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Clepsidra 3
REVISTA INTERDISCIPLINARIA
DE ESTUDIOS SOBRE MEMORIA
Revista del Ncleo de Estudios sobre Memoria (CIS-CONICET / IDES). Ao 2 Nmero 3 Marzo 2015
clepsidra
Presentacin
REVISTA INTERDISCIPLINARIA
DE ESTUDIOS SOBRE MEMORIA
SUMARIO
STAFF
DOSSIER
Memorias Rurales en Amrica Latina,
coordinado por Silvina Merenson y Santiago Garao
Memorias rurales: avances y desafos para los estudios sobre el pasado reciente
en Amrica Latina, Silvina Merenson y Santiago Garao
Mujeres rebeldes: guerrilleras indgenas en Guatemala, Ana Lpez Molina
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ENTREVISTAS/ CONFERENCIAS
Buscar justicia es apostar por la vida, entrevista a Hugo Can por Enrique
Andriotti Romanin
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RESEAS
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Desde pocas remotas, medir el tiempo ha sido una obsesin de la humanidad. Medirlo significa
utilizarlo, controlarlo, pero tambin volverlo humano. Hacer ingresar lo csmico de las noches y los
das, las estaciones, las muertes, los nacimientos, al mundo cotidiano de lo prctico, a las acciones de
los hombres y mujeres en el breve espacio de sus vidas. Mucho antes de que el reloj se convirtiera,
tal como afirm Lewis Mumford, en la mquina clave de la revolucin industrial, la humanidad meda
el tiempo con herramientas tal vez ms rsticas, acaso menos exactas, pero que le proporcionaban
medios para que el paso inexorable de los acontecimientos no se disolviera en el olvido.
La Clepsidra, antiguo reloj de agua, utilizado por los egipcios y luego por los griegos, ha sido uno de
esos instrumentos, paradjicamente hoy casi olvidado. Algunas de sus cualidades se asemejan a las
de la memoria humana; a la compleja construccin que el trabajo de la memoria realiza en las sociedades actuales, muchas veces yendo a contrapelo de las aceleradas transformaciones que proporciona
la tecnologa, otras veces adoptando esas mismas tecnologas para el resguardo, la conservacin y la
resignificacin de los hechos del pasado.
La Clepsidra mide el tiempo sobre la base de lo que tarda una cantidad de lquido en pasar de un
recipiente a otro, de iguales dimensiones, que se ubica debajo. Como el reloj de arena, la Clepsidra
debe volverse sobre s misma. Del mismo modo, la memoria construye una y otra vez lo sucedido en
el pasado. Retorna con similares materiales a examinar un tiempo nuevo. Toda construccin memorial
es nueva y vieja a la vez. Arrastra lo que estaba all (restos, huellas, marcas de un pasado que ya no
est) y crea otras maneras de entender y elaborar lo que ha ocurrido.
La Clepsidra tambin ha sido, en el antiguo Egipto, un instrumento sustituto para medir el tiempo en la noche, cuando los relojes de sol perdan su utilidad. Mucho se ha hablado de esta cualidad
nocturna de las memorias, que iluminan zonas del pasado, a veces poco advertidas por las urgencias
de la actualidad, otras veces prohibidas, y otras dejadas de lado o silenciadas por historias oficiales y
dominantes. Las memorias subterrneas de las que ha dado cuenta Michael Pollak se construyen en
Clepsidra, el nombre elegido para esta revista, hace finalmente alusin a la cualidad fluida y cam-
esas zonas oscuras del hacer humano, cuando las sociedades deben relatar su pasado en las noches
de la censura, de la vergenza o de la insignificancia.
biante de las memorias sociales, enlazadas al discurrir constante del tiempo y de las prcticas humanas. Tal como ha enseado Maurice Halbwachs, la memoria colectiva es una construccin realizada
desde un presente. Y son los sucesivos presentes, desde los que se construyen las memorias, los que
aportan los desafos culturales, polticos y sociales que las atraviesan y las constituyen. Estos trabajos
Correo electrnico:
[email protected]
Pgina Web:
http://memoria.ides.org.ar
Versin online de esta revista:
http://ppct.caicyt.gov.ar/clepsidra
Ncleo de Estudios sobre Memoria,
IDES, Aroz 2838, Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentina.
de la memoria, para utilizar la categora de Elizabeth Jelin, se desarrollan en una multiplicidad de es-
ISSN 2362-2075
y la capacidad de movilizacin de los distintos actores que toman a su cargo los emprendimientos
cenarios y contextos, impulsados por diversos tipos de actores sociales, con distintas escalas geogrficas y temporales, y variadas modalidades y formas de accin. Las luchas por las memorias y por los
sentidos del pasado se han transformado hoy en un campo de accin social en plena expansin, que
atraviesa por perodos de intensa actividad y otros de aparente calma, segn las coyunturas histricas
memoriales. Es este amplio conjunto de acciones sociales y marcas simblicas el que nos proponemos analizar e historizar desde esta publicacin.
EDITORIAL
EDITORIAL
Clepsidra
Revista Interdisciplinaria
de Estudios sobre
Memoria
.
Dossier
Memorias rurales en
Amrica Latina
COORDINADORES:
SILVINA MERENSON Y SANTIAGO GARAO
Claudia Feld
Claudia Alva, Retorno.Testigos y familiares caminan hacia la zona donde fueron encontrados los restos, de
la serie Caso Cantuta-Cieneguilla.
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slo orient la produccin de conocimiento sobre la caracterizacin del capitalismo agrario, sino tambin las reflexiones relativas
a la transformacin de la realidad social (Ariosa y Snchez, 2010:
232). Intervenciones como las de Orlando Fals Borda (1963, 1968,
1970) y Rodolfo Stavenhagen (1969), entre otros, estuvieron lejos
de circunscribirse al mbito acadmico; ms bien acompaaron el
creciente proceso de movilizacin poltica y social que deriv en el
nacimiento de importantes organizaciones campesinas e indgenas
que reinstalaban en el espacio del Estado-nacin las luchas por la
tenencia de la tierra, la reforma agraria y las consabidas demandas
de derechos culturales y comunales. Solidarios, indigenistas,
campesinistas se empearon en demostrar que las relaciones de
los grupos indgenas y campesinos con las sociedades nacionales
no consistan en diferencias culturales, sino en relaciones jerrquicas que justificaban la explotacin econmica, siendo esta una de
las dimensiones cruciales del colonialismo interno que caracterizaba a Latinoamrica.
Las preguntas por el estatus poltico y social del campesinado1, el
grado y el desarrollo de la conciencia de clase entre el proletariado
indgena, o los procesos de organizacin y sindicalizacin entre
trabajadores de diversas agroindustrias encontraron respuestas en
trabajos de campo atravesados por la violencia, la persecucin y
la represin. Hoy, a modo de ejemplo, sabemos de las acusaciones
de ser un agente de la contrainsurgencia que recibi June Nash
(2008) a fines de los aos sesenta en Bolivia mientras estudiaba el
sistema de explotacin en las minas de estao; de las constantes
visitas de los gendarmes de la frontera argentina a Miguel Bartolom (2007) mientras compilaba cantos mapuche en el sur del
pas; o sobre la detencin y tortura de Santiago Bilbao y el allanamiento de la oficina de Hebe Vessuri, eventos que a mediados de
la dcada de 1970 pusieron fin a los trabajos de ambos antroplogos en la provincia argentina de Tucumn (cf. Visacovsky, 2002 y
Guber, 2010).
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memorialista al que asistimos desde fines del siglo XX, salvo algunas excepciones, las luchas y disputas seguidas en torno a dichos
procesos en contextos rurales resultan un terreno por explorar.
Entre mediados de los aos noventa y comienzos de este siglo,
una serie de investigaciones comenzaron a indagar diferentes
dimensiones de los procesos asociados a la violencia poltica, la
persecucin y la represin (para)estatal en espacios rurales. Aun
cuando puede resultar algo esquemtico y arbitrario, digamos que
este corpus bibliogrfico puede agruparse segn tres grandes lneas
de investigacin o tematizacin. La primera incluye los trabajos
que abordaron estos espacios en trminos de memorias locales
o comunales, perifricas en relacin a las que haban sido privilegiadas en los estudios sobre el pasado reciente hasta entonces,
especialmente en el Cono Sur. La segunda rene los trabajos que
hacen foco en lo que podramos enunciar como los efectos sociales
de la represin y violencia en contextos rurales. La tercera, finalmente, agrupa los textos que tematizan las intersecciones posibles
entre clivajes y dimensiones analticas clave, como las de gnero,
etnia y clase.
En la primera lnea de investigacin o tematizacin cabe mencionar la compilacin publicada en la coleccin Memorias de la represin, coordinada por Elizabeth Jelin y Carlos Ivn Degregori, titulada Luchas locales, comunidades e identidades. El eje central de este
volumen se encuentra en los procesos de construccin de memorias
en comunidades ubicadas territorial, simblica y polticamente lejos
de las ciudades capitales y los grandes poderes centrales. Los trabajos reunidos tienen por denominador comn esta distancia, ms que
la delimitacin de un sector social, geogrfico o cultural especfico.
Es posible entonces que esta opcin ayude a explicar las razones
por las cuales, en algunos de los artculos, local y rural funcionan como sinnimos. Sin embargo, ms all de esta precisin,
estos artculos resultan fundamentales en tanto avanzan en las formas que asumi la estrategia contrainsurgente en mbitos rurales,
que no siempre fueron tenidas en cuenta en los estudios centrados
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figura del terruco como sinnimo de senderista, trmino derivado del castrense terrorista, que es evocado como un gringo
sanguinario que acta encapuchado. Tal como veremos en otros
trabajos, se trata de categoras nativas que, como parte de las tecnologas represivas aplicadas, contribuyeron a la configuracin de
un oponente tan poderoso como externo a la comunidad aunque fuertemente infiltrado, que foment la delacin y la sospecha
entre vecinos y parientes.
La coexistencia diaria entre vctimas y victimarios, sostiene
Claudio Barrientos (2003), construye una memoria prisionera de
los hechos de violencia que no permite la total reivindicacin de
las primeras construidas como heroicas o, en su defecto, como
inocentes o indefensas, ni la exposicin abierta de los segundos
o de quienes delataron a sus coterrneos. Su trabajo de campo en
tres comunidades rurales del sur de Chile, que primero ingresaron
en el imaginario nacional y regional como una zona de fuerte presencia del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) para
luego transformarse en un espacio emblemtico en la lucha contra
el extremismo, toma un evento crtico por gua: el asalto a un
retn de carabineros en Neltume realizado por los campesinos
para defender a las autoridades constitucionales derrocadas que
legitim la represin que se vena construyendo discursivamente
desde antes del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Su
anlisis, centrado en el despliegue discursivo y teatral que puso en
escena la accin militar y el golpe de Estado en la zona, mostr el
modo en que las Fuerzas Armadas fueron produciendo la imagen
de un enemigo cuyo peligro era proporcional al despliegue represivo de los militares, y cuya represin deba ser ejemplificadora
para los campesinos y, a la vez, un acto preventivo de salvacin
para la Nacin en su totalidad. Fue ante esta versin oficial, en
los primeros aos de la transicin, que las organizaciones de derechos humanos de la regin y los familiares de los desaparecidos
buscaron reivindicar la dignidad y humanidad de los campesinos,
desandando las representaciones que los daban por vctimas o por
Introduccin | Memorias rurales: avances y desafos... | Silvina Merenson y Santiago Garao
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4 El Nunca Ms es el informe
que elabor la Comisin Nacional
sobre la Desaparicin de Personas
(CONADEP), presidida por el escritor Ernesto Sbato. Fue creado como
una de las primeras medidas del
gobierno constitucional argentino en
diciembre de 1983. El informe document las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos durante
la ltima dictadura militar. Luego de
su publicacin como libro en 1985,
su importancia pblica se potenci
debido a que vertebr la estrategia
de acusacin de la fiscala en el Juicio
a las tres Juntas de Comandantes.
Sobre la historia poltica del Nunca
Ms, ver: Crenzel (2008).
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nes histricas de dichos procesos. Se trata de una serie de investigaciones que se preguntan por los modos en los que la violencia y el
terror de Estado han operado sobre las tramas de relaciones en los
mbitos rurales, produciendo nuevas subjetividades, identidades y
relaciones sociales. En esta lnea, la problematizacin de la cultura
del terror (Taussig, 2006), las acciones y los agenciamientos en
los mrgenes del Estado (Das y Poole, 2009) y las tensiones entre
hegemona, resistencia y subordinacin (Scott, 2000), resultan
referencias ineludibles.
Las mediaciones que ejerce la cultura del terror a travs de
la narracin y los problemas que acarrea escribir sobre ella; las
prcticas polticas, reguladoras y disciplinarias que constituyen al
Estado; y las acciones infrapolticas de los grupos subordinados se
caracterizan por la activa creacin de sentidos, tanto por parte de
los dominados como por parte de los dominadores. En todos los
casos, el anlisis de estos procesos y espacios sumamente dinmicos, en constante transformacin y reestructuracin, encuentra
en los silencios, mitos, chismes y rumores, buena parte de su base
emprica, aun cuando los autores mencionados difieran en su conceptualizacin. Si para Taussig el lado misterioso que prospera por
los sentidos del rumor y la fantasa tejen la densa trama de realismo
mgico que es constructora de la realidad social (2006: 40), para
Scott resultan vehculos por medio de los cuales los subalternos
insinan sus crticas al poder amparados en el anonimato (2000:
21). En tanto, Das y Poole encuentran en el anonimato y en la
fuerza perlocutiva de este tipo de comunicacin la posibilidad de
filtrar representaciones de relaciones inciertas e inestables que, en
el caso del Estado, permite pensar a los sujetos como seres entregados a la pasin en lugar de a la razn (2009: 19).
A grandes rasgos, en este marco conceptual puede inscribirse el
trabajo de Alejandro Isla y Julie Taylor (1995), quienes analizaron
la eleccin en 1995 del ex gobernador de facto Antonio Domingo
Bussi como primer mandatario de la provincia argentina de Tucumn. Para los autores, el bussismo encarn la herencia de la culIntroduccin | Memorias rurales: avances y desafos... | Silvina Merenson y Santiago Garao
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otras cuestiones, explica en su trabajo las decisiones que esta organizacin tom luego del golpe de Estado. Siguiendo estas intersecciones, el trabajo de Elisabeth Wood (2003) sobre la adhesin
del campesinado salvadoreo al Frente Farabundo Mart para la
Liberacin Nacional, destaca la importancia que tuvo en la definicin de accin colectiva y en la agencia de este actor una serie
de beneficios emocionales vinculados a la indignacin, el orgullo y
la dignidad. Su investigacin deja entrever los rasgos atribuidos al
campesino (capacidad militar, resistencia, coraje, valenta, etc.)
como un insumo fundamental tanto a la hora de presentar la guerrilla en el escenario poltico como de evaluar la incorporacin a
ella.
