
polticos de cualquier partido, sufre de incontinencia sexual, no habla ingls, no tiene televisin,
es ateo y pa'cabarla, americanista recalcitrante. Licenciado en AA, tiene una maestra en albures
rusos y un doctorado en cambiar neumticos. Es aficionado a las bebidas negras (coca, caf o
cerveza oscura) y al humor del mismo color. Suele colaborar en algunos peridicos y revistas
cuando no se pone a lavar la ropa. No es pues, un escritor rescatable, pensador lcido, ni
ejemplo a seguir para triunfar en la vida. Lalo bajo su propio riesgo.
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Relato

LOS DAS DE AYER
por Mara Aixa Sanz
Ella est sentada en una esquina del saln, la han dejado all junto a la ventana para que mire al ex-
terior. Est sentada en una esquina del saln, sola, como un mueble obsoleto o un estorbo. Cundo
se rompi su vida? Cundo se rompi su memoria? Nadie la escucha puesto que para todos sus
frases no son coherentes, ella solo habla de los das de ayer. Todava conserva en su rostro la mirada
dulce de la nia que fue, la piel de la cara se mantiene tersa, pura, suave. En cambio, la piel de sus
manos y de sus brazos se han convertido en algo tan frgil como un papiro guardado en la Biblioteca
de Alejandra. Dicen que no habla, pero no es cierto, dicen que habla sola o que le habla al aire y no
es cierto: ella le habla algn ser de su pasado alojado en su memoria, esa que ha olvidado el presente
y se ha refugiado en los das de ayer. Ella est ms a gusto, agazapada en la realidad que no parti,
en esa realidad que se qued inmaculada y detenida entre su infancia y su ltima juventud madura.
Ella habla de cmo corra por las calles de polvo, de cmo beba del agua fresca que discurra por el
arroyo del bosque, ella habla de lobos y de prncipes pastores, de almas muertas y de nios con la
rodillas destrozadas, de hambre, de leche en polvo, de escasas onzas de chocolate, de lazos en el
cabello, de muecas de cartn, de veranos de trasiego... Dicen que no habla y no es cierto, su memo-
ria ha escogido su tiempo porque tal vez no le gustaba lo que estaban viendo sus ojos o tal vez por-
que para que siga existiendo el mundo, algunos seres deben dejar de recordar los das de hoy, para
dejar espacio a los recuerdos jvenes. Quizs el Universo slo tenga una capacidad limitada de
memoria, y sea ley de vida o indispensable que haya gente como ella que olvide, quizs en el Uni-
verso se inventaron los libros donde se escriben y se cuentan historias con ese mismo fin: el de dejar
memoria libre para que el resto pueda seguir con sus vidas y pensar que el Alzheimer es una enfer-
medad caprichosa. Pero ella sigue siendo la mujer de siempre: suave, ligera como el algodn, ella no
es un estorbo, ella es una mujer a la que a veces se le enciende una luz en su cabecita y reconoce un
rostro, recuerda un nombre o formula un pregunta sincera y coherente. Ella es la misma mujer de
siempre, que quizs solo le est haciendo un favor al Universo. Quin sabe?
Mara Aixa Sanz
La autora:
Mara Aixa Sanz (Espaa, 1973). Escritora valenciana. Tiene publicadas las novelas El pasado es un
regalo (2000), La escena (2001), Antes del ltimo suspiro (2006) y Fragmentos de Carlota G.
(2008). En mayo del 2008 publica el ensayo El peligro de releer, recopilatorio de los artculos litera-
rios, con los que colabora en diversas revistas de Espaa y Latinoamrica. Ganadora de varios pre-
mios de narrativa breve, relato y cuento en distintos idiomas. http:/ / mariaaixasanz.blogspot.com
* * *
Relato

FILM
por Luis Emel Topogenario
An no s presentarme contra las adversidades. Debo hablar. S hablar. S que debo hablar. Si puedo
hablar, entonces s que debo hacerlo. Si debo hablar, entonces s que quiero hacerlo. Estoy obligado.
Me permito. Debo iniciarme. Las adversidades me han encontrado, y yo qu he hecho? Qu he
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hecho? Reptar por las calles. Lancetear con mi rabo y mis cejas las palabras perversas que se me
aventaron. Guardando silencio, s, callando, y demasiado, como si yo tuviese ya derecho a callar.
Como si yo fuese ya un ser luminoso por el que todos, tomndose sus turnos, ya han hablado. El de-
recho a callar hay que ganrselo. Est bien, entrar en detalles, s. Entrar en los detalles. Recuerdo
varias veces haberme encontrado en el semforo electrnico equivocado y haber detenido al transe-
nte correcto sobre la acera ortogonal, y haberle interrogado con estas palabras: Oiga, usted, perfecto
imbcil ignorante, por qu me ha estado siguiendo? Y como respuesta se me golpe con un bate en
mis dos cejas. Mi rabo se cort con un alicate hasta hacrseme sangrar. Otros rabos idnticos han
vuelto a salirme en sitios distintos del cuerpo. Abr mi intento de boca para decir algo y el resultado
se catapult de mi cuerpo con tanta violencia, y a tanta velocidad, que mis palabras parecan haber
sido conseguidas a contra natura. Creo que dije Oye, djame hablar y no me pegues ms, no dije Ca-
brn. S que no lo dije, y la ciudad lo sabe. Luego de la golpiza, el transente se ha alejado, y a tanta
velocidad, por la misma calle de donde yo haba emergido. Los dos estbamos muy alarmados. Yo,
por los batazos y la amputacin, y ella, por el esfuerzo fsico de habrmelos propinado. A m me
dolan mis cejas. Aunque el ambiente de la calle estaba un poco chillante por el sol, y el dibujo de las
avenidas a la distancia era borroso, la vi con nitidez cmo blanda su bate en el aire, como practi-
cando que todava continuaba golpendome, aunque sus movimientos no generaban sombra. Creo
que an contina alejndose. All fue que pens: Mis palabras perversas me profanaron, s, fue as
que me sali. S que es lo que pens, estoy seguro, s, y la ciudad lo sabe, aunque lo nieguen sus
habitantes. Mis palabras me avergenzan. S, cuntas veces he llegado a la misma conclusin?
Cuntas veces he retirado de mi cabeza este pensamiento para volver a encontrrmelo, entre ceja y
ceja, como dolor, como sangrado, como jaqueca, lcera de aspirina, como golpe despertador?, s,
cuntas veces? Me dije Este semforo electrnico ha sido el equivocado, debo de caminar un poco
ms en busca de otro. Y a m me gusta caminar. Me encanta. Todo en derredor me celebra. Si doy un
paso, las calles tiemblan emocionadas. Si resto un paso de mis zapatos, si debito una hazaa de mis
haberes, los ojos del pueblo se azoran, se paralizan y se calcifican de conturbacin e incertidumbre.
Yo soy la respuesta a toda incertidumbre. A todo ojo vigilador. Si mi paso cae sobre la huella de otro,
este otro se desintegra. Por eso, todos aquellos que sientan que me les estoy acercando, deben alar-
marse. Si salto, las calles no aplauden. Si saltare hacia donde se han lanzado todos los otros anterio-
res, caera en el abismo que sus propios saltos me tienen preparado. Si me rindo de rodillas sobre la
hierba, o si mis pezuas pisotean la grama, cauterizndola, all no volvern a crecer los hunos. Lo que
no me toque no florecer, solamente se convertir en oro, algunas veces en graffiti. Si alguien se yer-
gue sobre mis hombros, lo morder el horizonte y lo estacar el subsuelo. Quien me palpe recoger
un mun. Y hablar de eso. As de ancho soy. An no s reconocer la importancia de mi maletn, s,
quiz deb haber empezado por all, s. Estoy de acuerdo conmigo. He comenzado mal. He comen-
zado por las adversidades, por el principio. He llegado a otro semforo, y me he cruzado con otro
transente equivocado, y le he dicho No porque me hayas castigado, y le mostr mis dos cejas re-
ventadas, Te dejar arrebatarme mi maletn, y he blandido mi maletn en el aire para mostrrselo. He
caminado por todos los caminos con gran entusiasmo y fervor y excitacin, como quien busca la sed
antes de encontrar el agua. En mi maletn me han metido todo lo imprescindible. Reconozco que,
cuando fui asaltado con los batazos, no supe atinar a interponer los brazos y defenderme. S, lo
acepto: no me gusta defenderme. Soy culpable de mis gustos. Pero soy inocente de los medios para
satisfacerlos. Y entonces quin tomar mi culpa para redondearme? Y hacerme perfecto, imperfecti-
ble. Quin lanzar mi cadver bajo los automviles? Quin se comer a mis hijos, si es que an soy
capaz de salir de m? Sin hijos, cmo es que pude extenderme en toda la tierra? Qu rgano vaco
en mi cuerpo, lleno de cruces y cicatrices, se me infartar antes de poder decirlo todo? Qu mem-
brana estomacal se cerrar y me torcer de hambre, y yo sin poder bajarme de mi crucifixin? Si te
cruzas conmigo, pulsars en tus ropas tu botn de pnico e iluminars la ciudad con el miedo, el
deseo, que nos tenemos? Quin acelerar su automvil al verme caminando, campeonamente, con
mi maletn en mi mano, por su zebra? Quin me alargar toda la noche para no despertar? Quin
publicar mis secretos ms ntimos en su graffiti? Quin demoler mi casa para construir mi plaza y
enrejarla, de principio a fin, con sus poemas? Aqu. Ac. All. All. Todo suena familiar. Alguien
ms es el que ocupa mi sitio. Cmo puedo ser culpable y para qu? Para qu voy a serlo? De qu
culpa, de qu enemigo, soy dueo? No soy yo. Repito: no soy yo. Alguien ms debe ocuparse de m.
Alguien ms debe apostarse en un semforo y aguardar por m. Se me reconocer por mi maletn de
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cuero, colgado de mi mano hbil, y por mis ropas oscuras, ennegrecidas como el azul profundo, y
porque por lo general produzco sombra, azulada como la nigritud del mar. Este alguien debe to-
marme y luego debe abandonarme. Es as como me embellezco. El transente ha dicho Defindete,
cobarde!, mientras blanda su bate en mi cara para asestarme los golpes. Y yo qu he hecho? Yo
qu poda hacer? Nada. Slo consegu decir Pero y cmo quieres que meta las manos y me defienda
si me golpeas tan rpido, perfecto imbcil ignorante!, e hice mi pausa habitual, y continu con Tie-
nes que ser ms despacio! Por ltimo creo que aad Por qu no te alejas, como el otro transente, y
te pierdes en la oscuridad, as te dejas de molestarme? Pero no funcion. No ha funcionado. Conti-
nuaba pegndome, como si le gustase. Comprend, entonces, que si poda huir, deba hacerlo, y que si
deba huir, quera hacerlo. As que luego he caminado, a tanta velocidad, hacia otro semforo, inten-
tando alejarme de l para poder escapar. Mi maletn en todo me ha acompaado. Nunca se me ha
soltado de mis dedos izquierdos. Yo ya estaba algo cansado, as que me detuve para poder descansar
y para poder reflexionar y hablarme. Mis palabras se desenvainaron cuando me sent en una cuneta
gris y contempl que estaba solo, s, Qu espectculo!, dije. Repito: Qu espectculo!, dije. Habl
hacia nadie y me gust, s. Soy culpable de mis gustos. Soy inocente de m. Yo estaba solo entre dos
cunetas de cemento, equidistante de dos semforos electrnicos, de dos golpizas distintas, azotadas
sobre el mismo padre pero por distinto hijo, s. Como la ciudad estaba miope, haba semforos elec-
trnicos por todas partes. Todos podan vigilarse entre s. Reflexion. Me gusta reflexionar para sen-
tarme. Habl como si yo fuese el estuche viejo que contiene el secreto que otro olvid murindose.
Nadie me oy ni me observ hablar, as que mi estuche an no est liberado. A cierta distancia, los
kilmetros palidecan entre la tierra seca. La cal que me embellecera se filtraba por las ranuras im-
perfectas de mi maletn. Los semforos me repasaban, una y otra vez, en sus filmaciones monocro-
mas hasta aburrirse. Creo que incluso hasta alguna fotografa congelada de m fue enviada hasta mi
casa, junto con una multa en un sobre sin membretes. El ojo vigilador, incapaz de cerrarse, no sabe
estar satisfecho. No te aburres de ver siempre lo mismo? Pero permanec sentado en la cuneta sin
responderme. Cmo es que puedo estar aqu sentado, tan tranquilamente, sin hacer nada, cuando
todas mis amricas me necesitan? Si la palma de la mano se abre en son de tregua, quin acudir
velozmente a cerrarla en puo? Si el ojo vigilador se duerme, quin se atrever a abrir la boca y
cerrar la glotis y despertarlo con las detonaciones resultantes? Si alguien decide callar y escuchar,
quin se escabullir hasta su costado y le puyar para invitarlo a que grite sobre las mesas de nego-
ciaciones? Cmo es que me he permitido estar aqu sentado, tan campeonamente, sin hacer nada,
cuando todas mis amricas me han clamado entre sus gritos? Y yo qu hago? Caminar y responder
con mis hemorragias, comentar cada golpe de bate que hundi mi crneo? No puede ser. Debo sen-
tarme y descansar para poder pensar. Se acerc otro hombre, cargando su bolsa negra, sus manos y
sus brazos estaban sucios y tambin parecan de plstico. Yo no lo haba percibido a la distancia, por
eso me asombr tanto al percatarme de que uno de sos, con una bolsa negra colgada de una mano, se
acercaba tan rpido y con la cara tan preocupada y la facies txica de nerviosismo. Estaba muy ner-
vioso, lo pude identificar casi al instante. Se acerc muy rpido. Mova las piernas, un poco estrbi-
cas, con viciosa agilidad, aunque no corra. Qu te preocupa as, tan txicamente? Qu llevas en
esa bolsa negra? se es tu botn?, y Por qu te mueves con tanto apuro, como escapando de algo?,
sas son algunas de las preguntas que fcilmente hubiese verbalizado, si tan slo cupiese en m el
valor de decir lo que debo. Reconozco cuando algo es importante si al enfrentarlo carezco del valor
para decirlo. Entonces callo. Todo lo otro, todo lo que me resta, es simplemente hbito de hablar. Si
se le otorgase la facultad, mi maletn me comprendera. El hombre cruz mi ubicacin en la cuneta.
La bolsa negra, gorda de contenido, no se le abri ni se le cay. No se poda adivinar lo que alber-
gaba. Si tan slo me hubiese hecho de mi pual para rasgrsela y averiguar qu cargaba, o para ame-
nazarlo e intimarlo a que me la entregase. No pas nada. El hombre cruz por enfrente de mi cuneta y
de m. No volte a observar mi maletn, o a m, en ltima instancia. Se alej. No dijo nada. Ya sera
l tambin un cobarde? No hizo nada inusual, slo se alej nervioso. Quiz yo era su transente co-
rrecto en la cuneta equivocada. Pero qu debo esperar? Un momento. Qu debo aguardar? Y si se
devuelve y me interroga y me confronta, mostrndome en mi cara su bolsa negra, cmo podr gol-
pearlo y asaltarlo si todava no cargo ningn bate? Yo no lo he estado siguiendo, no como el otro a
m, s. No me gusta seguir a los transentes, s. Mi maletn es muy valioso. Mis palabras me han re-
pasado sin encontrar nada del otro mundo. Me reconozco en las mismas cosas, eso es bueno y pla-
centero. Me relleno con poco, algo de la misma carroa, eso es placentero. Con la misma cara, ves-
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tida de uniforme y llaves gruesas, que pongo para amenazar al transente correcto, extraerle informa-
cin verdadera y publicarla en sus propias narices, estampndola en mis graffitis, as tambin con
otra cara idntica recibo los batazos en mis cejas y la amputacin de mi rabo con alicate, y esto es
bueno. Esto es muy bueno y me gusta. Me facilito las cosas al sentarme aqu. Es mucho ms fcil
vivir conociendo de antemano las palabras que me eligen y cules son las que me renuncian. As es.
La eleccin y la renuncia as son, lo atestigua mi cuerpo, hermoso entre cuerpos. Lo que no conozco
slo debe ser sepultado. As como otros me han sepultado slo porque no lograron conocerme, claro,
es muy fcil blandir un bate en una ciudad. Slo hay que conseguirlo. Pero y los graffitis? Un bate
se rompe contra un muro, un graffiti arranca de las manos un bate, cierra la vlvula bucal, abre la
glotis, e igual detona. As es como he llegado aqu, escapando de las calles para refugiarme en mi
cuneta: las cejas reventadas por los batazos y el rabo cercenado por cada alicate. Y quin me esco-
gi? Quin me cancel de sus ojos slo porque se senta incmodo? El que me renunci hizo que
otro me escogiese. Quien me escogi me arrebat de otro, sin preguntrselo. Debo proteger mi male-
tn. ste es mi objeto, mi momento, ms preciado. Estoy de acuerdo conmigo? Ests de acuerdo
contigo? Ests, t, ey, t, ests de acuerdo conmigo? O todava te faltan pruebas elementales? Yo
estoy de acuerdo conmigo. Mete tus dedos en los hoyos de mis cejas. Palpa el mun de mi rabo para
ver si ya se hizo costra. Toma tu alicate y breme. Pero cree. Cree, como si t fueses mi cuerpo, her-
moso entre tantas decepciones. Debo encontrar una pared lo suficientemente ancha como para poder
refrendar todo esto. As es. La eleccin y la renuncia as son, sin necesidad de testigos. Las palabras
que me eligieron me sobrevivirn. Las que me renunciaron sobrevivirn a las que me eligieron. Mi
maletn, si se le otorgase la facultad, me comprendera. Esto slo ya lo hace ms valioso que yo, infi-
ntuples veces, as de ancho soy. La cal que me embellecer se filtra por las ranuras imperfectibles de
mi maletn. No importa. Sobrar suficiente polvo como para contenerme todo. An debo permane-
cer sentado en la cuneta, lejos del semforo electrnico? A m me gusta caminar. Me gusta, y mucho.
Quiero levantarme y acercarme al semforo para ver quin pasa. Quin pasa? Quin se queda?
Quin sigue de largo? Quin se detiene ahora y me enfrenta en ste para poder darse el lujo de es-
quivarme en el prximo? Quin no me aguantar y se ir? Quin se quedar y tendr el estmago
de permanecer hasta el fin? S, lo siento, todo ha sido una cuestin de estmagos. Muchos cambiaron
de trayectoria y caminaron por calles sin detenciones, sin semforos, sin ojos vigiladores. Sin cune-
tas, porque saban que en esas calles yo no puedo sentarme. Cmo me gustara tener la fuerza de
conseguirme un bate para blandrselo a sos! Debo conservar mi maletn de cuero. Yo soy tan deli-
cado. De la nada se me puede atacar el estmago. Yo soy muy delicado. Me conozco de antemano.
Es fcil. Es todo mucho ms fcil y llevadero. As que ya no puedo asombrarme como antes. No debo
sorprenderme, o podra olvidarlo todo. Incluso mi maletn de cuero y mis gustos, que tanto me ha
costado consegurmelos. S continuar, eso es fcil. Ahora s ya tengo derecho a callar? Ya me gan
el derecho a ser atravesado por las flores? Incinerado por el gritero? Degollado por los automvi-
les? Aplastado por el frenes del sol? Ahogado por la plenitud lunar? Ya tengo derecho a callar?
Qu bella es la luna cuando uno la espera de da. He sido suturado a la cola de cada nombre de la
ciudad, y me gust. Me gust, ser sincero, sin engaarme, est bien. Est bien. No me engao, s
que casi todo surge de un hbito, y nada ms. Nada ms. S reptar por las calles. S combatir mi es-
pera excitndome, como quien busca la sed antes de encontrar el agua, como quien pierde el agua
antes de hallar la sed. S lancetear con mi rabo y mis cejas las palabras que me han abandonado para
ir a blandir los bates en mi contra. S ser perverso. Debo decirlo todo antes de continuar, o no? Si
muero por un golpe mal encajado, o por una daga mal ensartada, no me gustara permanecer olvidado
en el estuche viejo de otro. No me gustara para nada. No tolerara otro rabo y otro par de cejas. No
s hablar como si ya hubiese bebido agua y estuviese satisfecho. No s estar satisfecho. Las adversi-
dades me han encontrado y debo responderme ante ellas. Y yo qu he hecho al respecto? Qu he
hecho? Qu te han hecho? Qu me he hecho? Qu? Qu? Quin? T?
Luis Emel Topogenario

El autor:
Luis Emel Topogenario. Escritor nicaragense (Managua, 1980). Actualmente reside en Montevi-
deo, Uruguay. Ha publicado varios relatos, tanto en papel como en revistas digitales especializadas
en literatura. La Codorniz, su tercera novela, es su proyecto narrativo ms ambicioso.
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Relato

MENOS LOS MARTES
por Arnoldo Rosas
A Israel Centeno
Tras tantos aos como cuidadora de las salas 6-C, 6-D y 6-E, en el segundo piso del Museo Reina
Sofa, ya no tiene inters alguno por el Guernica de Picasso. No le impresiona el grito desestabili-
zante de la madre con el nio muerto. No la conmueve el dolor de la mujer que llora, bajo las bom-
bas, la destruccin de su casa. No se pregunta por la simbologa de la paloma herida; ni la del toro
imponente que pareciera confrontar a quien lo observa; ni la de la bombilla elctrica que alumbra
todos los tonos de grises sin regir la luz en el conjunto; ni la del caballo que se retuerce por la lanza
que lo traspasa; ni, mucho menos, por la de esa herradura que, sin sentido, se ve de frente como si
fuera desde abajo; ni la del candil que lleva la mujer que huye por la ventana. No la afecta el brazo
suelto, presuntamente del soldado que yace desmembrado en la base de la pintura, que sujeta una
espada de donde surge la flor. Ya no se maravilla por la variedad de bocetos y estudios que realiz
el artista para afrontar, con pericia y seguridad, el cuadro final. No le dicen nada las fotos de Dora
Maar, amante del pintor por aquellos das, que plasman, en gelatinobromuro sobre papel, el proceso
complejo y lento del desarrollo de una obra maestra. Lo nico que conserva de sus inicios, y cada
da es ms intensa y conciente y angustiante, es esta incertidumbre, este desconcierto, que le provo-
can estos seres volumtricos, simples, sin deconstruccin, sin biseles, sin cortes o ngulos, imposi-
bles de visualizar globalmente con un inmediato golpe de ojo; que recurrentemente vienen por olea-
das continuas y, al final del da, desaparecen para volver maana a las diez; menos los martes,
cuando el Museo cierra por mantenimiento.
Arnoldo Rosas
El autor:
Arnoldo Rosas (Porlamar, Venezuela 1960). Perteneci al Taller de Narrativa del Centro Lati-
noamericano Rmulo Gallegos (1981-1982). Sus trabajos han merecido los siguientes recono-
cimientos: Premio de Narrativa Rgulo Guerra Salcedo 1987. Premio de Narrativa Rosauro
Rosa Acosta 1988. Mencin especial concurso literario Andrs Silva 1991. Primer finalista Bie-
nal Literaria Nueva Esparta Chevige Guayke 1991. Mencin de Honor Bienal Latinoamericana
de Literatura Jos Rafael Pocaterra 2000. Ha publicado: Para Enterrar al Puerto (1985), Igual
(1990), Olvdate del Tango (1992), La Muerte No Mata a Nadie (2003), Nombre de Mujer (2005).
Textos suyos estn presentes en las siguientes antologas: Antologa de Narradores Neoesparta-
nos (1993), Antologa de Narratistas Orientales (1994), Recuento, Antologa del Cuento Breve
Venezolano (1994), Quince que Cuentan (2008).
* * *
Relato

AURORA DE FUEGO
por Carlos Montuenga
como os deca, aquello ocurri en febrero de 1945 y recuerdo muy bien que era martes de Carnaval.
Yo acababa de cumplir los diecisis y viva con mi madre en un barrio extremo de Dresde prximo al
Elba. Aquel da, mi madre haba ido a Meissen para hacer una visita a los abuelos y me dijo que esta-
ra un par de das con ellos. Mam era enfermera y se pasaba el da en el Hospital Central. Desde lue-
go, trabajo no le faltaba; en los ltimos meses, centenares de miles de refugiados haban llegado a la
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ciudad y las autoridades los alojaban donde podan. Los trenes iban abarrotados y en las carreteras
prosegua el trasiego de multitudes que se trasladaban a pie, en carros o en camiones. Muchos haban
sido distribuidos en edificios pblicos, escuelas, hospitales y hasta en los parques, a pesar de las bajas
temperaturas. Mam deca que las cosas se estaban poniendo muy mal, y quera que nos furamos de
Dresde en cuanto se presentara una oportunidad. Me hablaba a menudo de la ta Ketty, una hermana
suya que viva en una aldea prxima a Nienburg, en la Baja Sajonia. Si fuera posible llegar hasta all,
tal vez estaramos a salvo hasta el final de la guerra.
Recuerdo que aquel martes estuve con Emil, aquel chico pelirrojo que viva al lado de la plaza del
Ayuntamiento, en una casa vieja con chimeneas negras y muy altas, parecidas a las almenas de un
castillo. Emil tena dos hermanas ms pequeas y, como era Carnaval, las dos se haban disfrazado
para celebrar la fiesta con algunos nios de la vecindad. El saln estaba lleno de serpentinas y la ma-
dre de Emil entraba y sala con fuentes de buuelos, esforzndose en atender a todos y evitar que los
nios hicieran algn destrozo. Al marcharme de all para volver a casa, decid dar un rodeo y cruzar el
Grosser Garten antes de coger el tranva. Haca tiempo que no pasaba por aquel lugar y me qued sor-
prendido al ver el parque transformado en un enorme campamento. Miles de personas se hacinaban en
tiendas de campaa. Haba gente de todas las edades y familias enteras que, por el momento, no
haban podido encontrar mejor acomodo.
Despus de atravesar media ciudad en el tranva de Lbtau, llegu a casa de noche. Me tend sobre la
cama y estuve ojeando algunas revistas, mientras escuchaba un programa de radio que transmitan la
noche de los martes. Empezaba a quedarme dormido, cuando el programa se interrumpi y empezaron
a emitir una seal muy aguda. Me incorpor sobresaltado y, al cabo de unos segundos, escuch la voz
del locutor alertando a los oyentes ante la inminencia de un ataque areo. No me importa confesaros
que sent mucho miedo. Sal a la escalera temblando como un flan y llam a casa de Reder, un mec-
nico que viva en el piso contiguo al nuestro. Reder trabajaba en los ferrocarriles y era un tipo ama-
ble, siempre dispuesto a echarnos una mano. l tambin haba odo la alarma, pero pareca tranquilo y
dijo que lo mejor era bajar al stano de la casa, aunque me asegur que no tena motivos para estar
asustado; nos encontrbamos alejados de cualquier zona que pudiera ser objetivo militar, no existan
fbricas en los alrededores, y la estacin de ferrocarril se hallaba a ms de diez kilmetros hacia el sur
de la ciudad. Pas a su casa, mientras l coga unas mantas, y ya bamos a salir cuando el cuarto se
ilumin sbitamente, como si en un momento se hubiera hecho de da. Me acerqu sorprendido a la
ventana y pude contemplar un espectculo que nunca olvidar; era bueno, la verdad es que no s
cmo explicarlo tuve la sensacin de volver a estar en Navidad. Sobre los tejados caan cascadas de
luz, una luz muy blanca que brotaba del cielo oscuro de la noche, envolvindolo todo en un resplandor
maravilloso. All estaba yo, embobado, con la cara pegada a los cristales, pero el mecnico me cogi
por un brazo y dijo que tenamos que bajar enseguida al stano. En la escalera se haba congregado ya
mucha gente; algunos, a medio vestir, iban de un lado para otro en medio de una gran agitacin. Re-
cuerdo a una anciana del tercero, que nos miraba aturdida sin decidirse a salir de su casa, y al seor
Schultz, el empleado de Correos, corriendo en bata y zapatillas escaleras abajo. Segn dijo Reder, la
aviacin inglesa estaba lanzando bengalas de luz blanca para situar los objetivos. Seguro que las bom-
bas no se haran esperar.
Ya en el stano, omos las primeras explosiones. Al principio, eran como truenos lejanos que retum-
baban a intervalos regulares, pero pronto comenzaron a fundirse en un bramido sordo, cada vez ms
potente, que haca temblar los muros. Empezaron a caer del techo trozos de ladrillo, llenando el aire de
polvo. La gente gritaba y yo me qued encogido en un rincn, ms muerto que vivo, casi sin atreverme
a respirar. No s cunto tiempo dur aquello. Poco a poco las explosiones se fueron espaciando, y
cuando nos decidimos a salir del stano vi que Reder tena el pantaln manchado de sangre; se dola
de una rodilla y andaba con dificultad. Ninguna bomba haba alcanzado nuestra casa, pero al final de
la calle poda verse un gran crter por donde el agua sala a borbotones, sacudiendo los cables del
tranva que colgaban entre montones de escombros. A lo lejos se oan sirenas de ambulancias y una
gran columna de humo ascenda desde el centro de la ciudad. Alguien nos dijo que en una sala de cine
junto a la Bremenplatz se haba improvisado un hospital de campaa para atender a los heridos, as
que me encamin hacia all con el mecnico, quien avanzaba a duras penas apoyndose en m. Las
calles estaban llenas de gente que hua hacia los distritos del norte, donde no haba llegado el bombar-
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deo. En el cine haba cientos de heridos y pas mucho tiempo hasta que un mdico se acerc para
examinar la pierna del mecnico. Despus de desinfectar y vendar la herida, le dijo que no deba mo-
verse durante unas horas. Reder estaba agotado; le ayud a tenderse en un rincn y decid quedarme
all el tiempo que fuera necesario.
Seran la una o las dos de la madrugada, cuando se oyeron varias explosiones muy cercanas, a las que
sigui una tremenda sacudida. Los cristales saltaron en pedazos y se derrumb parte de la techumbre.
La confusin era indescriptible. Algunos heridos intentaban alcanzar la salida del cine, arrastrndose
entre trozos de vidrio y columnas carbonizadas. Busqu a Reder, pero haba desaparecido bajo un
amasijo de hierros. Sal de all como pude. Enfrente del cine se vea una casa en llamas a la que le
faltaban los ltimos pisos; me produjo la impresin de que algn gigante enfurecido la haba partido
de un hachazo. Hacia el sur se oa un borboteo ronco, como si un inmenso caldero hirviese con violen-
cia. La ciudad estaba sufriendo otro ataque areo.
No s bien lo que pas despus. Recuerdo vagamente a la gente que hua hacia el norte, tratando de al-
canzar el ro. Surgan incendios por todas partes, el calor era espantoso y soplaban rfagas de un vien-
to abrasador que me impeda abrir los ojos, obligndome a avanzar a tientas entre los escombros. Tuve
la sensacin de que todo aquello no era real, como si me viera a m mismo dentro de un sueo huyen-
do entre jirones de niebla viscosa, mientras cientos de aviones zumbaban sobre la ciudad en llamas. En
mi imaginacin, los pilotos ingleses apenas conservaban apariencia humana. No tenan rostro y sus
movimientos sugeran una precisin propia de mquinas. Mquinas capaces de destruir sin la menor
vacilacin todo lo que estuviera a su alcance, autmatas implacables de quienes no era posible esca-
par.
Ignoro cmo pude conseguirlo, pero al fin me encontr cruzando el Elba por uno de los puentes que no
haban alcanzado las bombas, y despus alguien me subi a un camin lleno de heridos en el que lle-
gu hasta Neustadt in Sachsen, a unos 30 Kilmetros hacia el norte. Estaba amaneciendo y sobre el
pueblo caa una lluvia de cenizas procedente del lejano incendio. En las horas siguientes, Dresde toda-
va sufri dos ataques ms
Han pasado muchos aos de aquello, pero la huella del horror no se borra de mi memoria. Mil veces
me he repetido que el bombardeo de Dresde fue un episodio ms de la guerra, una de tantas calamida-
des que marcaron una poca dominada por el odio y la violencia, algo ya lejano que querra dejar ente-
rrado en lo ms profundo de mi ser. Pero cmo olvidar lo que ocurri aquella noche? La aviacin bri-
tnica atac sin tregua, lanzando sobre nosotros miles de bombas incendiarias, hasta que la ciudad
desapareci envuelta en llamas, y el cielo se ti de rojo como si una aurora fatdica se adelantara para
anunciar el triunfo de la muerte. Las altsimas temperaturas provocaron un huracn de fuego, con vien-
tos que giraban a ms de doscientos kilmetros por hora, y aqul monstruoso remolino succion hacia
su interior todo lo que encontraba, ya fueran automviles, restos de edificios, rboles o seres humanos.
En el permetro central de Dresde, el agua hirvi en los estanques y grandes estructuras metlicas se
derritieron como si fueran de cera. Ms de cien mil personas perecieron en aquella orga de fuego,
abrasadas, reducidas a manchas de grasa sobre el pavimento ardiente, asfixiadas en los refugios por los
gases txicos y la falta de oxgeno.
Soy ya viejo y s que slo el olvido podra aliviar mi carga. El mundo va cambiando, pero los hombres
seguimos siendo incapaces de renunciar a la violencia; parece como si nunca nos faltaran razones para
justificar las mayores infamias, los actos ms odiosos. Razones, palabras estoy cansado de ellas,
ninguna tiene el poder de ahuyentar mis recuerdos. El horror nada sabe de razones, nos ahoga con su
abrazo y susurra al odo preguntas sin respuesta. No, las palabras no me sirven. Ya slo espero el ol-
vido, el silencio.
Carlos Montuenga

El autor:
Carlos Montuenga (Madrid, 1947). Doctor en ciencias. Colabora con artculos y relatos en publi-
caciones de comunicacin social, tales como ETC Magazine (Buenos Aires) en espacios literarios
como Vorem, Margen Cero, Ariadna (Asociacin de Revistas Electrnicas de Espaa), Revista
Amalgama, Revista Voces y en portales de la red dedicados a la difusin de la filosofa y el huma-
nismo como La Caverna de Platn y Liceus.
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Relato

PRESENTIMIENTO
por Julio Blanco Garca
A mi hija
Para m no tenan razn de existir la cristolamancia, la libanomancia o la oliomancia: los espejos puli-
dos negros, el incienso o los ladridos prolongados de los perros no me decan nada, absolutamente na-
da. Ni siquiera conoca los principios de la hipomancia, el arte celta de adivinar el futuro a partir de los
relinchos y escarceos de unos caballos blanqusimos, criados con esmero y veneracin en los bosques
sagrados irlandeses.
Existen fuerzas, dentro o fuera de nosotros, que nos advierten de las desgracias? En este plomizo da
de verano, cuando desalentada y con los ojos enrojecidos por el llanto contemplo la blanca lpida de
mrmol que protege los restos de Rebeca, confieso tener mis dudas.
Aquella tarde, lo recuerdo muy bien, sucedieron cosas extraas. Me encontraba tumbada encima de mi
cama leyendo El corazn delator de Poe. Frente a m, sobre la pared, los amantes de El beso re-
creaban, incansables, sus caricias de pan de oro. En el aire flotaba el humo de incienso y la minicadena
reproduca una jubilosa cancin de Milladoiro. La msica colorista de este grupo gallego me suena
diferente cada vez que la escucho, por eso no me extra or por primera vez, mezclado con sus notas,
el apacible relincho de unos caballos.
An era temprano para que, como todos los viernes, Rebeca
montara en el coche que su padre le haba regalado al ingre-
sar en la universidad y recogiera a Silvia en Las Casetas, un
pueblecito situado a diez kilmetros de Zaragoza. Desde
all, alrededor de las nueve de la noche, vendran a bus-
carme y juntas iramos a escuchar msica y a bailar a un
nuevo garito del Casco.
De pronto, como respondiendo
a sus palabras, se abri la
puerta con un ttrico chirrido y
por el hueco penetr un
tremendo alarido que nos
taladr el alma. Como por
encanto apareci en el umbral,
flotando, la oscilante llama de
un grueso veln seguida de
una siniestra figura blanca.
Rebeca y Silvia eran mis mejores amigas, mis cmplices de
los aos de infancia y adolescencia, y ese afecto se prolon-
gaba a nuestras respectivas familias. A mis padres les caan
especialmente bien los de Silvia y apreciaban mucho a los
de Rebeca.
La desventurada Rebeca difcilmente se tomaba algo en serio. Sin embargo, una de sus mayores afi-
ciones era la literatura de terror. Le chiflaban, por ejemplo, las inquietantes novelas de Stephen King.
Su contradictorio carcter era una simbiosis de ambas afecciones. Recuerdo el da que cumpli nueve
aos. Al terminar la clase nos reunimos en su casa, ella, dos primas suyas, una vecinita llamada Va-
nesa, Silvia y yo. Dueas las seis de la espaciosa cocina bebimos naranjada, comimos ganchitos y
patatas fritas y devoramos unos montaditos deliciosos de crema de chocolate, mientras reamos hasta
soltar lgrimas, gritbamos como energmenas y nos encorramos alrededor de la mesa y entre las
sillas. Al rato, agotadas por el ajetreo, nos dejamos caer en el suelo como sacos de grava. Despus, a
ms tranquilas, Rebeca enton nuestra cancin. Silvia y yo la seguimos, luego todas las dems...
Puede decirse que nos lo estbamos pasando en grande. Inesperadamente nos quedamos a oscuras.
Muertas de miedo, quisimos salir de la cocina en busca de nuestros padres y la puerta se cerr de golpe
delante de nuestras narices. No sabamos qu hacer. Entonces advertimos que faltaba Rebeca. La
han raptado!, grit una de sus primas. De pronto, como respondiendo a sus palabras, se abri la
puerta con un ttrico chirrido y por el hueco penetr un tremendo alarido que nos taladr el alma.
Como por encanto apareci en el umbral, flotando, la oscilante llama de un grueso veln seguida de
una siniestra figura blanca. No habamos reaccionado, cuando la aparicin se dirigi hacia nosotras
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ululando tenebrosamente y esparciendo una desagradable pestilencia. No me caba duda: all, delante
de nosotras, tenamos a un enviado del Infierno. Pensarlo y comenzar a hipar como una condenada fue
todo uno. Silvia, por su parte, haba roto a llorar; las primas, incrdulas, se frotaban los ojos frentica-
mente; y Vanesa, en cuclillas, soltaba un imparable pis que se filtraba sin dificultades por su rosada
braguita de algodn mojando el dibujo de Snoopy.
La aparicin comenz a dar vueltas y ms vueltas a nuestro alrededor, vociferando palabras mgicas
ininteligibles. Tan espantadas estbamos que las cinco nos abrazamos en un ovillo. Ni siquiera nos
atrevamos a movernos por temor a que aquel avieso fantasma nos remitiera al inconmensurable fuego
eterno. De repente volvi la luz y el especto comenz a rer con la cantarina risa de Rebeca. Al qui-
tarse la sbana de encima y mostrarnos, burlona, la caja de las bombas ftidas, comprendimos. Cun-
tas de sas me gast, la desdichada!
Aquella tarde, la tarde de Poe, cuando esperaba que vinieran a recogerme, sucedieron hechos signifi-
cativos. Sin embargo, no me llamaron la atencin ni mucho menos los horribles aullidos del violento
mastn de nuestro vecino ni que coincidieran justamente con el repentino silencio de la msica de Mi-
lladoiro. Se haba terminado la ltima cancin del disco compacto deduje, as que le di la vuelta y me
dispuse a continuar la audicin. Entonces los instrumentos comenzaron a sonar con inarmnica estri-
dencia, mientras se escuchaban relinchos desaforados. Aquella estrambtica titiritaina me hizo pensar
que el disco se haba estropeado y par el aparato. Entonces repar en que la barrita de incienso no
arda. Me dispuse a encenderla, pero en ese instante son el telfono.
Me levant rezongando, entr en el saln y descolgu el auricular.
Laura, soy yo: Rebeca era la misma voz de aquellos das del
pasado otoo en que fue asaltada por una fiebre de elefante, aun-
que no tena aquel acento lastimero. Me escuchas...?
Qu quieres? Falta poco para vernos.
De eso quera hablarte... una intensa resonancia, como un ex-
trao eco, daba a su voz una gravedad recndita; as no sonaba su
voz desde el telfono de su casa; tal vez se encontraba en el esce-
nario del nuevo garito, cerca de algn micrfono. Lo siento, pero no puedo ir a recogerte, Laura.
Un escalofro sacudi mi
cuerpo y el auricular,
como una anguila, se me
escurri de la mano. El
suelo, el techo, las
paredes y los muebles,
comenzaron a moverse a
mi alrededor...
No fastidies! El taxi me va a costar ms de seis euros...
No me vas a ver ms lo dijo con el mismo tono sombro e imperturbable de antes. Estoy muerta.
Un escalofro sacudi mi cuerpo y el auricular, como una anguila, se me escurri de la mano. El suelo,
el techo, las paredes y los muebles, comenzaron a moverse a mi alrededor...
Laura: sigues ah?
S, Rebeca, s... logr responder a duras penas. Por favor, no me gastes estas bromas...
Desgraciadamente no es una broma. Sabes que tena que ir a Las Casetas a recoger a Silvia? Pues
bien, de camino, al llegar a la altura del desvo de Monzalbarba, un camin que iba a acceder a la au-
tova se ha saltado la parada obligatoria y se ha echado sobre mi coche, lo ha aplastado y lo ha con-
vertido en una gigantesca hoguera. Pero no te preocupes: no he sufrido. He muerto instantneamente y
el fuego no ha hecho ms que convertir mi cuerpo en cenizas. Te llamo para despedirme. Adis,
Laura, hasta siempre!
Rebeca, por favor...!
Conseguido su objetivo de sobrecogerme haba llegado el momento de soportar sus ruidosas carcaja-
das, su risa loca. Pero en esa ocasin slo escuch el clic del auricular al ser colgado.
Cuando volv en m me encontr mirando el aparato telefnico como una tonta. Solt un taco y me
rebel contra mi propia ingenuidad. Otra vez haba conseguido asustarme, la muy...!
En la cocina, entre sollozos de rabia, relat a mi madre la conversacin que acababa de mantener.
No seas infantil, cario. Slo es una broma. No debes ponerte as.
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Esa ta est como una cabra! Y yo estoy harta! De sus bromas y de mi incapacidad para mandarla a
hacer puetas cuando se pone as. Pero, y si lo que me ha contado hubiera sucedido realmente?
Desde cundo los muertos llaman por telfono? asever mi madre mientras pona algo de orden en
mi alborotado cabello. No obstante, quieres salir de dudas...?
Claro que s!
Llmala por telfono.
Y si lo coge...?
Fantstico: es que est viva.
No lo entiendes? Se burlar de m.
Eso no tiene importancia.
Y si cogen el telfono su padre o su madre? No voy a soltarles la tontera de que su hija ha llamado
diciendo que ha muerto. Les podra dar algo.
En ese caso haz lo de siempre: saldales y pregunta por ella.
Era una buena idea, as que marqu su nmero de telfono. Son cuatro interminables veces antes de
que alguien descolgara el auricular.
Diga... era la voz de Rebeca, su voz de siempre.... Diga! grit impaciente. Quin puetas
llama?
Soy Laura. Ests bien...?
Colgu el auricular
carialegre mientras mi
madre, arqueadas las
cejas y ladeada la cabeza,
esperaba complacida mi
reaccin. No abr la boca,
pero deposit en su mejilla
el beso ms sonoro que he
dado en mi vida.
Claro! Pero, por qu gimoteas...?
No es nada... Dime la verdad, por favor: me has llamado por
telfono hace un momento?
Para qu iba a llamarte, si nos vamos a ver dentro de un rato?
Jralo!
Eres una pesada, joder.
Jralo por Dios!
Bueno, lo juro. Pero a qu viene todo esto?
Luego te contar. Alguien me ha gastado una broma de mal gusto, pero cuando lo descubra se va a
enterar lo remach con intencin, para darle a entender que si haba sido ella y le daba por rerse de
m no iba a salir de rositas.
Enseguida estamos ah. Hasta luego!
Colgu el auricular carialegre mientras mi madre, arqueadas las cejas y ladeada la cabeza, esperaba
complacida mi reaccin. No abr la boca, pero deposit en su mejilla el beso ms sonoro que he dado
en mi vida. Luego me met en mi habitacin y quise encender la barrita de incienso. Mis intentos re-
sultaron intiles: la barra se haba vuelto refractaria al fuego. Qu poda pensar? Nada especial: que
haba cogido humedad. Me olvid del incienso y puse en marcha otra vez la minicadena sin recordar
que, poco antes, el disco compacto sonaba fatal. Enseguida ca en la cuenta e iba a pararlo cuando la
msica de Milladoiro comenz a sonar, esta vez evocadora y luminosa. Qu haba pasado? No lo
saba, pero tampoco le di mayor importancia porque nunca me haba sentido tan bien como en aquel
momento. De un salto me ech sobre la cama. Quera a todo el mundo: a la puetera de Rebeca, a
Roco, a mi madre, a mi padre, a las monjas, s, tambin a las monjas, a todas, no slo a las que me
caan bien, sino tambin a sor Ins. Quera hasta al portero de casa, un to antiptico y poco compla-
ciente, licenciado en incultura, que me trataba con el mismo afecto que a una cucaracha. Reconfortada
con estos pensamientos y acunada por la msica me qued dormida.
Al despertar me di una ducha y me encar con el espejo. Lo vi ms negro, ms profundo y ms bru-
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ido que nunca. Mirando a su travs mi habitacin pareca ms profunda y ms oscura, el techo se
haba elevado y a izquierda y derecha las paredes se inclinaban peligrosamente. Entonces cre distin-
guir un bulto con forma humana que se mova, que se me acercaba y trataba de decirme algo. Me volv
asustada, sin saber si gritar o echarme a correr, pero enseguida sal del error: aquel bulto era mi bata,
movindose Dios sabe por qu extraa corriente de aire. Esto, tal vez por efecto de mi incredulidad,
tampoco mereci mi consideracin en aquel momento. Me retoqu la pintura de los ojos, puse algo de
color en mis mejillas y perfil de oscuro mis labios, todo ello a tono con el vestido fucsia que iba a
lucir. Termin de arreglarme a las nueve menos cinco, justo a tiempo. De un momento a otro sonaran
los tres timbrazos del portero electrnico y, sin contestar, bajara de dos en dos los peldaos que me
separaban de la calle y me metera en el coche de Rebeca, rumbo a unas horas de felicidad.
Cuando pasaban algunos minutos de las nueve de la noche, el timbre todava no haba sonado. Como
estaba impaciente por convertirme en la reina de la noche, par la msica y sin recoger las cosas ma-
ana mi padre me echar la cantada, pens, bes fugazmente la frente de mi madre y me dispuse a
esperar en la calle a mis amigas. Por la calzada no circulaba ningn vehculo y las aceras estaban soli-
tarias. Transcurrieron los minutos y todo segua igual, pareca que yo era la nica habitante del pla-
neta. Ese pensamiento me estremeci sin saber por qu... Y el coche de Rebeca no vena! Entre unas
cosas y otras estaba hasta el moo de ella! Me iba a or!
Cuando eran las nueve y media en el reloj de la caja de ahorros,
alguien pos su mano en mi hombro. Al volverme no vi a nadie,
pero una fuerza intensa y apenas perceptible me oblig a cami-
nar hacia el escaparte de la librera. Detrs del cristal, reposando
sobre un magnfico atril de madera de caoba, descansaba un gran
libro, un hermoso libro, encuadernado con tapas de cuero. Es-
taba abierto por su mitad y recoga los mitos y leyendas de la
cultura celta. A pesar de la deficiente iluminacin pude contem-
plar, magnficamente fotografiado a doble pgina, el gigantesco
caballo blanco de Uffington, tallado sobre el suelo de creta y
rodeado de brillante verdor. En ese instante me deslumbr la
blanqusima luz de un flash de origen desconocido, mientras
envolva mi cuerpo un soplo de glido viento y un relincho so-
segado y lejano buscaba acomodo en mis odos. Presa de indescriptible desasosiego penetr corriendo
en el patio, sub deprisa las escaleras y ya en el saln, marqu el nmero de telfono de Rebeca. Son
hasta seis veces. Qu coo pasaba en aquella casa que nadie se dignaba coger el telfono? Desespe-
raba ya, cuando escuch tremendamente cansada, la voz del padre de Rebeca.
Mirando a su travs mi
habitacin pareca ms
profunda y ms oscura, el
techo se haba elevado y a
izquierda y derecha las
paredes se inclinaban
peligrosamente. Entonces
cre distinguir un bulto con
forma humana que se
mova, que se me acercaba
y trataba de decirme algo.
S...
Soy Laura.
Zenn dej escapar un sollozo.
Qu ha pasado? susurr, mientras dos gruesas lgrimas resbalaban lentamente por mis mejillas.
Rebeca ha tenido un accidente. Una furgoneta ha embestido a su coche por detrs...
Y cmo se encuentra? pregunt, anhelante, deseando equivocarme.
Ha muerto desnucada....
Julio Blanco Garca

El autor:
Julio Blanco Garca (Barcelona, 1945), reside en Zaragoza desde hace muchos aos. Ensayista e
historiador, ha obtenido el Premio de Ensayo e Investigacin de la Delegacin del Gobierno en
Aragn (2003). Dramaturgo, escritor de relatos y articulista, colabora en diarios y revistas
impresas y digitales, y en emisoras de radio y cadenas de televisin. Tambin es conferenciante y
recientemente se ha iniciado en la edicin de libros.
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Relato

TRES CUENTOS DONDE APARECE DIOS
por Ricardo Bernal
NAUFRAGIO
Hasta donde alcanza la vista, el ocano est cubierto de cajas oblongas, bales, cofres herrumbrosos;
todos cerrados con llave o con cadenas y candados de bronce. Las olas los mueven en una alucinante
danza, y la luna, amarilla y menguante, vierte una lquida telaraa de luz sobre la escena. Nosotros
permanecemos en la isla, hablamos poco, nunca nos miramos: sabemos que ningn barco vendr a
recogernos. La nica salida: caminar de bal en bal, brincar de caja en caja con el miedo revolo-
teando alrededor de nuestras cabezas y el hambre como un cangrejo destrozndonos las tripas. Enton-
ces la mano de Dios, brutal, incandescente, surge de entre las nubes y nos arroja un racimo de llaves.

RELOJERA
En la parte superior del reloj de arena: ciudades milenarias rodeadas por desiertos de lumbre slida,
soles agudos que calcinan huesos de estegosaurios, caravanas de camellos sedientos y esclavas vendi-
das mil veces. En el centro: un hoyo de arenas movedizas que arrastra hacia el infierno a todo aquel
que osa acercarse demasiado
En medio del reloj de arena: granos que caen, cada grano una vida, un planeta, una galaxia que muere
para reencarnar en otro plano.
En la parte inferior del reloj de arena: ocanos sin islas ni continentes, monstruos marinos devorando
monstruos marinos, un esquizoide barco fantasma bailando al comps de mareas abstractas. Dentro del
barco: un camarote, dentro del camarote: una mesa, encima de la mesa: un mapa carcomido y la nica
foto de Dios: sonriente, barbado, sudoroso y enrojecido, mirando de frente a la cmara y saludando
desde la entrada de la relojera.

