La Oraciòn de Daniel, 5 Meditaciones de Juan Paulo Martìnez

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La oracin de Daniel

5 meditaciones

Por Juan Paulo Martnez

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A menos que se indique los contrario


las citas bblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS
Copyright (c) 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso. www.lbla.org.

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INDICE

Introduccin
Quhacerenlacrisis
Loprimero:reconocerquinesDiosyquinessomosnosotros
Sealoquesea,Diosesjusto
LaPalabradeDiossiempresecumple
SplicasaunDiosqueescuchaporamorasmismo
Conclusin

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Introduccin

Para comprender mejor este trabajo se precisa de una lectura previa del libro de Daniel. He
asumido al escribir estas breves meditaciones que el lector conoce el texto bblico del profeta.
Por ello no me he detenido en pormenores y he procedido a indicar en referencias generales
los lugares donde se encuentran las historias completas que aqu se refieren.
Mi intencin es estimular la reflexin acerca de la oracin de Daniel que aparece en el captulo
9. En ese momento Daniel estaba bajo el gobierno terrenal de Daro el Medo y haba ya
padecido cualquier clase de peligros contra su vida e integridad espiritual. Apuntar a aspectos
particulares de la devocin de Daniel en su plegaria me ha parecido interesante y
enriquecedor, y espero haber transmitido en este escrito esas caractersticas.
El primer apartado trata sobre el contexto general de crisis en el que Daniel se vio envuelto.
Este acercamiento nos har ver que el profeta fue tan humano como cualquiera de nosotros,
pero con una piedad proveniente de la gracia de Dios que los cristianos deberamos tener,
pero muchas veces carecemos de ella.
El segundo apartado es un anlisis de cmo en la oracin hay que reconocer primero la
soberana de Dios y luego nuestra pecaminosidad. Esto permitir que la humillacin por
nuestro pecado torne humilde nuestra devocin privada hacindola espiritualmente ms
eficaz.
El tercer apartado es un llamado a reconocer que Dios es justo, pase lo que pase. No existe
manera en que nuestra crisis pueda anular esta verdad. Empero, se sugieren algunas ideas
para discernir mejor esta verdad bblica y poder abrir nuestro corazn en armona con la
naturaleza de nuestro Padre que es siempre justo y veraz.
El cuarto apartado est diseado para resaltar que en la plegaria de Daniel existe un
reconocimiento explcito de la revelacin escrita de Dios. El profeta recuerda a Moiss y la ley
que entreg al pueblo de parte de Dios. Y la oracin que elev en el captulo 9 surge
precisamente despus de su estudio bblico. Ser una oportunidad muy importante para
defender la Sola Escritura.
En el quinto y ltimo apartado se subraya el orgen de la respuesta de Dios a las oraciones: el
amor de s mismo. Dios que es amor, por amor escucha y responde nuestras plegarias. l no
atendera nuestras splicas si no fuera por amor a s mismo, ya que no hay en nosotros nada
que pueda hacernos merecedores de tan imposible acceso al trono de Dios: es solo por gracia.

Juan Paulo Martnez.


Otoo de 2014

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En el ao primero de Daro, hijo de Asuero, descendiente de los medos, que fue