En su conjunto, las investigaciones reseadas hasta aqu abordan
una serie de tpicos cruciales a la hora de identificar algunos rasgos
de lo que aqu llamamos memorias rurales. En principio cabe
sealar que, cuando hablamos de estas memorias, estamos delimitando un espacio de trabajo diferente al referido por la nocin de
memorias locales. Aun cuando unas y otras pueden coincidir o
superponerse, tal como vimos hasta aqu, las memorias rurales
ponen en foco dimensiones analticas que deben ser atendidas para
trascender su conceptualizacin por la negativa, es decir, como
aquello que no sucede en las ciudades ni, en trminos de Williams,
sera lo propio de un estilo de vida urbano. Sin pretensin de
agotar un extenso listado de rasgos diacrticos o derivar en una
sistematizacin acabada, cabe sealar algunas cuestiones relativas
a la inscripcin temporal, la distancia fsica y estructural existente
entre los actores, el rol desempeado por diversas mediaciones, y
las formas narrativas bajo las cuales los sujetos del campo perfilan
sus relatos acerca del pasado reciente.
Vivir en y del campo supone una interaccin con los fenmenos naturales y los ciclos productivos que circunscriben temporalidades, preocupaciones, estrategias y recursos particulares. Los
tiempos de zafra o siembra, de lluvias o sequas, no slo permiten
situar o fechar eventos crticos pasados, tambin ayudan a sigIntroduccin | Memorias rurales: avances y desafos... | Silvina Merenson y Santiago Garao
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Posiblemente, las huellas que ha dejado el activo trabajo de produccin de hegemona en los espacios rurales sea lo que nos lleve
a pensar los relatos y recuerdos que encontramos en nuestros trabajos de campo como memorias incmodas o polticamente incorrectas. Nuestros interlocutores, sabemos, pueden hablarnos de la
guerra y no del terrorismo de Estado, aun cuando han sido vctimas de graves violaciones a los derechos humanos; pueden relatar
con lujo de detalles fascinantes ancdotas sobre el accionar guerrillero y, a continuacin, considerarlos subversivos que venan
de afuera a alterar la paz del pueblo; pueden recordar los aos de
terror como un tiempo que incluye enormes peligros, pero tambin
cosechas rcords, logros econmicos y avances infraestructurales.
Parte de la literatura reseada hasta aqu encuentra que la distancia
fsica y estructural existente entre los actores es decir, la violencia, el terror, y la posterior convivencia entre quienes son vecinos y
parientes ayudara a comprender estas disonancias. Sin embargo,
cabe preguntarse si la proximidad entre vctimas y victimarios
regida por normas y reglas de vecindad es la nica explicacin
posible. En este sentido, problematizar lo que percibimos como
desacoples supone una serie de desafos y descentramientos que no
pretenden enfatizar la diversidad de las memorias para sealar lo ya
obvio su heterogeneidad, sino defender radicalmente el espacio
para enunciar y reflexionar acerca de la matriz constitutiva de esa
pluralidad.
Siguiendo estas coordenadas, las memorias rurales no son ajenas a los valores y moralidades asociadas a las intersecciones posibles entre el mundo del trabajo y la tradicin, entre las que se destacan el honor, la vergenza, la jerarqua, la reciprocidad y el valor
otorgado a la fuerza fsica. Muchas veces estas se construyen en
las mediaciones de los discursos y las adscripciones religiosas, pero
tambin en las ofertadas por el Estado, las ONG, los organismos de
cooperacin y las agencias de desarrollo rural que proveen marcos
interpretativos en mayor o menor medida consensuados a la hora
de explicar y dar sentido al devenir histrico. Estas mediaciones,
Introduccin | Memorias rurales: avances y desafos... | Silvina Merenson y Santiago Garao
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como instancias de presentacin e interlocucin, habilitan redefiniciones, innovaciones e invenciones y son el resultado de una
apropiacin selectiva de la propia historia y las historias de los
otros. Captar sus significados resulta fundamental para advertir,
por ejemplo, las transformaciones materiales y simblicas, o para
trazar la distancia entre los enemigos construidos y los blancos
concretos de la represin.
Como ya sealamos, las formas narrativas bajo las cuales los sujetos del campo perfilan sus relatos, proponen analogas, juzgan y se
posicionan respecto de los procesos de violencia poltica y represin
suelen apelar a una larga tradicin oral. Esta combina, de formas
muy diversas, la conciencia mtica y la conciencia histrica sin
presentarlas como excluyentes, sino como modos complementarios de estructurar los eventos pasados (Turner, 1988: 19) situados entre lo rutinario y lo imprevisto. As, los recuerdos que surgen
entre cuentos, leyendas y rumores, apartados muchas veces de la
jerga poltica o de las historias consagradas que estamos habituados
a escuchar o leer, que fueron una condicin de posibilidad para el
ejercicio del terror, constituyen actos plagados de politicidad que
sealan otro de los accesos posibles a las memorias rurales.
A partir de estrategias y casos muy diversos, los trabajos que
integran este dossier analizan procesos de construccin de memorias en mbitos rurales, tanto asociados a episodios represivos
paradigmticos, como a procesos de ms larga duracin de violencia poltica en Amrica Latina. Los dos primeros trabajos que
presentamos parten de las experiencias de grupos que no han sido
los principales portavoces de aquel pasado: las mujeres indgenas
que integraron una organizacin guerrillera en Guatemala pero no
fueron reconocidas como excombatientes cuando finaliz el conflicto armado, y los ex soldados conscriptos enviados a combatir en
el marco del Operativo Independencia en la provincia argentina
de Tucumn. Ambos artculos abordan cmo fue vivida y sentida
la represin poltica desde la perspectiva de dichos actores y cmo,
an hoy, resulta un desafo convertir ese conocimiento privado en
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fica las disputas por los sentidos otorgados a los hechos narrados y
la nominacin de los actores, al mismo tiempo que reflexiona sobre
las ventajas de cruzar imgenes y narraciones.
Finalmente, Gabriela Karasik y Elizabeth Gmez analizan
los conflictos que se producen cuando un caso paradigmtico de
represin en el espacio rural como es en Argentina el Apagn de
Ledesma, ingresa en la esfera judicial tras la reapertura de las causas por delitos de lesa humanidad. El artculo aborda un actor que
no ha sido contemplado en investigaciones anteriores: los directivos
de la empresa Ledesma S. A. A. I., acusados de haber sido responsables de la desaparicin de obreros y empleados durante la ltima
dictadura. A partir de sus estrategias y de las luchas jurdicas, polticas y por la memoria, las autoras reflexionan sobre los conflictos
y dilemas que supone incorporar en los estrados judiciales el problema de la complicidad civil que en este caso involucra a una
familia con un gran poder poltico y econmico, al mismo tiempo
en que abren una serie de interrogantes respecto del rol que cabe a
los cientistas sociales en la produccin de conocimiento sobre acontecimientos marcados por masivas violaciones a los derechos humanos, especialmente en lo que respecta a sus usos sociales y judiciales.
El presente dossier rene entonces una serie de artculos que
resultan de grados de avance de investigaciones y de formaciones
muy diversas entre s. Pese a ello, todos sugieren dilogos y debates
que creemos necesarios, as como tareas pendientes en una lnea
de investigacin que hasta el momento ha resultado poco transitada. Esperamos que esta presentacin sirva como marco y primera
aproximacin a los trabajos que integran el dossier, pero tambin
como una invitacin a nuevas investigaciones y nuevos modos de
reflexionar sobre las huellas de los procesos de violencia, persecucin y represin (para)estatal en nuestros pases de Amrica Latina.
Silvina Merenson (CIS-CONICET-IDES / IDAES-UNSAM)
y Santiago Garao (UBA / UNTREF / CONICET)
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Mujeres rebeldes:
guerrilleras
indgenas en
Guatemala
Rebelious Women:
Indigenous
Guerrilla in
Guatemala
RESUMEN
ABSTRACT
* Licenciada en Antropologa (Universidad de San Carlos de Guatemala) y maestranda en Ciencias Sociales (FLACSO,
Key words:
Guerrilla; Indigenous
Women; Memory; Genocide.
Argentina), con una beca del Ministerio de Educacin. Fue docente en la Escuela de Historia (Universidad de San Carlos)
y en la Facultad de Humanidades (Universidad Rafael Landvar). Desde 2003 es investigadora del rea de Estudios sobre el
Campesinado de la Asociacin para el Avance de las Ciencias Sociales (Guatemala); y desde 2012 del Instituto de Investigacin para la Incidencia en Educacin y la Formacin Docente, Educa Guatemala.
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3 El departamento de Quich
es el ms pobre del pas, segn la
Encuesta Nacional de Condiciones
de Vida (INE, 2006). El Informe de
Desarrollo Humano (PNUD, 2005)
registra que el 87 % de los ixiles subsiste con menos de un dlar al da, y
que junto con la etnia chorti, tienen
menos acceso a educacin, salud y
fuentes de ingreso.
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cional creado para dar seguimiento al cumplimiento de los Acuerdos de Paz. Han formado parte, tambin, de Plataforma Agraria,
rgano multisectorial que aglutina organizaciones campesinas de
segundo nivel, pastorales de la Iglesia catlica y un centro de investigacin, la Asociacin para el Avance de las Ciencias Sociales en
Guatemala (AVANCSO).
Memorias rebeldes16
Esta investigacin, realizada en 2007, cumpli con el deseo de
un grupo de exguerrilleras de etnia ixil, del norte del departamento
de Quich, quienes queran que su historia fuera relatada y no olvidada. Requiri el trabajo conjunto del Equipo de Comunicacin
de Plataforma Agraria, AVANCSO y la Asociacin Feminista La
Cuerda17. La primera vez que esta demanda se plante fue en el
marco de encuentros de mujeres rurales en los que confluyeron
campesinas e indgenas de diversas organizaciones de todas las
regiones del pas, en 2006. En el camino recorrido en conjunto, se
fue gestando la forma en que esta demanda poda atenderse18. Las
mujeres que participaron narrando su historia se unieron desde
la adolescencia a las filas del EGP, fueron entrenadas, vivieron y
combatieron en las montaas selvticas del departamento entre
las dcadas de 1980 y 1990. Cumplieron diversos roles dentro
del EGP, de acuerdo a sus habilidades y capacidades: la cocina, la
comunicacin, la formacin poltica, la atencin en salud y el combate directo. En esas circunstancias recibieron instruccin primaria, aprendieron a leer, a escribir y a hablar el espaol.
Recordar la guerra es revivir sufrimiento. Participar de este ejercicio, en el presente, signific poner tiempo y recursos. Pero las
excombatientes ixiles estaban seguras de lo que queran: un libro
que narrara su historia. Cuando fue la reunin en Tzalbal, en
1997, algunas estbamos todava en las CPR, otras fuera del Quich. No tenamos informacin, estbamos desconfiadas, temerosas
o agobiadas por la pobreza y las enfermedades, por eso ninguna de
nosotras recibi un reconocimiento como excombatiente. Pero no
slo nosotras estbamos en esa situacin, tambin muchos compaeros (Hernndez et al., 2008: 7).
Ser mujeres combatientes las hizo sentirse igualitas a los hombres. Sus relatos explican cmo eran tratadas dentro de las filas
guerrilleras, no de acuerdo al gnero sino de acuerdo a las capacidades. Al interpelarlas sobre los discursos alrededor de los derechos
de las mujeres la respuesta es contundente: No, eso no se hablaba,
todos ramos combatientes parejos, nios, adultos, mujeres y hombres (Hernndez et al., 2008: 16). En el presente eso significa
Dossier | Mujeres rebeldes: guerrilleras indgenas en Guatemala | Ana Lpez Molina
35
Clepsidra
Los relatos sobre el cuerpo fueron difciles de elaborar. Hay vergenza y muchos temas tab. Risas nerviosas, silencios, miradas
esquivas. Nosotras les aseguramos respetar su privacidad, por eso
los relatos en esta parte son annimos, como annimas han sido
ellas en la historia, incluso durante la desmovilizacin.
Ellas comparten el haberse unido a la guerrilla siendo adolescentes de 12, 13 o 14 aos. Desde nias estaban viviendo en carne
propia la poltica contrainsurgente: asesinato sistemtico de poblaciones enteras; destrucciones de viviendas, sembradillos y animales (tierra arrasada); y reasentamiento en aldeas modelo. En los
relatos, los padres tienen gran relevancia en la decisin de alzarse
en armas, as como tambin el miedo a sufrir agresiones sexuales o
a ser asesinadas por el Ejrcito.
Esta decisin tuvo varias consecuencias en sus cuerpos. Una fue
el cambio de vestimenta: del uso exclusivo del traje regional compuesto por corte (falda), gipil (blusa) y cinta en el pelo, pasaron
a vestir el uniforme verde olivo, camisa, pantaln y botas. Adems
tuvieron educacin sexual, algo que en casa no hubieran recibido.
Ah aprendieron sobre la menstruacin, la prevencin de embarazos y el derecho a decidir cuntos hijos y cundo tenerlos, as como
de elegir o no una pareja. Signific, tambin, cierto control, ya que
tenan instrucciones explcitas de no sostener relaciones sexuales y
no embarazarse23 mientras estaban en la montaa. Casi ninguna
saba sobre la menstruacin. La organizacin guerrillera inclua
comisiones de salud e higiene, que orientaban a hombres y mujeres,
asistan en caso de padecimientos y otorgaban toallas para ellas. De
todas formas, muchas lloraron al recordar la menarquia. Si ests
entre 10 o 15 hombres y menstrus vos, tens que tener confianza
con un hombre, el del mando tiene que tener una idea (p. 60).
Dossier | Mujeres rebeldes: guerrilleras indgenas en Guatemala | Ana Lpez Molina
23 El control de la reproduccin
respondi en parte a una estrategia para mantener la participacin
femenina, ya que el embarazo fue la
mayor causa para el abandono de las
filas. La vida en las filas guerrilleras
abarcaba la cotidianidad, y por eso
la preocupacin por la educacin
sexual, igual que la alfabetizacin.
Adems, al ser casi todas adolescentes, vivan la menarquia en la
montaa. Era un tema que no poda
ignorarse. Las charlas eran dadas por
los y las encargadas de salud.
