Lelia Area - Las Tablas de Sangre de José Rivera Indarte

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The Colorado Review of Hispanic Studies | Vol.

4, Fall 2006 | pages 189204

Proferir lo inaudito:
Tablas de Sangre de Jos Rivera Indarte
Lelia Area, Universidad Nacional de Rosario-Fundacin
del Gran Rosario
Rosas fue lo que el pueblo argentino quiso que fuese.
A ntonio Zinny, Historia de los gobernadores de las provincias argentinas

Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente


pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible.
Jorge Luis Borges, Tema del Traidor y del Hroe

I. Preliminar
El movimiento de independencia hispanoamericano, lejos de conducir a
la organizacin de estados independientes, instal a las nuevas naciones
en un estado de guerra, producto de la imposibilidad de consolidar algn
tipo de proyecto hegemnico por parte de las facciones en pugna. Esta reduccin a guerra se dio, no slo, en el campo de batalla sino quecomo
es posible de pensarse proyect al mismo espacio discursivo, haciendo
que la palabra se constituyese en un arma ms para la eliminacin del enemigo. Tomando ora la pluma ora la espada, de acuerdo a una tradicin
hispnica de largo arraigo, el liderazgo poltico se materializ entonces
a travs de una profusa productividad discursiva que, desde nuestra
perspectiva actual, llena los intersticios de la accin militar y da sentido a
los avatares de la lucha.
En este contexto, el lenguaje fue una herramienta fundamental para convencer de la verdad de una realidad queparadjicamenteno para todos
era ni tan real ni tan verdadera. Sera posible decir, entonces, que las naciones surgen desde la ciudad escrituraria que postul ngel Rama en La ciudad
letrada (1984); aunque slo algunos lo supieran. Los caudillos, y a su modo
tambin los escritores, lucharon para concretar una independencia que no
todos deseaban. As, el lenguaje no solamente se limita a demarcar una reali189

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dad, sino que se convierte en un acto de poder en la medida en que tanto persigue crear la realidad cuanto imponer una nacin donde algunos creen que
no existe, enterando a los dems por el mismo acto de la palabra todopoderosa. De esta suerte, la palabra escrita en Amrica, desde la Conquista en
adelante, sera un instrumento de poder al servicio de las clases dominantes,
ya se llamaran espaolas, criollas, siervas o liberales (DAlessandro).
Es precisamente en este marco que me interesa evocar la polmica
sentencia de David Vias cuando planteaba que la literatura argentina
[comenzaba] con [Juan Manuel de] Rosas (Literatura Argentina 4) para
situarla simblicamente en una librera facciosa donde se funda, en 1837,
el Saln Literario; percibido como el lugar de convocatoria a partir del cual
se armaron las fronteras intelectuales de una generacin poltica que produce y se produce desde lo literario. Una generacin fundada como una escena de lucha de polaridades antitticas desde donde inscribe un territorio
escindido, desgarrado en el que el escritorel letradocumple un papel
de desconcierto poltico que, al mismo tiempo, produce una revolucin
cultural.
Aclaremos un poco esta afirmacin. En 1837 hace dos aos que Juan
Manuel de Rosas ha llegado por segunda vez al poder, en este caso como el
indiscutido jefe de su provincia de Buenos Aires y de la faccin federal en
un desunido pas. Su victoria se aparece a todos como un hecho irreversible y destinado a gravitar durante dcadas sobre la vida de una nacin
en formacin. Es entonces cuando un grupo de jvenes provenientes de
las elites letradas de Buenos Aires y el Interior se declaran destinados a
tomar el relevo de la clase poltica que ha guiado al pas desde la revolucin
de Independencia hasta el fracaso del intento de organizacin unitaria de
18241827; fracaso evidente, si se evala el triunfo en el pas y en Buenos
Aires de los amenazantes jefes federales. Frente a ese grupo unitario relegado por el paso del tiempo y aniquilado por el fracaso, se erige un nuevo
grupo que se autodefine como la Nueva Generacin.1 Si ese fracaso unitario
puede ser ubicado en el fatigado espacio de supervivencia del Iluminismo,
la Nueva Generacin se coloca bajo el signo del Romanticismo y por lo
tanto se considera mejor preparada para asumir la funcin directiva.
En este marco, la idea de la soberana letrada, justificada por la posesin exclusiva del sistema de ideas de cuya aplicacin dependiera el cuerpo
poltico (y no slo poltico) de la nacin explica el entusiasmo con que la
Nueva Generacin asume de Victor Cousin el principio de la soberana de la
razn. Esteban Echeverra convertira esta conviccin en doctrina cuando
en 1838 escribe el Credo de la Joven Generacin. De esta suerte, la avasalladora pretensin de constituirse en guas del nuevo pas (y su justificacin
por la posesin de un salvador sistema de ideas que no llega a definirse con
precisin) estuvo destinada a alcanzar indudable influencia (aunque no
evidente en lo inmediato). Heredera de ella era la idea de accin y enfrenta-

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miento polticos, las que para encontrar su justificacin, debieron plantearse como imposicin a una Argentina que en treinta aos de revolucin no
haba encontrado su forma.
En 1837 la Nueva Generacin se percibe a s misma como la nica gua
poltica (posible) de la nacin. Pero . . . est Rosas. Rosas que representa el
nicoy ltimoobstculo para el advenimiento de una etapa utpica
de paz y progreso. Adolfo Prieto defini claramente este momento de la
historia argentina como
un verdadero trauma de la conciencia colectiva, un golpe que escindi a la
sociedad en rprobos y elegidos, condenando a los dos sectores a la mutua
recriminacin, [situacin que] la literatura de esos aos agigant y volvi
ms espesa la sustancia de un conflicto tpicamente maniqueo, y la literatura posterior, desgajada de las bases histricas y sociales que le dieron origen continu, sin embargo, reviviendo en la conciencia colectiva las viejas
tensiones del conflicto. Rprobos y elegidos otra vez. Rprobos reducidos
al silencio y a la postergacin sistemtica. Elegidos que poseen la verdad
nica y la direccin exclusiva del proceso social (Prieto 37).

