Teoria Politica Frente A Los Problemas Del Siglo XXI - Ramon Maiz
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de John Rawls en 1971. En efecto, tras el tan rico como precipitadamente olvidado debate en
torno a la filosofa marxista (Althusser, DellaVolpe, Colletti, Schaff), sera la obra de Rawls
empero la que se alzara como el referente indiscutible de la teora poltica del ltimo tercio del
siglo XX, aqul con quien, uno tras otro, todos los pensadores posteriores necesariamente habran
de vrselas y ajustar cuentas tarde o temprano. Pero ello no debe mover a olvido que los aos
cincuenta y sesenta del siglo pasado haban resultado ciertamente fecundos en el mbito de la
teora poltica en otras direcciones adems de las ya apuntadas: los nombres Arendt, Oakeshott,
Berlin, Strauss, Voegelin, Marcuse o MacPherson, entre otros, dejan poco espacio para abrigar
duda alguna al respecto (Parekh 2001).
Pero la herencia positivista pesara adems como una losa, tanto sobre la ciencia poltica
como, podramos que decir que por defecto, sobre la renovada teora poltica de los setenta.
Sobre la ciencia poltica en primer lugar, pues convertira a su matriz generadora de hiptesis y
conceptos, esto es, a la teora poltica de orientacin emprica, en deudora de un restrictivo
campo de estudio, limitado a los escasos temas accesibles a sus mtodos, los cuales, a despecho
de los grandes problemas polticos contemporneos se convirtieron en los orientadores, sino
autnticos dueos de la agenda de investigacin (Wolin 1969, Shapiro 2002). As, ignorando que
tras cada pregunta emprica suele residir una cuestin normativa como evidenciara el
lamentable destino de los estudios pluralistas sobre el poder de la comunidad, incapaces de
detectar las graves tensiones sociales, la desigualdad rampante y la crisis estructural del sistema
poltico de los USA, que estallara a finales de los aos sesenta se postulaba como dogma
autoevidente la radical escisin entre ambos rdenes del conocimiento. As, las cuestiones
empricas constituiran el dominio por excelencia de la ciencia poltica, mientras que las
cuestiones normativas, reducidas a mera cuestin de valor subjetivo, seran el campo residual
de la teora poltica (Grant 2002). Esto en el mejor de los casos reduca a la teora poltica a un
cometido unilateral, normativo y prescriptivo, al que se exigan los debidos fundamentos, en
ajenidad a cualquier relacin con la investigacin emprica; en el peor, a retrica huera, pasto de
la mera opinin arbitraria. La reaccin contra ese estado de cosas marcara profundamente la
renovacin de la teora poltica de los aos setenta, presa, en su negacin, del mbito fijado para
su tarea por la visin objeto de crtica. Renovacin que podemos sintetizar en tres movimientos
simultneos.
En primer lugar, desmarcndose de la historia del pensamiento poltico que, de la mano
de la escuela Cambridge, haba sacrificado, con voluntad cientfica positiva, la sustantividad
de los argumentos y los conceptos de la filosofa poltica clsica al contexto poltico
intelectual en que se formulaban, en procura de una lectura cannica y definitiva de los
clsicos. La teora poltica, por su parte, propugnar un estudio menos devoto de la
historia de las ideas y su contexto, que el habitual en Pocock o Skinner, pero no por ello
menos atento a los grandes temas que nos acompaan desde los griegos: la justicia, la
virtud o la buena vida... sin por ello incurrir en la ingenuidad de la transparencia hermenutica de los textos, ni descuidar su indispensable conocimiento de primera mano (Wood
2002). La presencia de Kant en Rawls, de Locke en Nozick, de Hegel en Taylor, de Marx en
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En tercer lugar, la revisin de la teora poltica contempornea alcanzara, por ltimo, a una
ausencia y un peculiar dficit reiteradamente denunciado desde sus comienzos; a saber: la
poltica misma. En efecto, por una parte Rawls, atiende de modo creciente en su obra a la
necesidad de justificabilidad pblica de los principios de Justicia, as como a su coherencia con
las ideas fundamentes implcitas en la cultura poltica de las democracias contemporneas. Pero,
por otra, esta lnea argumental se topa con las restricciones impuestas por una estrategia
neocontractualista, que presenta los principios de justicia que han de informar las instituciones,
como si hubieran sido elegidos por individuos racionales en la posicin original y tras el velo
de la ignorancia. As, por un lado, se postula la idea del equilibrio reflexivo, a saber, la
coherencia entre los principios justificables y asunciones polticas implcitas en las democracias
contemporneas. Esto abre la puerta no slo al necesario conocimiento emprico de las actitudes,
valores y creencias de los ciudadanos; sino a una ampliacin de la poltica como mbito del
pluralismo y el desacuerdo, de la participacin y la deliberacin. Pero, por otro lado, y pese a la
mayor importancia otorgada en sus escritos ltimos a la idea de que los principios de justicia
deben expresar la razn publica y parcialmente compartida de los ciudadanos, el
neocontractualismo de Rawls restringe el mbito de la poltica reduciendo el equilibrio reflexivo
a un procedimiento individual, y empobreciendo la esfera publica mediante la delimitacin
fundacional de los usos pblicos y no pblicos de la razn.