37
Cuando hablamos de las razones y las emociones es cuando volvemos a pasar por el corazn las experiencias. Las preguntas que
les hicimos invitaban a reflexionar sobre los motivos por los que se
alzaron, sus aprendizajes y sus frustraciones. En esta parte, donde
con ms fuerza hablan sobre su experiencia en la guerrilla, los relatos ya no son annimos, son clandestinos. Aparecen sus seudnimos, el nombre con el que fueron conocidas durante sus aos en el
EGP. Algunas estuvieron dos o tres aos, otras llegaron a permanecer dieciocho o veinte aos en la montaa.
Lo nico que la realidad les ofreca era hambre, muerte y discriminacin. No sorprende que despus de sobrevivir a una masacre, o a manera de prevencin, muchas decidieran alzarse, como lo
cuenta Margarita: las balas del ejrcito alcanzaron a un mi hermano y qued muerto, entonces me fui a la guerrilla, no le dije
nada a mi pap, solo pens voy a combatir, voy a aprender cmo
se porta un arma. () Mi pensamiento fue que los ejrcitos tienen
que pagar porque mataron a mi hermano (p. 78). Estela relata
desde el recuerdo doloroso de la masacre en la que murieron sus
abuelos, afirmando que se uni a la guerrilla para saber si le era
posible, como mujer, tomar un arma, y por la clera que senta por
mis abuelos (p. 79). Dentro de la organizacin guerrillera conocieron el sueo de una Guatemala distinta, y lucharon por ello.
Muchas hurfanas, todas sobrevivientes, encontraron en la guerrilla compaa, apoyo, seguridad y comunidad. El miedo, impotencia y sentimientos de venganza cedieron ante el respaldo y la
proteccin que encontraron en el EGP. Algunas se unieron por
sugerencia de los padres, como resultado de las acciones organizativas en las comunidades o como parte de una apuesta de familia,
en la que varios miembros se alzaban. Otras llegaron como nico
recurso luego de quedarse solas y haber presenciado el asesinato
de sus familias a manos del Ejrcito. Otras lo hicieron como acto
de rebelda, dejando la casa paterna sin permiso, y slo regresando
algn tiempo despus para hacerles saber que estaban bien.
En los relatos se hace evidente el trnsito del odio al sentido de
la lucha. Pocas afirman haberse unido conscientes del trasfondo
poltico de la lucha, pero todas llegan a ese entendimiento de que lo
hacan por algo todava ms grande que sus familias y sus comunidades, o una venganza o ira justa. El uso de diferentes armas,
desde un revlver hasta una ametralladora que deban transportar entre dos, les causa orgullo. Se sentan fuertes cuando estaban
armadas y entrenadas para usar y mantener en buen estado sus
fusiles y carabinas. Eran apenas nias que iban creciendo y madurando en medio del combate y la vida comunitaria en la montaa.
Haber crecido as les ense una forma diferente de identificar su
sexo, no ligado a las tareas del hogar y reproductivas como ocurre
con la mayora de las mujeres. Ser que puedo hacer lo que hacen
38
Clepsidra
39
Clepsidra
detect bien a los que combatimos tantos aos ni supo los que fueron heridos, perdieron su pie o su pierna, no se fij ni se preocup
por todos, mujeres y hombres excombatientes (Margarita, p. 97).
Deseos y prcticas: relatos de cambio
24 El sentimiento de orfandad
deviene de que, as como la guerrilla
era madre, tambin era padre, en
el sentido de proveer lo necesario y
ordenar la vida cotidiana, como lo
explicaron lderes de Kumool: ()
tiene bajo su responsabilidad a unas
personas y su deber es cuidarlas,
orientarlas, darles formacin poltica,
trazar planes y plan operativo de
ataque. () los mandos tenamos
que ver lo de la ropa, la comida, el
calzado, los tiros, el armamento
(p. 60).
41
Los esfuerzos en Guatemala por recuperar memoria o reconstruir memoria, que fueron inmediatamente despus de la finalizacin del conflicto armado (ODHAG, 1998; CEH, 1999), recogieron relatos traumticos; son compendios de dolor, muerte, miedo.
En este esfuerzo, quisimos profundizar en un relato de protagonismo, voluntad y decisin, sobre todo de mujeres, siempre presentes en la historia pero tambin invisibles por la interseccin de clase,
etnia y gnero, en la sociedad y en las filas guerrilleras. A travs de
las luchas que ocurren en momentos en que el tiempo normal
se rompe, como en una guerra, y particularmente las luchas de las
mujeres o donde ellas participan, adquieren adems de su propsito explcito una capacidad de trastocar las relaciones de gnero
establecidas25. Al desaparecer, aunque sea momentneamente, las
nociones, concepciones, construcciones y creencias que encierran a
las mujeres en el hogar, la libertad para actuar y decidir es tambin
libertad para cuestionar. Esas son las memorias rebeldes.
La rebelda fue ser cmplices a travs de la palabra y la escritura, aprovechar para reunirnos y crear un espacio para acabar
con el mutismo femenino (impuesto y autoimpuesto). La rebelda
ahora est en narrar, desde la voz y desde el cuerpo, un pasado que
interpela al presente.
Este ejercicio de memoria fue uno de escritura de la vida, porque cada relato inici con la carga sensible, en una primera reunin donde todas lloramos, ellas sobre todo, al volver a pasar por
el corazn lo vivido. Pero tambin remos, porque se recuerda con
todos los sentidos. Ellas narraron, nosotras escribimos, recogimos
la pulsin de vida, desde lo ms primario hasta lo ms visceral. Era
recurrente escuchar la frase lo que viv no se me va a olvidar.
Pero sabemos que el olvido es parte constitutiva de la memoria.
No pretendemos que los relatos recogidos contengan todo lo ocurrido, ni exactamente cmo ocurri. Ms importante nos pareci
recogerlo tal cual poda ser narrado en ese momento, con la intencin del reconocimiento. En el relato mediado por las narradoras se
fue expresando el contexto social, los cdigos culturales, los lazos
comunitarios. Se saben mujeres indgenas con un pasado cuyas
huellas en el presente las distingue de otras indgenas que tambin
sintieron el impacto de la guerra.
A las mujeres indgenas les cuesta hablar de s mismas. Ver hacia
atrs y relatar lo que han hecho, lo que han sido. Ver hacia adelante
y elaborar lo que suean, lo que anhelan. En el ir y venir entre
pasado, presente y futuro que significa la memoria, aceptando que
en la elaboracin del relato hay autocensura, embellecimiento, silencios y olvidos, algo que surge con facilidad es la emocin. Rememorar, como proceso compartido, subjetivo, activo y compartido,
junto con excombatientes, permiti ubicarlas en su protagonismo
histrico, sacarlas de la figura de vctimas. La memoria femenina
moviliza los referentes identitarios, tanto de ellas como de nosotras,
las que hicimos el trabajo de escritura.
42
Clepsidra
Eplogo
43
meo.
Colby, Benjamin y Van den Berghe, Pierre (1977). Ixiles y ladinos. El pluralismo social
http://digi.usac.edu.gt/sitios/historia/uploads/3/2/8/3/3283057/laflorida.pdf. Fecha de
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Rostica, Julieta (2013). Ros Montt: el juicio por genocidio. En: Pgina 12,
Durocher, Bettina (2002). Los dos derechos de la tierra: la cuestin agraria en el pas ixil.
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Salvad Mijangos, Luis Rodrigo (2003). Violencia estatal y destruccin cultural: el caso
http://repository.urosario.edu.co/bitstream/handle/10336/4311/1010181150-2012.
Clepsidra
45
Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 46-71
Represin poltica,
terror y rumores en el
teatro de operaciones
del Operativo
Independencia
(Tucumn, 1975-1977)
Political Repression,
Terror and Rumors in the
Operativo Independencias
Theatre of Operations
(Tucumn, 1975-1977)
Santiago Garao*
RESUMEN
ABSTRACT
Palabras clave:
Operativo Independencia;
terror de Estado; rumores.
Key words:
Operativo Independencia;
State Terror; Rumors.
* Doctor en el rea de Antropologa (Facultad de Filosofa y Letras, UBA). Es Investigador Asistente del CONICET e
integrante del Equipo de Antropologa Poltica y Jurdica (UBA) y del Ncleo de Estudios sobre Memoria (CIS-IDES). Es
Profesor Adjunto de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Ha publicado La otra juvenilia (Biblos, 2002) y Detenidosaparecidos (Biblos, 2007), ambos en coautora con Werner Pertot.
46
Clepsidra
47
Introduccin
Luego de avanzadas represivas previas, el 9 de febrero de 1975
las Fuerzas Armadas Argentinas desplegaron un vasto operativo
para destruir un frente rural creado un ao antes por el Partido
Revolucionario de los Trabajadores-Ejrcito Revolucionario del
Pueblo (PRT-ERP): la llamada Compaa de Monte Ramn
Rosa Jimnez, que haba operado desde principios de 1974 en la
zona boscosa del sur de Tucumn1. Das antes, el 5 de febrero, la
presidenta constitucional Mara Estela Martnez de Pern haba
ordenado, a travs de un decreto, que el Comando General del
Ejrcito proceder a ejecutar las operaciones militares que sean
necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actan en la provincia de Tucumn2.
Por un lado, en el marco de la llamada lucha contra la subversin, el inicio de este operativo represivo supuso la creacin de un
teatro de operaciones en el sur tucumano: se extenda desde el
ro Colorado en el norte, hasta el ro Pueblo Viejo en el sur, y tena
una profundidad de 35 kilmetros (Vilas, 1977). A esto se sum
la movilizacin de miles de soldados, oficiales y suboficiales tropas militares de las guarniciones dependientes del Comando de la
V Brigada de Infantera que comprenda las provincias de Tucumn, Salta y Jujuy y la subordinacin al Comando de la V Brigada
del personal de Gendarmera, Polica Federal y de la provincia de
Tucumn. Asimismo, represent la participacin del Ministerio de
Bienestar Social y la Secretara de Prensa y Difusin en tareas de
accin cvica y psicolgica, coordinadas por el Estado Mayor
del Ejrcito. De hecho, era la primera vez que los elementos programticos de la doctrina antisubversiva accin represiva, cvica
y psicolgica aparecan dispuestos en un conjunto sistemtico
(Franco, 2012). El Puesto de Comando Tctico de Avanzada
estaba en la ex Jefatura de Polica de la ciudad de Famaill, la principal base militar el Comando Operativo estaba emplazado en
Santa Luca, y se cre una serie de Fuerzas de Tareas que se desplegaron en la zona sur tucumana (Vilas, 1977).
Asimismo, las autoridades militares hicieron una gran puesta
en escena de un escenario de guerra no convencional (Isla, 2005;
Garao, 2011). Para ello, por un lado, utilizaron un conjunto de
imgenes muy caras al imaginario blico y nacionalista: la movilizacin de miles de soldados, convertidos en protagonistas de la
lucha; la apelacin a los valores morales del sacrificio de la vida,
el herosmo, la lealtad y el valor; y la continuidad entre la
gesta de la independencia en el siglo XIX y la lucha contra la
subversin (Garao, 2011). Por el otro, el Operativo Indepen48
Clepsidra
1 La creacin de la Compaa
de Monte era un hito en la historia
de esta organizacin revolucionaria
creada en 1965. Luego del Cordobazo, revuelta popular de mayo
de 1969, el PRT haba adoptado la
lucha armada como estrategia para
tomar el poder; en julio de 1970
haba fundado el Ejrcito Revolucionario del Pueblo (ERP) y, casi cuatro
aos despus, fundaba un frente de
guerrilla rural. Segn explicaba la
prensa partidaria, con la creacin de
la Compaa de Monte se iniciaba
un nuevo perodo en la guerra revolucionaria en nuestra patria que,
hasta ese momento, se haba desarrollado en las ciudades argentinas. La
creacin de la Compaa de Monte
se vinculaba con la caracterizacin
del proceso revolucionario por parte
del PRT-ERP como antiimperialista,
socialista e ininterrumpido (e inclua
objetivos agrarios), combinando la
tradicin maosta, el legado guevarista y la experiencia vietnamita
(vase Carnovale, 2011). Las citas
corresponden a la versin facsmil de
Estrella Roja publicada como suplemento del diario Infobae, N 25.
2 Decreto del Poder Ejecutivo Nacional N 261, 5/2/1975. En: www.
nuncamas.org.
Dossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
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Dossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
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Clepsidra
a ellos. A unos 20 metros se encontraba arrodillado otro ms. Inmediatamente nuestros compaeros se internaron en el monte. Tal fue el temor que
produjo en los soldados haber visto dos guerrilleros, que recin 5 o 7 minutos despus que ellos haban desaparecido comenzaron a barrer el lugar con
rfagas de ametralladora pesada 8.
Como podemos observar, el teatro de operaciones del Operativo Independencia se haba vuelto un espacio de activa produccin, circulacin y recepcin de rumores, mensajes y otras narrativas por parte del personal militar y de los soldados conscriptos
movilizados al monte, de la Compaa de Monte y sus activistas y
de los pobladores de la zona sur tucumana. De hecho, a mediados
de 1975, la revista Soldado Argentino, destinada al contingente de
soldados, public un artculo titulado Silabario contra el rumor,
donde denunciaba los efectos que tena en la tropa la circulacin
de rumores:
El rumor es un arma que no mata, pero puede ocasionar graves daos
sobre la moral combativa, cuidado!
Es un medio del que se vale la propaganda enemiga: la noticia falsa aparece,
nadie sabe de dnde viene, hace referencia a un hecho posible, pero difcil de
comprobar. Luego viene la duda
Su enunciado es sugestivo, y a medida que se retransmite, se agregan detalles que reflejan los deseos y temores de cada persona. Se extiende y prolifera
en la clandestinidad.
As, la mente trabaja con una falsa imagen, el conocimiento se vuelve inseguro y las noticias verdaderas entran en un laberinto movedizo, donde se
confunden con las falsas.
El rumor multiplica la noticia tendenciosa. Proporciona una falsa idea de la
realidad, tanto ms importante es el objetivo que ataca, ms sutil e intenso
es su trmite.
La confusin de ideas produce una gama de vacilaciones internas que se
proyectan hasta el exterior en forma de dudas, inseguridades, temores,
incertidumbre, angustia.
La voluntad combativa puede decaer.
El enemigo, generalmente, lanza rumores de tipo agresivo, con un propsito
deliberado. Su preparacin tiene base tcnica, falsea la verdad y busca dividir a los grupos. Introduce una cua de carcter sicolgico.
Por eso sus objetivos son:
Daar la identidad espiritual oponiendo sentimientos y negando aspiraciones.
Perturbar la identidad intelectual provocando dudas acerca de nuestras propias fuerzas sobre la eficacia de nuestras armas y capacidad de los mandos.