constituido rey sobre el reino de los caldeos, en el ao primero de su reinado, yo,
Daniel, pude entender en los libros el nmero de los aos en que, por palabra del
SEOR que fue revelada al profeta Jeremas, deban cumplirse las desolaciones de
Jerusaln: setenta aos. Volv mi rostro a Dios el Seor para buscarle en oracin y
splicas, en ayuno, cilicio y ceniza. Y or al SEOR mi Dios e hice confesin y dije: Ay,
Seor, el Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que le
aman y guardan sus mandamientos, hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos
hecho lo malo, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de
tus ordenanzas. No hemos escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu
nombre a nuestros reyes, a nuestros prncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de
la tierra. Tuya es la justicia, oh Seor, y nuestra la vergenza en el rostro, como sucede
hoy a los hombres de Jud, a los habitantes de Jerusaln y a todo Israel, a los que estn
cerca y a los que estn lejos en todos los pases adonde los has echado, a causa de las
infidelidades que cometieron contra ti. Oh SEOR, nuestra es la vergenza del rostro, y
de nuestros reyes, de nuestros prncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado
contra ti. Al Seor nuestro Dios pertenece la compasin y el perdn, porque nos hemos
rebelado contra El, y no hemos obedecido la voz del SEOR nuestro Dios para andar en
sus enseanzas, que El puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
Ciertamente todo Israel ha transgredido tu ley y se ha apartado, sin querer obedecer tu
voz; por eso ha sido derramada sobre nosotros la maldicin y el juramento que est
escrito en la ley de Moiss, siervo de Dios, porque hemos pecado contra El. Y El ha
confirmado las palabras que habl contra nosotros y contra nuestros jefes que nos
gobernaron, trayendo sobre nosotros gran calamidad, pues nunca se ha hecho debajo
del cielo nada como lo que se ha hecho contra Jerusaln. Como est escrito en la ley
de Moiss, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros, pero no hemos buscado el
favor del SEOR nuestro Dios, apartndonos de nuestra iniquidad y prestando atencin
a tu verdad. Por tanto, el SEOR ha estado guardando esta calamidad y la ha trado
sobre nosotros; porque el SEOR nuestro Dios es justo en todas las obras que ha hecho,
pero nosotros no hemos obedecido su voz. Y ahora, Seor Dios nuestro, que sacaste a
tu pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y te has hecho un nombre, como
hoy se ve, hemos pecado, hemos sido malos. Oh Seor, conforme a todos tus actos de
justicia, aprtese ahora tu ira y tu furor de tu ciudad, Jerusaln, tu santo monte;
porque a causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres, Jerusaln
y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean. Y ahora, Dios nuestro, escucha
la oracin de tu siervo y sus splicas, y haz resplandecer tu rostro sobre tu santuario
desolado, por amor de ti mismo, oh Seor. Inclina tu odo, Dios mo, y escucha. Abre
tus ojos y mira nuestras desolaciones y la ciudad sobre la cual se invoca tu nombre;
pues no es por nuestros propios mritos que presentamos nuestras splicas delante de
ti, sino por tu gran compasin. Oh Seor, escucha! Seor, perdona! Seor, atiende y
acta! No tardes, por amor de ti mismo, Dios mo! Porque tu nombre se invoca sobre
tu ciudad y sobre tu pueblo (Daniel 9:1-19).

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1.Qu hacer en la crisis

Quin no sufre? Solo dos clases de personas: las que no han nacido y los que han muerto en
el Seor (Sal. 115.15). Todos sufrimos de algn modo. Los vanos esfuerzos del Buda por
liberarse del sufrimiento lo llevaron al aislamiento, a la supresin de emociones y al
ascetismo. An as, ningn ser humano puede escapar de su condicin. El pecado y sus
estragos sobre nuestra naturaleza y la creacin (Ro. 8.22) nos hacen vivir, de tiempo en
tiempo, ciertas agonas, prdidas, molestias y sinsabores sin que podamos escapar de ellas de
forma permanente. Sufrimos por nuestro pecado, por el pecado ajeno o sencillamente porque
el mundo est cado. Esa es la realidad.
Daniel, el profeta, sufri desde joven. Vivi el vasallaje de Jerusaln bajo el reinado infame de
Joacim, el rey sanguinario (2 R. 24.4), perseguidor de Jeremas (Jer. 36.26), asesino de Uras
(26:20-21) y quemador de los rollos que contenan la Palabra de Dios (36.22), entre otras
abominaciones. Nabucodonosor, el rey babilnico, lo aplast al final porque as lo decret el
Dios del Cielo, pero justo antes de ello Daniel parti en el tercer ao del reinado de Joacim
durante la primera deportacin (Dn. 1.1), cuando el rey pagano de Babilonia lo exili en sus
tierras y procur someterlo a su adoctrinamiento, lengua, literatura, dieta y cosmovisin (vv.
4-5), cambindole el nombre a Belsasar (v.7), todo ello por completo ajeno a su fiel devocin
al Dios verdadero.
Vamos a comenzar a ilustrar nuestro tpico con un episodio muy estudiado en nuestras
iglesias sobre la vida del profeta:
Daniel es conocido por el evento del foso de los leones (Dn. 6). Resalta su herosmo y
perseverancia, claro. Pero lo que esta historia nos dice no es algo acerca del hombre sino
acerca del poder soberano de Dios. l libra a los santos de la calamidad y gobierna an a
aquellos que en la tierra se consideran todopoderosos, como era el caso del imperio Persa. Se
realiza en este rescate de parte de un ngel de Dios la consumacin de la fe del Salmo 23
donde dice:
Aunque pase por el valle de sombra de muerte,
no temer mal alguno, porque t ests conmigo;
tu vara y tu cayado me infunden aliento.
T preparas mesa delante de m en presencia de mis enemigos;
has ungido mi cabeza con aceite;
mi copa est rebosando (vv.4-5).
Los strapas y funcionarios de Daro, el rey Medo Persa, inundados por la envidia acordaron
arruinar a Daniel convenciendo al rey de que promulgara un mandato que prohibiera la

