Hayden-White-El Valor de La Narrativa
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El contenido de la forma
Narrativa, discurso y representacin histrica
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CAPTULO 1
Plantear la cuestin de la naturaleza de la narracin es suscitar la reflexin sobre la naturaleza misma de la cultura y, posiblemente, incluso sobre
la naturaleza de la propia humanidad. Es tan natural el impulso de narrar,
tan inevitable la forma de narracin de cualquier relato sobre cmo sucedieron realmente las cosas, que la narratividad slo podra parecer problemtica en una cultura en la que estuviese ausente - o bien, como en algunos
mbitos de la cultura intelectual y artstica occidental, se rechazase programticamente. Considerados como hechos de cultura omnicomprensivos, la
narrativa y la narracin tienen menos de problemas que simplemente de
datos. Como indic (en patente equivocacin) el ltimo Roland Barthes,
la narrativa es simplemente como la vida misma [...] internacional, transhistrica, transcultural.1 Lejos de ser un problema, podra muy bien considerarse la solucin a un problema de inters general para la humanidad,
el problema de cmo traducir el conocimiento en relato,2 el problema de
configurar la experiencia humana en una forma asimilable a estructuras
de significacin humanas en general en vez de especficamente culturales.
Podemos no ser capaces de comprender plenamente las pautas de pensamiento especficas de otra cultura, pero tenemos relativamente menos dificultad para comprender un relato procedente de otra cultura, por extica
que pueda parecemos. Como dice Barthes, la narrativa es traducible sin
menoscabo esencial, en un sentido en que no lo es un poema lrico o un
discurso filosfico.
Esto sugiere que, lejos de ser un cdigo entre muchos de los que puede
utilizar una cultura para dotar de significacin a la experiencia, la narrativa
es un metacdigo, un universal humano sobre cuya base pueden transmitirse mensajes transculturales acerca de la naturaleza de una realidad comn.
La narrativa, que surge como dice Barthes, entre nuestra experiencia del
mundo y nuestros esfuerzos por describir lingsticamente esa experiencia,
sustituye incesantemente la significacin por la copia directa de los acontecimientos relatados. De ello se sigue que la falta de capacidad narrativa o el
rechazo de la narrativa indica una falta o rechazo de la misma significacin.
Pero qu tipo de significado falta o se rechaza? La fortuna de la narrativa
1. Roland Barthes, Introduction to the structural analysis of narratives, Image, music, text,
trad. de Stephen Heath (Nueva York, 1977), 79.
2. Los trminos narrativa, narracin, narrar, etc., derivan del latn gnarus (conocedor,
familiarizado con, experto, hbil, etc.) y narro (relatar, contar) de la raz snscrita gn
(conocer). La misma raz forma yvtopuioc, (cognoscible, conocido). Vase Emile Boisacq,
Dictionnaire tymologique de la langue grecque (Heidelberg, 1950), vid. en yvwpincx;. Mi agradecimiento hacia Ted Morris, de Cornell, uno de nuestros grandes especialistas en etimologa.
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EL CONTENIDO DE LA FORMA
en la historia del relato histrico nos da alguna clave sobre la cuestin. Los
historiadores no tienen que relatar sus verdades sobre el mundo real en
forma narrativa. Pueden optar por otras formas de representacin, no narrativas o incluso antinarrativas, como la meditacin, la anatoma o el eptome.
Tocqueville, Burckhardt, Huizinga y Braudel, por citar slo a los maestros
ms sealados de la historiografa moderna, rechazaron la narrativa en
algunas de sus obras historiogrficas, presumiblemente a partir de la suposicin de que el significado de los acontecimientos que deseaban relatar no
era susceptible de representacin en modo narrativo.3 Se negaron a contar
una historia del pasado o, ms bien, no contaron una historia con etapas
inicial, intermedia y final bien delimitadas; no impusieron a los procesos
que les interesaban la forma que normalmente asociamos a la narracin
histrica. Si bien es cierto que narraban la realidad que perciban, o que
pensaban que perciban, como existente en o detrs de la evidencia que haban examinado, no narrativizaban esa realidad, no le imponan la forma de
un relato. Y su ejemplo nos permite distinguir entre un discurso histrico
que narra y un discurso que narrativiza, entre un discurso que adopta
abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un discurso
que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato.