Disminuir la moral combativa presentando como intil nuestra actitud
frente al enemigo9.
53
54
Clepsidra
Al hacer pblico el rumor, la carta de este oficial creaba un enemigo poderoso, al mismo tiempo que legitimaba la accin de quienes emprendan la tarea de aniquilarlo. Incluso (sobre)dimensionaba el riesgo adicional que representaba para el Ejrcito y por
lo tanto, para todo el personal militar disponer de un medio de
movilidad areo que, a su vez, fundaba un nuevo tipo de teatro de
operaciones blicas: al tener un helicptero no slo podran dominar el monte, sino tambin abastecerlo.
Mucho tiempo antes de leer estas fuentes documentales, haciendo
trabajo de campo en la ciudad de Famaill, supe de la existencia del
(rumor sobre el) helicptero de la Compaa de Monte. No puedo
negar que me sorprendi cuando, en la sede donde se reunan ex
soldados del Operativo Independencia, lo primero que me contaron
fue que el ERP tena un helicptero de color negro, desarmable,
para dos personas, un armamento impresionante, que nuestro
ejrcito no tena (por ejemplo, la mira lser que le permita a Santucho ver todo lo que pasaba por la noche) y que cerca de cinco mil
personas integraban la guerrilla rural13. Lo que a primera vista me
pareci un mito sobre la guerrilla rural, fruto del paso del tiempo,
tom otra encarnadura cuando descubr que ese rumor haba surgido en pleno Operativo Independencia gracias a un trabajo de
difusin en diarios y revistas de circulacin provincial y nacional.
Desde que inici el trabajo de campo, la amplia mayora de los
ex soldados con los que convers me hablaron de la existencia de
un helicptero que la guerrilla utilizaba para moverse en la selva
tucumana de las laderas del Macizo del Aconquija. Me atrevera
a asegurar que contina funcionando como un locus que organiza
ese conjunto de memorias sobre ese pasado de violencia poltica en
el sur tucumano y, como tal, es objeto de disputas y controversias
entre distintos actores con dismiles versiones de esa experiencia14.
De ah que en todas las entrevistas y charlas con ex soldados trat
de indagar en las caractersticas del helicptero, como una va privilegiada para acceder a la experiencia vivida por quienes fueron
enviados al teatro de operaciones durante el Operativo Independencia.
12 Suplemento: la vida en el
monte. Versin facsmil de Estrella
Roja publicada como suplemento del
diario Infobae N 25: 2-5.
Dossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
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Y algunas eran balas trazadoras, que tienen una pintura ah, que el roce
produce una lnea, entonces est mostrando a dnde dispara. Y estaban disparando a un helicptero, s, porque resulta que haba una orden de que a
partir de determinada hora ya no poda andar ningn [helicptero], ya no
eran de los nuestros, digamos. Si andaba alguno, no era de los nuestros. Yo
la verdad es que no escuch ruido ni nada, pero le entraban a dar, bum, bum,
bum, un ruido! bum bumbumbumbumbumbum16.
56
Clepsidra
Como sostiene Veena Das (2008) en su trabajo sobre el asesinato de Indira Gandhi en la India, en 1984, los rumores tienen el
potencial de hacernos experimentar acontecimientos, gracias a su
capacidad de producirlos durante el mismo acto de la enunciacin.
A su vez, postula Das, en determinados contextos sociales, crean
tambin las condiciones para la circulacin de la incertidumbre,
el pnico y el odio. Retomando a Homi Bhabha (2002), Das postula que el rumor presenta un doble aspecto, enunciativo y performativo. En esta lnea, en su anlisis sobre la circulacin de signos
de violencia durante la ltima mitad del siglo XIX en la India del
norte y central, Homi Bhabha postul que la indeterminacin del
rumor constituye su importancia como discurso social; su adhesividad comunal intersubjetiva yace en su aspecto comunicativo; y su
poder performativo de circulacin resulta de la difusin contagiosa
(2002: 243). Si los rumores slo pueden ser interpretados en el
marco de las formas de vida o de muerte en las cuales est inmerso
(Das, 2008), la repeticin del rumor del helicptero serva para
reforzar las sensaciones de peligro, inseguridad y perturbacin que
se vivan en el teatro de operaciones del Operativo Independencia. En este sentido, estos relatos alimentaban el crculo en el cual
el miedo fue trabajado y (re)producido y en el cual la violencia fue
al mismo tiempo combatida y ampliada. A su vez, estas narrativas
se volvan emocionalmente poderosas y produjeron efectos de verdad (Foucault, 1980) entre los soldados, suboficiales y oficiales
del Ejrcito Argentino, movindolos a la accin. En este sentido, se
volvan una potente fuerza poltica sin la cual la represin poltica
en la zona sur de la provincia de Tucumn no hubiera podido ser
llevada a cabo.
De hecho, mientras conversbamos sobre el rumor de que la
Compaa de Monte contaba con un helicptero, Enrique argument: Si hubo una cosa as [un helicptero], no s si se puede
pensar que eran cincuenta. Te da una idea de otra estructura17. Y
luego, Enrique prosigui su anlisis sobre el potencial peligro que
representaba la guerrilla:
57
que tambin tena militancia sindical. Yo ya saba que eran menos de los que
se decan los que estaban realmente armados. Cuntos crees vos que haba,
realmente armados y comprometidos en el monte? [me pregunt]. Yo saba
que el rumor era que haba 3 mil y dije mil. Y sin rerse, porque podra
haberse redo, me dijo que para l no haba ms de ochenta. No s, no tengo
cmo [saberlo]. Y no tengo contacto con gente que haya estado ms cerca de
la accin que yo Pero es un dato interesante para saber realmente cuntos
eran. Tambin cuntos eran en el comienzo del Operativo [Independencia]
y cuntos eran cuando fue el golpe de Estado (). Pero es un dato que es
para m como una laguna histrica, la realidad esa.
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Dossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
Enrique: Otro rumor que haba en ese tiempo, es que la gente que haba
ayudado al vietcom el comunismo () intent tomar contacto con la guerrilla de Argentina. Pero, cuando les dijeron cuntos eran, no les interes,
porque era muy poca la gente que estaba comprometida. Tiene que ser una
proporcin importante en relacin a la poblacin, cosa que vos tengas el apoyo
logstico de la poblacin. Si no tampoco, no te sirve de mucho. Entonces como
que ah se fren la supuesta ayuda. Era un rumor que se comentaba en la
Universidad. Pero que se comentaba con la intencin de con una intencin
peyorativa. Como qu queran hacer si no eran tantos o la gente que estaba
comprometida o interesada en cambiar las cosas eran poquitos. Era un mensaje poltico. Tambin la conclusin del rumor era un mensaje poltico.
Clepsidra
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Clepsidra
en algn grupo. Con el PRT la situacin no era una relacin directa sino
que siempre estaba como algo que no se deca, como algo oscuro, era una
presencia difcil de medir. Es difcil medir la presencia del PRT. Y con el
paso del tiempo, uno va a ir descubriendo: ah, aquel mira en realidad estaba
militando en el PRT y nosotros no sabamos22.
Dossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
61
En sus trabajos sobre las guerras y las formas de represin desplegadas por Estados Unidos luego del 11 de septiembre de 2001,
Judith Butler (2006 y 2010) mostr diversos mecanismos que produjeron como resultado que hubiera sujetos que no eran completamente reconocidos como sujetos y vidas que no fueron del todo
reconocidas como vidas que valiera la pena preservar. Ello los convirti en seres menos dignos de derechos y expuestos de manera
directa a la violencia de Estado y, al mismo tiempo, como no merecedores de un duelo u obituario.
Como se puede observar en nuestro caso de estudio, la construccin del enemigo amalgamaba un conjunto de rumores sobre
su peligrosidad y el riesgo que representaban para soldados, suboficiales y oficiales; su elaboracin como oponente; la estigmatizacin de los guerrilleros como fuleros; y su animalizacin
como monos. Y, al mismo tiempo, este conjunto de operaciones
de poder produca marcos culturales mediante los cuales aprehender determinadas vidas como vidas que valieran o no la pena ser
preservadas. Al clasificar a los guerrilleros como monos no slo
se los animalizaba y se los exclua del universo de seres reconocidos como humanos y, por lo tanto, sujetos de derecho. En ese
62
Clepsidra
mismo movimiento de estigmatizacin se habilitaba una exposicin diferencial de esas vidas irreales a la violencia de Estado y
a la muerte.
24 Numerosas investigaciones en
los ms diversos contextos latinoamericanos han mostrado el uso de
clasificaciones, imgenes y metforas
que animalizan a los seres que son
objeto no sujetos de violencia
estatal o poltica (vase, entre otros,
Uribe Alarcn, 2004; Da Silva Catela, 2007; Pita, 2010).
Un simulacro
Conoc a Nstor a travs de varios profesores de la Universidad
Nacional de Tucumn (UNT). Era vox populi entre sus colegas
que, en su paso por la conscripcin, haba sido enviado al monte
tucumano durante el Operativo Independencia. A diferencia de
otros relatos de ex soldados (que destacaban una disposicin al
sacrificio por la patria en el monte tucumano), Nstor ofreci
otra versin sobre esa experiencia de violencia extrema en el teatro
de operaciones. Record que, cuando fue enviado al monte tucumano, se le present el dilema de qu hacer frente a la posibilidad
de matar en un enfrentamiento: En todo caso opt por pasar por
cobarde antes que ir matando ah gente, que uno no sabe qu iba
a pasar. Aparte los famosos combates que hubo en el monte eran
un desastre total26. Si bien no haba participado de ninguno de
estos combates, otros soldados le haban contado su experiencia
directa. Por ejemplo, uno le relat que durante una emboscada,
debido al nerviosismo reinante entre el personal militar, un soldado dispar, se arm la balacera y se terminaron emboscando
entre ellos: Eran situaciones muy frecuentes. Eran ms los que
moran por accidentes que los que moran en combate. Y en ese
enfrentamiento, muri el sargento Moya. El Sargento Moya tiene
un pueblo ahora, muerto en combate! Y lo mataron sus propios
compaeros, record Nstor.
Asimismo, tambin rememor que, a los pocos das de llegar al
cuartel jujeo en junio de 1975, recibieron la noticia de que un soldado conscripto de su Batera haba muerto en la zona de operaciones del Operativo Independencia. Pocos das despus se enteraron qu haba sucedido realmente:
63
64
Clepsidra
65
lucha, nada ms. Si no, porque haba gente inteligente, haba doctores, haba
ingenieros, curas, toda clase de gente.
Juan Carlos: Eran gente culta. El mote de fulero lo hace aparecer a la gente
esta como que eran delincuentes comunes. Entonces la psicosis colectiva de
la gente empez a tornarse a ese lado. Entonces lo denunciaban como que
eran los fuleros. Yo te digo que en el Ejrcito, en la Polica Federal, no as en
la Gendarmera, lo tengo que decir, s haba delincuentes, que llegaban a tu
casa y no te quedaba un anillo de oro, no te quedaba un reloj, y encima, si
podan, te violaban a tu mujer, te violaban tu hija.
66
Clepsidra
Por eso te digo que haba una mentira para disfrazar lo que se
estaba haciendo contra la poblacin, contra la clase poltica, agreg
Juan Carlos. Para demostrar que se trataba de una puesta en escena
que ocultaba un sistema de desaparicin forzada de personas, Juan
Carlos y Julio recordaron el masivo asesinato de dirigentes polticos, sindicales, estudiantes secundarios y universitarios, y obreros.
En este sentido, denunciaron que estos secuestros, desapariciones
y asesinatos eran fraguados como enfrentamientos en el cerro
como si fueran extremistas, subversivos. Antes bien, Julio destac que se trataba de gente trabajadora, pobre, luchadora, sindiDossier | Represin poltica, terror y rumores en el teatro de operaciones del Operativo Independencia | Santiago Garao
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calistas, que nada que ver con la guerrilla, nada que ver con destruir una nacin, sino que reclamaban por sus ideales. Esa ha
sido la gente que ha aparecido muerta de la guerrilla. Han sido
30.000 desaparecidos, secuestrados y torturados. No ha sido que
han muerto en batallas. No, nada de eso. Era todo verso, por eso yo
le sigo llamando guerra sucia, sentenci Julio. Mayormente era
algo como un simulacro de guerra, concluy Juan Carlos.
A modo de conclusin
Pero, por qu el teatro de operaciones del sur tucumano se
volva un espacio tan propicio para la produccin y circulacin de
rumores entre soldados, personal militar y pobladores de la zona?
Por un lado, esa multiplicacin de mensajes, rumores y relatos se
volvi contagiosa debido a que se convirti en un medio para lidiar
con las experiencias desconcertantes y con la naturaleza arbitraria
e inusitada de la violencia estatal. El monte tucumano, convertido
en teatro de operaciones, se volva un espacio donde los mensajes
proliferaban porque estaba marcado tanto por un fuerte compaerismo, fruto de la convivencia prolongada en el monte, como
por un omnipresente riesgo de muerte (en cualquier momento
poda ocurrirle cualquier cosa)28. En este sentido, los rumores se
volvan exorcismos contra la censura, la desinformacin y la incertidumbre sobre el destino individual y colectivo y la amenaza de
muerte. Frente a una experiencia de conscripcin que desafiaba los
supuestos del servicio militar, el habla del monte buscaba reorganizar simblicamente ese mundo, restablecer el orden y el sentido,
en un espacio-tiempo donde la posibilidad de morir y matar era
omnipresente.
Pero, por otro lado, a lo largo de este trabajo hemos mostrado
cmo la cultura del terror en el sur tucumano se ha basado y
nutrido de silencios, pero sobre todo de la produccin y puesta en
circulacin de rumores. A partir de febrero de 1975, las FF. AA.
desplegaron un vasto poder desaparecedor de lo disfuncional, de
lo incmodo y de lo conflictivo, que circul y atraves el teatro
de operaciones del Operativo Independencia. El sur tucumano se
convirti en un espacio donde el terror atraves todo el tejido social
y el poder militar hizo una exhibicin de su poder soberano: toda
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Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 72-91
Hombres de su
casa: recuerdos de la
sindicalizacin rural en el
Nordeste de Brasil durante
la dcada del sesenta
RESUMEN
ABSTRACT
Palabras clave:
Sindicalizacin rural; Rio
Grande do Norte; memoria.
Key words:
Rural Unionization; Rio
Grande do Norte; Memory.
* Doctora y magster en Antropologa Social (Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro) y licenciada en Antropologa Social (Universidad Nacional de Misiones). Actualmente integra el Programa de Postgrado en Antropologa Social
de la Universidad Nacional de Misiones y es Investigadora Asistente del CONICET.
