La Nacionalitat Catalana
La Nacionalitat Catalana
La Nacionalitat Catalana
LA NACIONALIDAD CATALANA
1906
NDICE
I. INTRODUCCIN....................................................................3
II. PROVINCIALISMO Y REGIONALISMO............................7
III. GNESIS DEL NACIONALISMO....................................13
IV. INICIO Y DIFUSIN DEL NACIONALISMO..................17
V. EL HECHO DE LA NACIONALIDAD...............................21
VI. LA IDEA DE NACIONALIDAD........................................24
VII. EL HECHO DE LA NACIONALIDAD CATALANA......31
VIII. EL NACIONALISMO POLTICO...................................34
IX. EL IMPERIALISMO...........................................................39
X. CONCLUSIN.....................................................................42
CAPTULO PRIMERO.
INTRODUCCIN.
Cada ao la naturaleza nos muestra una imagen de lo que es el renacimiento de un pueblo.
Cada ao, el invierno detiene la circulacin de la vida, deja desnudas las ramas, y cubre la tierra de
nieve y de escarcha.
Pero la muerte es aparente. Las nieves de las montaas se funden, alimentando a los ros que
conducen al llano la fuerza acumulada de glaciares y ventisqueros; la tierra siente cmo penetran
por todas sus molculas la humedad amorosa del agua que fecunda; bajo la costra de los heleros y la
gruesa proteccin de nieve y escarcha, las semillas se remueven y se agrietan, abrindose para dar
paso a la vida que regresa; los viejos muones de los rboles sienten el estremecimiento, el
escalofro, que anuncia la nueva pujanza de la savia. Despus el sol alarga los das y entibia el aire;
retroceden las nieves a las sierras ms altas, el viento mece los sembrados y las gruesas ramas, a
punto de rebrotar; crece el estallido del movimiento, de la vibracin, de la actividad en toda la
naturaleza; e innumerables rumores cantan otra vez el eterno himno de la vida renovada.
Del mismo modo para los pueblos, el invierno no es la muerte sino la gestacin de una nueva
vida. La hora triste de las naciones es aquella en que se lucha contra lo imposible, contra el hado
enemigo, contra la hostilidad declarada de las grandes corrientes universales, que aplastan y
doblegan a los pueblos del mismo modo que el ro fuera de madre a caas y juncos de las mrgenes.
A principios del siglo XVIII haba comenzado el invierno para la tierra catalana. Se aguantaba
en pie todava esperando la hora cercana en la que los leadores de Felipe V convertiran en lea las
instituciones polticas de Catalua. Pero aniquilada la fuerza social de nuestro pueblo, que era la
poderosa divinidad que deba alimentarles, en lugar de organismos vivos se haban transformado en
miembros fros, paralizados, muertos, que slo se sostenan por inercia.
La despoblacin, la decadencia del comercio, la anulacin de la marina, haban empobrecido
a Catalua. Las leyes, los funcionarios, la orientacin de las vas comerciales que del Mediterrneo
haban pasado al Atlntico, la situacin internacional que haca seores de nuestro mar a los turcos
y los piratas argelinos, e impeda la expansin de Catalua con el crculo infranqueable de aquellos
pueblos brbaros, el desorden administrativo del Estado, las guerras largas y costosas sostenidas
para repeler las imposiciones del uniformismo o las invasiones extranjeras, todo iba en contra de la
prosperidad de Catalua.
Las ideas y los sentimientos que entonces gobernaban el mundo dirigan a los hombres hacia
las grandes unidades mecnicas de formacin violenta: clasicismo, regalismo, centralizacin, eran
los ideales nuevos de aquellas generaciones. Todo el poder, toda la razn de ser y de vivir de los
pueblos estaba en los reyes, que concentraban y absorban en su persona el Estado y la nacin y la
patria. Los reyes eran seores de los sbditos y casi propietarios del territorio nacional, su voluntad
ley suprema del pas. La Reforma, debilitando el poder social de la Iglesia; el predominio del
clasicismo, fortaleciendo el poder feudal de los soberanos mediante el ejemplo y las leyes del
imperio romano, contribuyeron vigorosamente a preparar aquella poca de esplendor de la
monarqua, en la que los pueblos caen bajo los pies de la majestad real que pasa.
El rey era todo en la vida nacional; los pueblos y sus necesidades, intereses y aficiones no
eran nada. Toda la fuerza perteneca al rey, y de l vena: el consejo de la cmara real gobernaba la
nacin; la ciudad en la que el rey estableca su palacio se converta en la capital de la nacin; la
lengua que el rey hablaba, la ley civil que el rey segua, las costumbres locales de las que el rey
participaba o en las que intervena, eran la lengua, el derecho y las costumbres por excelencia, las
formas tpicas del lenguaje, de la vida jurdica, de la vida social. Lo que no se acomodaba o se
diferenciaba, era la excepcin, la particularidad, el privilegio, que se toleraba pero que antes o
despus tena que desaparecer.
Pues bien, esta gran fuerza de la monarqua estaba tambin en contra de Catalua. Por la
procedencia del linaje en el que radicaba el poder real, por la tendencia natural de todos los poderes
fuertes a abusar de su fuerza, por la resistencia de Catalua a las invasiones de la monarqua
absoluta y su adhesin a las libertades populares, por la nacionalidad de las familias que la
rodeaban, y de los agentes y funcionarios de los que principal y casi exclusivamente se serva, la
monarqua fue en Espaa un poderosos factor de anulacin de Catalua. Nuestra tierra, que en un
tiempo haba sido el principal instrumento de la poltica de los reyes de Aragn, qued excluida
poco a poco del gobierno. Lleg una poca en la que no se encuentra ni un cataln al frente de
escuadras y ejrcitos, ni en el gobierno de provincias y colonias, ni en los Consejos de la Corona
que decidan la paz y la guerra y hacan las leyes de las que dependa la prosperidad o la desgracia.
Catalua pobre, sin comercio, sin industria, Catalua sin direccin poltica autnoma, qued
tambin sin cultura propia, sometida a la cultura de la Corte, tributaria de la cultura castellana.
Boscn escribe en castellano sus composiciones poticas; Pujades publica en castellano la crnica
que haba comenzado en lengua catalana; en castellano escribe sus Anales Feliu de la Penya; en
castellano los galanes componen sonetos y madrigales a las damas en las reuniones de la nobleza
provinciana; y ha de considerarse como llanto, como queja, la serie estril, lastimosa, de los
panegricos de la lengua catalana.
Las escasas manifestaciones de nuestra cultura en esa poca, aunque rgidas y forzadas, son
castellanas. El ideal que entonces devena, el futuro que se haca presente, era un ideal de
asimilacin a la lengua y culturas castellanas, que llegaban a Catalua con un estallido esplndido,
con la gloriosa aureola, con el prestigio irresistible de la augusta, sacra, cesrea y catlica majestad
de la corona. Cuando en 1714 caiga el ltimo baluarte de las libertades polticas, ya la
intelectualidad catalana haba adoptado el castellano como lengua vulgar de la cultura, como
posteriormente haba de adoptarse en todos los actos de la vida pblica, y como ms tarde haba de
convertirse en la nica lengua escrita de nuestra tierra.
Pobre, sin accin poltica, sin cultura propia, sometida al gobierno, a la lengua, a la direccin
social de otro pueblo, Catalua perdi el conocimiento de la propia personalidad, y devino en
provincia. Almas escogidas conservaron siempre el recuerdo del pasado, y mantuvieron la protesta
pasiva contra el presente, pero permanecan silenciosas, aisladas y, al final, hasta en aquellos
espritus clarividentes, se borr la conciencia reflexiva de la colectividad, quedando slo, de forma
especialmente acentuada, el mismo sentir inconsciente de la masa.
El otoo haba acabado, el invierno proyectaba su sombra sobre la tierra catalana.
Pero no son simtricas las transformaciones de los pueblos. Comienzan por los crculos
superiores de la vida nacional y, despus irradian en ondas concntricas hasta las capas sociales ms
profundas, que son tambin las ms fuertemente insertas en la costumbre, las ms resueltamente
contrarias a las innovaciones, a las mudanzas. La transformacin se ha consumado virtualmente
cuando todos los centros propulsores de la vida nacional sienten el nuevo impulso, porque cada
centro propulsor, fatal, necesariamente, transmite el impulso recibido en irradiaciones indefinidas a
todo el sistema social del que es centro. Pero, a menudo, cuando el impulso del nuevo ideal est en
trance de transmitirse, y todava no ha llegado a las ltimas capas sociales, cuando ya una nueva
corriente comienza a hacer vibrar el centro propulsor; y todava estn llegando a la periferia los
primeros impulsos, cuando el impulso de aquella nueva corriente ha comenzado un nuevo proceso
de irradiacin.
Es muy expresiva la redaccin original, en la que se opone obrant y furgant. (N. del T.)
Me ocurri a m al escribir cartas en cataln el ao 1886.
Ma y Flaquer, al no haber percibido esto, argumenta contra el catalanismo por haber cada vez ms Juanitos y
Pepitos en lugar de Josephs y Joans, por no ponerse la y entre los apellidos paterno y materno, etc. Antes
deca cuando no se hacan asambleas catalanistas, ni diarios en cataln, ni tantos libros y poesas, ramos ms
catalanes.
CAPTULO II.
PROVINCIALISMO Y REGIONALISMO
Consideremos un momento la evolucin de la conciencia colectiva de la tierra catalana desde
aquellos tiempos ya lejanos en los que Catalua se haba convertido en una provincia, hasta el
momento actual. Comienza con un plido provincialismo, dbil y vergonzante protesta de la gran
diferenciacin latente que pugna por manifestarse. Es el primer paso, el balbuceante tanteo de la
voz, que por primera vez comienza a pronunciar una palabra. Predominaba entonces la concepcin
puramente mecnica del Estado y de la organizacin social: el Estado era una mquina, algo
iborgnico, inanimado, como un conjunto de piezas de hierro, de ruedas y de correas que una
voluntad mueve y combina a su gusto; era la clsica nave de las comparaciones retricas, el Estadocuartel, uniforme, gris, con sus largas ringleras de ventanas siempre iguales, morada del hombrenmero, del hombre reglamentado, asl que mueve y gobierna una voluntad externa en lugar de su
propia voluntad.
En esta concepcin del Estado, la provincia no posee sustancia propia, no es nada, ni
solamente una parte; es un trozo, un fragmento. El verdadero provincialismo se encuentra bien en
aquel estado, quiere mantener y poseer en toda su plenitud los distintivos de la provincia; lucha
desesperadamente , como en La Corua hace unos aos, para que no le quiten una capitana general,
para que no lo quiten una audiencia, o no le dejen sin una u otra comandancia, escuela militar o
fbrica de tabacos.
El provincialismo en Catalua no ha tomado nunca esta forma. Nuestros antecesores de los
primeros tiempos del renacer cataln lo mencionaban, ciertamente, pero pusieron la semilla de un
espritu que es precisamente la negacin del provincialismo. El provincialismo de Catalua, glosado
por Balmes y por los primeros presidentes de los Juegos Florales restablecidos, es un
provincialismo repleto de reivindicaciones radicales, que defiende, no lo que nos une y asimila ms
al Estado, sino el mantenimiento de las caractersticas existentes, aunque a menudo se trate de
tardas persistencias de un rgimen general modificado en las dems provincias. El ttulo que se
aduce es el amor o adhesin de los catalanes, y el amor de stos a las cosas de su provincia se
legitima en el aforismo: No puede estimar la nacin quien no estime su provincia, sntesis de la
teorizacin total del provincialismo.
No exista todava conciencia de una diferenciacin fundamental: las diferencias eran detalles,
excepciones, fueros o privilegios ms o menos disculpables y comprensibles. Nuestros clsicos4 son
los clsicos castellanos, la lengua castellana es nuestra lengua, nuestra historia es la historia de
Espaa, los reyes castellanos son nuestros reyes, Covadonga es el primer grito de nuestra
reconquista, los grandes hombres y las grandes obras de la civilizacin castellana, nuestros grandes
hombres y nuestras grandes obras. El cataln o lemosn, lengua materna en ocasiones, dialecto otras
veces, no les significaba gran cosa; y el derecho civil cataln, derecho foral o municipal, fue
desnaturalizado por la ley hipotecaria sin causar protestas, como tampoco las haba provocado el
primer intento codificador. E incluso cuando ms tarde surgieron algunas voces en su defensa, se
aducan razones de oportunidad, pero se inclinaban a aceptar como una verdad irrebatible que
habran de terminar por desaparecer para dejar sitio al derecho general o comn, es decir, al derecho
castellano.