CUERDAS
Todos los gurs, hierofantes y monjes estn de acuerdo: para alcanzar el Reino de los Cielos hay que
trepar por las cuerdas que cuelgan desde lo alto. Una cuerda para cada quien, personal, intransferible.
Sin embargo, desde hace varias semanas numerosos monstruos bajan por las cuerdas e invaden los
bosques, las islas, las ciudades. Se alimentan de carne humana, beben sangre fresca directamente de
las venas, nunca duermen. En la desesperacin, hombres temerarios encuentran algunas cuerdas libres,
pero al trepar pronto descubren, a veces a varios kilmetros del suelo, que un nuevo monstruo baja,
hambriento, vertiginoso, apocalptico. Nadie hubiera imaginado este final la luz del sol es ms tenue
cada da; la enorme luna madre pare nuevas lunas cada noche: por cada ser humano hay ahora veinte
monstruos.
Arriba, en las praderas del Cielo, Dios tambin corre de un lado a otro buscando una cuerda libre.
Ricardo Bernal

El autor:
Ricardo Bernal. Naci en la ciudad de Mxico, 1962. Es egresado de la Escuela de Escritores de
laSOGEM. Ha sido becario del FONCA y del Instituto Quintanarroense de Cultura. Ha ganado diver-
sos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesa Sor Juana Ins de la Cruz, y el
Premio Nacional de Cuento Salvador Gallardo Dvalos. Imparte cursos de literatura fantstica,
horror y ciencia ficcin desde 1993. Es director del consejo editorial de la revista La Mandrgora. Es
asesor del Instituto Mexicano de Psicologa Profunda. Actualmente coordina el Diplomado de Lite-
ratura Fantstica y Ciencia Ficcin en la Universidad del Claustro de Sor Juana, y el Laboratorio de
Cuento Fantstico en la Casa de Cultura Jaime Sabines. Entre sus publicaciones se encuentran
Ciudad de telaraas, Lucas muere, Torniquete de avestruces y Lady Clic.
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Relato

LOS LIBROS Y LA NOCHE
por Gabriel Urbina
La segunda maana de agosto comenzaba calurosa. Una inslita asociacin de ideas hizo que el tac-
to suave de los anaqueles de aquella biblioteca laberntica le acercara a la memoria el Liceo Calvino
de Ginebra. Era temprano, pero la noche se alojaba entre sus recuerdos como un sol negro entre
nubes luminosas. Inspir con fuerza, inhalando el perfume de las palabras que dorman en hileras
interminables de libros, y continu paseando, despacio, por las galeras de su paraso cerrado.
Haban pasado varios minutos cuando se acerc con determinacin a uno de los estantes y tom un
libro. Era un tomo reciente, amplio, de encuadernacin esmerada, cuyo tacto flexible denotaba su
frecuente lectura. Camin con paso celoso hacia uno de los extensos escritorios que cruzaban la sala
central y se sent, dejando el libro sobre la mesa vaca. Lo abri sin mirarlo, al azar, y comenz a
pasar las pginas hacia delante y hacia atrs, sin bajar la mirada, declinando su lectura.
Abra y cerraba el libro una y otra vez, sin premeditacin, y dejaba que su mano se detuviera en una
pgina cualquiera, para acariciarla con los dedos. El aire, agitado por el movimiento de las hojas, se
llenaba de olores y aoranzas.
Record, primero, una habitacin espaciosa en la que un nio, de bruces en el suelo, jugaba a cons-
truir castillos con libros ingleses. Entonces, el silencio de la inmensa biblioteca dej entrar, como un
sonoro destello, la voz melodiosa de su padre, y esta segunda evocacin lo mantuvo inmvil, caute-
loso, durante unos segundos. De pronto, el respaldo de la silla
cruji un instante, y la voz del padre se desvaneci, ahogndose
en el inoportuno quejido del asiento. Volvi a la realidad del
tiempo y el espacio, a la sala apagada y silenciosa, al libro
abultado que le revelaba recuerdos en lugar de palabras.
Comenz a reflexionar sobre la irracional voluntad de la me-
moria, que saltaba, incongruente y absurda, entre recuerdos
desordenados, aferrndose a unos y excluyendo a otros. Sonri,
comprendiendo que su memoria y sus dedos actuaban movidos
por la misma incoherencia extraordinaria. La memoria saltaba
entre los recuerdos como los dedos entre las pginas del libro,
sin ningn propsito comprensible. Despus, dedujo que si memoria y dedos estaban relacionados,
sus recuerdos seran como las pginas de aquel libro: eternos, pues poda volver a ellos un nmero
ilimitado de veces, como infinitas veces poda sealar su dedo la misma pgina del libro. Tena que
existir alguna ley sobrenatural, metdica y exacta, que guiara los caprichos secretos de la memoria y
coordinara los movimientos aparentemente insensatos de sus dedos.
Abra y cerraba el libro
una y otra vez, sin pre-
meditacin, y dejaba que
su mano se detuviera en
una pgina cualquiera,
para acariciarla con los
dedos. El aire, agitado
por el movimiento de las
hojas, se llenaba de olo-
res y aoranzas.
La meditacin desemboc en aquel momento en una visin inquietante: interminables galeras si-
mtricas, todas idnticas y repetidas, repletas de libros en blanco. Libros y ms libros de diversa
forma y tamao, sin letra impresa, sin historias, sin sentido. Pero, por qu su mente los defina
como libros?, qu era un libro?, no necesitaba letras, palabras, ideas? Si todo libro conduce a su
fin, que no es otro que el espacio en blanco que aparece despus de la ltima palabra, aquellos libros
de su visin no conducan a su fin, eran su propio fin.
En ese preciso instante descubri que el libro que estaba entre sus manos poda estar vaco tambin,
pues l no lo lea, y sin embargo, no le haca falta leerlo para intuir sus palabras. Disip esta inc-
moda ofuscacin con un leve movimiento de cabeza y busc refugio en otras imgenes ms claras.
No tard en encontrarlas: al principio, una enrevesada calle de Italia; despus, el rostro plido y
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hermoso de Leonor, su madre; ms tarde, llegaron a su mente los das en que su padre le hablaba de
Conrad, de Wells y de una isla repleta de piratas y peligros. Casi con torpeza, su imaginacin tro-
pez con una confitera en la que estaban reunidos quince o veinte congresales, alrededor de una
larga mesa. Intent recordar el preciso momento en que haba vivido aquella escena. No lo consi-
gui. Pens entonces que su memoria retena con la misma fuerza las experiencias vividas y las
soadas, y que sera imposible, con el paso del tiempo, diferenciarlas.
Continu abriendo y cerrando el libro con movimientos mecnicos, pero segua sin mirarlo. Inten-
taba absorber sus palabras mediante mtodos inconcebibles: quera respirarlas, tocarlas; deseaba
orlas, beberlas, soarlas.
El delirante esfuerzo le llev a otros lugares, a otros momentos, pero esta vez las formas dibujadas
por su intelecto eran excepcionales: una casa sin puertas, sin techo, donde moraba un ser maravi-
lloso de doble naturaleza; un rey de fuego y un caballo cambiante; seres primitivos que haban al-
canzado la inmortalidad; una serpiente de dos cabezas; un espejo de tinta donde se proyectaban to-
dos los sueos y deseos; un punto, al fin, en el que caban la aurora y el mar, los laberintos y las
pirmides...
Sonrea. Comprendi que no eran muchos los seres que haban vivido esos milagros invisibles,
ocultos en las palabras. Se saba privilegiado, diferente. Reson su reloj con un eco perturbador y se
acord entonces de que era el director de la biblioteca. El tiempo no se detena, ni siquiera en aquel
edn silencioso, y ya era la hora de abrir la Biblioteca Nacio-
nal de Buenos Aires.
Jorge Luis Borges se levant del asiento y tom el libro que
su propia imaginacin haba forjado, colocndolo en su sitio,
entre La historia de la eternidad y El libro de arena. Con el
cuidado al que le obligaba su ceguera, tom el bastn y des-
hizo el camino que antes haba recorrido. La noche volvi a
sustituir sus pensamientos luminosos. Entonces, se dirigi,
lentamente, hacia la puerta.
Pronto ocuparan la sala susurros y movimientos. Estudiantes
cansados, eruditos y lectores llenaran aquel espacio de sus-
piros y tropiezos, pero l haba podido disfrutar, una maana ms, de la quietud imperturbable de
una biblioteca cerrada en la que se materializaban todos sus recuerdos. Volvi a evocar por un ins-
tante el Liceo Calvino y pens antes de abrir que algn da, pronto, regresara a Ginebra. Quera
morir all.
Haba heredado de su pa-
dre los libros y la noche, la
luz y la ceguera. Por esta
herencia contradictoria,
jams sus palabras estu-
vieron ms llenas de luz
como en medio de su noche
interminable, bajo el negro
sol que se posaba entre sus
recuerdos luminosos.
Haba heredado de su padre los libros y la noche, la luz y la ceguera. Por esta herencia contradicto-
ria, jams sus palabras estuvieron ms llenas de luz como en medio de su noche interminable, bajo
el negro sol que se posaba entre sus recuerdos luminosos.
No necesitaba leer las palabras de un libro, todos los libros estaban en l. El universo, el sentido de
la vida, la continua erosin del tiempo, eran misterios incomprensibles; su ceguera no: si un alma
resplandece en toda su plenitud, el mundo exterior se eclipsa irremediablemente.
Gabriel Urbina

El autor:
Gabriel Urbina Snchez (San Fernando, Cdiz, 1979). Licenciado en Filologa Hispnica y
Filologa Francesa por la Universidad de Cdiz. Es profesor de Lengua castellana y Literatura en la
Enseanza Secundaria. Como escritor, su obra ha sido premiada y publicada en certmenes como
el Certamen Internacional de relatos cortos El Fungible (Ayuntamiento de Alcobendas, Madrid,
2003) o el Certamen Internacional de relatos cortos Letras del Sur (Ayuntamiento de San Roque,
Cdiz, 2005). Uno de sus relatos ha sido traducido al lituano y publicado por la revista semanal
cultural lituana Nemunas (Nmero 76, Artculo 1336) tambin disponible en versin digital.
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Relato

UN FUSIL EN LA HOJARASCA

por scar Bribin


El muchachito Rubn Mosquera esperaba, quieto como un demonio expectante, escondido tras los
bejucos y los pequeos helechos, igual que una serpiente encaonando con la mirada al grupo de
militares. Pero el veneno de Mosquera era distinto, su veneno ola a plvora, y con la plvora en los
cartuchos de su vieja M-16 el joven se mantena enrgico, con ganas de que le pasase toda una tropa
por el frente para aniquilarla. Saba que los enemigos no lo distinguiran all, acostado en lo alto del
terrapln, con la mirilla de su fusil asomando oculto entre la hojarasca como una espina de muerte.
Senta cmo las races de los rboles y las plantas se confundan con su uniforme camuflado, y ni
siquiera los pjaros delataban su posicin.
La enorme cicatriz que exhiba en la mejilla se le irritaba con la humedad, recuerdo del mismo ma-
chete que haba segado la vida de sus padres y su hermana. Haca un ao haba descrito en una carta
cmo haba llegado a aquella situacin, con letra indescifrable y parco lenguaje. Apenas saba escri-
bir correctamente cuando la redact, aunque era ms de lo que podra saber ahora, porque l ya no
rondaba la escuela hace mucho y no practicaba con las letras o los nmeros ms all de leer algn
cartel publicitario, o tal vez tachar los das en el calendario para recordarse a s mismo y en secreto
los das que faltaban para su prximo cumpleaos. El manejo
del bolgrafo o el lapicero no le resultaba ahora ms fcil que
aprender a manejar una nueva arma. Todas funcionaban de
una forma semejante, y Rubn las adoptaba con una habilidad
innata, instintiva. Recordaba que de nio haba ledo y escu-
chado algunos cuentos, pero de eso haca ya muchas lluvias.
Ahora slo escuchaba la radio en el campamento, las cancio-
nes de Shakira y Baute que siempre le recordaban a su her-
mana bailando en una niez arrebatada.
Todava guardaba aqul manuscrito en su zurrn, plegado y
humedecido con la tinta algo corrida, que le serva para recor-
dar sus orgenes. Haca ms de un ao que haba decidido ir a
la ciudad de Santa Marta, sobre el Mar Caribe, para buscar al
nico to que le quedaba sobreviviente de las masacres que arrasaron con su familia. Pero el her-
mano de su padre haba cambiado de domicilio y nadie supo decirle a dnde se march exactamente.
Estuvo tambin en Barranquilla, otra ciudad de la costa atlntica, buscando en balde despus de una
azarosa travesa en una caravana de lanchones por el ro Sin. Al cuarto da de salir de Barranquilla
el grupo de viajeros con el que recorra la costa norte colombiana fue atacado por la guerrilla. Rubn
tuvo nuevamente suerte y sali ileso de la emboscada, aunque fue hecho prisionero. No hubo re-
compensa posible por l porque ningn familiar iba a responder ante el secuestro. Entonces los ofi-
ciales atacantes le ofrecieron adiestrarlo en el uso de las armas y pagarle un salario quincenal si se
les una, y el muchachito Mosquera, con la mirada huidiza y el pelo salvaje, pens: Con doce aos
ya estoy en edad de ganar algn dinero.
La enorme cicatriz que ex-
hiba en la mejilla se le irri-
taba con la humedad, re-
cuerdo del mismo machete
que haba segado la vida
de sus padres y su her-
mana. Haca un ao haba
descrito en una carta cmo
haba llegado a aquella
situacin, con letra indesci-
frable y parco lenguaje.
Desde su posicin poda volver la vista y escudriar a travs de la fronda cmo la niebla matinal que
naca del pramo se adhera a la montaa. Volvi a concentrarse en su objetivo. El grupo de solda-
dos avanzaba raudo sobre la hojarasca, apartando el ramaje con sus fusiles y machacando el suelo
con sus botas militares como ganado pesado. Sin duda no esperaban una emboscada. Mientras Ru-
bn Mosquera los acechaba oa a los pjaros graznar nerviosos, como si quisieran advertir al ene-
migo de su presencia. Eran seis en total, pocos para ser descubiertos en la inmensidad de la selva,
pero el joven guerrillero haba recibido el aviso de que pasaran tarde o temprano por aquella senda,

Finalista II Certamen Domingo Garca 2003 (Barcelona).


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y deba emboscarlos con su M-16. El muchacho los haba esperado durante dos das y dos noches,
sin apenas variar su posicin. Dos das a base de pan y legumbres enlatadas, padeciendo sudores y
fros nocturnos, defecando y meando sobre los troncos ms cercanos, soportando mosquitos y ali-
maas. Ni siquiera haba llenado su cantimplora en una cascada cercana, por si cualquier despiste
provocaba el fracaso de su misin. Tena la boca seca y al tragar saliva el paladar le rasgaba el cue-
llo. Le alegr que el grupo frenara en seco a una orden del oficial; aquello le pondra la labor ms
fcil. Era tan sencillo clavar una bala en el crneo del sargento como dispararle a una lata a menos
de tres metros de distancia. Tena la cabeza gorda como un meln maduro en verano y las cejas tan
espesas que desde la distancia pareca que sus ojos se escondan bajo un tupido bigote.
Desde la altura el muchachito Mosquera acechaba a los soldados como un nio observa a las in-
quietas hormigas antes de comenzar a aplastarlas con el dedo. El oficial que iba a la cabeza se quit
la gorra para secarse el sudor de la frente y mand un descanso. Los cinco soldados rasos se de-
rrumbaron en el suelo agotados. Aquello le puso las cosas mucho ms fciles al muchachito Mos-
quera, que acariciaba extasiado el gatillo del arma, tratando de mantener firme el pulso mordindose
los labios hasta sangrar. Hey, man, este chico vale. Tiene huevos y buena puntera, le haban re-
comendado de esta guisa a su jefe para la misin. Para aquellas tareas siempre empleaban a nios.
Decan que los adultos eran incapaces de atreverse solos frente a todo un grupo de militares, porque
eran conscientes de la realidad; los nios lo tomaban ms como un juego, un juego con el que mata-
ban enemigos pero en el que eran inmortales, as que actuaban
como kamikazes. Pero Rubn Mosquera no pensaba as. l no
era un nio bobo. Saba que un error podra costarle la vida,
pero tambin iba a morir tarde o temprano, pensaba, y si lo
haca pronto mejor, porque sufrira menos. Entenda que era
vctima de algo superior a l, superior incluso a sus jefes de
guerrilla, y acataba las rdenes como soldado que era, cons-
ciente de que aquella cabeza gorda con forma de meln no era
la de un mueco lejano, sino la de un sargento con familia e
hijos esperndole.
Pocos das ms tarde su
aprendiz mora a manos
del enemigo cuando tra-
taba de emboscar un ca-
min militar junto a otros
compaeros. Y ahora Ru-
bn Mosquera senta algo
ante las circunstancias,
sin distinguir si era ven-
ganza o temor. Una vez un chiquillo recin reclutado, an menor que l, le
haba preguntado si mat a alguien alguna vez.
Claro, man contest el muchachito Mosquera, y not cmo a su colega se le entornaban los ojos
de asombro y respeto.
Pero cmo lo hiciste? le inquiri el nio. Lo recordaba como si hubiera sucedido dos das atrs,
aunque en realidad haca ya varios meses de aquella charla en el campamento. Se llamaba Juanito y
era negro como la pez, con el cuerpo rechoncho igual que una abeja gorda. Haba llegado all como
otros muchos, sentenciado por una guerra invisible, y a Rubn Mosquera le haba tocado ensearle.
Ay, man, no es algo que a uno le nazca de la cabeza recordaba Rubn al pie de la letra sus expli-
caciones al aprendiz. Si a uno le dicen: mate a Fulano, pues ha de hacerlo no ms, porque si no lo
hace los dems le tienen desconfianza. Y a uno lo pueden quebrar las desconfianzas, pues es como
si estuviera colaborando con el enemigo, entiendes? Slo hay que obedecer. Pienso que con el di-
logo es como uno arregla mejor las vainas, pero aqu no gustars si no obedeces.
Pocos das ms tarde su aprendiz mora a manos del enemigo cuando trataba de emboscar un camin
militar junto a otros compaeros. Y ahora Rubn Mosquera senta algo ante las circunstancias, sin
distinguir si era venganza o temor. Segua mordindose los labios para mantener firme el pulso so-
bre el gatillo. Vir la mirilla suavemente para apuntar a uno de los soldados que acababa de quitarse
las botas y descansaba tumbado. Mejor dejarlo para despus, pens. Acabara con los que llevaban
las botas calzadas, porque podran perseguirlo si trataba de huir despus de disparar. Volvi a
apuntar al sargento. Eso les creara mayor confusin. Bam!, un disparo al jefe y los otros tembla-
ran. Quin sera el segundo en el mando?
Observ que uno se alejaba del grupo y se esconda tras unos helechos para defecar. Sera su se-
gunda vctima. Decidi concentrarse en el oficial. Apunt con firmeza, justo en el centro del bigote
que coronaba la mirada adusta, entre las dos cejas. Apret el gatillo accionando el instrumento mor-
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tfero y el hombre cay como un saco de patatas. El estruendo provoc que decenas de pjaros huye-
ran en desbandada del lugar. Uno de los militares grit mientras los dems aferraban sus armas y
miraban a su alrededor, confundidos por el revolotear de las aves. Rubn apunt ahora al hombre
que estaba separado del grupo. El desdichado intentaba correr hacia los dems con los pantalones
an bajados y dominado por el pnico. Trastabill una vez cayendo de bruces al suelo. Rubn apro-
vech para apuntar a la espalda y apretar el gatillo de nuevo. Dos balas atravesaron el cuerpo del
militar, quedando tendido en el suelo con los pantalones bajados, una mano sujetando el cinto y la
otra intentando alcanzar un tronco para erguirse. Rubn Mosquera volvi la mirada hacia el grupo y
observ cmo se replegaban con rapidez, ocultndose tras la maleza y los troncos de las palmeras.
Le gritaron insultos que no pudo entender.
Decidi esperar sus prximos movimientos. Los trajes militares se confundan con el follaje, y al
principio pens que se movan a su izquierda, pero luego comprendi que slo era una estrategia;
Los soldados lanzaban piedras a lo lejos entre los helechos para confundirle, aunque permanecan
escondidos en el mismo sitio, esperando que el muchacho delatara su posicin con un movimiento
en falso. No lo consiguieron. Rubn Mosquera mantuvo la calma y esper durante varios minutos,
hasta que uno de los soldados, el que andaba descalzo, decidi adelantarse para recoger sus botas.
El hombre se acerc muy lentamente, agazapado como una serpiente, y cuando estuvo cerca de su
objetivo trat de alargar la mano para coger las botas por los cordones y tirar de ellos hasta recupe-
rarlas. An no las tena en sus manos cuando recibi un disparo que le perfor la garganta. Otro de
los soldados trat de escapar saltando sobre unos troncos derribados y corriendo pendiente abajo,
disparando a discrecin su ametralladora. El muchachito Mos-
quera volvi a abrir fuego. Puls el gatillo y lo mantuvo en esa
posicin hasta que la tormenta de balas barri el sendero y ti
de sangre al desgraciado. Dispar hasta que dejaron de saltar
casquillos vacos de su arma y comprob que necesitaba recar-
garla.
La ltima rfaga de disparos haba delatado su posicin y los
dos soldados sobrevivientes comenzaron a disparar apuntando
a lo alto del terrapln donde el pequeo guerrillero se esconda.
Las balas silbaban muy cerca de Rubn Mosquera y se perdan
a lo lejos. El muchacho trat de retrasar su posicin y busc un
nuevo cartucho de municin en su mochila. Antes de cargar el
arma decidi asomar la cabeza y mirar cuesta abajo. Los dos
soldados ascendan la pendiente rodendolo en crculo, amparndose tras el grosor de los troncos,
mientras se aferraban a piedras y races que se asomaban como venas entre la hojarasca, los musgos
y los hongos. El guerrillero comprendi que no tena tiempo de recargar su fusil y opt por huir. Se
levant gil como un felino, echndose el arma y la mochila al hombro, y corri en direccin contra-
ria a sus enemigos. Salv un repecho y descendi a un valle frondoso tropezando con ramas y hoyos
en el suelo. Tras l corran los soldados, disparando sus armas cuando lo tenan a tiro. El denso fo-
llaje hizo que se diera de bruces con un tronco que lo doblaba en anchura. Apenas distingui el
obstculo cuando corra pendiente abajo, y el golpe en la cabeza lo dej aturdido unos segundos.
La ltima rfaga de dis-
paros haba delatado su
posicin y los dos solda-
dos sobrevivientes comen-
zaron a disparar apun-
tando a lo alto del terra-
pln donde el pequeo
guerrillero se esconda.
Las balas silbaban muy
cerca de Rubn Mosquera
y se perdan a lo lejos.
Por su mente circularon raudos los escasos recuerdos de su niez, arrinconados en un hermtico ex-
tremo de su memoria, de esa niez verdadera e inocente que tuvo alguna vez. Su hermana Claudia
bailando sobre la cama, sobre las mesas, o delante del televisor, siempre con la sonrisa blanca como
los terrones de azcar que su madre les serva en los tazones de chocolate. Rememor los abrazos de
su madre. Era una imagen lejana. La recordaba trabajadora y religiosa como pocas, con el rosario col-
gando de su fino cuello de cisne abotargado. Se acord de su padre. Un hombre de manos frreas y
enjutas, cuidando de las aves en el corral detrs de la casa, justo antes de ser ajusticiado mientras vea
horrorizado cmo violaban a su esposa. Por primera vez desde que decidi ser adulto Rubn tuvo
miedo, y comprendi que hasta el ms fuerte puede temer a la muerte. Entendi que una vida vale
ms que mil dlares y sus pupilas se volvieron ms negras y profundas de lo que nunca haban sido.
Mir hacia lo alto y distingui entre las copas un mono equilibrista que lo miraba curioso, mientras
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se balanceaba colgado de una rama con la cola. Trat de recobrar las fuerzas cuando oy muy cerca
de l las voces de sus perseguidores, los cuales discutan entre s sobre el paradero del muchacho. Su
frente sangraba y not cmo un hilillo caliente le recorra la mejilla. Continu corriendo, extasiado
por el miedo que se haba apoderado de l. Hey, man, este chico tiene huevos, record que al-
guien haba hablado una vez as de l. Pero ahora el corazn le lata como si sufriera la cuenta atrs
de un artefacto, senta cmo sus pulmones iban a explotarle de un momento a otro.
Por fin, tras apartar las hojas de unos inmensos helechos, hizo aparicin ante l el principio de una
enorme catarata que caa resbalando por las rocas hasta despearse en el ltimo tramo sobre las aguas
de una laguna. El muchacho midi la cada y supo que desde aquella altura se rompera el cuello gol-
pendose con las rocas del fondo. Prefiri descender por la vertiente derecha, donde la pared era ms
escarpada y con ms bordes a los que aferrarse. Adems, all el agua salpicaba menos y las rocas no
estaban resbaladizas. Fue descendiendo mientras el rugido del agua le impeda or si sus persegui-
dores estaban cerca. Cuando estuvo en el ltimo tramo de la cascada se lanz a la laguna doblando
las piernas, seguro de que no hubiera rocas en los primeros metros
bajo la superficie del agua. Se hundi como un pesado saco en la
fra laguna, lo suficiente para que sus pies rozaran levemente las
rocas del fondo y pudiera coger impulso para subir y respirar.
Tard bastante en llegar a nado hasta la orilla porque el fusil y la
mochila dificultaban el movimiento de sus brazos. Seguidamente
lleg a pisar la tierra enlodada y permaneci all tumbado unos
segundos, creyendo que haba despistado a los soldados. Comen-
zaba a rer nerviosamente cuando detrs de l, entre el follaje, oy
el chasquido de una raz pisoteada.
Por su mente circularon
raudos los escasos
recuerdos de su niez,
arrinconados en un
hermtico extremo de su
memoria, de esa niez
verdadera e inocente
que tuvo alguna vez.
gil como un jaguar, Rubn Mosquera rod por el suelo soltando su mochila y echndose a correr
con su vieja M-16 bajo el hombro. A su lado vio aparecer a uno de los soldados sujetando un fusil
con ambas manos.
Suelta el fierro, muchacho, o disparo le oy decir al hombre.
El jovencito Mosquera solt el arma con un acto reflejo mientras hua, pero no tuvo oportunidad de
or una nueva advertencia. Cuando apenas se haba internado en la espesura, sus piernas se paraliza-
ron con el estruendo de un disparo y cay al suelo de bruces descansando sus exnimes labios sobre
la hojarasca. Sinti cmo alguien se acercaba a sus espaldas y las botas militares se posaban junto a
su oreja. Eso es todo, pens el muchacho. Aqu acab todo. Me vencieron. No tuve huevas y sal
corriendo. Por eso Dios me castig.
Not cmo apretaban contra su crneo el can de un fusil mientras los dos hombres proferan in-
sultos. Recibi varios puntapis en un costado que lo hicieron revolverse como una lombriz de tie-
rra, mientras lentas lenguas de fuego y dolor barrenaban sus ojos como un cuchillo desgarra el es-
tmago. Luego uno de los soldados orden que acabaran de una vez. Volvieron a apuntarle con el
arma y esta vez no hubo ms patadas.
All qued Rubn Mosquera, desnudo bajo el manto que los recortes de cielo tendan sobre el di-
funto a travs de las copas de los palmerales, fruto de una hombra que no entenda y un pas que le
haba dado la espalda.
scar Bribin
El autor:
scar Bribin naci en 1979 en Huesca, aunque reside actualmente en Zaragoza. Tras colaborar
con artculos, relatos y poesas en varios nmeros de una treintena de revistas literarias electrni-
cas e impresas, tanto espaolas como latinoamericanas (Luces y Sombras, EOM., Rampa, Tntalo,
Nitecuento, etc.), dirigi la revista literaria Oxigen (www.revistaoxigen.com) durante cinco
aos. Ha sido finalista y premiado en varios certmenes literarios en la modalidad de narrativa
breve, participando en otros como jurado. Siempre implicado en la literatura con altas dosis
psicolgicas, abordando todo tipo de gneros y temticas, en noviembre de 2009 ver la luz su
libro de relatos Mentes Perversas con Mira Editores, y a principios de 2010 su novela Raazbal, con
la editorial Grupo Ajec.
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Relato

A ESCENA, ACTORES!
por Rolando Revagliatti
Helia Prez Murillo, mi compaerita en las clases de interpretacin, as como en las de expresin cor-
poral, enseaba literatura inglesa en un colegio religioso. Religiosa ella, rara avis, buen humor y mal
aliento, no responda a los cnones usuales de quien se prepara para ejercer de actor. Se anexaba a los
grupsculos ms laburadores sin desestimar a los que apuntaban hacia un destino de reviente. No to-
dos la queran (nunca ocurre) y menos an, la comprendan. Detalles simpticos la adornaban: en
substancioso revoltijo portabas tijerita, carreteles de hilo blanco e hilo negro, dedal, aguja, alfileres de
gancho. Costurera ambulante, un botn me cosiste apenas nos conocimos. Por aos trazamos un mis-
mo derrotero estudiantil. Realizamos, a propuesta ma, los seminarios de maquillaje y de foniatra.
Hicimos de pueblo (categora figurante), bajo contrato, en la tragedia campestre Donde la
muerte clava sus banderas de Omar del Carlo, en el Cervantes. Vos, como mujer riberea; yo,
detrs de una decena de ursos tambin disfrazados de montoneros, en un cuadro secundbamos a
Venancio Soria (Alfredo Duarte) peleando a facn con su padre, el general Dalmiro Soria (Fernando
Labat), en el segundo acto. Se te vea en el escenario. A m, en cambio, como dije, cubriendo las
espaldas del pelotn, con barba y gorro, el ms bajo, slo se me hubiera distinguido con la perspicacia
de la que mi padre y su primo Boche carecieron cuando recibamos los aplausos. De ese saludo en la
funcin del estreno, conservo una foto: all estamos: vos, sobre la derecha, empollerada y con pauelo
en la cabeza; yo, en el otro lateral, inclinado, con poncho y lanza, respetuosamente.
Nunca olvidar aquella friega entusiasta que me propinaras con linimento Sloan, antes de irnos a co-
mer Traviatas al barcito de la galera de la Sala Planeta. Ese calambre fue de lo ms genuino, y por m
la pantorrilla hubiera podido quedarse agarrotada. Me dulcificaste. De qu buen grado te habra ofre-
cido todo mi territorio recontracontracturado. Te dese con continuidad. Me enfebrecitabas al cerrarte
el sacn de vizcacha o cuando te instilabas el colirio. Virginidad agazapada, Helia, vos, transida y
amagante con tus treinta y cuatro aos en ristra, mientras yo, con ocho menos, te alcanzaba mis versos
esotricos, mis silvas a la metalurgia y a la agricultura, mi nica lectora, siempre una palabra amable,
como una novia. Tambin siempre tuviste hermanos mayores, todos machitos, y siempre confunda yo
la voz de tu mam con la tuya, por telfono. Tu padre, siempre, adems, fue un anciano delicado de
salud. Vivas en una mansin de sas que emputecen a un pequeo burgus que como yo la oteara
desde afuera y de noche, a bordo de su Ami a dos tonos de colorado, bien de chapa, con vos sin termi-
nar de despedirse ni de nada, en una callejuela de Adrogu, mucho rbol y parejo empedrado, mucho,
muchsimo parque alrededor de la casona. Yo te dejaba, Helia, precisamente en el portn que se abra
a toda esa manzana lbrega y rodeada por ligustro.
Estuve casado durante los dos primeros aos de tratarnos. La conociste a Viviana. Te amedrentaba su
independientismo enrgico, y su desconcertante labilidad. Por entonces, con Antonieta y Alejandro
concurramos a los caf-concert, previa presentacin de nuestros modestos carns de la Asociacin de
Estudiantes de Teatro. Sucesos que acontecan cuando te mandaste con Samuel Gomara esa atrevida
improvisacin en clase, incorporando los dilogos de Ionesco en Delirio a do. No te notamos ms
que ligeramente turbada cuando tu ducho partenaire te lama a travs de la malla amarronada y te
besuqueaba en la nuca y se entretena en tus nalgas y hasta en el perineo con los avispados dedos de su
pie derecho, el mocoso. Nos quedamos boquiabiertos, y encima el texto no molestaba, abstrusas lneas
que haban logrado justificar, ustedes, el adolescente aventurado y la ex-catequista. El recuerdo de tus
desmandadas acrobacias me impuls a la paja, admito, las ntidas imgenes de aquel recproco adobe
juguetn. Durante un tiempillo disfrutaste de popularidad, pero tus remilgos, opiniones y falta de
swing te remitieron a tu primitiva ubicacin.
Mara Palacini me inform de tu presencia en una velada de gala en el Teatro Coln con un joven
britnico, alto y rubio, con el que platicabas en su idioma. Al salir, con levedad, l te haba tomado del
brazo, segn la chismosa que los siguiera hasta una parada de taxis.
Nos extasiabas recitando en ingls los sonetos de Shakespeare. Y no te hacas rogar. Ya ms naciona-
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les (Dragn, Gambaro, Monti), nos divertamos memorizando escenas, tirndonos almohadones, para
automatizar la incorporacin de la letra.
No me gustaba ni medio que te trataras con un psiquiatra, que fueras a recibir consejos y medicacin
de ese vetusto chanta catolicn, amigo de tu padre. Te costaba dormirte, tenas sacudidas en la cama,
sbita sudoracin, lipotimia y taquicardia de origen emocional. Circulabas tambin con la farmacia a
cuestas, y el kiosco: pastillas de menta y mandarina, Genioles por las dudas, Efortil, antiespasmdico,
Curitas, terrones de azcar, saquitos de t. Qu no he visto salir de tus carterones? Ah, y el asma! El
asma que habas superado tratndote con ese doctor, lo que haca que sintieras por l una gratitud in-
condicional. Eras, en cierto modo, su cautiva. Nunca de una pasin descontrolada?... En tus jornadas
de retiro espiritual te imaginaba incandescente, aunque fuera por el divino Jess, y despus retornando
a m, an sin el alivio procurado. Retornando, digo, vos, la no siempre macilenta. Cada tanto algo
ocurra y tu cabellera luca limpia y alborotada, vestas una ropa fantstica, calzabas zapatos acordes y
todo as.
Remanida en expresin corporal, tus progresos fueron magros al principio. All se expuso ejemplar-
mente tu confusin. El profesor soslay la calentura larvada que resumabas. No por tus pies planos y
jirones de pintoresquismo, menos eras un volcn. Goc cuando me embadurnabas y desembadurnabas
mientras realizabas las prcticas cosmetolgicas y de caracterizacin: Ratn Mickey, villano, mari-
quita; cclope, linyera, marciano, bucanero. Jams desprovista de ahnco deslizabas tus algodones por
mi cara.
Cuando en pleno auge grotowskiano, Guido y Jorge se desnu-
daron recreando las circunstancias de un cuento originaria-
mente infantil, vos eras observada al menos por m: impvida,
simulando, negndote al impacto visual. Retaceaste, luego, el
imprescindible comentario.
Ensayaramos en mi de-
partamento una vez por
semana. Con el texto nos
meteramos cuando la
etapa de improvisaciones
estuviera avanzada. En los
dos primeros sbados es-
tuvimos trabados. En el
tercero ubiqu mi cabeza en
tu regazo y me amparaste.
Viva solo cuando me insinu y me disuadiste: nada cambiara
entre nosotros. Yo, en broma atropellaba: Soy el hombre de
tus... Y apelabas a mi compostura. Me descubriste besando a
un minn por el obelisco; y ciendo de la cintura a una espi-
gada pendejita del Bellas Artes, en la esquina de Quintana y
Libertad. Y de esos encontrones, ni una palabra.
Astuto, te suger preparar para el fin del cuarto ao lectivo una pieza corta de Tennessee Williams:
Hblame como la lluvia y djame escuchar... Aceptaste de inmediato, conmovida. La mujer alarga
el brazo, un brazo delgado que sale de la deshilachada manga de su kimono de seda rosa y coge el
vaso de agua, cuyo peso parece inclinarla un poco hacia adelante. Desde la cama el Hombre la ob-
serva con ternura mientras ella bebe agua. Ensayaramos en mi departamento una vez por semana.
Con el texto nos meteramos cuando la etapa de improvisaciones estuviera avanzada. En los dos pri-
meros sbados estuvimos trabados. En el tercero ubiqu mi cabeza en tu regazo y me amparaste. En
la ciudad le hacen a uno cosas terribles cuando est inconsciente. Me duele todo el cuerpo, como si
me hubieran tirado a puntapis por una escalera. No como si me hubiera cado, sino como si me
hubieran dado puntapis. En el siguiente sbado me acariciaste, no sin algn grado de entrega, breve,
claro est. En el quinto, te retrajiste: previsible. Me metieron en un cubo de basura que haba en un
callejn, y sal de all con cortes y quemaduras en todo el cuerpo. La gente depravada abusa de uno
cuando se est inconsciente. Cuando despert estaba desnudo en una baera llena de cubitos de hielo
medio derretidos. En el sexto sbado, como haba mucho ruido en el palier, nos mudamos al
dormitorio. Incluimos el borde de la cama (matrimonial). En el sptimo, y habiendo adoptado ya ese
ambiente, apagu la luz y susurr, mi voz entrecortada, la tuya opaca, neutra. Recorrer mi cuerpo
con las manos y percibir lo asombrosamente delgada e ingrvida que me he quedado. Oh, Dios mo,
qu delgada estar! Casi transparente. Apenas real, ya. En el otro fin de semana nos reunimos, ade-
ms, el domingo. Vos arderas subrepticiamente, y yo, agitado sufra y cerraba la puerta, te invitaba a
trastornarte con el autntico temporal que zarandeaba la persiana, apagaba la luz y en completa oscuri-
dad intercalaba frases de Williams, mientras con impericia me libraba del gastado pantaln de corde-
roy (de bastones anchos) y de la polera. Algo se me anunciaba desde la mdula, al tantearte; sofrenado
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me encim y desgarr de indeseado semen, todo mi ser ridculo y perentorio, me ofrend al slip de
nailon. Destemplado justifiqu el recule, atin a desdecirme y vos te adaptabas, Helia querida, mdica,
en lo tuyo. Me fui vistiendo con ocultado desdoro, encend la luz, alegu desconcentracin y de-
snimo, tomamos mate con bizcochitos de ans en la cocina.
Durante los das subsiguientes recobr mpetus. Un tropezn no es cada. Mis antecedentes de eyacu-
lacin precoz haban sido aislados y en circunstancias atpicas o calamitosas. El ensayo de la obra, no
obstante lo viciado del procedimiento, nos conformaba. Y fuimos consubstancindonos con el texto.
Tendr una habitacin grande, con postigos en las ventanas. Habr una temporada de lluvia, lluvia,
lluvia. Y me sentir tan agotada despus de mi vida en la ciudad, que no me importar estar sin hacer
nada, simplemente oyendo caer la lluvia. Estar tan tranquila. Las arrugas desaparecern de mi cara.
No se me inflamarn nunca los ojos. No tendr amigos. No tendr ni siquiera conocidos: tu largo
monlogo final, el potico y enrarecido clima de la pieza. El punto era cmo enajenarte, cmo enaje-
narte y mandar, mandar la escena al carajo. Sus dedos recorren la frente y los ojos de ella. Ella cierra
los ojos y levanta una mano como para tocarle. El le coge la mano y la mira volvindola, y despus
oprime los dedos contra sus labios. Cuando se la suelta ella le roza con los dedos. Acaricia su pecho
delgado y liso, como el de un nio, y luego sus labios. El levanta la mano y desliza sus dedos por el
cuello y el escote de su kimono a medida que se afirma el sonido de la mandolina. Creadas las
condiciones de ro revuelto, pescar, arrebatar los numerosos peces, los peces de tu soterrada lujuria. Y
as, otra vez a oscuras la escena, impregnado, mrbido, con suavidad te bordeo, nictlope, busco tu
boca con mis dedos, rozo tu nariz, beso tus prpados con alevosa, me desenvaso de las incordiosas
prendas, doy contra tus dientes interceptando mi lengua, sin arredrarme aplasto tu mano con mi sexo,
te aplasto, tenaz y corrodo, te encepo los pies, girs la cabeza como que te dispararas, pero yo te sigo
en el giro sin separarme, y resists tambin con las piernas, aunque tu mano no pugna por zafarse de
mi aplastamiento. Es ms: me siento aferrado; advertirlo me nutre de renovadas nfulas, no cejo, y tu
boca y tus piernas algo se distienden; yo confo, me arrellano, tu lengua soliviantada no atina a organi-
zarse; qu es esto?: esto es mi nobilsimo tironeo de tu ropa, la cual desparramo, te quito las medias,
te dejo en aros y en crucecita. Y quin piensa en el inmenso dramaturgo norteamericano, si hiendo
tus pezones y debajo te tenemos, transpirada y silenciosa?; ...el viento limpsimo que sopla desde el
confn del mundo, desde ms lejos aun, desde los fros lmites del espacio ultraterrestre, desde ms
all de lo que haya ms all de los confines del espacio; y tus brazos a los lados, como desmem-
brada, y a no distraerme, que esto en cualquier momento se quema, ya adviene lo superlativo, y se
quem cuando subiste las rodillas. Cost un poquito pero percib que me alentabas. Respirabas mejor,
acordte, despus de los espasmos.
An hoy, aos despus, ensayamos de vez en cuando la escena. Nunca presentamos en el curso nues-
tra versin librrima. Nunca toleraste que encendiera la luz ni que subiera la persiana. Nunca me per-
mitiste pasar a los papeles sin el ritual de el suelo de aquel departamento junto al ro...cosas, ropas...
esparcidas... Sostenes... pantalones... camisas, corbatas, calcetines... y muchas cosas ms... Nunca te
permitiste fuera de contexto un ademn extra-compaeril. Nunca aludimos al diafragma que aportaras
a nuestros encuentros. Nunca me dejaste ni un msero recado en la mensajera, en fin, ni un msero
recado de tinte qu ganas que tengo, y siempre arreglaste con prontitud para reunirte conmigo a ensa-
yar cuando, como hasta ahora, te lo propongo.
Helia: siento urgencia por descristalizar esta trama. No te amo. Todo es perfecto. Quiero ms con vos.
Anso secuestrarte. Variados argumentos. El epitalamio, el epitalamio. Pronto me mudo. Ensayemos
otra obra. Propon vos: Beckett, Jean Genet, Arrabal, Harold Pinter, Sartre, Schiller, Garca Lorca,
Osborne, Ibsen, Armando Discpolo, Strinberg, Pirandello, Eurpides, Valle-Incln, Racine, Bena-
vente, Adellach, Camus, Albee, Leroi Jones, Aristfanes...
Rolando Revagliatti

El autor:
Rolando Revagliatti. (Buenos Aires, Argentina, 1945). Ha publicado dos volmenes con cuentos y
relatos, uno con su dramaturgia y quince poemarios, adems de El revagliasts, antologa potica
personal. Ediciones electrnicas de sus libros se hallan disponibles, por ejemplo, en
www.revagliatti.com.ar.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 85
Relato

CRISIS DE FE
por Marc R. Soto
Jaime tiene nueve aos. Es moreno y regordete demasiadas palmeras de chocolate entre horas,
con el pelo en punta y gafas de culo de vaso que en el colegio le han hecho acreedor del sobrenom-
bre de Jafotas. Cada da, en los descansos, Eduardo, Manuel y Luis corean a voz en grito el mote
mientras le golpean en el rostro con los borradores (Ja-fo-tas! Ja-fo-tas!) ante el resto de la
clase, que aplaude o se mantiene indiferente.
Las navidades pasadas les pidi a los Reyes Magos un videojuego para la PlayStation, una maqueta
para montar como las de pap y unas gafas nuevas armadas con rayos lser. Escribi los deseos en
una hoja en blanco en la que previamente haba marcado los renglones con ayuda de una regla.
Cuando termin, dibuj estrellas de colores en los mrgenes, un abeto al pie e introdujo la carta en
un sobre para envos areos. Un paje le fotografi en el momento exacto en que se lo entregaba al
Rey Gaspar. En la instantnea, Jaime aparece con el brazo extendido y una mueca de profundo
asombro en el rostro. Aparece tambin Gaspar, cuya barba postiza comenzaba a despegarse dejando
a la vista la curva de una mejilla lampia surcada de venitas rojas.
Casi un ao ha pasado desde entonces. El videojuego languidece en un cajn, la maqueta adorna una
de las estanteras de su cuarto y sus gafas siguen siendo unas gafas corrientes, incapaces de fulminar
a nadie. An come palmeras de chocolate que por alguna
razn le saben tan dulces como amargas, an se esconde
en los recreos y por supuesto no ha olvidado lo que vio
bajo la barba postiza en aquel centro comercial las navida-
des pasadas. La semilla de la sospecha no ha germinado
todava, pero lo har en breve.
Las navidades pasadas les
pidi a los Reyes Magos un
videojuego para la PlaySta-
tion, una maqueta para mon-
tar como las de pap y unas
gafas nuevas armadas con
rayos lser. Escribi los de-
seos en una hoja en blanco en
la que previamente haba
marcado los renglones con
ayuda de una regla.
En estos momentos, la seorita Mari Carmen est expli-
cando en el encerado los nmeros quebrados. Jaime, inca-
paz de comprenderlos, mordisquea el metal que sujeta la
goma de borrar en el extremo del lapicero. No es el nico
que se aburre. Maite y Elena, que se sientan justo delante
de l estn cuchicheando. Jaime se inclina hacia delante
para escucharlas.
moneda de dos euros dice en ese momento Elena mostrndole a su amiga el nuevo hueco en su
sonrisa. A Jaime le parece guapa a pesar de las gafas, o quiz precisamente por ellas.
Pero qu boba eres replica Maite. No me lo puedo creer.
El qu?
Que todava te tragues la bola del Ratoncito Prez, eso.
Qu pasa con el Ratoncito Prez?
Qu va a ser? Que no existe.
T s que eres boba. Claro que existe.
No, no existe. Son los padres.
Cmo van a ser los padres? Nos despertaran al coger el diente de debajo de la almohada. El Ra-
toncito puede hacerlo sin despertarnos porque tiene las manos diminutas.
Puf lo que t digas. Pero mi hermano
Tu hermano es tonto.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 86
A ti lo que te pasa es que te gusta mi hermano
Maite y Elena dejan de hablar y vuelven a mirar hacia el encerado, pero Jaime no necesita escuchar
ms. Ha comprendido que lo que acaba de decir Maite es cierto. Todo encaja. Dos y dos son cuatro;
si arrojas una piedra al aire, la piedra cae; el Ratoncito Prez son los padres. Todo forma parte de lo
mismo. La verdad penetra en su mente, y Jaime comienza a explorar los rincones que esa nueva luz
ilumina. Si el Ratoncito Prez son los padres, lo mismo cabe decir de Pap Noel y, por supuesto, los
Reyes Magos. Tambin ellos son los padres. Ahora entiende el porqu de la barba postiza de Gaspar
en el centro comercial el ao pasado. Con la piel de gallina bajo el jersey, Jaime analiza todas las
mentiras que han adornado su infancia. Si Prez, Noel y los Reyes Magos no existen, por qu ha de
existir el ngel de la Guarda? Y una vez aceptado que el ngel de la Guarda es una patraa, una de
tantas fbulas transmitidas de padres a hijos, qu libra de la misma suerte al resto de las huestes ce-
lestiales? ngeles, arcngeles, querubines, serafines todo falso, comprende Jaime. Y as, llega
pronto al corolario ineludible. Jaime se queda de piedra cuando comprende la verdad. La verdad
completa. La VERDAD con maysculas. Se saca el lapicero de la boca y, con un escalofro, escribe
en el pupitre:
DIOS SON LOS PADRES
* * *
Pasan las semanas. Jaime se siente vez ms convencido de estar en lo cierto. La naturaleza divina de
sus padres gravita constantemente en su cabeza, cuando se levanta, cuando se despide de su madre
con un beso antes de salir al colegio, cuando se acuesta. Ahora entiende por qu su madre siempre
sabe cundo ha hecho una travesura, aunque no le est mirando. Ella dice que tiene ojos en la nuca,
pero la autntica razn cmo no se habr dado cuenta antes!
es que sus padres son omniscientes, omnipotentes. No hay nada
que ellos no sepan, nada que no puedan hacer si se lo propo-
nen. Y l es su hijo.
Es esta fe la que lo vuelve confiado. Jaime ya no se esconde en
los urinarios cuando suena la sirena del recreo, ni procura pasar
desapercibido entre clase y clase. En el fondo lo que desea es
que alguno de los matones se acerque a l para poder as plan-
tarle cara. Pero eso no llega a suceder, porque los camorristas
de la clase, que de todas formas ya estaban un poco hartos del
Jafotas, tan fofo y torpn, la emprenden ahora con Borja, un
chico de aspecto delicado que se sienta en la quinta fila. Le llaman comemierda, le llaman chu-
papollas, le llaman maricn y se mueren de risa cuando le bajan de un tirn los pantalones y las
nias gritan al ver el pequeo pene replegado sobre s mismo como una tortuga que tratara de es-
conder la cabeza en el caparazn.
Cada vez que Jaime ve
cmo humillan a su com-
paero, le hierve la sangre.
No es que hayan tenido
excesivo trato, pero en una
ocasin le pidi ayuda en
un examen y Borja gir su
hoja para que pudiera co-
piar las respuestas.
Cada vez que Jaime ve cmo humillan a su compaero, le hierve la sangre. No es que hayan tenido
excesivo trato, pero en una ocasin le pidi ayuda en un examen y Borja gir su hoja para que pu-
diera copiar las respuestas. Slo por eso Jaime a quien no le sobran los amigos lo considera casi
ntimo. Le resulta particularmente insufrible la idea de que los padres de Borja, tan omniscientes y
omnipotentes como los suyos, no impidan los maltratos de que es objeto su hijo da s, da tambin.
Si los suyos hicieran lo mismo, piensa, se volvera loco.
Por eso cuando, esta maana, a falta de cinco minutos para el fin del recreo, ve cmo Eduardo, Ma-
nuel y Luis se estn ensaando de nuevo con l, decide tomar cartas en el asunto. Furioso, emprende
la carrera desde el portaln del colegio hasta ellos, que ren mientras sostienen a Borja en volandas,
Eduardo sujetndolo por los sobacos y Manuel y Luis por una pierna cada uno frente a una de las fa-
rolas que bordean el campo de futbito. Borja pide auxilio, pero sin demasiado ahnco. No es la pri-
mera vez que le hacen la carretilla.
Jaime trata de imprimir mayor velocidad a sus piernas, pero sabe que el esfuerzo ser en vano. No
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 87
llegar a tiempo.
A la de una! grita Eduardo, y l y sus compaeros hacen oscilar el cuerpo de Borja hacia la fa-
rola. A la de dos! Y a la de tres!
Eduardo suelta su presa al mismo tiempo que Manuel y Luis tiran salvajemente de las piernas hacia
delante. El liviano cuerpo de Borja vuela por los aires hasta que el mstil de la farola lo detiene en
seco al chocar con su entrepierna. Borja queda tendido en el suelo, llorando. Eduardo se dispone a
sacarle una foto con el mvil, pero algo se interpone entre la lente y el bulto gimoteante al que ha
quedado reducido su vctima.
Ya est bien jadea Jaime alzando una mano. Dejadlo en paz.
Eduardo se lo queda mirando con incredulidad. En el colegio suena la sirena. Se acab el recreo.
Manuel y Luis vuelven corriendo a clase. Cada uno atesora dos faltas de comportamiento; una ms y
los expulsarn durante una semana. Eduardo, que slo tiene una, guarda el mvil en el bolsillo y
mira al Jafotas a los ojos.
T eres gilipollas o qu te pasa. Quieres recibir tambin?
Jaime traga saliva.
Que lo dejes en paz.
Eduardo le propina un empujn. Jaime tropieza con el cuerpo de Borja y cae al suelo. Cuando trata
de levantarse descubre que no puede moverse. Tiene a Eduardo sentado sobre l, cogindole de las
muecas.
Sultame. Sultame si no quieres que
Si no quiero qu pregunta, zumbn, Eduardo, y le arrea
una bofetada. La palma de la mano resuena al golpear la me-
jilla, que comienza a enrojecer. Jaime trata de moverse, pero
antes de que se d cuenta vuelve a tener las manos inmovili-
zadas. Eduardo lo abofetea de nuevo. Las gafas salen vo-
lando. Si no quiero qu, eh?
Mam, pap piensa con todas sus fuerzas Jaime y trata de
enviar el mensaje hasta casa, donde su madre estar planchando o preparando la comida. Mam,
pap, por favor, s que me estis escuchando, s que estis viendo esto, conozco vuestro secreto,
haced algo. Espera recibir pronto una respuesta, tal vez en forma de rayo surgido milagrosamente
del cielo despejado, o al menos sentir cmo el suelo tiembla bajo su espalda, seal de que sus padres
y los de Eduardo estn luchando en esos momentos, pero lo nico que obtiene es otra bofetada. Sus
mejillas arden. Al girar la cabeza por efecto del golpe descubre que Borja ha huido. No queda nadie
en el patio. Estn solos. Eduardo y l.
Eduardo le propina un em-
pujn. Jaime tropieza con el
cuerpo de Borja y cae al
suelo. Cuando trata de le-
vantarse descubre que no
puede moverse. Tiene a
Eduardo sentado sobre l,
cogindole de las muecas.
Mam, pap me os? Mam, pap
Pero nada ocurre, no obtiene respuesta, y ahora Eduardo ya no se limita a abofetearlo sino que lo
golpea con el puo cerrado, se ensaa con el gordo que ha olvidado cul es su lugar en el mundo. Al
cabo de unos minutos se pone en pie, pero slo para patear con fuerza la entrepierna del Jafotas y
salir corriendo a clase.
Jaime da un tumbo. Una oleada de dolor estalla en sus pelotas, trepa por el vientre, desciende por los
muslos, lo inunda todo. Eduardo se va por fin, y Jaime queda solo hecho un ovillo en el hormign,
sin aliento, con las manos entre los muslos apretando lo que en ese momento le parece el centro
doliente del universo, lloriqueando, pensando una y otra vez, una y otra vez: mam, pap, por qu
me habis abandonado?.
* * *
El dolor tarda diez minutos en remitir, pero incluso entonces no desaparece, sino que perdura como
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 88
un rumor sordo y desagradable en el escroto. Adems le arden las mejillas y siente un pinchazo
molesto en el costado cuando cambia de posicin. Con movimientos lentos y cuidadosos Jaime se
arrodilla, coge las gafas del suelo y, tras constatar que no se han roto, vuelve a ponrselas. El patio
est vaco. Un viento glido amontona las ltimas hojas de octubre contra los muros de la escuela.
Remetiendo el faldn de la camisa en el pantaln, camina hacia la puerta, entra en el edificio princi-
pal del colegio y sube por las escaleras hasta el segundo piso. Una vez all, avanza hasta su clase por
el pasillo pintado de un verde bilioso.
Cuando abre la puerta despus de dar dos golpes con los nudillos y escuchar el seco adelante de
la seorita Mari Carmen, se encuentra con treinta pares de ojos que lo observan fijamente. La pro-
fesora lo espera en la tarima con los brazos en jarras. Durante cinco minutos lo sermonea por llegar
tarde. Jaime aguanta el chaparrn en pie frente a ella, sin mover un solo msculo. Cuando la profe-
sora da por terminada la charla, le apunta una falta de comportamiento y lo enva a su asiento.
Maite y Elena ren por lo bajo cuando lo ven acercarse cojeando. Jaime las rebasa, llega a su pupitre,
mueve la silla con cuidado de no hacer ruido y se sienta. Su mesa est junto al radiador, bajo la ven-
tana, y hace un calor horrible. Le pican los ojos y se siente como si toda su piel ardiera.
Por dentro, sin embargo, est helado.
* * *
Cuando terminan las clases, Jaime recoge sus cosas y sale del colegio. El viento ha arreciado y
arrastra ahora envoltorios de plstico calle abajo. Jaime avanza con la barbilla hincada en el pecho,
sin mirar a un lado y otro al cruzar la calle. Varios coches hacen sonar sus bocinas tras detenerse
milagrosamente a escasos centmetros de sus rodillas, pero Jaime no gira la cabeza ni aprieta el
paso. Le sigue doliendo el costado, y en las mejillas, donde lo abofete Eduardo, lo que slo eran
rojeces cuando entr clase estn tornando ya en morados.
Su madre grita al verlo entrar en la cocina. Tiene puesto el de-
lantal y las manos manchadas de harina porque ha estado
haciendo croquetas de bacalao, las favoritas de Jaime. Sus de-
dos dejan rastros blancos en el anorak de su hijo mientras lo
abraza y le pregunta una y otra vez qu le ha pasado, quin le
ha hecho eso. Jaime se queda quieto, silencioso, sin llorar, sin
responder, sin devolver el abrazo de su madre. Demasiado
bien lo sabes piensa, por qu finges ahora? A quin pre-
tendes engaar?.
Su madre le besa los moretones del rostro, incapaz de contener
las lgrimas. Cuando al poco rato su padre llega a casa del tra-
bajo, se queda inmvil en la puerta de la cocina contemplando la escena. Le pregunta quin le ha
hecho eso, cmo se meti en una pelea, quin, si puede saberse, empez la pelea. Todo muy serio,
sin soltar el maletn que pende de su mano diestra como un escarabajo muerto. Jaime escucha cada
pregunta en silencio, fro como el hielo.
Pasan los minutos, largos
como horas. Jaime piensa.
Piensa hasta que le duele
la cabeza y los ojos pare-
cen querer escapar de las
rbitas, pero por ms que
piensa bajo las estrellas
de plstico fosforescente
pegadas al techo, no
acierta a comprenderlo.
Por ltimo su padre lo manda a la habitacin para que piense en lo que ha sucedido, para que haga
memoria hasta que se considere capaz de hacer un relato ordenado de los hechos.
Jaime aprieta la mandbula, agacha la cabeza y sale de la cocina. Ya en su habitacin, se deja caer
boca arriba sobre el cobertor de la cama.
Pasan los minutos, largos como horas. Jaime piensa. Piensa hasta que le duele la cabeza y los ojos
parecen querer escapar de las rbitas, pero por ms que piensa bajo las estrellas de plstico fosfores-
cente pegadas al techo, no acierta a comprenderlo. No acierta a comprender por qu sus padres no
hicieron nada, por qu no impidieron que el estpido de Eduardo le hiciera picadillo, por qu ni si-
quiera lo intentaron.
Y as pasan las horas, largas como das. Cae la tarde al otro lado del cristal. En la calle, las farolas
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 89
iluminan las copas de lo chopos. Los perros ladran en las laderas del valle. Los coches zumban al
pasar bajo la ventana. Sus padres discuten en el saln, a dos tabiques de distancia. Las palabras lle-
gan amortiguadas, ininteligibles, pero Jaime sabe de qu estn hablando. Claro que lo sabe.
Y dan las siete. Y dan las ocho. Y dan las nueve.
Su madre aparece a las nueve y veinte, con una pirmide de croquetas de bacalao haciendo equili-
brios en un plato llano y media docena de preguntas que Jaime se niega a responder.
Y dan las diez. Y dan las once. A las once y media es su padre quien abre la puerta de la habitacin,
enciende la lmpara con forma de sol que cuelga del techo las estrellas fosforescentes se apagan: el
truco de magia ms viejo del mundo y se sienta a su lado en la cama. No dice nada. Slo acaricia el
pelo de Jaime, que se ha dado la vuelta y, de costado, le da la espalda con la mirada fija en la pared.
Lo acaricia durante un rato pero por ltimo se va, y vuelve a apagar la luz y vuelven a brillar, fras y
falsas, las estrellas de plstico en lo alto. Jaime no se gira de nuevo para quedar boca arriba. Deja
que pasen los minutos sin moverse, prestando atencin nicamente al nudo que siente en las tripas,
ese nudo que no es slo producto del hambre el platillo con las croquetas permanece intacto sobre
la mesita de noche, donde su madre lo dej sino de las ganas de gritar, gritar con todas sus fuerzas,
gritar hasta escupir la garganta por la boca, gritar hasta volverse del revs como un calcetn sudado
despus de gimnasia. Pero no lo hace. Se queda quieto, sin mover un msculo, manteniendo a raya
ese monstruo, ese pequeo monstruo voraz que habita sus tripas.
* * *
En el reloj del saln suena la campanada solitaria de la una,
despus la de la una y media. A las dos de la maana, Jaime se
levanta.
Su madre aparece a las
nueve y veinte, con una
pirmide de croquetas de
bacalao haciendo equili-
brios en un plato llano y
media docena de
preguntas que Jaime se
niega a responder.
Tiene los ojos inyectados en sangre. Ha estado llorando las dos
ltimas horas, pero no ha obtenido desahogo alguno del llanto,
sino tan solo un sabor a sangre y arcilla en el paladar y una fra
determinacin.
Silenciosamente, gira la puerta de su cuarto y baja las escaleras
hasta el garaje. Al rato, vuelve a subir y, descalzo, entra en la
habitacin de sus padres.
Estn dormidos.
* * *
Media hora despus, con el pijama pegajoso y las manos sucias, Jaime saca de la despensa una de
las cajas con palmeras de chocolate que reservaba su madre para el desayuno de los domingos. Con
ella bajo el brazo, vuelve a la habitacin de sus padres, pone la calefaccin al mximo, se encarama
a los pies de la cama de matrimonio y se queda all sentado con las piernas cruzadas, mordisqueando
cada palmera de la caja despacio, muy despacio, porque han de durar.
En ningn momento pierde de vista la cuchilla que utilizaba su padre cuando trabajaba en sus ma-
quetas. Lo tiene al alcance de la mano, por si vuelve a necesitarlo.
Por si al tercer da les da por resucitar.
Marc R. Soto