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Clepsidra
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Un recuerdo se reconstrua frecuentemente entre antiguos moradores de una gran propiedad rural del nordeste de Brasil cuando
contaban sus experiencias de sindicalizacin antes y durante el
golpe militar: rapaban la cabeza, como si fueran ladrones de
gallina1, mencionaban ms de una vez en sus historias. Entre
expulsiones, persecuciones, huidas, tiros y encarcelamientos, la
rapada de cabeza no se presentaba como una cuestin menor. Por
el contrario, despuntaba como una de las secuelas ms reiteradas
en los relatos.
Aquello haba llamado mi atencin, no haba comprendido an
los significados que el hecho de aparecer pblicamente con la cabeza
descubierta traa. Quien tuviera su cabeza rapada sera visto por
sus vecinos y parientes menos como un luchador, como podra ser
visto desde otras posiciones sociales, que como un ladrn; caera as
en un completo desprestigio. Con esto, el mundo moral entraba en
juego. La rapada de cabeza pona en primer plano la definicin de
reputaciones, lo cual, si lo miramos desde la perspectiva de Bailey
(1971), tambin involucraba polticas cotidianas, valores compartidos y relaciones personales; estos factores, centrales a la hora de
hablar de una comunidad en los trminos del autor, eran parte del
relato de los exmoradores. Las reputaciones se volvan protagnicas en la narracin de sus experiencias sindicales, generando configuraciones particulares de los eventos que durante los perodos
dictatorial y predictatorial ocurran en el pas.
La centralidad que los exmoradores dieron a las rapadas de
cabeza puso en foco la importancia que en la reconstruccin de
los recuerdos sobre la sindicalizacin adquira el orden moral en el
cual vivan. No sera posible entender la poltica sindical de aquellos aos sin considerar dicho orden.
Cul es la naturaleza de aquella obligacin que impele a los
hombres a dar, a recibir y a devolver?, se pregunta Mauss (2009)
respecto de las sociedades de la costa del Pacfico y de sistemas
jurdicos antiguos a la hora de dar cuenta de fenmenos hbridos,
compuestos de elementos no slo econmicos, sino tambin morales, polticos, domsticos, mgicos, jurdicos, estticos; irreductibles unos a otros. Quisiera en este texto navegar por la estela de ese
gran legado con la intencin de traer a la luz imbricaciones que, ya
sea por una mirada exotizante de la comunidad, o por hacer caso
omiso a las especificidades en pro de una generalidad, no siempre
son tomadas en serio. Me refiero a los entretejidos que los exmoradores de una antigua propiedad rural ponen en juego cuando refieren a sus experiencias de sindicalizacin como trabajadores rurales
en los momentos previos y durante el golpe militar de 1964.
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Belm y el sindicato
La propiedad a la que me refiero, en portugus la fazenda, llevaba
el nombre Belm3. Presentaba grandes dimensiones y se delineaba
sobre un territorio que al presente se encuentra demarcado por
siete municipios. Poco a poco se fue desagregando hasta desaparecer. Gran parte de las tierras que la conformaban se divide hoy en
varias comunidades (trmino con el que sus habitantes se refieren a
esos lugares) pobladas por un nmero importante de exmoradores
que compraron all pequeos terrenos. Tambin un fragmento de
ella es actualmente un asentamiento de reforma agraria, llamado
Jorge Fernandes, que result de una ocupacin organizada por el
Sindicato dos Trabalhadores Rurais de Bom Jesus, ciudad referente
de la regin donde Belm se extenda. Localizada al sur del estado
de Rio Grande do Norte, en la zona agreste, entre sus principales
producciones se contaban el algodn y la cra de ganado.
Adems del dueo (el fazendeiro) y de su familia, en Belm
vivan moradores, definidos como tales en funcin del vnculo particular con la propiedad (Palmeira, 1977)4. Como observa el autor
citado respecto de la regin caera del Nordeste de Brasil, estos
reciban una casa de morada, lo que supona la posibilidad de hacer
un rozado en el que se plantaba lo necesario para la subsistencia
familiar. En Belm, los moradores tambin producan algodn,
cultivo comercial que era obligatoriamente vendido al dueo en
condiciones desfavorables. En menor cantidad criaban animales de
granja para autoconsumo. Como contrapartida por la casa, deban
dar al propietario un da de trabajo gratis todas las semanas (la
diaria) y anualmente deban pagar un foro, definido por los exmoradores como un arrendamiento.
El deber de trabajar gratis para el propietario es un elemento
fundamental del sistema de morada, y Belm no era una excepcin
en este sentido. Dicha obligacin conformaba un mecanismo que,
como seala Heredia (1986), garantizaba a las grandes propiedades rurales la mano de obra necesaria y su reproduccin5. Para describir el sistema en el cual vivan, los moradores de Belm utilizan
la categora esclavitud (escravido) y a veces la de cautiverio
(cativeiro). No me detendr en los sentidos que tales categoras
ponen en juego, ni en los anlisis realizados al respecto por otros
investigadores (ver Figurelli, 2011), simplemente las utilizar en
este texto para hacer referencia al tiempo que, segn los antiguos
moradores, ya no existe en Belm, y que, de acuerdo con quienes
fueron parte de las experiencias sindicales, termina a partir de tales
experiencias.
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pocos concurrentes al comienzo, tales reuniones fueron gradualmente aumentando su envergadura. Se encontraban todos los
lunes, da que los trabajadores del campo se dirigan a la feria en
la ciudad. A lo largo de ese proceso, los trabajadores de Belm se
iran arrimando a las asambleas y los lderes sindicales comenzaran a hacer reuniones dentro de la fazenda para motivarlos a ser
parte de la organizacin. Hasta que un da, observa Jorge Fernandes, uno de ellos se asoci y desde all se fueron asociando muchos
otros. Cuando ya eran varias las personas sindicalizadas de Belm,
comenzaron los intentos de fundar la delegacin en ese lugar. Poco
a poco los problemas de la propiedad fueron ganando las reuniones
del sindicato. Belm era considerada uno de los mayores latifundios
del estado, cuyos dueos posean el poder poltico de la regin, se
presentaba como un smbolo de poder que, con la accin sindical,
se iba transformando en un smbolo de la lucha y la resistencia.
Asuntos, conversaciones y sociabilidades
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La llegada del golpe de 1964 o, como mencionaron ms frecuentemente los moradores de Belm, de la revolucin, marca una
diferencia en los relatos. Ya no se habla de un tiempo de liberacin de
la esclavitud; los enfrentamientos comienzan a ceder el lugar a las
persecuciones, a las prisiones, a las huidas, a las cabezas rapadas.
Ya haba entrevistado a Antnio de Ribeiro y antes a su esposa
Ftima. Pasado un tiempo, Teresinha, la esposa de Gregrio, en
cuya casa me hosped, me cont que haba estado conversando con
Antnio, su vecino. En esa ocasin le pregunt si me haba dicho
sobre su casamiento y la demolicin de su casa, y l le respondi
que no me haba hablado mucho de esa parte. Teresinha propuso
entonces acompaarme un da a lo de Antnio para que profundizara sobre aquello. Era algo por lo que ella tambin haba pasado:
aunque su casa no haba sido demolida, s debi salir de all.
Teresinha y otros vecinos de Antnio saban de su historia.
Algunos saban que le haban demolido la casa; otros, que haba
tenido que irse. Tambin saban de los dems trabajadores que en
esa poca fueron presos y perseguidos, nada de eso les era ajeno.
Antnio haba tenido que huir a So Paulo. Vi la hora en que sali
y no volvi a casa, de ese modo, Ftima, su esposa, me introdujo
al tema que ambos narraron con detalles.
Antnio era un joven de poco ms de veinte aos y se estaba por
casar. Haba pedido un terreno de Belm al propietario, este se lo
haba cedido y Antnio haba comenzado a construir la casa donde
vivira con Ftima. Pero con toda la rabia que le tom a Antnio
por su participacin en el sindicato, el propietario orden la demolicin y Antnio perdi su vivienda.
Episodios como ese tambin fueron contados por otros exmoradores, como Manoel de Bete. Ac no haba confianza, destac
Manoel, y me habl de un joven que se estaba por casar y haba
hecho una casa de barro a la orilla del ro. El propietario lo haba
autorizado. Sin embargo, con rifle y revlver, este y sus capangas
fueron un da hacia aquella flamante casa y la tiraron abajo. Ac,
mi hija, haba que tener paciencia y coraje (). Salan de todos
lados para matarnos, tirar la casa abajo, seal. Tambin Gregrio habl sobre el tema y mencion lo dificultoso que se haba
hecho construir casas en Belm en ese tiempo difcil, coincidente
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un sentido amplio del trmino (Abu-Lughod, 1999), cmo pensar entonces, de modo satisfactorio, la constitucin de derechos sin
tomar en cuenta los sentimientos personales, los valores morales y
las relaciones que da a da las personas de Belm recreaban?
Los relatos de los exmoradores sobre la dictadura y antes dan
cuenta de imbricaciones entre esferas aparentemente separadas,
aquella de las leyes y el derecho nacional, institucional e impersonal y la esfera de las relaciones personales, vecinales, familiares,
de gnero y de morada. El derecho se haca parte del mundo moral
de los habitantes de Belm; se viva a partir de los enfrentamientos
con el patrn, de las experiencias de lucha, as como de los lazos
de amistad que se constituyeron con la organizacin. A su vez, el
mundo moral se filtraba en la vivencia de los derechos, la cual no
escapa del resto de las relaciones entre las cuales se fue forjando.
Uno se hace del otro, las relaciones vecinales y familiares, los circuitos de reciprocidad y los valores morales de los habitantes de
Belm se tornan parte de las experiencias sindicales, de la lucha
de los trabajadores contra sus patrones, y esta lucha tambin se
inmiscuye en las relaciones vecinales y se hace parte del universo
de significaciones de los habitantes de Belm.
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Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 92-109
Memorias a la
intemperie: la
primera marcha por
la tierra en Uruguay
Memories Under
the Open Sky: First
March for Land in
Uruguay
RESUMEN
ABSTRACT
Palabras clave:
Trabajadores rurales;
fotografas; memorias.
This paper deals with the analysis of one of the most significant incidents of the sugar cane cutters march: the police repression that occurred during the 7th May 1964. The
main objective is to analyze the construction of personal narratives from photographs. The article is based on the presentation of two types of materials. First, it shows the photographs published the day after the events by the newspaper
El Popular and, second, it exposes the memories of the main
players. Particularly, the text makes focus on the narratives
of the members of the Unin de Trabajadores Azucareros de
Artigas (UTAA) and the photographer. The paper concludes by pointing out the importance of the contribution of
graphic material for the reconstruction of the personal stories of those involved as well as the collective memory of
rural workers in Uruguay.
Key words:
Rural workers; Photographs;
Memories.
* Licenciado en Sociologa y tcnico en Relaciones Laborales. Cursa la maestra en Historia Poltica de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la Repblica (Uruguay). Integra el Ncleo de Estudios Sociales Agrarios (NESA) del departamento de Sociologa de esa Facultad. Su principal tema de inters es el estudio de los asalariados agropecuarios en Uruguay.
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Introduccin
A principios de los sesenta, el sindicalismo emergente en las
plantaciones de caa de azcar en los alrededores de Bella Unin
(la ciudad ms nortea del pas) generara un impacto indito en la
poblacin uruguaya. En 1961, Ral Sendic (por entonces un joven
procurador) comenz a asesorar a los trabajadores de caa de azcar que fundaron la Unin de Trabajadores Azucareros de Artigas
(UTAA) y que, tres aos ms tarde, realizaron una marcha hacia
Montevideo reclamando tierra pal que la trabaja. Estos hechos
ingresaran en el espacio simblico de algunas fracciones de la
izquierda uruguaya, impulsado por el posterior liderazgo de Sendic
dentro del Movimiento de Liberacin Nacional-Tupamaros (Gonzlez Sierra, 1994; Rosencof, 2006; Marchesi, 2006; Blixen, 2010;
entre otros).
El presente trabajo se centra en la primera marcha por la tierra
(1964) que los integrantes de UTAA llevaron a cabo para reclamar
el acceso a un latifundio improductivo de 30.000 hectreas como
forma de evitar las vulnerabilidades de la estacionalidad laboral.
Ms especficamente, el artculo propone recuperar las narrativas
personales de los acontecimientos del 7 de mayo cuando un grupo
de integrantes de UTAA fueron reprimidos por las fuerzas policiales frente al Palacio Legislativo (Montevideo).
El objetivo del artculo es hacer manifiestos los testimonios de
los protagonistas: por un lado, de los peludos1 de Bella Unin que
vivieron y padecieron la represin policial y, por otro lado, del
fotgrafo que document los sucesos en imgenes. De esa forma,
se pretende indagar las potencialidades de las fotografas periodsticas en la construccin de la memoria de los asalariados agropecuarios y, al mismo tiempo, analizar la articulacin entre lo que
las imgenes muestran y la construccin de narrativas personales
que los protagonistas realizan.
El texto se estructura en cinco apartados. En el primero se
exponen los mtodos y materiales con los que se elabora el trabajo. El segundo apartado expone, brevemente, la situacin de las
organizaciones sindicales rurales en Uruguay hace ms de medio
siglo. El tercero tiene la finalidad de presentar, sucintamente, el
contexto previo a la realizacin de la marcha caera de 1964. En
el cuarto apartado ya se ingresa directamente en el anlisis de las
imgenes y testimonios de la represin policial contra los peludos.
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Finalmente, un ltimo apartado se dedica a exponer las principales conclusiones del trabajo.
Mtodos y materiales
Los materiales (fotografas y narrativas personales) que se presentan en las siguientes pginas fueron recopilados en el marco
de la investigacin Sindicalismo rural en Uruguay: memoria e
identidad desde la fotografa (1940-1973)2. El proyecto tuvo dos
grandes etapas. Una primera instancia estuvo destinada a relevar,
identificar y sistematizar fuentes grficas en la prensa escrita de
tres medios de la izquierda uruguaya (Semanario El Sol, Diario
El Popular y Diario poca) durante el perodo comprendido entre
1955 y 19643. La segunda etapa consisti en la realizacin de entrevistas abiertas4 a personas vinculadas a los sindicatos rurales en el
perodo sealado, con la intencin de generar informacin complementaria a la obtenida en las imgenes previamente relevadas5.
De Miguel y Ponce de Len (1998) sealan la relevancia de
las fotografas como herramientas de anlisis social debido a la
posibilidad (cada vez ms creciente) de registrar una multiplicidad
de hechos y ritos sociales. En ese sentido, Pierre Bourdieu (1997)
planteaba que una de las ventajas de la fotografa radica en su peculiaridad de brindar un efecto de realidad a los acontecimientos.