Toda la apologa de esta fase de nuestro renacer, parta de aquello tan repetido de que para
amar la nacin, se ha de amar la provincia, sofisma hueco que slo engaaba a los catalanes que lo
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utilizaban, y que les serva para justificarse a ellos mismos la viva contradiccin que les
atormentaba.
Los dems no se engaaron, no. Porque cmo iban a creer las gentes verdaderamente
espaolas que, para amar ms la lengua castellana, deban estudiar, cultivar y amar antes la
catalana; que la existencia de nuestras particularidades jurdicas iba a hacernos apreciar ms el
derecho comn5, cabalmente basado en principios contrapuestos a los nuestros; que volcndonos en
el gtico y el romnico de nuestros monumentos, sentiramos una creciente devocin por la
Alhambra o la Giralda; que, enamorndonos de las instituciones catalanas, crecera nuestra adhesin
a las instituciones de Estado, basadas en principios, tradiciones y leyes que son negacin de los
principios, leyes y tradiciones que informan las nuestras?
Todo esto es aplicable cuando se considera a Catalua como una provincia, y por
provincialismo la aficin o el amor a las cosas de Catalua. Por que de las verdaderas provincias no
es preciso tratar, ni se han tratado nunca de ellas entre nosotros. Qu son sino una divisin
arbitraria que no alcanza siquiera a tocar la epidermis del pas? Cmo va a influir en el amor a la
nacin la valoracin de unos cuantos kilmetros de carretera, la capitalidad de una audiencia o el
alojamiento de algunos batallones? Qu puede surgir de semejante provincialismo sino una
ridcula parodia del verdadero patriotismo, del patriotismo sagrado que conduce al sacrificio de la
vida, cuanto ms por unas miserables migajas del banquete burocrtico?
Fue haciendo camino el amor a la lengua catalana, el estudio de la historia propia, la adhesin
a derecho civil. Las costumbres patriarcales de la familia catalana, la milenaria barretina, todo lo
tpico y especial de nuestra tierra, inspir a los poetas que lo contemplaban en la sagrada hora de la
declinacin, en la claridad embellecedora del crepsculo. Prosigui la bifurcacin del alma
catalana, que continuaba teniendo por suyo y propio todo lo que el pueblo castellano haba ido
considerando como lo solo espaol, pero comenzaban ya a no pedir perdn por ser catalanes. Al
hablar de nuestra lengua, de nuestro derecho, de nuestro teatro, tratando de la lengua, del derecho,
del teatro de Castilla, ya no se excusaban como de una falta por disponer tambin de una lengua, de
un derecho, de una literatura propia. Admitan la monstruosa coexistencia de las dos culturas, de las
dos psicologas sobrepuestas, abajo y arriba, y hasta queran encontrarle un fundamento.
El fundamento que, de boca en boca o de pluma en pluma, ha llegado hasta hoy es la armona
de la unidad y la variedad. Argumento espigado de los campos de la esttica alemana, injertado con
sabor teolgico por analogas prximas al dogma catlico de la Trinidad, no produca sino una vaga
y estril poetizacin. Tanto que quera probar, y no probaba nada. Qu era uno, qu era vario? Y en
cada elemento, hasta dnde ha de llegar la unidad, dnde ha de comenzar la variedad? El principio
de la variedad en la unidad no nos dir, por ejemplo, si ha de haber una sola ley civil en todo el
Estado, y, admitiendo excepciones, no nos ensear qu materias han de reservarse a la ley comn,
y cules a la ley foral, ni si sta ha de comprender ste o el otro territorio. Para resolver estos puntos
habramos de recurrir a razones de tradicin, econmicas, de oportunidad, que con otras razones del
mismo tipo podran ser contradichas. La variedad en la unidad no nos servir de nada.
Muchos catalanes, no obstante, se han dado apoyo para subir y alcanzar nuestro renacer, ya
que es una vieja costumbre humana buscar razones que legitimen sus sentimientos o sus deseos.
Buen provecho les habr producido con esta venerable muleta, haber acompaado a toda una
generacin por los caminos de la patria, y haberle ayudado a subir un escaln ms. Pero no
satisfaca a los entendimientos inquisitivos, ni satisfaca los sentimientos cada da ms vivos, y a las
aspiraciones cada da ms definidas.
Las teoras orgnicas esparcidas actualmente por la escuela histrica, por el krausismo y por
el positivismo, proporcionaron los materiales para la nueva teora, ya nacida en la tierra firme de la
personalidad. La percepcin de la sociedad como un ser orgnico, y la de sus grandes divisiones
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internas como sus rganos, es el primer paso, que se perfeccionar despus al aplicar la doctrina de
las personas morales a las sociedades polticas y administrativas, haciendo esa gradacin de crculos
concntricos que, comenzando con la familia, pasa por el municipio, la comarca, la provincia o
regin y la nacin, y se disuelve en la humanidad. De todas stas, cada sociedad es una persona, y
cada persona tiene sus derechos.
Pero ni los conceptos de organismo y rgano requeran suficientemente los de unidad y
variedad, por la misma vaguedad metafrica de la sociedad y de sus divisiones interiores, ni
satisfacan las aspiraciones catalanas. La parte est sujeta y subordinada al todo, el rgano al
organismo. Invocando el supremo inters de Espaa (organismo total), poda exigirse el sacrificio
de lo privativo o especial de Catalua: riqueza, lengua, costumbres, instituciones... y el sacrificio
poda llegar hasta la amputacin. Y cmo negarse, aceptando semejante teora, a no ser por
razones de oportunidad y conveniencia, es decir, con diagnsticos razonados que confirman el
derecho del Estado a imponernos semejante sacrificio?
Del organismo nico Espaa con rganos regionales, traduccin literal en el lenguaje de moda
del principio de la unidad y la variedad, surgi la concepcin de varios organismos, de varias
unidades orgnicas ms o menos interrelacionadas, pero con personalidad propia, expresadas
grficamente por medio de los crculos concntricos. Pero tampoco encontramos la verdad que se
buscaba con los crculos concntricos. La ley de crecimiento del sentimiento en que se
fundamentaba, es una falsedad: que disminuya en fuerza, en intensidad, a medida que gana en
extensin es cierto en ocasiones, pero falso en otras: el hombre ama ms la familia que el
municipio, el municipio ms que la comarca, pero ni la comarca, ni el municipio, ni la provincia se
aman tanto como la nacin. Para salvar a la patria los rusos incendiaron Mosc, y las ciudades y
villas sacrificadas al bien supremo de la nacin, como la buena villa de Perelada, patria de nuestro
Muntaner, son innumerables.
Por otro lado, la familia y el municipio tienen contornos bien definidos: son unidades, son
personalidades que se sabe donde comienzan y donde terminan. El unum a se et divisum ab aliis
que constituye la individualidad, define claramente la suya, no con aquella separacin absoluta con
que se distingue un hombre de los otros, pero lo suficientemente marcada para hacer imposible
cualquier confusin. No ocurre as con las dems personas morales citadas. Salvo la provincia en su
acepcin administrativa, creacin arbitraria del poder sin efectividad social ni diferenciacin
intrnseca, pero con lmites bien detallados desde el mismo momento de su constitucin, salvo la
provincia en este sentido puramente legalista, dnde comienza y dnde acaba la comarca, la regin
y la nacin?
En el cerebro puramente nominalista de muchos autores de derecho, el asunto no presentaba
ninguna dificultad. Al modo de algn legislador espaol que pensaba hacer regionalismo bautizando
con el nombre de regin a las actuales provincias, en un tiempo se imagin hacer federalismo
diciendo estados, haciendo estados de igual modo que los juzgados de primera instancia e
instruccin6, las regiones igual que departamentos o provincias, y todo por medio de la
proclamacin dogmtica del Estado infalible; y la nacin es el cuerpo mismo del Estado, el Estado
mismo en su conjunto de gobernantes y gobernados.
En Catalua la teora abstracta tena ante s la realidad viva. Por eso de deja de lado la
comarca como entidad secundaria y la nacin que se consideraba sinnimo de Estado
independiente, y todo el esfuerzo de la elaboracin doctrinal se concentr en la provincia histrica,
tradicional, viva, es decir, en la REGIN. Era posible al principio hablar de provincia, refirindose
a nuestra tierra, cuando todava estaba fresca la antigua divisin que haca de toda Catalua una sola
provincia, pero ms tarde, cuando la provincia no sea Catalua sino una entidad administrativa
arbitraria, comenz a sonar la palabra regin que acabara por ser universalmente admitida: y la
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Lo Catalanisme, Barcelona, 1886.En 1879 Almirall todava usaba el trmino provincialismo. En Los Fueros de
Catalua se utiliza la palabra regin aplicada a Catalua, pero despus no habla de regionalismo hasta la Memoria
en defensa de los intereses morales y materiales de Catalua (1885).
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San Agustn, La ciudad de Dios, XIX, VII: Porque cuando los hombres no pueden comunicar entre s lo que
sienten, slo por la diversidad de las lenguas, no aprovecha para que se junte la semejanza que entre s tienen tan
grande de la naturaleza; de forma que con mayor complacencia estar un hombre asociado de un perro que con un
hombre extranjero. (N. del T.)
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Estos argumentos, no obstante, son lo mejor de la obra de los tericos regionalistas, y con
ellos y por ellos fueron precursores y coadyuvantes del futuro nacionalismo. Almirall no omiti la
diferenciacin profunda entre lo que llama el grupo castellano y el grupo cataln, y escribi sobre
ello hermosas pginas. Y todos los escritores de aquel perodo y del anterior perodo provincialista,
desde los precursores como Balmes, que al pasar el Ebro se reconoca ms extranjero que al pasar
los Pirineos, hasta los que como Ixart escriban fuera del movimiento poltico cataln, todos en uno
u otro momento sintieron presente en su espritu aquella realidad trascendental.
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CAPTULO III.
GNESIS DEL NACIONALISMO
En medio de la revuelta incoherencia del movimiento cataln, marchaba siempre con paso
firme y orientacin segura un grupo de catalanes, pequeo al principio como un hilo de agua que
mana del ventisquero, que proferan palabras extraas, incomprensibles, en el corazn de nuestra
ajetreada sociedad. Eran los romnticos, los sentimentales, los que rean y lloraban, eran los que
amaban. Y el amor no se engaa nunca; por eso no se engaaron. Alrededor de ellos, polticos y
abogados parloteaban sobre el provincialismo, la descentralizacin, el federalismo, el regionalismo;
ellos repetan humildemente la palabra del tiempo, pero en aquella palabra incluan siempre lo
mismo, incluan Catalua.
Eran los enamorados de la lengua catalana, por la que lloraban al verla humillada y
descompuesta, de aquella lengua que buscaban por valles y montaas, registrando la memoria del
pueblo y las obras de las generaciones pasadas; eran los pacientes examinadores de pergaminos,
vueltos siempre al pasado en el que vean una Catalua libre, fuerte, grandes; eran los copistas de
canciones, los escudriadores de viejas piedras, los fervientes admiradores de catedrales y
monasterios, en busca del oro puro de la tradicin catalana.
Unos decan que la lengua era la patria y la proclamaban reina, y la mostraban cubierta por un
manto formado de pueblos, cortado por la espada de gran rey don Jaime; otros sostenan que lo que
hace a los pueblos es la historia y se volvan hacia los buenos tiempos de la nacin catalana; y otros
ms queran que fuese la literatura, el arte, las costumbres... Y todos tenan razn, todos a la vez.
De sus cantos y pergaminos, infolios, colecciones y fotografas surga la afirmacin capital
del ser de Catalua. Pero no era suficiente. La obra estaba incompleta. El ser de Catalua segua
inserto como los plipos del coral, al ser castellano. Era una unidad, pero no se daban cuenta de lo
que les separaba de los dems. No vean la separacin, no la sentan. La fuerza del hbito, del
ambiente y de la educacin creaban en el espritu de muchos de ellos un poso extrao, una segunda
naturaleza superpuesta formada por elementos exticos, que les impeda ver con total nitidez la
propia obra, los propios sentimientos. Lloraban los males de la lengua catalana y en su casa
hablaban en castellano; enviaban a los Juegos Florales hermosas composiciones maldiciendo
trgicamente los males de Catalua, y fuera de los Juegos se olvidaban de Catalua y se aliaban con
sus enemigos, con los que la dominaban; el Estado exista en su alma, como exista en la de los
polticos regionalistas de aquellos tiempos, no como un Estado, sino como una realidad social o
tnica viva, en la que la verdadera sustancia era la modalidad tnica castellana.