Recientemente se ha formulado la idea de que la narrativa debe considerarse menos una forma de representacin que una forma de hablar sobre los
acontecimientos, reales o imaginarios; ha surgido en una discusin de la
relacin entre discurso y narrativa que ha tenido lugar en la estela del
estructuralismo y va asociada a la obra de Jakobson, Benveniste, Genette,
Todorov y Barthes. Aqu se considera la narrativa como una forma de hablar
caracterizada, como indica Genette, por un cierto nmero de exclusiones y
condiciones restrictivas que la forma de discurso ms abierta no impone
al hablante.4 Segn Genette, Benveniste mostr que
ciertas formas gramaticales como el pronombre yo (y su referencia implcita
t), los indicadores pronominales (determinados pronombres demostrativos),
los indicadores adverbiales (como aqu, ahora, ayer, hoy, maana, etc.)
y, al menos en francs, determinados tiempos verbales como el presente, el
3. Vase Alexis de Tocqueville, Democracy in America, trad. de Henry Reeve (Londres,
1838); Jakob Christoph Burckhardt, The civilization of the Renaissance in Italy, trad. de S.G.C.
Middlemore (Londres, 1878); Johan Huizinga, The Wtming of the Middle Ages: A Study of the Forms
of Life, Thought and Art in France and the Netherlands in the Dawn of the Renaissance, trad. F.
Hopman (Londres, 1924); y Fernand Braudel, The Mediterranean and the Mediterranean World in
the Age of Philip II, trad. Sian Reynolds (Nueva York, 1972). Vase tambin Hayden White,
Methahistory: the Historical Imagination in Nineteenth-century Europe (Baltimore, 1973); y Hans
Kellner, Disorderly Conduct: Braudel's Mediterranean Satire, History and Thought 18, n. 2
(1979): 197-222.
4. Gerard Genette, Bourdares of Narrative, New Literary History 8, n. 1 (1978): 11. Vase
tambin Jonatahn Culler, Structuralist Poetics: Structuralism, Linguistics and the Study of Literature (Ithaca, 1975), cap. 9; Philip Pettit, The Concept of Structuralism: a Critica! Analisys (Berkeley y
Los Angeles, 1977); Tel Quel [Grupo], Thorie d'ensemble (Pars, 1968), artculos de Jean Louis
Baudry, Philippe Sollers y Julia Kristeva; Robert Scholes, Structuralism in Literature: an Introduction (New Haven y Londres, 1974), caps. 4-5; Tzvetan Todorov, Potique de la prose (Pars, 1971),
cap. 9; y Paul Zumthor, Langue, texte, nigme (Pars, 1975), 4.a parte.
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EL VALOR DE LA NARRATIVA
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pretrito perfecto y el futuro, estn limitados al discurso, mientras que la narrativa en sentido estricto se distingue por el uso exclusivo de la tercera persona y
de formas tales como el pretrito indefinido y el pluscuamperfecto.5
Por supuesto, esta distincin entre discurso y narrativa se basa exclusivamente en un anlisis de las caractersticas gramaticales de ambas modalidades de discurso en las que la objetividad de uno y la subjetividad del otro
se definen principalmente por un orden de criterios lingstico. La subjetividad del discurso viene dada por la presencia, explcita o implcita, de un
yo que puede definirse slo como la persona que mantiene el discurso.
Por contrapartida, la objetividad de la narrativa se define por la ausencia de
toda referencia al narrador. En el discurso narrativizante, pues, podemos
decir, con Benveniste, que en realidad no hay ya un "narrador". Los
acontecimientos se registran cronolgicamente a medida que aparecen en el
horizonte del relato. No habla nadie. Los acontecimientos parecen hablar
por s mismos.6
Qu implica la produccin de un discurso en el que los acontecimientos parecen hablar por s mismos, especialmente cuando se trata de acontecimientos que se identifican explcitamente como reales en vez de imaginarios, como en el caso de las representaciones histricas? 7 En un discurso
relativo a acontecimientos manifiestamente imaginarios, que son los contenidos de los discursos ficcionales, la cuestin plantea pocos problemas, pues por qu no representar a los acontecimientos imaginarios como
acontecimientos que hablan por s mismos? Por qu en el dominio de lo
imaginario no iban a hablar hasta las mismas piedras, como las columnas de
Memnon cuando fue alcanzada por los rayos del sol? Pero los acontecimientos reales no deberan hablar por s mismos. Los acontecimientos reales