De esa manera, la fotografa se transforma en un dispositivo fundamental en los procesos de construccin de identidad y memoria,
tanto de individuos como de colectivos sociales. Pero, adems, sus
caractersticas la convierten en un importante documento social
(Del Valle Gastaminza, 2002). No obstante, podra decirse que
una de las principales limitaciones de la fotografa resulta de la
situacin paradjica por la cual las palabras dominan el mundo de
la imagen. Es decir, muchas veces las fotografas adquieren sentido con una leyenda o un pie de pgina que nos indica qu es lo
que hay que ver (Bourdieu, 1997).
Este artculo toma como documento principal las fotografas
periodsticas de El Popular (8/05/1964)6 y su anlisis se sustentar
en la propuesta metodolgica expuesta por Del Valle Gastaminza
(s/f; 2002), quien presenta distintas posibilidades analticas de las
fotografas sobre la base de sus mltiples dimensiones. As, en un
primer nivel podramos relevar tres tipos de fotografas: a) sin referente identificable pero con texto aclaratorio; b) con referente identificable y con texto aclaratorio; y c) con referente identificable sin
texto aclaratorio. En un segundo nivel se puede realizar un examen
documental, orientado en tres direcciones: a) estudiando su morfologa; b) identificando el tipo de documento; y c) analizando su
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Sin las notas complementarias, la tarea de contextualizar espacial y temporalmente los acontecimientos sera demasiado ardua.
Al tenerlas a disposicin, se puede precisar el lugar del episodio, los
reclamos que estn en juego, as como tambin identificar a algunas personas que aparecen en el registro grfico. De ese modo, se
puede establecer que los hechos se desarrollan en las inmediaciones
del Palacio Legislativo por un grupo de trabajadores, sus mujeres
y sus hijos que reclaman por tierras y son reprimidos por la polica
que lidera una persona: el inspector Regueiro.
La narracin de Nlida Fontora permite establecer algunas distinciones sobre las situaciones que los peludos tuvieron que experimentar entre Montevideo y las ciudades del interior21. De ese
modo, expresa que: La diferencia es que aqu [Montevideo] es
ms grande, hubo ms represin, ac fue donde a Severiano Peralta
lo internaron, a donde se bale, a donde nos sacaron a sablazos. En
los departamentos del Interior nos esperaban al fichaje22.
El testimonio refiere al caso de Severiano Peralta, dirigente de
UTAA que haba sido brutalmente golpeado por la polica das
antes (25/04/1964) en las cercanas del Palacio Legislativo. De esa
forma, la represin fue vivida en Montevideo aunque, como seala
Fontora, en el interior debieron sufrir los fichajes policiales. Ante
esto, surge de las entrevistas que durante los fichajes quedaba evidenciado que muchos no saban firmar o que no tenan una
cdula.
Por otra parte, el caso de Matilde Severo introduce la narrativa de una nia de 4-5 aos, quien haba concurrido a la marcha
acompaando a sus padres y a sus cuatro hermanos. El 7 de mayo,
ante los rumores de desalojo, los peludos decidieron que las mujeres embarazadas, nios y ancianos fueran a alguno de los locales de sindicatos o gremios estudiantiles que apoyaban la marcha
caera en Montevideo. En ese contexto, Matilde y sus hermanos
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En su narracin se encuentra un desarrollo minucioso de los instantes posteriores. Mientras los policas intentaban subir al muro
lindero, l escuchaba sus gritos de fondo y tambin sus quejidos porque, con la oscuridad de la noche, trastabillaban con todo
tipo de obstculos. Con poco margen de tiempo, Aurelio Gonzlez
aprovech para huir desde una de las azoteas hacia el patio de una
casa, ingres a una vivienda por la puerta de la cocina y tras pedirle
a una seora que no gritase (porque obviamente se haba asustado
con la escena) sali corriendo por la puerta principal hacia la calle.
Una vez en el exterior de la casa, sigui corriendo en direccin
del sindicato de transporte, ubicado a una escasas cuadras, donde
se resguardara para, posteriormente, continuar su rumbo hacia la
redaccin del diario. All llegara con su cmara que contena las
dos notas grficas publicadas el 8 de mayo de 1964 en El Popular.
En el caso de las entrevistas con los peludos se encuentra una
ntida asociacin (casi inmediata) entre fecha, lugar y un acontecimiento: la herida de bala de Ana Mara Silva. Tales resultan ser los
testimonios de Walter Gonzlez y Nicols Estves:
Es cuando nos avanzan ellos. Nosotros pasamos toda la tarde tirando piedras para el lado del muro. Yo me acuerdo que gritaban no se asusten, peludos, que son balas de goma. (...) Y miro para el costado, yo estaba tirando
piedras tambin, en la puertita para entrar, que era angostita, y dijimos
vamos a hacer frente y cuando miro para el costado cae Ana Mara28 .
Eso fue en el sesenta y cuatro. Tiraron a Ana Mara y dos ms... los otros
fueron unos rozones de bala pero a esta gurisa le atravesaron la pierna y la
dejaron renga para toda la vida29.
La imagen 3 presenta otro fragmento de la portada que El Popular public el 8 de mayo de 1964. El titular era La polica bale a
los caeros es esa la respuesta del gobierno al reclamo de tierras
para trabajar?.
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mi cumpleaos es el 18 de diciembre. En el acto de rememoracin que se genera al observar la fotografa plantea sentimientos de
rabia porque: A m como que me usaron, te das cuenta? Porque cuando me balearon, brutas carteleras en los diarios: gurisa
baleada no s qu, no s cunto. Todos los diarios hablaban de lo
mismo, no? Pero, despus? Nada ms. Porque ni siquiera UTAA,
ni siquiera UTAA me reconoce32.
Volviendo a los hechos del 7 de mayo de 1964, Ana Mara
recuerda que inmediatamente despus de recibir el balazo la
tuvieron que trasladar al Sindicato Mdico del Uruguay para intervenirla quirrgicamente:
Imagen 3.
Reproduccin del
diario El Popular, 8
de mayo de 1964.
Fotografa: Aurelio
Gonzlez.
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34 El regreso se produjo en un
clima de tensin debido a que el 11
de junio de 1964 tres dirigentes de
UTAA (Nelson Santana, Julio Vique
y Ataliva Castillo) fueron capturados
luego de intentar asaltar un banco
montevideano. Ese malogrado intento puso, por la va de los hechos, fin
a la permanencia de los peludos en el
campamento montevideano de las
calles Cuapir y Guaviy.
35 En ese momento, Jos Daz ya
era abogado de UTAA mientras que
Mara Julia Alcoba era obrera textil
y militante del sindicato de rama.
Ambos estaban vinculados al Partido
Socialista (PS).
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Dossier | Memorias a la intemperie: la primera marcha por la tierra en Uruguay | Agustn Juncal Prez
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Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 110-131
La empresa Ledesma y la
represin en la dcada de
1970. Conocimiento, verdad
jurdica y poder en los juicios
de lesa humanidad
RESUMEN
ABSTRACT
Palabras clave:
Juicios de lesa humanidad;
complicidad patronal; luchas
sociales; memoria.
Key words:
Prosecution of Crimes
against Humanity;
Corporations; Social
Struggles; Memory.
* Licenciada en Ciencias Antropolgicas (Universidad de Buenos Aires) y doctora en el rea de Historia (Universidad Nacional
de Tucumn). Es Investigadora Adjunta del CONICET y profesora de Sociedades Campesinas de la carrera de Antropologa de
la Universidad Nacional de Jujuy.
** Licenciada en Ciencias Antropolgicas y doctoranda en Antropologa (Universidad de Buenos Aires). Es docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy en las materias Teora e Historia de la Antropologa y Sociedades Campesinas. Desde el ao 1993 es investigadora del Programa de Investigacin sobre el Movimiento de la
Sociedad Argentina (PIMSA).
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Presentacin
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plicidad del sistema judicial. El inicio de los juicios de lesa humanidad en julio de 2012 cambi sustancialmente la situacin que haba
caracterizado a Jujuy como capital de la impunidad6. El llamado
a indagatoria en mayo de 2012 a Blaquier, el directivo de una de
las empresas ms poderosas de la Argentina, la ms importante a
lo largo de toda la historia de Jujuy, y notorio representante civil
de la dictadura argentina, gener un debate social que desbord el
mbito jurdico.
Los juicios de lesa humanidad en la provincia abarcan un conjunto de causas que implican tanto a miembros de las fuerzas de
seguridad y de la iglesia como de empresas privadas. El enjuiciamiento de los directivos de Mina Aguilar y Ledesma que en la
dcada de 1970 tuvieron responsabilidad directa sobre la represin
de sus trabajadores y la poblacin de los territorios bajo su control cobra un significado clave en el proceso de Verdad y Justicia
argentino por el carcter civil de los principales acusados. La complicidad con la dictadura de empresas como Ledesma, Acindar,
Astarsa, Ford o Mercedes Benz (cf. Basualdo, 2006; Cieza, 2012a;
Verbitsky y Bohoslavsky, 2013) plantea desafos especficos a la
justicia e interpela a las ciencias sociales (cf. Verbitsky y Bohoslavsky, 2013).
A poco de ser procesado, Carlos Pedro T. Blaquier afirmaba
en una Carta Abierta de julio de 2012 que sobre la base de una
interpretacin sesgada del contexto poltico econmico vigente en
la dcada del 70 el juez concluy que Ledesma habra aportado
camionetas a las fuerzas de seguridad durante la dictadura7. Aunque previsible, igualmente debe sealarse que la defensa tcnica de
los directivos de Ledesma se ha orientado desde el comienzo a tratar de demostrar el carcter aislado y puntual de los hechos de las
acusaciones y a cuestionar u ofrecer elementos de prueba desde esa
misma posicin. Su argumentacin se orienta as a calificar como
contexto a los procesos y relaciones sociales en que los hechos
bajo juicio cobran sentido.
Se ha establecido ya a nivel internacional que en los juicios de
lesa humanidad la verdad de los hechos individuales no debe buscarse de manera fragmentada, sino que debe alcanzarse en funcin
de la totalidad del sistema, en este caso, el plan sistemtico de
represin de la dictadura militar asociado a la implementacin de
un proyecto econmico, social y poltico ms amplio8. La evaluacin de los elementos probatorios no solamente reconoce que existi un proceso sistemtico de eliminacin de elementos de prueba,
sino que promueve un abordaje totalizador de los diferentes hechos
llevados a la justicia. En ese marco ha cobrado nueva importancia
el reconocimiento de las caractersticas del contexto de relaciones
7 Un editorialista de La Nacin
criticaba que en este caso se le pretendiera asignar culpabilidad sobre
la base de meros indicios y presunciones y de un pretendido contexto
general de la Argentina de los aos
70. Se evita as la responsabilidad de
tener que probar ms all de toda
duda razonable (Ventura, Adrin,
Polmico trmite en el juicio a
Blaquier, La Nacin, 20-08-2013).
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Todas las evidencias sealan que las transformaciones estructurales y el proceso de represin no se iniciaron el 24 de marzo de
1976 sino que se insertaron en procesos y tendencias en curso por
lo menos desde la dcada anterior, tanto en relacin a los procesos
de transformacin capitalista en Argentina y Jujuy, como a la protesta obrera y el diseo represivo. La comprensin de la conexin
orgnica entre los grandes grupos econmicos y el plan econmico y poltico de la dictadura requiere considerar la relacin entre
poder estatal y aparato del Estado. El Estado explica Therborn
(1982) es la expresin concentrada de un conjunto complejo de
relaciones de clases, mientras que el poder estatal se ejerce a travs
de un sistema de aparatos de Estado. Los desajustes entre estos
aspectos del Estado inciden en las caractersticas de la lucha de
clases y plantean cuestiones especficas respecto de la organizacin
del Estado y sus formas. Este encuadre permite comprender por
qu y cmo los intereses de las grandes empresas en este caso
Ledesma fueron ampliamente beneficiados por las polticas econmicas que se desarrollaron desde 1976 (y que expresan procesos
y tendencias que venan desarrollndose desde antes), y el indudable peso determinante del componente represivo para la realizacin
de sus intereses.
Los procesos generales que atravesaba la sociedad argentina en
la dcada de 1970, caracterizados por un proceso de expropiacin
habilitado por la naturaleza autoritaria y violenta del gobierno, son
el marco ineludible para comprender el desarrollo de la empresa
Ledesma, el incremento de sus utilidades y las transformaciones
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En cambio, el anlisis al nivel del SFVO permite explicar la relacin entre mecanizacin, urbanizacin y transferencia al Estado de
los servicios de salud, educacin y con otros factores econmicos
y sociopolticos de peso, y la orquestacin de acciones represivas
en su territorio. Muestra tambin el solapamiento entre dominio
privado y estatal que Blaquier concibe como funciones propias del
Estado y el momento en que este solapamiento asume una nueva
forma a partir de la modernizacin de las pautas de residencia y
urbanizacin. Tambin aqu pueden desmentirse las afirmaciones
de que en el perodo de los hechos la empresa ya no cumpla funcin de Estado alguna, i. e., que careca de influencia o mando
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vistas en estos espacios, se ampla de modo ms general a militantes y activistas polticos y sociales, y a familiares de las vctimas24.
Entre el conocimiento y la validacin social
El desarrollo de los juicios de lesa humanidad en Jujuy ha trascendido el mbito judicial para interpelar a toda la sociedad. Por
un lado, ha habido diversas acciones pblicas en apoyo o rechazo
al juzgamiento de los directivos de Ledesma. Por el otro, tambin
ha trascendido el debate sobre los argumentos de la acusacin y la
defensa.
Estos procesos, en principio extrajudiciales, no dejan de incidir
en las prcticas judiciales, en las que la validacin de las pruebas
pone en juego un conjunto de cuestiones que hacen al mismo proceso hegemnico. Junto a los actores ms visibles en estas acciones
y debates (la empresa y sus aliados econmicos e ideolgicos, los
organismos de derechos humanos y las organizaciones sociales)
tambin hay otros que juegan un papel, entre ellos los cientistas
sociales.