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adoracin a cualquier deidad que no fuera l mismo. Esta estrategia se concibi una vez que el
profeta fuera hallado irreprochable, libre de actos de corrupcin o traicin al soberano de
Persia. Al saber que Daniel adoraba al Seor y Dios verdadero (Dn 6:10-11) Daro se vio
obligado, contra su voluntad -pues lo estimaba-, a arrojarlo al foso de los leones: los impos
que lo odiaban celebraron su triunfo. Empero, ya en las entraas del foso lleno de bestias,
Dios envi a su ngel para cerrar las fauces de los leones y salvarle la vida (v.22). El final de
los conspiradores y sus familiares fue la misma muerte que le desearon a Daniel (v.24).
Qu puede ser tan duro para nosotros que nos lleve a blasfemar y negar al Seor? Al igual
que la sociedad en la que creci Daniel la nuestra es una llena de tentaciones, hostilidades y
elementos disuasivos para la fe cristiana. A menudo se escucha que vivimos en una sociedad
donde es fcil ser cristiano. Desde luego, hay lugares donde el Estado est involucrado en la
persecucin a los creyentes y hay tortura, decapitaciones y cosas semejantes contra la Iglesia.
Empero, mientras en esos lugares es difcil ser un falso cristiano por la sentencia de muerte
que se cierne sobre los que profesen serlo, aqu y en muchos otros sitios es sencillo en demasa
engaarse y caminar al infierno convencidos de una falsa espiritualidad. Esto es tan terrible
como la misma persecucin.
El profeta Daniel nos ensea que en medio de los mayores peligros y acechanzas espirituales y
humanas es posible permanecer firme en la fe porque esa fe es un regalo de Dios (Ef.2.8). 1
Corintios 16.13 dice:
Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes.
Esta fortaleza no implica tanto un elemento de capacidad fsica sino espiritual. Ir a un
gimnasio no nos fortalecer interiormente. Para tener esta clase de fortaleza espiritual
requerimos que Dios nos asista. Los medios de gracia que Dios ha ordenado para nuestro bien
son la Palabra Santa, los sacramentos y la oracin, as como la fe y el arrepentimiento. De
todos estos Daniel nos muestra el resultado de una vida de oracin. Al profeta la oracin no lo
libr desde su juventud del exilio, la servidumbre, la necesidad, el miedo y la amenaza de
muerte inminente. Pero s logr que l fuese escuchado por Dios y fortalecido para sostenerse
en cada crisis que atraves. La comunin con el Padre en constante plegaria lo capacit para
testificar reino tras reino terrenal del perenne Reino de Dios que prevalecera. Este es un
llamado para nosotros; un llamado a la oracin en medio de la crisis:
Entonces estos hombres, de comn acuerdo, fueron y encontraron a Daniel orando y
suplicando delante de su Dios (Dn. 6.11).
l oraba antes, durante y despus de los problemas que enfrent, del mismo modo que Dios
fue soberano antes, durante y despus de estos.