Era preciso acabar de una vez con esa monstruosa bifurcacin de nuestra alma, era necesario
saber ramos catalanes y que slo ramos catalanes, sentir lo que no ramos para averiguar
claramente, profundamente lo que ramos, lo que era Catalua. Esta obra, esta segunda fase del
proceso de nacionalizacin catalana, no la va hizo el amor, como la primera, sino el odio.
Con frecuencia, desde los primeros movimientos del alma catalana renacida, las acciones de
adoracin iban acompaadas por reproches a los causantes de las desgracias de la patria, de
acusaciones embozadas, de inocentes amenazas, y con el paso de los aos predomin esta
tendencia. La obra de reconstruccin tropezaba siempre con el mismo obstculo, los males de
Catalua procedan siempre del mismo origen; golpearon con insistencia las paredes de la prisin, y
brot la protesta, potente, exaltada y vibrante. La fuerza del amor a Catalua, al chocar contra el
obstculo, se transform en odio, y dejando de lado elegas y odas al terruo, la musa catalana, con
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trgico remonte, maldijo, imprec, amenaz9. La reaccin fue violenta: con aquella justicia sumaria
de los movimientos colectivos, el espritu cataln quiso resarcirse de la esclavitud pasada, y no nos
contentamos con reprobar y retar a la dominacin y a los dominadores: extremamos la apologa de
lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, del derecho y del revs, sin ninguna
medida.
Pero de esta afirmacin y de esta negacin surgi bien definida Catalua, no en sus contornos
fsicos como entidad territorial, sino en su fisonoma moral, en su ser psicolgico. La obra de estos
hombres no fue una teora ni una doctrina ni solamente un programa; fue un sentimiento, el
sentimiento de patria, el catalanismo, que contena, como la simiente contiene al rbol, el programa
y la doctrina y la teora. Slo se requera de tierra nueva para plantarlo, y que nosotros le diramos
nuestros corazones vrgenes de cualquier otro sentimiento, nuestros cerebros sedientos de nueva luz.
ste es el origen de nuestra doctrina. No son los equilibrios ms o menos engaosos del
federalismo; no son imprecisas descentralizaciones que tanto nos ofrecen; no son la bondad y la
belleza de nuestras costumbres, ni lo ventajoso de nuestro derecho, ni las virtudes y valor de nuestra
lengua; no son los fundamentos del buen gobierno y de la administracin civilizada. Es Catalua, es
el sentimiento de patria catalana. Ser nosotros mismos, sta es la cuestin. Ser catalanes.
Est claro que hay un nexo ntimo entre el catalanismo y esas tendencias y doctrinas que le
han acompaado y con las que muchas veces se ha confundido y mezclado. Cuando asciende un
hombre, suben con l la familia, los amigos, su pueblo; cuando se remueven las entraas de la tierra
para que nazca una montaa, crujen y se dislocan las capas geolgicas que la cubran, y con la
nueva montaa suben y se elevan hasta las nieves eternas. Es sta una verdad, una gran verdad, y lo
es tnica, moral, social, jurdica, econmica; y lleva con ella un sistema completo de verdades
secundarias, satlites del nuevo astro, que le acompaan en sus revoluciones.
Descentralizacin, self-government, federalismo, Estado compuesto, autonomismo,
particularismo, se elevan con el astro nuevo, pero ellos no lo son. Una Catalua libre podra ser
uniformista, centralista, democrtica, absolutista, catlica, librepensadora, unitaria, federal,
individualista, estatalista, autonomista, imperialista, sin dejar de ser catalana. Son problemas
interiores que se resuelven en la conciencia y en la voluntad del pueblo, como sus equivalentes se
resuelven en el alma del hombre, sin que ni el hombre ni el pueblo dejen de ser el mismo hombre y
el mismo pueblo por el hecho de atravesar por aquellos diferentes estados.
No es una cuestin de buen gobierno ni de administracin; no es una cuestin de libertad ni de
igualdad; no es una cuestin de progreso ni de tradicin: es una cuestin de Patria. sta es la gran
enseanza que hemos obtenido de aquellos hombres, la piedra de los cimientos sobre los que vamos
a construir.
Por eso, ahora que alzamos al viento la bandera, en este momento de plena definicin del
ideal antes borroso, me complace declarar bien alto desde estas pginas, que sus poesas, sus obras,
sus sueos y fantasas nos han conformado; me complace inclinar la cabeza ante los visionarios,
ante los poetas, ante los escudriadores de archivos y los buscadores de ruinas, por que ellos nos
han dado a nosotros los socilogos y los polticos todo lo que requeramos y lo nico que
necesitbamos: el alma de Catalua.
En paralelo a esta corriente, otra haba ido creciendo: la de la adhesin a nuestro derecho
civil. La invasin del derecho castellano provoc una reaccin cada vez ms fuerte a favor de
nuestras leyes. Se exponan sus excelencias, se anotaban las apologas de la escuela positivista de
Leplay sobre nuestra organizacin familiar, se reivindicaba la figura del heredero, se pona de
relieve la misin econmica y el valor social de la enfiteusis, se exaltaba con entusiasmo la libertad
de testar...
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El discurso de Guimer en los Juegos Florales de 1889 seala el momento culminante de esta fase.
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Y a partir de la defensa del derecho cataln, se estudiaba y defenda el derecho romano que lo
integra, y la consideracin e investigacin de la obra jurdica de aquel gran pueblo, llev a nuestro
juristas insensible, natural, suavemente, a la escuela de los romanistas alemanes, a la famosa escuela
histrica.
Al rebufo de esta escuela, en la forma caracterstica catalana que va a recibir de Permanyer y
Tuyet, y de Durn y Bas, tuvo lugar nuestra educacin jurdica. Nos hablaban del derecho como de
una cosa viva, que produjo la conciencia nacional, espontneamente, por medio de una evolucin
constante; sostenan que tanto el derecho como la lengua son manifestaciones del mismo espritu
nacional. No sabamos, no hallbamos explicacin sobre qu y cmo era ese espritu nacional, pero
lo adivinbamos. El derecho de Catalua, ese derecho vivo, nos mostraba la historia que no era ms
que una rama del derecho total de Catalua: Catalua tena derecho propio; Catalua tena una
lengua propia; entonces Catalua tena ese espritu nacional misterioso que al devenir de los siglos
hizo naces y renov el derecho y la lengua...
Y entonces hurgaban en nuestro espritu para descubrir las dos ideas madre de nuestra
formacin intelectual y sentimental. Ese espritu nacional obtenido en la escuela, acompaaba al
sentimiento de patria despertado por los historiadores y los poetas. Los historiadores nos hablaban
de la nacin catalana, los poetas de la Patria, los juristas del espritu nacional y todos decan lo
mismo: Catalua. Patria, Nacin, Catalua...
Pero, qu era el espritu nacional, qu era la Nacin? Sentamos la Patria, pero no
encontrbamos explicada su frmula intelectual, Nacin. Leamos que era un organismo y esta
metfora que hallbamos por todas partes, precisaba nuestras ideas, sealaba fuertemente la
personalidad de la nacin, como una entidad absolutamente separada y diferente, pero no nos deca
lo que buscaba.
Los historiadores del arte nos hablaban de carcter nacional como de una gran fuerza
moldeadora de las obras de los artistas, del carcter nacional que buscaban en las capas ms
profundas, ms fuertes, ms permanentes de las formaciones humanas, por debajo de las modas que
pasan, por debajo de la historia que cambia, por debajo de las civilizaciones que declinan... Y
nosotros recordbamos lo que nos decan nuestros arquelogos sobre el arte de Catalua, y
sentamos que tambin aquella fuerza misteriosa actuaba desde las races de nuestra tierra, junto al
espritu nacional de los juristas y nos preguntbamos si sera la misma fuerza.
Y entonces un gran pensador nos ense que Catalua no tiene solamente una lengua, un
derecho, un espritu y un carcter nacionales, sino tambin un pensamiento nacional, y pas ante
nuestros ojos una procesin de grandes hombres de nuestra tierra, y de cada uno de ellos nos haca
ver como contena y actuaba algo comn, permanente, desconocido, parecido al espritu nacional
que infunde el derecho y la lengua, parecido al carcter nacional que trasciende de las obras de los
artistas.
Todo esto dibujaba bien claramente en nuestra alma la nueva concepcin. Pero nos extraaba
que el conjunto, la sntesis que veamos elaborada, no la vieran tambin los mismos que nos la
presentaban. Y no la perciban. En todos ellos, junto al pensamiento capital que recogamos como
oro puro, encontrbamos all el frrago que lo recubra, despojo de las construcciones que ellos
mismos haban hecho caer. Intentbamos a veces situarlos ante el espejo de nuestra lgica, que
reflejaba el conjunto de la obra hecha, y no la reconocan.
Pero nosotros no dudbamos, no. Nosotros contemplbamos el espritu nacional, el carcter
nacional, el pensamiento nacional; veamos el derecho, veamos la lengua; y de la lengua, del
derecho y del organismo; del pensamiento y del carcter y del espritu nacional, extraamos la
Nacin, esto es, una sociedad de gente que habla una lengua propia y tienen un mismo espritu que
se manifiesta nico y caracterstico por debajo de la variedad de toda la vida colectiva.
16
Y veamos ms, veamos que Catalua tena propios la lengua, el derecho, el arte; que tena
un espritu nacional, un carcter nacional, un pensamiento nacional; Catalua era, por tanto, una
nacin. Y el sentimiento de patria, vivo en todos los catalanes, nos haca sentir que patria y nacin
eran la misma cosa, y que Catalua era nuestra nacin, igual que nuestra patria.
Si ser patria, si ser nacin, era tener una lengua, una concepcin jurdica, un sentido del arte
propio, si era tener espritu, carcter, pensamiento nacional, la existencia de la nacin o de la patria
era un hecho natural como la existencia de un hombre, independientemente de los derechos que le
fuesen reconocidos de hecho. El esclavo romano era hombre, aunque por las leyes de su tiempo
fuese una cosa en manos de otros hombre, del hombre oficial que las leyes reconocan. La nacin
era nacin aunque las leyes la tuvieses sujeta, como el esclavo romano, a otra nacin, a la nacin
oficial, la nacin privilegiada. El hombre era hombre, aunque por la ley no lo fuese; la nacin es
nacin, aunque por la ley no lo sea.
As se desvanecan en nuestro espritu las confusiones que la imprecisin del lenguaje usado
por casi todos haca nacer.
El Estado quedaba fundamentalmente diferenciado de la Nacin, porque el Estado era una
organizacin poltica, un poder independiente en lo exterior, supremo en lo interior, con fuerza
material de hombres y dineros para mantener su independencia y su autoridad. No poda
identificarse la una con el otro, como se haca casi siempre, hasta por los mismos patriotas catalanes
que pronunciaban o escriban nacin catalana en el sentido de Estado cataln independiente.
Polonia, Hungra, Grecia, era ejemplos contemporneos que nos lo confirmaba. Polonia, al ser
dividida, haba perdido la organizacin poltica independiente, haba dejado de ser un Estado, pero
no haba perdido la lengua, no haba perdido el espritu nacional, clave fecunda de su
individualidad. Grecia, antes de emprender la lucha heroica contra los turcos que la esclavizaban,
tena la misma lengua, el mismo espritu nacional que pudo manifestar ms libremente tras
conseguir su independencia, una vez constituida en Estado. Y en nuestra casa encontrbamos lo
mismo: Catalua segua siendo Catalua siglos despus de perder el gobierno de s misma.
As llegamos a la idea clara y ntida de nacionalidad, a la concepcin de aquella unidad social,
primaria, fundamental, destinada a ser en la sociedad mundial, en la Humanidad, lo que es el
hombre para la sociedad civil.
Las relaciones de la Nacin con el Estado, la tendencia de cada Nacin a tener un Estado
propio que transmita su criterio, su sentimiento, su voluntad colectiva; la anormalidad morbosa de
vivir sujeta al Estado, organizado, inspirado, dirigido por otra Nacin; el derecho de cada nacin a
constituirse en Estado; la determinacin del dominio propio del Estado nacional y del propio del
Estado federal en las federaciones o Estados compuestos, todo se deduca con naturalidad: slo
haca falta relacionar la nueva concepcin con los principios de la ciencia poltica.