La importancia que ha cobrado en la defensa de Blaquier y Lemos
la presentacin de los cambios de la dcada de 1970 como accin
social transformadora torna muy relevante el proceso de legitimacin de esa historia de Ledesma. En 2008 la empresa public un
lujoso libro institucional por el centenario de la empresa. Ledesma,
una empresa centenaria fue el foco de una operacin poltico-ideolgica ms amplia que fue ms all de lo meramente propagandstico, si consideramos que la defensa lo present como prueba en las
causas. Blaquier ha insistido en su validez por haber sido realizado
por un grupo de investigadores independientes, especialistas en
historia y fotografa, de quienes indic los nombres y la afiliacin
institucional y resalt su condicin de cientficos del CONICET
y de universidades25. El relato textual y visual del libro se presenta
como base de sustentacin de los planteos de la defensa, que sostiene que los testimonios que indican conexiones entre la empresa y
la represin en la dcada de 1970 se apoyan en un mito construido
por apreciaciones subjetivas contaminadas por el paso del tiempo.
As, cuando la empresa presenta su historia, esta sera objetiva y
verdadera por haber sido encargada a profesionales reconocidos, y
cuando esa historia responde a otros criterios es presentada como
ideolgica. Lejos de ello, el texto describe ciertos hechos aislados,
presenta una versin naturalizada e incompleta de las condiciones
existentes y reproduce las visiones predominantes sobre ella, que
son las que la empresa ha venido difundiendo desde hace aos26.
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das, retocadas (2003: 79), de la presencia de peleas por prestigio, envidias personales, posiciones polticas antagnicas, diversas
emociones y construccin de victimizacin en el proceso de construccin social de la memoria (2003: 82, 91).
La estrategia de la defensa rearticula de un modo falaz las
reflexiones de la antropologa y otras ciencias sobre el carcter
selectivo y posicionado de las formas de recuerdo, sobre la variabilidad de los relatos sobre el pasado, sobre las experiencias y versiones que expresaran esos relatos, los procesos de legitimacin de la
memoria social.
Las consideraciones de los testimonios producidos bajo condiciones de entrevista pueden deslizarse fcilmente a aquellos producidos en los juicios, pero son de hecho las mismas personas. La
misma intercambiabilidad entre los trminos memoria e historia
que se observa en el campo acadmico y en el social fortalece esta
operacin, aun cuando cada uno designe formas diferentes de articular el pasado y la temporalidad, en el marco de distintas formas
de validar el conocimiento de la realidad28.
Esta cuestin se muestra bajo otra luz si consideramos, como
seala Pilar Calveiro (2006), que la pregunta por la validez historiogrfica o mejor dicho la pretensin de fidelidad respecto del
pasado de los testimonios de las vctimas se entronca con la de su
capacidad para establecer verdades jurdicas.
De otro orden son las consideraciones que Da Silva Catela (2003)
realiza sobre las causas y procesos que han construido al Apagn
como un emblema de la represin a la clase trabajadora, sobre el
carcter no explicado de la responsabilidad que el ingenio tendra
en ella y sobre el hecho de que la versin oficial sera diferente a la
de quienes vivieron la experiencia. La reflexin sobre el primer
hecho recorre tambin consideraciones en torno al efectivo carcter
de trabajadores y militantes gremiales de las vctimas de Ledesma
(que ya hemos considerado), que expone a travs del anlisis de la
denuncia de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) al Juez
Baltasar Garzn en 199829. Las potenciales consecuencias de un
anlisis que afirma que la persecucin gremial no continu bajo
el golpe resaltan al recordar que la denuncia era justamente sobre
complicidad patronal-militar, sintetizando evidencias que deban
permitir establecer, segn deca la presentacin, la existencia de
un plan concertado por los grandes grupos econmicos y las fuerzas armadas para implementar el terrorismo de estado y el genocidio con el objetivo de disciplinar socialmente a la clase trabajadora
(citado en Basualdo, 2006: 20).
Desde el punto de vista de los juicios, las acciones de apoyo o
rechazo al juzgamiento de los directivos de Ledesma pueden verse
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como disputas sobre la legitimidad social de la acusacin y el juzgamiento. Desde el inicio se han dado expresiones de apoyo a Blaquier por parte de miembros de los principales grupos econmicos
del pas, homenajes, agasajos y hasta premios cientficos. Tambin
se ha desplegado una intensa actividad en su apoyo y de descalificacin de los juicios de lesa humanidad a travs de notas y editoriales
en los principales diarios de Buenos Aires que los diarios de Jujuy
han reproducido y amplificado. Por su parte, tambin ha habido
acciones de apoyo a los juicios en general y al juzgamiento de Blaquier, tanto en Jujuy como en el resto del pas, lo que lo vuelve un
tema presente e instalado en agendas polticas y culturales.
En la zona de influencia directa de la empresa, esta disputa ha
tomado estado pblico e interpela directamente a la poblacin
local. Hay que sealar la importancia de la posicin de la empresa
en la zona de Libertador, Calilegua y comunidades vecinas, sobre
las que ejerce una amplia influencia en el presente. Frente al juzgamiento de Blaquier y en defensa de la empresa Ledesma ya ha
habido declaraciones y marchas en contra. En Libertador Gral.
San Martn se han hecho tres abrazos en defensa de Ledesma,
en los que pobladores, intendentes locales y organizaciones vecinales han marchado para defender la principal fuente de trabajo de
la regin30.
Las acciones locales de apoyo a Blaquier requieren considerar
la importante posicin de la empresa como principal dadora de
empleo y propietaria territorial del departamento, pero tambin es
necesario complejizarla. A pesar de los cambios que analizamos
antes, en la zona puede verificarse la continuidad de un esquema
panptico de poder, especial pero no exclusivamente en las localidades ms cercanas, acompaado y legitimado por la ejecucin
sistemtica de acciones de asistencia, servicios y promocin social,
cultural y deportiva31. La realizacin de un Estudio Anual de
Percepcin desde 2004 da forma a una de las estrategias visibles
de captacin de informacin sobre la poblacin32, mientras que el
informe de espionaje sobre la Marcha del Apagn del 2005 confirma la continuidad y fortaleza de acciones sistemticas de inteligencia33. Luego del allanamiento de abril del 2012 cuando se hall
ese informe, se pudo ver la actividad febril de retiro de documentacin de la Rosadita y otras edificaciones, as como la construccin de un muro alrededor de aquella34. Por estas y otras formas se
constituye un esquema de vigilancia omnipresente y perceptible,
situacin que enmarca (sin explicarlas plenamente) las acciones
locales de apoyo pblico a la empresa, la limitacin a las manifestaciones de rechazo a la poltica de la empresa y al juzgamiento de
Blaquier, y especialmente la incidencia en las potenciales declara128
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ENTREVISTAS / CONFERENCIAS
Buscar justicia
es apostar por la vida
Por Enrique Andriotti Romanin*
* Doctor en Ciencias Sociales (UNGS-IDES). Investigador Asistente del CONICET en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), donde adems se desempea como profesor en la carrera de Sociologa y como
codirector del grupo de investigacin Violencia, justicia y derechos humanos. Ha publicado diferentes artculos vinculados a
la temtica de sociologa poltica y las luchas por la memoria y la justicia en la Argentina contempornea. Su libro Memorias en
conflicto. El Movimiento de derechos humanos y la construccin del Juicio por la Verdad de Mar del Plata fue publicado en 2013.
132
Clepsidra
militantes muy avanzados y comprometidos. Yo entr a ese grupo por una compaera de estudios, Elbita Ramrez Abella,
que est desaparecida. Justamente se est
juzgando el caso de ella en La Plata, en el
juicio por el centro clandestino de detencin de La Cacha. Y de ese planteo empezamos a ver cmo se pretenda modificar la
realidad, tener incidencia en el mbito universitario. Empez desde aquella poca y
sigui despus del golpe de Ongana, sobre
todo en 1967 y 1968.
Simultneamente, despus del servicio militar, que hice en el ao 1968, comenc a
trabajar con gente que se vinculaba con
|
133
Clepsidra
HUGO CAN
Naci en Baha Blanca en 1947. Se gradu de abogado en la Universidad Nacional de La Plata. En 1986
fue designado Fiscal General Federal de Baha Blanca,
cargo que desempe durante 23 aos. Como fiscal,
pidi en 1986 el avocamiento de la Cmara Federal
de Baha Blanca e inici la investigacin por los crmenes de lesa humanidad cometidos en jurisdiccin del V
Cuerpo de Ejrcito y de la Marina en la zona de Puerto Belgrano. Adems, cuestion en 1987 la llamada ley
de Obediencia Debida por inconstitucional, al igual
que el indulto a procesados dispuesto por el presidente Carlos Menem e impuls, en 1999, la investigacin
en el marco de lo que se ha denominado Juicio por
la Verdad. En colaboracin con las investigaciones
iniciadas por el juez Baltasar Garzn, titular del Juzgado de Instruccin N 5 de la Audiencia Nacional
de Espaa, realiz aportes probatorios para el esclarecimiento de los hechos cometidos en la jurisdiccin
del V Cuerpo de Ejrcito y fue testigo en el juicio al
represor Adolfo Scilingo llevado adelante en Espaa.
Integr la Comisin de Fiscales denominada Comisin de Derechos Humanos del Ministerio Pblico
Fiscal, destinada a desarrollar trabajos de coordinacin y colaboracin en todas aquellas causas vinculadas a violaciones a los derechos humanos en el
Hasta octubre de 2014, presidi la Comisin Provincial por la Memoria (provincia de Buenos Aires). Ha
recibido numerosos premios y distinciones internacionales por su compromiso con el esclarecimiento de
los hechos ocurridos en el marco del terrorismo de
Estado.
135
Clepsidra
difcil conocer porque haba que contrastarlas con la versin oficial. Pero para eso
haba que marcar un camino, porque estaba muy formateada la mentalidad de la
gente. Pese a que nosotros estbamos informados, a uno le quedaba la esperanza
de que los desaparecidos estuvieran vivos,
aunque eso comenz a diluirse en el ao
1979, cuando Ricardo Balbn dijo que estaban todos muertos.
Hasta ese momento circulaban informalmente versiones de que estaban con vida, que
estaban en la Patagonia, en un campo cerrado, qu s yo. A partir de ah comenc
con este rumbo. Por eso, el espacio de la
Fiscala me pareci muy interesante. Sin
embargo, las Cmaras del pas, salvo la de
Capital Federal que juzg a las tres primeras juntas militares, no movan un dedo. Y
los fiscales tampoco. Los fiscales de Cmara que movamos las causas de todo el pas
ramos doce o trece: el de Rosario, Frvega, que era un buen hombre con intenciones de hacer algo; el de La Plata, creo que
era Tierno, que tena un hijo desaparecido.
El resto se mostraba reticente y, en algunos casos, haba estado vinculado a la represin, como Otilio Romano, que despus
fue camarista y que ahora est preso en
Mendoza, o Vctor Montti, que aos despus intervino en el Juicio por la Verdad de
Mar del Plata y fue denunciado por los organismos de derechos humanos a causa de
su vinculacin con la represin dictatorial.
E. A. R.: En perspectiva, cules considers
que fueron los principales desafos que enfrentaste en tanto Fiscal General Federal
de Baha Blanca durante los primeros aos
de la democracia para lograr avanzar en la
verdad y la justicia acerca de los crmenes
cometidos? Cmo pudieron llevarse adelante las primeras causas en Baha Blanca?
Despus de Malvinas, un da
estaba en la ruta, en Tres Arroyos,
manejando solo con el auto y escucho
en la radio el tema de Vctor Heredia
Todava Cantamos, y me puse a
llorar desconsoladamente pensando
justamente en todos los que no estaban.
Y me promet a m mismo dedicar el
resto de mi vida a algo que en aquel
momento no tena una denominacin
como hay ahora de Verdad, Justicia
y Memoria. No saba cmo era el
camino a recorrer. Y me dije: me
voy a involucrar para que se sepa qu
ocurri.
H. C.: En abril de 1986 me nombraron Fiscal General Federal de Baha Blanca, y me
pregunt qu hago ahora? Porque las causas estaban desparramadas por todo el pas.
Haba causas en el Juzgado Federal, en los
tribunales militares, en los juzgados militares, en el Consejo Superior de las Fuerzas
Armadas. Lo que hice fue ir a la Cmara
Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal de la Capital Federal,
que haba hecho el Juicio a las Juntas en
1985. Me reun con cuatros jueces: Len
Carlos Arslanin, Jorge Valerga Aroz, Andrs DAlessio y Ricardo Gil Lavedra. Ellos
me contactaron con el juez de la Corte Suprema de Justicia, Jorge Bacque, y a travs
de l consegu que me mandaran mquinas
electrnicas lo que era una avanzada para
la poca, porque no haba computadoras,
que me asignaran horas extras y contrataran a dos secretarios, porque yo no tena
nada, ni personal tena. Y ah comenzamos
a armar toda la estructura y a trabajar.
En diciembre de 1986, ped el avocamiento de
la Cmara. Recordemos que por la ley que
sancion Alfonsn, la 23049, si el Consejo
Superior de las Fuerzas Armadas que te-
137
138
Clepsidra
E. A. R.: En noviembre de 2014 se cumplieron quince aos del inicio de las audiencias
del Juicio por la Verdad de Baha Blanca.
Cmo se lleg a realizar ese juicio?
E. A. R.: Si tuvieras que hacer una evaluacin sobre este Juicio por la Verdad, cules
diras que fueron sus resultados ms significativos? Qu considers que aport?
H. C.: Lo que gener fue muy fuerte. Durante las audiencias hubo testimonios muy
intensos y profundos que conmovieron,
que produjeron un sacudn fuerte en la sociedad. En la calle, la gente me paraba y me
deca no aflojen, qu suerte que se sabe
todo esto. Por algo a m me hacen amenazas por el Juicio por la Verdad en el ao
1999, y no por el juicio de 1987, cuando
metimos preso a Acdel Vilas y compaa.
Al da de hoy, yo duermo con el telfono
desconectado por la noche, me acostumbr
porque sonaba el telfono a las dos o tres de
la maana y vena la amenaza. Me acuerdo
que el entonces ministro del Interior, Federico Storani, me puso custodia y, al final,
era ms arduo andar con la custodia. La
mejor garanta es que te conozcan, que sepan tu trayectoria y que sepan que si atentan contra vos tienen que pagar un costo
poltico muy alto.
Jurdicamente fue muy importante porque
finalmente se pudo demostrar, en forma
totalmente certera, la existencia del centro
clandestino de detencin La Escuelita,
la metodologa de funcionamiento que responda a pautas orgnicas, que la gente de
Inteligencia era la que manejaba la cuestin
tanto para los interrogatorios como para
decidir la suerte de cada uno de los deteni-
dos. Tambin se comprob que haba grupos operativos que actuaban en funcin de
las directivas que impartan desde Inteligencia. O sea, se fijaban objetivos o blancos
para capturar y los operativos actuaban.
