Eliette Abcassis

LA REPUDIADA

Ttulo original: La rpudie

En cubierta: detalle fotografa de
Ralph Gibson, Nueva York 1999
Coleccin dirigida por Ofelia Grande y Silvia Meucci
Diseo grfico: G. Gauger & J. Siruela
ditions Albin Michel, S. A., 2000
De la traduccin, Sacra Comorera
Ediciones Siruela, S. A., 2002
ISBN: 84-7844-599-4
Depsito legal: M-8.363-2002
Digitalizado por ID, 10/2007

A mi hermana Emmanuelle

NDICE
Captulo 1
Captulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
Captulo 18
Captulo 19
Captulo 20
Captulo 21
Captulo 22
Captulo 23
Captulo 24
Captulo 25
Captulo 26
RESEA BIBLIOGRFICA
REFERENCIAS

Captulo 1
Hoy tengo veintisis aos. Pronto har diez aos que estoy casada con N atn. Mi
hermana N oem tiene veintids aos. Es una chica menuda de largo cabello castao,
cutis olivceo y ojos casi oblicuos. Tiene veintids aos y ya le ha llegado la hora de
[1]

casarse. Pero ella no est enamorada de un hasid . A ma a J acob, que ha dejado nuestro
barrio, y lo ama desde que tena diecisis aos. La hora de casarse ha llegado y Jacob es el
hombre con quien se quiere desposar, es l quien ha seducido su corazn. Pero aqu no
[2]

queremos saber nada de l porque se fue a cumplir el servicio militar. El Rav dice que
es una abominacin servir a este pas, al que rechaza nombrar, porque rechaza su
existencia antes de la venida del Mesas.
Vivimos en Jerusaln pero de hecho no estamos. Estamos en otra parte. D e hecho, no
estamos en ningn lugar. Vivimos en Meah S hearim, un barrio situado entre la ciudad
antigua y la ciudad nueva, de casas bajas, de patios entrelazados, entradas innitas,
tneles condenciales, pequeas habitaciones, buhardillas o cavas, balcones de hierro
forjado, interiores, exteriores, enclaves secretos. Entren, mzclense con nosotros, vern a
[3]

los hasidim de paso apresurado en las yeshivs donde estudian de noche, de da y de

noche. Entren pues, y vean a esos hombres con papillotes, levitas y barbas negras. Entren
con la cabeza cubierta, pero entren, ya que no se para de entrar aqu, patio tras patio,
pasillo tras pasillo, tienda y trastienda, entren pues, y salten al otro lado del espejo de
este pas al que no se atreven a nombrar. S in embargo, estamos en el corazn de I srael,
en el centro de J erusaln, cerca de la puerta de D amas y del barrio rabe del casco
antiguo. Entren pues, y quizs poseern el futuro, como nosotros, si se animan, y quizs
sabrn por qu el mundo fue creado. Pero es un secreto que slo pueden conocer
aquellos que entran, juntos, arena y mar, en esta vasta familia que es la nuestra. Entren
pues, y vean: somos todos iguales con nuestra ropa oscura, nuestro paso apresurado y,
sobre todo, con nuestros ojos, estrellas cansadas por noches y noches en vela.
N uestros ojos, cuya mirada bajamos cuando se cruza con otra, han ledo mucho y
saben que nuestra vida est en otra parte, en las pequeas calles abarrotadas, en los
patios con plantas colocadas al tresbolillo, las callecitas estrechas formando largas
hileras. Cien puertas para nuestra fortaleza, que hay que estar preparado para abrir. A qu
existen todava los sastres, y los escribas escriben, y los carniceros sacrican, y los
circuncisores cortan, y los peluqueros hacen pelucas, y los sombrereros y los gorreros
sombreros, pero no para enriquecerse, sino para alimentarse, para sobrevivir, porque
somos pobres ante el Eterno. Entren pues, si quieren ver al hombre de negro. D etrs de
la puerta de su casa hay un rollo que besa. Bajo su ropa lleva un chal de oraciones, en la

cabeza, un sombrero, ante l, una dinasta, detrs de l, una cola de hijos. Escondido por
los pasillos y por las puertas secretas de su alma, as es el hasid.
Aqu, en nuestro pas, no nos casamos por amor. N os casamos gracias al alcahuete.
El amor aparece tras aos de vida compartida, los hijos y todo lo cotidiano es lo que teje
lazos de unin entre las personas. Por eso nunca haba visto a mi marido antes de la
boda. Pero en cuanto lo vi, en la carpa blanca de los esposos, el suelo tembl bajo mis
pies, su amor me prendi. N o saba si era el miedo o la emocin. D espus comprend: el
amor, para m, fue nuestro primognito.

Captulo 2

Todo haba sido dispuesto por un alcahuete, que me dio una fotografa del hombre
con quien me iba a casar. Una o dos veces haba hablado con l por telfono.
I ntercambiamos algunas palabras. S u voz era bonita, grave y profunda; su timbre
sensible. D el resto se ocup J os, el asistente del Rav. S lo se necesitaron tres meses para
ultimarlo todo.
La sinagoga estaba llena de gente. En medio de la sala se haba levantado una carpa.
Los hasidim, que llevaban sombreros y papillotes, entraban y salan. A lgunos tomaban
asiento, esperaban. O tros rezaban, balancendose a derecha y a izquierda. Las mujeres
no estaban visibles: permanecan de pie tras la celosa que las separaba de los hombres.
A mi prometido y a m nos llevaron a la carpa.
Lo que primero conoc de su persona fueron unos dedos nos, curvos, que pusieron
la alianza en el mo. D espus, vi unos labios que se mojaban en la copa de vino que
compartimos. Envolvieron un vaso en un pauelo de cuello y el Rav lo rompi de un
pisotn, como es costumbre, en memoria de la destruccin del Templo.
Entonces me sub el velo blanco que tapaba mi cara y di siete vueltas alrededor de mi
esposo. D irig la mirada hacia l. Vi unos ojos de luz sombra, unos pmulos altos y
rojos, una boca pequea y prpura como la granada. Era alto y esbelto como un cedro del
Lbano. Era bello como la luna, brillante como el sol.
Todos callaron y se hizo el silencio. El Rav se levant de su asiento y se situ en el
centro de la sinagoga. Tena una barba gris larga y unos penetrantes ojos negros. S u
corpulencia haba aumentado con la edad y no era muy alto; pero emanaba un aura tal
que, cuando entraba en un lugar, todas las miradas se dirigan hacia l y todos se
callaban.

Cuando un hombre y una mujer se casan dijo el Rav, pueden por n ser
considerados como miembros de pleno derecho de la comunidad. Porque el hombre ha
sido creado a imagen de D ios, es decir, es macho y hembra. Por eso el matrimonio es un
mandato divino, y el celibato un ataque a la imagen divina en el hombre. El hombre
puede llegar a completarse y alcanzar el ms all por el matrimonio, lo que le permite
sentir al Mesas. T, N atn, y t, Raquel, esperamos de vosotros que tengis una
descendencia numerosa, tan numerosa como las estrellas del cielo.
As lo dijo el Rav durante mi matrimonio con Natn, mi esposo.
Despus los hasidim se pusieron a bailar. En ciertos momentos, se elevaron gritos de
fervor. Bailaban juntos, pegados unos a otros, ondulando sus cuerpos en locas cadencias.
A veces, uno de ellos se separaba del grupo y se mova solo, en medio del crculo.

Una celosa separa los hombres de las mujeres. N osotras, que estamos detrs
apretujadas unas contra otras, observamos a los hombres pero no bailamos. Vea sus
caras, oa los gritos que acompaaban los bailes, y la inquietud y la alegra que
expresaban. Mi mirada se mezclaba con las voces desnudas de slabas; la meloda
danzaba, daba vueltas y cantaba, sin palabras, sin la traba de las palabras, y aquel
silencio envolva mi silencio.
El hombre que bailaba delante de m intentaba, con movimientos amplios y lentos,
fascinar a su compaero, hasta que acabaron por bailar juntos al mismo ritmo, cada vez
ms deprisa, y yo miraba, y no poda separar mis ojos del hombre que bailaba
embriagado, del hombre que bailaba enloquecido: N atn, mi marido, con los ojos
cerrados, loco por el baile, deslumbrado por la Presencia, y yo lo miraba, y estaba all,
siguiendo cada uno de sus movimientos, respirando cada uno de sus suspiros y jadeando
por stos, unindome al ritmo de su cuerpo. Y l me miraba y yo lo miraba mirarme, y
me una a l con el pensamiento, y estbamos unidos por el baile para formar un solo
cuerpo en la zozobra y sentir el aliento de Dios sobre nosotros.

Captulo 3
Este cuarto es nuestra alcoba. Tenemos la habitacin propiamente dicha, donde se
encuentran la cama de N atn, el armario, un sof y un escritorio, y esta pequea alcoba,
en la que he hecho mi nido. Me gusta este cuarto de piedras blancas que se parece al
muro del Templo.
Por la maana, lo miro cuando se pone las medias negras, el pantaln negro, el
abrigo, lo miro cuando se ata los zapatos. S e pone el gran sombrero de eltro y ya est
listo. A veces, procurando caminar detrs de l para no distraerlo, lo sigo hasta la
sinagoga. Me gusta ver el movimiento de su cuerpo, grave y decidido, de delante hacia
atrs, de atrs hacia delante. Me gusta verlo cuando se pone las lacterias. Me gusta
observarlo cuando lee la oracin nal, recitada a solas y en voz baja, con los pies juntos y
el cuerpo en direccin al Muro occidental. Me gusta cocinar para l. Me gusta su manera
de comer los platos que le he preparado, con apetito y determinacin. Conozco al detalle
los pliegues de su boca. Conozco sus gustos: s lo que le agrada y lo que le disgusta. S
que preere tomar caf sin azcar despus de la comida. Me gusta cuando conversa,
comiendo, sobre ciertos textos estudiados esa misma maana o bien sobre la gente de
nuestra comunidad. A veces lo observo tan vidamente que se estremece. Lo miro. Me
observo en su mirada. Tengo los ojos de color azul grisceo, una frente grande estriada
de nas arrugas y el pelo negro y corto, que disimulo bajo un pauelo. Cuando era
pequea, se rizaba en las puntas como sus papillotes. Cuando me cas, empec a
ponerme un pauelo. Las mujeres casadas no deben gustar a otros hombres que no sean
sus maridos. Por eso no ensean el pelo y se visten con sencillez. Mis pies van calzados
con zapatos planos y cerrados; mis piernas, ceidas con medias gruesas, se esconden
bajo mis largas faldas. Rezo, preparo el S habbat y cumplo con todas las leyes que
conciernen a la pureza ritual.
Mi marido estudia en la yeshiv, y yo trabajo con mi to como contable. A travs del
escaparate de la tienda de mi to, veo a nios pasar sin cesar, soadores o socarrones,
traviesos u obedientes, y sus papillotes enmarcan sus caras plidas. Hay tambin
adolescentes vestidos con caftanes negros de seda brillante, con cordones anudados
alrededor de la cintura, sobre pantalones de satn; hay nias con la cabeza cubierta con
pauelos, con las piernas ocultas bajo sus vestidos, con los tobillos ceidos con medias
de lana.
As es como vivimos; as, como hemos vivido, durante diez aos, mi esposo y yo,
hasta el da en el que todo cambi.
Era la vspera del S habbat, estbamos sentados a la mesa. Mi marido moj el pan en

la sal, para la bendicin ritual. D espus tom un pequeo trozo y se lo comi. S in abrir la
boca, se dej el pescado que le haba servido. Mir el plato, pescado y tomates, sin
probarlo.
Le pregunt:
Qu pasa Natn? Por qu no comes?
Baj la mirada y sus pestaas comenzaron a temblar. Empez a comer, lentamente.
Los dos candelabros de la mesa estaban puestos delante de nosotros. Las velas se haban
consumido la noche anterior.
Raquel, no deberas dijo. N o deberas organizar esos encuentros secretos entre tu
hermana y Jacob. En la tienda de tu to, adems.
Noem y J acob se aman desde hace muchos aos. N osotros tambin nos amamos
desde hace muchos aos...
Natn no respondi.
Conozco el fondo de tu alma dije.
Y qu ves dentro?
Veo que sufres. Te preguntas si no vivimos en pecado. Todos tus amigos ya son
padres de tres o cuatro nios. La gente de la comunidad nos desprecia, los otros
estudiosos de la Tor se ren de ti, se ren de m. T quieres un hijo, N atn, t quieres un
nio. S i al cabo de diez aos de matrimonio una mujer no tiene hijos, su marido tiene
derecho a repudiarla.
Derecho respondi Natn. No deber.