2.Lo primero: reconocer quin es Dios y quines somos nosotros

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El captulo 9 del libro de Daniel registra la sptima y ltima oracin del texto. Era el primer
ao del reinado de Daro El Medo y Daniel se encontraba estudiando la Biblia,
especficamente el libro del profeta Jeremas (Dn. 9:1-3). Su corazn estaba concentrado en
comprender la situacin que estaba atravesando el pueblo del Pacto. 70 aos de desolacin
profetizados (Jer. 25:11-12) generaban en Daniel un peso que despert en l de forma natural
una de las ms bellas y conmovedoras oraciones de la Palabra de Dios. Ante su anhelo de
santidad y liberacin lo primero que hace ante el Seor es reconocer quin es l y quienes
somos nosotros:
Volv mi rostro a Dios el Seor para buscarle en oracin y splicas, en ayuno, cilicio y
ceniza. Y or al SEOR mi Dios e hice confesin y dije: Ay, Seor, el Dios grande y
temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que le aman y guardan sus
mandamientos, hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos
hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No
hemos escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu nombre a nuestros
reyes, a nuestros prncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra (Dn.
9:3-6).
Daniel inicia su oracin del mismo modo que Jess enseara siglos despus a sus discpulos a
hacerlo (Mt. 6.9): exaltando y santificando al Padre. Clama el profeta que Dios es grande y
temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que le aman y guardan sus
mandamientos.... Es preciso que el hombre que se acerca a Dios lo adore como l lo ha
establecido en su santa revelacin. En la vergonzosa experiencia del exilio el profeta reconoce
que Dios es soberano, fiel y bueno. En l no hay cambio ni sombra variacin (Stg. 1.17) porque
siempre es el mismo y sus aos no tendrn fin (Sal. 102.27); es santo (1 Sam. 2.2).
Juan Calvino (1999) en su Institucin abre diciendo:
Casi toda la suma de nuestra sabidura, que de veras se deba tener por verdadera y
slida sabidura, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre
debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de s mismo. (I.1).
Este es el proceder de la oracin de Daniel. Reconoce quin es Dios y despus quines son los
hombres: hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos
rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos
escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros
prncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra (Dn. 9: 5-6). El hombre se presenta
ante Dios como un pecador que ha violado su ley perfecta (Sal. 1;19;119) y que depende
absolutamente de la gracia de Dios. Reconoce su desobediencia a su Palabra, porque la boca
de sus profetas eso hablaron y dejaron por escrito para nosotros. Se lee en el libro de Samuel:

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Porque la rebelin es como pecado de adivinacin, y la desobediencia, como iniquidad


e idolatra (1 Sam. 15.23a).
Es imprescindible que al ir a Dios, despus de reconocer quin es l nos resolvamos a ser
francos y confesar nuestro pecado. En el culto cristiano debe ser parte de la liturgia esta
declaracin de nuestra pecaminosidad acompaada de la splica por el perdn. Pero antes
que en la reunin congregacional ha de ser parte de nuestra vida diaria, de nuestras
devociones personales y privadas. As fue en el caso de Daniel.
Hoy hay quienes han concluido que la confesin de pecados deteriora la autoestima. Hacen lo
posible por presentar un Dios que no se ofende y que no requiere de nosotros
arrepentimiento. Este es un falso evangelio porque el principio de la fe est siempre
acompaado de limpieza de pecados. Negar nuestra condicin delante de Dios es un engao
del que debemos cuidarnos en todo momento (Cfr. Pr. 28.13). Dios no escuchar la oracin de
nadie que lo haga pasar por mentiroso (1 Jn. 1.10).
Como dice el viejo himno nmero 91 del Himnario Presbiteriano Slo a Dios la Gloria (2013),
Alabado el gran manantial, en su tercera estrofa:
Padre, de ti lejos vagu.
Extravise mi corazn.
Como grana mis culpas son.
No con agua limpio ser.
A tu fuente magna acud.
Tu promesa creo, oh Jess.
La eficaz virtud de tu don,
la nvea blancura me d.