Eran grupos conformados por gente de
distintos puntos del pas. Ese es un dato interesante que surgi de las audiencias y fue
admitido por los militares. Era gente que
vena desde distintos cuerpos del Ejrcito,
de distintas unidades militares y, tambin,
algunos venan de Tucumn o del litoral. E
incluso se supone que provenan de alguna
otra fuerza de seguridad, como Gendarmera.
El juicio sirvi como un disparador para impulsar nuevas denuncias y como una manera de seguir acumulando pruebas que
derivaran en el futuro en condenas concretas. Lo que pas con el represor Julin Corres es un ejemplo de esto. Recuerdo que lo
citamos para el lunes posterior a la asuncin de Fernando de la Ra, en diciembre
de 1999. Corres fue a declarar, coment
que le decan El Laucha, aunque como
siempre pasaba con los militares dijo no
recordar absolutamente nada de esa poca. Despus, gracias a un testimonio, lo
pudimos identificar como miembro de un
grupo de tareas. Los militares se sintieron
amenazados. En cierto modo, eso tambin
explica por qu ese Juicio por la Verdad no
continu. Hay un problema incidental en
relacin a la decisin de la Cmara de relevar de juramento a un testigo y la Cma-
139
Aires estaba Carlos Ruckauf como gobernador y Aldo Rico como ministro de Seguridad, y temamos que con ese gobierno se
perdiera todo el archivo que se haba descubierto en el ao 1998. Ahora fijate que
las casualidades histricas existen, porque
las cosas se van dando de una manera impensada, de un modo ms azaroso que planificado.
Por ejemplo, Garzn decret la captura de
Augusto Pinochet un poco al boleo, porque
el encargado de negocios que estaba a cargo de la embajada de Gran Bretaa quien
se senta en deuda porque le haba fallado
a Garzn en una tramitacin de un tema
de narcotrfico le avis que Pinochet poda levantar vuelo en cualquier momento
e irse de Londres y que, si quera tomar
alguna medida al respecto, tena que apurarse. Garzn capt el mensaje y se puso a
redactar la detencin un viernes por la tarde, cuando quedaba un solo empleado en
el juzgado y sin el expediente. As, empez
a redactar de memoria una captura internacional contra Pinochet citando un solo
caso, que era el que recordaba para describirlo, jugando con la diferencia horaria
y con la gestin que haca este encargado
de negocios para que llegara all y ordenara la detencin a Pinochet. Y Garzn se
fue a su pueblo y le avis al ministro del
1 El archivo de la DIPBA rene documentos sobre la actuacin de dicha fuerza entre 1932 y 1998. El Archivo fue desclasificado, se encuentra bajo custodia y gestin de la Comisin Provincial por la Memoria. Para ms informaciones, ver http://www.comisionporlamemoria.
org/archivo/?page_id=3.
2 En 2001 el gobierno bonaerense cedi para la utilizacin por parte de la Comisin Provincial por la Memoria la casa situada en calle 54
nmero 487 de la ciudad de La Plata. All haban funcionado hasta 1998 la Direccin de Inteligencia de la Polica de la Provincia de Buenos
Aires (DIPBA). Dicho inmueble es actualmente la sede de la Comisin.
140
Clepsidra
141
En 2003, tuvimos una entrevista con Nstor Kirchner, pero no se poda creer mucho
de lo que pasaba, si era un gesto autntico o de campaa electoral. En la reunin
que tuvimos con l, fui muy duro y le dije que si esto era una mera declamacin
y despus no se concretaba, iba a significar una revictimizacin muy fuerte para
todos los familiares y las vctimas. En ese momento, se desactivaron los juicios
de Madrid y ac en Argentina no pasaba nada, as como no haba pasado nada en
1998, cuando se derogaron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final: como no
se anularon, la derogacin no tuvo un efecto jurdico. Y tanto lo presion, que en un
momento Kirchner me dijo: Les jur a mis hijos que si ac no hay posibilidad de
juzgarlos, los meto en un avin y los mando a Espaa.
nos da todo el edificio y el archivo de la DIPBA. Por eso digo, a veces las casualidades
son muy importantes porque por un hecho
secundario como ese vino el gesto poltico,
y a partir de ah una medida que fortaleci
a la Comisin.
E. A. R.: Claro, a veces creemos que todo
se mueve por una lgica, que lo ocurrido
forma parte de un plan, sobre todo cuando
se mira retrospectivamente.
H. C.: Claro, y no es todo tan matemtico.
Despus sucedi algo parecido. Pasado
el tiempo queramos tener un espacio de
exposiciones porque vino el pintor Carlos
Alonso, que tiene a su hija desaparecida, y
nos ofreci darnos en prstamo todas sus
pinturas referidas a la hija. Entonces se nos
ocurri que tenamos que tener un espacio
para hacer muestras y presentar esta obra
que es tan importante. Empezamos a intentar que nos dieran algn edificio. Haba
edificios de la Municipalidad, del gobierno
provincial, pero en malas condiciones. Y
en una reunin con el ministro de Economa, Gerardo Otero, en la que estbamos
hablando del presupuesto que tena que
darnos la provincia a la Comisin por la
Memoria, sali el tema. Pero sali tangencialmente, porque no era el tema principal
de conversacin. Otero dijo que tena la
residencia que corresponde al ministro de
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3 A diferencia de la anulacin de las leyes, la derogacin realizada en 1998 no tena efectos retroactivos y, por ende, no permita reabrir
procesos contra los militares. Slo tena efectos a futuro y, por lo tanto, un carcter simblico con respecto a los crmenes cometidos por la
dictadura de 1976-1983.
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4 La Base Naval de Puerto Belgrano, ms conocida como Puerto Belgrano, es la principal base de la Armada Argentina. Se encuentra
situada en el sur de la provincia de Buenos Aires, junto a la ciudad de Punta Alta y a pocos kilmetros de Baha Blanca. Durante la ltima
dictadura militar funcion all un centro clandestino de detencin.
5 La celebracin cristiana de Semana Santa se realiza entre los meses de marzo y abril. El 16 de abril de 1987, durante la semana de
celebracin de dicha fiesta, se produjo la sublevacin de un grupo de oficiales y suboficiales, los carapintadas, encabezados por el Teniente
Coronel Aldo Rico, como reaccin contra los juicios que se seguan a militares en actividad. Tras lograr la adhesin de otros regimientos y
frente al rechazo mayoritario de la poblacin, que se moviliz en repudio, los militares amotinados negociaron con el presidente Alfonsn y
depusieron su actitud pocos das despus.
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RESEAS
Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 148-149
Acerca de Vanguardia y revolucin. Arte e izquierdas en la Argentina de los sesenta-setenta, de Ana Longoni.
Buenos Aires, Ariel, 2014, pginas 314.
l nuevo libro de
Ana Longoni es,
antes que nada, una
entrada mltiple y
polifnica al corazn de una poca
en disputa, nuestros
s e s e nt a - s e t e nt a.
Una poca vertiginosa y compleja que,
sin embargo, ha sido
aplanada y simplificada en discursos que buscaron o bien denigrar su
desmesura mesinica y violenta (como contra-mito
sobre el que fundar el mito democrtico), o bien
exaltar el herosmo sacrificial de esa edad de oro
de la poltica revolucionaria (como mito con el que
legitimar inercias de izquierda). Los sesentasetenta, agobiados bajo el peso del mito o del antimito, an restan como enigma por interrogar, tanto
ms inquietante cuanto que en ellos se fraguaron
las pasiones e incertezas que an hoy nos habitan.
Este libro propone una mirada sin resentimientos
de aquellos aos. Su ecuanimidad, sin embargo,
lejos est de la actitud neutra y neutralizadora del
historicismo. Al sustraerse de la hagiografa y de
la demonizacin, no busca un mero atenerse a los
hechos tal cual ellos fueron, sino que ms
bien ensaya una multiplicacin proliferante de los
relatos que permita devolver esos aos a los vaivenes de proyectos y opciones que no pueden ser
reducidos o pacificados tras eslganes unilaterales
o juicios sumarios. El libro confa en que la nica
manera de emancipar esta poca de su neutraliza-
* Doctor en Filosofa por la Universidad Nacional de Crdoba (UNC), Profesor regular en la UNC, e Investigador del CONICET.
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RESEAS
Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 150-151
Acerca de Memorias en conflicto. El movimiento de Derechos Humanos y la construccin del Juicio por la Verdad en Mar
del Plata, de Enrique Andriotti Romanin. Mar del Plata, EUDEM, 2013, 267 pginas.
no de los tantos
dilemas que nos
presenta el pasado
cercano al momento
de intentar historizarlo es, precisamente, la situacin
de cercana que eventualmente podemos
llegar a tener con
quienes protagonizan
los hechos sobre los
que queremos dar cuenta. Algo no tan sencillo de
resolver que se profundiza si, adems de historiadores/as, somos militantes o participamos activamente en alguna organizacin cuyo campo de
accin se encuentra vinculado al proceso que queremos estudiar. Porque al poner el cuerpo da a
da en la calle y pretender analizar el presente que
nos atraviesa, nos enfrentamos a contradicciones
y encrucijadas ticas, polticas y personales que
slo pueden ser sorteadas mediante la reflexin
crtica y la rigurosidad metdica propia del oficio.
El trabajo de Enrique Andriotti Romanin es un
ejemplo de cmo esto ltimo puede ser logrado.
En su letra queda en evidencia el compromiso personal del autor con la problemtica que
lo ocupa y preocupa, y no por ello pierde la distancia necesaria para analizar los pormenores de
una trama que, a la distancia, puede aparentar
ser compacta y homognea; pero que al acercar la
lente expone una serie de nudos propios de las tierras de Frigia. El autor conoce el terreno en el que
* Licenciado en Historia, UNCo. Doctor en Historia, UTDT. Docente del Profesorado y la Licenciatura en Historia, UNCo,
Bibliografa
Neuqun/Bariloche.
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RESEAS
Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 152-153
Acerca de El pozo y las ruinas, de Jimena Nspolo. Barcelona, Libros del lince, 2011, 252 pginas.
l principio de esta
novela asistimos a
la represin que sufre
Segismundo Cabrera,
fotgrafo del diario
argentino La repblica, en medio de una
multitud que protesta
en Londres, y entonces queda varado en
aquella capital europea, adonde ha ido
a cubrir la Tercera Cumbre por la Preservacin
del Medio Ambiente. Segismundo, enviado por el
diario, va a tener que postergar su viaje de regreso
y volver solo, ya que su colega, quien ha perdido
todo contacto en medio de la represin policial,
no tiene modo de enterarse cul ha sido su destino. Finalmente Segismundo vuelve a Buenos
Aires pero, en realidad, aquello que alter su estada laboral londinense se vuelve un inesperado y
amargo contratiempo que anticipa algo ms profundo, que se acentuar con el retorno a su hogar
argentino: la dislocacin de su identidad y el equvoco y gradual proceso de revisin y recomposicin de la misma, aquello que leemos en el relato.
Desde sus prrafos iniciales, esta novela pone
sobre la mesa, cual cartas que se van entremezclando y reordenando en el juego de la escritura y
lectura, piezas fundamentales que luego adquieren una altsima cantidad de matices cuando
los/as lectores/as aceptan el pacto y juego que la
narracin y la historia que cuenta les proponen.
* Profesor titular de Literatura Argentina III, Universidad Nacional de Crdoba, e Investigador Adjunto de Carrera del IDH,
CONICET, Argentina.
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Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, N 3, marzo 2015, pp. 154-155
Acerca de Cadveres impensables, cadveres impensados, el tratamiento de los cuerpos en las violencias de masa y los genocidios, de Elizabeth Ansett, Jean-Marc Dreyfus y Svane Gariban (dir.). Mio y Dvila, Buenos Aires, 2013, 112 pginas.
a inquietud inicial
por la temtica de
la muerte en antropologa hizo que con el
tiempo se fuera constituyendo un campo
especfico de estudio,
desde una perspectiva
comparativa en sus
principios, a un nfasis etnogrfico en los
ltimos aos. Aunque
en algunos estudios se
resalta la importancia de la presencia del cuerpo
en el contexto ritual, son pocos los trabajos que lo
ponen en el foco de atencin. Por otro lado, tenemos tambin la consolidacin de la antropologa
del cuerpo, que se preocupa por reflexionar sobre
el rol de las corporalidades, destacndose los trabajos que entienden las experiencias del cuerpo
en la vida social, sus significados culturales, y
su capacidad prerreflexiva, pero siempre considerando al ser humano vivo. En este sentido, el
mayor logro de la compilacin que aqu se resea
radica en hacer pblico un inters, un proyecto y
varios avances de investigacin que, reforzando la
necesidad de poner en escena el cuerpo muerto,
impulsa a la consolidacin de un campo bien
especfico de estudio.
El libro es el resultado de una jornada organizada por el proyecto Los cadveres de la violencia de masa y los genocidios1. Un proyecto, un
* Antroploga, doctora por la Universidad de Buenos Aires y docente e investigadora del IDAES (Universidad Nacional de San
Martn).
1 Para profundizar sobre el proyecto, ver: http://www.corpsesofmassviolence.eu/.
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Pero as como tenemos una base disparadora, esta compilacin contribuye valiosamente
a los estudios que desde las ciencias sociales se
interesan por las problemticas de los pases que
fueron atravesados por gobiernos dictatoriales que violaron sistemticamente los derechos
humanos, como el caso argentino. Por un lado,
propone ampliar el campo de reflexin (por el
aporte interdisciplinario y contextual) y por el
otro, refuerza la propuesta de entender el estudio
de la muerte y las prcticas mortuorias como un
vehculo adecuado para comprender la manera en
que diferentes sujetos sociales se relacionan con
los dramas sociales y le dan sentido a la historia
compartida. Por ltimo, en el caso de la antropologa en particular, sera sumamente interesante,
como sugerimos al principio de esta resea y retomando fundamentalmente los aportes de los ltimos tres artculos, pensar una antropologa de la
muerte desde los cuerpos, para hacer un abordaje
de la corporalidad que pretenda abarcar tanto la
materialidad de los cuerpos muertos como los
significantes culturales, producto de las relaciones recprocas que se dan entre el cuerpo en tanto
materialidad y las significaciones y experiencias
vividas por diferentes sectores de la sociedad.
Concluyendo, esta valiosa compilacin, producto de un primer congreso y que promete
prximas producciones, nos invita a participar
en la construccin de un campo de estudio en s
mismo a partir de la divulgacin de sus hallazgos
y propuestas y la contribucin de nuevos interrogantes y diseos de investigacin.
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Clepsidra.
Revista Interdisciplinaria
de Estudios sobre Memoria,
ISSN 2362-2075, N 3,
Marzo 2015.