Cmo surgi esta concepcin, de qu modo se manifest y se desarroll?
17
CAPTULO IV.
INICIO Y DIFUSIN DEL NACIONALISMO
De vez en cuando, desde el inicio del renacimiento cataln, en las colecciones de la prensa
literaria catalanista, en discursos y memorias, se plasmaban lamentos por la nacionalidad perdida,
entendiendo por nacionalidad la libertad poltica perdida, o se perciba la nacionalidad resucitada,
esto es, una futura Catalua libre10. Pero otras veces se haca ya de la nacionalidad algo actual,
presente, todava vivo. Coroleu y Pella y Forgas, en la obra Los Fueros de Catalua11, escriban en
1878: La unidad de la lengua catalana nos demuestra la de la nacionalidad. La idea de
nacionalidad no debe confundirse con la de nacin, por ms que en el lenguaje vulgar se usen a
menudo como sinnimas estas dos palabras, ya que nacin es un estado poltico, soberano e
independiente. En nuestra opinin la unidad de la lengua es un lazo natural que hermana a los
pueblos, creando las nacionalidades, y el pacto formado entre stas constituye varias entidades
polticas naturales en una nica agrupacin.
Estn ya en el buen camino, pero pasan de largo y aprisa. Por otra parte, no observan que la
nacionalidad est, con respecto de la nacin, en la misma relacin que la humanidad respecto del
hombre, esto es, en la relacin de cualidad constitutiva del ser al ser concreto. La humanidad es el
conjunto de elementos que hacen al hombre, la nacionalidad el conjunto de elementos que hacen a
la nacin. Esto es as en el sentido natural de las palabras, pero si nacionalidad se toma en el sentido
de sociedad concreta, entonces es sinnimo de nacin, y no puede encontrarse ninguna diferencia
entre una y otra.
Chispas aisladas como estas se perciben de vez en cuando, anunciando la nueva concepcin
que se aproxima, pero slo chispas, imprecisas, indeterminadas, fuegos fatuos que se desvanecen al
instante.
El origen de la nueva doctrina fue la asociacin de estudiantes Centro Escolar Catalanista,
fundado en 1887 en el entorno del Centro Cataln. All, en el corazn de de aquella juventud
inflamada por el sagrado amor a la patria, naci y tom cuerpo la nueva idea, creci y se defini.
Durn desde la presidencia de la seccin de Derecho (1889) plantea el problema con
precisin; trata del nacionalismo, encuentra su base en la lengua, en el derecho, en la historia, se
refiere a las diferencias que entre las naciones que forman el Estado Espaol12, existen.
En la misma asociacin, pocos das antes, Puig y Cadafalch haba manifestado la obsesin por
aquel mismo problema. Somos una voz en el concierto de los pueblos deca que resucitan
como si hubiesen sentido un mandato divino sealando la hora de hacer revivir sobre la tierra las
antiguas nacionalidades, patrias naturales. Y aada: Es que los pueblos no se borran de la tierra
por real orden; es que las naciones no se crean con moldes y artificios, es que la voluntad del
hombre no es capaz de hacer desaparecer los caracteres de las razas... Y en estos caracteres, tal
como los describe Taine, se encuentra el fundamento, las races del Regionalismo.
En la superficie hay costumbres e ideas, una especie de espritu, la moda que dura tres o
cuatro aos; debajo las hay que duran veinte, treinta, cuarenta; ms abajo hay otras ms firmes que
perduran en un perodo histrico; a mayor hondura se encuentra el granito que no cambia sin
10 Rubi y Lluch, y despus Pico y Campamar, formulan ntidamente esta concepcin, uno en la Revista Catalana
(1892), el otro desde la Presidencia de los Juegos Florales del mismo ao.
11 En castellano en el original. (N. del T.)
12 Sesin inaugural del curso, 23 de noviembre de 1898.
18
transfusiones de sangre de otra raza distinta, y son los caracteres de las nacionalidades; an ms
abajo todava se encuentran capas desconocidas que hoy va descubriendo la lingstica,
hermanando a pueblos que habitan distantes regiones de la tierra: y todava es ms profundo todo lo
comn a la humanidad entera, una especie de materia primitiva de la que ha brotado un sinfn de
caracteres de pueblos, del mismo modo que de la primitiva materia catica brot el sinfn de rocas
que forman los valles y las montaas.13
Al ao siguiente (1890), teniendo que dirigirme a mis compaeros de la Universidad desde el
mismo lugar en la inauguracin de nuestra tareas, quise hablarles de la Patria Catalana que,
pequea o grandes, es nuestra nica patria, de la esclavitud de los hombres que acab para
siempre, y de la esclavitud de las naciones que subsiste todava, de la lengua y del derecho, sntesis
de la nacionalidad catalana.
Contra esta tirana deca se alza potente la voz aclama a las nacionalidades naturales e
histricas. La poltica de las nacionalidades est murindose, ha dicho hace poco el ministro
Crispi, uno de los autores de la unidad de Italia. Desde su destacado sitial no desconoce lo que pasa
en el fondo de las sociedades; ve como se tambalean esas unidades artificiales que l defendi, pero
no se da cuenta de que su agona es la vida de las naciones verdaderas. Las nacionalidades que
mueren son aquellas de las que hablan los libros, las grandes nacionalidades14, constituidas siempre
en perjuicio de las patrias naturales por el poder avasallador de una nacionalidad que en Francia es
Neustria, en Bretaa Inglaterra, y en Espaa Castilla. Hoy, para muchos, Espaa es slo un nombre
indicativo de una divisin geogrfica, como lo es Europa. Hoy son muchos los que tienen claro que
Espaa no es una nacin, sino un Estado; y que se penetran de la diferencia que va del Estado, obra
de los hombres, entidad artificial, a la Nacin, entidad natural, producto de la espontaneidad del
desarrollo histrico. Y somos muchos tambin los que, posedos de esta diferencia, queremos que
los estados sean nacionales...
Y terminaba:
Pero querra para mi patria todava ms que su libertad. Querra que Catalua se penetrase a
fondo de la significacin y trascendencia de este movimiento social, y comprendiese la gloria eterna
que conquistar la nacionalidad que se ponga a la vanguardia del movimiento guerrero de los
pueblos oprimidos. Querra que esta nacionalidad fuese mi patria.
Mi voz no es bastante potente para dirigirme a Catalua; por eso me dirijo a vosotros solos,
que sois sus hijos ms amantes. Insistidle por todas partes, habladle no con la boca, sino con el
corazn, porque con el corazn os escuchar; hacedle sentir los primerizos rumores de la revolucin
que se prepara; convencedle de la trascendencia de la gran obra; decidle que las naciones esclavas
aguardan, como la humanidad en otros tiempos, a que llegue el redentor que rompa sus cadenas;
haced que sea el Genio de Catalua el Mesas esperado por las naciones...15
En ese tiempo de lucha constante en defensa de nuestras ideas, motejadas, ridiculizadas y
maltratadas de mil formas y maneras, la nueva concepcin despertaba en todos nosotros, los que
trabajbamos y nuestros amigos ms prximos que nos ayudaban, un entusiasmo vivo, un
extraordinario espritu de proselitismo. Tiempo de discusiones continuas, de apostolado individual
en todo momento y en todo lugar, ese principio de la nacionalidad catalana, guardado y
reverenciado como nuestro gran dogma, nos daba una seguridad y un aplomo que desconcertaba a
nuestros enemigos, y era una posicin inexpugnable, una fuente nunca agotada de argumentos
abrumadores.
Uno de los primeros propagandistas de esta doctrina, Muntaola, iba deduciendo con espritu
dialctico las consecuencias del principio establecido, y se esforzaba por hacerlas pblicas en la
13 Discurso inaugural del Centro Escolar Catalanista, curso de 1889 a 1890.
14 En castellano en el original. (N. del T.)
15 Discurso inaugural del curso 1890-1891.
19
prensa catalanista de entonces. Pero la rutina nos cerraba todas las puertas, y las de La Renaixensa
las primeras. Slo dieron acogida a las nuevas formulaciones dos semanrios comarcales, uno de
Vilafranca y otro de Manresa, siendo el de Vilafranca (Les Cuatre Barres) el primer peridico
catalanista que se adhiri, rebautizndose con el subttulo de Peridico nacionalista.
Un concurso organizado por el Centro Cataln de Sabadell, con el objeto de premiar un
Catecismo parecido al catecismo foral de Navarra, nos dio la ocasin perseguida de extender
nuestras ideas y nos presentamos. Con Muntaola, que entonces publicaba una Doctrina
nacionalista, exponiendo con lgica crudeza el nacionalismo, escribimos el Compendio de doctrina
catalanista, premiado en el concurso, y del que se hicieron rpidamente dos ediciones, una de lujo y
otra de propaganda con cien mil ejemplares, hoy totalmente agotada.
En aquel Compendio expusimos toda la nueva doctrina, aunque quitando la terminologa
propia, substituida por la terminologa entonces ms generalizada: bajo las viejas palabras
disimulamos la mercanca nueva, y se acept. Desde el lema, tomado de la crnica del conde de
Urgel, en que se afirma la oposicin entre los pueblos cataln y castellano, y la sujecin de nuestro
pueblo, hasta la formulacin sinttica de nuestras reivindicaciones: Catalua para los catalanes,
desfilaba en preguntas y respuestas toda la doctrina nacionalista. Esto es, lo ms importante: que
slo hay patrias de una especie; que Espaa no es nuestra patria, sino una agrupacin de varias
patrias; que el Estado espaol es el Estado que gobierna tanto la nuestra como las dems patrias
espaolas; que el Estado es una entidad artificial, que hace y deshace a voluntad de los hombres,
mientras que la patria es una comunidad natural, necesaria, anterior y superior a la voluntad de los
hombres, que no pueden deshacerla ni modificarla. Y definida la patria con sus caracteres
fundamentales, se define Catalua demostrando que tiene todos los atributos que hacen la Patria o
Nacin.
Un ao despus pudimos disponer de un diario. La Renaixensa llevaba una vida muy penosa;
nosotros, llenos de mpetu, sabamos que nuestras reivindicaciones no podran abrirse camino sin un
peridico fuerte y difundido, y ofrecimos a Aldavert nuestra activa participacin a cambio de su
promesa de que el aumento de suscripciones y publicidad que logrsemos se invertira en mejoras
materiales del mismo diario16.
Nuestras campaas posean un espritu intensamente nacionalista: evitbamos an usar
abiertamente la nomenclatura propia, pero destruamos preocupaciones y prejuicios, y con
oportunismo consciente insinubamos en sueltos y artculos las nuevas doctrinas, mezclando
habitualmente los trminos regin, nacionalidad y patria, para acostumbrar poco a poco a los
lectores.
Esta tarea tuvo xito. En el ao 1897, tras dar en el Ateneo nuestra primeras batallas
encaminadas a conquistar las grandes corporaciones barcelonesas, toda nuestra gente logr su
consagracin definitiva, al reunirse en el gran saln del Ateneo para escuchar unas conferencias
clara y explcitamente nacionalistas, organizadas con el proyecto de estudiar todos los elementos de
la nacin catalana, y que se inauguraron con mi conferencia sobre el hecho de la nacionalidad
catalana17.
El golpe se haba dado: la nueva doctrina quedaba definitivamente consagrada.
Tanto se va a adelantar desde entonces, que uno de los peridicos catalanistas que tena ms
difusin por toda Catalua, el quincenal Lo Regionalista, cambi de nombre, estampando en la
nueva cabecera estas palabras que resuman toda esta elaboracin doctrinal: La Naci Catalana; y
16 Con estas condiciones entramos en La Renaixensa Puig y Cadafalch, Galliss, Moliner y yo. Durn ya escriba all,
y continu con nosotros.
17 Salvo la de Durn y la de Puig, no todas las conferencias, por otra parte muy notables, respondan exactamente a
nuestro plan y a nuestro objetivo nacionalista. La ma, titulada El hecho de la nacionalidad catalana, publicada
entonces en La Renaixensa como todas las dems, conforma los captulos V, VI y VII de este libro.
20
21
CAPTULO V.
EL HECHO DE LA NACIONALIDAD
Los que han estudiado el problema de las nacionalidades que ha ocupado todo este siglo a
pensadores y polticos, se han detenido principalmente a considerar el hecho jurdico.