La figura demonizada de Juan Manuel de Rosas se diseara a travs de


los tonos de una biblioteca facciosa2 cuya funcin patrimonial fue exponer
desde sus anaqueles los ejemplares constitutivos de un canon beligerante
y organizador de una memoria resentida y rencorosa de nacin. Esta memoria se constituye a partir de un proceso de novelizacin, cuya pretensin habra sido armaren el doble sentido del trminoel modo de leer
agnico del Gran Antagonista 3 de su poca. Gran Antagonista como efecto
de un montaje cuyas trazas imaginarias se entrecruzan, inficionan y contaminan de auctoritas pblica y privada mientras construyen ese modo de
leer maniqueo y tautolgico, a la vez, llamado Rosas.
As, la figura de Juan Manuel de Rosas aparece en el imaginario del siglo
XIX como una representacin encarnada en el nombre contaminante tanto
del cuerpo poltico como del corpus literario de un canon faccioso, conservatorio y traductor de los tonos rencorosos y resentidos con que la violencia
poltica se inscribi en el espacio literario. En nuestro caso, resulta ms
que interesante constatar cmo esta afirmacin se ve resignificada, curiosamente, desde las brillantes evaluaciones de un historiador como Emilio
Ravignani, cuando afirma que:
De Rosas puede decirse lo que el historiador Albert Vandal dijera de
Bonaparte: la leyenda precedi a su historia. Fue de entre todos los
personajes del perodo anterior a la organizacin nacional y dentro de la
categora de los llamados caudillosa nuestro juicio, tambin ha sido un
hombre de gobiernoel ms adulado a la par que el ms odiado y el ms
combatido; caracterstica que ha trascendido hasta nuestra poca no slo
al gnero histrico, sino tambin a la novela, al melodrama y a la conciencia popular. Casi se dira que el conocimiento de Rosas es algo as como
una roja noticia de corte policial (Inferencias 13, nfasis nuestro).

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Avanzando, entonces, un poco ms digamos que existe un Rosas que ha


sido menos historiado que novelado y esa novelizacin ha sido contagiada
con todos los tonos de los (malos y buenos) folletines del siglo XIX. 4 Como
alguna vez se dijera, otros hombres pblicos odiados y maldecidos han
tenido la fortuna de no merecer en tan alto grado la atencin preferente de
las comadres de ambos sexos, amantes de explicarlo todo por la [] por
qu lo eliminaste? Es citafstula (Pereyra, Rosas y Thiers).
Digamos que ese relato carnal al que he denominadoen otras ocasionesla novela argentina de Juan Manuel de Rosas (Area, Escritura
y poltica) se ha instalado en el espacio imaginario de la historia patria
como gesto narrativoagnicamente narrativoal tiempo que ha ocupadoy preocupadoa gran parte de los escritores argentinos de dos (o
tal vez tres?) siglos. Escritores que siguen incorporando tonos y temas
a los anaqueles de esa biblioteca facciosa armada como emblema de un
modo de leer el proyecto de construccin de la nacin argentina. Novela,
finalmente, entendida como proyecto poltico a partir del cual emergiera
una figura de nacin como producto de invenciones poltico-culturales,
escenario de un conjunto de lazos sociales modernos y regulados entre los
habitantes de un corpus territorial. As, el territorio patrio sera visto (y
sentido) como un libro en el que habra de inscribirse con letra agnica la
narracin imaginaria de un proyecto de nacin, una tabula rasa que, una
vez cincelada, portara todas las marcas necesarias para lograr el mitificado
progreso mientras construye una imagen de sociedad secreta enfrentada a
su Otro paradigmtico. Como alguna vez afirmara Esteban Echeverra,
estando Buenos Aires sentada a orillas del grande estuario del Plata, era
natural que all se sintiese un movimiento intelectual paralelo al que sostienen los proscriptos argentinos fuera de Buenos Aires, porque en Buenos
Aires hay inteligencias como en cualquiera regin del mundo. Esto era indudable, al menos en otro tiempo. Pero ha sucedido, que as como Rosas ha
hecho una federacin y una dictadura a su modo, se ha formado tambin
en ese Buenos Aires una literatura de Rosas, y las inteligencias deben seguir
el impulso que Rosas quiera darles y moverse en la rbita que les trace. []
Ese movimiento tiene dos modos de ser: uno latente, impalpable, invisible, como el calrico y la electricidad, otro tangible, apreciable como las
evoluciones de un planeta. Es claro que yo no puedo hablar del primero
[] el segundo quedar caracterizado por el movimiento intelectual de
Buenos Aires. [] Pues bien: la fuerza engendradora de ese movimiento
en Buenos Aires, procede de una sola inteligencia, y esa inteligencia es la de
Rosas, porque as como es dueo de la hacienda, honra y vida de todos los
argentinos, es dueo de todas las inteligencias y ninguna piensa y se mueve
sin su beneplcito, o ms bien Rosas resume y representa todas, porque
Rosas es el gran Pan, el gran Todo de los pantestas (Echeverra, Literatura
mazorquera 210211).