Pues bien, buena parte de la teora poltica contempornea ha convertido progresivamente
en problema central de su quehacer la politizacin de la teora, la recuperacin de la poltica en
el fulcro de sus anlisis. De hecho, ya desde los inicios de la refundacin, el aislamiento de las
instituciones reales, intereses y procesos polticos de las democracias sera denunciado por
diversos tericos polticos. As, por ejemplo, Gunnell en Entre Filosofa y Poltica (Gunnell
1986) denunciaba que la teora poltica acadmica en los Estados Unidos de Amrica, estaba
alienada de la poltica real, por cuanto haba desplazado su atencin hacia las cuestiones de
metateora y asumido una creciente dependencia de la filosofa analtica. Para Bonnie Honig, por
su parte, resultaba perceptible en muchos tericos contemporneos una indisimulada hostilidad
a la disrupcin propia de la poltica, de tal suerte que, trtese de liberales o de comunitaristas,
muchos coincidan en una implcita supresin del conflicto y el antagonismo, confinando la
poltica a tareas regulativas de la estabilizacin de lo sujetos morales y polticos, unas veces
mediante la construccin de consensos, otras mediante la consolidacin de identidades
comunitarias (Honig 1993).
En este orden de cosas, por una parte, la crtica del legalismo liberal, subyacente en las
teoras de la justicia, ha puesto de relieve los lmites de la construccin de la teora poltica en
trminos de derechos, por cuanto no solo politiza irremediablemente la practica jurdica, sino que
margina el lugar clave de dimensin plural de las instituciones democrticas: la agregacin de
preferencias, la decisin sometida a responsabilidad y la deliberacin poltica, como mbito del
desacuerdo, el conflicto y, eventualmente, el consenso. Por otra, los lmites de los varios
comunitarismos resultan igualmente patentes: incapaces de dar cuenta del inerradicable
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pluralismo interno de valores y formas de vida, de modo similar a lo que sucede con el sujeto
individual racional y razonable en las teoras liberales de la justicia, la comunidad homognea
resulta incapaz de dar cuenta de los conflictos y antagonismos que se multiplican en la vida
pblica (Gray 2001).
Todo ello ha conducido a un creciente retorno de la poltica al seno de la teora, esto es,
a la recuperacin de la dimensin constitutiva de la accin, el conflicto y el poder (Mouffe 1993).
O, lo que es lo mismo, al abandono del instrumentalismo, de la asuncin de que la poltica sirve
a fines que son previos y exgenos a ella misma, de que los intereses y las identidades estn
dados con anterioridad a la accin y la presin de las instituciones, de que, en fin, el
razonamiento prctico individual es coextensivo con la deliberacin colectiva, abriendo con ello
el camino hacia el reencuentro del valor autotlico de la poltica, como actividad valiosa en si
misma, y no slo por los eventuales resultados que pueda alcanzar.
A partir de este doble eje argumental contemporneo que conecta, por una parte, la teora
poltica con la ciencia poltica y la tica; y por otra, con el retorno de la poltica misma en toda
su complejidad, las tareas que a esta disciplina competen han devenido ciertamente plurales,
configurndose como un saber mestizo, transversal y crtico que podemos sintetizar en las dos
dimensiones fundamentales apuntadas en su da por Leo Strauss; a saber: el conocimiento de la
naturaleza de las cosas polticas y el orden poltico justo. Por una parte, desde su vertiente ms
filosfica, la teora poltica posee un cometido descriptivo y explicativo, comprensivo y
dilucidador de la poltica contempornea. Como en otras reas de la filosofa, el debate (tal y
como sucede, por ejemplo, en lo que respecta a la discusin de si la mente es reductible al
cerebro, o si los juicios morales constituyen hechos) se centra aqu en la evaluacin y la
redescripcin de prcticas, principios e instituciones. As, la teora poltica, concebida como
filosofa al servicio de la poltica democrtica (Rorty 1991), atiende a la reconstruccin del
lxico para la deliberacin poltica en relacin con las demandas que acceden a la esfera pblica
desde la sociedad civil. De la mano de una nueva modestia, desprovista en buena medida de
viejas ilusiones fundacionales y sistematizadoras, la teora poltica de nuestros das, sin
desatender la discusin de los principios, resulta menos atenta a la fundamentacin metafsica
de la democracia, que a la reformulacin de un diferente vocabulario para repensar los lmites
de nuestras poliarquas. Esto aboca, por una parte, a una reflexin filosfica sobre las prcticas
de gobierno vividas como opresoras y objeto de contestacin, as como a la evaluacin crtica
de los lenguajes y lxicos en que se han venido formulando. Por otra, supone una decisiva
aportacin a la formacin del juicio poltico (Wolin 2000) de la ciudadana en sentido fuerte,
aunando justificacin terica y aceptacin poltica, de la mano de un dilogo y retroalimentacin
reflexiva entre las convicciones y experiencias de los ciudadanos y la tarea crtica del
pensamiento (Benhabib 2002).