El autor:
Marc R. Soto (Santander, Espaa, 1976). Sus relatos han sido publicados en revistas, fanzines y
e-zines, as como antologas colectivas de relatos de terror.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 90
Relato

EL XODO FINAL
por Sara Martnez
Soy el elegido de los Dioses para conducir a mi pueblo. Nadando pausadamente, guo a mis hermanos
y hermanas hacia las Aguas Prometidas, donde el Sol derrite los hielos y prolifera el alimento. La res-
ponsabilidad no me abruma: creo que estoy preparado para esto; y nadie cuestionara mi liderazgo. Si
bien el mar aparenta estar turbio en la superficie, aqu nos encontramos seguros y tranquilos, nuestros
hijos explorando los misterios que se despliegan a nuestro alrededor. Nada puede daarnos ahora
Suele ser difcil perturbarme, pero algo llama mi atencin. Es poco ms que una sutil alteracin en las
ondas; una figura cambiante que se confunde con las corrientes y progresa en una danza caprichosa. A
ratos se torna inmensa; en otras ocasiones, sin embargo, es minscula como un pececillo. Parpadeo
con fuerza y me digo que no es ms que un remolino; pero podra ser que...? Deidades del Ocano!
Me est sonriendo?
Desde luego que me est sonriendo, y hasta puedo escuchar su risa. Suena como el murmullo del agua
fluyendo en las profundidades, uno de esos cantos etreos que a veces se mecen en las olas. Intenta
comunicarse conmigo... y yo me pierdo en la cadencia de su voz.
Sgueme, criatura; porque yo soy tu seora, me susurra. A mi lado conocers aguas mejores, re-
mansos de calidez y abundancia para la prosperidad de los tuyos. No tengas miedo, Prncipe de Alta-
mar. Me envan los Dioses. No tengas miedo....
Me dejo acariciar por su esencia y me embriago de su hechizo, seducido por la magia de su arrullo y
las promesas de dicha eterna. Cierro los ojos mansamente y me abandono a sus brazos; permito que
me arrastre con ella, lejos, cada vez ms lejos... Lejos de mi ruta y de mi vida, lejos de todo paraje
conocido. Mi pueblo, que confa en m, me sigue de cerca sin protestas. Siento que algn sentido ale-
targado me grita en nombre de la prudencia; pero la fe que me aturde es mucho ms poderosa. Las
Deidades se me han manifestado a travs de su heraldo ms hermoso, y tengo confianza ciega en su
generosidad. Ella jams permitir que nos suceda nada malo...

En qu momento sucumbi mi razn? Deidades del Ocano, por qu me habis hecho esto? Infinitas
rocas afiladas lastiman mi piel y desgarran mi vientre; siento en mi rostro el azote del aire secando mi
cuerpo. Mis hermanos y hermanas gimen en un ltimo coro de angustia, culpndome de haberles su-
mido en este espectculo de perdicin y horror. Estamos cerca del lmite entre nuestro mundo y la
tierra de los hombres. Demasiado cerca...
La traicin tiene sabor a sangre.
La marea desciende lentamente, pero olvida devolvernos al hogar. Lo nico que queda de nosotros son
trescientas toneladas de agona.
Lo siento tanto, criatura. No sabes cunto lo siento... La veneracin a los Dioses requiere sacrificios
injustos, musita el espritu marino. Su voz se insina en los envites del oleaje contra el escolladero.
Destrozado, arrojo al viento un bramido que solo mi manada comprende:
Podris perdonarme, hermanos? Os he fallado... Os he fallado....
Y aguardo a la muerte en silencio.
Sara Martnez
La autora:
Sara Martnez Oro (Logroo, Espaa. 1984). Es licenciada en Filologa Inglesa y estudia su se-
gunda carrera: Magisterio en Lengua Extranjera. Segundo premio en el concurso literario Crnicas
de la Torre organizado por la web de la escritora Laura Gallego Garca con su relato Curvas
(2006). Primer premio en el concurso Agenda Idhn 2008 con el cuento La accin ms hermosa.
Se zambull en el universo del fanzine a travs de la revista riojana Degeneracin espontnea, en
la que colabora a menudo con obras como La vieja Skylia o Lluvia en el alma.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 91
Relato

ESTADOS OPRESIVOS
por Emilio Jio Gil
Todos los errores son imaginarios.
Pero la realidad en ese caso te atropella con la velocidad de un triler de mercancas.

Arrestado!
Disclpeme, seor juez, estoy enamorado.
No es excusa para estar agilipollado, con la justicia no se bromea y usted queda detenido.
Usted est casado?
Soy una fuerza del estado al seor no le importa que me meta cocana o me vaya de putas al
mercado.
Tiene usted razn, seor vigilante de mi salud, yo soy un pobre desgraciado, pero si me atreviera le
dira que usted es un hijo de puta pero por miedo me quedo callado.
Palmadas en la nuca
As me gusta, que siga alienado.

Y mi amor reclama una bomba de relojera que nos mande en segundos al otro barrio, felices y
contentos de la mano.

El autor de las palabras est enamorado, su amor puede ser imaginario pero eso no es una razn de
grado. El comentario de texto est claro, la conclusin ha sido actuada, las llaves de la celda no estn
al alcance de la dama.

El cronista de la red escribe las mentiras de la comedia que por no llorar desespera de risa por los
gustos opresivos del planeta.
Emilio Gil
El autor:
Emilio J io Gil es en la actualidad director de Plica Zaragzame SL, Zaragzame, Literatrame y
otros tantos proyectos de web. Fillojio y consejero editorial de estas Narrativas
* * *
Relato

LA PEQUEA
por Laura Lpez Alfranca
En la oscura mansin de la colina siempre hay ruidos y risillas que resuenan por las paredes. Por la
chimenea sale humo negro, que huele de forma extraa pero es normal, porque las mujeres que
habitan la casa son brujas. Todos lo saben, hasta los mayores, aunque no lo quieran reconocer.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 92
Los nios saben que si se meten con ellas, llaman a las araas para que se te coman mientras duer-
mes y sueas cosas horribles. Pero si las dejas en paz, en Halloween te dan muchsimas golosinas,
tantas que debes ir con una bolsa grande para que entren.
An as, el resto de los das, lo mejor es apartarse de su camino. No sea que te hagan desaparecer
como Ricky del segundo C.
Cuando sus hijos les cuentan sus historias, tienden a sonrer, poner los ojos en blanco y no darles
ms importancia a fin de cuentas, es normal que teman aquello que no comprenden. Puede que las
tres mujeres McAllen fueran extraas, pero eran unas buenas personas con muy mala suerte, como
cuando las dos mujeres adultas perdieron a sus maridos.
Una tarde soleada y calurosa, mientras una procesin de coches oscuros avanzaba hasta la casa de la
colina, los nios espiaban tras las cortinas ocultos por sus mantas. Afirmaban que all arriba estaban
haciendo reunin de brujas, que tenan miedo de lo que poda ocurrir.
Cuando por curiosidad algunos padres se acercaron a preguntar, no respondi ninguna de las
McAllen que ellos conocan. Decan ser primas, tos o parientes lejanos, que haban venido para
festejar que Daisy, la ms joven del clan, iba a dar a luz.
Movidos por un deseo morboso, esperaron en el porche de la
mansin para comprobar algo. Todos saban que la chiquilla
estaba embarazada de Bobby, el hijo mayor de los Ventris.
Desde pequeo siempre haba dado muchos problemas; la cosa
cambi despus de esfumarse durante dos semanas y aparecer
abandonado en una de las carreteras comarcales medio muerto.
Pareca haber dado un cambio completo a su vida, de
delincuente a joven encantador y responsable incluso se
afirmaba que se haba hecho cargo de la criatura de la joven
McAllen.
Cuando sus hijos les
cuentan sus historias,
tienden a sonrer, poner
los ojos en blanco y no
darles ms importancia
a fin de cuentas, es
normal que teman aquello
que no comprenden.
Cuando le vieron aparecer con un enorme oso de peluche rosa, un ramo de margaritas en las manos
y una gran sonrisa, afirmaron estupefactos que alguien haba cambiado a ese chico. Ante la insisten-
cia de los dems miembros de la familia para que los vecinos les acompaaran en la espera, acom-
paando a sus palabras con un ofrecimiento de sillas y unos refrescos para amenizar la espera, los
lugareos se quedaron a celebrar el nacimiento hasta bien entrada la noche, mientras que sus hijos
cerraban puertas y ventanas con pestillos, deseando que eso pudiera detenerles.
Dana McAllen se asom por la puerta para escuchar a sus invitados. En el saln se encontraban los
lderes de las diferentes facciones de los clanes, a la espera de que naciera otro soldado ms para su
causa. Ilusos, no saban lo que en verdad estaba pasando.
Todos se giraron al or las escaleras crujir, incluso ella misma Por estas suba ese estpido de
Bobby, con una gran sonrisa y enseando las baratijas que haba trado. Qu le haba visto su pe-
quea? Era el tpico rebelde del que todas las quinceaeras se enamoraban, con esos ojos grises, el
pelo castao y esa sonrisa radiante, pero hasta que no le mejoraron, era una mala persona que in-
tent abandonarla y hacerle dao. Ahora simplemente le daba asco pensar siquiera que le amase.
Son para mis chicas la mujer se mordi la lengua y, aunque dese impedirle que subiera, tuvo que
guiarle por en medio de la asfixiante oscuridad. No deba contrariar a la joven, no hasta que naciera
la nia. Y enhorabuena, abuela le ignor, si por ella hubiera sido, este maldito idiota habra de-
saparecido de sus vidas, pero era un perro demasiado fiel y obsesionado con Daisy.
Entre la penumbra, apenas iluminada por unos esquivos rayos de sol que se haban conseguido infil-
trar, el calor flotaba pesadamente, el mejor ambiente para gestar un beb.
En la habitacin principal el fuego crepitaba y su pequea sollozaba de dolor. Se acerc a ella preo-
cupada mientras la abuela y lder de la familia, Delia, le cambiaba el pao hmedo de su frente. La
madera cruja a su alrededor y aunque lo haca con fuerza a causa de la edad, eran incapaces de aca-
llar los sollozos de su sacrificio. Mir a su nia, con el pelo negro pegado a la frente y sus ojos os-
curos cerrados por el dolor, pareca ms plida de lo habitual y la prominente barriga la hacia pare-
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cer ms pequea y desvalida. Se mordi los labios, era demasiado pronto para que tuviera a su beb,
pero al menos gracias al padre, tendra ms poder que ninguna otra persona. Daisy alz un grito y el
sacrificio la imit pidiendo ayuda, se haba vuelto completamente loco.
Buenas tardes, Bobby lo salud la anciana con una gran sonrisa, mientras apartaba sus cabellos
grisceos del rostro. Ella le adoraba, tanto como su hija malditas sentimentales. Mira, cario, os
ha trado regalos la chica abri los ojos y sonri con dulzura al chico, que se acerc para ensearle
sus presentes.
Sacadme de aqu alz una ceja a modo de advertencia sin volverse, pero el otro no callaba.
Muchas gracias, mi amor murmur Daisy agarrndose al brazo del muchacho.
Deja que las ponga en agua y el osito en el cuarto de la nia y a un movimiento de su mano, el
ramo qued colocado en la mesa de madera vieja y el peluche desapareci.
Cmo estis? No deseaba sonri al ver cmo iba a colocar la mano encima de la tripa de la
chiquilla, pero la vieja mayor la detuvo.
No dijo apartando suavemente la manta. Poda ver el vrtice oscuro en medio de esta, donde las
araas correteaban en busca de la sangre de su sacrificio. Succionaba el aire y los seres se movan
por encima de la piel de la joven madre sin temor. No querrs que tu pobre nia te tome como su
sacrificio y sufra por haber daado a su padre, verdad? l neg y Dana buf, no iban a librarse de
l.
Te ha echado de menos afirm Daisy y a punto estuvo de rerse. Estaba dando pataditas, lla-
mando a su papi.
l no es su padre dijo volvindose a la pared. Es eso de ah.
Encima de la chimenea, atado con telas de araa y adornando el
lugar como un trofeo de caza, estaba el verdadero Bobby Ventris,
antes hermoso y ahora un enorme saco de carne y pus defor-
mado. Gimoteaba suplicante el sacrificio para la nueva vida
que deba nacer.
Encima de la chimenea,
atado con telas de araa
y adornando el lugar
como un trofeo de caza,
estaba el verdadero
Bobby Ventris, antes
hermoso y ahora un
enorme saco de carne y
pus deformado. Gimo-
teaba suplicante
Ten dijo sacando un vaso y un berbiqu, para luego tendrselos
al perro, trae su sangre, Danielle est hambrienta dijo refirin-
dose a su futura nieta.
El otro asinti, tom los objetos y se acerc a su antiguo amo.
Baj la mirada al suelo, donde las sombras del cuarto delataban
lo que aquel joven era en verdad.
Maldito chucho! grit el hijo de los Ventris movindose lentamente, su cuerpo hizo un sonido
grasiento y pesado, llenando la habitacin con su hedor a sudor. Deb molerte a palos, reventarte
la cabeza! sinti cmo el animal se tensaba y ella dese maldecir. Nunca haba que dejar a los re-
vividos cerca de sus asesinos, la muerte vuelve sus rencores ms peligrosos y difciles de controlar.
Pero le necesitaban, quin si no haba podido hacerse pasar por l, salvo el perro de la familia? Lo
que no haba esperado es que los rumores fueran ciertos, y que el propio joven acab matando a su
mascota a golpes.
Lo hiciste, maldito bastardo para su sorpresa, volvi a relajarse y, apartando las telas, clav el
berbiqu con fuerza debajo de la axila. Rpidamente, tap la boca del otro con la mano que empu-
aba el instrumento, pero el grito reson con fuerza, slo acallado por uno de la madre. Pero ya me
vengu. Toda tu vida me pertenece y las personas a las que amabas, tambin.
Evita que se desperdicie sangre, Danielle la necesita replic la mujer con frialdad. Con la otra
mano, el joven recogi el lquido que manaba de la herida, para luego taparla con las telas. El gris se
ti de rojo y la sangre revolvi las entraas de las tres mujeres presentes, que sintieron cmo su
apetito aumentaba. Se lo entreg y esta lo dej flotando en el aire, an deban realizar otros rituales.
El joven se acerc mientras su dueo sigui insultndole, gimoteante. Con las telas y su desnudez,
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pareca un enorme beb deforme llamando por su madre, pidiendo ayuda para que alguien le sal-
vase. En cuanto le tendi la sangre, a una seal, Delia y ella misma invocaron cientos de velas ilu-
minando el lugar tenuemente mientras flotaban por el aire y se movan en crculos. La antigua magia
oscura impeda que la luz pudiera imponerse en aquel lugar slo para malvivir entre sus fauces.
Pero la necesitaban para guiar a su nieta y que no confundiera sus sacrificios, los pequeos tendan a
ser insaciables nada ms asomarse al mundo.
Mientras Bobby abrazaba a Daisy intentando darle su apoyo, las dos mujeres iban realizando todos
los rituales necesarios. Tendran hacer muchos ms de los normales, llevaban siglos sin emplear
un sacrificio humano, deban evitar que en ningn momento alguien sintiese el poder que desatara
la pequea que sera inmenso al usar al maldito bastardo que dej embarazada a la por ahora ms
joven de la familia e intent matarla.
Juntando el dedo ndice y corazn, los llev a su boca para lamerlos y luego, mientras realizaba los
encantamientos, los peg a una de las luces, tornndose su cuerpo ceroso y blancuzco en una voluta
de humo azul oscuro. Y a cada objeto que aada al conjuro, de su pareja ms prxima empezaba a
surgir las runas para mostrar que su magia haca efecto y les protegera de la nia. Cada crculo y
magia tena un color diferente, que bailaba al son que marcaba el fuego.
Mientras, el olor a cera fue mezclndose con el acre de la sangre y sudor, los gemidos del sacrificio
se volvan gritos desesperados, mezclndose con los de la madre y los nimos del padre postizo.
Cuando la ltima vela fue transformada, el lugar brillaba con
cientos de colores, produciendo una sensacin mareante y
enfermiza. El calor la haca sudar y respirar pesadamente,
como si el aire se hubiera convertido en algo tan slido como
pesado. Intent recuperar su lugar correspondiente al lado de
su hija, que gritaba llena de dolor, pero esta se neg a soltar al
perro, rogando que no le abandonase. Cuando l el prometi
que no lo hara, Dana dese vomitar. Mir a Delia buscando
ayuda, pero su expresin era fra y tajante; saba que le repro-
chaba no haber estado cuando Daisy la necesit, en su insa-
ciable bsqueda de poder. Entenda su rabia, su ira, pero ella
estaba ocupando el lugar que le corresponda por derecho, por
mucho que la hubiese criado, fue Dana quien llev a la nia en su vientre nueve meses y eso era
algo que ni la anciana poda cambiar. Se mordi los labios deseando no tener que llegar a aquel ex-
tremo, pero ella se lo haba buscado.
Con un ltimo alarido,
miles de araas de cientos
de tamaos, negras como el
carbn, escaparon a travs
de su tero y corrieron a
encontrarse con su
verdadero padre, que grit
y suplic misericordia
mucho antes de saber lo
que en verdad iba a sufrir.
Empez a realizar los conjuros sobre el recipiente; mientras, se volvi y de entre sus ropas negras
sac una ampolla. La haba llenado con la sangre de su madre, suficiente para que el beb la tomase
como un sacrificio para librarse de ella y tomar el control. Unas cuantas lgrimas se le escaparon,
odiaba tener que hacer eso, pero solo poda haber tres brujas en cada rama de la familia y por culpa
de su madre, ellas haban perdido mucho poder y liderazgo. Ahora con Danielle, que recibira el
sacrificio de su padre y de otra bruja, sera considerada una diosa entre los suyos y ella la guiara
hasta la grandeza. Como debi ser con Daisy cuando sacrific a su primer varn para que ella pu-
diera obtener gran poder, como debi ser siempre.
Mezcl las sangres y, al acabar los conjuros, el lquido se torn negro. Se volvi y, sin mediar pala-
bra, lo verti encima del vrtice. Las araas se volvieron locas, corretearon encima de su hija y esta
grit de dolor. Saba que aquella sensacin era horrible, incluso ms que un parto normal pero por
suerte, pronto acabara para su nia.
Con un ltimo alarido, miles de araas de cientos de tamaos, negras como el carbn, escaparon a
travs de su tero y corrieron a encontrarse con su verdadero padre, que grit y suplic misericordia
mucho antes de saber lo que en verdad iba a sufrir.
Los insectos subieron por la tela mientras su verdadero padre se agitaba, haciendo que algunas de
aquellas criaturas se desprendieran y cayeran al suelo, algunas la ver aquello, aguardaron a ver qu
ocurra. Dana grit asustada, temiendo que su nieta pudiera haberse hecho dao. Los gritos se redo-
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blaron cuando uno de los animales mordi al joven en la mejilla, arrancndosela, dejando visible el
hueso y los dientes. Los alaridos se redoblaron, pero ahora que tenan una va de acceso, las araas
se introdujeron en el interior del cuerpo mientras l intentaba morderlas, mientras sacuda su cara
para que no entraran por la nariz ni le picaran los ojos. Las dems fueron debilitndole arrancando
carne de brazos, piernas y cuerpo. La sangre comenz a chorrear y las gotas creaban un ruido sordo
en el suelo. El olor metlico inund el lugar, como el salado de las lgrimas del joven. Pero la mujer
solo se preocupaba por las araas que se moran si segua as, la nia poda perecer. Poco a poco,
el sacrificio fue muriendo y los seres pudieron comer con mayor presteza. Pronto, algo cay por las
telas y choc con gran estrpito contra el suelo, las araas que no se haban arriesgado, abrieron las
telas y atacaron las vsceras sanguinolentas.
Cuando el esqueleto cay dentro de la tela y oyeron los gorjeos de la nia, fue cuando supo que
haba acabado pero qu ocurra con la sangre de su madre? Antes de que pudiera hacer nada,
Bobby corri hacia la bolsa y comenz a romperla. Madre y abuela exclamaron asustadas, la tradi-
cin mandaba que se usara aquel tejido para vestir a la nia, algunos afirmaban que los bebs se
volvan a transformar si no sentan el olor de su sacrificio apacigundoles. Aunque la chiquilla pare-
ca ms atenta a su padre postizo que a su propia desnudez, observndole con sus mismos ojos azu-
les.
Ella comenz a gritarle, pero l la ignor, llevando entre sus brazos a la pequea, que le sonrea y
acariciaba, mientras el perro iba hacindole moneras para que se riera. Se la tendi a Daisy y Dana
suspir, deban seguir con los rituales y saber por qu la pequea no se haba lanzado contra Delia.
Danielle la llam para seguir con los ritos, pero la pequea ni la escuch, segua atenta a la joven
madre, que levant la mirada preocupada.
Por qu no responde? inquiri con preocupacin de primeriza. Tendr algn problema con los
oiditos?
Beb la llam Bobby y la chiquitina gir el cuello para sonre-
rle. Creo que no le gusta el nombre afirm divertido y las
adultas bufaron.
Es la tradicin habr que escoger uno con el que responda,
que le de fuerza y carcter terci la mayor de las mujeres.
Diana, Daphne, Dalya comenz a recitar la mediana, pero la
nia haba vuelto la atencin hacia su madre.
Aracne la llam el padre y la pequea se gir sonriente.
Parece que ese le gusta Dana sonri. S, era un gran nombre, el
de su diosa.
Aracne repiti y la pequea la mir llena de curiosidad.
Extendi los brazos y la agarr. Debes los ojos se tornaron negros y de su boca, emergieron
cientos de araas que la atacaron.
Cuando el esqueleto
cay dentro de la tela y
oyeron los gorjeos de la
nia, fue cuando supo
que haba acabado
pero qu ocurra con la
sangre de su madre?
Antes de que pudiera
hacer nada, Bobby
corri hacia la bolsa y
comenz a romperla
Grit pidiendo ayuda, mientras los seres desgarraban su carne y la devoraban viva. Las empuj y
tir, intentando que se alejaran de su cuerpo, pero enseguida cubrieron su cara, las notaba recorrer
su piel al tiempo que la devoraban, que la desgarraban por dentro y luego, sinti como sus patas
peludas le acariciaban la nariz y la garganta, arrasando con todo lo que encontraban a su paso. Cay,
se revolvi, pero era intil dej que el dolor la consumiera, mientras oa a su hija llamndola pre-
ocupada, intentando detener al beb y la anciana ahora lo entenda aunque fuera demasiado
tarde
Bobby grit cuando vio a su hija lanzarse contra su abuela, qu ocurra? Rpidamente, y aun a pe-
sar de que la odiaba, empez a agarrar las araas, intentado detenerla como mejor poda al no saber
nada de magia. Lejos de lo que haba temido, los insectos preferan quedarse quietos antes que
herirle, as que se los pasaba a su amor, mientras ella les detena con las sbanas, rogndole a Dana
que aguantase. Pero las araas eran millones y poco podan hacer los dos contra ellas.
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Haga algo! grit a la abuela Delia, que miraba el espectculo con una sonrisa ms propia de su
hija que de la afable anciana. Estaba al otro lado de la cama, observando todo con la espalda rgida y
sin apenas parpadear.
Ya lo estoy haciendo afirm cerrando los ojos. Estoy disfrutando de mi triunfo.
Abuela, por favor! No dejes que Aracne se coma a mam! pidi la joven movindose con tor-
peza, an estaba dbil por el esfuerzo. Cuando crey que iba a caerse, la agarr del brazo, no iba a
consentir que nadie le hiciera dao.
Querida, slo le estoy dando a tu madre lo que deseaba: ms poder para su nieta asever al tiempo
que mova. Lamentablemente, para poder hacer frente a algunas facciones del clan, deba hacer un
sacrificio mayor Bobby rabi, si an conservase sus dientes, la habra mordido.
No quiero que Aracne sea un arma! replic Daisy levantndose, llena de fuerzas y desafiante.
No te lo consentir! el joven baj la vista al sentir a las araas correteando por su pierna, ya
haban acabado de comer y parecan intentar llegar al otro lado de la cama
Demasiado tarde. Cuando tu madre crey mezclar mi sangre con la de su padre estaba mez-
clando la suya y la vuestra oy cmo su amor gritaba, pero Bobby saba que algo no iba como la
vieja haba planeado. As que nia creo que la oy gritar y se gir, las araas haban empezado
a comerse el cuerpo de su bisabuela, mientras la joven gritaba sin saber qu hacer, rogando a la nia
que se detuviera.
Pero Bobby saba que estaba desatada, cientos de araas se haban escapado por la puerta y las oa
caminar por toda la casa. Eran puro hambre e instinto, algo que conoca de sobra.
Dai! llam a la joven y esta se volvi llorosa. Saba que no soportaba aquella visin, haba tenido
que girar la cabeza cuando la pequea se comi al bastardo y por lo bajo, le rogaba que la perdonase
. Est abajo, hay que darse prisa!
Y antes de que pudiera darse cuenta, la joven ech a correr medio desnuda. La sigui por toda la
casa, hasta que a sus sentidos llegaron los gritos de dolor y de los hechizos, adems del olor a azufre
y sangre. Estaba comindose a los invitados.
Bajaron por las escaleras, donde vieron en el suelo a varias per-
sonas tumbadas, con las vsceras arrancadas y los ojos cerrados.
Se qued helado, incluso su corazn se par no, eso no haba
sido su nia, era cosa de los brujos. De pronto, a su nariz lleg
un olor que le hizo temblar y llorar desesperado. Sin importarle
su seguridad, atraves el lugar, esquivando los hechizos y evi-
tando pisar las araas. Sigui su olfato hasta el saln, donde
tantas veces haba reposado su cabeza en el regazo de su amor
cuando su amigo y ella vean pelculas. All, en aquel sof,
descansaba su familia a los humanos que haban llegado a
querer como a sus padres y hermanos, destripados y por lo que llegaba a oler, vilmente utilizados.
Pero Bobby saba que
estaba desatada, cientos
de araas se haban
escapado por la puerta y
las oa caminar por toda
la casa. Eran puro
hambre e instinto, algo
que conoca de sobra.
Se arrodill ante ellos y llor, agarr la cabeza de Irina, la joven por la que estuvo apunto de que le
sacrificaran al arrancarle parte del brazo a ese maldito depravado que intento hacerle dao. No haba
sufrido. Lo vea en su rostro, pero eso a l no le consolaba
El olor a fuego inund el ambiente y levant la cabeza, la casa estaba ardiendo de las paredes ma-
naba un lquido negro, que actuaba como la sangre, seguramente la de los sacrificios. Las araas
tiraban de l desesperadas, deseaban que saliera de all. Le alegraba saber que aun a pesar de su
voracidad, su nia an intentaba hacer algo bueno.
Se levant y con una ltima mirada se despidi de los suyos. No poda morir, no hasta que Daisy de-
jara de necesitarle.
Corri por la casa al tiempo que los magos se quemaban, corran de un lado a otro y se derretan
como cera caliente. Tosi y se tap la boca, el humo y le olor de la carne y pelos quemados estaba
marendole, tanto que sinti cmo sus piernas temblaban.
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Bobby! sinti como Dai tiraba de l y por entre el humo negro, le guiaba hasta la salida. La ma-
dera cruja de forma alarmante a sus espaldas.
Cuando sinti la frescura de la hierba contra su rostro, respir y tosi, al tiempo que observaba
cmo la mansin se caa. La cabeza le daba vueltas y era incapaz de hilar pensamientos razonables.
Ellas no me dijeron que hacan estas cosas afirm su amor tumbndose a su lado y acurrucndose
contra su cuerpo, abrazndola por al espalda. No puedo seguir as no puedo lo siento, al me-
nos pude hacer algo bueno murmur suavemente y antes de que l pudiera hacer nada, oli la
sangre y la sinti empapndole las manos.
Dai! Se levant y aunque trastabill, la gir para ver como se haba clavado un cuchillo de co-
cina.
En sus ojos se vea la culpabilidad y la pena, mezcladas con la paz de la muerte. Su sangre limpiaba
el olor nauseabundo que haba reinado en la casa, era dulce y agradable, como haba sido ella siem-
pre. Clida como su cuerpo y aliento el cual estaba dejando de exhalar.
El haber cargado con el sacrificio del bastardo haba sido
muy duro para ella; el de los dems, imposible de soportar.
La abraz y consol, intent evitar que muriese pero solo
era un pobre animal Llor y grit cuando su cuerpo no se
movi, supo que ya no le quedaba nada por lo que vivir, to-
dos se haban ido. Y l, como buen perro, deba seguirles.
Tom el cuchillo y lo limpi con la lengua sin saber por qu,
y despus lo alz.
Oli a algo podrido y le-
vant la cabeza, de la casa
estaban saliendo figuras
informes. El joven tom al
beb entre sus brazos y
ech a correr, esperando
poder salvarla de todos
aquellos que deseaban
hacerle dao y utilizarla
para su propio beneficio.
Sinti las araas correteando por el prado y abri los ojos.
Los insectos se fueron juntando y todos ellos volvieron a
convertirse en una preciosa nia pequea, que le observaba
triste, al tiempo que alzaba sus bracitos para que la cogiera.
Pap murmur, saba que eso no era lo natural y solo intentaba que l no la abandonase.
Aracne, mi nia dijo dejando el cuchillo para luego tomarla entre sus brazos. No, nada de aquello
lo era, pero ya daba igual. Se agach y la dej encima del cuerpo de su madre, deba acabar con
aquello. Cmete a mam, no dejes que si alguien la encuentra le haga dao pero esta, lejos de
obedecer, convirti a lo que fue Daisy en un campo de margaritas, que brillaban tristes bajo la luz de
la luna.
Oli a algo podrido y levant la cabeza, de la casa estaban saliendo figuras informes. El joven tom
al beb entre sus brazos y ech a correr, esperando poder salvarla de todos aquellos que deseaban
hacerle dao y utilizarla para su propio beneficio.
Era un perro fiel, que ya se reunira con la muerte cuando no hubiera nadie que le necesitase.

En el pueblo de McFair nadie hace demasiado ruido, ni siquiera los nios. La gente habla entre
susurros y los nuevos vecinos, tienden a huir a los pocos meses ante el ambiente opresivo que reina
all. Cuando alguien pregunta a que ase debe todo eso, solo miran a la colina donde se alza negra, la
poca estructura que queda de la mansin de las McAllen y no dicen nada, porque no salen las pala-
bras. Nadie sabe que ocurri exactamente la noche en que el lugar se quem, tampoco lo desean
lo nico que hacen, es cerrar puertas y ventanas con pestillos da y noche, esperando as, que las
araas no vuelvan a entrar y llevrseles como hicieron con casi todo el pueblo.
Laura Lpez Alfranca
La autora:
Laura Lpez Alfranca (Madrid, Espaa. 1983). Estudiante de informtica y escritora vocacional.
Ha publicado en diferentes revistas de Internet y conseguido diferentes puestos en otros tantos
concursos literarios. Actualmente busca editorial para publicar sus novelas.
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Relato

LAS CASAS SE NOS ABRIERON
por Carlos Santi
Las casas se nos abrieron como si nos hubieran estado esperando desde siempre. As lo percib despus
de haberlas recorrido una por una. Clara y yo nos miramos, intentando apoyarnos en la incredulidad del
otro para no volcarnos al vaco, y llorar, quiz, para creer. A veces, en nuestros cuartos secretos, Clara y
yo lloramos, cada quien tindose con su porcin de culpa, de absolucin, y empezamos a creer.
Pero ustedes son muy pobres! arrim mi frase sobre la humilde puerta de tela que el viento abra y
cerraba casi sin esfuerzo.
El minero observ a los otros que se hacinaban tras la tela, y enseguida se llev el ndice de piedra ex-
tendido a la boca de lodo. Nos mir con cierta paz, como si en realidad careciera de ojos. Los otros le
obedecieron y nos miraron con la misma mirada, sin ojos. El minero no replic. Los otros tampoco con-
testaron.
El viento que resbalaba por el cuello de la colina entr en Salto y tom la posta de nuestros cuerpos,
enfrindolos y dejando sentir el susurro de las calles, abandonadas a la suerte del otoo salteo. Las pie-
dras sonaban con sordera en los cordones de las veredas, y se apretujaban ligeras contra las hojarascas,
como si se hubieran aflojado recientemente de las entraas de la tierra. Uno de los perros de los mine-
ros, el ms esclavo, se acerc sin ladrar.
Este perro es tuyo? dijo Clara. Ninguno de ellos respondi. Clara desenfund y el perro se alej. No
ladraba. A lo mejor se le haba olvidado cmo hacerlo o dnde aprenderlo.
Los mineros se haban agrupado en racimos de tres por toda la habitacin. La luz terrosa los denunciaba
como desafiantes. Algunos cardmenes parecan ms claros que otros. Dos bancos largos de madera
arrejaban las paredes descalzas de pintura. En el centro una mesa vaca nos observaba observar.
Entonces ste es dijo Clara, y acus al minero. Clara asenta con su hermosa cabeza negra mientras lo
miraba con perfecta curiosidad, como si el minero estuviera dentro de un espejo. Yo la miraba a ella,
llena de s misma. La tierra se meta en cada mirada, hasta purgarla.
Varios perros, los que campaneaban en las otras veredas, se empezaron a acercar sin ladrar ni mostrar
los colmillos agresivamente. El paraje empez a infestarse con el hedor canino. El viento se apacigu,
como si temiera a los perros, como si acariciar el pelo de los animales lo enlenteciera.
Clara hizo un ademn de empujarlo, y yo lo repet. El minero se dispuso a decir algo, pero se contuvo.
Me volv a verlo. Cada vez que le echaba un vistazo era como si lo estuviera viendo por vez primera.
As de rpido cambiaba l, as de distintos ramos nosotros, diferentes de la casa anterior, del perro
anterior. Nadie haba ornamentado las paredes. Yo imaginaba cadenas rotas dibujadas y pintadas al
pulso de la mano. Las pilchas de los mineros completaran el cuadro. Las alpargatas, laburadas con
paciencia ao con ao, lo coronaran. No haba mucho para destacar ms que los bancos y esos hom-
bres. Mi imaginacin no iba a saciarme as.
Voy con ustedes, compaero cana y nos habl con paz, como si los ojos le hubieran vuelto de un sitio
esplndido, inaccesible y secreto, poblado de perros desconocidos, pero nosotros no somos pobres y
nos extendi las manos abiertas e inflamadas como piedras, hasta casi tocarnos, a Clara y a m, nuestras
caras, ms negras que sus manos; luego volte a los otros mineros, y por ltimo dibuj con el ndice un
crculo en el aire, hacia abajo, sealando el piso de la casa, idntico al de las otras casas que habamos
allanado, mientras lo buscbamos, nosotros estamos pobres. Yo quise interrumpirlo, porque me irri-
taba que me gustara lo que deca, y empujarlo para que saliera. l solo se call. Luego continu.
Regresar a este rancho, como pobreza, como perro o como viento, pero regresar y nos mir sin mi-
rarnos.
Luego sali por la puerta de tela sin despedirse. El perro ms esclavo apareci de vuelta y se ech, sin
enroscarse, en el lugar que el minero haba sealado con su dedo de hierro negro.
Nosotros salimos tras el minero, para escoltarlo. Yo tambin desenfund, por costumbre. Los perros se
dispersaron en las viejas veredas que circundaban desde que nacieron. El viento se reanud. La puerta
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de tela comenzaba a flotar de nuevo, embarazando la habitacin de la casa que dejbamos.
Salimos de all y nos fuimos a llorar a nuestros cuartos secretos, con los uniformes puestos y las pistolas
crdulas, desenfundadas, encaonadas en las cuevas de nuestras almohadas blancas.
Carlos Santi
El autor:
Carlos Santi. Nac en Santiago del Estero, Argentina, en 1978, bajo el aire asfixiante de la dicta-
dura militar. Hice algunos aos en Ingeniera. Viaj por buena parte de la Argentina. Ahora vivo en
Salto, Uruguay, sin resignarme, pero sin reprochrmelo, milagrosamente.
* * *
Relato

MIEDO
por Pedro Bosqued
Hoy en da podemos sentirnos libres, pero todos sabemos que vamos a
morir, y all tampoco ignorbamos que la muerte golpeaba: no era cuestin
de diez, veinte o treinta aos, sino de algunas semanas o meses. Y sin em-
bargo, extraamente, eso no cambiaba demasiado las cosas. El pensa-
miento de la muerte se reprima, al igual que en la vida cotidiana. La
muerte no figuraba en el registro de las palabras o los miedos cotidianos.
Primo Levi
Ola. Los prpados cerrados. Secos ya de lgrimas. Exhaustos de mirar lo que no se ve.
No buscaba concentrarme para captar mejor aquel olor. Slo olvidar por algn momento lo que en la
oscuridad se llegaba a vislumbrar.
El olor del orn recriado que me persegua. No imaginaba que era pasajero. Me miraba fijamente desde
sus rbitas salidas de madre. Pareca clavar con su mirada el olor cido de sus desvaros. Crea que al
salir de aquel vagn infausto acabara mi miedo. Nunca haba deseado tanto estar slo. De hecho lo es-
taba, rodeado de ms gente que aire quedaba en ese atad rodante de madera vieja. No me asustaban ni
los gritos que no entenda, ni el chirriar de las ruedas en los rales, ni la lluvia que demacraba toda
esperanza para dejarla seca. Su mirada era la del asesino en capilla antes de ejecutar. Mi miedo iba a
acabar. Se abri la puerta corredera del vagn y se hizo la noche. Entr aire y se fue aquel miedo.
Ola. Aquella chimenea exhalaba humo blanco. Por fin algo cndido. El humo blanco apacigua, se ve
como asciende y uno piensa que as las cosas mejoran. Y la nieve, blanca compaera de mi nuevo des-
tino me llev a otra madera. La de un barracn con camastros impregnados con el olor del orn. Era de
otro tipo, pero era el mismo. Miedo de nuevo a unos ojos inyectados de odio en otro atad esttico de
madera aeja. Eran otros ojos, de otro color y tamao, pero transmitan el mismo horror que los ante-
riores. El miedo me acun aquella noche. Mecido entre miradas mortales y orines eternos pens que si
me lavaba podra alejarme de la muerte.
Ola. Ahora era yo quien desprenda aquel hedor. As que cuando fuimos a la ducha, me relaj. Al qui-
tarme la ropa y ver las duchas haba vuelto a perder el miedo. Conforme fui deshacindome del olor a
orn, lleg el horror de ver caer a los que me rodeaban. Orn. Olor. Miedo. S, tambin el gas. Ola.
Pedro Bosqued
El autor:
Pedro Bosqued (Zaragoza, 1970). Licenciado en Farmacia por la Universidad de Barcelona. Co-
rresponsal de la revista Don Baln. Sin registro de los textos ya publicados tanto en versin papel
como en digital. Puede que este rincn diga algo aadido. Blog: http://piero.blogia.com.
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Relato