Me levant, abr el horno. Cog el tarro de conservas de carne. Lo llev. S erv a N atn,
mi esposo. D espus, lo mir. S e puso a comer, despacio. A veces se ayudaba con un
pequeo trozo de pan. Ms tarde par de comer y me sonri. Pareca ms relajado,
liberado de un peso que tena en el corazn. Me cogi la mano, nos levantamos y fuimos
hacia la alcoba.
Se sent en el borde de la cama, se quit los zapatos y los calcetines. S e desliz bajo
el edredn. S u barba negra resaltaba sobre el color blanco. S ubi la sbana. A rregl su
capelo, cerr los ojos. Despus los abri y dijo:
Ven!
Ms tarde, prepar t y se lo serv en la cama. A bri los ojos, sus labios se movieron
para pronunciar la bendicin. Bendito seas, T que lo has creado todo con Tu palabra.
D espus se levant, se volvi a vestir, cogi los libros de la Biblia. Volvi la tapa del
Pentateuco y abri el libro del Talmud. Con la mirada, me indic que deba alejarme.
Lejos, detrs de m, sobre las pginas amarillentas, las letras negras bailaban.

Me sent en la cocina.
Agudic el odo: mi marido lea.
A l da siguiente Moiss se sent para otorgar justicia al pueblo; y el pueblo se
mantuvo de pie alrededor de Moiss, desde la maana hasta el anochecer.
Conoca esta historia y todos sus comentarios. Mi padre me los haba enseado
[4]

cuando era nia. S , conoca esta historia. S ucede al da siguiente del Yom Kippur , al
da siguiente del da en el que Moiss baj de la montaa...

Captulo 4
S e dice que el S habbat empieza mucho antes del viernes y acaba mucho despus:
tres das antes, la casa se estremece con su llegada; son necesarios al menos tres das
para que su perfume se disipe en el ruido tumultuoso de la semana. El S habbat es el da
santo, el da supremo del reposo del alma. En verano, el S habbat resplandece de belleza
como el sol. En invierno, la paz del Shabbat nos envuelve en su abrigo blanco.
Ese viernes, a la cada de la tarde, o la sirena que anunciaba el inicio del descanso.
Los cantos rituales se escapaban de las casas para acoger a la prometida del S habbat. En
ese momento todo se par, pues no est permitido cocinar, encender la luz ni trabajar en
ese da santo.
Natn se visti con la levita de satn negro y dej la chaqueta larga de lana gruesa
[5]

que lleva durante la semana. Le ayud a ponerse el shtraimel en la cabeza, con su gorra
de terciopelo alrededor de la cual hay sujetas colas de marta cibelina. Los aos pasan y ya
no es un hombre joven. Pero es todava ms bello que cuando lo conoc. Algunas veces, al
principio de nuestro matrimonio, yo me senta inquieta. O tras, no llegaba a
concentrarme en mi trabajo. O bien se me quemaba la comida que estaba preparando.
Pensaba en l. La imagen de su cuerpo me asediaba durante la noche, me asediaba
durante el da.
Ese viernes cogi un libro y se sent en el silln del saln. S us dedos seguan el texto.
S u boca pronunciaba las palabras de alabanza. Llev un mantel y lo extend sobre la
mesa. Su blancura reflej en la habitacin un rayo de luz.
Traje los dos panes trenzados, los panes del S habbat, y los puse en el centro de la
mesa. D espus los cubr con un mantel individual blanco. Puse los dos candelabros de
plata sobre la mesa. Luego me acerqu las manos a los ojos para cubrirlos y murmur la
bendicin sobre las velas del Shabbat.
Shabbat Shalom me dijo mi marido.
Shabbat Shalom le respond.

J untos contemplamos las velas del S habbat. Las luces temblaban. La primera
oscilaba, importunaba yendo de arriba abajo. La segunda era tan tenue que pareca que
iba a apagarse en cualquier momento.
Despus fuimos a la sinagoga para la oracin del crepsculo. Caminaba algunos
pasos detrs de mi marido, as lo quiere la costumbre. La muchedumbre de los
hasidim,toda de blanco y de satn negro, caminaba apaciblemente por las calles, ya que
el da del Shabbat no nos damos prisa. Por todas partes se oa: Shabbat Shalom.

Las mujeres iban juntas, detrs de los hombres, que discutan y sonrean. Los nios,
vestidos para la ocasin, jugaban a s alrededor.

Despus de la oracin, fuimos a casa del Rav, el padre de mi marido. La mesa estaba
puesta, con un mantel blanco y bonitos cubiertos de plata. A ll estaban el Rav, su mujer,
J os, su asistente, Rubn, el amigo y condente del Rav, su mujer y su hija La. El Rav
haba invitado tambin a mi madre, A na, a mis hermanas, N oem y N ina, al marido de
Nina y a sus cuatro hijos.

El Rav recit la bendicin del vino. Todos los asistentes bebieron de la misma copa.
El Rav tom los dos panes del S habbat. Los levant juntos, bendicindolos. D espus
cogi un trozo de uno de ellos, lo moj en sal y se lo comi. Enseguida cort el resto del
pan y a cada uno le dio su parte.
S u mujer trajo el plato de pescado acompaado de salsa de rbano blanco. El Rav se
sirvi. Mir uno tras otro a cada invitado, tragando de vez en cuando, con lentitud, un
bocado. El Rav comi y todos nosotros lo consideramos con agrado. D e repente, levant
su mirada hacia Rubn y hacia su hija La. Era una chica joven de cutis plido, de grandes
ojos soadores y de labios nos, que sola mantener muy prietos. D espus, su mujer se
fue, volvi con una botella de alcohol que descorch y llen la copa de su marido. Los
otros hombres se sirvieron igualmente. Los nios, silenciosos, aguantaban la respiracin
mientras que el Rav, inmvil, con la copa en la mano, pareca perdido en sus
pensamientos. D e pronto, lanz un suspiro, y todos suspiraron desde el fondo de sus
almas.
Se hizo un breve silencio.
Mam, cuntame una historia dijo Miriam, una de las hijas de mi hermana Nina.
Y el Rav habl:
El sexto da fue el de la creacin del hombre. D ios lo cre a su imagen y semejanza.
Pero el hombre estaba solo y triste. Entonces D ios dijo: N o es bueno que el hombre est
solo. A dormeci al hombre, tom una de sus costillas y cre a la mujer. Y el hombre
exclam: La llamaremos mujer, porque ha sido tomada del hombre.
Y as fue dicho: por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su
mujer, y se convierten en una sola carne dijo Natn.
Y as fue dicho: creced y multiplicaos respondi el Rav.
Despus se hizo el silencio.
El Rav se levant y comenz a salmodiar. Los hombres que estaban a su alrededor lo
imitaron poco a poco. N osotras, las mujeres, no cantamos en pblico porque la voz es
como el cabello: un instrumento de seduccin para el hombre.
La mujer del Rav trajo un plato de carne que sirvi. El Rav se sent de nuevo y

despus empez a llevarse la comida a la boca. Cada uno lo imit, sin pronunciar
palabra.
Las velas estaban medio consumidas. El Rav abri el libro de cantos del S habbat y
enton otro canto de ritmo pegadizo. Los hombres lo siguieron, golpeando la mesa con el
puo y el suelo con el pie para llevar el comps.
S u mujer trajo pastel de amapola, lo puso sobre la mesa y nos sirvi a todos. Las
llamas de las velas se debilitaban, alargando las caras con su sombra. Los ojos de N atn
brillaban en la penumbra. Miriam, al otro lado de la mesa, cerr los ojos como si se
adormeciera. N oem, a mi lado, me cogi la mano bajo la mesa y me la apret. Los ojos
del Rav eran como dos agujeros negros en medio de su cara.
Tengo miedo dijo la pequea Miriam a su madre.
Miedo de qu?
De las sombras.
Yo tambin confirm su hermana Dbora.
Mir a N atn. Cort la carne rmemente. Pareca absorto en la contemplacin de su
plato.
Las llamas de las velas centellearon y se apagaron. El sebo se endureci alrededor de
las mechas prisioneras y el Rav dijo:
Se revelar.
Pero cundo? dijo Rubn. Lo sabes?
Jos, el asistente del Rav, aplastaba el pan haciendo pequeas bolas con las migas.
Pronto.
Mi mirada se cruz con la de Natn. Una lgrima caa lentamente por su mejilla.
En ese momento, N oem extendi la mano para tomar agua. D ebido a un gesto
demasiado rpido, derram la copa de vino santificado por el Rav durante la bendicin.
Una mancha roja se extendi sobre la mesa.
Es necesario que nos esforcemos en elevarnos hacia la santidad dijo el Rav.
Incluida nuestra familia.
La mirada del Rav se dirigi hacia m. Todos los ojos se clavaron en el Rav, que se
levant sbitamente.
[6]

Era medianoche, era la hora del Tish .

