Cordova Arnaldo, El Principio de La Soberania Popular en La Constitución Mexicana

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EL PRINCIPIO DE LA SOBERANA POPULAR

EN LA CONSTITUCIN MEXICANA
Arnaldo CRDOVA
En el derecho constitucional y en general en todas las ciencias del Estado, se dan, ms a menudo de lo deseable, conceptos e ideas que, por s
solos, provocan desacuerdos instantneos y controversias interminables.
La misma idea del Estado entra en esa desafortunada categora. Pero tal
vez no haya otro que concite ms polmicas que el concepto moderno de
soberana, yendo desde quienes niegan en absoluto su validez hasta quienes, aceptndola, dan siempre del mismo nociones y definiciones que
nunca se parecen a las que todos los dems proponen. Por ello, resulta
necesario analizar con toda exactitud los trminos en los que nuestra carta magna instituye el concepto de soberana en su artculo 39 y atenernos, de una vez por todas, a ellos. Dice esta clusula fundamental y fundadora de nuestro pacto poltico nacional: La soberana nacional reside
esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder pblico dimana del
pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo tiempo el
inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.
Como resulta evidente, este artculo instituye como su fundamento
esencial y originario la soberana nacional, de la que es nico titular el pueblo y, en virtud de l, el propio pueblo decide el rgimen poltico que decide darse. El que el artculo hable de soberana nacional y no de soberana popular es slo una cuestin de trminos, porque todos nuestros
congresos constituyentes vieron siempre al pueblo como el verdadero titular de la soberana. Para nuestros constituyentes del 57 no haba diferencia
entre la nacin y el pueblo, y simplemente pensaron que la nacin era el
pueblo organizado polticamente. Decidir organizar a la sociedad mexicana en una nacin es el fruto directo del ejercicio de la soberana, el
primer acto de soberana, que es, en esencia, darle una Constitucin. La
soberana nacional reside esencial y originariamente en el pueblo, dice el
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artculo. No hay nada oculto en esa frase; soberana nacional y soberana


popular son la misma cosa. Lo que se desea denotar es la autoridad del pueblo, incontrovertible, irresistible, inalienable, imprescriptible, exclusiva,
intransferible y absoluta, para decidir el destino de su nacin, la sociedad
organizada polticamente.
Lo que es el pueblo lo deja perfectamente claro el captulo IV del ttulo
primero de la Constitucin: son los ciudadanos los que integran el pueblo,
el cuerpo poltico de la nacin, y para ser ciudadanos se deben integrar
ciertos requisitos. Esos ciudadanos son el pueblo que decide por la nacin,
y la sociedad de los mexicanos.
Una expresin preclara de la voluntad popular es la decisin en torno a
la eleccin de la forma de gobierno que el pueblo mismo considera instituir
para procurar su beneficio y de la nacin de la que nace. Ello constituye, lo
dice la ltima clusula de la redaccin del artculo, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de ese gobierno. Aqu hay
dos conceptos bsicos que deben ser analizados por separado: el derecho
inalienable del pueblo a decidir su forma de gobierno y lo que se quiere decir con la expresin forma de gobierno.
El concepto de derecho inalienable est inscrito en el mismo concepto
de soberana, que es popular. Quiere decir, como el de soberana, varias cosas: es prerrogativa exclusiva del pueblo decidir cmo organiza a la nacin
que va regimentar, vale decir, a la sociedad mexicana. Nadie ni nada se
puede colocar por encima de ese derecho que slo a l se atribuye. Es, precisamente, soberano. Por otro lado, nadie ni nada se le puede oponer, al
mismo nivel, porque no puede existir ni es concebible otro poder que se le
equipare, y es, entonces, irresistible. Por eso tambin es soberano. Ningn
otro individuo o centro de decisin por debajo de l se le puede oponer o
competirlo, pues en ese caso ya no sera soberano. Es un derecho inalienable: nadie ni nada puede esperar que el pueblo soberano le ceda ese derecho que es, adems, imprescriptible, vale decir, que no tiene trmino en el
tiempo, es eterno.
Cuando nuestra carta magna dice forma de gobierno est adoptando la
forma tradicional, que nos viene desde Aristteles, y que, muy genricamente, divide en tres las formas que puede adoptar la organizacin poltica
de la sociedad: monarqua, aristocracia y democracia. Aristteles no us
una expresin que pudiera significar lo que los modernos han entendido
como gobierno, sino otra, politeia, que se refiere precisamente a la constitucin y organizacin de la sociedad, y cuando habla de lo que podramos