3.Sea lo que sea, Dios es justo

En la oracin de Daniel que hemos estudiado en el apartado anterior, el profeta prosigue


(despus de exaltar el nombre y santidad de Dios, y reconocer su condicin de pecador) con
declaraciones referentes a la justicia de Dios. El exilio no era una injusticia. El castigo futuro a
Israel haba sido avisado por los profetas y el pueblo no haba credo en ellos. Ahora era una
realidad y Daniel or confirmando que Dios era justo en sus juicios:
Tuya es la justicia, oh Seor, y nuestra la vergenza en el rostro, como sucede hoy a los
hombres de Jud, a los habitantes de Jerusaln y a todo Israel, a los que estn cerca y a
los que estn lejos en todos los pases adonde los has echado, a causa de las
infidelidades que cometieron contra ti (Dn. 9.7).
Para llegar al momento en que Daniel oraba en las tierras extranjeras gobernadas por paganos
los profetas ya haban anunciado de muchas formas la calamidad que merecera la iniquidad

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del pueblo. El profeta Jeremas profetiz la invasin de Babilonia, la olla hirviendo que se
volcara desde el norte (Jer. 1:13-16) llamando tambin al arrepentimiento al pueblo del Pacto
(3:6-4:4). Predijo 70 aos de cautiverio a manos de los babilonios (25.11) sin que ello hiciera
menguar la iniquidad de Jud que lo escuchaba con desdn. Ezequiel, tambin profeta y
sacerdote, anunci la cada y destruccin de Jerusaln (586 a. C.) como castigo por los
pecados de apostasa, idolatra y bsqueda de alianzas internacionales (Ez. 4:1-24:27). Isaas
hizo lo mismo (Is. 39:6-7).
Antes de estas predicciones, Israel, el reino del norte, tambin fue amonestado para que se
convirtiera de su mal camino y evitara el desastre que experiment finalmente en el 722 a. C. a
manos de Salmanasar, rey de Asiria. Ams evidenci la maldad de Israel (3-6:14) y predijo su
cautiverio (8:1-14). Este profeta entrega una revelacin de especial caracterstica: Dios suplica
a su pueblo que se arrepienta:
Porque as dice el SEOR a la casa de Israel:
Buscadme, y viviris.
Buscad lo bueno y no lo malo, para que vivis;
y as sea con vosotros el SEOR, Dios de los ejrcitos,
tal como habis dicho.
Aborreced el mal, amad el bien,
y estableced la justicia en la puerta.
Tal vez el SEOR, Dios de los ejrcitos,
sea misericordioso con el remanente de Jos. (Am. 5:4,14-15).
Esta tesitura se puede hallar en otros profetas que Dios envi con un mensaje de juicio por el
pecado, pero tambin con un llamado al arrepentimiento y an a la esperanza despus de la
destruccin.
Puede Dios ser tenido por injusto despus de tan enorme paciencia que mostr para con su
pueblo? Ms an, qu clase de injusticia le podra imputar a Dios un hombre lleno de pecado
y transgresin como cualquiera de nosotros (Is. 1.6; Cfr. Jer. 17.1 y Ro. 7.24)? El profeta Isaas
dice:
Todos nosotros somos como el inmundo,
y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas;
todos nos marchitamos como una hoja,
y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran.(Is. 64.6)
Daniel reconoce en su oracin que Dios es justo: Tuya es la justicia, oh Seor, y nuestra la
vergenza en el rostro (Dn. 9.7). No hay excusas ni argumentos elaborados para sortear la
responsabilidad humana por el pecado. Es verdad que Daniel fue exiliado an siendo un joven
fiel al Seor; tuvo que correr la suerte de todos los dems como si l hubiera sido uno de esos
idlatras y apstatas que encendieron la ira de Dios. Pero si ello ocurri Daniel no lo tuvo por

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pretexto para quejarse ni tener a Dios por injusto. Todas las peripecias que atraves no fueron
suficientes para quebrar su fe y perder de vista la soberana de Dios.
Nosotros solemos colocar en una balanza nuestra obras y los resultados que esperamos
obtener de parte de Dios: si hago este bien me vendr este bien -pensamos. Y cuando esa
fatal ecuacin sale diferente a como la habamos resuelto decimos que a Dios se le ha pasado
lo que hemos hecho bien, y que sufrimos an siendo inocentes. La verdad es que esto es
errneo. Es una forma de pensar que se estrellar una y otra vez con la santa revelacin que
nos ensea que Dios es soberano, y que todo lo que nos ocurre tiene un propsito que
podemos o no entender.
Debemos recordar que sea lo que sea, Dios es justo. En cierto sentido no siempre nos
merecemos lo que nos ocurre (v. gr. una madre piadosa que es contagiada de una enfermedad
sexual por su esposo infiel), como fue el caso de Daniel quien serva a Dios y tuvo que caminar
entre las cadenas y condiciones de Babilonia y Persia a causa del pecado de la nacin. Pero
Dios requera que un hombre como l entregara su mensaje a los reyes paganos y les hiciera
ver que el Reino Celestial imperara sobre todo reino mundial. Dios jams hace ni permite
nada que contravenga su perfecta justicia. Y el carcter de Daniel de soportar toda la presin
sin renegar del Padre de los Cielos es una muestra de lo que la gracia de Dios es capaz de
lograr en cualquier persona que se rinda incondicionalmente a l (Cfr. Heb. 11).