Desde ese contexto blico causado por el fracaso del proyecto hispanoamericano, la representacinRosas aparece como el horizonte posible a

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partir del cual la nacin puede pensarse, ya sea desde la adscripcin a su


figura o desde su rechazo. Como alguna vez planteara Nicols Shumway,
[] otro factor de la ecuacin argentina que suele pasarse por alto en las
historias econmicas, sociales y polticas: la peculiar mentalidad divisoria
creada por los intelectuales del pas en el siglo XIX, en la que se enmarc
la primera idea de la Argentina. Este legado ideolgico es en algn sentido
una mitologa de la exclusin antes que una idea nacional unificadora, una
receta para la divisin antes que un pluralismo de consenso. El fracaso en
la creacin de un marco ideolgico para la unin ayud a producir lo que
Ernesto Sbato ha llamado una sociedad de opositores, tan interesada
en humillar al otro como en desarrollar una nacin viable unida por el
consenso y el compromiso. (Shumway 12, nfasis nuestro)

Ser, en verdad, una nacin que se percibe desde la exacerbacin de una


teatralidad expuesta a la mirada y fundada sobre la materialidad del cuerpo
poltico considerado a partir de una doble perspectiva: carga (im)pulsiva
y carga textual. Pero tambin construida desde y con una memoria rencorosa y ritual que insiste y persiste en un relato opositor y diferencial donde
se construye y destruye sistemticamente el montaje figurado de un pater
patrias con tonalidades de extremasy hasta inauditas; un montaje semiopoltico de tal sonoridad que fuera la razn directa de la produccin de uno
de los momentos de mayor expansin intelectual de la historia argentina. Un
relato carnal, en sntesis, que hasta logra en un golpe de sincrona materializarse como mito de origen en la furibunda y paradojal escritura de Jos Rivera
Indarte cuyo discurso durante este perodo lleg a independizarse, cobrando
cuerpo y contraponindose incluso en versiones y perversiones de las facciones en pugna. Versiones entendidas como la puesta en escena de modos de
ver, que siempre implican modos de leer lo real; instaladas desde la imagen de
una figura veritatis, es decir, de una figura de la verdad, de un montaje, ellas
vehicularon un sistema de creencias donde la voz de la(s) faccin(es) verdad
aparecer siempre como un intento de rodear desde ngulos diversos una
totalidad que, por definicin, no poda ser nombrada por completo.

II. El ma/l/ogrado Rivera Indarte


Yo no tengo amigos! Todos ellos son mis enemigos.
Jos Rivera Indarte en Vicente Fidel Lpez, Evocaciones Histricas

Ahora bien, quin haba sido ese Jos Rivera Indarte en el marco de la letra
facciosa que novelizara la figura del Gran Antagonista? Panfletario de violentas pasiones, Rivera Indarte (18141845) curiosamente haba atravesado
la Biblioteca como acrrimo rosista en una primera poca de su existencia. Ser en este marco que los relatos de poca lo ubiquen enfrentadoy
enfrentndosea los Jvenes de Mayo por medio de la prosa y el verso, del
peridico y del libelo.

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Recordemos que esa juventud, entre otras cuestiones, buscaba instalar


un lenguaje-otro (sic) que les otorgara la propiedad imaginaria de la letra
americana. Desde esta perspectiva se producan
las manifestaciones de hispanofobia, la acentuacin de escenografas
propias y el manejo del idioma con libertad, comodidad, desenfado y hasta
arbitrariedad: en una proporcin cualitativamente significante. Recin con
los hombres del 37 las palabras coaguladas en la inmovilidad de la colonia
empiezan a vibrar, crujen, giran sobre s mismas impregnndose de un
humus renovado y adquiriendo otra transparencia, peso y densidad, o se
resquebrajan y parecen licuarse desplazndose giles, con nuevas aristas,
en inslitas alianzas o a travs de prolongadas y maduras cariocinesis
(Vias, Literatura argentina 89).

No obstante, esa hispanofobia de la juventud universitaria no contagiara


a Rivera Indarte, quin como joven estudiante compona diarios manuscritos, en verso y prosa, donde apostrofaba dura y sarcsticamente a sus
maestros y condiscpulos mientras defenda y exaltaba a Espaa. Vicente
Fidel Lpez, en su Autobiografa. Primeros aos. Escuela y Universidad.
Maestros y compaeros de estudios, nos lo retrata de esta manera:
Haba en aquella clase 86 alumnos. El profesor no se sentaba, andaba de
uno a otro extremo, enseando y vigilando. Haba algunos de todas marcas, y mucho guarangaje por las grescas de los partidos. Sola aparecer
por all Rivera Indarte vendiendo un peridico manuscrito suyo, lleno de
calumnias e insultos a profesores y estudiantes. Tendra entonces 16 18
aos. Cuando los injuriados lo pillaban, lo molan a palos y moquetes: y
cuando hua, lo corramos en tropel. Hubo vez que, no pudiendo escapar,
se meti en la playa con el agua a la rodilla; mientras que de lo seco lo
lapidbamos; yo era de los chicos, figuraba en el montn; los jefes que
hacan justicia eran los grandes: Rufino Varela, Egua y muchos otros.
Desde entonces este Rivera Indarteun canalla, cobarde, ratero, bajo,
husmeante y humilde en apariencia, como un ratn cuya cueva nadie
sabatena mucho talento y un alma de lo ms vil que pueda imaginarse. El retrato que Saldas hace de l es exactsimo (Lpez, Evocaciones
Histricas 2930).

Repudiado y castigado por sus compaeros, finalmente expulsado de las


aulas universitarias, se ausentara del pas por corto tiempo; a su vuelta, reingresa en la universidad, reanudando la actividad de su pluma. Ms tarde,
en 1835 transformado convenientemente en fantico rosista, escribi el
Himno de los Restauradores5 :
[Coro] / Alza oh, Patria!, tu frente abatida, / De esperanza la aurora luci;
/ Tu adalid valeroso ha jurado / Restaurarte a tu antiguo esplendor. / 1 / Oh,
gran Rosas! Tu pueblo quisiera / Mil laureles poner a tus pies; / Mas el gozo
no puede avenirse / Con el luto y tristeza que ves. / Aguilar y Latorre no
existen! / Villafae, el invicto, muri; / Y a tu vida tal vez amenaza / De

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un malvado el cuchillo feroz. / [Coro] / 2 / De discordia la llama espantosa