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hoy llamar muy limitadamente gobierno, usa la expresin derivada politeuma, que querra decir, ms bien, regimentacin o forma de su funcionamiento. La palabra government, en ingls, puede significar fcilmente,
a la vez, gobierno y Estado. Entre nosotros, gobierno es la funcin de slo
uno de nuestros tres poderes, el Ejecutivo, no el Estado, que est integrado
por todos los poderes federales y locales.
Pero nuestros constituyentes entendieron por forma de gobierno, justamente, la regimentacin de la sociedad, o sea, el Estado. Elegir qu forma
de gobierno le da a la nacin es el contenido de ese derecho inalienable del
pueblo a organizarse como Estado. Con mayor razn el pueblo puede decidir cundo cambia su forma de gobierno o en qu la modifica. Si el pueblo
es soberano, se entiende fcilmente, puede decidir lo que quiera, incluso
convertir su Estado en una monarqua, siempre y cuando se someta a la voluntad del pueblo, es decir, que sea una monarqua constitucional y democrtica; una aristocracia y, peor an, una oligarqua, no pueden ser si el
pueblo mantiene su soberana; lo ms lgico y consecuente es que su forma
de gobierno sea democrtica, la que mejor se acomoda al dogma constitucional de la soberana popular.
En toda su maravillosa brevedad y luminosa sntesis, el artculo 39 nos
dice todo lo que es y debe ser nuestro entero rgimen constitucional. Examinando el resto del articulado de nuestro gran pacto fundador se puede
ver que en muchos aspectos queda muy por detrs del mismo. Lo heredamos, ntegro, de la Constitucin de 1857, la que, junto con la Constitucin
de Apatzingn y la Constitucin federalista de 1824 (y ms todava el Acta
Constitutiva de la Nacin Mexicana de 1823), forma nuestro documento
constitucional ms innovador y creativo. Hicieron bien nuestros constituyentes de 1917 en reproducirlo tal cual, sin modificacin alguna. Ese artculo es el eje central de nuestra entera constitucionalidad. Nada se entiende en el resto de nuestra carta magna si no se parte de l. Es, por as decirlo,
su artculo prncipe. Nada resulta ms obviamente criticable si se opone a
l. Nada nos muestra las malversaciones y las adulteraciones de que ha sido objeto la Constitucin como verlas a la luz del artculo 39. Si se piensa
en serio en una autntica reforma del Estado en Mxico, no puede no partirse de este artculo fundador y hacer coherente todo el texto constitucional con los principios que en l se expresan. El artculo 39 arroja una luz reveladora sobre todo lo que no est bien en el texto constitucional y sobre
todo lo que es necesario poner en la misma lnea.