Captulo 5
Volvimos a la sinagoga, donde tena lugar el Tish. Haba unos cincuenta hombres,
vestidos con caftanes negros y con sombreros anchos de piel. El Rav se lav las manos, se
sent a la mesa cubierta con un mantel blanco. Los cantos empezaron, lentos y recogidos,
en la serenidad del Shabbat.
El Rav estaba sentado como un rey en el centro de la sala; todas las miradas dirigidas
hacia l tenan un brillo celeste.
Le trajeron un plato de pescado y lo prob. Los hasidim que lo rodeaban observaban
cada uno de sus movimientos, comentaban cada una de sus palabras, asentan con la
cabeza en cada una de sus bendiciones, cerraban los ojos para concentrarse.
El Rav dirigi su mirada hacia su discpulo Jos, y entonces todos lo miraron.
El Rav mir a mi padre, el macero, y todos lo observaron a su vez.
El Rav consider a Natn, mi marido, y toda la sala dio un largo suspiro.
Despus de tomar un poco de pescado, el Rav pas el plato a sus discpulos, que
comieron los restos, as lo quiere la costumbre.
Las voces humanas se expandan, fervientes, profundas. Los cuerpos se elevaban con
las almas. N atn bailaba y yo vea su cara que me miraba a travs de la celosa. Pareca
posedo por el baile y feliz. Cuanto ms giraba, ms vea su cara, de cerca, de lejos, y no
dejaba de mirarme a pesar de la rapidez, y de pronto, s, de pronto, su alma se elev, y
sbitamente, s, sbitamente, todo se volvi sombro a mi alrededor.
Salimos de la sinagoga y caminamos por las callecitas estrechas de Meah Shearim. Yo
me mantena detrs, a algunos pasos, tal como dicta la costumbre.
Dime, Natn, que has visto?
Por un momento he visto las pginas del Talmud sobre las que haba reexionado
durante horas, y problemas que se resolvan como por ensalmo.
Y qu ms?
Te he visto a ti.
Cmo? Dnde?
Aqu, en la calle, estirada en el suelo.
Se gir lentamente.
Entonces me tom en sus brazos, me estrech y sent cmo temblaba su cuerpo en
los mos.
Esta noche te deseo dijo.

El fuego del baile lo haba exaltado.

Captulo 6
A l cabo de poco tiempo vino el Yom Kippur. La luz se elev sobre la sinagoga; el
[7]

Arca Santa luci bajo el astro de fuego. Mi padre S alomn, el macero, pasaba por entre
las las, con un aire importante que le daba su barba larga y puntiaguda. Envuelto en su
levita, observaba a los fieles a travs de sus gafas redondas de concha negra.
[8]

Rezamos todo el da y ayunamos hasta la hora de la N eilah , ltimo momento del

Gran Perdn en el que debemos concentrarnos muy intensamente para que se nos
absuelva de los pecados y se nos perdonen las faltas. Todos se cubrieron los ojos con las
manos, para pronunciar la oracin: Escucha a I srael, Eterno D ios nuestro, D ios nico.
Mi padre, el macero, lleg cerca del Arca, se puso el chal en la cabeza, cogi la cortina con
la punta de los dedos y se la acerc a los labios. La corri, asi los batientes del A rca
S anta y los abri de par en par. Todos se inclinaron y se levantaron, y todos recitaron con
fervor: Santo, santo, santo, tres veces santo es el Eterno.
En ese momento, mi padre el macero se agach, abri el A rca S anta, sac los rollos
de la Tora, cerr los ojos y sus labios los besaron. Los estrech, los apret contra su
pecho y los sostuvo. Los rollos estaban cubiertos como l de una levita. Y los eles lo
miraban con la cabeza bien alta. Todos se pusieron sus chales de oraciones blancos con
rayas negras en la cabeza y juntos empezaron el rezo de la N eilah. Con los ojos medio
cerrados, se balanceaban suavemente, de atrs hacia delante, de delante hacia atrs.
Todos temblaban al nal del da esperando el toque del cuerno de cordero. El ayuno
haba amarilleado los ojos y chupado las mejillas. Los eles tenan las caras plidas y
transparentes bajo sus barbas negras. Todos esperaban la N eilah, la Liberacin, la gran
[9]

purificacin, el toque terrorfico del sofar y sus cuatro sonidos, tekiah, teruah, terumah,
shevarim. Todos esperaban su toque y sentan miedo en el fondo de su alma. Todos se
esforzaban en pensar en lo ms santo. A lgunos se estiraban la barba, se frotaban las
manos; los hombros suban y bajaban, las cabezas se escondan bajo los chales
blanquinegros. Temblad, amigos, temblad! Pronto, para los que oigan el toque del sofar,
s, pronto ser la hora, la gran hora de la Neilah!
Entonces vi que el Rav se inclinaba hacia su hijo, mi esposo, y le murmuraba algo al
odo. Al verlo, yo tambin tembl.

Captulo 7
Cada mes es lo mismo. Lloro. S uspiro. Espero. Q ue mi ropa interior no est
manchada de rojo. Y cada mes me duele el vientre. La sangre se escapa, sangro, ruego,
lloro. Mis lgrimas mojan el Muro occidental. Como una oveja abandonada, as vago por
las calles. Mis prpados tiemblan, mis piernas vacilan, mis ojos brillan de dolor. Miro a
mi alrededor, no veo a nadie que pueda ayudarme.
Mi madre, que es la guardiana del mikv, el bao ritual, se avergenza de mi
esterilidad. Cada mes, voy a baarme en el agua de lluvia ya que, al cabo de siete das sin
mancha, la mujer debe sumergirse en el mikv cuando cae la noche, despus de que tres
estrellas se hagan visibles.
Me parece que expo algo. S ufro, vomito, me arrastro por el suelo, golpeo la cabeza
contra la pared. Me quedo acostada todo el da. N atn ha encontrado un nombre para los
das impuros. Me pregunta cundo acabar mi enfermedad. N o se equivoca. La
impureza mensual es la enfermedad de la mujer estril.
Pero slo podemos volvernos puros porque somos impuros. Por eso la mujer se eleva
puricndose cada mes. Cuando todo termina, me voy al bao ritual, me desvisto y,
ayudada por mi madre A na, me sumerjo en la cisterna de agua fra, con la cabeza y todo:
es un nacimiento.
Todava nada? pregunta mi madre.
Todava nada.
Pronto har diez aos.
Lo s. Si quiere, Natn puede repudiarme.
Despus camino por las calles, veo a los nios a mi alrededor. Miro a los bebs en
sus cochecitos o en los brazos de sus madres. Veo los grupos de nios, a los pequeos y a
los mayores que llevan a sus hermanos y hermanas menores, incluso a los hermanos y
hermanas ms pequeos. Otros se cogen de la mano, formando una cadena interminable:
pertenecen a la misma familia, son nueve y se llevan nueve meses de diferencia. Yo tengo
veintisis aos y todava no he concebido a uno.
S que est escrito en el texto que el objetivo del amor fsico es la procreacin. S in
embargo N atn y yo no tenemos descendencia. Pronto har diez aos que nos casamos y
soy una mujer sin hijos.
Por nuestro barrio pasan sin cesar nios, responsables o soadores, alegres o tristes,
tranquilos o alborotadores, nias de ojos grandes y nios con papillotes rodendoles la
cara sonrosada. S , en mi calle hay nios de todas las edades y yo no tengo hijos. S oy una

mujer estril.

Captulo 8
Esta maana he ido a la tienda de mi to para hacer las cuentas, porque se es mi
trabajo, gracias al cual gano un poco de dinero. A s N atn puede ir a la yeshiv todo el
da; y yo me siento orgullosa de trabajar para que l pueda estudiar.
A yer, me dispona a salir cuando el telfono son. Era J acob, el amigo de mi
hermana, que quera venir a verla. Pero deba esconderse, porque no es lcito que un
hombre y una mujer se vean antes de ser esposo y esposa.
Mi hermana mayor N ina se cas muy joven, y N oem y yo vivimos nuestra infancia
juntas. N uestras almas son cercanas, pero la ma se estira como una larga elipse,
mientras que la de N oem es una pequea rebelde. La quiero como a m misma y no
puedo negarle nada. Q uiero proteger su talante frgil, que lucha indeciso entre la
desesperacin y la rebelda. Por eso prepar un encuentro entre ella y su enamorado
Jacob.
A l da siguiente, mientras trabajaba en la tienda de mi to, o que llamaba. N oem
estaba all. Lo vio, tal como era, con sus ojos claros y su bella sonrisa; se haba afeitado la
barba, se haba cortado su pelo rubio, muy corto, y ya no tena papillotes. S u cabeza no
estaba cubierta por el capelo de terciopelo negro que indica la pertenencia de los
hombres a nuestro entorno, sino por un capelo blanco de punto.
Se acerc a ella.
Lloras? le dijo.
S e miraron con gran emocin y delidad; sal para dejarlos solos, poniendo cuidado
en no cerrar la puerta, ya que un hombre y una mujer solteros no tienen derecho a
encerrarse en la misma habitacin, as lo quiere la costumbre.

Captulo 9
Cuando volv a casa, N atn estaba all. S e acerc con los brazos abiertos y me apret
contra su pecho.
Eres hermosa. Tan hermosa como cuando te conoc. Eras tan tmida! Te acuerdas,
al principio de nuestro matrimonio?
S. S... Me acuerdo.
N o te atrevas a levantar los ojos! Tena la impresin de que ni tan siquiera queras
mirarme.
Tena miedo.
Yo tambin. N unca haba estado con ninguna mujer. Lo haba reprimido todo
dentro de m. Tena miedo de no satisfacerte.
Me acarici el hombro.
Tu piel tan suave. Tu pelo... recuerdo tu pelo, hasta la cintura.
Ya no lo tengo.
Eres todava ms guapa que cuando te conoc. Me encanta mirarte. N o me canso
nunca de contemplar tu cara. A veces me perturba que seas tan bella. N o consigo
concentrarme en mis pginas de estudio.

S e sent en el borde de la cama, s quit los zapatos y los calcetines. S e desliz bajo
el edredn. S ubi la sbana. Me dijo: Mujer, qu agradable es!. S u respiracin, D ios
mo, su respiracin al comps del movimiento me embriag. Me dijo: Cmo me gusta tu
cuerpo, y me hizo mujer.
D urante un buen rato mir cmo dorma. Estaba transida de fro, transida de miedo,
transida de amor.
Me hubiera gustado tanto darle un hijo. Me hubiera gustado tanto tener un hijo. El
S habbat, ahora, me entristece. Los aos pasan y, para m, es como al principio de nuestro
matrimonio, cuando pensaba tanto en l que quemaba la comida que le estaba
preparando. O pona demasiada sal.
A l principio... se hicieron las tinieblas que recubran el abismo de agua que envolva
la tierra, y la palabra dio la existencia a la luz. Hoy, el candelabro de siete brazos ilumina
el crepsculo, luce en todas las sinagogas para recordar la presencia divina. Y se dice que
si la mujer enciende las velas del Shabbat es para aportar la luz al corazn de la historia.

Captulo 10
Lentamente, con cuidado, la desvisti. I ba engalanada con un vestido de terciopelo
rojo adornado con bordados de oro y plata. Le quit las dos coronas que llevaba y el
collar de plata. Le desabroch el vestido y lo dej caer al suelo. D esnuda, la rode con sus
brazos. La levant, sus ojos sonrieron; la sostena bien alto, bien alto entre sus brazos
mientras la estrechaba con amor. Despus puso los rollos del manuscrito sobre la mesa.
A quella maana, era mi marido N atn quien lea la Tor y yo lo miraba con las
manos sobre la celosa, a travs de los pequeos agujeros del enrejado. A mi lado estaba
mi hermana N oem que tambin miraba la sala de los hombres, absorta. En el lado de las
mujeres se oyen gritos de nios; es difcil or la oracin. Por eso miramos a travs de este
enrejado de madera que nos separa de los hombres, a quienes vemos y quienes no nos
ven, ya que no se les puede distraer.
Es una pequea sinagoga. A ll hay una treintena de hombres que rezan. A lgunos
adeptos estudian y discuten, otros se ponen o se quitan el chal de oraciones y las
lacterias en las cuales se guardan pasajes de la Tor; otros salen y entran, vienen y van,
estn sentados o de pie.
Cada maana, N atn reza; sus labios se mueven lentamente o ms deprisa, su
cuerpo se balancea acompasadamente, su cabeza se inclina, sus ojos se cierran, medita
en silencio.