/ Al pas amenaza abrasar. / Y al audaz demagogo se mira / La orgullosa
cerviz levantar. / No los vis [sic], como ledos conspiran? / Cual aguzan
su oculto pual? / Cual meditan la ruina y escarnio / Del intrpido y buen
federal? / [Coro] / 3 / Esa horda de infames qu quiere? / Sangre y luto
pretende: qu horror! / Empaar nuestras nobles hazaas / Y cubrirnos
de eterno baldn. / Ah, cobardes!, temblad, es en vano / Agotis vuestra
saa y rencor, / Que el gran Rosas preside a su pueblo, / Y el destino obedece a su voz.. / [Coro] / 4 / Asesinos de Ortiz y Quiroga! / De los hombres
vergenza y borrn, / A la tumba bajad presurosos, / De los libres temed el
furor. / Esos mismos que en Mrquez vencieron, / En San Luis, Tucumn
y Chacn, / Con la sangre traidora han jurado / De venganza inscribir el
padrn. / [Coro] / 5 / Del poder la Gran Suma revistes, / A la patria t debes
salvar; / Que a tu vista respire el honrado / Y al perverso se mire temblar! /
La ignorancia persigue inflexible, / Al talento procura animar / Y ojal que
tu nombre en la historia / Una pgina ocupe inmortal! (Rivera Indarte,
Himno a los Restauradores 5253).

Tamaa apologa, sin embargo, no lo protegera de ser encarcelado poco


despus. Se lo acusaba de haber perpetrado hurtos en la biblioteca de la
universidad (sic) as como del robo de la corona de la Virgen de la Merced.
Rosas no lo defiende ni exculpa, 6 y Rivera Indarte comienza a relacionarse
con emigrados unitarios en la Banda Oriental. En un interesante y curioso
Estudios sobre la vida y escritos de D. Jos Rivera Indarte, Bartolom
Mitre narra este pasaje de la siguiente manera:
La providencia lo haba destinado a una experiencia fructfera, pero
penosa. El hlito de la desgracia disip de su mente las nubes que la oscurecan y desde entonces empez para l una nueva vida moral e intelectual:
como Saulo postrado en tierra oy la voz de su Dios que lo llamaba al buen
camino. Aqu comienza otro hombre y otra existencia. Esta regeneracin es
un fenmeno que prueba la energa de su voluntad, que desde entonces
aplic con todo su poder al bien de su patria y al desarrollo y cultivo de sus
bellas facultades. En la obscuridad de la prisin, llor y medit: entonces
tuvo por primera vez la inspiracin de su genio potico. Todo lo que hasta
all haba escrito en esta lnea eran versos sin uncin, sin ideas ni poesa.
[] Le acompaaban dos amigos del infortunio: la Biblia y el Dante. []
En la crcel de Buenos Aires, y en el Pontn, adonde pas despus, se
perfeccion en el latn, francs e italiano, hizo un estudio detenido de estas
literaturas y se entreg a la lectura y la meditacin de obras serias que
nutrieron su cabeza y maduraron su espritu. Las ideas religiosas se arraigaron poderosamente en l, y la voz del crucificado despert las ideas y
sentimientos generosos que dormitaban en el fondo de su alma. Sus
creencias le acompaaron al sepulcro (Mitre 387389, nfasis nuestro).

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Re-generado,7 cuando recupera la libertad, viaja por los Estados Unidos


y Brasil, se radica en Montevideo donde desde El Nacional inicia una violenta campaa contra el Restaurador. Campaa que contrapona versiones
unitarias a versiones federales, dado que segn los unitarios se haba ido
a Montevideo asqueado por las tropelas del rosismo al tiempo que segn
las versiones federales debi escapar de Buenos Aires procesado por estafa
y falsificacin de documentos.
En el marco de esta escena divergente, los emigrados formaran un
grupo compacto, con lugares propios de reunin: inquietos, orgullosos, los
argentinos se integraron a la vida de la ciudad participando activamente en
la poltica oriental desde donde preparaban las expediciones contra Rosas.
En este orden de cosas digamos, entonces, que fue a partir de la cada de
Lavalle que haba comenzado el largo exilio para los letrados de la faccin
unitaria. As, los Agero, del Carril, Varela y Pico formaran el ncleo inicial al que se le iran incorporando nuevos miembros a medida que se afianzaba el poder de Rosas. Del grupo primigenio, Florencio Varela, mezcla
de tutor, censor y amigo de los jvenes que se le reunirn en el destierro diez
aos despus, ser un punto central en la actividad poltica de los argentinos que combaten contra Rosas. De esta suerte, llegados los das del sitio
de Montevideo, tomaran las armas en defensa de su ciudad adoptiva: 500
hombres formaran la Legin Argentina. Y tambin tomaran la pluma para
que la Biblioteca comience a ser oda y leda con una mirada estrbica.
Desde la otra orilla del pacto de lectura, el peridico aparecera ante los
ojos de sus lectores como una forma extrema del libro, un libro vendido
en gran escala. Ser precisamente en este marco que, Montevideodice
Rodfunda una cultura desde una doble inmigracin de escritores y se
convierte en uno de los centros literarios ms interesantes de la Amrica
Espaola. Se publica en las mismas revistas, se participa de los mismos concursos, estigmatizan los mismos enemigos. Como dijera Adolfo Saldas,
Con el mismo fin que El Constitucional, La Revista, Muera Rozas, El
Brittania, y otros papeles ms o menos efmeros, haba surgido El
Nacional. Este ltimo diario era en la poca que ha llegado el rgano
oficial de la revolucin contra el gobierno de Rozas, y condensaba en tal
carcter as la representacin de los emigrados unitarios como del gobierno
y partido de Rivera. Redactbalo don Jos Rivera Indarte [en quin] se
realizaba el hecho de que los que reaccionan ruidosamente contra su propio
credo, llegan ser los sectarios ms esforzados del nuevo credo que adoptan
y, por consiguiente, los enemigos ms implacables del que abandonaron.
Habase operado en l algo de la transfiguracin del hombre y de la serpiente
que se refiere Dante, y que glosa Macaulay para explicarla los partidos
tradicionales de la Gran Bretaa. Todo lo que l conden y escarneci en
obsequio y al servicio del partido federal y de Rozas, fue lo mismo que engrandeci y exalt despus en obsequio y al servicio del partido unitario para