Deslumbrados por el esplendor de las jerarquas oficiales, han credo que las botas de los soldados,
las togas de los jueces, los uniformes de los guardias civiles o de los gendarmes, la lengua en que se
pleitea o recurre, en la que se pagan las contribuciones y las multas, el derecho que establecen las
asambleas, es decir, todo lo que divide o separa los Estados, divida tambin a los hombres, es decir,
las sociedades que viven prisioneras dentro de sus lmites; han credo que separaban ms los
hombres que el derecho que vive en las costumbres, en el actuar de la vida, que la lengua que se
habla siempre, porque es la que habla el espritu consigo mismo.
Atrados y sugestionados por el hecho jurdico, se ha descuidado la observacin del hecho
social complejo, el hecho vivo, que expresa hoy y ha expresado siempre a todos los que se han
detenido a observarlo, desde el explorador fenicio cuando recorra las costas del mundo antiguo
para fundar aqu factoras mercantiles, hasta el positivista de nuestro tiempo que, poseedor de los
mtodos de las ciencias naturales, emprende la clasificacin biolgica de las sociedades humanas.
Por eso se han acercado ms a la solucin los grandes historiadores y socilogos, y no los
polticos y los juristas. Aquellos, estudiando la vida del arte, o la evolucin de las creencias, o las
subidas y las bajadas de las corrientes cientficas, se han topado con el alma de los pueblos, fundida
en el bronce de las estatuas, rezumando en el color y las figuras de las obras de los pintores,
inspirando catedrales y monasterios, lonjas y palacios, latiendo en las pginas de los grandes
prosistas y poetas, decantando el vuelo de la mente de los pensadores, empujando la fuerza de los
genios, impregnando de un aire singularsimo hasta las obras de los grandes fundadores de
religiones y sectas, de los autores de herejas y de los creadores de rdenes religiosas.
Gegrafos, historiadores, exploradores y socilogos, todos los que han estudiado las
sociedades tales como son, del modo en que viven y sienten, del modo como piensan y obran, y han
podido relacionar y comparar unas con otras, han reflejado en las pginas de sus obras la imagen de
aquellas asociaciones naturales, necesarias, que tien de un color originalsimo todo lo que dentro
de s se produce, desde la ms elevada concepcin intelectual, hasta la obra ms inconsciente del
genio popular.
Cuando Hecateo y Herdoto, por ejemplo, emprendieron por vez primera la exploracin del
mundo antiguo, observaron que las vestiduras, las costumbres, la fisonoma, la lengua de la ciudad
A, eran iguales a las que descubran en las ciudades B, C, D, sus vecinas; y proseguan, el poder
poltico cambiaba: aqu una asamblea de ancianos, all un rey, pero la lengua y las costumbres y la
fisonoma del conjunto no sufra mudanza; atravesaban un ro y en la otra ribera sometidos a
diferentes seores, se hallaba la misma lengua, las mismas tradiciones; se les interponan
intrincadas montaas, se arriesgaban por sus collados, y cruzaban las crestas, y la gentes que
hallaban tenan amos diferentes, pero continuaban hablando del mismo modo, y presentaban el
mismo aire de familia. Hasta que, de pronto, tras atravesar un puerto o un ro, o dejar atrs pramos
y yermos, vean construcciones de aspecto diferente, les reciban gentes que posean otra fisonoma,
vestiduras distintas, y que hablaban otro idioma y no el que hasta entonces escuchaban.
Lo repetido de esta observacin, en un caso tras otro, les sugestion vivamente, y por eso
hacen siempre lo mismo en sus obras: tras la indicacin del nombre del Estado, nunca olvidan
aadir la indicacin de que pertenece a ste o al otro gran grupo natural: as despus de citar a
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Molybdana, aaden seguidamente urbs (en griego polis, es decir, estado) Mastienorum, Ibylla urbs
Tartessiae, Crabasia urbs Iberorum, Edetes gens (etnos) Iberica, Elesyci gens Ligurum, etc. Uno de
los ms antiguos, Skylax de Carianda, comienza su Periplo de los litorales de Europa, Asia y Libia,
sealando que no tratara ms que de aquellas grandes unidades naturales (gentes), y efectivamente
cita a los Iberos, a los Ligures, despus a los Tirrenos, en seguida a los Latinos, y cuando llega a la
Iliria, por ejemplo, detalla ms sus indicaciones geogrficas, pero de cada tribu que nombra hace
constar que pertenecen al grupo ilirio.
An hace ms Estrabn; ante determinadas poblaciones discutidas, entonces indica
claramente el criterio de formacin de aquellos grupos. Algunos historiadores haban presentado a
los lucanos, brusianos y samnitas como pueblos diferentes; Estrabn analiza las poblaciones de su
tiempo, y no es capaz de explicar el motivo. Hoy dice no pueden distinguirse: estas gentes
conservan hoy la individualidad propia pero han desaparecido las diferencias de lenguaje,
armamentos, vestiduras y otras del mismo tipo. Casos as se podran citar otros; son constantes las
quejas del gegrafo griego porque los romanos haban dividido los pases segn los accidentes
geogrficos, en lugar de hacerlo segn las afinidades naturales de los pueblos.
Esas mismas asociaciones espontneas de hombres que los gegrafos describen, los
historiadores las encuentran actuando en el drama de la historia. El primero de todos, el ms
antiguo, comienza diciendo que va a narrar las gestas de los griegos, y es tan viva la idea de la
solidaridad de aquellos grupos, que del robo de Io, hija del rey Inacos de Argos, por unos
mercaderes fenicios, se hace responsable no al Estado al que perteneca, ya fuere Tiro o Sidn, sino
a Fenicia, y del deber de vengarlo a todos los griegos; lo mismo se puede decir del rapto de Europa,
hermana de Cadmo, llevado a cabo por los cretenses, y del de Meda, hija del rey de Colchos.
Por debajo de la diversidad de hechos polticos de cada uno de estos grupos, se descubre la
unidad de un sistema, el nexo de un sentimiento comn; y los que, en lugar de estudiar la historia
poltica, hacen la historia de la ciencia, del arte, del derecho, de las costumbres, de los idiomas,
observan un conjunto de obras artsticas, cientficas y jurdicas de cada una de estas unidades
sociales, con algo comn que les agrupa en diversas escuelas y tradiciones. Y hasta los historiadores
de sectas y herejas han bautizado con el nombre de filetismo al fenmeno curiossimo de nacer y
circunscribirse muchas de ellas, la gran mayora, en el crculo de una de estas personalidades
colectivas.
Los socilogos, naturalmente, tambin las han visto y observado; pero as como los gegrafos
se haban fijado en el aspecto exterior, y los historiadores en las acciones de su vida, los socilogos
las descubren cuando intentan averiguar la esencia ntima de vnculo social, del hecho de la
sociedad.
Y el hecho para los socilogos es ste: el hombre nace, crece, se forma y vive en una
sociedad.
Viene al mundo con un cuerpo determinado, en el que sus padres han dejado los grmenes de
las predisposiciones fisiolgicas y morales, una especie de residuos de toda su vida pasada, que
constituyen en el alma de los hombres un fragmento del alma social, y su espritu individual queda
soldado orgnicamente para siempre en el alma colectiva, y para siempre pervivir junto a su propia
vida individual, como los plipos del coral, la vida compleja y rica de la comunidad.
La sociedad que da a los hombres todos estos elementos culturales, que los une y forma con
todos ellos una unidad superior, un ser colectivo informado por un mismo espritu, esta sociedad
natural es la NACIONALIDAD.
De todo ello resulta que la nacionalidad es una unidad de cultura o civilizacin; todos los
elementos de este tipo (el arte, la ciencia, las costumbres, el derecho...) tienen su fundamento en la
nacionalidad. Pero an hay ms, y ese hecho explica muchas confusiones y determina la causa de
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24
CAPTULO VI.
LA IDEA DE NACIONALIDAD
Las diferentes teoras sobre la nacionalidad, examinadas a distancia, reuniendo todas ellas en
una sola mirada, pierden la aspereza del aislamiento; se le borra su individualidad, para as dar vida
a un sistema orgnico de las grandes corrientes ideolgicas que se unen con las de la ciencia, y
vivifican y dan relieve a la frmula o nocin ms exacta de nacionalidad.
El materialismo del siglo XVIII, preparado por el escepticismo lleno de bonhomie de los
grandes escritores de los siglos XVI y XVII, es la fuente de la primera de estas grandes corrientes
ideolgicas. Cuando dominaba en la filosofa el sensualismo de Locke y de Condillac, y en el
derecho el legalismo cesarista de los romanistas y el utilitarismo de Bentham, se iniciaba el ciclo
grandioso de las invenciones mecnicas, y crecan a paso de gigante las ciencias que analizaban la
naturaleza fsica, era lgico y natural que la vieja idea de la influencia del ambiente material sobre
el hombre, sostenida siempre desde Aristteles hasta Egidio Romano y Ben Jaldn, desde Huarte
hasta Montesquieu, se llevase hasta el extremo como hizo Herder cuando dijo: Dadme la estructura
de un pas y yo os declarar su historia. Antes de que en el mundo hubiese ocurrido nada
aada las cadenas montaosas, los repliegues del terreno, los meandros de los ros y los
arroyos, marcaban ya con trazo imborrables la fisonoma futura de la historia. El que uno de estos
elementos cambie de forma, el que avance aqu un estrecho, el que se abra all un canal, los
progresos y la ruina del mundo, har que la suerte de pueblos y estados, durante siglos, recorran
trayectorias bien diferentes.
La accin del clima sobre el hombre atraa tambin a los entendimientos, y la vean tan
poderosa que, segn algunos, penetra y modifica la naturaleza orgnica, y segn otros transforma la
configuracin del cuerpo, los modos de vivir, los placeres, las ocupaciones, hasta el alma misma de
los pueblos. Una vez dado el primer paso, la influencia del ambiente fsico fue la causa de todo: de
la libertad y de la tirana, del valor y de la cobarda, del espritu de conquista y de dominacin, de la
organizacin de la familia y de las dems instituciones jurdicas, del espritu progresista o rutinario,
de los caracteres y especializacin de las lenguas, del aspecto caracterstico del arte, de la
orientacin de la literatura, en resumen, de la vida social entera.
Con esta gran corriente embarrancan todas las utopas de los lmites o fronteras naturales, de
las unidades geogrficas, circunscritas en ocasiones al curso de los ros, en otras a las cadenas
montaosas, segn convena a la concupiscencia nacida de las tradiciones administrativas romanas,
resucitada en la poca moderna, como tantas otras cosas de las civilizaciones paganas, por los
aprendices de Csar que ocupaban los tronos de Europa y por los estadistas y escritores que les
ayudaban. Todos buscaban los lmites naturales de los pueblos en los hitos de las grandes provincias
o prefecturas romanas, unidades territoriales por excelencia: Galia, Italia, Britania, Hispania...
Pero el adelanto en las investigaciones geogrficas pronto pusieron de relieve que en todos
aquellos territorios faltaba de forma absoluta la unidad del territorio, de la estructura, del clima y de
las dems condiciones de este tipo, indispensables para constituir lo que alguien llam nacionalidad
geogrfica. Por eso la crtica se apart de aquellas concepciones errneas, y la busca de la unidad
geogrfica verdadera lleg a su trmino en la conclusin radical de Odysse-Barot: la nacionalidad
es una cuenca hidrogrfica, frmula ltima y ms cientfica de aquel movimiento ideolgico que
afirma la existencia de numerosas nacionalidades dentro de cada uno de los Estados modernos de
Europa.
A la vez que aquella corriente materialista haca al hombre esclavo del fatalismo de la
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naturaleza fsica, el idealismo abstracto y generalizador que en el siglo XVIII y principios del XIX
lleg al punto culminante de su expansin con el triunfo del doctrinarismo apriorstico de la
Revolucin Francesa, verdadero apogeo del renacimiento del cesarismo latino, provoc una
reaccin vigorosa que, iniciada con anterioridad por medio de los estudios de algunos insignes
pensadores, recibi un empuje decisivo con la gran revolucin romntica, poderoso cambio de
direccin en las ideas y sentimientos, admirable por su fecundidad, por la universalidad de su
influencia, y por la gran variedad de matices que la formaban. Los europeos se sintieron de repente
hartos de pasear su espritu por los prticos de la civilizacin greco-latina, el peso de los
convencionalismos clsicos les aplastaba el alma, y los convencionalismos artificiales del
clasicismo les helaba el corazn. Como una mujer histrica, tan pronto se sentan abocados al placer
de la risa, como a un deseo invencible de llorar. Y de este estado espiritual, de este sentimentalismo
enfermizo que le acometi hacia 1790, naci la aoranza del pasado, la nostalgia por la vida de los
primeros siglos, el ansia de alimentar el espritu otra vez con el misterioso idealismo de los templos
gticos por los que paseaba en la infancia, de pasear por los patios y salas de los castillos seoriales,
de hablar las lenguas populares que entonces se hablaban, de tratar con gente como los rsticos
soldados de entonces, groseros pero sencillos, duros pero espontneos, ignorantes pero hombres, no
meros muecos construidos para hacer reverencias y cortesas como los habitantes de la corte de
Versalles.