4.La Palabra de Dios siempre se cumple

Despus de reconocer quin es Dios, quines son los hombres y de exaltar, por encima de la
crisis, la justicia perfecta de Dios, Daniel procede a asegurar que la Palabra de Dios se ha
cumplido, como todo lo que l dice, porque es la verdad:
Ciertamente todo Israel ha transgredido tu ley y se ha apartado, sin querer obedecer tu
voz; por eso ha sido derramada sobre nosotros la maldicin y el juramento que est
escrito en la ley de Moiss, siervo de Dios, porque hemos pecado contra El. Y El ha
confirmado las palabras que habl contra nosotros y contra nuestros jefes que nos
gobernaron, trayendo sobre nosotros gran calamidad, pues nunca se ha hecho debajo
del cielo nada como lo que se ha hecho contra Jerusaln. Como est escrito en la ley de
Moiss, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros, pero no hemos buscado el favor
del SEOR nuestro Dios, apartndonos de nuestra iniquidad y prestando atencin a tu
verdad (Dn. 9:11-13).
Lo que le ha ocurrido a Jud es lo que Dios anunci de antemano que ocurrira por boca de
sus profetas. Todo estaba escrito y declarado. Jud tena en sus manos el registro escrito de la
voluntad de Dios y las recompensas y maldiciones por su obediencia y desobediencia (Lv.
26:14-45; Dt.28:15-68;30:1-15). Dios cumple su pacto.

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Daniel habla de la maldicin y el juramento que est escrito en la ley de Moiss. Dios hizo un
pacto con Moiss, nacional, tambin llamado pacto sinatico -que globalmente visto se halla
como una extensin del pacto de las obras con Adn. En este pacto Dios escribi su ley en
tablas de piedra. Por qu lo dej as por escrito? No era suficiente que hubiera entregado su
revelacin de viva voz? Por qu no fue el resultado de estos sagrados encuentros una
tradicin oral? Deba ser por escrito para que no quedara duda de la voluntad de Dios y para
evitar que la corrupcin de la naturaleza humana la tergiversara sin que hubiese la
oportunidad de corregir el error. Como testific el puritano John Penry (I.D.E. Thomas, 1975):
Sostenemos que ni un hombre ni un ngel tienen la sabidura para aadir o
contravenir cualquier cosa, ni cambiar o alterar cualquier cosa que el Seor haya
asentado en Su Palabra (p.33).
Lo anterior es perfectamente expresado en muchas partes de la Biblia (v. gr. Dt. 29.29;Is.
8.20;Sal.1;19;119;Gl. 1.8; Ap. 22.19). El profeta Daniel en su oracin declara que lo que Dios
ha dicho se ha cumplido porque es la verdad (Dn. 9.13). No hay duda de que l entenda que,
aunque reciba revelaciones verdaderas de parte de Dios, las anteriores no se anulaban sino
que permaneceran para siempre (Is.40.8).
Confiamos en lo que Dios ha dejado escrito en la Biblia? O estamos buscando novedades
que se amolden a nuestros deseos? Un cristiano, al igual que Daniel, debe buscar en la
voluntad revelada y escrita de Dios la respuesta a todo cuanto le acontece en su vida. Nuestras
oraciones deben estar inundadas de esa voluntad personal de aceptar los designios y citar las
promesas escritas de Dios. La piedad de Daniel lo mantuvo alerta en el estudio de la Palabra
de Dios. Fue despus de iniciado su estudio bblico que el profeta comenz a elevar su plegaria
al Seor (Dn. 9:2-3). Esto mismo busquemos nosotros: estudio bblico y oracin, porque la
Palabra de Dios se cumplir eternamente.