D ice: A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo, porque has colmado
todas mis necesidades. A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo, porque das
fuerza a I srael. A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo, porque coronas a
I srael de gloria. A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo, porque no me has
hecho nacer idlatra. A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo, porque no
me has hecho nacer esclavo. A labado seas, Eterno, nuestro D ios, Rey del Universo,
porque no me has hecho nacer mujer.

D esde este S habbat N atn est distrado. D esde este Yom Kippur, elude mis
preguntas, evita mi mirada. Cuando le pregunto la razn de su preocupacin, no me
responde. Cuando le cojo la mano, la retira. A veces sale y observa durante un buen rato,
desde la escalinata, a la gente en la calle, a los sastres en sus pequeos talleres, a los
panaderos y a los pasteleros, a los fabricantes de pelucas y de objetos rituales, de
sombreros y de gorras, a los orfebres, a los libreros, y a los viejos rabinos que andan,
cojeando, ayudados de un bastn. Despus entra. A quin espera? Qu espera?
O bservo atentamente su cara llena de luz, sus ojos transparentes, leo en sus labios
prietos, toco sus manos, toco sus brazos. Lo deseo, s. Cuando me roza, mi cuerpo se

estremece. Una noche, me hizo sentar en la cama, y me quit los zapatos. Mis piernas
estaban ceidas por unas medias opacas.
Me las quit, mir mis tobillos y, fascinado, acarici mis pies. Con los dedos de su
mano dibuj la forma de los dedos de mi pie. D espus, tom tiernamente mis pies y los
cubri de besos.
S , lo deseo, s... Mis ojos enrojecen, mis labios tiemblan. Mis ojos lo miran, por la
noche, por el da, mis manos lo buscan, mi boca lo espera, mi corazn late con sus
abrazos.
Amo su olor, el olor de su cuerpo. Es un perfume embriagador.

Captulo 11
El da se levantaba sobre la sinagoga. Los rayos de luz mate penetraban en la
habitacin, iluminando el A rca S anta. D esde detrs de la celosa vi a mi padre, el macero,
con su barba larga y puntiaguda de un blanco amarillento y sus pequeos ojos
penetrantes. Cubierto con su chal blanco, distribuy los libros y los chales de oraciones y
se dirigi hacia el A rca S anta. S e detuvo, se puso el chal en la cabeza. D e repente y con
brusquedad, asi los batientes del armario y los abri de par en par. D espus se
arrodill, cerr los ojos y bes los rollos de la Tor; los rode con sus brazos y los
estrech contra su pecho.
Mi padre se aproxim manteniendo la Tor apretada. Los eles se separaban para
dejar libre el camino y, mientras l avanzaba, se inclinaban a su paso y se llevaban a los
labios un fleco del chal que estaba en contacto con los rollos.
D espus los asistentes esperaron. A lgunos continuaban rezando, salmodiando para
s mismos. Otros meditaban en silencio.
El Rav tom asiento ante la mesa donde se encontraban los rollos de la Tor.
Lentamente comenz a abrirlos a fin de proceder a su lectura.
O a mi padre, el macero, nombrar a los que tenan el privilegio de asistir a la lectura
y de subir al plpito, y o a todos los eles alabar al Eterno, ya que era digno de
alabanzas.
D espus de la lectura de la Tor, mi padre tom los rollos, los mostr a los eles
para que todos los veneraran y los volvi a dejar en su Morada de descanso.
En ese momento, el Rav se levant de la silla y se puso en el centro de la sinagoga.
Todos callaron. Y el Rav habl: anunci que el momento haba llegado y que el Mesas iba
a venir pronto. Los hasidim estaban impresionados por las palabras del Rav. Las
mujeres, que lo escuchaban atentamente, con sus manos frgiles agarradas a la celosa,
temblaban un poco. Y el Rav continuaba, anunciaba que el humo suba y que estbamos
al final de los das y que pronto, s, pronto, sera el fin del mundo!

Entonces vi que el Rav se inclinaba hacia N atn. Vi cmo N atn lo miraba y mova la
cabeza, y su cara entera deca no y sus labios entreabiertos expresaban la clera sorda
de su corazn, y el Rav hablaba y Natn deca no.
S al de all nerviosa. Fuera, un nio lloraba a lgrima viva. Estaba all delante de la
pequea sinagoga, perdido. Una mujer se inclin hacia l y le cogi la mano. Me alej del
barrio.
Camin, camin hasta el casco antiguo, hasta el Muro occidental. La temperatura era
alta. Me mora de calor con la ropa ancha de tela gruesa y con las medias blancas gruesas

que me opriman las piernas, me opriman el corazn, me opriman el alma.

El Muro resplandeca bajo el sol de la maana. S us milenarias piedras blancas se
elevaban majestuosas, y las del suelo, pulidas, brillaban reejando el blanco resplandor
de aqul.

Muro, oh Muro!, dije. A qu tienes mi oracin. Y t, D ios mo, escucha, ven, mi

mano est sobre ti. Ves, aqu hay un hombre. Este hombre no es ms guapo que otro. N o
es ms inteligente ni ms rico. Este hombre es tu estudiante y se llama N atn. Y este
hombre, que no es ni ms bello, ni ms inteligente, ni ms rico que los otros, es el
hombre que t me has dado. Y a este hombre lo he amado. Por favor, no me lo quites. N o
te lo lleves. O me morir.

Captulo 12
Por la tarde fui a visitar a mi madre A na. Mi padre y mi madre viven en un piso de
dos habitaciones, lleno de muebles. N oem, N ina, su beb, sus dos hijas pequeas y sus
dos hijos pequeos estaban all. Tom el t que me sirvi mi madre y lo bendije: Bendito
seas, T que has creado todo con Tu palabra.
Los nios tenan la nariz pegada al cristal y miraban afuera. En la cocina, mi
hermana N oem cortaba afanosa trozos de carne con golpes secos y rpidos, lo que llam
la atencin de los pequeos. Las nias estiraban el cuello y miraban. D espus, se
sentaron cerca de m. Yo pelaba una cebolla. Las lgrimas caan por sus mejillas. S e las
sequ con el faldn de mi vestido.
N oem cort la carne a lo largo, despus dej el cuchillo, cogi los trozos y los aadi
al montn de cebolla cortada en lonchas.
La saqu de la cocina y la llev conmigo a un cuarto. Me mir.
Has llorado me dijo.
Es la cebolla.
No. Has llorado.
Mira, N oem respond sacando un papel de mi bolsillo. He recibido una carta.
Una mujer sin hijos, dice, es como si estuviera muerta.
Quin te ha enviado esto? me dijo Noem.
Lo ignoro. Pregunt a Natn de dnde vena esta frase.
Y?
Proviene del Talmud.
En el Talmud dijo N oem est escrito todo y su contrario. Para cada frase, hay
exactamente la contraria... Cada cual encuentra lo que quiere. A qu, nos hacen creer
muchas cosas y as nos hacen hacer lo que quieren. Y estas leyes durante las
menstruaciones a causa de las cuales se nos trata como a apestadas! N o tenemos derecho
a ser tocadas y todo lo que tocamos se vuelve impuro. N o podemos ni tan siquiera
tenderle un vaso a un hombre. Crees que est escrito en el Talmud todo esto?
Es la ley de nuestros padres. Creo en esta ley, tanto como crees t.
A veces se equivocan, o bien nos engaan. Sabes lo que dicen de nosotras?
Qu dicen?
D icen que la mujer es frvola y que tiene el corazn inconstante. Por eso no tiene
derecho a estudiar el Talmud. Y por qu no tenemos derecho a tocar la Tor?
Tenemos derecho.

N o, quiero decir dijo alzando una silla en el aire cogerla con las dos manos y
levantarla en medio de la sinagoga como un hombre!
Ests loca!
Crees realmente que fue Moiss el que redact estos libros, bajo el dictado divino?
S on obra de una mano humana, pero revelan y se basan en palabras dichas y
transmitidas de generacin en generacin...

Mira a los otros dijo mi hermana. Escuchan la radio, miran la televisin. Los
vemos incluso paseando en coche. Las mujeres llevan mangas cortas. Conducen. Ren. El
otro da, una de ellas pas con los brazos al descubierto. Enseguida, unos hasidim le
tiraron piedras. Crees que es normal vivir como nosotras vivimos?
S, pero...
Raquel, tienes que ir al mdico.
Ya he ido.
N o. N o hablo de nuestros mdicos, no te examinan a causa de nuestra ley. Hablo de
otra clase de mdico.
No quera que un hombre que no fuera mi marido me viera desnuda.

Captulo 13
Por la noche no pude dormir. Esperaba a Natn en mi pequea alcoba luminosa.
Volvi muy tarde pero me levant, me acerqu a l y me acost a su lado. Las sbanas
dibujaban la forma de su cuerpo. S u camisa de dormir dejaba entrever sus hombros
blancos y finos. Haba estudiado, y el estudio se lea en su tez pura, luminosa y serena.
Le acarici la curva del cuello y tambin los hombros; sin embargo, cuando quise
besarlo en la boca, me rechaz. Le dije que no poda dormir, pero no me escuch. Llor,
pero no me consol.

Fui al cuarto de bao. Me desnud. Me mir al espejo. Mis senos y mis caderas
redondeadas eran bellos y atractivos, pero mi cuerpo estril no atraa al hombre que yo
amaba, y ya no tenamos derecho a tocarnos porque nicamente sera por placer, no por
la santificacin del Nombre divino.
Volv a mi alcoba para pasar una noche de insomnio. D ar vueltas y ms vueltas en la
cama, pensar en l una y otra vez, en su cuerpo, en el dibujo extrao de su espalda un
poco arqueada, en su pecho imberbe. Mis senos me dolan de desearlo. S oaba o no s
si soaba, imaginaba que estaba all, cerca de m, pegado a m. Un escalofro me recorri
el cuerpo. No pasaba nada y estaba sola, abandonada.
La disciplina y el dominio de s constituyen la clave de la felicidad. Primero los ojos
ven, despus el corazn desea y al nal el cuerpo peca. Cada maana, N atn se pone las
lacterias para ver la Cara de D ios omnipresente. Cada maana se las ata alrededor del
brazo y se acuerda del N ombre de D ios. Y cada maana piensa en lo importante de la
vida y se pregunta por qu ha nacido y cul es el objetivo de la existencia.
Cada maana, N atn se pone el chal de oraciones que no se quita en todo el da.
Cuenta los nudos de los hilos sujetos a las cuatro puntas del chal. Hay ocho hebras de
hilaza que pasan por un pequeo agujero situado cerca de cada punta; tienen cinco
nudos entre los cuales hay cuatro grupos de devanado. El grupo ms cercano a la punta
tiene siete devanados y los siguientes, ocho y once, respectivamente, lo que suma un total
de veintisis nudos, el valor numrico del nombre de Dios.
Cada noche, N atn se instruye en la sala de estudio donde los alumnos debaten
sobre los textos, en grupos de dos o a veces en grupos de tres o cuatro. El Rav pasa entre
los grupos escuchando las conversaciones y prodigando sus comentarios. Hablan de
bueyes y de campos, de oraciones y de mujeres, hablan de todos los temas. Pero cul es
el sentido de todo esto?
Te acuerdas, N atn? le dije mientras proceda a sus abluciones. La primera vez.
Hace ya casi diez aos.