La sociedad senta la nostalgia de la fuerza, de la vida que despierta y sobresale, y como la
vida es realidad, tras los poetas del romanticismo vinieron los hombres de ciencia, tras
Chateaubriand que se complaca en retratar a los francos de Clodoveo, lleg Thierry, el historiador
artista que se ve alcanzado por la intuicin del papel de las razas en la vida de los pueblos, y que se
eleva hasta la concepcin etnolgica de la historia; y tras Herder, el abigarrado grupo de los
folkloristas; y por ltimo los jurisconsultos, los gramticos, los fillogos.
Al principio se observa el hombre exterior: las vestiduras, el color de los ojos y del cabello, el
tono de la piel, la ferocidad o dulzura de la mirada, todos los detalles etnogrficos que proporcionan
la visin exacta, pero slo externa, de los hombres y de las razas. Por aqu se comienza. Pero
inmediatamente quiere averiguarse algo ms ntimo; cuando la fisiologa haca tan admirables
progresos, y el estudio del organismo haba engendrado las exageraciones del sistema de Gall y los
frenlogos, era imposible que no se dedicasen los investigadores a medir las dimensiones del crneo
y establecer su configuracin, a precisar el ngulo enceflico, a determinar la talla y dems
circunstancias del esqueleto de las razas, consideradas como variedades fisiolgicas de la especie
humana.
Se contempla la gran corriente antropolgica, retrasada por tantos tropiezos, y desnaturalizada
por tantos prejuicios y errores. Hoy comienza a entrar en su mbito propio, tras haber querido
invadir territorios que no le pertenecan y haber sido rechazada. Al principio, raza era sinnimo de
nacionalidad: era habitual y comn traducir etnos y natio o gens por raza; como consecuencia de
esta ampliacin del sentido propio naci la confusin entre la raza histrica o variedad de la especie
de las sociedades, y la raza antropolgica, o variedad de los individuos de la especie humana,
tomados aisladamente, de uno en uno, desligados de todo vnculo de sociedad. El resumen de esta
confusin es la afirmacin de que la nacionalidad es una raza.
El inmenso desarrollo de los estudios histricos se manifest en algo ms que las
investigaciones antropolgicas, y al mismo tiempo que las variedades fisiolgicas, observaron los
pensadores e historiadores las variaciones sociales o de civilizacin o cultura, las razas histricas,
las grandes individualidades colectivas o nacionalidades.
La realidad de las nacionalidades sugestion poderosamente a los grandes escritores alemanes
del siglo XVIII, en el mismo momento en el que ms se hacan lenguas de la humanidad, y ms se
cubran exteriormente de un falso barniz de cosmopolitismo. Estaban en pleno renacer del
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nacionalismo: todos trabajaban, cada cual en su esfera, para desterrar la influencia extranjera: unos
para regenerar la humilde y arrinconada lengua alemana, otros para eliminar de la literatura
germnica su carcter de sucursal de las literaturas francesa e inglesa; los jurisconsultos para
mantener la integridad del derecho germnico, amenazada por el fantasioso uniformismo de la
codificacin a priori, vehculo de la introduccin de la influencia francesa en el sistema de la vida
jurdica nacional; los filsofos para crear una metafsica tan original y caracterstica, tan
impregnada del espritu germnico, que constituye el espejo ms claro y fiel del genio de Alemania.
Se encontraron con un pas en el que el renacimiento clsico y el predominio de la cultura francesa,
haba convertido en yermo, en estril territorio hecho a propsito para que slo creciesen meros
imitadores, entendimientos invertidos al nacer, de aquel tipo que surge expresamente para renegar
de las cosas de la tierra, y hacer de altavoz de las modas forneas; y por eso todos, con ms o menos
claridad, todos sintieron la nostalgia de una Germania germnica, y volvieron los miradas con
respeto y amor hacia la Edad Media, donde la contemplaron grande y pura, tal como ellos la
deseaban. Fenmeno curiossimo propio de todos los renaceres, que se ha repetido entre nosotros
con la misma intensidad y persistencia!
La individualidad de las naciones surge con vivsimo relieve en las obras de los pensadores de
aquel siglo, y sobre todo en las del hombre de las grandes intuiciones, Herder.
La Humanidad se presenta a su vista como una familia de pueblos o naciones, cada uno
singularizado por un carcter determinado, cada uno en posesin de un temperamento y una
fisonoma especialsima. Todas las escuelas realistas posteriores recogen esta idea, y la reproducen,
la realzan y la trabajan, dando relieve a sus detalles, uno tras otro.
La escuela histrica, presentida por Cuys y Vico, y fundada por Hugo, Niebhur y Savigny,
fue la reaccin del derecho vivo de los pueblos germnicos contra la invasin de una legislacin
extranjera, la francesa, que llamaba a las puertas de todas las naciones, como portavoz de la justicia
universal y absoluta, del derecho abstracto, depositado en los alambiques de la razn dialctica. El
derecho es un fruto de la conciencia del pueblo, que se hace a su semejanza y segn sus
necesidades; es un producto del espritu nacional, fuente de la vida entera del pueblo, principio y
fundamento de todas sus manifestaciones. No es una obra arbitraria de la razn abstracta, sino una
sustancia viva del organismo social, sujeta al proceso de desarrollo orgnico o de la evolucin
natural. Cada pueblo tiene su derecho, que es el nico que se adapta a sus necesidades y responde a
la idiosincrasia de su temperamento. La consecuencia lgica e indeclinable de estas premisas se
obtendr pronto: all donde hay sistemas jurdicos diferentes, hay tambin diferentes pueblos,
diferentes nacionalidades. La nacionalidad es tambin, por tanto, un criterio o sentimiento jurdico
original.
La conexin de la lengua con el derecho fue uno de los leitmotiv ms constantes de la escuela
histrica; son elementos de la misma individualidad social concreta, producto de aquella misma
fuerza misteriosa. La lengua es tambin un producto natural, y no el resultado de una convencin o
del artificio del hombre. Una lengua deca Herder es un todo orgnico que vive, se desarrolla
y muere como ser viviente; la lengua de un pueblo es, por decirlo as, el alma misma de aquel
pueblo, hecha visible y tangible. Para conocer un pueblo ha de poseerse su lengua, para apreciar su
literatura ha de conocerse la lengua en que est escrita. Cada nacin piensa como habla y habla
como piensa. Querer reformar una lengua, como se cambia una ley, es una empresa ridcula:
quitarle los idiotismos es quitarle su fisonoma original, es desfigurarla en lugar de embellecerla.
Cuando se habla de proporcionar ms dulzura a la lengua alemana, lo nico que se demuestra es el
desconocimiento de lo que es una lengua. El alemn no es spero, ni brbaro; esta reputacin la ha
fabricado la gente que no lo habla. Tal como lo han hecho las generaciones, es el molde que se ha
construido la mente alemana, y el nico que le conviene. Quien atenta contra la lengua de un
pueblo, atenta contra su alma, y la hiere en los fundamentos mismos de su vida. Se han de buscar
las riquezas de la literatura medieval; all se encuentra el genio alemn antes de ser deformado por
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invada las instituciones y las leyes, tras haber dominado (todava hoy lo hace) la ciencia. Krause la
recogi, y la aplic repetidas veces; constantemente la reproduce, a cada paso se apoya en ella,
continuamente expresa el paralelismo entre el organismo individual del hombre y el organismo
social, de tal modo que constituye en Krause una idea fija, una constante obsesin. Transmitida,
despus, al grupo de pensadores positivistas, la equiparacin de sociedad y organismo ya no pudo ir
ms all: Comte, y sobre todo Spencer, Lilienfeld y Schffle la aceptan y la aplican con tanta
devocin y constancia, que da lugar a una ciencia nueva, la ciencia de moda en el siglo XIX, la
Sociologa.
Los mtodos positivistas, transmitidos a las ciencias sociales, sembraron de todo: trigo y
cizaa, buena y mala semilla; las han separado del dominio de las falsas concepciones de las
escuelas abstractas, las han liberado del estril individualismo que las desnaturalizaba. Del
individuo-dios del subjetivismo de Fichte, frmula suprema de la exaltacin del hombre, se ha
pasado al individuo-cero, al individuo-nada, y as como para los aprioristas del siglo XVIII todo
sala del hombre, todo era producto de su voluntad soberana: la sociedad, el derecho, las
instituciones, las costumbres, las artes, para los ultra-radicales de la ciencia contempornea el
hombre es un producto de la sociedad, la fuerza de la comunidad es la que ha hecho a la especie
humana.
Entre estas escuelas orgnicas surgi pronto una distincin fundamental entre el Estado y la
Sociedad, esto es, entre el organismo social entero, considerado en su unidad, y una parte del
mismo, el aparato de las funciones polticas; e hicieron de la palabra Nacin la denominacin propia
de la unidad social concreta, de la totalidad del organismo social.
Todas las escuelas y corrientes cientficas que, dejando de lado las abstracciones artificiosas,
dirigan la mirada a la realidad, y estudiaban directamente las sociedades, tropezaban pronto en lo
mismo: todas encontraban en lo ms alto una fuerza desconocida y poderosa que era la misma
fuerza que apareca engendrando el derecho, la que alumbraba las lenguas y las marcaba con un
sello caracterstico, la que creaba un arte original, la que haca circular el calor vital por los tejidos
del organismo social. Unos la llamaban el alma del pueblo, otros la conciencia pblica, y muchos el
espritu nacional.
Los discpulos de Herbart, fundador de la psicologa moderna, se hicieron cargo de la
hermosa tarea de estudiar el espritu de las naciones fundando la Vlkerpsychologie, o psicologa de
los pueblos, ciencia dirigida a estudiar el alma de las razas.
Los pueblos segn esta gran escuela son principios espirituales. Es intil darles una
definicin geogrfica, etnogrfica o filolgica. El ser y la esencia del pueblo est, no en las razas ni
en las lenguas, sino en las almas. La nacionalidad es, por tanto, un Volkgeist, un espritu social o
pblico.
Todas estas destacadas corrientes ideolgicas, movidas a menudo por una tendencia
exclusivista y parcial, acabarn por encontrarse y formar una nica, que resolver en una unidad
superior sus antinomias.
La idea de la nacionalidad fue el florn de toda esta elaboracin cientfica. Cada una de las
grandes corrientes examinadas posee un elemento; no tenemos ms que agruparlos en una unidad
sistemtica, y tendremos la frmula ideolgica de la nacionalidad.
Una comporta el territorio, la otra se basa en las razas, despus viene la que pone en aquellas
una sola lengua, la que infunde un solo criterio jurdico, la que le concede el mismo sentimiento del
arte y de la vida; llega entonces la que comunica una estructura al conjunto; en ltimo lugar
comparece la escuela psicolgica y le transmite la fuente de la vida, le proporciona el alma
colectiva.
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indistintamente sobre los dos grandes grupos de poblacin que la constituyen, a pesar de tener
tradiciones jurdicas tan opuestas. Pero si el derecho ha nacido espontneamente, por la costumbre,
libre de toda presin extraa o externa, entonces la unidad del sistema jurdico es una demostracin
de la existencia de la nacionalidad. Por otra parte, en manos de un Estado nacional el derecho es una
arma poderosa de nacionalizacin, porque informado con las aspiraciones de la nacionalidad, crea
un sistema de lazos jurdicos que sujeta la sociedad a una disciplina vigorosa, amoldndola cada vez
ms al genio del espritu nacional, y reaccionado sobre ste al mismo tiempo.
La nacionalidad que ha sabido producir un arte original, ha dado una de las ms hermosa fe
de vida que puede dar un pueblo. Pero al igual que el derecho, cuando no es hijo de ninguna
imposicin, no causa la nacionalidad, sino que es causado por ella; lo mismo que el derecho, es una
de as obras capitales del alma del pueblo.