deberan simplemente ser; pueden servir perfectamente de referentes de un
discurso, pueden ser narrados, pero no deberan ser formulados como tema
de una narrativa. La tarda invencin del discurso histrico en la historia de
la humanidad y la dificultad de mantenerlo en pocas de crisis cultural
(como en la alta Edad Media) sugiere la artificialidad de la idea de que los
acontecimientos reales podran hablar por s mismos o representarse
como acontecimientos que cuentan su propia historia. Esta ficcin no
habra planteado problemas antes de imponerse al historiador la distincin
entre acontecimientos reales e imaginarios; la narracin de historia slo se
problematiza despus de que dos rdenes de acontecimientos se disponen
ante el narrador como componentes posibles de los relatos y se fuerza as a
la narracin a descargarse ante el imperativo de mantener separados ambos
rdenes en el discurso. Lo que queremos denominar narracin mtica no
5. Genette, Boundaries of Narrative, 8-9.
6. Ibd., 9. Cf. Emile Benveniste, Problems in General Linguistics, trad. Mary Elizabeth Meek
(Coral Gables, Fia., 1971), 208.
7. Vase Louis O. Mink, Narrative Form as a Cognitive Instrument, y Lionel Gossman,
History and Literature, ambos en The Writing of History: Literary Form and Historical Understanding, comp. de Robert Hl. Canary y Henry Kozicki (Madison, Wis., 1978), con una completa
bibliografa sobre el problema de la forma narrativa en la escritura histrica.
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Esta lista nos sita en una cultura en trance de disolucin, una sociedad
de escasez radical, un mundo de grupos humanos amenazados por la muerte, la devastacin, las inundaciones y la hambruna. Todos los acontecimientos son extremos, y el criterio implcito para seleccionarlos para el recuerdo
en su naturaleza liminal. Los temas objeto de preocupacin son las necesidades bsicas -alimento, seguridad respecto a los enemigos exteriores, liderazgo poltico y militar- y la amenaza de que no se satisfagan; pero no se
comenta explcitamente la conexin entre las necesidades bsicas y las
condiciones de su posible satisfaccin. Sigue sin explicarse por qu Carlos
luch contra los sajones, igual que por qu un ao hubo una gran cosecha y otro hubo inundaciones por doquier. Los acontecimientos sociales
son aparentemente tan incomprensibles como los acontecimientos naturales. Parecen simplemente haber ocurrido, y su importancia parece no distinguirse del hecho de que fuesen anotados. En realidad, parece que su importancia no radica ms que en el hecho de que se haya dejado constancia de
los mismos por escrito.
Y no tenemos idea de quin los registr; ni tenemos idea de cundo se
registraron. La nota que hay en 725 -Llegaron por vez primera los sarracenos- sugiere que este acontecimiento al menos se registr despus de que
los sarracenos hubiesen llegado por segunda vez, y establece lo que podramos considerar una expectativa genuinamente narrativista; pero la llegada
de los sarracenos y su expulsin no es el objeto de este apunte. Se registra el
hecho de que Carlos luch contra los sarracenos en Poitiers en sbado,
pero no el resultado de la batalla. Y ese sbado resulta inquietante, porque
no se menciona ni el mes ni el da de la batalla. Hay muchos cabos sueltos
- n o hay una trama en perspectiva- y esto resulta frustrante, si no desconcertante, tanto para la expectativa narrativa del lector actual como para su
deseo de una informacin especfica.
Adems, constatamos que en realidad no hay introduccin alguna al
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-slo l puede ofrecer los marcadores diacrticos para clasificar la importancia de los acontecimientos- est slo minimamente presente en la conciencia del escritor, o ms bien est presente como factor en la composicin
del discurso slo en virtud de su ausencia. En todo momento, lo que pasa a
un primer plano de la atencin son las fuerzas del desorden, natural y
humano, las fuerzas de la violencia y la destruccin. El relato versa sobre
cualidades ms que sobre agentes, y representa un mundo en el que pasan
cosas a las personas, en vez de uno en el que las personas hacen cosas. Es la
dureza del invierno del 709, la dureza del ao 710 y la falta de cosecha de ese
ao, la inundacin del 712 y la inminente presencia de la muerte lo que se
reitera con una frecuencia y regularidad ausentes en la representacin de
los actos humanos. Para este observador, la realidad lleva el aspecto de adjetivos que desbordan la capacidad de los nombres que modifican de resistir
a su determinacin. Carlos consigue devastar a los sajones, combatirlos y
Theudo consigue expulsar de Aquitania a los sarracenos, pero estas acciones
parecen pertenecer al mismo orden de existencia que los acontecimientos
naturales que traen o grandes o deficientes cosechas, y son al parecer
igualmente incomprensibles.