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combatir aqullos. Antes haba presentado Rozas como el primero de los


argentinos, los unitarios como parricidas y causante de las calamidades
de la patria. Despus present ante los ojos atnitos las escenas cada vez
ms animadas de un drama de crmenes y de horrores, cuyo protagonista
abominable era Rozas, y cuyas vctimas inmoladas inocentes eran los unitarios. El mismo drama transformado por el fanatismo que mova la maquinaria. La cabeza de la serpiente del Dante, que reemplaz la del hombre
(Saldas 3233, nfasis nuestro).

No puedo dejar de reflexionar, al menos por un instante, en la figura


siempre amenazante para la cultura de Occidentedel converso; figura de
lectura cannica si la hay, en la medida en que persigue agonsticamente
mirarse en el espejo de la lucidez. En este sentido, la lucidez del converso
radica en su adaptacin a la realidad, en su radical comprensin del momento histrico, en su peculiar percepcin acerca de dnde se ubica el
Otro de la auctoritas. Digamos que el converso entona siempre una especie
de doxologa del poder, consagrando al yo como nico criterio de valor;
de esta suerte, la ejemplaridad de la figura del converso est en su propia
trayectoria, y su lucidez nace del atento examen de la realidad, del desciframiento preciso del mundo.
Es sabido que el converso tiende a plantarse in extremis, presumiendo
de su nueva fe, mientras demoniza a sus antiguos adlteres, si bien no hace
esto por especial maldad, sino por necesidad, por discernimiento: desea,
necesita, hacerse perdonar sus orgenes; quiere olvidar su pasado, le urge
borrarlo: esa es la lucidez del converso. De alguna manera, necesita justificary justificarsetanto la huda como el cruce de fronteras.
Tal vezy slo tal vezsea sta una de las razones para que Esteban
Echeverra slo haya podidoo queridoobservar que [e]l malogrado
don Jos Rivera Indarte hizo con constancia indomable cinco aos de
guerra al tirano de su patria. Slo la muerte pudo arrancar de su mano la
enrgica pluma con que el Nacional acusaba ante el mundo al exterminador de los argentinos. La Europa lo oy aunque tarde, cuando caa exnime
bajo el peso de las fatigas, como al pie de sus banderas el valiente soldado
(Echeverra, Instrucciones 85, nfasis nuestro).

III. Es accin santa matar a Rosas


La literatura trabaja la poltica como conspiracin, como guerra.
Ricardo Piglia, Crtica y Ficcin.

Muy dichosos nos reputaramos si este escrito moviese el corazn de


algn fuerte, que hundiendo un pual libertador en el pecho de Rosas,
restituyese al Ro de la Plata su perdida ventura y librase a la Amrica
y a la humanidad en general del grande escndalo que la deshonra.
Rivera Indarte, Tablas de sangre

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El tema de las fronteras, que es el de los espacios y que es el de la identidad,


ocup distintos niveles del discurso letrado del siglo XIX: definir quines
somos, definiendo tambin quines no somos o no queremos ser. En este
contexto, la metfora a-tpica de la peregrinacin o el exilio arman una
densidad narrativa fuerte en los jvenes del 37; densidad que, sin embargo,
no deja de insistir en el vacoextrao e inquietanteque la figura del
pater Rosas imprime y exhibe desde su escritura, desbordndola.
Recordemos que, desde la perspectiva freudiana, lo extrao inquietantees decir, lo siniestroaparece siempre que se pierde la distancia
a la que, normalmente, se mantiene el objeto, porque el espacio pierde su
dimensin habitual. Y en la vida cotidiana, coexisten momentos en que
parece que lo siniestro se aleja, pero cada vez que resurge, anuncia una
enajenacin progresiva de los sujetos que intentan que su percepcin permanezca fiel al objeto que otrora fuera familiar. As, en esta alternancia, se
insina la dinmica entremezclada del recuerdo y del olvido. Entonces, en
medio del hueco negro del desalojo, inmersos en lo siniestro de lo innominado, de la amenaza desde la sombra que se materializa cotidianamente,
sin dar la cara, el afuera comienza a confundirse con el adentro y la actividad perceptiva se modela cada vez ms en la experiencia del espejo, en ausencia de otro que responda, que no se escamotee y regrese a su oscuridad
pavorosa, la proyeccin de los sujetos intenta reconstruirse en su realidad.
Pero, con una torsin ms del espiral siniestro, lo que es proyectado vuelve
a su lugar de origen y lo siniestro confunde, hasta hacer dudar acerca de si
lo exterior es realmente lo exterior.
Entre rumores, susurros y versiones se asiste a una multiplicacin de lo
mismo, que a veces se manifiesta como extrao, a veces como familiar en el
seno de una realidad afectivay afectadadonde todo se repite indefinidamente adentro y afuera, y donde el tiempo gira sobre s mismo, se anula
y finalmente se reduce al espacio. Un espacio delimitado por la frontera
del recuerdo y aquella del olvido; estrategia multiplicadora de lo siniestro
que se convierte en una matriz pantanosa de toda posibilidad de memoria, en este caso, de una memoria que insiste y persiste como sentimiento
re-sentido. 8
Dicen que dicen que en ocasin de que Florencio Varela programara
su viaje a Inglaterra para pedir a los ingleses que intervinieran con las armas
en el Ro de la Plata, deba acompaar la solicitud con argumentos para
incentivar a las potencias europeas dado que stas necesitaban motivaciones para justificar (?) su intervencin. As fue como, en 1843, Varela encarga
la confeccin de un inventario de atrocidades atribuibles al Restaurador
a Jos Rivera Indartequin convertido al Romanticismo y transformado
en mortal enemigo de Rosasera la pluma ms indicada para llevar a cabo
la tarea, ya que su escritura haba adquirido la fogosidad necesaria como
para poner en escena toda la escala tonal de la animadversin. 9