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Muchos, a travs del tiempo, se han solazado en afirmar que todas nuestras instituciones no son otra cosa que malas y a veces buenas copias de todo lo que los europeos o los norteamericanos han inventado, y que es por
eso que nuestra Constitucin ha sido tan slo letra muerta en todos o casi
todos sus preceptos. Imitar es irrenunciable cuando se viven realidades semejantes, sobre todo cuando se trata de construir un nuevo Estado, prcticamente de la nada y sin haber tenido las experiencias polticas y sociales
que otros pueblos, ms avanzados que el nuestro, tuvieron. Cuntas veces
los modernos no imitaron a los antiguos en la constante bsqueda de soluciones que, muy a menudo, solan medirse con la vara de la sabidura de la
antigedad? Que hayamos copiado la idea de la soberana de los revolucionarios franceses y, en realidad, de su gran precursor que fue Rousseau, sera ridculo si no hubiramos tenido un pueblo y una nacin en formacin.
Las ideas suelen anticiparse a la realidad y adaptarse perfectamente a ella
cuando la misma realidad muestra que lo est exigiendo y, a veces, la imitacin de las ideas busca anticiparse a la propia realidad.
Nuestra historia constitucional, por lo dems, nos ofrece una slida tradicin soberanista en la que se consagra el credo de los mexicanos en su ser
nacional, diverso de los dems pueblos del mundo, independiente y deseoso de ser ante el mundo un pueblo igual a los dems, respetado por los dems y colaborador entusiasta de la convivencia pacfica de todos. Los padres de la patria mexicana aunque se ha puesto en duda por varios
historiadores que conocieran en sus textos a los autores de la Ilustracin,
en especial a los enciclopedistas y a los philosophes sin duda alguna estaban al tanto de lo que se discuta y se estaba creando en el campo de las
ideas en la palestra de la poltica mundial. Lo notable es cmo, a lo largo de
nuestra historia poltica y constitucional, el tema de la soberana y, en especial, en su forma de soberana popular, est en el centro del pensamiento
creador que da lugar a los ms diversos documentos constitucionales. El
padre Hidalgo ya habla de la valerosa Nacin Americana, en su famoso
Bando dado en Guadalajara el 6 de diciembre de 1810. En sus Elementos
constitucionales de agosto de 1811, punto 5o., don Ignacio Lpez de Rayn, todava haciendo concesin a la Corona espaola, establece: La soberana dimana inmediatamente del pueblo, reside en la persona del seor
don Fernando VII y su ejercicio en el Supremo Congreso Nacional Americano.
En su hermoso documento Sentimientos de la nacin, del 14 de septiembre de 1813, el padre Morelos, ya sin ninguna concesin a la Corona

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espaola y mostrando su raigambre ideolgica rousseauniana, prescribe,


en su punto 5o.: La soberana dimana inmediatamente del pueblo, el que
slo quiere depositarla en sus representantes dividiendo los poderes de ella
en Legislativo, Ejecutivo y Judiciario, eligiendo las provincias sus vocales,
y stos a los dems, que deben ser sujetos sabios y de probidad. La idea de
la soberana popular o de la nacin tambin fue acogida por la Constitucin
de Cdiz de 1812. Dice su artculo 3o.: La soberana reside esencialmente
en la Nacin, y por lo mismo pertenece a sta, exclusivamente, el derecho
de establecer leyes fundamentales. En las Cortes de Cdiz particip brillantemente don Miguel Ramos Arizpe, quien se significa por ser el padre
de la fecunda idea del federalismo. Nada tiene de extrao que en el Acta
Constitutiva de la Nacin Mexicana, debida, como es bien sabido, a su pluma, se establezca, en su artculo 3o.: La soberana reside radical y esencialmente en la nacin, y por lo mismo pertenece exclusivamente a sta el
derecho de adoptar y establecer por medio de sus representantes la forma
de gobierno y dems leyes fundamentales que le parezca ms conveniente
para su conservacin y mayor prosperidad, modificndolas o varindolas,
segn crea convenirle ms. Extraa que esa idea no haya quedado plasmada en la Constitucin de 1824. Para ya antes, en 1814, en plena guerra
de independencia, podemos apreciar otro de los primeros testimonios del
naciente genio constitucional de los mexicanos en la librrima y muy democrtica Constitucin de Apatzingn. En su artculo 5o., establece: ...la
soberana reside esencial y originariamente en el pueblo y su ejercicio en la
representacin nacional compuesta por los ciudadanos bajo la forma que
prescriba la Constitucin.
Habra que esperar hasta la realizacin del Congreso Constituyente de
1856-1857 para ver otro pronunciamiento tan decidido a favor de la soberana popular. En el artculo 39 se expresa la idea en los trminos exactos
en que fue heredada por nuestra Constitucin de 1917: La soberana nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder pblico
dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en todo
tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno. Los porfiristas adoptaron la idea de que la Constitucin de 1857 era
una utopa ultrademocrtica, que por ser tan ajena a nuestra cruda realidad,
(que lo que necesitaba no era una democracia irrealizable, sino un gobierno
de mano dura), haba sido, justamente, el elemento que haba encaminado
al pas a la dictadura. Para fortuna del pas, remataban, haba cado en las