La falta de un principio para valorar la importancia o significacin de los
acontecimientos se seala sobre todo en los saltos en la lista de acontecimientos de la fila de la derecha, por ejemplo en el ao 711, en el que al
parecer no sucedi nada. El exceso de agua cada en el 712 va precedido y
seguido de aos en los que tampoco sucedi nada. Esto recuerda la
observacin de Hegel de que los perodos de felicidad humana y seguridad
son pginas en blanco en la historia. Pero la presencia de estos aos en
blanco en el relato del autor del anal nos permite percibir, a modo de
contraste, en qu medida la narracin busca el efecto de haber llenado todos
los huecos, de crear una imagen de continuidad, coherencia y sentido en
lugar de las fantasas de vacuidad, necesidad y frustracin de deseos que
inundan nuestras pesadillas relativas al poder destructor del tiempo. De
hecho, el relato del autor de este anal invoca un mundo en el que est
omnipresente la necesidad, en el que la escasez es la norma de la existencia
y en el que todos los posibles medios de satisfaccin no existen o estn
ausentes, o bien existen bajo una inminente amenaza de muerte.
Sin embargo, la idea de satisfaccin est implcitamente presente en la
lista de fechas que conforman la columna de la izquierda. La plenitud de
la lista atestigua la plenitud del tiempo, o al menos la plenitud de los aos
del Seor. No hay escasez en los aos: stos descienden regularmente desde su origen, el ao de la Encarnacin, y se despliegan implacablemente
hasta su potencial trmino, el Juicio Final. Lo que falta en la lista de
acontecimientos para darle una similar regularidad y plenitud es una nocin
de centro social por la cual ubicarlos unos respectos de otros y dotarles de
significacin tica o moral. Es la ausencia de una conciencia de centro
social la que impide al analista clasificar los acontecimientos que trata como
elementos de un campo de hechos histricos. Y es la ausencia de este centro
lo que evita o corta cualquier impulso que pudiese haber tenido de configu-
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rar su discurso de forma narrativa. Sin este centro, las campaas de Carlos
contra los sajones siguen siendo simplemente contiendas, la invasin de los
sarracenos simplemente una incursin, y el hecho de que la batalla de
Poitiers se librase en sbado tan importante como el hecho de que se librase
la batalla. Todo ello me sugiere que Hegel tena razn cuando afirm que un
relato verdaderamente histrico tena que exhibir no slo una cierta forma,
a saber, la narrativa, sino tambin un cierto contenido, a saber, un orden poltico-social.
En su introduccin a sus Lecciones sobre filosofa de la historia, Hegel escribi:
La palabra historia rene en nuestra lengua el sentido objetivo y el subjetivo: significa tanto historia rerum gestarum como las res gestae. Debemos
considerar esta unin de ambas acepciones como algo ms que una casualidad
externa; significa que la narracin histrica aparece simultneamente con los
hechos y acontecimientos propiamente histricos. Un ntimo fundamento comn las hace brotar juntas. Los recuerdos familiares y las tradiciones patriarcales tienen un inters dentro de la familia o de la tribu. El curso uniforme de los
acontecimientos [la cursiva es ma], que presupone dicha condicin, no es
objeto del recuerdo; pero los hechos ms sealados o los giros del destino
pueden incitar a Mnemosyne a conservar esas imgenes, como el amor y el
sentimiento religioso convidan a la fantasa a dar forma al impulso que, en un
principio, es informe. El Estado es, empero, el que por vez primera da
un contenido que no slo es apropiado a la prosa de la historia, sino que la engendra.14
Hegel prosigue con la distincin entre el tipo de sentimientos profundos, como el amor y la intuicin religiosa y sus concepciones, y esa
existencia exterior de una constitucin poltica que se encarna en... las leyes
racionales y costumbres. Este, dice, es un Presente imperfecto, y no puede
comprenderse cabalmente sin un conocimiento del pasado. Esta es la
razn, concluye, por la que hay perodos que, aunque llenos de revoluciones, emigraciones nmadas y las ms extraas mutaciones, estn desprovistos de cualquier historia objetiva. Y su desposesin de una historia objetiva
est en funcin del hecho de que no pudieron producir ni historia subjetiva
ni anales.