5.Splicas a un Dios que escucha por amor a s mismo

Recapitulando, los elementos que hemos destacado de la oracin de Daniel (Dn. 9) son los
siguientes:
a. Reconocer quin es Dios y quines somos nosotros (vv. 3-6).
b. Reconocer que Dios es justo en todo momento (v. 7).
c. Reconocer que la Palabra de Dios se cumple (vv.11-13).
Un ltimo ingrediente que sazona esta plegaria desde el cautiverio es la declaracin de que
Dios -el que jura por su santidad (Am.4.2) y por su justicia (Is. 45.23)- escucha a su pueblo
cuando ora no por lo mritos de este sino por amor a s mismo:
Y ahora, Dios nuestro, escucha la oracin de tu siervo y sus splicas, y haz resplandecer
tu rostro sobre tu santuario desolado, por amor de ti mismo, oh Seor. Inclina tu odo,

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Dios mo, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras desolaciones y la ciudad sobre la
cual se invoca tu nombre; pues no es por nuestros propios mritos que presentamos
nuestras splicas delante de ti, sino por tu gran compasin. Oh Seor, escucha!
Seor, perdona! Seor, atiende y acta! No tardes, por amor de ti mismo, Dios mo!
Porque tu nombre se invoca sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dn. 9:17-19).
Un conocido versculo de la Biblia reza: si somos infieles, El permanece fiel, pues no puede
negarse a s mismo (2 Ti. 2.13). Algunos han dicho que este pasaje no debe comprenderse
como una seguridad para el creyente sino como una amenaza (porque es fiel a su justicia y nos
condenar por nuestro pecado-dicen); empero, nosotros afirmamos que Dios que es amor (1
Jn.4.8) y es fiel a su pacto de gracia (Jer. 31:31-34; Mt. 26.28; Ro. 5.1;8.1; Ef. 2.8) aqu nos
est diciendo que nuestra salvacin eterna no depende en ltima instancia de nosotros sino de
l y su poder para preservarnos en la fe. As lo completa el versculo 19 de 2 Timoteo:
No obstante, el slido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El
Seor conoce a los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que
menciona el nombre del Seor.
Es en Cristo en quien descansa finalmente nuestra fe y la esperanza de nuestras oraciones y
vida entera. Dios ama a los que son suyos y por ese amor con que l nos am primero (1 Jn.
4.19) no seremos arrebatados de su mano jams (Jn. 10.28). Isaas 43.25 lo recalca de forma
clara:
Yo, yo soy el que borro tus transgresiones por amor a m mismo, y no recordar tus
pecados.
La razn de este amor es el puro beneplcito de la voluntad de nuestro Padre (Ef. 1.5). La cruz
es el recordatorio perenne de ese amor inconmensurable (1 Jn.15.13) con el que somos
colmados cuando venimos a ser parte del Reino de los Cielos por la operacin del Espritu de
Dios (Jn. 3:5-6). Se ha dicho con tino que lo nico con lo que hemos contribuido a nuestra
salvacin es con el pecado que la hace necesaria. Daniel or al Seor reconociendo que el
rescate de su pueblo tendra que ser por su sola gracia celestial: haz resplandecer tu rostro
sobre tu santuario desolado, por amor de ti mismo, oh Seor (Dn. 9.17).
Cuntas veces apelamos a nuestra obras para pedir al Seor cualquier cosa en oracin? Me
temo que muchas. A menudo imploramos que Dios tome en cuenta nuestra acciones en el
evangelio, a favor de la familia y de la sociedad, y decimos: Dios, mira el dinero que don, las
veces que serv en la Iglesia, la despensa que regal, el favor que hice al extrao. Este tenor
farisaico (Cfr. Lc. 18:11-12) puede venir de un corazn sincero, cierto, pero el ser sincero no
quiere decir que sea apropiado. A Dios le debemos todo y l no nos debe nada (Lc. 17.10).
Estamos vivos porque en su gracia y amor l nos sostiene an sobre la tierra para hacer su
voluntad y glorificarle (Is. 43.7).