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manos de una dictadura ilustrada, flexible y tolerable, como la nacin mexicana reclamaba desde los tiempos mismos de la lucha por la independencia. La trgica experiencia del gobierno democrtico de Madero pareci
desmentirlos y demostrar que nuestro pas s poda ser una nacin democrtica. El golpe de Estado del usurpador Huerta tuvo consecuencias demoledoras para la democracia en Mxico. Los herederos de Madero no
quisieron ya saber nada de la democracia y fijaron su atencin bajo las enseanzas de don Emilio Rabasa (olvidando desde luego que ese ilustre
abogado constitucionalista haba sido porfiriano), pugnaron por el establecimiento de un Estado con una Presidencia fuerte que condujera al pas con
mano de hierro, como sugera Rabasa. El Constituyente de 1916-1917 consagr esa idea antidemocrtica en todo su articulado. Pero, postulando que
era el pueblo mismo en armas, ya triunfante, quien lo decida, acogi sin
problemas la redaccin del artculo 39 de la Constitucin de 1857, sin cambiarle ni una coma. Y con l, tambin los otros artculos que le acompaan,
el 40 y el 43, amn de otros que tienen que ver con el mismo asunto.
Son precisamente esos artculos los que obligan a un anlisis ms complejo del contenido del artculo 39, porque ste no dice en s todo lo que
significa. Tal y como est redactado, el numeral 39 parece hablarnos de un
pueblo nico, como un solo cuerpo poltico, que forma una sola comunidad de ciudadanos, pero desde el momento en que el artculo 40 introduce
la idea del federalismo, entonces ya no podemos hablar de un solo pueblo
ni mucho menos de un nico cuerpo poltico, pues entonces tenemos que
pensar en funcin de al menos 32 pueblos, de acuerdo con los trminos del
artculo 43, que establece cules son las partes integrantes de la Federacin, y que no son otras que las 32 entidades (las originales y, luego, las
que se les fueron agregando) que dieron origen a nuestro Estado nacional,
representativo, democrtico y federal.
Tenemos que hablar, indefectiblemente, de lo que significa el federalismo en nuestra Constitucin poltica para entender, as, el contenido y el
significado pleno del artculo 39. De acuerdo con la idea del federalismo
que adopta el artculo 40 (Es voluntad del pueblo mexicano constituirse
en una Repblica representativa, democrtica, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su rgimen interior; pero
unidos en una federacin establecida segn los principios de esta ley fundamental), slo caben dos hiptesis de interpretacin: una, la Federacin
crea los estados y, acaso, a sus integrantes, los municipios, tesis que nunca
ha sido aceptada por el constitucionalismo mexicano y que las mismas

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doctrinas jurisprudenciales han repudiado; dos, el pueblo no es nico, sino


la integracin de muchos pueblos, formando sus comunidades polticas,
que decidieron fundar la Federacin mexicana y, si se extrema la interpretacin, en realidad no hay tantas comunidades polticas como estados integrantes, sino ms bien, tambin las comunidades polticas estatales han sido integradas por otras comunidades polticas, que son las que residen en
los municipios y que, a su vez, formaron las comunidades polticas de cada
uno de los estados. La segunda es, sin lugar a dudas, la interpretacin correcta.
Nuestro problema, grave de verdad, es que tampoco sa, que parece ser
la interpretacin ms adecuada de nuestro texto constitucional, est clara
en el pensamiento constitucional mexicano. Ni los tratadistas en la materia
ni los grandes intrpretes judiciales de la Constitucin ni, en fin, nuestros
grandes abogados han explorado esa veta de interpretacin. La razn evidente de ello la hemos expuesto antes: no se piensa que la soberana sea un
tema importante del sistema constitucional de Mxico. Y sin embargo, como hemos intentado demostrarlo, es el principio bsico, fundamental y
fundador, originario y orientador de todo el sistema poltico bajo el cual vivimos y tendemos a mejorar. Ninguno ha puesto en duda que el principio
de la voluntad popular est en la base de ese sistema y sea el verdadero legitimador del poder poltico y de la autoridad del derecho que nos rigen.
Es, adems, lo que da sustancia y esencia a la supremaca de nuestra carta
magna que todos veneran y dan por cierta. Tomemos, pues, en serio ese
principio y tratemos de poner las cosas en claro.
Si seguimos la secuela adecuada de la mencionada segunda interpretacin posible de los artculos 39, 40 y 43 de nuestro actual texto constitucional, ntimamente interrelacionados, encontraremos que la verdadera cuna
de la soberana popular se da en el municipio, el pueblo reunido en su comunidad originaria. Esto es algo que automticamente hace recordar la experiencia de los Estados Unidos, con sus primeras colonias de inmigrantes
que fueron libres de practicar sin ningn obstculo el poder soberano, nacido de la voluntad de sus primeros integrantes y en las que se encuentra la
raz ltima del gran Estado federal que luego seran los Estados Unidos.
As como las colonias formaron los estados de la Unin, stos despus formaron el Estado federal. Y no se trat de una leyenda ni de un mito colectivo, ni siquiera de la invencin de algn terico delirante. Fue toda historia real, que tuvo que pasar por la dursima prueba de la resistencia al poder