No tenemos que suponer, indica, que los registros de estos perodos han
desaparecido accidentalmente; ms bien, como no fueron posibles, no han
llegado a nosotros. E insiste en que slo en un estado consciente de las leyes
pueden tener lugar transacciones diferenciadas, unidas a la clara conciencia de
ellas que proporciona la capacidad y sugiere la necesidad de un registro
duradero. En resumen, cuando se trata de proporcionar una narrativa de
acontecimientos reales, hemos de suponer que debe existir un tipo de sujeto
que proporcione el impulso necesario para registrar sus actividades.
14. G.W.F. Hegel, Lecciones sobre filosofa de la historia universal; se cita por la trad. de J.
Gaos (Madrid, 1974), pg. 137.
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aos se consideran manifestaciones de Su poder de producir los acontecimientos que se dan en ellos. El tema del relato, pues, no existe en el tiempo y
por lo tanto no podra actuar como tema de una narrativa. Se sigue de ello
que, para que haya una narrativa, debe haber algn equivalente del Seor,
algn ser sagrado dotado de la autoridad y poder del Seor, con existencia
temporal? Si es as, cul podra ser su equivalente?
La naturaleza de este ser, capaz de servir de principio organizador central
del significado de un discurso de estructura realista y narrativa, se invoca en
el tipo de representacin histrica conocido como crnica. Por consenso
entre los historigrafos, la crnica es una forma superior de conceptualizacin histrica y expresa un tipo de representacin historiogrfica superior
a la forma del anal.16 Su superioridad consiste en su mayor globalidad, su
organizacin de los materiales por temas y mbitos, y su mayor coherencia narrativa. La crnica tambin tiene un tema central -la vida de un
individuo, ciudad o regin; alguna gran empresa, como una guerra o cruzada; o alguna institucin, como la monarqua, un obispado o un monasterio.
El vnculo de la crnica con los anales se percibe en la perseverancia de la
cronologa como principio organizador del discurso, y esto es lo que hace de
la crnica algo menos que una historia plenamente desarrollada. Adems, la crnica, como los anales pero al contrario que la historia, no concluye sino que simplemente termina; tpicamente carece de cierre, de ese
sumario del significado de la cadena de acontecimientos de que trata que
normalmente esperamos de un relato bien construido. La crnica promete
normalmente el cierre pero no lo proporciona -siendo sta una de las
razones por las que los editores decimonnicos de las crnicas medievales
negaron a stas la condicin de verdaderas historias.
Supongamos que enfocamos la cuestin de forma diferente. Supongamos
que se acepta, no que la crnica sea una representacin de la realidad
superior o ms sofisticada que los anales, sino que en realidad se trata de
un tipo diferente de representacin, caracterizado por el deseo de una
especie de orden y plenitud en una presentacin de la realidad que sigue
estando tericamente injustificada, un deseo que es, hasta que no se demuestre lo contrario, puramente gratuito. Qu implica la imposicin de este
orden y la provisin de esta plenitud (de detalle) que marca la diferencia
entre los anales y la crnica?