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As, Rosas y sus opositores sera el primero de los grandes textos propagandsticos escritos contra Rosas. Publicado inicialmente como una
serie de artculos periodsticos, su lectura se difundi de tal manera que
podemos, sin lugar a dudas, figurar el impacto que debe haber tenido en
diversos lectores influyentes europeos. Sin embargo, ser precisamente el
apndice Tablas de Sangre. Es accin santa matar a Rosas el texto que
inscriba tanto la aberracin demonaca del pater-Rosas cuanto el nombre
de autor de Rivera Indarte ms all de las fronteras patrias.
Ser desde Tablas de sangre donde la poca se enfrenta a una enumeracin desplegada en forma monstruosamente ordenadavalga el oxmoronde los crmenes cometidos por el Restaurador de las Leyes en los catorce primeros aos de su gobierno; es una acusacin formidable e ingeniosa, trazada, en cuanto a su disposicin escenogrfica, a la manera de un
implacable y glido diccionario donde resuenan todos los tonos atribuibles
a un registro maldito mientras se formula un siniestro balance a travs
del cual se fija el nmero de vctimas en ms de veinte mil, para el lapso
analizado.10 A manera de conclusin a su Tablassi bien paradjicamente,
se podra tambin considerarla como el repetido mito de origen de una
narrativa fundacional que an hoy no ha (a)callado ni sus temas ni sus
tonosdice:
Le cuestan al Ro de la Plata los gobiernos de Rosas, por los clculos ms
bajos, veintids mil y treinta habitantes!! los ms activos e inteligentes
de la poblacin, muertos a veneno, lanza, fuego y cuchillo sin formacin
de causa, por el capricho de un solo hombre, y casi todos privados de los
consuelos temporales y religiosos con que la civilizacin rodea el lecho del
moribundo. La emigracin de las familias argentinas que han hudo [sic]
de los gobiernos de los gobiernos de Rosas y se han asilado en la Repblica
Oriental, en el Brasil, en Chile, Per y Bolivia, no baja de treinta mil personas Qu administraciones tan caras las de Rosas! Qu precio tan subido
cuesta a Buenos Aires la suma del poder pblico, la mas-horca y el placer
de estar gobernado por Rosas!!!!! (Tablas de sangre 90).

Sin embargo, mayor resonancia tendra para la poca el Apndice


adjunto a Tablas de sangre: un escrito de setenta y cinco pginas titulado
Es accin santa matar a Rosas donde el lector se enfrenta a un ensayo
que une filosofa y clsica erudicin al tiempo que ofrece una apologa del
tiranicidio.11 Como afirma Alberto Palcos, Es accin santa matar a Rosas
viene a ser como el corolario a la espantosa orga de asesinatos y persecuciones decretados por el dspota y denunciada por el autor con pluma ms
filosa y envenenada que el pual que incitaba a esgrimir contra D. Juan
Manuel ( Introduccin 8).
Es precisamente en este marco que deseo retomar lo afirmado ms
arriba cuando propona pensar la figura de Juan Manuel de Rosas como emblema de una biblioteca facciosa, cuya funcin patrimonial fuera exponer

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desde sus anaqueles los ejemplares constitutivos de un canon beligerante


y organizador de una memoria resentida y rencorosa de nacin. Porque, si
como afirmaba David Vias la literatura argentina comienza con Rosas
digamos que sta es una literatura que extiende su judicatura hasta fijar
para su lecturauna ejemplaridad inaudita y que, por ello mismo, funda
los modos de leer la nacin argentina. As, desde este primer ejemplar la ardiente apologa del tiranicidio se apoya en un despliegue de erudicin poco
comn en estos casos. Rivera Indarte cede la palabra a tratadistas prestigiosos, graves historiadores, austeros moralistas, jurisconsultos de nota y
con fruicin los deja hablar. Intercala en esa escenogrfica de opiniones
autorizadas, citas de libros sagrados y de conocidos doctores de la Iglesia,
con el propsito ostensible de contagiar su escritura de santidad (asumo
el oxmoron). Al mismo tiempo, obliga al lector a interrogarse acerca de
si el escritor de tamaa exorbitancia habra estado alertado que estaba invitando a la propia hija de Rosas12 a atentar contra la vida de su padre o
que, en pasajes inflamados de salvaje elocuencia, llamaba ilustre y hasta
hombre-Dios13 al indito tiranicida.
No obstante, al proferir lo inaudito su contenido se vaca por exceso;
la fuerza tautolgica resulta devastadora dado que disuelve todo intento
de fundamentacin. As lo habra ledo Esteban Echeverra, quin se resiste a convertirse en uno de sus nuevos con-gneres cuandoal decir de
Saldasensordecido por tal exceso, pretende despegarse de tal pringue
diciendo:
[] Qu doctrina social ha formulado V. en su apostolado de cinco aos en
El Nacional: qu idea nueva ha emitido, qu importacin inteligente nos ha
inoculado, qu poesa original nos ha revelado, qu intuicin de su genio
nos ha embutido? []. Apostolado para el pueblo dice V.! Apostolado de
sangre, de difamacin, de inmundicia [] Hay una doctrina que V. ha
concebido y desarrollado con la erudicin ms escogida, y esta doctrina
es la ms digna de su apostolado: el tiranicidio. Pero el pueblo replica
indignado: que venga matar el muy villano, si tiene corazn de asesino;
que venga santificar con su sangre su doctrina [] Y el padre Mariana
se levanta de su tumba gritando: Venga mi doctrina! Fuera ese frrago de
erudicin que empacha, fuera esa lgica tuerta [] (Carta de Echeverra
en mi archivo en Saldas 44).