EL PUNTAL DE LA VIDA
por Jos Mara Morales Berbegal
Abandonad el barco! Slvese quien pueda! se escuch gritar. Y si quedaba algo de esperanza,
nos abandon.
La orden dada era una carta en blanco para perder la compostura y luchar por nuestras vidas. La
marinera tom maderas y barriles en desorden, lanzndose por las troneras o saltando entre todo lo
que ya flotaba. El padre Romualdo rezaba con un rosario entre las manos, mecido cada vez ms
fuerte. Flix y yo cogimos dos odres vacos y los soplbamos cuanto podamos mientras recorramos
la nave, con el agua por las rodillas, buscando las escaleras de proa, y antes de subirlas nos entretu-
vimos en atar con dos cordeles el aire que nos hara falta para flotar, puesto que ninguno de los dos
sabamos nadar. El San Mateo pareci quejarse de que las olas lo retorciesen y se oy un fuerte cru-
jido que termin por partir la cuaderna de nuestra diestra. Fui lanzado por la fuerza del agua contra
el costado contrario, y cuando me recompuse, Flix yaca con el agua al cuello, atrapado por medio
barco sobre sus piernas. Hice todo lo que pude, ms era claro que no podra desembarazarlo, y en el
caso de que lo lograse, que ya no podra andar nunca. Sobre nuestras cabezas, una viga maestra que
soportaba la cubierta amenaz partirse, y yo me coloqu bajo ella como si un puntal fuese, por evitar
que cuando finalmente cediese le aplastase la cabeza a mi fiel amigo. As permanec algunos segun-
dos, mirando sus ojos como siempre enteros, su boca escupir el agua una vez tras otra, y sus brazos
agarrados a mis piernas.
Lo siento, Flix. Siento haberte embarcado, y que tengamos que morir tan lejos de casa y apret
mis dientes.
Record los verdes montes de Tellerda, cmo crecimos
juntos, primos hermanos, criados sin madres, entre rebaos
de vacas y gentes rudas, pues nuestros padres nos dejaban al
cargo del abuelo Ruch, quien con el fin de procurarnos
sustento nos alquilaba como pastores los ms de los das,
para subir los rebaos a los pastos en primavera y recorrer
los valles en su busca a finales de otoo. Sobamos con
emular a nuestros mayores, en acompaarlos con sus Tercios
y en volver cargados de oro, famosos y bravos, llenos de
historias heroicas, cicatrices y con un buen nombre ganado
en la toma de alguna ciudad o, la amistad confirmada en un
pico trance espalda contra espalda, espada en mano y
decenas de enemigos rodendonos. Porque nuestra amistad
estaba fuera de toda duda y, pasase lo que pasase, seramos como hermanos, uno junto al otro, hasta
el final. Como nuestros padres, hermanos de sangre y de armas, a quienes tantas veces habamos
visto encarar la desgracia unidos, hombros prietos, hundindose juntos en la miseria y redoblando
esfuerzos tendindose la mano para levantarse el uno al otro. Tantas historias que el abuelo nos
contaba los inviernos en la bancada frente a la lumbre; de cmo lloraron juntos las muertes de sus
esposas; de por qu mi padre se alist voluntario tras arrestar a mi to por un oscuro trance con el
alguacil de Ansa que termin con sentencia de tres aos en los Tercios; y experiencias que siempre
terminaban con la enseanza de la necesidad de permanecer los dos primos unidos hasta el fin.
Fui lanzado por la fuerza
del agua contra el costado
contrario, y cuando me
recompuse, Flix yaca con el
agua al cuello, atrapado por
medio barco sobre sus
piernas. Hice todo lo que
pude, ms era claro que no
podra desembarazarlo, y en
el caso de que lo lograse, que
ya no podra andar nunca.
Un golpe de agua en mi rostro me devolvi de mis recuerdos, resolv gritar pidiendo ayuda, aun a
sabiendas que nadie vendra. Tal vez lo hice para ahuyentar mi espanto, o tal vez para liberar la ra-
bia de aquel final. Flix entre sus ahogos me suplic que me fuese, y le record nuestro juramento
sobre la tumba del abuelo. Con la misma claridad que pas, le volv a revivir el suceso
Fortuo nos encontr peleando detrs del abrevadero, como tantas veces, solo que sta no se nos
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uni y permaneca en pie, con los ojos temblorosos, sin hablar esperando nuestra pregunta. Se de-
rrumb al decirnos que se haba encontrado al abuelo cado en el collado de Cotiella, sin vida, des-
conociendo la causa de su muerte, aunque pareca ser por su final natural, pues ya contaba vividas
ms de cincuenta y seis cosechas. Cuando todos nos dejaron solos, frente a la lpida en la que tan
solo apareca su nombre labrado, llor la pena y le dije a mi primo que me senta slo. Flix me
tom por los hombros y expres que nunca lo estara. Lo pronunci serio, mirndome a los ojos y
con un tono que nunca volv a ver en su rostro. Despus sac de sus riones una pequea daga que
siempre llevaba y se taj en la siniestra, dejando caer unas gotas de sangre sobre la tumba. Me ofre-
ci el arma, y me cort en la misma mano hasta que manch de rojo color
As que cllate porque de aqu saldremos los dos o ninguno! le espet desde mi postura, metin-
dole la bota bajo la espalda para que pudiese encorvar la cabeza sobre el agua y respirar mejor.
Deberas estar en Zaragoza, con la bella Mara, en vez de aprisionado en un galen a la deriva.
Me pareci volver a oler su fragancia suave, comprada seguramente en alguno de los puestos del
arrabal, a extramuros, y me dej transportar al momento que llegamos por primera vez a tan fabu-
losa ciudad, a la que fuimos tras abandonar Tellerda unos meses despus de la muerte del abuelo,
cuando acudieron nuestros padres al conocer la noticia. Enseguida vimos las cuadras de las posadas
y corrales, que se agolpan en la margen izquierda del Ebro, como si quisiesen protegerse las unas a
las otras, pues en esta parte no est amurallada la ciudad. El camino termina convirtindose en una
calle en la que slo uno de los lados dispone de casas, la mayor parte negocios de comerciantes y
mancebas, junto con algunos locales de juego de dudosa reputacin. Pero sin duda, durante la ma-
ana, el trasiego es de gentes comunes cerrando tratos, cargando carros, puestos de ventas ambu-
lantes y soldados saliendo de sus habitaciones. Siguiendo, todo proviene de un fabuloso puente de
piedra, con torres fuertes al principio y en su mitad, que protegen el paso y venden los frutos de las
frtiles huertas cercanas. Alcanzando la otra orilla, Zaragoza se
muestra impresionante, con buenas casas y edificios, muchos
construidos en ladrillo, material que apenas haba visto utilizar
hasta entonces, calles empedradas o adoquinadas y gruesas
murallas en todo su permetro. Sobresaliendo por encima de
todos los tejados, se vea el cimborrio de la catedral de El Sal-
vador, cuya plaza mostraba una activa vitalidad. Los carreteros
con los que venamos nos haban recomendado una posada en
el barrio de los tejedores, que, aunque humilde, era lugar para
hidalgos y gentes de bien, con buena comida y sin humedades,
tan malas para la salud de mi to. Fueron buenos das los vividos en la capitalidad de Reino de Ara-
gn; buena la comida, las amistades, los festejos de las calles y el vino que serva la Taberna del
Cucho. Flix los pas andando en los de amores con Mara, una preciosa joven hija de un famoso
carnicero a la que iba a rondar todas las tardes y algunas noches. Aquella mujer nos distanci lo
justo, y mientras yo sala camino del vino, l lo haca para enamorarla, y cuando yo regresaba con
los sentidos adormilados y las ms de las veces ebrio, encontraba la habitacin vaca porque habra
encontrado mejor acomodo en un catre ms caliente. Lo cierto es que con el correr de los das llegu
hasta no saber de l, y el da de San Pascual me lo encontr vestido de gala saliendo de misa de doce
de la iglesia de la Virgen del Pilar, de la que Mara, segn parece, era muy devota.
Mi padre no supo seguir
slo, y termin emboscado
en una celada en el ca-
mino de Tudela. La rabia
que sent al verlo tendido
en el suelo, atravesado de
parte a parte varias veces,
soy incapaz de narrarla.
Pero cuando slo se saca de la bolsa, las monedas disminuyen hasta terminarse, y siendo como ra-
mos cuatro bocas, pronto desapareci el poco oro que llevamos y tuvimos que pensar en emplear-
nos; nosotros como guardas para los Salazar, y Flix como ayudante en cierta carnicera. En stas,
se vino a sumar el empeoramiento de mi to, de tal gravedad que fue necesario acercarlo hasta el
hospital, afamado en toda Espaa por su generosidad y tratos con los desfavorecidos, que dispona
de ms de doscientas camas incluyendo salas para las parturientas. Pero el buen hacer de los ciruja-
nos y doctores no pudieron ms que recomendarle paseos por los cabezos y senderos del sur, bus-
cando el aire limpio y el sol seco de extramuros. Se nos alert de la gravedad, y le vimos apagarse
durante el siguiente mes, hasta que se extingui su vida el siete de agosto.
Mi padre no supo seguir slo, y termin emboscado en una celada en el camino de Tudela. La rabia
que sent al verlo tendido en el suelo, atravesado de parte a parte varias veces, soy incapaz de na-
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rrarla. Tal vez baste decir que desand hasta la Puerta de Toledo, ya cerrada a esas horas, golpen-
dola hasta que la guardia la abri de malos modos, con gritos y votoatales. Sin encomendarme a
santo alguno, con mis puos desnudos los derrib, y una vez en el suelo, los mancill desarmndo-
los, huyendo con sus hierros por la plaza del mercado hasta nuestra casa en la Angosta de San Pa-
blo. Saba perfectamente quines haban sido los asesinos y dnde estaran a esas horas. Yo tiritaba
de impaciencia, de nervios contenidos, de malasangre... o de miedo. Hasta entonces no me haba
percatado de que Flix estaba en mi misma habitacin, colgndose un peto y un cinturn con espada
de los que haba hurtado a los soldados. Fui a ponerme el otro que se encontraba sobre el camastro,
pero mi hermano me tendi las armas de mi padre. Al verlas, me gir para ver su agria cara, mos-
trndole mis lgrimas sin pudor. Tan slo me agarr por la nuca con sus fuertes manos, pero recon-
fort mi alma sin piel. Suerte tuve que uno de Ansa, Jos Costar, se hallase en aquel tugurio y me
prendiese antes, haciendo honor a su empleo de corchete, y que por viejas deudas hacia la persona
de mi padre me diese cuatro horas de ventaja antes de avisar al alguacil de mi huda. Flix no se lo
pens ni un momento y parti conmigo, dejando atrs una vida futura ms tranquila con quien criar
hijos y la seguridad de comer carne todos los das. Por contra, asumi su compromiso de sangre y
acept sin reparos la vida de huidos que nos esperaba.
Juan! Aydanos por Dios! le grit en cuanto lo vi salir
de la bodega camino de cubierta. Se acerc dubitativo, y al
ver la estampa se aferr a la misma viga que yo soportaba.
Mas le rogu que buscase un fuerte madero que me sustitu-
yese como puntal o que apalancase la presa que tena atra-
pado a Flix. El mozo intent como pudo desembarazarlo,
intilmente, y tras desistir, trajo una parte de lo que debi
ser el palo de trinquete clavndolo en paralelo a mi costado.
Solt al fin, libre del esfuerzo, sintiendo unos terribles pin-
chazos en mis brazos que se desplazaron por mi espalda hacindome caer sobre el agua junto a la
cabeza de mi hermano, que ya se encontraba al borde de la muerte, pues tragaba mas agua que aire
respiraba.
Quedamos sorprendidos
sobremanera, nunca ha-
bamos visto un barco, y all
no haba sino decenas de
ellos: atracados, fondeados,
anclados... un verdadero
bosque de palos mayores,
mesanas y trinquetes.
Al bueno de Juan de Campoo lo conocimos en Valladolid, al poco de nuestra llegada, por ocupar la
habitacin anexa de la pensin en la que nos hospedbamos. Pronto hicimos buenas migas los tres,
pues ser de edad pareja y provenir de fuera une a los hombres por lo comn. Junto a l buscamos
ocupaciones por toda la ciudad, pasando por mozos de carruaje, como correos, porteadores para los
tejedores, y Flix lleg a entrar al servicio del capitn Cinto, ya retirado de los Tercios y necesitado
de un pastor que le cuidase las decenas de cabezas de ganado que tena en su hacienda a las afueras
de la ciudad. Sin duda mi hermano se hubiese labrado un gran porvenir, pues aparte de conocer a los
terneros como nadie, se supo hacer querer por el capitn, quien casi con certeza vio en l al hijo que
nunca concibi. Pese a todo, nuestra situacin era bien apurada y siempre en disputas por el pago de
la pensin, as que el capitn nos ofreci un pajar sin uso que tena al final de la Ra a cambio de
ayudarle a Flix cuando lo dispusiese. Bastantes meses permanecimos entre el ronronear de los es-
tmagos y el ocio de la falta de ocupaciones, hasta que las noticias de abundantes pagas nos anima-
ron a movernos hacia La Corua, de donde provenan rumores de necesitarse brazos para la mas
grande reunin de barcos jams vista. Cinto nos asegur que iba a partir desde Lisboa La Felic-
sima, como la haba denominado el segundo rey Felipe, y que hara parada en el puerto corus
para unirse a la que all se encontraba. El propsito de tal Armada no era otro que el de la conquista
de la odiosa hereje Inglaterra que no cejaba en sus intenciones de oponerse a Espaa en todos los
frentes, de Flandes a las Amricas. As que preparamos el hatillo y partimos, no sin antes rechazar
las bondadosas palabras que el capitn le dedic a Flix para retenerle a su lado.
No queda nadie ms en el barco a quien poder pedir ayuda dijo Juan desistiendo de su intento de
apalancar, no podemos desembarazarlo, debemos irnos antes de que se parta y nos aplaste a los
tres. Le dije que se fuese y rezase por ambos, cosa que hizo el vallisoletano como pudo, apartando
todo lo que flotaba y avanzando contracorriente del agua que entraba por todos los lados. Se esfum
por una enorme brecha a unas veinte varas de nosotros y supuse que sinti lo mismo que cuando
llegamos a La Corua y, al atravesar sus calles, contemplamos el puerto.
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Quedamos sorprendidos sobremanera, nunca habamos visto un barco, y all no haba sino decenas
de ellos: atracados, fondeados, anclados... un verdadero bosque de palos mayores, mesanas y trin-
quetes. La actividad marinera era muy intensa en aquel momento, pues haba que terminar las labo-
res de aprovisionamiento con urgencia porque gran parte de la flota se encontraba en alta mar a la
espera. Tras encontrar al alistador, se nos encomend al galen San Mateo, un barco de dos puentes
y tres palos, con treinta y cuatro caones, ms alto que cualquiera de las casas de Tellerda, de proa
redonda, robusto, y para el que decan se tuvieron que talar ms de dos mil rboles de porte. El resto
del da lo pasamos subiendo bastimentos: toneles de agua, cajones de bizcocho, cargas de plvora y,
sacos de arena para empapar la sangre, nos dijeron. Al anochecer el navo zarp, con nosotros a
popa en cubierta, asombrados de que una montaa como aquella fuese capaz de flotar, pero podra
explicarse porque el mar es tan grande... usted no podr imaginarlo si no lo ha visto, mayor que
cualquier lago que conozca y cientos de veces ms grande que el Ibn de Cotiella, incluso parece no
tener fin, cosa a todas luces imposible, pues en algn sitio debe estar la otra orilla, seguramente en
la nombrada Inglaterra.
Cruji por penltima vez el madero que apuntalaba nuestras cabezas. Mi corazn se encoga en cada
trago de mar que a Flix le restaba la vida e impotente tir de l con fuerza para slo conseguir que
el agua se tiese de rojo, que el pobre aullase de dolor y que me pidiese aceptar el final. No tuve
tiempo para la rplica, pues el San Mateo, anegado en sus entraas, se desbarat con gran estrpito
contra un arenal de Zelanda.
Segn me dijeron, me hallaron bocabajo en la costa, junto a muchos otros cuerpos sin vida de la tri-
pulacin. El de mi hermano, el mar no lo arroj y yo qued aqu, en Flandes, a la espera de que F-
lix, el puntal de mi vida, volviese del fondo para juntos regresar a Tellerda.
Jos Mara Morales Berbegal

El autor:
Jos Mara Morales Berbegal (Zaragoza, 1969). Mantiene una relacin activa con el mundo de la
escritura, contraria a la que cabra esperar de un ingeniero. Ha publicado varios relatos en revistas
literarias, ediciones menores y suplementos culturales. Mientras espera que alguna editorial se
decida a publicarle, mantiene el blog http://unodetellerda.blogspot.com, donde refleja parte
de su obra.
* * *
Relato

DIOS ES UN TROMPETISTA NEGRO
por Jos Antonio Lozano
Recuerdo un mundo en blanco y negro, lleno de msica, whisky y humo. Sola pasarme por el viejo
club, en la Cuarta, esquina con Desmond Avenue, casi todas las noches. Harto de la monotona de
mi existencia, de los arqueos diarios y de la insulsa vida familiar, el Missouri Town era el lugar
perfecto para soar con paisajes desconocidos e imaginarme el peligro a la vuelta de la esquina. Me
gustaba sentarme en la primera mesa de la izquierda, al pie del escenario, las teclas del piano a la
vista. All, bajo la escasa luz de la lamparita de la mesilla, prcticamente oculto a los ojos de los
dems, disfrutaba con el jazz y observaba a los que pasaban por el local, imaginando sus vidas,
siempre mejores que las mas. Otras veces no necesitaba imaginarlas, ya las conoca. Es lo que pasa
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cuando vas mucho por el mismo lugar, terminas conociendo a todo el mundo, aunque sea de un
modo superficial. As conoc a Charlie.
Era un tipo que siempre vesta elegantemente, sombreros calados a la moda, abrigos de buen algo-
dn por los hombros, trajes cortados a la medida en una amplia gama de colores. Sola llegar ro-
deado de amigos, abrazado a bellas mujeres, casi nunca la misma. Saludaba con familiaridad a todo
el mundo, pareca que el tiempo se suspenda cuando l apareca por el Missouri. Gastaba grandes
cantidades de dinero en alcohol y alrededor de su mesa siempre haba una corte de aduladores y
amigos, dispuestos a recoger las migajas del festn, agradeciendo con rancias reverencias el obse-
quio de ser invitados a su mesa. No era guapo pero tena ese atractivo especial que engancha a las
mujeres y hace bajar los ojos a los hombres. Fumaba exageradamente y frecuentaba los baos con
asiduidad, nunca sabr qu turbios negocios manejaba por la planta baja. Sus risotadas eran de las
que haran palidecer al hijo del trueno. Cuando Charlie llegaba, la diversin poda comenzar.
No cruzara con l ms de cinco frases convencionales desde el da que le vi por primera vez, hasta
que desapareci de nuestras vidas. Yo no soy la clase de persona en la que se fija la gente, no tengo
una cara digna de recordar ni nada en m escapa a la vulgaridad. Pero creo que Charlie me tena un
afecto especial, al menos as me gusta pensarlo. Un invisible hilo de seda nos una en algunas oca-
siones, algo tan sutil como la cuerda de un bajo, tan
voluble como las notas de una trompeta. Y es que l y
yo ambamos el jazz casi por encima de todas las co-
sas, me atrevera a decir que ms en mi caso aunque
puede que no fuera justo con el pobre Charlie. Haba-
mos coincidido en muchas ocasiones cuando los gru-
pos de msicos pasaban por la ciudad, haciendo inelu-
dible escala en el Missouri, tantas noches de estreno,
tantas veladas en las que volvamos a saborear todo lo
que aquellos negros nos ofrecan como por arte de
magia. Todo el que quera ser algo en este mundillo,
tarde o temprano tena que superar la prueba del Mis-
souri.
Nada hay ms hermoso que el
jazz cuando sale de las tripas. Si
existe Dios, tiene que ser negro y
tocar la trompeta como un demo-
nio. Durante una larga tempo-
rada, el Dean Gordon Quintet se
adue del escenario del Missouri
y tocaron durante docenas de
noches. No queramos or nada
ms, el cielo deba ser as.
Y es que era un pblico exigente, acostumbrado a paladear lo mejor, que no se conformaba con
cualquier cosa y que lo mismo que te consagraba, poda hundirte en la ms profunda de las desgra-
cias. No sera la primera vez que una actuacin se suspenda entre las botellas que volaban al esce-
nario, los ms puristas que intentaban agredir al pobre saxofonista de turno, entre los porrazos de la
polica y la rutinaria visita a la comisara. En estos casos, ni Charlie ni yo nos unamos al tumulto,
yo por mi incapacidad para la violencia y l por una niebla de melancola que pareca invadirle. Si
algo no le gustaba, dejaba de prestarle atencin y se dedicaba a sobar a la fulana de turno hasta que,
tambalendose y guiando el ojo a sus amigotes, se levantaba en busca de un lugar ms tranquilo.
Otras veces cortaba la actuacin gritando que le trajeran a un negro de verdad, uno que supiera so-
plar el instrumento sin parecer que estaba lamiendo el ltigo de su negrero. No era un mal tipo pero
el alcohol le poda de vez en cuando.
Nada hay ms hermoso que el jazz cuando sale de las tripas. Si existe Dios, tiene que ser negro y
tocar la trompeta como un demonio. Durante una larga temporada, el Dean Gordon Quintet se
adue del escenario del Missouri y tocaron durante docenas de noches. No queramos or nada
ms, el cielo deba ser as. Cuando Dean atacaba su saxo tenor, hasta el humo pareca abrir un ca-
mino para que pudiramos verlo. Los camareros tena prohibido servir copas y slo haba ojos para
aquellos cinco tipos. Drew Sweet Jostohn era un negro descomunal, casi tan grande como el
piano que acariciaba como a una amante exhausta, prodigiosa la mano izquierda, imposible que
aquellos dedazos cupieran en las indefensas teclas. Le recuerdo de perfil, altivo, los pantalones
excesivamente cortos, unos pulcros gemelos restallando en la tenue oscuridad y un chaleco siempre
a punto de explotar. Se secaba el sudor con una toalla que le acompaaba en cada una de sus
actuaciones y jams le vi probar ni una gota. Al fondo, casi oculto a mi vista, Zach Farmer, chiquito
pero con el ritmo fluyendo por cada una de sus atosigadas venas. Camisa blanca remangada, unos
intiles anteojos y la sonrisa del que sabe que puede conjurar a los demonios del infierno y acariciar
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a la madre que nunca conoci. Ms de una vez, una de sus baquetas sali despedida ante el susto de
la chica a la que acababa de estropear el maquillaje. Junto a Zach, podra haber pasado por un
mellizo algo ms aclarado, Lindon Myers, agarrado a su contrabajo como lo hara un marinero,
antes de poner rumbo a la lejana Europa, a su desconsolada novia. Sus dedos se volvan invisibles al
tacto de sus cuatro cuerdas y parecan prolongar su eterna y algo estpida sonrisa, en una mal
dibujada cara. Al otro extremo de mi sitio, en el lugar ms alejado del escenario, pero en primera
fila, Miles Mould, el mejor trompetista de su generacin. Sus carrillos picados se hinchaban y
deshinchaban como el vapor de una locomotora, traje negro que le haca todava ms alto de lo que
pareca. Era bueno y lo saba, desgranando su arte con cuentagotas los das que estaba inspirado y
que vaya a saber el motivo, decida que aquellos paletos iban a saber lo que era bueno. A su lado, en
el centro, llenndolo todo, Dean.
Pareca un animal enjaulado, de un lado al otro del escenario, aguardando su turno, esperando que se
acercara el comps en el que deba introducir su saxo como un barco que emerge del fondo del mar.
Dean no era ningn jovencito y haba peleado duro para llegar a donde estaba. Le cost tiempo y
esfuerzo juntar a aquellos msicos pero saba que la msica nunca sonara igual despus de aquello.
Dean balanceaba su saxo siguiendo la meloda de la trompeta, saboreando el ritmo de los platillos,
perdindose en las escalas imposibles del teclado. Pareca ajeno a todo, igual que Charlie, igual que
yo. Hasta que entraba en accin. Al principio casi sin querer, viniendo desde atrs, como un apare-
cido en un claro del bosque en la medianoche. Su saxo completaba la meloda que todos conoca-
mos, la que nos haca aplaudir nada ms que la escuchbamos, hasta que de repente comenzaba otra
cosa, empezaba el jazz que sala de sus pulmones y que derreta los hielos de nuestras consumicio-
nes. A veces era apasionado, un loco, un terremoto inconteni-
ble que pareca iba a desmoronar el techo sobre nuestras cabe-
zas. Charlie se mova frenticamente en su asiento, cabeceando
loco de placer, al borde de todo. Otras veces nos mataba de
tristeza, oamos cmo lloraba por algo que no comprendamos,
por alguien al que nunca conoceremos, ni siquiera Charlie que
parece una estatua, los ojos clavados en el aire, el pensamiento
ausente a miles de kilmetros. Creo que Charlie daba por
bueno todo lo dems, slo por poder notar esa sensacin de vez
en cuando, por saborear el chispazo alguna noche, por lograr
conectar entre las notas que suben y bajan, que se atropellan, que luchan por salir, por escapar de
aquella prisin, por deslizarse entre sus muslos y penetrar su corazn. Entonces Charlie me mira,
asiente con la cabeza y s que dara media vida por llegar a sentir algo as, por poder hacerlo, aun-
que slo fuera una vez. Dean regresa de no sabemos dnde, la seccin rtmica sube el volumen que
no consigue acallar los aplausos enfebrecidos de los asistentes, se seca el sudor, bebe de su copa y
se dispone a terminar el tema tal y como todos esperamos. Nos mira, se re y sale del escenario. Lo
hizo otra vez. Charlie aparta de un manotazo a la rubia que le besa en el cuello a la espera de lograr
lo suyo. No es momento de importunar al bueno de Charlie que bebe de un trago lo que queda en el
vaso y se levanta con un gesto de rabia en busca del bao. Yo sigo all, pensando en lo que he visto,
intentando ordenar lo que he sentido. El aire es irrespirable. Parezco un besugo a punto de ser des-
camado.
Pareca un animal enjau-
lado, de un lado al otro del
escenario, aguardando su
turno, esperando que se
acercara el comps en el
que deba introducir su
saxo como un barco que
emerge del fondo del mar.
De repente un da, Charlie no volvi. No me atrev a preguntar por l. Supuse que habra encontrado
algo mejor, que haba logrado su trocito de cielo en otro sitio. No s. Le ech de menos, todava lo
hago. Hay recuerdos que valen una vida. Charlie, el Missouri, Dean Gordon y sus chicos. El jazz.
Yo, hubo un tiempo en el que quise ser negro. Todava no lo he logrado.
Jos Antonio Lozano

El autor:
Jos Antonio Lozano (Zaragoza, 1969). Licenciado en Derecho y un amante de la Literatura y el
Arte en general. LLevo escritos unos cuantos relatos, participado sin xito en otros tantos concur-
sos, y heridas varias en la batalla con las editoriales esperando ver publicado mi primer libro.
Mientras tanto, canalizo mi inspiracin a travs del blog: jalozadas.blogspot.com.
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Relato

MACEDONIA DE FRUTAS
por Marina Cano
Entonces va a la cocina, coge un pltano, lo mira, le da vueltas y vuelve a dejarlo en su sitio. Una
fruta curiosa, se dice. Mira acto seguido hacia detrs, pues hay que mirar hacia atrs para poder se-
guir adelante. Vuelve a coger el pltano, lo pela y lo introduce en su boca dndole un mordisco con-
siderable. Elisa va entonces al saln, que est junto a la cocina, y mientras saborea la fruta mira por
el balcn soleado el edificio de enfrente. Recuerda lo que ha hecho esa maana, cmo ha paseado
por la ciudad, caminando a lo largo del puente que la divide en dos. Recuerda el brillo del agua al
reflejarse el sol en la superficie, y cmo esos destellos se vean intercalados por los amasijos de
hierro que formaban el puente.
Haba pensado en tirarse. Haba pensado en darse un bao matutino, mientras contemplaba los des-
tellos del sol y las barras de hierro. Elisa esa maana de un da festivo, como otro domingo cual-
quiera, haba contemplado la unin con el elemento acuoso del ro. En su lugar, en vez de una in-
mersin en las aguas putrefactas, que por desgracia han conocido ms de un periodo de sequa,
haba continuado caminando, viendo cmo la luz del da centelleaba sobre el lquido. Por qu no lo
haba hecho era algo que escapaba a su entendimiento.
Ahora, mientras engulle el pltano, el sol le da en el rostro.
Est de pie en medio del saln, sin moverse, sin poder avanzar
ni adelante ni atrs. Por fin decide volver a la cocina y coger
esta vez una manzana amarilla, de esas con pintas negras y un
ligero color sonrosado en una de las esquinas, que indica que
est justo en su punto. Aparece de nuevo inmvil a la vez que
sus mandbulas se mueven arriba y abajo y sus dientes desga-
rran la fruta prohibida. Arriba y abajo. El conjunto de pulpa y
zumo pasa por su garganta con un suave movimiento camino
del estmago, al mismo tiempo que otro mordisco trae ms
sustancia a su boca.
Haba pensado en darse
un bao matutino, mientras
contemplaba los destellos
del sol y las barras de
hierro. Elisa esa maana
de un da festivo, como otro
domingo cualquiera, haba
contemplado la unin con el
elemento acuoso del ro.
Se pregunta entonces cmo pasar pgina. Su madre le dijo ayer que no haba pasado el folio todava,
y Elisa piensa ahora en cmo se hace eso de coger la esquina de una hoja y doblarla hasta que la otra
pgina aparece frente a la vista. Cmo se escribe el punto y final de un captulo para empezar a
componer otro. Alguien se sabe las instrucciones? Seguro que hay una: un poco de banana, unas
gotas de zumo de manzana, una pizca de buena voluntad y algo ms? No puede ser una frmula tan
complicada.
De nuevo en el saln, el sol brilla, como el que daba en la torre de la princesa, la que esperaba la
llegada del prncipe encantado de nunca jams cepillando su cabello. Pues s, peina que te peina, se
pasaba Princesa las horas mareando su larga melena rubia, tanto que todava es de extraarse que no
se quedara calva antes de la aparicin de su amado (a quien por supuesto no haba visto en toda su
vida, pero ya amaba profundamente. O tal vez no; a lo mejor es que se enamor de l al mismo
verlo. Cmo lo vio si ella habitaba la torre ms alta-alta, altsima y ms que altsima del mundo
mundial es otra incgnita).
Volviendo a leer el ltimo prrafo que he escrito, yo, este/a narrador/a que te est contando la histo-
ria de Elisa y Princesa (que no eran una y la misma persona, ms quisiera Elisa quiz que tener un
prncipe encantado en Nunca Jams), pienso en cambiar una de las frases que he compuesto. Con-
templo escribir que todava es de extraarse que no se quedara calva antes de cumplir los treinta
en lugar de antes de la aparicin de su amado. A ti, lector, qu te parece? Lo he dejado como
estaba, con la versin original, pues aunque hoy en da los treinta son una edad muy decente para
que una se comprometa, en la poca de Princesa, una ya era casi abuela cuando descubra la primera
cana (que estando en una melena rubia es, por supuesto, ms fcil de disimular. Por qu te creas
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que todas las princesas y las hadas tenan cabellos dorados cual rayos de sol?, porque iban a la
peluquera de la esquina como t?). Volviendo al tema del cambio, espero que no te disguste que
finalmente no lo haya hecho, aunque si no es as, la verdad es que me da igual, para eso soy la na-
rradora.
Y como bamos diciendo unos prrafos ms arriba, no sabemos, pues por desgracia no est docu-
mentado, en qu momento Princesa se enamor de Encantado, que como Elisa tambin coma bana-
nas, o cmo te crees que tuvo la energa suficiente para escalar la torre? S, ya s que te estoy
haciendo muchas preguntas ltimamente, pero para eso soy la que manda, y si no te gusta, siempre
puedes dejar de leer esta historia, ponerla debajo de ese montn de libros y papeles sin identificar
que tienes en el despacho, o tirarla directamente al cubo de la basura, aunque en ese caso mejor que
sea al contenedor de reciclaje, que no se diga que una no colabora con el medio ambiente.
Princesa y Encantado: como ya sabes se conocieron cuando l, que iba cabalgando en su lindo e
inmaculado corcel, divis la torre alta, altsima y, habiendo odo de las viejas del reino que all
habitaba Princesa, se dirigi curioso a aquellas lindes. Supongo que ya conoces el resto de la histo-
ria, no? No querrs que te lo cuente como si tuvieras seis aos? Vale, te arropar esta noche para
dormir y te seguir contando esta fbula: Princesa al ver a Encantado se enamor de l (nota: no
sabemos en qu momento realmente aconteci este suceso). En cuanto al prncipe, desconocemos si
qued cautivado al ver a Princesa (tampoco sabemos muy bien hasta qu punto pudo verla desde
abajo sin coger una buena tortcolis), o si por el contrario
estaba encantado con la dote de la joven.
Y t estars pensando: Y qu tiene esto que ver con Elisa? En
realidad, no te iba a hacer esta pregunta, pero es que me he
cansado de contarte el cuento, y adems como mi madre, que
no la de Elisa, ha encendido la tele, no puedo concentrarme. De
todas formas, sabes la respuesta o no? Tienes que pensar y
trabajar un poco, eh? Por lo pronto, aparte de la explicacin
psicoanaltica que te dar a continuacin, est lo obvio, de lo
que seguro que ya te has dado cuenta. Es decir, en ambas histo-
rias aparece el pltano (Recuerdas que te he dicho que tanto
Elisa como Encantado, cuyos nombres empiezan los dos por e, coman plntanos?). Ahora no hagas
trampa, y no me digas que ya lo sabas; confiesa que se te haba olvidado. O tal vez tengo un lector
listillo que s se haba percatado.
Y t estars pensando: Y
qu tiene esto que ver con
Elisa? En realidad, no te
iba a hacer esta pregunta,
pero es que me he cansado
de contarte el cuento, y
adems como mi madre,
que no la de Elisa, ha
encendido la tele, no
puedo concentrarme.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, te voy a dar lo que te promet, pero no te acostumbres,
vale?: la explicacin psicoanaltica. Pues, si yo fuera una crtica literaria, dira que probablemente
Elisa, que se ha criado como t, escuchando cuentos de hadas, tiene envidia de Princesa. A ella le
gustara encontrar a Encantado; en realidad se conformara con uno la mitad de encantado, la mitad
de guapo y la mitad de enamorado. Yo ira tan lejos ahora como para afirmar que la culpa es de los
hermanos Grimm por transcribir los cuentos de hadas que hacen que las mujeres esperen un prncipe
maravilloso, azul o encantado (los tres pertenecan a la misma familia) en su vida. As que, querido
lector, puedes llegar a la conclusin de que, si he decidido incluir el cuento de Princesa y Encantado
en esta historia, no ha sido simplemente para rellenar pginas que no s cmo voy a completar de
otra forma. Al menos concdeme el beneficio de la duda, o si no tienes ganas de ser generoso con-
migo, tienes tres opciones. Puedes pensar que:
a) A la narradora se le ha ido la olla.
b) He estado bebiendo antes o durante el proceso de composicin de esta historia.
O
c) El cuento tiene una funcin psicoanaltica (como ya te he dicho): expresa los deseos ms
ntimos e inconfesables de Elisa, los miedos y anhelos que ha interiorizado y desarrollado
desde la infancia, el deseo de encontrar un hombre que le salve la vida y la rescate de la
torre. Vase adems que la imagen de la torre altsima se puede interpretar como un smbolo
flico; es decir, Princesa, y por extensin Elisa, estn atrapadas por un sistema patriarcal del
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que contradictoriamente desean librarse a travs de un hombre, sin saber que acabarn for-
mando as parte de otro patriarcado.
Ahora dime, lector, no soy una narradora inteligente? Seguro que si has llegado hasta aqu (lo que
quiere decir que no has tirado esta historia a la papelera) no se te ocurre seguir ese consejo, sino que
continas leyendo y, si te enteras de que esta narradora escribe algo ms, vas corriendo en su busca.
Por cierto, cuando te dije que destruyeras esta historia, se me olvid decirte que no hagas lo mismo
con el resto de la revista/libro en el que pueda estar publicada; los dems autores/obras no tienen la
culpa de que t y yo no nos llevemos bien.
Qu est haciendo ahora Elisa? (S, ya s que la abandon hace un buen rato). La dejamos en la
cocina saboreando una manzana. Tal vez te has dado cuenta ahora que acabo de releer por encima lo
que he escrito en las pginas anteriores, de que el estilo y el tono de la primera parte, la de Elisa, es
muy distinto al de la segunda. Puede que te preguntes, si eres de esos raros lectores curiosos, por
qu. Te dir sin rodeos que este cambio de tono, aparte de servir para divertirme desconcertndote y
jugando contigo, se debe a un giro en mi humor y estado de nimo. Cuando comenc a escribir la
historia de Elisa estaba deprimida, mucho ms que en el momento de escribir sobre Princesa y En-
cantado. Pero cuidado!, no me identifiques con mi primera protagonista; Elisa no soy yo! Vale que
dicen que todo es de alguna forma autobiogrfico, pero yo no soy Elisa, ni por supuesto tampoco
Princesa. As que te repetir para concluir esta discusin acerca del estilo de mi relato que cuando
empec a componerlo estaba deprimida; bueno, y despus tambin, pero quiz menos. De modo que
espero haber satisfecho tu curiosidad en lo que se refiere a este tema.
Vale. Quieres que me calle ya de una vez? No? Quieres saber qu le pas a Elisa despus de
comerse la manzana, o qu haba ocurrido antes? Pues te dar lo que deseas:
Una vez en el saln, tras haber dado buena cuenta del fruto
prohibido, Elisa permanece de pie. De pie, de nuevo inmvil
sin saber qu hacer, ni hacia dnde moverse. Se siente sola. Se
sienta en una mecedora y se balancea hacia delante y hacia
atrs, sin ir a ninguna parte, volviendo siempre al mismo
punto de partida. La mirada perdida, mirando pero sin ver na-
da, nada. Esta maana, durante su paseo, se ha encontrado a
una vieja compaera de instituto. Esta le ha dicho que ahora
est viviendo en un piso alquilado con su novio. Ante lo cual
Elisa se ha quedado estupefacta, pues la chica siempre haba
sido la gorda y fea de la clase, y no es que hubiera mejorado
mucho con el tiempo. Tonia, que as se llamaba, tena an bas-
tantes kilos dems, aparte de una dentadura postiza debido al pudrimiento que sus molares haban
sufrido a una temprana edad. Y tal personaje, que si fsicamente no era Claudia Schiffer, intelectual-
mente tampoco era Einstein, viva felizmente en pareja desde haca un ao.
Si est obsesionada, si
todava no ha pasado
pgina, Elisa piensa, es
porque no ha ocurrido nada
ms en su vida desde
entonces. No ha sucedido
nada nuevo, y esa, y no el
no haberlo superado, es la
razn por la que sigue
dndole vueltas.
Y Elisa vuelve a sentirse sola. Va al bao, se baja las bragas y se sienta en el vter. Nota entonces
deslizar la orina entre sus piernas camino del alcantarillado pblico. Se queda de nuevo ensimis-
mada contemplando la greca de los azulejos. Una lnea azul sube hasta cruzarse con una rosa, y baja
otra vez en picado hasta detenerse formando un ngulo de noventa grados. Se lava las manos, in-
tentando evitar contemplarse en el espejo; an as se ve un poco de reojo, levanta la vista y mira su
rostro. Sus tristes ojos grises y su pelo corto castao claro. Y se pregunta cmo alguien pudo una
vez considerarla una belleza. Eres preciosa, eres preciosa.
Si est obsesionada, si todava no ha pasado pgina, Elisa piensa, es porque no ha ocurrido nada ms
en su vida desde entonces. No ha sucedido nada nuevo, y esa, y no el no haberlo superado, es la
razn por la que sigue dndole vueltas. Se dice que tiene una personalidad obsesiva, que al fin y al
cabo todo ser humano padece la compulsin de buscarse algn problema, alguna preocupacin, aun-
que no la tenga. Esta es la suya, hasta que encuentre una mejor. Hasta entonces no habr pasado
pgina por completo, porque no dispondr de una nueva en la que escribir. Est cansada de que todo
vaya por parejas, de salir a la calle y no encontrarse ms que novios y matrimonios. Se regodea
cuando oye que una pareja ha roto o ve las perspectivas de una ruptura prxima. Se siente mala,
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pero qu se le va a hacer. Elisa est harta de que incluso los yogures vayan de dos en dos o de cuatro
en cuatro. Hasta los huevos vienen en paquetes de seis o de doce (aunque qu nos dice entonces el
que los zumos individuales vengan en packs de tres es otra cuestin).
La verdad es que Princesa, a pesar de todo su rango y sangre azul, tena preocupaciones similares.
Ella tambin se senta sola. Al menos hasta que Encantado apareci en escena. Por dnde iba en la
historia de los dos reales enamorados? Espera, espera, no te impacientes, tengo que releer lo ltimo
que escrib acerca de Princesa y Encantado para no repetirme, y que no puedas acusarme de ser una
mala cuenta cuentos. Ya, ya lo tengo. A que no he tardado tanto? Pues bien, como bamos di-
ciendo, un buen da Encantado encontr la torre alta altsima en la que Princesa se alojaba. La parte
ms sorprendente de esta historia es cmo Encantado tuvo finalmente acceso a la torre y pudo ver a
su amada, de una vez por todas, cara a cara. No s si Princesa utilizaba el mejor y ms caro de los
champes, pero visto lo visto, su cabello deba ser extra fuerte. Como ya sabrs (y si no, te enteras
ahora) Encantado pudo por fin contemplar a su amada a una distancia menor de cien metros tras
escalar la torre. (Recuerda que por alguna crueldad de los padres de la herona, la torre no tena
puertas. Ahora, cmo se aliment la chica hasta que el prncipe la rescat escapa a mi conocimiento.
Confieso que he intentado investigar el tema, pero sin resultados, y para que me creas te adjunto mis
fuentes:
Con botas, Gato. De Cmo Rapunzel Consigui Liberarse de la Torre (Nunca Jams: Publi-
caciones El Satrecillo Valiente, 1802).
Durmiente, Bella. Un Acercamiento Feminista a la Historia de las Princesas (Hamellin:
Universidad de Hamellin, 1970).
Feo, Patito. La Manzana, Blancanieves y Por qu las Princesas Nunca Comen Chocolate
(Muy Lejano: Editorial Mam Pata, 1950).
Madrina, Hada. Cmo Conseguir al Prncipe de tus Sueos: 20 Consejos Prcticos e Infali-
bles (Pas de las Maravillas: Publicaciones El Trol Bueno, 1800).
Roja, Caperucita. Geografa de los Cuentos de Hadas (El Bosque Encantado: Editorial She-
rezade Era Ms Lista que el Rey, 1954).
He consultado todos estos libros, y algunos otros que no cito para no aburrirte, con idntico resul-
tado, es decir, nada. Si ests interesado en probar suerte, todos se encuentran en la Biblioteca Re-
gional de Nunca Jams.)
El modo en el que Encantado tuvo acceso a la torre fue ni ms ni menos que escalando; s, como lo
oyes. Claro que l no posea cuerdas, ni material deportivo (ni qu decir de zapatillas Nike). Sabes
cmo trep hasta la torre? A que de esa parte s te acuerdas? S, s, es lo que ests pensando: us la
larga melena dorada cual rayos de sol de Princesa como cuerda y arns, adems de la energa que le
proporcionaron los pltanos que consuma con asiduidad. Yo todava estoy sorprendida con esto, y
la verdad, no es que quiera cuestionar a los hermanos Grimm, pero es muy sospechoso. Qu
mujer, por muy enamorada que est tras dos horas de conversaciones a gritos a ms de cien metros
de distancia, va a dejar que le arranquen el pelo por ver a su amado? No estara Princesa ya calva
cuando Encantado lleg a la cima? Y an as se cas con ella? Hombre, no la iba a dejar plantada
despus de ser la causa de su prematura alopecia, y despus de haberse jugado el tipo en la escalada
(porque entonces todava no haba bomberos esperando con una colchoneta debajo).
Qu sucedi despus? Sinceramente, no lo s. Vale, vale, se supone que los narradores lo tenemos
que saber todo, al fin y al cabo ese es nuestro trabajo. Pero es que aunque en teora Princesa y En-
cantado vivieron felices por siempre jams, y se hincharon a comer perdices (que digo yo que mejor
se hubieran comido un buen pastel de chocolate), el caso es que los hermanos Grimm no se queda-
ron a vivir con ellos para comprobarlo. O creas que s? La verdad es que para qu nos vamos a
engaar, un buen investigador y cronista debe comprobar todos y cada uno de sus datos y dems
material, especialmente antes de ponerlo por escrito y publicarlo. E insisto: no es por criticar. Sin
embargo, los Grimm en cuanto vieron que Princesa y Encantado se haban dado el s quiero (porque
a la boda y al banquete s asistieron, en el que por supuesto haba una tarta de manzana con sirope
de pltano) se marcharon a escribir el cuento, pues la editorial les estaba metiendo prisa para que
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terminaran su recopilacin, pudiendo as publicarla lo antes posible. Como no te sorprender, las
editoriales hacen cosas as; el mercado y las prisas son los culpables de que no se comprueben todos
los datos, y luego las cosas salen como salen.
En conclusin, no podemos averiguar qu les depar el destino a Princesa y Encantado: Vivieron
un amor eterno o se pelearon en cuanto Pap Rey quiso que Encantado se ganara un poco el pan
trabajando en la corte? Tuvieron muchos hijos porque Encantado sigui consumiendo pltanos o
acab durmiendo en el sof por tomar la fruta con las damas de compaa de su esposa? Volvi a
crecerle el pelo a Princesa o se metamorfose en el enanito calvo de Blancanieves?
Ests cansado ya de escucharme? Bueno, no te preocupes, un poco ms y acabamos, aunque luego
me vas a echar de menos. Tengo que terminar con Princesa y Encantado y tambin decirte algo ms
sobre Elisa, no pensars que la he olvidado? No, para que la historia tenga una sensacin de cierre
y sea coherente, debo mencionarla antes de concluir, de forma que ten paciencia. Creo que estoy
bastante orgullosa de lo que he escrito hasta ahora, pero quizs a ti este estilo mo, del que yo pre-
sumo, modestia aparte, no te parezca tan novedoso. Si no crees que sea original, si piensas que hay
elementos que has ledo en otros escritores, querido lector, ests en lo cierto; es muy posible, pues
soy el producto de todo lo que le.
Para finalizar te dir que Princesa y Encantado tuvieron un feliz da
de bodas, que es hasta donde el relato de los hermanos Grimm es
ms o menos fiable. Qu ocurri despus ya sabes que escapa a mi
extenso conocimiento. Slo te digo una cosa: el por siempre
jams es demasiado tiempo! As que vamos a dejarlos ahora que
son felices, que estn deseando perderse en su noche de bodas
(estamos en la Edad Media, no esperaras sexo prematrimonial?,
no?, aunque no se sabe lo que hicieron en la torre cuando Encantado
consigui llegar arriba No haba testigos para dar un informe de
ese incidente). En fin, que como te iba diciendo, prefiero abandonar ahora a estos personajes, que yo
ya he hecho mos, y no de los Grimm, a tener que contarte cmo se tiran platos y sartenes a la
cabeza en un tiempo. Debo ser una romntica, pero prefiero los finales felices, por eso corto ahora,
en el da de la boda. Princesa, Encantado, que lo disfrutis.
Elisa vuelve al saln
y contina mirando
por la ventana, vien-
do los edificios de en-
frente, pensando en
l, pensando en ella,
pensando en nada.
Y qu hay de Elisa? Va a ser su final feliz tambin? Lector, soy una romntica, pero no hago mi-
lagros. Sola dej a Elisa y me temo que sola la voy a abandonar de nuevo. S, hasta yo voy a renegar
a mi propio personaje, no soy una narradora cruel y despiadada? Elisa vuelve al saln y contina
mirando por la ventana, viendo los edificios de enfrente, pensando en l, pensando en ella, pensando
en nada. El sol brilla todava acariciando su ventana y la brisa fresca se cuela por la rendija del bal-
cn, apenas abierto. Eres preciosa. Una tmida sonrisa se dibuja en su rostro, casi sin mover la comi-
sura de sus labios. Piensa: s, soy preciosa. Y por primera vez en mucho tiempo siente su cara, sus
brazos, sus piernas, su cuerpo. Y ya no est sola.
Me da pena marcharme ahora, querido lector, pero Princesa y Encantado estn disfrutando de su
macedonia de frutas, lo que significa que no tenemos nada que hacer, ni t ni yo. Elisa tal vez llegue
a tomar una racin de esa macedonia en algn momento, aunque ahora tiene un sabor amargo en la
boca. Y yo, si me disculpas, voy a comerme un pltano.
Marina Cano
La autora:
Marina Cano es licenciada en Filologa Inglesa por la Universidad de Murcia (2006), y ganadora
del Premio Fin de Carrera en dicha universidad y del Primer Premio Extraordinario Nacional. En la
actualidad, se encuentra completando el mster sobre literatura inglesa escrita por mujeres
Women, Writing and Gender en la Universidad de St. Andrews (Escocia). Tambin ha comenzado
su tesis doctoral sobre la recepcin de Jane Austen. Entre sus publicaciones acadmicas destacan:
Persuasion Moves To Chicago: Rewriting Austens Classic in The Lake House y Becoming
Shakespeare and Jane Austen in Love: An Intertextual Dialogue between Two Biopics.
Marina Cano forma parte adems del grupo de investigacin Cultures of Commemoration: The
Shakespeare Tercentenary (1916) and the Idea of Europe (Universidad de Murcia), financiado por
el Ministerio de Innovacin y Ciencia. E-mail: [email protected]
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Relato

EN BUSCA DE LA LUZ
por Blanca del Cerro
Yo no quera hacerlo, madre, te aseguro que no quera, pero no pude resistir la tentacin. Haba tanta
claridad, y tanta luz all al fondo, y la tierra extendindose hasta no saba dnde, y los rboles, tan
verdes, muy similares a los de nuestro pas, aunque no tan grandes y no tan frondosos, llamndome a
gritos, las plantas entonando canciones de cuna al anochecer, y la luna hacindome guios de compli-
cidad en el cielo, era tanto lo que me llamaba fuera, que no supe decir que no. Por eso, cuando vi la
puerta entornada y comprend que bastaba con un pequeo empujn para abrirla, me lanc sin pensar
hacia el infinito de un ms all desconocido. Yo no quera hacerlo, madre, de verdad, sabes que no te
miento, sabes que nunca te he mentido, pero una voz en mi interior, un algo superior a mi voluntad,
me impuls. Y sal. Sal en busca de la luz. Era totalmente de noche. Ya haba quedado atrs ese ins-
tante que tanto te gusta, cuando las sombras empiezan a reptar por los pliegues incoloros del da y se
apoderan de ellos hasta convertirlos en cenizas. Por eso me fui. As, sin pensarlo. Fue fcil: slo un
empujn.
Al salir me recibi un murmullo de sombras que me abrazaron. Todo era silencio y noche. Dud un
poco, pero aquella era mi oportunidad y no poda desaprovecharla. Sal al exterior y me met de lleno
en la oscuridad. Las estrellas me saludaron contentas. Y empec a caminar.
Nada se pareca a lo que yo imaginaba, porque lo que encontr al
salir no fue slo un bosque, los rboles que vea desde dentro,
ramas y hojas, sino un extrao paisaje compuesto por algo cuyo
nombre desconozco, pero que podan ser casas, casas muy altas,
mucho ms altas que las de nuestra tierra, que llegaban al cielo,
con miles de ventanas, unas con soles, otras sin soles deba
haber soles diminutos encerrados en su interior y donde no exis-
ta horizonte porque el horizonte quedaba cubierto por esos curio-
sos monstruos de variadas formas. Me detuve un instante para
contemplarlos. Jams en mi corta vida haba visto nada parecido.
La verdad es que no me gustaron, por eso me dirig hacia el bos-
que que me llamaba. De verdad, madre, el bosque me llamaba suavemente y no poda negarme. Era
una voz muy dulce, casi como la tuya, una voz verde compuesta de hojas, ramas y flores.
Todo era silencio y no-
che. Dud un poco, pero
aquella era mi oportuni-
dad y no poda desapro-
vecharla. Sal al exterior y
me met de lleno en la
oscuridad. Las estrellas
me saludaron contentas.
Y empec a caminar,
Y al entrar y encontrarme cubierto por los rboles, me sent como en casa, no la de aqu, sino la de all.
Aunque casi no la recuerdo, pero si recuerdo el aire tan suave, y la luz eterna, y los olores.
Qu distintos son los olores aqu. No alcanzo a distinguir muchos de ellos, mi olfato se pierde ante
tanta variedad y tanta diferencia. Son otros, no tan puros y con multitud de mezclas, no sabra expli-
carlo bien. Por eso no pude encontrarte, al final, cuando quise volver y no consegu percibirte.
Anduve tranquilamente, arropado entre las sombras, y llegu a aquel lugar desconocido. Me cobij
tras unos setos que se extendan en torno al bosque, asom un poco la cabeza y vi que no haba nadie.
Lo que contempl fue un terreno muy amplio, una parte formada de tierra y otra de hierba verde, con
muchas flores y plantas alrededor y, en el centro, un algo extrao de piedra de donde salan varios
chorros de agua. Aquello tena un cierto parecido con nuestro hogar, madre. Me gust. Me encontr a
gusto, como si fuera un retorno.
No s explicarte bien cmo me senta, me recorra una sensacin extraa, como si una mano suave me
acariciara la piel, como si una voz dormida me susurrara al odo que mi vida podra volver a ser como
era porque, a pesar de mis escasos recuerdos, a pesar de que aqu me encuentro bien en determinados
aspectos, prefiero todo aquello que dejamos o que perdimos, no lo s.
Pase lentamente por aquel pedazo de terreno que me atraa, camin por los senderos, me detuve ante
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las flores, observ las plantas, escuch el sonido del agua. Me sent a gusto respirando paz. Mir a un
lado y a otro y, ante la evidente ausencia de toda seal de vida, decid acercarme a beber un poco de
los chorros porque tena sed.
Aquella decisin fue un error, lo confieso, porque, en el momento en que me encontraba bebiendo
tranquilamente, sali una persona del bosque que quedaba justo detrs de m. Al or sus pasos, gir la
cabeza. El hombre, porque era un hombre, vena corriendo casi sin ropa, o con muy poca. Se acerc
adonde yo estaba. Al verme, se detuvo en seco, abri mucho los ojos y la boca, y apret los puos.
Nuestras miradas se cruzaron un instante. Los ojos del hombre encerraban puntitos de terror, que son
puntitos amarillos que brillan en las pupilas cuando alguien siente miedo, eso s lo s. Estuvo unos
segundos quieto, como si no supiera qu hacer, como si dudase, empez a caminar hacia atrs, muy
lentamente, un paso, dos, tres y, al tropezar con uno de los rboles donde comienza el bosque, dio
media vuelta y sali corriendo. Yo lo mir asombrado sin comprender su reaccin y continu be-
biendo.
Cuando los hombres vienen a casa, cuando vienen a verme, siempre van acompaados de nios, y
todos ren. Nadie se asusta, al contrario. Me gustan los nios y me gusta su risa. Es como los trinos de
los pjaros de nuestra tierra, porque aqu no hay muchos pjaros, o al menos yo no los he visto, lo cual
es un poco triste. No me puedo imaginar el mundo sin ellos. Cmo es posible vivir sin escuchar sus
canciones?
Despus de beber, comprend que tena hambre, ya que no haba comido nada desde el da anterior.
Fue en ese momento, tras sentir una punzada en el estmago, cuando por primera vez pens que tal
vez haba sido un error escaparme de casa, porque all tengo todo lo que deseo, nunca me falta agua,
nunca me falta comida, aunque s me falta la luz, esa luz tibia que merodea por el exterior y que se
queda siempre a las puertas de nuestro hogar. Por eso sal a bus-
carla.
Comenc a caminar lentamente, mirando hacia todas partes. Nece-
sitaba alimentarme.
A lo lejos, junto a un muro no muy alto, divis una especie de
cajas grandes llenas de bolsas. Despedan un extrao olor. Me
dirig hacia ellas atento a cualquier sonido. Al llegar a la valla, me
acerqu a aquellas cajas grandes, abr una de las bolsas y encontr
desperdicios y restos de carne. En principio me disgust porque no
estaba muy limpia y no haba mucha, pero s suficiente para calmarme. Aunque senta un poco de
asco, no tuve ms remedio que comerla.
Cuando los hombres
vienen a casa, cuando
vienen a verme, siempre
van acompaados de
nios, y todos ren. Nadie
se asusta, al contrario.
Me gustan los nios y me
gusta su risa.
La luz de la maana empezaba extenderse por todas partes. Era el amanecer saludando al mundo.
Di media vuelta y volv a la pradera.
Y despus de comer, ya con el estmago medio lleno, me asalt tu recuerdo, madre, y te ech de me-
nos. Empec a pensar en que haba cometido un error al separarme de ti, as, de repente, sin decirte
una palabra. Y aor tus caricias. Haba ido en busca de la luz, pero te dej sola en casa. Permanec un
rato quieto, sin saber qu hacer, sin decidirme, porque, por una parte, deseaba volver a tu lado pero,
por otra, la luz gritaba tanto Y pens que la luz sera maravillosa, pero de nada vala sin tu presen-
cia.
En ese instante, o un ruido. Eran pasos. Los pasos de alguien que se acercaba. Quise encaminarme
hacia unos arbustos, pero no sirvi de nada porque no llegu a tiempo. Casi tropec con la figura de
una mujer rubia que caminaba por el bosque, llevando varios libros en las manos. Nos encontramos
frente a frente. Por un instante pens que se aproximara y me saludara, pero no fue as. Al verme, se
detuvo en seco, abri mucho los ojos, profiri un grito espeluznante, y cay muerta ante m. Los libros
se desparramaron. Qued paralizado. Aquello fue realmente terrible. Yo no haba hecho nada. No al-
canzaba a comprender por qu razn mi presencia resultaba agradable en casa y fuera de ella todos se
asustaban. Algo extrao deba estar pasando.
Me qued mirando aquella figura, dulce y blanca, tendida en el suelo. No era joven pero tampoco
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vieja, muy parecida a las madres de los nios que vienen a visitarnos. Su cabello rubio le caa por los
hombros y pareca muy suave. Di unos pasos y me acerqu a ella. No estaba muerta porque respiraba.
Le acarici el rostro y ella continu all, muy quieta, sin abrir los ojos, sin un solo movimiento salvo el
de su pecho subiendo y bajando al comps de la respiracin.
Fue entonces cuando pens que deba huir de all porque, en caso de que aparecieran otras personas,
seguramente me acusaran de haber hecho dao a aquella mujer rubia. No sera cierto, yo no podra
hacer dao a nadie pero, cmo explicarlo?
Levant la cabeza dispuesto a alejarme, a volver junto a ti, mir a un lado y a otro y sent como si el
ese mundo oscuro al que haba salido me hubiera tragado, me hubiera engullido en sus fauces, y com-
prend aterrorizado que estaba perdido, que no saba hacia dnde dirigirme, porque haba dado tantas
vueltas que desconoca el camino hacia mi hogar, hacia ti. Aspir el viento para percibir tu olor pero
hasta m llegaron cientos de aromas desconocidos entre los que no estaba el tuyo.
Por mi mente pasaron en un instante millones de pensamientos en los que se mezclaban mi casa de
all, mi casa de aqu, la claridad que se abra paso con suavidad entre las nubes, amaneceres y atarde-
ceres cargados de luz, y t, sobre todo t, madre, que probablemente me estaras esperando. Me sent
en el suelo, junto a la mujer rubia, a la espera de la nada. La observ en silencio, deseando que des-
pertara. No saba qu hacer. Quise llorar y no pude. Te echaba de menos, echaba de menos tus caricias
y la tranquilidad del hogar.
Tal vez la luz no existe para mi, o tengo que esperar ms tiempo para buscarla, quizs ahora es dema-
siado pronto, aunque ms adelante pueda ser demasiado tarde, es posible que la luz est reservada para
unos pocos y yo no sea uno de ellos, o probablemente
cuando tienes edad suficiente para encontrarla ya no quie-
res o no puedes hacerlo, o no existe edad para ello. Quin
sabe.
Por mi mente pasaron en un
instante millones de pensamien-
tos en los que se mezclaban mi
casa de all, mi casa de aqu, la
claridad que se abra paso con
suavidad entre las nubes, ama-
neceres y atardeceres cargados
de luz, y t, sobre todo t, ma-
dre, que probablemente me
estaras esperando.
Al fondo o de nuevo el sonido de otros pasos. Me levant
sin separarme de la mujer rubia que yaca a mi lado y
escuch. Comprend que esta vez no se trataba de una sola
persona, sino de muchas, oa sus voces, murmullos perdi-
dos en el aire, ecos resonando. Se acercaban. Me agazap
junto a los arbustos.
Nadie apareci por los alrededores.
Asom la cabeza y pude ver a unos cuantos hombres agachados detrs de los setos que quedaban
frente a m, todos juntos. Uno de ellos era el primero con el que me haba topado haca un rato y haba
salido huyendo, otros me resultaron conocidos de casa, el director, el joven moreno y agradable que
nos sirve todos los das la comida, y varios ms, pero no saban ocultarse bien porque yo poda verlos
perfectamente desde donde me encontraba. Algunos llevaban en sus manos unos palos largos, no
comprend porqu y no comprend qu eran ni qu iban a hacer con ellos, pero s supe que aquellos
hombres venan a por m.
Baj la cabeza y pens en ti, madre.
No crea que la carrera hacia la luz iba a ser tan complicada. Al fin y al cabo, siempre est all, a la
espera, y yo lo nico que haba hecho era salir a buscarla. Claro que lo difcil no es buscarla, sino en-
contrarla.
All, en nuestra tierra, siempre haba luz, eso s lo recuerdo, una luz incolora que nos arropaba y nos
haca sentir distintos, porque no tenamos que perseguirla, se encontraba junto a nosotros, siempre
acaricindonos con sus manos y sus dedos suaves, tan blancos. Porque la luz es muy suave y muy
blanca, y poda verse a travs de las ramas que nos cobijaban.
Las voces de los hombres se extendan y llegaban a m, aunque no poda entender lo que decan. Ellos
miraban hacia el lugar dnde yo me encontraba y sealaban con sus manos los arbustos. Eran muchos.
Yo no poda moverme. La verdad, madre, es que tena miedo, mucho miedo, porque en ese momento
supe que no haba hecho bien en escaparme, que deba haberme quedado contigo, a tu lado. Es una
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lstima que nos hayan quitado la luz. Si no hubiera sido por ella
Los hombres continuaban hablando y mirando mientras yo los observaba a travs de los arbustos.
Pude ver que tres de ellos se separaban del grupo y se dirigan dando un rodeo hacia el lugar donde yo
estaba. Los tres caminaban muy despacio, aparentemente con gran cautela, mientras el resto permane-
ca de pie, tras los setos, colocndose junto a la cara y sobre los hombros los palos que llevaban en las
manos.
Uno de los hombres que se aproximaba a m era el joven moreno que nos sirve todos los das la co-
mida. Es una persona muy agradable que nos habla con cario y nos trata bien. Ira a buscarlo. l no
me hara dao. Los otros dos llevaban tambin palos que, al igual que el resto, se colocaron sobre un
hombro, contra el rostro. Pareca que tenan miedo, yo lo perciba, porque el terror se percibe de lejos.
Me qued muy quieto.
Surgieron de detrs de los rboles y, en un instante, nuestras miradas se cruzaron.
No podra explicarte, madre, lo que sent en aquel momento, fue como si me quitara un gran peso de
encima pero, a la vez, comprend que haba perdido la luz para siempre. Y una gran tristeza me arras
por dentro.
Los tres hombres se plantaron a unos metros de m, en el centro el joven moreno que nos sirve la co-
mida todos los das, y los otros a los lados, con los palos sobre los hombros mirndome directamente.
El joven moreno dio unos pasos encaminndose muy lentamente al lugar donde yo estaba, a la vez que
deca:
Tranquilo, Dargo, ya estoy aqu, no te asustes, no te asustes.
No s por qu razn pronunci esas palabras, porque yo no me senta asustado y estaba muy tranquilo.
Me levant y quise dirigirme corriendo hacia l a saludarle, a decirle que deseaba volver a casa, junto
a l, junto a ti, madre, pero, en ese momento son un estallido, o tal vez dos, no lo s, un estallido que
retumb y retumb, pareca que todos los palos que llevaban aquellos hombres se haban roto, hasta el
aire qued detenido por un instante, el eco del estampido lleg a mi, todo se nubl a mi alrededor, las
figuras empezaron a retorcerse, los rboles, las flores, el agua, todo se volvi borroso, y yo cerr los
ojos y sent sueo, mucho sueo, y creo que entonces me dorm. Mi ltimo pensamiento estuvo diri-
gido a ti, madre.