Tomo la Historia de Francia de un tal Richerus de Reims, escrita en
vsperas del ao 1000 d.C. (aprox. el 998),17 como ejemplo del tipo de
representacin histrica constituida por la crnica. No tenemos dificultad
en reconocer este texto como narrativa. Tiene un tema central (los conflictos de los franceses), un verdadero centro geogrfico (la Galia) y un verda-
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EL CONTENIDO DE LA FORMA
dero centro social (la sede arzobispal de Reims, con las agua agitadas por la
disputa sobre quin es el legtimo titular de los dos aspirantes al puesto de
arzobispo), y un verdadero comienzo temporal (presentado en una versin
sinptica de la historia del mundo desde la Encarnacin hasta el momento y
lugar de la redaccin del relato de Richerus). Pero la obra fracasa como
verdadera historia, al menos segn la opinin de los comentadores posteriores, en virtud de dos cosas. Primero, el orden del discurso sigue al orden de
la cronologa; presenta los acontecimientos en orden de sucesin y, por lo
tanto, no puede ofrecer el tipo de significacin que se supone tiene que
proporcionar un relato narratolgicamente regido. En segundo lugar, probablemente debido al orden analstico del discurso, el relato no concluye
sino que simplemente termina; meramente se rompe con la huida de uno de
los litigantes al puesto de arzobispo y pasa al lector la carga de reflexionar
retrospectivamente sobre los vnculos entre el inicio del relato y su final. El
relato llega hasta el ayer del propio escritor, aade un hecho ms a la serie
que empez con la Encarnacin y luego termina sin ms. En consecuencia,
quedan insatisfechas todas las expectativas narratolgicas normales del lector (este lector). La obra parece estar desplegando una trama pero a conti:
nuacin distorsiona su propio desarrollo al terminar simplemente in medias
res, con la anotacin crptica de el papa Gregorio autoriza a Arnulfo a
asumir provisionalmente las funciones episcopales, a la espera de la decisin legal que se las confirmar, o denegar su derecho a ellas (2:133).
Y sin embargo Richerus es un narrador convencido. Dice explcitamente
al comienzo de su relato que se propone conservar especialmente por
escrito [ad memoriam recuere scripto specialiter propositum est] las guerras problemas y asuntos de los franceses y, adems, describirlos de
forma superiores a otros relatos, especialmente al de un tal Flodoardo, un
anterior escriba de Reims que haba escrito unos anales de los que Richerus
haba sacado informacin. Richerus observa que se ha servido libremente de
la obra de Flodoardo pero que a menudo ha puesto otras palabras en lugar
de las originales y modificado por completo el estilo de presentacin [pro
alus longe diversissimo orationis scemate disposuisse] (1:4). Tambin se
sita en la tradicin de la escritura histrica citando a clsicos como Csar,
Orosio, Jernimo e Isidoro como autoridades de la historia temprana de las
Galias, y sugiere que sus propias observaciones personales le dieron una
comprensin de los hechos que narra que nadie ms podra reivindicar.
Todo esto sugiere una cierta conviccin del propio discurso que est manifiestamente ausente en el redactor de los Anales de Saint Gall. El discurso de
Richerus es un discurso estructurado, cuya narrativa, en comparacin con
la del analista, est en funcin del convencimiento con que se realiza esta
actividad estructuradora.
Sin embargo, paradjicamente, es esta actividad estructuradora consciente de s misma, una actividad que da a la obra de Richerus el aspecto de
una narracin histrica, lo que merma su objetividad como relato histrico -segn concuerdan los modernos analistas del texto-. Por ejemplo, un
moderno editor del texto, Robert Latouche, atribuye al orgullo de Richerus
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EL VALOR DE LA NARRATIVA
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por la originalidad de estilo la causa de su fracaso en escribir una verdadera historia. En ltima instancia -escribe Latouche- la Historia de Richerus no es, en sentido estricto [proprement parlerj, una historia sino una
obra de retrica compuesta por un monje... que intentaba imitar la tcnica
de Salustio. Y aade: Lo que le interesaba no era la materia [matire],
que molde a placer, sino la forma (l:xi).
Latouche tiene ciertamente razn al decir que Richerus fracasa como
historiador supuestamente interesado en los hechos de un determinado
perodo de la historia, pero seguramente est tambin equivocado al sugerir
que la obra fracasa como historia por el inters de su autor por la forma
ms que por la materia. Por supuesto, por materia Latouche entiende los
referentes del discurso, los acontecimientos individualmente considerados
como objetos de representacin. Pero Richerus se interesa por los conflictos de los franceses [Gallorum congressibus in volumine regerendis] (1:2),
especialmente el conflicto por el control de la sede, en el que estaba
implicado su protector, Gerberto, arzobispo de Reims. Lejos de estar ante
todo interesado en la forma en vez de en la materia o contenido, Richerus
slo se interesaba por esto ltimo, pues en este conflicto le iba su propio
futuro. La cuestin que Richerus esperaba ayudar a resolver mediante la
composicin de su narrativa era dnde estaba la autoridad para la direccin
de los asuntos en la sede de Reims. Y podemos suponer justamente que su
impulso a redactar una narracin del conflicto estaba de algn modo vinculado al deseo por su parte de representar a (tanto en el sentido de escribir
sobre como en el de actuar como agente de) una autoridad cuya legitimidad
dependa de la clarificacin de los hechos de un orden especficamente
histrico.