El pueblo que no ha sabido construir una lengua propia, es un pueblo lisiado, porque la lengua
es la manifestacin ms perfecta del espritu nacional, y el instrumento ms poderoso de
nacionalizacin, y por lo tanto de la conservacin y vida de la nacionalidad.
El pueblo es, por tanto, un principio espiritual, una unidad fundamental de los espritus, un
tipo de ambiente moral que se apodera de los hombres y les penetra y les modela y les trabaja desde
que nacen hasta que mueren. Poned bajo la accin del espritu nacional a gente extraa, gentes de
otras naciones y razas, y veris como suavemente, poco a poco, se van recubriendo de ligeras pero
continuas capas de barniz nacional, y modifican sus maneras, sus instintos, sus aficiones,
infundiendo ideas nuevas a su entendimiento y acaba por variar poco o mucho sus sentimientos. Y
si, en lugar de hombres hechos, le llevis nios recin nacidos, la asimilacin ser radical y
perfecta.
El espritu nacional no existira, no se habra formado, si la estructura o la situacin del
territorio no hubiera sometido a sus pobladores a las mismas influencias, si una mezcla de las razas
no hubiese engendrado ciertos tipos fsicos de media, o hecho prevalecer una raza determinada
sobre las dems, si la unidad de la legua no hubiese vaciado en un molde nico el pensamiento
nacional. Pero una vez constituido, slo la destruccin del pueblo puede aniquilarlo: caer el
derecho, enmudecer la lengua, se borrar hasta el recuerdo de su existencia, pero bajo las ruinas
seguir latiendo el espritu del pueblo, prisionero del derecho y de la lengua y del poder de otro
pueblo, pero luchando siempre y aguardando la hora de hacer salir otra vez a la luz del da su
personalidad caracterstica.
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CAPTULO VII.
EL HECHO DE LA NACIONALIDAD CATALANA
Cuando quinientos aos antes de C., el viajero fenicio copiado por Avieno recorra las costas
del mar Sardo, se encontr con la etnia ibrica, la nacionalidad ibrica, extendida desde Murcia
hasta el Rdano, esto es, desde las gentes libio-fenicias de la Andaluca oriental hasta los ligures de
la Provenza. Aquellas gentes son nuestros antepasados, y aquella etnia ibrica el primer eslabn que
la historia nos permite contemplar de la cadena de generaciones que han forjado el alma catalana.
La mala posicin del territorio que ocupaba, abierto en todas las direcciones y puesto en
medio del camino de las oleadas invasoras, fue fatal para nuestro pueblo. Los ligures cruzaron el
ro, y Hecateo los encuentra ya en Narbona, y Esclax de Carianda y Skymno de Quos dominando a
los iberos desde el Rdano hasta Ampurias. Por el sur, las tribus fugitivas de Tartessos tambin
haban invadido la tierra ibrica, establecindose en la Edetania, la moderna Valencia, donde los
hall Herodoto.
Tras los vencidos, los vencedores; tras los tartesios, los cartagineses: primero en las islas de
Mallorca, despus todas las tierras desde el Pirineo cayeron bajo su dominio. Mientras tanto, por el
norte, las tribus galas extendan cada vez ms su dominio.
Un da la tierra catalana se va a estremecer grandemente, al pasar todo el poder de Cartago a
Italia, y cuando todava no se haba recobrado de la impresin de este espectculo, cuando
desembarcaron en sus costas los primeros legionarios de Roma. Al cabo de tres siglos la etnia
ibrica haba desaparecido como casi todas las de Europa occidental entre los repliegues de la
civilizacin romana. Una parte la haban incorporado a Hispania, y el resto a la Galia.
Pero bajo el peso de la dominacin romana, el espritu de las viejas nacionalidades lata con
fuerza, la unidad romana slo exista en la superficie; por dentro, la variedad de los pueblos
permaneca como siempre. La civilizacin y el imperio de Roma haban ocultado las almas de las
naciones dominadas, pero no haban podido ahogarlas, y todas, cada una en su casa, trabajaban para
infundirse en los elementos que les haba impuesto la Ciudad romana para transformarlos, de
acuerdo con las propias necesidades, para moldearlos al propio carcter y al propio temperamento, y
un da, tras siglos de trabajo ininterrumpido, cuando ya el poder poltico de Roma haba saltado en
pedazos, surgieron a la luz de la historia los viejos pueblos enterrados, cada uno hablando su
lengua, y la vieja etnia ibrica, la primera, hizo resonar los acentos de la lengua catalana desde
Murcia hasta la Provenza, desde el Mediterrneo hasta el mar de Aquitania. Ligures, galos y
tartesios, griegos y fenicios, cartagineses y romanos, no haban hecho retroceder ni un palmo de
tierra a nuestro pueblo. Las fronteras de la lengua catalana eran las mismas que sealaban para la
etnia ibrica el ms antiguo de los exploradores-historiadores.
Este hecho, esta transformacin de la civilizacin latina en civilizacin catalana, es un hecho
que por s solo, sin necesidad de ninguno otro, demuestra la existencia del espritu nacional cataln.
Aunque despus de engendrar la lengua catalana no hubiera producido nada ms, el alma de nuestro
pueblo nos habra revelado los trazos fundamentales de su fisonoma, impresas en la fisonoma de
su lengua.
Pero por ms que nunca la unidad del poder poltica haya acoplado todas las energas
nacionales dirigindolas al cumplimiento de los ideales colectivos, el espritu nacional de la gente
catalana ha dejado siempre rastro de su existencia en todas las pocas de la historia, se ha
manifestado en otros hechos, que en conjunto forman otra prueba incontrastable de la
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individual de la que es expresin el aforismo jurdico popular tratos rompen leyes, que hace al
pueblo legislador de s mismo por medio de la repeticin de actos, por medio de la costumbre. En
segundo lugar, el reconocimiento del gran valor social del patrimonio familiar, el culto de la casa,
una especie de religin del hogar.
La vida poltica est tambin determinada por dos principios fundamentales: por un lado el
principio de la libertad poltica ms amplia que se manifiesta en la constitucin de las Cortes, en la
doctrina del pacto fundamental entre el soberano y el pueblo, en la representacin de intereses
llevada al extremo de conceder a menudo voto electoral a las mujeres, en la especial constitucin
del rgimen municipal; por otro lado, el respeto a las jerarquas sociales, esto es, una invencible
repugnancia por el igualitarismo. Consecuencia de ambos: un individualismo que imposibilita a los
pases de lengua catalana el constituirse en unidad poltica nacional y que ha hecho caer una parte
grandsima bajo el dominio de otro pueblo.
Esta gran unidad jurdica es tan clara que todos los historiadores del derecho franceses
comienzan con la divisin fundamental entre los pases del derecho escrito y los pases del derecho
consuetudinario, entre el norte, lleno de desorden son palabras de un francs, Thierry y el
Medioda ms civilizado, ms prspero, gobernado menos directamente, con ms libertad, ms
equidad en el derecho, menos desigualdad de condiciones personales. Ahora bien, las fronteras de
aquellas dos grandes unidades jurdicas pasan por los mismos lugares que separan la lengua
catalana y la francesa.
Tras todo esto no debo aadir ni una palabra ms: si existe un espritu colectivo, un alma
social catalana que ha sabido crear una lengua, un derecho, un arte catalanes, he dicho lo que quera
decir, he demostrado lo que quera demostrar; esto es, que existe una NACIONALIDAD
CATALANA.
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CAPTULO VIII.
EL NACIONALISMO POLTICO
Siendo la nacionalidad una unidad de cultura, un alma colectiva, con un sentir, un pensar y un
querer propios, cada nacionalidad ha de poseer la facultad de acomodar su conducta colectiva, esto
es, su poltica, a su sentimiento de las cosas, a su cordura20, a su libro querer. Cada nacionalidad ha
de tener su Estado.
El Estado extiende sus races en las entraas mismas de la nacionalidad, se nutre de su savia,
vive de su vida, hace suyas sus ideas, se apropia de sus prejuicios, de sus tendencias, hasta de sus
errores; adopta sus sentimientos, se inspira en sus pensamientos, se conduce en todas las esferas de
la actividad segn los misteriosos e irresistibles impulsos de las tradiciones que los siglos han
amontonado en las regiones del espritu colectivo en que domina lo inconsciente, en que yacen
enterradas las semillas y principios de todas las sectas, de todas las determinaciones colectivas. El
Estado, entonces, viene a ser como un organismo, como una parte viva de la nacionalidad; por eso
no puede pertenecer a dos nacionalidades diferentes, como un nico corazn no puede latir en dos
pechos a la vez, como un nico cerebro no puede servir de instrumento de la vida anmica de dos
hombres diferentes.
Es ms: cada nacionalidad ha de tener un solo Estado que traduzca en accin y conducta las
inspiraciones colectivas. En la antigedad prerromana, en los tiempos de la ciudad-estado, cada
nacin estaba troceada en multitud de Estados. En la poca de fraccionamiento del Feudalismo,
fronteras de principados y de seoros aqu y all, surcaban el cuerpo vivo de la nacionalidad. No
estaban las naciones sujetas al Estado de otra nacin, disfrutaban de plena autonoma, el Estado de
cada ciudad o seoro era indgena, era miembro vivo de la nacin, como la misma ciudad o el
mismo seoro. Pero a los pueblos conscientes de su unidad, esto no les bastaba: queran que las
fronteras de su Estado pasasen por las mismos lugares por sonde pasaban los lmites milenarios de
las nacionalidades. Por eso las ciudades griegas buscaban en repetidos intentos el camino de la
unidad poltica; por eso los ciudadanos de la Alemania feudal suspiraban por construir un nico
Estado sobre los numerosos estados germnicos de entonces, y el poeta cantaba: Yo no soy de
Baviera. No soy de Prusia. No soy de Sajonia. Mi patria es ms grande.
La aspiracin de un pueblo por tener poltica propia, a tener un Estado propio, es la frmula
poltica del nacionalismo. La aspiracin de que todos los territorios de la misma nacionalidad se
agrupen bajo la direccin de un Estado nico es la poltica o tendencia pan-nacionalista. Pangermanismo, pan-helenismo, pan-eslavismo, son los nombres con que se ha bautizado la aspiracin
de hacer entrar dentro del redil del Estado alemn, del Estado griego, del Estado ruso, todos los
territorios de cultura germnica, helnica o eslava.
A cada nacin un Estado: sta es la frmula sinttica del nacionalismo poltico, ste es el
hecho jurdico que ha de corresponder al hecho social de la nacionalidad.
Aqu se presenta una objecin, que mil veces se le ha hecho al movimiento catalanista, y
tambin se le hace a todos los dems movimientos semejantes: la de ir hacia atrs, la de volver a los
Estados pequeos, la de deshacer el camino de la historia retrocediendo al clan, a la tribu, al
feudalismo. Se observa que en la gran mayora de los Estados actuales gobiernan dos o ms
nacionalidades: si los Estados han de ser nacionales, si por cada nacin ha de existir un Estado,
tendran que deshacerse, despedazar casi todas las potencias, y la tierra se llenara con Estados
20 Seny en el original. (N. del T.)
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pequeos como Portugal, como Grecia, como Holanda. Y eso sera una regresin.
Pero yo no s que tiene que ver la tribu o el feudalismo con las medidas de los Estados. Las
dimensiones del territorio de la tribu es el menor de los elementos que determinan su estado social.
Atenas, con el mismo territorio que una tribu, va a crear una cultura que todava alimenta a las
generaciones modernas. La Civitas Romana, esto es, la Repblica romana no era mucho ms grande
que una tribu, y su impulso, su obra, todava nos gobierna. Tampoco entiendo de qu manera el
feudalismo puede estar ligado con las dimensiones de los Estados. No s que puede tener de feudal
Blgica, ms que Rusia; Suiza ms que la inmensa repblica norteamericana. Decir eso, por tanto,
es no decir nada.
Ahora bien, que deshacer sistemticamente las grandes unidades modernas es una obra
regresiva, no puede ponerse en duda. La observacin de las transformaciones del Estado, desde los
ms alejados siglos hasta hoy, demuestra que la tendencia de la civilizacin ha pasado siempre de
unidades sociales rudimentarias a unidades ms vastas, ms complejas; del Estado en el que slo
rega la familia patriarcal, al que comprenda varias familias originarias de una misma cepa; del
Estado-clan, al que contena varios clanes, al Estado-tribu; de este a la Ciudad-estado; de la Ciudadestado al Estado-feudal, que se extiende sobre una provincia o sobre varias; del Estado-feudal al
Estado-Reino, al Estado moderno que domina sobre varias naciones.