Al da siguiente, los habitantes de aquella pequea ciudad perdida entre las montaas, pudieron leer la
siguiente noticia en el peridico local:
En el da de ayer, un extrao suceso tuvo lugar en nuestra localidad. De forma incomprensible, am-
parado en la oscuridad de la noche, un cachorro de tigre escap del circo que durante estos das se
encuentra instalado a las afueras del pueblo y nos alegra con su espectculo. Alertados por un vecino
que haba salido de madrugada a practicar deporte, la polica, el director del circo y el domador de
Dargo, que as se denomina el cachorro, hallaron a ste merodeando por el Parque de la Fuente
de Piedra, cercano al lugar donde se ha levantado el circo. Junto al cachorro, se encontraba desma-
yada nuestra querida alcaldesa, Doa Antonia Robles, que al parecer se top con Dargo camino
de su trabajo y que, afortunadamente, no sufri ningn dao. Finalmente, y tras un amplio despliegue
policial, la fiera pudo ser capturada mediante el disparo de un somnfero. El domador nos ha expli-
cado que no comprende cmo consigui salir del recinto. En este momento, el cachorro ya se en-
cuentra encerrado junto a su madre.
Blanca del Cerro
La autora:
Blanca del Cerro naci en Madrid. Curs sus estudios en el colegio de Jess-Mara, en esta misma
ciudad. Estudi Filologa Francesa, Traduccin e interpretacin y lleva veinte aos dedicada a la
labor de traductora, aunque su asignatura pendiente ha sido la escritura. Tiene publicado el libro
Luna Blanca.
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Relato

El ASESINO
por Pepe Pereza
Desde el tejado tena una perspectiva estupenda de toda la calle. Una seora sali de la panadera y l
la apunt con su carabina. Jacinto, que estaba tumbado sobre las tejas, se fij en cmo su amigo Nico
apuntaba a algo o a alguien. Se incorpor y se acerc sigiloso.
A quin apuntas? pregunt, a la vez que echaba un rpido vistazo abajo, a la calle.
A esa gorda que lleva una barra de pan.
Nico apret el gatillo y el perdign impact en una de las nalgas de la seora. Al sentirlo, la pobre
mujer no pudo reprimir un sobresalto acompaado de un ridculo grito. Los chavales se ocultaron para
no ser interceptados por las miradas de la confundida seora que dolorida atisbaba de un lado a otro
buscando el origen de aquel ataque. Nico y Jacinto reprimieron sus carcajadas, aunque desde donde
estaba la seora, era imposible que les oyese. Asomaron sus cabezas por la repisa y echaron un vistazo
a la calle. La seora segua mirando a su alrededor mientras se pasaba la mano por la nalga herida. Se
replegaron de nuevo ocultndose de la vista de los viandantes y rieron, esta vez s, sin cortarse.
Ahora me toca a m dijo Jacinto arrebatndole la carabina a su amigo.
Ambos haban trabajado durante meses repartiendo publicidad por los buzones. Con lo ganado, se
haban comprado la carabina y desde entonces no haban parado de disparar a todo lo que se mova,
especialmente a otras personas. Empezaron disparando a pjaros y lagartijas, ms tarde a ratas de ba-
surero, de ah a gatos y perros y finalmente pasaron a la caza mayor, a las personas. Una vez que lo
haban probado no queran volver a malgastar sus balines con animales. Era mucho ms divertido y
emocionante disparar a la gente.
Antes cambiemos de sitio dijo Nico, dndoselas de profesional.
Vamos a la va a por los que pasan asomados en los trenes? sugiri Jacinto, con la inconsciencia y
el entusiasmo propio de su juventud.
Llegaron a un descampado cercano a la salida de la estacin donde haba caaverales tras los que
ocultarse y por donde los trenes pasaban a una velocidad moderada. Escondidos entre las caas, espe-
raron la llegada de un tren de pasajeros.
Yo de mayor quiero ser asesino a sueldo dijo Nico en tono serio.
Mi padre quiere que yo sea abogado, pero a m lo que me gustara es ser millonario aadi Jacinto
siguiendo con la conversacin.
Toma y a m, pero como no nos toque la lotera o acertemos una quiniela, lo tenemos claro.
Entonces no me va a quedar ms remedio que hacerme abogado.
Pues as, si un da la poli me coge a m, t me defiendes y me sacas de la crcel, vale?
Vale, colega.
Ambos chocaron sus puos cerrando el trato. Jacinto se pregunt mentalmente quin ganara ms di-
nero, si los asesinos a sueldo o los abogados pero no llego a ninguna conclusin as que tampoco
dijo nada. Nico por su parte pens en que si viviera en Norteamrica, en vez de una carabina tendra
un UZI.
Pepe Pereza
El autor:
Pepe Pereza. Ex-actor de cine y teatro durante ms de veinte aos. Trabajando en compaas
independientes y otras no tanto como La Fura Dels Baus. En cine protagonic la pelcula de
Juanjo Jimnez Pea Nos hacemos falta. Guionista de cine y cmics. Director de cortometrajes. Y
aprendiz de escritor con un librito de poemas publicado en la editorial 4 de agosto. Blog:
http://pepepereza.blogspot.com/
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Relato

LA EXTRAA
por Sergio Borao Llop
Despus de tantos meses, el paseo vespertino era una rutina ms, un invariable deambular por las
calles del barrio y los parques cercanos.
La costumbre traza itinerarios. As, aunque uno se dejase ir al azar, los propios pasos se amoldaban
a la monotona griscea de las aceras y conducan siempre a los mismos destinos, a idnticos regre-
sos.
Salvo espordicos encuentros con algn vecino o intrascendentes conversaciones accidentales, nun-
ca suceda nada.

Pero esa tarde de martes lo mismo podra haber sido viernes o domingo; as de plano era mi hori-
zonte por esa poca hubo un cambio.
Como tantos otros das a lo largo del tedioso e inacabable periodo de convalecencia, yo haba salido
a caminar por el barrio. Ya de vuelta, intentaba introducir la llave en la puerta para entrar en el viejo
edificio donde viva, cuando vi a la chica. Algo en ella me llam la atencin, y por eso me qued
mirndola, con cierta curiosidad.

Pas junto a ella, musitando un sordo hasta luego que no recibi respuesta (cosa harto comn en
este inicio del XXI) y comenc a subir los cuarenta y ocho escalones que me separaban de mi casa,
de la temible e inquebrantable soledad tan arduamente edificada a lo largo de los ltimos diez aos.
No tard en percibir sus pasos leves, indecisos, a mi espalda. Cada vez ms convencido de que ella
no perteneca al edificio, tem que me hubiese venido siguiendo, que tratase de robarme (unos das
atrs le haba sucedido algo as a una vecina del segundo) pero ese pensamiento me result absurdo.
La chica era delgada y no muy alta. Calcul que no pesara ms de cincuenta o cincuenta y cinco
kilos. Resultaba difcil pensar en ella empuando una navaja o una jeringuilla.
Desech tal visin y segu subiendo con lentitud, con esa lentitud que da el cansancio, ese cansancio
nacido de la repeticin infinita de los actos cotidianos. Cuando por fin llegu junto a la puerta de mi
casa, ella tambin se detuvo, detrs de m, a menos de un metro de distancia, mirando al suelo y en
silencio.
Me sent incmodo. No saba si meter la llave en la cerradura o dar media vuelta y bajar de nuevo
los cuarenta y ocho escalones; o quiz encararme con ella y preguntarle por el significado de su
persecucin o de su estancia all. Ninguna opcin me satisfizo. Tena la certeza de errar, indepen-
dientemente de lo que finalmente decidiese hacer.
Muy despacio, esperando que fuese ella quien se viese obligada a tomar una u otra decisin, met la
mano en el bolsillo del pantaln y demor unos segundos infinitos en encontrar el llavero. Luego,
con una casi ceremoniosa parsimonia, seleccion la llave indicada y la introduje en la cerradura,
girndola dos veces y abriendo finalmente la puerta, sin prisa, con aparente calma (pero mis entra-
as eran un campo de batalla, un entrechocar de sensaciones contrapuestas sin solucin posible).
Cuando ya estaba en el interior de mi vivienda, me gir un poco para comprobar su reaccin. Segua
all, al otro lado del umbral, inmvil, mirndome con esos ojos verdes, profundos, como esperando
una invitacin (me record, no s por qu, esas historias de vampiros, en las que el vampiro no
puede entrar en una casa sin el correspondiente permiso del que la habita)
Mas su mirada no albergaba un ruego, ni una pregunta. Nada. Sus ojos eran un remanso de aguas
tranquilas. Como si su presencia all afuera, justo al otro lado de la puerta, fuese lo ms natural del
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mundo.
Imposible precisar el tiempo que dur esa escena. Yo la miraba, interrogndola con los ojos, sin
cesar de hacer difciles conjeturas acerca de sus motivos, esperando que dijese algo, tratando de
convencerme de la conveniencia de cerrar la puerta y dejarla all con su insoportable silencio y su
corta melena rubia y el misterio abisal de sus pupilas que no cesaban de mirarme. Ella slo aguar-
daba un gesto.

Lo malo de tomar decisiones es que siempre hay que elegir un camino y desechar todos los dems.
Uno nunca sabe qu hubiera pasado de haber hecho otra cosa. Resulta frustrante la sospecha de
haber elegido la peor opcin. Por eso, no cerr la puerta, pero tampoco la invit a pasar. Di media
vuelta, me adentr en el recibidor y dej que fuese ella quien se viese obligada a decidir.
No dud ni un instante. De reojo, comprob que, desde el interior, cerraba tras de s con mucha deli-
cadeza, como tratando de evitar el mnimo ruido. Sonre.
Sergio Borao Llop

El autor:
Sergio Borao Llop. Narrador y poeta nacido en Malln, Zaragoza (Espaa). Colaborador habitual
en varias revistas y boletines electrnicos. Incluido en diversas antologas y en las revistas
Nitecuento, Imn, Alhucema y Rampa. Su obra aparece en diferentes pginas web de contenido
literario, como EOM, Letralia, Almiar y otras. Sus textos han sido ledos en varios programas
radiofnicos. Ha recogido la mayor parte de sus cuentos en dos libros: El Alba sin espejos y
Reflejos, Intrusiones, Imposturas, y su poesa en el volumen La estrecha senda inexcusable. Fue
finalista en los certmenes de Poesa y Relatos "Ciudad de Zaragoza 1990". Blog, Al andar:
http://sbllop.blogia.com. Pgina personal: http://www.aragoneria.com/sergio
* * *
Relato

CONSTELACIONES
por Ramiro Sanchiz
Pocos das despus de la mudanza, A y B encuentran, en el fondo de un armario, una caja de cartn
cerrada con cinta adhesiva. Tomndola al principio por uno de sus tantos embalajes les sorprende
encontrar un nmero enorme de fotografas, muchas de ellas amarillentas por el paso del tiempo.
Las miran con asombro creciente: ninguna de las imgenes los muestra, sino a otra pareja, llam-
moslos Y y Z, de rasgos vagamente familiares, retratada en lo que parece ser una luna de miel, una
fiesta de primer cumpleaos de un hijo, el nacimiento de otro, retratos sucesivos de escolares, de
viajes, de vacaciones de verano, playas, lagos, campos, casas de veraneo compartidas con la familia,
nios que se han convertido en adolescentes, marcas cambiantes de automviles, casas, edificios,
caras y momentos recnditos que parecen volver cncavo el pequeo tiempo que contienen. A est
maravillado. Han encontrado, dice, la suma de la vida de dos personas. B sugiere que se trata de los
antiguos propietarios del apartamento: no cabe otra opcin. Las primeras fotos, concluyen basn-
dose en los colores desteidos y la moda en las prendas de vestir, se remontan a mediados de los
ochenta; las ltimas, al ao dos mil o poco ms. Hay cerca de cuatrocientas, muchas sueltas pero
algunas pegadas prolijamente a dos grandes lbumes. Qu hacer?, se preguntan A y B. Pronto se
les impone una opcin: lo correcto sera buscar a estas personas y devolverles su pasado, su tiempo
perdido; pero, cmo hacerlo? Llaman a la inmobiliaria donde gestionaron la compra del aparta-
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mento: la propietaria anterior es una seora de edad, no una pareja ms o menos joven. Obtienen su
telfono y la llaman: s, les responde, le compr el apartamento en el 2002 a una pareja. Pero aade
que ha perdido hace tiempo el contacto y slo retiene el eco bastante vago de un nombre: Liri, Lisi,
Litti, nada que permita rastrearlos. Pero A y B siguen indagando: se vuelven sobre las fotografas
para examinarlas con cuidado, con paciencia de detective. Investigan los rasgos de sus rostros, pre-
parndose para encuentros fortuitos (inevitables en toda ciudad, concluyen); la manera de vestir, las
constantes que permanecen ms all de los cambios en la moda y que probablemente hagan las cua-
lidades de la personalidad, de la individualidad, del ser, y tambin las facciones de los hijos, los
cambiantes escenarios de las vacaciones, los signos escritos en la ciudad que los contiene, a veces
vista desde una ventana en un rincn de la foto, otras veces a pleno en una calle o cierta plaza tan
familiar pero a la vez inasible. La matrcula de un auto en una foto hacia mediados de los noventa
no logra aportar mayores pistas; tampoco las casas de la playa, pese a que indagan con paciencia la
naturaleza y el paisaje y creen determinar, con gran alivio, que se trata de Piripolis o sus inmedia-
ciones. Envueltos en un asombro agotado no dejan de viajar a estos posibles balnearios de veraneo
en busca de las fachadas de las casas; a veces las encuentran, pero ninguno de sus habitantes re-
cuerda a los rostros de las fotografas; nadie, sin embargo, lleva en esas casas mas de tres o cuatro
aos, as que se vuelve difcil sacar conclusiones. Todo este trabajo
de investigacin (que incluye tambin seguir a personas parecidas
a Z y a Y, digamos a tantos F, J, L, R, y tambin, porque es ine-
vitable, indagar, husmear en sus vidas) son debidamente
registradas en decenas de fotografas, as como tambin todos los
cambios en su vida, su nuevos trabajos, sus hijos, sus familias y
amigos. Un da B descubre que A empieza a vestirse de un modo
parecido al de Z, y A comienza a notar que en B han anidado
gestos y ademanes que se asemejan a los que cabra reconstruir a
partir de las fotos de Y. Este giro, por supuesto, era esperado en
secreto por los dos; con el paso del tiempo los rasgos se acentan. De posters y cartulas de LPs que
aparecen en algunas fotos van descubriendo nuevos gustos musicales, as como tambin porque en
muchos de sus retratos X aparece leyendo toda una literatura desconocida. En sus tantos viajes a
los balnearios del Este terminan comprando una casita, que acondicionan idntica a la que aparece
en tantas fotos. Poco a poco su vida va cambiando: empiezan a preguntarse qu habra dicho Z, que
habra pensado Y; tienen cara de ateos, ha llegado a creer B; seguro votaron a fulano y odiaron a
mengano, concluy A, mientras sus fotos y las de la otra pareja empiezan a confundirse, mejor di-
cho, a fundirse, como si representasen una serie continua o, para decirlo con otras palabras, empe-
zando a olvidar que fueron A y fueron B, convirtindose, diran algunos, en dos personas interme-
dias, M y N, que tienden a Z y a Y, que poco a poco son Y y Z. Pero en el proceso los ha impreg-
nado una nostalgia que va ganando terreno como un cncer; todos los rincones del mundo les saben
a cosa repetida, agotada, incapaz de sorprenderlos o de darles el calor de la sangre y las cosas vivas:
Ya no es posible vivir en su casa, en su ciudad: Y, Z, M, N, o quienes fuesen, deben abandonarla,
dejar atrs sus vidas y recomenzar en otra parte, si es que es posible, si es que hay algo nuevo en el
mundo (cosa que es fcil dudar). Entonces parten, un buen da, dejando todo atrs; venden su casa
(o su apartamento, en realidad no importa), el auto, los muebles, los libros, los discos. Y en esta
nueva mudanza o huda dejan olvidadas, como era de esperar, guardadas con esmero en una caja
firmemente cerrada con cinta adhesiva, todas sus fotografas.
En sus tantos viajes a
los balnearios del Este
terminan comprando
una casita, que acondi-
cionan idntica a la que
aparece en tantas fo-
tos. Poco a poco su vida
va cambiando.
Ramiro Sanchiz
El autor:
Ramiro Sanchiz. Naci en 1978 en Montevideo (Uruguay). Public por primera vez relatos en la
revista local de ciencia ficcin y fantasa Diaspar, nmeros 3 y 4, a los que siguieron ms cuentos
en fanzines y revistas argentinos como Axxn y Galileo, y espaoles como AdAstra, aadiendo hace
poco Letralia y Artifex. Tambin ha figurado en antologas como El descontento y la promesa y Esto
no es una antologa, de 2008, y en el mismo ao la editorial Anidia, de Salamanca, public su
novela 01.Lineal. En junio se espera la edicin, en Montevideo, por la editorial Estuario, de su
novela Persfone.
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Relato

CORRESPONDENCIA NICARAGENSE (II)
por Berenice Noir
La risa recoge para m
las flores que no alcanzo
Consuelo Toms
Tu carta me llama la atencin. Tu forma de escribirme. Apenas me has visto. Para qu me hallaste
si vos no me buscabas? Para qu me activaste si vos no me vas a detener? Tu prxima carta tiene
que responderme.
Tu forma, tu forma, tu manera de escribirme. De prepararme para la prxima estrofa. O eres muy
antiguo, o todava ests en algn futuro distante que no quiso alcanzar a mi pueblo. Les le parte de
tu carta a las otras mujeres, y esto es lo que me dijeron. Mis senos me dolieron de emocin. Y un
poco de pena.
Slo cantas, con costo bailas, no vives porque escribes canciones. Luego tus canciones son
multiplicadas, como tus aos en las vitrinas, en el radio. Tus canciones viven lo que vos olvidaste,
quiz llorando, sobre las glndulas secas de tus guitarras. Me apeno.
Cuntas mujeres has tenido por cada guitarra? Puedo
preguntrtelo en son de juego.
Me gusta escribirte as. A vos
te gusta? Cmo has cantado
tanto tiempo sin olvidarte de los
rostros originales que tenan tus
canciones? Muchos de tus
conciertos quedarn sin
apellidos. No vas a querer
ponerle nombre a tus coros, un
poco por amor, un poco por
vergenza. As es la cancin,
supongo: nadie la entiende.
Cuntas mujeres has perdido por cada juego de
guitarras, por cada meloda que te secuestr y te elev a
los radios? Puedo preguntrtelo sin cantar. As como
vos me pregunts preguntas de hombre sin escribirme
poemas. Voy a seguir hacindolo. Hasta que algo
cambie.
Me vas a preguntar por mis hombres? Te equivocs.
Las palabras son bonitas, te lo admito y te lo reconozco.
Las palabras son abiertas e intransigentes, como la
marea en el lago.
Cantas tan bonito, que creera distinguirte boca entre bocas, guitarra entre guitarras, cancin entre
canciones, zanate entre zanates, aunque no te gusten. Por qu me buscs? Por qu, entre tantas
viejas, me has elegido vieja? Por qu no te gustan los zanates?
Me escribs tus cartas. Pero yo le respondo a tus canciones. Vos le responds a mi hallazgo, a mi
soledad, equidistante de la soledad de mi pueblo. Los vuelos de los pjaros, averiados por la hume-
dad del lago, se posan en los palos de mango a comentar mis cartas. Infringindome.
No te creas pjaro. Todas las aves te abandonaran.
Has encontrado all tu lugar? Ya le pusieron tu nombre a tu barrio? Managua no sabe encontrarte
entre tantas cabezas annimas. No quiere. Los hijos nacern enfermos y desconocidos, annimos,
como un verso sin metro, garabateado a las carreras. Apenas lloren, la princesa que los contena los
olvidar. Se pegarn a la chicha, como vos te pegaste a m desde que me viste por nica vez. Nace-
rn bellos, por hijos, pero enfermos, por desconocidos. Tendrs canciones para todos ellos y para
m? La enfermedad avanzar. Managua no dir nada. La princesa est triste, qu tendr la princesa?
Yo le hice un tatuaje.
La princesa est rgida, muri de rosa.
La msica puede improvisarse. Las personas pueden improvisarse. Las ciudades, como Managua,
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no.
Me gusta escribirte as. A vos te gusta? Cmo has cantado tanto tiempo sin olvidarte de los rostros
originales que tenan tus canciones? Muchos de tus conciertos quedarn sin apellidos. No vas a
querer ponerle nombre a tus coros, un poco por amor, un poco por vergenza. As es la cancin,
supongo: nadie la entiende. Y si alguien la entiende, nunca es el creador. Nadie la escucha en ver-
dad. Y si alguien la escucha, nunca es el destinatario de la cancin.
No le cants a Managua si no tens tambin el valor de incendiarla.
Managua no va a encontrarte. No quiere. Me gusta escribirte as. Me gusta leerme escribindote as,
como una mujer infringida por los pjaros. Me gusta mucho leer, mucho ms que escribir cartas. Me
gusta escuchar canciones, menos que leerlas.
Me fascina cmo me habls en tus cartas. Tu tema elegido, que es tu tema predilecto, Managua, me
cautiva. Me escribs desendome Managua. Yo, como vivo al borde del Cocibolca, solamente puedo
desearte agua o archipilago. Ests contento con eso? Eso te basta? O ests insatisfecho? Si es
as, entonces ya ests listo para cometer el primer error. Eres viejo, tus canciones te acompaan y lo
demuestran. O de dnde viene todo eso, sino del cuerpo, de su insaciabilidad? Mi cuerpo as me ha
esculpido. Sos un hombre viejo que desea para no despedirse.
Te gustara que tu amor por la capital fuese recproco e igualmente correspondido? Por la capital?
O por m? O por mi pueblo?
Con qu derecho te hablo as de Managua si no la padezco? Con qu derecho hablaste de mi
cuerpo sin haberlo llenado, sin padecerlo? Voy a pensar que las respuestas van a ser las mismas. E
intercambiables.
S que naciste en Jinotega. Por qu emigraste? No eran sufi-
cientemente anchas las parroquias, altas las montaas, peludas
las semillas de los mangos? Las penurias no eran profundas,
los pecados no producan dolor, la muerte no era la misma?
Creo que una de tus estrofas, en la cancin de tu primer disco,
lo dice: Es cierto, la muerte no era la misma. En mi cuerpo,
en mis senos, lo s. S que lo dijiste. Por como escribs tus
cartas. La msica que elegiste no era lo suficientemente gra-
tuita como para quedarse en Jinotega? La msica es el oxgeno
de la ciudad, pero el pulmn de la selva. Qu es lo que esco-
giste? As voy a saber con cunto me acepts. Soy una mujer
difcil. Pero llevas ventaja: eres bello.
Yo tuve un soldado al que
am mucho. Pero te lo lle-
vaste vos con tu canto, sin
pedirme permiso. Desde
las montaas bajaba la
noche repleta de tus can-
ciones, grvida de hogue-
ras y monos muertos.
Canciones hermosas.
Salir del pueblo, como vos, es partir el molde. Entrar en la ciudad es perderlo. Salir de la ciudad,
como yo, es salir. Salir, entrar. Partir, perder. Pero no se puede regresar al pueblo y anhelar con que
se puede entrar, que se puede volver al punto original. Para entrar hay que nacer. Nacer es entrar. Tu
cartucho ya est gastado, ya fue disparado en las hogueras de las montaas por cada soldado que
sobrevivi las guerras. Hay que nacer.
Yo tuve un soldado al que am mucho. Pero te lo llevaste vos con tu canto, sin pedirme permiso.
Desde las montaas bajaba la noche repleta de tus canciones, grvida de hogueras y monos muertos.
Canciones hermosas. Mi soldado, el que am, se fue a vivir en el fuego. Si vas a venir a mi pueblo a
encontrarme, enfrente de todas las otras mujeres, primero vas a tener que nacer. Cmo?, te pre-
guntars. Hombre hermoso y viejo y deseado: siempre hay un cmo.
Yo te escribo desde la terraza interior, donde todava puedo mecerme sola por las noches. A las
otras mujeres les gusta dormir. A m, escribir. Y leerme mientras te escribo. Estoy pasmada y exci-
tada al descubrir que todo esto estaba aqu, conmigo, y no en el agua, con el Cocibolca. Mis pala-
bras no son extensas. Porque yo no me siento extensa. Mi pueblo me orden permanecer al pie de la
ribera, negra de guijarros blandos. Yo le obedec. Mi pueblo me ense a trabajar el agua. Yo le
am.
Aqu no tenemos libros, perdonme. Perdonme. En el fondo, si me lo pregunts, te escrib para
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leerme escribindote. Es que no tenemos libros, perdonme. Me vas a perdonar? O vos tambin
sos as?
Te escribo tranquila. Se mece, en la tabla de madera, la misma vela de mi carta anterior. Nuestras
cartas, sern muchas menos que los crdobas de mis velas? Podra escribirte de da y fingir que soy
la misma mujer con un imperio distinto. Lo notaras.
Yo no soy la misma. No me siento la misma. Con eso basta para no serlo. Si te escribo de da, ya no
me desearas Managua. Eso me podra doler. No lo s. Me va a enfriar. Eso s.
Te escribo tranquila con mi mano derecha. Con la izquierda te ensayo distintas despedidas. Todo me
sucede. Tu segunda carta contina sobre la tabla de la mesa.
Tu primera carta tuve que quemarla para que no incendiara mi casa. Quienes me visitaron ese da, el
da que la recib, vieron en mi cara de rbol el pavor del fuego. Me regaron toda la tarde. Luego las
despach. No tengo miedo. Ya no me siento ser capaz de miedo. Yo slo trabajo el agua en el lago
con el resto de las mujeres. Luego nos despachamos, cada una a su ternura. Lavamos nuestros pies
en las palanganas. Es despus que podemos leer, las que sabemos, o cantar las historias de las an-
cestras, las que saben cantar. Los resultados son indistintos. Lo descubro cada maana, cuando voy
a meterme al lago. Nadie canta tus canciones en el radio. No con la boca abierta.
Por las tardes ellas me despiden: Adis, Berenice, sem-
brndome de emocin y congoja, alzando los brazos negros
en seal de despedida, quiz tambin de cercana, y mos-
trando entre las escotaduras de las camisolas las chichas
arrugadas y los codos cuadrados de tanto moler grano. No lo
s, creo que mi alegra no parece senil. Me despiden como
dicindome Nia tonta, adis que ya sabemos que le es-
cribes a Managua y que de noche eres hermosa como la lava
y negra, el blindaje esmeralda, como un carro de guerra. Y
me emociona. La guerra ya termin hace tanto tiempo. Y no
puedo evitar alegrarme.
Mis senos se hinchan al
escucharlas. Mis rganos
internos se acomodan en su
punto original, como
adelantndose a un posible
tero que me va a crecer. Lo
que escucho de ellas suena
lindo. Se siente lindo.
Me sonren y yo les sonro. Y nuestros camanances se sonren, a su vez, entre s. Luego se escucha,
en los molinos, en las cocinas, durante largo rato, la historia desenlazndose de las bocas de aquellas
mujeres, arremangadas por la molienda.
Mis senos se hinchan al escucharlas. Mis rganos internos se acomodan en su punto original, como
adelantndose a un posible tero que me va a crecer. Lo que escucho de ellas suena lindo. Se siente
lindo. Mis ojos se limpian de lodo y cieno. Si me vieras en este instante, me confundiras con el
vapor lacustre.
Te gusta?
Siento calor escribindote as, hermosa por la noche. El silencio entra en la terraza y mete sus manos
bajo mi vestido, intentando tocarme y llenarme. Llenarme? No estoy vaca, no estoy vaca! Tus
canciones le responden cortndole los dedos. Todava me siento capaz de ser calor y ser de noche.
Voy a salir a la selva a comprobarlo y regreso.
Tu sitio es hermoso: ests all, recitando tus estrofas, acariciando tu barba, sin saber qu mujer, dife-
rente de m, escribir mi prxima carta. Y te res, hombre viejo y hermoso y deseado. Y te acaricias,
en tu barba y en tus lentes, mi hermosura. Pods cantar si quers, mientras me esperas regresar. No
tienes que preocuparte, an puedo procrear por los dos.
Besos espordicos y cordiales. Si es que todava te entregas.
Berenice Noir

La autora:
Berenice Noir (Rivas, Nicaragua. 1975). Artesana, tatuadora y escritora nicaragense. Constante-
mente viaja por Centroamrica. Todava no tiene un nicho definido.
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Relato

EL DESQUITE
por John Cullar
En la maana siguiente, Claudio Selso se despert como si nada hubiese ocurrido. No recordaba la
noche: el bar donde bebi, el altercado y el asesinato. Cogi su maleta y sali para el trabajo. Al
pasar por el Tropical, se percat de un sujeto con apariencia misteriosa, pero cuyo rostro le era fa-
miliar. Intent recordar, mas ningn indicio emerga en su memoria. As que prosigui su camino,
vacilante, hasta llegar a la fbrica de espejos. Era la primera vez en que haba recorrido tantas cua-
dras a pie.
A las ocho de la noche, fue al chifa, cerca de la fbrica. Pidi lo de siempre y comi lentamente, ob-
servando a la hermosa muchacha que, tras el mostrador y apoyando el codo, miraba embobada la
transmisin televisiva.
Cuando se fij en el reloj, ya eran las nueve y unos minutos ms. Cogi su maletn, del cual extrajo
uno que otro papel en blanco, e intent retratar al sujeto de la maana. Luego de muchos intentos, lo
tena ah. Rudo, nariz aguilea, barba crecida y un cigarrillo entre los dientes. Auscult en cada
rincn de su cerebro, pero nada. Invent situaciones con el extrao, nada. Era nueve con cincuenta,
cuando decidi salir del local y encaminarse al hostal.
Apenas cruzaba el supermercado, que cerraba sus puertas, cuando
le sali al encuentro el extrao del bar Tropical. Percibi con clari-
dad la frase hermano Shingo y enseguida lo cogi bruscamente y
empez a golpearlo, sin dejar de lanzarle improperios enrevesados.
Cuando la mano del desconocido se dispona a extraer la pistola
que llevaba oculto, Claudio Selso concluy que no le sera fcil a
su adversario sacar el arma del cinto, as que no tard en aprove-
char la circunstancia para huir. Pero en su desesperacin por huir
de la muerte, dej el maletn. A Claudio le era difcil acelerar los
pasos, debido a la calle infestada de borrachos que mantenan en-
cendida la celebracin de Ao Nuevo.
Claudio se apoy en el
sof, se desprendi de
la ropa y empez a
examinarse. Sangraba
mucho, tena los labios
partidos y moretones
en todo el cuerpo.
Senta desvanecerse.
Doce cuadras despus, volte la mirada, nadie lo segua. Hizo una C con la penltima esquina, a
fin de asegurar la huida absoluta de las garras de su perseguidor. Camin lentamente por un callejn
silencioso y vaco.
Todo estaba oscuro, seran aproximadamente las once de la noche. Camin tambalendose hasta el
hostal. Golpe tres veces, y en eso sinti que alguien lo observaba. Hizo media luna, mirando por
los alrededores. Slo percibi el ladrido de dos animalejos y el maullido en uno de los tejados.
Reanud su llamado, esta vez con golpes bruscos y sucesivos, con una desesperacin incesante. Un
aire infernal turbaba su mente en complicidad con el ambiente.
A su llamado acudi la hostelera, quien, enojada, se asom por el segundo piso, a fin de enterarse
del intruso que la despertaba de manera escandalosa e inoportuna.
Quin es? Est ah? Qu desea?
Soy yo, doa Romina! Claudio Selso. Baje, por favor, y abra la puerta, que el fro est carco-
miendo mis pobres huesos replic.
La hostelera baj lentamente las gradas del pequeo edificio, hasta llegar a la puerta principal que
segua reproduciendo sonidos estrepitosos. Abri y pregunt al recin llegado:
Por qu tanta prisa? Viene como trado por el diablo.
No... respondi Claudio Selso, mientras cruzaba la entraba, vacilante y temeroso.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 123


Pero qu le sucedi! exclam la hostelera, al ver manchas de sangre en la ropa, y agreg. Siem-
pre le dije que el andar a altas horas de la noche le traera slo cosas desagradables.
Ya dentro, Claudio Selso exclam:
Cierre la puerta, por favor! luego se tranquiliz, baj el tono de voz y prosigui. No se
preocupe, le prometo que es la ltima. Podra ayudarme a subir las gradas?, tengo el cuerpo adolo-
rido.
A medida que suban, la hostelera hizo intentos por averiguar lo sucedido, pero Claudio Selso la
evadi con un quejido de dolor. De modo que para cuando llegaron al cuarto, Claudio Selso se apre-
sur en dar las gracias, abrir la puerta e ingresar.
Claudio se apoy en el sof, se desprendi de la ropa y empez a examinarse. Sangraba mucho,
tena los labios partidos y moretones en todo el cuerpo. Senta desvanecerse. Se le vena a la mente
el instante en que su perseguidor se haba descuidado y lo que hubiera ocurrido si hubiera dejado
escapar esa oportunidad. Quizs ahora estara muerto.
Se sinti a salvo, un tanto aliviado. As que fue hacia el bao y se recost en la tina. El agua poco a
poco empez a cubrir su cuerpo.
Media hora despus, cuando el sueo intentaba someterlo, cogi la toalla y, cubrindose el medio
cuerpo, fue a ponerse el pijama. Su dolor haba menguado. Acercndose a la ventana, se apoy en la
orilla y avizor la calle. Nada, todo estaba oscuro y silencioso. Algo que lo tranquiliz. Dej caer su
cuerpo sobre el lecho, pensativo y con la mirada al cielorraso. Cuando se dispona a cerrar los ojos,
una bala penetr por la ventana, busc su entrecejo y le ocasion la muerte.
John Cullar
El autor:
John Cullar (Hunuco, Per, 1979). Es docente en la Institucin Educativa Particular Isaac New-
ton y en el Centro de Estudios Preuniversitarios de la Universidad Nacional Hermilio Valdizn.
Miembro fundador de la Agrupacin Literaria Sociedad del Parnaso. Ha sido encargado de edicin
de las revistas Kactus & Parnaso (2003-2004) y Parnaso (2005-2006). Segundo Puesto en los II
Juegos Florales Valdizanos 2000, en el gnero Poesa. Primer Puesto en el II Premio de Cuento
Ciudad de Hunuco 2001. Ha publicado los libros: Narrativa joven en Hunuco (2005), Lexicn
(2008) y Sin Antdoto (2008). Sus textos aparecieron en las revistas literarias Kactus, Kactus & El
Monte Parnaso, Caballo de Fuego, Desafos, Parnaso, etc., y en los libros Cuentos Huanuqueos.
Narradores del XXI de Ramiro Razzo, y Hunuco y su poesa. Antologa general del poeta Andrs
Jara Maylle. Tambin ha publicado en las versiones electrnicas: Revista VOCES, Casa de Poesa
ISLA NEGRA, Yo escribo y en la Revista del Pensamiento y la Cultura DIEZ DEDOS. Tiene en edi-
cin el libro Narraciones en doble tiempo.
* * *
Relato

MONLOGO DE UN MITMANO
por Manuel Fons
Miento porque slo por la va de la mentira soy capaz de encontrar una superficie de este mundo que
no me parezca una piedra burda, reticente a la caricia. Miento porque sin el opio de la imaginacin
no podra transitar las calles de la vigilia, sortear las trampas de lo concreto, circuir los sinsentidos
de la realidad, como un perro que se persigue la cola. Miento porque la verdad es la que uno se in-
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venta, la que uno se crea y la que uno se cree, como en los sueos, donde las conexiones ms dispa-
ratadas hacen la urdimbre de un relato que nadie pone en tela de juicio, porque no es la realidad
quien se califica a s misma como tal, sino nosotros los testigos, las vctimas.
Por eso amo el cine y la literatura; por eso disfruto leer y escribir. Soy un dependiente del engao,
un sectario del ardid.
Desprecio las noticias y los hechos, las modas, las leyes y las guerras, pues son los personajes
principales de ese libro idiota que denunci Macbeth a punto de morir. No tengo nada que ver con
eso. Me avergonzara ms no haber ledo a Jos Lezama Lima, Andreiev o Swedenborg que ignorar
la grosera realidad del ltimo siglo; podra no estar enterado de los movimientos burstiles en Nueva
York y Londres, la pamplonada en Espaa, o las vanguardias en misiles y bacterias-bomba; pero, en
ninguno de los casos, soportara la ignorancia de La cada de la casa Usher, El artista del hambre, o
La hija de Rapaccini. Veo ms espectacular el caballo que burl a los troyanos que los aviones de
las torres gemelas, y me conmueve ms la muerte de Alonso Quijano que la de Mahatma Gandhi.
Miento porque las experiencias ms intensas de mi vida siempre han sucedido en las pginas de la
ficcin, porque la realidad de todos los das es un espectculo soez, un pan y circo para la plebe, un
tumor al intelecto, una humillacin a la capacidad creativa. La existencia en su modo habitual es una
fonda atestada de guisos mediocres y bazofias; vivir as es renunciar a la perla y conformarse con la
ostra. La ficcin, en cambio, decanta la realidad y la intensifica; toma esa piedra silvestre y la de-
vuelve convertida en diamante.
Y escribo porque slo con la alquimia de las letras soy capaz
de edificar una realidad decente; slo con las suertes de la
pluma puedo bordar una trama sin nudos kafkianos, un guin
sin parrafadas intiles, un escenario sin actores de adorno.
Escribo porque la palabra es el nico vehculo que nos puede
conducir a la esencia ltima de las cosas, el paradigma plat-
nico, la escalera al topos uranos (buscar el ideal en la esfera
de lo concreto es una utopa para masoquistas e ingenuos).
Escribo porque slo en las islas del mito he conocido a la
mujer y a la musa, porque slo con artificios semnticos se
puede transmutar la tosca materia de los sentidos en una reli-
quia para el espritu.
Miento porque las expe-
riencias ms intensas de mi
vida siempre han sucedido
en las pginas de la ficcin,
porque la realidad de todos
los das es un espectculo
soez, un pan y circo para la
plebe, un tumor al intelecto,
una humillacin a la
capacidad creativa.
Miento, leo y escribo, huyo, me retraigo, me escondo. Soy un desertor de la verdad, un nufrago de
los sentidos, un autoexiliado de lo cierto. Miento, trazo, altero, pulo, delimito a placer. Soy un
mecenas de la mentira, un sibarita de la percepcin. Miento cuando finjo mostrar mis emociones
como en un desfile de mscaras. Miento cuando pregono el optimismo de Leibniz y aseguro vivir en
el mejor de los mundos posibles, o cuando en el pupitre de Cioran denuesto a Dios y hago mis
bravatas contra la existencia. Miento cuando juego con un nio, cuando finjo deferencia ante una
anciana, cuando abrazo a una viuda y le doy el psame por una prdida ms ftil que el galn de
leche que dej morir sobre la mesa. Miento cuando soy el hroe de mis relatos, cuando uso la arcilla
de Pigmalin para esculpir a la mujer perfecta, cuando le digo a un amigo artista que su novela me
conmovi hasta las lgrimas, y su sensibilidad artstica me record al trgico Beethoven. Miento
cuando escondo el poemario de Walth Withman tras el de Mallarm, y cuando cubro el afiche de
Marilyn Monroe con el retrato de Albert Einstein. Miento y miento: todo lo que digo es mentira, y
cuando me canso de mentir miento ms y mejor, y cuando parezco haber conseguido la mentira
maestra, cuando cada palabra ha sido un abalorio meticulosamente engarzado para satisfacer mi
proyecto de fraude, entonces, mi condicin de mitmano me traiciona y vuelvo a mentir acerca de la
propia mentira, como en la paradoja de Epimnides, o como en este discurso con construccin en
abismo que, me crean o no me crean, les juro que es una mentira.
Manuel Fons
El autor:
Manuel Fons. Guadalajara, Jalisco (Mxico). 27 aos. Escritor y pintor.
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Relato

ROMANCE DE DOS VIDAS EN PUNTOS
SUSPENSIVOS

por Hctor Snchez Minguilln


Entr en coma una tarde de domingo de un mes de marzo de hace mucho tiempo. Sufr un infarto cere-
bral que me dej algunas lesiones, quiz mantuvo en vilo a los doctores que llevaron mi caso y, segu-
ramente, propici que rezara por mi suerte hasta mi hermano pequeo, un ateo redomado que hace
documentales. Finalmente, despus de mucha conjetura mdica y de (me jugara el cuello) un despilfa-
rro en velas por parte de la parte religiosa de mi familia, adquir el estado indefinido de coma que es,
como ya saben, estar y no estar, como dormir y no dormir; una cosa muy rara y fantasmagrica que no
hay dios ni cientfico que la entienda. Y esto lo digo con conocimiento de causa, pues aquel estado me
procur una vida paralela que nada tuvo que ver con mi vida pongamos (para que se entienda) terrenal.
Me explico.
Lo primero que vi en cuanto perd todo contacto con la realidad fue el maldito tnel; s, efectivamente,
el tnel de toda la vida, el de la archiconocida luz y el que hemos visto siempre alegorizado en pelcu-
las y ledo en diferentes relatos con ms o menos acierto. Pues existe, se lo pueden creer. Y yo llegu a
ese tnel (que era oscuro y pareca el agujero de un culo enorme) por medio de un pasillo angosto y de
bajo techo, ataviado con mi pijama de hospital y con unas ganas tremendas de fumar. Al fondo del
conducto resplandeca un fulgor desatado, y en los laterales se amontonaba un arsenal de ropa abando-
nada en el que haba desde chilabas a chaquetas de cuero, pasando por faldas con lentejuelas, tnicas,
chndales que no tenan perdn y hasta calzones o ropa de bao extrasima. Yo caminaba hacia la
luz, pues era lo que tericamente pensaba que era mi cometido, pero al llegar casi al final del tnel,
justo cuando la irradiacin del fondo resultaba odiosa por tanto estallido y tanta intensidad, dos gorilas
me detuvieron el paso y me preguntaron en ingls por mi idioma materno. Espaol, les dije. Y en un
perfecto espaol me exhortaron a que esperase en los laterales del tnel o, si no era molestia, al fondo
del todo, como haca todo el mundo. Yo no supe a qu fondo del todo y a qu todo el mundo se refe-
ran, entonces les pregunt por qu diablos no me dejaban pasar, y uno de ellos me dijo, con una voz
infame y perezosa, que no estaba clnicamente muerto, que tena que hacer tiempo hasta que mi
muerte decidiera tomarse en serio lo de dejarme sin vida. Por lo tanto, tena que dar la vuelta y bus-
carme un sitio dentro del tnel para esperar a morir con todas las de la ley. Les ped un cigarro y nega-
ron con la cabeza. Uno de los gorilas meti su zarpa derecha en una caja de cartn (que se estaba rom-
piendo por un lado) y me dio una linterna. La necesitars, me dijo, y yo le di las gracias por no poder
darle otra cosa.
El tnel pareca no tener fin por el lado contrario al de la luz. Encend la linterna y me puse a caminar
con la sensacin de hacerlo en un infame desierto y bajo un cielo ominoso. Me mora por un cigarro.
Mir hacia atrs y vi la sombra de los gorilas que, desde lejos, parecan dos borrones estropeando un
dibujo ya de por s horrendo. Una voz surgi de no se saba donde y pronunci el nombre y apellidos
de alguien. Supuse que la voz sera de uno de los gorilas. Segu caminando por el mero hecho de no
tener ms opcin que la de seguir caminando. No se oa nada. Los laterales continuaban ofreciendo
hileras de ropa esparcida como en un mercadillo. Descubr alguna que otra colilla y mi nimo se vio
fortalecido. De repente me llev un susto de muerte, si se me consiente tal expresin. La luz de mi
linterna alumbr la silueta de un hombre que vena a buen ritmo en contra direccin. Por supuesto, le
par. Le ped un cigarro y me dijo en ingls que no me entenda. Le pregunt en ingls adnde iba y
me explic que le haban llamado, que su muerte haba llegado y, por lo tanto, se encaminaba hacia la
luz. Me dijo que siguiera mi rumbo si quera juntarme con los dems, y enseguida se despidi porque
confes que se mora de ganas de morir, comentario chistoso cuya gracia todava estoy buscando.
Segu caminando hacia-entre-por las tinieblas intentando asumir aquella situacin, si es que era posi-
ble. Un brote de nostalgia irrumpi tmidamente, y me puse a pensar en cosas del lado trascendental