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colonial de la Corona inglesa y luego de la llamada Revolucin de Independencia. Tampoco fue la historia de los hombres libres e iguales que la
mitologa patriotera de los estadounidenses nos ha querido presentar siempre. Como todas las sociedades polticas modernas, la de los Estados Unidos naci como una sociedad dividida en clases y jerarquas sociales, dominadas unas por otras y sometidas unas por otras. Las palabras We the
people, con que comienza el texto de la Declaracin de Independencia, no
quera decir nada como Nosotros el pueblo, en primer lugar, porque la
palabra pueblo no existe en lengua inglesa, y, en segundo lugar, porque
no denotaba lo que podra denominarse el pueblo, sino la gente (o, dicho
todava mejor, con una legtima licencia literaria, las gentes), que no
eran otra cosa que los grupos oligrquicos que dominaban y se haban impuesto en las diferentes colonias. Para que todos los estadounidenses que
hoy son ciudadanos libres e iguales ante la ley lo llegaran a ser, su nacin
debi recorrer el mismo camino que otros pueblos de la tierra, aunque, para
ser justos, tal vez ellos de modo ms natural y menos traumtico, si bien
eso, como siempre sucede, est por verse.
Lo que para los norteamericanos fue historia real, vivida, para nosotros
fue una experiencia ajena que nos ayud a construir nuestro propio pensamiento constitucional y que nuestros padres supieron adaptar originalmente a nuestra atrasada y convulsionada realidad. No fue copia de lo que otros
pensaron e hicieron, como a veces se afirmaba; fue la utilizacin de ello para todo lo que nos pudo servir, y en ese proceso de adaptacin de otras experiencias constitucionales y polticas fuimos creando y recreando nuestro
orden poltico y jurdico, en medio de catstrofes indecibles y calamidades
sin cuento, de agresiones extranjeras, cuartelazos y guerras intestinas, desorden interno, disgregacin del pas y atraso econmico, social y cultural
de nuestra sociedad. De hecho, lo que debi haber sido simple imitacin
por falta de vivencias propias, se tradujo en frmulas sencillas que, a pesar
de todo, lograron expresar lo que nuestra realidad iba creando en su desenvolvimiento histrico, y que era muy diferente de lo vivido por otros pueblos ms adelantados y de los que nos esforzamos por aprender. Nuestra
idea de la soberana, por ejemplo, y como lo hemos expuesto, tiene ms
que ver con las necesidades que plante la lucha por la independencia que
con la simple imitacin de la idea norteamericana. Nuestro federalismo,
como se supo reconocer en su momento, tambin obedeci a hechos nuestros, a historia nuestra, ms que al afn de copiar al extranjero.