Sin lugar a dudas, Tablas de sangre y Es accin santa matar a Rosas


apuntaronen su doble sentidoa Juan Manuel de Rosas como arquetipo
de caudillo, es decir, a la corporeizacin del paternalismo en la sociedad
rioplatense del siglo XIX, que responda ms al amparo que a la poltica;
arquetipo que, sin solucin de continuidad, encarnaba el Restaurador
como pater de una nacin naciente desde y en el conflicto. Como dijera
Alberto Ezcurra Medranoen un soterrado opsculo hallado por m en
alguna olvidada biblioteca:

Proferir lo inaudito

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de todo esto result un Rosas gigantesco por su maldad, un Calgula del


siglo XIX, es decir, el Rosas terrible que necesitaban los unitarios para justificar sus derrotas y sus traiciones. [] Como la historia la escribieron los
emigrados que regresaron despus de Caseros, ese Rosas pas a la posteridad y desde entonces todas las generaciones han aprendido a odiarlo desde
la escuela. Slo as se explica que an perdure en el pueblo el prejuicio,
fruto del manual de Grosso y de las horripilantes escenas de la Mazorca,
conocidas a travs de Amalia [sic] o de alguna recopilacin de diabluras
del Tirano (Ezcurra Medrano 6)

Para finalizar digamos que, como relato de relatos, versiones y perversionesal decir de Borgestodo ello ha pesado (y sigue pesando) en el
debe y el haber del rosismo y, en consecuencia, en la construccin de las
polaridades antitticas, desde todo punto de vista oximornicas, que han
sostenido el montaje y andamiaje de la figura biblioteco-lgica-Rosas, en la
escenografa de la cultura poltica argentina.

Notas
1 El grupo se haba inaugurado oficialmente en Junio de 1837, cuando comenzaron a reunirse en
la librera de Marcos Sastre; all, sus miembros leeran y discutiran obras de Victor Cousin,
Franois Guizot, Eugne Lermenier, Edgar Quinet, Abel-Franois Villemain, Claude-Henri de
Rouvroy, Conde Saint-Simon, Gaston Leroux, Flicit de Lamennais, Giuseppe Mazzini, Alexis
de Tocqueville, entre muchos otros. Parte de su prctica fue integrar a los tradicionales antagonistas. Los rbitros culturales del gobierno de Rosas, Pedro de Angelis y Felipe Senillosa, fueron
calurosamente invitados a sumarse al Saln. As lo hicieron aunque lo abandonaron rpidamente.
Ya a principios de 1838, Rosas haba clausurado la librera.
2 Busco articular esta figura de Biblioteca con la pretensin de instalarla como una figura de
lectura que opere como referencia de esa maravillosa imagen narrativa que alguna vez nos
regalara Borges cuando (casi) felizmente concluye que la Biblioteca perdurar: iluminada,
solitaria, infinita, perfectamente inmvil, armada de volmenes preciosos, intil, incorruptible,
secreta. [] Acabo de escribir infinita. [] Yo me atrevo a insinuar esta solucin del antiguo
problema: La biblioteca es ilimitada y peridica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier
direccin, comprobara al cabo de los siglos que los mismos volmenes se repiten en el mismo
desorden (que, repetido, sera un orden del Orden). (La biblioteca de Babel 470471). En
este contexto, digamos adems que la modalidad facciosa, adems de referir a una accin
beligerante tambin remite a la otra cara de algo).
3 En Ttem y Tab, Freud expone la idea de Darwin segn la cual la forma primordial de la
sociedad humana fue la de una horda gobernada despticamente por un macho fuerte. Segn
Freud, los hermanos dentro de la horda confabularon contra el poder del padre y le asesinaron.
Posteriormente, el sentimiento de culpa y el temor a que volviese del ms all dieron origen a la
religin y los sentimientos ticos. As, la imagen de este padre primitivo e hiperfuerte es la que se
reanima en el pensamiento primitivo de la masa frente al conductor. Por cierto que esta imagen
aparece tambin en los mitos y en los sueos. La historia de David frente a Goliat ejemplifica una
de estas variantes.
4 Jorge Rivera sostiene que la novela de folletn ocup con fuerza avasalladora la imaginacin de
los lectores del siglo XIX. Su universo, construido a base de falsas identidades, reconocimientos
imprevisibles, sustituciones misteriosas y asedios a la inocencia reivindicada, hizo resurgir en
plena revolucin industrial, curiosamente amalgamados con elementos de la novela burguesa
realista, las fantasas ms antiguas de la imaginacin popular (Antologa de la novela popular).