De hecho, tan pronto sealamos la presencia del tema de la autoridad en
este texto, tambin percibimos en qu medida las pretensiones de verdad de
la narrativa y, en definitiva, el mismo derecho a narrar dependen de una
cierta relacin con la autoridad per se. La primera autoridad invocada por el
autor es la de su defensor, Gerberto; es en virtud de su autoridad que se
compone el relato (imperii tui, pater sanctissime G[erbert], auctoritas
seminarum dedit [1:2]). A continuacin estn aquellas autoridades representadas por los textos clsicos a los que recurre para su construccin de
la historia primitiva de los franceses (Csar, Orosio, Jernimo, etc.). Est la
autoridad de su predecesor como historiador de la sede de Reims, Flodoardo, una autoridad con la que discute como narrador y cuyo estilo afirma
mejorar. Es por su propia autoridad por la que Richerus efecta esta mejora,
poniendo otras palabras en lugar de las de Flodoardo y modificando por
completo el estilo de presentacin. Est, por ltimo, no slo la autoridad
del Padre Celestial, que es invocado como causa ltima de todo lo que
sucede, sino la autoridad del propio padre de Richerus (al que se refiere a lo
largo de todo el manuscrito como p.m. [pater meus] [l:xiv]), que figura
como sujeto central de una parte de la obra y como testigo en cuya autoridad
se basa esa parte de la obra.
El problema de la autoridad impregna el texto escrito por Richerus de
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EL CONTENIDO DE LA FORMA
una forma con la que no podramos referirnos al texto escrito por el analista
de Saint Gall. ste no tiene necesidad de reclamar su autoridad para narrar
los acontecimientos, pues no hay nada problemtico en su posicin al hacer
manifestaciones de una realidad que se encuentra en lucha permanente.
Como no hay discusin, no hay nada que narrativizar, no hay necesidad de
que los hechos hablen por s mismos o sean representados como si
pudiesen contar su propia historia. Slo es preciso registrarlos en el orden
en que llegan a ser conocidos, pues no hay discusin, no hay una historia
que contar. Richerus tena algo que narrativizar porque haba esta disputa.
Pero la cuasi narracin de Richerus no tena cierre no porque la disputa no
estuviese resuelta, pues de hecho la disputa estaba resuelta -por la lucha de
Gerberto con la corte del rey Otto y la instalacin de Amulfo como arzobispo de Reims por parte del papa Gregorio.
Lo que faltaba para una verdadera resolucin discursiva, para una resolucin narrativizante, era el principio moral a la luz del cual Richerus pudiera
haber juzgado la resolucin como justa o injusta. La propia realidad ha
juzgado la resolucin resolviendo la cuestin como lo ha hecho. Por lo
dems, se sugiere que el rey Otto otorg a Gerberto algn tipo de justicia, al
instalarle como obispo de Rvena en reconocimiento de su cultura y genio.
Pero esta justicia est situada en otro lugar y la dispone otra autoridad, otro
rey. El fin del discurso no arroja luz sobre los acontecimientos originalmente registrados para redistribuir la fuerza de un significado inmanente
en todos los acontecimientos desde el principio. No hay justicia, slo
fuerza o, ms bien, slo una autoridad que se presenta con diferentes tipos de fuerza.
Con estas reflexiones sobre la relacin entre historiografa y narrativa no
aspiro ms que a esclarecer la distincin entre los elementos de la historia y
los elementos de la trama en el discurso histrico. De acuerdo con la
opinin comn, la trama de una narracin impone un significado a los
acontecimientos que determinan su nivel de historia para revelar al final
una estructura que era inmanente a lo largo de todos los acontecimientos.