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Dicho lo anterior, debe reconocerse que en nuestros conceptos de soberana popular y de federalismo hay una buena dosis de ficcin, porque hablan
de una realidad que no fue sino slo en parte, y lo que fue, lo que sucedi, no
siempre fue como lo suponemos en nuestros textos constitucionales. Pero
hay que reconocer que hay ficciones que cuentan para la propia realidad,
porque le dan sentido y ayudan a dirigirla para bien del gnero humano. La
idea del contrato social, aunque se diga que los norteamericanos fueron los
que ms cerca estuvieron de recrearla histricamente, en el fondo siempre
ha sido una ficcin creadora que ha servido a maravillas para expresar adecuadamente la idea de una comunidad poltica, de un pueblo de ciudadanos
sin lo cual no es concebible legitimacin ninguna del Estado moderno de
derecho. Todos podemos convenir en que vulgarizar la poltica hasta hacerla nada ms que el juego de quienes detentan el poder, pervertir la idea
de soberana hasta hacerla nada ms que el poder de quienes gobiernan o
trivializar el derecho hasta convertirlo en meras frmulas inanes que slo
legitiman las decisiones arbitrarias de gobernantes y magistrados, es hacer
de la Constitucin, como lo dijo Lassalle, no ms que una hoja de papel,
y entonces no tiene ya caso hablar de poltica, de Estado, de soberana popular, de Estado de derecho, de ley ni, por tanto, de Constitucin.
Si esta ficcin necesaria, que enlaza soberana popular con federalismo,
sigue teniendo sentido para nosotros, entonces, la conclusin es bastante
sencilla: el pueblo reunido en sus comunidades originales decide formar
una comunidad poltica superior en cada uno de los estados, y estas comunidades as creadas deciden formar, a su vez, una comunidad poltica que
las unifique a todas y den lugar a la Federacin mexicana. Ya a nadie le
viene en mente preguntarse si eso corresponde a una realidad histrica,
porque no importa absolutamente para nada. Una de las innovaciones tericas de Rousseau fue considerar que el contrato social no es solamente el
acto originario del Estado, sino su reinvencin permanente en cada acto
que individual o colectivamente sus ciudadanos llevan a cabo. No importa
cmo surgi todo, sino cmo se mantiene a cada momento y cmo se legitima sin solucin posible de continuidad. En cada acto suyo, el ciudadano
est inventando y reinventando el contrato social, como si un instante antes
no hubiera existido. Si la expresin ejercer la soberana tiene sentido es,
precisamente, ste. Refundar el contrato es algo que se da permanentemente, en todo momento sucesivo en el tiempo. No basta decir que estuvimos de acuerdo en el principio o que nuestros padres estuvieron de acuerdo

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all, cuando se origin todo. El contrato se recrea, y conviene reivindicarlo


constantemente, en cada acto que el ciudadano ejecuta, por s o en compaa de otros o mediante sus representantes. Ejercer la soberana como si sta fuera el poder de gobernar, de hacer leyes o de juzgar y decir el derecho,
no tiene sentido. Ejercer la soberana tiene sentido cuando se decide cmo
se organiza el poder del Estado, quines sern los que ejerzan aquellos poderes, y no ms, porque no significa nada ms. Decir que el pueblo ejerce
la soberana a travs de los poderes del Estado, como reza el artculo 41, es
privar de su verdadero sentido al concepto de soberana popular. Ya Rousseau escriba que el pueblo no puede, por su propia naturaleza, gobernar ni
gobernarse a s mismo. El destino del citado precepto constitucional, si nos
mantenemos fieles a los principios constitucionales, ser desaparecer. Y
aqu vale la pena hacer una aclaracin necesaria.
Los poderes federales, como su mismo nombre lo indica, ejercen el poder en sus tres modalidades: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, pero no
ejercen soberana, ni el pueblo ejerce su soberana a travs de esos poderes, en primer lugar, porque esa soberana es intransferible e inalienable, y,
en segundo lugar, porque si la soberana se ejerce es slo en el sentido de
una toma de decisin, y lo que el pueblo decide, a travs de su pacto constitucional, es la creacin de esos poderes federales y los principios pactados
sobre las facultades de que se les dota para su funcionamiento. El pueblo
ejerce su soberana instituyendo, no gobernando ni haciendo leyes (legislando) y, menos, diciendo el derecho de cada cual (juzgando). La Constitucin, as, no es un conjunto de normas como suele vrsela, sino de instituciones, ni es un instrumento jurdico, sino un pacto poltico. Es por eso que
el artculo 41, tambin herencia de nuestros ilustres constituyentes de 1857
y recogido tal cual en nuestra actual carta magna, encierra un contrasentido
que exige ser eliminado.
Deliberadamente hemos excluido de nuestro breve anlisis el tema de lo
que se ha llamado soberana exterior, por la sencilla razn, aunque pueda
sorprender, de que ese tema tiene ms que ver con el poder de la nacin y de
su Estado que con el concepto de soberana. sta slo define la idea legitimadora del poder del Estado y, desde luego, supone que otros Estados soberanos la van a respetar, pero eso no depende de ella, sino de muchos otros
factores que, a veces, llegan incluso a contradecirla, cuando no a negarla.
Por supuesto que la idea de la independencia nacional se funda en el concepto de soberana, pero, al igual que el poder, es otra cosa y, en el fondo,