Primer premio del certamen de relatos Antonio Vilanova. Universidad de Barcelona (Marzo, 2008)
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como mi familia y mis amigos, y otras de un lado ms frvolo o incluso dirase rampln como la nico-
tina enfilando mis pulmones o mi polla restregando unas buenas nalgas.
Pronto escuch voces cuyo volumen aumentaba conforme yo avanzaba. No tard mucho en dar con un
grupo de gente que se agolpaba a oscuras en los laterales del tnel como indigentes en un pasillo del
metro. En cuanto me vieron se hizo el silencio y se desenvainaron otras linternas, pequeas luces que
se cruzaban entre s en la oscuridad. Anduve por entre aquella gente algo desconfiado, lento, con fin-
gida entereza y mirndoles con cierto desafo en mis ojos. O frases sueltas en distintos idiomas. Un
poco ms adelante, alguien dijo algo en espaol. All me fui para romper el hielo y sociabilizarme con
aquellos muertos pero todava vivos (o vivos pero ya muertos, tanto daba) e intentar paliar mis necesi-
dades ms primarias. Durante varios minutos estuve preguntando a la moribunda afluencia por un
condenado cigarro, pero nadie tena. Llegu a emplear hasta cuatro lenguas. Descubr que aquella
gente estaba tan enferma como aburrida. Algunos hablaban en voz baja y otros, estrictamente, se toca-
ban los testculos con fruicin o se rascaban heridas cuyo aspecto era demencial en los casos ms pia-
dosos. Todos, sin excepcin, parecan molestos y patticamente chiflados. Alguien me pregunt qu
me haba pasado. Expliqu lo del infarto cerebral con ms pelos y ms seales de lo que era necesario.
Como no poda ser de otra manera, yo les pregunt a algunos presentes qu les haba pasado a ellos.
Una mujer se haba medio ahogado en su piscina (conservaba el bikini puesto encima de un vestido);
un joven se haba lanzado sin fortuna desde un cuarto piso; un ciclista se haba despeado por un ba-
rranco (debajo de un albornoz que dijo haberse encontrado en
el tnel llevaba un aterrador atuendo de ciclista); un par de
infartos tratados a destiempo y alguna que otra curiosidad,
como el caso de una nia que haba salido volando de un co-
lumpio para caer de cabeza sobre uno de esos gnomos de yeso
que se ponen a la entrada de algunas casas. Todos, al igual
que yo, estaban en ese estado en el cual se est y no se est.
Todos en fase de coma con las vidas como en puntos suspen-
sivos.
Las primeras horas me parecieron un coazo. La gente era
latosa y cuando alguien abra la boca era para lamentarse de
su estado y recordar en voz alta la vida que tenan en vida, o sea, al otro lado. Algunos se dedicaban a
vender la religin que profesaban, anteponiendo sus conceptos del ms all por encima de la insipidez
de otros dogmas. Surgan entonces debates en los que, de una manera exttica y autocomplaciente, se
discuta sobre qu dios tena la polla ms larga. Por lo dems, slo se oan quejas demasiado simples
para mi gusto y splicas demasiado msticas para mi paciencia. Pens que la muerte deba ser un es-
tado mucho mejor que estar entre aquel pelotn de plaideros que recordaban a sus mams, a sus s-
banas y a la paella de los domingos. Me puse a caminar en busca de alguien que me proporcionara una
compaa sin sollozos, y fue en aquella bsqueda estrafalaria cuando conoc a la mujer de mi vida,
bueno, de mi casi muerte. En fin, qu ms da, ustedes ya me entienden.
Se llamaba Zulema y estaba
sentada en cuclillas, can-
tando vivamente una cancin
en mi idioma que, en su da,
interpret una mujer clebre
que ya estaba muerta. Junto
a ella se hallaba una
magullada vctima de un
brutal accidente en la ronda
litoral de Barcelona.
Se llamaba Zulema y estaba sentada en cuclillas, cantando vivamente una cancin en mi idioma que,
en su da, interpret una mujer clebre que ya estaba muerta. Junto a ella se hallaba una magullada
vctima de un brutal accidente en la ronda litoral de Barcelona. El mero hecho de que alguien cantara
en semejante cloaca ya me result algo fascinante, pero ms fascinante fue comprobar que la duea de
aquella voz era una mujer cuya belleza reivindicaba la invencin de un nuevo trmino, una palabra
flamante que definiera con justicia esa incontestable belleza que slo Zulema tena. Le cort en sec
su tonadilla y le dije que se viniera conmigo hacia-entre-por la tenebrosidad de aquel subterrneo y
nos perdiramos como dos ratoncillos. La estaba enfocando con la luz y mi demanda pareca ms una
horrible imposicin que una propuesta candorosa. Por alguna bendita razn sonri como slo lo hacen
los nios y, en ocasiones, algunos ancianos vivaces. Se levant de un salto. Me dijo que estaba dis-
puesta a dejarse llevar adonde hiciera falta y que necesitaba diversin. Me gui un ojo y me ofreci
un brazo. La cog y andamos en direccin opuesta a la luz mortal, sirvindonos de nuestra linterna y
sorteando todo tipo de seres que hablaban en todo tipo de idiomas. Nuestro objetivo: perdernos.
Nos perdimos a lo largo y ancho del tnel, donde supuestamente ya no haba nadie. Nos fuimos lejos,
muy lejos. Estuvimos hablando por el camino de lo que no echbamos de menos y de las cosas que se
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pueden hacer sin prejuicios. En un momento dado nos desnudamos y nos pusimos a follar como sal-
vajes. No necesitamos ningn tipo de prembulo ni el uso de baratas alusiones. Fuimos directos y ca-
lladamente febriles. Durante un breve instante, justo antes de correrme, me sent como una rata de
alcantarilla en pleno xtasis, sensacin que tuve, a partir de ese da, cada vez que me revolqu con
Zulema.
Decidimos quedarnos solos por un tiempo all en las tinieblas de ese tnel eterno que era nuestra
nueva casa. No queramos la compaa de agonizantes quejicas estropeando el albor de nuestro idilio.
No haba das ni noches y, como nuestro estado corresponda a una versin incorprea de nosotros
mismos, no necesitbamos comer ni beber, cagar ni mear, dormir ni soar. Todo el conjunto de nece-
sidades fisiolgicas corran a cuenta de esa parte que se reduca a nuestro cuerpo inerme en la cama de
un hospital, por lo que en aquel corredor de espera, lgubre y espantosamente enojoso, tenamos la
sensacin de tener un precioso tiempo libre carente de toda infraestructura. Sin embargo, yo tena a
Zulema, ella me tena a m, y nuestro romance nos proporcion la coyuntura de vivir intensamente a
pesar de todas las limitaciones. Olvid incluso el tabaco.
Vivamos a oscuras, en pelotas y, bsicamente, nos dedicbamos a follar y a hablar de las cosas gen-
ricas desde una perspectiva lcida y por lo tanto sarcstica. Es increble el desprecio que uno llega a
despachar por las cosas que en vida presuntamente necesitaba. Yo hablaba de mi vida al otro lado
como si desvelara los secretos de alguien a quien repudiaba. Susana, mi familia, mis amigos, todos
parecan garabatos integrando un grabado desprovisto de sentido. Llegu a plantearme que, si sala del
coma, deba tomar decisiones drsticas y necesarias. Zulema comparta aquella misma postura y tam-
bin conceba como nefasta la visin de su propia vida. Nos autocondescendamos como si furamos
nihilistas por definicin y enemigos de cuanto habamos tenido. Resultaba un ejercicio extrao y algo
masturbatorio. A veces jugbamos a escondernos por el tnel y encontrarnos de cualquier manera.
Otras veces nos disfrazbamos y forjbamos grotescas escenas que hacan desternillarnos de risa. To-
dos los juegos terminaban en un polvo brbaro, y todos los polvos me hacan sentir, como ya he dicho
antes, como si fuera una rata de alcantarilla viciosa y meftica, una rata entregada a sucias fruiciones
de subsuelo.
De vez en cuando oamos el nombre de alguien rebotando en las paredes del corredor. Una vida en
puntos suspensivos pasaba a ser un punto final y le tocaba su paseo ltimo hacia el lado de la luz. Zu-
lema y yo desebamos no ser llamados nunca por aquella voz de ultratumba, de la misma manera que,
a diferencia de todos los all presentes en el tnel, suspirbamos con la idea de que nuestro estado de
coma se eternizara testarudamente. Llegamos a acordar que si alguno de los dos era llamado planteara
una resistencia frrea por no cruzar la luz, sin saber muy bien qu consecuencias podra acarrear se-
mejante osada. Nos sentamos rebeldes ante la muerte, pero tambin ante la vida. Aquel lugar, negro y
silencioso pero no exento de nitidez, una nitidez de disquisicin metafsica, sin responsabilidades ni
metas ni presiones ni polica ni banderas, reflejaba para nosotros lo ms parecido a un nirvana obte-
nido al azar, muy lejos de los tramposos parasos de cartn-piedra que existan al otro lado.
A veces decidamos volver con la multitud y tener un poco de contacto social. Aquellos ratos nos da-
ban la impresin, por no decir la seguridad, de ser los nicos en todo el tnel que mostrbamos una
tendencia casi imperiosa por tener una existencia del todo hedonista. Todos los dems agonizaban de
una manera tan resignada y tan anodina que resultaba pattica; todos tumbados a oscuras y soltando
frases aisladas que no tenan sentido; todos esperando la muerte como si la muerte fuera lo nico que
pudiera preocuparles. Zulema y yo tratbamos, en ocasiones, de animar a aquellas almas en pena
montando numeritos de baile o contando cuentos o, qu se yo, ingeniando cualquier cosa que les
hiciera pasar un grato agradable. Lo cierto es que costaba lo suyo. Pasado un tiempo, en el que tuvi-
mos el mismo nmero de bajas como de nuevas incorporaciones, las linternas que tenamos se queda-
ron sin pilas. Fue entonces cuando Zulema y yo resolvimos, por voluntad propia, acercarnos hasta la
luz maldita (o bendita, segn casos) y pedirles a los dos gorilas que nos dieran ms pilas o ms linter-
nas o ms de ambas cosas.
Los gorilas parecan estar tambin espantosamente aburridos. Yo creo que agradecieron nuestra visita.
Uno de ellos bostezaba de un modo rupestre y su morrocotuda boca evocaba a las cavernas prehistri-
cas. Cuando les pedimos ms linternas se rieron de lo lindo, soltando ja ja jas con una sincrona que
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pareca ensayada en largos ratos de hasto comn. Por un momento, Zulema y yo nos miramos y creo
que tambin tuvimos pensamientos sincronizados. Finalmente accedieron y nos dieron seis linternas,
aduciendo que tenan de sobra. Ya nos disponamos a ir cuando Zulema les pregunt quin era el de la
voz que pronunciaba los nombres. La respuesta fue: unas veces uno y otras veces otro. Zulema les
pregunt cmo saban cundo tenan que llamar. La respuesta fue: nos mandan un comunicado. Zu-
lema les pregunt quin les mandaba dicho comunicado. La respuesta fue: no te lo quiero decir. Zu-
lema les pregunt qu haba al otro lado de la luz. La respuesta fue: si te lo dijera, como es lgico,
perdera toda la gracia.
Nos despedimos de los gorilas como si nos despidiramos de dos vecinos a quienes habamos pedido
un peln de aceite o unas velitas. Iniciamos el regreso pero Zulema tuvo una idea y se par en seco. De
repente, con una voz ronca y digamos tambin que penetrante, grit cuanto pudo el nombre y los ape-
llidos de alguien. Quin es se?, le pregunt. El del accidente, me dijo. Los dos gorilas preguntaron
qu tipo de tontera era aqulla. Zulema y yo nos sentamos, divertidos y algo infantiles, a esperar a que
viniese, engaado y ansioso, el pobre hombre del accidente de la ronda litoral. No tard en venir. Re-
flejado por la luz del fondo, apareci la figura del herido encaminndose hacia la muerte. Zulema y yo
apenas podamos aguantar la risa. Pas junto a nosotros sin mirarnos y pareca obcecarle la idea de
esfumarse definitivamente. Lleg hasta los gorilas y stos le cortaron el paso. Detrs de ellos estallaba
la luz, esplndida y llameante, que le haca achinar los ojos. Es mi hora, dijo el incauto. Los gorilas
negaron con la cabeza. Me habis llamado, chill el iluso. Los gorilas negaron de nuevo. Qu coo
pasa aqu!, exclam el ultrajado. Slo comenz a comprender cuando nuestras risas retumbaban ya por
toda la extensin del tnel.
Pasamos una temporada en la que compaginbamos huidas al fondo del tnel y estancias con el resto
del grupo. Las huidas eran bsicamente para hacer el amor y recrearnos en lo que llamamos cario, y
las estancias estaban concebidas para dar un poco de alegra a la muchedumbre. Juntamos una canti-
dad considerable de ropa y elaboramos vestidos estrafalarios para representaciones en vivo. Las linter-
nas hacan de improvisados focos y los guiones nos los bamos inventando. Cada cierta hora hacamos
una funcin, en donde encarnbamos personajes inslitos inmersos en situaciones de toda clase menos
normales. La propuesta tuvo una acogida un tanto fra al principio, pero no tard en notarse que el
ambiente se iba poco a poco levantando. Despus de las primeras diez funciones, cada vez que termi-
nbamos, nuestro moribundo pblico ya nos aplauda con un entusiasmo yo dira que extraordinario,
sin nimo de abarcar la soberbia. Las representaciones teatrales se sucedieron. Hubo gente que se
anim a actuar. Organizamos grupos de manera que unos inventaran historias y otros las plasmaran,
ponindose unos harapos que otro grupo haba escogido y arreglado previamente. Hicimos los maldi-
tos bailes de saln que yo tanto haba odiado y hasta grotescas carreras de sacos, todo con la nica
intencin de que aquellos desgraciados se lo pasaran bien. Zulema y yo pusimos en aquel propsito
todo el altruismo que tanto a ella como a m nos haba faltado siempre en vida. Nos sentamos como
los animadores de los hoteles, como payasos voluntarios en zonas de guerra, y nuestra recompensa se
vea plasmada cuando a aquellos semicadveres les daba por sonrer, por poco que fuera. Slo bastaba
con eso. Yo, por mi parte, sent que haca algo til por una puetera vez en toda mi existencia.
Hasta que la voz pronunci mi nombre.
Estaba tumbado junto a Zulema en nuestra zona ntima y dicindole al odo esas majaderas de hombre
enamorado que uno considera graciosas en boca de otros. Entonces la voz dijo mi nombre y Zulema se
incorpor como un rayo. Tienes que huir, me dijo. Me levant y cog una linterna. Le di a Zulema uno
de esos besos iracundos que se ven en las pelculas antiguas y ech a correr hacia el fondo del tnel,
entre aquella basta negrura por la que hasta entonces nos habamos adentrado hacia los abismos del
sexo ms primitivo y que ahora se me antojaba un abismo diablico y desapacible. Poco despus de
marcharme, me pregunt por qu narices no le haba pedido a Zulema que me acompaara. Tambin
me pregunt por qu narices a ella no se le haba ocurrido. Y por ltimo me pregunt, en el caso de
que se le hubiese ocurrido a ella, por qu narices no lo haba hecho. No s el tiempo que estuve co-
rriendo sin parar, el caso es que poco a poco fui entrando en una claridad de manera que tuve que apa-
gar la linterna, pues no me haca falta. Segu caminando, oyendo los sonidos aflautados de mi propia
respiracin. Al fondo, una luz cegadora se haca cada vez ms intensa. De pronto advert la presencia
de dos gorilas nuevos custodiando otro fondo del tnel. Ven aqu!, me dijeron. En seguida comprend
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que aquel tnel era una especie de canuto con dos salidas. No haba escapatoria. An as, me negu en
rotundo a ceder ante la muerte y ech a correr nuevamente hacia el interior del canuto. Los gorilas
comenzaron a seguirme. Mientras corra, pensaba en Zulema y en la cantidad de cosas que me encan-
tara hacer con ella. Aquellos pensamientos me daban alas y hacan que corriese ms y ms rpido. De
repente apareci ella de la oscuridad, sin previo aviso y corriendo a oscuras como una loca. No tuve
tiempo de verla. Nuestras cabezas chocaron como dos trenes compartiendo va y tendencias suicidas.
Camos al suelo lamentando nuestra mutua torpeza. Los gorilas llegaron y observ que se estaban des-
cojonando de risa, yo creo que ms por el hecho de presenciar algo festivo, por superficial que fuera,
que les sacara de sus rutinas. Uno de ellos (con una voz tan infame y tan perezosa como la que tena
uno de los gorilas de la otra salida) me dijo que me haban llamado por buenas noticias: mi hora no
haba llegado todava, sino todo lo contrario. Deba abandonar de inmediato el tnel porque mi estado
de coma estaba a punto de expirar. Milagrosamente, la otra parte de m se recuperaba en un hospital
para regresar a su vida normal. Mir a Zulema, que a su vez me miraba con unos ojos que mezclaban
un poco de desdn y un mucho de acatamiento. Ni ella ni yo podamos hacer nada.
Los gorilas me acompaaron hasta una especie de saliente lateral por donde yo deba irme. Se trataba
del mismo pasadizo angosto de bajo techo por donde haba llegado el primer da de mi entrada al t-
nel. Zulema me acompa en todo momento, dicindome frases alentadoras que ya no recuerdo. Yo
llegu a jurarle que, una vez en vida, me inducira yo mismo un coma para estar con ella. No digas
tonteras, contest ella, y luego aadi que la vida afuera era infinitamente mejor que la del tnel, y
que lo nico que habamos hecho consista en convertir una condena a priori ingrata en una experien-
cia ms o menos llevadera. Me puso como ejemplo las crceles. Acto seguido nos abrazamos con las
fuerzas que nos quedaban y nos deseamos suerte, mucha suerte.
Sal del tnel.
Pasaron varias semanas y
mi vida con Susana irra-
diaba un patetismo de pel-
cula. Evidentemente ya no la
amaba, y la mera circuns-
tancia de que Zulema, en
tan solo dos meses, hubiese
provocado en m lo que Su-
sana no haba conseguido
en ocho aos, damnificaba
su imagen sin remedio.
Abr los ojos y vi a Susana. Estaba mirndome y sollozando al
mismo tiempo. Me dijo algo muy largo en cuyas frases distin-
gu las palabras quiero, aqu, mdicos, corazn, casa, siempre
y felices. Me dio un beso y despus soport chistes de resuci-
tados por parte de mis hermanos y amigos que, por alguna
extraa razn, parecan estar pasndoselo en grande. No tard
mucho en cerrar los ojos para hacerme el dormido y evocar sin
miramientos la belleza de Zulema, una belleza que, nunca
mejor dicho, la tena como enmarcada en otra dimensin. En
la demencial habitacin de aquel hospital, la echaba ya de
menos dolorosamente.
Haba estado slo dos meses en puntos suspensivos, un tiempo que se me antoj corto a tenor de lo
vivido en el tnel. Cuando sal del hospital, mi vida regres a sus habituales parmetros anteriores al
estado de coma, exceptuando el trabajo, al que todava no deba acudir porque los de las batas blancas
as lo recomendaron. Volv a mi casa, a mis costumbres y a mis miserias de siempre, con la aadidura
un tanto abusiva de ver a todo el mundo tratndome con una condescendencia injuriosa, casi humi-
llante. Daba la impresin de que uno necesitaba enfermar para ser tratado con cierto respeto, pero no
slo me trataba la gente con ese respeto infundado, sino que a veces me haca sentir un gilipollas leg-
timo. La gente canalizaba una compasin incomprensible hacia m por medio de una camaradera de lo
ms irascible. Entre todos consiguieron que odiara el mundo todava ms y que mis ganas de vivir
fueran a menos. Asimismo, el recuerdo de Zulema era cada vez ms atormentado, y mis deseos de
estar con ella se traducan en un anhelo casi incomprensible de estar nuevamente en coma.
Pasaron varias semanas y mi vida con Susana irradiaba un patetismo de pelcula. Evidentemente ya no
la amaba, y la mera circunstancia de que Zulema, en tan solo dos meses, hubiese provocado en m lo
que Susana no haba conseguido en ocho aos, damnificaba su imagen sin remedio. Ella no tena la
culpa, pero empezaba a odiarla sin freno y la convivencia se estaba haciendo insoportable. Adems
Susana era la que, con ms empeo que nadie, me regalaba esa solicitud piadosa que tanto me cris-
paba. Supongo que lo haca motivada por un ansia lgica de darme una ayuda que yo supuestamente
necesitara, pero lo cierto es que aquellas atenciones me sacaban de quicio. En la cama no funcionba-
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mos y nuestros dilogos eran terriblemente empalagosos. Susana no paraba de venderme un futuro en
el que las cosas, cario mo, nos iban a ir de perlas, y en ese futuro de perlas yo no vea otra cosa que
un martirio por el que no estaba dispuesto a pasar. Por supuesto volv a fumar e intent hacer vida
normal, pero mi cabeza segua evocando a las cloacas, a la maravillosa Zulema, y a los disolutos pla-
ceres de aquella rata de alcantarilla que haba sido yo.
Una tarde le pregunt a un conocido, estudiante de medicina, cmo se me poda inducir un coma con
total garanta, y lo nico que me dijo fue que visitara a un psiclogo por si las cosas no me iban del
todo bien. Me puse a leer libros de medicina para hacrmelo yo solito, sin embargo me frenaba la idea
de excederme con la dosis o no hacerlo de forma correcta y abrazar la muerte sin pasar por coma al-
guno. En momentos extremos tambin barajaba la idea del suicidio para ver a Zulema de nuevo en el
tnel, aunque fuera unos segundos, pero aquella idea de verla tan efmeramente no me convenca. Me
pasaba los das pensando en cmo me las poda apaar para verla. Estaba enamorado de una persona
que en realidad no exista, de una suerte de diosa etrea que reinaba en un cosmos cuyo acceso estaba
precedido por circunstancias extremadamente azarosas. A veces pensaba que en aquel tnel seguiran
entrando ms hombres, y algunos de esos hombres quiz se perdan con ella hacia-entre-por las tinie-
blas del canuto para revolcarse como perros. Lo cierto es que la creencia de sentirme suplantado por
otras ratas de alcantarilla me suma en un estado de celos que yo jams haba experimentado.
Un da cog un tren y me fui a ver el cuerpo abandonado de Zulema. En el tnel me haba dicho que
era de Salamanca, y crea estar segura de hallarse en un hospital universitario llamado Virgen de la
Vega. All me fui sin sopesar demasiado las consecuencias de aquel extrao viaje. Desde haca unos
das haba ido creciendo en m un deseo casi obsesivo de ver a Zulema como fuera, por lo que decid
verla en el estado inerme, intil, mortuorio y esttico que desempeaba en el mundo de los vivos. Lle-
gu a Salamanca y cog un taxi nada ms salir de la estacin. Entr en el hospital como quien entra
voluntariamente en arenas movedizas. Pregunt por ella y de ella me informaron. Sub las escaleras
con el corazn en un puo y un cosquilleo prfido recorriendo todo mi cuerpo. Cuando llegu a la
puerta de su habitacin, tuve la impresin de que el mundo se iba a derrumbar en segundos. Abr
aquella puerta sintiendo un temblor desmedido en las piernas y el calor de unas lgrimas que ya se me
escapaban.
No es agradable contemplar a la persona amada inmersa en esa inmovilidad sombra que ensaya la
muerte en los hospitales. Uno se siente impotente y perdido y te dan ganas de llorar y de gritar y de
romper muchas cosas. Recuerdo que abrac el cuerpo exnime de Zulema con la sensacin de estar
estrechando su cadver. Comprend que es imposible concebir como viva a una persona que est en
coma, y de eso me di cuenta aquel da mientras abrazaba a Zulema. Resultaba paradjico verla sin
vida en la vida misma, y haberla amado en ese abismo donde estaba ms muerta que otra cosa. Re-
cord su risa y su cuerpo insinundose entre tinieblas como un prodigio lustrando la negrura. Entonces
not que me estaba excitando. Mi polla se ergua como buscando algo mas all de lo comprensible, y
entonces sal despavorido del cuarto antes de que pudiera plantearme diligencias necroflicas.
La visita a Zulema fue tan corta como traumtica. Aquel da me busqu un hotel barato en Salamanca
donde pasar la noche y tratar de asumir lo inconcebible. Mi vida no tena sentido sin ella y lo ms
siniestro consista en no saber cmo podra volver a verla. Estuve toda la noche barajando las posibili-
dades reales que podran provocar un nuevo encuentro. Lo primero que pens fue que Zulema podra
salir, al igual que yo, del maldito coma. En ese caso no habra problema alguno y nuestra relacin
proseguira en esa especie de mundo al aire libre con la misma intensidad que tuvo en aquella especie
de mundo subterrneo. Al menos es lo que yo quera pensar. Puede que Zulema me rechazara en vida,
pero no mereca la pena plantearse dicha conjetura. Tambin exista, claro est, la enorme posibilidad
de que Zulema no volviera nunca y se quedara en coma eternamente. Me resultaba arrebatador el
hecho de esperarla, haciendo de mi vida una locura diaria pendiente del regreso de una mujer, sin em-
bargo no consider ptimo el esperar a alguien cuyo regreso no dependa de ninguno de los dos. Estar
en manos del azar nunca resulta ventajoso. Por lo tanto la nica opcin que contempl era la de volver
yo al tnel, sumergirme de nuevo en aquella tenebrosa antesala donde Zulema segua esperando volver
a la vida o dirigirse a la muerte.
Aquella decisin no estaba exenta de contrariedades. Desde un punto de vista egosta (aunque no creo
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que haya otro) me frenaba la idea de que yo me indujera un coma (vete t a saber cmo) y que, tras
regresar a las cloacas, Zulema me rechazara porque estaba con otro, o porque simplemente no quera
estar ms conmigo, o que me recibiera con las manos abiertas y las piernas abiertas y siguiramos
nuestra trrida relacin pero se diera la fatalidad de que yo me tuviera que morir, o que se tuviera que
morir ella, y otros supuestos que pens a cual ms pesimista. Y, en cualquiera de aquellos casos, el
acto hermoso de sacrificar mi vida por estar en el tnel con ella se vera reducido a un acto estpido si
no se alcanzaba el objetivo. Y puestos a estar sin Zulema prefera estarlo en el mundo normal con
alcohol y navajas, con aviones y mquinas tragaperras, antes que quedarme sin ella a oscuras en aquel
tnel repleto de lloricas. Era una situacin difcil cuya decisin me estaba volviendo loco. Llegu a
sopesar la idea (nada descabellada, por cierto) de que existan diferentes tneles y que, cada persona,
una vez muriese o entrara en coma, era conducida a uno u otro dependiendo de la capacidad que
hubiese en todos ellos. En realidad todo se reduca a la ignorancia antiqusima de no saber qu coo
pasa una vez te mueres. Si Zulema o yo hubiramos sabido si acaso detrs de aquella luz cegadora se
encontraba otro espacio donde uno pudiera esperar al otro... Y resulta que este ltimo pensamiento un
tanto ingenuo fue el que me hizo ver la luz, valga como nunca la expresin.
Eran las ocho de la maana y acababa de tomar una decisin.
Cog un cuchillo del hotel y me fui al hospital. Estaba tan seguro de lo que me dispona a hacer que,
durante el trayecto, no tuve ningn pensamiento que planteara otra alternativa. Adems, la seguridad
de ver a Zulema con vida en cuestin de minutos me fortaleca de una manera yo dira que irracional.
No haba dormido en toda la noche ni comido desde haca muchas horas, pero eso no impidi que su-
biera las escaleras del hospital con un frenes casi quinceaero. Llegu a la habitacin, donde afortu-
nadamente no haba ningn familiar haciendo acto de presencia. Le di a mi princesa un beso ceni-
ciento en sus preciosos labios inanimados. Saqu el cuchillo y lo apret con fuerza entre mis manos.
Le dije al odo que la amaba como preludio de su muerte inmediata. La amaba, ya lo creo que la ama-
ba. Levant mis manos y le clav el cuchillo en el pecho hasta cuatro veces, con un mpetu asesino del
que goc cosa brbara. Imagin a uno de los gorilas gritando el nombre de Zulema en el interior del
tnel. Sin pensarlo dos veces me clav el mismo cuchillo en mi propio pecho y con la misma pasin,
teniendo sensaciones relacionadas con el dolor que prefiero no relatar. Mi muerte fue fulminante. Muy
pronto me sent en el pasadizo angosto de bajo techo que daba acceso al tnel. Todo estaba saliendo
segn lo previsto. Ahora tan solo quedaba llegar hasta la luz antes de que Zulema lo hiciera, esperarla
al final del tnel para rompernos en un abrazo y cogernos de la mano y marchar juntos adonde tuvi-
ramos que irnos ms all de la luz, ms all de la vida y de la muerte y ms all de todo; a tenernos el
uno al otro como dos periquitos que se aman en la jaula o, francamente, a tomar por culo si haca falta.
Sali tal y como lo haba planeado. Llegu corriendo al final del tnel y salud a los gorilas como si
fueran dos colegas con los que haba quedado. Les pregunt por Zulema y me informaron de que re-
cin acababan de llamarla. Les ped unos segundos para esperarla y no hubo problema. Zulema no
tard en llegar. Vena con un caminar un tanto desanimado, pero en cuanto me vio se puso a correr
con una notoria sensacin de alegra dibujada en su rostro. Ante la mirada atnita de los gorilas, nos
dimos un abrazo con tanta efusin que, tratndose de dos muertos como ramos, ya hubiesen querido
disfrutar muchos de los vivos. Sin decirnos una palabra nos cogimos de la mano y corrimos hacia la
luz, lanzndonos contra ella con un entusiasmo mecnico y gritando como dos energmenos.
Hctor Snchez Minguilln

El autor:
Hctor Snchez Minguilln. Nac en Castelln y soy estudiante de Filologa Hispnica en la Uni-
versidad de Barcelona, ciudad en la que vivo desde hace casi una dcada. El ao que viene voy a
tener la fortuna de publicar una novela titulada Por qu mat Julio Galope?, gracias a la obtencin
del VI premio de novela corta Cristbal Zaragoza de Villajoyosa. En breve publicar un poemario
que llevar el ttulo Nostalgia de nada, que gan el XX premio de poesa Universidad de Zaragoza.
Tambin obtuve el primer premio en la edicin del II Premio Antonio Vilanova de la Universidad de
Barcelona por el relato "Romance de dos vidas en puntos suspensivos", adems de un accsit en el
certamen Humoralia de humor negro que organiza la Universidad de Lleida con el relato "Zcalo",
que ser publicado en breve. En el portal bubok.es tengo publicada una novela corta titulada El
vendedor de nubes. Sigo escribiendo. Y siempre menos de lo que deseara.
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Relato

AMAZONIA
por Camilo Pequeo Silva
Y qu es de tu vida?
scar medit unos instantes la respuesta a aquella inspida pregunta de Freda. Le poda haber
preguntado si la echaba de menos, si crea que aquel conjunto de blusa azul de seda combinado con
la falda de volante le favoreca, si le gustaba la remodelacin de los muebles de la casa o, incluso, si
le caa bien su nuevo amante, aquel barbudo estirado que acababa de despedirse de ellos saliendo
por la puerta del apartamento. Pero no, tuvo que hacerle aquella maldita e hipcrita pregunta. Estir
los labios, esbozando una mueca forzada, antes de contestar.
Pues, bien... Ya sabes... Liado con el mobiliario mientras ella se daba la vuelta y se pona a pelar
de nuevo las patatas, no vacil en preguntar aquello que era motivo principal de la visita a casa de
su ex. Y... dime. Sabes si Elena tiene algo para m...?
Inmediatamente, Freda se gir con el cuchillo en la mano, iracunda ante aquella frase cuyo evocador
recuerdo le revolvi de nuevo las entraas.
Maldito bastardo! espet blandiendo amenazante el cuchillo hacia su exmarido. No empieces
de nuevo con lo mismo! Para eso has vuelto, verdad? Eres un mal nacido!
Slo quiero saber si Elena me consigui algo... No te vuelvas histrica, Freda... Podra salirte otra
hernia.
Maldito hijo de perra! scar logr detener el brazo con el que Freda intent agredirle, logrando
hacerle soltar el cuchillo, que cay con un golpe estridente en el suelo de la cocina. Acto seguido,
Freda rompi a llorar y se abraz al cuerpo de scar, mientras ste le acariciaba su melena cobriza.
Bien, ya est bien... dijo Freda, deshacindose repenti-
namente del abrazo de su ex y disponindose a retomar
su tarea culinaria. scar recogi el cuchillo y lo deposit
con delicadeza en el mrmol, junto al fogn.
scar tom el libro de manos
de Freda, lo observ, palpando
sus tapas duras, estudiando su
geometra y leyendo, a con-
tinuacin, el ttulo de la por-
tada: Mil recetas fciles para
cocinar en casa. Mir a Freda
con expresin anodina, y antes
de despedirse y salir del
apartamento le agradeci aquel
inesperado gesto de su ex.
Lo siento... balbuce scar, agachando la cabeza.
No te preocupes, la culpa ha sido ma... He perdido los
nervios, aunque sabes que odio recordar todo aquello...
De todas maneras, entiendo que ests tratando de rehacer
tu vida...
No pasa nada... Llamar a Elena desde una cabina, y as
no te molestar ms...
Espera! Tengo algo para ti, antes de que te vayas... repuso Freda mientras scar ya se daba la
vuelta en direccin a la puerta. Se dirigi a un estante superior del armario de la cocina y tom un
cuadriculado libro de recetas que guardaba desde haca algn tiempo. Toma, yo ya lo necesito, y...
supongo que a ti te servir...
scar tom el libro de manos de Freda, lo observ, palpando sus tapas duras, estudiando su geome-
tra y leyendo, a continuacin, el ttulo de la portada: Mil recetas fciles para cocinar en casa.
Mir a Freda con expresin anodina, y antes de despedirse y salir del apartamento le agradeci
aquel inesperado gesto de su ex.
Creo que me servir...
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Ya en la calle, se dirigi por una arbolada avenida, conglomerada por el trfico. Lleg hasta el final
del paseo y desemboc en una plaza de palmeras, en cuya glorieta hall una cabina telefnica. Se
meti en la cabina, depositando el libro de cocina sobre el aparato; introdujo dos monedas, sac una
tarjeta del compartimento de su cartera y llam al nmero de telfono garabateado en el dorso. Al
otro lado del auricular escuch una inidentificable voz de bartono.
Perdone, puede que me haya confundido... se excus scar, carraspeando. Por casualidad vive
aqu Elena Boj?
Y quin coo pregunta por ella? inquiri la voz masculina con tono hosco.
Soy scar Boj... Su padre...
Hum... Vaya... Jurara que su padre estaba muerto... scar intuy que el joven depositaba el tel-
fono mientras voceaba a su hija. Elena! Un tipo que dice ser tu viejo quiere hablar contigo!
scar permaneci al auricular durante unos instantes, hasta que pudo escuchar la casi olvidada voz
de Elena.
Quin cojones es?
Elena! Soy yo! Pap... Ya no te acuerdas de m?
scar aguard unos instantes de crudo silencio al otro lado del
aparato, hasta que se decidi a hablar de nuevo.
Elena? Soy yo, creme... Vers, slo quera preguntarte qu
tal te va todo...
scar esper otros tantos dilatados segundos la respuesta de su
hija, hasta que finalmente sus odos recibieron una contestacin.
Mira, viejo... Para m es como si ya no existieras... As que haz
el favor de no ser tan hipcrita de preguntarme sobre mi jodida
vida y djame de una puta vez en paz, hace?
Est bien, Elena... Lo siento... Pero, por favor, te ruego que no
cuelgues... Es un asunto importante...
scar colg el telfono
con una pueril sonrisa,
sali de la cabina y deci-
di regresar a casa... An-
tes de llegar a la parada
de autobuses se par a
inspeccionar un container,
recogiendo unas revistas
sobre esoterismo que se
puso adems del libro de
cocina bajo el brazo.
Ah... concluy cnicamente. Creo que ya s lo que tramas...
Te prometo que ser la ltima vez, querida... scar impost la voz decidindose con valenta.
Tan slo quiero saber si me has conseguido algo...
Bueno... vacil un instante. Creo que podra conseguirte algo... Le dir a mi colega del turno de
limpieza que me pase las llaves de la biblioteca. Nos vemos all maana, a las ocho de la maana...
Gracias, princesa! Eres una joya...
No necesito que me des las gracias, viejo... Lo nico que te pido es que cuando todo est resuelto
me olvides... No quiero volver a saber nada ms de ti, me has entendido? Ah, y que no se te ocurra
llamarme otra vez princesa.
scar colg el telfono con una pueril sonrisa, sali de la cabina y decidi regresar a casa... Antes
de llegar a la parada de autobuses se par a inspeccionar un container, recogiendo unas revistas so-
bre esoterismo que se puso adems del libro de cocina bajo el brazo.
Al da siguiente, se present a la hora acordada en frente de la biblioteca municipal. Una aterida
humedad le invadi los huesos mientras esperaba la llegada de Elena, que al cabo de unos minutos
apareci en el lugar. Sin tan siquiera dirigirle la mirada se fue hacia la cerradura de la puerta, mien-
tras scar ensayaba un saludo.
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Buenos das... hija. Hace un da de perros, eh?
Entraron a la biblioteca. Elena dio a los interruptores de la luz, y a continuacin, se dirigi a su pa-
dre advirtindole con voz desaliada:
Recuerda que slo puedes coger de aquel estante de all, el de los descatalogados... Te estar vigi-
lando, pero por si acaso, ni se te ocurra llevarte algn ejemplar de los otros estantes... Tienes media
hora; cuando termines, no quiero volver a verte ms el pelo ni a saber nada de ti... Queda claro?
Tras el fro ultimtum, scar se puso manos a la obra. Llev su maleta hasta el estante, y all fue
examinando los ejemplares uno por uno. Comenz escogiendo un tomo encuadernado en piel de
Crimen y Castigo; luego localiz varios libros de bolsillo de una coleccin de narrativa hispanoame-
ricana Rulfo, Borges, Sbato, Garca Mrquez, Cortzar, Onetti, Bioy Casares... y requis unos
cuantos; meti tambin en la maleta los tres tomos cosidos de una enciclopedia ilustrada: el de la D
a la F, el de la H a la K y el de la O a la R; adems de algunos ejemplares de poesa en rstica, re-
vistas literarias, manuales y crtica literaria.
Una vez recopilado el material, cerr la pesada maleta y la carg con dificultad, mientras Elena le
abra la puerta. Al salir de la biblioteca, scar trat de darle un abrazo, gesto que aqulla rechaz,
escupindole un hasta nunca mientras se alejaba por la
glida calle todava en penumbras.
scar transport la maleta hasta la parada de autobuses
situada a tres manzanas. No tard el bus en llegar. Subi
aupando la maleta y se acomod en la parte trasera,
observando las bullentes calles metropolitanas que mediaban
hasta la estacin de ferrocarriles. All tom un tren que le
llev hasta el pueblo, en cuyas afueras se situaba su nueva, y
ya casi finalizada, vivienda.
Baj en aquella desolada estacin y se dirigi a pie por la
carretera comarcal que sala de la misma. Recorridos unos
cuantos kilmetros tom un sendero de tierra que se
bifurcaba de la carretera. Camin durante aproximadamente media hora, atravesando ms adelante
el puente de un fangoso riachuelo. Se intern en un bosque de hayas y desemboc en una extensa
explanada rasurada por cientos de troncos talados: justo all se situaba su vivienda, aquella cabaa
de ladrillos compactos en forma de millones palabras impresas. Entr por la puerta de tapas slidas
y dej la maleta en el suelo de baldosas contraportadas. A continuacin, abri la maleta y sac aquel
tomo de La Divina Comedia, que segn sus clculos, y dada la comodidad de sus tapas forradas en
cuero, estim perfecto para completar el respaldo de su silln. As, pues, encaj el tomo en el hueco
entre aquellos otros libros y sonri satisfecho. A continuacin, tom una de aquellas revistas litera-
rias y la deposit en la almohada de su cama, compuesta por un mullido conjunto de libretas,
revistas y peridicos en los cuales decidi tumbarse y meditar sobre el papel de su nueva vida.
Una vez recopilado el mate-
rial, cerr la pesada maleta
y la carg con dificultad,
mientras Elena le abra la
puerta. Al salir de la biblio-
teca, scar trat de darle un
abrazo, gesto que aqulla
rechaz, escupindole un
hasta nunca mientras se
alejaba por la glida calle
todava en penumbras.
Camilo Pequeo Silva

El autor:
Camilo Pequeo Silva (Badalona, Barcelona, 1973). Licenciado en Filologa Inglesa, mencin
en Hispnicas. Profesor de E.S.O. y de Bachillerato y amante a tiempo parcial de la literatura y
de la msica, ha publicado cuentos en diversas revistas electrnicas de creacin literaria, como
Letralia, Almiar (Margen Cero), o Atramentum. Seleccionado en el nmero del quinto aniversario
de la revista Almiar, finalista en el primer Microconcurso de Microrrelatos de la revista
escritores.cl de chile, con el microrrelato El gnesis obrero, ha publicado tambin cuentos y
poemas como finalista en el libro del II certamen de poesa y relato GrupoBho.com, as como en
el fanzine bar sobia de la revista digital Labellavarsovia.
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Narradores

Miguel Mena
Madrid (Espaa), 1959
http://www.miguelmena.com
* * *
Miguel Mena es escritor, periodista y locutor radiofnico. Reside en Zaragoza desde 1983. Se en-
cuentra vinculado profesionalmente a la emisora Radio Zaragoza-Cadena SER, donde desde 1988
hasta 2006 realiz un programa diario de denuncia ciudadana. En la actualidad conduce el pro-
grama Aragn a las 7 en la misma cadena. Es tambin colaborador de diversas publicaciones
aragonesas y del suplemento Artes y Letras del diario Heraldo de Aragn. En su faceta literaria
ha publicado artculos y reportajes, as como novelas de amor, intriga y viajes. En 2006 fue nom-
brado "Hijo Adoptivo" de la ciudad de Zaragoza.

Novela
- Vinagre en las venas (Mira Editores, 1992)
- Bendita calamidad (Mira Editores, 1994; Alba Editorial, 2004)
- El escondite ingls (Alba Editorial, 1997)
- Onda Media (Alba Editorial, 1999; Punto de Lectura, 2001)
- Cambio de marcha (Alba Editorial, 2000)
- Das sin tregua (Editorial Destino, 2006. I Premio Mlaga de novela, 2006)
Crnicas, artculos y reportajes
- Parafernalia Compendio de despropsitos (1985)
- Paisaje del ciclista: un viaje aragons (Mira Editores, 1993)
- Por las ramas (Mira Editores, 1995)
- Una nube de periodistas (Zcalo Editorial, 2001)
- 1863 pasos (Xrdica Editorial, 2005)
- Piedad (Xrdica Editorial, 2008).
* * *
Entrevista
NARRATI VAS: Por qu y en qu momento un periodista radiofnico de xito se decide a dar el
paso que lleva a la creacin especficamente literaria?
MI GUEL MENA: En 1987, cuando llevaba cuatro aos en la radio, solicit una excedencia de seis
meses con la intencin de probar dos cosas que me apeteca hacer: residir una temporada en el
extranjero e intentar escribir una novela. Pas esos meses en Sheffield y Londres y de all sali mi
primera novela, un libro lleno de defectos pero con el que me enganch al hbito de escribir.
N.: Adems de tus trabajos especficamente narrativos, has publicado varios libros que podran
situarse entre el relato de viaje, la reflexin y la mirada digamos un tanto existencial. Sera capaz
Miguel Mena de definirse a s mismo como escritor?
MM.: Me cuesta definirme como escritor. Salto entre diferentes gneros y mi estilo ha variado con
el paso de los aos. Escribo en cada ocasin lo que se me mete en la cabeza. Simplemente, se me
apodera una historia y siento la necesidad de contarla. Supongo que mi trabajo en la radio tiene
algo que ver con esa indefinicin, con ese picar aqu y all, con una mirada amplia, sin etiquetas y
sin prejuicios.
N.: Tu trabajo periodstico se ha desarrollado ms en medios hablados, especialmente la radio, que
en los escritos. Qu diferencia aprecias entre ambos medios?
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MM.: En la radio vivimos pendientes del reloj, todo requiere una cierta prisa, y lo que cuentas se
va con el viento. Por mucho trabajo que haya detrs, todo se esfuma en el momento que lo cuen-
tas. Aunque tambin queda un poso en la memoria del oyente que se convierte en ese aprecio que
a la larga te demuestra la audiencia, esa familiaridad. Escribir requiere una mayor concentracin,
menos urgencia y ms soledad. Son mbitos muy distintos, pero se complementan bien
N.: Has comentado en alguna ocasin, respecto a la temtica de tus obras: escribo lo que me
sale. Sin embargo, al mismo tiempo se observa en tu trabajo una cuidadsima estructura formal,
un trabajo de creacin meticuloso y riguroso que no parece en ningn caso producto de la improvi-
sacin.
MM.: Quiero decir que escribo lo que en ese momento me pide el cuerpo, lo que me sale de den-
tro, lo cual no quiere decir que lo haga de forma visceral, directa; todo lo contrario: corrijo mucho
y me tomo el tiempo que considero necesario antes de dar un trabajo por finalizado. Al escribir
procuro olvidarme de la tirana del calendario y el reloj porque de eso ya tengo de sobra en la ra-
dio.
N.: De la lectura de tus libros es fcil extraer la conclusin de que Miguel Mena es un escritor com-
prometido. Cmo explicaras t mismo ese compromiso?
MM.: Supongo que al escribir trasladas tu idea de la vida y del mundo que te ha tocado vivir. Mi
nico compromiso es intentar ser honesto con los dems, coherente con lo que pienso y ofrecer un
producto digno, tanto cuando escribo para entretener como cuando lo hago para reflexionar.
N.: Cmo te planteas la escritura de una novela? Tienes claro desde el principio cmo se va a
desarrollar la historia? Cmo nacen los personajes?
MM.: Las novelas suelen surgir de una idea muy primaria, una situacin y dos o tres personajes.
Suelo hacer un planteamiento general, pero siempre es un punto de partida. Por lo general, tengo
una idea muy dispersa de hacia dnde me va a llevar la redaccin y los personajes secundarios van
surgiendo segn aprecio que los requiere el relato.
N.: Qu parte del trabajo literario de Miguel Mena se alimenta de su faceta periodstica?
MM.: Gran parte de mi trabajo literario se alimenta de mi profesin. Es lgico. Llevo 26 aos en la
radio y mi trabajo me lleva a estar en contacto con gente muy variada y a conocer situaciones de
lo ms diverso. Es inevitable servirte de ello.
N.: Tu novela Das sin tregua gira alrededor del secuestro que el futbolista Quini sufri en el ao
1980, un caso que adems tuvo una repercusin meditica extraordinaria. A la hora de abordar el
tema y de encontrar el enfoque literario adecuado, te ha condicionado el hecho de que dicho se-
cuestro est todava muy presente en la memoria colectiva de los espaoles o que sus protagonis-
tas an vivan?
MM.: No estoy de acuerdo con que el secuestro de Quini est muy presente en la memoria colec-
tiva, o mejor dicho, s est presente el recuerdo de que fue secuestrado, pero casi nadie recuerda
los detalles. Por ejemplo, no he conocido a nadie que recordara que haba sucedido la misma se-
mana del golpe de estado de Tejero, el famoso 23-F. Quini fue secuestrado el domingo de esa
misma semana, el 1 de marzo de 1981. Tampoco recuerda casi nadie quines le haban secues-
trado y cmo fue el desenlace. Y an se recuerda menos el extraordinario clima de violencia que se
viva aquel ao en Espaa, verdadero tema central de la novela, ya que el secuestro slo es una
excusa para pintar un cuadro ms amplio de aquellos das. En cuanto al hecho de que los protago-
nistas an estn vivos, la verdad es que decid asumir ese riesgo y tuve la suerte de que a Quini le
gust mucho la novela. De los secuestradores no he sabido nada.
N.: Como lector, cules seran tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y tus
autores favoritos?
MM.: A m me gusta leer a mis contemporneos, me gusta que me cuenten el tiempo que me ha
tocado vivir. En estos momentos mis gustos se decantan por autores como Ignacio Martnez de
Pisn, Javier Cercas o David Trueba. Tambin leo muchsima literatura hecha en Aragn (novela,
relato y poesa) y sera capaz de citar no menos de veinte autores aragoneses con cuyos libros
disfruto.
N.: Por ltimo, en qu proyectos literarios est ahora trabajando Miguel Mena?
MM.: Estoy dando los primeros pasos con una novela y sospecho que me va a llevar mucho tiempo
escribirla. Da igual. No hay prisa.
* * *
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Relato

PIEDAD

por Miguel Mena


DE RAZ
Cuando me dijeron que mi hijo no podra hablar nunca, que tena un cromosoma atravesado y una
nube oscureca la zona del cerebro donde se amasa el pensamiento y se tejen las palabras, lo primero
que record fue que haba planeado aprender con l los nombres de los rboles. Lo ansiaba desde
que naci: andar por el campo, juntos los dos, y distinguir las hayas y los abedules, los arces, los
castaos, los quejigos, los robles y los enebros. Pens en ello mientras por detrs de la cara del m-
dico, un rostro inexpresivo entrenado para dar malas noticias, observaba los rboles de aquella cl-
nica mecindose suavemente, como acunando una pena. Le pregunt al doctor qu rboles eran
aquellos y pareci tan extraado por mi pregunta que se encogi de hombros y no supo contestarme.
Le not incmodo, como si quisiera dar la consulta por finalizada. Nos despedimos, cog a mi hijo
en brazos, salimos de la clnica y al cruzar el jardn, con el sol de espaldas, observ que nuestras
sombras dibujaban una silueta en la que yo era un tronco seco y aquel nio de pelo rizado sobresala
como una gran flor que me brotaba.
* * *
EL NIO MUERTO
El saln de la casa siempre estuvo presidido por la imagen del nio
muerto. Varias fotos dentro de un mismo marco. Una secuencia de
cuatro retratos de un cro rabiosamente guapo, quiz un poco serio,
con los ojos grandes y el pelo ensortijado. Para los hermanos siem-
pre fue parte de la decoracin, el cuadro que no faltaba en ninguna
mudanza. Nunca se hablaba de l. Estaba all, en la pared, conge-
lado en su belleza de posguerra, observando las comidas familiares.
Han pasado ms de sesenta aos y Mara olvida muchas cosas.
Olvida dnde ha puesto las pastillas, olvida dnde guard el di-
nero, olvida que para frer un huevo el aceite ha de estar muy ca-
liente. Ha olvidado su edad, que ya son 85, pero no olvida que el
da en que muri su hijo el mdico les haba prohibido darle de
beber y que el nio pas aquella ltima jornada repitiendo: Mam,
tengo sed.
* * *
JOS EDMUNDO CASA
El comando lleva semanas preparando una accin. Un da tras otro, suben y bajan por la autova de
Pamplona a San Sebastin, de San Sebastin a Pamplona. No es fcil llevar una vida normal y en los
ratos libres ser un activista. Con la vieja carretera no habra sido posible coordinarse tan bien, mo-
verse tan rpido. Mientras acelera entre montaas, el jefe del comando intenta hacer memoria. Se
pregunta: Cmo se llamaba aquel tcnico que matamos en Valencia para que no construyeran esta
autova?.