Siguiendo esa ley de la historia, el mundo ha de encaminarse a construir Estados ms
complejos, ms grandes cada da, hasta llegar al Estado-Raza, al Estado-Continente, y despus a la
meta final, al Estado-Universo, al Estado-Humanidad.
Todava ms. Hoy ya rozamos esta etapa precursora de nuevas formaciones polticas. Una
nueva forma de Estado se anuncia sobre la tierra: el Estado-Mundial, el Estado-Imperio. Ante
nuestros ojos eclosionan grandes potencias mundiales con el pie en todos los mares y en todos los
continentes. Unos pocos Estados mandan en la tierra. Parece que repentinamente, sin pasar por el
Estado-Raza ni por el Estado-Continente, el mundo trabaja en la gestacin del Estado-Humanidad,
del Imperium Mundi, utopa de soadores ayer, hoy ya ideal entrevisto en las lejanas brumas del
porvenir.
Pero si esto es una verdad que no puede contradecirse, tambin lo es (y verdad primaria,
fundamental) que la ley de la estructura natural de la sociedad humana universal es la ley de las
nacionalidades; que el hecho de las nacionalidades es tan antiguo como la misma memoria del
mundo perpetuada por la historia; que la nacionalidad es una sociedad integral, natural, espontnea,
superior a la voluntad de los hombres, superior a la voluntad de los poderes pblicos, resistente a
todo tipo de adversidades, triunfadora de todo obstculo, por grandes, inmenso e irresistible que
sea; que, afirmada en las profundas capas de granito inconmovible, ve caer y pasar sobre s imperios
y civilizaciones, siglo tras siglo, sin perder su ser, sin mudar de sustancia, siendo siempre ella
misma.
As se explica un fenmenos muy significativo sobre el crecimiento del Estado. Mientras que
la evolucin progresiva del Estado se hizo dentro de la nacionalidad, ningn impedimento lo par o
desvi. Se pas del Estado-familiar al Clan, del Clan a la Tribu y a la Ciudad sin retrocesos: una vez
fue consagrada la forma poltica superior, ya no se descendi nunca ms a un nivel inferior. En
cambio, cuando se pasa de la ciudad al reino o al imperio, en todo tiempo y en toda civilizacin, se
producen siempre oscilaciones y retrocesos. No vamos a buscar en el Oriente, la tierra de los
grandes imperios que crecen hasta tocar el cielo como los cedros del Lbano, y a los que un pequeo
guijarro, y no ms, rebotando sobre sus pies de barro, lo derrumba. Ms cerca tenemos el imperio
de Roma, fragmentado en cien pedazos; tenemos las pequeas soberana que se formaron con sus
restos: desde reinos y provincias, hasta ciudades, Ciudades-Estado tales como las de la Liga
Hansetica vueltas hacia los mares brumosos del norte, como Florencia, como Pisa, como Gnova,
como Venecia, la novia del Adritico.
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la actual unidad poltica de Espaa, del hecho de la convivencia secular de varios pueblos, nace un
elemento de unidad, de comunidad, que los pueblos unidos han de mantener y consolidar. Y de aqu
el Estado compuesto.
Estos dos hechos primarios, fundamentales: el de la personalidad nacional de Catalua y el de
la unidad de Espaa, fortalecidos por dos leyes correlativas: la de la libertad que implica la
autonoma y espontaneidad sociales, y la de la universalidad que lleva a la constitucin de potencias
mundiales, se resuelven en una frmula de armona que es la federacin espaola.
De este modo, el nacionalismo cataln, que nunca ha sido separatista, que siempre ha sentido
intensamente la unin fraternal de las nacionalidades ibricas dentro de la organizacin federal,
constituye la aspiracin elevada de un pueblo que, con plena conciencia de su derecho y de su
fuerza, marcha con paso seguro por el camino de los grandes ideales progresistas de la humanidad.
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CAPTULO IX.
EL IMPERIALISMO
El pueblo romano daba a todos sus magistrados, independientemente del orden al que
perteneciesen, el imperium, esto es, la facultad de imponer por la fuerza sus decretos. La idea de la
fuerza era tan esencial para la nocin de imperium, que el poder militar fue el imperium por
excelencia; y al magistrado nico que, por la unificacin de la viejas magistraturas, concentr tota
la potestad, toda la fuerza de la autoridad pblica, Roma le llam emperador, imperator.
Inglaterra, maestra como Roma en el arte de gobernar, ha ensalzado, con el ejemplo y con la
palabra inflamada de sus grandes hombres, algo a lo que la voz contempornea ha denominado
como imperialismo.
Qu es el imperialismo? Es la negacin del nacionalismo, como algunos han considerado?
Es el principio contrario al principio nacionalista? Son el nacionalismo y el imperialismo dos
tendencias en lucha, avanzando y retrocediendo sucesivamente una ante la otra?
Esta concepcin del imperialismo debe verse desde fuera, observando la tarea de hacer y
deshacer imperios a la que se ha dedicado el mundo desde la poca de las ciudades. Es cierto que
hay lucha: tan pronto suben los imperios como la espuma, como se derrumban, y pequeas
soberanas se alzan a partir de sus escombros. Pro la lucha, ya lo hemos observado antes, es lucha
entre nacionalidades, la oposicin es oposicin entre nacionalidades: entre la nacionalidad que
manda, que tiene imperium, y las nacionalidades oprimidas.
Imperialismo es aspirar a la constitucin del Estado-Imperio, a reunir un rebao de naciones
bajo el poder de un solo pastor. Si el agrupamiento se realiza por la fuerza de la conquista violenta,
el imperialismo no ser nada nuevo, ser algo tan viejo como el mundo. Cuanto ms atrs en la
historia retrocedamos, ms imperialismo encontraremos. Si el Estado-Imperio ha de constituirse por
la voluntaria adhesin de las naciones unidas, es entonces un Imperio federal, el ideal de las
aspiraciones nacionalistas, resultado de la armona de las corrientes nacionalista y universalista.
Esto es ciertamente imperialismo, pero no es todava el imperialismo.
El imperialismo es el perodo triunfal de un nacionalismo, del nacionalismo de un gran
pueblo. sta es la verdadera sustancia del imperialismo. Y por eso los maestros de imperialismo son
nacionalistas fervorosos.
No puedo leer a Emerson, el filsofo de los norteamericanos, sin entender sus palabras,
vibrantes por un individualismo salvaje, como otras tantas frmulas vivas de nacionalismo, de
imperialismo. Las dirige al hombre, pero siento que sus palabras se dirigen a los pueblos, a las
razas. Resuenan en m con acentos de apostolado colectivo, de apostolado de las naciones. Y no las
poseer mediante formulaciones literales y notas a pie de pgina, sino con la impresin viva que
han despertado en mi espritu.
Haz t lo mismo. No imites, no busques en los otros, busca dentro de ti. No te amoldes a los
otros, haz que los otros se amolden a ti. Hazte ley y seor de ti mismo. All donde t estas, se es el
eje de la tierra; as pensaban los que hicieron Grecia, los que han hecho Inglaterra. Piensa que t
eres el centro de las cosas, que todo es para ti; que la verdad que t encuentras dentro de tu corazn,
es la verdad para todos; que las frmulas de civilizacin que t adoptas son las que todo el mundo
ha de seguir y adoptar. Esto es: s t mismo y por ti mismo, y sern tributarios de tu yo los que no
son ellos ni son por ellos mismos.
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23 La sucesin no es cronolgica: al principio va uno despus del otro, pero una vez que comienza, su accin se
contina simultneamente, en paralelo.
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CAPTULO X.
CONCLUSIN
Catalua, empobrecida por la decadencia del Mediterrneo, combatida por el Renacimiento,
por la omnipotencia de la monarqua absoluta, por todas las grandes corrientes universales que
entonces dominaban, se convirti en provincia. Perdida en un rincn de Espaa, veget con vida
pobre y miserable, lejos del poder, lejos de nuestros ideales, lejos de las grandes empresas
nacionales y europeas.
Cambiaron de orientacin las cosas del mundo, y Catalua despert y recuper el sentido. En
primer lugar se apresur en pos de la riqueza. Todo lo que peda era que le dejasen trabajar, que no
la distrajesen de su tarea.
Ms tarde comenz a preguntarse qu era, de dnde vena, adnde iba. En toda Espaa no
haba ms industria que la suya. Su lengua materna tampoco era la lengua comn espaola. Las
leyes civiles de la familia catalana eran muy diferentes del derecho comn, del derecho patrio24.
Aqu y all, otras costumbres, supervivencias de instituciones desconocidas, sealaban otras
excepciones, otras separaciones del rgimen general. Conservar como reliquias muertas todas estas
curiosidades, conservar como cosa viva y creciente la prosperidad econmica, fue el ideal que
absorbi todas las energas pblicas y particulares de nuestra tierra, con exclusin de cualquier otro
nacional y universal. ste fue el provincialismo de Catalua.
La lengua materna no era un patois en descomposicin. Cuando lleg la hora del resurgir de
las viejas hablas populares, la lengua catalana se levant sincera, fuerte, llena de vida renovada, y
emprendi la larga reconquista de la cultura catalana. El derecho cataln no era un fsil, una
curiosidad arqueolgica, sino ley familiar viva de nuestro pueblo, fuente de prosperidad, de
bienestar, de progreso pblico. No era un fuero o un privilegio, una excepcin de la legislacin
comn, ni el cataln una modalidad de la lengua nacional. La lengua catalana tena una gloriosa
historia: la haban hablado y escrito reyes y conquistadores, sabios y apstoles, poetas y
legisladores. El rgimen especial era un derecho civil completo, parte del vasto organismo jurdico
integral de Catalua. Restaurar la lengua, mantener el derecho, conservar la riqueza, fueron las tres
funciones esenciales del regionalismo. Lo que ocurra en Espaa, lo que ocurra en el mundo, slo
se consideraba en relacin con la influencia que pudiese ejercer con respecto a este ideal.
Todo esto ya era nacionalismo, aunque espontneo, borroso, indefinido. El derecho a la
lengua catalana, el derecho a la legislacin civil propia, se fundamentaba en los beneficios que
dichos elementos producan, en la dificultad de sustituirlos, en los ttulos de honor del pasado. Pero,
poco a poco, el estudio del propio ser y su comparacin con las otras sociedades humanas, dieron a
Catalua conciencia de su personalidad, y es en esta personalidad en lo que fundamenta el derecho
a todos los elementos de su ser nacional, y el derecho a un Estado propio para dirigirlos.
Contina el proceso nacionalista: no se ha conquistado el Estado, el derecho y la lengua, no
hemos conseguido la plena expansin interior, pero ya el nacionalismo cataln ha comenzado la
segunda funcin de todos los nacionalismos, la funcin de la influencia exterior, la funcin
imperialista.
El arte, la literatura, las concepciones jurdicas, el ideal poltico y econmico de Catalua han
iniciado la obra exterior, la penetracin pacfica en Espaa, la transfusin a las dems
nacionalidades espaolas y al organismo del Estado que las gobierna. El criterio econmico de los
24 Ambas expresiones en espaol el original. (N. del T.)
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catalanes en las cuestiones arancelarias hace aos que triunf. El arte cataln comienza, como la
literatura, a irradiar por toda Espaa. Nuestro pensamiento poltico ha impreso su lucha en las
concepciones dominantes, y los primeros combates permiten anunciar una pronta victoria.
Si el ideal complejo que enciende en nueva e intensa vida todas las energas catalanas, si el
nacionalismo integral de Catalua prosigue con esta empresa, y logra despertar con su impulso y su
ejemplo las fuerzas dormidas de todos los pueblos espaoles, si puede inspirar fe en s mismos y en
su porvenir a estos pueblos, se recuperarn de la actual decadencia, y el nacionalismo cataln habr
culminado su primera accin imperialista.
Entonces ser la ocasin para trabajar en la reunin de todos los pueblos ibricos, de Lisboa al
Rdano, dentro de un nico Estado, de un solo Imperio, y si las nacionalidades espaolas renacidas
consiguen hacer triunfar este ideal y saben imponerlo, como la Prusia de Bismarck impuso el ideal
del imperialismo germnico, podr la nueva Iberia elevarse al grado supremo del imperialismo:
podr intervenir activamente en el gobierno del mundo con las otras potencias mundiales, podr de
nuevo expandirse por las tierras brbaras, y servir a los grandes intereses de la humanidad guiando
hacia la civilizacin a los pueblos atrasados y sin cultura.
FIN
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