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es lo mismo que el poder, pero ahora confrontado con otros poderes igualmente legtimos o sedicentes tales. Como defensa frente a los poderosos, la
soberana sirve para poco, y es notable el hecho de que los poderosos son
los que menos aducen su soberana para decidir en poltica internacional.
Ellos prefieren hablar de intereses, de zonas de influencia, de cuotas de
poder, de deberes y misiones a realizar en el mundo, y la verdad es que
nunca de soberana. Y lo ms estupefaciente es que consideran que los
dems, los otros poderosos y todos los dbiles, deben estar de acuerdo en
ello. El respeto que se da entre los Estados no es resultado del concepto
de soberana nacional exterior que, como tal, es un contrasentido. Es
resultado del acuerdo y la convivencia entre ellos y los muchos intereses
que generan las relaciones internacionales. Pedir al extranjero que respete la soberana nacional es tanto como pedirle que respete la legitimidad
del poder del Estado mexicano, lo que puede suceder, pero ms a menudo
puede suceder que no lo haga, y todo estar en relacin, no con nuestra soberana nacional, sino con el poder que ostente nuestro Estado soberano
(no slo armado o econmico, sino poltico) y en los marcos del orden internacional y su derecho.
Finalmente, no podemos dejar de hacer mencin de otro problema que,
sobre todo las fuerzas polticas nacionalistas de Mxico y toda una plyade
de intelectuales progresistas, pero no slo ellos, han creado con sus interpretaciones del artculo 27 constitucional, dando lugar a una concepcin
de la soberana nacional que encierra un sentido, como califica Gonzlez
Uribe, eulogstico (como cosa sagrada). La esencia de la soberana nacional, se pregona, radica en el artculo 27. En l se inscriben los derechos
fundamentales de la nacin, y, por tanto, les parece a sus exponentes, el
verdadero sentido que debe darse a la soberana nacional. Se trata de una
evidente mistificacin sin sentido alguno. Nuestra soberana nacional est
perfectamente definida en el artculo 39, y no significa otra cosa ms de lo
que all se dice, en relacin, naturalmente, y como se ha hecho notar, con
los artculos 40 y 43. En realidad, el artculo 27 constitucional, que instituye nuestro sistema de relaciones de propiedad, no tiene nada que ver con el
concepto de soberana. Slo establece una relacin de prelacin y jerarquizacin de las formas de propiedad en Mxico y, en especial, la que se refiere a la propiedad nacional, y acota lo que es de todos, vale decir, de la nacin, representada por los poderes federales y, en primer trmino, por el
Poder Ejecutivo, y en ningn sentido indica algo que tenga que ver con la

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soberana. Slo delimita lo que son los intereses de la nacin frente a los
dems intereses, lo que es totalmente otra cosa. Se trata, en realidad, de una
divisin nacional del trabajo y de una justa distribucin de la riqueza de la
nacin, no de sealar el titular de la soberana, que es el pueblo y no la nacin, como reza el artculo 39: la propiedad, en un principio era toda de la
nacin, y de ella deriv la propiedad privada, pero se conserv la propiedad de la nacin para evitar que se diera lo que ocurri en el porfirismo,
que toda la riqueza fuera a parar a manos de unos cuantos; por eso se instituy, en la letra original del artculo 27, que el Estado y, en realidad, su rama ejecutiva, se hiciera cargo de la porcin que se mantiene como propiedad de la nacin para regular el desarrollo econmico de la propia nacin.
Desde luego, tambin este artculo se complementa con otros, en especial,
con el 25, el 26 y el 28, para dejar claro el papel que el Estado debe desempear en la estrategia nacional de desarrollo econmico. Eso no tiene nada
que ver, como no sea de manera aleatoria, con el tema de la soberana, que
sigue estando clara en el texto de nuestro artculo 39 constitucional.

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