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Todo lo que pidamos debe ser en los mritos de Cristo, en su nombre santo y por su vida
perfecta cuya justicia nos fue imputada durante la regeneracin de nuestras almas. Dios
escuchar nuestras oraciones porque su amor, con el que se ama a s mismo en sus criaturas,
es completo y todo nuestro por la fe.

Conclusin

Daniel aprendi a cantar el canto del Seor en el exilio. Supo cmo orar y ser fiel a su Dios en
un territorio extranjero y totalmente contrario a su fe. Ms an, fue profeta en un tiempo en
que pareci que las puertas del infierno acabaron en definitiva con la ciudad de Dios. Vivi el
conflicto entre el reino de las tinieblas y el Reino de Dios, y corrobor que imper este ltimo,
siendo l mismo un instrumento de cambio en las manos soberanas del Seor de los ejrcitos.
Qu nos ensea la oracin de Daniel del captulo 9? Que debemos reconocer quin es Dios y
quines somos nosotros, que l es justo, que su Palabra siempre se cumple y que escucha
nuestras oraciones por el puro beneplcito de su voluntad, por amor a s mismo y su eterna
fidelidad (Lam. 3:22-23), y no por nada que nosotros hagamos.
Como lo veremos si somos observadores, las condiciones en que Daniel se mantuvo firme no
son muy distintas en trminos polticos y religiosos que las de hoy. El mundo moderno est
trabajando para criminalizar la expresin de la fe cristiana. Hay lugares, como Siria e Irak,
donde ser cristiano es una sentencia de muerte. Pero tambin en lugares icnicos de la
democracia se est fraguando un sistema opresor que llevar a la crcel y dejar sin escuela y
empleo a aquellos que se atrevan a ser pblicamente consistentes con su fe. Las leyes estn
castigando a los que hablen en contra de la homosexualidad y del aborto. Se est prohibiendo
la evangelizacin que no sea sino un cndido llamado al amor sin lmites sin sealar el pecado.
Las escuelas estn oprimiendo estudiantes que debido a su fe no permiten que en sus crculos
de estudio lidere un homosexual o simplemente un no cristiano. Y an en relacin a los
plpitos hay quienes estn abogando por revisar los sermones de las iglesias para ver si hallan
algn elemento contrario a la cosmovisin mundanal que pueda servir para taparle la boca a
los predicadores.
Cmo reaccionara Daniel en nuestros das? Del mismo modo que lo hizo ante los reinos de
Babilonia y Persia: con firmeza y valor. Cmo debemos reaccionar nosotros? Pienso que este
trabajo ha respondido ya esta pregunta. Cristo ense a los discpulos diciendo:
No se turbe vuestro corazn; creed en Dios, creed tambin en m. En la casa de mi
Padre hay muchas moradas; si no fuera as, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar
un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendr otra vez y
os tomar conmigo; para que donde yo estoy, all estis tambin vosotros. Y conocis el
camino adonde voy (Jn. 14:1-4).

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No temis No se turbe vuestro corazn Creed en m. Este es el llamado de Cristo en estos


tiempos difciles y en todos los tiempos pasados y futuros. l es la roca de la eternidad:
Confiad en el SEOR para siempre, porque en DIOS el SEOR, tenemos una Roca eterna
(Is. 26.4).
Estamos llamados a confiar en que Cristo estar con nosotros todos los das hasta el fin del
mundo (Mt. 28.20). Puede ocurrir que a diferencia de Daniel nosotros no seamos librados en
esta era de la muerte, tal y como ocurre hoy con muchos mrtires annimos que son
masacrados por no apostatar de su fe ante el islam o los Estados cuyo dios es el atesmo.
Puede pasar de igual manera que Dios no nos preserve de conservar el trabajo, la buena
calificacin en la escuela, la membresa en un grupo de estudio o social o la candidatura
poltica. La reivindicacin, para muchos de nosotros, ser en el juicio final cuando Dios revele
ante todos las obras de cada uno (Ap. 20:11-15).
Que nuestro caminar sea como el de Daniel: perseverante y orante en medio de la crisis.

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