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5 La composicin, publicada en hoja suelta con la efigie de Rosas, sale a la venta cuando ste asume
por segunda vez el poder. La msica fue compuesta por Esteban Manzini; se estren el 13 de junio
de 1835, en el teatro Coliseo.
6 Las voces partidarias alertan que Rosas habra tenido un sentido estricto de la justicia y si bien
haba perdonado algunas veces a sus enemigos polticos (el general Paz, los conspiradores de
1839, el coronel Pedro Daz, entre otros), no lo hizo con aqullos acusados de delitos comunes
y menos tratndose de correligionarios o familiares a quienes crea obligados ms que otros a
respetar las leyes.
7 Como emblema generacional, la bsqueda del origen involucraba un elemento regenerador; era
la preocupacin por hallar lo primigenio, lo que no tena antecedentes, el tiempo fuerte en que
se fijaban los rasgos del espritu popular, el que los artistas deban escrutar para plasmarlo en sus
obras, caos que devendra orden por la mediacin del logos y que volvera al pueblo, debidamente
compuesto, por una segunda mediacin, la que el letrado cumplira precisamente entre el logos y
el pueblo. As, la vuelta al origen obligaba, entonces, a una reflexin crtica sobre la historia patria
y, en sentido contrario, era una imposicin de la misma historia vivida. Los jvenes del 37 aceptaban el programa de la revolucin pero no sus consecuencias histricas; para ellos, aqul haba
sido un plan correcto que haba degenerado, por lo que se impona el tiempo de su regeneracin
(Matamoro 38).
8 Permtaseme jugar con las posibilidades semnticas de ambos significantes como referencia
emblemtica al heimlich / unheimlich freudiano.
9 Dice Saldas al respecto: Despus de este viaje aparece, no un distinto Rivera Indarte, que s
el mismo propagandista fogoso; con la diferencia de que en Buenos Aires exaltaba Rozas y
alardeaba de federal fantico, y en Montevideo comenz exaltar al partido unitario alardeando
de tal. Sus panegiristas y correligionarios de Montevideo decan que esto fue una regeneracin
en l. Pero el hecho es que profes un fanatismo idntico en tendencias al que dej de profesar y
que sigui siendo el incansable propagandista de los odios que desgarraron su patria. Si un tercer
partido hubiese disputado el predominio absoluto en la Repblica, ste habra pertenecido
Rivera Indarte, y se habra asimilado estos nuevos rencores para desahogarlos contra el partido
unitario cuyo servicio se consagr (Saldas 43-44).
10 Los partidarios de Don Juan Manuel, citando el Atlas de Londres del 1 de marzo de 1845, en
artculo reproducido por Emile Girardin en La Presse de Pars, afirman que la casa Lafone & Co.,
concesionaria de la aduana de Montevideo, habra pagado la macabra nmina a un penique el
cadver. Rivera Indarte habra reunido 480 muertes y le atribuy a Rosas todos los crmenes posibles: el de Quiroga y su comitiva, Heredia, Villafae, entre otros, mientras denunciaba nombres
repetidos y otros individualizados por las iniciales N. N. Los mtodos variaban: fusilamientos, degellos, envenenamientos. De ser ciertas las imputaciones del rosismo, los 480 cadveres habran
reportado dos suculentas libras esterlinas para Rivera Indarte. Pero la lista no termina all, ya que
las Tablas agregaban 22560 cados y posibles cados en todas las batallas y combates habidos en la
Argentina desde 1829 en adelante (Rosa, Rosas).
11 Resulta necesario recordar que la figura ms importante del delito poltico es y ser, al menos
en la historia de Occidente, la del tiranicidio, es decir, la muerte violenta de quien encarna
despticamente el poder poltico. Los ms representativos doctores de la Iglesia, durante la Edad
Media, tales como Santo Toms y Francisco Surez, elaboran y preconizan la tesis de la licitud
y legitimidad de la rebelin contra el tirano, cuando el gobierno se hace intolerable, llegando a
justificar el tiranicidio, considerado como un derecho de los pueblos oprimidos por el dspota.
Roma no se haba quedado atrs en cuanto al tiranicidio, ya que el asesinato de Julio Csar es el
ms importante tiranicidio que registra su historia. Sin embargo, la teora que sobre el tiranicidio
ha gozado de mayor difusin y autoridad es la del jesuita espaol Padre Juan de Mariana, quien
afirmara que el tirano es una bestia feroz, que gobierna a sangre y fuego, que desgarra la patria y
que llega a convertirse en un verdadero enemigo pblico. No hay duda respecto a la legitimidad
del derecho a asesinarlo, derecho que pertenece a cualquier ciudadano, sin que deba preceder
a su ejercicio deliberacin alguna por parte de los dems. Su doctrina del tiranicidio comprende
dos hiptesis: cuando el prncipe ocupa el trono sin derecho alguno y sin consentimiento de los
ciudadanosy por medio de la fuerza y de las armaslcitamente puede llegar a quitrsele la
vida y despojarlo del trono, puesto que es enemigo pblico y oprime al pas con todos los males.
La otra posibilidad, se produce cuando el tirano es elevado al trono por consentimiento o por

Proferir lo inaudito

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derecho hereditario, en esa situacin se deberan tolerar todos sus vicios mientras no llegue a
despojar pblicamente todas las leyes de la honestidad y del pudor que debe observar.
12 No habr mujer en Buenos Aires bastante heroica para imitar a Judith y a Carlota Corday?
[] Mujeres de Buenos Aires! Si alguna de vosotras emprende tan santa y gloriosa obra, no se
descuide de envenenar el hierro que destine a ella en un veneno activo, en tintura de cobre, arsnico, cido prsico; entonces una tijera, una aguja, ser bastante, y ms si la clava en el vientre
del obeso tirano, donde la punta libertadora penetrar sin obstculo como la tienta en el barro
hmedo y fofo. [] De tantas mujeres que insulta y deshonra, que penetras hasta l, no habr
una que asesinndolo quiera hacerse la mujer de la patria? Cun fcil sera esto a las Escurras, las
Aranas, las Aljibeles, las Medranos, las Carretones y tantas otras! La misma infame Manuela se
lavara de su mancha profunda en la sangre de su espantoso seductor (Tablas de sangre 160).
13 Despus que mates a Rosas no correr ya una lgrima, una sola gota de sangre no manchar
estas campaas y ciudades, cubiertas hoy de huesos humanos. La libertad, la dicha, la paz, la prosperidad se debern slo a ti, hombre-Dios, a quien estoy mirando, aunque todava no te conozco
y ests incgnito para el mundo. Bendito una y mil veces ser el da en que naciste. La virtud ms
pura, el pensamiento de Dios moraba en el alma de la que te concibi. Un momento te bastar
para cumplir tu grande apostolado, misionero sublime de expiacin y de sangre; pero medtalo
bien para que no te falle. Te queremos salvador y no mrtir (Tablas de sangre 196).

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