Acabbamos de casarnos.
Un rayo de sol se pos justo en nuestra cama.
Recuerdas lo que te dije?
Que t queras ser mo para siempre.
S.
Pero yo no saba si esas palabras queran decir para siempre o bien siempre, es
decir, todo el tiempo que estuviramos juntos. Nuestro amor es eterno?
A yer fui a ver al Rav, mi padre. Le ped que mantuviramos una conversacin a
solas. J os, su asistente, entraba y sala, y le entregaba preguntas escritas que la gente
formulaba para pedirle consejo. Pero yo quise estar a solas con l.
Qu le dijiste?
La verdad. D entro de dos das har diez aos que me cas con una mujer y todava
no tenemos hijos. La quiero. Debo separarme de ella?
Qu respondi?
D ijo que el hombre y la mujer juntos obran como creadores, tienen el poder divino
de crear una nueva vida, destinada asimismo a crear nuevas vidas y as sucesivamente
hasta la eternidad. Es ese poder divino lo que fundamenta el matrimonio.
El poder divino no es acaso la relacin que tenemos t y yo? Y el sentido de todas
nuestras leyes acaso no es nuestra unin?
Le dije que te amaba. S u respuesta fue que la procreacin determina de manera
esencial a la humanidad en este mundo. Me dijo que el mundo fue concebido slo para la
procreacin y que este mandamiento dene al hombre como un puente entre D ios, que
es inmortal y no procrea, y los animales, que engendran sin haber recibido el
mandamiento. Hay que prepararse para los tiempos mesinicos dando nacimiento a
todas las almas destinadas a nacer, y el que no cumpla este deber retrasa la venida del
Mesas.
As es como el Rav, tu padre, se expres?
Y Jos ya haba preparado el acta de divorcio.

Captulo 14
Roja como la sangre, la sangre que est ah, por todas partes, en nuestras bocas, en
nuestras venas, sobre estas manos, estas manos manchadas de sangre, sobre esta tela
que froto, que froto indenidamente para quitar las manchas de sangre. Aunque est
prohibido consumir sangre, la carne animal queda siempre impregnada, como si la vida
persistiera, a pesar del desangramiento ritual del animal y a pesar de la sal gruesa en la
que la carne se deja durante toda la noche. O dio esa sangre que mana y que me da
nuseas.
D eslic el pequeo papel en la hendidura del Muro y apoy la cabeza contra ste.
Q ue me bese con los besos de su boca, su aliento en mi aliento. S e dice que el
matrimonio es una santicacin del N ombre divino. La relacin entre el hombre y la
mujer es santa cuando se produce en el momento adecuado y con una intencin decente.
Este es el secreto: cuando el hombre se une a su mujer en la santidad, la unin de sus
cuerpos es un conocimiento. Por eso la relacin entre el hombre y la mujer tiene lugar
preferentemente en la noche del S habbat, ya que ste es el fundamento del mundo y el
reflejo del mundo en las almas.
Me ensean a tener pudor desde pequea: los esposos duermen en camas separadas
y tienen relaciones en habitaciones oscuras, el hombre encima de la mujer, cara a cara.
Algunos dicen que hay que estar vestido al mximo.
En ese caso, por qu nos han cubierto de carne? Por qu nos han fortalecido con
huesos y nervios? Por qu esta piel que me arde cuando me acerco a l? Por qu no
consigo dormir, por la noche, cuando sueo con l? Por qu estos huesos y estos nervios
si no sirven para nada? N o deseo ardientemente tener un hijo; deseo ardientemente
hacerlo.
Esta envoltura terrestre, si slo es un vestido que hay que quitarse cuando cae la
noche, est maldita. Mi frente, mis manos, mis pies, todo mi cuerpo lo desea.
S u torso, su cuerpo, sus ojos oscuros y su boca me obsesionan. A mo sus defectos, su
mal carcter, su cara angulosa y sus manos tan finas. Las quiero sobre m.
Evita mi mirada, elude mis preguntas. S e ausenta de mi lecho. D ice que no tenemos
derecho. D ice que est escrito en la Tor, que el n del amor fsico es la procreacin. La
noche del S habbat, cuando la ley nos ordena que lo hagamos, l se duerme. D ice que no
tenemos derecho, que est escrito. Pero en el texto est escrito que el marido tiene el
deber de satisfacer a su mujer. Y que ella tiene derecho a pedir el divorcio si l no la
satisface. Me ausento de su corazn. Busco su mirada y no la encuentro. Busco y vuelvo a
buscar al hijo deseado y no lo encuentro.

Q uisiera dejarlo sin perder nada, sin perder el amor, aprender a desamarlo... pero no
puedo. La otra noche llor, pero no era un torrente de lgrimas, slo algunas lgrimas
secas, autnticas lgrimas de dolor.
No has comido...
No.
Hace ya tres das, Raquel.
Ya lo s. Hoy he ido al mikv.
S.
Ya no estoy en perodo de impureza.
Estoy agotado. He tenido un da difcil. Quiero dormir. Apaga la luz.
Natn?
Qu?
Piensas que no tenemos derecho a hacerlo?
S.
Si no lo hacemos, cmo vamos a tener un hijo?
Hace ya diez aos, Raquel. No tendremos ningn hijo.
Lo podemos intentar todava. Quizs haya alguna esperanza.
La esterilidad es una maldicin. No lo conseguiremos.
Crees que es el signo de la recusacin de nuestra unin por parte de D ios? Crees
que no estbamos predestinados a casarnos el uno con el otro?
No lo s...
Y nuestra unin? T y yo? No es importante? Es un mandamiento.
A hora busco otra cosa. Estudio. Me parece haber dejado de lado mis estudios
durante diez aos. A ntes de casarme contigo era un alumno notable. Haba desarrollado
la memoria... Ahora ya no es lo mismo. Tengo la impresin de haberme retrasado.
Me acerqu a l, lo abrac, lo bes.
D eja... D eja que te demuestre que no te has retrasado y que D ios aprueba este
matrimonio.
Las dos velas del S habbat, puestas encima de la mesa, se estaban apagando. N atn
dorma en su cama.

Captulo 15
O h, hermana ma! dijo N oem al da siguiente junto a la celosa de la sinagoga.
Aunque nos hagamos todo tipo de preguntas, nadie nos responder. S lo somos
mujeres, no? No se ensea a las mujeres.
No digas eso. Nuestro padre nos ha enseado la ley.

Entonces, por qu? Por qu no puedo amar a J acob, al que tanto he esperado? He
recibido muchas propuestas y cada vez invento un nuevo pretexto. N uestra madre ya no
entiende nada. D ice que es pobre, que no tiene dinero para mantenerme hasta que acabe
los estudios. De hecho, no hace ms que escuchar al Rav... Sabes lo que ste le ha dicho?
No.
Mira, mira el hombre al que me destinan! Ha dicho que debo casarme con Jos.
J os, el asistente del Rav, es un hombre grueso. Cuando reza, el sudor le resbala por
las sienes hasta mojar su libro de oraciones.

Hoy he hecho venir a J acob. Le he abierto la puerta. D espus he llamado a N oem,

que lo esperaba escondida en la trastienda. l se ha acercado a ella y le ha hablado con
delicadeza.
J acob le ha respondido N oem, por qu te has ido? Por qu me has
abandonado? No ves que nadie te perdonar lo que has hecho?
Es cierto, me he ido ha dicho J acob, en contra de la opinin de todos. Cuando
decid hacer el servicio militar, todos mis compaeros de la yeshiv se enfadaron
conmigo. Mis padres no me hablan desde que se enteraron... S bien lo que la gente
piensa de m aqu. S que no permitirn que me case contigo.
No...
N oem, sigo siendo creyente. En el Lbano conoc das, semanas sin sueo, cuando
haca guardia en un tanque. La guerra no es un juego y los tiempos que corren son duros,
muy duros. Pero el soldado que yo era, vestido de verde y con metralleta, cuando poda
iba a inclinar la cabeza al Muro occidental para rezar.
Noem se ha dado la vuelta. Una lgrima le ha resbalado por la mejilla.
Qu pasa? Dime lo que sucede!
Mi madre est conviniendo mi boda con otro hombre.
Cmo? Quin es?
Es Jos, el discpulo del Rav.
Es cierto? me ha preguntado.

Lo es, s le he respondido.
He vuelto a salir. Los he dejado a solas y he cerrado la puerta.

Captulo 16
A quella noche, N atn no fue a la sinagoga. Cuando le pregunt por qu, me
respondi que prefera no ver a su padre, el Rav, porque ste quera que l tomara una
decisin. l no saba si Natn era capaz de hacerlo por s solo.

Me dijo que se senta mayor, que ya no tena mucho tiempo por delante, que ya no
tena ganas de continuar. Me dijo que quera morir con el corazn tranquilo. N atn, no
sientes? N o sientes llegar otra era? N o sientes que pronto pasar algo? Estamos en
otro tiempo! Hay que rezar. Rezas? A yunas? Haces penitencia? D e modo que hay que
decidirse a cumplir con nuestro deber. Conoces la ley. Una hija de I srael tiene como
nico n en la vida traer a este mundo nios judos y posibilitar el estudio de su marido.
D ios ha creado al hombre para que estudie, mientras que la inteligencia le ha sido dada a
la mujer para que participe indirectamente en la vida de la Tor, preparando la comida,
limpiando la casa y, sobre todo, criando a sus hijos. Qu otra alegra puede haber para la
mujer? Los hijos son nuestra fuerza. A s es como los venceremos. A quin?, le
pregunt. A los otros, los impos, los herticos que gobiernan este pas. N uestros hijos
son nuestro futuro, son el futuro de nuestro judaismo. Lo comprendes? Ellos no tienen
hijos y precisamente el futuro nos pertenece gracias a la existencia de los nuestros. Y
por eso es necesario que me sacrique, que te sacriques?, le pregunt. S . Formamos
parte de esta lucha, de este combate por la santidad.
Natn me cont lo que el Rav, su padre, le haba dicho y se acost en la cama.
Sal y fui al Muro. Y, con una mano apoyada en l y la otra en la cabeza, rec.