Lo que estoy intentando determinar es la naturaleza de esta inmanencia en
cualquier relato narrativo de sucesos reales, sucesos que se ofrecen como el
verdadero contenido del discurso histrico. Estos acontecimientos son reales no porque ocurriesen sino porque, primero, fueron recordados y, segundo, porque son capaces de hallar un lugar en una secuencia cronolgicamente ordenada. Sin embargo, para que su presentacin se considere relato
histrico no basta con que se registren en el orden en que ocurrieron
realmente. Es el hecho de que pueden registrarse de otro modo, en un orden
de narrativa, lo que les hace, al mismo tiempo, cuestionables en cuanto su
autenticidad y susceptibles de ser considerados claves de la realidad. Para
poder ser considerado histrico, un hecho debe ser susceptible de, al menos,
dos narraciones que registren su existencia. Si no pueden imaginarse al
menos dos versiones del mismo grupo de hechos, no hay razn para que el
historiador reclame para s la autoridad de ofrecer el verdadero relato de lo
que sucedi realmente. La autoridad de la narrativa histrica es la autoridad
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EL VALOR DE LA NARRATIVA
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EL CONTENIDO DE LA FORMA
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EL VALOR DE LA NARRATIVA
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EL CONTENIDO DE LA FORMA
cado sino tambin los medios para seguir estos cambios de significado, es
decir, la narratividad. Donde, en una descripcin de la realidad, est presente la narrativa, podemos estar seguros de que tambin est presente la
moralidad o el impulso moralizante. No hay otra forma de dotar a la realidad
del tipo de significacin que se exhibe en su consumacin y se retiene a la
vez por su desplazamiento a otro relato por contar y que va ms all de los
lmites del fin.
El objeto mi indagacin ha sido el valor que se atribuye a la propia
narratividad, especialmente en las representaciones de la realidad del tipo
que encontramos en el discurso histrico. Puede pensarse que he repartido
las cartas en favor de mi tesis -que el discurso narrativizante tiene la
finalidad de formular juicios moralizantes- mediante la utilizacin exclusiva
de materiales medievales. Y quiz sea as, pero es la comunidad historiogrfica moderna la que ha distinguido entre las formas discursivas de los anales,
la crnica y la historia sobre la base del logro de plenitud narrativa o la
ausencia de este logro. Y esta misma comunidad acadmica tiene an que
explicar el hecho de que slo cuando, segn indica, la historiografa se
transform en una disciplina objetiva, se celebr la narratividad del discurso histrico como uno de los signos de su madurez como disciplina
plenamente objetiva -como ciencia de carcter especial pero ciencia al
fin y al cabo. Son los propios historiadores los que han transformado la
narratividad, de una forma de hablar a un paradigma de la forma en que
la realidad se presenta a una conciencia realista. Son ellos los que han
convertido a la narratividad en valor, cuya presencia en un discurso que
tiene que ver con sucesos reales seala de una vez su objetividad, seriedad
y realismo.
Lo que he intentado sugerir es que este valor atribuido a la narratividad
en la representacin de acontecimientos reales surge del deseo de que los
acontecimientos reales revelen la coherencia, integridad, plenitud y cierre
de una imagen de la vida que es y slo puede ser imaginaria. La idea de que
las secuencias de hechos reales poseen los atributos formales de los relatos
que contamos sobre acontecimientos imaginarios solo podra tener su origen en deseos, ensoaciones y sueos. Se presenta realmente el mundo a la
percepcin en la forma de relatos bien hechos, con temas centrales, un
verdadero comienzo, intermedio y final, y una coherencia que nos permite
ver el fin desde el comienzo mismo? O bien se presenta ms en la forma
que sugieren los anales y la crnica, o como mera secuencia sin comienzo o
fin o como secuencia de comienzos que slo terminan y nunca concluyen?
Y se nos presenta realmente el mundo, incluso el mundo social, como un
mundo ya narrativizado, que habla por s mismo, ms all del horizonte de
nuestra capacidad de darle un sentido cientfico? O es la ficcin de un
mundo as, capaz de hablar por s y de presentarse como forma de relato,
necesaria para la creacin de esa autoridad moral sin la cual sera impensable la nocin de una realidad especficamente social? Si slo fuese cuestin
de realismo de presentacin, podra defenderse considerablemente la modalidad de los anales y la crnica como paradigma de formas en que la realidad
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se presenta a la percepcin. Es posible que su supuesto deseo de objetividad, manifestado en su fracaso en narrar adecuadamente la realidad, tenga
que ver no tanto con los tipos de percepcin que presuponen, cuanto con su
fracaso en representar la moraleja bajo la presentacin esttica? Y podramos responder a la cuestin sin ofrecer una descripcin narrativa de la
historia de la propia objetividad, una presentacin que ya prejuzgase el
resultado de la historia que contsemos en favor de la moral en general?
Podemos alguna vez narrar sin moralizar?
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