Textos pertenecientes al libro Piedad, publicado por Xordica Editorial (2008)


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* * *
FUNERAL
Pedro muri a los 43, tras un derrame cerebral que lo mantuvo varias semanas en coma. En el fune-
ral previo a la incineracin, el sacerdote, para
consolar y reconfortar a los all presentes, escogi
un texto bblico que vena a decir esto: El Seor se
lleva junto a l a los mejores. Era justo y viva
rodeado por los injustos. Era generoso y viva
rodeado por los egostas. Era puro y viva rodeado
por los pecadores. Por eso el Seor lo llam a su
lado. Slo l poda ser el elegido para subir al
cielo. Los que habitualmente rodebamos a Pedro
estbamos all: sus familiares, sus amigos, sus
compaeros. Fue una sorpresa que nos diera la
bendicin y nos dejara ir en paz.
* * *
PREMIOS
El Premio Nobel de Literatura Kenzaburo O tuvo un hijo con un grave retraso mental al que con-
virti en eje de sus obras y de su vida. El Premio Prncipe de Asturias de las Letras Arthur Miller
tuvo un hijo con sndrome de Down del que se deshizo la misma semana de su nacimiento, obli-
gando a su esposa a ingresarlo en un orfanato. Las imgenes que tenemos de Kenzaburo O son las
de un hombre que transmite una profunda melancola. Las imgenes que tenemos de Arthur Miller
son las de un hombre que transmite una gran confianza en s mismo, un indudable orgullo, un sen-
tirse satisfecho que a menudo adorna con una leve sonrisa.
* * *
MUNDO SONORO
A veces acudamos al almacn donde iban arrinco-
nando los discos que ya no caban en la emisora.
Recorramos las estanteras en busca de rarezas,
joyitas, perlas escondidas en un mar de polvo. Vea-
mos pasar rtulos y rtulos, caras y caras. Por cada
superviviente, por cada grupo o artista de larga tra-
yectoria, nos reencontrbamos con cientos de nom-
bres olvidados. Cientos de nombres de un solo xito
y cientos tambin que ni siquiera haban llegado a
eso. Por cada estrella brillante, decenas de estrellas
fugaces, de estrellas plidas, de estrellas ocultas, de
agujeros negros. El lugar rebosaba de melodas alegres y fotos coloristas, sin embargo nos pareca
estar desenterrando cadveres en un cementerio de ilusiones.
Miguel Mena
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Reseas

ANNIMOS, de Miguel Sanfeliu

Editorial Traspis
Coleccin Vagamundos
Fecha de publicacin: 2009
63 pginas
ISBN 976-84-936774-3-5
* * *
El protagonista de una serie de televisin que me gusta suele de-
cir que en la vida Todo est relacionado. En literatura ocurre
algo parecido.
As, a veces, sin saberlo, al escribir sobre nosotros mismos lo es-
tamos haciendo tambin sobre otros. Y, otras, creyendo escribir
sobre los dems estamos, en realidad, hablando de nosotros
mismos.
Hace unos das encontr este texto en Internet:
Estos relatos se caracterizan por la extraeza que causan en el lector. Nos sumergen en una
realidad distorsionada, como si de pronto transitramos por un mundo sin reglas, en el que todo
es posible, en el que lo fantstico y lo real conviven con normalidad. Sus historias retuercen lo
verosmil y nos enfrentan a nuestro lugar en el mundo, nos transmiten el miedo o la inseguridad.
Esto lo escribi Miguel Sanfeliu sobre La soledad de los ventrlocuos, un libro de Matas Candei-
ra. Y como si de una especie de premonicin se tratara se ajusta ahora como un guante a la des-
cripcin de su propio libro, este Annimos, del que hoy hablamos aqu.
Annimos es un libro integrado por cuatro cuentos, cada uno de ellos con caractersticas propias,
pero que comparten una serie de rasgos comunes que le dan unidad y permiten reconocer un
mismo autor. As, una atmsfera desasosegante, un cierto regusto pesimista y la existencia en
todos ellos de una amenaza inexplicable, pero cierta, que tira del lector a la vez que de los per-
sonajes.
Antes de abordar las narraciones, Miguel fija en el prlogo del libro su propia potica, nos dice no
creer en los gneros y tambin que estos cuentos podran calificarse de fantsticos, pero que tal
vez no lo sean tanto.
Estoy de acuerdo con l. Creo que, precisamente, uno de los protagonistas del libro es la propia
realidad. Aunque quizs ms como tema que como materia narrativa. Y Miguel no slo se mues-
tra beligerante ante ella, sino que rechaza su presuncin de inocencia y se cuestiona por lo
qu es. Lo hace fijando el foco de su narracin, en ocasiones, al otro lado del teln de lo apa-
rente y alumbrando desde all con la luz adecuada, es decir con ms sombras que luces, su lado
visible; y, en otras, convulsionndola, estirndola hasta hacer saltar todos sus resortes y dejarla
en un estado gaseoso, inestable, que descubre toda su ambigedad, todo lo que tiene de artifi-
cio.
Con ese mtodo, Miguel desarrolla el resto de los temas que parecen interesarle ms: el vrtigo
ante la vida, la soledad como nica certeza para afrontar ese vrtigo, el extraamiento, la locura,
el destino, la fragilidad de nuestras certidumbres o el amor entendido como un refugio poco se-
guro.
Y es en ese ambiente indefinido, entre lo existente y lo soado, ante esa amenaza constante de
no saber si lo aparente es real, donde Miguel coloca a sus personajes, que aparecen superados y
doloridos por unas vidas de las que, de repente, han dejado de sentirse dueos. As nos encon-
tramos con el vietista de Solo, el primero de los cuentos, que no acierta a tener claro si es un
creador que suea o el sueo de un creador. Ah est tambin el periodista acosado de Anni-
mos, un cuento lleno de humor negro y de irona, que busca salvacin, sin encontrarla, en el
amor perdido y termina dejndose llevar por la catstrofe; o el ajedrecista de El campen de
Arequipa, el cuento de apariencia ms naturalista del libro, empujado sin motivo a jugar una
partida tras otra y del que no podemos decir con seguridad si gana o pierde la partida final; y, por
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ltimo, el joven protagonista de Renacer, que ve su cuerpo colonizado por su gemelo no na-
cido y del que, como slo sabemos lo que l nos cuenta, siempre nos quedara la duda terrible de
si nos encontramos ante el invadido o ante el invasor.
Cada uno de los cuentos de Annimos funciona as como un disparo que rebota en varios sitios
antes de alcanzar la diana all donde pretenda, en una carambola cuya trayectoria persigue el
lector, a ratos con la lengua fuera, sorprendido a cada giro, y llevado por una prosa, como tiene
que ser, eficaz, sobria y transparente, y por un ritmo casi cinematogrfico.
Y en ese Todo est relacionado al que me refera al principio, conforme avanza la lectura van
apareciendo todo tipo de referencias. Desde las ms clsicas como Poe, Stevenson o Kafka a
otras ms modernas como Cortazar; desde las cinematogrficas, con una cierta mirada de reojo
hacia el cine de serie B, los ambientes saturados y turbios de Roger Corman, a las televisivas
(leyendo los cuentos me he acordado de las series para televisin de Hitchcock) pasando, por
supuesto, por el cmic, en el que el propio Miguel confiesa en el prlogo haber hecho sus pinitos
y para cuya prueba nos deja las ilustraciones del libro, tan expresionistas y adecuadas al tono de
la narracin.
En resumen, lo que Miguel parece decirnos al final de la lectura, es que la vida es algo muy raro.
As, en un momento concreto, el Teniente Saturno, uno de los personajes de Solo, justifica la
histeria del protagonista del cuento por el hecho de que haber recibido fuerte un golpe en la ca-
beza, y a uno se le ocurre pensar que todos los personajes de Annimos parecen haber recibido
ese mismo golpe y que deambulan todo el tiempo entre sonados y desconcertados, en un mundo
que se revuelve contra ellos y al que ya no comprenden. Y piensa tambin si todo eso del engen-
dramiento, de la semillita, de los nueve meses de embarazo, del parto, no ser un cuento, y la
vida, por otra parte maravillosa, no nos habr sido dada, en realidad, de esa manera, con un
fuerte golpe en la cabeza.
Que os sea leve la jaqueca.
Y a ser posible aliviaros con literatura, y con este y los prximos libros de Miguel Sanfeliu, que
seguro sern tambin inquietantes y estupendos.
Rodolfo Notivol
1


STRADIVARIUS REX, de Romn Pia

Editorial Sloper
Coleccin: La Noche Polar
Fecha de publicacin: 2009
268 pginas
ISBN 987-84-936717-2-3
* * *
El comienzo casi delirante pero extraordinariamente frtil y brillante
de esta novela va a definir uno de los tonos que marcarn el sentido
de las historias que la conforman: el da que Monica Lewinski le
practic la archiconocida felacin a Bill Clinton pasaron muchas otras
cosas de las que nadie ha querido dar cuenta hasta ahora. Quiero
remarcar especialmente lo de uno de los tonos porque, a pesar de
que el sentido del humor, la stira y la causticidad no dejan de estar
presentes en todas y cada una de las pginas de esta novela, Romn
Pia nos ofrece un libro que va mucho ms all de la simple comicidad, que entra de lleno en terri-
torios extremadamente delicados (la muerte, el xito, la honestidad ms all de toda mesura) y
ahonda sin complejos en el tema siempre espinoso de la identidad.
Marcos Badosa, un aspirante a escritor que lo desconoce casi todo no solo sobre la escritura y la
literatura, sino tambin sobre la vida, se ve abocado a suplantar durante diez aos la vida de otras
personas, ocupando durante un solo da el cuerpo y la mente de otro sujeto con el que no tiene
nada que ver. De esa manera, Badosa va a vivir ms de tres mil seiscientas vidas diferentes (ob-

1
Ha publicado Autos de Choque (Xordica, 2003)
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viamente, el libro no da cuenta de todas ellas), con la certeza de que al da siguiente, haga lo que
haga y pase lo que pase (algunos de sus anfitriones mueren o se suicidan sin que el proceso de
resurreccin se vea alterado), ocupar el cuerpo y la mente de un individuo distinto.
Esta inteligente argucia argumental le permite a Pia adentrarse con maestra en el conjunto (que
bien podra haber sido interminable) de vidas y miserias de un buen nmero de seres anodinos o
brillantes, mediocres u obscenos, a travs de la mirada un tanto inocente al principio pero progre-
sivamente perspicaz de Marcos Badosa, el protagonista; este, a su vez, gozar de la prerrogativa
de proseguir con la vida habitual de la persona suplantada o, por el contrario, usar de su nueva y
caduca personalidad con los ms delirantes propsitos (como en el captulo primero, donde su-
planta la personalidad del mismsimo Bill Clinton).
A travs de esta retahla inagotable de existencias y miradas divergentes, de sueos y fracasos
continuos, Pia nos lleva de paseo por una delirante muestra de estilos de vida, modos, maneras,
actitudes y deseos que, ms o menos lcitos, ms o menos reprobables, tiene la virtud de ofrecer
un extraordinario muestrario de lo incongruente y grotesca, pero a veces tambin heroica y sorpren-
dente, que puede devenir la existencia humana. Resulta especialmente notable el captulo en el
que uno de los suplantados, convencido de sufrir cncer de colon, vive ese da con la conciencia de
estar abocado a una muerte prxima e inevitable; o aquel en el que Badosa ejerce de padre
accidental de una nia de diez aos que asemeja tener veinte a causa de una extraa enfermedad,
circunstancia que, ante la ignorancia de la misma, no deja de provocar la admiracin de los otros
padres; o aquel en que el protagonista, transmutado en gay aficionado a las motos, acude a su
antiguo hogar para contemplar con mirada ilusionada pero al mismo tiempo impotente y lnguida
cmo su hija pequea, ya mayor y con la que hace aos que ha perdido todo contacto, se dedica a
flirtear con un muchacho de su edad.
A pesar de tanta y tan ingente exhuberancia existencial, todava queda espacio en el libro y ta-
lento en la gil prosa de Pia para introducirnos en la propia vida del protagonista, el citado Ba-
dosa, antes de verse abocado a su extrao ciclo de reencarnaciones, unas pginas que cobran
valor aadido por la extraordinaria red de personajes (algunos de ellos memorables, como el es-
critor Vicente, cuya vida y milagros daran sin duda para otro libro) que pululan alrededor del taller
literario al que Badosa se apunta para iniciarse en el desconocido territorio de la literatura un te-
rritorio, como todo medio humano, plagado de miserias e imposturas.
Me atrevera a decir que estamos ante una novela imprescindible, radicalmente moderna, densa y
extraordinariamente divertida, cuya mayor virtud reside en la mgica sencillez con que nos presenta
a cada uno de los personajes que pululan por sus pginas y da cuenta de sus peripecias per-
sonales, con las incertidumbres y contradicciones que les son inherentes, pero sin abandonar ni por
un instante el sentido del humor, la mirada afilada y el rigor literario. Mahler deca que componer
una sinfona era construir un mundo con todos los medios posibles. Algo as ha logrado Romn
Pia con su Stradivarius Rex: meter el mundo entero en 268 pginas. Ni ms ni menos.
Carlos Manzano
http://www.carlosmanzano.net


LOS DEPRAVADOS PRNCIPES DE LA VIEJA CORTE, de
Mateiu E. Caragiale

Editorial El Nadir
Fecha de publicacin: 2008
198 pginas
ISBN 978-84-9875-001-0
Traduccin: Rafael Pisot y Cristina Sava
* * *
En el ao 2001, una encuesta realizada la revista Observator Cultural
determin que la mejor novela rumana del siglo XX era la obra que
nos ocupa, publicada en 1929; la segunda clasificada sera El lecho
de Procusto, de Camil Petrescu.
No encontraremos en esta obra una trama en exceso interesante, lo
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es mucho ms el cuadro de malas costumbres y bohemia feroz que refleja la imagen de una Ru-
mana en crisis de identidad. Una nacin recin construida (se funda en 1862) sobre la base de
varios principados, tras siglos de ocupacin militar; un pas cuya estructura social vara rpida-
mente por el ascenso de la burguesa, lo que hace aumentar los contrastes sociales. Las notas
que acompaan el texto son fundamentales en el necesario repaso histrico, paralelo a la lectura
de la novela.
Esta crisis de identidad se nos presenta en la figura de varios personajes masculinos que con-
trastan con fuerza, tres nobles de formas exquisitas y modales refinados y un adefesio (retrato
de la vileza del ser humano) entregados en cuerpo y alma a los placeres de la carne y los vapo-
res etlicos en los peores antros, en convivencia con el lumpen de Bucarest. Todos ellos, amigos
de juerga y confidencias, tienen algo que esconder, algo que los hace misteriosos en una socie-
dad que avanza sin tenerlos en cuenta, mientras ellos se hunden cada noche en los lodazales del
vicio, para olvidar o para encontrarse.
La capital adquiere personalidad propia, una ciudad resplandeciente otrora (la pequea Paris),
que, sin embargo, da a da se estremece junto con los personajes en ese descenso a los infier-
nos del alma.
Pablo Lorente Muoz


HAZ DE LUZ, de Adriana Serlik

Legados Ediciones
Fecha de publicacin: 2009
138 pginas
ISBN 978-84-936453-4-2
* * *
Adriana Serlik es una escritora de calle, de asfalto y soledades. En
sus textos encontrarn historias contadas a vuelapluma, sin arrastre
impreciso e innecesario de retrica. Transparentes y directas como
las conversaciones que uno tiene frente a una taza de t o caf con
un amigo. En sus relatos hay instantes de vida, plasmados con la
sutileza mecnica del buen observador. Llenos de una tragicomedia
certera en la que la lgrima y la risa pugnan entre s, como sucede
con Las Primis, Almbar y muchos otros de los veintisiete textos cortos que componen la primera
parte del libro, todos ellos de una factura fresca y bien trabajada.
En la segunda parte, De la guerra y el dolor, Serlik nos introduce en un mundo lleno de reivindi-
caciones sociales, en ese mundo donde todos, de una forma u otra, desgraciadamente, nos
hemos encontrado a lo largo de nuestra vida. Lo hace basndose en personajes y hechos histri-
cos concretos y reales. Durante el proceso de creacin de los nueve relatos que forman esta
parte, la autora ha desarrollado un trabajo de investigacin propio y concreto sobre los persona-
jes que utiliza y la poca histrica en la que se desarrollan. Como es el caso de El Colorao, Sa-
turnino Pablo, Homenaje a Rosa Chacel... Incluso, uno de ellos refleja una parte concreta de su
vida, pero este punto tiene que descubrirlo el lector, ya que no ser yo quin lo desvele. Algo que
creo har sin esfuerzo, porque el relato, del que omito el ttulo, es, si cabe, uno de los ms con-
movedores que he ledo, y estoy segura que del mismo modo que me sucedi a m les suceder
a ustedes. En esta segunda parte, como expreso arriba, hay un arduo trabajo de documentacin
del que slo se ve la punta del iceberg, dado el insalvable requisito del relato corto: la extensin.
Pero el lector apreciar que sus estructuras y sus tramas no habran sido las mismas sin esa
base documental.
Como punto y final a este prlogo, que no he querido hacer extenso porque considero que lo
importante no son mis palabras, sino el trabajo al que preceden, slo me resta por asegurarles
que tendrn ustedes una lectura entraable y hacia dentro, muy adentro, como suele suceder con
lo que realmente merece la pena: siempre se siente dentro de uno mismo.
Antonia de J. Corrales
2

2
Autora de Epitafio de un asesino (Titania, 2005) y La dcima clave (Martnez Roca, 2008)
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BALADA DE LA GUERRA HERMOSA, de Eugenio
Surez-Galbn Guerra

Tropo Editores
Coleccin: 2 Asalto
Fecha de publicacin: 2009
111 pginas
ISBN 978-84-96911-12-3
* * *
Balada de la Guerra Hermosa gan el Premio Ssamo de novela en
1982, fue publicada por la editorial Fundamentos, y por lo visto no
tuvo la divulgacin necesaria quedando adormecida en un injusto
rincn de la indiferencia. Quizs sea el gran tino de Tropo Editores
rescatarla para nuestro deleite. Su autor, Eugenio Surez-Galbn
Guerra (1938, Nueva York), Doctor en Lenguas y literaturas romnicas por la Universidad de Nueva
York (1967) y en Literatura por la Universidad de Leiden (2005), habla desde varias perspectivas
con una tcnica narrativa ligera, fluida y rtmica a lo largo de toda la novela, con sinceridad y
verisimilitud, sin perder el aliento en ningn momento.
Es una novela corta; corta la novela, porque la narracin abarca un largo y trgico periodo histrico:
desde el inicio de la Guerra Civil, pasando por la Segunda Guerra Mundial hasta la posguerra es-
paola.
La complejidad de los personajes es contrarestada por un ponderado lenguaje espontneo, de una
belleza potica desgarradora, en la cual el autor utiliza varios narradores intercalndose entre s
desde sus recuerdos; a veces es su compaero de viaje, o el mismo protagonista relatando las
crueldades de la guerra sufrida en su propia piel, a travs de uno de ellos; otras veces son las mu-
jeres que lo amaron: una de manera infausta, la amante madrilea, y otra la de una novia en espera
inexpugnable, la canaria. Ellos van describiendo sus vivencias y las experiencias de la resistencia,
de la esperanza, de los sueos, de la explotacin, de la guerra como golpe de huesos contra con-
creto o de la huda en la bsqueda de la libertad.
Mencey, el protagonista de la historia, es un canario que acaba de llegar de Cuba y a quien el
golpe militar pilla en el camino. Un tipo hbil, que tiene claro lo que quiere y que consigue salir de
las situaciones ms adversas un brujo: del bando nacionalista por no soportar las maldades y
las injusticias; es un hombre de mirada nunca empaada por la mentira, y sobre todo porque pa-
sa de la guerra (o por cojones, como dice uno de los narradores); lo nico que desea es fugarse.
Se mezcla con los gitanos para llegar a Portugal con ayuda de estos, l y su compaero. De ah a
Marsella con papeles falsos donde sobrevive explotando a prostitutas. La muerte de una de ellas le
obliga a huir hasta alcanzar la frontera; ah queda atrapado, y de aqu al campo de concentracin
de los nazis. Con el fin de la Segunda Guerra y ya en los campos de refugiados, instruido por los
republicanos, regresa a Espaa con la guerrilla del maquis o a la clandestinidad en Madrid hasta su
desaparicin. S, porque Mencey siempre desaparece y reaparece con otra identidad para
seguir soando de forma individual o colectivamente.
Probablemente el papel reservado a las mujeres, pese su protagonismo, y el nfasis y soporte tes-
timonial que dan a la novela, no encaje dentro de esa diccin aguda y limpia, con ese aire de acti-
tud pasiva y sumisa: las que se derriten por los hombres cariosos; las que no tiene secretos, por-
que es cosa de hombres; las que son habladoras de todo menos de lo que se propone... las que
no se afirman. Quizs sea (o fueron) as, sin embargo, no deja de ser un concepto estereotipado
considerar a las mujeres madres frustradas porque los tratan y los quieren como hijos. Acaso
ser porque las mujeres se acostumbran a todo, incluso con la sombra melanclica y monstruosa
de la guerra, cosa de hombres, aunque a la larga son ellas junto con los nios y los ancianos los
que cargan con sus consecuencias.
Eugenio Surez-Galbn Guerra nos narra desde una atmosfera envolvente las entraas de la gue-
rra y de los personajes que la viven, como en un sueo que se puede ir a cualquier direccin, ya
que no tienes control en un medio donde los hombres se vuelven bestias. Pero la realidad de la
guerra es distinta, trunca los sueos, las esperanzas, y los dbiles tienen que usar su debilidad
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como fortaleza, son obligados a colaborar para sobrevivir; aunque uno no se acostumbre a sufrir y
menos a resignarse, no puedes controlar pues en ella la vida no vale nada. El miedo a la muerte no
tiene sentido porque nada parece ser extrao, inclusive llegas a sentir alegra por morir, porque ya
no sufrirs. Aqu tal vez sea donde suena la balada. Pero como ninguna guerra es hermosa, quizs
sea la altivez e integridad testimonial de los personajes lo que pone la msica con pelos y seales
(o datos y hechos).
Gilmar Simoes
http://gilmarsimoes.webcindario.com


MIRAR AL AGUA, de Javier Sez de Ibarra

Pginas de Espuma
Primer Premio Internacional de Narrativa breve Ribera del Duero
Fecha de publicacin: 2009
192 pginas
ISBN 978-84-8393-036-6
* * *
Narciso mirndose en ese espejo acuoso e inseguro, inseguro el propio
personaje de s mismo y del poder de su mirada, y por tanto cuestio-
nando su propia forma de ver y su identidad. Y el arte siempre atenta a
ese mirar que a veces lo significa todo por la dificultad que entraa.
J avier Sez (Vitoria, 1961) expone en los diecisis relatos que compo-
nen este libro diferentes posibilidades en la forma de mirar, pero siem-
pre con un nexo en comn, y es que no se mira la realidad directamente, sino a travs de un tamiz
que es el arte. La importancia de mirar el arte aparece ya en el relato que da ttulo al libro, en Mi-
rar al agua la accin transcurre en un museo. Un grupo de jvenes pasea por las salas entre la
incomprensin de lo que ve el personaje principal y lo que desea: ligar con una de las chicas. El
arte incomprendida se enfrenta a la pasin ms natural. Tampoco falta la crtica hacia lo que es o
no arte.
El cuadro como teln de fondo aparece en varios relatos ms, y en ese espacio es donde se dan
cita los temas y tramas que a veces poco o nada tienen que ver con lo puramente artstico. Es sim-
plemente un marco donde ocurren las cosas, un espacio sin vida donde sin embargo, la vida toma
forma para desfilar ante nuestros ojos, ojos modernos. As ocurre en el relato de Un hombre pone
un cuadro, o Una ventana en Va Speranzella. Tambin en Las Meninas, donde asistimos a
una doble representacin del cuadro, la que todos tenemos en mente y una modernizada, donde
los personajes del relato se aduean de la escena.
Puesto que de arte hablamos, la palabra tambin est presente, por ejemplo en El disfrute de la
palabra, donde aparece uno de los grandes mitos literarios de nuestro tiempo: la obra de Kafka y
el misterio de Max Brood, ese misterio que ha atrapado tambin a otros escritores como Manuel
Vilas en Espaa.
Un anlisis de la magia de la creacin literaria es el relato J ernimo G.. Este oscuro y misterioso
personaje escribe desde su reclusin carcelaria, y de nuevo nos encontramos ante un anlisis de lo
que se ve, esta vez, a travs de un doble espejo donde se transmutan los relatos del personaje y el
propio relato. Una tcnica que J avier Sez utiliza tambin en La supersticin de Narciso o apren-
der del que ensea. En este caso se produce una myse en abyme porque el relato aparece
analizado en las notas a pie de pgina, donde incluso se cita al autor, o al sujeto literario del autor
que tampoco tiene por qu coincidir con el autor real, aunque la distancia sea mnima: Se observa
cmo el narrador introduce las palabras de Dmin, personaje secundario, pero cada vez menos las
de Alfonso, que viene a tomar la palabra sin necesidad de esa intermediacin: otro ejemplo de la
soberana que va adquiriendo el cuento.
Esta forma de escritura se podra ver como un juego con el propio relato y la forma de narrar, cer-
cano, por ejemplo, al caso de la novela Niebla de Unamuno, donde el personaje se enfrenta al na-
rrador. Tambin podramos pensar en un juego con un narcisismo que parece gobernar buena
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parte de las artes contemporneas. As pues, este cuento podra ser una parodia de la vida litera-
ria, yendo un poco ms lejos en la interpretacin, se podra tratar de una crtica a nuestros tiempos
hipermodernos (trmino del filsofo Lipovetsky).
Este narcisismo est presente de nuevo, en la incapacidad de un escritor para realizar un cuento
sobre s mismo, lo que nos podra servir para reflexionar en torno a cuestiones literarias de primer
orden como la aparicin del autor en su propia obra. En cualquier caso, llegamos a una conclusin
que se ve en otros relatos (preferimos no desvelarlos), y es que desde lo ms abstracto podemos
tener una respuesta para lo ms concreto: el amor lo es todo, tanto que puede llegar incluso a
conformar una identidad.
La temtica que hemos ido sealando se presenta a travs de una escritura poderosa e innovadora
en cuanto a la presentacin de los personajes: varias formas de estilo indirecto, voces del narrador
y de los personajes mezclndose y entrelazndose, dilogos relacionados con una trama principal
del relato acontecida en otro tiempo y lugar, mezcla de registros y situaciones que enriquecen
enormemente el contenido del relato y que obligan al lector a un esfuerzo por comprender el signi-
ficado global del texto. Como ejemplo de esta ltima tcnica Amores, donde se intercala una
historia de amor adolescente con anuncios extrados de varios peridicos donde seoritas de moral
relajada ofrecen sus servicios.
El arte (pintura, palabra) se convierte en bsqueda y marco de la vida, una vida que transcurre
entre los designios de unos protagonistas vencidos por la situacin pero que sin embargo, conti-
nan su tarea y es que para llegar a los corazones hay que arreglar el mundo.
Pablo Lorente Muoz


EN DAS IDNTICOS A NUBES, de Ana Prez Caamares

Editorial Baile del sol
Coleccin Narrativa
Fecha de publicacin: 2009
128 pginas
ISBN 978-84-92528-24-0
* * *
Pocos territorios literarios hay tan comprometidos y cenagosos como
la adolescencia, poca ardua y confusa por definicin, donde se fra-
guan los grandes complejos y surgen las primeras y casi nunca supe-
radas decepciones. Y ese es precisamente el territorio que Ana Prez
Caamares aborda en este libro a travs de los veintin relatos que lo
componen. Y hay que decir desde el principio que lo hace con xito, con brillantez me atrevera a
decir, gracias a una prosa meticulosa y aguda que penetra con agudeza los mltiples matices y las
innumerables contradicciones que jalonan esta terrible etapa vital.
Ya desde el primer relato, que lleva por ttulo Adrianes y tristezas, queda de manifiesto el tiento
con el que la autora se dispone a dar cuenta de los primeros zarpazos y resbalones que sus prota-
gonistas dan en los albores de vida adulta, esa que, segn dej escrito el siempre genial Gil de
Biedma, va en serio. Los sentimientos extremos de la enamorada que se ve obligada a sepa-
rarse de su novio a causa del parntesis vacacional (Las lilas blancas) sentimientos recin des-
cubiertos y, por tanto, exorbitados y frgiles o el descubrimiento casual de los viejos fantasmas
familiares y de las heridas que an sangran (El bikini rojo), sern algunos de hitos adolescentes
a los cuales tendremos acceso con toda gama de matices gracias a la mirada dctil, comprensiva
pero firme, poco dada a las falsas complacencias, de Prez Caamares.
No estamos en modo alguno ante un tratado de trastornos psicolgicos ni de irresolubles dramas
personales surgidos a consencuencia de la incomprensin del mundo adulto. Por el contrario, los
personajes que pueblan este libro son conscientes de la distancia que separa su mundo individual y
privado, su pathos temporal, de la subsiguiente fase adulta a la que se saben abocados; pero lo
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aceptan y lo viven con naturalidad, sin rebeldas falsas e intiles. Hay, como no poda ser de otra
manera, desencanto y frustracin, miedos y sinsentidos, barreras infranqueables que surgen ines-
peradamente y sueos desorbitados que nunca se cumplirn. Pero todo ello nos es contado con
sencillez y desenvoltura, sin aspavientos innecesarios ni retricas desusadas. Con esta premisa ir
apareciendo la plyade de adolescentes que con sus descubrimientos, sus dudas, sus anhelos y
sus contradicciones van a protagonizar el libro y que darn lugar a un conjunto de historias que nos
hablan de amores imposibles (Blanca), oscuros (Mensajes en Morse) o prohibidos (Siestas
con Susana), de obsesiones incomprensibles y obsesivas (Tocarle la cara) o de amistades
perpetuas a la luz de la luna (El sol de la noche). No es sencillo destacar un solo relato por
encima del conjunto; la prosa de Caamares, en ocasiones brillante y siempre sensible, plena de
hermosas imgenes, consigue que el lector transite sin problemas a travs de la compleja selva
existencial de sus protagonistas. No obstante, me atrevera a destacar dos relatos que, quiz por
la extrema sutileza con que nos son presentados, mereceran tal vez una lectura ms atenta: La
feria, donde se nos habla de la atraccin irresistible por una mujer que acaba de escapar del
cerco de la adolescencia y que representa, por tanto, para el protagonista la hembra llena de pro-
mesas y misterios que a partir de ese momento ya nunca dejar de fascinarle, y Las dos herma-
nas, cuyas sugerentes imgenes nos ayudan a comprender con la misma mirada confundida de
los hijos cierta turbia historia familiar, prdiga en secretos inconfesables y oscuros entresijos, que
tal vez nunca terminar de resolverse.
En cualquier caso, Ana Prez Caamares nos ha brindado un excelente libro de relatos que, fruto
tambin de su incitante y tentadora mirada potica (gnero en el que, por otra parte, ha publicado
excelentes libros), nos ayuda a reencontrarnos con esa poca que todos pasamos en su momento
pero que muchas veces nos negamos a revisitar, como si nunca nos hubisemos sentido perdidos
en ese abismo profundo que separa la sobresaltada mirada infantil del malogrado mundo de los
adultos.
Carlos Manzano
http://www.carlosmanzano.net


MAPA MUDO, de Hilario J. Rodrguez

Editorial Taspis
Coleccin Vagamundos
Fecha de publicacin: 2009
62 pginas
ISBN 978-84-936774-2-8
* * *
Hilario J . Rodrguez naci en 1963 en Santiago de Compostela. Ha
residido en Londres, Cceres, Chicago, Madrid, Nueva York y
ahora en Zaragoza. Es licenciado en Filologa Anglogermnica y en
Filologa Hispnica. Se encarga de la seccin de cine de Revista de
Occidente y colabora habitualmente con ABC, La Vanguardia, Dirigido por (durante un tiempo es-
criba prcticamente l solo toda la revista), Rockdeluxe e Imgenes de Actualidad. Adems es
asesor y programador de varios festivales de cine. Es autor de un buen nmero de libros de cine:
Lars Von Trier, Museo del miedo, El cine blico, Los mejores westerns, El miedo, Trayecto hacia el
cinematgrafo, Despus de la revolucin (estudio sobre el cine de los hermanos Taviani), Eyes
wide shut, los sueos diurnos, Tim Burton, Voces en el tiempo, Conversaciones con el ltimo cine
espaol, y el ltimo titulado Emotion Pictures y que tambin presenta estos das Por otra parte,
ha coordinado libros colectivos como Las miradas de la noche, Miradas para un nuevo milenio,
Elegas ntimas, el universo de Woody Allen, En las ciudades, y Encuentros con lo real, ste ltimo
coescrito con Israel Paredes. Asimismo, es autor del libro de relatos Aunque vuestro lugar sea el
infierno y de la novela Construyendo Babel, una de las mejores novelas del panorama literario es-
paol y que merecera una reedicin inmediata. Adems, s de buena tinta que tiene otra excelente
novela a punto de aparecer en cualquier momento.
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Y llegamos por fin a este Mapa mudo. Un libro inclasificable que ocupa un lugar destacado en la
trayectoria literaria de Hilario J . Rodrguez. l lo define como fuga literaria, y en la coleccin lo
califican de ensayo literario, esto es, que est a medio camino entre el ensayo y la creacin, entre
la realidad y la fantasa.
Quisiera, en este punto, citar unas palabras de Vila-Matas que me parecen muy oportunas:
Mi teora dice Vila-Matas es que, ms que muerta, la novela evoluciona. Vamos a una novela
que se aproxima al ensayo. Pienso en esos cuentos de Pitol que acaban como ensayos o en esos
ensayos suyos que terminan como cuentos. Es probable que el lector vaya buscando, con el
tiempo, menos ficcin y ms ensayo. El propio Coetzee, en su ltimo libro, admite que camina en
esa direccin. Creo que existe una saturacin de la ficcin que se sabe ficcin y tambin una satu-
racin del ensayo que se sabe plomizo. Sebald, Magris, Piglia, son otros casos claros de introduc-
cin del ensayo dentro de la ficcin, o viceversa. Mezclar a Montaigne con Kafka, por ejemplo, me
parece en este preciso instante una idea muy interesante.
se es el terreno que explora Hilario con este libro. La vida y la literatura terminan por mezclarse
creando un espacio nuevo. A veces, lo ledo puede afectarnos tanto como lo vivido, de modo que
no somos lo que vivimos sino tambin lo que leemos. Puede uno, en determinados momentos,
sentirse ms cerca de un autor que lleva aos muerto, pero cuyas palabras consiguen llegarnos al
rincn ms profundo de nuestro ser, que de las personas que se tiene alrededor.
El hogar que propone Hilario en este libro est habitado por escritores. Nos damos un paseo por
esta casa imaginaria y vamos a encontrar a Tolstoi, Hemingway, Isak Dinesen, Proust, Nabokov,
J ames J oyce, Chesterton, Bernhard, Carver, Anne Sexton, Vila-Matas, Cela, Emily Dickinson, y
otros muchos nombres, deambulando de aqu para all, encontrando su lugar para escribir. Pasa-
mos del porche a la cocina, luego al comedor, a la lavandera, al cuarto de bao, al dormitorio, a la
biblioteca. Aunque al final vemos que hasta un barracn de un campo de prisioneros puede llegar a
convertirse en el hogar del escritor.
Aunque, ms que del hogar en s, el libro hace incapi en la estancia en la que el escritor se siente
motivado para escribir, el lugar mgico en el que surgen las palabras y se desata la imaginacin.
Nos cuenta que J ohn Cheever encontraba esa concentracin en las lavanderas y, cuando cambi
de casa, tuvo que instalar una lavadora y una secadora en el garaje para volver a sentir la inspira-
cin.
Quienes no comparten un poco de sus casas con los dems, rara vez reciben visitas, nos dice
Hilario en este libro. Y l comparte su casa literaria con los lectores, en un acto de generosidad
evidente.
Tambin hay que destacar las fantsticas fotografas que acompaan al texto, fotografas de bi-
bliotecas realizadas por el propio Hilario, y ante las que uno no puede sino intentar escudriar los
ttulos que all se esconden y las fotos de escritores que nos salen al paso. De ese modo vamos
reconstruyendo un camino que intumos sinuoso, zigzagueante, lleno de sorpresas, un camino en el
que podemos encontrar al propio autor si estamos atentos.
Hilario es un escritor de un talento indiscutible. Su estilo se presenta vertiginoso y preciso a la vez.
Su erudicin resulta evidente y las ancdotas, los escritores, se suceden con una fluidez y una
abundancia capaz de satisfacer las espectativas ms exigentes. No obstante, tambin su imagina-
cin resulta agitada y se acelera y, en ocasiones, pudiera estar presentndonos algunos hechos
tamizados por su entusiasmo. No slo rememora estampas de escritores sino que las revive, se
desplaza entre ellos y los observa con detenimiento, con el inters de un explorador capaz de viajar
en el tiempo.
Estamos pues ante un libro cuya brevedad no debe engaarnos. En l encontraremos mltiples
historias, jugosas ancdotas, impagables reflexiones sobre el acto de escribir.
A veces, la vida y la literatura llegan a confundirse, siendo las dos caras de una misma moneda.
Hilario desborda literatura y nos la ofrece en Mapa mudo, un libro inclasificable, una pequea joya
que no se debe dejar pasar por alto.
Miguel Sanfeliu
http://ciertadistancia.blogspot.com

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PAPELES DISPERSOS, de Carlos Castn

Editorial Tropo Editores
Coleccin Telegrama
Fecha de publicacin: 2009
162 pginas
ISBN 9788496911130
* * *
La compaa de tu soledad
Supongo que hablar de un libro que no necesita ninguna recomenda-
cin puede resultar trivial. Basta con conocer al autor. Su nombre es
razn suficiente para comprarlo y desear leerlo o para detestarlo y
mirar en otra mesa. Bajar al bar a comprar tabaco y esperar nervioso
el momento de soledad y silencio para devorar sus pginas o tener la
seguridad de que dentro estar la previsible sobredosis de sentimentalismo que no lleva a ninguna
parte.
Y para dejar bien claro lo que nos vamos a encontrar dentro, es el propio Carlos Castn el que nos
lo aclara en el texto de la contraportada: es mi vida hasta llegar aqu la verdadera protagonista
de estas pginas. Est todo: la euforia y la lgrima ante la hoja en blanco, la pregunta por el miedo
y por el deseo, las noches desatadas, el temblor.
Si acaso, lo nico que debemos saber es que este libro no es una coleccin de relatos cortos de
Castn, sino que rene una serie de textos que parecan llamados a ser carne de dispersin y, por
tanto, de olvido. Y es que estos Papeles dispersos contienen, como tambin el propio Carlos nos
dice en la introduccin, escritos sobre literatura, reflexiones acerca de los motivos para escribir
y sus borrosos fines, mi forma de leer a los dems, de escuchar msica, de viajar y de sentir. Y
as, junto a imgenes personales que son la respuesta a una difcil pregunta, hay un pequeo estu-
dio sobre Gabriel Ferrater, miembro de la Gauche divine barcelonesa; hay una conferencia sobre
los poetas espaoles en el exilio tras la guerra civil; un artculo sobre las fiestas de San Lorenzo; un
texto intimista que explica el lugar que Leonard Cohen ocupa en la vida del autor; recuerdos sobre
cumpleaos y fechas impares con botellas escondidas debajo del abrigo. Nube de humo, tan-
gos, vasos derramados sobre los discos, poemas ilegibles, cubitos de hielo con sabor a mer-
luza; el cuaderno de viaje un verano a Tournefeville; la mirada sobre el Pirineo y la tierra os-
cense, y para acabar una reflexin sobre la libertad: la palabra ms lejos.
Y aunque no comparta su inters por el pasado en blanco y negro ni sus referentes generacionales,
para m el singular inters de estos textos est en escuchar a Carlos Castn de otra manera. Escu-
charle hablar de l, su vida, recuerdos, heridas, pensamientos, opinin y reflexiones. Imaginar mo-
mentos de charla, memoria, caf, biografa e intimidad.
Emocionarme con su forma de mirar, su estilo de contar desgarrado, tierno, melanclico y apasio-
nado. Identificarme con su opinin sobre el papel esencial de la literatura como medio para ahondar
en la condicin humana, para tratar de entender qu significa existir, hacer visible un pedazo de
vida. Saber que l escribe para vivir, rebuscar bajo la superficie de las cosas; que escribe para
escapar del espanto y la soledad.
Orle hablar de la imposibilidad de satisfacer nuestros deseos; evocar pocas pasadas; libros, pel-
culas, escritores, profesores, teoras, desengaos y recuerdos de la infancia y la juventud. Melan-
cola, exilio interior e ntimo. De lo que hemos perdido por el camino, lo que hemos ganado o por lo
que nos lo han cambiado.
Y s, claro que fui yo el que baj al bar a comprar tabaco y esper nervioso el momento de silencio
para devorar sus pginas; sentirme acompaado en su soledad. Soy yo, igual que Laura, el que
encuentra consuelo y belleza en sus palabras, unas pginas a las que agarrarse cuando la vida se
tambalea, un vaco que se llena, un lugar al que siempre volver.
Luis Borrs
http://aragonliterario.blogspot.com
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YO, LO SUPERFLUO Y EL ERROR. HISTORIAS DE VIDA
O MUERTE SOBRE CIENCIA O LITERATURA, de Jorge
Wagensberg

Editorial Tusquets
Coleccin Metatemas
Fecha de publicacin: 2009
286 pginas
ISBN 9788483831540
* * *
Qu es ciencia?. De este modo tan sugerente se abre el libro de
Wagensberg. La primera parte del mismo es un interesante ensayo
que indaga sobre la naturaleza de la ciencia y sus propsitos. A su vez, compara esta forma con la
literatura y los anhelos que la mueven. El motor de una y otra tienen algo en comn, la bsqueda
del conocimiento del mundo, y tomando ese punto de partida, en el que todos podemos estar de
acuerdo, genera una profunda reflexin sobre la ciencia y la literatura.
La intencin del libro es partir hacia el terreno literario desde el terreno cientfico, y para ello, pa-
rece lgico tomar aquello que la ciencia descarta: el yo, lo superfluo y el error. Estos tres materiales
son del todo apartados de la ciencia porque son intiles. Y es que el cientfico debe dejar de lado el
yo, o mejor dicho, su propio yo, intentando que la teora o la formulacin o su trabajo carezca de
ideologa y por tanto pueda ser universal. Sin embargo, en la literatura el yo es fundamental, no
slo por las teoras del narcisismo, postmodernismo, hipermodernidad (Lipovetsky) o por la presen-
cia perenne del yo en la poesa (por ejemplo la poesa de la experiencia por mucho que se le llame
sujeto potico) sino porque tambin, incluso en los Estudios Literarios, existe una ideologa deter-
minada.
Por otro lado, si el segundo principio sealado para Wagensberg en lo cientfico sera el de inteligi-
bilidad, que recomienda buscar la mnima expresin de lo mximo compartido. Eso es compren-
der: comprimir hasta la esencia, la literatura no se ve obligada a ello, es ms, disfruta en numero-
sas ocasiones de lo superfluo, de lo intil. A menudo, que un clavo aparezca en un libro no garan-
tiza que el personaje se ahorque de ese clavo, ni mucho menos. Pensemos en las tormentas ro-
mnticas que observa Werther, la magdalena que tanto nos describe Proust o en las ensoaciones
y monlogos de varias obras de J avier Maras, superfluas en principio, y sin embargo tan impor-
tantes en segn qu momentos.
El tercer principio, el principio dialctico, se empea en enfrentar continuamente la presunta ver-
dad cientfica con el pedazo de realidad que aqulla pretende comprender, en definitiva, buscar
contradicciones porque detrs de ellas existe un error, y el error no tiene espacio en la ciencia. S lo
tiene o lo puede tener la literatura, porque un texto, en principio, no tiene por qu ser verosmil o
mantener el decoro. Si ello ocurre, tendencias, crticos o pocas lo pueden explicar, pero lo mejor
de todo es que en la mayora de las ocasiones no necesitan explicacin. Los errores cronolgicos
de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se perdonan por la amplitud de la obra o las pri-
sas ante la aparicin de El Quijote de Avellaneda, un lobo que habla nos parece normal y es del
todo aceptable y as una y tantas veces.
En definitiva, aunque siendo muy poco riguroso cientficamente en mi anlisis, ciencia y literatura
son dos formas de conocimiento cuyo inters radica tanto en aquello en lo que coinciden como
aquello en lo que difieren, invitado queda el lector a seguir desentraando este apasionante en-
sayo.
En la segunda parte del libro, el autor expone sus teoras en forma de breves y geniales relatos,
demostrando que la escritura no es terreno exclusivo de los de letras, como ya haban demos-
trado por otra parte en fechas recientes otras personas con una fuerte formacin cientfica como P.
Giordano (La soledad de los nmeros primos), Miguel Serrano (rbita) o tantos otros.
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Hay en estos cuentos retazos de ciencia, que suele ser el tema de fondo, pero acompaada de la
vida, de las vivencias y del alma de los personajes. Es un acercamiento temtico peculiar, ya que el
punto de partida nos puede parecer extrao. Suelen iniciarse los textos con una cuestin cientfica
(aunque pocas no lo son), como el origen de la vida en la tierra, el origen del ser humano, los esla-
bones de la evolucin, el amor, el misterio de nuestra naturaleza mortal, una y otra vez recordada
desde el punto de vista cientfico, para dar por sentada, otra vez, la lucha entre el deseo y la vida.
Y esa temtica peculiar se adereza y toma forma con una tcnica preciosista de relato clsico, con
esos finales que a uno le encogen el corazn y le ensanchan el pensamiento, unas ltimas lneas
que dejan al lector expectante y maravillado ante el mundo que se abre ante nuestros ojos con la
sugerencia y la magia de la palabra.
No faltan en este libro los ecos borgianos ante lo desconocido, ante tantos alephs en nuestro
mundo cotidiano. Y ante la grandeza de los temas, y las palabras una y otra vez repetidas y siem-
pre recientes, encontramos la fascinacin ante lo desconocido y una curiosidad que no puede sino
invitar al lector a mirar el mundo que le rodea con otros ojos, ojos de cientfico y de literato, lo
mismo es ya que el sentido sera, sin ms, preguntarse por la realidad.
Pablo Lorente Muoz


AEROPUERTO DE FUNCHAL, de Ignacio Martnez de Pisn

Editorial Seix Barral
Coleccin Biblioteca Breve
Fecha de publicacin: 2009
192 pginas
ISBN 978-84-322-1270
* * *
La trastienda de lo cotidiano
Aeropuerto de Funchal es la manera en la que Ignacio Martnez de Pi-
sn ha querido celebrar aquella tarde de otoo de 1984 en la que cogi
el autobs de la lnea 64 de Barcelona y se present en la Editorial Ana-
grama para dejar las fotocopias de unos relatos que haba escrito y que un ao despus, en sep-
tiembre de 1985, se convertiran en su primer libro: Alguien te observa en secreto.
Aeropuerto de Funchal es la forma en la que Ignacio ha querido celebrar ese nmero redondo de
los que no le gustan a Vila-Matas de los 25 aos escribiendo relatos, pero que tambin celebra su
condicin de novelista; pues ese mismo ao, en diciembre de 1985, y en la misma editorial, public
su primera novela, La ternura del dragn, con la que haba ganado el Premio Casino de Mieres de
novela corta en 1984. Y fue precisamente el haber ganado aquel premio lo que le decidi, aquella
tarde de otoo, a dejar en la editorial de J orge Herralde la copia con el manuscrito de sus cuentos.
Aeropuerto de Funchal tiene adems el valor de ofrecernos cuatro relatos que se haban publicado
en libros colectivos o revistas pero que nunca hasta ahora se haban reunido en un volumen, y,
sobre todo, contener una Nota del autor en la que Ignacio nos declara que esta antologa est
inspirada en la humildad y no en la vanidad, que es un modo de reconocer errores y fracasos en
viejos cuentos en los que ya no se reconoce, y que con esta antologa que recoge ocho relatos
elegidos por l quiere hablar del escritor que soy, y no del que fui... De ah que haya desaparecido
esa tendencia a la fantasa y al suspense siguiendo a Poe de mis relatos ms antiguos, para
acabar prefiriendo la pincelada sutil de Chjov.
Y para m, quitando dos de los cuentos antiguos: Siempre hay un perro al acecho, que pierde su
fuerza dramtica y credibilidad cuando el cuerpo de la hija adopta la misma postura del perro atro-
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pellado, y El filo de unos ojos, en el que la realidad se diluye en el exceso y que hubiera mere-
cido un final de apostasa o asesinato; el innegable valor de los otros seis relatos est en que for-
man parte de esa literatura que le gusta a Ignacio y con la que se identifica en el presente, la que
acierta a crear personajes de verdad, criaturas de carne y hueso, que nos presenta escenarios,
situaciones y personas crebles. Que el mrito de Ignacio est en contarnos, mostrarnos lo que hay
detrs, en la trastienda de lo cotidiano. El Ignacio novelista que relata breves instantes de confi-
dencias y desamor, de asombro por lo extraordinario y lo vulgar, noches de mala conciencia, ani-
versarios con preguntas y peleas, y un viaje para descubrir las contradicciones de las que estamos
hechos.
Lo que hay detrs de esos dos tipos que vimos conversar y tomar caf una madrugada en un bar
de carretera. La historia que no conocemos de esos msicos de orquesta pachanguera que vienen
a tocar todos los aos a las fiestas del pueblo y les vemos marcharse en una vieja furgoneta. Lo
que hay detrs del recuerdo de aquel verano en el que una prima nos hizo descubrir el amor du-
rante un apagn y que un ao despus volvi con un bolso nuevo. Un bolso donde ya no guardaba
envoltorios de caramelos sino gafas de sol, pinturas de uas, un paquete de tabaco y fotos de chi-
cos. Lo que hay detrs de ese hombre que se cuela en los banquetes y por el que llegamos a sentir
admiracin por su audacia y lstima cuando es descubierto. Y lo que significa una boda con cate-
gora. De la historia que se esconde detrs de esa Foto de familia. Detrs de ese tipo detenido
por la polica en la recepcin de un hotel y de esa chica que vimos, aquella maana, cruzar la calle
con un enorme ramo de rosas. Detrs de una postal con el nombre equivocado que nos encontra-
mos en nuestro buzn y de aquel da en el que una mujer tuvo que elegir entre la estabilidad sin
pasin y la felicidad sin futuro.
Luis Borrs
http://aragonliterario.blogspot.com


CMO HABLAR DE LOS LIBROS QUE NO SE HAN
LEDO, de Pierre Bayard

Editorial Anagrama
Coleccin Argumentos
Fecha de publicacin: 2008
200 pginas
ISBN 978-84-339-6279-9
Traduccin: Albert Galvany
* * *
Para hablar de este libro con propiedad, lo ideal hubiera sido no leerlo.
Y es que para hablar de un libro sin siquiera abrirlo tenemos infinitas
posibilidades que pueden ser usadas asimismo en el caso de haberlo
ledo, por ejemplo, observar la contraportada y la informacin que aparece en el paratexto del libro,
ir a la pgina web de la editorial, leer una resea en algn medio de comunicacin o simplemente
buscar opiniones en la red.
El curioso ttulo que nos ocupa: Cmo hablar de los libros que no se han ledo, se inscribe dentro
de una tradicin no del todo abundante de ttulos llamativos y en muchos casos que no se ajustan
al contenido del libro, por ejemplo, tendra mucho que ver con el libro de Csar Antonio de Molina,
Sobre la inutilidad de la poesa, que es en realidad una interesante recopilacin de ensayos y
reseas sobre un buen nmero de poetas; o el pequeo libro Por qu no es til la literatura?, que
recoge sendos ensayos de Luis Garca Montero y el mismo autor antes citado, en donde se realiza
una loa del valor de la literatura y la lectura. En cualquier caso, y dentro del maremgnum de
publicaciones anuales (se publican unos 75.000 libros en nuestro pas al ao), que un ttulo nos
llame la atencin es bastante.
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Los libros, la literatura, todava en nuestros das forman parte de la alta cultura. Para muchas per-
sonas, no poder intervenir en una conversacin sobre este tema presenta connotaciones de incul-
tura, a veces, simplemente, puede significar no estar al da. Bayard, profesor de Lettres Moder-
nes en la Universidad de Paris VIII, tiene en cuenta este asunto y lo denomina coacciones de
nuestra sociedad. Seala tres, la primera de ellas podra ser denominada la obligacin de leer
teniendo en cuenta que este hecho est sacralizado. Esta tendencia se estara disgregando, ya que
en la literatura se est produciendo un fenmeno hasta fechas recientes del todo desconocido, es
la aparicin del fenmeno fan en el mundo de las letras. As, hemos podido ver presentaciones
mundiales de la saga de Harry Potter o los lanzamientos de Carlos Ruiz Zafn. Adems, ciertas
obras reciben un eco meditico fuera de lo comn, como las obras de Dan Brown, las ms actuales
de la saga Crepsculo o las novelas de Larsson. Sin embargo, estas obras estn estigmatizadas de
la alta literatura como muchos escritores han sealado entre ellos Felipe Bentez Reyes, seran
subliteratura, expresin ms que polmica.
La segunda coaccin para Bayard es la obligacin de leerlo todo. Si ya est mal visto no leer, casi
igual de mal visto est leer rpido u hojear un libro. Contra esta coaccin es bien fcil luchar, ya
que es imposible leerlo todo. En caso de que este hecho produjera frustracin (muy comprensible
por otro lado en amantes de la literatura y especialistas que quieran abarcar demasiado), reco-
mendamos acudir a la lectura del Fausto de Goethe, quiz nos ahorremos un pacto con el diablo.
La tercera coaccin concierne al discurso sustentado acerca de los libros. Un postulado implcito
de nuestra cultura consiste en considerar que es necesario haber ledo un libro para hablar de l
con algo de precisin. Este postulado sera errneo para el autor ya que para hablar con rigor de
un libro, es deseable no haberlo ledo del todo, e incluso no haberlo abierto nunca para no caer en
los riesgos que conlleva la lectura. Y es que lo importante, el problema de fondo es otro:
Las personas cultivadas lo saben y sobre todo, para su desgracia, las personas no cultivadas lo
ignoran, la cultura es en primer lugar una cuestin de orientacin. Ser culto no consiste en haber
ledo tal o cual libro, sino en saber orientarse en su conjunto, esto es, saber que forman un
conjunto y estar en disposicin de situar cada elemento en relacin con el resto. El interior importa
aqu menos que el exterior, o, si se prefiere, el interior del libro coincide con su exterior, pues lo que
cuenta en cada libro son los libros adyacentes.
En la tercera parte del libro podremos encontrar unos cuantos consejos para ser capaz de
manejarse en una conversacin sobre un libro que desconocemos, son de sentido comn, pero no
es muy comn encontrar gente capaz de hacerlo con maestra, aunque doy fe de que existen. Los
consejos, grosso modo seran los siguientes:
No tener vergenza: reconocer no haber ledo un libro no implica no poder hablar de l.
Imponer nuestras ideas: un libro no es un objeto fijo, tiene vida propia y pasa a ser una si-
tuacin compleja de discurso.
Inventar los libros: es una actividad creadora
Hablar de uno mismo: fin ltimo de la actividad crtica para Wilde.
Con apartados como estos, Bayard construye un discurso peculiar y muy atractivo para todo aquel
que se interese por los libros, entre otras cosas por la alta aplicacin de los apartados de este
ensayo a diversas facetas de nuestra vida cotidiana como lectores, profesores, amantes de la
literatura. Por ejemplo, el autor dedica varios apartados de su obra a los libros que no se leen, ya
que no es lo mismo conocer, hojear, or hablar de un libro o haber olvidado un libro (pongamos por
caso el hecho de comprar un libro del que ya tenamos un ejemplar en casa).
Todos y cada uno de estos apartados estn documentados con casos de escritores o crticos que
han sufrido en sus carnes los resultados o experiencias derivadas de hablar de un libro que haban
o no ledo por la razn que fuera, lo que hace de esta obra un documento doblemente interesante.
Pablo Lorente Muoz

NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 153


Novedades editoriales

El orden de la memoria
Salvador Gutirrez Sols
Editorial Destino, 2009
Entre la correspondencia diaria, Eloy Granero recibe un sobre que contiene una fotogra-
fa. Es una imagen que reconoce perfectamente, que de hecho jams ha podido olvidar,
pero que asalta ahora de pronto la tersa superficie de su vida, una vida de xito y poder
como presidente de la empresa familiar de la que es heredero. Slo Claudia, la propie-
taria de la tienda de fotografa en la que Eloy revela sus carretes desde hace ms de
veinte aos, puede haber tenido acceso a esa imagen. Slo Claudia, la incolora e insig-
nificante Claudia, tal vez tenga en sus manos el desvelamiento de un hecho terrible, y
con ello la clave para reestablecer el relato de la vida de Eloy. Las oscuras pasiones, la
perversin y el desamparo, la inanidad e incluso un tmido intento de redencin, se suceden y se ordenan
revelando una existencia que ha transitado la lnea de sombra, y a cuyo dibujo, prrafo a prrafo, nos
aproximamos cautivados por una indecible fascinacin.