Captulo 17
En el bao ritual me desvest. Mi madre, la guardiana del bao, me inspeccion, me
cort las uas, aunque ya estaban cortas, y despus me mir todo el cuerpo para ver si no
haba rasguos.
Me examin los hombros, la espalda y el pecho. Me pas la mano por la planta de los
pies; con una lima, me quit las pieles muertas.
Se me hace extrao que el examen sea siempre tan largo conmigo...
A veces la causa de la esterilidad se debe a la falta de respeto por las leyes de la
pureza respondi mi madre. Te has puesto el pao bien a fondo?
S.
Has contado siete das?
S.
Ests segura de que el pao est completamente limpio, sin manchas negras ni
amarillas? Ests segura de haber respetado las leyes de la pureza?
El otro da descubr una mancha en mi ropa interior, pero no tuve la sensacin que
siento normalmente durante la menstruacin.
Qu hiciste?
Fui a casa del Rav y le ense la mancha.
Y qu te dijo?
Me dijo que esa mancha no era ilcita porque no iba acompaada de la sensacin
fsica especfica de la menstruacin.
Entonces estabas en perodo de impureza?
El Rav me recomend que procediera al examen ritual, es decir, que me pusiera un
pao en el interior de la vagina. S i sala manchado de sangre, estaba en perodo de
impureza. Si no, no.
Y bien?
No haba sangre.
Se lo contaste a tu marido?
S. Pero Natn dice que no tenemos derecho.
Pero...
Dime cuntas mujeres ves as cada da.
No lo s... Cuarenta, cincuenta a veces...
Soy guapa y deseable?

Cmo?
Mi cuerpo... es feo comparado con el de otras mujeres?
Dios mo! Lo que hay que or!
Baj por los peldaos del bao hasta que el agua cubri mi pecho. D espus sumerg
siete veces la cabeza. D e esta manera me puriqu, para volver al lado de mi marido tan
pura como el da de mi boda, para transformarme en otra mujer, para volver a empezar
con l nuestra historia desde el principio.
La mujer se transforma en otra cada mes, como la luna, que crece nuevamente
pasados treinta das. Y el hombre la puede ver como una mujer nueva. Es agua de
manantial, es agua de lluvia, y el agua del cielo se une con el agua de la tierra porque es
el agua de la creacin. En el fondo, muy en el fondo, veo el manantial, la unin con toda
existencia. En el fondo, muy en el fondo, hay silencio, un silencio absoluto. Mi cuerpo
cubierto por el agua vuelve a nacer. Con un corazn iluminado, me acerco al
mandamiento de la inmersin; quiero ser el a tus leyes, quiero rogarte que me limpies
de todo pecado y de toda transgresin, de toda tristeza y de todo dolor.
Mi corazn palpitaba de emocin.
Como la rosa entre las espinas, as es I srael. Y qu representa? La comunidad de
Israel, como la rosa, es roja o blanca: vive ora en el rigor, ora en la clemencia.

Captulo 18
S al de casa. Fui all adonde no vamos nunca, a la ciudad nueva. D ej mi barrio.
Camin y camin hasta el barrio impo. A ll, entr en la casa. Haba una habitacin
donde se amontonaban peridicos indecorosos. A part la mirada. Para nosotros est
prohibido tener revistas, libros e incluso radios. Para nosotros est prohibido interesarse
por lo que pasa fuera. N o podemos ir al cine, para no tener la tentacin de cometer malas
acciones.
En aquella sala silenciosa, pens en mi matrimonio, en mi noche de bodas... S aba
que no tena derecho a encerrarme en una habitacin con un hombre. Y menos, desnuda.
El hombre no tena barba ni papillotes. D eba de tener unos cuarenta aos. Era bastante
alto, tena las mejillas blancas, el pelo corto y los brazos descubiertos.
S aba que no tena derecho a hacer lo que haca. N i el profundo desasosiego en el
que estaba justicaba que yo violara as la ley. Me desabroch la camisa blanca, me quit
la falda y las medias beige. En un momento me qued en combinacin delante de l. Me
mir y me dijo que me desvistiera.
Me qued desnuda delante de aquel hombre, como nunca lo haba estado delante de
mi marido. Estaba all, delante de l, a plena luz. Me acost en la camilla y me mir. Me
pregunt si era la primera vez que haca aquello. S . Me dijo que no era nada y que tena
que relajarme. Me palp los senos. D espus me dijo que tena que separar las piernas y,
una vez ms, me coment que tena que relajarme. N unca hubiera pensado que alguien
que no fuera Natn pudiera tocarme as.
Ahora ya puede vestirse me dijo el hombre.
Me vest y me sent delante de l.
Vuelva maana para el resultado de los anlisis.
No puedo le dije.
En ese caso, espere aqu hasta esta tarde. Volver para hablar con usted.
Fui a la sala de espera. Esper y esper.
Vi cmo las mujeres llegaban. Tenan el pelo corto, como yo bajo mi pauelo.
A lgunas estaban embarazadas. O tras estaban muy delgadas y eran muy jvenes. Unas
rean, otras lloraban. A lgunas, vestidas con faldas y blusas de manga corta, lean
peridicos que nosotras no tenamos derecho a leer. Tres horas ms tarde el mdico me
llam.
No hay ningn problema dijo.
No lo comprendo le respond.

Usted no es estril.
Me qued sin palabras mirndolo fijamente. Y l repiti:
S eora, usted no es estril. Todo es normal. A s lo indica el resultado del examen
mdico.
No lo comprendo...
Usted no tiene ningn impedimento para tener hijos.
Fui para saber, pero no para saber aquello.
No fui a verlo para que me diera aquella noticia. Pensaba que quizs exista un medio
para curar mi esterilidad. Q ue mi marido fuera estril, y no yo, era una noticia que me
aterrorizaba. N o poda decrselo, claro est, porque no me estaba permitido ir a consultar
a un mdico. Y aun cuando hubiera podido, no lo habra hecho. N o quera que se sintiera
responsable. N o deseaba que se sintiera humillado. Estaba triste, todava ms triste y
desamparada.

Fui al Muro. Llev la foto en la que lo vi por primera vez. La dobl y la introduje en
uno de sus agujeros.

D espus me fui a casa. N atn ya dorma. Me acerqu a l. Con cuidado, con mucho
cuidado, lo despert.
Esta tarde he estado en el mikv.
S.
Ya no estoy en perodo de impureza.
Estoy agotado respondi. He tenido un da difcil y quiero dormir.
Y apag la luz.

Captulo 19
A l da siguiente, ordeno la ropa blanca del armario donde tambin hay libros y
documentos. Estoy haciendo un poco de sitio cuando, de pronto, al levantar algunas
carpetas, me encuentro con el acta de divorcio que Natn dej ah.
Bajo mis pies, el suelo todava tiembla.
Reno fuerzas, ordeno mis cosas, voy poniendo poco a poco mi ropa, mis medias y
mi libro de oraciones en una maleta. D e pronto, encuentro un pequeo chal de oraciones:
es el de un nio. Lo miro y en ese momento llega Natn.
D esde el umbral de la puerta, su mirada se posa en la ma. Tengo cogido el
pergamino. Se lo alargo. Me lo devuelve. Con las manos temblorosas, me lo devuelve.
S , as sucede: su mirada, desde el umbral de la puerta, se cruza con la ma. N os
miramos hasta el fondo del alma. Miro el pergamino: letras borrosas, letras negras
agrandadas, letras de fuego. S e lo doy. Mis dedos tiemblan, no puedo contenerlos. Mis
hombros tambin. Todo mi cuerpo se estremece. Me toma entre sus brazos. N os
quedamos as durante un buen rato, bajo el umbral, abrazados fuertemente, con amor y
piedad.
A s pues, me voy con la maleta a casa de mi madre. Vuelvo a ocupar mi habitacin,
mi habitacin de soltera. Sueo estirada en la cama. Descanso. Oigo la sangre latir en mis
venas, siento dentro de m tanto cansancio que creo soportar la carga del mundo sobre
mis hombros. Levantarme de la cama me parece un esfuerzo insuperable. Hasta dnde
me hundir?

N atn ya no est a m lado. Ya no se pone las lacterias. A mi alrededor, ya no hay

nada. D nde estoy? Q u hacer? Estoy sola. S oy una mujer repudiada. Un hombre
nacido para el mundo entero no est interesado en comprometerse en la unin de un
matrimonio estril. S u santidad. Eso es lo ms importante. S u elevacin espiritual. Pero
cmo puede aceptar separarse de m? Cmo puede creer en la elevacin si se nos
separa as?
Me despierto, enrojecida por las uas que me clavo en la piel. S ufro por la vergenza
que no quiero que l padezca. Tengo la impresin de haberme convertido en un
monstruo para los dems. Todo el mundo me mira, me seala, me critica.

Lo hago todo para olvidarlo. Me refugio en la oracin e invoco el nombre de D ios.

D igo: Mi amparo es N atn. Mi roca es l. Y mi felicidad. Mi auxilio al amanecer es l. M
luz es l. S lo l puede levantarme el nimo. S lo l puede hacerme tan feliz como una
madre de familia. Hace que me sienta fuerte y segura. Es mi albor al amanecer, mi llama

secreta en las tinieblas.

Cmo olvidarlo cuando lo deseo? D eliro noche y da. Lo deseo todava, lo he
deseado desde el primer momento, es mi oracin nocturna. Y estoy celosa, y los celos me
devoran. Estoy resentida con l. l es quien lo ha roto todo; ha roto nuestro amor, ha roto
su promesa. Ya no me ama. l cree que ya no le sirvo para nada. D e modo que me tira, se
deshace de m, avergonzndome en pblico. Lo tenamos todo y lo hemos perdido.
N uestra madre dice que cuando un zorro cae en una trampa, se corta la pata con los
dientes para liberarse. Pero yo no puedo perderlo. N o puedo separarme de l. Q uiero
verlo. Lo espo. Estoy ah, en la puerta de la sinagoga. Me pongo delante de sus ventanas,
mis ventanas. Miro las sombras porque soy una sombra. Me escurro en la noche
indenidamente. Yerro por las calles de Meah S hearim, sin rumbo. Ya no tengo casa. Ya
no tengo a nadie. Mi cuerpo me duele de tanto pensar en l. Lo aoro, s, y mi carne lo
aora. Lo deseo y este deseo me abrasa la piel.
Me levanto con lentitud. En la cocina de mi madre hay platos sucios en el fregadero.
A grupo las tazas de caf y las pongo unas encima de las otras. Cojo la pila inclinada de
las tazas y el recipiente de caf vaco que est sobre el sencillo parqu despojado de
barniz y lo pongo todo en la cubeta. Lavo los platos. El contacto con la vajilla me produce
un efecto extrao. Las lgrimas se deslizan por mis mejillas, sin parar. El agua, que est
ardiendo, cae en las tazas. S igue y sigue saliendo y lloro a lgrima viva como el agua que
corre.
Me habra gustado tanto que hubiera estado aqu...