Por otra parte, la teora poltica tiene asimismo una indudable dimensin
normativa, vinculada en este caso con la filosofa moral, centrada en el examen y
diseo de instituciones y prcticas polticas apropiadas, as como, sin renunciar a su
necesaria abstraccin, a la discusin y evaluacin crtica de las polticas publicas. En
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cficos, sus lenguajes, sus tradiciones, sus normas etc.: la prioridad terica unidireccional de la
justicia sobre el bien se muestra insostenible habida cuenta que lo abstracto y lo concreto, lo
universal y lo particular, la comunidad y la autonoma individual se encuentran en inesquivable
tensin crtica. Como Hart argument en su da frente a Rawls, los principios liberales y entre
ellos el principio de libertad como mayor libertad equitativa, padecen de una congnita
indeterminacin que les veta la autosuficiencia que el filsofo de Harvard les confiere; a saber:
dependen de la evaluacin que se haga sobre la importancia relativa de los intereses humanos que
amparan as diferentes libertades. Como seala Gray, si diferimos en nuestras opiniones a cerca
de lo que es humanamente valioso, diferiremos asimismo en nuestro juicios sobre que es lo que
constituye la mayor libertad posible. A no ser que sean informados por alguna concepcin de los
intereses humanos, en suma, una especfica y contextualizada concepcin de bien, los principios
liberales no se pueden simplemente aplicar(Gray 2001).
As, sin necesidad de acudir al viejo dictum de los pragmatistas de, abandonando las a su
juicio vanas pretensiones metafsicas, preguntarse por el cash value of philosophical concepts,
debemos sin embargo considerar seriamente la evidencia de que, en rigor slo entendemos
cabalmente el significado de los principios y teoras una vez se han interpretado y aplicado en
diferentes contextos. Pero esto nos conduce a una mayor exigencia, a un ms cuidadoso
acercamiento al contexto, a las imprescindibles evidencias empricas disponibles de cmo los
diferentes ciudadanos entienden la justicia. Reclama, en fin, un ms estrecho vnculo entre la teora
poltica y las ciencias sociales. La herencia positivista subyacente a la tesis de que las cuestiones
normativas y las empricas son radicalmente distintas, ha resultado tan negativa como su asuncin
de que las cuestiones normativas dependen en ltima instancia de juicios de valor personales y
resultan ajenas, por definicin, a cualquier justificacin o discusin racional (Miller 1999).
As, por una parte la teora poltica presente en las obras de Taylor o Connolly, de Kymlicka
o Parekh, ayuda a explicar, a entender la poltica de nuestro tiempo, los lmites y problemas de sus
instituciones, de sus sistemas polticos, las estrategias e identidades de viejos y nuevos actores
colectivos etc. Por otra, la teora poltica posee una dimensin normativa de capital importancia no
slo en razn de su cometido prctico, evaluativo y crtico de las instituciones y prcticas polticas,
sino a la hora de la fijacin del propio campo de problemas de la ciencia social emprica en temas
de justicia. La categorizacin de la conducta observable, la distincin entre justicia e inters
individual, la relacin entre comunidad e identidad..., requieren una teora poltica normativa desde
la que fundamentar las distinciones. Las descripciones y explicaciones resultan inevitablemente
theory laden no slo por cuanto eligen una particular narrativa emprica de entre varias posibles
(causacin), sino porque descansan en muchas ocasiones una teora normativa (justificacin)
que no se explicita y, de esta suerte, no se controla (Shapiro 2002). En este sentido los estudios
empricos de este mbito dependen, por emplear las palabras de Miller en su crtica de
Justica Local de Elster, de una teora de la justicia. En definitiva, tan necesario resulta para el
socilogo o politlogo una teora normativa que por una parte explique, y por otra provea de las
asunciones y conceptos necesarios para delimitar un mbito de investigacin, ora institucional,
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ora comportamental, como referido a la justicia; cuanto los tericos polticos normativos
precisan de sustantiva evidencia y adecuada explicacin emprica de las prcticas, creencias e
instituciones de la justicia compartidos por ciudadanos ubicados en diferentes contextos.
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