El viajero del siglo
Andrs Neuman
Editorial Alfaguara, 2009
Un viajero enigmtico. Una ciudad en forma de laberinto de la que parece imposible
salir. Cuando el viajero est a punto de marcharse, un inslito personaje lo detiene,
cambiando para siempre su destino. Lo dems ser amor y literatura: un amor memo-
rable, que agitar por igual camas y libros; y un mundo imaginario que condensar, a
pequea escala, los conflictos de la Europa moderna. El viajero del siglo nos propone
un ambicioso experimento literario: leer el siglo XIX con la mirada del XXI. Un dilogo
entre la gran novela clsica y las narrativas de vanguardia. Un puente entre la historia y
los debates de nuestro presente global: la extranjera, el multiculturalismo y los nacio-
nalismos, la emancipacin de la mujer. Andrs Neuman despliega un mosaico cultural al servicio de un in-
tenso argumento, pleno de intrigas, humor y personajes emocionantes, con un estilo rompedor que ofrece a
estas cuestiones un sorprendente cauce.


Emilio, los chistes y la muerte
Fabio Morbito
Anagrama, 2009
sta es la historia de la relacin entre un nio de doce aos que tiene un exceso de
memoria y una mujer de cuarenta que quisiera olvidarlo todo. Emilio, que no tiene
amigos ni hermanos, y Eurdice, masajista que acaba de perder a su nico hijo, se en-
cuentran de manera casi clandestina en un cementerio enorme y descuidado, donde los
nombres de los muertos lucen incompletos. Entre la desesperacin de ella y la madurez
precoz de l, entre el hechizo que ejercen los nombres propios y la potente llamada del
sexo, reluce una verdad simple: nadie es maestro de nadie. A la que se acompaa esta
otra: el deseo no tiene edad, ni tampoco dominadores y dominados. Novela que, al centrar los conflictos de
los protagonistas en la sexualidad, subvierte los valores clsicos de la llamada novela de crecimiento, esta
historia es tambin una reflexin entre amarga y cmica sobre la imposibilidad de ver al otro.


Dinosaurios de papel. El cuento brevsimo en Mxico
Javier Perucho
Ficticia/UNAM, 2009
La minificcin es un gnero mayor. Tal certeza se deriva de la historiografa, carac-
tersticas, escritores y medios impresos y electrnicos que Javier Perucho estudia en
Dinosaurios de papel. El cuento brevsimo en Mxico, libro que marca los lmites y al-
cances del ms jven de los gneros literarios, que hace una reflexin en torno a lo
que Edmundo Valads bautiz como cuento brevsimo, que analiza la obra de los
autores que han hecho de este pas uno de sus principales santuarios y que, por l-
timo, se da a la tarea de realizar una meticulosa investigacin sobre los libros, revistas
y portales en Internet que le dan un sitio relevante a la ficcin mnima. Dinosaurios...
es una investigacin a la vez que antologa, una crtica literaria a la vez que obra literaria, un cometa cuya
cauda est llena de luces asombrosas.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 154


Chocolate con veneno
Desiderio Vaquerizo
Editorial Berenice, 2009
Un escritor que est empezando su carrera es abordado por una seora mayor, que
conoce su novela, para contarle una historia. La reticencia inicial de Francisco se
vuelve obsesin cuando la oye de labios de la seora, una mujer de origen rural lla-
mada Etelvina. La historia de Etelvina, urea e Inocencia la chacha podra ser una
historia ms de crimen, de violencia domstica, donde no hay hroes y todos son
derrotados. Pero Francisco, al conocerla, piensa que hay algo ms y se introduce en la
investigacin policial de aquel caso propio de la crnica ms negra, que curiosamente
pas desapercibido en su tiempo, para descubrir todos los flecos sueltos, si haba
algn atenuante, y que en esta historia la muerte fue servida en un plato de odio visceral.


Ciudad Santa
Guillermo Orsi
Editorial Almuzara, 2009
Un poltico es ejecutado a la luz del da en un barrio marginal a las afueras de Buenos
Aires. Una reina de la belleza busca la ayuda de una abogada que ha enviudado a
balazos en dos ocasiones. Un crucero de turistas encalla en el fangoso Ro de la Plata:
el manjar est servido para una banda de secuestradores. Entre los turistas, un barn
colombiano de la droga y su amante son el plato fuerte. Un coleccionista de cabezas
humanas desvela entretanto a dos policas, enfrentados en un duelo que poco tendr
que ver con la ley y mucho con sus lealtades y decepciones. Buenos Aires, como un
cayuco colmado de fugitivos de sucesivos desastres, navega sin rumbo por un mar sin
playas ni horizontes. Esa deriva es la materia prima con la que Guillermo Orsi construye su Ciudad Santa;
seductora, violenta... impactante. Con una galera de personajes para el recuerdo, Ciudad Santa es la ab-
sorbente y vertiginosa novela de un pas que, cuando todo parece haber sido dicho y aunque pretenda callar
lo evidente, habla a travs de sus muertos.


Amor a quemarropa
Jess Jara
Editorial Casatomada, 2009
Esta coleccin de cuentos debe ser leda con el cuidado que merece ser tratado un pe-
tardo con la mecha encendida: nunca se sabe cundo explotar. As son las historias
que Jess Jara ha tejido en esta inquietante y estupenda primera entrega: cuentos
donde ningn personaje pasa desapercibido, historias delirantes donde la derrota, la
venganza, las luchas y sus esperanzas estrelladas, victorias prricas al fin y al cabo,
arrastrarn inevitablemente al lector hacia el abismo de sus pasiones ms ntimas. Ja-
ra se convierte entonces en el autor de un libro trepidante, descarnado, que no pasar
desapercibido ante los ojos del lector. Una prosa impecable, directa pero a la vez re-
flexiva, nos muestra a un escritor de nervio, testigo de su tiempo, crtico y talentoso, del que esperamos ya,
prximas entregas.


Perturbaciones
VV.AA.
Editorial Salto de Pgina, 2009
En el interior de este volumen hay anomalas y perturbaciones para todos los gustos.
Prueben a abrirlo. Lean sobre la muerte y la vida despus de la muerte, la inmortali-
dad, el paraso, el limbo, el infierno, los resucitados, y los espectros. Lean sobre Dios
y el Diablo, el origen y el fin. Lean acerca de mundos paralelos, de bucles temporales,
de la predeterminacin encerrada en los espejos, o de las necrolgicas inversas que
publican algunos peridicos. Lean en torno al doble, a la identidad y a las conexiones
invisibles; sobre las interacciones entre realidad y ficcin, metaficcin y metalitera-
tura. O incluso sobre la absoluta desaparicin de la ficcin en los libros. Indaguen
sobre los sueos y las pesadillas. Sobre las transformaciones imposibles de sujetos, objetos y animales.
Lean acerca de la presciencia, la telepata, la telequinesia, y todas las perturbaciones de la personalidad, la
memoria o la percepcin.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 155


Triloga de la culpa
Mario Lacruz
Editorial Funambulista, 2009
En este volumen se recogen hoy las tres novelas El inocente, La tarde y El ayu-
dante del verdugo que public en vida Mario Lacruz (dej, sorprendentemente,
varios inditos, algunos de los cuales se han ido publicando desde su muerte en el
ao 2000) y que obtuvieron en su da tanto el xito de la crtica como el del p-
blico: la obra precursora del gnero negro en Espaa, un relato de corte lrico y una
metfora narrativa del mundo social del franquismo. En principio tres novelas muy
distintas (si bien siempre servidas por un estilo inconfundible). Pero por encima de
las etiquetas de gneros y huyendo de las tan peligrosas clasificaciones, nos en-
contramos frente a tres narraciones que plantean problemas inherentes al ser humano, que siente el peso
de la culpa como un elemento indisociable del mero vivir, ese vivir que los protagonistas de estas novelas
convierten en una bsqueda del sentido y justificacin a su existencia. Novelas existencialistas? Llmeselas
como se quiera. La buena literatura desborda siempre cualquier posible clasificacin


Nias y detectives
Giovanna Rivero
Bartleby Editores, 2009
Si Giovanna Rivero fuera una escritora mexicana, hace tiempo que estara publi-
cando en alguna una de las editoriales espaolas ms consolidadas y conocidas; si
una argentina, ya habra ganado un par de premios importantes y habra sido tradu-
cida al francs o al alemn. Como no lo es, las cosas tardan ms de lo que debieran.
No importa: los que conocemos el secreto sabemos que es slo cuestin de tiempo el
que los lectores de fuera de Bolivia se enteren de que Giovanna ya es una escritora
latinoamericana de primer nivel. En su narrativa la tensin nunca est del todo conte-
nida. La violencia explota, hay guerra por todas partes. Como los alacranes de uno de
sus cuentos, los hombres y las mujeres siempre atacan, y uno debe de estar alerta para intuir el peligro.
Que para otros sea la pgina tranquila; aqu hay sangre de verdad, y nunca gratuita. Me quedo corto si digo
que con Nias y detectives Giovanna Rivero irrumpe con fuerza en el panorama de la literatura hispanoa-
mericana publicada en Espaa. Este libro es, a la vez, un vendaval de imgenes y tramas fascinantes y una
fiesta del lenguaje. (Edmundo Paz Soldn)


El baile ha terminado
Julin Ibez
Roca Editorial, 2009
Un polica del Grupo de Localizacin de Fugitivos sube a un tren nocturno de Alicante a
Bilbao. Sigue a una muchacha de 20 aos de aire inocente. En Bilbao, el seguimiento
contina si que ni siquiera el polica sepa las razones por las que le han encargado
hacerse cargo de un caso de tan poca importancia, al menos aparentemente. Durante
los das siguientes, la Ertzainza se inmiscuir en el seguimiento, ofreciendo ayuda al
agente; la Guardia Civil, por su lado, tambin tomar cartas en el asunto; ETA har
acto de presencia; y todo se complicar sobremanera cuando finalmente se descubra
el porqu de tanto inters en una ciudadana cualquiera. Con esta novela realista y
cruda, Julin Ibez se convirti en el ganador del Premio LH confidencial en su tercera edicin.


La muerte y las cerezas
Elena Santiago
Editorial Menoscuarto, 2009
Busqu y sigo buscando el pulso necesario, la intensidad y la fascinacin, para convi-
vir con unos personajes de lgrimas y realidad, envueltos en algunas nieblas. En ple-
na coherencia con esta esttica que define la propia autora se halla La muerte y las
cerezas, el esperado regreso a la novela de Elena Santiago, que vuelve a mostrar su
magisterio en la creacin de personajes. Una historia de seres de destino incierto, in-
mersos en el fro de la ausencia y la ternura deseada, en la que su protagonista An-
tonino se halla oprimido por una atmsfera sombra, mientras confa en salvarse por
un amor pleno. Buscar respirar al calor de Rosa, en tanto la ciudad de Coimbra se
alza como espacio que comunica vida y se dibuja como anhelado horizonte de una paz interior
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 156


Una luna
Martn Caparrs
Editorial Anagrama, 2009
Una luna es el diario de un viaje enloquecido, un hiperviaje: un mes de saltos entre
Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y Pars, Madrid, Barcelona y
Johannesburgo, en el que Caparrs, enviado por una agencia de Naciones Unidas, se
encuentra con migrantes de muy diversas clases: mujeres traficadas, refugiados de
guerra, polizones de pateras, nios soldados, pandilleros deportados, toda esa enorme
poblacin actual que busca lugares nuevos para intentar vidas distintas. Una luna es
una mirada sorprendente sobre algunas de las cuestiones ms calientes de estos
aos. Las migraciones, el drama del destierro, los abismos entre primer y tercer
mundo, el lugar de las mujeres, las nuevas formas de viajar y las posibles formas de
contarlo son algunos de los temas de este libro, que no esquiva la reflexin autobiogrfica.


Qudate donde ests
Miguel ngel Muoz
Editorial Pginas de Espuma, 2009
Los cuentos de Miguel ngel Muoz estn construidos alrededor de la idea de
equilibrio. Equilibrio entre el realismo y el cuento fantstico, entre la trama atractiva y
la forma no olvidada, entre el humor y el dolor. Se trata en ellos de quedarse donde
uno est para no perder el pie y caer del lado equivocado, pero a la vez intentarlo
todo, quizs para que quedar en pie, si es posible, tenga ms mrito. Un libro de
engaosa apariencia libresca que trata menos sobre la literatura de lo que parece. Se
invoca a Salinger o Kafka, a Buuel o Carver ms como formas de vida que como
formas de escritura. El autor ha buscado el contraste entre lo acutico y lo oscuro,
entre lo que los libros nos dicen y lo que quisiramos nosotros que los libros nos
dijeran. Todo fiado al intento de lograr un tranquilo equilibrio sobre el agua de una piscina de historias,
para que el lector flote sin excesivo esfuerzo y se quede donde estaba, atento a lo que se le cuenta.


Cuentos llenos de abrojos
Jorge Alfonso
Ediciones Trilce, 2009
Un variado muestrario de cuentos que se pasean entre diversas formas del absurdo
y lo grotesco, el cinismo y la rebelda. Un hombre se obsesiona con las nalgas de
una mujer desconocida, otro representa su propia vida en un bizarro monlogo
teatral. En una de las historias el personaje lucha contra la perversidad de su gato.
En otra el narrador es un perro, un personaje de un videojuego o un hombre ence-
rrado por su amada en un ropero. Textos breves, pintorescos y plenos de humor
que asombran, seducen y obligan a devorarlos rpidamente. Con talento, imagina-
cin y excelente prosa, el autor de Porrovideo (2008, Estuario-Casa editorial Hum)
confirma con este segundo libro cuyos textos fueron escritos varios aos antes
su merecido lugar entre lo mejor de la narrativa uruguaya. Jorge Alfonso (Montevideo, 1976) public
artesanalmente en 2006 Cacareos poticos y poemas de amor misgino y en 2008 Porrovideo (Estuario-
Casa Editorial HUM)


Que viva la msica!
Andrs Caicedo
Editorial Norma, 2009
Andrs Caicedo se haba propuesto morir joven y dejar obra; as lo hizo. Que viva la
msica! fue la nica novela que concluy y es, quizs, su mejor obra literaria, sor-
prendente por su consistencia narrativa y ritmo desbordante. Cuenta la historia de
Mara del Carmen Huerta, una joven proveniente de una familia acomodada de Cali
que conoce los barrios populares y reniega de los valores sociales establecidos para
entregarse a los excesos y al delirio. Ella, como Caicedo, sigue despertando fascina-
cin y asombro entre los lectores de todas las edades como smbolo de la trasgresin
y el frenes.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 157


El rey siempre est por encima del pueblo
Daniel Alarcn
Sexto Piso Editorial, 2009
Los personajes de Daniel Alarcn se ubican en la zona limtrofe de la existencia que
comprende a todos aquellos que no pudieron o supieron sumarse a esa perversa con-
dicin humana llamada progreso. La tragedia es la principal protagonista de sus rela-
tos. Su literatura un instrumento para trazar mundos que retratan la terrible realidad
deparada para los olvidados. La dolorosa condicin de los descastados: hombres y
mujeres exiliados, aptridas o marginados a los que no les pertenece ni siquiera su
propia vida. Una versin homosexual de Abraham Lincoln, el heredero de una pareja
de ciegos cuyas nicas posesiones eran los recuerdos que lograron sembrar en sus
allegados, una dispora de familias callejeras que encuentra su tierra prometido en un terreno aban-
donado, y que tienen una noche para crear un asentamiento de viviendas improvisadas para que el go-
bierno no les pueda arrebatar lo que constituir su nica posesin, y hasta un joven que encuentra la desdi-
cha amorosa en la forma del vibrador de su novia, retratan el afanoso intento de Alarcn por demostrar la
inagotable bsqueda de los hombres por la belleza y la felicidad.


Las hermanas Alba
Alex Oviedo
Bassarai Ediciones, 2009
Alberto Pilares es un escritor de provincias que malgasta su tiempo en una empresa
que lo disgusta. Sin embargo, un buen da descubre en la desaparicin de dos ricas
hermanas una buena historia que contar. El hallazgo accidental de un cadver en
Bakio y la ausencia de noticias sobre las dos misteriosas mujeres lo empujan a averi-
guar su paradero. Pilares se transforma desde entonces en periodista ocasional e
investigador en apuros para conocer ms sobre las hermanas Alba, las ricas herederas
de una fortuna bilbana. Mezcla de novela negra y diario de escritor, en Las hermanas
Alba se unen de forma natural ficcin y realidad, y desfilan personajes verdaderos o
inventados con el fondo de una ciudad que gracias a Alex Oviedo adquiere un peso literario definitivo.
Oviedo logra en Las hermanas Alba lo que muchos escritores actuales buscan, pero pocos encuentran: reu-
nir en una novela breve los rasgos determinantes que estn llamados a renovar el gnero narrativo en estos
comienzos de siglo.


Soul Man
Jos Mara Mijangos
Lengua de Trapo, 2009
Mientras trabaja como reponedor en un supermercado, Cleophus escucha en el hilo
musical una de sus viejas composiciones, Soy distinto, que lo situ en los aos
sesenta en los primeros puestos de las listas de xitos. Ahora, envejecido y castigado
por una vida demasiado dura, ya es tarde para recuperar el tiempo perdido, pero no
para realizar el ltimo homenaje a los que, como l, se sacrificaron por el rock and
roll sin pedir nada a cambio. Una meloda secreta recorre la historia de la msica mo-
derna. Un ritmo marcado por el dolor, las penurias, el burbon a palo seco, el despre-
cio por la propia existencia y, por supuesto, la pasin sin medida. Y esta es tambin
la vida de Cleophus Taylor Porter, desde los oscuros callejones de su Memphis natal hasta un Madrid vido
de contagiarse de los nuevos ritmos que llegan de Amrica.


Antologa ntima
Carlos Caldern Fajardo
Editorial Casatomada, 2009
Se trata de una seleccin realizada por el autor y que incluye cuentos de sus cuatro
colecciones, un par de cuentos inditos, textos aparecidos en diarios y el primer
cuento que public el autor en la revista que entonces all a fines de los 60s
diriga Rossina Valcrcel. Un libro esperado por todos los lectores de Caldern Fajardo
y que en definitiva es el lanzamiento ms esperado en lo que va del ao. El libro se
presentar en la FIL - Lima 2009 y coincide con los 40 aos de vida literaria que
celebra el autor, considerado por muchos (y con justa razn) como un autor de culto.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 158


Todo es mentira en las pelculas
Roxana Popelka
Baile del Sol, 2009
Accedemos a Todo es mentira en las pelculas de un empujn, sin descripciones
que nos embriaguen ni citas lapidarias acerca del sentido de la vida, guiados por una
voz asptica, notarial no slo en los anlisis, los extractos de la prensa o los folletos
de viajes. Caemos en un relato dispuesto a modo de patchwork, que se presenta
como una novela, pero muta en libro de cuentos, poemarios, guin de ese cine cuya
honestidad cuestiona, fragmentos de unas vidas que podran truncarse en la puerta
de al lado sin que nos entersemos de sus problemas. Porque la pantalla grande,
comenta Luis, los protagonistas se aburren en unas vacaciones eternas. Y aadimos
nosotros las relaciones humanas se desarrollan en tobogn, rpidas y fciles, con textura de papilla y
credibilidad de humo (Elena Medel)


Los guionistas
Roberto Malo
Editorial Eclipsados, 2009
Buenas noches, queridos amigos. Bienvenidos, una semana ms, a Una Habitacin con
Entrevistas, el programa para el espectador ms inquieto. Esta noche, los amantes del
cine porno estn de enhorabuena. Contamos hoy con la presencia de Julin Gordillo y
Raimundo Chueca, la pareja de guionistas ms relevante del actual cine porno espaol.
Muy buenas noches, gracias por venir. Roberto Malo es escritor, cuentacuentos y
animador sociocultural. Ha publicado los libros de relatos Malos sueos (Certeza, 2006) y
La luz del diablo (Mira, 2008) y las novelas Maldita novela (Mira, 2007) y La marea del
despertar (Hegemn, 2007).


Yo te conozco
Hctor Manjarrez
Ediciones Era, 2009
Yo te conozco es la historia de la ltima infancia de los Romanitos: Julio Csar y Marco
Antonio, y por extensin de su madre abandonada por el padre diplomtico, de su
domstica guapa y su domstica fea, del primo menso pero astuto, de la vecina con
odo de tsica, del casero rabo verde y violento, de la ta cachonda y su novio negro.
Todo este grupo inolvidable vive en el Mxico de los aos cincuenta, con sus Hudsons,
sus Cadillacs, sus Opels y sus Studebakers, con su cha-cha-ch y sus boleros y sus
primeros rocanroles, con sus encuentros con marcianos, con su horror al comunismo y
al divorcio, con sus maneras que hoy parecen inconcebiblemente inocentes en lo
sexual y lo poltico. Sin embargo, todo esto, ms que regresar del pasado como mero paisaje de lo perdido,
surge vivo; es otra vez nuevo y maravilloso a la par que dolorosamente inalcanzable. Ms que historia es
memoria, ms que memoria privada, generosa novela: si hay un hroe de la memoria en la literatura es,
desde luego, Hctor Manjares.


Diagonales
Maori Prez
Editorial Cuarto Propio, 2009
Diagonales, la primera novela del joven narrador Maori Prez, es una exploracin di-
vertida y horrenda de los actuales sistemas de control del libre mercado, una medita-
cin sobre los arquetipos y la cultura popular, y un homenaje a la tradicin japonesa
del gnero Sci-fi. El autor juega constantemente con dejar afuera el centro del relato,
el meollo del asunto, provocando que la historia que se cuenta valga slo como una
seal de aquello que la sostiene. Cada uno de los personajes arma relatos que se ob-
servan entre s desde una realidad mediatizada, la cual nos entrelaza, del mismo modo
y a diario, en una gran historia hipervinculada por diagonales y tneles. Los hroes
son cinco pasajeros del metro: Julio y Marco Flores, Jos Santos, Valentina Montillo y Andrea Julio quienes,
sin saberlo, asisten a su propio sacrificio en un viaje de otro modo comn y corriente. Junto a ellos, ronda-
rn el suicida japons y su hija, el conductor de un taxi prestado, el mutante Ragno Hitomi, los comenta-
dores Alberto y Pablo y su mentor Gerardo. Tras dos libros de relatos, Maori Prez vuelve a confirmar con
esta novela que su apuesta es escribir una interesante narrativa.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 159


Callejn con salida
Elsa Osorio
Editorial Siruela, 2009
Elsa Osorio fusiona en este nuevo y extraordinario libro de relatos las dos lneas de
su narrativa: la fantstica-alegrica y la realista o de recuperacin de la memoria. Y
lo hace, por tanto, con cuentos escritos en dos pocas muy diferentes. El hombre
de Balmes, Joy o Su pequeo y srdido reino surgieron durante el oscuro pe-
rodo de la censura en Argentina, en un tiempo de miedo, de obsesiones, cuando a
las cosas no se las poda llamar por su nombre. Otros relatos, como Siete noches de
insomnio, Llanto o El despromovido, fueron escritos veinte aos despus,
cuando la realidad recobraba rostro e identidad Pero todos ellos, aunque nos ha-
blen de heridas difciles de sanar prdida de identidad, soledad, traicin y cuenten
historias aparentemente sin salida, estn abiertos a la esperanza. De ah el ttulo de este libro. Callejn con
salida es, pues, el triunfo de la literatura en su sentido ms noble: gracias a ella, la realidad, incluso en sus
aspectos ms srdidos e inquietantes, se transforma en mensaje para aliviar a todos aquellos que, por
motivos polticos o personales, tuvieron que enmudecer y no tenan ninguna salvacin.


Los que han vuelto
Fernando Ansa
Mira Editores, 2009
Espaa en 1936, Chile en 1973: dos momentos de la historia donde se escenifican el
herosmo y la derrota. Un padre y un hijo, vctimas de la Guerra Civil y del golpe de
estado, son empujados de un lado a otro del Ocano, en un viaje de ida y vuelta dila-
tado en el tiempo. Una intensa relacin marcada por la admiracin y luego el desen-
canto los une y los separa en la adversidad, para reunirlos finalmente en Zaragoza, en
un contrapunto de voces donde, ms all de las diferencias, se forja una entraable
solidaridad no exenta de ternura. Novela de sentimientos, ms que de acontecimien-
tos, Los que han vuelto se acerca con melancola a los que padecen la historia, sin
poder incidir en ella. En estos aragoneses que hablan con un ligero acento extranjero mientras pasean por
el Parque Grande se condensan, desde la sencilla perspectiva de sus vidas zarandeadas, los estriados frag-
mentos del siglo XX


La Virgen Cabeza
Gabriela Cabezn Cmara
Editorial Eterna Cadencia, 2009
Con una lrica sobrecogedora y un estilo completamente personal para abordar el len-
guaje coloquial, Gabriela Cabezn Cmara pasa con inteligencia de la tragedia a la co-
media; de la nostalgia, el dolor y el odio, al vrtigo y el frenes de la cumbia, las plega-
rias, el alcohol y el sexo. Un relato en el que la marginalidad aparece como el mayor de
los abismos. Pero tambin una historia de amor, delirio, mstica y desenfreno, de un
humor absolutamente candoroso. Sin dudas, una revelacin para la narrativa argentina
y latinoamericana actual.


El colibr blanco
Esteban Gutirrez Gmez
EH Editores, 2009
Abandona uno noqueado, felizmente aturdido las pginas de El colibr blanco, la
nueva novela de Esteban Gutirrez, sacudido por una narrativa magistral que des-
broza, a camino entre una prosa de trinchera y la iluminacin lrica, nuestro episodio
histrico ms trgico, aportando una visin personal y caleidoscpica de los espec-
tros emocionales en que se convirtieron los represaliados, de los caminos inusitados
y justos que la redencin tendra que encontrar para algunos de ellos en alianza con
el tiempo. Antonio Menndez Seoane, "el Carnicero" es, quiz, uno de los personajes
ms arrebatadores y de trazo ms escalofriante que he tenido la suerte de poder
disfrutar en mucho tiempo. (Miguel ngel Zapata).
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El cazador de dinosaurios y otros cuentos
Gabriel Rimachi Sialer
Editorial Altazor, 2009
En el ao 2000, el peruano Gabriel Rimachi Sialer (quien a raz de obtener un premio
de poesa decide dedicarse a la narrativa) entrega Despertares Nocturnos, libro que
llam la atencin por desmarcarse de sus contemporneos. Con Canto en el infierno
(2001), la crtica lo considera un autor vital y despiadado y confirma que nuestras
letras estn atravesando por una saludable transicin. Aparecen luego Orqudeas
Marchitas (plaquette, 2003) y El color del camalen (2005), el libro ms maduro de
Rimachi Sialer. El cazador de dinosaurios y otros cuentos, seleccin preparada por el
autor y que responde a su gusto personal, nos lleva de la mano por los inextricables
caminos de la psicologa humana; un mundo en el que los personajes nos enfrentan a nuestros temores ms
ocultos, y a una sociedad que se disfraza en la irona y la mordacidad para superar, quiz, sus vergenzas
morales ms oscuras.


La crueldad del fotgrafo
Antonio Cardiel
Mira Editores, 2009
Cada segundo se hacen en todo el planeta ms de ocho millones de fotografas. De
algunas de ellas somos protagonistas, en esos lbumes familiares que todos atesora-
mos. Sin embargo, otras veces alguien hace una foto y nosotros, sin querer, porque
pasabamos por all, quedamos atrapados como figurantes. De hecho, nuestro rostro
debe de estar retenido en centenares de fotografas desperdigadas en otros tantos
lbumes. Qu pasara si alguna vez descubriramos nuestra involuntaria presencia en
una fotografa de otros? Esto es lo que le sucede a Alfonso Callejo, protagonista de La
crueldad del fotgrafo, que se descubre a s mismo en una fotografa perteneciente al
un lbum abandonado en un piso de alquiler. Vuelve entonces a su memoria un suceso insignificante de la
infancia, la atraccin que sinti por una nia en Salou, en el verano de 1969. La necesidad de encontrarla
se convertir en una obsesin. Pero no ser el nico en ver turbada su vida cotidiana por ese extraordinario
suceso, tambin su ex mujer, Elia Laguna, y su amigo Federico Mndez, escritor y periodista, se involucra-
rn en la trama y en las consecuencias que a veces acarrea el cruel arte de la fotografa.


Correr tras el viento
Ramn Daz Eterovic
Lom Editorial, 2009
A comienzos de la Primera Guerra Mundial, 1914, a la ciudad ms austral del mundo,
Punta Arenas, llega un croata cuya misin es espiar para los alemanes. La ciudad, que
conserva parte de su carcter pionero para los que se internan a los vastos territorios
de la Patagonia, es un hervidero de agentes alemanes e ingleses que se vigilan para
resguardo de las flotas enemigas que se buscan en los mares australes. Rendic realiza
su misin, pero comete un error imperdonable para los agentes: se enamora de Mar-
tina, la ms requerida asilada del prostbulo La Casa Rosada.


Los fantasmas del masajista
Mario Bellatin
Editorial Eterna Cadencia, 2009
En una de sus visitas a una clnica de So Paulo especializada en el tratamiento de
personas a las que les falta algn miembro, el narrador conoce la historia de su
terapeuta y de su madre, una famosa declamadora que ve precipitarse el final de su
carrera debido a una eleccin desacertada en su repertorio: una cancin de Chico
Buarque llena de matices que la desconciertan y que termina por lanzarla al vaco.
Bellatin construye un relato estremecedor y de belleza perturbadora acerca de los
fantasmas del cuerpo y de la mente. Los lmites del cuerpo, su destino despus de la
muerte, el sentido de cada existencia, atraviesan una narracin intensa y lacnica,
que al final vuelve a comenzar pero esta vez con fotografas, suerte de fantasmas de una escritura infinita,
que desafan lo escrito, dislocan con cada encuadre y extreman la ficcin.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 161


La fe ciega
Gustavo Nielsen
Pginas de espuma, 2009
La fe ciega es un libro con contraindicaciones. Siete historias intensas sobre la condi-
cin humana, con personajes queribles y txicos al mismo tiempo. Tiernos y horroro-
sos. Que a veces dan risa y otras veces nos hacen llorar. La simpleza misteriosa de
los cuentos de Nielsen hace que nos dejemos pasear, tomados de la mano de la sen-
cillez, por paisajes salvajes. A este libro se entra silbando. Lo difcil es salir indemne.
De Nielsen se ha dicho que hace una literatura magntica, de la que es imposible
escaparse. Maneja el suspenso a la manera de un Hitchcock argentino. Nos obliga a
ver lo que leemos. Nos sacude y entretiene con los trucos de un mago. Se atrever
el lector al reto que le proponemos? La fe ciega puede ser un remedio, pero tambin
es un maravilloso veneno. No diga que no se lo advertimos.


Al final del mar
Gabriel Sofer
Editorial El Olvio Azul, 2009
Una joven irlandesa se involucra en la lucha contra la ocupacin britnica de Irlanda en
la primera dcada del siglo XX, vindose arrastrada a una serie de viajes, guerras e
infortunios que quiz no sean sino una huda de s misma; un anciano permanece
encerrado en su piso junto a su perro mientras su ciudad est sitiada; un asombrado
comerciante intenta huir de la multitud durante el pogromo que arras la judera de
Sevilla; un superviviente de la Armada Invencible se convierte en un hombre feliz en
Gales o Irlanda... Los relatos de Al final del mar llevarn al lector, despus de hacerle
transitar por una geografa variada e incierta, al cento del laberinto, a un lugar donde
se reconoce la condicin humana desnuda de vestidos y de mscaras.


Leonardo da Vinci: obstinado rigor
Teresa Garb
DVD Ediciones, 2009
Hace tiempo que leo la prosa de Teresa Garb, porque soy un lector de poesa. Tie-
nen sus lneas, siempre tan sencillas como precisas y consteladas de sentidos, la ex-
traa capacidad de penetrar la superficie de las cosas, y no para publicar su secreto,
sino precisamente para subrayar que su ser ms propio se encuentra all donde no
alcanza la razn, en el misterio en que surgen y desaparecen. Su ejercicio de contem-
placin frente al doncel de Sigenza en el libro titulado Cinco resulta inolvidable
para cualquiera que haya tenido la fortuna de seguirla en sus merodeos alrededor de
lo que no tiene centro, pero irradia, y huele, y vibra. Teresa Garb declara aqu su
fascinacin por lo que el arte, cuando es verdadero, tiene de naturaleza, y tambin por su nica utilidad
posible, la que lo convierte en educacin del alma y solaz del espritu. (Vicente Gallego).


El heredero
Mario Catelli
Editorial Bruguera, 2009
El heredero, novela ganadora del IV Premio Bruguera de Novela, despliega, de ma-
nera cruel y humorstica a la vez, los vagabundeos, amores, recuerdos y encuentros
cmicos y fortuitos de un personaje un tanto descalabrado, argentino, que intenta
sobrevivir en una Barcelona tan variada como grotesca, en cuyas entraas adyacen-
tes al cosmopolitimo ramblero conviven inmigrantes y gentes del lugar. Escritores y
otros miembros de la vida literaria de la parte alta de la ciudad se mezclan con la
fauna del Raval, las orquestas de fiesta mayor y los jvenes profesionales de la Ca-
talua prspera. Un tretrato tragicmico del desplazado, cuyas andanzas por la urbe
se tien de la picaresca tradicional a la vez que alterna con brevsimas y casi lricas rfagas de un pasado
argentino convulso y la nostalgia de las races perdidas. En palabras de Jos Manuel Caballero Bonald, ju-
rado nico del premio, esta novela narra las desventuras de un msico argentino, transplantado a una
Barcelona de pcaros y perdedores, con el contrapunto de la dictuadura militar actuando como permanente
recordatorio del terror.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 162


Asi muri el poeta Guadalupe
Cristina Fallars
Alianza Editorial, 2009
A la redaccin de un diario llega una misteriosa grabacin. Se trata de una entrevista
realizada en un sanatorio mental a la que alguien le ha borrado las preguntas, proba-
blemente la entrevistadora, por lo que aquel archivo de voz adquiere los tonos de
una confesin. La enigmtica voz femenina que queda grabada, un tanto airada y
resentida, nos narra su encuentro durante los ltimos aos del franquismo con un
grupo de poderosos sudamericanos que desembarcan en aquella Espaa gris con
unos aires mundanos que la deslumbran. Sin embargo, detrs del brillo de aquellos
personajes, de su poesa, de sus boleros y de sus maravillosas mujeres, late la muer-
te. Y la tortura. Algo a lo que no es ajeno el gobierno franquista. Cristina Fallars nos propone en As muri
el poeta Guadalupe un viaje a lo ms abyecto del ser humano disfrazado de grandeza. Un encuentro entre
la seduccin ms voluptuosa y la tortura sistemtica. Una novela de intriga, sarcstica y dura, con notables
dosis de crtica social, que hurga en los misterios de la personalidad, en su oscuridad. Una oscuridad
inquietante que nos terminar revelando cmo muri el poeta Guadalupe.


rbita
Miguel Serrano Larraz
Editorial Candaya, 2009
No se trata slo de escribir buenos libros, sino de escribir buenos libros interesantes
porque son distintos. Esta es la apuesta de rbita, un libro que contiene un orden na-
rrativo propio que busca la representacin de las perplejidades y de las fantasmago-
ras de las sociedades capitalistas de ltima generacin. En el relato que da nombre al
libro, Miguel Serrano aborda el misterio de las relaciones humanas en la era del simu-
lacro y del afterpop. El adolescente superdotado Samuel Soriano es casi una alienge-
na emocional y el extrao cientfico Bernardo R. es la inteligencia desajustada, la inte-
ligencia errante. Serrano tiende a la construccin de tramas de orden alegrico, tal
vez por influencia kafkiana. La historia de Samuel Soriano es una historia kafkiana, pero ajustada al siglo
XXI.


La conspiracin piscis
Magdalena Lasala
Editorial Styria, 2009
Ao 405. El sabio matemtico Then de Alejandra muere mientras duerme. Su
hija, la clebre maestra Hypatia, directora de la Biblioteca del Serapeo y de la
Escuela de Sabios del Museum recibe una carta pstuma de su padre en la que le
desvela la existencia de un secreto transmitido durante cuatro siglos y que afecta a
la memoria de la humanidad: Una rplica de la gran Biblioteca magna de Alejan-
dra, destruida siglos antes, se guarda en un lugar que muy pocos conocen, como
forma de preservacin de todo el saber del mundo hasta ese momento Con su
habitual maestra narrativa, Magdalena Lasala nos acerca a uno de los personajes
ms fascinantes de la historia, Hypatia de Alejandra, y a uno de los acontecimientos clave del devenir de la
decadencia del mundo clsico: la desaparicin de la Biblioteca de Alejandra.


El canadiense
Juan Fernndez Snchez
Editorial Pre-Textos, 2009
Con una fotografa aparecida en un peridico escocs con un siglo de antigedad co-
mo nica pista, un profesor hastiado de su felicidad rutinaria y su vida previsible, de-
cide poner tierra y tiempo de por medio e indagar qu le ocurri al joven de la foto,
su propio abuelo. Durante el proceso, irn apareciendo como paisanaje al fondo, un
rey borbnico, un espadn con nfulas de salvapatrias, ministros veleidosos, un diplo-
mtico compaero de viaje, aristcratas de diverso pelaje, anarquistas irredentos,
mujeres amnsicas y una puta de lujo digna de mejor suerte. Con cien aos de dila-
cin, el esforzado investigador acabar descubriendo los perversos efectos del eco de
la memoria.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 163


Una cuadra
Mrgara Averbach
Adriana Hidalgo Editora, 2009
Un proyecto esttico y urbano de carcter comunitario, embellecer una triste calle
cortada de Buenos Aires para la cual el Pasaje Lann del barrio porteo de Barracas
sirvi de inspiracin, moviliza a los ms diversos vecinos del barrio, que debern
hacer a un lado sus diferencias y prejuicios, para dejarse ganar por sus fantasas y
llevar a cabo un trabajo que slo puede ser realizado entre todos. Una cuadra es una
novela del presente, con su dinmica y sus problemas; un registro de acontecimientos
en tiempo real, que no solo llama la atencin por sus historias entrecruzadas sino por
el hiperrealismo, contencin y sobriedad de la narracin. Desde el comienzo aparece
un inteligente uso desdoblado del punto de vista, focalizado en uno de los personajes, Lara, y en una
narradora que sorprende con sus opiniones y digresiones. En las primeras pginas, la novela permite al
lector ubicarse en el escenario de una accin que se resuelve en torno a una unidad de lugar. A partir de
all, una rica galera de personajes ensimismados en sus rutinas, despertar poco a poco para sumarse a la
voluntad comunitaria. La construccin de los personajes es sin duda otro punto fuerte de la novela, porque
se trata de personajes cuyas historias se desarrollan en forma paulatina, gil y fluida, lo cual sostiene sin
fisuras el inters del lector hasta el final.


Despeinadas
Gema Fernndez Esteban
Gens Ediciones, 2009
Los personajes de este libro de cuentos habitan esa rendija de luz entre tinieblas de la
que hablaba Nabokov. Hombres que se encierran en el bao a pintar mujeres despei-
nadas, que se muestran adictos al abandono o llenos de recuerdos que no son suyos.
Nias que se descubren feas con avaricia y nias intactas que suean con lobos. Muje-
res a quienes quieren con mala letra, que se despiertan con dinosaurios o que envuel-
ven cinco litros de leche en una manta elctrica (a 37 C; 98,6 F) para alojarlos en la
curvatura de su espalda. Parejas que alquilan el fin de la tierra despus de toda una
vida de desencuentros. Parejas que viven amores capaces de mover barcos e islas, o que en la inercia de lo
cotidiano apenas aciertan a mantener en pie el frgil tenderete de su amor.


Llamadas de Amsterdam
Juan Villoro
Almadia Editorial, 2009
Llamadas de msterdam es una extraordinaria historia de amor. Con una impecable
tensin narrativa, Juan Villoro despliega una trama hecha de coincidencias, separa-
ciones, misteriosas oportunidades de reencuentro. La accin ocurre en una calle circu-
lar, trazada sobre la pista donde una vez corrieron caballos de carreras. Ah, dos
amantes apuestan su resto en busca de una ltima recompensa. Si en El testigo
Villoro traz un amplio panorama narrativo, en Llamadas de msterdam demuestra su
pericia para disear una novela breve que retoma elementos del sueo y el espejismo
sentimental. Movidos por una fuerza inconsciente, los protagonistas de esta historia
inventan una realidad alterna, hecha de llamadas telefnicas, para brindarle una segunda oportunidad a sus
deseos. Ante la aoranza de lo que han perdido, los personajes hacen de un pas imaginario su ms genuino
sitio de reunin. En los grandes romances los sentimientos son ms intensos que los hechos. Llamadas de
msterdam comprueba esta sentencia.


Emma Roulotte, es usted
Norberto Luis Romero
Editorial Eclipsados, 2009
Emma Roulotte, una joven algo chapada a la antigua, es consciente de ser un personaje
al que el autor se niega a darle un papel importante. Circunstancias fortuitas hacen que la
joven, por fin, pueda escribir su propia historia con las palabras previstas por el autor
para hacer su obra cumbre, y asuma el rol de protagonista despus de haber sido un
personaje secundario en varias historias que parodian, cada una de ellas, un genero
cuentstico clsico. Emma terminar guiando la trama que al autor se le escap de las
manos.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 164


Me acuerdo
Elas Moro
Calambur Editorial, 2009
Marcel Proust, James Joyce, Gabriel Mir, Bruno Schultz o Ea de Queiroz son algunos
de los constructores de Europa. Gracias a los inventarios que introdujeron en sus
obras, hoy conocemos mejor nuestro propio continente, no slo su pasado sino tam-
bin su presente, y puede que hasta su futuro. Esa capacidad que tuvieron para hacer-
nos entender lo ms cercano, la tuvieron otros para reconstruir sus vidas y de paso
para invitarnos a reconstruir las nuestras. Georges Perec fue uno de ellos. Y Elas Moro
tambin. Ambos tienen la rara habilidad de arrastrarnos, de obligarnos a seguir una
letana de recuerdos inconexos que finalmente slo testimonian el enorme esfuerzo
humano para ordenar el mundo sus vidas de una forma arbitraria y caprichosa. Su triunfo y su fracaso
dependen de nosotros, de nuestra complicidad para continuar sus recuerdos con los nuestros. Un elefante o
un aroma bastan. El tacto suave de una zapatilla. La luz tenue de un atardecer. Cualquier evidencia, por
pequea que sea, sirve de testimonio, de prueba de una existencia, de un acontecer concreto en mitad de
la rutina. Algo as es este libro, que pone de manifiesto la importancia de la literatura como recordatorio de
algo tan simple como que hemos vivido. (Hilario J. Rodrguez)


Estacin de lluvia
Javier Vsconez
Editorial Veintisiete Letras, 2009
Si para muchos Amrica Latina es la patria del cuento literario en castellano, sin
duda la obra del ecuatoriano Javier Vsconez supone una de sus ms altas cotas. Sus
narraciones continan la tradicin de Dostoievski, Faulkner, Camus, Onetti. En ellas
se recrea un mundo habitado por personajes que deambulan en busca de sus sueos
ms prohibidos, que viajan por distintos mbitos Quito, Praga, Barcelona, que se
encuentran y desencuentran con quienes podran salvarlos, y que sucumben,
finalmente, bajo un destino cuya fatalidad acaso presentan. En esta seleccin de
relatos efectuada por el autor, Vsconez construye una geografa literaria propia que
recoge la enseanza de Faulkner: no se trata de despejar las tinieblas, sino tan slo de mostrar su
horror; en la que encontramos la visin desengaada de la novela negra y donde contemplamos los
abismos del alma humana y su inclinacin al mal.


Los que se fueron
Concha Castroviejo
Ediciones del Viento, 2009
Con Los que se fueron, extraordinaria novela que se mantena indita desde su pu-
blicacin hace ms de medio siglo, el lector tambin se va de una Espaa en guerra
y emprende el camino al exilio que siguieron muchos espaoles en esa poca: pri-
mero Francia y luego Mxico. De las calles de Pars a las selvas de Chiapas. Es una
historia triste, de abandono, de prdida, pero tambin alegre, de esperanza, de
nuevas oportunidades y nuevos comienzos, y Concha Castroviejo transmite todos
esos sentimientos de forma magistral con una prosa que, en ocasiones es tan dura
como los hechos que relata y, en otras, es casi lrica.


El corazn de Yacar
Jos Luis Muoz
Imagine Ediciones, 2009
En Macladn, un pas latinoamericano baado por las aguas del Pacfico, la dictadura
del general Duarte siembra el terror por doquier ahogando cualquier oposicin poltica
en sangre. Nelson Correa, un polica del grupo de tareas, experto en interrogatorios
que suelen acabar en muerte, recibe un extrao encargo de Santiago OHigins, el
ingeniero plutcrata que maneja el monopolio telefnico del pas: averiguar quin es y
qu quiere una atractiva india, Yacar de Wilson Frades, que le sigue a todas partes y
cuya presencia le causa viva inquietud. Premio Villa de Sesea de Novela Romntica.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 165


Antologa de la joven narrativa en Crdoba
VV.AA.
Editorial Babel, 2009
Antologa de la joven narrativa en Crdoba, que rene cuentos y crnicas de 24 es-
critores nacidos despus de 1976 y vinculados de alguna manera a la provincia me-
diterrnea. La antologa es la culminacin de un proyecto de pesquisa de la escritora
Lilia Lardone, quien emprendi una bsqueda de producciones literarias y escritores
jvenes en Crdoba. El ttulo del libro, que podra sonar despectivo, se explica por la
doble acepcin de la expresin: por un lado el estrato de obras en un momento
determinado, por el otro la actitud joven frente a un mundo impredecible, segn
palabras de Lilia Lardone. Son los autores que tenemos, y reflejan el mundo que
tenemos. Ni el fin de la historia, ni el fin de las utopas, ni el fin de nada. Slo muchos comienzos.


Un sol que en invierno
Csar Bedn
Borrador Editores, 2009
Un sol que en invierno nos da la impresin de un diario encontrado en una mesa de
noche. La mesa de noche de un muchacho que suele garabatear intentos de
poemas, mensajes enviados a amigos, anotaciones de cosas simples que se vuelven
trascendentales. Por eso en el invierno psicolgico del narrador se crea el sol de la
palabra, de la confesin. Pginas escritas con el aura de lo nico e irrepetible. Un
texto de Heinrich Bll y otro de Blanca Varela, por ejemplo, se juntan con mails,
relatos y pequeos versos que se van haciendo amigos, pegndose en el libro a la
manera de stickers hipertextuales. Csar Bedn ha armado as un libro que se
comporta ms bien como un cuaderno vivo. El lector adulto y el lector nio pueden ser acompaados por l,
y entrar en la experiencia ms gratificante: la de la inocencia.


La Mitad de los Cristales
Luis Amzaga / Adolfo Marchena
Editorial Bubok, 2009
El lector podr detenerse en cualquiera de las estaciones que este libro le propone
en busca de la complicidad literaria, de la poesa que es prosa que se mueve en
palabras de Nicanor Parra, de escenas que se renuevan en lo cotidiano, de un tiempo
que pesa en el zurrn de los escritores. En estas pginas encontrar sugerentes
invitaciones a la reflexin esttica, al amor descarnado, a las polidricas postales de
la soledad, al humor herido. Unas veces emotivo, otras crudo, siempre intenso, La
Mitad de los Cristales ofrece honestidad en las dos plumas que conjuntamente disec-
cionan la morfologa de este apasionante trayecto que empez en Dortmund.


Papeles inesperados
Julio Cortzar
Editorial Alfaguara, 2009
Este libro, que se publica a los veinticinco aos de la muerte de su autor, es una ex-
tensa y deslumbrante coleccin de textos inditos y dispersos escritos por Cortzar a
lo largo de su vida. Hallados en su mayora en una vieja cmoda sin revisar, son de
gneros varios, tienen distintos orgenes y obedecen a diferentes propsitos: hay
cuentos desconocidos y otras versiones de relatos publicados, historias inditas de
cronopios y de famas, nuevos episodios de Lucas, un captulo desgajado del Libro de
Manuel, discursos, prlogos, artculos sobre arte y literatura, crnicas de viaje, estam-
pas de personalidades, notas polticas, autoentrevistas, poemas y textos inclasificables,
entre otras muchas pginas de innegable valor y atractivo. El conjunto permite apreciar y disfrutar las mlti-
ples facetas del gran escritor: el Cortzar formal y en ciernes, el cuentista genial, el de espritu ldico, el
comprometido con su tiempo, el profundo conocedor del arte y la literatura, el cronista sutil, el poeta. Estos
Papeles inesperados, cuidadosamente editados por Aurora Bernrdez y Carles lvarez Garriga, ofrecen al
especialista nuevos elementos para el conocimiento cabal de la obra cortazariana; al coleccionista, textos
entraables y curiosidades maravillosas; y a los innumerables lectores de Cortzar, la posibilidad del
reencuentro ms feliz.
NARRATIVAS nm. 14 Julio-Septiembre 2009 Pgina 166

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