Captulo 20

Mi hermana N oem ha venido a visitarme. S e mete en la cama, a mi lado. Me acaricia

el pelo, los ojos, las mejillas. S us pequeos ojos oblicuos ya no sonren. S us pequeos
luceros sesgados ahora estn tristes y atormentados.
Sabes lo que dicen? Dicen que la prxima semana se celebrar mi boda con Jos.
S e levanta y esboza un paso de danza. D espus coge una mueca y da vueltas
alrededor como si las diera alrededor del esposo, siete veces alrededor de la torre que es
el prometido de la prometida, el esposo de la esposa.
Mi boda con Jos!
De repente, se deja caer en la cama con su mueca desmembrada.
Es lo que dicen, pero... sabes una cosa? S oy una chica maja, no? Bueno, de
acuerdo, no me gusta mucho cocinar ni limpiar la casa pero... pronto aprender
contabilidad como t para ganar dinero con el n de que mi marido pueda estudiar. Y
me cortar el pelo y me pasar la vida embarazada y... Voy a entregarme a J acob antes de
la boda. As Jos ver que ya no soy virgen y me repudiar. Vas a ayudarme, no?
Un llanto aigido recorre su cuerpo menudo y delicado. La rodeo con mis brazos y la
beso.
Muy bien dice. Esto es la morada del demonio, la guarida de todos los pjaros de
mal augurio que sacian la sed de las naciones de su vino de furor. O dio a S us criaturas.
Odio Su creacin. Lo odio!
No le he respondido.
Dime, dime cmo es la primera vez... Cmo fue tu primera noche con Natn?
Explcamelo. Nunca me lo has explicado.
Me acaricia y me ata el pelo con ternura. S us pequeos ojos rasgados sonren
inquietos e insistentes.
Cuntamelo.
Por la noche le he murmurado al odo, me reun con mi esposo en la cama... Me
desabroch el vestido blanco, me quit la combinacin... N os quedamos juntos,
acostados en la cama de la alcoba...
Mi marido se quit los zapatos negros que albergaban sus pies, despus, las medias
negras... Hizo caer el pantaln... S e quit la camisa blanca, y bajo la camisa... D ud antes
de quitarse el pequeo chal de oraciones: es el signo de la A lianza... N o conoca la ley en
ese aspecto... S e haba anudado el cordn alrededor de la cintura para que la parte
directiva del cuerpo y la parte prosaica se separaran... Lo deshizo y apag la luz...

Estbamos en la penumbra...
Y entonces, qu.
Empez a hablarme, alabando mi corazn y apaciguando mi alma. Me dijo palabras
que me condujeron al deseo, a los abrazos y al amor. Mi cuerpo se sinti atrado por sus
palabras de gracia y seduccin. N o me forz. Me acarici el cuerpo y me conoci. S e
introdujo en m por la va del amor y del consentimiento.
Me callo. Sus ojos pequeos y sorprendidos me miran fijamente.
Levntate Raquel me ha dicho mi hermana. Levntate.
Me levanto. Camino por la calle, por mi calle, hasta llegar bajo su ventana, mi
ventana. Q uiero decirle que vuelva a m y que sea mo, o ms bien no: ms bien quiero
decirle que no debe volver a casarse, que debemos estar juntos, que no tenemos eleccin,
pero de mi boca no salen palabras y no puedo decir nada, no puedo hablar. Q uiero
decirle que busco consuelo a su lado. Q uiero decirle que ya no tengo nada, que estoy a
merced de todos. Y busco proteccin en mi marido, pero ya no tengo marido. Q uiero
decirle todo esto pero no puedo porque no salen palabras de mi boca y mi boca es estril.

Captulo 21

Hoy es el da de la boda de J os y N oem. Bajo la carpa, los novios se reunirn con el

Rav y mi madre. El novio ofrecer a la novia una alianza. D espus bebern juntos la copa
de vino. La esposa, segn la costumbre, dar siete vueltas alrededor del esposo y la esta
empezar.
Lo recuerdo. Veo a los novios juntos bajo la carpa, con el Rav, mi padre y mi madre.
Veo al novio ofrecer el anillo a la novia, los veo beber la copa de vino. Veo a la esposa y al
esposo y veo, s, veo a la esposa dar siete vueltas alrededor del esposo, su esposo, y la
esta que empieza. Los hasidim bailan, bailan a su alrededor la danza del amor, la danza
del olvido, la danza de la muerte.
Veo romperse la copa. Ya no s qu me recuerda.

A ntes de la boda, todos se ponen alrededor del Rav y ste habla. Y anuncia: El
pueblo que andaba en las tinieblas ver una gran luz. l est ah, pronto estar ah, entre
nosotros, os lo digo, os lo prometo. As habla el Rav.
Todos esperan la llegada de la novia. Pero la novia no llega.

A ntes de la boda, N oem se ha levantado. S e ha vestido. S e ha pintado los labios. S e

ha desordenado el pelo, su bonito pelo que se haba cortado para la boda. S e ha doblado
las mangas como las mujeres en la sala de espera del mdico. D espus se ha mirado al
espejo y ha rechinado los dientes.

Ha salido. Ha caminado y caminado sola por al calle. Ha llegado al barrio impo. Ha

entrado en un bar. En esa atmsfera llena de humo, los hombres y las mujeres hablaban.
Una mujer maquillada cantaba. Los hombres la escuchaban.
Una mujer la ha mirado. Noem se ha dirigido hacia ella.
La mujer se le ha acercado y le ha tocado el pelo.
Y bien, guapa, quieres divertirte? Ven, que te voy a presentar a otros dos o tres
desvergonzados.
Cuando J acob ha llegado, mi hermana N oem se ha dirigido hacia l, lentamente.
Ella le ha tendido la mano. Es a l a quien quera ver.
Cuando volvi a Meah Shearim, era demasiado tarde. Jos la esperaba en el umbral.
De dnde sales? Has visto la hora que es? le dijo.
Ella no le respondi.
Dnde est tu pauelo? Y tu vestido de novia?
Ella no le dijo nada.

Vas a decirme de dnde sales o qu?, Vas a decrmelo?

l la cogi por el brazo.
Q u te pasa? Q uieres arruinar nuestras vidas? S abes lo que se les hace a las
mujeres adlteras? le grit. Lo sabes? Puta!
Tena los ojos tan negros como un profundo abismo.
Se acerc a ella.
Ella lo mir sin miedo.
Juro ante Dios que voy a matarte!
Entonces mi hermana N oem vino a nuestra casa. Vino para verme y contarme su
historia. Me bes y se fue con Jacob. Era a l a quien quera.

Captulo 22
Por la noche, sueo con N atn, lo llamo. A mi alrededor arden las llamas. Mi corazn
alberga la sonrisa de sus labios, como el da en el que lo vi por primera vez... Fue en
nuestra boda. D i siete vueltas alrededor de l sin dejar de mirarlo y le sonre... El hombre
con el que me cas... Un rayo luminoso se pos sobre nosotros mientras nos
abrazbamos en la alcoba. La ventana pequea estaba entreabierta, la cortina palpitaba
suavemente y corra aquel viento, la brisa de J erusaln. S in D ios, el hombre y la mujer
son llamados a consumirse mutuamente. Pero si dejan entrar en sus vidas al N ombre,
pueden formar un todo nico, enlazadospor el vnculo invisible que crea una unidad, una
unin eterna.
Recuerdo nuestra noche, nuestra noche de bodas. Tena miedo del hombre que iba a
adentrarse en m. N o saba qu hacer con mi esposo, no saba qu decirle: que tena
miedo, que estaba aterrorizada o sas son cosas que no se dicen? Era normal? Era
extrao? A los diecisis aos ya no era tan nia. S alvo mi madre, nadie haba visto mi
cuerpo. Tena miedo de que mi esposo me mirara y de que me tocara, sobre todo en mis
partes ntimas. La idea me pareca insoportable y a la vez produca en m un cierto
escalofro.
Por la noche, estaba en la cama con mi esposo. Me desabroch el vestido blanco y se
quit la camisa. Estbamos juntos, acostados en la cama de la alcoba.
Como todo el mundo, mi marido tiene largos tirabuzones a ambos lados de la cara.
N o se quita ni de da ni de noche el capelo de terciopelo negro que cubre
ampliamente su cabeza, ni cuando se pone el sombrero.
Estbamos en la penumbra: la desnudez de mi marido podra haberme asustado. S in
embargo, verlo as me caus un sentimiento de sorpresa, pero no de miedo. Mi corazn
se sinti atrado por sus palabras halageas y seductoras. Mi cuerpo se acerc al suyo.
S egu un cursillo para mujeres que van a casarse. Conoca todas las leyes. El hombre
tiene que estar encima de la mujer, uno frente a otro. La habitacin, a oscuras. El hombre
tiene prohibido besar a la mujer en sus partes ntimas. Y algunos prescriben que hay que
estar vestidos. S in embargo, dicen que nosotros, los fundadores de la Tor, pensamos
que D ios lo ha creado todo segn el decreto de S u sabidura y, por consiguiente, no
podemos pensar que ha creado algo feo o vil. Esto es lo que nuestros sabios declararon:
En el momento en el que el hombre se une a la mujer en la santidad, la presencia divina
est entre ambos.
Por la noche, estaba en la cama con mi esposo. Me desabroch el vestido blanco y se
quit la camisa. N o me forz. Me acarici profundamente. S u corazn sobre mi corazn

tena el color de la arena, el color de la miel, el color del da. Era blanco como las noches,
las noches de amor al terminar el simple y cotidiano da, como la espuma blanca del
agua. Era grato y tierno, como el agua que baa el cuerpo puricado. Brillante como la
corladura. Radiante bajo el fulgor del alba.

Fue en la penumbra. S e me acerc, me acarici suavemente, me recost. S ent su

alma. Mi cuerpo, ligero, se elev poco a poco por encima del mundo. Vol, me par y
ot. Me dijo: A bre los ojos. Y los abr. Me dijo: Mrame. Y lo mir. Me dijo: Raquel
te quiero para siempre.

Captulo 23
Paciencia, paciencia, A mado mo, estoy ah, voy a reunirme Contigo, voy hacia Ti.
Yerro por las calles. Pronto llegar el alba. Ya es hora de que vaya a rezar. La oscuridad
ha dado paso a la luz y apunta el da. Los leones dorados, sentados, se alejan, se alejan, se
alejan. El macero pasa por entre las las y se dirige lentamente hacia el A rca S anta. S e
para, se pone el chal en la cabeza, coge la cortina con la punta de los dedos, se la acerca a
los labios y la corre despacio. Lentamente, ase los batientes del Arca Santa.
Enfrente de m est N atn al que miro emparedada detrs de la celosa, con las
manos aferradas a la madera. Pienso en l, en todos los sueos en comn, en el nio
deseado. Me dejo llevar por el ensueo, no lo puedo evitar. Miro cmo reza N atn; ahora
que rece, que se refugie en la oracin, que se eleve solo ya que no ha podido hacerlo
conmigo, que acceda a la cima de la colina, solo, tal y como l lo ha querido, que descubra
por s mismo si all arriba, bien arriba, obtiene lo que crea ver desde abajo, sin m. N o
lloro, es el nal: me han amado, amado y adorado, amado y seducido, tiempo atrs, lo
recuerdo, tiempo atrs, tiempo atrs...
He tirado toda mi ropa, he tirado mi ropa y tambin he pedido limosna con la
mirada, he perseverado ante la ms mnima esperanza, he incensado, he esperado, he
dejado de esperar, he lavado la herida, esa gran sed de amor, he luchado, he contenido
las lgrimas, he cambiado, he reaccionado, he envejecido, he dado todo lo que ya no
tena, lo he abandonado todo, lo he perdido todo, lo he abandonado todo, no tena
miedo, lo he cambiado todo, incluso yo misma he cambiado, he vivido en los recuerdos,
no he renegado del pasado, he seguido el hilo de la memoria, he propagado las palabras
de amor, he meditado durante mucho tiempo sobre la muerte del amor, he amado tanto,
tanto, y lo he perdido todo. Camino en la oscuridad, ya no me quedan ms fuerzas. N os
vamos deprisa, de repente, o bien no nos vamos nunca, nos vamos sin avisar, la masa an
no ha subido, el pan de libertad es un pan cimo, un pan blanco y plano, un pan sin
gusto, como la libertad lo es al principio, un pan de sufrimiento, nos liberamos de
nuestras cadenas, por la noche y sin avisar, nos liberamos brutalmente o de ningn
modo, y a m el fro me ha sorprendido, y es el nal del amor, me han amado, es el nal
del amor, amado y adorado, es el final del amor, amado y repudiado.
Y as, mi padre, que est de cara al A rca S anta, se da la vuelta para dirigirse al centro
de la sinagoga. Y desde all quiere hablar, decir algo, pronunciar un discurso, pero los
hasidim no lo escuchan y sus caras no prestan atencin a las palabras de un macero.

Pero mi padre, el macero, habla. S e expresa ante todos. Habla de la Tor y del santo
Mandamiento de unin entre el hombre y la mujer. A rma con vehemencia que D ios
est presente cuando el hombre se une a la mujer en matrimonio y que nadie, no, nadie,

puede separar a la mujer del hombre con el que comparte su vida.

D e modo que todos callan y escuchan las palabras del alterado macero. Todos,
excepto el Rav, que se vuelve para mirar a su hijo.

Captulo 24

Maana se celebrar la boda de N atn y La, hija de Rubn. Los novios se reunirn
bajo la carpa, su carpa blanca, blanca como el S habbat, blanca como el abrazo de los
esposos durante el S habbat, blanca como la paz del S habbat. Blanca como la harina que
amaso para hacer los panes del S habbat, blanca como la masa, que se me pega en las
manos cuando intento hacer una bola compacta para el pan y que sube una vez
fermentada. S , blanca como esa masa que hago para el pan del S habbat y que trabajo sin
descanso para darle una forma an ms bonita, redonda y perfecta. Blanca como la llama
de las velas que merma antes de azulear. Blanca como el sebo que se derrite alrededor de
las mechas viviendo su ltimo instante, como las llamas de las velas que se alargan, y las
mechas que se doblan, y el resto de sebo que se funde y se desliza hilo a hilo, en la noche
del S habbat. Q ue la oscuridad se instale, que las sombras se agranden y que las parejas
se abracen! Blanca como el agua del bao ritual que me cubre los hombros y el pecho, y
la espalda, que hay que examinar para ver si no hay rasguos, rojo sobre blanco, y
psame, psame una vez ms la mano por la planta de los pies y por las uas de las
manos, y psame, s, psame una vez ms la mano por la espalda. S , me he puesto el
pao bien a fondo, s, he contado siete das, s, el pao estaba completamente limpio, sin
mancha. Por qu el examen dura tanto conmigo?
D ueo del mundo, practico, con toda mi buena intencin, el cumplimiento de la ley
de la inmersin para obtener la pureza. La busco. Q uiero ser el a Tus leyes. Como el
agua del bao que me purica, rezo para lavar mis pecados y mis faltas, y de este modo,
toda la tristeza que habita en m. Me sumerjo en tu agua blanca, cierro los ojos, me quedo
en el fondo, muy en el fondo, porque ya no quiero volver a subir; las grietas negras de la
cisterna y el agua clara son mi chal, mi chal de oraciones... En lo ms profundo, me cubro
con el chal de agua, de rayas negras o azules, como los renglones trazados en una hoja
blanca. Cojo los flecos y cuento el nmero de nudos y de ribetes: veintisis.

Captulo 25

D e mi boda no queda ms que la sbana. Me la he trado. La miro con atencin. La

cojo, me estiro cuan larga soy en la cama y me la pongo encima. Cubierta con la sbana,
me levanto. O tra mujer en mi lugar, en mi casa, en mi cama, con mi marido. Me es
insoportable. S us brazos blancos, tan blancos, su torso blanco, su vientre y despus todo
lo dems..., a travs de la sbana, todava los veo, los siento en mi cuerpo. La sbana tiene
su olor, el olor de su cuerpo.
Es medianoche. Me levanto y camino como una sonmbula. Yerro por las calles.
Caminando, sueo con l, lo llamo desde mi corazn, donde todava albergo la sonrisa de
sus labios, como la que descubr cuando lo vi por primera vez. S , un rayo de luz, que nos
iluminaba con su blancura absoluta, se pos sobre nosotros.

Hace diez aos. Me acuerdo de mi noche de bodas. Mi sangre salpic el vestido. Lo

lavar, s, lo lavar en un lugar santo. Me he vuelto a poner el vestido de lino. El fuego del
altar arde sin consumirse, as lo exige el precepto. En el lugar donde l me am, me
inmolar y as estaremos juntos por toda la eternidad.
A s transcurre la vida, unas veces blanca, otras veces roja. Blanca como la or de lis
como la alcoba como la piedra blanca de J erusaln. Roja como la fruta roja como el sol
erubescente roja como la clera roja como la sangre que cubre las sbanas blancas.
Blanca como las sbanas y los velos del matrimonio... Blanca como el alma de mi marido,
hilo blanco con el cual tej mi vida. Blanca y roja como la sbana como el velo agujereado
el sudario que envuelve mi cuerpo para siempre. Blanca como la frente lvida de la mujer
abandonada, como el sudario, su sbana, como la cortina sobre nuestra cama de
matrimonio,
velo sbana vestido femineidad
canto y alma
as soy yo.

Captulo 26
Paciencia, paciencia, A mado mo, estoy ah, voy a reunirme contigo, te deseo, quiero
morir de amor. S algo, me cuelo por las calles estrechas. S oy casi un fantasma. Ya no
quiero hablar ni responder. Me encamino hacia el silencio. Caminando sueo contigo,
desde el fondo de mi corazn te llamo. En mi corazn habita la sonrisa de tus labios,
blanca como el S habbat, como las cien puertas hierticas, como la piedra de J erusaln,
como la luz del signo inefable.
Me levanto, camino, es medianoche, voy a mi casa, a tu casa, a nuestra casa, me
acuesto a tu lado, en la alcoba, en mi sitio, en su cama, mi cama, nuestra cama. Tus
brazos blancos, tan blancos, tu torso blanco, tu vientre, tus manos, los beso. Me estiro
cuan larga soy a tu lado, estrecho tu cuerpo. Ya no quiero volver a levantarme, aspiro a la
muerte y la muerte me ansia, no puedo luchar, me arrastra una gran fuerza, quiero morir,
quiero morir, ya que slo la muerte puede igualar nuestro xtasis y nuestro xtasis fue
fuerte como la muerte, voy a estirarme, subyugarme, apagarme cerca de ti, mi ltimo
aliento ser para ti, oh, t, mi luz, me sumerjo en las profundas aguas de tus besos, me
quedo en el fondo, muy en el fondo, donde el agua es clara como el chal de oraciones, veo
cmo me cubre, cmo me absorbe, cmo me arrastra para no volver ms, paciencia, ya
voy, en la nave de arcilla puesta en franqua, arrebatada por el torrente de lgrimas secas,
me adentro hacia la oscuridad, voy hacia ti, una vez ms, djame beberlo una vez ms, el
vino del amor, el vino de la muerte, djame colarme en la alcoba que es nuestra carpa,
nuestra carpa de citacin, por la noche hasta el alba, que me queme, que el fuego del altar
me lleve, me he quitado el vestido de lino, estoy cerca de ti, estamos juntos para siempre,
as ha transcurrido y terminado mi vida, blanca como los velos del matrimonio, como la
cisterna de lluvia, el cuerpo que cubre mi cuerpo, unida a mi A mado, en su interior, as
muero de amor
as muero

***

RESEA BIBLIOGRFICA

Eliette Abcassis

El 27 de enero de 1969, Elie e A bcassis nace en Estrasburgo, en una familia judia

sefard de origen marroqu. S u padre, A rmand A bcassis, profesor de losoa en la
Facultad de Burdeos, es uno de los mayores pensadores contemporaneos sobre el tema
del judasmo. Es el autor de la obra Pensamiento judio. Crece as, Elie e en un ambiente
de religin y cultura judas, siendo ella muy practicante.

En 1993, consigue la licenciatura en losofa en la Facultad Herni I V de Pars y en

1996 publica su primera novela Qunram. Una novela policiaca metafsica, donde un joven
judio ortodoxo investiga sobre unos misteriosos homicidios relacionados con la
desaparicin de manuscritos del Mar Muerto. Tendra un xito inmediato. S e venden mas
de 100.000 ejemplares y el libro se traducir en 18 idiomas. Un ao despus publica El oro
y la ceniza y comienza a impartir clases de losofa en la facultad de Caen. En 1998 se
traslada durante 6 meses al barrio ultra-ortodoxo de Mea S hearim en J erusalen, para
escribir el guin de Kadosh, una pelcula israel de A mos Gital que fue nominada en
Cannes para el mejor guin. En este guin se inspir su novela La repudiada (2000).
En marzo de 2001 recibe el premio de los Escritores Creyentes (concurso creado en
Francia en 1979) y en junio de ese ao se casa en J erusaln. A ctualmente, trabaja en la
realizacin de la tercera parte de su serie metafisica comenzada en 1998.
La Repudiada
La repudiada nos lleva al corazn de Meah S hearim, el barrio de los hasidim, los
judos ortodoxos de J erusaln, para contarnos la historia de una mujer joven repudiada
por su marido por no haber podido darle un hijo. La autora nos describe un retrato
profundo y sensible de una mujer sometida a un claustrofbico integrismo que la obliga
a cumplir resfriadamente la ley en nombre de Dios.
La repudiada es una novela breve, y precisamente es en su concisin en donde
encuentra toda su fuerza y belleza dramticas. Un doliente testimonio lleno de poesa y
de pasin destinado a mostrar a los lectores la cara terrible del fanatismo religioso.
La protagonista nos habla en nombre de todas aquellas mujeres amadas y

abandonadas por integrismo religioso o rechazo social. Un canto de desamor imposible.

Le Matin

***

REFERENCIAS
[1]

M iembro del hasidismo, comunidad juda ortodoxa inuida por la Cbala y de carcter proftico. Visten siguiendo
un estricto ritual y viven en comunidad. (N. de la T.)
[2]
Intrprete y estudioso de la Tor y el Talmud, jefe espiritual de los hasidim, de notable influencia. (N. de la T.)
[3]
Escuelas de estudios religiosos superiores. (N. de la T.)
[4]
Fiesta de la expiacin o del perdn. (N. de la T.)
[5]
Sombrero de alas anchas que llevan los hasidim. (N. de la N.)
[6]
Cena que los hasidim hacen los viernes por la noche, despus de la cual cantan y bailan arrebatadamente. (N. de la
T.)
[7]
Santuario donde se guardan las Tablas de la Ley. (N. de la T.)
[8]
Oracin final del Yom Kippur. (N. de la T.)
[9]
Cuerno de carnero con el que se tocan durante la Neilah los cuatro sonidos de puricacin que indican el nal del
ayuno. (N. de la T.)